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Cuatro de espadas

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Un grupo de amigos se reune para divertirse mientras una de ellos les lees las cartas, pero el devenir del encuentro les traerá sorpresas que les dejarán en shock.

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Cuatro de espadas. Juan Carlos Di Pane Sánchez

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- ¡Al fin llegó la bruja! –gritó Susana con sorna, al abrir la puerta principal. - ¡Bruja tu madre! – Le contestó Berta, mientras le daba un par de cariñosos besos y depositaba un paquete de pastas de té en sus manos -… en todo caso “la Pitonisa Berta”. Jocosamente, se dirigieron al jardín trasero donde les esperaba el resto del grupo. Habían dispuesto todo como si de un picnic se tratase. Mantel desplegado sobre la grama, unos cuantos cojines, un par de bandejas con galletas y bocadillos, refrescos, hielo, vasos desechables, un termo con té para quien desease algo caliente y un aparato reproduciendo música. Visiblemente cómodos, sobre los cojines, se encontraban Polo y Merche. Después de los correspondientes saludos y puesta al día en cotilleos mundanos, los tres amigos acribillaron a Berta con preguntas sobre su experiencia en Brasil. Acababa de regresar del viaje que sus padres le regalaron al terminar el bachillerato. Lo cierto es que tuvo que postergarlo por diferentes razones, hasta que todo cuadró y junto con su prima Julia, que se sumó a la aventura, pudieron embarcar destino a Río de Janeiro el verano siguiente. Ya les había puesto al corriente mediante e-mails de varias de sus correrías. Pero lo que más expectativas despertó fue su visita a un gurú local, que no solamente les leyó las cartas en varias ocasiones, sino que además -previo pago claro está- les enseñó a leerlas. Aquello desató la locura en el grupo, y la esperaban ansiosos para una demostración. Esa tarde era la cita. - A ver… dónde había metido yo las cartas… -dijo Berta mientras revolvía su bolso sentada de piernas cruzadas sobre el césped- ¡Aquí están! -¿Con eso nos vas echar las cartas? – Polo no ocultó el desconcierto de sus ojos desmesurados, cuando vio el mazo que su amiga sostenía entre sus manos. -¿Y qué tiene? –la pitonisa se encogió de hombros. - Son naipes españoles ¡Con eso juega al chinchón mi abuela! - A mí me enseñaron con estas y… - ¡Qué cutre!- Polo, tumbado sobre los almohadones, era pura carcajada- aunque muy práctico ¡Puedes conocer tu futuro mientras te echas una brisca! Ofuscada por la burla de todos, Berta volvió a guardar las cartas en la caja. - ¡Ay no seas tan susceptible! -dijo Susana- nos hemos juntado para divertirnos un rato. Ninguno de nosotros, “incluyéndote”, cree en estas cosas. Así que no te hagas la ofendida. - Eso de que yo no creo en estas cosas no sé de donde lo sacaste. Es verdad que mi vida no gira alrededor del más allá, pero que quieres que te diga… Haberlas, hailas. - Uy uy uy, si parece que Brasil hasta te ha vuelto mística -intervino Merche mientras se servía un vaso de refresco de naranja. -Bueno, al fin ¿nos echas o no nos echas las cartas? –Polo se impacientaba reacomodándose sobre el mantel.

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-Vale… ¡Pero un poco de respeto hacia la pitonisa! –con el guiño de su ojo izquierdo, Berta se mofaba de sí misma-¿Quién va primero? – volvió a sacar la baraja del bolso, la desenfundó de su caja y comenzó a mezclarla. -Yo, obvio -dijo Polo- ¡Quiero saber si anoche me quedé preñado! -Y todos estallaron en risotadas. - Espera cariño, que la cosa no va así. Primero toma el mazo y mezcla bien las cartas un minuto -acto seguido le pidió que cortase el mazo en tres, que escogiese uno de los bultos y se lo entregase en la mano. Dispuso las nueve primeras cartas boca arriba en filas de tres. Unió el resto de la baraja en un solo montón, del cual tomaba algún naipe para ayudarse a interpretar las nueve figuras que quedaron dispuestas frente a Polo. La lectura transcurrió entre bromas y sarcasmos relacionados con la vida sexual del interesado. La baraja se había empeñado en delatar a cuantos tíos se llevó últimamente a la cama, cuántas veces y sus bizarros gustos a la hora del placer. Todo alimentado con la sorna y los ácidos comentarios de Polo. Después de descansar un momento y reponer fuerza con té y pastas, Berta preguntó: - Bien, ¿Quién sigue? - ¡Merche!¡Merche!¡Merche! -coreaban Polo y Susana agitando en sus manos sendas servilletas de papel a modo de banderines. - ¡Dejaos de joder! –la vitoreada elevó las rodillas del suelo y acurrucándose las abrazó, evadiendo cualquier mirada. - ¡¿Bah?! –sus amigos no la entendían. - A mi estas gilipolleces no me van -se excusó sin levantar la vista. - ¡No te van las tuyas! ¡Pero bien que querías saber a quienes me voy a tirar esta semana! ¿No? -reclamó Polo lanzándole un cojín. - No, simplemente no quiero. - ¡Ajá!, así que la mística era solamente yo… -intervino Berta- ¿A qué le tienes miedo? - No tengo miedo –su actitud defensiva iba in crescendo. - ¿O no quieres que nos enteremos de algo? –le desafió Berta con un leve puñetazo en el hombro. De pronto Polo saltó para ponerse de pie. - ¡Con que esas tenemos petarda!... También te estás tirando a alguien y no nos has contado ¡A Dios pongo por testigo, que de aquí no nos vamos hasta que ésta te eche las cartas! -perjuró Polo con el puño derecho elevado hacia cielo. - ¡Tía!… Merche… ¿Qué te cuesta? Si es para cachondearnos un rato. Después me toca a mí -le alentó Susana. - Vale… -cedió finalmente. Enmarcados por el púrpura del atardecer y el ladrido constante del perro de la vecina,

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que insistía en manifestarse tras la valla, Berta dió las mismas indicaciones que antes y siguió pasos idénticos. Mientras disponía las nueve cartas boca arriba, se vió interrumpida por Polo. Este le cogió con fuerza la muñeca de la mano con la que desplegaba el mazo. - ¡¿Escucharon?! -dijo Polo, llevándose el dedo índice al oído. - ¿Qué? - dijo Merche sobresaltada por el susto que le dió su amigo. - ¿No escucharon eso? –insistió él. - ¡Ay, no jodas! –le ordenó Berta, haciéndole un gesto a Merche con su seño fruncido para que continuase. - Fueron unos pasos -dijo Susana mirando hacia la casa- …yo sí los escuché. - ¿Ves? ¡Es cierto! -reafirmó Polo. - Habrán llegado mis padres… –les tranquilizó Susana, mientras se ponía de pie para ir a cerciorarse. - ¡Pero yo los escuché aquí afuera! -replicó Polo. Susana no respondió y entró por la puerta de la cocina. - Me ha dado frío -dijo Merche frotándose los brazos. - No te sugestiones por lo que diga este imbécil -le aconsejó Berta mientras le suministraba una colleja al susodicho, quien se había vuelto a acomodar en el mantel. - ¡Es en serio!... mira tengo la piel de gallina. Me ha dado frío. - Con la tarde de sol que hace ¿Cómo vas a tener frío? -se exasperaba Berta. - A lo mejor tú también percibiste algo -elucubraba Polo en voz alta- … Susana y yo escuchamos los pasos y... - Pero yo no escuché nada… -le retrucó Merche. - Ya, pero que casualidad que fue en el mismo momento. Y Berta tiene razón, hace calor. - Deja de torturarla y no te inventes más taradeces ¿No se supone que tú no creías en estos menesteres? -le confrontó Berta. Susana regresó y volvió a acomodarse sobre el cojín con las piernas cruzadas. - ¿Eran tus padres? -preguntó Berta. - No. - ¿Quién era? - insistió Merche. - Me fijé en toda la casa por si había llegado mi hermano, pero nada. - Pues nada chicos, que estáis colgaos y listo -dijo Berta- ¿Seguimos?

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- Sí ¡vale ya!… ¡sigamos! -respondió Susana retomando el clima festivo. -Bueno… Esta vez las cartas hablan de tu casa…Alguna preocupación… Algo chungo… -¡Que mala onda! Conmigo todas las cartas eran cachondas… –dijo Polo acomodando su cabeza enfurruñada entre ambos puños. - ¡Cállate! -le recriminó Berta- Mira, aquí está. El uno de copas en el centro… esa es tu casa. Y en la línea de arriba, está el rey de copas que es tu madre; la sota de copas que eres tú; el tres de espadas que está relacionado con la salud de algún familiar. Junto al as de copas está el as de espadas, que también habla de la salud… pero como se encuentra a la izquierda nos dice que hay problemas. A la derecha, la sota de oro… es alguna amiga, alguien que te apoya; y en la línea de abajo, se ven muchas discusiones, problemas de dinero, pero todo relacionado con lo mismo. Merche intentaba ocultar el temblor de sus manos sentándose sobre ellas, pero sus ojos delataban la inquietud. Decidió cortar por lo sano: - ¡Ah, muy bien! Si este va a ser el panorama, me cago en la buena onda. No entiendo vuestro concepto de pasar una tarde cachonda… lo dejamos aquí. - Bueno, relájate. Todavía tengo que echar más cartas para leer. Ya vendrá lo divertido… -Berta cubrió cada carta con un naipe boca abajo. Luego comenzó a descubrir lo que contenían uno a uno- …Empecemos por ver que hay sobre tu carta –y dio vuelta el naipe que cubría a la sota de copas- … el rey de oro… simboliza a una persona mayor, una mujer, alguien que te protege, te quiere ayudar… No sé, como al mismo tiempo estás junto al rey de copas, la carta de tu madre, puede ser ella misma… que aún, de alguna manera, está aquí y te cuida… - ¡Berta! La idea es divertirnos… -la detuvo Susana, más con la mirada que con su voz. - ¿Qué? Es lo que sale aquí. Además es bonito sentir que alguien a quien uno ha querido tanto, le sigue protegiendo desde el más allá ¿No?- Todos mantuvieron el silencio. Berta volteó el naipe que cubría la carta que representaba la madre de Merche- ¿Una carta? ¿Una noticia?... El dos de bastos representa eso, que un mensaje va a llegar. - Pero sale justo sobre su madre. Tal vez es algo que nunca pudo decirle… - reflexionó vivazmente Polo en voz alta, mientras se erguía como una lagartija sobre sus patas delanteras. - O que aún le quiere decir… -fue la hipótesis de Berta. De la nada, una contundente ráfaga de brisa se interpuso entre los cuatro, revolviendo todas las cartas. Quedaron dispersas por el patio. Polo y Susana reaccionaron ágilmente para recoger las más alejadas, mientras Berta reunía las que estaban sobre el mantel. Merche, tímidamente cogió con la punta de sus dedos un naipe que quedó atrapado entre los pliegues de su blusa, sobre su vientre. - Tías, esto se está pasando de morado oscuro ¡ya me entró el yuyu! –manifestó Polo reacomodando cartas.

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- No dirás que un vientecito de nada hace que te cagues –se burló Susana quitándoselas de las manos para unirlas a las que atrapó ella. - ¡¿Qué vientecito?! Mira las hojas de los árboles… y las macetas ¿Acaso ves que se muevan con el viento? Y sin embargo así, porque sí, se volaron las cartas. - Ya dejate de inventar fantasmas –respondió Susana. Ambos volvieron a ocupar su sitio y le entregaron los naipes a Berta. - ¡Ufff!... Ya no sé, habría que volver a empezar ¿Están todas? -Toma –dijo Merche, extendiendo la mano. -¿Y ésta donde estaba? –le preguntó Berta. - Me cayó encima –dijo indiferente. Berta inmediatamente volteó el naipe para ver su contenido. Su ceño se arrugó. -¿Qué? –le preguntó Polo- ¿Qué carta es? - El cuatro de espadas –contestó mientras rearmaba la baraja. - ¿Y que significa? – Polo insistía en su inquisición. - Así suelta no te sé decir, porque no sé si estaba acompañando a alguna carta o si aún seguía en el mazo… - Ya, pero algún significado tendrá en sí ¿No? – Polo no perdonaba. - Obvio –respondió Berta con la mirada fija en el mazo que meneaba entre sus dedos. Al alzar la vista, seis ojos la interrogaban, hasta que la impaciencia pudo con Polo: - ¡¿Y?! - Suele representar la muerte. El rostro de Merche se tornó transparente. Aunque sus piernas le temblaban, con esfuerzo se puso de pie y se dirigió precipitadamente al interior de la casa. - ¡Merche! –le llamó Susana- ¡Merche espera! ¿No te tomarás esto en serio? –la siguió hasta el servicio, pero la puerta se le cerró en la cara– pero… ¡Merche por favor! ¡¿Qué te pasa?! - ¿Qué le pasa? -Susana oyó la pregunta de Polo a sus espaldas. Giró y vió que Berta también había entrado. - No sé, no entiendo… ¡Merche! ¿Estás bien?... ¡Abre por favor! – dijo en voz alta mientas golpeaba la puerta- ¡Me estás preocupando!… -Berta la cogió por los hombros y la apartó de la puerta para ocupar su lugar: - Merche perdóname… no creas nada de lo que he dicho. No te lo tomes en serio por favor…. ¡Si soy sólo una pringá que no sabe nada de esta mierda! Estábamos jugando… lamento muchísimo haber metido a tu mamá en esto… - ¡Mi madre no tiene nada que ver! -se oyó del otro lado de la puerta.

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- ¡Merche no! –le regañó Berta- ¡Menos aún! Si con lo de tu madre no debes hacerme caso ¡con la muerte y la enfermedad menos que menos! - ¡Ay por favor! -suspiró con fastidio Susana- Pero si estás perfecta… El otro día me pediste que te acompañara a buscar el resultado de las pruebas al médico, y cuando saliste de la consulta tenías una sonrisa como un sol en la cara porque te dijo que todo estaba perfecto… - el corrosivo silencio impidió a la puerta ocultar el llanto que Merche intentaba asfixiar- Porque está todo perfecto… ¿no?… Los sollozos se transformaron en desgarrado desconsuelo. Sus amigos, impotentes, sólo atinaban a aguardar frente a la hermética puerta. Polo rodeó por detrás con sus brazos a Berta, que se encontraba visiblemente desconcertada. Los ojos de ambos se llenaron de lágrimas. Susana, inmóvil, comenzó a ver todo claro: - ¿Qué pasó entonces? ¡¿Qué te dijeron ese día?!... ¿Estás bien? -no pudo contenerse más y comenzó a darle puñetazos al contrachapado- ¡Abre la puta puerta! ¡Ábreme! … Se escuchó el pasador. El picaporte giró y bajo el dintel Merche sostuvo la mirada reprochadora de Susana. Poco había que agregar a lo que sus ojos se decían. - Es un cáncer de cuello de útero -La frase la liberó de un terrible lastre. - No puede ser ¿Estas segura? –Berta no asimilaba nada de aquello- ... ¡Eres muy joven para… -¿Para qué? ¿Para tener cáncer? ¡¿Y tú que sabes…?! –estalló Merche. - Perdón. No quise… - No... Por favor… perdóname a mí…-con su mano le acarició el brazo para borrar el exabrupto. Susana permanecía inmóvil frente a Merche. No lograba discernir entre sus sensaciones, sus deseos. No tenía claro si lo que quería era abrazar a su amiga, llorar con ella, decirle cuanto lo sentía o darle una bofetada e insultarla por no haber confiado en ella, por haberle engañado, por no haberle permitido estar. Aunque sea eso, simplemente estar. - ¿Por qué me mentiste?... ¿Para qué me pediste que te acompañase si… - No quería estar sola. No podía estar sola si la noticia llegaba a ser… la que fue. - ¡Entonces por qué no me dijiste… - ¡No lo sé, Susana! ¡No lo sé!... ¡Tal vez porque así me he ahorrado dos semanas de miradas de compasión cómo las que tenéis ahora…! ¡Cómo las que todo el mundo nos echaba cuando era mi mamá la que estaba enferma! –se abrió paso explosivamente entre el grupo y atravesó el pasillo para volver al patio. Buscaba sus cosas atropelladamente. Encontró el bolso y luego las gafas de sol. - ¿Qué? ¿Te vas?... así nomás… ¡¿Largas la bomba y te vas?! –Susana continuaba ladrando a coro con el perro de su vecina tras la valla.

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-¡¿Qué yo…?! ¡Yo no vine a largar nada! ¡Aquí vinimos a pasarla bomba, no a largar bombas! ¿O no era así?... “¿Qué te cuesta? Si es para cachondearnos un rato. Después me toca a mí”… –remedaba burlonamente la voz de su amiga- ¡Pues menudo cachondeo! ¿Nos os parece? ¡Me parto el culo de la risa! Susana abandonó su actitud de guerra y le cortó el paso a Merche. Ambas volvieron a mirarse, pero esta vez sus ojos demandaban otra cosa. Se abrazaron como dos hermanas que llevaban una vida sin verse. Necesitaban trasmitirse todo el amor… y todo el dolor. Polo y Merche se unieron tímidamente al abrazo. El cuarteto permaneció así un instante que percibieron como una consoladora eternidad. Susana le rogó que no se fuera. Volvieron a sentarse, pero no sobre la grama. Se ubicaron alrededor de la mesa de jardín que se hallaba junto al ventanal del comedor. Una ronda de tila caliente reconfortó los ánimos y Merche reunió coraje para contarles todo. Hacía un par de meses comenzaron las molestias. Al principio no quiso torturarse. No tenía por qué ser lo mismo que tuvo su madre. Ella era mucho más joven y era difícil, estadísticamente hablando, que a su edad apareciera un cáncer de cérvix. Fue la persistencia del sangrado lo que le quitó el sueño y resolvió acudir al médico. Las pruebas fueron sucediéndose, pero cuando el doctor solicitó una biopsia la alarma se disparó. El terror la paralizó. Por eso necesitaba que alguien le acompañase a buscar los resultados. Ese mismo día, ya en la sala de espera, decidió que entraría sola. No quería que nadie se enterase si el diagnóstico resultase el que ella temía. La visión de todo su entorno rompiéndose otra vez de dolor, esta vez por su culpa, la desoló. Mientras abría la puerta de la consulta de su médico forzó su mejor sonrisa y deliberadamente mintió a Susana. - ¿Y que te han dicho?... me refiero a… ¿Qué van a hacer? ¿Qué tienes que hacer ahora? -le preguntó Polo. - En principio la tomografía muestra que si bien ha comenzado a expandirse, solo ha tomado el útero. Estoy esperando la fecha de la intervención –anunció con una suave sonrisa, intentando inútilmente dar un toque de serenidad. -¿Intervención? –Berta se irguió en su asiento, estaba visiblemente asustada. - Histerectomía completa… - ¿Será pronto? -preguntó Susana mientras servía otra ronda de infusión. - Parece que sí, en estos casos se dan mucha prisa con las fechas. - Mejor –suspiró Susana al sentarse. - Sí, mejor, quiero que me saquen esto de inmediato… -bebió un largo y mudo sorbo de su taza humeante. - Pero eres muy joven… -dijo Berta lastimosamente- con esa operación… - Sí, sí, ya se todos los efectos secundarios… los ví en mi madre… pero te juro que prefiero eso a la otra opción –sonrió sarcásticamente.

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- Sí, tienes razón… -asintió Berta devolviéndole la sonrisa. - Qué… ¿Y te operan y ya? –quiso saber Polo, le parecía que aquello era demasiado simple. - No. Después la quimio. Aun no han determinado cuantas sesiones… Si te soy sincera eso es lo que más cagada me tiene… Susana se inclinó hacia su derecha y cogió fuertemente la mano de su amiga: - ¡Eh, eh, eh!... ¡nada de miedo, que si necesitas ánimos aquí estamos nosotros para darte fuerzas! Merche no pudo evitar reír: - ¡Pero si tenéis más cara de cagaos que yo! – y los tres se unieron a su carcajada. - ¡Ya tía!... Solo danos unos minutos más para asimilar la noticia. Pero ya vas a ver…- Polo sacó pecho como un súper héroe para continuar distendiendo el clima. - Lo sé… de verdad que lo sé… - y mientras permanecía con la mano izquierda entrelazada entre las de Susana, estiró la derecha para frotar calidamente el hombro de Polo. Este cambió de actitud abruptamente. - ¿Sienten eso? –Preguntó a la vez que se giraba en todas direcciones buscando algo con afán. - ¡¿Y ahora qué?! -se quejó Berta. - ¿No lo sientes? –insistía en la pesquisa. - ¿El perfume?- preguntó Merche acentuando su olfato. - ¡Ahora sí! - exclamó Berta. Polo trataba de deducir a que olía: - Es como… - Jazmines – afirmó Susana. - ¡Eso, jazmines! –Sentenció él definitivamente. - Pero es muy fuerte… -Berta, imitando a su amigo, giraba su cabeza y su cuerpo haciendo equilibrio sobre la silla, tratando de determinar el origen del perfume. En todas direcciones olía igual. De repente advirtió que Merche volvía a mostrarse circunspecta -¿Qué te pasa?... - El jazmín era la flor favorita de mi mamá… -sus pupilas se cubrieron de gotitas. Los cuatro permanecieron callados unos segundos. Hasta entonces, nadie había notado que el bendito perro ya no ladraba. Berta, retomando el rol de alma mística de grupo les comentó: - Dicen que cuando se percibe un fuerte olor a flores, sin explicación alguna, es porque hay un espíritu bueno presente… - ¡Ya estamos otra vez!... ¡cuando todos habíamos vuelto a relajarnos, sales con estas!

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–le recriminó Susana. - ¡Bueno! ¡Eso es lo que dicen! Y yo creo que dado todo lo que ha pasado esta tarde y lo que decían las cartas, no es ninguna locura pensar que la madre de Merche está presente porque quiere proteger a su hija, decirle que todo va a salir bien, que no se preocupe… - ¡Y por eso va y le larga la carta de la muerte encima! ¡No te jode! - soltó Polo entre aspavientos. - ¡No es la carta de “la muerte”!… dije que suele representar la muerte… y la interpretación así, suelta, es salvaje… ¡Y en definitiva, son solamente cartas, nada está escrito, y yo les doy el sentido que se me antoja, porque no estoy dispuesta a que nada ni nadie escriba mi futuro! ¡Ni el de la gente que quiero! ¡Y si yo quiero que esas cartas nos cuenten que la madre de Merche está aquí porque la quiere proteger, pues es eso! –la voz le temblaba- … ¡Y si yo elijo que el cuatro de espadas no es la muerte, no lo va a ser! ¡Yo elijo creer que esas cuatro espadas somos nosotros, que tenemos una misión, algo que matar… matar el dolor que siente uno de los cuatro en este momento, matar el miedo, matar a la muerte si es necesario… defender a nuestra amiga de todo lo que se ponga en el medio!... –no se había dado cuenta de que estaba de pie, ni de que su garganta bramaba. Cuando fue conciente, advirtió que sus compañeros la observaban atónitos. - ¡Joder tía! ¡Menudo oráculo estás echa! -exclamó Polo. - ¡Tenemos que conseguirte un programa en uno de los canales esos de la tele… -dijo Merche mientras se secaba las lagrimas con una servilleta, y todos estallaron en jolgorio – …Es hora de irme, está anocheciendo y parece que ahora sí va a refrescar en serio… no quiero acatarrarme caminando de regreso a casa. - Si quieres te acerco en la moto –se ofreció Polo. - ¡Qué no quiere coger frío ha dicho! –le gritó Susana propinándole una colleja más para su colección. - ¡Pero si aún está agradable y el viaje es corto!... ¡Y a ti quién te preguntó ná’! –respondió devolviéndole el gesto con un pellizco en el hombro. Los cuatro entraron a la casa cerrando la puerta tras de sí. El patio se sumió en una apacible penumbra que envolvía los restos del picnic. La paz sólo era perturbada por una ráfaga de brisa que insistía en despeinar todo lo que se encontraba sobre el mantel. Volvió a desarmar el mazo de cartas, pero esta vez solo una voló. Aleteó hasta la puerta de entrada de la casa y se trabó momentáneamente en el intersticio entre el cristal y la madera. El doce de copas parecía despedirse antes de volver a emprender vuelo y perderse en el aire.

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