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13 CUESTIONES Y CONCEPTOS BÁSICOS SOBRE COOPERACIÓN Y BIENESTAR SOCIAL Alberto Hidalgo, Fco. J. Rodríguez Díaz; Asunción Jiménez y P. Gómez Cabornero Universidad de Oviedo Luis FERNÁNDEZ RÍOS Universidad de Santiago de Compostela 1.- Introducción Este capítulo preliminar estaba escrito en forma de borrador antes de que desaparecieran dos personas. A una de ellas, Javier Grossi, le gustaba sustentar la idea de que la Ciencia no tiene como única finalidad la explicación de los fenómenos que constituyen su objeto, sino que su última justificación está en la intervención. Esta sería la razón por la cual las Ciencias Sociales, y los que estamos inmersos en su mundo, nos hallamos comprometidos en la transformación de los fenómenos sociales que constituyen nuestro objeto de estudio. Una de estas ciencias, la Psicología, era su especialidad y desde ella están trazados los conceptos que atañen al bienestar social Se dice que la psicología se ocupa de la conducta; es decir, de la forma particular que tenemos los individuos de percibir las variables que van a determinar nuestros patrones conductuales. Desde este posicionamiento, el individuo y la situación se encuentran implicados en un proceso de mutuas influencias, donde la situación está en función de la persona y los comportamientos de ésta en función de los de aquella. De aquí que algunos incautos esperen hallar en el estudio de la personalidad una respuesta explicativa a la conducta humana —modo de existir de los organismos en sus respectivos medios—. Frente a ellos la doctora Ibañez (1989) nos previene acerca de que la enorme discrepancia que existe en el campo de la Psicología acerca de la temática de la personalidad. Y es que como ha demostrado fehacientemente Gustavo Bueno (1996) la persona humana sólo es concebible en el curso del proceso histórico. No es extraño, así pues, que se hayan hecho tantas y tan diversas definiciones sobre la personalidad, en dependencia de los distintos enfoques

CUESTIONES Y CONCEPTOS BÁSICOS SOBRE …universidadabierta.org/descargas/aht7.pdf · Este desolador panorama, provoca que la conciencia de los distintos grupos en torno a lacooperación

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CUESTIONES Y CONCEPTOS BÁSICOS

SOBRE COOPERACIÓN Y BIENESTAR SOCIAL

Alberto Hidalgo, Fco. J. Rodríguez Díaz; Asunción Jiménez y P. Gómez Cabornero

Universidad de Oviedo

Luis FERNÁNDEZ RÍOS Universidad de Santiago de Compostela

1.- Introducción

Este capítulo preliminar estaba escrito en forma de borrador antes de

que desaparecieran dos personas. A una de ellas, Javier Grossi, le gustaba sustentar la idea de que la Ciencia no tiene como única finalidad la explicación de los fenómenos que constituyen su objeto, sino que su última justificación está en la intervención. Esta sería la razón por la cual las Ciencias Sociales, y los que estamos inmersos en su mundo, nos hallamos comprometidos en la transformación de los fenómenos sociales que constituyen nuestro objeto de estudio. Una de estas ciencias, la Psicología, era su especialidad y desde ella están trazados los conceptos que atañen al bienestar social

Se dice que la psicología se ocupa de la conducta; es decir, de la

forma particular que tenemos los individuos de percibir las variables que van a determinar nuestros patrones conductuales. Desde este posicionamiento, el individuo y la situación se encuentran implicados en un proceso de mutuas influencias, donde la situación está en función de la persona y los comportamientos de ésta en función de los de aquella. De aquí que algunos incautos esperen hallar en el estudio de la personalidad una respuesta explicativa a la conducta humana —modo de existir de los organismos en sus respectivos medios—. Frente a ellos la doctora Ibañez (1989) nos previene acerca de que la enorme discrepancia que existe en el campo de la Psicología acerca de la temática de la personalidad. Y es que como ha demostrado fehacientemente Gustavo Bueno (1996) la persona humana sólo es concebible en el curso del proceso histórico.

No es extraño, así pues, que se hayan hecho tantas y tan diversas

definiciones sobre la personalidad, en dependencia de los distintos enfoques

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doctrinales y de sus variadas fundamentaciones explicativas. Incluso, restringiéndonos a contextos científico-técnicos, la perspectiva psicológica es una más al lado de las perpectivas histórico-teológicas, jurídicas y antropológicas. El hecho de que no exista una teoría universalmente aceptada, no va a impedirnos, sin embargo, tomar postura respecto al concepto previo de Cooperación, debiendo juzgarse los análisis psicológicos utilizados más tarde en dependencia directa del punto de vista de su utilidad o inutilidad para este concepto de cooperación.

2.- La Idea General de Cooperación: la contradicción entre doctrina oficial y práctica efectiva.

El Artículo 1º de la Carta de Naciones Unidas establece como tercer

propósito de la organización «realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario, y en el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma y religión» (Pérez Soba, 2000). Por otro lado, el primer principio del mismo documento, que recoge el Artículo 2º, establece inequívocamente «la igualdad soberana de todos sus miembros», de manera que si hemos de hacer caso a las declaraciones legales, aún cuando se trate de textos cuya fuerza compulsiva, si no nula, es dudosa (mera soft law, como dicen los ingleses), apenas cabría abrigar dudas acerca de qué queremos decir cuando hablamos de cooperación. Según la Organización de Naciones Unidas, después de la Segunda Guerra Mundial sólo cabe hablar de ciudadanos, de comportamientos igualitarios, de solidaridad entre personas que por definición se hallan al mismo nivel y pueden establecer un diálogo de tú a tú, sin distingos de razas, colores, lenguas ni religiones.

Sin embargo, estas hermosas intenciones expresadas en tan bien

sonantes palabras están muy lejos de haberse hecho realidad después de su proclamación el 26 de Junio de 1945 en San Francisco. En aquella época, ni siquiera se había procedido al proceso de descolonización que ha duplicado el número de Estados miembros, de modo que al lado de los encomiables propósitos y principios, la misma Carta seguía manteniendo el estatuto de colonias para muchos territorios y fideicomisos. Todavía hoy, tras varios retoques y revisiones sigue hablándose en la Carta de «Estados enemigos» (artículos 106 y 107), así como de un obsoleto Consejo de Administración Fiduciaria, destinado a coordinar la administración de los fideicomisos, que ya no existen, convertidos como están en 40 microestados independientes.

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En consecuencia, aunque una lectura del Capítulo IX todavía pueda utilizarse como definición abstracta de lo que pretende la cooperación internacional al desarrollo, en este libro vamos a intentar ser más precisos desde el principio.

En efecto, mientras el Artículo 55 de la Carta de Naciones Unidas

parece decir que «cooperar» consiste en solucionar determinados problemas de ciertos Estados miembros menos desarrollados y dictaminar en qué dirección deben encaminar sus esfuerzos, nosotros vamos a tratar de subrayar que «cooperar» es literalmente realizar una acción conjunta, de mútuo y común acuerdo, pues tal vez, antes de apuntar en una dirección concreta, sea preciso establecer un intercambio intelectual para ponerse de acuerdo sobre lo que cada uno considera realmente problemático. Porque, como dice acertadamente Santiago G. Escudero «cooperar no es obligar, ni acallar protestas ni colonizar voluntades ni procederes» (1995)

Establezcamos, así pues, en primer lugar la doctrina oficial sobre la

cooperación internacional: «Artículo 55. Con el propósito de crear las condiciones de

estabilidad y bienestar necesarias para las relaciones pacíficas y amistosas entre las naciones, basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos, la Organización promoverá:

a) niveles de vida más elevados, trabajo permanente para todos, y condiciones de progreso y desarrollo económico y social;

b) la solución de problemas internacionales de carácter económico, social y sanitario, y de otros problemas conexos; y la cooperación internacional en el orden cultural y educativo; y

c) el respeto universal a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión, y la efectividad de tales derechos y libertades»

«Artículo 56. Todos los miembros se comprometen a tomar medidas

conjunta o separadamente, en cooperación con la Organización, para la realización de los propósitos consignados en el artículo 55»

Basta leer la doctrina oficial para darse cuenta del siguiente dilema: o

bien el artículo 55 es pura retórica vácua, escrito para disimular o, lo que es peor, para hacer exactamente lo contrario, o bien ningún Estado se siente realmente comprometido por el artículo 56. Después de cuatro décadas de

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cooperación para el desarrollo, firmadas y evaluadas por Naciones Unidas, los datos siguen hablando por sí solos: El 25% de la humanidad, que constituimos la población del Norte rico nos repartimos (más o menos injustamente) el 80 % de la renta mundial, consumimos el 70 % de la energía, el 75 % de los minerales, el 85 % de los recursos forestales y el 60 % de los alimentos del mundo, por no hablar de las ventajas tecnológicas asociadas (automóviles, televisiones, telefonía, internet, etc.). Y si bien es cierto que el 75 % restante de la población se halla en situaciones enormemente heterogéneas, de manera que ya no se puede hablar de Tercer Mundo, ni siquiera de Sur en términos globales, el proceso de globalización (Adda, 1999; Gray, 2.000; Hidalgo, 2000) ha producido también el estancamiento de los excluidos: «unos cuarenta países menos avanzados, los cuales conocen una marginación acelerada en la mundialización de la economía» (Alonso Pérez, 1999). Pero la contradicción entre doctrina oficial y realidad efectiva no termina en la constatación del retroceso de los países del África subsahariana, sino en el hecho político cada vez más evidente de que incluso los grandes países del Sur, que antes lideraban la resistencia contra el expolio del Norte han cambiado de estrategia: cada uno juega en función de sus intereses en la economía mundial, de manera que la doctrina oficial cada vez se parece más a una ficción jurídica.

Este desolador panorama, provoca que la conciencia de los distintos

grupos en torno a la cooperación sea muy desigual en dependencia de la posición relativa del país observador. La idea de cooperación, así pues, lejos de ser unívoca y homogénea, tiene muchas fisuras, sobre todo, desde la perspectiva de los grupos subordinados de países para los que el discurso de la cooperación no ha significado mejoras, sino deterioro social. Para los llamados países menos avanzados, la llamada «cooperación para el desarrollo» puede estar siendo percibida como una «forma sutil de seguir manteniendo la dependencia colonial». Es cierto que esta suerte de «contradicción realizativa» entre las concepciones derivadas de las nociones oficiales de «cooperación», escritas y pensadas desde el Norte, y las experiencias prácticas de los que sufren los comportamientos colonizadores por parte de los gobiernos poderosos, sus multinacionales e incluso sus cooperantes, no puede reducirse a un simple fenómeno psicológico de autoengaño. Si la «cooperación al desarrollo» desde una perspectiva crítica y emancipadora, puede ser tildada en su funcionamiento real como «ideológica» es justamente porque se trata de un proceso en el que nos hallamos implicados no unos pocos agentes, sino grandes masas de hombres y mujeres, con lo que de entrada la perspectiva psicologista queda desbordada.

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Ahora bien, poner al descubierto esta contradicción es ya una práctica desenmascaradora, que acepta el calificativo de «ideológicos» para los artículos de Naciones Unidas, a condición de que no se cometa la ingenuidad de identificar «ideología» con «falsedad», ni «ciencia» con «verdad». No todas las ideologías son equivalentes; y la ideología del humanismo liberal e ilustrado que subyace, sin duda, en las declaraciones de las Naciones Unidas tiene algunas virtualidades nada desdeñables. El propio Adorno (1966) concedía que la crítica de la sociedad capitalista exigía el uso de la razón científica en algunos tramos. Porque si lo que se reprocha a los aparatos ideológicos del Estado es su intento de suprimir toda contradicción, de manera que habría alcanzado su perfección en el mundo reificado, burocratizado y administrado del capitalismo avanzado, la lástima es que esas potentes maquinarias de los Estados no se hayan empleado a fondo, pues no han conseguido todavía borrar esta contradicción que mantiene en la más estricta miseria al 20 % de la población mundial, y a otro 60 % en condiciones detestables, muy alejadas aún del ideal ilustrado en torno al que Naciones Unidas ha logrado consensuar el artículo 56.

Claro que no basta señalar la contradicción; hay que determinar sus

fundamentos y causas históricas, como se intentará hacer en algunas contribuciones de este volumen. La tarea que aquí nos compete, sin embargo, supuesta la contradicción antedicha, consistiría no tanto en demorarnos en las consideraciones sociales e históricas que ponen en tela de juicio la «cooperación al desarrollo» tal como se ha venido ejecutando, tanto por parte de los Estados (sobre los que recae la principal responsabilidad) como de las ONGDs, cuya labor subsidiaria y casi anecdótica ponen los medios de comunicación de masas en el candelero con la obvia intención de utilizarlas de pantalla para ocultar las responsabilidades de fondo, cuanto hacer explícitas ciertas precondiciones del desarrollo y de los procesos de interacción intercultural que faciliten un «nuevo enfoque sobre la cooperación», tarea que consideramos digna de un emprendimiento académico comprometido con la realidad. Elaborar y hacer explícitos los principios que permitan iluminar la «conjunción en el operar», a la que el propio término «cooperación» apunta, puede ayudar a sacar a la luz ciertos elementos, que en los textos doctrinales sólo aparecen de forma incoada y ambigua, pero que pueden ser utilizados por los propios países oprimidos a partir de sus experiencias prácticas en orden a construir una filosofía coherente de la cooperación, una cierta concepción del mundo capaz de realizar la igualdad siempre proclamada y siempre traicionada «por los más iguales».

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Esta nueva concepción de la «cooperación al desarrollo» debe presentarse aquí de forma esquemática a partir de cuatro preguntas básicas, que González Escudero (1995) formula así:

1.- «¿Quién es el que realiza la acción para desarrollarse?» 2.- «¿Quién debe tomar la iniciativa o simplemente pedir lo que

necesita para ello?» 3.- «¿En qué consiste la acción conjunta que se provoca de esa

manera?» 4.- «¿Quién o quiénes pueden llevarla a cabo sin alterar el sentido de

la cooperación?» La virtualidad que atribuimos a la ideología del humanismo liberal

planetario por contraposición a otras ideologías «totalitarias» «fascistas» y «holistas» consiste justamente en su capacidad para tener en cuenta, aunque sólo sea de manera especiosa y limitada a partir de preguntas abstractas como las que anteceden, la variedad, pluralidad y particularidad de los cuerpos concretos que pueden llegar a ser argumentos capaces de satisfacer la variable «¿Quién?» de estas preguntas, sin caer por ello en una idolatría de la diferencia, en la que parecen incurrir sistemáticamente muchos sedicentes izquierdistas postmodernos. Pero respondamos ya a las cuatro preguntas.

2.1.- Agentes de cooperación y no de colonización.

Si concedemos que el auténtico agente de su propio desarrollo es el

país catalogado como «menos desarrollado», de ahí se sigue inmediatamente que la cooperación excluye la colonización, tanto explicita (tan frecuente, por desgracia, en la llamada cooperación bilateral, que sigue siendo la más abundante) como encubierta, que se produce incluso a través de programas multilaterales cuando los organismos acreedores condicionan las ayudas a determinadas pautas de comportamiento, condiciones axiológicas o servidumbres económicas. No hace falta renunciar a evaluar los resultados para reconocer, como han hecho el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) desde 1990, que el auténtico objetivo de los planes y programas de desarrollo no consiste tanto en favorecer el crecimiento económico per se, la industrialización, la mecanización del campo o la creación de «polos de desarrollo» (o cualquier otra práctica desarrollista exitosa de los países llamados industriales), cuanto en «ampliar la gama de opciones de las personas brindándoles mayores oportunidades de educación, atención médica, ingresos y empleo, desde un entorno físico en buenas condiciones hasta libertades económicas y políticas» (1992) por las

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concepciones conflictivas que muestran. El nuevo concepto de desarrollo humano, que ha merecido el Premio

Nobel en la figura de Amartya Sen (1987) encamina la respuesta a esta pregunta en la dirección adecuada. Justamente por eso este libro enfatiza el concepto de bienestar social en combinación con la idea de desarrollo. Potenciar el bienestar de las personas, proporcionándoles lo que demandan, es el auténtico objetivo del desarrollo humano que asume ahora el PNUD, como sentidamente expresa Muhammad Yanus, fundador del Banco Grameen de Bangladesh, un proyecto de autoayuda interna al desarrollo: «Cuando yo sostenía que ayudar a una familia que sólo comía una comida a fin de que pudiera comer dos comidas, a una mujer que no tenía ropa de recambio para que se pudiera permitir una segunda prenda de vestir, era un milagro del desarrollo, se me ridiculizó. Eso no es desarrollo… El desarrollo es el crecimiento de la economía, dijeron; el crecimiento traerá todo. Hacíamos nuestro trabajo como si estuviéramos envueltos en una actividad muy indeseable. Cuando salió el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD nos sentimos vindicados. Ya no éramos operadores de oscuros rellanos; sentíamos que estábamos incorporados a la realización de una de las actividades principales» (PNUD, 1999)

2.2.- La Ayuda Oficial al Desarrollo y la filosofía del desarrollo humano.

Más complicado resulta responder a la segunda pregunta, porque en

muchas ocasiones las carencias de los necesitados son de tal envergadura que incluso les falta la capacitación necesaria para darse cuenta de tales falencias. El principio de «igualdad de oportunidades» puede convertirse así en una trampa, si se reduce a una cuestión puramente formal; y la situación no es menos engañosa cuando se cuantifica materialmente en términos económicos. Las personas empiezan a estar capacitadas para demandar lo que necesitan sólo en el momento en que han salido del estado de pobreza y privación graves, pues ya está suficientemente comprobado que las deficiencias alimenticias repercuten negativamente en el rendimiento intelectual. Sacar a las personas más desfavorecidas de ese estado de privación y pobreza es obligación de los Estados de los que son ciudadanos, pero también de la comunidad mundial.

La responsabilidad de la comunidad mundial se ha institucionalizado

en 1961 con la constitución del Comité de Ayuda al Desarrollo (CAD) de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), cuyos miembros canalizan alrededor del 95 % del total de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). De acuerdo con el CAD, la AOD es el conjunto de

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recursos públicos que los países desarrollados y más avanzados transfieren a los países en desarrollo bajo tres condiciones especiales: (1) Tener el status de país beneficiario, que significa estar por debajo de una determinada renta per cápita; (2) emplear la ayuda en favorecer el desarrollo de los países receptores y mejorar el nivel de su población y (3) cumplir los requisitos de concesionalidad. En el primer caso avanzan la propuesta cada vez más generalizada de otorgar una renta básica suficiente a todos los ciudadanos desde que nacen, cuya administración correría a cargo de padres y tutores durante la minoría de edad, pero siempre que asumieran el compromiso de proporcionar alimento, vivienda, ropa y educación a sus pupilos. Dejando al lado propuestas utópicas, lo más útil hasta la fecha es la definición multidimensional de pobreza introducida por el PNUD a partir del informe de 1997: «Más que la falta de lo necesario para el bienestar material, la pobreza puede significar también la denegación de las oportunidades y opciones más básicas del desarrollo humano. Vivir una vida larga, saludable y creativa. Tener un nivel de vida decente. Disfrutar de dignidad y autoestima, el respeto de otros y las cosas que la gente valora en la vida» (PNUD, 1998)

En resumen, podríamos decir que la cooperación entre iguales no se

puede producir hasta que los pobres no dejen de pasar hambre. Hasta ese punto el problema no es de cooperación, sino de injusticia social. Tomar la iniciativa y pedir lo que se necesita en condiciones de igualdad es algo que sólo puede darse entre aquellos que han sido ya igualados al menos en el plano de la comunicación. Antes de esta equiparación, el objetivo único es la erradicación de la injusticia social. En este sentido, cada vez resulta más irresponsable por parte del llamado Primer Mundo cooperar con aquellos regímenes que utilizan la ayuda para tener sometidas y sojuzgadas a sus poblaciones y gastan el dinero de la ayuda en armamento en lugar de satisfacer las necesidades básicas de sus poblaciones.

Supuestas estas garantías, el problema de la iniciativa que tiene en

cuenta la fórmula del PNUD del desarrollo para la gente, se plantea sobre todo en las formas de actuación de las ONGD, por más que el dinero que se canaliza a su través sea aún insignificante. Es en este punto donde entra en juego la «igualdad de oportunidades», principio que requiere un comentario especial sobre la relación entre las ONGD del Norte y del Sur, ya que el modelo de partenariado predominante hasta la fecha adolece de algunos defectos. Fernando Almansa plantea el problema con toda claridad: «Es inevitable que las ONGD del Norte sean vistas como financieras desde las ONGD del Sur. No es casual, sino que responde a que en muchos casos las ONGD del Norte establecen su vía de comunicación única y exclusivamente

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sobre el canal financiero. De esta forma, la relación entre iguales queda absolutamente cuestionada sino se producen elementos nuevos de comunicación o de intercambio entre las partes, ya que no puede existir una relación entre iguales entre el que tiene y el que no tiene» (1999).

A partir de esta constatación, el nuevo enfoque sobre la cooperación,

que propugna este libro en la practica, se basa en la reciprocidad de las demandas, el respeto a las culturas de los colectivos involucrados en el proceso de cooperación y la transparencia de las actuaciones. Naturalmente, esta estrategia se encamina a mejorar las comunicaciones entre organizaciones y sus bases, así como hacia un aprendizaje en las formas mutuas de percepción. Y es en este punto, donde la psicología encuentra su oportunidad, porque desarrollar la personalidad del otro para que pueda participar en condiciones de igualdad no significa «homogeneizar, estandarizar o pretender que todos somos iguales a priori, cuanto subrayar la diferenciación, la variedad, la diversidad como un elemento de riqueza». En los procesos de cooperación, así pues, no cabe programar unilateralmente las actuaciones, sino articular recíprocamente tanto los discursos como las actuaciones, respetando los ritmos de la toma de decisiones y aceptando los condicionantes que culturalmente existen en ambos lados. La psicología puede contribuir a este respecto a que distintos individuos puedan colaborar en tareas comunes desde sistemas de organización diferentes e incluso heterogéneos.

Hay que comenzar reconociendo realistamente, sin embargo, que esta

nueva orientación avanza contra corriente, puesto que la AOD otorgada por los países desarrollados, amen de escasa, no obedece tanto a sentimientos humanitarios y de solidaridad (es decir a aspectos psicológicos) cuanto a los intereses comerciales, políticos y estratégicos de los donantes. En general, se puede constatar que ha habido un considerable aumento de estas ayudas entre 1972 y 1992, pero que a partir de ese momento se ha producido un cierto declive, motivado por el fin de la guerra fría. En 1995 la ayuda del conjunto de países del CAD supuso casi 59.000 millones de dólares, lo que representaba el 0,27 % del producto nacional bruto de ese conjunto de países. Ese porcentaje ha disminuido en 1997 al 0,22 %. Para Estados Unidos, la AOD siempre ha sido un potente instrumento estratégico bilateral. Rusia y los antiguos países vinculados a la URSS, por su parte, se limitaron siempre a ayudar a un pequeño número de aliados políticos (Cuba, Etiopía, Afganistán, Vietnam…). Europa, por su parte, distribuye su ayuda coincidiendo geográficamente con los límites de sus antiguos imperios coloniales (sobre todo, Francia y Gran Bretaña) Y, aunque algunos países como Canadá, Suecia, Noruega o Dinamarca tengan criterios más

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diversificados, lo cierto es que la ayuda multilateral, que favorece esos criterios, extrae sus 16.700 millones de dólares en 1995 (un 28 % de la AOD) justamente de las aportaciones de tales países. De todas formas, aunque la ayuda multilateral, al estar más libre de condicionantes y crear menos dependencia en los países receptores, que la ayuda bilateral, es más apta para favorecer el desarrollo, no puede olvidarse que las agencias multilaterales que la distribuyen (por ejemplo, el Banco Mundial, que distribuye un tercio) son occidentales y sus criterios no coinciden con las de las ONGD, quienes pese a que han incrementado su presencia en la red de distribución de recursos públicos desde 1987 a 1995, tienen todavía un papel bastante secundario en el reparto de la AOD.

Este último punto es digno de mención, porque si bien es cierto que

en 1987 sólo se canalizaban dos millones dólares a través de las ONGD, mientras en 1995 se canalizaron ya 80 millones, esa última cantidad apenas representa el 0,2 % del total de la AOD. El panorama, así pues, es descorazonador respecto a la segunda pregunta. Aún cuando todas las ONGD se convirtieran en meros canales de transmisión de las demandas del SUR respecto al NORTE y todos los recursos alcanzasen a responder a esta demanda, seguiría siendo cierto que en el 99 % la iniciativa de ayudar parte de los responsables gubernamentales del Norte que deciden en consecuencia cuáles son las necesidades del Sur. Siendo así las cosas, no deja de ser perverso que las ONGD aparezcan en el primer plano de la actualidad y aparezcan ante la opinión pública como los auténticos responsables de una cooperación al desarrollo que los gobiernos asumen con tan terrible negligencia.

2.3.- Legislación, Directrices y Códigos de Conducta sobre la Cooperación.

La acción conjunta que resulta del proceso de Cooperación está

regulada por una serie de textos legales emanados de las Naciones Unidas, resoluciones y acuerdos del Consejo de Europa y de los países aglutinados en la OCDE, y por lo que respecta a España, por los tratados y reglamentos a que obliga el derecho Comunitario Europeo, así como por la legislación estatal relativa tanto a la cooperación gubernamental como a la no gubernamental. Son tan abundantes estos textos que a primera vista uno tiene la impresión de que tanto la acción conjunta como los resultados de la cooperación ya vienen predeterminados de antemano. En lo que sigue, vamos a mencionar los documentos que, pese a que su poder ejecutivo sea pequeño, constituyen en este momento los cauces por los que discurren las acciones conjuntas, que aspiran a la eficacia.

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2.3.1. Naciones Unidas. Siempre estamos lamentando que el corpus legislativo emanado de las Naciones Unidas sea papel mojado a la hora de la verdad, pero su mera existencia y su recuerdo permanente sirven al menos para señalar y denunciar a los países, Estados y gobiernos que incumplen los compromisos que suscriben.

Los compromisos y obligaciones que los Estados miembros de

Naciones Unidas suscriben en materia de cooperación han venido determinadas en gran medida por los decenios para el desarrollo que vienen promulgándose desde 1961. El Cuarto decenio de Naciones Unidas para el desarrollo, que concluye el próximo 31 de diciembre de 2.000 se ha visto reforzado por dos documentos de gran trascendencia, cuya filosofía es suficientemente explícita como para calibrar las deficiencias de las políticas y actuaciones específicas de la mayoría de los Estados miembros, comenzando por Estados Unidos de América. En primer lugar, la «Declaración sobre cooperación económica internacional», aprobada por resolución S-18/3, de 1 de Mayo de 1990, hace creíbles y posibles los objetivos planteados sobre bases realistas, lo que incrementa la autoridad moral de quienes exigimos su cumplimiento. Pero es, sobre todo, la «Agenda para el desarrollo» o el «Programa para el Desarrollo», aprobado por medio de la Resolución 51/40 de 20 de junio de 1997 el documento más avanzado y completo de Naciones Unidas sobre Cooperación. Pese a que adolece de serias limitaciones de aplicación práctica, cualquier estudioso de la Cooperación debe tenerlo en cuenta como documento de gran calado intelectual que pone las bases teóricas para una auténtica cooperación entre los pueblos, al ligar el asunto del desarrollo con los problemas vinculados a la paz, la democracia y la protección de los derechos humanos en el contexto actual de mundialización y fin de la guerra fría. El fortalecimiento de la cooperación que se propugna se realiza desde un enfoque integrado y pretende atender a la diversidad de experiencias y situaciones en el desarrollo. En este documento se expresa con toda claridad los resultados que cabe esperar del proceso de cooperación. Así, por ejemplo, en el artículo 29 se puede leer: «La pobreza absoluta generalizada impide el disfrute pleno y efectivo de los derechos humanos y hace que la democracia y la participación popular sean frágiles. Es inaceptable que la pobreza absoluta, el hambre y las enfermedades, la falta de vivienda adecuada, el analfabetismo y la desesperanza sean el destino de mas de mil millones de personas. Debemos luchar por alcanzar el objetivo de erradicar la pobreza en el mundo mediante la adopción de medidas nacionales decididas y la cooperación internacional, por ser éste un imperativo ético, social, político y económico de la humanidad» (Pérez Soba, 2000)

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El programa hace un llamamiento a redoblar los esfuerzos para movilizar recursos financieros, confirma el compromiso del 0,7 % y aboga por incrementar la eficacia de las AODs mediante la inversión de un 0,2 % en gasto social destinado a los más pobres del planeta.

2.3.2. Comunidad Europea. Desde que España se adhiere a la

Comunidad Europea en junio de 1985, el Tratado constitutivo de la misma ha sufrido dos modificaciones. La primera conocida como Tratado de Maastricht de 7 de febrero de 1992 (D.O.C. nº 191, de 29 de julio de 1992) introdujo el Título XVIII concerniente a la Cooperación al Desarrollo, cuyos objetivos definidos en el artículo 130 U, además de erradicar la pobreza, establece una especie de cláusula de condicionalidad que obliga a comprometer la ayuda al desarrollo con la consolidación de la democracia en los países ayudados. Los principios de Maastricht se conservan en el vigente Tratado de Amsterdam de 2 de octubre de 1997 (D.O.C. nº 340 de 10 de noviembre de 1997), que en el nuevo Título XX se limita a numerar desde el artículos 177 en adelante los párrafos antes separados por letras (130 U = 177; 130 V = 178, etc.).

La Cooperación realizada por la Unión Europea tiene dos grandes

vertientes: (1) la que afecta a los estados miembros que avanza en la dirección de lograr una mayor coordinación en las acciones, cuyo «ortograma» es alcanzar no sólo la unión económica (mediante la supresión de aduanas, la unificación monetaria, que será un hecho a partir del 2002, etc.), sino también la Unión Política (para lo que ya existe un Parlamento Europeo y una Comisión, que funciona como una suerte de Gobierno supraestatal, que no puede, sin embargo, invadir las competencias soberanas de los estados). (2) La segunda vertiente está condicionada por los ámbitos de soberanía que se reservan todavía los estados miembros en materia de convenios internacionales. No obstante, la voluntad expresada en Maastricht avanza en la dirección de «generar una política exterior común».Y, por más que tal voluntad se halla todavía lejos de cumplirse, parece bastante claro que la Comunidad ha logrado consensuar la definición de las «áreas geográficas» que son de su interés, por un lado, y la normativa para la concesión de la llamada ayuda alimentaria y de emergencia (pese al reciente descuido en Mozambique).

En efecto, las áreas geográficas que sucesivamente han ido definiendo

el «interés» de la Unión son: el grupo ACP (Africa, Caribe, Pacífico), el grupo PVD/ALA (Países en Vías de Desarrollo de Asia y América Latina), los Países Mediterráneos y los PECE/NEI (Países del Este y Centro Europa y Nuevos Estados Independientes). Es prácticamente imposible desentrañar

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la maraña de disposiciones, reglamentos y decisiones que afectan a la cooperación con cada una de estas áreas, si bien es cierto que por lo que respecta al área iberoamericana España y Portugal forman un frente común que puja por incrementar las ayudas en esa dirección desde 1986 (Mate, 1989-1992). Hasta el Informe Martino de 1964 las relaciones de la Comunidad con Iberoamérica eran prácticamente inexistentes y sólo a partir de 1976 se mencionan estos países en documentos oficiales de la CE. El Reglamento de 1981 no asignaba cantidades específicas, como sí en cambio hace el de 1992 (Navarro González, 1992; Grabendorff, 1992). Existe una literatura abundante analizando estos cambios, tanto desde el punto de vista del derecho Internacional (Ugarte, 1992-93), como desde el punto de vista de las políticas comunitarias (Freres, 1996). La práctica, sin embargo, en este campo está muy condicionada por las decisiones políticas de la Comisión y los comisarios políticos de turno. En este momento, por ejemplo, hay el peligro de que programas que han contribuido enormemente a visibilizar la presencia de la Unión Europea en el Mundo, como son los programas ECHO sean transferidos íntegramente a Naciones Unidas con el consiguiente peligro de burocratización y pérdida de eficacia.

2.3.3. El Código OCDE. Ya hemos señalado el relevante papel que

desde 1961 viene ejerciendo la refundada OCDE en los procesos de cooperación para el desarrollo a través sobre todo del CAD, que canaliza el 95 % de las ayudas oficiales. Si volvemos a mencionarlo en este contexto es para señalar un conjunto de orientaciones y declaraciones políticas que han emanado de este organismo internacional, al objeto de hacer que la cooperación sea más eficaz. Aparte de los informes y estadísticas del CAD, que permiten controlar el movimiento de flujos financieros de las ayudas al desarrollo, así como de las orientaciones llevadas a cabo por distintos grupos de expertos sobre evaluación, medio ambiente, desarrollo participativo, igualdad de género y fortalecimiento del papel de la mujer, desarrollo del sector privado, etc. merece la pena mencionar tres informes técnico-jurídico-políticos de especial relevancia para mejorar la calidad de la Cooperación.

El Acuerdo sobre directrices en materia de créditos a la exportación

con apoyo oficial tiene como finalidad introducir disciplina y transparencia en la financiación a la exportación, evitando la competencia desleal entre los países financiadores. En esta línea, por ejemplo, el pacto de Helsinki de 1994 establece un paquete de medidas que limita la concesión de las ayudas a países que superan una determinada renta per cápita, lo que indirectamente pretende canalizar la financiación excedente hacia los más pobres.

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La Reglamentación sobre inversiones internacionales y empresas multinacionales es uno de los pocos textos promulgados y generalmente aceptados sobre el funcionamiento de las empresas multinacionales en un tema tan delicado como las acciones inversoras internacionales. Aunque su objetivo no es canalizar las inversiones, el Código de 1959 sobre liberalización se ha convertido en un importante instrumento de homogeneización de las legislaciones internacionales sobre comercio. Esta liberalización, sin embargo, ha sido matizada por la Declaración de 1976, así como por una serie de Principios, Decisiones y Recomendaciones del Consejo contra las prácticas restrictivas, la determinación de los precios de transferencia o el control de las exportaciones de productos químicos que sirven para mejorar las relaciones internacionales en una dirección de mayor igualdad, de modo que se impidan los abusos. Claro que muchas de estas directrices no pasan de ser recomendaciones que deben ser aceptadas por las empresas multinacionales voluntariamente, cosa que no hacen cuando tales principios son incompatibles con las directrices del Nuevo Orden Económico Internacional (Merciai, 1993)

Por último, la lucha contra la corrupción de funcionarios públicos en

las transaciones comerciales internacionales ha sido objeto de un Convenio el 17 de diciembre de 1997 por el que se declaran ilegales las prácticas de soborno a funcionarios públicos de países terceros.

La OCDE, sin embargo, genera ideología y pensamiento más que

Economía, de modo que, si bien es cierto que sus equivocaciones son inocuas en la práctica, el excesivo optimismo de que hace gala en sus predicciones puede confundir acerca de la realidad de la cooperación. Como muestra de ese papel más bien ideológico que juega la OCDE, basta señalar el fuerte contraste entre el informe anual de la OCDE del 2.000, que vaticina un florecimiento de la economía europea y norteamericana, al tiempo que considera que los países de América Latina van a salir por fin de la crisis, y la prudencia y discreción con que se pronuncian los gobernadores de los bancos centrales agrupados en el Banco de Pagos Internacionales (BPI), que considera «incierta» la evolución de la economía mundial, amenazada como sigue por la burbuja financiera y el precio excesivo de las acciones. «El BPI advierte específicamente de la sobrevaloración de los valores tecnológicos, a pesar de la corrección que han experimentado en las últimas semanas. Estos valores tecnológicos han devenido en una especie de nuevo Eldorado de estos tiempos. Conviene tener en cuenta también estas llamadas a la prudencia, no sólo el optimismo desbordado de la OCDE » (Estefanía, 2000)

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2.3.4. Cooperación Española. Es tópico recordar que España sólo se compromete con una legislación propia sobre Cooperación para el desarrollo a partir de la moción de 3 de Octubre de 1984 del Pleno del Senado, en la que se declara que lo específico de nuestro Proyecto será regirse por el «principio de «responsabilidad solidaria» y contribuirá al desarrollo de la justicia social internacional y al beneficio mutuo en un mundo interdependiente. Deberá incidir fundamentalmente sobre las necesidades humanas básicas». Este sesgo humanitario que marcará el desarrollo ulterior de la cooperación española, no llegará a hacerse notar a corto plazo, salvo en las actuaciones de las ONGD, que continúan una cierta tradición católica en este punto, incluso cuando tales organizaciones son estrictamente laicas y aconfesionales. Lo cierto es que desde un punto de vista institucional sólo con la incorporación en la Unión Europea y en la OCDE, España incrementa sus responsabilidades en el terreno internacional, de modo que hay que esperar a 1992 para contar con una política y principios de Cooperación al desarrollo con instrumentos adecuados. La nueva política española de ayuda y cooperación al desarrollo aprobada por unanimidad en el Pleno del Congreso de Diputados el 26 de noviembre de 1992 fija alcanzar el 0,7 % para el año 2000 y distribuye el gasto de acuerdo con los siguientes porcentajes: Iberoamérica (45 %); Magreb (30 %); Guinea Ecuatorial (15 %) y Otros Países (10%).

Desde esa fecha, sin embargo, gracias al incremento de la sensibilidad

de la sociedad española (en particular de sus ONGD) hacia los problemas del desarrollo comienza un largo proceso tendente a gestar una Ley de Cooperación Internacional, proyecto que se materializará en 1998 mediante la Ley 23/98 de 7 de Julio (BOE, nº 162). De los diferentes desarrollos reglamentarios que deben dar contenido al texto de la Ley, el más importante hasta la fecha es el Primer Plan Director cuatrienal, que plantea las estrategias y objetivos de la cooperación española para los comienzos del siglo XXI. El Plan, cuyo proceso de gestación ha durado dos años, partió de una propuesta inicial elaborada por un equipo dirigido por José A. Alonso, fue dictaminado por el Consejo de Cooperación con un voto particular de las ONGD y remitido por la SECIPI a la Comisión Interministerial. En esta fase el Plan tropezó con la oposición del Ministerio de Economía quien, arrogándose funciones que por ley no le corresponden, ha acabado imponiendo su criterio en tres temas fundamentales. En materia presupuestaria opta por uno de los escenarios más conservadores que contemplaba el documento inicial: se prevé alcanzar el 0,3 % del PNB en ayuda a la cooperación en el 2.002 frente al objetivo del 0,35 % propuesto por las ONGD y frente al 0,7 % al que se compromete la Ley. Y, si bien es cierto que hay avance respecto a los criterios empleados para la distribución

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geográfica y sectorial de la ayuda, el PD deja pendientes las dos reformas fundamentales que permitirían avanzar hacia el principio de unidad política de la ayuda: la reforma de la AECI y la de los créditos FAD, que siguen ligados a los intereses comerciales (es decir, a las exportaciones españolas) del Ministerio de Economía.

Como recuerda Gonzalo Fanjul la política española en este capítulo

resulta irónica, por no decir patética, por la contradicción que conlleva defender teóricamente el libre mercado y practicar el proteccionismo. Además, «según el Tribunal de Cuentas, 1.100 empresas españolas se han beneficiado de créditos FAD desde su creación hasta 1993, pero solo cinco de ellas copan el 46 % del total de recursos. La participación de la pequeña y mediana empresa en los proyectos FAD es muy escasa… (Pero), aunque llegásemos a ligar el total de la AOD bilateral española, el impacto sobre la balanza comercial sería mínimo. En 1997 las exportaciones de bienes y servicios ascendieron a 21,8 billones de pesetas, mientras que la AOD bilateral fue únicamente de 112.000 millones, un 0,5 % del total» (Intermon, 1999)

En resumen, pese a que el Plan Director supone algunos cambios en

relación a los Programas de Microcréditos (la gran novedad de la cooperación española), a la condonación de la deuda (asumiendo los resultados de la cumbre de Colonia de 1999), a la creación de un fondo plurianual y a la determinación de una política activa y propositiva ante los organismos multilaterales (FIM, BM, BID, etc.), en su conjunto no logra resolver los problemas pendientes del sistema de cooperación española: descordinación de organismos, falta de dirección política, desarticulación de los instrumentos, carencia de mecanismos de seguimiento y evaluación de los procesos de cooperación y, sobre todo, «insuficiencia financiera de la ayuda». A este respecto, hay que decir que en materia de cooperación al desarrollo ni el Estado, ni los gobiernos han sabido hasta la fecha estar a la altura del propio pueblo que dirigen, de modo que muchas veces la buena voluntad y la generosidad de los ciudadanos se ve frustrada por la carencia de estructuras adecuadas. Sirva como ejemplo la tragedia de los países centroamericanos tras el paso del huracán Mitch en 1999, que dejó miles de muertos, desaparecidos y heridos, pero suscitó en la sociedad española un movimiento de solidaridad que alcanzó los 25.000 millones de pesetas, muy por encima de los fondos extraordinarios movilizados por vía oficial para atender a la tragedia que no alcanzaron los 6.000 millones en forma de ayuda de emergencia humanitaria y alimentaria. Es cierto que el paquete financiero para programas de rehabilitación y transformación alcanzó los 66.560 millones de pesetas, solo que el 68 % del paquete global de ayuda

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aprobado por el Gobierno español es de carácter reembolsable. Un último capítulo va de la mano de la ayuda canalizada a través de

Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, donde cabe destacar la existencia de grandes diferencias de sensibilidad solidaria. Así mientras el Gobierno de Baleares alcanzó el 0,7 de su presupuesto en 1998 (con 556 millones de AOD) y el País Vasco destina 4.500 millones de pesetas a ayuda (un 0,56 % de su presupuesto), la Xunta de Galicia sólo destina 215 millones a ayudar fuera (lo que supone el 0,02 % de su presupuesto), siendo la Generalitat de Cataluña la segunda comunidad más rácana con el 0,07 de su presupuesto. Entre los ayuntamientos destaca, sin embargo, el de Lleida con el 0,83 de su presupuesto comprometido en proyectos solidarios, seguido de los de Sevilla, Valladolid, Madrid y Toledo, que superan el 0,6 de su presupuesto, frente a un enorme número de concejos que todavía no se han enterado de la fiesta.

2.4.- Lógica, Física y Ética de la Cooperación.

Pero, vayamos ya hacia la cuarta pregunta acerca de «¿quién o

quiénes pueden llevarla a cabo sin alterar el sentido de la cooperación?», cuestión que requiere descender de los marcos jurídicos a las situaciones reales de cooperación, a la que estamos aludiendo ya con los últimos datos. No se trata de un descenso hasta el plano de la interacción intercultural cuerpo a cuerpo de los que cooperan, para lo que más abajo pergeñamos una nociones generales de psicología de la personalidad, sino sólo hasta el plano de los marcos en que interactúan los protagonistas de la cooperación. Siguiendo una clasificación filosófica tradicional los tres marcos generales más importantes que merece destacar aquí son: el marco lógico, el marco físico y el marco ético.

Es evidente que una misma situación puede ser valorada e

interpretada de forma muy diferente por distintos agentes, de modo que los protagonistas de la cooperación se hallan en una situación muy parecida a la de aquellos ciegos que fueron a ver un elefante, según un célebre cuento hindú. El ciego que palpó el colmillo del elefante, informó que tal animal era duro y terso como un enorme cuerno, mientras el que acarició la oreja del proboscídeo, aseveró que se trataba más bien de un enorme superficie peluda y blanda semejante a un enorme cojín. El tercer invidente que se había abrazado a la pata del elefante sugería que la extraña criatura tenía la forma de una enorme y robusta columna que se abría hacia un enorme capitel. De la misma manera, el elefante de la cooperación al desarrollo puede ser vista como un regalo para sus futuros beneficiarios y

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representantes, como una inversión financiera por parte de muchos organismos e instituciones o como una limosna engañabobos por parte de algunos activistas y de algunas instituciones y agencias de cooperación instaladas en el terreno, aunque no falten los demagógos (sordomudos y ciegos a un tiempo) que consideran toda ayuda como un puro y simple despilfarro.

2.4.1. Lógica de la Cooperación. Desde un punto de vista lógica la

cooperación al desarrollo debe ser comprendida como una intersección de tres conjuntos de elementos:

A) Las necesidades, o lo que es necesario implementar para alcanzar

niveles de igualdad entre los que cooperan, necesidades que suelen ser enunciadas por los demandantes de ayuda o supuestos beneficiarios.

B) Las posibilidades técnicas, humanas y materiales de actuación, que habitualmente depende de la capacitación, preparación técnica y especialización de los cooperantes y ayudadores externos que acuden o son contratados para cooperar; y

C) Las políticas de la cooperación que definen muchas veces los sectores prioritarios de la cooperación, así como los instrumentos y el alcance de las acciones.

En las políticas de la cooperación interviene siempre un componente

psicológico o personal, cuyo análisis postergamos, y un componente institucional, que es el que resulta lógicamente relevante.

Desde un punto de vista lógico, podemos representar esta intersección

de una manera estática a través de diagramas de Venn. Esta representación estática tiene la ventaja de discriminar 8 sectores, en los que resulta posible tanto la realidad efectiva de la cooperación, como los desiderata utópicos que siempre han acompañado a quienes se han comprometido honestamente en la tarea del desarrollo de los otros, como incluso aquello que podría constituir un hipotético campo para la cooperación y que ni siquiera se contempla como posibilidad (el sector complementario o la necesación de A, B y C).

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Del campo total de la cooperación al desarrollo, definido en el

diagrama de Venn por los límites del cuadrado que marca el universo de discurso U = {A+B+C+(-A+ -? +-C)}, sólo entra en el campo de la percepción de los agentes que la realizan aquello que las políticas (oficiales y extraoficiales) contemplan como ejecutable, es decir, el conjunto C. De acuerdo con esto en el Universo de discurrso de la cooperación cabe distinguir dos grandes sectores, el sector {C} y el sector {U — C}, subdivididos, a su vez, en cuatro subsectores. Veámoslos.

El sector {C} está constituido por el conjunto de intervenciones

contempladas como posibles, cuya finalidad consiste en trasnformar la realidad de tal modo que determinados colectivos humanos (llamados beneficiarios o demandantes ubicados en el conjunto A) al entrar en una relación cooperativa con otros colectivos humanos (pertenecientes al conjunto B y catalogados como cooperantes) pueden mejorar su situación y expandir en el futuro sus posibilidades de desarrollo en un ámbito considerado como relevante por otros colectivos humanos (ubicados en C y compuesto por diseñadores, planificadores y políticos) porque contribuyen al bienestar y progreso de las poblaciones implicadas, así como de su entorno.

Obviamente, dentro del sector {C}, deben distinguirse cuatro

subsectores: 1.- El subsector C puro o teórico, constituido por la conjunción de

todos aquellos planes, programas y proyectos que, pese a haber sido concebidos y diseñados, no llegan nunca a ser operativos, bien porque no engarzan con las necesidades de los colectivos A o porque están fuera de las posibilidades y competencias de lo profesionales y cooperantes ubicados en

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B. Puede denominarse a esta cooperación “teórica”, porque, aunque sirva para engrosar publicaciones sobre el tema, no forma parte del mundo efectivo de la cooperación: goza de una realidad puramente mental y de una existencia teórica, lo que, sin embargo, no debe interpretarse que no tenga una influencia real en el mundo de la cooperación, por más que tal influencia sea catalogada como ficticia, puramente burocrática o sólo válida sobre el papel. Para muchos burócratas esta cooperación sobre el papel es tan real como la que se lleva a cabo efectivamente en los otros tres subsectores.

2.- El subsector AC está formado por aquellos planes, programas y

proyectos que, pese a ser demandados explicitamente a los responsables políticos ubicados en C y pese a contar con diseños, no pueden llegar a materializarse porque no cuentan con los cooperantes capaces de satisfacer tales demandas o de ejecutar los mencionados programas. Podría ejemplificarse este sector de la cooperación mediante algunos proyectos de ayuda humanitaria que han resultado fallidos por la carencia de mecanismos apropiados de distribución en el terreno: por ejemplo, durante la guerra de Congo-Zaire, que llevó a L. Kabila al poder se hizo una distribución de alimentos mediante un corredor aéreo a un conjunto de varios cientos de miles de desplazados, que además de insultante para los receptores, todavía no ha podido evaluarse su efecto real. El actual cambio cualitativo en la acción humanitaria y construcción de la paz ha puesto de relieve la carencia de adiestramiento específico común que permita la intervención rápida y la integración en un constingente multinacional, el escaso aprovechamiento de la sociedad civil para estos menesteres, así como las distorsiones en la información (C. Bruquetas, 1999).

3.- El subsector BC, en cambio, está formado por todos aquellos

planes y programas desarrollados a iniciativa de los donantes que, por un lado, no conectan con las necesidades reales de la población beneficiaria y por otro implican a un personal cualificado, cuya capacidad no se aprovecha adecuadamente para las tareas encomendadas. Existen varias razones de porqué se produce este desajuste, comenzando por las deficiencias en la identificación de proyectos, siguiendo por el desconocimiento de planificadores y cooperantes de las culturas locales a las que se pretende ayudar y terminando en el problema organizativo de una mala planificación de recursos humanos. El último punto constituye un debate sobre el tema de la profesionalización de las OGNDs, pero afecta también a los funcionarios pertenecientes a los organismos multilaterales y gubernamentales. El hecho de que estas organizaciones sin animo de lucro se nutran fundamentalmente de personal voluntario determina a priori que el aprovechamiento de los mismos sea parcial y que a veces se diseñen los programas de acuerdo con

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el perfil de los voluntarios más que de acuerdo con las necesidades reales de los países demandantes.

4.- El subsector ABC, finalmente, constituye el campo de la

cooperación al desarrollo que resulta eficaz y exitosa y a cuya ampliación deben tender todos los esfuerzos para coordinar la confluencia entre necesidades de las poblaciones, capacidades de los cooperantes y diseño de los políticos y planificadores. Los procesos de evaluación llevados a cabo hasta el presente permiten señalar que en este subsector suelen ubicarse muchos planes de desarrollo locales que han logrado proyectar su actividad en segmentos determinados de la población (mujeres, niños, minusválidos, etc.), proyectos que implementan indicaciones derivadas de las políticas del país, región o sector en términos de desarrollo, programas que atienden a procesos organizativos en colectivos, comunidades e instituciones implicadas en dinámicas de transformación de su realidad inmediata y, sobre todo, acciones planificadas con conocimiento directo de la realidad práctica de la situación a trasformar y de los grupos humanos implicados, tanto beneficiados como perjudicados por las actuaciones que se llevan a cabo en el entorno. Esta planificación de proximidad supone un reto difícil de superar para las agencias internacionales que propenden a planteamientos más cosmopolitas que locales.

El sector {U — C}, por su parte, abarca todas aquellas actuaciones

reales o posibles que no son objeto de planes, programas, ni proyectos conscientes, pero que podrían ser susceptibles de materializar procesos específicos de cooperación, bien porque vendrían a satisfacer necesidades reales de las poblaciones ubicadas en A, o bien permitirían utilizar capacidades y posibilidades de actuación de los cooperantes hasta ahora desperdiciadas, o sólo empleadas de forma eventual, no pretendida, ni planificada. Aunque no existen mecanismos de cooperación en este sector, cabe distinguir en él otros cuatro subsectores, que voy a mencionar por orden decreciente de realidad.

5.- El subsector AC, por ejemplo, si bien no puede considerarse

formalmente incluido en el proceso de cooperación al desarrollo, comprende un conjunto muy amplio de interacciones entre beneficiarios y ayudantes cualificados que lo acompañan forzosamente. Al convivir día a día en el país en el que trabajan los cooperantes con los nativos entran, quieran o no y aunque quieran no hacerlo (aislándose en la posible colonia de compatriotas que eventualmente puedan existir en el país de destino) en relaciones de convivencia que pueden influir profundamente en las actitudes y comportamientos de ambos cooperantes. Esta influencia no siempre es

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positiva, ni beneficiosa para la cooperación, pues hay múltiples factores psicológicos y culturales que pueden contribuir a enrarecer el clima de convivencia, desde estereotipos nacionalistas a prejuicios xenófobos. En este libro se tratan muchos tópicos de psicología y psicología social que son de índole general, porque, si bien no forman parte del proceso mismo de cooperación al desarrollo, parecen relevantes y dignos de tomarse en cuenta para entender y aprender a controlar el clima en el que se desenvuelve el trabajo cooperativo o de ayuda humanitaria. Se ha prestado alguna atención a los factores psicosociales que intervienen en condiciones extraordinarias, como un desastre natural (Yubero, 1999) o conflictos bélicos e interétnicos, pero apenas hay publicaciones que analicen los síndromes característicos del cooperante que permanece largo tiempo trabajando en un país, en el que puede adoptar distintas posturas (emigrante, observador extranjero, participante identificado, etc.)

6.- El subsector A está constituido por el conjunto de necesidades y

demandas que una población determinada hace explícitas, aunque no demande cooperación para satisfacerlas. Este subsector, en principio no tiene por qué formar parte de los intereses de la cooperación; si aceptamos el principio de que la cooperación tiene como objetivo lograr la autosuficiencia y autonomía de los países y pueblos ayudados, más que fomentar la dependencia, la cooperación para el desarrollo habría cumplido su objetivo en el momento en que un país tenga capacidad para satisfacer todas las necesidades ubicadas en el subsector A, es decir, en el momento en que todos aprendan a pescar. Dos son, sin embargo, los tipos de cooperación que suelen demandar los países menos desarrollados a este respecto: programas de transferencia tecnológica y proyectos de formación y capacitación.

7.- Algo similar ocurre con el subsector B, un conjunto de habilidades

y capacidades excedentes que los países desarrollados podrían transferir a los menos desarrollados. En la práctica, este subsector permanece casi vacío, y cuando se llena suele ser por razones ideológicas o de proselitismo. En América Latina se ha producido la curiosa experiencia de que los sacerdotes españoles enviados a ejecutar labores apostólicas y misioneras, acababan convirtiéndose en agentes políticos de transformación en el preciso momento en que ponían sus dotes o capacidades de organización y sus conocimientos técnicos al servicio de las necesidades materiales de la población. El fuerte contraste entre el clero local vinculado a las clases dominantes y a las estructuras coloniales de poder pone en evidencia hasta qué punto las diferencias de cualificación entre las poblaciones ubicadas en A y en B pueden generar cambios profundos en el ya mencionado subsector

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5, AB. 8.- Por último, debe mencionarse el subsector exterior {U —

(A+B+C)}, en el que ni hay proyectos de cooperación, ni han aparecido todavía necesidades que satisfacer, ni capacidades para satisfacerlas. Sin embargo, pese a su realidad meramente virtual debe mencionarse como una posibilidad lógica de ampliación. Hace diez años, el proyecto de instalar puertos de internet en todas las ciudades de países subdesarrollados sonaría a ciencia ficción, mientras hoy se perfila como un proyecto de cooperación revolucionario.

2.4.2. La Física de la Cooperación se encarga de analizar cómo debe

ejecutarse efectivamente el proceso de cooperación. A la vista de la última observación, sin embargo, la representación física del proceso de cooperación agradece una representación dinámica, en la medida en que conlleva un elemento de transformación de la propia realidad sobre la que se ejerce. Una tal representación dinámica podría utilizarse incluso como técnica para determinar el punto de confluencia óptimo entre las demandas de los colectivos beneficiarios y la capacitación específica de los cooperantes. La percepción del proceso de cooperación como un cálculo de variables podría ahorrar a muchos cooperantes gran parte de las desilusiones y desencuentros tópicos en el trabajo de campo. La física, en efecto, limita el campo de posibilidades abiertas desde un punto de vista lógico a lo que es realmente factible en cada circunstancia específica, que normalmente es mucho menos de lo posible y bastante menos de lo planificado políticamente por el deseo de transformación de la realidad. Fijemos el sistema de coordenadas:

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A= Demandas

que no se pueden satisfacer mediante cooperación Valores utópicos Valores habituales + 1 Mínimo vital otorgable sin mediar demanda 0 B = Capacidades para la cooperación No disponemos de mucho espacio para comentar el gráfico mediante

el que representamos la física de la cooperación al desarrollo que, como se ve, sólo puede resultar eficaz a partir de un mínimo de cobertura de las necesidades humanas básicas. Una vez garantizado ese valor + 1, cabe establecer una ecuación entre las demandas A de las poblaciones y las capacidades B de los organismos y personas dedicados a la cooperación, que permiten un cálculo razonable de las políticas más convenientes. Cuando los procesos de cooperación se realizan y evalúan a partir de 0, se indica mediante líneas punteadas el abismo que se produce entre las expectativas, que suelen tener valores utópicos y los resultados habituales, siempre decepcionantes porque apenas rebasan la satisfacción de esos mínimos vitales, que los procesos de cooperación deben dar por supuesto. Un cálculo realista de las posibilidades de la cooperación, eliminaría una gran cantidad de falacias objetivas que se cometen en los procesos de evaluación de programas con intenciones meramente ideológicas, así como las correspondientes frustraciones personales de quienes honestamente se dedican a ayudar por puro voluntarismo.

C= Políticas óptimas

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2.4.3. La ética de la cooperación es probablemente el campo que ha suscitado hasta la fecha mayor volumen de reflexiones personales, así como de compromisos públicos y sociales a través de la proclamación de distintos manifiestos y códigos éticos. Un campo hacia el que se sienten atraídos principalmente sujetos altruistas, predispuestos a ayudar al prójimo, con independencia de su raza, idioma o religión es, sin duda, un campo abonado para la reflexión ética, que suelen ejercer sin autocomplacencia quienes desde esta actitud se dedican a estos menesteres individual y voluntariamente. Hay, sin embargo, una diferencia de actitudes cada vez más acusada entre quienes pasan por la cooperación y quienes viven de y en la cooperación al desarrollo. Aunque ambos colectivos mantienen una actitud interrogativa y crítica sobre los límites de la cooperación desde una perspectiva ética, es más frecuente que quienes tienen experiencia, disminuyan las aristas de la autocrítica, conscientes como son de que la erradicación de la pobreza y el hambre no dependen tanto de los esfuerzos personales que realizan los individuos cuanto de la superación de ciertos desequilibrios estructurales básicos.

Como botón de muestra de esta inquietud ética, no obstante,

citaremos cuatro documentos significativos al respecto, recogidos como Anexos en el librito de Fernando Almansa (1999):

1.- El código de conducta, imágenes y mensajes a propósito del

Tercer Mundo, redactado por las ONGs europeas con el propósito de promover un debate y fijar una guía de acción conjunta en el trabajo cotidiano, fue aprobado por el Comité de Enlace ante la Comunidad Europea en 1989. Después de pronunciarse sobre los objetivos comunes de educar para el desarrollo y recaudar fondos para el Tercer Mundo, el Código aboga por eliminar las impresiones de dependencia y asistencia y acaba con una serie de reglas prácticas de este tenor: «1. Se evitarán las imágenes catastrofístas e idílicas que incitan más a la caridad limitada a las fronteras de la buena conciencia que a la reflexión…7. Se subrayará la dimensión de la interdependencia y la noción de corresponsabilidad en el mal desarrollo, etc.»

La utilización de este Código de conducta, sin embargo, depende de

la voluntad de cada ONGD, de modo que ha quedado reducido en la práctica a un ramillete de buenas intenciones que todos los días vemos vulneradas en los medios de comunicación de masas.

2.- El catálogo de criterios de comercio justo, por su parte, fue

aprobado por la Coordinadora Estatal de Organizaciones de Comercio Justo

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(OCA) el 30 de abril de 1995 y establece, en primer lugar, una serie de criterios operativos para determinar quienes son los productores a quienes hay que ayudar, qué procesos de producción deben ejecutar y qué características deben revestir los productos. Puestas estas bases, un decálogo define qué son las organizaciones de comercio justo y a continuación se definen sus obligaciones para con las contrapartes del Sur, los consumidores y las demás organizaciones del sector.

El mero hecho de que exista este catálogo en un mundo de

competencia feroz cumple al menos la función de que no se confunda el Comercio Justo con la simple venta de productos de importación, en el que, sin duda, llevan ventaja las organizaciones comerciales ordinarias.

3.- El código de conducta de las ONG de desarrollo de la

coordinadora de ONGD de España, aprobado en la Asamblea General extraordinaria de 25 de octubre de 1997 y modificado en la Asamblea General ordinaria de 28 de marzo de 1998 constituye el mayor esfuerzo colectivo realizado en nuestro país hasta la fecha de cara a unificar los criterios para la cooperación. Establece un consenso básico respecto al tipo de desarrollo que promueven, la pobreza contra la que se debe luchar y los aspectos especiales que deben informar la cooperación. Merece la pena reproducir algunos párrafos significativos:

«Las ONGD promueven el desarrollo, entendido como un proceso

de cambio social, económico, político, cultural, tecnológico, etc. que, surgido de la voluntad colectiva, requiere la organización participativa y el uso democrático del poder de los miembros de una comunidad… Las ONGD luchan por erradicar la pobreza concebida como la situación de privación de los elementos esenciales para que el ser humano viva y se desarrolle con dignidad física, mental y espiritual… y practican la cooperación con los pueblos del Sur, entendida como un intercambio entre iguales, mutuo y enriquecedor para todos…

Las ONGD también otorgan una gran importancia a otros tres

aspectos que informan decisivamente su pensamiento y acción: la igualdad de género, el respeto al medio ambiente y la promoción de los derechos humanos»

El código no se detiene aquí. Continúa definiendo seis campos de

trabajo: desarrollo, ayuda humanitaria, sensibilización y educación, investigación y reflexión, incidencia política y comercio justo. Establece luego una serie de criterios generales de relación de las ONGD tanto con las

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organizaciones y grupos del Sur, como entre ellas mismas, como con sus diversos agentes y con los donantes privados. El documento concluye estableciendo una serie de criterios generales de organización referidos a la transparencia de la gestión y a la utilización de los recursos económicos y humanos, así como una pautas comunicativas de publicidad y uso de imágenes no demasiado innovadoras.

4.- Finalmente el Código de conducta relativo al socorro en casos de

desastre, promovido por el movimiento internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja y las Organizaciones es un documento sensato, que debiera servir de manual de cabecera a todo cooperante que interviene en esas situaciones. Recoge tres anexos sobre recomendaciones a los gobiernos de países en los que ocurran desastres, a los gobiernos donantes y a las organizaciones internacionales intervinientes que no tienen desperdicio.

3.- Aspectos psicológicos de la Cooperación

Los epígrafes siguientes no tienen otro objetivo que ser el punto de

partida de un trabajo cuyo desarrollo y puesta en práctica está ayudando a detectar aquellos aspectos susceptibles de ser mejorados e incluir otros que consideramos necesarios, en tanto no tenemos la menor duda que el problema de la pobreza y la marginación no es algo actual, sino que tiene una historia larga. Este tema constituye una línea de investigación clásica en las ciencias sociales, pero la mayoría de los estudios y trabajos realizados pensamos no se ajustan a la realidad de su ambiente. Es decir, se recogen datos y análisis sin implicarse en las pautas de comportamiento adaptativo que presenta, ni las razones que le mueven para comportarse de dicha forma (adaptativamente).

En primer lugar, postulamos que la conducta de las personas no

consiste simplemente en formas de respuestas estables y generalizadas que aparecen regularmente en relación a los muchos y variados conjuntos de estímulos, sino que la conducta humana es más compleja: un proceso interactivo entre el individuo que manifiesta dicha conducta y la situación en la cual se da (Rodríguez y Grossi, 1991). En consecuencia, cuando hablemos de conducta, de ahora en adelante, vamos a hacer referencia a consistencia comportamental; es decir, variables comportamentales que conectan o relacionan al individuo con su entorno o contexto (Paíno,Valverde y Rodríguez, 2000). De esta relación (individuo/situación), como veremos, van a surgir las pautas comportamentales "competentes", "normales" y "anormales" (más adelante definiremos que entendemos por

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cada uno de estos constructos). Llegados a este punto es conveniente hacer una serie de aclaraciones.

Por una parte, la primera definición de conducta proviene de la Psicología de los Rasgos la cual, como ya es sabido, pone especial énfasis en el estudio de las variables del individuo pasando por alto los aspectos dinámicos e interactivos de éste respecto de su entorno. Es decir, presta poca atención a las condiciones ambientales en las cuales se manifiesta la conducta. Esto supone la individualización del problema de la inadaptación, la pobreza o la marginación buscando las causas de la desviación comportamental en el propio individuo, y orientar la intervención al individuo. Por otra parte, la segunda definición nos revela que la conducta de un individuo no es estable en cualquier situación; dicho de otro modo, varía en función de las condiciones ambientales. Sin embargo, también es verdad que la conducta manifestada por un individuo ante la misma situación es consistente.

Con todo esto, queremos hacer hincapié en las diferencias

individuales: los individuos diferentes se comportan de forma distinta ante la misma situación estimular. Pero no solamente debemos reconocer la existencia de grandes diferencias individuales, sino también los cambios producidos en la vida de las personas como resultado de las variaciones situacionales (especificidad de la conducta), lo que va a dificultar encontrar una definición desprovista de inclinaciones o contaminaciones doctrinales.

Ante este indefinición, su procedencia etimológica no resuelve

tampoco el problema, ya que mientras para unos proviene del griego (prosopon - máscara- o peri soma - alrededor del cuerpo-), para otros su origen estaría en los vocablos del etrusco (persum -cara, cabeza, rostro-) y/o del latín (personare -sonar a través de - o per - se - una - uno por si mismo-); de esta manera, y únicamente por extensión, se está hablando de la personalidad como de una apariencia, como se diría hoy: del personaje (se intenta ver como algo global para explicar la conducta, el funcionamiento del ser humano). No puede extrañar, pues, que el término más tarde adquiera un carácter metafísico y que con tal orientación se registre en la Psicología (Allport va a encontrar más de cincuenta definiciones de personalidad, aunque este autor las agrupe en dos orientaciones: biofísica y biosocial-).

De esta manera, la personalidad va a ser entendida de muy diversas

maneras - algunos incluso llegan a negar la utilidad del concepto (Mischel, 1968)-, según los diversos autores, que han dado lugar a diferentes modelos

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y teorías que defienden puntos de vista distintos tanto sobre el concepto como sobre el método de estudio. A pesar de ello, y prescindiendo en la medida de lo posible de los intereses teórico-doctrinales nosotros vamos a identificar como generales algunas notas características de la personalidad (Paíno, Valverde y Rodríguez, 2000):

* Individualidad y Globalidad. La personalidad aunque tiende

a entenderse configurada por diversos componentes y de distinta naturaleza psicológica -inteligencia, emoción, valores, intereses, ...- es un todo. Este todo, al mismo tiempo, se va a presuponer que se cualifica y se determina en cada individuo tanto cuantitativamente como cualitativamente, en tanto que los componentes que la conforman varían en sus dimensiones en los individuos.

* Estructuración. Se va a presuponer que los elementos que se

entiende que conforman la personalidad no constituyen un cuadro desorganizado y caótico, sino que entre ellos se da una mutua ordenación y recíproca influencia, ya en lo que tiende a denominarse estructuración interna como en la interrelación persona / ambiente.

* Continuidad o Consistencia. Nadie pone en duda que el

desarrollo ontogénico del individuo favorece que este experimente notorios cambios a lo largo del mismo -niñez, adolescencia, edad adulta y vejez- y que su comportamiento, al mismo tiempo, sufre apreciables modificaciones. Pese a ello, el individuo no deja de ser el mismo, es decir, en él se dan una serie de parámetros fundamentales de identificación personal que son perdurables.

* Dinamicidad. El mantener la continuidad, la perdurabilidad

como nota característica no supone afirmar la inmovilidad, es decir, sustentar el concepto estático de personalidad; más bien el punto de partida es lo contrario, es decir, se presupone que cada persona tiene una extraordinaria riqueza en su actividad psicológica. Las motivaciones, los cambios de afecto, de intereses, ... conforman una perspectiva dinámica de la personalidad.

De todo lo dicho hasta aquí, parece evidente la existencia de una

íntima relación del individuo con su entorno. Desde esta perspectiva, pues, si nuestra pretensión es estudiar o analizar la conducta humana, solo nos será posible manteniendo intacta esa relación y aludiendo a los dos polos de la misma (individuo/situación), ya que frecuentemente se produce un error en la definición de la conducta al considerar a la persona como el único

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objeto de análisis olvidándose, por tanto, de la conexión de ésta con la situación ambiental en donde se origina la conducta ( García Fernández - Abascal, 1987; Garrido y Latorre, 1995; Ibañez, 1989; Rodríguez y Grossi, 1991; Tous, 1986; Valverde, 1988, 1992; ...). Esa relación, en unas ocasiones, seguirá los cauces normales originando, por tanto, una conducta adaptativa, competente a una determinada situación. En otras ocasiones, seguirá cauces distintos generándose, así, una conducta desadaptada o inadaptada a la situación en la que se manifiesta.

De esta manera, al olvido de que la conducta la manifiestan individuos

concretos en diversas situaciones, debemos añadir un nuevo problema, es decir, una segunda problemática: el exceso de generalización. Hoy por hoy, y sin lugar a dudas, no podemos extraer leyes generales aplicables a todos los individuos en todas las situaciones (Bandura y Ribes, 1980; Bermúdez, 1986; Cairns, 1986; Ibañez y Belloch, 1983; Rodríguez y Grossi, 1991; Paíno, Valverde y Rodríguez, 2000; Valsiner, 1986).Ello, pues, nos refuerza en nuestro posicionamiento de ser portadores de un llamamiento a la sociedad para que colaboren con su formación y compromiso en un problema social que, poco a poco, se ha ido apartando y olvidando; en otras palabras, nos estamos refiriendo al compromiso con aquellas personas privadas de los mínimos elementos, procesos y cogniciones, así como situaciones, para lograr ser competentes en su medio, en tanto que ya nuestra mera presencia puede lograr algo más que la mera indiferencia. Es una apuesta, es un compromiso, por la cooperación desde la formación. 4.- Conceptos psicológicos a definir

Consideramos, dejando a un lado olvidos y generalizaciones,

necesario aclarar una serie de términos o conceptos que se prestan a discusión y polémica por su vaguedad y/o incluso por un uso "interesado":

4.1. Personalidad

El esquema interaccionista de la personalidad que venimos asumiendo

va a postular que la conducta viene determinada por la interacción entre aspectos personales y situacionales, entendiendo por situación el ambiente psicológico en el que el individuo se sitúa. En otras palabras, la unidad básica de estudio es la interacción persona - situación, que entendemos tiene una entidad propia y diferenciada frente a ambos elementos.

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El desarrollo de este esquema se realiza manteniendo que las leyes conductuales participan del esquema E - R y, también, de las relaciones entre respuestas -distintas ocasiones para una misma variable, o bien una ocasión para distintas variables- que responden al esquema R -R. Ambos, pues, conformarán una cadena con la siguiente forma E-R-E-R-E-R-..., en la que los estímulos influyen en las respuestas y, a su vez, éstas cambian la situación estimular determinante de otra respuesta distinta. La conducta, por ello, se interpreta como función de la interacción persona - ambiente que posee suficiente consistencia o especificidad, aunque ello se encuentra dependiente del juego mútuo entre ambos elementos.

El comportamiento de los individuos, de esta manera, se explicaría

por características personales, en parte por variables de la situación y, fundamentalmente, en función de la interacción de aspectos personales -básicamente de estructuras cognitivas- y situacionales -primordialmente de situaciones sociales-. En ello, y con respecto a la polémica consistencia especificidad, siguiendo a Sánchez Cánovas (1983), esta propuesta diferenciará entre consistencia a nivel de reacción -comportamental- y a nivel de variable mediadora -constructo hipotético-. La primera de ellas, que viene a definirse por medio de estudios longitudinales y transversales, exige distinguir entre:

* Consistencia absoluta. La persona manifiesta una conducta

específica (ejemplo, la hostilidad) en el mismo grado en diferentes situaciones.

* Consistencia relativa. Los ordenes de rango de las personas

con respecto a una conducta específica (ejemplo, la hostilidad) son estables a través de las situaciones.

* Coherencia. La conducta es predicible e inherente sin ser

estable en términos absolutos o relativos. El orden de rango de la conducta de una persona en situaciones diversas, con respecto a un número de variables, es estable y predecible, pero su orden de rango puede diferir del orden de rango de otra persona de las situaciones.

La consistencia del sistema mediador parecerá ser relevante en

términos de variables estructurales - inteligencia, complejidad cognitiva, competencia (variables de procesamiento de la información), ...-, de contenido -referidas a lo determinado situacionalmente o información almacenada- y motivacionales - valores, drives, necesidades, motivos, ...-.

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Este modelo propuesto, centrándonos más en el plano concreto del

comportamiento personal, van a permitirnos mantener al menos las siguientes afirmaciones:

* La conducta es el producto de una constante interacción. En

otras palabras, es una transacción persona - ambiente, donde se acaba difuminándose la distinción entre variable predictora y variable criterio en una atmósfera de causalidad recíproca.

* Se destaca el papel intencional de la persona. El individuo,

pues, elige las situaciones en las que va a actuar, para lo cual lleva a cabo una filtración cognitiva de los indicios estimulativos a los que va a responder

* La importancia de los factores cognitivos. Estos factores

explicarían las diferencias interindividuales, en tanto en la conducta tiene una particular significación: las expectativas que el individuo aporta y los valores subjetivos que dé a los estímulos, así como las técnicas personales de codificación y estructuración de las situaciones.

* La interacción como configuración psicológica. En el

individuo parece indudable que concurren variables personales que son el producto de su historial personal, que asumimos como "potenciales" determinantes de conducta, que explica como formas de conceptuar el impacto causado por el estímulo y es capaz de generar una pauta de conducta. La explicación que ofrecemos, pues, implica el detenido estudio del ambiente situacional, que no es otra cosa que aquél que el individuo puede percibir y ante el que puede reaccionar, es decir, el que puede conceptualizar.

La propuesta de análisis situacional que hacemos establece una

primera diferenciación entre macroambiente y microambiente (el macroambiente, a su vez, se dividiría en: macroambiente físico -grandes bloques urbanos, barrios, calles, ...- y social -normas culturales-; el microambiente también se desglosaría en: físico -el ambiente concreto de situación- y social -hábitos, actitudes, ...de la persona-), incidiendo en que la conducta potencial pasa a convertirse en conducta manifiesta, atendiendo a las expectativas de las posibles consecuencias que puedan derivarse dentro de las posibilidades de respuesta alternativa que se tenga. En pocas palabras, la decisión de elegir una determinada opción de conducta va a

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depender directamente de las consecuencias que prevea dentro de las alternativas. Estas expectativas (carácter positivo, naturaleza negativa, pasividad, actividad y situaciones de interacción social) conformadas sobre tres categorías diferentes de situaciones (interpersonalidad, daño físico y ambigüedad) pueden ofrecer: resultados previsibles - vendrá sustentada sobre experiencias anteriores- y consecuencias asociadas a los estímulos de la situación -el delincuente que viendo un gran número de policías (estímulo situacional) ve como probable su detención (consecuencias asociadas)-.

La conclusión sería: la reacción competente puede variar

ocasionalmente entre situaciones que se perciben como semejantes. Es decir, prácticamente estamos homologando los conceptos de personalidad y conducta, aunque en ello es necesario explicar que estamos asumiendo como "competencia".

4.2. Competencia

La observación del comportamiento cotidiano y de otras personas, así

como el sentido común, nos suele poner de manifiesto, o por lo menos facilitar indicios, de cuando una determinada persona se comporta de una forma competente. Para el tema de la distinción entre competencia y ejecución que, aunque muy interesante, no nos vamos a ocupar de él aquí, el lector interesado puede consultar, entre otros, la obra de Bond y Rosen (1980), Marlow y Weinberg (1985) y Neimark, De Lisi y Newman, (1985), ...

El interés de la psicología por la mejora de la competencia cognitivo-

comportamental en niños y demás individuos ha adquirido un gran auge desde comienzos de los años 50 (Garmezy, Masten, Nordstrom y otros, 1979). Además, los conceptos para referirse a la competencia son múltiples y diversos. Así, por ejemplo, se habla de conducta de confrontación, adaptabilidad, ajuste emocional, mal ajuste, .... Después de mediados de la década de los años 70 ya comienza a incluirse de una forma generalizada el concepto de competencia dentro de la teoría y práctica de la prevención primaria (Bond y Rosen, 1980; Ford, 1992; Kent y Rolf, 1979; Marlowe, 1986; Marlowe y Weinberg, 1985; Wine y Smye, 1983).

Al referirnos a la competencia no existe unanimidad acerca de lo que

se quiere indicar, tal vez porque tampoco la competencia sea un concepto unitario. Así, por ejemplo, mientras unos hablan de competencia ambiental -esto es, la habilidad de las personas para tratar con sus ambientes inmediatos en una manera estimulante y efectiva- (Steele, 1980), otros

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hablan de competencia relacional -esto es, la habilidad de las personas para construir, acceder y mantener relaciones de apoyo importantes- (Hansson, Jones y Carpenter, 1984); e incluso quedan otros que hablan ya bien de competencia social (Zigler, 1984; Argyle, 1985), o de competencia intelectual (Scarr, 1981).

Teniendo en cuenta el trabajo de Anderson y Messick (1974), pero

yendo más allá de él, Waters y Sroufe (1983, p. 81) desde una perspectiva evolucionista evolutiva conceptualizan al individuo competente como aquel que puede hacer uso de los recursos personales y ambientales para lograr un buen resultado del desarrollo. Ford (1985), refiriéndose principalmente a personas adultas, distinguirá cinco clases distintas, aunque sí interconexionadas, de competencia:

1) Competencia como un constructo motivacional, que se

refiere a las capacidades de los organismos para formular metas y producir actividades persistentes dirigidas a una meta.

2) Competencia como la percepción del sí mismo propio como

agente controlado y efectivo. 3) Competente es aquel individuo que posee ciertas destrezas

(o habilidades) específicas, tales como destrezas del lenguaje, destrezas motoras, destrezas de confrontación, destrezas asertivas, habilidades de asunción de roles, habilidades de solución de problemas, etc..

4) Competencia se usa para referirse a la efectividad de la

conducta de una persona en contextos relevantes (se trata de una perspectiva transacional). Y, por último,

5) Competencia es considerada como en términos de rasgos de

personalidad o constructos relacionados que representan patrones organizados de funcionamiento conductual, afectivo y/o conductual.

Aunque parezca lo contrario, la literatura creciente sobre el tema de la competencia no muestra unanimidad acerca de como definirla. Sundberg, Snowden y Reynolds (1978, p. 196), después de admitir que el término competencia es vago y que hace referencia a aspectos tan diversos como autoconcepto, habilidad cognitiva, destrezas sociales e interpersonales, escriben:

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Definimos la competencia como características personales

(conocimiento, destrezas y actitudes) que producen resultados adaptativos en ambientes significativos. La idea de adaptación apunta a la necesidad de valorar las exigencias y recursos del ambiente. La competencia sugiere una situación ecológica; los individuos avanzan activamente a través de medios que proporcionan nutrientes o apoyo para ciertas clases de enfrentamiento, pero impiden otras... La consideración de la competencia plantea cuestiones tales como, ¿en qué situaciones puede funcionar perfectamente una persona?, ¿qué cosa puede una persona hacer en varios ambientes? De la cuestión de cuánto de la psicología de rasgo tradicional se pasa a preguntas sobre dónde y qué referentes a los ambientes con que las personas se encuentran y a sus recursos para afrontarlos y sus intereses activos.

Pensamos que se trata de una conceptualización interesante, y que

nosotros vamos a postular para su aceptación, sin pretender complicar más el caos conceptual que tenemos dentro del campo de la teoría de la conceptualización de la competencia. Al unísono, y asumiendo que en nuestra conducta pueden conformarse consistencias comportamentales que conforman expectativas, tomamos al individuo como una persona que nace en un contexto sociomaterial real y concreto. Este contexto, que tanto se refiere en la literatura, es desde todos los puntos de vista anterior al propio individuo. Las habilidades cognitivo-comportamentales que las personas van a adquirir, por tanto, estarían anidando en la cultura en la cual ha nacido el individuo.

No hay alternativa. Es la cultura la que posee al individuo, y no éste

el que la crea de la nada. Ahora bien, no podemos decir que halla unas culturas más deficientes que otras. Solamente hay diferentes sistemas culturales con sus peculiaridades propias.

De forma análoga a como se habla de un individuo competente, pues,

se admite la existencia de sistemas supraindividuales competentes. Adler (1982), después de distinguir ocho elementos de la competencia (que son ejecución de los roles sociales principales, autoconcepto, funcionamiento interaccional, dominio del afecto, transacciones del desarrollo, dominio de los eventos estresantes, acceso no disponible a recursos y funcionamiento), los aplica (esto es, los extrapola) a individuos, microsistemas, mesosistemas y macrosistemas. Información acerca de la sociedad competente se puede hallar, entre otros, en Goeppinger y Baglioni (1985) e Iscoe (1974).

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Con todo, aún reconociendo la importancia del tema, esto es, de la

competencia a nivel supraindividual, y a pesar de ello, no vamos a desarrollar aquí este tema, pues no constituye el objetivo del presente trabajo. El lector interesado puede encontrar información pertinente en Fernández-Ríos (1994).

4.3. Diferencia, Desigualdad y Discriminación

El haber mantenido como punto de partida que la conducta es el

resultado de un constante feedback multidireccional, donde aparecen los procesos de consistencia conductual como conjunto de funciones presentes en el individuo (biológicas, fisiológicas y cognitivas) resultante de la interacción individuo - medio, no va a eximirnos de ofertar un posicionamiento realista sobre el origen de las diferencias en conducta, es decir, exento de actitudes personales tanto relacionadas con el concepto de persona como del mundo en el que vivimos. En todo caso, y estando de acuerdo con Burgaleta y Valverde (1994), es necesario con este fin centrar el problema distinguiendo entre tres conceptos que no siempre aparecen como distintos:

* Diferenciación. Alude a los individuos, a que éstos son

distintos, a la heterogeneidad las características individuales. * Desigualdad. Implica que alguien tiene algo más que otro,

siendo ese algo importante. * Discriminación. Supone la superioridad de unos frente a otros

basada en la desigualdad, llevándonos ello al marco de lo legal.

La problemática que subyace, aún aceptando tales posicionamientos teóricos, se sigue manteniendo, en tanto que los partidarios de la discriminación sustentan científicamente sus tesis en la diferenciación e interpretan como desigualdad las diferencias. En el otro extremo, también, ha venido ocurriendo lo mismo, llegándose a un igualitarismo a ultranza que ignora las evidentes diferencias que existen entre las personas y los grupos.

Es preciso, pues, centrar el problema, para lo cual mantendremos que

la heterogeneidad viene determinada por la acción conjunta de factores ambientales y variables personales, los cuales tienen un componente genético y un componente ambiental derivado del proceso de vida de cada persona, es decir, la historia de vida.. Siendo un poco más concretos, así

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como olvidándonos del clima emocional que podemos provocar, y tomando como nuestras las palabras atribuidas a Oliverio Toscani (Benetton) en el libro de Edgargo Bermejo (1996) sobre el guerrillero Marcos, queremos mantener "lo diferente" de una manera clara. Es decir, ni queremos ni creemos en un mundo igual, ya que anhelamos la diversidad; buscamos imágenes que se basan en la diferencia y jamás nos encontrarán en la indiferencia.

4.4. Normalidad versus anormalidad

Vamos, como dijimos antes, a intentar aclarar lo que entendemos por

'normalidad' y 'anormalidad'. No cabe duda que las definiciones van a resultar distintas dependiendo de qué criterio adoptemos. Muchas veces se ha identificado lo normal con lo adaptado y lo anormal con inadaptado. Establecer estas comparaciones, desde nuestro punto de vista, es erróneo. Creemos, por tanto, necesario hacer una matización: no es posible hablar de estos conceptos (normal, anormal, adaptado, inadaptado) sin hacer referencia a algo o a alguien. En líneas generales, podemos decir que una persona es normal cuando presenta la capacidad para adaptarse a muy diversas situaciones y anormal cuando le faltan los mecanismos para llevar a cabo dicha adaptación.

Dentro del ámbito de la inadaptación, sin embargo, el problema de

diferenciar ambos conceptos se torna aún más difícil. Primeramente deberíamos comenzar por saber qué es la adaptación y qué es la inadaptación. Si retomamos líneas anteriores, recordamos la relación existente entre el individuo y su situación. Este es el principio para poder ofrecer respuestas. Pues bien, podríamos definir la inadaptación como el resultado de una relación conflictiva que mantiene el individuo con su situación (Garrido y Latorre, 1995; Garrido y Martínez, 1998; Paíno, Rodríguez y Cuevas, 1995; Paíno, Rodríguez, Cuevas y Ordoñez, 1995; Rodríguez y Paíno, 1994; Valverde, 1988, 1992, 1996; ...).

El individuo inadaptado no se acomoda al entorno y a los cambios

producidos en él, sus comportamientos desviados son simplemente una respuesta para adaptarse a las distintas situaciones con las que se enfrenta. Desde esta perspectiva, sería lógico decir que esos comportamientos desviados, aún siendo rechazados por la sociedad normativa, son útiles al individuo que quiere alcanzar unas determinadas metas; es decir, aquí su comportamiento inadaptado tiene un marcado carácter utilitario e incluso presenta un elevado grado de coherencia.

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Todo ésto, que parece tan lógico y sensato, muchas veces se nos

escapa de las manos debido a que muchos profesionales investigan desde la confortable distancia que les ofrece la sociedad a la que pertenecen, en lugar de introducirse de lleno en la problemática que se proponen investigar y a la cual pretenden dar respuestas eficaces. Parece, pues, que mientras los investigadores no modifiquen sus puntos de vista será muy difícil comprender a estos individuos que, por determinadas circunstancias, manifiestan comportamientos discrepantes, desviados y rechazados por nuestra sociedad. A fin de cuentas, la inadaptación será una cuestión de grado; es decir, dependerá de la distancia observada entre el individuo y su grupo normativo de forma que, cuanto mayor sea esa distancia menor será el nivel de tolerancia y, por el contrario, cuanto más próximo esté al grupo mayor será la permisividad. Es la perspectiva que pasamos a desarrollar: 4.4.1. Definición

La desviación social tiende a posicionarse entorno a los

comportamientos que se alejan de las normas y los valores que rigen la sociedad normativa a la que pertenece el individuo (Barbero, 1980; García-Pablos, 1988; Larrauri, 1991). Normalmente, la situación de marginación por la que atraviesa una persona es la causa de la manifestación de comportamientos discrepantes o desviados. Sin embargo, estos comportamientos discrepantes o desviados no implican necesariamente que el individuo esté marginado o excluido socialmente, sino que todo depende de la distancia entre el individuo inadaptado y el grupo normativo. Cuanto mayor sea esa distancia el nivel de tolerancia disminuye y, por el contrario, cuanto más próximo esté al grupo mayor será la tolerancia.

El análisis a realizar plantea la desviación social como una

consecuencia de la marginación y ésta, a su vez, propiciaría la inadaptación social. Lo que se trata es de un problema de comunicación entre la persona y la sociedad a la que pertenece; la inadaptación es la respuesta al conflicto individuo/situación que se va manifestando en diversos contextos configurando así una pauta conductual habitual en el individuo.

Los comportamientos desviados, por tanto, serán un intento del

individuo para adaptarse a las distintas situaciones con las que se enfrenta; la desviación sólo será tal al ser investigada desde ciertos parámetros. Sin embargo, si estudiamos el fenómeno de la inadaptación omitiendo nuestra propia subjetividad, no solamente nos encontramos ante un proceso de adaptación sino que incluso esas desviaciones o discrepancias

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comportamentales pueden adquirir coherencia (Merton, 1957; Paíno, Valverde y Rodríguez, 2000; Quay, 1979; Rodríguez y Paíno, 1994;Valverde, 1988). Esto sólo se podrá lograr cuando rompamos esa cómoda distancia desde la cual realizamos nuestras investigaciones y profundicemos en el problema al que nos enfrentamos y pretendemos dar soluciones.

Resulta evidente, desde la perspectiva mantenida aquí, que el

comportamiento inadaptado le es útil al individuo para enfrentarse a la situación, es decir, el individuo inadaptado quiere alcanzar unas determinadas metas legales o adaptadas pero los medios para llegar a ellas no son adaptados y, por ello, manifiesta esa desviación al utilizar los medios ilegítimos más asequibles en su situación con el fin de acceder a las metas que la propia sociedad considera normalizadas. Esta desviación comportamental, la conducta desadaptada, es el camino más fácil para llegar a las metas y, a menudo, el único para aquellos individuos que han crecido en un entorno empobrecido y carencial. Por esta razón, admitimos que el contexto determina e influye en la configuración de las pautas / consistencias comportamentales, en la forma que tiene de relacionarse, de afrontar la realidad.

4.4.2. La Inadaptación Social Objetiva y Subjetiva. Características

Aunque el énfasis principal de nuestro argumento lo hemos referido a

la inadaptación social objetiva, es decir, al comportamiento inadaptado de tipo utilitario, sin embargo, puede suceder, y de hecho sucede, que cuando las instituciones de control social (reformatorios, prisiones,...) entran en contacto con el individuo marginado y/o inadaptado profundizando en el conflicto, su comportamiento deja de tener la utilidad anterior y surge la formalización del inadaptado como delincuente -etiqueta- (Clemente y Sancha, 1989; Garrido, 1987; Paíno, 1995; Paíno y Rodríguez, 1998; Valverde, 1991; ...).

Poco a poco se institucionaliza y se personaliza el conflicto, con lo

que para defenderse de la superioridad de la institución, el individuo no tendrá más remedio que deteriorar su conducta adaptándola a la situación en la que se encuentra y, posteriormente, sus pautas comportamentales. En esta situación de inadaptación social no solamente se ven afectados los medios sino también las metas. Se inicia un largo camino de mutuas agresiones donde el comportamiento desviado pierde su utilidad y puede convertirse en conducta agresiva y destructora, respuesta de adaptación al contexto de la

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institución (Paíno, 1993, 1995; Rodríguez y Paíno, 1994). Siguiendo con el concepto de inadaptación es conveniente diferenciar

dos tipos, sobre todo, a la hora de intervenir (véase figura 1). En primer lugar tendríamos la inadaptación social objetiva cuyas características más sobresalientes serían las siguientes:

1) El comportamiento desviado o inadaptado es el único instrumento

que posee el individuo para alcanzar aquellas metas que la sociedad considera normales de ahí que, por lo tanto, se manifieste una inadaptación a los medios pero no a las metas.

2) Se deduce, de la primera característica, que ese comportamiento

desviado socialmente tiene una utilidad para el individuo que lo manifiesta. 3) Por último, la inadaptación objetiva sería más bien una adaptación

a las situaciones problemáticas con las que se enfrenta el individuo por su carácter útil y coherente.

En segundo lugar, y respecto a la inadaptación social subjetiva,

encontramos que: 1) El individuo, en este caso, ya no solamente presenta una

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inadaptación a los medios sino también a las metas; se va profundizando y personalizando el conflicto individuo/situación por medio de las instituciones de control social -reformatorios, centros de reforma, cárceles, centros penitenciarios, etc.-.

2) Consecuentemente, el comportamiento desviado pierde su utilidad

y su lógica. 3) Finalmente, la conducta se irá agravando progresivamente para

adaptarse la nueva situación e, incluso, la propia personalidad sufrirá alteraciones.

4.4.3.- El proceso de inadaptación social (Valverde, 1988)

Llegados a este punto, creemos que es posible esbozar ciertas líneas

a seguir en el proceso de inadaptación social (Cohen, 1955; Durkheim, 1895; Valverde, 1988, 1991):

1) Interinfluencia entre el individuo y su entorno social: el entorno

incide sobre el individuo en su proceso de socialización y es influido por él. 2) De tal relación, en este caso conflictiva por las deficiencias del

entorno del que se proviene, surge la conducta antisocial objetiva (con carácter utilitario). Se crea un conflicto anómico entre las expectativas sociales y la carencia de medios legítimos para alcanzarlas. Las respuestas a esta relación conflictiva, por tanto, pueden ser tres:

* Conformismo Pasivo: Aceptación implícita del individuo a la

imposibilidad de acceder a metas culturales. Es algo similar a una resignación, y no adaptación, por lo que el nivel de frustración suele ser muy elevado. En definitiva, el individuo alcanza una adaptación social (porque sigue las normas sociales) y una inadaptación personal (por su insatisfacción, aunque no manifieste una desviación social).

* Conducta Antisocial Objetiva: No acepta la imposibilidad de

acceder a las metas sociales y busca otras alternativas para alcanzarlas (inadaptación objetiva).

* Conducta de Retirada: No acepta el conformismo pasivo pero

tampoco llega a manifestar comportamientos antisociales. Se aísla de las presiones sociales, se aparta de las metas culturales y sociales, hay un abandono. En este caso, para mantener su adaptación hay cierta presión

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hacia el uso de las drogas ilegales. 3) Institucionalización del conflicto entre individuo/situación: Es

cuando la conducta antisocial provoca la intervención de las instituciones. Esta intervención, en nuestra sociedad, tiene un marcado predominio de planteamientos judiciales, sin ceñirse al problema concreto de los individuos. Se produce una profundización del problema, pero sin intentar dar soluciones al mismo resultando, por tanto, ineficaz tal intervención.

4) El comportamiento inadaptado, consecuentemente, acaba

perdiendo su coherencia, se inician las agresiones y se producen, a veces, trastornos en la personalidad.

5) Finalmente, el individuo se introduce en una situación de

inadaptación subjetiva en la cuál se agravará el comportamiento antisocial, lo que favorecerá el endurecimiento de la intervención institucional como respuesta a la seguridad ciudadana y esta intervención, a su vez, provocará una mayor desestructuración personal. Es un círculo vicioso sin retorno.

En otras palabras, cuando las instituciones de control social

(reformatorios, prisiones,...) entran en contacto con el individuo inadaptado profundizando en el conflicto, su comportamiento deja de tener la utilidad anterior y surge la formalización del inadaptado como delincuente -etiqueta - ( Clemente y Nuñez, 1997; Clemente y Sancha, 1989; Garrido, 1987; Garrido y Latorre, 1995; Paíno, 1995; Valverde, 1991). Poco a poco se institucionaliza y se personaliza el conflicto, con lo que para defenderse de la superioridad de la institución, el individuo no tendrá más remedio que deteriorar su conducta adaptándola a la situación en la que se encuentra y, posteriormente, su personalidad. En esta situación de inadaptación social no solamente se ven afectados los medios sino también las metas. Se inicia un largo camino de mutuas agresiones donde el comportamiento desviado pierde su utilidad y puede convertirse en conducta agresiva y destructora, respuesta de adaptación al contexto de la institución (Paíno, Valverde y Rodríguez, 2000).

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4.4.4.- Tipos de adaptación (Merton, 1957)

Es necesario considerar diferentes tipos de adaptación (Merton, 1957):

MODO DE ADAPTACIÓN OBJETIVOS CULTURALES MEDIOS INSTITUCIONALES

CONFORMISMO + +

INNOVACIÓN + -

RITUALISMO - +

RETRAIMIENTO - -

REBELIÓN ? ?

Figura 2.- Esquema de identificación de posibles tipos de adaptación. 1) El conformismo: en el que el sujeto acepta tanto los objetivos

como los medios socialmente establecidos, por tanto, no supone ningún tipo de inadaptación.

2) La innovación: en la cual se valoran positivamente los objetivos

culturales pero, sin embargo, se rechazan los medios. 3) El ritualismo: que sería aquel sujeto que acepta los medios pero

rechaza los objetivos. 4) El retraimiento: en este caso el individuo no comparte ni los

objetivos ni los medios institucionales. 5) La rebelión: que condenaría tanto los medios como los fines.

4.4.5.- Comparación entre ambas clasificaciones Si comparamos estas clasificaciones vemos que la innovación de

Merton se corresponde con la inadaptación social objetiva de Valverde, ya que el individuo está de acuerdo con las metas pero utiliza medios ilegítimos (rechazados por la sociedad normativa) para alcanzarlas. Y, por otro lado, el quinto tipo de adaptación que propone Merton -rebelión- se asemeja a la inadaptación social subjetiva que define Valverde, puesto que están afectados tanto los medios como las metas.

Encontramos, sin embargo, diferencias entre ambos enfoques; por

ejemplo, Valverde por conformismo no entiende adaptación sino que, por el contrario, sería una posible respuesta por parte del individuo a la relación

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conflictiva que éste mantiene con su entorno, aceptando la imposibilidad de conseguir aquellos fines socialmente establecidos generándose, así, una adaptación social (ya que no manifiesta conductas desviadas que transgredan las normas sociales) y a la par; es aquí, pues, donde se encuentra la diferencia, una inadaptación personal (en forma de insatisfacción y frustración). Finalmente, el retraimiento se podría identificar con lo que Valverde denomina conducta de retirada, donde se produce un abandono o aislamiento de las presiones sociales y culturales. 4.4.6.- Delincuencia

Sería "una forma más de inadaptación social" ( Garrido, 1987;

Garrido y Latorre, 1995; Garrido y Martínez, 1998; Rodríguez y Paíno, 1994; Rodríguez, Paíno y Valverde, 1994; Valverde, 1988......). Dicho de otro modo, la sociedad establece unas determinadas normas para la convivencia de todos los miembros que pertenecen a ella. La transgresión de tales normas conlleva una sanción debido a la desviación de los patrones socialmente aceptados. Con todo, no debemos olvidarnos de que las normas o reglas de convivencia varían de una sociedad a otra, al igual que el concepto de desviación puede tomar uno u otro significado dependiendo de uno u otro contexto y/o época.

Por otra parte, no consideramos la delincuencia como un acto, sino

como una forma conductual y compleja (como toda conducta humana) difícilmente reducible a una hipótesis de trabajo e investigación en función de una sola corriente psicológica. Por lo tanto, no hablaremos de delincuentes, sino de personas que delinquen bajo unas determinadas condiciones a las que están expuestos.

Sería absurdo, por otra parte, intentar buscar una definición

universalmente aceptada, pues, como ya sabemos los profesionales, en la delincuencia además de jugar un papel muy importante las variables psicosociales las variables individuales deberán ser tenidas en cuenta; cada individuo es un mundo diferente, con distintas razones para delinquir y, en determinadas ocasiones, con distintas consecuencias por haberlo hecho. Con ello no queremos decir que haya que dar una definición particular de delincuencia para cada persona; sin embargo, es preciso destacar el importante juego que dan esas diferencias individuales en su definición.

La delincuencia o conducta desviada estaría relacionada con un

fracaso en el proceso de socialización y en el aprendizaje de las normas sociales. Consideramos, pues, que el que delinque es aquel hombre con las

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cualidades esenciales de todo hombre (ante todo) que, por diversas circunstancias por las que ha atravesado en su proceso vital, manifiesta un comportamiento desviado rechazado por la mayor parte de la sociedad y, además, castigado por el Código Penal. Por otro lado, son muchos los investigadores interesados y, en ocasiones, obsesionados en la búsqueda de características que vengan a diferenciar al hombre delincuente del hombre honrado cuando, a fin de cuentas, son más las semejanzas entre ellos que las diferencias; es decir, no son idénticos, pero en ningún caso se puede decir que sean totalmente opuestos (Arenal, 1991). 4.4.7. Conclusiones

Una vez que hemos definido la inadaptación casi no queda avidez

para comenzar con la adaptación, ya que el proceso de inadaptación sigue el mismo conducto que el proceso de adaptación; es decir, en ambos casos lo que se persigue es la aceptación de pautas comportamentales para dar respuesta a una determinada situación (toda conducta es adaptativa a una situación determinada). La diferencia, es obvio, está en que en la adaptación esas pautas comportamentales son aceptadas por la mayoría de la sociedad, mientras que en la inadaptación la sociedad rechaza abiertamente.

En definitiva, el fundamento de la cuestión se encuentra en la relación

interactiva que mantiene el individuo con su situación. Es preciso, pues, que antes de definir inadaptación se precise lo que es adaptación: aceptación de pautas comportamentales generalizadas entre la comunidad mayoritaria.

Sería un proceso por el cuál una persona se acomoda a su medio y a

los cambios que se produzcan en él. A partir de aquí, por tanto, podemos decir que toda conducta es adaptada respecto al medio en que dicha conducta se produce. Por ello, ¿por qué preguntarnos que es la inadaptación?

4.5. Marginación

Son marginadas aquellas personas que no disponen de los derechos

reconocidos por la sociedad. Esta marginación genera reivindicaciones (ej.: el caso de la revuelta de Los Angeles), siendo una de las notas características el incumplimiento de la legislación.

Por otra parte, decimos que una persona se encuentra marginada

cuando se aparta (voluntaria o forzosamente) de la sociedad o grupo normativo al que pertenece. Sería, por tanto, un estado o situación de

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exclusión, de no participación de los bienes y actividades generales del grupo de pertenencia.

Este concepto ha provocado numerosos estudios e investigaciones.

Muchas han sido las ocasiones en que se ha confundido marginación con inadaptación. Nosotros intentaremos extraer las diferencias que los separan. El concepto de inadaptación, como pudimos ver líneas atrás, envuelve al término marginación; es decir, el individuo inadaptado además de encontrarse al margen de la sociedad normativa manifiestaría comportamientos discrepantes y rechazados por esa sociedad. Por lo tanto, se trata de un concepto activo, en el sentido de que el individuo no se encuentra en esa situación de forma pasiva como es frecuente que suceda en la marginación. En ambos casos, al encontrarse alejado del grupo normativo -el que marca las normas, valores, leyes,... para convivir en armonía todos sus miembros-, el individuo no va a participar de los bienes y actividades de su grupo de pertenencia y suscitará, por tanto, una situación de exclusión.

En definitiva, en la marginación ha fallado o no se ha producido la

transmisión de valores, normas, .... del grupo social; en la inadaptación, sin embargo, no se han adquirido las pautas comportamentales aceptadas por la sociedad. Los individuos que integran grupos marginales están sometidos a presiones sumamente poderosas para utilizar medios ilegítimos para conseguir el éxito a que la propia sociedad de consumo les incita. Sin embargo, cuando se genera el conflicto anómico; es decir, la discrepancia entre las metas sociales y culturales y los medios institucionales de que se dispone, no siempre la respuesta dada por el individuo es una conducta delictiva. La más frecuente dentro de los grupos marginales es la del conformismo o aceptación de la imposibilidad de acceder a las metas socialmente establecidas. En consecuencia, no es cierto que todo individuo marginado sea individuo delincuente; no obstante, casi todo individuo marginado que responde con el delito al conflicto que le genera la situación que vive suele acabar en prisión.

Es difícil, aunque pueda parecer lo contrario, ofrecer una definición

operativa de marginal; sin embargo, a nuestro juicio, una persona es marginado cuando sus valores no coinciden con las normas imperantes. Dentro de los grupos marginales se insertan muchos individuos y la causa suele ser, la mayoría de las veces, socio-económica.

El concepto de marginación hará referencia a un grupo concreto. Un

individuo es marginal en relación a las características de un grupo diferente al suyo (el normativo). Es una situación, como ya hemos comentado, en la

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que se encuentra el individuo, casi siempre, de forma pasiva independientemente de su decisión e intereses; ello, por tanto, implica que el individuo no tiene que manifestar conductas desadaptadas. Un individuo será, de esta manera, considerado marginado en función de la distancia respecto al grupo social predominante. Los criterios que se han venido tomando en consideración para definir la marginación han sido, entre otros, la edad, la economía, el sexo, las deficiencias físicas y mentales,....

4.6. Vulnerabilidad

El grado de vulnerabilidad de un individuo, en términos clínicos, es el

riesgo que presenta éste para desarrollar un determinado proceso. Referido al contexto en el que nos encontramos, podemos definir la vulnerabilidad como una zona inestable (Castel, 1992) a la que suele preceder una zona de marginación o de exclusión. Esta zona de vulnerabilidad se caracterizaría por la presencia de carencias económicas y relacionales.

El individuo ubicado en esta zona no dispondría de soportes

familiares y sociales robustos; se encontraría en condiciones precarias debido, sobre todo, a su limitada integración (laboral, social, familiar, etc.). Aquí, pues, jugaría un papel muy importante la percepción (cognición) que el individuo tenga acerca de su situación y los recursos interpersonales para hacerles frente (Garrido, 1987; Garrido y Latorre, 1995; Garrido y López, 1997; Paíno y Rodríguez, 1998).

Todo el mundo considera que la protección (familiar, social,

laboral...) es un requisito indispensable para poder introducirse en un proceso de adaptación social, para convivir con los demás miembros de la sociedad a la que se pertenece, para respetar las normas, leyes, costumbres que el grupo normativo marca y, en definitiva, para sentir los mínimos niveles necesarios de seguridad. Pues bien, cuando todo ello falla, cuando el individuo descubre que se encuentra sin el apoyo de unos robustos soportes tanto familiares, como sociales y laborales penetra en una situación de fragilidad o inestabilidad que, por desgracia, en la actualidad, está sufriendo un enorme incremento debido, entre otras cosas, a la alta tasa de paro que estamos viviendo día a día, a la falta o escasa convivencia familiar, a la creciente incomprensión social hacia estos individuos con escasas o nulas capacidades de adaptación... (Rodríguez, Grossi y otros, 1999); así, podríamos seguir argumentando muchas otras razones que justifiquen el crecimiento de esta llamada zona de vulnerabilidad.

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Con todo ello, lo malo no es que el individuo se halle en esta zona, sino que a ella le suele preceder una zona de marginación o exclusión; es decir, la zona de vulnerabilidad avitualla a la de marginación, por lo que antes de profundizar en la relación que determinadas variables mantienen con la inadaptación, es preciso aclarar que ninguna de ellas, por si sola, la explica totalmente aunque si que contribuyen cada una, en mayor o menor medida, a explicar parte del fenómeno que estudiamos. Entre las posibles variables a considerar queremos resaltar las siguientes: 4.6.1. Variables de tipo físico.

Los elementos físicos influyen en la conducta del individuo. De las

características del hábitat en el que se desenvuelve su vida va a depender su ajuste al medio, sus relaciones interpersonales, sus percepciones sociales y, en definitiva, su proceso de socialización. Este proceso de socialización se inicia en la vivienda, u hogar, el cual va a facilitar o dificultar el proceso de maduración del individuo y su adaptación social (Garrido y Martínez, 1998; Garrido, Stangeland y Redondo, 1999; Jiménez Burillo, 1982; Paíno, 1995; Paíno y Rodríguez, 1998; Valverde, 1988 ...).

De las características de la vivienda va a depender el desarrollo

posterior de la persona. Cuando hablamos de la vivienda no solamente nos referimos a ella como un espacio físico sino también como un espacio donde se comparten emociones, sentimientos, donde se transmiten normas, costumbres y valores. Todo depende de la percepción subjetivo del individuo. La calidad y cantidad de espacio, por otra parte, son dos factores que también pueden incidir decisivamente en el desarrollo del individuo, en su calidad de vida.

Cuando estas variables de tipo físico son carenciales o deficitarias, el

individuo va a experimentar un conflicto anómico causado por la incompatibilidad entre medios y metas que va a provocar como resultado el comportamiento desadaptado y, posteriormente, la intervención de las instituciones de control social (reformatorios y/o centros de reforma, cárceles y/o centros penitenciarios).

Otra variable física estudiada es el barrio en el que se desenvuelve la

vida del muchacho. El barrio es donde se desarrollan la mayoría de las actividades del día, y puede influir en la génesis o aparición de conductas antisociales. El espacio reducido y la mala calidad del mismo influirán, al igual que en la vivienda, negativamente en la socialización del individuo (Garrido, 1987; Funes, 1990; Paíno, 1995; Valverde, 1988, 1991).

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4.6.2. Variables familiares La familia es el primer agente de socialización del individuo; es la

encargada, en primera instancia, de transmitir las normas y los valores socialmente aceptados. Por lo tanto, la familia es una variable clave en el desarrollo del individuo. De esta manera, cuando el ámbito familiar se caracteriza por una falta de comunicación, actitudes de rechazo, mínimo apoyo, empleo masivo de control negativo, falta de supervisión (en el sentido, de preocupación por las motivaciones, necesidades o intereses), una desestructuración bajo nivel cultural y socio-económico y un elevado número de hijos es más factible que alguno de sus miembros no siga el camino adecuado y se introduzca en un mundo en el que irá adquiriendo comportamientos desviados e incluso, delictivos. Es, por ello, que no podemos negar la influencia de la familia en la adquisición de conductas marginales, inadaptadas o antisociales (Funes, 1990; Garrido, 1987; Garrido y Latorre, 1995; Henggeler, 1989; López Coira, 1987; Paíno, Rodríguez y Garrido, 1996, Paíno y Rodríguez, 1998; Valverde, 1988; Vega, 1987a). Hay autores que abordan esto afirmando que, en ocasiones, la familia puede llegar a causar crimen, lo que les lleva a hablar de "familias criminógenas" (Vega, 1987a, p. 13).

Normalmente la familia se sitúa en un espacio físico donde reside. Las

condiciones ambientales (físicas) empobrecidas sumadas a las deficiencias familiares van a repercutir negativamente en el desarrollo y socialización del individuo, ya que las características deficitarias del hábitat físico va a dificultar la transmisión de normas y valores institucionales establecidos. 4.6.3. Inteligencia

Los trabajos que han querido demostrar la relación existente entre una

baja inteligencia y la marginación, la inadaptación y/o la delincuencia han sido muchos. Sin embargo, esta relación no está clara.

Según las perspectivas que hemos mantenido desde un principio, el

sentido de la relación iría Baja inteligencia- Delincuencia y ello porque, como ya hemos comentado, estos individuos suelen pertenecer a un nivel socio-económico y cultural bajo y empobrecido, sus condiciones de vida son deficitarias y muestran una debilidad en su estructura familiar. En consecuencia, cabría esperar que debido a estos factores la persona no podrá desarrollar al máximo sus capacidades intelectuales, adaptativas. Sin embargo, no pretendemos afirmar que un bajo nivel intelectual explique la delincuencia, la inadaptación y/o la marginación en todas sus dimensiones,

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aunque si es posible afirmar que ese bajo nivel puede asociarse, relacionarse con otras variables como un contexto social, físico y familiar ante las escasas expectativas de futuro que posee el individuo (Fernández Ríos, Gómez Fraguela y Rodríguez, 2000).

Por ello estamos de acuerdo con Garrido (1987) afirma que: a) Existe una relación entre baja Inteligencia y delincuencia. b) La baja inteligencia se asocia con un escaso rendimiento escolar en

poblaciones de delincuentes. c) El fracaso escolar es una de los mejores predictores de la

delincuencia.

4.6.4. Escuela La escuela tradicional no se adapta a las necesidades, intereses y

motivaciones de estos individuos. No les reporta ninguna clase de beneficios e incluso les margina, aún más de lo que están. Por esta razón el desinterés aumenta y también la facilidad de abandonar la escuela (Rodríguez, Grossi, Garrido y otros, 1998; Fernández Ríos, Gómez Fraguela y Rodríguez, 2000).

Después de la familia, la escuela es la instancia socializadora más

importante, es la que marca el futuro desarrollo madurativo y social del muchacho. Pero, por otra parte, la escuela también puede influir decisivamente en la aparición de los procesos de marginación y/o adaptación. (Funes, 1990; Miret, Valverde y otros, 1988; Paíno, 1995; Rodríguez, Grossi, Garrido y otros, 1998; Valverde, 1988; Vega, 1987b; ).

En resumen, el proceso educativo de estos individuos comenzaría con

un bajo nivel cultural que se suele traducir en una reducida realización escolar y escasas expectativas de éxito que le llevan, inevitablemente, al fracaso y rechazo escolar, generándose una baja autoestima y autoconcepto y un mal ajuste social que, en muchas ocasiones, se traducirá en la manifestación de conductas "desviadas". Por lo tanto, nos parece necesario introducir entre las obligaciones de la escuela el fomentar y potenciar programas educativos que atienden a las características y necesidades de esta población, para prevenir, en la medida de lo posible, la aparición de conductas desviadas o delictivas.

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En conclusión, vemos que la actual escuela tradicional puede llegar a fomentar la inadaptación escolar al mantener la desigualdad y basarse únicamente en el polo académico. 4.6.5. Personalidad

La Psicología de los Rasgos ha caracterizado al inadaptado, al

delincuente mediante unos determinados factores de personalidad o rasgos. En los trabajos de Eysenck (1964, 1976, 1977, 1981 ...) la estructura de personalidad identificada se caracterizaría por un alto nivel en extraversión, neuroticismo y psicoticismo.

Cuando analizamos esta relación, nos encontramos con un claro

vacío: los factores ambientales. Nosotros no negamos las variables de personalidad en la génesis de comportamientos delictivos; sin embargo, no debemos olvidar que el individuo se comporta en y con respecto a una determinada situación y que las características de esa situación también van a tener una especial relevancia a la hora de explicar el nivel de marginalidad y/o inadaptación. No podemos atender exclusivamente a uno de los dos polos de la relación -el individuo- haciendo caso omiso al otro -el ambiente- (Paíno, Valverde y Rodríguez, 2000; Peñacoba y Moreno, 1998; Sobral, Romero y Luengo, 1998).

4.6.6. Factores cognitivos

Además de la inteligencia que ha hemos tratado a parte por su

importancia, existen otras variables cognitivas dignas de mención, entre las que serían de reseñar: el Locus de control (suele ser externo), la Impulsividad (se caracterizan por la falta de autocontrol), la Percepción Social ( más reducida, aunque no siempre), la reducida capacidad para la Solución de Problemas Interpersonales, el nivel de Autoestima / Autoconcepto (hay una tendencia hacia niveles bajos), Valores (no se puede afirmar que tengan un sistema de valores propio) y ,por norma general, presentan mayor capacidad para razonar lo concreto que lo abstracto (Garrido y Latorre, 1995; Garrido y Martínez, 1998; Paíno, 1995; Rodríguez, Grossi, Cuesta, Herrero y otros, 1999; Rodríguez, Grossi, Garrido y otros, 1998).

Estos datos de investigación, si de algo pueden valer, es para denotar

la orientación de la intervención, la cual, postulamos sin ningún tipo de dudas, debería ir encaminada a la necesidad imperiosa de reducir esa zona de fragilidad en pro de una zona de integración. En otras palabras, dicha

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intervención tendría un marcado carácter optimizador, en tanto que en la zona de vulnerabilidad la persona no manifiesta, todavía, comportamientos desviados y rechazados por el grupo normativo. Más bien, como puede apreciarse, va a caracterizarse por unas condiciones precarias de vivienda, empleo, familia ... y una escasa integración en todos los ámbitos.

4.7. Intervención

Cualquier análisis a realizar nos obliga, por lo menos, a delimitar los

conceptos de intervención y programa. Ambos términos, entendemos, agrupan actividades terapéuticas o prestaciones, incluyendo toda clase de actividades de docencia e investigación y aquellas orientadas interinstitucionalmente. Con todo, queremos dejar claro: cualquier intervención, programa conlleva conocer bien el fenómeno que vamos a investigar y poder, así, potenciar la orientación de dicho fenómeno en el sentido deseado. Sólo así estaremos en el camino correcto.

En el polo opuesto se encuentran las estructuras asistenciales sin

programas y con escasez de recursos humanos e institucionales, que pueden justificar propuestas para poblaciones muy amplias y heterogéneas. Pertenecen, creemos, al nivel más elemental de la asistencia: al de la creación de unos mínimos dispositivos equidistribuidos en el territorio, que no nos debe extrañar puedan dar lugar a actuaciones de provecho - sectas- y/o corruptas -una forma de ganarse la vida- (ver Fernández Ríos, 1999).

4.8. Concepto de programa: una perspectiva

En el panorama descrito hay que resaltar, de un lado, las utilizaciones

dispersas, inadecuadas e imprecisas de éstos términos y, de otro, el abuso que se hace de éstos vocablos, con acepciones generalizadas o designaciones deliberadamente pretenciosas y falaces. Frente a ello, creemos que precisar cualquiera de estas nociones es útil al reflejar mejor algunas formas nuevas, elaboradas y planificadas de atención. Desde esta perspectiva, pues, vamos a considerar la "intervención" como aquellas actividades orientadas a producir un cambio planificado en una orientación dada (Fernández Ríos, 1989).

Dichos cambios, entendemos, pueden referirse ya a aspectos

psicológicos de las personas (inteligencia, lenguaje, cognición, interacciones prosociales, estados emocionales ...) Ya sobre contextos diversos (familiar, aula escolar, comunidad ...) y en diferentes edades (infancia, adolescencia, vejez ....), siempre pensando en alcanzar objetivos dispares.

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A la vez, 'programa' no puede ser sinónimo de servicio, facilidades,

intervenciones y virtualmente cualquier cosa que se intente, proporcione o se realice por las personas. Programa tampoco es sinónimo de universal como tampoco es un concepto, idea laxa -conjunto de acciones que persiguen una finalidad; conjunto de acciones dirigidas a cumplir un objetivo bien diferenciado, y que en su diseño, ejecución y evaluación puede implicar a profesionales dependientes de instituciones diversas ....

El concepto de programa es obligado, por un lado, que incluya

explícitamente cuales son los objetos o personas del mismo, haciendo referencia tanto a los individuos con necesidades específicas como a las instituciones, prestaciones, coordinaciones y actividades, técnicas y terapias de toda índole; y, por otro, el contexto donde el programa se va a realizar. De esta manera, si queremos una comunicación científica y una intervención precisa, deberemos imponer unos criterios, principios ya defendidos tradicionalmente (Caplan, 1964; Morell, 1987; Paíno, Rodríguez y Cuevas, 1995): Formas de presentación múltiple de servicios, diseñadas y organizadas con objetivos operativos para satisfacer necesidades concretas de los individuos del programa.

Por otra parte, a la hora de realizar, planificar un programa hay que

diferenciar la intervención de la prevención, manteniendo en ello un enfoque que considere el ciclo vital (Baltes y Danish, 1980), donde se contrasta la intervención preventiva y la correctiva - clásica primaria y secundaria- frente a la enriquecedora. Esta última, vamos a mantener, introduce una nueva dimensión, es decir, pone énfasis en el desarrollo óptimo - competente- de las personas, lo que conlleva afirmar que el desarrollo humano - la respuesta competente como conducta - tiene que ser facilitado en todo su potencial.

La intervención, el programa a desarrollar como deseable,

obviamente, es el optimizador, aunque somos conscientes que en la práctica la intervención, y en la mayoría de los programas, suele quedarse en preventiva y/o correctiva. Aquí, no queremos dejar de resaltar que todo programa de intervención no debe pasar por alto, por lo menos, cuatro cuestiones importantes:

1) El medio donde se va a actuar (laboratorio, familia, aula escolar,

centros, comunidad ...), sus ventajas y sus limitaciones.

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2) Las demandas y necesidades de la población a la que va dirigido el programa, es decir, la conducta objeto (cognición, lenguaje, orientación prosocial ...).

3) La realidad de las actividades que se van a realizar, desde la

perspectiva de la historia de vida y su proyección de futuro. 4) La claridad en la definición de los objetivos y la planificación de

los mecanismos a emplear (entrenamiento - práctica, apoyo económico, psicoterapia, aprendizaje social ...)

En resumen, no sólo nos debe interesar la intervención a nivel

personal, sino también, y no menos importante que la anterior, la intervención ambiental, con la finalidad de dotar al individuo de competencias que le permitan desarrollar su capacidad de control y dominio sobre lo que le rodea. Todo programa, pues, debe aspirar a favorecer la adaptación de la persona a su medio, tratando de que éste sea dinámico y flexible. En ello, y asumiendo que cualquier intervención o programa se organiza para producir cambios, ello debe ordenarse sobre los siguientes elememtos que pasamos a referir a continuación.

4.9.- Elementos básicos en un programa

Entendemos por elementos básicos aquellos que deben estar

explícitos en todas las intervenciones y/o programas, siendo ellos los que garantizan su realización y existencia; los que lo hacen viable (Duro, Sanchís y Suárez, 1986; González de Chavez, 1980; Juan-Espinosa, Colom y Flores, 1992; Morrell, 1987; Paíno, Rodríguez y Cuevas, 1995; Redondo, 1993; Valverde, 1988, 1991 ...):

Justificación: Aquí aparecerán las razones, la estimación de demandas

y prioridades que seleccionarán los conocimientos que lo fundamenta: es el análisis de la situación de la que parte, con sus consecuencias, costes y recursos. Dicho análisis conlleva una profunda evaluación de las características del entorno donde se realice el programa de intervención. Este análisis del entorno se realiza por la sencilla razón de que va a tener una doble función muy importante: va a ser el soporte de las metas que se pretenden lograr con la aplicación del programa de intervención y, a su vez, es un importante condicionante de las características del centro, a la vez que un elemento activo y fundamental en el desarrollo del programa, ya que marca las posibilidades y límites de la intervención. En consecuencia el ambiente es:

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* Un protagonista de la intervención. * Un escenario activo. * Un objetivo fundamental a modificar. * Población a la que va dirigido: Limitará los problemas, incidiendo

en todas aquellas variables que concretan las necesidades a las que se pretende atender. En este punto, sería necesario estudiar las características que presenta la población a la que va dirigido el programa.

* Objetivos: Serán operativos, prácticos, realistas, evaluables y

viables, ajustándose a los recursos y actividades del programa, a la duración del mismo y al número de personas que considera. A su vez, todo programa de intervención debe elaborarse de acuerdo con los objetivos que desee lograr: no deben de ser excesivamente pretenciosos ni demasiado puntuales, deben ser limitados, y lo más claros y flexibles posible y, es necesario que se adecuen a las demandas de la población a la que va a ser aplicado el programa.

* Estructura organizativa: El núcleo organizativo debe tener la

preparación, el prestigio y la credibilidad suficiente para promover la participación en las instancias implicadas, elaborando con ellas y los equipos asistenciales el diseño del programa. Esta gestión implica, por una parte, las estrategias de implantación y de desarrollo y, por otra, la práctica y la teoría articulada de la acción a programar.

Por lo dicho, es imprescindible contar con un equipo interdisciplinar;

es decir, la colaboración entre los distintos profesionales encargados de la aplicación del programa. Sólo así, podremos contar con unas mínimas garantías de éxito en la intervención. En consecuencia, es importante estudiar la organización del personal de investigación e intervención en cuanto a sus formas de actuación e implicación, tanto en la elaboración como en la puesta en práctica del programa realizado y, posteriormente, el clima social percibido con las personas a las que va dirigido el programa.

* Recursos y Apoyos (Organización y Planificación responsable de la

intervención): La creación y cualificación de los equipos y los profesionales, así como el apoyo político-administrativo y comunitario en el núcleo de intervención, deben considerarse aparte de la ecuación de costes y resultados. Los profesionales, de un lado, incidirían en la evolución y progreso del programa, mientras que, de otro, el apoyo recibido (económico o no) introduce efectos determinantes en la ejecución y cumplimiento de la

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intervención. * Actividades y Sistemas de Información: Las actividades deberán

servir para el desarrollo de los objetivos, pudiendo ser éstas favorecedoras y/o rehabilitadoras; en nuestro caso, dado que nos enfrentamos con una clase de población especial, las actividades tendrían, más bien, un carácter rehabilitador, pues por norma general los individuos están inmersos en una situación de inadaptación objetiva o subjetiva donde lo que urge es la disponibilidad de recursos (sociales, sanitarios, educativos ...) para enfrentarse exitosamente con los distintos tipos de situaciones. Estas, a su vez, deberán estar planificadas y coordinadas, con la finalidad de alcanzar una acción integradora, flexible e individualizada. Al mismo tiempo, las actividades llevarán sistemas internos de información (recogida de datos, análisis y comunicaciones en la preparación, realización y evaluación) y externos (educación, sanitario, difusión social ...).

* Evaluación / Valoración: Es el ir más allá del análisis del

cumplimiento de sus objetivos; es el conjunto que debe tener un diseño en el que se incorporen valoraciones parciales, desde la delimitación y estimación de las demandas a la suficiencia y coordinación de los recursos, e incluso el propio equipo gestor.

A la hora de evaluar cualquier intervención o programa es necesario

adecuar la estrategia de análisis en función del objetivo y conseguir unos niveles adecuados de fiabilidad y validez para con nuestros resultados (Anguera, 1985, 1989, 1990). Además, y no menos importante, es necesario considerar nuestro objeto de estudio: el comportamiento humano; éste resulta complejo y, al mismo tiempo, producto de un tipo de interacción entre un individuo y su medio o entorno. Adoptando esta perspectiva, pues, debemos aludir a los dos polos de la interacción, en caso contrario, no podría ser analizado como tal ( García Fernández - Abascal, 1987; Ibañez, 1989; Rodríguez y Grossi, 1991; Tous, 1986....).

A pesar de todo, al lado de la evaluación no podemos olvidar otro tipo

de valoraciones, habitualmente no explícitas: las político-administrativas, que tienen otros códigos e intereses. Por último, es importante reseñar que en un programa de intervención en el ámbito de los servicios sociales siempre es mayor el porcentaje de lo que no se puede evaluar que el tanto por ciento de lo evaluable.

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5. Consideraciones finales Alcanzado por nosotros este punto de la exposición, en primer lugar,

parece necesario y obligado plantearnos la importancia de diseñar programas de intervención ambiental, analizar al individuo en interacción con su contexto. Debemos valorar las características del contexto y de los individuos que lo habitan, para planificar cualquier intervención. Desde una óptica, el individuo, ente activo en la intervención, se conceptualiza en el marco de una compleja malla de relaciones con su entorno, donde la necesidad es solamente un componente más (Huerta y Porta, 1992; Paíno, Valverde y Rodríguez, 2000).

Por otra parte, una alternativa fácil y frecuente es aquella que recurre

al carácter represivo, pero la represión jamás puede ser una solución. Es evidente, pues, que es necesario aplicar un nuevo enfoque, intentando modificar la vocación represora y de control a través de alternativas posibles a la inadaptación social, a los bajos niveles de competencia. De momento, nuestro paso viable será la posición intermedia que supone la aplicación del programa de intervención de carácter correctivo, aunque nuestra ilusión sea aquella defendida como optimizadora de recursos.

Para acabar, merece toda nuestra atención la opinión pública, la

perspectiva de la sociedad, pues en su mano está la posibilidad de mejorar los niveles de competencia de las personas que la integran; por tanto, la labor de los profesionales de la salud y de la educación debe ser complementada con la de la comunidad para poder garantizar, como mínimo, la adaptación personal y social del individuo. En consecuencia, es conveniente realizar, paralelamente a la intervención, un programa con el objetivo prioritario de mentalizar y sensibilizar a la sociedad hacia una intervención favorecedora, optimizadora. Es decir, buscar un nuevo concepto de sistema penal (no basado en la cárcel) y un nuevo concepto de normalidad social (Conill y Lahosa, 1991; Martínez-Fresneda, 1992; Mir Puig, 1981; Paíno, Rodríguez y Cuevas, 1995) que sirvan para no hacer sufrir a la gente.