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Cuento Realista onírico utópicofantastico real maravilloso ciencia ficcion

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EJEMPLOS DE TIPOS DE CUENTOS.

Cuento Realista

El espejo

Un campesino chino se fue a la ciudad para vender su arroz. Su joven mujer le dijo:—Por favor, tráeme un peine.En la ciudad, el campesino vendió el arroz y bebió con unos compañeros. En el momento de regresar se acordó de su mujer. Le había 8pedido algo, pero ¿qué era? No podía recordarlo. Así que compró un espejo en una tienda para mujeres y regresó al pueblo.Entregó el espejo a su mujer y marchó a trabajar sus campos. Ella se miró en el espejo y se echó a llorar. Su madre, que la vio llorando, le preguntó la razón de aquellas lágrimas. La joven mujer le dio el espejo diciéndole:—Mi marido ha traído a otra mujer.La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:—No tienes de qué preocuparte, es muy vieja. (Cuento anónimo chino).

Recordemos:

En los textos realistas, el tipo de mundo presentado es un “reflejo” o una reproducción exacta de la realidad, para ello, el escritor (narrador) utiliza la descripción acuciosa de todos los elementos presentes en el mundo real: tipos de personas, objetos, diferentes tipos de ambientes de la vida diaria de tipos de personas de todos los tipos sociales: obreros, campesinos, niños huérfanos, médicos, profesores, sirvientes, etc. los cuales viven en la época del escritor. Sintetizando: Los objetivos del artista realista (escritor, pintor, músico, etc) realista, principalmente son dos:

1. A través de sus textos ficticios (novelas , cuentos), este intenta mostrar fielmente un “retrato” de su época; de la sociedad en la cual vive, describiendo minuciosamente, personajes, ambientes cerrados y abiertos. Este es el caso del cuento que leeremos a continuación.

2. La función del arte realista es pragmática (práctica), es decir, el texto novelesco se utiliza como un medio para realizar una acerba crítica de su propio mundo, en el cual el escritor realista vive.

Baldomero Lillo, por ejemplo, a través de los cuentos de su texto Sub Sole (Bajo el sol) refiere la cruda e inhumana existencia de los mineros: hombres, mujeres y niños miserables, esmirriados y explotados (Acuérdense que hablé en clases de Sub Terra y también les hablé de Marianela de Benito Pérez Galdós.

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A propósito de la influencia de los cerros en el destino de los hombres, ha quedado en la memoria de Nasca la extraña fascinación del doctor Morseski por los cerros de Nasca; su llamado era tan fuerte que lo llevaron hasta un trágico final. . Cuentan que allá por el año 1918, llegó a Nasca un médico ruso llamado Ignacio Morseski, traído por el millonario comerciante y agricultor italiano Enrique Fracchia. Se habían hecho amigos en Lima donde el médico llegó huyendo de la implacable persecución bolchevique luego de la sangrienta revolución rusa, Fracchia, logró convencerlo y lo trajo a Nasca alojándolo en las cómodas instalaciones de su hacienda Majoro. La presencia de este médico ruso, fue una bendición para el pueblo de Nasca. Hombre dotado de excepcionales condiciones profesionales y de una profunda sensibilidad por el prójimo, se dedicó por completo a servir diaria y gratuitamente a la infinidad de personas que contritas y esperanzadas caminaban desde tempranas horas de Nasca hasta Majoro, para recibir sus milagrosas curaciones. Nunca se supo que este samaritano europeo cobrara honorario alguno por sus servicios profesionales. Muy querido y quizás por la fe que en él tenían, algunas viejas gentes campesinas de ese entonces, le llamaban "TAITA HUIRA". Los apus parece que ejercían sobre él un extraño influjo; no se sabe qué poder telúrico lo atraía a los cerros. No escuchaba los consejos de los lugareños sobre el peligro que encierran las trochas y desfiladeros deleznables de las alturas. Muchas veces su retorno a Majoro se producía ya bien entrada la noche. Para tranquilidad de los nasqueños, aceptó como acompañante a Pompeyo Maldonado, conocido huaquero que sí sabía de los peligros que tenía que evitar don Ignacio Morseski. Desde muy muchacho Pompeyo había caminado y conocido los cerros de la zona, de manera que su presencia ofrecía seguridad a las inquietudes ecuestres del médico ruso. Por otro lado, Pompeyo se enorgullecía del codiciado privilegio de ser el acompañante del Dr. Morseski. Fue un fatídico domingo siete, cuando quiso el destino que el silencioso médico ruso decidiera escalar la cumbre majestuosa del cerro ‘‘Fraile'''', que desde hacía tiempo se había constituido en su obsesión. Desde que llegara a Nasca, su mirada siempre se centraba en ese cerro. Parecía que con ansia, acariciaba el momento en que alcanzara sus alturas. Era una fuerza incontenible que lo dominaba, que lo impelía a la montaña, a encontrarse tal vez con los arcanos remotos de los Nascas ¿Vino quizá para eso desde las estepas rusas? Pero Pompeyo se negó a emprender el viaje.

Fuente: http://es.shvoong.com/humanities/history/1780776-el-doctor-morseski-los-apus/#ixzz259gnRFCQ. 

Cuento fantástico

El Rey impostor

Cansado de la vida, el Rey ordenó a su súbdito que lo azotase y que luego lo mandase a ejecutar. El súbdito tenía en claro que no debía contradecir al Rey bajo ninguna circunstancia, por eso obedeció la orden. Luego de azotarlo con el látigo y abofetearlo con los guantes de caballero, el súbdito envió al Rey a que lo ejecutasen. Llamó al arquero más hábil de todo el reino y lo puso frente al Rey. La Majestad le ordenó que le clavase una flecha en el pecho para acabar con su vida. El arquero tomó distancia, se cubrió la cara con su máscara, le pidió al Rey que también se cubriera la cara y disparó la flecha. El arquero fue y le sacó la máscara al muerto, descubriendo la cara del súbdito. Luego se sacó su máscara, delatando su cara de Rey.

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Cuento Utópico Cuento Utópico

El hombre apareció un día y pidió permiso para subir al techo. Don González, que vivía solo como un ermitaño, le preguntó para qué. Para ver las estrellas desde un poco más cerca, le contestó.Don González no se negó. Cómo se le va a negar a un hombre amable subir al techo para un motivo tan noble.A la mañana siguiente aún permanecía allí. Le alcanzó de comer y una botella con agua. Luego le ofreció un colchón, pero lo rechazó con educación. El hombre permaneció esa noche y la siguiente y la siguiente.Para la cuarta noche se acercó un grupo de diez personas. Toda gente del barrio. Le pidieron permiso a Don González para subir al techo a hacerle compañía al hombre. No podía negarse. Los conocía de toda la vida y siempre habían sido buenos con él.Al día siguiente llegaron más personas. Y al otro, y al otro...A los diez días, el dueño de la casa tenía a casi setenta personas sobre su techo. Dado que no podía alimentar a tantos, todo el barrio colaboraba. Algunos se encargaban de preparar la comida, otros de alcanzar agua, un grupo recolectaba mantas para cuando refrescaba, unos muchachos se encargaron de alquilar unos baños químicos que instalaron en el patio.A los quince días, ya eran más de cien. Para entonces, el barrio ya estaba organizado. Parecía un engranaje funcionando a la perfección. Cada uno cumplía su rol y todos participaban alegremente.Ese día se dieron cuenta que el hombrecito que había iniciado todo ya no estaba. Lo buscaron en cada rincón del techo, en los baños, en las casas aledañas, en otros techos... pero no estaba, se había ido. Lejos de desilusionarse, los vecinos estaban felices porque gracias a él habían aprendido a convivir. La gente se bajó del techo, pero nadie cesó de colaborar con los demás. Todavía conservan la puntualidad de juntarse en las calles al salir las primeras estrellas para compartir unas empanadas al horno, pastelitos o sanguchitos y contemplar absortos todo lo inmenso que nos rodea, pero a la vez tan lejano. Cuando vuelven la vista a su alrededor comprenden entonces que todo lo que está cerca es más grande, real, tangible. Y entonces, ahora lo cuidan, porque entienden que es aún más maravilloso que todo ese catálogo de estrellas que los visita cada noche.Dicen que el hombrecito va de barrio en barrio. Aunque no en todos los techos le permiten subir.

Cuento oníricoLa sentenciaAquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo.Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperdaor lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron:Cayó del cielo.Wei Cheng, que había despertado, lo miró con perplejidad y observó:Que raro, yo soñé que mataba a un dragón así.Wu Ch'eng en (c. 1505 c. 1580).

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Cuento Real MaravillosoRemedios la Bella

La suposición de que Remedios, la bella, poseía poderes de muerte, estaba entonces sustentada por cuatro hechos irrebatibles. Aunque algunos hombres ligeros de palabra se complacían en decir que bien valía sacrificar la vida por una noche de amor con tan conturbadora mujer, la verdad fue que ninguno hizo esfuerzos por conseguirlo. Tal vez, no sólo para rendirla sino también para conjurar sus peligros, habría bastado con un sentimiento tan primitivo, y simple como el amor, pero eso fue lo único que no se le ocurrió a nadie. Úrsula no volvió a ocuparse de ella. En otra época, cuando todavía no renunciaba al propósito de salvarla para el mundo, procuró que se interesara por los asuntos elementales de la casa. "Los hombres piden más de lo que tú crees", le decía enigmáticamente. "Hay mucho que cocinar, mucho que barrer, mucho que sufrir por pequeñeces, además de lo que crees." En el fondo se engañaba a sí misma tratando de adiestrarla para la felicidad doméstica,, porque estaba convencida de que, una vez satisfecha la pasión, no había un hombre sobre la tierra capaz de soportar así fuera por un día una negligencia que estaba más allá de toda comprensión. El nacimiento del último José Arcadio, y su inquebrantable voluntad de educarlo para Papa, terminaron por hacerla desistir de sus preocupaciones por la bisnieta. La abandonó a su suerte, confiando que tarde o temprano ocurriera un milagro, y que en este mundo donde había de todo hubiera también un hombre con suficiente cachaza para cargar con ella. Ya desde mucho antes, Amaranta había renunciado a toda tentativa de convertirla en una mujer útil. Desde las tardes olvidadas del costurero, cuando la sobrina apenas se interesaba por darle vuelta a la manivela de la máquina de coser, llegó a la conclusión simple de que era boba. "Vamos a tener que rifarte", le decía, perpleja ante su impermeabilidad a la palabra de los hombres. Más tarde, cuando Úrsula se empeñó en que Remedios, la bella, asistiera a misa con la cara cubierta con una mantilla, Amaranta pensó que aquel recurso misterioso resultaría tan provocador, que muy pronto habría un hombre lo bastante intrigado como para buscar con paciencia el punto débil de su corazón. Pero cuando vio la forma insensata en que despreció a un pretendiente que por muchos motivos era más apetecible que un príncipe, renunció a toda esperanza. Fernanda no hizo siquiera la tentativa de comprenderla. Cuando vio a Remedios, la bella, vestida de reina en el carnaval sangriento, pensó que era una criatura extraordinaria. Pero cuando la vio comiendo con las manos, incapaz de dar una respuesta que no fuera un prodigio de simplicidad, lo único que lamentó fue que los bobos de familia tuvieran una vida tan larga. A pesar de que el coronel Aureliano Buendía seguía creyendo y repitiendo que Remedios, la bella, era en realidad el ser más lúcido que había conocido jamás, y que lo demostraba a cada momento con su asombrosa habilidad para burlarse de todos, la abandonaron a la buena de Dios. Remedios, la bella, se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas había empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez intensa.

-¿Te sientes mal? -le preguntó.Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima.

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-Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor.Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerones y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria. Cuento Ciencia FicciónLa costaMarte era una costa distante y los hombres cayeron en olas sobre ella. Cada ola era distinta y cada ola más fuerte. La primera ola trajo consigo a hombres acostumbrados a los espacios, el frío y la soledad; cazadores de lobos y pastores de ganado, flacos, con rostros descarnados por los años, ojos como cabezas de clavos y manos codiciosas y ásperas como guantes viejos. Marte no pudo contra ellos, pues venían de llanuras y praderas tan inmensas como los campos marcianos. Llegaron, poblaron el desierto y animaron a los que querían seguirlos. Pusieron cristales en los marcos vacíos de las ventanas, y luces detrás de los cristales.Esos fueron los primeros hombres.Nadie ignoraba quiénes serían las primeras mujeres.Los segundos hombres debieran de haber salido de otros países, con otros idiomas y otras ideas. Pero los cohetes eran norteamericanos y los hombres eran norteamericanos y siguieron siéndolo, mientras Europa, Asia, Sudamérica y Australia contemplaban aquellos fuegos de artificio que los dejaban atrás. Casi todos los países estaban hundidos en la guerra o en la idea de la guerra.Los segundos hombres fueron, pues, también norteamericanos. Salieron de las viviendas colectivas y de los trenes subterráneos, y después de toda una vida de hacinamiento en los tubos, latas y cajas de Nueva York, hallaron paz y tranquilidad junto a los hombres de las regiones áridas, acostumbrados al silencio.Y entre estos segundos hombres había algunos que tenían un brillo raro en los ojos y parecían encaminarse hacia Dios…