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Cuentos ganadores del III concurso internacional de cuentos en ELE Ángel Crespo Ilustración realizada por Matías Miguel Clemente Gabaldón

cuentos ganadores del III concurso internacional de relatos breves en ELE Ángel Crespo

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Cuentos ganadores del

III concurso internacional de cuentos en ELE

Ángel Crespo

Ilustración realizada por Matías Miguel Clemente Gabaldón

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Acta del III concurso internacional de cuentos en ELE Ángel Crespo

Entre los días l0 y 12 de mayo de 2012, el jurado del III concurso internacional de cuentos en ELE Ángel Crespo emitió sus valoraciones sobre los cuentos seleccionados.

En esta ocasión, han concurrido al premio más de 200 obras procedentes de diferentes países: China, República Checa, Francia, Italia, Marruecos, Estados Unidos, etc. Todas ellas escritas por estudiantes de español como segunda lengua (ELE).

Tras la lectura de los cuentos y un debate animado, la votación global del jurado otorgó los siguientes votos:- primer premio para la obra “La nariz de Gógol”, con 11 puntos,- segundo premio para la obra “El proyector de sueños”, con 7 puntos,

Tras abrir los sobres de las plicas, el ganador del primer premio, por lo tanto, resulta el italo-iraní Dario Chaifouroosh Mamagany (1994), al que le corresponde un lote de libros valorado en 300€ y diploma. El segundo premio corresponde a la estudiante italiana Giulia Cavagliato (1995), con un lote de libros valorado en 150€ y diploma. Los premios para ambos ganadores están patrocinados por la editorial Difusión, dedicada a la enseñanza de español como segunda lengua (ELE).

Asimismo, el jurado considera nombrar tres accésits a las siguientes obras:- “Todo el mundo dice falacias”, de Yao Hu (1991), de Liaoning, China,- “Reflexiones de un burro aburrido y viejo”, de Ambra Flamigni (1991), de Génova,- “Si no fuese tan tarde”, de Xingua Li (1991), de Shanghái.

También los accésits recibirán en sus casas un lote de libros de alto valor formativo y diploma.

El jurado ha estado compuesto por - Pilar Gómez Bedate (univ. Pompeu Fabra) - Presidenta,- Aldo Ruffinatto (univ. Turín),- Dante Liano (univ. Cattolica de Milán),- Miguel Ángel Cestao (univ. de Milán),- Rebeca Yanke (diario El mundo) y- Gonzalo Hernández Baptista (organizador y secretario del premio).

Turín, a 12 de mayo de 2012

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Primer premio

“La nariz de Gógol”

Dario Chaifouroosh Mamagany (1994), estudiante de español en el Convitto nazionale Umberto I, de Turín (Italia)

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LA NARIZ DE GÓGOL

El bachiller Miguel Pérez Ortoño entró en el estudio muy lentamente, como si tuviera miedo de la vista de alguien. Es cierto, alguien estaba allí, en el estudio. Nadie que no tuviera que estar allí. La bata blanca que el señor Ortoño vio rodeando la cabeza hacia su derecha casi le tranquilizó, y para nosotros es un claro elemento, la evidencia-llave de nuestra indagación.

“Buenos días. ¿Usted es el señor ...?”

“Bachiller Perez Ortoño, doctor.”

Evidentemente el señor Pérez Ortoño valoraba mucho su título de bachiller.

“Veo aquí que su cita está subrayada como Urgencia. ¿Cuál es su problema?”

“¿No se ve doctor? ¡No tengo la nariz!”

De hecho, el doctor no se había dado cuenta de esa falta bastante evidente.

El bachiller, vamos a llamarlo así, tomando un poco de confianza que quizás él nunca nos habría concedido, se había despertado aquella mañana sin su nariz. Su poco estimulante rutina le empujaba siempre al mismo viaje todas las mañanas: desde la cama hasta el cuarto de baño, luego desde allí hasta la cocina, después desde la cocina hasta su habitación, y finalmente fuera del apartamento.

Aquel día empezó como cualquier otro, a excepción de la noche muy atormentada que el pobre bachiller vivió. Indigestión de paella, según otra cara de su rutina, que veía su maldito estómago luchar siempre con poca vehemencia contra la comida un poco pesada. Pasada casi toda la noche en blanco, Ortoño cumplió su usual viaje incluso con más lentitud y cansancio. Por todo eso, inicialmente casi ni siquiera notó la ausencia de su nariz. Entendió todo sólo cuando desayunando se dio cuenta de que no conseguía percibir el olor del café ni nada. Sacó un pañuelo del mueble de la cocina y al acercarlo a su nariz llegó hasta el labio superior sin encontrar obstáculos. Su reacción fue bastante racional, aunque su falta no tenía mucho de racional.

Pero volvamos al coloquio en el estudio.

“Por dios ya lo veo. Se siente usted aquí un rato, señor Otoño”

“Bachiller Ortoño...”

“Bueno sí, no me parece el momento apropiado para especular sobre su nombre o su título de estudio”

“Usted es el doctor”

“¡Eso es cierto! Y ahora volvamos a nuestro problema. ¿Hizo algo raro en estos días?”

“De verdad, no. Ayer comí paella valenciana y por eso trasnoché más de lo normal.”

“Entonces ayer estuvo fuera de cena. Quizás en el restaurante le ofrecieron unos ingredientes podridos o no sé...”

“Fue una paella congelada que me comí en mi casa. Y no fue la primera vez que la comí. Le prometo que nunca perdí mi nariz antes.”

“Sabe, estaba justo leyendo un libro ayer que hablaba de algo muy parecido a lo suyo. Es La Nariz, de Gógol. ¿Ha leído usted ese libro?”

“Nunca. ¡Pero buena noticia es esta! ¿Cómo acaba el cuento?”

“Pues no sé, todavía no lo acabé. Dígame preferiblemente algo más de su vida. Podríamos descubrir la causa de su accidente.”

El bachiller Pérez Ortoño no tenía muchas ganas de hablar, ya que la ausencia de su segunda conexión al órgano respiratorio no le facilitaba la aportación de oxígeno. Bueno, de verdad esa era

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una excusa y él lo sabía. Intentaba embrollar su mente, sin éxito, lucubrando la verdadera razón por la que no quería hablar de su vida, la que se podría bien resumir en una única palabra: fiasco.

Casi llegaba a los cincuenta, Pérez Ortoño. Su pelo era un recuerdo mofador, así como los setenta kilos y el vientre plano. Su matrimonio fue el primer fracaso, podríamos decir la primera ficha del dominó que cayó, volviendo la del bachiller en una desastrosa existencia. No podía decir que su unión no fue una paréntesis feliz de su vida, y tampoco que su amor hacia ella no fue verdadero.

Sólo todo acabó un día como otro, sin una explicación verdadera, como muchas veces ocurre en estas situaciones. Su trabajo era otra parte del desastre: si antes del divorcio el bachiller se aplicaba con vivo interés a su actividad de empleado, después todo perdió significado ante sus ojos. Cada posibilidad de ascenso social y económico se disolvió y en su lugar se estalló un proceso de autodestrucción del carácter del hombre, que vivió desde aquel momento subordinado a cualquier voluntad más determinada de la suya: un jefe, un colega. Toda esta situación le había acompañado durante casi diez años, hasta dos semanas antes del coloquio con el doctor, cuando había reflexionado sobre la posibilidad de acabar con su vida.

Pensaba en eso el bachiller, cuando su peregrinar en la maraña que formaban sus meditaciones se interrumpió con la pregunta del doctor.

“¿Está usted seguro de que no haya nada de que quiere hablarme?”

“Bueno, en realidad aproximadamente hace dos semanas pensé en el suicidio. Estaba en mi salón,sentado en el sillón ...”

Seguía hablando el bachiller, a pesar de que los recuerdos en su mente eran sin duda más fuertes que las palabras. Nosotros, por otra parte, vamos detrás de los primeros. Él estaba en efecto sentado en su sillón, que fue un gran sillón de piel, una vez. Ahora se quedaba un inconsistente acopio de cuero arruinado, lesionado por el calor y el frío, que el sudor constante del hombre había hecho empalagoso. Aquel mismo sudor ácido que emanaba y que su camisa de algodón sintético amplificaba con disgusto aquel día. Había pensado en el suicidio en aquel momento, ya que no tenía otra expectativa. Normalmente en esto reflexionaba, sí, pero casi como si fuera un juego, una broma que hacía a esa vida que lo detenía en esta tierra, sin darle nada más. Sin embargo, aquel día su pensamiento era vivo y presente, tan cercano a la realidad que él empezó a llorar y temblar.

Después de una cena triste y en soledad, como de hecho era desde hace muchos años su vida, el sueño le devolvió su tranquilidad.

“...pero desde aquel día nunca pensé en nada y he vivido hasta el día de hoy como siempre.”

El doctor miraba confuso a su paciente. Observaba los movimientos de un hombre que la vida había destruido, que no era ni siquiera capaz de manifestar su terror por lo ocurrido aquella mañana.

“Hace falta que usted firme algunos papeles, tendrá que hacer unos análisis, sabe...”

En aquel preciso momento oyeron llamar a la puerta, y sin atender respuesta entró en el estudio una gran nariz, considerablemente unta y descuidada.

“¿Tengo permiso para entrar, doctor? Sabe, he perdido mi cuerpo”

“Por supuesto. ¿Usted es el señor...?”

“Ortoño. La Nariz del señor Ortoño.”

“¡Qué raro! Creo que encontré la parte que le falta hace justo algunos minutos”

Dicho esto el doctor tomó al bachiller por el pelo y le tiró al suelo, cerca de la nariz.

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Segundo premio

“El proyector de los sueños”

Giulia Cavagliato (1995), estudiante de español en el Convitto nazionale Umberto I, de Turín (Italia)

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EL PROYECTOR DE LOS SUEÑOS

Y al final lo habían conseguido. Habían inventado el Proyector de los sueños. Habían trabajado muchísimos años, invirtiendo millones en la búsqueda y sirviéndose de la colaboración de los científicos más importantes. Algunas veces pensaron en renunciar; dos veces habían creído haber alcanzado la meta y dos veces se habían desilusionado. Pero un buen día, para seguir en argumento, el sueño se había realizado: nació el “Dreamshow”, el aparato que consentía visualizar los sueños en una televisión común. Cierto, se necesitaba el decodificador y un auricular especial, que inicialmente costaban muchísimo. Pero millones de personas deseaban gastar una fortuna para tener aquel aparato maravilloso que permitía ver los sueños. Los propios, en primer lugar, y luego también los ajenos. Verdaderamente para ver los ajenos habría sido necesaria una autorización, a causa de la ley sobre la privacidad; pero se sabe como van estas cosas: sucedió lo que había pasado muchos años antes con internet y con las descargas ilegales que gradualmente habían hundido las compañías discográficas y las casas cinematográficas, deshechos por las descargas y por la feroz competición televisiva. Pero después de algunos años, también la aparente infinitud televisiva se convirtió en una cadena de aburrimiento: todo era tan previsible. Los sueños no lo eran y así la “Dreamstream”, multinacional del entretenimiento, había empezado a estudiar una máquina que pudiese hacerlos ver.

¿Quién, despertándose, no se había apenado por no conseguir recordar bien un sueño particularmente guapo? ¿O en el que había aparecido un familiar difunto? La “Dreamstream” empeñó todas sus energías y, precisamente, al final alcanzó el objetivo. Tuvo muchísimo éxito. Cuando el precio fue más accesible, los sistemas informáticos, los blogs, las redes sociales (que no tienen nada que ver con las de la época Zuckerberg -Facebook-) se llenaron de imágenes oníricas de todo tipo: viajes, conquistas, universos paralelos, extraterrestres, encuentros, desgracias y, naturalmente, sexo. Este último, más que los otros temas, provocó algunos problemas, sobre todo a personas insospechables de las que se descubrieron fantasías indecentes. Alguien, a causa de estas visualizaciones inoportunas, padeció algunas aflicciones. De todas maneras no fueron muchos, pero: al principio del milenio, sobre todo en Italia, sucedieron realmente cosas mucho más embarazosas de aquellos sueños, incluso a personalidades muy importantes que, en términos generales, salieron indemnes. De todas maneras, no era el filón erótico el más apreciado; el que tuvo más éxito fue el de las pesadillas. La consecuencia inmediata fue que el género de miedo tradicional desapareció muy rápidamente: películas y libros de terror fueron arrinconados, Dario Argento y Stephen King fueron olvidados y nadie escribió más historias de miedo. El género de fantasía tuvo la misma suerte: ¿a qué servían Tolkien y Lewis, cuando cualquier persona podía crear “Mordor” y “Narnia”? Y, además, las comedias, las historias románticas, los thrillers: todo el mundo de la narrativa sufrió una gran crisis. En pocos años lo que permanecía de la producción tradicional se agotó: no se hacían más películas, no se escribían más libros. No obstante los acostumbrados tradicionalistas, pocos se dieron cuenta de lo que había pasado: los sueños saciaban la innata necesidad de historias que casi todos tenían y permitían a todos de sentirse protagonistas, mucho más que Facebook. Pero, gradualmente, la disponibilidad de visiones oníricas empezó a bajar. También la calidad se agravaba, a causa de una repetición muy poco divertida. La gente soñaba cada vez menos, ¿cómo era posible? En la “Dreamstream” se preocupaban seriamente.

¿Dónde se habían equivocado? El aparato funcionaba bien, costaba poco, transmitía imágenes en alta definición: ¿por qué el repertorio se reducía? Fueron organizados concursos con premios para favorecer la creatividad onírica, inútil: no se puede soñar decidiendo hacerlo.

La verdad empezó a emerger: los sueños morían porque ya no eran nutridos por sus alimentos naturales, los libros y las películas. De repente todo estaba claro: el mundo se estaba quedando sin historias y la culpa era... del “Dreamshow”. La rabia de la gente crecía exasperada por aquellas pantallas cada vez más pobres, por aquellos aparatos inútiles: “¡Devolvednos nuestras historias!”, “¡Muerte a los ladrones de sueños!”. Se vieron amenazas y daños, una muchedumbre enfurecida

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atacó la sede de la “Dreamstream”. Los propietarios y los pocos dependientes lograron salvarse, pero todas las instalaciones y todos los edificios fueron quemados. ¡La venganza había empezado!

La satisfacción duró poco: las pantallas permanecieron oscuras y la noche siguiente fue la más pobre de sueños en la historia de la humanidad. Y ahora, ¿cómo habrían pasado el tiempo aquellos huérfanos de la tecnología? Al alba el sol iluminó un planeta tristísimo, pobre como no había sido nunca; ¿qué es la vida sin historias para contar y sin sueños para conseguir? Muchas personas se pusieron a pensar en aquellos tiempos lejanos en los que se publicaban libros y se inventaban escenificaciones. Con estos pensamientos se acostaban y empezaban a soñar aquellas épocas felices. Pero estos sueños no podían accionar el “Dreamshow”, irremediablemente destruido. En este momento la historia podría acabar, en la pena y en la recriminación para algo maravilloso que se ha deshecho estúpidamende. Pero, viceversa, puede también seguir así. En los muy oscuros días que siguieron, un niño harto encontró en un cajón un extraño objeto hecho de hojas de papel reunidas y divididas en capítulos.

Lo llevó a la abuela:

- ¿Qué es esto?

- Es un libro, no lo veía desde hacia mucho tiempo.

- ¿Cómo funciona?

- Tienes que descifrar lo que está escrito, para conocer nuevas historias.

- ¿Historias?

La voz se difundió. Otros ancianos se acordaron de estos objetos obsoletos y los pusieron de nuevo en uso. Otras personas, en cambio, encontraron algunos discos viejos y lúcidos, llamados DVD y también ellos contaban historias: ¡fantástico!

Los dos volvieron a difundirse. Algunos empresarios temerarios se pusieron, incluso, a producirlos y, gradualmente, la gente volvió a tener historias para leer y para ver.

Las personas comenzaron de nuevo a soñar, a contar sueños, quejándose, a veces, de la incapacidad de recordarlos. Pero lo hacían en voz baja: imagínate si alguien de la “Dreamstream” estuviese escuchando.

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Accésit:

“Todo el mundo dice falacias”

Yao Hu (1991), estudiante de español en la Universidad de lenguas extranjeras, en Liaoning (China).

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TODO EL MUNDO DICE FALACIAS

José.

A la edad de cinco años, José no supo qué era el dolor.

A la edad de ocho años, José no supo qué era el dolor.

A la edad de once años, José todavía no supo qué era el dolor. Por eso, pidió a su hermana Juana un poco de tristeza y le pegó en la frente, gritó, cayó al suelo: "Estoy tristísimo". Más tarde, encontró que el dolor de las mujeres no era conveniente para él, y se lo devolvió a Juana.

Luego pidió a su padre seriamente un poco de tristeza y le pegó en la frente, gritó, cayó al suelo: "Estoy tristísimo". Tras un rato de ser pegado, luego encontró que el dolor de los hombres tampoco era conveniente para él. Era una vergüenza devolvérselo al padre y se lo pegó a la nariz de un gato mojado.

A la edad de once años, José ya sabe qué es el dolor, pero todavía no encuentra su propio dolor. Y ahora, siempre hay mucha tristeza en la nariz del gato. Así que no bese fácilmente a un gato de nariz húmeda.

Cacto.

La gente lo desconoce, el cacto es una planta a la que le gusta mucho aplaudir.

Los cactus son penosos y por lo tanto les gusta correr a un desierto abandonado a aplaudir tranquilamente.

Cuando el viento se levanta, se aplauden mutuamente, hasta que se pudren.

Maricela.

Maricela tiene un par de hoyuelos y axilas sensibles. Cualquier cosa en este mundo puede hacerle sentir picor: cepillarse los dientes, clases de baile, beber té, charlar, ver la televisión, los periódicos leídos, y sin excepción. Por lo tanto, ella ríe demasiado y ríe sin cesar desde la mañana hasta la noche.

"El picor es una forma de vida" dijo Maricela.

Ella rio toda su vida, y ya estaba tan vieja que iba a morir.

"La muerte es la que me pica más". Llevada a cabo esta conclusión, murió.

Novio.

Mi abuela tenía un novio, guapo y silencioso. Nunca usaba el teléfono, su hobby era remedar los sonidos de las llamadas del móvil. Imitaba vivamente diversos sonidos de llamada.

En el autobús, en el metro, hace sonar con su boca el móvil de alguien a su lado.

Cuando la persona coge el teléfono, él se pone a hablar con ella. Habla sobre el clima, las acciones, la belleza, chistes verdes, chismes y el fútbol, también vende jabón líquido, protector de uñas y agua fresca para aliento.

Hasta que llega a la parada del autobús o el tren. Él dice: "Adiós ...... Beep beep beep ...... .... Ha sido muy amable ...... Beep", hasta que la otra parte cuelga el teléfono.

Más tarde, se separó de mi abuela y nunca recibimos su noticia.

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Suicidio.

Un viejo que tiene un nombre extraño se llama Suicidio. Quería suicidarse, pero no podía soportar matarse todo de una vez.

Se le ocurrió una buena idea. Todas las noches antes de acostarse, con suavidad se mata un centavo de sí mismo.

Ahogamiento, electrocución, envenenamiento, ahorcamiento, salto. Viejo estilo: quiere conseguir cien maneras de suicidarse, sea vieja o moderna entre miles.

Durante 99 días, acudió a mí y me entregó una copia de un testamento: "Ahora un 49 por ciento de mí está en el cielo y un 50 por ciento, en el infierno".

Al quedarle sólo un uno por ciento de Suicidio, corrió riendo.

"Adiós, querida."

Su risa es tan nítida y hermosa...

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Accésit:

“Reflexiones de un burro viejo y aburrido”

Ambra Flamigni (1991), estudiante de español en la Universidad de lenguas extranjeras, en Génova (Italia).

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REFLEXIONES DE UN BURRO VIEJO Y ABURRIDO

Mi nombre es Camilo Marcelo Machado, verdadero andaluz, originario de Jerez de la Frontera. Nací allí en el lejano 1957, así que podéis entender que ya no soy tan joven. Transcurrí toda mi vida en el campo, cerca de la casa de un campesino llamado Pepiño, por sus orígenes portugueses, aunque todavía no se sabe si solo era una broma o si realmente sus padres llegaron de Portugal. No estoy casado, aunque hubiera querido estarlo; desafortunadamente no encontré el amor y ahora soy un viejo solterón que solo habla de lo que hubiera querido hacer y no hizo.

Como me encuentro casi al final de mi vida y como, después de muchos esfuerzos, he encontrado un papel y un bolígrafo, empiezo ahora a escribir la gran obra que quiero escribir desde que nací: “Sobre los burros y su intelecto”. Querría fundar también un partido político y llevar la cuestión “burros” ante el Parlamento europeo, pero para eso necesitaría años, cosa de la que ahora no dispongo.

Estas primeras palabras serán la introducción, para que desde el principio se entiendan las intenciones y las ideas del autor.

No entiendo, hace mucho que no lo entiendo, por qué cuando se habla de un joven al que no le gusta mucho estudiar (generalmente son las profesoras las que usan estos apelativos para referirse a sus alumnos), se le dice que es un burro. Esto no tiene sentido. Es una estupidez y una falta de conocimientos. Quién sabía que los burros, en sus primeros años de vida, aprendían a leer, escribir, hablar exactamente como Pepiño o cualquier otro ser humano, que leen muchísimos libros en sus vidas y que, como mínimo, hablan dos idiomas. Nadie. Es aquí donde entra en juego mi obra, una verdadera revolución.

Una explicación a este paralelismo autoritario e ignorante podría ser que nuestra expresión no parece la de un ser demasiado inteligente, verdad. En realidad, nos aburrimos tremendamamente frente a un tonto (el pobre hombre que intenta llevarnos a la cuadra, o no sé dónde) que nos tira con toda su fuerza. ¡Pobrecito! Déjame cariño, que a la cuadra ya iré cuando me dé la gana. Pero esto no es el punto.

Hay muchos animales a los cuales se les dice que son los más inteligentes: el perro, por ejemplo, o el caballo o el delfín. En mi vida conocí a muchos perros, para no hablar de los caballos, con los cuales estoy obligado a compartir mi habitación. Simpáticos, no lo voy a negar, pero de vez en cuando un poco estúpidos. Los perros corren, ladran, se babosean, totalmente víctimas de sus instintos. Los caballos, grandes, imponentes, dotados de extraordinaria fuerza, cuando hay un peligro huyen. Nosotros somos más reflexivos; somos pensadores. Por ejemplo yo, cuando me paro en el medio de la carretera y “declaro” que no quiero seguir avanzando, no es porque esté cansado, sino porque estoy pensando. Pienso en mi vida, pienso en el gran misterio de la vida. Reflexiono.

Además intento hablar, trato de explicar mis ideas. Todos conocen el sit-in, una forma de protesta que seguramente nace gracias a esta original forma de rebelarse de los burros, parándose. Ahora todos estarán preguntándose por qué no hablamos directamente si tenemos algo que decir. La verdad es que no podemos. Los primeros burros que empezaron a hablar la lengua de los humanos trataron de comunicarse con ellos muchas veces, pero ellos siempre se asustaban, no entendían, no querían escuchar y, sobre todo, aceptar que otros seres podían hablar sus lenguas. Así que nuestro código moral ahora nos prohíbe hablar con los humanos.

Al final, queridas profesoras que llamáis “burros” a vuestros alumnos, ¿no pensáis que debajo de la fachada de chico sin ganas de estudiar hay algo diferente no comprendido o no escuchado, que encuentra esta manera de manifestarse? Aprender a entender a los demás es la mejor virtud que un ser pueda tener. De esto quiere hablar mi obra. De la reivindicación de todos los que nunca han tenido la oportunidad de hablar y demostrar su inteligencia, frente un mundo que no quiere cambiar.

Un burro.

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Accésit:

“Si no fuese tan tarde”

Xingua Li (1991), estudiante de español en la Universidad de estudios internacionales de Shangái (China).

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SI NO FUESE TAN TARDE

Shanghái, China

Era el día 6 de marzo, llovía como siempre en Shanghái y estaba muy húmedo. En una casa roja, una madre de falda roja gritó: “Marina, levántate; si no, vas a llegar tarde a la escuela”. La niña se levantaba poco a poco poniéndose la falda roja que tanto le gustaba.

Cuando llegó a la parada, ¡qué mala suerte!, el primer autobús acababa de marcharse. Cuando llegó a la escuela, ya había comenzado la clase. El maestro le dijo a Marina: “la puntualidad es lo más importante en el mundo. Una buena persona nunca llega tarde. Sé puntual la próxima vez, por favor”.

La cara de la hijita se volvió roja como el color de su falda. Ella caminó hasta su asiento, se sentó y escribió la palabra ‘temprano’ en su cuaderno. Desde entonces,ella nunca llegaba tarde.

Vancouver, Canadá

Era el día 6 de marzo, hacía sol y el clima era agradable como de costumbre en Vancouver. Una chica de falda roja estaba en su oficina trabajando. Era muy exitosa porque era una chica muy puntual. La gente le creía.

Ella siempre recordaba lo que pasó en la escuela primaria y lo que dijo su profesor y la palabra ‘temprano’ que escribió. En su vida no existía la palabra “tarde”.

Yucatán, México

Era el día 6 de mayo, hacía muy buen tiempo en México. Una chica de falda roja paseaba al azar y caminaba hacia Chichén Itzá. De repente, vio a un chico que corría hacia ella.

- ¿Es suya esta cartera?

- Ah, sí. Muchas gracias, es usted muy amable. No sabía cómo se me había perdido. Ella respondió con una sonrisa.

- ¿Es usted turista?

- Sí, me interesa mucho la cultura de Maya, bueno, ¿y usted?

- Soy Félix, profesor de aquí. Si quiere, puedo enseñarle Chichén Itzá.

- Sí.

- ...

- ···

“Félix, ¡qué bonito nombre tiene! Félix, ah, Félix”-por la noche, cuando se acostaba, hablaba a sí misma.

Al día siguiente, ellos dos se encontraron por casualidad otra vez. Los dos pasearon ese día juntos. En sus ojos, él era discreto y cuidadoso. Su palabra era correcta y un poco irónica, la cual le gustaba escuchar, y a su vez, a él no le importaba lo que ella dijera, él siempre la escuchaba con mucha atención.

Los meses de agosto y septiembre no duran para siempre. La chica iba a volver pronto. Los dos acordaron reunirse al día siguiente en el lugar donde se encontraron la primera vez, acordaron a las nueve. Ella llegó a las 8:30. Llevaba la falda roja. Las nueve, las nueve y cuarto, las nueve y media.

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Él no apareció. Al ver que no podía llegar al aeropuerto a tiempo, decidió seguir esperando. A las diez, él llegó por fin.

- ¿Qué pasó? -Al ver su indiferencia, la chica se sentía engañada-.

- Bueno, decido quizá volver mañana. Hasta mañana. A las nueve, aquí, ¿qué te parece?

Esta vez, ella llegó a las 8:30 también con la falda roja puesta. Pensaba en él, y los días que pasaron juntos. “¡Él llegará a tiempo esta vez!” Ella estaba segura. Pero las nueve, las nueve y cuarto, las nueve y media. Él todavía no había aparecido. A las diez, él llegó por fin.

- ¿Qué pasó? Otra vez veía su indiferencia- Ella partió a Vancouver con el corazón hecho pedazos.

“Bueno,amor loco, por vos y vos por otro”, ella pensó.

Shanghái, China

Era el día 6 de marzo, llovía como siempre en Shanghái y el clima era muy húmedo. En una casa roja, una madre de falda roja gritó: “Marinita, levántate; si no,vas a llegar tarde a la escuela”. La niña se levantaba poco a poco poniéndose una falda roja.

Cuando llegó a la parada, ¡qué mala suerte!, el primer autobús acababa de marcharse. Por fin, cuando llegó a la escuela, ya había comenzado la clase. El maestro le dijo a Marinita: “la puntualidad es lo más importante en el mundo. Una buena persona nunca llega tarde. Sé puntual la próxima vez, por favor”.

Después de clase, el maestro llamó por teléfono a Marina, diciéndole, “¿qué pasó? Es usted una mujer muy puntual, ¿por qué su hija siempre llega tarde a clase? No quiero que eso vuelva a ocurrir”.

“La puntualidad, la puntualidad... ¡Si no fuese tan tarde, Félix!”, murmuró Marina.