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Danza nocturna - ceape.edomex.gob.mxceape.edomex.gob.mx/sites/ceape.edomex.gob.mx/files/Danza noctur… · l tIemPo se Parece a las Inmensas corrIentes del Viento: sube, baja y cruza

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Danza nocturna

B I B L I o t E c aD E L o S P u E B L o SI n D Í G E n a S

Danza NocturnaNovela otomí

Isaac Díaz sánchez

2 0 1 5

eruvIel ávIla vIllegas

Gobernador Constitucional

eDuarDo gasca PlIego

Secretario de Cultura

FelIPe gonzález solano

Director General de Patrimonio y Servicios Culturales

arturo osornIo sánchez

Secretario de Desarrollo Social

raFael Díaz BermúDez

Vocal Ejecutivo del Consejo Estatal para el Desarrollo Integral de los Pueblos Indígenas del Estado de México

gracIela gPe. sotelo cruz

Responsable de la publicación

© Isaac Díaz sánchez / Danza Nocturnacolección Biblioteca de los pueblos indígenas

Primera edición: 2015Dr ©Instituto Mexiquense de culturaBulevar Jesús reyes Heroles 302,delegación San Buenaventura,toluca, Estado de México, c.P. [email protected]

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra –incluyendo las características técnicas, diseño de interiores y portada– por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático y la grabación, sin la previa autorización del Instituto Mexiquense de Cultura.

El contenido es responsabilidad del autor.

registro de Derechos de autor:ISBn 968-484-344-5 (colección)ISBn 978-607-490-162-7autorización del consejo Editorialde la administración Pública Estatal no. cE:205/01/40/12

Impreso en MéxicoPrinted in Mexico

agradezco a la Secretaría de cultura, al consejo Edi-torial de la administración Pública Estatal y al consejo Estatal para el Desarrollo Integral de los Pueblos Indí-genas del Estado de México por su valioso apoyo para la edición de esta novela otomí.

El verdor de los campos tiñe de colorido las palabras que se plasman con el alma.

aGraDEcIMIEntoS

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IntroDuccIÓn

th’axthe (montaña Blanca), Sacerdote otomí, recorre los valles y montañas, visitando barrios y pueblos para que sus gentes se mantengan firmes en su cultura; los aconseja y los cura de sus males. La abuela chala Guy (Bella nube), en las ceremonias, con su palabra forta-lece a las gentes de su pueblo para mantener firme su sabiduría, que es de vida. “Vean y entiendan nuestras leyendas guardadas en nuestras ceremonias, sólo enton-ces seremos hombres y mujeres libres”.

nace el niño th’ony (trueno) en medio del Pueblo otomí, que al paso de los tiempos va transformándose. th’ony es guiado por sus abuelos y los ancianos de la co-munidad como Gran Guerrero otomí y más tarde como Sacerdote. Desde su infancia le van enseñando a entablar un diálogo con la Naturaleza; la entiende y va entendien-do a su pueblo.

Los ancianos, alrededor del fuego, realizan cantos y rezos para agradecer al universo:

Comienza a brillar el Sol,nuestro pueblo despierta,comienza a cantar el Vientocon el fuego de tus primeros días,

enciende la dignidad,ya camina a la libertadcon el fuego de tus abuelos.

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comienza a brillar el Sol,nuestro pueblo despiertacomienza a cantar el Viento,

con el Fuego de la tarde une tu pueblo,eres la palpitante Estrella del oriente, el Fuego de la Noche.

th’axthe y chala Guy, abuelos de th’ony, mediante las ceremonias y los cantos invitan al Pueblo otomí a mantener firmes sus tradiciones y a no sentirse menos que los que no son de su cultura, ya que algunos jóvenes van perdiendo su identidad por el sometimiento cultural. ante esta realidad th’ony es preparado para enfrentar en unidad con su pueblo estos retos de la Vida. Sus abuelos y los abuelos de su pueblo le van dando poco a poco las herramientas físicas e intelectuales para fortalecer su espíritu y ser un verdadero ser espiritual, ya que hasta entonces podrá su abuelo th’axthe enseñarle el más alto conocimiento de la nación otomí: la Danza nocturna. con este conocimiento th’ony ya no será Pequeño Padre, después de esa ceremonia nocturna será Gran Padre, pero antes de llegar a serlo tendrá que pasar muchos retos. En esta gran empresa llora, sufre, pero con todo y estos acontecimientos en su persona camina y hace camino, para eso lo prepararon sus abuelos desde la in-fancia, conoce sacerdotes y gobernantes de otros pueblos porque sus abuelos saben que es vital la unidad de los pueblos para vivir en armonía.

th’ony conoce el dolor de los otros pueblos y el de sus hermanos y hermanas; eso es lo que lo anima a en-frentarse a sí mismo, entiende que el mayor reto es su propia humanidad. cuando entiende esa realidad y lo

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supera, su abuelo thaxthe, junto con los otros abuelos y abuelas sacerdotes y sacerdotisas de su pueblo, le ense-ñan el conocimiento más elevado: la Danza nocturna…

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I

el tIemPo se Parece a las Inmensas corrIentes del Viento: sube, baja y cruza el universo; basta que toque el color de la vida, las rocas y la tierra para cantar; de su canto brotan las hierbas, las flores y el Rocío. En el Cielo se forman las nubes, llenas de brío; los pueblos en las ceremonias derraman lágrimas para refrescar las milpas, inundan de fresca brisa el amanecer… nuestra tierra es el templo aún misterioso que permite iluminar nuestras almas, con el resplandor del cielo y el verdor de los cam-pos. Los abuelos se esfuerzan para hacer entender a los pueblos que la naturaleza es su propia vida.

El colorido celeste sonríe a los rayos del Sol, que contempla las milpas; los animales de rastra trabajan guiados por el arado; los trabajadores del campo dejan las huellas del polvo; algunos niños corren detrás de ellos, otros juegan con la tierra húmeda que se despabila al sentir las chispas solares. En la lejanía se observan las montañas pobladas de árboles: están meditabundas, y el viento las besa como queriendo apagar su sed; se estremece al sentir el continuo murmullo de las hierbas secas. El Cielo se inclina más abajo; entonces se ve el brillo amarillento de la Luna. Ella florece con su suave color plateado, sonríe tranquila, refleja las nubes que, in-móviles, no ocultan el pestañeo de las estrellas; el Cielo se vuelve a inclinar más y más, como queriendo entender el susurro de los poblados. admira el trepar infatigable del Viento, en los volcanes y montañas.

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El Viento vuelve y se desliza cariñoso hacia las ca-sas, susurra acariciador, como pidiendo permiso para ca-lentarse junto a la hoguera; la Noche se hace más clara y abre sus brazos poderosos. Entonces aparecen manchas de Luna. Los abuelos suspiran quedamente al mirarla… Es un encanto la naturaleza, evoca recuerdos de su his-toria; en su ser resuenan los acordes del infinito. Vidas vienen y vidas van: la luz y la oscuridad se convierten en la esperanza perfecta de la existencia. Los planetas están en constante movimiento, todo circula algunas veces lento y otras más rápido, pues la existencia es el perfecto movimiento… eso entienden los ancianos y los sacerdotes de la nación otomí.

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II

el PueBlo escuDrIña su camino en el rezo con la natu-raleza; en las tempestades su alma busca la esencia de su paraíso; entonces su espíritu se tranquiliza y se apega a la vida. Ya se preparan para la ceremonia religiosa, se visten de colorido, encienden el Fuego adornándolo de flores; impregnan el ambiente con el alma del Copal: es el Humo del sahumerio. En estos pueblos las tierras son planicies, en otras son áreas montañosas y, en ellas, diseminan el sagrado Maíz. Los cerros y montañas son adornados por los imponentes magueyes y nopales. De estos nopales –antes de que empiece la canícula– ya bro-tan las tunas y sus flores: se regocijan al sentir el abrazo del Viento y saludan los destellos del astro.

De las casas de adobe, por las rendijas de sus tejados, el Humo despliega sus alas y besa las nubes; del mismo modo, por ahí se alista el aire, se detiene, suspira deleitado del Fuego, recorre las paredes. Ellos anhelan su canto, que brota en cada rincón de la tierra. En la cocina, las brazas permanecen ardientes todo el año: es el principio del ser, surgió de las profundidades, entre el aliento de los primeros Padre y Madre; desde entonces su flama se dispersa en la Luz celeste y terrestre de la vida; el Fuego es la fuente de la existencia, las sombras son su alimento. Permiten el suspiro humano y de todo su entorno. Los otomíes siempre dirigen su mirada al Fuego, al Sol, y dan gracias al Viento, entonces descubren más y más la perfección; en aquel momento sus almas comienzan a palpitar espontáneamente al unísono de la supervivencia. En él palpan el respeto a todo lo evidente.

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Son las cuatro de la mañana, las gentes se disponen a preparar los alimentos. Encienden el Fuego, que disemi-na sus pétalos mientras las sombras abrigan los árboles donde duermen las aves; las estrellas somnolientas agi-tan sus brazos saludando el astro solar. En las reuniones familiares el Fuego nuevamente se inflama, su mirada cobija a los niños que atentos meditan… Después mira a los abuelos, que ceremoniosamente transmiten las le-yendas, y se regocija; susurra alabanzas. Nuevamente se deleita mirando su derredor: es la cocina de la abuela chala Guy. Las paredes son de adobe, en ellas cuelgan cántaros y cazuelas de barro. Después mira a los niños, que guardan las enseñanzas; ellos más tarde serán los encargados de transmitir las leyendas, el conocimiento medicinal y astronómico. a la luz de sus ancestros espe-ran el paso de los días.

Ya llega marzo, las hierbas adornan las milpas, de los cerros y montañas asoman los árboles llenos de flores, el Sol recorre los senderos y gime de alegría; después la Luna reza y el ave nocturna trasmite su canto a las rocas; los ríos permiten a los habitantes del Cielo reflejarse. En aquel momento los sapos y las ranas susurran ese rezo, lleno de misticidad.

Mayo asoma entre la Hierba verde, las milpas y los campos sonríen de alegría; el Sol camina y cuando lle-ga al cenit los pueblos dejan de trabajar y lo saludan; entonces los invita a prepararse para la fiesta del Año nuevo otomí. El pueblo se alista para participar en la ceremonia, el alma de los niños se regocija, resplandece de ese fuego amarillo; las abuelas y algunos jóvenes so-lemnes cambian las brasas y las cenizas. a las doce del día dan vida el Fuego Nuevo, adornan de flores alrededor del Gozpy; una madre sahúma las cenizas y el Fuego nuevo es encendido con un pedazo de ocote. La mujer

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más anciana, solemnemente, dice la razón por el cual se realiza la ceremonia:

—Ya no se entiende mucho nuestro pensamiento, nuestros jóvenes se han perdido; pero, hermanos, en estas ceremonias platicamos con la Madre naturaleza, para brindarle sus sagrados alimentos. Ella nos da nues-tro sustento toda la vida, pues todos pertenecemos al espíritu de o’hkh’a.

aún no termina la ceremonia cuando por las nubes cruzan parvadas de águilas y patos; las personas dirigen su mirada al cielo al verlas pasar… Después continúa la abuela:

—Sepan ustedes que estas ceremonias se realizaban desde que nuestros primeros padres están en esta sagra-da tierra, subían a lo más alto de los cerros para platicar con el Creador, entre cantos y rezos agradecían a la vida; por eso hoy estamos aquí dando gracias y conviviendo como hermanos.

”Esta ceremonia nos recuerda cómo el creador nos trajo al mundo, entre el canto de la Madre Naturaleza; por eso nuestro deber es respetarla. En esta vida nos ali-mentamos con el alma de todo lo que nos rodea; al dar nuestro último suspiro, todo lo que nos rodea llora, pero el cielo se llena de alegría, pues nosotros lo poblamos de estrellas…

al término de la ceremonia, bajó la Lluvia, densa, muy densa…

chala Guy observa a los niños y a las demás perso-nas que rodean al Fuego. Ella se encuentra serena, llena de sabiduría; después, con voz clara y serena, dice:

—Vean y entiendan nuestras leyendas guardadas en nuestras ceremonias, sólo entonces seremos hombres y mujeres libres.

Mucha gente del pueblo, durante toda la mañana, ha-bía estado llegando al lugar escogido para el rito; el día

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anterior había llovido, y el camino estaba lleno de lodo; entendían que eso era un buen augurio. Para el pueblo era una fiesta, y el lodo no los detuvo para realizar su ceremonia. Los jóvenes habían ido a recoger leña seca para la encendida del Fuego. El toque del caracol indicó el inicio de la ceremonia. El Sacerdote otomí y la abuela chala Guy iniciaron con ello la ritualidad. todo estaba lleno de regocijo; el ambiente se llenaba de Incienso, las palabras del Sacerdote brotaban pidiendo por todo lo existente. El Viento hizo que tintinearan las hojas, las cuales acompañaban las oraciones; del Norte llegaron tarde más personas para participar en el festejo. tan pronto se incorporan, en silencio ofrendan fruta, comida, pan y tortillas…

al término de la ceremonia, se disponen a disfrutar de la comida, del atole, la Fruta y el Pulque que se pre-pararon.

La mayoría de la comunidad participó en la ceremo-nia para entender la teología-Filosofía de sus ancestros.

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III

Ya llega el tIemPo de las heladas: el Viento pasa unas veces suave y cordial, otras suspirando y apeteciéndose; las hojas secas vuelan tras de él, susurran cantos; antes de la salida del Astro solar, las hierbas se despabilan; las rocas asoman en los caminos, atentas esperan el saludo de las gentes, seguidamente retumba su eco en la lejanía; de la tierra se desprende el sabor de su alma. todavía en la tarde, el Viento helado reiteradamente inunda el Universo, los pueblos lo oyen y sienten su caricia; escala las montañas y suavemente se desliza sobre los valles; así es, en los tiempos de Frío quiebra nuestra piel, la naturaleza se perturba con él. En ese estado entiende la magnificencia de la vida.

al otro día los sacerdotes se encaminan a las leja-nas montañas, al reencuentro consigo mismos; toman distintos rumbos, sólo los acompañan cuatro jóvenes que velarán por ellos y los parientes más cercanos para prepararles algún alimento.

th’axthe se encaminó a las montañas lejanas, que son parte de la Sierra oriental. a su llegada saluda a las per-sonas que hablan el otomí. En el Ñuhu sienten un gozo, pues se ha acordado de ellos; le comentan cómo nueva-mente les pretenden imponer un nombre a su lengua. El regionalismo de allá es el Ñuhu y les desean imponer el Hñahñu; son pocas las personas que se sienten contentas porque aún guardan parte de su cultura ancestral. no obstante, al mismo tiempo reprochan porque no se le ha

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dado una mayor importancia; el alma de Th’axthe se llena de tristeza, a la par que se llena de fortaleza: para ello ha ido a meditar a esas sagradas montañas; se encamina con su acompañante –que es de allá– th’engy Guy, quien lo invita a ver el templo católico. El sacerdote católico de ahí se llena de alegría al mirarlos, y da la bienvenida al abuelo Th’axthe; muchas mujeres apuradas, y vestidas con su indumentaria tradicional, trabajan preparando el atole, la comida y los tamales, pues van a festejar el año nuevo católico. Los hombres, que son pocos, están cor-tando Leña y acarrean agua con garrafones de plástico.

Se encuentran con antonio Islas, su esposa Flor y sus dos hijas, Estrella y Luna, que visitaban al sacerdote de la parroquia católica, pues son parientes; él está sen-tado en un tronco, arreglando un cable de luz. una de sus hijas (de igual manera sentada, en otro tronco) lee un libro, una novela filosófica; Th’engy Guy presenta con ellos a Th’axthe; Antonio les da la bienvenida y platica muy amenamente con ellos, hablan un poco de religión y de la historia otomí. Entonces antonio y su hija sen-tados sobre unos troncos, bajo el portal del comedor y de la clínica popular de la parroquia, comentan sobre la cultura otomí.

Las mujeres del pueblo se apuran en cocer la carne y preparar los tamales, pues a la Medianoche tendrán un convivio de navidad según la tradición cristiana.

Las personas se retiran un poco, entonces se acerca th’udy –th’axthe lo conoció cuando llegaron– y le dice:

—Yo no confío en esta gente, ellos hablan de un dios en el que no creo, además veo que sólo vienen a ver qué se llevan de nuestras tierras. Los gobiernos nos quieren imponer que nuestra lengua es Hñahñu, yo les digo que somos Ñuhu; ojalá regreses por acá y platiques con nuestra gente, pues ya están perdiendo la confianza en ellos mismos.

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—te prometo que regresaré –dijo th’axthe. Después se dispusieron a recorrer el pueblo, y escucharon a las personas. Los abuelos del lugar se alegraron por la visita, llamaban a sus parientes para que vinieran a saludar a Gran Padre. En las montañas asomaban los árboles fru-tales, los pinos, cedros y ocotales.

a las cinco de la tarde regresaron al templo católico para despedirse; los invitan a comer. Después de agra-decer por la hospitalidad se retiran y toman rumbo a la comunidad La Florida. Los caminos son de terracería, rodean las montañas; la niebla cubre los valles. Desmon-tan de los caballos: no se ve casi nada. un anciano los saluda y les dice “van a ver a Xhua?”, los dos dicen que sí, “pronto vendrá Xhua Mérida”. La noche ha llegado y con la niebla no se ve nada. caminan tomando unas ramas y con ellos se detienen, están a punto de caer por el barro mojado… así llegan a la casa y saludan a las personas que se encuentran al interior; después de unas horas llega Xhua Mérida, pues él no se encontra-ba, venía de trabajar la tierra. Saluda a los visitantes y pide que calienten un poco de café para ofrecérselos, los invita a comer pero le dicen que ya habían comido; th’engy Guy dice que ha ido th’axthe para orar en la Montaña. Están platicando todavía de eso cuando entra un muchacho y dice:

—Dicen las abuelas que vayan a la posada navideña, que los vieron llegar y que los invitan.

th’engy Guy dice:—Esperemos que podamos ir. Y se queda mirando a Th’axthe; él no dice nada…Son las nueve de la noche y se disponen ir a una

cabaña, donde Xhua se guarece cuando anda en su ran-cho.Th’axthe nunca había ido ahí; se encaminan, pero no se ve más de un metro adelante. caminan despacio. th’axthe resbala muchas veces, pues la Lluvia cae y el

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Barro mojado está muy resbaloso. Suben y bajan las veredas; al paso del tiempo, encuentran unas vacas. En-tonces Xhua dice:

—Ya estamos a punto de llegar.La niebla está muy espesa, no se ve nada. Los dos

perros que van con ellos ladran, han visto algo a lo le-jos; pasan sobre unos alambres de púas. Han llegado a las cabañas de madera, rodeadas de muchos árboles y hierbas. abundan los platanares, que son rodeados de café. La Lluvia cae pero no apaga el canto de las distintas aves que les da la bienvenida… Ya a solas, dentro de la cabaña, th’axthe descansa un rato. Sus acompañantes se acuestan más allá en otra cabaña, la noche recorre poco a poco el tiempo, de vez en cuando ladran los perros; en este lugar aún hay jaguares y gatos monteses. En estos valles el espíritu de th’axthe se llena de una luz dorada, le brilla una lumbre amarillenta en los ojos. Sentado so-bre un tronco pasa las horas; junto a él tiene un bastón que siempre lo acompaña. a veces se levanta a caminar afuera de la choza acompañado de los perros. como si mirara a alguien se pone a dialogar; a veces mueve los brazos al frente, otras arriba…

Durante nueve días hace sus oraciones en ese sa-grado lugar…

asoma otra luna más, y nuevamente asoman los tiempos de calor. El viento gime al envolver los árboles que destellan esperanza; las paredes de las casas se for-talecen; mientras, en la lejanía, las montañas escuchan los ecos de las ciudades hechas quejumbres. cuando reverdecen las milpas, su aliento revive los campos; las flores destellan el colorido de la vida. Sonríen las nubes, el Viento animoso arrulla los bosques y, tras del lejano Volcán, alegre por los flechas del Sol y por los meses de calidez, derrama el calor de la vida.

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IV

al sIguIente año, el Viento helado, al mirar desampa-rados a los árboles, siente pena por ellos; los pueblos se entristecen. Entonces, con su imperturbable canto amo-roso, reconforta y fortalece las comunidades; asoman las piedras, los gusanos y los insectos gimen ante el destello de la vida que brota de las milpas, adornadas de las hier-bas verdes que gimen ante la sutil caricia del agua.

Los niños juegan mientras abuelos y padres dan gra-cias reverenciando al astro solar, pues ya deja caer sus flechas colmándolos de energía; a lo lejos los volcanes y las extensas montañas asoman; madres y abuelas dan gracias a la vida dentro de sus cuartos, hablan con el Fuego; las lla-mas escudriñan el tejado, gimen ante la caricia del aire…

El Viento, enternecido, acaricia las flores y les canta al oído:

La primavera florece,no vino solavino con su canto,

dulcemente nos trae su aliento perfumado,reverdecen todas las hierbas

la sonrisa de las flores y de los arroyos, entablan conversación con la Naturaleza;

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del vientre de la Tierraemana una luz,dulce, fragante.

Entre el vaho de la vida se fortalece su espíritu creador,su palabra es su mismo acto.

Th’ony muere,nace el Gran Padrese ilumina la esperanza.

cuando termina de cantar, las personas sienten el susu-rro del Silencio; gime el Tiempo, el espacio entiende el palpitar de la vida… El abuelo th’axi Yh’o (Lobo Blan-co) queda conmovido; mira el Río que corre, se deleita de él y responde:

—¡ahhh…! Somos de esta tierra de heridas y espe-ranza. Por ello dormimos en paz sobre el pecho de este Suelo; conocemos el susurro cuando desprende su calor; su aliento da vida a nuestros caminos.

”En nuestros montes, al ver su aura y escuchar su sonido, realizamos nuestras ceremonias, porque enten-demos su espíritu elevado; son el aliento primero, ellos son nuestros lugares sagrados, saben de nuestras vidas y representan la dignidad de nuestro pueblo.

El abuelo Th’axy Yh’o mira su derredor; después se encamina sobre el sendero que zigzaguea hasta su choza, que está en la cima de la Gran Montaña. Las ardillas lo miran atentamente y ondulan la cola para saludarlo, lo observan con expresión de alegría desde la cima de una roca, le advierten que unos visitantes aguardan en el interior de su choza.

—Gracias, hermanas ardillas, por avisar que me visitan.

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Mientras, descarga de su hombro un haz de leña. Las otras ardillas dan la bienvenida a la visita, como lo hacen con todos los que llegan a ver al Sacerdote otomí.

El Sacerdote levanta cariñosamente una ardilla y la coloca suavemente en el tronco negro de un pino de ocotal que está cercano a ellos; cuando el abuelo cruza la puerta de la choza, la ardilla ya ha trepado hasta la rama más alta; la siguen las demás.

Las personas que lo visitan duermen con la cabeza apo-yada en la mesa del abuelo. th’axy Yh’o piensa que deben venir de lejos pues están muy agotados. Después de mirar-los sale para recoger la leña que había traído, recoge una brazada y la descarga en una esquina de la cocina. El Sol se pone temprano en estas altas montañas durante las tardes de la primavera; el Aire de la Montaña ya está frío por la no-che. coge varias hojas secas y las coloca en el centro de la habitación, dentro del Círculo de Piedra; mientras enciende el Fuego con el pedernal, escucha un murmullo somnolien-to que llega del rincón donde se encuentra la mesa.

—¿El abuelo th’axy Yh’o?La voz es de uno de los visitantes que ha despertado,

pero el tono de su voz parece de otra región, como de los del norte; vienen de la comunidad de los Wirxarica, son sacerdotes que están preparados para la ceremonia del pueblo otomí.

—Sí, soy el abuelo th’axy Yh’o, que la paz del crea-dor ilumine sus hogares y dondequiera que se encuen-tren, hermanos.

responde y permanece arrodillado junto a la Hoguera.—Y contigo, abuelo. Venimos a visitarlo, nos reco-

mendaron pasar contigo en esta Sagrada Montaña, donde vives –responden los visitantes Wirxaricas.

—Bienvenidos, hermanos, en cuando se encienda el sagrado Fuego, les prepararé una comida. tengo carne seca y frijoles –dice el abuelo otomí.

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—nosotros también hemos traído comida –comenta el visitante; después señala una bolsa de manta, que está colgada de una viga: queso, carne y frutas. El Fuego arde con fuerza y la habitación se llena con el aroma del ocote. El humo asciende hasta el techo de madera y sale de un agujero; la luz de la Hoguera se refleja en los ojos de los visitantes. Ya los otros han despertado y están acompañando al Sacerdote otomí.

th’axy Yh’o pone la olla al Fuego y coge la bolsa de comida que han traído sus visitantes, corta las cebollas y algunas zanahorias, las pone en la olla, espera un tiem-po, después pone la carne, le agrega yerbabuena; al paso del tiempo se llena de un sabor exquisito, abre el apetito de los moradores. El Sacerdote sirve a sus visitantes, se llena de recuerdos… Los niños corren por las zanjas, mientras el Sol se refleja en el Agua bajo sus pies. La imagen se desintegra de repente, de la misma manera que se habían fragmentado en las sinuosidades del agua, aquellas otras tardes de antaño.

Los visitantes reanudan su diálogo.

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V

El vIento helaDo visita una vez más las montañas, de sus entrañas suena la música; ahí florece el aliento perfumado del Ojo de agua. Los campos complacidos sonríen; el Fue-go brota de la tierra, el trueno cae ensordecedoramente sobre los campos, las aves y los insectos se acurrucan; un Destello choca sobre una Montaña rocosa, cruza el Bosque, después ilumina el cuerpo del pequeño: ésa es la señal para el niño otomí, que es cobijado por el trueno para que co-nozca su destino. Los ancianos y el Sacerdote lo entienden; el pueblo conmovido recibe la señal en la profundidad del alma, Ser humano-Naturaleza se hacen sustancia de vida; la palabra destella como la cima nevada.

Sobre la Sagrada Montaña, las estrellas iluminan y cortejan las esencias del Universo; el Viento juguetea con las hojas de árboles que tintinean con el canto de los tambores…

Desde hace tres días, en la comunidad de tchz’untchz’u Dhëny (Pájaro de flor, Colibrí), la abuela Kh’axty Tchzö (Estrella amarilla) se encuentra efectuando la ceremo-nia de bienvenida para el niño. Entre ellos se encuentra el abuelo Huentzuy (Espejo de noche), que es de la comu-nidad de Th’ony; llego siete días antes, junto con tres jó-venes, para preparar con la comunidad de tchz’untchz’u Dhëny la bendición de ese niño y su familia, ya que será guía del pueblo.

así pasan siete días. Entonces la comunidad Hininy (Pueblo principal) realiza la peregrinación al pueblo

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donde se encuentra el centro ceremonial de Döny Kh’a (roca sagrada), para que th’ony sea ofrendado al Espí-ritu de la vida; él ya lo esperaba desde antes que germi-nara en el vientre de la madre. Los peregrinos caminan por veredas, pueblos y montañas; llevan flores y trozos de ocote para ofrendarlos en el centro ceremonial. Los otomíes de ese lugar han danzado Día y Noche; alegres esperan la llegada de la comunidad que lleva en pere-grinación al niño, futuro Sacerdote Otomí; entre el rezo del th’udhë (caracol), del th’urzä (tambor de madera) y la danza, la comunidad, alegre, prepara comida para la fiesta. Los jóvenes, con entusiasmo, días antes fueron a las montañas y juntaron Leña; la han apiñado para encender el Fuego.

Se escucha el saludo del caracol, las aves revolotean en los nidos que adornan los árboles, mientras sus ramas se desparraman en borbotones de sombras, iluminadas por la Lluvia solar, que anuncia la llegada de la comu-nidad que custodia el niño Th’ony; los niños corren a curiosear… Las ancianas del lugar, vestidas de gran co-lorido, entre cantos ya esperaban a los recién llegados; de repente dejan de cantar, aguardan por las demás personas que se acercan a ellas. Inmediatamente se forman con los regalos que traen en las manos: son artesanías que han realizado especialmente para sus visitantes. En el cielo danzan colibríes; al mirarlas danzar, los ancianos se que-dan imperturbables mirándolos, están en alta sinfonía con el Universo. Al regresar y ver la emoción que reflejan los rostros de la comunidad que acompaña al niño th’ony, estando con el alma en un hilo, dicen las abuelas:

—Que la luz ilumine sus hogares y dondequiera que se encuentren. Sean bienvenidos a nuestra comunidad, hermanos.

Los peregrinos se detienen, observan el Bosque lleno de árboles… La comunidad generosa de tchz’untchz’u

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Dhëny hace dos filas, las jóvenes mujeres tienen en sus manos collares de flores silvestres; en medio de la va-lla humana van los padres del niño y sus parientes más cercanos; después las jóvenes y las abuelas del pueblo anfitrión sahúman a los visitantes. Posteriormente, con ceremoniosidad, cuelgan los collares de flores silvestres en el cuello de los recién llegados; los padres de Th’ony y la comunidad que lo acompañan miran al cielo… Dan gracias; más tarde, nuevamente saludan con respeto al pueblo tchz’untchz’u Dëny:

—Que el creador los llene de sabiduría. Se encaminan al centro de la población; alrededor del

fuego danzan y entonan cantos. Las jóvenes, respetuosa y solemnemente, echan copal en el fuego, que en su rededor está adornado con flores del campo. Al terminar sus dan-zas y cantos, con sus ojos plenos de luz dicen las abuelas:

—¿Sabes, niño nuestro? Hoy estamos alegres, nues-tros Padres Grandes, y el Gran Padre, te entregarán al cielo y a la tierra, para que te llenes de su sabiduría, y así puedas guiar a nuestro pueblo.

callan. todos en silencio observan por dónde sale el Sol: cruzan parvadas de calandrias. En el campo las flores sonríen, las aves danzan y cantan con distintas tonalida-des en las ramas de los árboles. En seguida los abuelos que acompañan a th’ony lo entregan a los ancianos sa-cerdotes de la Nación Otomí; después una joven lo toma entre sus brazos, se encamina junto con los ancianos y sacerdotes a la Montaña Sagrada, donde se encuentra el centro ceremonial. Se extiende un pausado silencio en la cima de las altas montañas; concentrados en la gran fiesta pudieron percibir el cercano rumor del Bosque. El niño, que sería ofrendado al universo, era llevado entre danzas. Los sacerdotes y sus acompañantes, sin percatarse del tiempo, se embriagaban de confianza; sus almas se llenan de un suspiro tan profundo como la Noche estrellada; ya

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se observa la luz de la Luna; se colman de esperanza. al llegar al lugar escogido, se encaminan a la entrada de una cueva que se encuentra por donde sale el Sol. ahí se detienen. El cielo brilla resplandeciente, su luz es clara; los cantos del pueblo, del caracol y los tambores chocan con las montañas, parecen al rugido del Jaguar, que truena acompañado del Viento; calla el canto del Pá-jaro nocturno; las rocas y el Cielo se llenan de gozo. En aquel momento, a la entrada de la cueva piden permiso para entrar y le ofrendan fruta y pan de fiesta que llevan en canastos; las jóvenes danzan en círculo. En medio los sacerdotes rezan al Creador, y el niño parece dormido; un joven toca el tambor de madera; pasa un Viento, las hier-bas y los árboles mecen sus ramas; se estremece la Tierra, el Viento regresa y trae la frescura de los ríos. El joven deja de tocar el tambor. abren el círculo, por ahí salen los sacerdotes, que llevan en brazos el niño; posteriormente, entre cantos y Humo de sahumerio, flores y rezos, los ancianos y los sacerdotes conducen el niño al interior de la cueva. En este sagrado lugar sólo entran los sacerdotes y unas cuantas personas; ahí, con devoción, nuevamente rezan ante un altar de piedras rojizas:

Sagrada Montaña,Aliento de nuestra palabra,recibe nuestros cantos y danzas.

Ya renace la palabra de nuestros ancestros,susurra el alma de la Milpa,florece el aliento de las floresen el Agua hecha Roca…

Cobija con tu grandeza nuestro niño, tu niño,pues él es la semilla desnudaque embriaga nuestra memoria…

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VI

DesPués De Invocar al creaDor de la vida, con ternura toman al niño, le cambian la ropa que lleva puesta, delica-damente pintan su cuerpo con los colores sagrados: rojo, amarillo y negro… todos quedan en total silencio, una abuela lo empapa con el Humo del sahumerio, después se acercan a un ojo de agua y lo ofrendan… nuevamente guardan silencio unos instantes (parece una eternidad). Después se dirigen a los presentes con estas palabras:

—Estos colores son la esencia de la vida, son el sus-piro de nuestros primeros padres.

cuando terminan de ofrendar al niño, con la ropa y los colores que simbolizan la Filosofía-teología del pueblo, se introducen más al fondo de la Cueva; frente a ellos, sobre una gran roca, se encuentra pintado un Trueno color rojo y amarillo; al mirarlo, el anciano y una joven se inclinan e impregnan el lugar con el Humo del sahumerio; el Sacerdote y sus acompañantes besan la Roca; él dice:

—Esta pintura representa el sagrado trueno, simbo-liza la raíz para el pueblo otomí, es la primera palabra del creador, es la primera palabra de la vida.

”Debemos recordar la historia de nuestras ciudades ocultas, en los cerros y montañas. Debemos recordarlos en la intimidad de nuestras almas; llegado el tiempo fue revelado el misterio de nuestros pueblos, recordado aun después de muchos soles. Los civilizados no saben de la tierra ni de nuestro cielo, pues estos lugares son un misterio para ellos; ¿qué saben ellos de nuestras milpas

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y de sus habitantes? ahhh… nosotros conocemos sus cantos, sus rezos; ¿ellos qué saben de nuestras lluvias, del aliento de nuestras flores, del canto de nuestras aves? Mas, ellos gozan de lo que producimos con nuestro su-dor. Ha llegado el momento de liberarnos, ya es tiempo de liberarnos de este mal.

El abuelo mira el cielo, sus ojos destellan el coraje y la dignidad pasada y presente. Mira a los presentes, recorre la tierra con la vista y nuevamente dice:

—Los civilizados hicieron que nosotros seamos extranjeros en nuestras propias tierras; han hecho que nosotros los pueblos de estas tierras compremos con nuestra sangre cada Grano, cada Fruto, siendo que no-sotros somos los herederos reales de esta tierra, de este cielo…

”nosotros somos el alma de esta tierra y de este cie-lo, nosotros alimentamos su Semilla y sus raíces y nos alimentamos de ellas. Escuchen las voces de nuestros guerreros que nunca duermen; se desprenden de las altas montañas: nosotros somos su fruto…

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VII

El sacerDote Y un joven encienden el fuego; en el inte-rior se maravillan de los sucesos; es elocuente el susurro de las rocas, el Fuego, las flores; los acompañan siete lobos, siete coyotes y siete águilas, que se unen a los an-cianos y sacerdotes en sus danzas y rezos; nuevamente queman copal en un sahumerio. El abuelo recorre todo el cuerpo del niño con él; el Humo se expande dentro de la cueva, absorbiéndose en las plegarias…

Gran Creador de la vida, expande tu aliento sobre este niño y tu pueblo. Bendice su espacio, su tiempo…

Él proviene de la Tierra y del Viento,el eco del Cielo funde su nombre,es la voz del espíritu que nunca calla…

Padre Trueno, tu palabra es el Fuego que ilumina sus sueños, la palabra se enciende en su boca.

El futuro de nuestra Tierra y nuestro Cielodepende de nuestra unión, de nuestra paz,despiertos luchemos por nuestra sangre.

Hoy las flores desparraman el aliento del Viento,somos la Gota de agua que refresca la vida,el rostro de las rocas, somos el olor de la Tierra…

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Por último, destapan el canasto donde llevan la Fruta, el Mole y los panes de fiesta; los sahúman y los ofrendan:

Espíritu de la vida, Tú que sabes de la vozy el calor de las entrañas del Padre Trueno, recibe esta ofrenda, que brota de la Tierra,

han florecido con nuestras manos,regados con nuestro sudor; por eso brota el Ojo de agua que enciende las pupilas de la Tierra, nuestra Tierra,

como el aliento de la Tierraque brota en su voz,en lo más profundo de sus entrañas.

El alma de la Tierra aspira que nosotros entendamos su nombre, pues es nuestro nombre.La Tierra es nuestro destino, en ella florece el pueblo.

Escucha… Lo susurra el eco con nuestra designa-ción,es la misticidad del espíritu, su voz nunca calla,brota en los ríos, en las montañas, en las rocas.

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VIII

Los aBuelos Y aBuelas danzan, entonan cantos guerre-ros, sus rostros parecen perdidos, están en otra dimen-sión; el pueblo otomí es acompañado por los sacerdotes enviados por el pueblo Wirxarica (huichol). Ellos ofrecen Tabaco y Peyote a los presentes; caminan en círculo y se detienen frente a un sacerdote del Pueblo Otomí; uno de ellos pide al creador de la vida por que el Pueblo otomí sea bañado con la esencia del Universo; después, dice estas palabras:

—Hermanas y hermanos del gran Pueblo otomí, en nombre del pueblo Wirxarica les ofrezco este sagrado Peyote, pues es el alma de nuestra nación; cuando brotó de la sagrada tierra, el Viento lo acompañó, susurrándo-le cantos al oído de esta manera: Ustedes son la fulgura-ción del alma de este sagrado mundo; son la sangre que llora enternecida por el ser humano, por cada alma de esta madre Tierra.

Las palabras se disolvían bajo la mirada de las es-trellas, la palpitación del universo seguía conmoviendo al Viento; los partícipes de la Ceremonia de iniciación danzan entre el Humo del sahumerio: parecen elevarse. nuevamente en sus rezos piden al padre trueno reciba las ofrendas de fruta, pan, carne y la vida del niño, quien llevará su nombre.

Después la comunidad canta:

Este niño es sangre de tus huesos,

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cuando llegó floreció la Tierra,reverdecieron las milpas,las montañas enternecidasdijeron entre los susurros del Viento:

Tanto es la vidaal desparramar la vida,este tu niño es la sinfoníade tus entrañas…

cuando terminan de ofrendar el sagrado alimento, ha-cen un agujero a un lado del Fuego, echan ahí todo lo ofrendado. Posteriormente sobre él rocían la ceniza y los pétalos de las flores; en seguida las cubren con Tierra…

antes de salir los ancianos con el niño, se despiden de la montaña:

—Ya nos vamos, Madre Montaña, Madre tierra, les dejamos estas sagradas ofrendas, para que no se pierda nuestra tradición, ayuden y fortalezcan a nuestro niño por su camino.

Salen. todas las personas que se encuentran fuera de la cueva los acogen con danzas y rezos que reali-zan alrededor de una gran hoguera… El cielo calla, sus luces quedan inmóviles. En la tierra algunas hormigas se arrastran con sus murmullos, las gentes enmudecen ante la expresión del cielo, miran al niño y sus acompa-ñantes, entonces poco a poco aumentan los murmullos de alegría. En el cielo se extienden más las manchas plateadas. Alrededor del lugar donde se realiza la fiesta, los jóvenes están mirando el cielo con una vida que para otros pareciera extraña; lo miran con suavidad y cariño. El cielo, en su calma, es impresionante, el pueblo siente su hálito fresco. Las montañas se regocijan después de haber sentido la caricia de las sombras; en esta Noche,

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dentro de este lugar, se oculta una gran fuerza concentra-da. En el cielo azul las estrellas con alegría han escrito algo solemne, que encanta el alma, que aclara la mente, pues ya recibió una revelación dulce.

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IX

allá en la PlanIcIe, los pueblos todos dormitan, con somnolencia tensa y ligera; pareciera que al día siguiente todo se estremecerá, ante el canto de una bella melodía, llena de sonidos de inefable dulzura. Esos sonidos relatan los misterios del universo, aclarando las mentes. Enton-ces éstas se encienden y apagan en el mundo la ilusorias fogatas, llenando de vida el alma humana, elevándola muy alto, hacia el abismo azul oscuro, encontrándose con las sonrisas brillantes de las estrellas, con los tonos de la Música celestial, revelándonos la vida.

Pasaron las horas. una voz temblorosa se escuchó en una cabaña. El tiempo había sacado una abuela de su soledad: era chala Guy, una vecina del niño th’ony. al mirar el Sol salir por las montañas, ella dijo que la espe-ranza había vuelto a su pueblo, a pesar de que se sentía muy sola desde niña. No quería morir sin ver al niño; no pudo asistir a la fiesta porque estaba enferma, tenía la impresión de que encontraría al niño ya de regreso a su comunidad. De pie hizo un esfuerzo por acariciar un Lobo que siempre la acompañaba: desde hace mucho tiempo lo había domesticado. Vio pasar tres venados, tres coyotes y tres águilas rumbo al bosque, pues ella ya no vivía en la comunidad de th’ony, hace mucho tiempo que se había retirado al Bosque, para meditar; ahí iban las personas para curarse con ella.

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X

al tercer Día el Bosque vibraba de alegría: el canto de los pájaros salía de los ramajes de los árboles; sobre el pasto verde se arrastraban por doquier cientos de cama-leones; el Pueblo Otomí los conoce como Mody huahy (Cuida milpas); parvadas de águilas revolotean en el cielo. Más allá, por donde duerme el Sol, parvadas de zopilotes danzan; alrededor del Fuego los ancianos y los sacerdotes cuentan leyendas a niños y jóvenes; algunas otras personas danzan y otras más preparan alimentos. antes del mediodía el pueblo otomí, entre cantos, se en-camina a un Ojo de agua sagrado; éste está rodeado de árboles de distintos tamaños. De las rocas cuelgan diver-sas flores. Ya al mediodía, Th’ony es bañado con el Agua que brota de la Montaña. Las ancianas y los sacerdotes realizan la ceremonia entre rezos, mientras los colibríes los acompañan con sus cantos.

El Sacerdote escribe los dos nombres del niño en la Tierra, a un lado del Fuego; después se pone de pie, mira la Tierra, se hinca y reza; nuevamente se levanta, mira al cielo y ofrenda al niño. al término mira al pueblo y le dice sólo un nombre, con el que lo conoce-rán durante su niñez y juventud; el otro lo guarda y lo dice al oído del niño. Sólo ellos dos conocen el nombre que llevará para siempre en su vida. El pueblo observa al Sacerdote: pareciera estar en otro lugar, pero está entre estas montañas de espeso bosque; después de un tiempo en meditación, toma tierra –donde escribe su nombre–: riega una parte en el Fuego; otra parte la deja

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caer en el río que pasa cerca de ellos, así siembran su nombre.

De la Noche brotan más estrellas; la inmensa Luna pasa lentamente por el cielo, bendice los bosques, los ríos, la tierra. El Fuego alumbra el rostro angelical de la madre Kh’axty Dhëny (Flor Amarilla), quien dice:

—Buen presagio trae esta noche, abuelitos.—Sí, eso es lo que canta la naturaleza… –dice ny

tchzivy (Danza de Fuego). así pasan otra noche más. cuando salen las estrellas

ny tchzivy observa la tierra que está adornada de hier-bas y flores. Enfrente de ellos se ve la Milpa encendida de las flores de muerto. Las flores de calabaza dormitan: siete mariposas blancas y dos mariposas monarcas duer-men en ellas. En la lejanía se ven las otras montañas; en ellas suben los autobuses, serpenteando los caminos que se dirigen a la ciudad; nuevamente Ny Tchzivy se delei-ta al mirar incomparables insectos que surcan el aire. Sólo en las noches se observa su destello, pues son las luciérnagas; baja la vista, se arrodilla y toma un puño de tierra. Maravillado dice:

—nuestra tierra es bondadosa.El pueblo lo repite con su pecho ardiente, seguros

porque la tierra es, por la eternidad, la madre que les dará la tortilla; los árboles entregan sus hojas a la Sombra, y ella está ahí danzando alrededor del Fuego; el joven tzandigha (Lagartija) enciende un Madero de ocote. Después otros tres jóvenes se encaminan a los cuatro puntos del lugar y plantan otros maderos de ocote en la Tierra; otros cuatro jóvenes dejan siete maderos más a un lado de cada antorcha, para reponer cuando se acaben los otros encendidos. El ambiente regocijado inflama su alma por el aroma de los ocotes encendidos. La comunidad, ante este portento de la vida, embelesada bebe el néctar de los ojos de agua, de los ríos y de los

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magueyes… además disfruta de la comida, carne de vaca en mole rojo y verde; han formado un círculo alrededor del Fuego; entonces los ancianos cuentan las leyendas. Los niños están atentos, algunos duermen en las piernas de sus padres, otros son arrullados por las madres; se escucha el aullar de los lobos y los coyotes. a la Luz del fuego y de los ocotes encendidos, las sombras de los árboles forman imágenes. Más allá se encrespan otras sombras, los tallos de las plantas danzan animosas y saborean en sorbos el sereno de la noche.

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XI

antes De la meDIanoche, la mayoría de las personas se van a dormir, sólo algunos jóvenes y algunos ancianos se quedan a velar el Fuego; la joven Dhëny (Flor) mira el Fuego: le viene un dulce recuerdo, entonces cierra los ojos… Mira a su abuela tejiendo su ropa, sí, ella le cosió y tejió los coloridos pájaros y flores que adornan su ropa de manta: su abuela combinó la multiplicidad armoniosa de los colores. Dhëny, sabe hilar y tejer también pero, ante este gran acontecimiento vivido, la abuela le pidió que le permitiera hacerle su ropa. Mientras la abuela tejía, la madre de Dhëny, sentada junto a su padre, abra-zaba a otro de sus hermanos, el más pequeño. Eso lo hacían en la noche, pues en las mañanas, antes de que salga el Sol, se encaminan juntos a trabajar la Milpa.

Mirando el Fuego, escuchan el canto de numerosos pájaros nocturnos; han comenzado a cantar en el Bosque, sobre los ocotales, cedros y sabinos. En frente de ellos, brota un Ojo de agua rodeado de flores de amapola y flores de muerto. Entonces la imaginación de Tzandigha va hacia ellas y dice a la joven:

—Dhëny, del ojo de agua brota el canto de la tierra, esas flores que lo rodean son su alma, el alma de nuestros abuelos.

—Son el reflejo de las estrellas, Tzandigha –respon-de ella.

arriba sonríen las sombras. un Viento frío aletea, los envuelve endureciendo la piel de sus rostros, a pesar del Fuego encendido; el olor de las hierbas medicinales

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(como la manzanilla y el pexth’o) refresca sus almas. En el cielo palpitan con majestuosidad las estrellas. Están tan cerca: uno puede tocarlas y entablar conversación con ellas; eso es lo que sienten los que están despiertos, disfrutan su aliento. El abuelo th’axthe (Montaña Blan-ca) deja correr unas lágrimas y, con emoción, dice:

—¡Qué cercanas están las estrellas! Surgen como las luciérnagas, sonríen a la tierra inflamando el alma del Ser humano, del verdadero Ser humano.

con emoción responde chala Guy (Preciosa nube):—Sí, es majestuoso el resplandor de los cielos,

magnificentemente se extiende sobre la oscuridad de la tierra y plasma besos a las plantas, las rocas, al Fuego…

Tres días y sus noches duró la fiesta. Para las perso-nas que participaron en la sagrada ceremonia, el tiempo se les hizo eterno; querían que no se terminara, pues ello les llenaba de dolor. al mismo tiempo, les reconfortaba por los grandes acontecimientos…

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XII

El sol alumBraBa los bosques, estaba a gusto por sentir el alma guerrera de este pueblo, no se cansa por estirar los brazos en esta Tierra; de este modo, en la comunidad otomí el futuro Sacerdote, el niño th’ony, cumple sus siete años, en medio de ritos que le permitirán ser el sacerdote de un pueblo; después de este ofrecimiento co-mienza su gestación espiritual con los abuelos, para ser sacerdote de su comunidad; entre montañas y volcanes le enseñan una porción del arte de la medicina, astronomía, lengua y cultura; crece lleno de vitalidad, los ancianos de su pueblo lo encaminan diariamente hacia donde el sol nace. caminan a la vera de los ríos, ascienden las monta-ñas –siempre llenas de vegetación; el color de la Tierra se pierde ante las hojas, ramas de los árboles y hierbas; de estas montañas todos los años brotan árboles, arbustos y flores; cuando los visita el Viento entonan melodías susurrantes; sus visitantes rezan ante la penumbra–; la vegetación se inicia desde abajo, sigue las laderas de los cerros y montañas, trepa sobre las rocas y sigue los arro-yos que bajan a las faldas de las montañas.

casi sin darse cuenta, los ancianos y el niño ahora están sobre los peñascos mirando los alrededores, llenos de vegetación; abajo, en la planicie y sobre montes no tan empinados, se ve el pueblo sembrando maíz.

Los árboles hacen tintinear sus hojas; sobre las ve-redas se oye el berrear de los borregos que los niños y mujeres llevan a pastar. a ratos se detienen para comer algunas hojas, después husmean distintas direcciones;

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los niños hacen tronar sus chicotes y los perros ladran para arrear los borregos. Estas montañas han sabido del esfuerzo de los pueblos para caminar y entender la vida, ellas entienden porque también aquí nacieron por siglos. Han convivido con todo lo que los rodea: sus cerros, sus lomas y cañadas han visto florecer el amor de la naturaleza, por eso cuando llega el hombre a visitarlos enseñorean el pasado, despiertan sus recuerdos de los días transitados; al ver a los hombres encienden su alma, siempre es un nuevo y jubiloso encuentro…

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XIV

El nIño, junto con sus abuelos, en medio de la comuni-dad y entre el transcurso del tiempo, masca su lengua… Th’ony nace en esta Tierra, donde florece el canto de sus ancestros, cobijado con el aliento del Viento; en este Cie-lo es donde su voluntad florece, su alma de niño guerrero y sacerdote se ilumina. En esta tierra, su espíritu se convertirá en viento afilado; capaz de introducirse en el pensamiento de cada ser de la naturaleza, arará el Surco del que nacerán frutos, su voluntad será un volcán y su raíz el fruto de la tierra, su Madre tierra.

Ya joven, conoció su cultura, participó en las cere-monias, le fue dado el conocimiento para curar; en las noches le enseñaron a leer los astros, a comunicarse y sentir cada parte del universo… Se llenó del mundo de las visiones familiares, de los sacerdotes, quienes lo entrenaban para ser un guerrero. Vivió recorriendo cada rincón de su pueblo, por ello conoce los centros ceremo-niales de las distintas regiones (desconocidas hasta hoy por las personas comunes). Durante su crecimiento las ciudades van invadiendo las milpas, las fábricas envene-nan las zanjas; en cuestión de meses, las hierbas y los árboles se esfuman, hundiéndose en el pasado, perdién-dose en la distante ciénaga de la memoria. La tierra mo-ribunda recuerda el paso de cada pueblo, de cada historia. recuerda las ceremonias y el paso de los jóvenes gue-rreros, que transitaban distintos lugares; se estremece al acordarse del colorido de las besanas, de las milpas llenas de abundantes flores. Los pájaros de distintas tonalidades

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saltaban y se alimentaban de ellas. La tierra se hacía más árida; los abuelos y las abuelas en sus plegarias avistaban una pequeña luz que, al paso de los tiempos, se hacía más clara, más sonora.

Una Noche, hacia finales de febrero, el Cielo se llenó de nubarradas nubes, después empezó a caer co-piosamente la Lluvia. th’ony estaba en el interior de una Cueva; sus oídos creyeron oír poderosas cataratas en los acantilados. Había caído Nieve el día anterior; ya empezaba a fundirse y llenaba los surcos. th’ony apro-vechaba esa cueva para la contemplación. Se llenaba de tranquilidad y se fortalecía para poder caminar y seguir su sendero –que ya estaba trazado–; ahí sus rezos alcan-zaban profundidad permitiendo que su alma y su cuerpo entendieran la vida íntima con el universo. ningún so-nido o visión lo distraía; la oscuridad del interior y del exterior se fundían en él siendo uno solo; su cuerpo y su espíritu se fundían.

En este mes de febrero se había celebrado la ceremo-nia de las siembras; los pueblos habían ofrendado a los ojos de agua comida abundante, en los cerros y caídas del agua abundaban las frutas y la comida que se había preparado para ellos.

con cuánta dulzura recordaba el futuro Sacerdote el agradecimiento de los pueblos a la Madre tierra. th’ony empezó a rezar a la tierra, al creador, por los abundan-tes frutos que da la naturaleza a pesar de los malos tratos que le dan los “civilizados”. El futuro Sacerdote otomí pensó en las enseñanzas que le dieron sus abuelos y los sacerdotes; su tarea es y será velar por la cultura de un pueblo, ese pueblo que ha resistido y que desea compartir su visión de vida al mundo.

Mientras reza, la oscuridad va cediendo paso a paso, gradualmente, a una suave luz amarillenta; se va llenan-do la cueva de esa luz hasta resplandecer más que el Sol.

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th’ony pensó que estaba nuevamente en la ceremonia de año nuevo, pues se vio a sí mismo en un bosque de árboles con sus ramajes llenos de hojas, donde cantan un sinnúmero de pájaros. En ese bosque el futuro Sacer-dote ve a una joven mujer ataviada con su indumentaria Otomí; va descalza y lleva un bebé en sus brazos. Se encamina lentamente hacia th’ony y sin decir nada le ofrece al niño. Extiende él los brazos –siente un ligero temblor–, pero la sonrisa de la mujer lo tranquiliza; coge la criatura y la estrecha contra su pecho. con mucha sua-vidad apoya sus labios en la cálida mejilla; entonces le parece que su alma se disuelve, se llena del verdor de los campos y se enciende con el Fuego de la vida. Su alma se llena de un ardiente éxtasis; como en la ceremonia que vivió en su niñez una corriente eléctrica le recorre su espalda, vibra todo su ser…

una luz sube hasta la base de su cráneo. ahí estalla una luz amarilla que sale a través de su cabeza; siente la presión de la energía en sus globos oculares. Mantenien-do sus ojos cerrados observa cada parte del lugar que lo acoge; la luz amarillenta continúa expandiéndose, más allá de los confines de su cuerpo, para iluminar el Lugar. La luz se desliza por los rincones de la cueva, sale y se funde con la Luz del exterior. Su carne, los árboles, las aves, los insectos, los gusanos, la tierra: todo se forma con su resplandor. nada sino luz, dentro, fuera… Ya agotado, se recuesta boca arriba, observa la altura, con la sensación de que pierde el conocimiento; trata de comprender y asimilar lo ocurrido, a veces siente que pierde el conocimiento por una grata alegría.

cuando en su ser llega la normalidad, aún continúa recostado. La mujer y el niño han desaparecido, la cueva ha vuelto a estar oscura, como antes, pero ahora se ve una luz entrar por un agujero. Se acerca uno de los com-pañeros que han estado fuera velando su meditación; se

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escucha el crujir de las ramas y de las hojas, tras él cami-nan otros dos jóvenes y otras personas, ante el resplan-dor que salió de la cueva, sintieron que algo majestuoso pasó y quisieron ir a saludar a th’ony. Lentamente se acercaron al joven y futuro Sacerdote, lo rodearon; tres abuelas llevan Sahumerio, los abuelos encienden Fuego, empiezan a danzar alrededor de Th’ony; se escuchan los cantos, otros rezan.

Pasaron unos minutos. Después los ancianos, junto con las ancianas adelante y posteriormente los jóvenes, se arrodillaron frente del joven y dijeron:

—Los astros y nuestros sacerdotes nunca se equi-vocan, Pequeño Padre, tu luz invade nuestro pueblo y nuestra alegría aumenta.

El Fuego sigue crepitando, el lugar se llena del alien-to del copal, sale a la intemperie y el viento lo disemina en los pueblos, bosques y milpas.

Todos guardan silencio; las abuelas dejan los sa-humerios en el suelo, extienden los brazos. todos son iluminados por el Fuego, unidos por las manos forman un círculo: el Pequeño Padre está en el centro. Durante varios minutos permanecen de pie, en absoluto silencio. un cálido viento entra al interior, las almas de los presen-tes se reconfortan; el pequeño padre se estremece y dice:

—Demos gracias por los acontecimientos que unen y unirán al pueblo en nuestro destino.

con la unidad del pueblo y en la comunión de su cultura, entendieron que serían capaces de resistir, de transmitir cada palabra, y ésta encendería el alma de su pueblo y el de los otros pueblos.

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XV

El valle, Inmenso, siente el aire tibio que se deleita ar-dientemente a orillas de los acantilados. Suspira tierno, está despierto y se desliza en la lejanía; la Luna lo con-templa con su brillo plateado, se funde en el horizonte del Cielo; tierno, tranquilo, refleja la tela transparente de las nubes suaves.

Las estrellas, hechizadas, parpadean; la Tierra gime… Más allá, el agua del río permite que las rocas gocen de la leve caricia.

Soplaba un Viento seco, empujaba la Brizna. Ya al atardecer, ardía el Cielo; bajo el Sol las hierbas se quebra-ban sin sangre. En la lejanía, las aves de vez en cuando revoloteaban en el cielo. algunas bestias se tumbaban en los patios: eran fastidiadas por las moscas; más allá, por donde sale el Sol, los perros con desgano intentan ladrar.

Los Wirxaricas, verdaderos guardianes de sus tradicio-nes, habían entablado desde su llegada a esta tierra una radiante hermandad con la Naturaleza; en sus tierras, donde duermen sus ancestros, en medio de la desolación de los desiertos y las rocas, existe una comunicación de respeto con la Naturaleza; la Naturaleza y ellos son un mismo lenguaje, un mismo destello; contemplar el alma de este pueblo es entrar en la inmensidad de la vida, des-cubrir nuestro entorno natural. Del mismo modo, bajo el cobijo del Viento y del Sol, entre los bosques brotaron sus casas y siguen brotando; desde entonces comenzaron a cultivar la Tierra; cuidaron del sagrado Peyote, que

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les canta en las ceremonias sagradas; sus pueblos son rodeados por las montañas, en la alborada y en la no-che; la bruma surge de las lagunas y del vientre de los bosques. Son tan densas, tan húmedas: se arrastran por toda la planicie y las faldas de los cerros; cuando llega el Viento, sube la Niebla hasta lo más alto de las montañas; el Viento se retira llegada la Medianoche, siempre se en-tiende con la Neblina; esto observa Uh’lu Temay (Arco y Flecha), gobernante Wirxarica. Una mañana, mientras desayunaba un pedazo de carne de vaca y fumaba un poco de tabaco, mira a su esposa Bella Luna: ella car-gaba en su espalda su hija, Bella Suspiro. Entonces un sentimiento alegre asomaba en el alma del gobernante. Juntos salieron y se encaminaron a las praderas, admi-raron la belleza de su siembra, que adornaba las milpas; atrás de su casa, en medio del Bosque se escuchó el la-drido de unos perros; por el camino que lleva a la cima de la Montaña miraron a cresencio arrear sus vacas. Él iba montado en su caballo, lo seguían cuatro perros; ante el canto de las aves, él las imita. Los demás cuidadores lo miran con gracia, pues ya están acostumbrados a verlo silbar igual que cada Ave; realmente es divertido ver a una persona de edad grande imitar las aves, pero lo res-petan por quien es y por su sencillez.

Llega la noche: la Luna se pone clara y redonda, el cielo está desnudo de nubes, la luz abarca los horizontes. uh’lu temay y el anciano th’axthe (Montaña Blanca) esperan la oportunidad para subir a la montaña y hacerle ofrendas; deseaban preguntar a la Sagrada Montaña por el destino de su pueblo.

caminaron lento, como meditando cada paso. En el morral del Gobernante Wirxarica hay Tabaco y Peyote, tortillas y panes redondos, especialmente para la cere-monia. El gobernante goza del cariño de su comunidad, pues siempre es prudente y sabio. Ese Día era un Día

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especial, por eso alegre y ceremoniosamente escalaba la montaña con el anciano th’axthe, de la comunidad otomí. cansados se detuvieron unos instantes para re-posar; contemplaron las rocas. El Sol caminaba y sonreía a los dos personajes; siguieron trepando. A medida que ascendían asomaban otros cerros y el Viento se hacía más helado; así llegaron a lo más alto, se detuvieron sobre unos pinos muy elevados, tenían siglos de habitar en ese lugar, el espíritu de la Montaña era el de ellos: sí, eran uno solo. El gobernante y el anciano th’axthe miraban a lo lejos; en la lejanía, bajo la luna, estaban sus amigos Siete coyote, Lobo corredor y el abuelo Roca del Desierto; eran de hábitos guerreros, celebraban un consejo mientras los principales señores del pueblo estaban en la cima de la Montaña para orar. La Monta-ña decía su voluntad, que es la del pueblo. Mientras la luna avanzaba lentamente y brillaban nítidas estrellas, uh’lu temay y el anciano th’axthe ya estaban en otra dimensión cósmica, de pie en la cima de la Montaña; el Fuego encendía y el Humo del copal se impregnaba en el ambiente. Entablaron diálogo con la naturaleza, se arro-dillaron y ofrendaron las tortillas, el Tabaco y el Peyote; de igual manera con solemnidad masticaron el tabaco y el Peyote. Se calmó un poco el Viento, disminuyeron sus fuerzas… Los susurros de cada ser se hacían sensibles al tacto del anciano Th’axthe y del gobernante; los cerros y los bosques parlaban; los dos hombres, ya estando en otro estado mediante la meditación, se dirigieron respe-tuosamente al tabaco y al Peyote:

—Sagrado tabaco, sagrado Peyote, ¿ya podemos preguntar?

El tabaco y el Peyote no respondieron, continuaron amargos. De pronto la faz del anciano th’axthe y del go-bernante se fueron adormeciendo sutilmente; sus cuer-pos sintieron un gozo tranquilo. Sus lenguas nuevamente

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probaron el Peyote y el tabaco, dulcemente el sabor invadió sus bocas. Se levantó el gobernante, mientras el anciano permanecía recostado sobre la tierra y rasaba. El gobernante entendió: el tabaco y el Peyote habían ha-blado, con su dulzura. Ya el gobernante podía preguntar. Estando ya de pie el anciano, y a un lado del gobernante, miró los cerros lejanos; le parecen más grandes que nun-ca. Gritó entonces con voz potente:

—Madre Montaña, Madre Montaña, ¿les irá bien a nuestros pueblos?

Se escuchó el silencio, después una ráfaga de múl-tiples ecos; el gobernante no lo entendió bien y volvió a gritar:

—contesta, Madre Montaña, mira que te hemos traído unas sagradas tortillitas, el sagrado tabaco y el sagrado Peyote, ¿nos irá bien? contesta, Madre Monta-ña, ¿nos irá bien…?

Sopló el Viento de las cuevas. al rozar los árboles se escuchó una confidencial voz; las palabras resbalaron del mismo espíritu de la Sagrada Montaña, estaban seguros de que no era un eco. La Montaña había hablado. El go-bernante tocó tres veces el caracol; el abuelo Th’axthe se acercó al Fuego Sagrado y le dijo:

—Gracias, abuelito Fuego, por permitirnos entablar comunicación con la Sagrada Montaña. Ella nos ha respondido, hemos sentido su palpitar, en su vientre se escucha el correr de su sangre, sus huesos son aún fuertes a pesar de las heridas que sufre a diario; te pedimos que recibas esta ofrenda que hemos traído con mucho cariño.

Mientras canta el gobernante Wirxarica, el abuelo Th’axthe ofrenda tortillas, Peyote y Tabaco al Fuego; al paso del tiempo los dos personajes danzan y cantan alrededor del Fuego. conforme avanzan las horas toman un descanso, contemplan la lejanía; el Sol ya está a punto de dormir. Se sentían distinto, pareciese que eran otros.

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Se encaminaron por donde llegaron, dieron gracias a la Montaña por haberles permitido realizar la ceremonia y por haberles hablado, les había indicado el camino a se-guir; bajaron, pues, inmediatamente de dar gracias. Les pareció muy pequeña la cuesta, embelesados aspiraban el alma del Viento nocturno, que cantaba y cantaba.

En las alturas asomaron las estrellas, la noche se es-tremecía por su somnolencia, por momentos las estrellas se acercaban más a la Montaña; los dos personajes aun vivían la sensación de la ceremonia, bajaban percibiendo todo lo que les rodeaba, comprendían más y más la noche y su palabra, en su camino tocaban y olían las hierbas y los árboles.

cuando llegaron a la entrada del pueblo, los dos se queda-ron mirando el firmamento, y se encaminaron a sus casas.

Las personas del pueblo los esperaban. Las ancianas los recibieron con cantos y comida; les dieron de comer, les dijeron que descansaran, pues el día había sido ago-tador. antes de entrar cada uno a su cuarto, se sintieron llenos de la esencia de la noche, de las plantas y de las luciérnagas; tuvieron la impresión de haber vivido en la Sagrada Montaña mucho tiempo. Fue una eternidad para ellos esos minutos de diálogo con el espíritu de sus ances-tros; la comunión del Tabaco, del Peyote y de la Montaña con ellos les permitió entender una vez más la palabra de la vida. El gobernante, antes de entrar a su cuarto de adobe y de madera, miró de nuevo la Montaña: la cumbre sagrada continuaba orando en su dimensión cósmica… Miró uh’lu temay al abuelo th’axthe, se inclinaron y dijeron:

—Sagrada Montaña, Sagrada Montaña…Ya a solas en su cuarto, el abuelo th’axthe dice:—todo depende del lugar que ocupa el hombre en

la tierra, si no entiende uno ese lugar, entonces la nube

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negra llenará su alma; por eso nuestro pueblo vive ligado a la sagrada tierra. Dormimos en paz ligados en nuestra esencia, su esencia.

”El Viento susurra nuestro canto, nuestro rezo; lo eleva al cielo, recorre la Luna y las estrellas, después baja a la tierra y acaricia el agua, las hierbas, los insec-tos, las flores…

Hace muchos años que el gobernante Wirxarica ha tenido relación con los sacerdotes otomíes; desde enton-ces se visitan y participan de sus ceremonias.

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XVI

El sol alumBraBa los bosques, estaba a gusto por sentir el alma guerrera de este pueblo, no se cansa por estirar los brazos en esta tierra; de este modo, en la comunidad oto-mí, el futuro sacerdote, el niño th’ony, cumple sus siete años, en medio de ritos que le permitirán ser el sacerdote de un pueblo; después de este ofrecimiento, comienza su gestación espiritual con los abuelos, para ser sacerdote de su comunidad; entre montañas y volcanes le enseñan una porción de las artes de la medicina, astronomía, len-gua y cultura; crece lleno de vitalidad. Los ancianos de su pueblo lo encaminan diario hacia donde el Sol nace, caminan a la vera de los ríos, ascienden las montañas donde caminan: siempre están llenas de vegetación, el color de la tierra se pierde ante las hojas, ramas de los ár-boles y hierbas; de estas montañas todos los años brotan árboles, arbustos y flores; cuando los visita el viento en-tonan melodías susurrantes; sus visitantes rezan ante la penumbra; la vegetación se inicia desde abajo, sigue las laderas de los cerros y montañas, trepa sobre las rocas y sigue los arroyos que bajan a las faldas de las montañas.

casi sin darse cuenta, los ancianos y el niño están sobre los peñascos mirando los alrededores, llenos de vegetación; abajo en la planicie y sobre montes no tan empinados se ve el pueblo sembrando Maíz.

Los árboles hacen tintinear sus hojas; sobre las ve-redas se oye el berrear de los borregos que los niños y mujeres llevan a pastar. a ratos se detienen para comer algunas hojas, después husmean distintas direcciones;

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los niños hacen tronar sus chicotes y los perros ladran para arrear los borregos. Estas montañas han sabido del esfuerzo de los pueblos para caminar y entender la vida; ellas entienden porque también aquí nacieron por siglos, han convivido con todo lo que los rodea. Sus ce-rros, sus lomas y cañadas han visto florecer el amor de la naturaleza, por eso cuando llega el hombre a visitarlos enseñorean el pasado, despiertan sus recuerdos de los días transitados; al ver a los hombres encienden su alma, siempre es un nuevo y jubiloso encuentro…

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XVII

Son las sIete De la mañana, la comunidad de zacualpan se preparaba para su gran fiesta: su kiosco, rodeado de flores fragantes, resplandecía espléndido; a un costado, una biblioteca y un museo son visitados por personas de distintas edades. Por todos lados se ve el trajinar de las personas, se alistan para dar gracias por los favores que les ha dado el creador, se preparan para la procesión que realiza la comunidad; en ella hombres, mujeres, jóvenes y niños que participan, pasan en cada pueblo o ranchería, llevan Maíz verde, lo han sacado con todo y raíz de las milpas, sus espigas reflejan los colores del arcoíris, y sus hojas danzan al susurro del Viento ardiente; caminan entre cantos y rezos. Las comunidades de colima viven rodeados de un paisaje lleno de arbustos y matorrales. abundan los ríos y los ojos de agua, es una tierra llena de esperanza, donde la voluntad de la creación se convierte en fruto. La vida renace de las montañas, adornadas de mariposas y flores; Zacualpan está situada en medio del cielo, los rayos del Sol, cuando nacen, se deleitan de esta Tierra y gimen de alegría; sus montañas son cubiertas por una nutrida vegetación que se extiende suavemente por lomas y faldas; de pronto se contorsiona en las cañadas y márgenes de los arroyos, sus colores siempre pintan el vientre y los rincones, hasta los profundos barrancos. El calor es sofocante, pero esperan el destino del Sacerdote otomí. cada brecha de las montañas, cada ojo de agua y cada Flor siente el alma desgarrada de Th’ony; llegará junto con el canto de las estrellas y del Viento para arru-

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llar a su amada; ella, que es el Dulce suspiro, el primer aliento de su alma…

Junto al abuelo th’axthe abre su alma, sus sentidos captan los susurros del universo, por eso recorre valles y montañas; desde entonces conoce en carne propia la belleza y la furia de la naturaleza; de igual manera, al convivir con el pueblo, conoce sus sufrimientos, ya que vive con ellos en medio de su miseria y ruina; con todo esto, su alma se yergue en medio de la desolación, me-dita con amargura sobre las flaquezas del hombre y la grandeza del creador de la Vida. oye el alarido de las madres y el llanto de los niños hambrientos y se siente partícipe de su dolor.

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XVIII

toDa esta vIvencIa permite que en su juventud medite sobre la grandeza de la vida, y ve cómo el propio hombre lo empequeñece; su corazón se destroza y sufre, por lo que ve y vive… Entonces murmura al oído del silencio:

“Detrás de estas experiencias se esconde la sabiduría que, si supiéramos descifrarla, nos produciría belleza y esperanza imposible de predecir”.

La Lluvia caía de los tejados, corría por las calles de los pueblos, desembocaba en las zanjas; así crecía Th’ony observando las ciudades… Las haciendas eran las únicas dueñas de cientos de tierras. Las personas de su pueblo no podían comprar pues no tenían dinero, acudían a otras comunidades para intercambiar sus productos. th’ony, ya joven, sabía todo lo que pasaba en sus comunidades; no se asustaba de los tiempos o de los acontecimientos: al contrario, eso le daba más valor para ayudar a su gente y para enfrentar el engaño de la civilización.

Algunas noches se la pasaba inquieto; las pesadillas lo despertaban varias veces. Entonces desayunaba en medio de los bosques o en las altas montañas. cruzaba varios pueblos.

un día, en su camino encontró a la abuela chala Guy; la saluda:

—Buen día, respetable abuela.—Buen día, hijo.Se observan mutuamente; después toman descanso

en unos troncos secos ya caídos. Los dos nuevamente se miran a los ojos; la abuela, con voz serena, dice:

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—tengo tanto gusto de encontrarte, hijo.Ella mete las manos a un morral que lleva colgado en

el hombro derecho, saca flores secas de amapola, se los da para que los mastique; ella lo observa. Después mira los árboles y suspira.

El nieto intenta tranquilizarse y dice:—abuela, anoche tuve un sueño. Veía un rostro de

mujer en las nubes, bajo de ella adornaba una Montaña llena de árboles; más allá miré un Volcán. La Noche lo cubría de estrellas, pero las estrellas danzaban; mi abue-lo era el mismo Fuego; ellas, las estrellas, se reflejaban en dos lagos.

—¿Qué pasó después? –pregunta ella.—Desperté bañado en sudor, me levanté y me enca-

miné a esta montaña, donde nos encontramos ahora.—Querido hijo, naciste para guiar a tu pueblo, pero

antes tienes que prepararte, para poder enfrentar con alma de guerrero todos los problemas que se te presenten por tus gentes, como tus antepasados; tu sueño predice lo que tienes que pasar, pero no te sientas mal, las cosas pasan para el bien de uno y de la comunidad.

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XIX

al transcurso De los años, ya fortalecido en su an-dar, al lado de su abuelo y, en las vivencias con los distintos pueblos, poco a poco th’ony se fortalece en cuerpo y espíritu.

al cumplir los veintiún años, los abuelos lo preparan para su consagración. al mediodía, en el centro del pue-blo, los venerables ancianos y la comunidad han hecho un círculo; llenos de un ambiente que desparrama alegría, a un lado del fuego se encuentra th’ony, quien escucha la voz del abuelo th’engy Guy (nube roja), mientras los demás ancianos permanecen en silencio:

—Ya eres todo un joven guerrero, hemos hecho todo lo posible por que te llenes de la sabiduría de nuestros ancestros; por eso hoy nuevamente es necesario que te encamines a la Montaña Sagrada, para llenarte de su espíritu, pues regresando, te daremos el soplo para ser el sacerdote del pueblo.

th’ony tiene puesto un pantalón de mezclilla y una camisa blanca. como nunca, ve hermosa la coloración del fuego. toda la naturaleza está serena, indisolubles las casas de adobe tienen el color de la tierra; son los meses del verano; los cerros de los alrededores están emociona-dos; en el cielo surcan las golondrinas; de entre las flores revolotean las mariposas. th’ony mira el color de la tierra que, como siempre, es generosa: guarda en su Vientre las semillas de los frutos, escucha el canto del viento, se regocija, sus ojos alumbran el gozo ante el canto de las Golondrinas y el revoloteo del colibrí.

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Silva el Viento, las rocas murmuran. Entonces los ojos de agua develan su alma llena de amor. con emo-ción Th’ony pide permiso para hablar; mira su derredor, después se pone de pie, observa a los presentes. Entonces da un profundo suspiro y dice:

—Estos días pasados me he deleitado con el canto del colibrí y del Pájaro nocturno… Grandes abuelos, ha llegado el tiempo en que el Maíz destelle sus frutos, pues ustedes ya lo han regado con la sangre y las lágrimas del pueblo, y alimentado con los huesos de la tierra. Estoy dispuesto a hacer florecer cada soplo que me brindaron, en medio del alma de la noche y los profundos cantos del Día.

cuando termina de expresar sus palabras, se esparce un olor que perfuma el Viento; después se hace más fra-gante. Entonces los ancianos empiezan a cantar:

Comienza a brillar el Sol,nuestro pueblo despierta,comienza a cantar el Vientocon el fuego de tus primeros días,enciende la dignidad, ya camina a la libertadcon el fuego de tus abuelos.

comienza a brillar el Sol,nuestro pueblo despiertacomienza a cantar el Viento

con el fuego de la tarde une tu pueblo,eres la palpitante Estrella del oriente el Fuego de la Noche.

Más tarde, el aliento que esparce el Viento se intro-duce en el Fuego, nacen las flores de amapola, los ma-torrales se llenan de hojas grandes; a su lado las flores

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de muerto están pletóricas de pétalos de Fuego, alegres danzan al compás del murmullo de la corriente fresca, esparcen su aroma suave, tan suave…

Entonces una abuela dice:—La Naturaleza nos brinda su sustancia; desde los

mundos lejanos se escucha el murmullo de la vida, por-que todo es vida. Hoy saldrás en busca de ti mismo, para regresar con el espíritu de la comunidad; tienes que so-brecargarte del alma de la naturaleza, sólo así llevarás en ti el alma de los hombres de tu pueblo y de otros pueblos.

El Fuego y las flores siguen encendiendo, su fragan-cia sigue al Viento, río abajo esperan la noche de Luna, las estrellas acechan al futuro Sacerdote: él, que tiene la esperanza de comunicar la libertad a los seres humanos. Los ancianos están alegres, pues ellos lo han percibido toda su vida, ellos así lo han preparado…

La alborada marcha a las lejanas montañas, en su camino se impresiona con el color de la tierra. todo él es arrebatado por la vida, se introduce por sus poros hasta llenarlo de fuego, su alma llora; entonces llega a sus re-cuerdos cada vereda recorrida, cada Milpa saboreada con responsabilidad, embelesarse de los campos encendido de flores, recogerse en los volcanes cubierto de Nieve y de Pasto seco; recuerda a sus amigos jugar con él en su infancia. Ya en su juventud se aísla y entabla comunica-ción con la naturaleza. Se le aparece el abuelo con sus ojos alegres, lleno de bondad, fortaleza y decisión, yendo y viniendo de las milpas, haciéndolas fértiles.

En medio de sus recuerdos llega a la cima de la Montaña Sagrada, se introduce en una cueva. ahí en medio hay leña, pasto seco y cobijas limpias; días antes los abuelos habían preparado el lugar, ya que iría el futuro sacerdote a orar tres días y tres noches. Esos días y noches, sobre una roca, co-cina en un improvisado fogón; en la noche del primer día, ante la quietud de las montañas, piensa en el pueblo. Se

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pone triste ya que muchos jóvenes han perdido el respeto a la tierra y a los ancianos, pero él está ahí para renovar sus enseñanzas y su fuerza de voluntad, pues al bajar de ese bello lugar será el Sacerdote del pueblo, el contacto entre el hombre y el Creador; si estuviese cansado, él hará el esfuerzo por vivir en la alegría para llenar a los hombres de ella, inculcará a los pueblos a esforzarse para multiplicar el fruto de las milpas, el fruto de su cultura. así despierta en medio del silencio, pues los pájaros de la noche se deleitan del palpitar de la vida. Saben que saldrá la luz para dar forma a los múltiples colores de la Naturaleza; en el espacio danzan penumbras fugitivas, nacen luces destellando alegría; emocionados, los grillos y los pájaros trinan haciendo una algarabía, bajo un cielo amarillento-oscuro. Baja la Brizna matinal, los árboles y las hierbas han desplegado la amplitud de sus ramajes, antes de que salga el Sol las aves y los insectos no se cansan de rezar la vida.

al amanecer, el futuro Sacerdote toma un camino que baja a un ojo de agua. al llegar a él se maravilla de todo lo que lo rodea; después bebe un poco de esa Agua con un jarro de barro y sacia su sed con él; en el Ojo de agua se refleja el Cielo, noche y día; se reflejan los animales, las aves, los insectos que, junto con el hombre, apagan su sed; esa misma agua se introduce en la entraña ardorosa de la tierra… Y germina la vida, los árboles y las hierbas viven en henchida lozanía, las raíces nadan en el vientre de la tierra, adornan los acantilados, el fo-llaje se extiende acariciado por el Sol, las flores copulan derramando una intensa fragancia y maduran los frutos. crujen de vez en cuando las ramas y la vida rumorosa circula en las venas de las plantas, adornan las flores el color de la tierra, el Viento trae una música quieta que arrulla los sentidos despiertos, sonríe el alma íntima de la naturaleza.

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ahora las experiencias de th’ony tienen en su espíri-tu otra categoría, la naturaleza se le presenta en todo su esplendor, ve su medio ambiente con otra luz; día a día es con otra luz; la vida siempre está dentro de la Tierra, el Viento la acaricia, sonríen las hojas, las ramas y los troncos de las plantas. Los huesos de los animales, aves y hombres abonan su bondad; días y noches su aliento es fragante, vienen de su recogimiento. ante la fragancia de la tierra lloran el nopal y el Maguey, los capulines y tejocotes suspiran ante su gentil caricia.

Desde su niñez th’ony vio crecer las plantas, rezó a sus pasos la Naturaleza; ella le enseñó la realidad de su vida, nunca los sintió lejanos de su ser. al contrario, son uno mismo; la Naturaleza siempre ha reconocido al futuro Sacerdote como su hermano, y él los ha respetado como su esencia… a su regreso todavía les canta y reza como ser consciente de su realidad. Frente a su provi-sional refugio ve caer la Lluvia, después se refugia en la profundidad de la cueva; a lado del Fuego contempla las hojas de las hierbas; algunas son para comer, otras son venenosas en una cantidad abundante, provocan la locu-ra o la muerte. Sí, ahí observa los vegetales, desde los que le sirvieron para hacer su lecho, o los que le sirvieron para curar y alimentarse; los días pasados han sido de reencuentro con la vida, de penitencia, de recuerdos, ha tomado nueva fuerza de la naturaleza, la misma natura-leza parece alegre también. al día siguiente coge sus co-sas con las que llegó para su reencuentro; pide las gracias a la cueva, a los insectos, gusanos, aves, rocas y plantas, por permitirle estar unos días con ellos, por permitirle mirar su pasado, su presente y su futuro, después se en-camina a lo más alto de la Montaña, enciende el Fuego, espera que asome el Sol; después le pide las gracias a la Montaña, pide fortaleza al universo, se tiende sobre la tierra, así dura una hora: observa y siente todo lo que lo

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rodea; posteriormente se encamina cuesta abajo donde se encuentra el ojo de agua, le pide de igual manera las gracias por circular en su cuerpo, dándole fuerza. Inme-diatamente después se encamina a la barranca, mira por donde sale el Sol y contempla el lugar donde levantará su cabaña, ya que ahí se alojará, como Padre Grande.

—Es bello levantar una casa –dice dirigiéndose a unos jóvenes que ya han venido para ayudarlo en la construcción. Ellos le dan la bienvenida; una joven le en-trega frutas y pulque para comer y beber; estos alimentos y bebida encargaron dichos jóvenes a los ancianos del pueblo. Se sientan en una roca que les sirve como una mesa, luego el Sacerdote otomí comparte la comida con los visitantes… Después de descansar, se quita su camisa y, en comunidad con los jóvenes, cortan troncos y ramas para hacer los cuartos. al mediodía mira tranquilamente el cielo. Siente la esencia de la vida y dice a los jóvenes:

—Sólo la fuerza de la supervivencia puede hacer brillar el Sol; hace cantar El Viento y hace que brote la existencia del vientre florido de la Tierra. Nosotros ocu-pamos un lugar en esta grandiosa vida.

Han hecho con los más livianos y fuertes materiales la casa del futuro Sacerdote Otomí; las paredes están hechas de troncos y ramas, en el techo pusieron vigas, tablas y paja. Ya está hecha la casa que cobijará a th’ony, en ella esperará el Viento y se deleitará del Sol y de las noches estrelladas. Descansan un rato los jóvenes, des-pués se encaminan hacia la comunidad.

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XIX

El aBuelo th’engY guY y algunos ancianos de la co-munidad descansan sentados en unas vigas; esperan al futuro Padre Grande que es encaminado por otros jóve-nes. Aún traen la fragancia de los bosques; por el camino cantan los pájaros, y revolotean los insectos, corren los perros para darles la bienvenida, husmean sus huellas, después lanzan sus ladridos. El abuelo y los ancianos de la comunidad han hecho planes para th’ony, la misma vida ya escribió su destino. El Fuego levanta sus altas llamaradas, dando vida a la propia vida.

En medio, acompañado por su comunidad, el abuelo th’engy Guy (Nube Roja) pone más leña el Fuego; mien-tras el joven nth’udy (ocote valiente) toca el caracol siete veces. tres ancianos, tres ancianas y tres jóvenes se adelantan para recibir a Padre Grande, después los salu-dan todos, algunas mujeres derraman lágrimas, más tar-de le quitan la ropa que trae puesta, lo bañan con tizne, lo recuestan sobre la tierra al lado del Fuego… Mientras, la comunidad danza, reza y canta; los niños admiran más a th’ony cuando las palabras de los abuelos narran su camino recorrido; así pasan las horas. Ya son las siete de la noche, comienza la consagración de th’ony ante el Creador y el pueblo; la mitad de su cuerpo es pintado de blanco con tonalidades amarillas y del otro lado está pin-tado de negro, con tonalidades rojas; entonces el abuelo th’axthe ante el pueblo dice:

—ten siempre presente que tú eres el intermediario entre el Creador y el pueblo; en ti está guardado el cono-

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cimiento de nuestra cosmovisión; tú eres el guardián de todo el conocimiento de nuestro pueblo. ¡Lo defenderás con tu vida si es necesario!

cuando el Gran Padre termina de comunicarle estas palabras ante el pueblo, los niños se emocionan: algunos derraman lágrimas, mientras él es llevado al t’yhtha para bañarlo y ser consagrado a la Madre Tierra; ahí dentro, en medio de cantos, le dice el Gran Padre:

—Este fervor que brota de estas rocas es la medici-na de nuestro pueblo, que nace en el vientre de nuestra Madre tierra, de todas las abuelas y las madres de nues-tro pueblo; estas hierbas medicinales son el fruto de la sabiduría de la vida, de nuestros ancestros; el calor es la vitalidad de la vida, de la tierra, es el principio de la vida, de los abuelos volcanes…

al salir del baño de vapor, que las rocas volcánicas han desprendido con el agua, es escoltado por tres jóvenes guerreros, para ayunar ahora en la Montaña de Dô Ny Kh’a, tres días y sus noches… La primera noche no pudieron llegar a la Montaña Sagrada, parecía que iba a llover. Se quedaron en una cabaña donde los arrieros se desgua-recen de la noche y de la Lluvia; ya dentro de la cabaña tienden sus petates, y encienden una Hoguera. cuando se apaga, observan las luciérnagas que trazan hilos de color amarillo; a lo lejos, en los bosques, se escucha el grito de los animales, el canto de las ranas y del Pájaro nocturno; todos se sienten alegres ante la inmensidad de los susurros y rezos del silencio, de la noche, todo es cercano aunque misterioso. un riachuelo corre es-pejeando la noche, los zancudos zumban en medio de la oscuridad, los árboles alzan sus brazos y encienden las estrellas, algunos dejan caer sus pétalos y surcan el espacio etéreo. El sacerdote y sus acompañantes entran realmente a otro mundo, a una nueva existencia. al amanecer ven a las familias caminar hacia sus milpas;

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los padres, delante de los niños, apurados cortan leña y juntan las ramas secas, para venderlas o para consumo familiar.

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XX

Se Ponen De PIe, desayunan un atole negro, tortillas y quelites frescos. al término se encaminan a su destino, el Sol aún no asoma, antes del Mediodía llegan a la Mon-taña. Sobre las rocas los lagartos se asolean, los colibríes dejan escuchar su canto dulce. La Montaña está en medio del Bosque; cuando el hombre entra a este mundo ve-getal, donde no hay huella –más que las que él mismo va dejando y que pronto son borradas por las hojas que caen–, siente el palpitar de la vida, siente el arrullo del Bosque, sabe que de hoy en adelante debe resistir todo con pies firmes, alma fuerte, mente segura y espíritu claro; de lo contrario perecerá ante los embates de la vida; lentamente, después de la confusión, contempla los helechos y se alimenta de raíces, entiende la vida viendo los vegetales que crecen, que se levantan y se abrazan o se contorsionan, mientras otros se yerguen orgullosos de ser lo que son. algunas plantas se asoman altivas para sorber los rayos del Sol, otras se resignan a no verlo nunca y se hunden con vigor en los troncos vigorosos chupando su savia.

cerca de la Montaña habitan personas, que se im-presionan por los lugares sagrados. En miles de años sus antepasados construyeron estos templos, en ellos queda contemplativa la Montaña, de ella brota un inquietante secreto. Sólo los sacerdotes poseen la verdad; los pobla-dores al mediodía oyen cantar al colibrí, que juguetea entre las flores (en esta época es la ave más visible); las otras viven en el alto follaje soleado del Bosque, se sabe

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de ellas porque pasan cantando con mucha algarabía sobre los árboles.

En las noches los ancianos de los poblados que ro-dean la Montaña Sagrada cuentan sus leyendas. Por la oscuridad, en el fondo del Bosque, mientras, la Luna blanqueada es arrullada con el canto de los lobos y co-yotes; enternecida enciende los árboles y se refleja en los arroyos. La Lechuza canta tristemente, es un Pájaro que casi no se ve pero en las noches se le conoce por su can-to. cada Árbol es un universo pues en cada uno habitan insectos, aves, animales de distintos tamaños, siempre en comunidad. Por eso dicen los ancianos que matar un árbol es matar infinidad de vidas. Para educar a los niños y jóvenes los ancianos cuentan leyendas como ésta:

—Hace mucho tiempo, llegaron unas personas que se decían civilizadas; cuando se encontraron con nues-tros antepasados, nuestros abuelos vivían en cabañas de madera. Los extranjeros exterminaban todo a su paso, por eso nuestros abuelos lucharon con ellos, hasta los animales ayudaron en la lucha, pues los hermanos ja-guares saltaban sobre los enemigos de los abuelos.

Se inclina y toma un poco de agua con un jarro de barro; mira la Tierra, después levanta la vista y continúa:

—nuestros abuelos sorprendían al enemigo blanco, saltaban sobre ellos; los enemigos caían con el cráneo destrozado por las piedras que salían volando de las on-das de nuestros valientes antepasados; otros traspasaban sus cuerpos con flechas y lanzas, las tierras se envenena-ron con la sangre de los civilizados. El Viento comenzó a llorar, era un sabor agrio su aliento. Su espíritu comenzó a rondar el alma de los pueblos, se fueron perdiendo las aves, las plantas, los insectos, se envenenaron las milpas, murió poco a poco el cuidamilpa, los jóvenes tomaron otro rumbo, los civilizados sembraron templos de enga-ño sobre los que construyeron nuestros ancestros, poco

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a poco empezaron a morir las almas de los abuelos, el espíritu de los niños y jóvenes… Pero los abuelos dijeron que llegaría el tiempo en que nacería un sacerdote, hijo del Trueno y de la Tierra, para guiar al pueblo; entonces nuevamente aparecerán las águilas, aullarán los lobos y coyotes, cantará el ave nocturna, anunciando su llegada…

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XXI

Llegó el tIemPo de que regresara el Sacerdote otomí a vivir en el pueblo. El Humo del copal se impregna en el Viento. tchzë ntzuy (Hielo nocturno) es reservado y sombrío, pasea los ojos por el suelo, parece que algo esconde muy adentro. Camina por el pueblo; al pasar a lado de una iglesia de los “civilizados”, el párroco le dice a algunas personas que se encuentran frente a él:

—Este indio no es santo, nomás mírenle la cara; además prefiere vivir con las brujerías que le enseñaron.

antes de que th’ony sea Sacerdote otomí del pue-blo, los sacerdotes católicos trataban así a los curande-ros. Pero a muchos de ellos no se les puede acusar de nada; por eso Tchzë Ntzuy vive en comunidad con sus parientes y amigos, esperando la palabra de Th’ony; Nie-ve de noche espera al Sacerdote otomí para platicarle sus penas. Pues a partir de su consagración como Sacer-dote otomí, acompaña a sus comunidades a través de los años en las ceremonias, en medio de su gente enseña la Filosofía-teología de sus ancestros.

ante niños, jóvenes y abuelos th’ony es cima insa-ciable de luz y dignidad. Disfruta el murmullo del Viento, de los Ríos; el canto de las aves; la sonrisa de las estrellas y flores. A costa de sacrificios y dedicación, se esfuerza para plasmar el espíritu del pueblo en su alma, es acree-dor de un firme pensamiento filosófico del pueblo; así se inflama de una fuerza espiritual, mental y física. Es conocedor de la Vida, inquiere, medita, traslada el cono-cimiento en las comunidades.

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Pertenece al pueblo, es del pueblo; su pueblo no sólo son las personas, son las aves, los insectos, las plantas, los animales, el Agua; los astros del Cielo, todo lo que existe en el Universo; el Universo cultiva su sabiduría en el verdadero Sacerdote, y el verdadero Sacerdote cultiva su sabiduría en su pueblo, resplandeciendo en la igualdad.

El Sacerdote th’ony ya habita en su cabaña, entre imponentes montañas, rodeado de árboles frondosos. ahí cantan todo el año las aves, su casa es acogedora, cuenta con un baño, y al norte de donde lo visita el Viento tiene un Th’ihtha; por donde sale el Sol, entre montañas rocosas, hay una explanada donde enciende el Fuego para realizar sus ceremonias. Diariamente llegan personas de distintas comunidades, le llevan comida, algunos lo visitan para curarse o para dialogar con él. El cuarto donde duerme tiene dos ventanas, una mira a donde sale el sol, la otra al norte. El piso es de madera y se recuesta sobre un petate. Este hombre es inspirado por la divinidad; con una virtud a toda prueba, dirige todo su amor a la comunidad, adquiere su sabiduría y poder de la abstinencia constante y la dedicación, en sus sueños adquiere los cantos más sagrados, los más poderosos que siempre utiliza en beneficio de su pueblo. Permanece ale-jado de las comunidades, entre los bosques y los montes, busca los alimentos más livianos, su cuerpo es purificado hasta ser parte de la grandeza de la naturaleza.

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XXII

En la cultura otomí, los niños son preparados desde los siete años, aunque sólo su actitud ante la vida les per-mite ser sacerdotes: hasta los treinta años pueden casarse si lo desean, o a esa edad deciden si permanecen solos; esa es decisión exclusiva de ellos.

En el transcurso del tiempo, los días van y vienen. En-tonces al Sacerdote th’ony, al cumplir los veintisiete años, la tristeza lo invade; vive con el semblante pálido… Un fan-tasma de mujer lo persigue. En las noches, en su soledad, la siente sentada a un lado de su lecho, aspira su aliento; en el silencio escucha su voz, siente con sus sentidos su cuerpo, sus labios… abre sus ojos. De repente, escucha el susurro de los ecos del silencio. ante esto canta en las noches:

Soy una semilla de Maíz

que todo mundo recoge,llegando la noche duermo triste,

Soy una semilla de Maíz

pero tengo la esperanza,de retoñar en la siembra…

Después guarda silencio, observa la tierra, entonces desorientado se pregunta:

—¿no será el aislamiento lo que me hace dar vuel-tas hasta perderme en mi nostalgia? He forjado desde

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la profundidad de mi soledad una bella mujer, voz de noche y ojos de primavera. En medio de mi locura estoy enamorado, en mi interior me refugio para poder estar a solas con ella… cuando despierto en las mañanas, la veo reclinada sobre mi almohada, mirándome con ojos de bondad y amor, está conmigo cuando proyecto cualquier empresa y me ayuda a realizarla, se pone a platicar junto a mí intercambiando pensamientos y palabras.

así pasa el tiempo y ella un día le dice: —Llevamos mucho tiempo encerrados en este lugar.

¿Por qué no salimos a caminar por los campos y milpas? ¡Aspiremos el olor de las flores y vibremos ante el frío, al final nos resguardaremos en nuestros brazos!

Así lo hacen. Él la sigue por el campo, las flores de amapola encienden las veredas, el aliento de la Manza-nilla impregna el ambiente, haciendo suspirar los cedros y pinos; el canto de los pájaros se confunde con el del Viento. Ellos por momentos se detienen y aspiran el aliento de la Naturaleza; después los dos miran por don-de duerme el Sol y se encaminan para recostarse sobre una gran Roca; a lo lejos, por el norte, pasa una manada de coyotes… El Sacerdote y su compañera contemplan el retirado Cielo; ella le señala las nubes rojizas: de entre ellas brotan rayos que abrazan los árboles y asoman en las lejanas montañas; después ella le hace notar el canto de los pájaros. Disfrutan del susurro de las aves antes de retirarse a pasar la noche…

cuando ella no está a su lado, se siente solo, parecie-ra que no lo han preparado para ser Sacerdote. En esos momentos es un Águila que camina sin poder volar y deleitarse del Viento, de los frutos de la tierra, su espíri-tu se agita; entonces pasa con ansiedad y tribulación las horas. Pero si ella se acerca a él, toda zozobra termina en alegría, remonta el vuelo y disfruta de todo lo creado; si

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ve su rostro entre muchos, las flores se sienten celosas, porque él sólo mira su cara; sí, ella lo ilumina como el Sol y sosiega la tempestad de su alma. Su voz celestial lo arrulla cuando crueles flechas despedazan su espíritu encadenado en las noches amargas; al ver los ojos de su amada, llenos de amor, su amargura se torna en suave aguamiel y su vida se transforma en bienaventuranza de alegría…

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XXIII

son las cuatro De la mañana; el abuelo Th’axthe ya se ha levantado, se encuentra sentado frente al Fuego, abrigado con dos cobijas. Las estrellas ya se asoman en el cielo. El frío es intenso, acaricia su rostro, entre rezos pide al creador de la vida fuerza para vivir en armonía otro día más.

El abuelo th’axthe desde su infancia fue educado para ser el guardián de la tradición. Él habita en esta casa de adobe, sin ventanas; sobre su tejado pasa la luz, en pequeños vidrios rectangulares; su puerta asoma por donde sale el Sol. a las primeras luces del amanecer se pone de pie y saluda al día, levanta los brazos, las pal-mas de sus manos: los llena de energía con el astro solar. Después la pasa sobre su cabeza y por todo su cuerpo; abre los ojos, contempla el panorama, el Sol pinta de rojo el cielo. Dentro de las casas ya sale el aroma de las tortillas y el humo se filtra por los tejados.

Una voz en la cocina interrumpe sus pensamientos; el abuelo se introduce en ella y encuentra a la abuela th’axy Guy preparando un chocolate y tortillas negras.

Entonces dice ella:—Desayuna, Gran Padre.Guarda silencio; mira el Gozpy (fogón), y luego

continúa:—Gran Padre th’axthe, antes de que tomes camino

rumbo al norte, por donde viene el Viento, y salgas a en-contrar otros abuelos para ir a juntar hierbas medicinales y regreses muy noche, debes de comer algo.

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—Sí, mujer, que el creador te dé más grandeza.Así contestó el abuelo, pero se ve preocupado; mira

por donde sale el Sol, después hacia el norte; se queda pensativo por unos momentos.

al ver la preocupación de su rostro, pregunta la abuela:—cuéntame, ¿qué es lo que te preocupa? Él no pierde de vista los ojos de la abuela e inquiere:—¿Por qué lo dices? En seguida guarda silencio; por momentos se queda

mirando la luz que se filtra por el tejado. Ante la turba-ción, la abuela dice:

—anoche lo noté cuando cenábamos.—Es verdad –contesta el abuelo; al mismo tiempo

mira la puerta, a unos cuantos pasos hay un pozo rodea-do de flores; continúa:

—He visto que en el espíritu de nuestro querido nie-to se agita una gran tormenta.

La abuela lo mira, le ofrece otra taza de chocolate; él lo recibe, después nuevamente ella pregunta:

—¿Qué viste en la noche? creo que eso es lo que te preocupa.

–Sí, es verdad –dice él; después camina donde se encuentra un banco de madera y comienza a narrarle–: anoche, en mis sueños, miré las nubes desparramando Lluvia pero… Era sangre. Después de esa sangre, al co-rrer por la Tierra, brotó un Arroyo, rodeado de flores y en las noches esas flores son estrellas…

En la puerta revolotean unas abejas; el abuelo se les queda mirando, el silencio permite percibir los zumbi-dos; después mira el Fuego que enciende en un rincón del cuarto. Permanece largo tiempo mirando, su cuerpo se estremece, como si su mente regresara de un lugar lejano; continúa dialogando:

—Es por nuestro sacerdote, él tiene que pasar por esto, es parte de la prueba, recuerda que sólo entonces

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caminará cobijado por las estrellas y la Luna, nuestro andar se ilumina en la prueba y se refleja en la vida de nuestro pueblo, que no son sólo las personas, sino todo lo que nos rodea.

Siente el fresco Viento, ella de igual manera se siente agobiada por lo que le ocurre el sacerdote. a sus oídos, la sombra le susurra un secreto, cuyo significado ella capta; desea entristecerse pero no debe, ya que debe animar al abuelo. Entonces se alboroza y regocija su espíritu.

afuera, la tierra se ha llenado de escarcha blanca, los árboles se ruborizan por su desnudez, la nieve danza y se despide de la noche, que ya se retira para descan-sar; la baja temperatura ha cubierto de Hielo las zanjas y arroyos, árboles y plantas se estremecen ante el aliento del Viento helado; en la lejanía, por donde descansa el Viento, el Volcán deja que su cabellera blanca juguetee con el Viento. En lo alto ya el Sol brilla y enciende los poblados, mientras las gotas que corren de los árboles y de las montañas chocan con las rocas; aun con los rayos del Sol se siente un frío intenso.

El abuelo termina de beber su chocolate y de co-merse unas tortillas con frijol. Se despide de la abuela y se encamina a encontrarse con los otros curanderos de la Nación Otomí; es escoltado por cuatro jóvenes. En la lejanía se escucha el silencio, las hojas cantan y se deslizan sobre las ramas, su eco recorre los senderos de los valles. cuando se encuentra con los otros abuelos médicos los saluda, ellos contestan ceremoniosamente; piden permiso a la Montaña donde se encuentran para que les permita cortar las hierbas medicinales. así pasa un buen rato y el abuelo de th’ony, al paso de un tiempo, toma asiento sobre una roca, cierra los ojos y se pone a cantar; guarda silencio, se incorpora y bebe un poco de pulque, mastica el pétalo de una amapola. Los demás médicos se acercan a él, pues desean oír lo que ve; el

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abuelo th’axthe comienza a hablar muy quedito, casi no escuchan lo que dice. a lo lejos asoman las lejanas montañas, pasa el Viento y las ramas de los árboles se estremecen; la Tierra sonríe: presiente algo misterioso. Entonces el abuelo, poco a poco, habla más fuerte:

—Quien no sufre, no disfruta de la vida, no sabrá iluminar el camino de los demás; cuando parece que nuestro fuego se apaga, hay que estar alerta para que no se apague, solo entonces arderá más y más hasta que el fuego sea uno mismo con nuestra alma…

Después canta y los demás escuchan:

En nuestro mundohay tiempo de Calor,y tiempo de Frío,

tiempo de Frío-Calorhay en nuestro mundo;

en nuestra Tierrahay casas de nubes,cada tiempo nos visitan las mariposas blancas.

En nuestro mundohay tiempo de Calory tiempo de Frío…

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XXIV

Las comunIDaDes se han preparado para la ceremonia de la bendición de las semillas; toda la noche del primero de febrero han estado danzando y con sus cantos arrullan al abuelo Fuego. Éste es rodeado por un círculo de flores rojas y amarillas; en medio de éstas están las mazorcas blancas, amarillas, negras, rosadas y rojas, a su lado hay una olla de barro con Agua y un canasto de frutas; de ese modo, acompañados de la Luna y las estrellas, purifican sus almas para la ceremonia que se realizará el día si-guiente, a las doce del día, cuando el sol esté en el centro del Universo; después se dirigen a las milpas de riego a sembrar las semillas de maíz. En la noche veintiún an-torchas encienden las comunidades para llevarlas, una a una, a las entradas del pueblo; ese número de antorchas son los días que representan los meses de nuestro año otomí. De la sobrevivencia de las semillas depende la salud y la esperanza de todos.

La Luna y las estrellas comienzan a ocultarse, el Sol asoma entre las montañas, la comunidad se encamina al lugar sagrado. El Sacerdote va adelante de todos, es acompañado de tres ancianos, un abuelo y dos abuelas, tres jóvenes, un hombre y dos mujeres; se dirigen a ba-ñarse en el th’ihtha. al término del baño se encaminan en procesión sobre montañas, se dirigen al lugar sagrado donde han estado toda la noche en vela las personas que están resguardando el Fuego; unas jóvenes les ofrecen de beber un poco de pulque y mastican la flor de ama-pola. Por donde entra el Sol a descansar, se escucha el

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canto del caracol. Las personas que acompañan al Fuego guardan silencio, se ponen de pie; una joven y una abue-la caminan unos cuantos pasos, salen al encuentro del Sacerdote y la comunidad que lo acompaña, le entregan un Sahumerio y un copal, se encaminan al centro del círculo y así comienza la ceremonia. alrededor del Fuego están las mazorcas, adornadas de flores, a un lado están los sahumerios. Entonces una abuela y una joven toman cada una un Sahumerio, bendicen el Fuego y todo el rededor, después impregnan de Humo a las personas presentes. Mientras se escucha el sonido del tambor de madera hacen un hoyo a un lado del Fuego, suena el caracol tres veces; entonces el Sacerdote toma otro Sahumerio, el más grande, y pide al Fuego permiso para iniciar la ceremonia. Eleva el Sahumerio y dice:

—Gran creador de la Vida, te pedimos que no falte la Lluvia, te pedimos por las nubes, por las milpas, que no dejen de cantar las aves todos los días, ya que ellos y ellas traen la alegría a nuestro pueblo; te pedimos por las estrellas, por la Luna, sí, por todos los habitantes del cielo.

nuevamente se inclina, mira la tierra… Y dice:—Gran Madre tierra, te pedimos que cobijes nues-

tras semillas, de las que vivimos y hacemos vivir. te pedimos por el Ojo de agua, los ríos, las rocas, las flores, los quelites, las hierbas y el sagrado Maíz, pues de ellas nos alimentamos y se alimentan los insectos, las aves, los animales…

Por último se acerca al Fuego, ofrenda las mazorcas y nuevamente dice:

—Sagrado Fuego, te pido des tu bendición a estas sagradas mazorcas, que son el sustento de nuestro pue-blo, ayúdanos a no cerrar los ojos y sentir todo lo creado; permítenos siempre entender la vida del universo, ya que siempre están conectados el cielo y la tierra…

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En seguida recogen las flores; se lo ofrendan al Fuego, le dan de beber Pulque y agua, le dan Fruta y comida. Entonces el Sacerdote otomí dice:

—Recibe esta ofrenda que te damos, Sagrado Fuego; los hemos regado con nuestro sudor.

Después que se apaga el Fuego, ofrendan la comida a la tierra, le dan de beber agua y Pulque, más tarde en el hoyo echan la ceniza, lo tapan con la misma tierra. Así termina la Ceremonia; la comunidad disfruta de la comida que lleva.

al regresar a su casa, en el camino recuerda parte de su vida…

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XXV

Es meDIaDos De FeBrero, los árboles se han llenado de f lores, se escucha el alegre canto de los gorriones; este día caluroso es una bella mañana que en el Vien-to silba, los rayos del Sol lo cobijan. th’ony, sentado sobre un saliente rocoso, siente ganas de ref lexionar; la caricia de la Brisa le hace sentir una seducción irre-sistible; se alimenta con la miel de la vida, al mismo tiempo se sacia con su dulzura y quema con su fuego los obstáculos que atormentan su espíritu. Escribe canciones cuando se ref leja en el agua, después las borra; del sur llega el viento que trae las aguas; el norte helado se encrespa sobre las montañas y en los árboles; después la brisa juguetea con las hojas. Al Mediodía camina por veredas adornadas por la Flor de amapola que ya comienzan a encender. un Viento suave acaricia su rostro.

De repente, en su caminar se encuentra con un joven de su pueblo; él de igual manera disfruta del Aire de la montaña, el Sacerdote se siente feliz porque deseaba encontrar a alguien con quien conversar; se saludan, después guardan silencio; el silencio es largo. Después caminan y juntos admiran todo lo que existe en su derre-dor, entonces continúan hablando:

—no me sorprende verlo caminar por aquí, Pequeño Padre, es más, vine para ver si te encontraba; admiro tu forma de ser, los niños de igual manera te admiran, en la comunidad están contentos de tener a un digno Sacer-dote como tú.

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—Las enseñanzas de los abuelos han permitido ga-narme su confianza, intento equilibrar mis actos con mis palabras –responde el sacerdote.

Después conversan de diversos temas que ocurren en el pueblo y de los otros pueblos; platican del clima y de cómo el pueblo de ellos y en los otros se están perdiendo el respeto a las culturas ancestrales, el respeto a los ma-yores, y se han olvidado de las ceremonias que para ellos es medicina.

—¿Qué fue lo que te hizo ser Pequeño Padre, gran th’ony?

—En nuestro pueblo, muchos abuelos no han perdido el diálogo con el Universo; aún son guiados por la Na-turaleza, por los astros. Ellos me dijeron que desde mi nacimiento fui señalado por la estrella para ser Sacerdote otomí. Quienes no entienden los astros se pierden, mira las demás sociedades, las que se dicen “civilizadas” se pierden en su “sabiduría”; pero lo peor, nuestros jóvenes se pierden en esas mentiras maquilladas de luz…

El joven se queda meditando, después se ponen de pie, pues estaban sentados en un tronco. Se deleitan con la frescura del día, aspiran el aliento de los árboles de capulín, de tejocote y de ocotal; guardan silencio… Des-pués el joven dice:

—Estoy contento porque me levanté antes de que sa-liera el Sol, para aprender y deleitarme del espíritu de las montañas; disculpa Gran Sacerdote, pero mi intención era encontrarte para poder platicar contigo.

En seguida mira entre las ramas del capulín, donde cantan las aves… Después vuelve a decir:

—Pero, Pequeño Padre, hace tiempo he percibido en tu rostro una gran pena; admiro tu fortaleza, porque, a pesar de todos los acontecimientos que habitan dentro de ti, caminas como todo un guerrero, digno Sacerdote de nuestro pueblo.

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Guarda silencio y observa las montañas, que ya co-mienzan a cubrirse de hierbas. El sacerdote lo observa; al sentir la mirada, el joven prosigue:

—Gran guía nuestro, con tu vida instruyes nuestras enseñanzas sagradas, en mi interior me pregunto ¿cómo puedes estar contento con tu existencia en estos días, que para muchos es rara y además eres capaz de encontrar alegrías en tu interior…?

th’ony lo mira de nuevo por unos instantes, en silencio; baja la vista y mira deleitado unas hormigas que marchan disciplinadas; después eleva la vista, sere-namente observa los ojos del joven. Luego de un largo suspiro contesta:

—ahhh… Estos años, pasados en tal estado, cons-tituyen el fuego que me irradia cuanto tengo en la vida: belleza, paz y dignidad. Entender el universo es enten-dernos a nosotros mismos, sólo hasta entonces sabremos guiar nuestros pasos, por cualquier camino.

camina unos pasos y se para frente de un acantilado, deja caer los pétalos secos de una Flor que ya estaba mar-chita; escucha su eco que, unido al Viento, sube las mon-tañas… acaricia su alma, y entonces en voz baja dice:

—Desde hace unos años, he vivido mi vida con una bella mujer. Ella y yo somos dos aves que flotamos libre-mente, cobijados por el Sol y el Viento; caminamos sobre la superficie de montañas y volcanes, entonando cánticos a la Luna y las estrellas, endulzando nuestras almas, que nos conducen al sueño inefable. Juntos experimentamos el espíritu del mundo que nos rodea, a través de nuestros sentimientos, produciéndonos alegrías y tristezas; he sido destinado para experimentar y vivir de ellas toda mi vida. no he muerto, al contrario, camino en el tiempo con mi alma sangrante de felicidad.

Mira el Sol que ya está encima de ellos, agudiza sus sentidos, para ver si vuelve a escuchar el eco de los péta-

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los de las flores, que cayeron en el quebrado; no escucha nada, sólo el susurro del Viento, entonces vuelve a decir:

—Ella ha sido la savia de mi vida, dejándome como una llama al entrar en la hoguera de su amor; ella y yo somos la unión de dos almas fragantes; ella es la originaria contemplación, la caricia inicial, es la naciente f lor que brota en la rama del universo, donde trinan los pájaros y los rayos del Sol suspiran el alien-to fresco.

El joven se pone de pie, está observando al Sacerdo-te; se acerca a él y le dice:

—Gracias por darme tu tiempo, escucharte es sentir la dulzura del Viento, o el calor en los tiempos de frío; es verdad lo que dicen de ti los mayores y los niños.

Guarda silencio, aspira el perfume del romero y dice nuevamente:

—aun no comprendo la profundidad de tus palabras, Pequeño Padre, pero transmites en mí tu fortaleza y paz, siempre aprendo de ti cada que converso contigo; ya me retiro, dame tu bendición.

El joven se inclina y escucha al Sacerdote:—U’hmbi ri nrzäky ka bh’atchzy ma chi Kh’a (Dale

tu sabiduría y tu fortaleza a este joven, gran creador). Después se aleja por donde el Sol se oculta; cuando

ya desaparece de la vista de th’ony, el Sacerdote oto-mí enciende el Fuego, platica con él, realiza algunos ejercicios, después toma un poco de Aguamiel; poste-riormente se tiende sobre la tierra, y mira el cielo. Ya el Sol se ha ocultado, siente el aroma de las milpas. Es distinto, cada tiempo y lugar es distinto, eso es lo que hace que sea grande la vida, eso es lo que hace que sea grande el alma.

Ya se escucha el canto de los grillos en la lejanía, las ranas dan la bienvenida a la Noche; la Luna y las estrellas complacidas disfrutan del aliento de la tierra,

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se contagian de la alegría del Pequeño Padre; ellas de igual manera se agitan por los sentimientos que le pro-duce cada alma del Universo; así transcurre la noche…

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XXVI

Es De mañana. la abuela th’axy Guy ha terminado de asear su casa; en el cuarto donde realiza sus curaciones están tendidos cuatro petates y al lado están acomodadas sábanas blancas. En el fondo hay una Vela encendida, y un Sahumerio desprende Humo de copal; un Altar está rodeado de flores rojas y amarillas que le proveen abue-los de otros lugares; este cuarto es donde da atención a las personas que llegan a verla para curar sus males.

Son las nueve de la mañana; se encuentra sentada junto al Pozo con dos abuelas más, que llegaron de una comunidad lejana, llamada nth’ekunthe (Pueblo entre montañas). Platican por el frío que llegó con el invierno; la abuela th’axy Guy se dirige a la cocina y trae dos tazas de chocolate caliente, se las ofrece… nuevamente se retira y regresa con un jarro de chocolate que es para ella, lo coloca a su lado izquierdo; las otras abuelas le entregan tejocotes y algunos manojos de Quelite.

th’axy Guy nació con el grupo de la dinastía de o’hth’ony (otontekutli), de la nación otomí. Es parte de la dinastía de los sacerdotes y gobernantes de su pueblo; se ha casado con el abuelo th’axthe, él pertenece a una familia descendiente de guerreros y Rzö ntxuy (médicos nocturnos). Las personas de la comunidad vienen a cu-rarse con la abuela; ella ha aprendido del abuelo Th’axthe. otras personas de distintas edades la vienen a ver para oír de ella las leyendas de sus antepasados.

Pasó un buen rato con las abuelas; les contaba las hazañas de th’axhiny, legendario Guerrero otomí:

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—En aquellos días, cuando los blancos, mestizos y gentes de otros pueblos venían para robar nuestros ani-males y asesinaban alguna persona de nuestro pueblo, un joven guerrero llamado th’axhiny (Águila Blanca) era muy bueno para matar nuestros enemigos; alcanzaba a los ladrones o a quien asesinaba a algún hermano, guia-ba a nuestros guerreros a los montes y al río sagrado y recuperaba lo que nos robaban o cobraba venganza con quien se atrevía a asesinar a un hermano o hermana.

”th’axhiny engañaba a menudo los mbuejes (hom-bres extranjeros), personas distintas a la comunidad otomí. Ellos comenzaron a ver que tenía poderes má-gicos por ser Sacerdote, entendieron que era como un Yh’o (Lobo, nahual), porque volaba y no lo podían ver; pero nuestro pueblo sabía que, aparte de ser un valiente guerrero, era Sacerdote. Siempre que se enfrentaba a los enemigos del pueblo, se convertía en Árbol, Planta, Roca o Montaña; y nunca lo encontraban cuando que-rían matarlo, lo buscaban muchas personas, pero nunca lo encontraron; por eso persiste su leyenda; su leyenda es igual por la de nuestro gran gobernante Bhotzangha (Lagartija negra).

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XXVII

Pasan los Días… Llega la primavera, la naturaleza mur-mura en comunión con los hombres y mujeres del pueblo otomí, con el aliento del arroyo; ante la sonrisa de las flores su alma se siente feliz y sus ramas se columpian en fresca brisa, donde el quetzal construye su nido… Entiende que la vida es lo que ve, siente y experimenta a través del espíritu, y conoce el mundo por medio de su entendimiento y razón.

Se siente feliz por haber nacido en este cielo, en esta Tierra; entiende que todo lo que era nuevo se hace viejo, lo que es viejo se hace nuevo. canta con el viento de las montañas, en ellas resiste el maíz, las flores y la Hierba verde, desde el fondo de sus recuerdos llegan los ecos de sus ancestros…

th’ony ha sido consagrado al Gran Espíritu de la vida para guiar al pueblo Otomí; en él se ha depositado la sabiduría de los abuelos y abuelas. Él es el guardián, Pequeño Padre.

Hace tiempo, antes de que muriera el padre del abuelo th’axthe, nueve días antes, cuando ya estaba a punto de morir, descansaba sobre su cama, parecía estar más sano que nunca; en ese estado dijo en otomí, cuando llego th’ony:

—Dy m’uhkua, xo go mago (aquí estoy, pronto voy a marcharme).

Kh’axty Tchz’ivy (Fuego Amarillo), que así se llama-ba el padre del abuelo de th’ony, tenía los ojos cerrados, y su voz era casi ineludible:

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—El aliento de la vida me dejará, y yo estoy dispues-to a seguirlo al Volcán Celeste; pero antes debo darte la última lección, recuerda que tú serás consagrado Sacer-dote del Pueblo.

—Sí, Padre Grande –dijo th’ony.Ya desde hace tiempo Kh’axty Tchz’ivy había veni-

do preparando a th’ony para darle la última lección, la Danza nocturna. Desde los siete años participaba en las danzas y ceremonias con los adultos, y la abuela th’axy Guy le enseñó cómo reproducir el camino que trazan los astros en el cielo: con una vara hacía trazos en la tierra. Desde entonces le enseñaron a entonar cantos sagrados, a sanar las enfermedades, aunque él no lo entendió hasta que creció; le explicaron la importancia de cada semilla que sembraron en su mente y su alma. Los sacerdotes que lo acompañaban en su infancia y en su juventud eran los únicos que intervenían en las ceremonias sagradas; ellos saben cómo restaurar la armonía en la vida natural y curar las enfermedades de los pacientes.

Todo le habían dado a Th’ony; sólo faltaba la última lección que le daría el abuelo th’axthe, pues el padre Kh’axty Tch’zivy ya había fallecido; pero no lo puede recibir, aunque ya es Sacerdote, si no está en armonía; las tradiciones exigen que el Gran Padre debe guardar la sabiduría hasta que el estudiante estuviera preparado para absorberlo, y más si es el máximo conocimiento de la religiosidad otomí, ya que ésta es la ceremonia para encontrar el camino nocturno, guardado en el canto y la danza de dicha ceremonia. Esto sólo se enseña en un lugar sagrado y cuando el alma del alumno está en armonía.

Entonces a th’ony le sucede un acontecimiento que le produce gran alegría y dolor… Por ello, en ese estado, no puede aprender de su abuelo la última enseñanza.

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XXVIII

antes De llegar a los treinta años experimenta un dolor que lo consume; a esa edad, de su corazón y del aliento de su alma brota la sangre, dejándole como un árbol seco que ya no disfruta la brisa; en sus ramas no construyen nidos los pájaros. con esta zozobra acude al abuelo Th’axthe; el abuelo ya tiene setenta y siete años. A pesar de su edad, camina firme; sus cabellos de nieve iluminan como un volcán impasible. Donde anidan águilas, nace el Trueno, el Relámpago y el Fuego; él es el anciano más respetado del pueblo, a pesar de que esta llamada “civilización” ha intentado destruir su cultura ancestral. celosamente y con dignidad guarda sus leyendas, lengua y sabiduría, ya que en ellas se recrean las historias de su pueblo.

El abuelo Th’axthe se acostó temprano; la abuela th’axy Guy entró tarde pues habían venido muchas personas para verla, ya para curarse con ella ya para escuchar relatos. Esta noche el abuelo duerme con sobre-saltos, ve cómo el Viento se queja y sufre por las heridas que desgarran su alma; el ave nocturna no deja de cantar, la Luna y las estrellas no dejan de derramar lágrimas. La Sombra las acaricia y reconforta; así pasa toda la noche, viendo ese presagio. El ruido de unos pasos lo despier-ta, la luz ya entra por el tejado; este día el abuelo no se levanta temprano como todas las mañanas. acostado sobre un petate, escucha cómo se cierra la puerta, oye las voces de th’axy Guy y de th’ony, percibe que dirigen sus pasos hacia la cocina, luego sigue el silencio; trata

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de clarificar su mente, recuerda el sueño de la noche: un escalofrío le recorre el cuerpo…

Lo siguiente que supo fue: El Sol le acaricia la cara, le llega el olor de un Atole con canela; el olor de las tor-tillas y el caldo de gallina. La abuela ya había preparado el desayuno; el nieto, sentado sobre un banco de madera, atiza el Gozpy; sobre él hay un Doyh’o (comal), la abuela hace tortillas; de pronto escuchan pasos que provienen del cuarto del fondo, los dos miran hacia allá. En la puer-ta aparece el abuelo th’axthe… th’ony se pone de pie y lo saluda:

—Buenos días, gran abuelo.El abuelo responde: —Que el creador te inunde de sabiduría, hijo.El abuelo sale al patio; la abuela y el nieto lo siguen.

Ese día no es como los otros, los tres lo saben; el abuelo trae zacate, entonces th’ony dice:

—Permíteme, abuelo, yo lo hago. Amontonan el zacate; la abuela le da un pedazo de

ocote al nieto, que se dirige a la cocina. Enciende el pedazo de ocote, después se encamina a donde están sus abuelos y enciende el zacate. El Fuego se eleva, los tres lo miran expectantes… Después, el abuelo ceremoniosa-mente dice:

—Abuelo Fuego, danos fortaleza; Madre Tierra, Pa-dre cielo, iluminen nuestro camino…

De los ojos de Th’ony brotan lágrimas: se estremece; los abuelos bajan la vista, miran al abuelo Fuego que se consume poco a poco; después cavan un hoyo, entierran las cenizas y se encaminan a la cocina, se sientan alrede-dor del comal. ahí mismo, al lado, se encuentra una olla de barro con caldo de gallina y un Mhith’y (chiquihuite) donde reposan las tortillas; la abuela les sirve café en tazas de barro, y el suculento caldo de pollo en platos del mismo material. La abuela dice al nieto:

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—Preparé caldo de Gallina, porque supimos que vendrías.

El nieto la mira sorprendida… Pero no dice nada. nuevamente la abuela le dice al abuelo:

—como sé que te gusta el atole con canela, desde ayer fui al molino para la masa, por eso lo preparé.

—Es cierto, gracias –responde él abuelo. recuerda lo sucedido en sus sueños de noche… Después de servir-les, la abuela se sienta y dice:

—ayer vino mucha gente para que las curara, y vinieron algunos niños para escuchar los relatos de nues-tros antepasados.

Mientras, pone en el plato con caldo de pollo algunos trozos de tortillas, chiles verdes, cilantro y cebolla.

Después se dirige al nieto y le dice: —¿tú qué cuentas, hijo? Sé que como gran Sacer-

dote de nuestro pueblo tienes mucho trabajo y una gran carga; pero poco a poco serán como las nubes de las que brota Lluvia, como el agua que recorre la tierra y hace que broten plantas.

Th’ony se estremece en suspiros; después dice: —Gracias, abuela. Prosigue comiendo. al término del desayuno, ayu-

da a la abuela a recoger los trastes; después la abuela le dice:

—¿Vienes a hablar con tu abuelo, verdad? Ve con él, pues ya te esperaba.

El abuelo ya había sacado dos bancos de madera de la cocina; esperaba sentado alrededor del pozo, donde las flores sentían las caricias de la gracia del Creador.

Th’ony camina lentamente; al salir al patio suspira ante la caricia del Sol. Se acerca al abuelo pero, al ver el pozo, se asoma y se refleja en el agua, donde unas ranas saltan y cantan. Por un rato se deleita de los habitantes del Pozo; después se dirige al abuelo y dice:

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—Venerable abuelo, hace tres años apareció en mi vida una mujer; por ella me estremezco en suspiros días y noches, ella ha perturbado mi soledad de tantos años…

Se pone de pie, mira el Sol que camina y nuevamente se estremece; los rayos del Sol lo cobijan místicamente, los pueblos se deleitan con él.

El abuelo lo escucha con atención; su semblante ex-presa paz y respeto; después lo mira a los ojos, respira profundamente y le dice:

—Los sueños y la realidad son una inspiración para alcanzar nuestras aspiraciones; si logramos equilibrarlos, damos un gran salto al conocimiento de nosotros mismos y del universo. ante la inquietud que traes en el alma, es necesario que te encuentres a ti mismo. Prepárate para que mañana antes del alba te encamines a Dô Ny Kh’a y te ejercites en el ayuno cuatro días y cuatro noches.

—Sí, abuelo –contesta Th’ony; después mira pasar unas gallinas, que se paran donde la abuela ha amonto-nado algunos granos de Maíz, y comen. th’ony se pone de pie, inclina la cabeza, el abuelo pone las manos sobre él y sopla sobre su mollera; después los dos se encaminan a donde se encuentra la abuela. Ella está en la cocina, tejiendo unos sombreros de palma; el nieto dice:

—Ya me retiro, abuelita.La abuela se pone de pie, sin querer deja correr unas

lágrimas sobre sus mejillas. Ella ya tiene preparado el Sa-humerio y lo pasa sobre el cuerpo de su nieto, el Humo se expande en el cuarto; cuando termina deja el Sahumerio con reverencia en la tierra; después mira al nieto, y se inclina. Ella posa sus manos sobre su cabeza y sopla… antes de despedirlo, le entrega unos tacos de quelite y Flor de calabaza que ya le había preparado, pues él tendrá que recorrer varias comunidades, para reconfortarlas.

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XXIX

al Día sIguIente, el Sacerdote otomí se encamina a Dô Ny Kh’a; este lugar se encuentra en medio de montañas y valles, cobijado por distintos árboles que asemejan guerreros águila y lobo, que impávidos vigilan el correr de los años; este lugar es arrullado constantemente por el canto de los pájaros; ahí el Sacerdote se ejercita en lo físico y espiritual, camina por veredas y montañas, toma agua de los manantiales y aguamiel de los ma-gueyes que han raspado los habitantes de esos rumbos; por las noches reza hasta altas horas, disfruta de las estrellas y el canto del Viento. De este modo se prepara los cuatro días.

al regresar a su comunidad, el Sacerdote y el abuelo esperan la Noche; a las siete en punto realizan una Cere-monia para pedir fortaleza al gran Espíritu de la vida. Se sientan de frente los dos, por unos instantes observan el Fuego que habían encendido y oran:

Tu gesto es de orgullomadre Tierra,padre Cielo.

Padre Viento, eres la divina vidaque brota de la Tierra,eres el caminoque alumbran los luceros.Sí, abuelo Fuego,en tu alma contienes

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la divinidad de la vida,el fruto de nuestro camino.

Después danzan; al término de la Ceremonia, ellos entienden el ser de los señores otomíes, de sus ojos sale el brillo de la esperanza y de la vida; son acompañados por el canto del Ave nocturna; beben pulque…

Ya pasada la Medianoche, th’ony recibe la enco-mienda de visitar a unos hermanos otomíes en colima y unos hermanos Wirxaricas en Nayarit, para partici-par con ellos, en el mes de septiembre, en la ceremo-nia del Peyote. El abuelo Montaña Blanca y th’ony se despiden.

Dejan pasar cuatro días, los que le sirven para recu-perarse del ayuno pasado; se alista para viajar…

El camino está trazado. th’ony el Sacerdote aún tiene un gran trecho por recorrer, debe estar listo para la última enseñanza. así con el espíritu atormentado se encamina al norte, la casa del padre Viento, para visitar las comu-nidades hermanas; antes de marchar al encuentro de la sabiduría y de la libertad. En las besanas, la flor de mayo coquetea con el colibrí, así llega donde cruza el Maxky Dâth’e (río Lerma), está cubierta de hierbas verdes. Los contempla y dice:

—Padre río, en unos cuantos días caminaré sobre el alma de los pueblos que viven allá por donde nace el padre Viento, lléname de tu sabiduría, hoy que aspiro tu aliento, para inflamar día con día el saber.

Después, se despide de él. En las alturas pasa un avión; levanta la vista, se detiene por unos instantes, inmediatamente prosigue sus pasos.

—Buenos días, Pequeño Padre –escucha que le dice una joven; ella viene caminando por donde nace el Vien-to, junto a los abuelos de su comunidad. Ellos le salen al paso para darle la bienvenida:

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—Que el creador te llene de sabiduría, Pequeño Padre –saludan los niños que se acercan a él; todos se encaminan a casa de la abuela Dhëny. La casa es de adobe, tiene tres cuartos, entran al que ocupan como oratorio, rezan alrededor de un Altar adornado con flores de muerto, ya secas; en medio del Altar, el Sahumerio expande humo, éste inunda el cuarto; cuando terminan de orar se encaminan a otro cuarto que sirve de recibidor. alrededor hay troncos acostados que usan para sentarse, los ocupan y la abuela Dhëny dice:

—Gracias, Pequeño Padre, por venir a visitarnos.otra abuela dice: —¡ay! Pequeño Padre, nuestros niños y jóvenes se

pierden con las costumbres que no son nuestras y ya no sabemos qué hacer.

Th’ony suspira profundamente, de sus ojos florecen lágrimas; los abuelos y las abuelas se dan cuenta, se contagian de su llanto. Por momentos sólo se escuchan gemidos, hasta que otro abuelo dice:

—Ya te hicimos llorar, Pequeño Padre.th’ony el sacerdote limpia sus lágrimas, se esfuerza

por responder serenamente y dice:—Lloro por lo que le ocurre al pueblo, yo ya nos

soy yo.Guarda silencio… Mira el cielo y prosigue:—Es vital enseñar nuestras danzas, nuestra lengua,

además contar las historias de nuestros grandes abuelos, ya que el día que muera nuestra memoria, rompemos el camino, el abuelo Fuego vivirá en penumbra.

En seguida mira a los presentes y piensa:—El dolor no deja de asolar mi pueblo.Se pone de pie, contempla las mazorcas de color

blanco, rojo, negro y amarillas, de nuevo dice:—Yo sufriendo, en medio de este naufragio, que

atormenta mi espíritu.

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Los abuelos se ponen de pie, lo mismo hacen los niños y jóvenes que los acompañan; rodean al Sacerdote y entonan cantos y rezos…

A pesar de tu tristezavives tu muerte,florece tu esplendor.

Como las avesdefiendes la vidatu atributo es la dignidad,

como las águilas elevas tu voz,siempre libre.

A pesar de la sombraresplandece tu alma,y las cosas mínimas florecen.

Somos huésped de tu palabra.Ya resuenan las voces de los guerrerosnuestros guerreros…

Entre cantos y rezos, con ellos pasa cuatro días.

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XXX

antes De llegar al pueblo Wirxarica para la Ceremo-nia del Peyote, pasa a zacualpan, comunidad otomí del municipio de comala. Siete meses pasa ahí, aprendiendo de los ancianos de ese lugar; intercambian conocimiento medicinal y religioso. La maleza rodea las montañas y cobija a sus pueblos, llenos de colorido; más allá se ve el majestuoso Volcán de Fuego. Los árboles miran su derredor cual recios guerreros.

En marzo celebran la ceremonia del gozpy… En mayo los envuelve el júbilo florido, viven entre cantos y danzas por la Fiesta del Año Nuevo Otomí; con esmero el pueblo es adornado con las distintas flores, día a día es deleitado por el vuelo de las mariposas, sus calles y veredas inflaman el espíritu con su aliento fragante; la comunidad escucha la palabra del Pequeño Padre y de los abuelos:

—Aquí hemos resistido; hace tiempo nuestros abue-los eran arrestados bajo cargos graves, en sus arrestos eran torturados y despojados de sus tierras con engaños, les hacían firmar documentos por el préstamo de unos cuantos centavos, pero como no sabían leer e imponían leyes que ellos beneficiaban les cobraban cientos; hoy en día lo siguen haciendo, de este modo les quitan casas y milpas.

”Nuestros jóvenes han perdido su identidad; mucha culpa tuvieron los maestros de escuelas y los sacerdotes ca-tólicos, ellos exigían que ya no recordáramos más nuestra cultura y lengua, satanizaban nuestra religiosidad. Hubo

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un tiempo en que realizábamos nuestras ceremonias a escondidas, pero hoy aquí estamos, con el Pequeño Padre.

Él los reconforta: —He escuchado los gemidos de su alma y he venido

para que juntos nos reconfortemos. abran su alma para que el Creador los inflame de luz, fortaleza y sabiduría; juntos caminaremos en la senda de la resistencia y de la dignidad.

Invadido por la emoción, mira el Volcán de fuego; él los mira con dignidad. Entonces el Sacerdote le dice:

—Me han llenado de sabiduría y me han traído a este lugar de esperanza. ¡Qué belleza cubre tu pueblo! rodeado de tus montañas, permitiéndonos ver el mundo adornado de flores fragantes.

El Volcán responde:—Sigue adelante, no te detengas, caminar siempre

adelante es caminar hacia la perfección, no temas la vida…

En agosto disfrutan parte de la Canícula; la comu-nidad se regocija ante las ceremonias de la Bendición de la Milpa y la ceremonia de los elotes. con su amada, disfruta del Aire primaveral y fragante de ese pueblo; admiran las nubes blancas que caminan en el horizonte como hermosas palomas.

Juntos se contagian de una alegría y olvidan sus tris-tezas. cuando llega el día de su partida, para visitar a las otras comunidades, el pueblo es convocado para despedir a su distinguido visitante; le prepara una gran fiesta: en la noche la comunidad sale al centro del pueblo, compar-ten distintas comidas en platos de barro, el pueblo saluda al Sacerdote Otomí y al mismo tiempo se despide de él; una viva emoción lo invade; ya de madrugada se retira a descansar. al día siguiente se levanta, está acompañado de su amada y de los abuelos principales del lugar, les da las gracias por permitirle vivir con ellos en total alegría, el pueblo le pide llegar con bien a su destino.

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XXXI

De ahí Pasa a zuchItlán; en esta comunidad la Natura-leza y las gentes lo arropan, las mariposas delinean en su alma los colores de la vida, el aliento de las flores; suspira el rezo de la eternidad…

Ya a fines de agosto, estando en la terminal de ciudad Guzmán, antes de partir a nayarit y cumplir la encomienda de su abuelo, con ánimo de visitar a su amigo U’hlu Temay, gobernante del pueblo Wirxarica, donde participará del ceremonial, escucha una voz entre el Viento que le pide proseguir:

—¡Camina hacia tu destino! ¡Ve, tras de esa sombra nace la luz! ¡A pesar de tu tristeza al final del camino, nace otro camino, pues constantemente morimos para vivir!

Muy temprano se levanta, aún escucha esa voz… El vehículo lo aparta más y más de ciudad Guzmán, su compañera va a su lado… Sabe y sospecha que un dolor más fuerte esté esperándolo. al paso del tiempo se siente como un pájaro sin nido, cierra sus ojos. así la sombra lo cubre, las montañas y valles se pierden en el horizonte. ¡De pronto algo lo hace despertar! Mira en derredor buscando la mujer de sus días… Ya no está, ya no encuentra a la bella dama, cuya expresión hacía que cada día mirara su alma flotar en el Cielo, en medio del universo, y oyera su armoniosa voz, en el silencio de la Noche; ella, su amada, era la sustancia de su vida…

Th’axthe, el Padre Grande, duerme en su casa; entre sueños sufre por lo que le ocurre a su nieto, ve cómo los

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volcanes y montañas no dejan de llorar, el Viento entona rezos en su vuelo… Despierta sobresaltado, se pone una cobija en los hombros, se encamina a la puerta, sale y mira el altiplano que se extiende por todos lados. Lo rodean las montañas, allá por el oriente se ve el cerro conocido como el Cerro de las Cruces; después se sienta sobre un tronco, en frente hay un Árbol de capulín: lo observa, mira el cielo, las estrellas lo acompañan en su tristeza; reza por su nieto…

th’ony por primera vez se encuentra completamente solo. Grita a su amada desde sus adentros, en lo más profundo de su alma. Mira los árboles y las nubes espe-rando contemplar su rostro, todo en vano; a Medianoche, cuando todos los pasajeros duermen, él sigue despierto y atormentado, lleno de ansiedad. De repente levanta la vista y mira la noche; esta noche es especial, pues nunca se ven nubes rojas en medio de la oscuridad y ¡esa noche las nubes rojas brotan del Cielo! Caminan dolientes; en medio de ellas, a corta distancia, su amada flota entre las nubes, sigue el autobús. todo su ser salta de gozo. La mira con amor y exclama:

—Eres tan linda y feliz, amada mía. Gracias por acompañarme. ¡Siempre caminas de la mano conmigo, nunca me abandonarás!

Ella le sonríe; su rostro pinta la felicidad que jamás hasta entonces había visto; se mueven sus labios: con su rostro lleno de paz dice:

—Señor mío, he surgido del vientre de las nubes para verte una vez más; descansa, entrégate al sueño.

Murmurando estas palabras, se funde en las nubes y se desvanece.

Él la mira; desea gritar frenéticamente, como un niño hambriento. Después dirige sus ojos por todas las direcciones intentando ver parte de ella, pero lo único que siente es el aire nocturno y húmedo.

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Por extraño que parezca, ni intenta dormir, pero que-da profundamente dormido.

En ese sueño, ve un Águila volando sobre una Montaña bañada de Nieve; el Águila va acompañada de su compañera. Sus manos y pies sangran; de sus ojos brotan lágrimas que caen sobre unas flores marchitas de amapola. Él se siente en trance; no sabe si está vivo o muerto; después desea oír su voz, sentir su perfume, ver su sombra o gozar de sus dedos frágiles… así pasan las horas y, al despertar a la luz de la Luna, mira la urbe. El autobús ha llegado a la central de ciudad Guzmán.

camina atormentado por el sueño, busca el autobús que lo conducirá a la comunidad del pueblo Wirxarica. todavía es de madrugada cuando toma otro transporte que sale de la central. Las luces aún brillan en sus calles; a lo lejos se divisan las montañas cubiertas de frondosos árboles, como impasibles centinelas. Llega al poblado llamado Venado Blanco; éste colinda con el estado de Jalisco. todo está rodeado de montañas y frondosa ve-getación; la mayoría de las casas están construidas de madera y adobe.

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XXXII

La aBuela se ha levantaDo, encuentra al abuelo sentado sobre un tronco; él escucha los pasos. Ya la noche se ha retirado, el Sol acaricia su rostro, siente que chala Guy le toca el hombro izquierdo; la abuela le dice:

—Gran Padre, tranquilízate, el Pequeño Padre ha recibido el conocimiento del Gran Sacerdote tchz’ivy (Fuego), además, nosotros le hemos dado el conocimien-to que tenemos, él saldrá adelante.

—Sí, lo sé –dice él–. Pero los sufrimientos de nues-tro Sacerdote son los míos y recorren todo mi ser.

—Lo entiendo; por eso te admiro, Gran Padre.Después de decir esto, la abuela se pone de pie y va

por dos tazas de Atole de maíz; le ofrece una al abuelo. Los dos guardan silencio… Posteriormente el abuelo dice:

—al regresar el Pequeño Padre, le daré su última lección; ya estará preparado.

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XXXIII

El sacerDote otomí aborda un coche que lo lleva sobre los caminos de terracería, donde suben y bajan inmensas veredas; a la vera del camino corren claros riachuelos; el calor es agobiante. Después de varias horas de recorrido, paran frente a una casa de madera que se yergue encima de un pequeño Monte. Está rodeada de flores, Pasto y árboles frutales; el chofer le dice:

—“Llegó a su destino”.Lentamente sube por el camino empedrado, seguido

del chofer, que le ayuda con sus maletas; cuando llegan frente a una puerta de madera, el Pequeño Padre toca; abren minutos después.

cuando entra, escucha murmullos de llanto y la casa está invadida por el Humo de copal. Se estremece; ¡queda pasmado! Su alma se agita, algunas personas danzan, otras cantan y rezan, otras más lloran; esto hace que él sienta deseos de llorar; pero hace un esfuer-zo por contener sus lágrimas. La abuela Luna se acerca al abuelo Fuego, le habla al oído; entonces se aproxima el abuelo a th’ony para darle la bienvenida. con tono apagado le pregunta:

—Disculpe, ¿usted quién es?El Sacerdote otomí le dice quién es.Sorprendido, el abuelo mira a la abuela; ella se acer-

ca y, al saber quién es, le extiende la mano con respeto, después le dice:

—Espera, Pequeño Padre, y te pido disculpas porque no te reconocí.

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rápidamente se dirige a donde se encuentran las de-más personas; cuando saben quién es el visitante, dejan de hacer lo que están haciendo y forman una comitiva para darle la bienvenida.

El abuelo Fuego del pueblo Wirxarica se retira, plati-ca con una abuela; la mirada de los presentes está fija en el Sacerdote otomí. Lo saludan.

El anciano nuevamente regresa a donde se encuentra el Pequeño Padre y le dice:

—Pequeño Padre, sígame por favor.Después lo encamina a un sillón de madera, es

acompañado por tres jóvenes. Posteriormente se retira lentamente hacia la puerta que comunica con el cuarto que usan de recepción; el cuarto donde se encuentra está construido de madera: es acogedor, en sus paredes cuel-gan cuatro pinturas, que son de los habitantes de la casa y de los antepasados del gobernante Wirxarica.

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XXXIV

Valles Y cerros resplandecen en el altiplano, adornado por el Pasto; las hierbas vibran ante las caricias del Rocío. Son las seis de la mañana, las comunidades se deleitan del aire fresco. Los niños y jóvenes, al salir de sus casas, suspiran ante el aliento de la manzanilla, impregnándose en el ambiente; la Luna aún sonríe… Ya los primeros rayos del Sol cobijan la tierra, siete niños y sus perros arrean vacas y borregos; los niños llevan sombreros de palma y gabanes de lana. Dos perros son de color negro, los otros dos son de color café. Llegan a las faldas del Monte lleno de pastizal y hierbas, una niebla espesa los cobija; los niños entrelazan sus brazos bajo sus gruesos gabanes, cuando ya la niebla desaparece y el Sol acaricia sus rostros. uno de ellos encamina sus pasos hacia el Norte, desenrolla un chicote y rebana el aire; con él, se oye el chazzz, chazzz, chazzz…

A poca distancia se escucha el murmullo del Río; al paso de las horas los siete niños toman un descanso sobre una roca, después toman un pedazo de lámina redonda, que tienen escondido bajo unos troncos secos. La acomodan sobre tres piedras, debajo ponen leña seca y la encienden para calentar sus tortillas; se disponen a comer, disfrutan del atole de masa, al término caminan por el Río, contemplan las flores y los Insectos que vue-lan, escuchan el canto de las ranas, Xedy (remolino) se inclina y aspira el aroma de unos rosales, se incorpora y murmura:

—Huelen rico estas flores…

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Se hinca, aspira el aliento de la Tierra; su espíritu, como arrebatado, disfruta de los olores que brotan y lo rodean; se incorpora, mira su derredor. A lo lejos los otros niños cuidan su rebaño; camina a encontrarse con ellos, después uno de ellos propone:

—Veamos quién hace tronar más su chicote.Los demás dicen: —Sí.uno por uno, con su chicote rasgan el aire, chazzz,

chazzz, chazzz… El Viento lleva a cada rincón los chasquidos; los

niños cansados limpian con sus manos el sudor de sus frentes.

El Sol ya ha caminado media jornada, a lo lejos se escuchan doce campanadas; ellos se descubren y dicen:

—Gracias, creador de la vida, por permitirnos vivir otro día más.

—Gracias, Sacerdote otomí, que nos has enseñado a respetar y amar todo lo que habita en nuestro universo.

Después miran saltar los chapulines y se quedan embriagados de su canto…

Entonces el niño Xedy (remolino) piensa:—Qué estará haciendo el Pequeño Padre, ya lo ex-

trañamos, él nos acompaña a cuidar nuestros animales, nos enseña juegos y los lugares sagrados; yo lo extraño mucho, creo que mis hermanos y amigos también.

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XXXV

El sacerDote otomí se vuelve hacia una joven, quien lo acompaña en el cuarto… Se abre la puerta, entran otras jóvenes para saludarlo; a ellas les pregunta la causa de la tristeza que se pasa en la casa; las jóvenes le contes-tan que ese mismo día, como a la una de la mañana, ha muerto la hija del gobernante; mientras le dicen eso, dos de ellas se cubren el rostro y derraman lágrimas…

th’ony se siente desesperado por la tristeza que le in-vade; lo ocurrido en el camino, y luego, al término de ese viaje, se encuentra en la casa del gobernante Wirxarica, amigo de su abuelo; el lugar está lleno de desconsuelo y misterioso por el manto de la muerte…

No tarda en regresar el abuelo que lo recibió; incli-nándose, le dice:

—u’hlu temay, nuestro gobernante, te espera, Pe-queño Padre.

Lo acompaña hacia otra puerta que hay en el extre-mo de un pasillo y lo invita a pasar. ahí se encuentra con diversos sacerdotes Wirxaricas de distintas comunidades acompañando a su amigo, hundidos en el más absoluto silencio. Lo reciben en el centro del cuarto donde se en-ciende el Fuego; estrecha la mano a cada uno. Después, el gobernante, dirigiéndose al Sacerdote otomí, dice:

—tenemos la desgracia de darte la bienvenida cuando vienes de lejos a visitarnos, para compartir con nuestro pueblo nuestra sagrada Ceremonia; este día que lloramos la pérdida de nuestra amadísima hija. Sin

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embargo, trataremos que nuestra pena no interfiera para nada con tu visita.

Th’ony le da las gracias por su fortaleza y bondad; le expresa sus condolencias sinceras. Después u’hlu temay le señala un sillón rústico de madera. El Pequeño Padre se incorpora al silencioso grupo. contempla sus expresiones tristes; a pesar de ello son fuertes, dignos, su alma se llena de admiración.

recuerda a la bella colima, y a su amada… al mis-mo tiempo llegan a su memoria los fulgores de la vida y murmura, mirando el cielo:

—El Viento de aquellos días me dijo que somos tú y yo, ahhh… recuerdo tus ojos llenos de embrujo… Hoy no soy, soy ave enamorada de ti, bella Luna; enamorado de las flores, de la muerte… Morir hoy y mañana, morir, morir para vivir en el epicentro de tus ojos y de tu aliento.

Mira a los presentes y vuelve a murmurar:—nadar, nadar en tu pensamiento, ahí viviré, ahí

moriré, angelical Luna de mis sueños… Al volver a la realidad se estremece; está ahí, junto

a los demás visitantes. respira profundamente, el aroma del copal lo reconforta.

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XXXVI

Ha llegaDo la noche; no tardan en retirarse, uno tras otro, los acompañantes. Sólo queda el apesadumbrado padre que, a pesar de su dolencia, se ve como lo que es, un digno gobernante, ataviado de su vestimenta tradi-cional: camisa color azul cielo, bordado con un venado color rojo y en sus mangas encajes del mismo color; su pantalón blanco luce otros dos venados bordados. cuan-do el Sacerdote otomí intenta retirarse le dice:

—Pequeño Padre, hermano mío, te suplico que no te retires; como mi invitado, no tengas inconveniente para acompañarme en mi aflicción.

Sus palabras lo conmueven profundamente; asiente con un ademán y él sigue diciendo:

—tu comunidad es sumamente hospitalaria con sus visitantes, haremos lo mismo contigo.

Los dos se sientan frente al Fuego; U’hlu Temay le ofrece el sagrado Peyote; después el gobernante Wir-xarica toma un tambor de madera, de él brotan sonidos de tristeza. El Sacerdote otomí entona un canto en su idioma; por el reflejo del Fuego, la expresión de los dos se ve ausente, fuera de este Universo; todo es Silencio. Ellos están en otra dimensión…

Después de unas horas, U’hlu Temay se incorpora; llama a una joven y le dice:

—Lleva a mi hermano al cuarto que se encuentra por donde sale el Sol.

Guarda silencio unos segundos y le vuelve a decir: —atiéndelo bien mientras esté con nosotros.

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La joven lo conduce a un cuarto, su techo está ador-nado de banderas; la cama es de madera. Ya en él, se deja caer; reflexiona sobre su situación.

a los pocos minutos llega la misma mujer trayéndole la cena.

Después de comer, camina por el cuarto; mira por la ventana y contempla el cielo estrellado. así pasa unos minutos, se siente adormilado y reclina su cuerpo fatiga-do en la cama; se queda dormido…

no sabe cuánto tiempo pasa así. De pronto advierte que alguien ronda en el cuarto y lo llama con indica-ciones; se levanta y, siguiéndola, se dirigen al pasillo. Camina sin voluntad, como en sueños; se mueve en un mundo más allá del tiempo y del espacio. Llega al fondo, frente a una puerta de madera; la abre, se encuentra en una habitación pintada con cal, en el centro se encuentra un cajón de madera, rodeado de llameantes velas y vela-doras, flores rojas, blancas y amarillas; se arrodilla junto al ataúd, que se encuentra encima de un petate; después se incorpora lentamente y mira la figura que yace inerte en él. ahí delante, cubierto por una manta blanca ador-nada de aves, está el rostro de su amada Bella Luna. ¡La compañera de sus visiones! ¡Es la mujer a quien tanto ama! Yace en el ambiente de la muerte, velada por el silencio…

todavía sin entender, nuevamente se arrodilla ante el ataúd de madera; postrado en el silencio, contempla su semblante candoroso… así pasa hasta que llegan los primeros rayos del Sol. Después se levanta, vuelve a su cuarto, abatido; abrumado por la eternidad, suspira y derrama lágrimas…

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XXXVII

cuanDo el sol asoma ya por las montañas, u’hlu temay se encuentra en el patio. Le muestra un mapa antiguo, que habían dibujado sus ancestros: caminan hacia un sendero de terracería, suben por las laderas que llevan al Monte Sagrado, dicen que ahí se aparece en las noches el Venado Blanco. toma asiento en una piedra, th’ony mira pen-diente abajo. Hay una vereda torcida llena de frondosos pinos. Siguen el curso de un Arroyo; ve también una casa de madera con el tejado rojo, un corral de caballos y vacas; más abajo, como a tres kilómetros, hay una línea de luz que serpentea ladera abajo, entre postes muy separados.

En ese momento le llegan recuerdos de su infancia… Ya había estado ahí, entonces rememora a la hija del jefe Wirxarica, entiende por qué se le apareció. Él había ido a aquel pueblo hace veintiún años, él tenía nueve y ella siete; en aquella ocasión acompañó al pueblo Wirxarica a una peregrinación, los presentaron…

El canto de las aves le hicieron volver a la realidad; a su derecha se ve el valle, enfrente un gran estanque rodeado de un gran Bosque, en el cielo unas nubes pa-sean, seguidas de patos. aspira profundamente, sentado contempla el Sol que se deja ver cuando las nubes le abren la puerta.

Después del Mediodía regresan a casa de u’hlu te-may, quien dice:

—Pequeño Padre, recuerda que hay momentos en que el Sol sale, después deja salir a la Luna; hay flores que prenden y hay flores que se apagan antes del Mediodía…

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—Es cierto, gran Jefe.Ya sereno, th’ony recordó que había un acuerdo

entre su comunidad otomí, representada por su abuelo, y la comunidad Wirxarica, representada por el gober-nante: la joven Luna y él se casarían; a los treinta años del Sacerdote otomí, a los veintiocho años de ella… En silencio se deleita de las mariposas que revolotean sobre las flores; más allá, sobre unos árboles, cuatro colibríes cantan y danzan al lado de un riachuelo, nueve venados beben agua; entonces entiende el misterio de la vida. contempla su propia vida, se sumerge en el esplendor de la realidad, donde siempre es acompañado de sus sue-ños, pero esos sueños le permiten andar sobre caminos pedregosos, que le ayudan a remontar el vuelo a las altas cumbres de la vida.

al día siguiente, se realiza el funeral de su amada. Ella, hermosa flor que se ha apagado, camina al vientre de la tierra, su alma se eleva al Volcán celeste y desde ahí no la pierde de vista; ella brota en la Flor de amapola, en las estrellas…

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XXXVIII

En la casa De u’hlu temaY, se prepara una suculenta comida de carne asada y agua de fruta; el Cielo le ofrece su particular canto; el Sol pinta de fuego las alturas… conforme los rayos del Sol abrazan los pueblos, el colibrí deja de cantar. Está parado en una roca, mira pensati-vo… De una grieta de la Roca brotan gotas de Agua; de repente se detienen como si leyeran las oscuras historias, en instantes gimen… Los ojos del ave multicolor se di-latan, son velados por una bella ráfaga de Viento… al término de la comida, el Sacerdote otomí se encamina a descansar, dormita un rato. cuando ya el Sol se oculta en el poniente, se ducha; después sale. Ya lo esperaba el jefe Wirxarica, su familia y parte de la comunidad le ofrendan frutas y carne… Lo despiden entre abrazos; una comitiva de jóvenes y de ancianos lo encamina a la central camio-nera de Ciudad Guzmán; ahí, cuando aborda el autobús y se aleja, sus acompañantes derraman lágrimas…

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XXXIX

al llegar a la comunIDaD otomí, ya lo esperaban sus abuelos; la abuela había preparado té de ajenjo, pues ya estaba en armonía y listo para la última enseñanza del abuelo: la ceremonia curativa, la ceremonia del camino Nocturno. Durmió todo el día; antes nunca podía hacer-lo. Ya a las tres de la tarde caminaron al Monte sagrado, de nombre Ndöxm’o (lugar de semillas). Con sus abuelos preparó el abuelo Fuego, alrededor formaron tres círcu-los con pétalos de flores, blancos, rojos y amarillo. Del norte y oriente llegaron los otros abuelos y abuelas, son los conocedores y guardianes. Junto con su abuelo de la gran ceremonia nocturna, se saludan, forman un círculo alrededor del Fuego, los tres círculos de flores los prote-gen; el abuelo Th’axinhy (Águila Blanca) dice:

—Los hombres y mujeres extranjeros no comprenden el camino de la otra vida, el camino que te conduce al Volcán Celeste; con él no se debe luchar. ¿Has notado que las gentes mueren al final de la Noche o al final del Día? cuando las estrellas aún están despiertas en el oeste, y se siente el espíritu del amanecer del Este en las montañas, sólo entonces es acompañado del Viento Sagrado que vie-ne del norte, para entrar en el alma de ellos y bendecirlos junto con el nuevo día; así debemos morir bañados por el aliento sagrado de la tierra y del cielo…

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XL

La luna llena ya camina por el Oriente; todos escuchan con respeto el abuelo, mientras imparte el curso final de la teología-Filosofía otomí. Es grato contemplarle cuando observar las flores, a los pájaros de flor, que se extienden en las rocas donde caen las aguas; al mirarlas se pone tenso, al igual que cuando se escucha el suave vibrar de los pétalos de las rosas, estremecidas por el hilo del aire.

nuevamente se escucha el suave susurro del Viento al chocar con las rocas; entonces, el Fuego, con un suave suspiro, danza. Unas mariposas revolotean sobre las flo-res y éstas desprenden un aroma suave; el abuelo Sacer-dote Th’axiny refleja en sus ojos la alegría por el destello del Sol, mientras en sus labios aflora una sonrisa, pues ve el palpitar de la vida y siente amor por la tierra.

El sacerdote ya no será Pequeño Padre; al final de la Gran ceremonia será Gran Padre. El abuelo nuevamente dice:

—Desde que llegaron los extraños a nuestras tierras, nuestra gente desconfía de todo; en este presente, ante tanta mentira, es difícil que las personas confíen en al-guien, desconfían hasta de sus propias familias, y es más difícil cuando están enfermos; tienen dolor y no están en armonía. con estas personas tratarás y vivirás con ellos y ellas.

Son las nueve de la Noche; las luciérnagas revolotean y chispean en las sombras, el Viento se desliza hacia las montañas, mientras en el cielo las estrellas se van encen-

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diendo en comunidad; de las sombras se oyen susurros, más allá del sagrado lugar se escucha el ladrido de varios perros. El Aire deleita los ímpetus con su olor dulce; de repente pasa por las alturas el vuelo de alguna ave. La Luna está ahí encendiendo el cielo de amarillo-azulado; todos se ponen de pie, el abuelo th’axinhy danza, los otros abuelos rezan y cantan, el Sacerdote toca el caracol tres veces a la tierra, tres veces al cielo y tres veces al Fuego… Todos dejan de cantar y rezar; el abuelo sus-pende su danza sagrada. El Sacerdote es rodeado por los ancianos, le enseñan los astros del cielo, los trazos son matemáticos, cada estrella revela un secreto. El tiempo era bueno para el destello de la vida. complacidos reco-gen el eco que regresa a ellos húmedo, cobijado por las sombras. Sonríen ante la caricia de la distancia.

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XLI

El cIelo está sereno, dulce… cuando mueren nues-tros guerreros se convierten en pájaros, vuelan al cielo y encienden las estrellas; en el día bajan con los rayos del Sol y encienden las flores. Siempre están despiertos, susurran cantos sonoros, bendicen la tierra, el cielo…

El Fuego desparrama su destello, en el alma de los hombres, pero más sublime el de nuestro hombre sacer-dote, pues cada minuto que pasa sus pupilas se encienden más y más; muestran el Camino Nocturno. Entre cantos, rezos y danzas, su espíritu se llena de ese otro estado de libertad que sólo los que luchan lo alcanzan y florece en la luz de la conciencia…

th’ony el Sacerdote otomí ha pasado la última prue-ba. Su alma se ha encendido, nadie podrá apagarlo, sólo hasta que se apague el destello de su alma saldrán chispas iluminando el Cielo; mientras la Tierra es el consuelo y la luz de su pueblo y de otros pueblos; de Pequeño Padre ha pasado a ser Gran Padre… Emocionado reza:

—Hoy despierto y contemplo el silencio, entiendo que el ayer, el día y la noche son parte de la plenitud. Ellos, junto con los sueños, son la armonía de la vida.

Mira los ancianos, que permanecen en otra dimen-sión; la Noche lo cobija, en las copas de los árboles se escuchan los cantos del ave nocturna, las estrellas ven al Viento amontonar las nubes; surcan tres águilas altivas, semejantes a un Relámpago; como una flecha surcan las nubes, después regresan y descansan sobre unas rocas que están frente al Fuego. Las águilas sonríen al joven Sa-

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cerdote, el Viento aúlla. El joven Sacerdote con emoción mira el Fuego y el Humo del copal, que se impregna en el ambiente. Nuevamente observa el Fuego, se queda quieto; después mira las águilas y continúa con su palabra:

—Por primera vez, como Gran Padre, me deleito del aliento de las flores, el canto de las aves, hierbas y hojas de árboles; con mi alma bañada por el Viento, vivo el destello de mis ancestros…

Las ancianas le impregnan el Humo que brota de las hierbas medicinales. El Viento lo cobija y, extasiado, nuevamente dice:

—De hoy en adelante, como Gran Padre caminaré entre campos y montañas; en lo más profundo de mi existencia brota agua salada, en este instante entiendo que Fuego y agua, tierra y cielo, están en comunión.

”Sí, con los besos de la naturaleza siento el hálito fresco que brota de las montañas y de la tierra. Esta tierra nos enseña a caminar como bravos guerreros, adornados de los insectos, aves y animales; seducidos por las flores y sus aguas; del vientre del Cielo y de la tierra salen cantos de inefable dulzura, esos sonidos, que recorren el universo engrandeciendo la grandeza de la vida, develan sus misterios, lo aclaran en nuestras mentes y almas, después nos encaminan como el Fuego a la eternidad, donde las estrellas y la Luna nos reciben con sus tintineos dulces, eternos…

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XLII

asoma el sol soBre las montañas lejanas; Th’ony, ya Gran Padre, y sus acompañantes, bajan del sagrado Monte, conciliando su alma. Es más humano, más exi-gente consigo mismo, ya sabe cómo conciliar sus ideales con la realidad.

Los días siguientes pasa su vida en soledad; vibra ante el canto de los ríos, escucha la sangre que pasa bajo la tierra, de ella nacen los árboles tiernos y la Hierba verde, sonríen con las flores.

th’ony entiende que de sus raíces nace su historia y ahí escucha la voz de sus muertos. Ya no están perdidos; en su cultura revelan su origen; forjan desde su realidad de pueblo su semilla, ven que su esencia no viene de afuera. nace en la conciencia de su propia identidad, de su raíz.

La palabra de sus ancestros le hace descansar el alma, vive en su proporcionada semejanza de guía, de padre… Goza su sabiduría y en el sufrimiento adquiere conciencia. Su espíritu crece y ronda la tierra cubierto de Fuego: ya no sólo es un hombre, es un Mhokh’a (sacer-dote) o’hth’ony (otomí, los que provienen del trueno).

ÍnDIcE

aGraDEcIMIEntoS 7

IntroDuccIÓn 9

I 13II 15III 19IV 23V 27VI 31VII 33VIII 35IX 39X 41XI 45XII 47XIV 49XV 53XVI 59XVII 61XVIII 63XIX 65XIX 71XX 75XXI 79XXII 81XXIII 85XXIV 89

XXV 93XXVI 99XXVII 101XXVIII 103XXIX 107XXX 111XXXI 113XXXII 117XXXIII 119XXXIV 121XXXV 123XXXVI 125XXXVII 127XXXVIII 129XXXIX 131XL 133XLI 135XLII 137

Danza Nocturna, de Isaac Díaz Sánchez, se terminó de imprimir y encuadernar en 2015, en los talleres de Pacomio Sán-chez Solano/artículos Impresos, Diego rivera 203-a, col. Los Ángeles, c.P. 50020, toluca, Estado de México. En su composición se utilizaron tipos de la familia times new roman. El papel de los interiores es cultural de 90 g y el del forro cartulina sulfatada de 14 pts. El tiro consta de mil ejemplares. cuidado de la edición: carlos Valenzuela ocaña.

Diseño gráfico: Luis García Flores.