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Cuando Meen Cuent Re Conmigo

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Cuando me encuentre conmigo

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ColecciónPsicología, Psiquiatría y Piscoanálisis

Cuando me encontré conmigo

Josefina Bustos

www.librosenred.com

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Dirección General: Marcelo PerazoloDirección de Contenidos: Ivana BassetDiseño de cubierta: Daniela FerránImagen de tapa: Velázquez, La venus del espejo, 1649-51, 1,23 x 1,77 m, Óleo sobre lienzo, National Gallery, London.

Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, la transmisión de cualquier forma o de cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso previo escrito de los titulares del Copyright.

Primera edición en español en versión digital© LibrosEnRed, 2006Una marca registrada de Amertown International S.A.

Para encargar más copias de este libro o conocer otros libros de esta colección visite www.librosenred.com

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ÍNDICE

La inteligencia del burro 7

Introducción 8

1. ¿Quiénes somos? 12

2. La palabra y sus contra-dicciones 16

3. Lo que el viento no se lleva... 24

4. La profecía autocumplida o efecto Pigmalión 45

5. Cuando las palabras matan 67

6. ¿Qué es la percepción? 78

7. ¿Qué es el aparato psíquico? 93

8. Actos fallidos y mecanismos de defensa 115

9. ¿Casualidad, causalidad o sincronicidad? 121

10. Cuando me encontré conmigo 137

Reflexión final 149

Bibliografía (consultada y recomendada) 157

Acerca de la autora 161

Editorial LibrosEnRed 162

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A todas y cada una de las personas con quienes compartí mi vida, tanto en lo personal como en

lo profesional. De un modo u otro, gravitaron en mi historia.

Y a las personas que conoceré, porque a su manera cada una reflejará alguna pauta interna de mi existencia.

Con afecto y gratitud...

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Cuando las palabras pierden su significado, las personas pierden su libertad.

Confucio

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LA INTELIGENCIA DEL BURRO

Un día el burro de un campesino se cayó en un pozo. El animal rebuznó muy fuerte durante horas mientras el campesino buscaba cómo sacarlo de allí.

Como no encontraba la forma de hacerlo, el campesino pensó que el burro ya estaba viejo y el pozo ya estaba seco, por lo que mejor sería tapar el po-zo. Ya no valía la pena sacar al burro.

Con la decisión tomada, pidió ayuda a sus vecinos. Cada uno tomó una pala y empezaron a tirar tierra dentro del pozo. El animal se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró amargamente.

Después de unas cuantas paladas, el burro se apaciguó. Intrigado por aquel silencio, el campesino se asomó al pozo y quedó enormemente sorpren-dido: ante cada palada de tierra que le caía encima, el burro se sacudía y lograba dar un paso hacia arriba.

Muy pronto, todos los vecinos junto al campesino pudieron observar cómo el burro llegaba hasta la boca del pozo, pasaba por encima del borde y salía trotando...

Anónimo

Moraleja:

En la vida te pueden tirar mucha tierra con el propósito de taparte; el se-creto está en sacudirte y dar un paso más arriba. Cada uno de nuestros problemas es un escalón a subir, y solamente saldremos del pozo si no nos damos por vencidos y vemos en el problema una oportunidad.

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INTRODUCCIÓN

Buceando en la historia de la filosofía, con su pensamiento Sócrates nos in-troducía en la psicología cuando expresaba que para conocer y amar al otro debemos primero conocernos y amarnos a nosotros mismos. La medida de lo que hagamos a nuestro semejante es un reflejo, cuantitativo y cualitati-vo, de lo que poseemos como personas.

Encontrarme conmigo significa encontrarme en compañía de mí, es decir, encontrarme con mi mismidad, y desde ese íntimo lugar analizarme y to-mar conciencia de la importancia que tienen las palabras, ya que ellas son el vehículo del pensamiento.

Si te encuentras primero contigo, librándote de la culpa que genera la falsa creencia de que al pensar primero en ti eres egoísta, verás que el encuentro con el otro y con el mundo resulta sencillo y sumamente placentero.

Habrás escuchado decir “el pez por la boca muere”, lo que a grandes rasgos significa que cuando abres la boca expresas pensamientos y sentimientos que revelan cómo es tu estructura psíquica. Sólo aprendiendo a escucharte aprenderás a escuchar al otro.

En la medida que aprendas a conocerte, aprenderás a conocer a los demás.

En la medida que sepas analizarte, sabrás cómo analizar a los otros.

Si no sabes quién eres, ¿podrías saber quién soy?

Nuestra psiquis se va configurando como una computadora a través de da-tos y patrones heredados y otros adquiridos; primero en la familia y lue-go en otras instituciones sociales. De una u otra manera, todos repetimos compulsivamente conductas, errores y patrones de comportamiento de las personas con las que convivimos cuando nos formamos como sujetos; tene-mos estructuras de pensamiento que nos pueden llevar a repetir a lo largo de nuestra vida la historia de nuestra madre o de nuestro padre, incluso a veces la de un abuelo o un tío.

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Desde cierto punto de vista, somos víctimas de otras víctimas, pues nues-tros antepasados, por conocimiento o desconocimiento, nos transmitieron sus creencias y pensamientos y nosotros los incorporamos como verdades sin tener herramientas para discernir. Por ejemplo, cuando pienso algo, ¿es mi propio pensamiento el que está en juego o es el pensamiento de otro? ¿Simplemente estoy repitiendo lo que me dijeron que debía pensar y en consecuencia hacer, o estoy creando un pensamiento propio? Y en algunas ocasiones, ¿por qué razón pienso una cosa y termino haciendo otra? ¿Por qué no puedo decir “no” ante ciertas circunstancias sin sentirme mal o cul-pable? Todo esto nos ocurre porque solemos obrar sin analizar.

Analizar es “separar en partes para determinar la naturaleza del todo”1. Ello equivale a tomar un todo, dividirlo en partes, conocer sus principios o componentes y arribar luego a una conclusión. Porque al análisis le sigue una síntesis, es decir una especie de conclusión o resultado.

Analizar un hecho, un pensamiento o una situación, significa comprenderla, entender su porqué; saber dónde estamos parados en relación con tal obje-to. Es muy importante darse cuenta de que analizar y comprender produce tranquilidad; de allí que el miedo sea sinónimo de falta de conocimiento y de comprensión. No en vano es tan frecuente el temor a lo desconocido.

Aprender es “adquirir conocimientos a través del estudio o la experiencia”. Pero aquello que verdaderamente aprendemos, también lo aprehendemos, esto es: logramos asirlo. Y no lo olvidamos jamás. Por eso podemos aplicar-lo a situaciones nuevas, lo que nos permite conquistar algo que va más allá del conocimiento particular. ¿Qué es lo que conquistamos? Una visión cada vez más amplia ante diferentes sucesos de la vida.

Sólo siendo conscientes de nuestro potencial y de nuestras limitaciones po-dremos lograr armonía en nuestra vida.

Charles Dickens dijo:

Nunca sabe un hombre de lo que es capaz, hasta que lo intenta...

Verdaderamente, el saber no ocupa lugar, nuestra capacidad de aprendiza-je es infinita. Sin embargo, algunas veces nos limitamos por comodidad, so-berbia o ignorancia, y no pocas veces bajo la creencia de que para aprender hay una edad determinada. Por pernicioso que sea para nosotros mismos, solemos encontramos diciéndonos que aprender ciertas cosas ya no nos ha-

1 Ésta y las siguientes definiciones están tomadas del Diccionario etimológico de la len-gua española, Guido Gómez de Silva, México, Fondo de Cultura Económica, 2003.

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ce falta o que podemos arreglárnosla sin ningún aprendizaje nuevo. ¿Acto de soberbia? ¿Sabiduría instintiva? Nada de eso. Lo cierto es que desde la infancia carecemos a menudo de una educación que nos entrene en pensar reflexivamente.

Recordarás muchas veces la cara desencajada de tus padres o maestros cuan-do te miraban con ojos desorbitados diciéndote: “Tienes que pensar antes de decir las cosas...”, y por dentro te decías: “Pero si yo estoy pensando...”.

Claro que pensabas; lo que ocurría era que no pensabas lo que el otro suponía que debías pensar, y ese solo hecho ya convertía tu pensamiento en un error, lo que acentuaba tu creencia en que el pensamiento del otro –en detrimento del tuyo– era el correcto. Esto terminaba bajando tu se-guridad y autoestima, dificultando tu capacidad para expresar tu propio pensamiento bajo la creencia de que siempre estabas equivocado porque no pensabas lo que supuestamente debía pensarse.

Si tal experiencia constituyó un “aprendizaje” en tu infancia y adolescencia, comprenderás que lo que acabo de hacer es analizarla, separarla en partes para comprenderla y abrir con ello una oportunidad para obrar de otra manera.

Esa otra manera es la que te lleva a encontrarte contigo.

Dicho de otro modo: cuando te encuentres obrando por ti mismo gracias a conocerte y analizarte, podrás decir que te has encontrado.

Siempre estamos pensando; el conflicto surge cuando no pensamos lo que el otro espera que pensemos y lo rotula de equivocado, tras lo cual dejamos de sostener nuestra propia creencia por falta de seguridad y reflexión.

El conflicto también puede surgir cuando no sabemos cómo utilizar nuestro aparato psíquico y, en consecuencia, nos limitamos a repetir pensamientos de otros, identificándonos con pautas, creencias o valores ajenos, los que van minando nuestra autoestima.

Consultar a un profesional suele proporcionarnos herramientas para reco-brar la entereza de esa estima por nosotros mismos, que no es orgullo des-medido, sino amor y cuidado de nuestra persona.

El psicólogo, el psiquiatra, el neurólogo y todos los profesionales del área de salud mental son personas como tú, con experiencias de vida agradables y desagradables, pero que tienen a su favor (favorable a ti) conocimientos científicos y de herramientas técnicas que les permiten ayudar a quien lo necesite y –ante todo– lo solicite, que es una instancia fundamental. Nadie puede hacer efectiva su ayuda a alguien que no esté dispuesto a recibirla.

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Asimismo, la tarea del profesional se desarrolla de una manera objetiva, sin involucrarse afectivamente. El analista opera de un modo completamente distinto al de un amigo o un familiar, quienes por más buena voluntad que tengan carecen de elementos idóneos para una guía adecuada. En estas profesiones, como en cualquier otra, el resultado dependerá de la calidad del profesional que actúa.

“No es que nos falte valor para emprender las cosas porque son difíciles, sino que son difíciles precisamente porque nos falta valor para emprender-las”, escribió Séneca, poeta y prosista del siglo I d.C.

En este libro quiero compartir con el lector mis conocimientos de psicolo-gía a través de mi experiencia de vida. Como expresó Freud: “para com-prender a un neurótico primero hay que haberlo sido”. Con la finalidad deliberada de llegar a una franja amplia de público, empleo un lenguaje sencillo y de aplicación práctica, evitando toda terminología que dificulte la comprensión. Así pues, qué mejor para dar fin a esta introducción que una anécdota...

En un curso de capacitación para vendedores, al que asistí hace algunos años, el disertante preguntó:

–¿Cuál fue para ustedes el momento más importante de su vida?...

La mayoría respondió:

–Cuando nació mi hijo.

–Cuando me recibí.

–Cuando tuve mi primer auto.

–Cuando me compré la casa.

Uno solo respondió: “Cuando me encontré conmigo”.

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1. ¿QUIÉNES SOMOS?

Nuestra existencia humana se compone de patrones heredados y adqui-ridos. La familia es un árbol genealógico en cuyas raíces se encuentra el origen de cada individuo. Conocerlas es poder anticipar los resultados de futuras acciones.

Así como la historia es el referente de la vida humana en general, la familia y su origen lo son de cada hombre individual, ya que los patrones pueden ser heredados y adquiridos a través del modelo cultural y de valores exis-tentes en cada familia.

La conducta del hombre es un reflejo de sus pensamientos y sentimientos. En la expresión de Jesús se explica:

por los frutos los conoceréis...

Estamos dotados de una existencia física, psíquica y espiritual. Aunque nos consideremos sumamente realistas, la realidad es aparente, pues estamos cambiando constantemente. Lo dijo Heráclito de Efeso:

No podemos bajar al mismo río dos veces, porque el río no es el mismo y nosotros tampoco.

Para nuestra existencia, contamos con:

un elemento tangible: el cuerpo

+

dos elementos intangibles: la psiquis y el espíritu

Como se sabe, nuestro cuerpo físico está compuesto por diversos aparatos: digestivo, neurológico, circulatorio, urinario, respiratorio, etcétera, los que tienen un sistema y un orden para funcionar. Cuando algo se altera, nos sen-timos mal y a través de síntomas detectamos que algo no está funcionando correctamente, por ello acudimos al médico en busca de alivio y soluciones.

Del mismo modo nos ha sido dado un aparato psíquico, que también tiene un orden y un sistema para funcionar. Y así como algunas veces no digeri-mos bien la comida, la repetimos y nos sentimos pesados, cuando nuestro

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aparato psíquico no funciona correctamente suele repetir pensamientos negativos, obsesivos, destructivos, que producen sensaciones desagrada-bles y que compulsivamente (de modo compulsivo, pero también con men-te compulsiva) nos llevan a repetir errores.

La naturaleza en su perfección dotó también a la humanidad de especia-listas idóneos en este campo: psicólogos, psiquiatras, neurólogos y otros profesionales en salud mental, con multiplicidad de recursos para que el hombre se conozca, cuide su pensamiento, el funcionamiento de su sistema nervioso y su psiquis.

El área espiritual –o como se llamaba antiguamente: “del alma”– también ha sido investigada y analizada a través de las distintas creencias, ideologías y religiones. Es el área del libre albedrío, el área de la fe, donde el hombre encuentra alivio cuando se ve frente a aquello que la lógica o la razón no pueden responder.

En este caso, quienes ayudan a encontrar un bienestar son los sacerdotes, maestros, religiosos y otros guías espirituales.

Ninguno de estos aspectos funciona independientemente, todos están in-terconectados; y si alguno de ellos se altera, tarde o temprano repercutirá en los otros.

El cuerpo se nutre de alimentos sólidos, líquidos y gaseosos.

El espíritu se nutre de oración, ritos y fe.

El aparato psíquico, de conceptos e ideas que se expresan por medio de palabras, símbolos y códigos que pronunciamos y repetimos desde la infan-cia, los que van configurando nuestro psiquismo y determinando nuestra manera de pensar, ver y sentir la vida.

Cada cultura, a su vez, obedece a pautas o creencias propias.

Según la teoría de Carl Gustav Jung (1875-1961), el conocido médico psi-quiatra suizo –fundador de la escuela de Psicología Analítica y uno de los ensayistas más leídos en el siglo XX– el hombre crea símbolos inconsciente-mente basándose en formas y objetos, los que son expresados a lo largo de la historia a través del arte visual y la religión.

Para él, el hombre toma contacto con el mundo real desde su nacimiento y sufre un proceso de adaptación biológico. Luego se produce su “acceso al mundo simbólico a través del lenguaje, los signos, los símbolos y la organi-zación semántica”.2

2 Jung, C. G. y Wilhelm, R., El secreto de la flor de oro, Barcelona, Paidós, 1982.

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Jung plantea que así como existe un inconsciente individual también exis-te un inconsciente colectivo. La idea central es que juntamente con la es-tructura de identidad personal de cada Individuo existiría una especie de identidad colectiva, la que incidiría y estaría en relación con la vida de un pueblo o colectividad, y que procedería de la estructura cerebral heredada a través de las conexiones mitológicas, iconos, imágenes y motivos.

Según su enfoque, estos factores y motivos, al combinarse con elementos psíquicos, constituyen imágenes llamadas “arquetipos”, los que son recono-cidos por su efecto y constituyen la dominante estructural de la psiquis.

Los arquetipos vienen a ser los patrones fundamentales de la formación de símbolos, repetidos a través de los contenidos de las mitologías de todos los pueblos en la humanidad entera. Y así como hay modelos y tendencias heredados, también se heredan patrones de conducta.

El fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud3 (1856-1939), puntualmente nos muestra en tres series complementarias la explicación de porqué cada ser humano reacciona de manera diferente ante un mismo acontecimiento.

En la primera serie tiene en cuenta dos factores: los hereditarios, que son los que se transmiten por los genes, y los congénitos, que provienen del curso de la vida intrauterina.

En la segunda serie considera vital las “experiencias infantiles”, las que ad-quieren gran relevancia porque ocurren en plena formación de la perso-nalidad, y por lo tanto son muy decisivas. De allí la importancia de cómo se configura la psiquis de un niño, pues sus experiencias en este período marcarán los lineamientos de su vida adulta.

En la tercera serie Freud toma los factores “desencadenantes o actuales”, los que actúan sobre el resultado de la interacción entre la primera y la segunda serie. Éstos sólo pueden reactuar, no pueden modificar el pasado, es decir, ni los factores hereditarios ni las experiencias infantiles, pero sí pueden modificar su gravitación.

Nuestro aparato psíquico se configura de manera diferente en cada suje-to, aun cuando se trate de hermanos de los mismos padres, que genética-mente recibirán la misma información: los factores que afectan durante la gestación y después del nacimiento serán distintos para cada uno de ellos, y sus circunstancias psicofísicas también. Porque la experiencia infantil va-riará en uno y otro conforme a las variaciones de la realidad histórica de la familia (situación económica, estado emocional de la pareja, mudanzas,

3 Freud, Sigmund, Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1976.

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enfermedades, realizaciones, etcétera), de modo que cada hermano vivirá e irá incorporando esa información y experiencia “a su manera”. Asimismo, como cada uno “leerá y percibirá” a su manera a esa madre única, a ese padre único, es decir desde su propia experiencia infantil, la influencia que la misma tendrá en la vida futura de cada sujeto variará entre uno y otro, incluso tratándose de gemelos. Por supuesto, el aspecto neurológico y or-gánico individual también ejercerá su influencia en la vida futura.

Dicho esto, es fácil advertir que la percepción de la vida será distinta para cada persona. Al ser distinta su manera de pensar, sentir y percibir la vida, también serán distintas sus acciones, lo que permite comprender que ante una misma situación las personas reaccionen de maneras divergentes.

Volvamos ahora al área del cuerpo para hacer una comparación con el apa-rato psíquico. Así como una misma comida puede caerle mal a unos y a otros no, el aparato psíquico de cada persona procesa de acuerdo con las series mencionadas su estructura yoica de manera diferente, a lo que hay que sumar los hechos presentes y cotidianos que continúan actuando e in-teractuando en el aparato psíquico.

Ya nadie desconoce que conductas presentes pueden tener su explicación en factores o experiencias pasadas. “Existen semillas de autodestrucción en todos nosotros, que sólo nos darán infelicidad si permitimos que crezcan”, escribió D. Brande. Sin embargo, hay hechos que sólo obedecen a una situa-ción presente, debido a factores desencadenantes actuales.

Cuando comprendas los mecanismos de tu aparato psíquico, podrás ser más consciente y, en consecuencia, podrás empezar a ver los aspectos positivos de tu vida, aun cuando la realidad tarde en modificarse.

“Nadie puede hacerte sentir mal sin tu consentimiento.”

Eleanor Roosvelt

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2. LA PALABRA Y SUS CONTRA-DICCIONES

La lengua es la manifestación del lenguaje de una comunidad. Toda lengua está formada por un conjunto articulado y sistemático de signos lingüísti-cos. Ferdinand Saussure4 definió el signo lingüístico por su composición, en la que distinguió dos aspectos: significado y significante.

El significante es el nombre que designa la cosa, mientras que el significa-do comprende el concepto o idea abstracta que el hablante extrae de la realidad.

Por ejemplo, a la palabra: s-a-p-o (significante)

le fue asignada a esta imagen-objeto (significado):

La combinación de letras de la palabra “sapo” y su aplicación al objeto que vemos aquí arriba obedece, como en todo signo lingüístico, a una conven-ción universal, a un acuerdo de códigos que lo conforman.

Según Saussure, además, el signo lingüístico es de carácter lineal, porque los elementos se presentan uno tras otro en la cadena del tiempo, tanto en la cadena hablada como en la escritura. Y se caracteriza por ser arbitrario e inmotivado. La primer cualidad se explica porque la relación entre sig-nificante y significado es arbitraria, esto es, no hay nada que relacione la palabra “sapo” con la idea o imagen del sapo; las letras podrían haberse combinado de otro modo y también esas letras designar otro objeto o vice-versa. Y es inmotivado porque la relación entre significado y significante no responde a ningún motivo, se establece de modo convencional.

Excepción hecha de algunas palabras que significan lo mismo en dos idio-mas (“banana” en inglés y en español, por ejemplo), cada lengua usa para

4 Saussure, Ferdinand, Curso de lingüística general, Madrid, Alianza, 1983.

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un mismo significado un significante distinto. Pongamos por caso la pala-bra española “libro”, que en inglés se escribe “book”. Varió el significante, pero no el significado.

Precisamente por su carácter arbitrario, el signo lingüístico no depende de ningún hablante en particular, es inmutable, es decir, permanente; ninguna persona lo puede cambiar. Pero como las lenguas se modifican con el paso del tiempo, en especial por el uso, se diría que en un aspecto son mutables a largo plazo.

Aquí radica la diferencia con el símbolo, que sí guarda relación entre la palabra y la cosa representada. De hecho, un símbolo es “una cosa que re-presenta a otra con la que tiene alguna semejanza o correspondencia”.

En alemán, el vocablo sinnbild abarca dos aspectos semánticos del símbolo, a saber: “sinn”, que significa sentido, y “bild”, que significa imagen.5

En griego, símbolo proviene de symbolon, symbálein y su significado es “juntar, pasar uniendo, reunir juntos”. Antiguamente, el término símbolo designaba un trozo de madera o cerámica cortado en dos pedazos. Si un miembro de la familia viajaba, se llevaba una mitad y la otra quedaba en el seno familiar. A su regreso, se unían las dos mitades y ese símbolo represen-taba su identidad. De allí proviene la idea de “reunir juntos”.

Podría decirse, pues, etimológicamente, que el símbolo reúne, junta el sen-tido y la imagen. Dicho de otro modo: gracias a la imagen se vivencia el sen-tido; la imagen considerada como materia prima del inconsciente colectivo y el sentido como elemento integrante del consciente o la conciencia.

Para precisar esta noción podemos remitirnos a las consideraciones de Neu-mann6, cuando afirma que el símbolo es para el hombre primitivo el paso del inconsciente a la conciencia, y para el hombre contemporáneo, el paso de la conciencia al inconsciente. Ello explica la trascendencia que los símbolos han tenido y tienen en todos los órdenes de nuestra vida, tanto en lo social como en lo personal, y especialmente como herramienta del psicoanálisis mediante la interpretación de los mismos, incluidos los símbolos en sueños.

La Real Academia Española define el símbolo como la expresión sensible de “algo moral o intelectual”. Tal significación indica que cuando nuestros

5 Diccionario de símbolos, señales y signos, Lechado, José Manuel, Madrid, Espasa Cal-pe, 2003.

6 Neumann, E., “La conciencia matriarcal”, en: Arquetipos y símbolos colectivos, Barce-lona, Anthropos, 2000.

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sentidos perciben un símbolo, nuestro aparato psíquico, a través de la me-moria asociativa o la asociación de ideas, moviliza cierta información alma-cenada que conlleva una carga emocional relacionada con aspectos éticos e intelectuales.

Si observamos esta imagen...

...automáticamente la asociaremos con la palabra “Justicia”, ¿verdad? Y es-ta palabra con la imagen observada.

Luego, al analizar todos y cada uno de los elementos que componen la imagen, corroboraremos que no fueron colocados en forma arbitraria, sino que contienen un mensaje tácito; cada uno simboliza algo en particular. Si buscas el significado de estos elementos: la espada, la balanza, los ojos tapados de la figura, su firmeza postural, verás que al unir las partes se conforma el significado, es decir, la identidad que simboliza.

Algo muy similar –aunque más sencillo– ocurre cuando decimos: “Paz”, pa-labra que automáticamente asociamos con la imagen de la paloma.

Uno de los ejemplos habituales que los lingüistas dan para diferenciar el símbolo es la palabra “mesa”. Por supuesto, este sustantivo tiene un sig-nificado extraído de la realidad: “tabla con cuatro patas”, pero carece de carga simbólica en la medida que no está representando nada emocional o intelectual.

Nacemos como una hoja en blanco; a través de las palabras que recibimos y de otros factores (patrones heredados, congénitos y adquiridos) se va con-figurando nuestro psiquismo.

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Según la Real Academia Española, el término palabra designa sonidos (o su representación mediante la escritura) que comunican un significado. Tam-bién se lo asocia con los términos “habla”, “discurso”, “oración”.

Te propondré un breve ejercicio.

Si te dijera que dibujes un chuchumeco ¿podrías hacerlo rápido?... Tal vez dudes. Solamente si conoces su significado podrás hacerlo. ¿Y sabes por qué has dudado? Porque no tienes el registro de esa palabra; tienes el sig-nificante, pero a tu pensamiento le falta el significado.

“Chuchumeco” en México significa viejito.

Solamente podemos reproducir una orden grabada con anterioridad.

Abordaremos ahora el mismo tema desde otro enfoque. La publicidad de-nominada “subliminal” ha sido designada por algunos especialistas como toda estimulación que llega al individuo sin que éste se dé cuenta. Es decir, la persona recibe el mensaje publicitario pero no puede responder verbal-mente a él, a menos que se le indique una instrucción específica. Sin em-bargo, sí responde con algún comportamiento, pues el individuo de algún modo percibió el mensaje, lo vio, lo asimiló, dado que está dentro de los umbrales perceptivos.

¿Cuál respuesta es la más esperada por la publicidad subliminal? La compra del producto. La persona no sabe por qué, no sabe cómo, pero se ve incli-nada a comprarlo por el mensaje subliminal, generalmente asociado a la salud, la juventud, el éxito, etcétera.

Te daré ahora un ejemplo modelo de mensaje subliminal no publicitario. Si estás enojado con tu esposa y ella te pregunta:

–¿Qué quieres comer?

Tú dile:

–Arroz.

¿Por qué? Porque subliminalmente le estarás diciendo “zorra” (inversión de la palabra “arroz”) sin recibir un reproche por ello.

(Claro que si tu esposa es bastante enamoradiza, también es posible que capte el mensaje subliminal como “rosa” –fonéticamente anagrama de “arroz”– y establezca una atmósfera romántica sin ser consciente de la causa...)

En suma, se llama subliminal a toda percepción que llega al inconsciente sin pasar antes por el consciente, lo que de modo más simple hemos enunciado como aquel mensaje percibido sin que el sujeto se dé cuenta.

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En publicidad se considera el inconsciente como el espacio donde no se perciben las cosas de manera sencilla, sino que el significado es recibido mediante un proceso complejo. Esto es así porque el inconsciente se com-pone de un conjunto dinámico de deseos, sentimientos e impulsos fuera de nuestro campo de percepción consciente.

Teniendo en cuenta lo paradójico de nuestro lenguaje y el esfuerzo que debe realizar nuestro aparato psíquico para decodificar un signo lingüístico arbitrario e inmotivado combinándolo con un orden simbólico establecido, y la cantidad de estímulos sensoriales que estamos recibiendo continua-mente, es comprensible la dificultad que tenemos los seres humanos para entendernos y comunicarnos.

Algunos de los ejemplos siguientes acaso nos despertarán una sonrisa:

Todo junto se escribe separado y separado se escribe todo junto.

El símbolo del casamiento, el anillo llamado alianza, cuya circularidad simboliza la unión eterna, para toda la vida, va en el dedo anular.

La palabra banco designa tanto un asiento sin respaldo como a una entidad que atesora el dinero ajeno con respaldo. (¿Será por esta sutil ambivalencia que muchas entidades bancarias no dan el respaldo que prometen?).

Trabajo tiene un doble significado: ocupación, tarea, labor, pero en sentido figurado es dificultad, impedimento, fatiga, molestia, incluso suceso infeliz. (¿Será ésta la causa de que suframos cuando no tene-mos trabajo y nos quejemos cuando lo tenemos?)

Abandonar puede significar tanto dejar, desamparar a una persona o cosa, como confiarse en otro: se abandonó en sus brazos.

El oxímoron (encuentro de dos palabras de sentido contrario) no se queda atrás:

Hablamos de los muertos vivos y nos referimos a una realidad virtual. Y como si fuera poco, decimos que alguien actúa naturalmente cuan-do, de hecho, si hay actuación la naturalidad ya desapareció.

No faltan ejemplos en el campo legal o la política:

Expreso lo asociamos con movimiento, agilidad, velocidad, rapidez. Sin embargo, con sólo separar la primera sílaba y dejarla funcionando como prefijo tendremos a un ex preso, un presidiario que ha dejado la cárcel. (Vemos aquí cómo una mínima diferencia en el significante varía por completo el significado).

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Los dirigentes sindicales anuncian movilización con paro. (¡Qué dificul-toso le resultará al aparato psíquico moverse-parado!).

Y en el terreno de la vida familiar, pocos están exentos de los estragos del uso de verbos en reflexivo:

¿Quién no dijo alguna vez... “mi hijo me hace renegar”? Por no hablar del “mi hijo no me come”, “no me duerme”, “no me estudia” (¡mejor que no obedezcan!...).

Recomiendo detenerse en este punto: nadie le puede hacer sentir nada a nadie, el otro no es responsable de mis sensaciones. En todo caso, un lla-mado de atención, hacerse cargo y reconocer que: Yo soy el que reniego porque el otro no actúa como estimo que debería hacerlo! Sí... yo soy quien está renegando (la única forma de dejar de hacer algo es saber, primero, que lo estamos haciendo). Y ya que estamos, avancemos con esta palabrita: el que reniega, re-niega: niega doblemente la situación, por eso se exaspe-ra. Para dejar de renegar, pues, habrá que reformular el abordaje.

Dedícate a escuchar y a escucharte y te sorprenderá lo que oyes.

Al respecto, cada uno suele interpretar un mensaje de manera diferente. Para demostrarlo, voy a contar una anécdota simplona pero elocuente:

Un grupo de personas estaba preparando miles de bolsitas de té. En eso pasó un señor y les preguntó:

–¿Para qué preparan tanto té?

Ellos respondieron:

–Leímos un cartel que dice: “Cristo viene, prepara te”.

Propongo este tono ligero y gracioso como un modo de inducir a la reflexión sobre lo profundo, paradójico y misterioso de nuestro lenguaje. Debemos utilizar las palabras con cuidado, cuidado de nosotros y de los demás.

Ya lo dijo William Shakespeare:

Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras.

Esta máxima no tiene por qué leerse sólo referida al ámbito social. También somos esclavos de lo que nos decimos a nosotros mismos. Y tal vez sea la complejidad de nuestra estructura psíquica la que nos lleva a vivir más pre-ocupados que ocupados.

Porque es indudable que los mecanismos inconscientes distorsionan nues-tra percepción, boicoteándonos la capacidad de asumir la vida presente de manera consciente y disociándonos entre pasado y futuro.

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Cuando nos preocupamos, nuestra mente se dispara, se va a un determi-nado lugar, y el cuerpo se queda donde está. Estamos viviendo el presente con nuestro cuerpo, pero nuestra mente se va al pasado o al futuro.

Si nos negamos a crecer, por ejemplo, querremos solamente vivencias del pasado en las que fuimos felices, y nos quedaremos allí fijados, nos cubrirá la nostalgia. Del mismo modo ocurre si nos disgusta el presente; nos evadi-remos de él esperando un futuro ideal, nos diremos a nosotros mismos que lo que viene será mejor. Esta expectativa hará que nos sintamos siempre insatisfechos en el presente, y tras la desilusión (la caída de la ilusión) se-guiremos poniendo una zanahoria delante para no aceptar el ahora, hasta que la vejez nos sorprenda y nos preguntemos: ¿Qué hice o pude haber hecho con mi vida?...

Nos ocurre en todos los órdenes: depositamos en determinadas personas o situaciones un rol determinado con la ilusión de que ese hecho “a ocurrir” nos solucionará la vida. Este mecanismo de origen inconsciente nos permite justificarnos para no tener que asumir nuestra propia responsabilidad, y por ello le otorgamos al otro (o a lo externo) un poder que no tiene.

Hay que tenerlo en cuenta: el otro es tan humano y limitado como yo. El futuro, en el pasado, fue un día como hoy.

Hagamos un poco de historia personal.

Cuando teníamos diez años pensábamos lo que haríamos y lo que tendría-mos para ser felices cuando fuésemos grandes. Tal vez logramos muchas de las cosas que soñábamos, pero a menudo sentimos que esa felicidad expec-tante no llegó, porque otra meta a futuro la reemplazó y nos quedamos esperando que llegara...

No es tan difícil lograr un objetivo, resulta más difícil sostenerlo.

Ahora vayamos más allá. Tal vez esto que nos pasa con nuestra vida privada nos ocurra con los presidentes, con los artistas, los atletas y toda persona que desempeñe una función pública, ya que por un lado esperamos súper hombres y por otro lado estamos buscando en ellos una falla como manera inconsciente de convencernos de que no son los dioses que inventamos o creíamos que eran. Ellos no producen desilusión, puesto que la ilusión la puso quien le otorgó tal carácter; y tal vez, cuando comprobamos que tal o cual personaje no es Dios, vamos tras la fabricación de otro ídolo y nos justificamos diciendo: “me desilusionó”.

Así como descascarado significa “sin cáscara”, desgraciado significa “sin gracia”; y se aplica a todo aquel que jamás agradece lo que tiene, que siempre se fija en lo que le falta.

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Deberíamos tener siempre presente la etimología griega de símbolo: “Cuan-do los pedazos se unen, se juntan, surge la identidad”.

Esto nos llevaría a buscar más la armonía y la concordancia entre nosotros y a dejar de profundizar tanto en el conflicto y las diferencias.

Tengamos presente que el lenguaje es una herramienta para construir y edificar, pero usada con violencia y de forma inadecuada se convierte en un arma para destruir y aniquilar.

“¿Creemos lo que decimos... o decimos lo que creemos?”

Las palabras que pronunciamos no se las lleva el viento, entran en la psi-quis, se graban y producen efectos, positivos o negativos, de acuerdo con la intencionalidad o la interpretación que les damos o les dan los otros.

“Una palabra puede matar o humillar sin que uno se ensucie las manos. Algunos seres humanos sienten alegría cuando humillan a sus

semejantes...”

Pierre Desproges

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3. LO QUE EL VIENTO NO SE LLEVA...

La palabra es el vehículo del pensamiento, es el canal por el cual expresamos lo que pensamos y sentimos. Como ye hemos visto, el diccionario la define como “sonido o conjunto de sonidos que permiten expresar una idea”.

Si nos remontamos al origen de la existencia del hombre sobre la tierra, surge la palabra como símbolo creador:

Dios dijo: “Hágase la luz, y la luz se hizo”.

Y dijo: “Hágase el agua... y se hizo”.

He aquí la palabra como creadora, como dadora de vida, como hacedora y origen en la historia de la humanidad.

Todo tiene su opuesto y cada cosa creada puede ser usada para bien o para mal, pues ninguna cosa en sí misma es buena o mala; el uso o abuso que hagamos de ella nos dará el resultado.

Con un cuchillo puedo cortar pan y alimentar, pero usándolo mal puedo dañar.

Del mismo modo las palabras, usadas correctamente, elevan el espíritu, au-mentan la autoestima, educan, enseñan, forman, alegran y permiten ex-presar lo que pensamos y sentimos. En cambio, usadas incorrectamente, lastiman, hieren, denigran y producen efectos destructivos, tanto para el que las pronuncia como para el que las escucha.

“Somos lo que pensamos”, dijo M. Gandhi.

Al respecto, Jesús manifestó:

Por tus palabras serás juzgado, por tus palabras serás condenado.

No daña al hombre lo que entra por su boca, porque va a parar a la letri-na; daña lo que de ella sale, porque del corazón procede.

La boca es como una fuente, si brota amargo, adentro es amargo, si bro-ta dulce, es dulce.

El caballo tiene riendas en la boca para guiar su cuerpo, y el freno debajo de la lengua para frenar su cuerpo. Del mismo modo, cuando el hombre domine su lengua, habrá dominado su vida.

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Solemos repetir mecánicamente que “a las palabras se las lleva el viento”, sin tomar conciencia de que las palabras proceden de nuestra mente y van destinadas a otra mente, en la que entran, se graban y producen efectos positivos o negativos, según y cómo sean la vibración e intención con que las emitamos y la capacidad o limitación de quien las reciba.

Gracias a las palabras nos comunicamos, expresamos nuestros pensamien-tos, deseos y sentimientos. Es más, desde la gestación se nos elige un nom-bre que nos identificará a lo largo de nuestra vida (Carlos, Dolores, Marcela). Podemos no heredar bienes, pero siempre heredaremos un apellido, otra palabra importante en nuestra constitución como sujetos. A partir de nues-tro nacimiento, por cierto, vamos configurando un lenguaje, conforme sea el lenguaje de quien nos lo enseña, el cual poco a poco va configurando nuestra mente casi de la misma manera que una computadora: tendrá la información que se le haya cargado.

Por repetición nos grabaron el nombre (o el sobrenombre que nos priva o nos libra de aquel). La repetición forma una huella mnémica, es decir, una huella con memoria asociativa. Así, cuando alguien pronuncia tu nombre (no en vano sinónimo de gracia), al escucharlo, automáticamente te das vuelta y obedeces al llamado como si fuera una orden grabada en tu me-moria. La palabra pronunciada actúa como un reflejo que acciona la res-puesta de manera automática.

Todas las palabras que entran en tu mente participan de alguna manera de este mecanismo: se graban y producen efectos de acuerdo con la intención del hablante (que puede ser intencional, es decir, deliberada, o no intencio-nal) y según la carga positiva o negativa que posean –en su pronunciación, su contexto, la historia de su uso–; y por supuesto, de acuerdo con el grado de fragilidad o fortaleza psíquica de quien escucha, el receptor.

Pese a la vigencia de la frase de Gandhi, que afirma que somos los que pensamos, debemos reconocer que hoy damos muy poca importancia a las palabras y a los símbolos, sin tomar conciencia de que son un reflejo de nuestro pensamiento y nuestras acciones.

El lenguaje corresponde al mundo de la abstracción, y sólo se hace tangible a través de la expresión gráfica u oral. Esto también ocurre con las matemá-ticas y con toda creación que provenga de la mente del hombre.

Por lo general, todas las guerras y conflictos parten de decires y parece-res entre seres humanos que piensan y sienten distinto; algunos pueden llegar a cometer un crimen o violentarse cuando alguien opina diferente que ellos, o cuando su pensamiento implica una acción que amenaza sus intereses, lo que demuestra en líneas generales que a muchos les interesa

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más tener razón que ser felices. ¿O sienten felicidad al tener razón? Las palabras...

Cuando alguien abre la boca para expresarse, está emitiendo un pensamien-to que permite que conozcamos su modo de pensar (o detectar su mentira), lo que nos permitirá inferir cuáles serán sus futuras acciones u omisiones. El saber popular se da bien cuenta de ello con el uso de la metafórica expre-sión “El pez por la boca muere”, ya citado, en la que “morir” simboliza lo que acaba, lo que termina. Diríamos, pues, que terminamos conociendo al otro a través de sus expresiones, más allá de su voluntad (de hecho, el refrán alude a la circunstancia de decir algo que se pretendía callar).

Si aprendemos a escucharnos, aprenderemos a conocernos. A nosotros mis-mos y a los otros. No es ésta una tarea sencilla; se trata de escuchar lo dicho y también lo no dicho (el silencio se escucha, tan así es que en una melodía hasta tiene su propia grafía).

A menudo se da por sentado que escuchar beneficia al otro, y que quien permanece callado se perjudica. Sin embargo, cuando logramos escuchar al otro, lo conocemos y dejamos de esperar que sea como nos gustaría que fuera. ¿Quién no quiere dejar de sufrir por esperar algo que nunca llegará? Amar, dar amor y recibir amor, quizá tenga más que ver con este reconoci-miento del otro que con el reclamo de que deje de ser como es.

Si logramos conocernos y comprendernos, dejaremos de lado el enojo, el rencor y el papel de víctima, tan caro en las relaciones afectivas. Porque al abandonar ese rol sacrificado (aparentemente sacrificado), dejaremos de culpar como tiranos y evitaremos tener sentimientos negativos que se van acumulando en nuestra mente y nuestro corazón a causa de la suposición de que en el futuro...

Un momento. Dije “suposición”, término formado por su + posición. Más allá de la etimología real de esta palabra (que significa: dar por sentado, dar por existente o verdadero) podemos jugar con su significado y decir que su (posesivo de tercera persona) significa en ella tomar la postura del otro, es decir, ocupar su posición, esperando que haga o diga lo que noso-tros haríamos o pensaríamos. Así concluiremos que una de las formas de la suposición se da cuando no escuchamos o vemos en el otro esa respuesta o acto esperado, entonces nos enojamos creyendo que el otro lo hace a propósito o está en nuestra contra, cuando simplemente la otra persona está respondiendo a su propia pauta de pensamiento y desconoce lo que pensamos o sentimos.

¿Qué implica esto? En situaciones de conflicto, no dialogamos (palabra entre dos) sino que monologamos interiormente y colocamos en el otro

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nuestros pensamientos, aspiraciones o necesidades, esperando respuestas y acciones que el otro desconoce. Por esta causa abundan los malenten-didos, ya que solemos tomar al otro como si fuera un espejo de nosotros mismos, que nos tiene que devolver lo que estamos esperando.

Cuando obramos de este modo, no miramos ni escuchamos al otro, nos mi-ramos (demasiado) a nosotros mismos.

¿Y qué pasa?

Si me miro y me reflejo en el otro, niego su propia personalidad y me niego la posibilidad de verlo, de conocerlo.

Estos supuestos llevan a la confusión en las relaciones afectivas, y muchas más veces de lo que se cree. Los límites se borran y ya no hay soberanía en la conducta.

Si nos fusionamos con el otro desconociendo y negando lo que ese otro piensa y siente, terminamos convenciéndonos de que somos dueños de la verdad y de que tenemos toda la razón.

Esta creencia puede llevarnos al sufrimiento, ya sea por la agresión, la vio-lencia o la separación de una persona querida.

Cuando digas “estoy confundido”, sabrás que te fundiste con el otro, que perdiste tu forma de ser y supusiste, te pusiste en el lugar del otro, perdien-do tu identidad y tu espacio, lo cual te vuelve vulnerable.

Elie Wiesel lo dice en positivo:

En la amistad y en el amor, el Yo no se desvanece en el otro, todo lo con-trario, florece. (...) nos asegura que uno más uno son dos. Cada uno es enriquecido por el otro.

Conocernos implica tener la llave de acceso a la tranquilidad, la paz, el amor a uno mismo y al prójimo. Sólo con ella podremos abrir la puerta de la identidad y la autoestima.

Y por cierto, cuando nos conocemos, canalizamos nuestras energías de un modo saludable, que se refleja en acciones nobles y claridad de pensa-miento.

Analicemos lo negativo:

¿Por qué permitimos que nuestros límites se borren y nos desdibujamos co-mo sujetos? Una de las cosas que solemos decirnos es que la culpa de esto la tienen los demás, argumentando que el carácter del otro es más fuerte, que su personalidad es más dominante o ideas por el estilo.

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Pero probablemente sea más sano asumir que se trata de un escape a la responsabilidad de asumirnos como somos.

Al decir de Jean Paul Sartre, no somos otra cosa que lo que hagamos de nosotros mismos.

Aprovecho esta glosa para traer a colación una costumbre muy común: la de repetir creencias ajenas como propias. Los refranes o dichos tomados como verdades son un buen ejemplo. Muchas veces los reiteramos sin de-tenernos a analizar si realmente lo que decimos se ajusta a nuestra verdad, a la realidad que experimentamos, o si estamos reflejando con ello pautas inconscientes.

La primera máxima que voy a citar –como ya habrán adivinado– es:

“A las palabras se las lleva el viento”

Medita las veces que hablaste de más, los conflictos que te trajo. Recuerda que tus palabras quedaron grabadas como acciones y reacciones que te enseñaron a ser más prudente y reflexivo. Comprobaste que no se las lleva el viento; que no siempre son olvidadas y que traen consecuencias para ti mismo y para el otro.

Si aprendemos a escucharnos y a escuchar al otro, nos conoceremos y cono-ceremos al prójimo. No discutiremos por tener razón, porque quien tiene razón no necesita perderla discutiendo.

Séneca escribió: “Sea esta la regla de nuestra vida: decir lo que sentimos, sentir lo que decimos. En suma, que la palabra vaya de acuerdo con los he-chos”. Podrá objetarse, con razón, que en su época faltaban por lo menos mil ochocientos años para que el hombre formulara la idea del inconscien-te. Sin embargo, ¿no seguimos hoy anhelando esta transparencia entre el sentir y el decir?...

Otro dicho muy frecuente es:

“Creer o reventar”

Comúnmente utilizamos estos dos verbos disímiles y antagónicos a través de la conjunción adversativa, donde se graban en la memoria dos concep-tos muy fuertes.

El inconsciente no discierne, toda orden que se graba tiene que cumplirse, por eso vemos que en el mundo todo el que no cree en determinada doc-

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trina, religión o creencia, termina reventado o reventando por la creencia del otro.

Teniendo esta pauta grabada en nuestro inconsciente, cada vez que no creamos en algo o dudemos ¿deberemos reventar?...

Creer, tener fe, tener confianza, son sinónimos que deben inculcarse te-niendo cuidado de no asociarlos con su opuesto. Estos conceptos profundos permiten continuidad, flexibilidad, esperanza, amor, posibilidad, al lado de reventar, que es explosión, rigidez, final, destrucción. Con este refrán se genera inconscientemente una orden positiva asociada a una negativa, y se instala la creencia de que cada vez que no se crea, que se dude, que no se comprenda, la persona tendrá que reventar, enojarse, ofuscarse o descon-trolarse.

“El problema no es cómo encontrar ideas innovadoras, sino cómo eliminar las viejas”, dijo Dee Hock.

También solemos repetir este dicho:

“La culpa no es del chancho, sino de quien le da de comer”

¿Te imaginas un chancho sin revolcarse en el fango? En realidad cuesta imaginar que un chancho tenga la capacidad de ensuciarse y generar que su comida y su vida transcurran mezcladas en el barro. Quien lo alimenta y le da de comer es quien sostiene la creencia en la suciedad del chancho, y tira todo junto en un mismo lugar, mientras que al resto de los animales se los coloca con cuidado en sitios apropiados, con recipientes para agua y comida.

Algunos consideran que se ha fijado al cerdo la idea de suciedad, de inco-rrección y malos hábitos (de la cual el inocente animal no puede defender-se) y que de ese preconcepto surgen otros dichos tales como: “pareces un chancho cuando comes”, “chancho limpio nunca engorda”, “no seas chan-cho y báñate”, “déjate de hacer chanchadas”, sin pasar por alto la ofensa que hacemos a alguien cuando decimos, porque su aspecto físico no coinci-de con el que nuestros prejuicios forjan como ideal: “con ese/a cerdo/a no salgo”.

Por eso cuando nos referimos a que la culpa no la tiene el chancho sino quien le da de comer, a mi entender este refrán está relacionado con la forma en que establecemos los límites, tanto para con nosotros mismos como para con los demás. El resultado, es decir, que haya un chiquero (tér-mino que significa corral, pero se lo utiliza más como pocilga con relación

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al chancho) o no, depende exclusivamente de una actitud previa, que luego se verá reflejada en conductas determinadas. Equivaldría a dejarse manipu-lar por el otro y después quedar como víctima de esa situación, pues hasta cierto punto, nadie podrá hacerme nada que yo no permita. ¿Dónde está el punto, el límite? En nuestro grado de conciencia para establecer límites, responsabilidad y autoestima. Recuerda siempre: el chancho no sabe valer-se ni defenderse por sí mismo, nosotros sí.

Como se sabe, límite significa “punto o zona final, término, lindero”. En la selva, tanto en el reino animal como en el vegetal, existen jerarquías que deben respetarse; eso mantiene un equilibrio ecológico que obedece al orden de la naturaleza. En la vida humana también hay jerarquías que deben respetarse, porque ellas mantienen el orden y el equilibrio psico-lógico.

Cuando en una familia los padres no tienen autoridad para educar y guiar a sus hijos, se produce una confusión de roles, y el resultado de esa falta de límites genera seres adictos, personas que no pueden decir ni expresar con claridad lo que desean o quieren, porque realmente no saben qué quieren ni cuál es su lugar, manifestando conductas codependientes.

La dificultad que tienen algunos padres para poner límites a sus hijos se presenta generalmente en aquellos adultos que no maduraron su rol de hijos, y no aceptaron a sus progenitores como tales. Aquí también aparece la suposición como error. Intentaré explicarlo pasando a la primera persona singular:

La suposición: “creo que mis padres no me quieren (o no me querían) por-que no son (eran) como yo imaginaba, o porque no me dijeron ni hicieron lo que yo suponía o esperaba que debían hacer”.

Tan simple como esto.

Si comprendiste tu situación y relación como hijo con tus padres y la acep-taste tal como fue, si no te quedaste enojado por cómo te habría gustado que fuera el vínculo, seguramente podrás entender cuando la relación sea a la inversa, esto es, cuando tú seas el padre. Como ya pasaste por esa si-tuación, comprenderás lo que se siente, porque ya lo experimentaste, y en consecuencia no pretenderás que tu hijo te entienda.

Las primeras palabras e impresiones que se graban en nuestra psiquis du-rante la infancia tienen que ver con un modelo ideal de padre y de madre, más cultural que real.

Recordarás que entre las primeras frases que aprendiste a escribir figura-ban las que siguen:

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“Mi mamá me ama”

“Mi papá me mima”

Las que solían acompañarse de un dibujo tierno y dulce.

¿Y luego? Por repetición, ese clisé se grabó en nuestra psiquis, y al primer grito o chirlo que recibimos de nuestra madre o padre reaccionamos como víctimas, creyendo que eran malos. “A mí no me quieren”, “me rechazan”, pensamos. ¿Por qué? Porque ese acto no concordó con la imagen grabada en el cuaderno de clase y en nuestra memoria.

Al mismo tiempo surge en la infancia, especialmente cuando la escolaridad empieza a socializarnos, la comparación de nuestros padres con los de otros compañeros. ¿Y qué hacemos? Nos autosugestionamos creyendo que los otros chicos tienen verdaderamente los padres ideales que a nosotros nos faltan. Esto lleva a no poder discernir que los padres desempeñan el rol de padres, pero esencialmente son seres humanos con virtudes y defectos, y por lo tanto, que irán ejerciendo y aprendiendo la maternidad y paternidad sobre la marcha, conforme a la personalidad e identidad de cada uno de ellos y de acuerdo con el grado de vocación que tengan al respecto.

Intento decir con esto que los prejuicios nos llevan a creer que por estar en ese rol o lugar de padres, nuestros padres deben ser, hacer y decir lo que nosotros esperamos, idealizando esta situación, que es lo más grave, ya sea en forma positiva o negativa.

Es por esta causa que la ausencia del padre o la madre, por muerte o se-paración, resulta más difícil de aceptar si se ha idealizado el vínculo. Ello puede conducirnos a una sensación de desolación y abandono muy intensa, o bien al odio y al rencor excesivos.

Asimismo, esta fantasía, que puede ser positiva o negativa, ya sea que me sienta víctima de mis padres o que los idealice creyendo que son perfectos, tiene la fuerza suficiente para impedir la maduración del vínculo, y esa inmadurez proyectarse sobre los hijos cuando llega el momento de conver-tirse en padres. Si he idealizado o rechazado mi familia de origen, forzaré inconscientemente a que la familia que he conformado, sea “igual o no” a ella, y si los dos miembros de la pareja intentan lo mismo, imagínate el resultado...

Lo reitero: el inconsciente no discierne, cree todo lo que le grabamos; si negamos la paternidad (es decir, negar a los propios padres por la causa que sea), por asociación de ideas se negará todo lo relativo a la autoridad paterna, resultando difícil ejercerla, ya que en lo profundo de la psiquis estará negada la forma como realmente son.

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Si esto me sucede, fabricaré una idea de cómo considero que deberían ser, y entonces viviré en una rebelión interna.

¿Cuál es el problema aquí? Que ese rechazo niega la autoridad paterna y lleva directamente a una relación de poder entre padres e hijos. Como el poder requiere de fuerza, el vínculo progenitor-hijo se convierte en un vínculo forzado y agresivo, en el que la culpa, el rencor y el papel de víctima juegan constantemente el protagonismo, el rol más importante, desvirtuando el amor y perdiéndose los límites y respeto correspondien-tes.

Cuando un hombre se convierte en padre o una mujer en madre, si en su interior mantiene un conflicto sin resolver con uno de sus progenitores (o con ambos, es decir, no aceptó a sus padres como realmente son, sino que espera ilusoriamente que los padres sean como le habría gustado que fueran), indefectiblemente esa persona proyectará en sus hijos toda su insatisfacción. Por consiguiente, será un progenitor infantil, y por tanto, esperará también inútil e ilusoriamente que sus hijos sean lo que espera de ellos en vez de verlos y quererlos como son. No los conocerá, al final sufrirá una desilusión y, caída la ilusión, quizá reconozca: “La culpa no es del chancho...”.

Amar a otro es aceptarlo tal cual es, no como espero que sea.

Ante cualquier situación de conflicto, no debo buscar la respuesta en el otro, sino en mí, analizarme. Y si no puedo solo, buscar ayuda profesional.

Todo tiene respuesta, todo tiene solución. Lo más importante es mantener la calma, no juzgar y, ante todo, no creerse dueño de la verdad.

Nuestra percepción es limitada, por lo tanto, otro punto de vista siempre nos amplía el panorama.

Antes me referí a la codependencia, que surge cuando los límites no son claros. Se trata de un estado emocional que puede desarrollarse en cual-quier terreno donde haya lugar para sensaciones placenteras que proyec-tivamente se traducen en alcohol, droga, sexo, consumismo, dependencia de personas o situaciones determinadas. Porque cuando no hay límites claramente establecidos, la persona no conoce cuál es su lugar y lo busca de manera compulsiva, no reflexiva, agrediéndose a sí mismo y a los de-más.

Don Bosco expresaba: “Cuando les explicamos a nuestros hijos el sentido o la razón de un límite, los estamos valorando como personas capaces de comprender. En cambio, si les decimos: Algún día entenderás, todavía eres muy chico, les estamos diciendo implícitamente que son poco inteligentes

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y lo único que lograremos con ello será generar su rebeldía a corto o largo plazo”.7

El hecho de que un niño sea pequeño no significa que no pueda entender; el grado de comprensión irá aumentando conforme vaya madurando su sistema nervioso central.

Algunas veces los padres o familiares, sin darse cuenta, señalan y tildan a uno de sus hijos de “rebelde” u “oveja negra”, sin comprender que hasta ese hijo es un reflejo de ellos mismos, y que si ha sido tratado de un modo autoritario y arbitrario por alguno de los progenitores, sin duda manifesta-rá su descontento de alguna manera.

Hoy, afortunadamente, se conoce a través de la neuropsicología, neuropsi-quiatría y evaluaciones cognitivas que estos “rótulos” que suelen atribuír-sele a un hijo (como vago, caprichoso, inestable, inquieto, desagradecido, rebelde, mal genio, necio, tímido etcétera) por lo general surgen de dis-funciones que tienen su origen en regiones frontales, laterales o basales del cerebro, y a través de estudios determinados y terapias específicas las conductas se pueden corregir. Este conocimiento permite a los padres eva-luar que su hijo es así no porque quiera o porque sólo tenga un trastorno de conducta de origen psicológico, sino que “no puede responder como se espera que lo haga” quizá por un trastorno de origen psicológico, fisioló-gico y/ o neurológico.

Cuando se rotula a los hijos sin contemplar esta posibilidad, ellos se rebelan ante esta incoherencia, porque sienten que se los menosprecia en su capa-cidad de entendimiento y lucidez. Se dan cuenta de lo que les pasa, pero no pueden expresarlo ni modificarlo.

Recuerde: es importante saber que el hijo llamado malo, rebelde, oveja ne-gra, inquieto o violento no siempre actúa así por causas emocionales, sino que hay factores de origen orgánico que influyen en su comportamiento y que dichos patrones pueden continuar en la edad adulta.

Antes de rotular a ese hijo y ponerse a la defensiva respecto de él, convie-ne consultar con profesionales idóneos: pediatras, psicólogos, neurólogos, psicopedagogos, psiquiatras, etcétera.

La práctica de consultorio me permitió detectar que algunas personas sien-ten una obsesión por formar o tener una familia sin tomar en cuenta que

7 El sistema preventivo de la educación de la juventud, Documento de Los Salesianos de Don Bosco, Inspectoría San Francisco de Sales, septiembre 2004.

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lo esencial es la pareja, pilar sobre el cual se construye el resto. Todo nace de un par y lo que nace de ese par es un reflejo del mismo.

La Libreta de Familia se otorga en el Registro Civil a los dos contrayentes, con hojas en blanco para inscribir hijos si los hubiera (doce como máximo). El hecho de que un matrimonio no tenga hijos no invalida su carácter de familia, ya que si hay hijos, éstos solamente habrán ampliado esa familia que es el matrimonio.

Parecería que hablar de familia es hablar de hijos. Por ese motivo tantos jo-vencitos a quienes no se les establecieron claramente los límites, o sintieron que no tuvieron una familia, buscan proyectivamente en un hijo su verda-dera identidad, creyendo de modo ilusorio que podrán hacerle y darle lo que a ellos les faltó o les hubiera gustado recibir de sus padres.

Cuando una mujer está embarazada se le pregunta: “¿Estás esperando fa-milia?”... Si éste es tu caso, contesta: “No, simplemente... estoy esperando un hijo”.

Quien vivió en el seno de una familia madura podrá construir con felicidad el mandato de tener un hijo y plantar un árbol... Porque no lo hará para cubrir ninguna carencia o necesidad inconsciente, sino de acuerdo con su vocación. Y cumplirá sus deseos en armonía con el grado de maduración que vaya adquiriendo en su vida.

Hacer esto de manera consciente implica que los riesgos de transferir sus propias necesidades o frustraciones en la nueva familia que forme serán mucho menores. Es decir, la familia se construirá desde el presente y lo real, no imaginando que con ello se podrá completar o satisfacer lo que faltó en el pasado.

Construir a partir de las faltas infantiles o desde lo que uno cree que le faltó (por sentir que no fue querido lo suficiente o que sus padres no le hablaban como esperaba, no lo acariciaban, o por ser abandonado o no recibir la atención deseada) es un mecanismo de defensa de origen inconsciente que quita a los padres su identidad como personas que transmitieron lo que sabían, de acuerdo con lo que ellos habían recibido y experimentado.

Hay una gran diferencia entre no haber sido amado o aceptado y no haber-se sentido amado o aceptado. Esta sensación puede deberse a una percep-ción distorsionada, por imaginar que la realidad debía ser de otra manera. Vuelvo aquí al cuidado con las palabras: a menudo esa percepción distor-sionada en un hijo proviene del discurso de una madre que le repite al niño que el padre lo abandonó, cuando en realidad el hombre la abandonó a ella.

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No todo padre que se separa de su esposa abandona a sus hijos; incluso cuando los ve menos por diferentes razones. En estos casos, la madre que dice a sus hijos que el padre los abandonó, no se da cuenta de que al traba-jar psicológicamente contra el padre el mayor daño no lo recibe éste sino sus propios hijos.

Podemos reflexionar y elegir lo que decimos a nuestros hijos; podemos reparar, remediar y corregir nuestras palabras si nos damos cuenta de que más que necesarias (hasta con las mejores intenciones) fueron da-ñosas.

La necesidad es aquello de lo que no puedo prescindir, como el aire, la comida, el agua, etcétera. El deseo es un acto voluntario que me permite elegir, por ejemplo: si necesito tomar líquido, elijo una gaseosa.

Las relaciones inmaduras se basan en la necesidad y en toda necesidad hay una demanda. Como demandar es pedir, sin darnos cuenta pedimos y espe-ramos que el otro nos haga feliz, depositándole toda la responsabilidad de nuestra vida (“si se va me muero”). Esto lo hacemos como madres o padres, como esposas o maridos y como hijas o hijos. Y al hacerlo deterioramos la relación con los demás.

Así como algunas personas que fueron muy pobres en la infancia se obse-sionan con ser ricos y reconocidos, otras que no comprendieron su familia de origen y se sintieron abandonados, rechazados, no queridos ni com-prendidos, se obsesionan por tener una familia distinta de la que tuvieron de pequeños. Así, como se trata de un mecanismo compulsivo, no reflexivo, la situación presente termina siendo peor que la anterior. Y lo mismo les su-cede a los que idealizaron su familia de origen: tratan de repetir el modelo y al final el resultado es negativo.

Cuando dejamos de manejarnos solamente por lo que sentimos y nos de-tenemos a pensar y analizar, incluso nuestros propios sentimientos, somos conscientes de que podemos elegir y responder por nuestros actos, sin cul-par y sin sentirnos culpables o pecadores.

En todo vínculo afectivo hay que evitar la suposición. No hay que suponer que el otro se da cuenta de que lo amo, aunque esto resulte obvio, ante todo para los padres; hay que expresarlo con claridad. Los niños y los ado-lescentes necesitan contactarse con la realidad de un modo concreto, de allí la importancia de explicarles el motivo por el cual se les ponen los límites, lo cual implica también realizar una guía adecuada para que aprendan a analizar y comprendan las situaciones que viven. Ello derivará en respeto y amor, a sí mismos y al prójimo.

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Establecer límites no significa gritar ni insultar. Cuando un padre sustenta sus dichos en la verdad, no necesita violencia, el límite se impone solo; úni-camente de esta forma la persuasión, acompañada coherentemente con el ejemplo, produce resultados satisfactorios en la educación de los hijos.

Cuando un hijo desea algo en el presente y consideramos que puede ser perjudicial para su vida, decir No de manera firme y oportuna evitará que tal vez en el futuro debamos escuchar cuestionamientos como éste: “Papá (o mamá), ¿por qué me lo permitiste? ¿Por qué me dejaste hacerlo?”. Cuán-tos adultos conocemos que han cuestionado a sus padres por diferentes cosas. Por ejemplo: “¿Por qué no me obligaste a estudiar?”... ¿Por qué, si te dabas cuenta de que me hacía mal, no me avisaste...?”.

Tal vez siempre nos enfrentemos al “por qué sí” y al “por qué no”... Pero hay que saber que en muchas ocasiones un padre o una madre que dice No a su hijo para protegerlo, está diciendo Sí al compromiso que asumió cuando le dio la vida.

El lenguaje que utilicemos durante todo el tiempo que eduquemos a nues-tros hijos jugará un papel muy importante en la determinación de su fu-turo. Si cuando decimos No cedemos al ¿Por qué no? de hoy, debemos ser conscientes de que en el futuro podremos escuchar: “¿Por qué me lo permi-tiste? ¿Por qué no me exigiste?”. Y allí recordaremos nuevamente el dicho: “La culpa no es del chancho, sino...”

He aquí otra expresión habitual, en este caso ante algo que nos sorpren-de:

“No lo puedo creer”

Hay8 sostiene que suele ser la expresión de personas con un trasfondo pe-simista, que les cuesta creer que a ellas les pueda pasar algo lindo. De este modo, al negarlo, reafirman una creencia: “no lo merezco”, señal de una autoestima debilitada.

Sin tomar esta explicación a rajatabla, podemos advertir que se trata de la expresión de un debilitado poder para creer y aceptar la realidad. La per-sona se autolimita por no creerse merecedora de algo, o porque le cuesta aceptar que un hecho determinado, aunque sea positivo –o justamente porque lo es– esté ocurriendo.

8 Hay, L, Usted puede sanar su vida, Urano, Buenos Aires- 1989.

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Este enunciado de asombro también suele darse en personas controlado-ras que creen únicamente en lo que ellos hacen, dicen y piensan; así pues, cuando ocurre algo externo a ellos que llama la atención, literalmente “no lo pueden creer”...

Avancemos en este razonamiento. Si la falta de conocimiento de algo nos vuelve inseguros, imaginemos las consecuencias que nos traerá la falta de autoconocimiento.

La fe no es solamente un hecho religioso, es una convicción, una seguridad, una certeza de algo que no vemos. Es la seguridad de que vamos a lograr algo aunque no tengamos todos los elementos necesarios ni los recursos disponibles para hacerlo. Por ello, es importante que expresemos nuestras creencias y que nuestras palabras expresen confianza, que reafirmen lo que deseamos o nos proponemos. De este modo, al escucharme, iré grabando y afianzando ese deseo; asimismo, también quienes me escuchen se sentirán seguros y confiados.

Jesús también tuvo palabras al respecto:

Si no sois capaces de creer en vosotros mismos, que es lo que se ve, cómo seríais capaces de creer en Dios, que no se ve.

Sin estas certezas, la ciencia no habría avanzado, ya que los descubrimien-tos nacen de una idea, y por sobre todas las cosas, de la convicción en que esa idea en la práctica va a funcionar. No sin constancia y paciencia los grandes genios de la historia demostraron que no estaban locos o equivo-cados como en un primer momento fueron juzgados.

Metafóricamente, la fe, la confianza, es como dar un salto al vacío con la certeza de que en el trayecto te crecerán alas.

Algunas personas viven con la esperanza de que sus vidas cambiarán, y como bien indica la palabra esperanza, “esperan” que algo externo ocurra para que cambie su realidad interna.

La fe es confianza, certeza, convicción interna, creencia en algo, aunque no se tengan los elementos de prueba, aunque lo creído no sea visible. Por lo tanto, la confianza es un motor que nos impulsa a movernos hacia el obje-tivo.

La fe es activa, va desde adentro hacia fuera.

La esperanza es pasiva, va desde afuera hacia dentro.

La palabra mal utilizada es como una comida en mal estado que altera el aparato digestivo: altera el funcionamiento del aparato psíquico, produ-

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ciendo preocupaciones que impiden ocuparse de hacer lo que se quiere, limitándose a hacer lo que se debe o simplemente quedando paralizado e impedido de hacer, es decir, bloqueado.

Del mismo modo que repetimos una comida en mal estado por un espacio de tiempo prolongado, cuando un pensamiento determinado desordena nuestra psiquis, estamos repitiendo esa idea sin control, produciendo un gran malestar.

Este comportamiento suele denominarse “rumiación mental” en alusión a una idea que se mastica pero no se digiere ni se elimina; se la repasa cons-tantemente produciendo pensamientos obsesivos que desgastan y consu-men nuestras energías.

Vimos antes que a menudo repetimos creencias ajenas como verdaderas, sin advertir que la repetición de un concepto se graba en nuestra memoria asociativa, más allá de la veracidad o contradicción del dicho.

Volviendo al refrán, si fuera cierto que el viento se lleva las palabras, cabría preguntarse finalmente... ¿dónde quedan? Y responder: quedan en otra mente, donde se graban y producen efectos.

“Elimina tu opinión, y eliminarás la queja me han ofendido. Elimina la queja me han ofendido y la ofensa desaparecerá.”

Marco Aurelio

La palabra tiene una vibración energética cuya carga positiva o negativa está ligada a la intencionalidad o tono con que se pronuncia, pero también a la pluralidad de sentidos que se le da según quién hable o escuche.

Conny Méndez reflexiona:

¿Por qué es importante saludar?... Por que es dar salud, desear un bien, es enviarle al otro un deseo de bienestar.

Del mismo modo: lo maldito significa lo mal dicho y lo bendito significa: lo bien dicho, porque maldecir es decir mal, es cargar con intenciones ne-gativas una palabra, y bendecir es decir bien, desearle el bien a alguien, cargando de intenciones positivas una palabra. 9

Cuando tu padre te dio alguna vez un golpecillo en la cola, seguramente pensaste: “no me dolió”. Al rato esa sensación molesta del golpe se disolvió

9 Méndez, Conny, El nuevo pensamiento, Bienes Lacónica, Venezuela- 1993.

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y con el tiempo recordaste la situación casi sin ningún malestar, siempre que no haya existido violencia o abuso físico.

Si te detienes a pensar las cosas que te dolieron en el pasado, te darás cuen-ta de algo muy importante: en su mayoría tienen que ver con palabras que te dijeron o que escuchaste que dijeron, o con silencios tortuosos en lugar de lo que pudo haber sido dicho.

Vayan estos ejemplos típicos de madres o padres:

“No sirves para nada”“Me tienes harto”“Todo lo que dejé por ustedes”“Si no me hubiese casado...”“No sé a quién saliste”“Eres igual a tu padre (o madre)”“Yo a tu edad hacía las cosas de otra forma”“Estudia o no serás nadie”“Di siempre la verdad, pero no le cuentes esto a tu padre”...Etcétera.

Y en la misma zona de dimes y diretes, quién no ha escuchado a adultos de su familia decir alguna vez: “Todas las mujeres son iguales” o “Todos los hombres son infieles”. Ciertamente, decir por ejemplo a una amiga esta última frase en un café y con cierto humor, parafraseando a nuestra abuela, no traerá consecuencias desafortunadas. Pero decírsela a una hija pequeña que está en plena formación, puede significar una marca para toda su vida.

“Una palabra es suficiente para hacer o deshacer la fortuna de un hombre”, escribió Sófocles.

Las palabras se graban y actúan como un reflejo, se van almacenando y asociando con otras palabras guardadas y agrupadas por analogía. A ello se suma la sensación del contexto que tuvo la escucha, y por un mecanismo de funcionamiento del aparato psíquico, que es la asociación de ideas, cuando escuchas algo que está relacionado con una experiencia que ya has “olvida-do” se accionan las mismas emociones o sensaciones con que lo viviste, se depositan en la nueva situación, te sientes mal y no sabes por qué.

Así arribamos a otro dicho:

“El que se quema con leche, ve una vaca y llora”.

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Desde que nacemos, nuestras vivencias y experiencias se graban en forma de representaciones + la sensación con que se lo vivió.

Como nuestra psiquis en el nivel inconsciente posee una memoria asociati-va, se configuran creencias que pasan a ser como verdades, y dado que el inconsciente no discierne, los chistes se transforman en verdades disfraza-das. De esta manera se instalan en nuestra psiquis creencias erróneas que funcionan como una suerte de silogismo:

La vaca da leche

Tomé leche caliente de vaca (me quemé y lloré)

Ergo:

La vaca da leche que quema / La vaca me hace llorar.

Cuando el inconsciente hace esta asociación de ideas en nuestro aparato psíquico, podemos reaccionar emocionalmente ante un hecho sin saber por qué, por ejemplo llorando o asustándonos en una circunstancia determina-da sólo porque se accionó un recuerdo desagradable que movió una sensa-ción desagradable.

El objetivo es hacer consciente lo inconsciente para no generalizar nues-tras experiencias cuando nos llevan al sufrimiento desmedido y al males-tar.

En un área específica de nuestra vida, por ejemplo la pareja, el silogismo anterior se traduciría así:

Mi papá me ama

Mi papá es hombre y me abandonó

Ergo:

Todos los hombres que me amen me van a abandonar.

Tal vez una creencia similar a ésta sea la que lleve a ciertas mujeres aban-donadas (o que se sienten abandonadas) por su padre a creer que todos los hombres las abandonarán, por lo que suelen abandonar primero, antes de ser abandonadas, o el mismo temor les impide establecer un vínculo esta-ble y armonioso aunque permanezcan en él.

De igual modo el esquema funciona para el varón con respecto a su madre y a la mujer con quien entabla una relación amorosa.

Por esta clase de razones es necesario comprender cómo funciona nuestra psiquis (como verás en el próximo capítulo), para no generalizar ni blo-quear nuestro crecimiento y tener en cuenta que:

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Un pensamiento + un sentimiento = acción efectiva

Es necesario traer a la conciencia la mayor cantidad posible de información, conceptos, vivencias y creencias, para lograr una madurez plena.

Quiero terminar los comentarios sobre el refrán y los silogismos con una idea de Geofrey Chaucer que podría resumirse así:

Si el amor es bueno, ¿de dónde proviene entonces mi tristeza?Si el amor es malvado, ¿por qué los tormentos y adversidades que trae consigo me producen placer?

Avanzar en esta dicotomía implicaría entrar en el terreno del goce.

Dejo esta inquietud al lector y paso ahora a otro dicho, bastante contradic-torio, que también repetimos con frecuencia:

“Yo no creo en las brujas, pero que las hay... las hay.”

Imaginen su aparato psíquico con semejante contradicción: no creo que las haya, pero las hay. Le resultará complejo decodificar con claridad este mensaje. Tal vez por esto sea tan común que más de una vez digamos no cuando en realidad queremos decir sí...

Por ejemplo, si alguien te atropella en la calle y te pide disculpas, ¿qué res-pondes?:

–No, no... está bien.

¿No qué? ¿Está bien qué? Todos damos por sentado que la intención de este enunciado es aceptar la disculpa, pero, ¿decimos esto?

Hablar con precisión es muchas veces un don, pero también es algo que se aprende, siempre y cuando sepamos escuchar a los otros y escucharnos.

Y no se trata de quedar bien, sino de conocernos y conocer con quien esta-mos, o podríamos estar...

Veamos el siguiente caso, una típica escena de bar:

–Perdón, señor, ¿está desocupada la silla?...

–No, no... llévesela.

Otra vez: decimos no en lugar de sí.

¿Y cuando recibimos una invitación? ¿Por qué empezamos con la negación?:

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–¿No quieres ir al cine?...

–¿No te gustaría otro poquito de torta?

Sucede incluso con cualquier comentario:

–¿No es cierto que...?

Qué simple sería la comunicación con los demás y qué claro nuestro enten-dimiento si utilizáramos el no para negar y el sí para afirmar.

Ocurre que mayormente las personas saben muy bien lo que no quieren para su vida y las menos lo que sí quieren.

Al respecto, Jesús manifestó:

Que el Sí sea Sí, que el No sea No, lo demás lo agrega el diablo...

El “diablo” aquí significa oponente, contradictor, lo que traducido a las conductas humanas equivale a no poder sostener el sí o el no por confusión o falta de convicción, cuando entramos en francas contradicciones que nos conducen a un laberinto de discusiones y malentendidos del que nos es di-fícil salir. No encontramos la salida porque fallan los límites.

Decir no sin fundamento es un mecanismo de defensa, porque en cierta forma actúa como barrera para defendernos, tal vez del temor al compro-miso, o a la demanda del otro (digo no por las dudas me pida algo y yo no quiera dárselo); también ante el temor a ser rechazado (en este caso el no es un modo de ejercer el rechazo primero).

Estos mecanismos de defensa son, por supuesto, involuntarios e inconscien-tes, y disfrazan una profunda inseguridad en el individuo.

El uso comentado del no es un buen ejemplo de lo dicho antes acerca de la palabra comparada con una comida en mal estado, o la rumia mental, que altera el funcionamiento del aparato psíquico produciendo preocupacio-nes que impiden ocuparse de un asunto que realmente nos interesa, o que estorban la dedicación que estemos poniendo en determinada cuestión, produciendo una disociación mente-cuerpo.

Porque las preocupaciones hacen que nuestra mente esté en una determi-nada situación y nuestro cuerpo en otra; eso produce una tensión interna que va presionando, y esa presión incide en nuestro organismo y en la pre-sión arterial, elevándola o bajándola de golpe. Primero surge la angustia, luego sigue la ansiedad hasta llegar a la depresión.

Con frecuencia las preocupaciones paralizan e impiden hacer lo que se quiere para llevarnos a hacer lo que se debe... (o lo que tenemos grabado como mandato, deber ser).

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Otras veces, simplemente bloquean nuestro pensamiento y en consecuen-cia nuestra acción.

Imagina en este momento que estás leyendo el libro en un bar y de repente recuerdas que has dejado encendida la hornalla con la leche en el fuego. Si no te ocupas de ir inmediatamente para cerciorarte de lo real, lo más probable es que te preocupes y que tu mente se dispare y empiece a oscilar entre la creencia de que has apagado la hornalla y la creencia de que no lo has hecho.

Éste es sólo un ejemplo, podría ser cualquier otro el contenido. Lo impor-tante es que se produjo una tensión y que mientras tu cuerpo permanece en el lugar donde estás, tu mente se va a hacer lo que supuestamente debe hacer sin hacerlo, una y mil veces, provocándote una disociación y una dis-torsión de la realidad.

Todos hemos tenido y tenemos experiencias de esta clase; pero no me refie-ro a un hecho aislado, anecdótico, sino a una estructura, cuando la persona reiteradamente no puede estar presente vivenciando lo real y sistemática-mente se remite a lo imaginario. En este caso, seguramente cuando su cuer-po llegue a apagar el fuego, su mente se disparará nuevamente al pasado para tratar de reparar lo que hizo o no hizo correctamente, o bien sufrirá por lo que podría haber pasado.

Así, ésta o aquella preocupación seguirá presionado, y la persona continua-rá sin estar ocupado en cuerpo y mente en un solo lugar.

Estas presiones van gastando nuestras energías y produciendo una de-presión (de + presión). Esta tensión produce efectos en la presión arterial, como he dicho, y afecta también todos los órganos de nuestro cuerpo, mal-gastando nuestras energías.

Si presionamos una naranja, vemos que el jugo, su “fuerza”, sale, y la naranja queda seca. Del mismo modo, cuando utilizamos mal nuestro pensamiento y estamos presionados (como la naranja), gastamos energía inútil-mente y terminamos deprimidos, comprimidos, extenuados, asténicos, con la sensa-ción de estar secos o vacíos.

No podemos estar en dos lados al mismo tiempo, no sólo porque físicamen-te sea imposible, sino porque de ese modo no estaremos ni en donde esta-mos realmente ni en donde imaginamos estar, y esa ausencia no significa otra cosa que pérdida.

Un último ejemplo ilustrativo respecto de todo lo dicho hasta aquí:

Si tengo puestos los ojos en mi marido (o en mi hijo, o en mi madre), pero mi mente está rumiando lo que debería ser o hacer, me habré perdido de

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ver lo que es o hace en el aquí y ahora, incluso hasta me habré perdido de ver que hace precisamente lo que esperaba que hiciera. Claro que esta es-tructura es la que permite mantenerse en la queja... de la que sólo se puede salir cambiando uno de posición. O mejor dicho, recobrando la posición propia.

La persona ocupada es optimista, reconoce sus propios límites; no contro-la ni se angustia, ya que es consciente de que sólo puede ocuparse de un asunto o situación por vez, no como algunos exagerada-mente fantasean: “hice mil cosas al mismo tiempo”. Esta actitud de ser consciente es una ma-nera positiva de vivir, que permite administrar mejor las energías, pudiendo delegar y compartir responsabilidades en todos los órdenes de la vida.

Como lo expresara Benjamín Franklin:

Si la pasión te lleva, que la Razón tome las riendas...

La palabra, desde su origen, es dadora de vida.

Cuando las palabras están plenas de sabiduría, producen paz y alimentan el espíritu, y son reveladoras de la identidad del sujeto que las pronuncia...

Ya lo decía Sigmund Freud:

La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tan eficaz co-mo lo son unas pocas palabras bondadosas.

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4. LA PROFECÍA AUTOCUMPLIDA O EFECTO PIGMALIÓN

Se recordará la sentencia de Gandhi: “Somos lo que pensamos”. ¿Y si fuera cierto que los pensamientos, positivos o negativos, tarde o temprano ter-minan por cumplirse?

Según la mitología griega, Pigmalión era un rey de Chipre que tomó un blo-que de piedra y comenzó a esculpir la estatua de una mujer. Todos los días le dedicaba cierto tiempo a su trabajo, y a medida que la estatua tomaba forma se fue enamorando de su figura. Mientras más tiempo le dedicaba a la estatua, más se enamoraba de ella, hasta que al final creyó que la esta-tua era más hermosa que todas las mujeres de la tierra, por lo que comenzó a pedirle a la diosa Afrodita que le infundiera vida. Su deseo fue solicitado con tanto anhelo y pasión que le fue concedido. La estatua, convertida en mujer, correspondió al amor de Pigmalión.

La expresión efecto Pigmalión, aplicada con acierto en el área de la edu-cación y la psicología10, así como la idea de la profecía autocumplida, son conceptos que merecen una atención especial en este libro.

A continuación el lector encontrará extractos recopilados de los especialis-tas en el tema.

En educación, por ejemplo, según pruebas de los expertos, los estudiantes obtenían un mejor rendimiento y más desarrollo personal en la medida que las expectativas de sus educadores sobre la capacidad de los estudiantes eran mayores.

A fines de la década del ‘60, el profesor de psicología Robert Rosenthal hizo el siguiente experimento: reunió a los maestros de una escuela y les mostró un test realizado entre los estudiantes, que indicaba que algunos eran más brillantes que otros. “De estos alumnos pueden esperar grandes resultados”, les aseguró. En realidad, y respondiendo a los objetivos del experimento, el test había sido simulado por Rosenthal para inducir a los maestros a pensar que ciertos alumnos tenían más potencial que el resto.

10 Terrasier, J. Ch., El efecto Pigmalión negativo. Publicación presentada en el Congreso Internacional sobre niños superdotados, Jerusalén, julio 1979.

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Al cabo de ocho meses, los alumnos que Rosenthal había seleccionado, efec-tivamente obtuvieron mejores calificaciones que el promedio de la clase.11

¿Qué ocurrió? Como los maestros creían en los alumnos supuestamente brillantes, les brindaron a éstos más atención, apoyo, tiempo y más retroa-limentación que a los demás. Esta abundancia de condiciones se tradujo en un mejor aprendizaje y luego en mejores calificaciones.

En definitiva, los estudiantes destacados no sobresalieron por ser más inte-ligentes, sino porque sus maestros así lo creyeron.

A través de su prueba, Rosenthal descubrió que las expectativas de los maestros se reflejaban en el desempeño de los alumnos. Su conclusión fue la siguiente: “Mientras más altas son las expectativas que tiene una per-sona respecto de otra, más probable será que esta última logre resultados positivos”. Este descubrimiento puso en evidencia el fenómeno conocido como efecto Pigmalión.

Un experimento similar se realizó con estudiantes que tenían dificultades escolares. Se les tomó diferentes test de inteligencia y se comunicó a las familias y profesores resultados falseados en los cuales los muchachos apa-recían como mucho más inteligentes de lo que puntuaban los test.

Como consecuencia, los alumnos en cuestión pasaron a ser los más desta-cados de la clase, evidenciando una inteligencia por encima del promedio a partir de sentirse más capaces.

He contado todo esto por una simple razón: lo mismo sucede cuando psi-cológicamente a una persona se le levanta la autoestima y se le reconocen sus aciertos y virtudes. Si, por el contrario, se le marcan los rasgos negati-vos, también funciona el efecto Pigmalión: la creencia se cumple de modo negativo. Como el inconsciente no discierne, toma lo que se le indica como verdadero.

Es importante saber esto no sólo por nosotros mismos, para meditar las cosas que nos pasaron o que pueden pasarnos, sino por las personas cuya formación depende de nuestra conducta.

Si a un niño se le dice continuamente frases como éstas: “tonto, no sirves para nada”; “tus amigos son mejores que tú”; “siempre el mismo, aprende de los otros”; “no vas a lograr nada en la vida”; “fuiste, eres y serás un fra-casado”; etcétera, el niño las escuchará adoptándolas como creencias y ello

11 Rosenthal, Robert y Jacobson, Leonore, Pigmalión en las aulas. Trabajo de investiga-ción, Rinehart and Winston, New York, 1968.

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determinará el resultado. Podrá tener cincuenta años, sus padres podrán haber fallecido, incluso podrá vivir en un sitio alejado de su familia, pero probablemente (a menos que se analice y que su análisis resulte) la persona no podrá llevar a cabo sus objetivos ni cumplir sus deseos, por más inteli-gente que sea.

¿Hasta qué punto somos conscientes de cómo ejercemos nuestro rol de pa-dres y de lo decisivas que son nuestras conductas en el curso de la vida de nuestros hijos?

La moraleja que el efecto Pigmalión deja es:12

Debes tener altas expectativas respecto de alguien y hacerle creer que le sobra capacidad para satisfacerlas, así las verás cumplidas.

Del mismo modo funciona con cualquier otra creencia o expectativa nega-tiva que tengas.

El efecto Pigmalión se da tanto en el aspecto individual como social, por eso cada pueblo o nación es el resultado del pensamiento o las creencias de sus habitantes. Y es un proceso mediante el cual las creencias y expectativas de un grupo respecto de alguien afectan su conducta a tal punto que se provoca en el grupo la confirmación de sus expectativas.

En toda familia los hijos comienzan imitando a sus padres y terminan con-virtiendo ciertos patrones de conducta en su propio modo de ser. Esto sig-nifica que las personas adquieren un rol a partir de los demás y acaban creyéndolo como propio. De algún modo, según este enfoque, terminamos siendo lo que los demás esperan que seamos.

En mi experiencia profesional, he atendido a más de un joven que no que-ría estudiar en la universidad argumentando que sus padres siempre se jactaban de haber logrado todo sin tener que estudiar. Cuando los padres intentaban que su hijo estudiara, éste ya tenía el modelo y decía que haría lo mismo que sus padres. ¿Para qué se sacrificaría estudiando si con tener lo que sus padres tenían sin estudiar estaría satisfecho?

He aquí el problema de hablar delante de los hijos con un discurso con-tradictorio: “Tienes que hacer esto, pero qué vivo que fui yo que no lo hice”...

Esto no quiere decir que si un padre no estudió no puede esperar que su hijo estudie. Lo dicho acerca del lenguaje, la precisión, el sentido de las pa-labras, también juega en este plano un papel esencial, y más aun cuando se

12 Datos extraídos del artículo citado en nota 10.

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trata de la comunicación con los hijos. Hay que sentarse, hay que mirar a los ojos, hay que hablar coherentemente, hay que darse tiempo, y sobre todo, hacerlo con cuidado, respeto y amor. Incluso a la hora de poner límites. Eso sí: sólo puede ser respetuoso y claro con un hijo alguien que se respeta a sí mismo y es claro consigo mismo.

Resumiendo, la lección de este mito es que si creemos que alguien es de determinada manera, puede convertirse en aquello que creemos que es. Debemos evitar rotular y condicionar la vida de un hijo pretendiendo que sea lo que creemos o consideramos que debe ser.

El Efecto Pigmalión no ocurre únicamente en las escuelas, sino también en toda organización, laboral o familiar. Cuando un padre tiene expecta-tivas respecto de sus hijos, las transmite de manera consciente o incons-ciente, y éstas terminan condicionando las expectativas que tienen los hijos sobre sí mismos, quienes terminan comportándose de acuerdo con aquello que sus padres esperaban de ellos. Es decir, las expectativas de los padres influyen en cómo serán sus hijos.13

Algunos autores consideran que el efecto Pigmalión es más evidente en ho-gares que tienen más de un hijo, ya que hay padres que esperan más de un hijo que de los otros. Como consecuencia de sus propias expectativas, estos padres premian más al preferido o elegido y lo ayudan más en sus tareas, elogiándolo ante los demás y brindándole más estimulación.

Si bien esto aumenta la confianza y autoestima de algunos hijos, perjudica y distorsiona la imagen que los otros tienen de sí mismos.

Los trabajos citados indican por otra parte que el efecto Pigmalión también se percibe cuando en una familia alguien es rotulado como “perdedor”, “inútil”, “rebelde”, “cabeza dura”, “oveja negra” o “difícil”; el resto de los miembros de la familia, inconscientemente, reafirma esta creencia. Al ac-tuar bajo esta convicción o creencia errónea, se le niega al niño ayuda y to-da posibilidad de cambio futuro, destinándolo a que sea siempre el mismo, lo que produce un bloqueo en su verdadero potencial e identidad.

Cuando ambos padres tienen expectativas positivas hacia un hijo, éste sa-brá que creen en su potencial y seguramente se esforzará para demostrar que es tan bueno como sus padres creen. Del mismo modo, cuando ambos progenitores piensan que su hijo “no tiene remedio”, que es “un desastre”, que “siempre será el mismo”, ese hijo no se esfuerza por mejorar, ya que

13 Cit. nota 11.

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haga lo que haga siempre será criticado o cuestionado. Lo grave es que al no tener aliciente ni motivación, perderá el entusiasmo por la superación.

Existen múltiples formas en que los padres pueden transmitir expectativas positivas a sus hijos: confiando en ellos temas importantes, reconociendo los aciertos, evitando marcar con demasiado énfasis los errores, remarcando sus cualidades, todo a través de un discurso que contenga palabras positivas.

Así, nunca está de más (y por lo general es un lenguaje que falta y es ne-cesario reponer) que un padre diga a su hijo frases como éstas: “Confío en que podrás hacerlo”; “Me gusta como eres”; “Tienes capacidad”.

También es importante que el padre o la madre utilicen el plural, dejando implícito que están comunicados y que comparten los criterios de la educa-ción que dan al niño: “Siempre confiamos en vos... analiza la situación y te resultará sencillo”; “Tienes nuestro apoyo”...

Sin embargo, pese al daño que puede ocasionar en sus hijos, muchos pa-dres insisten en marcar los errores y sobre todo en señalárselos frente a los demás: “Sabíamos que no lo lograrías”; “Cuídate porque a la mayoría le va mal, y tú no serás la excepción”; “No te confíes porque no sabes elegir y siempre te equivocas”; “No me sorprende lo que te ha sucedido, siempre terminas perdiendo”...

Los especialistas coinciden en que existen otros factores que a lo largo de la vida influyen en las posibilidades de superación de los hijos, entre los que se cuentan: la educación escolar, los límites que ponen sus padres, los valores que se les inculcan y el apoyo de sus hermanos y amigos. No obstante, sin lugar a dudas, de todo lo señalado lo que más influye, según los entendidos, son las expectativas que los padres tienen sobre sus hijos, por la identifica-ción respecto de la imagen paterna y lo que ésta representa para un hijo.

El principio Pigmalión invita a centrarnos en los aspectos positivos del otro, a destacarlos, a exaltarlos, a sacar a flote los que están escondidos y a dar-les la mayor importancia. Las fallas y los desaciertos también habrán de tenerse en cuenta, pero con una óptica nueva: manteniendo un equilibrio. Si se toma lo positivo como premisa, lo negativo pasa a un segundo plano.

Como dice un personaje de George Bernard Shaw en su obra Pigmalión:

Siempre seré la chica de las flores para el profesor Higgins, porque siem-pre me trató como a una florista y así seguirá tratándome. Pero sé que puedo ser una dama para usted, porque siempre me vio como tal.14

14 Shaw, George Bernard, Pigmalión, Editorial Sol, Barcelona 2003.

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En este punto encontramos coincidencias entre la profecía autocumplida y el efecto Pigmalión, ya que de algún modo ambos principios sostienen la teoría de que cuando una persona o grupo de personas creen en algo, ac-túan inconscientemente de forma tal que permiten, facilitan o coadyuvan a que aquello que piensan se transforme en realidad.

Así como en Harvard se realizaron estudios sobre cómo los pre-condiciona-mientos influyen en la conducta de alumnos y profesores, en las empresas también se han llevado a cabo experiencias diciéndoles a los gerentes que trabajarían con dos grupos de empleados elegidos al azar. En este caso lo que se les dijo a los gerentes fue que algunos empleados eran excelentes y otros mediocres.

Como resultado, tanto la actitud de los gerentes como la motivación y des-motivación de cada grupo permitieron que la creencia inicial se cumpliera, no sólo debido a la actitud de los gerentes, sino también a la percepción y actuación de los empleados.

De esta experiencia se desprendieron las siguientes conclusiones:15

Quien no sea capaz de creer en sí mismo, jamás podrá alcanzar las metas que se haya propuesto.

El efecto Pigmalión negativo también se refleja en nuestra cultura y socie-dad, pues hay todo un contexto de pensamiento negativista que orienta a los ciudadanos hacia el pesimismo y la falta de confianza en el futuro.

Los medios de comunicación también colaboran con el efecto Pigmalión negativo. Constantemente se difunden y comentan más los fracasos que los éxitos; los progresos no se difunden con la velocidad y publicidad con la que se difunden los desastres y accidentes; se pone mayor énfasis en que un determinado porcentaje de ciudadanos está hundido en la pobreza re-pitiéndolo constantemente, pero no se menciona a la gente que le va bien y a los millones de ciudadanos que tienen trabajo y sostienen el mundo...

El crimen es noticia, mucho más que el nacimiento.

El robo es noticia, mucho más que los descubrimientos científicos.

Los noticieros muestran a los maestros de música que cometen abusos, nunca a los que enseñan a leer un pentagrama.

No imitemos esta selección escabrosa en nuestros hogares. Y si lo hemos estado haciendo, siempre podremos decidir dejar de hacerlo.

15 Cit. nota 10.

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Según los documentos citados, se ha comprobado que “por lo general en países denominados subdesarrollados, siempre se habla del 2% de infla-ción, pero no del 98% restante”, se habla de “políticos corruptos, pero no de los honestos”, se pone énfasis en los crímenes, en la pobreza, en el do-lor, pero no en la salud, el éxito, el amor y la alegría.

Asimismo, se publican más fotos de barrios sucios que de barrios limpios; más información sobre funcionarios públicos incapaces que de funcionarios honestos; más casos de taxistas maleantes que de honrados; y así sucesiva-mente.

Como conclusión: “Parecería que inconscientemente estuviesen más empe-ñados en crear un clima en el que resulte difícil creer que también somos buenos y capaces”.

Al respecto, basta con analizar algunos programas de radio y televisión, donde se muestran errores y desaciertos tratando de ridiculizar al prójimo; donde los noticieros mencionan solamente hechos desgraciados y con noti-cias negativas, al lado de los pocos programas creativos de tenor positivo.

Parecería que si no se discute, si no hay conflicto o violencia, no es noticia.

El arte y el chisme se han mezclado tanto que ya no es importante el hecho artístico en sí, sino el escándalo que rodea la vida del artista.

Evidentemente, aquí también se ve el efecto Pigmalión, en los medios ma-sivos de comunicación, incluyendo los mencionados y la prensa escrita.

Para algunos especialistas, el procedimiento es el siguiente: del contexto de una realidad compleja y cotidiana conformada por millones de hechos y circunstancias, se efectúa una selección, un recorte de hechos particulares cuya presentación al público modifica la percepción, en tanto se toman por representativos absolutos de una realidad social.

En algunos países como la Argentina surge la paradoja que implica ponerse en acción iniciando un paro. Vuelvo a este ejemplo porque es por demás elocuente de nuestra estructura mental. Algunos autores consideran que nos demoramos más tiempo en hablar “de las desgracias ocurridas, que de las gracias recibidas, situándonos en lo mal que nos fue y en lo peor que nos irá”.

Aquí también ocurre un fenómeno curioso, relativo a determinadas con-ductas de un alto porcentaje de argentinos, las que podrían denominar-se “contagiosas”, dado que ante un suceso desgraciado, por ejemplo una muerte accidental o un siniestro, los involucrados, sean padres, amigos o hermanos, reaccionan con violencia emocional, y al primer lugar que recu-

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rren es a la prensa, evidenciando una imperiosa necesidad de que el resto de la población participe de su dolor.

En las décadas pasadas el duelo ante la pérdida de un ser querido, por la causa que fuera, era vivido de un modo silencioso y reflexivo. Era un tiem-po de silencio que permitía a las personas asimilar esa ausencia en lugar de negarla y actuar como si nada hubiera pasado. De manera gradual volvían al curso natural de sus vidas. Y conste que no estoy haciendo ningún elogio a la represión ni mucho menos. Todo lo contrario. La prensa muchas veces hace un espectáculo del dolor, usando la sensibilidad de las personas que sufren para elevar su raiting.

A diferencia del pasado, hoy resulta curioso el pudor, el respeto, el silencio, la intimidad, la privacidad de la muerte y de la vida (por no hablar de la sexualidad), y no sólo esto, sino que se invierte el orden de los pasos a dar ante un delito. Pongamos que se comete un crimen. Primero los deudos recurren a la prensa, que publicita el hecho de manera mediática; recorren cuanto canal de TV o medio de prensa sea viable, hablando de lo sucedido y reclamando Justicia. Luego recurren a la Justicia, y dichos juicios pasan a ser “de todos”. Cada hecho individual se convierte en noticia y se hace participar a todos de dicha problemática. Resulta asombroso ver escenas de festejo ante un fallo determinado cuando se hizo justicia. Qué lejos queda el recuerdo de esa vida desperdiciada.

La Justicia debe cumplir su rol, pero las personas que se enfrentan a una pérdida afectiva deberían ser prudentes con sus reacciones, cuidarse de que inconscientemente se pueda utilizar su dolor, accidental y humano, como oportunidad para canalizar deseos de protagonismo encubierto.

¿Cuál será la consecuencia futura para estas personas cuando logren aquie-tarse y se haya hecho justicia?...

¿Cuáles serán las consecuencias de duelos a destiempo y de ausencias sin prensa?...

Como dijo Santa Teresa:

Tan hábil nuestra mente para maquinar maldades y tan torpe para en-contrar soluciones...

Una actitud mental negativa nos hace mal como individuos y en forma pro-yectiva como país.

Se ha comprobado científicamente que las actitudes positivas generan se-creciones hormonales de beneficiosos efectos fisiológicos y psicológicos, ya que así como en los momentos de miedo y tensión (negativos) se libera

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adrenalina, en los momentos positivos se liberan endorfinas que imprimen un carácter optimista y positivo.

El efecto Pigmalión se refiere a que aun las metas inalcanzables pueden llegar a ser una feliz realidad si así nos lo proponemos en nuestra mente con mucha fe y confianza, encontrando nueva similitud con la profecía au-tocumplida.

Resulta más difícil modificar estas creencias desfavorables, ya que los esque-mas mentales negativos se encuentran en nuestro inconsciente individual y colectivo, y nos impulsan a actuar irreflexivamente, incluso en perjuicio nuestro y de los que nos rodean.

Nos han educado para mirar hacia fuera, por eso somos muy críticos, pero sólo de los demás. Si nos detenemos a analizar, la mayor parte de nuestro tiempo y energía los desperdiciamos quejándonos y criticando de manera improductiva.

El efecto Pigmalión, también denominado “ley del espejo”, expresa:

Los seres humanos se comportan de la forma en la cual tú esperas que ellos se comporten, ya que todo ser humano responde a las expectativas que tú tengas de él.16

Por cierto, el desempeño de las personas no depende exclusivamente de las expectativas que otros tengan de ella, sino que en la mayoría de los casos las expectativas que una persona tiene sobre sí misma determinan los lo-gros que ésta alcanza y como somos lo que pensamos, “profética-mente”, autocumplirá su deseo o su temor.

Si una persona tiene altas expectativas sobre sí misma, su esfuerzo será alto y obtendrá grandes logros. Por el contrario, si tiene expectativas bajas sobre sí misma y se esfuerza poco, sus logros serán bajos.

Algunos sociólogos y psicólogos sociales que han evaluado esta temática consideran que potenciando la energía del pensamiento positivo, el clima social del país mejora notablemente, dejando de lado el negativismo que genera un alto estrés y tensión en el ambiente donde se encuentran los ciudadanos.

Si se lograra adoptar esta nueva postura se verían los frutos, ya que el cam-bio predispondría a la gente para interactuar de manera cálida y relajada, lo cual traería aparejado un beneficio económico y social.

16 Cit. nota 10.

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Retomando la cuestión de los medios, podría decirse que la realidad apare-ce muchas veces manejada por quienes difunden las noticias y por quienes llevan a cabo las encuestas políticas y sociales, sin tener en cuenta que sólo reflejan parcialmente la realidad, es decir, un segmento de la totalidad. De allí que sea una realidad engañosa, gobernada por quienes están inte-resados en influir en la sociedad para impulsarla a adoptar determinadas conductas acordes con sus intereses.

Esto va modificando la realidad y generando una nueva, donde todos ter-minan quejosos e insatisfechos sin siquiera conocer el verdadero origen de su preocupación.

En épocas de elecciones se acentúa esta manipulación presentando resul-tados de encuestas que han sido falseados con el propósito de entrar en el inconsciente de aquellas personas que están dudosas e indecisas, inducién-dolas de este modo a encuadrarse con una supuesta mayoría. La excusa es que si la mayoría lo hace, por algo será; dicho de otro modo: “la mayoría raramente se equivoca”.

Todas las palabras inciden en nuestra psiquis.

No solamente recibimos enseñanza y educación de nuestros padres y de la escuela, también influye cualquier libro que leamos, la TV, la radio, Internet.

Todos aquellos medios que transmitan pensamientos y conocimientos irán configurando nuestro psiquismo.

Tanto soñar despierto como fantasear o imaginar, se trate de hechos afor-tunados o desgraciados, son elaboraciones del pensamiento que liberan una carga energética, la que tarde o temprano nos llevará a lo que anhe-lamos o a lo que tememos. Por eso cuando nos ocurre algo decimos: “Yo sabía que iba a pasar”; “Esto me lo imaginé, tenía tanto miedo de que me pasara”...

La creencia: “Yo lo dije y se cumplió” o “Yo no lo dije, pero lo pensé y se cumplió”, funciona de igual modo.

La prudencia en el pensar y el sentir me recuerda el postulado de una de las Leyes de Murphy:

Ten cuidado con lo que deseas o buscas, no vaya a ser que lo encuen-tres.

En efecto, ése es el poder de la palabra y ése es el poder del pensamiento.

Cada vez que pronunciamos ciertas palabras funcionan como un decreto, positivo o negativo, que llegará a cumplirse.

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Porque el sentimiento que acompaña a un pensamiento es lo que se graba en el inconsciente, como una “orden” que tarde o temprano se cumplirá.

Esto se asocia con lo dicho por Job:

Lo que tanto temía me aconteció.

La fe es la certeza de que me irá bien.

El temor es la certeza de que me irá mal.

Ambas son certezas.

Nadie tiene fe en que le irá mal, como tampoco nadie teme que le vaya bien.

¿Es esto cierto?

Sí, salvo en un caso:

Podemos llegar a temer que nos vaya bien si inconscientemente recibimos el mandato de que nos fuera mal.

Podemos llegar a temer que nos vaya bien si nuestros padres nos repitieron una y mil veces “serás un fracasado”.

Porque en nuestra imaginación podríamos desilusionarlos. Lo que comien-za siendo efecto Pigmalión, termina siendo profecía autocumplida.

Sólo hay un modo de salir de esta paradoja o laberinto: volviéndolo cons-ciente.

Lamentablemente, el efecto Pigmalión también se transmite a través de pautas culturales y religiosas, ya que se nos educa más sobre el temor que sobre el amor. Y como esa sensación se graba, cuando estamos en una si-tuación temerosa se nos acelera el corazón.

Desde la infancia venimos educados y arrastrando una culpa que contami-na nuestro pensamiento y nos induce al temor.

Fui educada en colegio religioso y aprendí de memoria todas las oraciones “sin analizarlas”. Con el tiempo pude comprender que Jesús enseñó sola-mente una oración, El Padre Nuestro, y que el resto de rezos u oraciones fueron creadas por los hombres de religión a lo largo de la historia.

El Padre Nuestro contiene expresiones como ésta:

Danos el pan de cada día...

Significa que debemos ocuparnos de las necesidades de ese día y no pre-ocuparnos de lo que comeremos mañana, ya que cada día tiene su carga y la solución adecuada.

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Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a...

Iguala las responsabilidades respecto de los errores cometidos por unos y otros y la conveniencia de perdonar y ser perdonados, ya que todos somos imperfectos y cometemos errores.

En oposición, existen muchas oraciones creadas a lo largo de la historia que infunden temor y culpa, y que en mi infancia yo repetía sin analizar, como la siguiente:

Pésame Dios mío (...) por el infierno que merecí y por el cielo que perdí (...) Por mi culpa, por mi culpa, por mi gravísima culpa (...) antes querría haber muerto que haberos ofendido (...) no pecar más.

Tanto tiempo sintiéndome culpable y con temor de ir al infierno sin saber por qué...

Todas las oraciones, rezos o plegarias suelen repetirse sin mayor conciencia, como en un estado de letanía, sin tomar en cuenta que algunos conceptos son culposos, temerosos y agresivos, y que por repetición se grabarán en nuestro inconsciente y terminaremos teniendo miedo de que nos pase algo malo sin poder justificar razonablemente esta sensación.

Una vez que esto se grabó en el inconsciente, nos llevará a actuar de modo compulsivo conforme a estos mandatos, bloqueando nuestro accionar por miedo a esto o aquello... Y nos terminaremos convirtiendo en agoreros de lo negativo.

¿Sabes por qué es importante ser consciente de cada pensamiento, rezo u oración que realices?

Por algo muy simple: rezar, según la Real Academia Española, es: “pedir algo a un Ser Superior, orar, o recitar expresiones rituales”.

Puedes rezar u orar en voz alta o en silencio.

¿Con qué parte de tu persona rezas en silencio?...

Con tu mente, con tu pensamiento.

Por lo tanto, rezar es pensar, es orientar un pensamiento en una dirección determinada.

Siempre estamos pensando, pero no siempre somos conscientes de lo que es-tamos pensando; por eso a veces deseamos situaciones o cosas que termina-mos atrayendo para nuestra vida y luego no sabemos qué hacer con ellas.

La mayoría de las oraciones fueron realizadas cuando el hombre vivía bajo los conceptos del Antiguo Testamento, donde la visión de Dios, Yahvé o

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Jehová era apocalíptica. El hombre no tenía opción, no podía elegir, estaba destinado a sufrir y a ser castigado por su pecado.

La historia de la humanidad queda dividida en dos, antes de Cristo (a.C.) y después de Cristo (d.C.), por eso estamos en el año 2006 después de Cristo, y este Maestro, que fue Jesús (el Cristo), impartió enseñanzas tales como:

Somos renovados por la renovación de nuestras mentes.

Dejen el hombre viejo, revístanse del hombre nuevo.

No sean como niños que toman leche, ingieran alimentos sólidos y mas-tiquen. (Analicen...)

Ustedes no luchan contra gente de carne y hueso, luchan contra fuerzas (energías) que no se ven y que están en la mente de cada hombre.

Todas sus enseñanzas estaban orientadas a un cambio de actitud mental, a una invitación a la maduración y a tomar conciencia. Y todas nos dicen que en la medida que cambiemos y que nuestros pensamientos se renueven, cambiará nuestra vida.

Al respecto, me gusta esta expresión de Jesús, que dividió la historia de la humanidad en dos, alejando la imagen del Yahvé castigador:

Estén alegres las veinticuatro horas y no se preocupen por nada. ¿Quién, por más que se preocupe, puede prolongar un instante su vida o agregar un centímetro más a su estatura?...

La vida es energía (vigor, poder, fuerza, vitalidad). En todo momento con-sumimos energía, a través de los alimentos, y a través de los movimientos gastamos energía.

Cuando pensamos, liberamos energía. Nuestro cerebro es como una usina, generadora de energía, por eso los pensamientos contienen esa vibración que puede ser como la corriente eléctrica: positiva o negativa.

El electroencefalograma mide la actividad eléctrica en el cerebro, lo que se denomina “ondas cerebrales”. Tal vez por eso las personas inconsciente-mente dicen: “tiene buena onda”, “me tiró mala onda”.

Las personas que creemos en Dios deseamos algo a través de la oración, es decir, elevamos nuestro pensamiento (energía) a Dios (Energía Universal) y pedimos lo que deseamos. Algunos decimos: “Que se haga tu voluntad y que lo logre si es para mi bien”; otros simplemente lo piden; otros se eno-jan si no lo logran.

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Pero también están aquellos que no creen en Dios, y por lo tanto no le piden nada, pero que desean con firmeza y claridad lo que quieren, y es lo que obtienen. La energía mental es directa, y pueden obtener lo que se proponen, sea mediante el control mental o a través de alguna técnica similar.

En todos los casos funciona igual: es tu pensamiento el que termina deter-minando tu acción. Las religiones (del latín religare) son caminos diferentes para ligarse y llegar a Dios, del modo que se lo conciba.

Personalmente elijo creer en Dios, fuente de Energía Universal, ya que me permite distenderme y vivir en paz, sin entrar en la vorágine cultural de lo que debería ser, aceptando lo que es sin tantos cuestionamientos, sin sen-tirme culpable si mis logros no son acordes a lo esperado.

Recordarás el dicho popular: “Creer o reventar”. Me resulta más placentero creer.

Algunos pensadores orientales sostienen que los occidentales sufrimos mu-cho porque somos “buscadores”, y eso nos vuelve insatisfechos y ansiosos. Sugieren que viviremos en armonía cuando nos convirtamos en “encontra-dores”.

Encontrar implica serenarse, disfrutar, ocuparse del presente y olvidarse de lo que no existe: pasado y futuro.

Por lo general, las personas están constantemente pensando que les va a pasar algo malo y así les sucede.

Si la creencia se afirma en conceptos de temor, apocalípticos, al final suce-de lo que más se teme, no lo que más se quiere. De allí la importancia de expresar lo que deseas o quieres, reafirmarlo, enunciarlo, dejando de lado lo que no quieres o no deseas; eso se decanta solo al lograr objetivos posi-tivos.

Para Conny Méndez17, lo que tú piensas se manifiesta. Los pensamientos son cosas. Es tu actitud la que determina todo lo que te sucede. Tu propio concepto es lo que ves reflejado en tu vida. No solamente en tu cuerpo y en tu carácter, sino en lo exterior, en tus condiciones de vida, en lo material.

Por ejemplo, si tienes la costumbre de pensar que eres de constitución sa-ludable, hagas lo que hagas siempre serás saludable. Por el contrario, si en la infancia te grabaron como “creencia” que te enfermarás, que nadie te va a querer, que tendrás mala suerte; o si crees que tienes mala suerte, que

17Metafísica cuatro en uno, Venezuela, Bienes Lacónica, 1986.

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siempre te pasan cosas malas, esa orden se graba en tu inconsciente y tarde o temprano comienzas a verlo ocurrir en tu vida.

Tu vida, lo que te ocurre, obedece a tus creencias y a lo que expreses en palabras. Es una ley que se cumplirá siempre, ya que nacimos con Libre Al-bedrío, es decir, con libertad para elegir.

¿Elegir qué? Nuestros pensamientos, y por ende nuestras acciones.

“Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado.”

Dhammapada (c. Siglo V a.C.)

“Cuando una Idea se graba en el Inconsciente se convierte en un reflejo. Así como cuando el médico te da un golpe en la rodilla das un salto, porque te ha tocado una zona sensible, es decir, has reaccionado, del mismo modo cada vez que ocurre en tu vida algo referente a una de las ideas que están grabadas en el Inconsciente, por efectos de la memoria asociativa, reaccio-na como un reflejo de acuerdo con el sentimiento original con que sentiste. Se grabó como creencia o convicción”.18

El inconsciente no tiene voluntad, ésa no es su función. Su única función es la de reaccionar poniendo a la orden el reflejo que se le ha dado. Tampoco tiene sentido del humor, por eso no sabe cuándo una orden ha sido dada en chiste y cuándo en serio, motivo por el cual existen tantos complejos o crisis de identidad. Porque en chiste a los propios hijos se les dice “cabeza de...”, “nariz de...”, “te pareces a...”; etc.

El inconsciente funciona como una imprenta, graba una impresión, y cuan-do algo nos impresionó eso se grabó en imagen + sensación (positiva o negativa). Luego se produce una acción efectiva, esto significa que se con-virtió en una especie de clisé, se grabó como si fuera una orden.

De acuerdo con la estructura psíquica del individuo, podrá cumplirse o no, ya que algunos son más vulnerables e influenciables que otros.

A mayor conciencia, mayor estado de alerta, menor riesgo de que cualquier orden se cumpla, menor probabilidad de ser programados desde afuera.

Esto guarda relación con el efecto de los noticieros sobre el Inconsciente Colectivo. No bien ocurrió un hecho desgraciado que se publicita repeti-da-mente, comienza una seguidilla de sucesos similares y funciona como

18 Conny Méndez, op. cit. nota 17.

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la moda; se identifica el pensamiento con la sensación de temor, se instala una creencia –”me pasará lo mismo”– y luego se repite la historia.

Cuando expresamos: “Yo dejé que pasara” (tal o cual hecho o dicho) li-teralmente, lo estamos autorizando a entrar, lo estamos permitiendo. A partir de allí puede convertirse en una orden en el inconsciente, que si lo cree cumplirá, como lo es el nombre grabado al que se obedece en forma refleja.

No dejes pasar las cosas y los dichos; detenlas antes que entren, analízalas; y si esa pelota no es tuya, devuélvesela a su dueño.

Toda palabra por repetición se graba, y conforme sea la estructura psíquica del receptor, sumada a la sensación o emotividad que tenga la misma, será el efecto que produzca.

A través de los mensajes publicitarios, las letras de las canciones, los noticie-ros, los comentarios, el papel dramático de los actores, lo que decimos sin tener conciencia, cuando bromeamos o hacemos chistes, corremos riesgos de que nuestro inconsciente se lo crea y después podemos estar viviendo algo que no deseamos a conciencia.

En nuestra vida, algunos hechos que nos suceden ¿son Premonición o Pro-gramación?

Discierne estos dos conceptos del efecto Pigmalión antes expuesto.

Predicción significa “acción de predecir”. Y predecir es “anunciar por reve-lación o suposición algo que ha de suceder en el futuro”. Tal vez muchas co-sas terminan ocurriendo porque en la memoria asociativa del inconsciente cierta información, que no queda en la conciencia, se graba por repetición y programa la psiquis de una determinada manera, hasta que se convierte en una creencia. Luego vemos sus consecuencias.

Para entenderlo mejor, veamos algunos ejemplos concretos que por vía del sentido común no suelen encontrar respuesta:

A muchos cómicos y artistas que terminaron viviendo situaciones trágicas en su vida, como a deportistas mundialmente famosos, se les grabó a tra-vés de los medios y de lo que fue generando su entorno la creencia de “ser Dios” o “ser un ídolo”. ¿Cuál es el concepto que los humanos tenemos de Dios? Un ser inmortal, que todo lo puede, que todo lo sabe, que todo lo hace, que no tiene límites, que está solo y sin familia.

De tanto repetirle el concepto, su inconsciente lo cree, pierde de vista su propia temporalidad y, por lo tanto, sus límites. Luego, como funcionamos por asociación de ideas, el concepto que tiene grabado de “ser Dios” lo

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lleva a que pueda permitirse actuar como tal y, por ende, cae en excesos en todos los órdenes, ya que su inconsciente le miente asegurándole que nada le va a pasar porque “es Dios”.

Esta creencia produce un aislamiento; recordemos que Dios está solo, ni siquiera tiene esposa ni familia en el concepto religioso y cultural moderno, por lo tanto, también se aísla lo afectivo, es decir, no debe sentir para no tener que aceptar que es humano y poder seguir creyendo que es Dios.

Una vez que la idea o concepto se grabó, la creencia que comienza a tra-ducirse en excesos de comidas y bebidas (el cuerpo lo expresa deformando sus líneas naturales); en hábitos y costumbres excesivas, hasta que llega la droga o cualquier tipo de adicción.

El yo niega el displacer, necesita sostener esa creencia o sensación, para lo cual se accionan mecanismos de defensa inconscientes.

Así, por acción del principio de placer continúan en esa carrera desenfre-nada que les permite probar y hacer de todo, porque para eso se es Dios; creen que son inmortales como Dios y que nada los afectará. Cuando quie-ren reaccionar, ya no pueden, necesitan ayuda, porque su voluntad ha de-jado de funcionar.

En la mente se produjo una escisión, es decir, se volvió esquizo, que signi-fica “dividido”, resultándoles difícil aceptar y sostener el contacto con la realidad.

Cuando desde afuera se trata de hacerles ver la realidad, ya no pueden verla, porque han levantado una pared entre la realidad externa y su vida interna.

Son como robots que no sienten, se han alejado del orden humano y han ingresado al de los falsos ídolos, porque no son Dios, sino que creen serlo.

Ya no pueden aceptar que son seres humanos, y como reacción a esa pre-sión, se produce una resistencia y se accionan mecanismos de agresión, de paranoia, de negación de la realidad.

Es un camino de muy difícil retorno, porque nada se puede hacer desde afuera.

Aquí la medicación y la terapia cumplen un rol fundamental en reconstruir los mecanismos destruidos en el organismo y en la psiquis, tanto por efec-tos de la droga como de vivencias emocionales extremas. Este proceso du-rará hasta que en el sujeto en cuestión se borren esas creencias y acepte sus propios límites humanos, en especial tomando distancia del entorno que generó dicha creencia, y logre reinsertarse nuevamente en la sociedad.

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Con respecto a la Programación, a la profecía autocumplida, al efecto Pig-malión y al poder de las palabras, recuerdo a un cantante de la Argentina, de música popular, muy famoso, que dijo hace varios años atrás: “A fin de año no voy a cantar más... El día que me muera voy a estar en un sobretodo de madera y todos se van a estar peleando por mi plata”...

Esa profecía se cumplió. Tal vez era una estrategia publicitaria y pensaba seguir cantando, pero acaso el inconsciente tomó sus dichos como verdad, y la única forma de que se cumplieran era no estando: tal vez únicamente muerto no cantaría más. Lo de la pelea también se cumplió.

Con el paso del tiempo pusieron a otro cantante en su lugar. Para el incons-ciente tal vez también tenía que terminar igual, es decir en pleno éxito. La expresión de este otro cantante fue: “El día que me la crea, me pego un tiro en la cabeza”. ¿Habría llegado ese día?... ¿Se la creía?... Difícil determinarlo. Lo cierto es que murió de un tiro en la cabeza, y en pleno éxito, como su antecesor.

El efecto Pigmalión, la profecía autocumplida, también se observan en la conducta de más de un actor, en especial los que representan papeles dra-máticos. Parecería que al compenetrarse tanto con el personaje que repre-sentan, el inconsciente lo tomara como verdad y terminara confundiéndose la persona con el personaje. Basta con analizar las historias de Hollywood para comprobarlo.

Distintas corrientes filosóficas y psicológicas sostienen que no existen las casualidades, los accidentes ni los hechos fortuitos. Todo lo que nos sucede obedece a una pauta consciente o inconsciente, es decir, a una causalidad, por ello somos totalmente responsables de nuestra vida y por eso repeti-mos errores compulsivamente.

En el mes de agosto de 2004, en un diario local, leí un artículo de un pro-ductor de cine argentino que vivía en Madrid y que produjo una película muy exitosa, nominada para un premio. En ese momento expresó: “Me puedo morir tranquilo, ya planté el árbol, ya tengo una hija y ahora hice mi mejor película”... Murió a los 37 años en Madrid, sin poder determinarse con exactitud la causa de su muerte.

¿Profecía autocumplida? ¿Efecto Pigmalión?

Tal vez los hechos de violencia en los colegios, donde tanto los niños como los adolescentes, por su misma estructura yoica, carecen de una personali-dad definida y firme, se deban a que repiten letras de canciones o toman modelos de estrellas de modo inconsciente. Si la estructura psíquica es muy frágil, es posible que se identifiquen con letras de canciones o con persona-

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jes de películas, videos o televisión, imágenes destructivas que inducen al suicidio o a la negación de la realidad.

La modalidad que adquiere esta identificación es la imitación del modelo y la proyección de esa agresión hacia adentro (a sí mismos) o hacia fuera (a los demás).

Si se considera que virus significa “germen de varias enfermedades, prin-cipalmente contagiosas”, podría decirse que las palabras o creencias ne-gativas son virósicas, ya que contagian y transmiten miedos, hasta que los mismos se transforman en realidad.

¿Será por este mecanismo que cuando ocurre un hecho dramático al poco tiempo se “repiten o contagian” hechos semejantes? Recordarás que hay ciclos o épocas de secuestros, de accidentes aéreos, de muertes trágicas de niños o jóvenes, de violencia contra ancianos, de nuevas formas de robo...

La identificación proyectiva es un mecanismo de defensa de origen incons-ciente que consiste en la imitación y copia de un rol, adoptando actitudes, valores y conductas del otro como propias.

En tal sentido, sería prudente no identificarse con el problema, ya que cuando me pongo en el lugar del otro, como el inconsciente no discierne y lo toma como real, termina convenciéndose de que le pasará lo mismo que al otro, movilizando sensaciones de temor o angustia, hasta que dichas sensaciones se graban como creencia y los hechos terminan por proyectarse en la realidad.

“Lo que tanto temía... me aconteció”.

Job

Nunca te salgas de tu lugar. No es necesario ponerse en el lugar del otro e imaginar lo que siente para comprender una situación. Sólo reflexiona y analiza de manera objetiva la circunstancia y la forma en que puedes aportar una solución práctica. Si está dentro de tus posibilidades, y cuando llegues a una conclusión, si en lo externo no puedes hacer nada, no cargues ni te preocupes por el problema, ya que si te lo apropias habrás duplicado el conflicto. ¿Por qué? Porque antes era del otro y ahora será también tuyo sin aportar una solución. Algunas personas son tan culposas que creen que si no sufren por el sufrimiento del otro son malas.

El que se mete a Redentor, termina crucificado...

Dicho en términos más usuales: todo comedido termina mal...

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¿Cómo evitar vivir sin sentir culpas? Simplemente imaginando que si al mo-mento del suceso de que se trate yo o el otro a quien le doy carácter de im-prescindible estuviese muerto, o viviendo en otro país, seguramente quien está sufriendo esa situación, con el transcurso del tiempo encontrará alivio o solución. De lo contrario, sería del todo omnipotente creer que si noso-tros no estamos, todo estará mal y se derrumbará.

Analizar de manera objetiva la situación nos permite aceptar nuestros lími-tes y los ajenos, sin subestimar creyéndonos omnipotentemente responsa-bles del resto de la humanidad.

Yendo ahora al tema del tiempo, es importante tener en cuenta que una vez que se instaló la creencia, la acción se produce en cualquier momento. Por ello es conveniente pensar siempre en lo que queremos, no en lo que tememos.

Si logro aquello que quiero, lo que no quiero queda descartado.

Imagínate en un restaurante señalándole al mozo todo lo que no te gus-ta, el tiempo, esfuerzo e insatisfacción que tendrías. ¿Qué haces en este caso? Simplemente expresas lo que quieres y esperas pacientemente que a su debido tiempo te lo traigan. La misma forma de obrar debes adoptar para tu vida. Piensa qué quieres, habla de lo que quieres, escúchate. Si supiste transmitir lo que realmente deseas, a su debido tiempo la vida te lo traerá.

Las palabras que decimos actúan sobre nosotros, que nos escuchamos, y sobre los otros, que nos escuchan. Son reveladoras de nuestra estructura mental y producen un efecto en la mente a la que van destinadas. Por eso, cuando “cargamos” a alguien por su forma de ser o de actuar, para noso-tros puede ser un chiste o resultar gracioso, pero para el otro puede ser una verdad dolorosa, que lo va aislando y separando del resto. Comienza a sen-tirse solo, su mente se escinde, se vuelve esquizo, y para defenderse, ataca. Como se siente perseguido y acosado, devuelve esa agresión eliminando lo que le causa dolor.

El chiste no causa el mismo efecto en todas las personas, por eso algunas reaccionan de manera desmedida ante esa agresión solapada. Y como no conocen otra forma de defenderse, su psiquis cree que eliminando a quien lo carga, a quien le deposita tanto peso, terminará su sufrimiento.

Actuar con violencia es ignorar que no sólo el dolor no se eliminará de esa forma, sino que se lo aumentará, si es que no ha llegado por su estructura psíquica a un alejamiento total de la realidad.

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Las personas que padecen esta clase de aflicción suelen eliminar simbólica-mente a quien le causa dolor con un tiro en la cabeza, el lugar de donde provino la agresión, es decir, el pensamiento.

Cualquier dicho o hecho nos puede impresionar, por ejemplo una película de terror. La imagen impresionante ingresa a través de los sentidos, y como en una imprenta, se imprime, se graba. Conforme sea la estructura psíquica del sujeto, se puede transformar en una creencia, produciendo efectos de miedo, de pensamientos oscuros, preocupación, y se puede repetir la histo-ria. También pueden producir risa e indiferencia.

Si tienes pensamientos negativos, juzgas constantemente a los otros, ves solamente defectos, criticas, te burlas de alguien; esa clase de pensamiento, de energía, queda dentro de ti, y tarde o temprano sentirás los efectos.

Cuanto más negativa o defectuosa sea nuestra percepción del otro, como es un reflejo, más debemos prestar atención a la percepción de nosotros mismos, ya que es muy posible que estemos proyectando defensivamente en el otro nuestra propia problemática e inseguridad.

Cuando con el dedo índice señalo a otro un defecto, o algo que me molesta o irrita, los otros tres dedos escondidos me están señalando a mí, ¿verdad?

Ese señalamiento me indica que estoy depositando en el otro lo que en realidad me molesta de mí mismo y debo cambiar.

Si veo a un ciego y me jacto de ver, le pongo el pie o me burlo de él, ¿cuál de los dos es más ciego? ¿Yo, que no quiero ver la dificultad, o el otro que realmente no ve?...

Herir, reprochar, quejarse continuamente, burlarse del prójimo, son me-canismos de negación de origen inconsciente, que me muestran como en espejo mis propias debilidades que niego. Entonces disfrazo en chiste la si-tuación, porque tal vez por estos mecanismos me resulta difícil aceptar que ése ser próximo me devuelve mi propia imagen negada.

Esto también ocurre cuando repito siempre lo mismo a una persona pre-tendiendo que entienda, cuando en realidad soy yo el que no logra enten-der que el otro no entiende. El famoso “ya se lo dije”, como si haberlo dicho implicara que el otro lo entendió.

A las noticias, las letras de las canciones, los parlamentos de personajes del cine, los papeles actorales, los decretos, las cosas dichas a otras personas, las amenazas, los insultos, a nada de eso se lleva el viento. Las palabras en-tran, se graban y producen efectos.

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Las palabras de los padres, de los adultos, de los medios de comunicación, de los docentes, de todos los que tenemos la responsabilidad de educar, depende la psiquis no solamente de niños y adolescentes, sino también de los adultos, ya que ser cronológicamente grande no significa tener una psiquis madura y preparada para recibir agresiones o cualquier tipo de in-formación.

Un conocimiento determinado en una mente sana se convierte en una he-rramienta de crecimiento y salud, pero en una mente distorsionada es una herramienta de perversión y destrucción.

Jesús también tuvo palabras para esto cuando dijo que seamos como el caballo que tiene las riendas en la boca para guiarle el cuerpo y el freno debajo de la lengua para frenarle el cuerpo.

Cuando el Hombre domine su lengua, habrá dominado su vida.

No lo olvides:

El efecto Pigmalión o profecía autocumplida es el proceso mediante el cual las creencias y expectativas de una persona afectan de tal manera su con-ducta, que ésta provoca en los demás una respuesta que confirma tales expectativas.19

“La palabra tiene mucho de aritmética: divide cuando se utiliza como navaja para lesionar; resta cuando se usa con ligereza para censurar; suma cuando se emplea para dialogar, y multiplica cuando se da con

generosidad para servir.”

Carlos Siller

19 Cit. nota 11.

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5. CUANDO LAS PALABRAS MATAN

Del apego surge el pesar (...)Para quien está libre de apegos, no hay pesar.

Buda

La Real Academia Española define la palabra usar como “utilizar una cosa”, “disfrutar una cosa”, “emplear una cosa” o “acostumbrar”. Y abusar (ab-usar) como “usar mal, en forma excesiva, injusta, indebida e impropia una cosa”.

Cuando las palabras se usan de manera impropia, excesiva, injusta, indebida, riéndose del otro, ya sea de un defecto físico, una cualidad o rasgo de perso-nalidad, o cuando se intenta rebajarlo, estamos ante lo que muchos autores como Marie France Hirigoyen20, Patricia Evans21, Kerby Anderson22 e Isabelle Nazare-Aga23 denominan: abuso verbal, acoso moral y/o manipulación.

Según Hirigoyen, en todos los órdenes de nuestra vida podemos toparnos con personas que abusan verbalmente, que acosan nuestra psiquis y mo-ral y que manipulan con intención de doblegar nuestra voluntad, manejar nuestra vida y someternos a su antojo. Cualquiera de estos aspectos puede ocasionar la destrucción psíquica de un individuo, y esto puede ocurrir en la pareja, de padres a hijos y viceversa; también entre amigos, en la empresa y a través de los medios de comunicación.

Para Evans, el abuso verbal raramente deja cicatrices visibles, a menos que haya sido acompañado de abuso físico. Es menos visible simplemente por-que por lo general ocurre en privado. La víctima del abuso verbal vive en un mundo cada vez más confuso y suele ser blanco de arranques de ira,

20 Psiquiatra francesa especialista en terapia familiar, acoso moral, perversión, victimo-logía y criminología. Véase su obra Acoso moral, Paidós, Buenos Aires- 2003.

21 Terapeuta especialista en abuso verbal en adultos. Véase: La relación verbal abusiva, Buenos Aires, Vergara, 2001.

22 Especialista en abuso verbal y acoso, Michigan. Véase: El abuso verbal, Paperback, 1999.

23 Especialista en hipnosis y técnicas de manipulación. Véase: Los Manipuladores, Bue-nos Aires, Vergara, 2002.

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sarcasmo o fría indiferencia, hasta que pierde su equilibrio y seguridad y comienza a dudar de sí misma. El abuso verbal es dañino y suele atacar la naturaleza y las capacidades de las relaciones, afirma Evans. Puede ser abierto o encubierto, pero en ambos casos el objetivo es controlar al otro sin que pueda darse cuenta.

Las siguientes son las principales características del abuso verbal. Es bueno tenerlas en cuenta para detectar si inconscientemente padecemos este tra-to o para estar alertas y cuidarnos de no llegar a padecerlo.

Es manipulador, controlador e insidioso; y tiene como fin minar la au-toestima sin que la víctima se percate de ello.

Es imprevisible; ésta es una de las características más significativas. Si ocurre en el ámbito de la pareja, la víctima queda atontada, atónita y desestabilizada. Ocurre cuando menos se lo espera.

No es un tema secundario, es el tema principal en la relación de pare-ja, en los medios, en el trabajo, en la política y en la familia, ya que en una relación verbalmente abusiva no hay ningún conflicto específico, por eso el tema no se resuelve ni tiene cierre.

Cuando se establece, el vínculo es difícil de cortar porque desconcierta y genera muchas dudas.

Expresa un doble mensaje y suele escalar, aumentando en intensi-dad, frecuencia y variedad. Esto puede suceder mediante chistes o de maneras más agresivas.

Al escalar, el abuso verbal puede llegar al abuso físico, comenzando con empellones o empujones accidentales y choques.

La intención del abusador verbal, tal como lo expresa Evans24, es “rebatir constantemente a su pareja o al otro a quien desea manipular, corrigien-do todo lo que dice y hace, haciéndolo dudar de su propio punto de vista. Al hacerlo, el otro comienza a sentir inseguridad, lo cual implica que será Retenido y no podrá marcharse nunca de su lado. La Víctima comienza a bajar su autoestima, distorsionando la realidad; al dudar de su pensa-miento, va perdiendo fuerzas, ya que el abusador se niega a todo tipo de comunicación”. Él es “quien dictamina lo que puede ser discutido o bien oculta información, bloqueando y desviando la conversación hacia otro te-ma, dejando a su adversario con un nudo en la garganta y una sensación de impotencia”.

24 Cit. nota 21.

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Una de las técnicas habituales del abusador es acusar y culpar a su pareja del no-funcionamiento o fracaso de la relación, dando vuelta la situación. Para ello se vale de juicios y críticas sutiles –”es por tu bien”–, pero en realidad le va señalando su falta de aceptación. Esto socava moralmente, erosionando la confianza y la determinación, cerrando siempre como si su pensamiento fuera el único verdadero y el tema del otro insignificante.

Otra conducta propia del abusador verbal es amenazar sutilmente a su pa-reja con frases de este calibre:

–Mira que si nos dejamos no me verás más, no te daré más dinero.

–Te quitaré los niños, ya me vas a conocer.

–Te vas a quedar sola (o solo).

Etcétera.

También puede llegar a amenazar con su muerte o la de ambos.

El abusador verbal suele olvidar los incidentes que él mismo generó, mini-mizando la situación y exagerando cuando su víctima hace o dice algo. De esta manera niega la igualdad y autonomía de su pareja, considerando al otro como un subordinado.

Después de la agresión, es muy común que asuma el papel de víctima, ge-nerando mayor confusión y haciendo sentir culpable al otro.

Nunca se expresa con claridad, y sus expresiones por lo general son: “Podría ser... ya vamos a ver...”; “Déjame pensarlo... quizá...”; “Tal vez... estoy con-fundido/a ahora”..., con lo que consigue postergar soluciones y extender el conflicto en el que se siente dominante.

El abusador da la estocada final a medida que va desmantelando a la víc-tima, cuando logra encasillarla y acorralarla en un único rol: “Eres la/el cul-pable de todo”; “Estás loca/o”; “Nadie te quiere, te vas a quedar sola/o”; “No entiendes nada”...

Por su parte, en Los manipuladores, Isabelle Nazare-Aga expresa: “¿Puede curarse la personalidad manipuladora?... Es posible si el manipulador acude a la consulta voluntariamente y lo pide, pero lo cierto es que eso sucede en contadísimos casos. En este tipo de relaciones, la víctima también va adop-tando o copiando las maniobras del manipulador, y este tipo de vínculos se termina cuando se toma conciencia de que el otro no cambiará, y que debemos abandonar la situación”25.

25 Cit. nota 23.

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Estos autores coinciden, en que el manipulador culpabiliza a los demás, la culpa siempre es del otro; jamás se analiza o cuestiona a sí mismo y traslada la responsabilidad. Nunca expresa con claridad sus pensamientos, necesi-dades u opiniones; y sus respuestas, lejos de ser asertivas, son evasivas y confusas. Cuando parece que está todo claro, cambian de opinión y de com-portamiento conforme a sus beneficios, invocando razones aparentemente lógicas para enmascarar sus intenciones. En muchos casos los manipuladores disfrazan de ética y moralidad las circunstancias, aparentando una falsa per-fección, poniendo en duda las cualidades, la capacidad y la personalidad de los demás. Critican sin parecer que lo hacen; desvalorizan y juzgan.

En cuanto a la modalidad en que generan los conflictos, lo habitual es que lo hagan de forma indirecta, dejando mensajes, sembrando cizaña y gene-rando dudas... “Divide y reinarás”, podría ser su lema implícito.

El manipulador aparenta ocuparse de todo, pero en realidad maneja la si-tuación a su antojo, porque sólo le importa satisfacer sus deseos, y todos terminan complaciéndolo. Para conseguirlo, evita conversaciones directas o comprometidas, también las reuniones o situaciones que lo requieran. Y cuando se sienta a hablar cara a cara, a menudo da vuelta la situación e in-tenta mostrar su superioridad con sutiles mentiras. Si te llama sugiriendo “te-nemos que hablar”, cuando estés frente a él verás, que da vuelta la situación y dirá “te escucho” y terminarás como siempre hablando tú sola. Para salir del juego, evita el “plural” y di simplemente: tú quieres hablar, te escucho...

Otro rasgo típico es adoptar una postura de celos con familiares, amigos o conocidos, y de esa forma disfraza su propia mentira. “El ladrón cree que todos son de su condición”.

Su discurso parece lógico y coherente, cuando en realidad sus actitudes, actos y forma de vivir responden al esquema opuesto. Se hace patente en este caso la importancia de la escucha, en la que tanto se insistió desde el comienzo, para conocer al otro y para conocernos a nosotros mismos. Por-que la víctima de un manipulador tendría más recursos para defenderse si conociera los procedimientos verbales del otro. Por ejemplo: utiliza halagos para gustarnos, nos hace regalos o tiene muchas atenciones; hasta que con-fiamos, produciendo un malestar o sensación de falsa libertad. Y como va minando la propia voluntad, terminamos haciendo cosas que jamás creía-mos que podríamos hacer.

Por lo visto hasta aquí, no debe extrañar que el manipulador sea constan-temente objeto de conversación entre personas que lo conocen, aunque no se encuentre presente. Resulta difícil sacarlo del pensamiento; fue socavan-do tanto la autoestima, que al yo le resulta difícil reconocerse a sí mismo sin

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su presencia. Por supuesto, la persona que permanece al lado de un sujeto como el que se describe aquí difícilmente lo haga sin reunir ciertas condi-ciones (condicionamientos psicológicos) que la lleven a padecer esta clase de relación. Por eso lo mejor que puede hacer quien se vea ocupando el rol de víctima de un manipulador es trabajar con su propia historia, analizarse, y no poner todo el problema en el otro, ya que se manipula a “quien se puede no a quien se quiere”. En este plano, podría preguntarse qué expe-riencias lo llevaron hasta ese extremo.

Cada caso es único y se presenta con toda su peculiaridad, no obstante la existencia de características comunes que estamos enumerando.

Es interesante notar, asimismo, que la conducta del manipulador pasa ca-da tanto por ciertos puntos de inflexión. Al respecto, Isabelle Nazare Aga considera que el manipulador se pone en guardia como consecuencia de una depresión o una enfermedad orgánica cuando se encuentra ante una soledad demasiado agobiante o una ruptura amorosa mal digerida.

No esperemos que el manipulador cambie por iniciativa propia; lo más pro-bable es que no escuche o parezca escuchar y luego nada cambie. Nuestra salvación reside en tomar conciencia de ello, y en la firme decisión de no dejarnos destruir jamás por nadie.

El acoso moral, el abuso verbal y la manipulación tienen el efecto de una golpiza que no deja evidencias, a diferencia de las magulladuras que sí de-jan las golpizas físicas. ¿El arma? Las palabras.

En esta dirección, habría que preguntarse por qué tantas mujeres están dispuestas a abandonar a un hombre que las golpea y tan pocas dejan a uno que les golpea el alma, la psiquis, los sentimientos. Y por qué no, pre-guntarse también por qué tantos hombres están dispuestos a abandonar a una mujer que les fue infiel y tan pocos a una que verbalmente los coloca una y otra vez, con quejas y reclamos, en el lugar de impotentes.

La cordialidad, el respeto, la palabra bien empleada y la escucha, de uno mismo y del otro, son las mejores herramientas para que la vida en pare-ja transcurra sin víctimas ni victimarios. El buen camino comienza cuando aceptamos que el otro está a nuestro lado, no contra nosotros. Y es adulto, libre, único y soberano. Cuando aceptamos la diferencia entre ser varón y ser mujer, entre la palabra afectiva de la mujer y la palabra efectiva del hombre26; cuando dejamos de colocarnos en el lugar de hijos de nuestra pa-

26 Sobre estos dos conceptos, véase: Sinay, Sergio, Misterios masculinos, Buenos Aires, Del Nuevo Extremo, 2000.

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reja. En fin, cuando crecemos y permitimos, la mujer, al otro ser el hombre; y el hombre, a su compañera ser mujer.

Continuando con la personalidad manipuladora, ¿cuándo se produce el daño psicológico? Cuando no somos conscientes de las técnicas de deses-tabilización, como son las alusiones mal intencionadas, la mentira, la humi-llación, la ironía, el sarcasmo, la fría indiferencia, los arranques de ira.

No podemos vivir amorosa y sanamente siendo culpados de todo lo que le pasa al otro (tampoco culpando al otro de todo lo que nos pasa), ni siendo tildado (o tildando al otro) de enfermo, de loco...

Marie France Hirigoyen27 considera que existen personas que realizan pe-queños toques desestabilizadores difíciles de identificar; en general son in-dividuos que dan vuelta la situación, pues se sitúan como víctimas al tiempo que colocan a quien ataca como a su perseguidor.

Esto puede desestabilizar a alguien e incluso destruirlo, sin que su círculo de allegados pueda darse cuenta o intervenir. Es una de las formas frecuentes de manipulación por parte de esposos, novios o amigos cuando intentan alienar o alejar a su pareja de su familia de origen.

Este tipo de alineación, también la suelen hacer los padres con sus hijos ante una separación conflictiva, con el propósito de que ese hijo, rechace u odie al otro progenitor, descalificándolo de manera abierta o encubierta, sin tomar conciencia que el daño irreparable, será para ese hijo a quien se niega el derecho al amor de ambos padres.

Tanto el hombre como la mujer, si poseen una estructura obsesiva-posesiva o de tipo paranoide (constante amenaza de persecución o pérdida), suelen enfrentar a su cónyuge con la intención de que se quede solo, sin contacto con su familia de origen, bajo la creencia de que les pertenecerá a ellos úni-camente. De esta forma, creyendo asegurarse la pertenencia exclusiva del otro, creen que nunca serán abandonados.

Por lo general esto ocurre cuando uno de los miembros de la pareja no ac-túa precisamente como par, es decir, cuando trata al otro como si fuera su hijo o hija, compitiendo con la suegra o el suegro por ese rol. Es decir, se ha situado como madre o padre de su pareja y no como esposa o esposo.

Las pautas sin resolver en su propia historia y que se encuentran reprimidas en el inconsciente son en gran medida la causa de esta conducta. ¿Quién no vio alguna vez en la mesa de un restaurante a una esposa siendo tra-

27 Op. cit. nota 20.

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tada como una niña de cinco años? ¿Y quién no se cruzó alguna vez en un supermercado con un señor mayor que cada vez que toma un producto de la góndola su señora lo reta como si fuera un chiquillo?

Si te ves identificado con alguna de estas conductas, seas el manipulador o el manipulado, es aconsejable que inicies una terapia para sanear y res-tablecer tu vínculo amoroso. No tienes por qué sentirte desanimado por ello; piensa que los conflictos son una oportunidad para desarrollarte, para librarte de libretos impuestos por los mandatos que has recibido y para re-lacionarte con quien amas de una forma nueva, con mucho menos temor y la perspectiva de una conexión amorosa más intensa y feliz.

Los conflictos de pareja en los que intervienen familiares de una u otra par-te no son pocos; no obstante, haré hincapié en este punto: quien renuncia por presión o por lo que fuera a su familia extensa, es decir a sus vínculos de origen, tarde o temprano se encierra y aísla en su mundo, evitando el contacto con la realidad, y por consiguiente, termina solo. Aunque tenga al otro a su lado, la relación original morirá irremediablemente, porque uno de ellos ha renunciado a su identidad.

Solemos ver parejas que están siempre por superar sus problemas; no to-man ninguna decisión, ni para mejorar el vínculo ni para plantearse otra calidad de vida, como si no pudieran renunciar a la situación.

Asimismo, por pautas no resueltas en el inconsciente, otras parejas se sepa-ran impulsivamente y con el transcurso del tiempo y la reflexión compren-den que tal vez esa decisión fue apresurada.

“Lo que el árbol tiene de florido, vive gracias a lo que guarda sepulta-do”...

Hirigoyen explica que el acoso moral es un proceso que consiste en engran-decerse a costa de rebajar al otro, evitando de este modo cualquier conflic-to interno propio, descargando en el otro la culpa y la responsabilidad de lo que no funciona.

Actuando de esta manera, a través de un proceso inconsciente de destruc-ción psicológica formado por acciones hostiles evidentes u ocultas con re-lación a su historia, el individuo cree cerciorarse de que si él no tiene culpa no tendrá sufrimiento.

Este tipo de acciones y maniobras es lo que la autora denomina perversión moral. Sostiene que si bien todo individuo neurótico puede, según la situa-ción, presentar eventualmente un comportamiento perverso, un individuo perverso, en cambio, es “permanentemente perverso”, pues se encuentra fijado a ese modo de relación con el otro y “no se pone a sí mismo en tela

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de juicio en ningún momento”. Aun cuando su propia perversidad pase desapercibida durante un tiempo, ésta se expresará en cada situación en la que tenga que comprometerse y reconocer su parte de responsabilidad, pues resulta imposible para él cuestionarse a sí mismo.

Tenemos que tomar conciencia de este fenómeno porque la manipulación perversa genera trastornos graves tanto en niños como en adultos. Debe-mos prestar atención a que la violencia subterránea ni siquiera permite a la víctima quejarse de su situación.

¿Cómo darnos cuenta entonces de su acaecimiento? Observando y obser-vándonos.

La persona manipulada manifiesta falta de confianza en sí misma, incapaci-dad para tomar decisiones, ansiedad por un estado depresivo permanente, inhibiciones y muy bajo nivel de autoestima.

Por su parte, los manipuladores perversos sólo pueden existir si desmontan a alguien; necesitan rebajar a otros para adquirir una buena autoestima y mediante ésta adquirir el poder, pues están ávidos de admiración y de aprobación. Y como lo expresa Hirigoyen: “vampirizan la energía positiva de quienes los rodean, se alimentan y regeneran con ella, y luego vuelcan sobre ellos su energía negativa”. Es un tipo de persona que parece querer u ofrecer ayuda, pero en realidad se adueña de las emociones del otro, depredando su energía y vitalidad. ¿Cómo evitar que le hagan daño? Man-teniendo siempre una actitud mental positiva y tomando distancia de per-sonas que manifiestan tales características.

Esta respuesta nos lleva a plantearnos otro interrogante:

¿Cómo evitar ser manipulado o ser víctima de un maltrato psicológico o acoso moral?

La experiencia en este tipo de maltratos, hoy común sobre todo en parejas en las que el conflicto se acentúa extendiéndose a situaciones de divorcios conflictivos, donde quedan involucrados los hijos como botín de guerra, me permite responder con las siguientes sugerencias:

Primero, manteniendo un alto nivel de autoestima. Estimar es “calcu-lar el valor de algo”, en este caso de uno mismo. Habrá que revisar qué me impide amarme, valorarme, respetarme y aceptarme tal cual soy. Para tener naturalmente una autoestima elevada, debo conocerme y aceptarme como soy. Al hacerlo reconozco mis propias capacidades, sé lo que valgo y también conozco mis límites. Si no me conozco, corro el riesgo de sobrevaluarme o subvaluarme, no usando mi potencial adecuadamente.

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Lo anterior conduce a tener clara la propia identidad; esto permite no confundirse con nadie, no fundirse con el otro creyendo que son uno solo. No despersonalizarse para poder estar al lado de alguien o recibir su aprobación. Debemos liberarnos de las barreras que impiden conocernos y dejar la armadura que nos impide amar y ser amados de verdad. Para este tema sugiero leer El caballero de la armadura oxi-dada de Robert Fisher (editada por Obelisco, Madrid, 2005).

No ceder nunca las propias convicciones o derechos con el propósito de evitar un conflicto, ya que con el tiempo el conflicto aflorará de todos modos, o mejor dicho: de un modo más grave, lo cual es peor. Es como barrer y tirar el polvo bajo la alfombra.

Ten en cuenta esta proporción: a mayor conciencia de lo que quiero para mi vida y mayor madurez, menor riesgo de creer que con el otro soy uno solo y si se va me muero. Sólo nos maneja aquel en quien nosotros depositamos el poder de manejarnos; por lo tanto, somos los únicos responsables de no querer hacernos cargo de nuestros pensam-ientos y de nuestros actos.

Evitar patear la pelota para adelante o hacer complejo de avestruz negando el problema y creyendo que el otro cambiará con el tiempo. Cuando ese tiempo haya transcurrido, segura e ingenuamente cre-eremos que el otro cambió, hasta que advirtamos que en realidad quienes cambiamos fuimos nosotros, adaptándonos a él, exigién-donos y renunciando a nuestros derechos, nuestros deseos y nuestra vida.

Dejar de lado la costumbre de juzgar al otro y colocarlo como victi-mario y a nosotros como víctimas. Es realmente maravilloso ver cómo se abre el panorama de una relación cuando el miembro que suele tener esta manía logra abandonarla. Desde los siete años comenza-mos a tener uso de razón, por lo tanto debemos reflexionar, discernir y preguntarnos qué hicimos para estar viviendo la situación que nos molesta, no proyectándole toda la responsabilidad al otro. “La culpa no es del chancho, sino...”.

No justificarnos (para no resolver un conflicto) con argumentos de esta clase: “Lo hago por mis hijos”; “Lo hago por él /ella que me da pena”; etcétera. Éstas son excusas para no asumir que somos nosotros quienes debemos cambiar lo que en nuestra vida es displacentero.

Recordar que todo lo que ocurre en nuestra vida externa es como un espejo, una película o proyección que refleja algo que está ocurrien-do internamente en nosotros. Cambiando nuestras pautas cambiarán

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nuestras acciones y, en consecuencia, nuestro entorno. “Nadie puede hacerte nada, que tú no quieras”.

A mi entender el abuso verbal, el acoso moral y la violencia emocional no son cuestiones de género, aunque sobre el tema la mayoría de los autores se refiere al rol de la mujer como “víctima” del varón, sino que se trata de una suerte de “juego” inconsciente que involucra a ambos integrantes de la pareja, y esto también suele experimentarlo el hom-bre, ya que como lo dice el refrán: “Dos que duermen en el mismo colchón, son de igual condición”.

Es importante aprender a escuchar de manera consciente todo lo que entra en nuestra psiquis y lo que sale de ella, tanto lo que decimos como lo que nos dicen. Insisto: las palabras producen huellas con memoria asociativa y cuando menos lo esperamos salen en forma de lapsus, actos fallidos, sue-ños e incluso en forma de somatizaciones.

Una vez que se instaló la creencia, se produce la acción.

Toda esta alteración en el psiquismo del hombre ha producido conductas que afectaron y siguen afectando directamente a todos los integrantes de la familia, en especial a los niños, quienes son más permeables e indefensos.

Amar es aceptar al otro como es, no como yo quiero que sea.

Tengamos presente que somos seres con libre albedrío y podemos, si somos conscientes de ello, alejarnos de las relaciones destructivas.

Las llamadas “relaciones románticas” suelen ser destructivas, puesto que se trata de un amor idealizado, alejado de la realidad. Es un amor pensado pero no vivido. Como en realidad sólo nos puede manejar aquel a quien no-sotros le otorguemos tal autoridad, incluso solamente desde las sensaciones e ideas, debemos ser prudentes y gobernar nuestro pensamiento y acción.

Cuando elegimos pensar y privilegiar el deseo de otro en detrimento de nosotros mismos y de nuestro deseo, perdemos tanta energía, vitalidad y fuerza, que corremos el riesgo de sufrir un penoso proceso. Primero llega-rá la angustia (al angostarse nuestra identidad), sensación que se focaliza en la garganta y en el pecho. Si ésta se profundiza, empezaremos a sentir ansiedad: un vacío que trataremos de cubrir haciendo (no pudiendo estar quietos) o bien que intentaremos llenar en el estómago, comiendo o be-biendo. De continuar el proceso, por causa de estas presiones quizá llegue-mos a la depresión, que es una gran presión de ausencia de objetivos y falta de energía para vivir.

Estar alertas ante estos síntomas y consultar al profesional correspondien-te en caso de detectarlos es un buen modo de empezar a cuidarnos. Toda

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sintomatología tratada a tiempo disminuye las consecuencias de cualquier problemática.

Así como una gota desgasta una piedra, del mismo modo las palabras en boca de manipuladores o perversos producen la destrucción psíquica de una persona.

Por ello, aprendamos a escuchar, tanto lo que viene de nuestro entorno como lo que procede de los medios de comunicación y de todo lo que in-corporamos en nuestra psiquis.

Pruebe de intoxicarse un día con noticieros y verá la diferencia de energía de sus pensamientos, sensaciones y acciones.

Al estar conscientes de quiénes somos y qué queremos, nos amamos y res-petamos sin dar a otro el poder sobre nuestra vida.

Evitaremos así el maltrato psicológico en cualquiera de sus formas.

Daré fin a este capítulo dejando librado a la reflexión del lector el sentido de este diálogo (de autor anónimo):

Una joven entró corriendo ansiosa a la casa de su tío y le dijo:–Tío, un amigo tuyo muy querido estuvo hablando mal de ti.–Espera niña –respondió el tío–, ¿ya le hiciste pasar la prueba de las tres puertas a lo que me vas a contar?–¿Las tres puertas? –dijo desorientada la niña.–La primera puerta es la de la Verdad. ¿Es absolutamente cierto lo que oíste? –preguntó el tío.–Bueno... me lo contaron los vecinos, supongo que sí... –respondió la niña dudando.El tío la interrumpió:–Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda puerta, la Bondad. ¿Es bueno para alguien lo que vas a contarme? ¿O sin darte cuenta te estás volviendo mensajera de malas intenciones?La joven respondió:–No, no creo que sea bueno para nadie lo que estoy por contarte.–Muy bien –dijo el tío–, entonces queda la última puerta. ¿Podrías decir que tu comentario tendrá alguna Utilidad?–Tal vez no... –respondió la joven.–Entonces, si no es Verdadero, ni Bueno, ni Útil, no hace falta continuar con el tema –concluyó el tío.

“Cambiemos nuestras conversaciones, cambiará nuestra vida.”

Humberto Maturana

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6. ¿QUÉ ES LA PERCEPCIÓN?

Todo acto creativo supone (...) una nueva inocencia de percepción, liberada de la cantidad de creencias ya aceptadas.

Arthur Koestler

¿Por qué las personas percibimos de distinto modo? Ulric Neisser señala que la palabra percepción proviene del latín perceptionis, que significa “acción de percibir, colectar, cosechar”.28 La percepción resulta de una impresión registrada por nuestros sentidos; es conocimiento e idea. De acuerdo con ello, es una sensación y no una verdad, por cuanto es la colección o cosecha de impresiones materiales que nuestros sentidos confeccionan.

Para la psicología, la percepción es uno de los procesos cognoscitivos, una forma de conocer el mundo, y constituye el punto donde la cognición y la realidad se encuentran. Es la actividad cognoscitiva más elemental a partir de la cual emergen todas las demás.29

Esta elaboración por parte de nuestros sentidos que es la percepción expli-ca por qué distintos sujetos perciben una misma cosa de manera diferente: ante determinada circunstancia yo me alegro y tú te enojas; ante determi-nada imagen tú te ríes y yo me asusto. ¿Quién está más cerca de la verdad, tú o yo? Podríamos decir que ninguno. Desde este punto de vista se trataría de mi verdad y tu verdad, no de la verdad.

Sentir se liga a la forma mediante la cual sentimos, de allí que el gusto, el tacto, la vista, el oído y el olfato reciban el nombre de sentidos, y por ana-logía exista el término sentimiento.

Según Neisser, “la percepción es un proceso cíclico, de carácter activo, cons-tructivo, relacionado con procesos cognitivos superiores y que transcurre en el tiempo”.30 Además, depende tanto de la información que el mundo

28 Neisser, Ulric, Psicología cognoscitiva, México, Trillas, 1999. 29 Neisser, Ulric, Procesos cognitivos y realidad, Madrid, Morava, 1976.30 Esta cita y la información siguiente pertenecen a la obra citada en nota 29.

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entrega como de la fisiología y las experiencias de quien percibe, las que afectan el acto perceptivo mismo por la alteración de los esquemas percep-tivos, afectando también otros procesos superiores, como las motivaciones y las expectativas.

El aspecto cíclico del acto perceptual consta de dos fases:

A) Fase Pre-atentiva: el individuo detecta la información sensorial y la analiza.

B) Fase de Construcción personal: se produce el objeto perceptual específico.

Según el autor, en el acto perceptivo se da una constante anticipación de lo que sucederá, basada en información que acaba de ingresar a los órganos de los sentidos y en esquemas o patrones que seleccionan la información a procesar en función de criterios probabilísticos extraídos de la experiencia previa –los que son modificados por la nueva experiencia perceptiva–, los que dirigen los movimientos y las actividades exploratorias necesarias para obtener más información.

Dichos esquemas son modificados tras cada experiencia perceptiva y deter-minan cuál será la información sensorial que se procesará y cuáles serán los patrones de búsqueda para obtenerla. Esto significa que cada experiencia perceptiva tendrá la influencia de las anteriores percepciones, no existien-do la posibilidad de que dos experiencias perceptuales sean idénticas.

Si por un instante nos detuviéramos a observar lo limitada que es nuestra percepción, seríamos más reflexivos y, por lo tanto, discutiríamos menos y no buscaríamos tener la razón, ya que resulta ilógico perderla para que otro nos la afirme.

Si dos personas se miran de frente, cada una percibirá imágenes diferentes; el hecho de que no perciban lo mismo no significa que estén equivocadas, sino que cada una tiene un campo perceptual diferente. Nuestra cabeza tiene un giro limitado: cuando miro a la derecha o a la izquierda dejo de ver para el otro lado, y cuando miro hacia arriba o al centro los laterales escapan a mi visión.

Debemos ser prudentes a la hora de juzgar, pues nuestra percepción del mundo es tan parcial como la visual, y por ende, carece de absoluta certeza. Cuando vemos algunos aspectos, dejamos de ver otros.

Cuenta la leyenda que los dioses pusieron una bolsa con defectos ajenos delante de nosotros, y a los defectos propios de cada uno los pusieron en una bolsa en nuestra espalda, de manera que siempre estamos viendo los defectos ajenos y nos resulta difícil ver los nuestros.

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Resulta imposible que existan dos experiencias perceptuales idénticas no sólo porque somos sujetos diferentes, sino porque cada percepción modifi-ca la anterior. Esto explica los conflictos que suele haber en la comunicación y en la interpretación de un dicho o un hecho.

En toda percepción existe un proceso de selección de información.

La información sensorial que entra a los sentidos es abstraída por los me-canismos de los “analizadores”, entidades que reconocen estas pautas y las envían a la memoria sensorial. Ésta envía la información a la conciencia de acuerdo con la importancia de la información.

En el nivel visual, los analizadores extraen información sobre color, realzan contornos, determinan la dimensión y la dirección del movimiento de las imágenes visuales; en el nivel de audio, extraen la altura y el volumen de las imágenes acústicas y determinan las relaciones espaciales y temporales entre las señales visuales y las acústicas.31

La información visual se procesa región por región; cada célula del sistema visual tiene un campo receptivo, una porción de la retina a la cual está aso-ciada.

Para la percepción del lenguaje, que es el tema que más nos interesa, es necesario descomponer el habla en sus componentes lingüísticos básicos, comparar lo que escuchamos con información ya almacenada en la memo-ria de largo plazo y ejecutar el análisis sintáctico y semántico indispensable para determinar el significado del mensaje.

El individuo atenderá la información y la procesará conforme al contexto en el que se encuentre.

Conocer este proceso veloz nos permite comprender por qué a las palabras no se las lleva el viento, por qué una misma palabra dicha de una deter-minada manera es procesada por nuestros sentidos de un modo diferente a otras veces, y también la razón por la cual “nos cuesta tanto entender cuando el otro no entiende”.

En esta circunstancia solemos decir: “¡Yo no entiendo!”; “¡Cómo es posible que no entienda!”; y nos enojamos poniendo en evidencia que tampoco nosotros estamos entendiendo, pero proyectándole al otro nuestro no-entendimiento, como si nosotros siempre fuésemos capaces de entender y el otro no...

Si dices: “Yo no entiendo cómo Fulano puede decir (o hacer) esto”, no bus-ques más; quien no está entendiendo la situación eres tú.

31 Norman, Donald, El procesamiento de la información, Paidos- Buenos Aires- 1973.

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Eres tú el que no entiende, por eso repites siempre lo mismo.

Indaga por qué, y no trates de justificar tu ignorancia o necedad en la con-ducta del otro.

Algunas personas creen que porque dijeron algo a otro éste ya tiene que haberlo entendido, y suponen, además, que lo dicho debió ser entendido por el otro exactamente como se le sugirió que lo entendiera. No analizan si fueron escuchadas o si quedó entendido el tema; sólo se limitan a repetir hasta el cansancio lo mismo y se enojan cuando el otro no responde de la manera que esperan.

Lo evidente en este caso no es que el otro no haya entendido –aunque podría darse–, sino que no ha entendido lo escuchado tal y como quien lo dijo pretende que lo haga.

El famoso: “Ya se lo dije” (o su variante exagerada: “Se lo dije mil veces”) tiene bastante que ver con esta situación. También aquí funciona la escu-cha de la propia voz. Presta atención a lo que repites siempre y verás que el inconveniente no está en el otro, sino en tu interior, puesto que no logras aceptar la realidad tal cual es y te enojas por ello.

Cuando logras entender que el otro no entiende como tú lo harías, no re-petirás siempre lo mismo, sino que cambiarás tu discurso. Y si no quieres que siempre ocurra lo mismo, no hagas siempre lo mismo.

Vayamos ahora a la percepción visual. Según J. Bayo32 (teoría de J. Gibson33), esta percepción depende de la estimulación ordinal, o sea, de la disposición particular de los rayos luminosos que inciden en la retina humana. El orga-nismo no puede responder a la dirección y al carácter de los rayos como ta-les, pues cuando la energía luminosa que incide sobre la retina es uniforme la percepción no existe.

Por ejemplo, si observamos una fotografía en colores, de cerca vemos un conjunto aleatorio de puntos coloridos, y a la distancia percibimos la ima-gen con los mismos contornos y texturas del original, ya que nuestros ojos no responden a la estimulación luminosa en sí, sino al orden en que ésta se encuentra.

René Descartes34 planteaba aquí una duda metódica, una duda teorética, no extendiéndose al plano de las creencias o normas morales como gene-

32 Percepción, desarrollo cognitivo y artes visuales, Barcelona, Átropos, 1987.33 La percepción del mundo visual, Houghton, Mifflin, 1950.34 Discurso del método, Dioptrica, Meteoros y Geometría, Madrid, Alfaguara, 1981.

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ralmente hace en el Discurso del método. Se trata de una duda universal, utilizada para llegar a la certeza. Duda de los sentidos, planteando que si al-guna vez éstos lo han engañado, debe ser precavido y suponer que pueden engañarlo siempre. Con ello anula las verdades de la experiencia, ya que los sentidos pueden inducir y conducir a cometer errores. Esto equivaldría a manejarse por lo que uno siente, sin usar el discernimiento ni la razón.

La primera certeza era dudar, y Descartes lo explica de esta manera: “No se puede confiar plenamente en el mundo exterior debido a la falta de cri-terio para distinguir entre el estado de vigilia y el estado de sueño (...) mi entendimiento se puede equivocar cuando razona”.

No está dudando aquí de su capacidad de razonar, pero sí de sus razona-mientos. Expresa este concepto de un modo peculiar: “Puede que exista un duendecillo o genio maligno en mi interior, que me induce continuamente a error”.

También escribió: “Dudo de todo, de lo único que no puedo dudar es de que dudo”, con lo cual arribó a su primera certeza.

Al no dudar de estar dudando, y de que si duda está pensando, y de que si está pensando existe, llega a que el resultado de la duda es el Cogito ergo sum (Pienso, luego existo). Descartes arriba a la primera certeza de la que es imposible dudar, y es respecto de su pensamiento y de su propia existencia. Ha podido dudar de todo, menos de que piensa, y por lo tanto, si piensa existe, ya que es imposible pensar sin existir.

A partir de esto deducimos que no se puede confiar plenamente en lo que pensamos, pues existe además una intuición mental: “Intuyo sin ninguna deducción la imposibilidad de mi pensar sin mi existir”, afirma Descartes. Es decir, a partir de la intuición me doy cuenta de que el pensar es propio de la existencia.

Tampoco puedo confiar plenamente en la información que ingresa a través de los sentidos, porque nos engañan, nos producen sentimientos distorsio-nados, por lo que no debemos manejarnos por lo que sentimos.

Los ejemplos siguientes tal vez lo grafiquen mejor:

No puedo confiar plenamente lo que ven mis ojos porque me enga-ñan; si miro un tren que viene de lejos, lo veo pequeño y hasta lo puedo incluir entre mis dedos; pero no estoy viendo la realidad, su tamaño es distinto a cuando lo tengo cerca y lo percibo en su dimen-sión real. La percepción se modifica conforme al tiempo y el espacio. (La imagen del cielo es un ejemplo paradigmático: a la estrella Sirio la vemos como fue hace ocho años).

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Tampoco puedo confiar plenamente en mi tacto, porque si toco el hielo sé que es frío, pero si dejo mi mano mucho tiempo terminaré quemándome. Las sensaciones en la piel varían según el umbral del dolor que tenga cada uno; así, hay niños que lloran de dolor cuando los vacunan o les sacan sangre y otros que no sienten más que una leve molestia.

Del mismo modo ocurre con lo que huelo; a mí puede resultarme agradable un olor, mientras que a otro puede descomponerlo. Hay gente que llena su casa de flores, mientras que a otros el mismo aro-ma les produce náuseas.

Si me refiero al gusto, la misma comida puede ser para mí sabrosa y para ti muy insípida; el té o el café estará muy dulce para él, mientras que el paladar de ella percibirá un sabor casi amargo y le agregará azúcar.

Tampoco puedo confiar absolutamente en lo que oigo, ya que entre lo que me dicen y lo que tal vez me quieren decir, o entre lo que escu-cho y lo que quiero escuchar, existe siempre un margen para la duda, lo que generalmente suele llevar a que dos personas discutan y no se entiendan. De allí la importancia de analizar o analizarse, proceso que requiere de una serie de pasos reflexivos, los que permiten ir desme-nuzando una idea, eliminando los posibles malentendidos y mantener un diálogo coherente y maduro, teniendo siempre presente las limita-ciones de nuestra percepción.

Con frecuencia sucede en las conversaciones: mientras uno habla el otro no escucha porque está pensando cómo va a defender su posición, o bien lo interrumpe (o se levanta y se va) porque lo escuchado no es lo que desearía escuchar. Este enojo se debe a que no analiza, toma los dichos del otro co-mo agresiones hacia su persona, cuando en realidad simplemente se trata de un punto de vista diferente.

Si no existiera esta distorsión en la percepción, no existirían malentendi-dos, discusiones, enojos, rencores, guerras, y nos resultaría más simple vivir. Nuestra comunicación sería espontánea...

El filósofo William James pensaba que “mientras gran parte de lo que per-cibimos nos llega a través de los sentidos de los objetos que están a nuestro alrededor, otra parte (quizá la más importante) viene siempre de nuestra mente”.

Cuando creemos que lo que ven nuestros ojos y escuchan nuestros oídos es la verdad, estamos creyendo o suponiendo que todos somos exactamente

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iguales, con lo cual estamos negando la realidad y viendo en espejo, con-siderando al prójimo como una proyección de nuestro yo. En el plano de los sentimientos, esto se vincula con “pensar con el corazón”, como se dice popularmente. Es bueno precaverse de no hacerlo, pues estaríamos mane-jándonos con sensaciones equivocadas.

Cuando los otros reaccionan de manera diferente o no ven las cosas como nosotros las vemos, discutimos, nos enojamos, tratamos de convencer, es decir, de vencer con nuestros argumentos. Y si no lo logramos, terminamos desilusionados y perturbados, generándose en nuestro interior una doloro-sa sensación de separación, creyendo que el amor sólo es posible entre per-sonas que coinciden en todo, que son exactamente iguales. Sin embargo, un amor sólo puede vivirse con alegría cuando se aceptan las diferencias. Pretender que la persona amada siempre coincida con uno es uno de los signos más evidentes de la dificultad para amar a otro. Son precisamente las diferencias las que enriquecen la vida en pareja.

Observe el siguiente dibujo que W. E. Hill publicó en 1915 en la revista Puck:

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¿Qué ve usted? ¿A su mujer o a su suegra?

Según dónde y cómo enfaticemos nuestro sentido de la vista –según la percepción de cada uno– vemos a una elegante joven o a una vieja des-agradable (la boca y la nariz de la vieja son, respectivamente, el collar y la mandíbula de la joven).

Dijimos que nuestro aparato psíquico tiene un sistema y un orden para funcionar, y que cualquier alteración en su funcionamiento acentúa la dis-torsión de la percepción de nosotros mismos y de la realidad.

Una mente ordenada y disciplinada es una mente libre, ya que posee la capacidad de elegir su contenido y dirección. De modo que una mente des-ordenada y confusa es siempre esclava de sus errores.

Veamos un ejemplo de este último caso:

Juan y María están conversando y María niega que Juan tenga razón. Pa-ra defenderse de lo que Juan considera (erróneamente) un ataque, su yo acciona de manera inconsciente mecanismos de defensa que lo impulsan a buscar afuera (en María) al culpable de lo que le pasa, no asumiendo la propia responsabilidad de la situación.

La palabra responsabilidad proviene del latín respondere, por eso ser res-ponsable significa ser capaz de dar respuesta, de responder por nuestros actos.

Si siempre me mantengo en la creencia de que estoy en lo cierto y el otro es el equivocado, soy un irresponsable, no doy respuesta por mis actos, sino que busco un culpable para que la dé por mí. Delego así, sin darme cuenta, mi propia responsabilidad, y con ello también mi identidad. Puedo creer que me beneficio, pero en realidad estoy perdiendo, estoy borrándome ante los demás.

Como verás, el término demás está formado por la preposición de y el ad-verbio de cantidad más. Al pensar que los demás son los culpables, los que están equivocados, los que no hacen lo que deberían, pensamos de más, sentimos de más, cometemos un exceso haciendo de más. Así, malgastamos nuestra energía, evadiéndonos del verdadero origen del problema, que es-tá dentro de cada uno.

En efecto, esta conducta funciona como una excusa o justificación para no asumir que el responsable de la situación en la que me encuentro soy yo mismo y no los demás.

En el área del psicoanálisis, uno de los mecanismos inconscientes que em-plea nuestro yo de manera defensiva recibe el nombre de proyección. Ésta

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consiste en atribuirle al otro lo que me pasa sin advertir que es un reflejo mío. Tal mirada especular, es decir en espejo, me lleva a creer que el otro piensa y siente como yo, y por lo tanto, que debe contestarme o hacer lo que yo espero.

Especular deriva de especulo-espejo. Por eso, cuando el otro no me da una respuesta que yo, especulando, consideré y esperé que me diera, me enojo, me creo atacado, víctima de la vida, de la situación, del otro, etcétera.

Nuestra psiquis sería como una filmadora-proyectora; por eso Freud com-paraba al aparato psíquico en su funcionamiento con un aparato óptico, ya que primero registramos lo que vivimos, a esa película la vamos almace-nando en un archivo y luego la reproducimos proyectándola en nuestros semejantes, que algunas veces actúan como pantalla donde vemos nuestra historia reflejada.

Como la psiquis funciona por asociación de ideas, cuando en el presente estoy –por ejemplo– ante una persona agresiva, autoritaria o irónica, se pueden movilizar por asociación recuerdos desagradables que haya tenido con una figura similar en mi pasado, ya sean padres, amigos, relaciones afectivas, maestros, etcétera. Proyecto entonces esa película a la persona del presente, poniéndome a la defensiva, creyendo que es igual a la per-sona que me hizo sufrir o me desagradó tanto en el pasado, entonces me invade el temor de que me vuelva a pasar lo mismo.

Ante esta reacción, el yo no tiene forma de discernir que se trata de una película vieja que solamente estoy reviviendo, y que el otro desconoce. En consecuencia, de manera compulsiva elevo las defensas como ataque, cie-rro las puertas a todo posible vínculo o relación, dejando de lado la fluidez o flexibilidad.

Estar rígido y a la defensiva me lleva a creer errónea-mente que de esta forma evitaré que me vuelva a pasar lo mismo, negándome a vivir expe-riencias nuevas bajo la creencia que siempre me sucederá lo mismo.

Todo esto ha sido graficado muy claramente por Jampolsky y Cirincione en su magnífico libro Amar es la respuesta35, del que reproduzco una imagen elocuente (ver pág. sgte.).

Es común que digamos: “Tal persona me irrita”, poniendo al otro como su-jeto culpable de mi estado, pues es más fácil creer que el otro me produce esa sensación que aceptar que esa persona no está dentro de mí y que soy

35 Jampolsky, G. y Cirincione, D., Amar es la respuesta, Paidós, Buenos Aires- 1992.

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yo el que se irrita. ¿Qué deberíamos decir en lugar de aquello? “Me irrito ante tal”, frase en la que, tácito o expreso, el sujeto soy yo.

El error radica en proyectar en el otro mi propia película y esperar que di-ga y haga lo que supuestamente haría yo en esa situación. Como el otro desconoce lo que pienso y siento, y actúa conforme a su propio criterio y pensamiento, mi yo que especula (ve en espejo) toma esta actitud sobera-na del otro como persecutoria, porque el otro no me devuelve la imagen que espero. Esto provoca en mi yo una reacción de enojo, de irritabilidad; se coloca –mi yo– en el lugar de víctima bajo la creencia de que lo hace para defenderse.

La única forma de evitar estas suposiciones, de dejar de tomar la posición del otro, es a través de la autorreflexión, el análisis y el discernimiento. El otro está fuera de mí, por lo tanto, solamente tiene el poder que yo quiera otorgarle.

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No podemos esperar respuestas que el otro no puede darnos porque des-conoce lo que esperamos o pensamos de él. Hacerlo es ponerle nuestro propio pensamiento ignorando lo que el otro piensa y siente, ¿quién es, pues, el agresivo? ¿El que no responde lo que esperamos o el que ignora que el otro existe y está allí, con su propio pensamiento? Creer que el otro nos debe decir o hacer algo en función de lo que hemos imaginado (la ima-gen que hemos creado) es, como se ve, una agresividad encubierta.

Volviendo al concepto de ver en espejo, se diría que especulamos, dejando de ser libres, espontáneos, inmersos en la que creencia de que el otro soy yo proyectado, y por lo tanto piensa y siente como yo lo haría.

Cuidado: vivir especulando, viendo en espejo, impide fluir y lleva a experi-mentar relaciones tormentosas, displacenteras y persecutorias.

Dos dichos populares al respecto:

El ladrón cree que son todos de su condición.

El que las tiene hechas, tiene las sospechas.

Al obrar de esta manera, no conocemos realmente al otro como verdadera-mente es, sino que tomamos su posición quedando en consecuencia a mer-ced del otro, que tal vez no ve en espejo, sino que nos ve tal cual somos.

No pocas veces en este tipo de vínculo el otro obtiene ventajas de nuestra in-genuidad, de nuestra negación de la realidad (otro mecanismo de defensa).

El otro nos conoce y nosotros creemos conocerlo.

En realidad, la desilusión es la caída de la ilusión que yo atribuí o deposité en alguien bajo mis creencias y esperanzas.

Cuando ese alguien obra de acuerdo con su voluntad o libre albedrío, y conforme a sus propias creencias, que nada tienen que ver con lo que ima-giné, surge esa sensación de víctima que tantas veces hemos expresado u oído expresar a nuestro alrededor: “Me siento estafado”; “Me siento aban-donado”; “Me siento usado”; etcétera.

Consideremos este ejemplo:

Tú y yo estamos en un bar ante un plato de masas. Yo supongo (te pongo el pensamiento) que tú tienes que decirme varias veces que me sirva. Como tú desconoces lo que pienso, comes tranquilamente, mientras yo me voy enojando cada vez más contigo y continúo esta pelea mentalmente, que en realidad no es contigo, sino conmigo –con mi ego proyectado en ti– y ni me entero de que estás disfrutando del momento o estás pensando en otras cosas (incluso quizá me estés hablando y yo no te esté escuchando por

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rumiar este enfado). Doy por sentado que aquello que pienso y siento es la verdad, termino enojado, y por supuesto, perdí la oportunidad de disfrutar de un hermoso momento.

Como tú ignoras mi pensamiento y me tratas amablemente, yo hasta pue-do suponer que haces esto a propósito. Y dado que a esta altura ya te llevo varias riñas mentales de ventaja, lo más probable es que en algún momen-to te conteste mal o imagine que intencionalmente me has dicho esto o aquello para hacerme sentir tal o cual cosa, de modo que seguramente terminaré alterado.

Alter, en latín, significa otro. En realidad, accionarás mi alter ego (mi otro yo, ese costado mío no resuelto) y te culparé de mi malestar. Estaré conven-cido de que me alteras; aunque como no estás dentro de mí, soy yo quien se altera porque algo no me es devuelto de acuerdo con la imagen que fabriqué.

Esta falla en la percepción se percibe mayormente en la paternidad, ya que los hijos accionan mecanismos guardados en el inconsciente a través de la memoria asociativa, lo que lleva a los padres a alterarse cuando sus hijos no son lo que ellos esperan que sean, es decir, cuando proyectan sobre el niño su propia historia y sus conflictos no resueltos.

De ese modo presionan tanto sobre la personalidad de los hijos, que van coartando y bloqueando el verdadero yo de los mismos, pretendiendo que sean lo que ellos consideran que deberían ser.

Las nobles excusas que los padres solemos dar en estos casos son de todos co-nocidas: “Es por tu bien que te lo digo”; “Es por ti que espero que lo hagas”...

Siempre recuerden que el dedo que señala al otro esconde tres que señalan al generoso, y que de todo se obtiene un beneficio secundario.

No hay creencia más errónea que suponer que cuando un hijo haya reali-zado los sueños de su padre, será feliz. Me refiero al hijo. Por lo demás, si un padre halla felicidad en anular los sueños singulares que pueda tener su hijo, algo no anda del todo bien en su rol...

En algunas familias estas situaciones son muy corrientes:

Si el padre acepta la imagen de sí mismo que le devuelve su hijo, dice: “¿Viste?... En eso salió a mí (o a mi familia)”...

Cuando se utiliza el parecido como insulto: “Eres igual a tu padre (o madre)”; “En eso es parecido a tu familia”.

Y la parte más interesante, cuando los padres por fin se ponen de acuerdo: “La verdad es que no sabemos a quién salió este chico”.

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Si el hijo no es como ellos consideran que debe ser, la culpa está afuera, y para no aceptar que ese hijo piensa y siente distinto, conforme a su propia personalidad, se lo excluye tildándolo de “oveja negra” o cargándolo con el papel de culpable de todos los problemas de la familia.

“La percepción es un espejo, no un hecho, por eso solamente mis propias actitudes y pensamientos pueden herirme.”

“Al efectuar estas proyecciones, chocamos con otros ignorando que este hecho se produce entre mis propios pensamientos en conflictos, ya que la percepción es el resultado de la proyección de pensamientos y sentimien-tos de nuestra propia mente hacia fuera. Lo que creemos que vemos con nuestros propios ojos, son en realidad reflejos, como en espejo de nuestros propios pensamientos”.36

Cada uno tiene su propio punto de vista, que debe ser respetado.

Cuando juzgas a alguien te defines a ti mismo, ya que tu prejuicio es una manifestación de cómo percibes el mundo, pero no implica que sea una verdad absoluta, sino una verdad parcial: la tuya.

Jesús dijo al respecto:

Si tu ojo está enfermo, sácatelo, pues verás todo enfermo.

No mires la pelusa en el ojo ajeno, fíjate en la viga, que está en el propio.

Si señalas con tu dedo índice, verás...

36 Jampolski y Cirincione, op. cit..

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...que el pulgar queda hacia arriba, es la culpa asignada a Dios. Con el índi-ce acusamos al otro, y los tres dedos escondidos te señalan a ti escondiendo la responsabilidad de asumir la situación.

Dime de qué acusas al otro, y te diré de qué careces.

Dicho en otras palabras: cuando a otro juzgas, a ti mismo te defines.

Ten en cuenta que en una relación, la desconfianza no solamente puede provenir del comportamiento de la otra persona, sino que suele surgir de proyectar y depositar en el prójimo nuestros propios sentimientos de duda y desconfianza.

Algo de esto hay también cuando pensamos que la culpa de nuestros fraca-sos la tiene el sistema político, el gobierno de turno, el ministro de trabajo o el director de la empresa que no nos dio el cargo que esperábamos. No quiero decir con esto que nunca haya culpas afuera; hay que saber diferen-ciar entre una situación objetivamente injusta y una justificación para no asumir el protagonismo en nuestra propia vida.

Por otro lado, tener confianza no implica estar tranquilos cuando lo que vemos u oímos es como nosotros queremos, o únicamente cuando coincide con lo que pensamos o sentimos.

La confianza es una experiencia más profunda que surge, en primer lugar, del conocimiento de nosotros mismos y de su plena aceptación; sólo enton-ces logramos una autoestima elevada y duradera, surgida de un proceso reflexivo de conocimiento, que va más allá de meros dichos o hechos aisla-dos, externos a nosotros.

Jampolsky y Cirincione37 definen este concepto muy bien cuando afirman:

Cuando dejamos de juzgar se produce la curación, ya que las percepcio-nes reflejan el yo interior, nos atenemos a nuestras percepciones de otras personas como si fueran verdades absolutas o hechos indiscutibles.

Suponer que cuando el otro cambie seré feliz es una creencia infantil e ilusoria. Solamente lograremos paz mental y espiritual cuando cambiemos nuestros pensamientos negativos y condenatorios.

Todos estamos unidos en una misma red de vida, y los pensamientos de odio y agresión que dirigimos a nuestro prójimo son un reflejo del nivel de agresión para con nosotros mismos.

37 Cit.

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El mejor amigo y el peor enemigo que tenemos están dentro de nosotros mismos. Las personas a las que posesivamente colocamos el mote de mi mejor amigo o mi enemigo son externas a nuestra mente, por lo tanto, no tienen ningún poder sobre nosotros, excepto el que nosotros mismos les otorguemos.

En tal sentido, sólo nos maneja aquel en quien pensemos. Si eliges pensar en alguien, por ejemplo en un amor imposible, un amor no correspondi-do, una actitud negativa, una falsa amistad... debes saber que has elegido el sufrimiento, pues el primer paso para dejar de sufrir es aceptar que los demás tienen derecho a pensar y sentir según su propio criterio, que no podremos cambiarlos. Y si esto nos molesta o nos daña, debemos alejarnos y no forzarlos a que cambien. De lo contrario, lo más probable es que quie-nes terminemos cambiando y siendo como ellos seamos nosotros.

Suele ocurrir que paradójicamente no estamos dispuestos a dejarlos, pero tampoco a seguir aceptándolos tal como son. Esta recusación se convierte en un eterno sufrimiento que nos lleva a la suposición de que las personas y las situaciones deberían ser de otra forma. ¿Qué sucede luego? A fuerza de obcecación esta simple idea se transforma en un pensamiento rumiante, y terminamos ansiosos y sin fuerzas por no poder entender que el otro tam-poco entiende, considerándonos víctimas de la situación y la vida.

Si ser víctima se convierte en una creencia, terminarás actuando en conse-cuencia y el resultado será que actuarás bajo el efecto Pigmalión.

A menudo resulta trágico ver cuán escandalosamente un hombre estro-pea su propia vida y la vida de los demás, y sin embargo es completa-mente incapaz de ver hasta qué punto toda la tragedia se origina en él y cómo continuamente la alimenta y la hace existir. No conscientemente, es obvio, pues conscientemente se encuentra enfrascado en la lamentación por un mundo sin fe, que cada vez se le escapa más y más. Se trata más bien de un factor inconsciente que hace andar las ilusiones que enmas-caran este mundo.38

38 Jung, C. G., Arquetipos e inconsciente colectivo, Barcelona, Paidós, 1991.

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7. ¿QUÉ ES EL APARATO PSÍQUICO?

Nuestro lenguaje y nuestro sistema nervioso se combinan para construir constantemente nuestro entorno. Sólo podemos ver aquello de lo que hablamos, porque más allá del lenguaje, somos ciegos...

Francisco Varela

Recordarás la importancia de las palabras en nuestra vida. Dijimos ya que funcionamos por asociación de ideas.

Nassio, discípulo de J. Lacán, en uno de sus entrevistas manifestaba que “es importante dar palabras al paciente, para que a través de las mismas le surjan más palabras y en esa cadena asociativa descubra...”39

La palabra como generadora de nuevas palabras, de nuevos pensamientos, ha dado lugar a una nueva forma de percibir la realidad.

Si las palabras generadoras de nuevas palabras y de nuevos pensamientos son constructivas y positivas, la nueva forma de percibir la realidad también lo será.

Dijimos ya que nuestra psiquis se configura del mismo modo que una com-putadora, pues toda la información que recibimos desde la gestación, más la que recibimos en nuestro ambiente familiar, más la que traemos genéti-camente, sumada a la que proviene del exterior (cultura, religión, sociedad, etc.) van configurando nuestra psiquis; por eso en cierta forma cada uno de nosotros tiene un programa perceptivo distinto acorde a su configuración.

Del mismo modo que al usar una computadora, individualmente tenemos una clave de acceso y nuestra pantalla refleja tarde o temprano lo que te-nemos grabado adentro.

Reitero esta comparación entre nuestra psiquis y la PC para ir ahora más allá: así como se puede modificar la configuración de una computadora, ya

39 Nassio, Juan David, Acto psicoanalítico, Colección Freud-Lacán, Ediciones Nueva Visión,Buenos Aires- 1984.

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sea eliminando información equivocada, saneando el sistema si entraron vi-rus, reprogramándola y actualizándola, entre tantos otros procedimientos, nuestra psiquis también puede modificar información y pautas recibidas o adquiridas a lo largo de la vida. Y tal como una PC con nueva información y sin programas caducos permite operar mejor, una psiquis con información nueva y que haya eliminado viejos programas reflejará una conducta deter-minada y nos permitirá obrar mejor.

La computadora recibe información y asocia, luego lleva a la pantalla el re-sultado. Del mismo modo, nuestra psiquis funciona por asociación de ideas. Por eso podemos recordar y como acto reflejo si pensamos sinónimos en forma automática nos surgen asociativamente las palabras.

La comparación vale a los fines de comprender algunos mecanismos de funcionamiento del aparato psíquico, ya que todo lo que se refiera a un esquema funcional necesita de un orden y un sistema para hacerlo correctamente. Por cierto, la computadora fue inventada (por los rusos) conforme funciona el cerebro en el sistema nervioso central del ser hu-mano.

La gran diferencia es que nosotros poseemos, además de vida animada, una mente pensante y una voluntad (término que proviene del latín volo: querer), la cual nos permite elegir con libre albedrío y optar por modificar nuestros pensamientos y actitudes. Por supuesto, la voluntad está condicio-nada a las pautas que fueron grabadas a través de la experiencia personal (historia individual y colectiva) y de la historia familiar.

La computadora sólo puede registrar lo que se le inscribe adentro y única-mente puede procesar esa información; los seres humanos, cuando somos conscientes, elegimos la información que ingresa y la procesamos volunta-riamente.

No obstante, por desgracia, a veces la persona no usa ese libre albedrío, niega su voluntad, ya que no se pregunta qué quiere para su vida, qué le gusta, qué desea. Actúa ateniéndose sólo a la programación que recibió en la infancia y repite ese patrón a lo largo de su vida, sin cuestionarse o preguntarse si es lo que quiere ser o lo que los demás querían o quieren que sea.

Como ya se ha dicho, estas personas por lo general saben lo que no quie-ren que les pase, y muy pocos saben lo que sí quieren. Algunos terminan haciendo lo que deben o lo que otros quieren, y no pueden realizar lo que profundamente en su interior desean. En este caso actúan con el pensa-miento de otro bajo la creencia de que les es propio.

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La vida del ser humano es una constante expresión de su ser consciente e inconsciente, y por eso se vale del arte para expresarse. Hay una definición de arte muy interesante: “El arte es un gran preguntador”.

María J. Amoretti extiende así esta noción: “Es el que desata en nosotros, en nuestro interior, infinidad de preguntas que apuntan a todos nuestros sentidos. Una gran verdad, que nos hace continuas preguntas. Ése es el enigma. No rotula. Pero paradójicamente no da respuestas. Él sólo despier-ta en nosotros infinidades de supuestas revelaciones e hipótesis, que no dejan de ser solamente nuestras. Muy subjetivas”...40

Según su opinión, nos podemos aproximar al arte y a cualquier otra expre-sión tanto artística como técnica porque contamos con una síntesis inter-disciplinaria que evidencia que en la vida humana hay toda esta serie de cuestiones:

1. Percepción e imaginación.

2. Signos, organización semántica o simbólica.

3. Inconsciente y Eros.

4. Otras cuestiones: Técnicas, materiales, proyectos.

El acontecer del hombre en su totalidad se manifiesta de manera conscien-te e inconsciente y se vale de símbolos para hacerlo. La mente procesa la información a través de ambos hemisferios cerebrales, combinando lógica, razonamiento, abstracción, intuición y creatividad para expresarse.

En la primera frase del Proyecto de psicología y en Algunas lecciones ele-mentales sobre psicoanálisis, Freud representa a la “psique” como un “Apparat”, un aparato o instrumento que realiza trabajo.

En su primera tópica, habla de la psiquis humana de un modo gráfico, co-mo si se tratase de un aparato, al que compara con un aparato óptico en su funcionamiento, y lo denomina “aparato psíquico”.

A este aparato psíquico, en una de sus tópicas, lo refiere no como un ór-gano anatómico, sino como una localidad psíquica, es decir, un lugar don-de funciona sistemáticamente y por lo tanto tiene un orden establecido. Cualquier alteración en el sistema de este aparato, como en cualquier otro aparato, produce disfunciones y desajustes, y sus consecuencias pueden ser patologías diversas.

40 Amoretti, María J., Sobre la definición de arte, Biblioteca electrónica: http://www.calle52.com.ar- (2005).

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Freud considera el aparato psíquico integrado por dos sistemas:

Sistema P (perceptivo): consciente y pre-consciente. Sistema Mn (Mnesis-memoria): el inconsciente.

Su funcionamiento estaría controlado por dos procesos:

Proceso primario: regido por el principio de placer (descarga de la libido-energía libre: directa-rápida-descontrolada)

Proceso Secundario: regido por el principio de realidad (descarga de la libi-do-energía: lenta-controlada-indirecta).

A su vez, todo este sistema estaría recorrido por excitaciones que obede-cerían al principio de placer o al principio de realidad, y que son las que modificarían el aparato psíquico, produciendo huellas mnémicas en el in-consciente, base de la memoria asociativa.

Freud41 primero propuso un esquema de aparato neurológico y posterior-mente del aparato psíquico. Existe una relación entre ambos, y los proce-dimientos de la psiquis están ligados con el funcionamiento del sistema nervioso central.

Nuestro cerebro tiene la capacidad de grabar y recordar, y lo hace a través de lo que denominamos memoria; la memorización se lleva a cabo median-te procesos asociativos inconscientes, que determinan el almacenamiento de lo percibido por los sentidos en una proteína que produce la denomina-da huella mnémica.

El cerebro humano almacena toda la información a lo largo de una vida. Lo hace a través de circuitos neuronales ya existentes y también va creando nuevas conexiones.42

Esto significa que el cerebro como tal en todos los individuos no cuenta con estructuras rígidas, no viene con los caminos ni autopistas marcados ni nace con vías específicas para la inteligencia, sino que las mismas se van cons-truyendo en función de los estímulos o aferencias que una persona recibe durante su vida, modificándose también los circuitos neuronales.

Cada huella mnémica expresa un conjunto de imágenes y sonidos asociados a palabras o frases con una semántica propia y también con una conexión a un circuito emocional específico (...). Esto determina la cualidad afectiva del

41 “Proyecto de una Psicología para Neurólogos”, en: Obras Completas, CD -Ediciones Nueva Hélade, 2002.

42 Jonson Laird, p., El ordenador y la mente. Introducción a la ciencia cognitiva, Paidós, Barcelona -2000.

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recuerdo. A su vez, estas huellas mnémicas se asocian a otras mediante imáge-nes, sonidos o palabras con semánticas comunes, interrelacionándose entre sí, formando estructuras de consulta al momento de establecer una actividad.43

De allí que cuando vemos o escuchamos algo automáticamente evoquemos asociativamente otras situaciones; un estímulo externo ha despertado una asociación de imágenes o palabras de huellas mnémicas anteriores.

Toda huella deja una marca, y conforme sea la experiencia, positiva o ne-gativa, esa huella que contiene memoria se irá asociando con nuevas expe-riencias, profundizando las que están o creando nuevas huellas.

Esto nos permite comprender por qué cada ser humano experimenta la misma situación de manera diferente, y por qué repetimos errores en for-ma compulsiva. Cada persona conformará su propio mapa, donde queda-rán marcadas de acuerdo con su experiencia y con el funcionamiento de estos circuitos sus propias huellas mnémicas.

“¡Oh Memoria... enemiga mortal de mi descanso!”, escribió Miguel de Cer-vantes.

Aarón Beck44 define la cognición como “un procesamiento intelectual avan-zado de la información, maduración de la información por el gran salto de encontrarle significado”. Se trata de pensar, de considerar. Es el procesa-miento cerebral de datos. Para este autor, los procesos cognitivos incluyen tareas realizadas por algunos invertebrados y todos los vertebrados, entre las que incluye la percepción o “tareas aparentemente reservadas a los hu-manos, como el razonamiento”.

Asimismo, existen distorsiones cognitivas que equivalen a un error en el proceso de la información y que derivan de esquemas cognitivos (que son los significados personales referentes al sí mismo, organizados y grabados en la memoria a largo plazo, incluidos los significados de desarrollo más tempranos, de tipo pre-verbal). Esos esquemas serían el núcleo de los tras-tornos de tipo cognitivo.

La actividad, conducta o procesos de los esquemas cognitivos reciben el nombre de “operaciones cognitivas”, que son las distintas formas en que se procesa la información de los datos sensoriales, guiada por los significados

43 Baddeley, Alan, La psicología de la memoria, Madrid, Debate, 1993.44 Terapia cognitiva, Conceptos básicos y profundización, Gedisa, Barcelona 2003. Véase

también, en colaboración con Rush, J., Shaw, B. y Emery, G., Terapia cognitiva de la de-presión, Biblioteca Desclee de Brower, Bilbao, 1983.

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personales. Cuando estas operaciones son patológicas, suelen dar lugar a los llamados “trastornos del juicio y del razonamiento”, o como Beck las denomina: “distorsiones cognitivas” (pensamiento polarizado, sobregene-ralización, arbitrariedad, hipersensibilidad, visión catastrófica, pobre auto-control, impulsividad, personalización de todo, culpabilidad, falacia en los cambios, rigidez mental, pensamiento mágico, etcétera).

La conducta, las emociones, pensamientos, imágenes y atribuciones, con-forman los denominados por Beck “productos cognitivos”, que constitui-rían los patrones de conducta disfuncionales a los aspectos sintomáticos.

Recordemos las palabras de Epicteto: “Aquello que nos suele enojar no son las cosas que nos suceden, sino lo que pensamos de las cosas; por ello, cuan-do estemos conmovidos, exaltados o malhumorados, no culpemos a nadie más, sino a nosotros mismos, es decir a nuestros pensamientos”.

Freud, como médico psiquiatra, hizo interesantes estudios fisiológicos so-bre el funcionamiento del cerebro, así como de neurología. En el Hospital General de Viena ejerció como psiquiatra y centró sus estudios sobre la neurosis, en especial la histeria, hechos que lo fueron conduciendo hasta desarrollar el psicoanálisis.

Para él, el ser humano cae en la neurosis porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura. De ello dedujo que “sería posible reconquistar las perspectivas de ser feliz, eliminando o atenuando en grado sumo estas exigencias culturales”.

Así pues, la neurosis no es para Freud sino “el resultado de una cultura francamente represora frente a un individuo naturalmente hedone-eude-monista”.

Conforme a la experiencia profesional, me permito sugerir que no todos los problemas de conductas o síntomas deben ser vistos como problemas psi-cológicos solamente, sino que se debe tener en cuenta la relación existente entre nuestra psiquis, lo neurológico, lo fisiológico, lo clínico y psiquiátrico, ya que muchas veces las personas peregrinan años de terapia en terapia hasta que finalmente se detectan síntomas de carácter orgánico.

Para comprender mejor el aparato psíquico, esbozo a continuación un es-quema que sintetiza los aspectos fundamentales de su funcionamiento.

“En nuestro Poder está borrar enteramente los infortunios de nuestra memoria, y evocar en nuestra mente el agradable recuerdo de cuánto nos

sucedió de dichoso.”

Cicerón

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Esquema de funcionamiento del aparato psíquico

Aparato psíquico 1) Proceso primario: descarga libido

rápida, directa, descontrolada. (Principio de Placer)

2 Modos de funcionamiento

2) Proceso secundario: descarga,lenta, indirecta, controlada.

(Principio de Realidad)Está formado por dos sistemas:

Sistemas 1) Sist. “P” - Perceptivo: allí coloca elConsciente y Preconsciente

2)- Sist. “MN” - Mnémico: (mnesis = memoria)

allí coloca el Inconsciente Recorridos por: Excitaciones: que obedecen a:

a) Principio de Placer b) Principio de Realidad

Estas excitaciones modifican el Aparato psíquico produciendo:

“HM” –Huellas Mnémicas– en el Sistema MN, es decir, en el InconscienteAllí se graban por acción de la represión en forma deRepresentación + la Sensación vivida y se agrupan

Por Analogía (Asociación de Ideas).

El Inconsciente es sede de: * Lo Reprimido. *Tiene Memoria Asociativa. * Libera lo Grabado en forma de: sueños, lapsus, chistes, actos fallidos. * Tiene Mecanismos de Defensa para protegerse: Proyección-Negación de la Realidad-Represión-Regresión-Compensación-

Desplazamiento-Identificación Proyectiva-Formación Reactiva.

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Freud coloca el sistema P (perceptivo) en este aparato como si fuera una ca-pa externa que lo cubre todo, y que comprende al consciente y al precons-ciente. Su característica es la ligazón de la representación de cosa-objeto con la representación de palabra o símbolo correspondiente.

Consciente:

“Son las representaciones que se hallan presentes en nuestra conciencia y son objeto de nuestra percepción”. Se trata de la parte del aparato psíquico más próxima al mundo exterior, y se encuentra entre éste y la memoria. Su función es fundamentalmente perceptiva, registra la información proce-dente del exterior y también la del interior. Sin embargo, el consciente no memoriza nada, esto le corresponde a otro elemento que es el precons-ciente. Por ejemplo: ser consciente de cuál es tu nombre, edad, profesión, familia. No se necesita memoria para recordarlos.

Preconsciente:

“Son las representaciones que se hallan presentes en el campo de la con-ciencia, también son objeto de nuestra percepción, pero a veces implica un esfuerzo hacerlas consciente. Comprende los pensamientos y vivencias que en un momento dado no son conscientes, pero que pueden conver-tirse en tales mediante un esfuerzo de atención, a diferencia de lo in-consciente, que indica los procesos y los contenidos psíquicos activamente rechazados de la conciencia por fuerzas intrapsíquicas, como la censura y la represión”.

Por ejemplo: si te preguntan qué hiciste el lunes 5 del mes pasado a las 14 horas. Seguramente con leve esfuerzo lograrás recordar dicha información y traerla a la conciencia.

Inconsciente:

“Como adjetivo en un sentido descriptivo, se utiliza para connotar el con-junto de contenidos no presentes en el campo actual de la conciencia. Es el asiento de los impulsos primitivos heredados y de las represiones adquiri-das del hombre, que no son fácilmente accesibles a la conciencia, pero que tienen un efecto importante sobre la conducta”.

En un sentido tópico, como localidad psíquica, Freud (en el marco de su primera teoría del aparato psíquico) califica el inconsciente como sistema constituido por contenidos reprimidos a los que les ha sido rehusado el acceso al sistema consciente - preconsciente por acción de una represión originaria o una represión con posterioridad. Es decir que es el lugar donde se encuentran ciertos contenidos reprimidos que por acción de la represión no han tenido acceso a la conciencia.

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Por eso el postulado más importante de Freud, a través del psicoanálisis, es tratar de “hacer consciente lo inconsciente”.

Partiendo de esta base conceptual, podría decirse que toda realidad que se percibe o toda percepción produce excitaciones; pero ciertas percepciones, por acción de una represión, no pueden permanecer en la conciencia, y pasan al sistema mnémico, es decir al inconsciente, donde quedan fijadas, formando huellas mnémicas agrupadas por analogía. Esto ocurre de tal manera que cuando se libera una nueva energía, los restos de percepción se movilizan y se establece una asociación.

Así, la representación que va a inscribirse en el inconsciente depende de cómo y cuándo se produce la percepción. Esa representación luego se libe-ra mediante los mecanismos de defensa utilizados por el yo, por ejemplo para defenderse de recuerdos con sensaciones desagradables que apare-cen repentinamente ante determinadas situaciones. Si analizamos esta cir-cunstancia, advertiremos que lo que se movió en realidad es una sensación desagradable de un hecho vivido con anterioridad, y que en algún punto guarda relación o analogía con el hecho presente. Esa sensación aumenta nuestro displacer y por acción de los mecanismos inconscientes negamos la realidad, negamos el problema, culpamos y proyectamos la responsabi-lidad al otro para no sufrir. Hacemos exactamente lo opuesto a lo que de-searíamos. Nos identificamos, imitamos y copiamos un rol adoptando poses o personalidades ajenas. O justificamos todo de un modo razonable para poder continuar y no tener que efectuar cambios.

Según la Real Academia Española, concepto “es una idea o juicio sobre una persona o cosa”. Y representación, una “figura o imagen de una cosa”.

Para Freud, representación “es todo aquello que de los objetos viene a ins-cribirse en los sistemas mnémicos (inconsciente)”.

En cuanto a la proyección, “es una operación por medio de la cual el sujeto expulsa de sí y localiza en el otro (persona o cosa) cualidades, sentimientos, deseos, incluso ‘objetos’ que no reconoce o que rechaza en sí mismo. Se tra-ta de una defensa de origen muy arcaico que se ve actuar particularmente en la paranoia, pero también en algunas formas de pensamientos ‘norma-les’ como la superstición”.45

La proyección es un proceso por el cual se atribuyen impulsos, afectos y sentimientos a una cosa o persona (como mecanismo defensivo) ya que esa carga de sensaciones negativas sería penosa para el sujeto.

45 Diccionario de psicoanálisis, Laplanche, J. y Pontalis, J.B., Labor, Barcelona- 1987.

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Proyectar es lanzar sobre el mundo exterior ideas inconscientes –que cons-cientemente desconocemos– como modo de evitar el sufrimiento.

El inconsciente está regido por el principio de placer, no quiere que cam-biemos, quiere lo más fácil y rápido; no quiere cuestionarse nada ni ver la realidad, y eso nos lleva a justificar todo y patear la pelota para ade-lante, para no modificar nada... Equivale al clásico “ya vamos a ver”, lo que significa que en ese momento no vemos nada, y tampoco queremos hacerlo.

Todo este sistema estaría recorrido por excitaciones, las que obedecerían al principio de placer o al principio de realidad, y son las que modificarían el aparato psíquico produciendo huellas mnémicas en el inconsciente (base de la asociación de ideas).

El principio de placer rige el inconsciente (impulsivo, quiere todo ya, la des-carga de la libido es directa).

El principio de realidad rige el consciente y preconsciente (es reflexivo, más lento y la descarga de la libido es indirecta).

La base que sustenta el aparato psíquico es la asociación de ideas.

La asociación libre es un método constitutivo de la técnica psicoanalítica según el cual el paciente debe expresar todo lo que se le ocurre sin ninguna discriminación.

El método de la asociación libre le fue sugerido a Freud en 1892 durante un tratamiento en el que una paciente (Emmy Von N.) le solicitó expresamente que cesara de intervenir en el curso de sus pensamientos y que la dejara hablar libremente. Poco a poco, este método fue sustituyendo al antiguo método catártico y se convirtió desde entonces en la regla fundamental de la cura psicoanalítica, así se constituyó en el medio privilegiado de investi-gación del inconsciente.

El paciente debe expresar todos sus pensamientos, ideas, imágenes, emo-ciones, tal como se le presentan, sin selección ni restricción, aunque el material le parezca incoherente, impúdico, impertinente o desprovisto de interés.

Tales asociaciones pueden ser inducidas por una palabra, un elemento de un sueño o cualquier otro objeto de pensamiento espontáneo. La observancia de esta regla contribuye a que afloren las representaciones inconscientes y actualiza los mecanismos de resistencia. Freud habló de “resistencia al psi-coanálisis” para designar una actitud de oposición a sus descubrimientos, por cuanto éstos revelaban los deseos inconscientes y colocaban al hombre ante una realidad negada.

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Nuestro aparato psíquico realiza la asociación de ideas de manera natural. Un hecho presente, por asociación o semejanza, puede movilizar conteni-dos reprimidos e inconscientes, que pugnarán por salir a la conciencia. De este modo, por los mecanismos de defensa utilizados por el yo (que son de origen inconsciente), dichos contenidos saldrán de manera indirecta, es decir, en forma de sueños, chistes, lapsus, actos fallidos.

Las siguientes preguntas y respuestas son una manera simple de ejemplifi-car la diferencia entre datos conscientes de los inconscientes:

Si te preguntan cómo te llamas o cuántos años tienes, ¿necesitas memoria o tiempo para dar esa información? No, porque esa información está en la conciencia; es consciente.

Si te preguntan qué hiciste el lunes pasado al mediodía, tal vez necesi-tes tiempo para evocar la experiencia en su fecha y hora, y con un breve esfuerzo recuerdes con precisión esa información que está en el precons-ciente.

En cambio, si te preguntan por qué tienes tanto miedo a la oscuridad o a la soledad, por qué vives pendiente de que te abandonen o has perdido el deseo de vivir, etcétera, tal vez no puedas explicarlo. Porque el origen de ese temor, esa información, no es consciente, está reprimido en el incons-ciente.

En este último caso, por acción de la represión, debe haber quedado re-gistrada en tu inconsciente alguna experiencia desagradable relacionada con ese temor (por ejemplo, el miedo al abandono) y por acción de los mecanismos de defensa (inconscientes) has olvidado dicha experiencia (por ejemplo, tu padre se fue de tu casa cuando tenías tres años y jamás regre-só). Lo que se grabó, pues, fue el temor reprimido en forma de represen-tación + la sensación (angustia, dolor, rabia, etc.) con la cual viviste aquella experiencia.

Las terapias psicológicas te permiten descubrir el origen de esos bloqueos o traumas, traerlos a la conciencia y liberar el recuerdo de la sensación des-agradable. Se trata de hacer consciente lo inconsciente. Equivaldría a borrar esas huellas con memoria desagradable y conformar un nuevo mapa con huellas nuevas. Al desaparecer la sensación, el recuerdo sólo no produce ningún efecto.

Para entender mejor qué es una huella mnémica puedes imaginar una hue-lla por donde pasó un vehículo muy pesado y dejó una marca profunda; a esa imagen le sumas la sensación con que viviste el hecho, que también se

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grabó en la misma huella. Tendrás así una suerte de clisé que se forma en esa huella:

la representación + la sensación vivida

Una vivencia actual se puede asociar con algo reprimido, que pugna por salir de manera indirecta; de manera que se deposita a esta nueva expe-riencia sensaciones viejas, boicoteando inconscientemente la situación, co-rriendo el riesgo de repetir compulsivamente la misma historia.

Veamos otro ejemplo:

Si a los quince años tuviste un novio rubio de ojos azules que usaba el per-fume “X”, y un día descubriste que te mintió o te engañó, esa desilusión (pérdida de ilusión) se grabó en el inconsciente (sería como el disco-du-ro-memoria-asociativa) con la sensación con que viviste el hecho (rabia, dolor, tristeza, miedo, etcétera). Con el paso del tiempo, te “olvidaste” y volviste a confiar en otro muchacho. Aparentemente vuelves a confiar. Pero al conocer a esta nueva persona, algo, un detalle (¿el perfume “X”?), una imagen, un gesto, te lleva a asociar la situación presente con los recuerdos reprimidos que están en tu inconsciente; entonces se mueven las mismas sensaciones que tuviste en el pasado y las proyectas a esta nueva persona boicoteando la nueva relación.

Al tener grabada esa creencia (en este caso la mentira o la traición) los me-canismos de defensa harán que actúes impulsiva y defensivamente, temien-do que te vuelva a pasar lo mismo. Y por causa de ese temor, en realidad, tú mismo provocas la situación temida. Luego, repites la clásica expresión: “¡Siempre me hacen lo mismo!”. La devolución de un analista aquí sería recalcar el uso del posesivo: “¿Me hacen?”... La idea es que pienses en qué haces tú para encontrarte repetidas veces viviendo lo mismo...

El que nos ocurra siempre lo mismo obedece a una pauta grabada en nuestro inconsciente, no resuelta, que nos lleva a cometer compulsivamente los mis-mos actos y errores. Llevar esto al estado consciente nos libera de este riesgo.

Lo mismo puede ocurrir con experiencias traumáticas de la niñez, o con sen-timientos que estén ligados a una determinada forma de ser de nuestros padres, hermanos, etcétera.

Si en la infancia sufriste por la pérdida de un ser querido, ya sea por muer-te, abandono o separación de tus padres, el inconsciente graba esa pérdida y, como no discierne, en forma global asocia los contenidos y envía infor-mación que distorsiona la percepción, depositándola a toda situación que tenga que ver con alejamiento de seres queridos.

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Antes hicimos un silogismo con el ejemplo del padre; veamos este otro:

Mi mamá, una mujer, me ama

Mi mamá me controla y domina...

Ergo:

Todas las mujeres que me amen como mi mamá me van a dominar y controlar.

¿Te acuerdas?: “El que se quema con leche ve una vaca y llora”...

Quedó pendiente una aproximación al tema de los lapsus. Ocurre que en-tre el sistema consciente y el inconsciente (mnémico), existe una censura para que esa información reprimida y almacenada en el inconsciente no salga de manera perturbadora para el yo –por decirlo rápidamente–, por lo tanto la información sale disfrazada en forma de sueños, chistes, lapsus, actos fallidos.

También en los ejemplos anteriores hemos hablado de “olvido”. Olvido no significa en aquel contexto que haya desaparecido la experiencia, sino que quedó grabada en forma de representaciones + el sentimiento con que la vivimos, agrupados por analogía con otras experiencias de vida semejantes. La experiencia queda grabada en el inconsciente por acción de la repre-sión.

Retomemos el ejemplo del muchacho del perfume, el que te abandonó. Eres todavía joven, estás en una situación nueva, alegre y emocionada; has conocido a una nueva persona, un hombre alto, morocho, de ojos azules, que no usa el perfume “X”, que a diferencia del rubio que te abandonó es leal y cariñoso. Todo es como a ti te gusta. ¿Cómo puede ocurrir que de repente empieces a boicotear este amor? Si no has resuelto tu historia anterior, encontrarás en sus ojos azules (como los de tu ex) el parecido, y proyectarás en tu nuevo compañero los miedos que aquella experiencia previa grabó en ti. También puede operarse este mecanismo a través de su saco gris, la disposición de sus muebles, el nombre de su madre, su religión, su tono de voz...

En suma, se trata de una característica de alguien de tu pasado con quien mantengas algo reprimido sin resolver. Ésta, cuando aparece en el presente (la característica) se asocia involuntariamente con ese recuerdo “olvidado” y se accionan inconscientemente mecanismos de defensa, que te ponen “a la defensiva” con esa persona a la que le atribuyes la facultad de hacerte temer que te vuelva a suceder lo mismo.

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Como esta proyección es involuntaria, inconscientemente juzgas que todo lo que hace es igual que lo que hacía esa otra persona, o bien te comportas de modo que los hechos se encadenan para que la situación termine de la misma forma.

Por eso es habitual que en ciertas oportunidades digamos: “Siempre me pasa lo mismo, todos los hombres me mienten”... (o “me estafan”, “me abandonan”, “me usan”, “no me tienen en cuenta”, etcétera). La misma frase puede dirigirse a las mujeres.

Cuando se compara y generaliza a la mujer o al varón, es porque se está tomando como patrón de referencia la figura paterna o materna, y el in-consciente cree que todos son iguales a... ¿mamá o papá?

El principio de placer nos impulsa a que siempre nos pase lo mismo, y este patrón repetitivo de conducta se denomina “compulsión a la repetición” (repetir en forma compulsiva, no reflexiva, un hecho pasado).

En el nivel de la psicopatología, según la definición de Laplanche y Ponta-lis46, la compulsión a la repetición es “un proceso incoercible y de origen inconsciente, en virtud del cual el sujeto se sitúa activamente en situaciones penosas, repitiendo así experiencias antiguas, sin recordar el prototipo de ellas, sino al contrario, con la impresión muy viva de que se trata de algo plenamente motivado en lo actual”. Es, además, un “impulso involuntario”, irresistible de hacer o decir algo contra la propia voluntad o mayor juicio.

Mecanismos de defensa como los que estamos describiendo nos colocan en forma prejuiciosa respecto de esa experiencia anterior.

Por temor a ser atacados, atacamos.

Por temor a que nos mientan de nuevo, no creemos.

Desconfiamos por temor a ser abandonados.

Rechazamos o abandonamos primero porque las sensaciones desagrada-bles del pasado vinieron en forma indirecta y se las depositamos a la expe-riencia nueva.

Se ha distorsionado la percepción y no vemos la realidad como es, sino contaminada de emociones o sensaciones dolorosas del pasado, que nos impiden disfrutar de la nueva relación.

Se ha asociado el concepto pareja-sufrimiento del pasado a la experiencia presente, y el temor de volver a sufrir o de repetir la misma historia, im-

46 Op. cit.

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pulsado por esa sensación, hace que rechacemos la nueva oportunidad o manejemos la situación a través de dudas, celos. Este mecanismo se acentúa hasta que de una u otra manera consigo (inconscientemente) forzar las cosas para que la relación termine de igual forma, dejándome en el lugar de víctima del engaño o del abandono, accionando un pensamiento auto-mático: “Yo sabía que me iba a pasar o mismo”, sin tener conciencia de que quien más contribuyó para que así fuera fui yo mismo.

Para la teoría cognitiva47, los pensamientos automáticos serían contenidos derivados de distorsiones cognitivas, y se caracterizan por:

Ser específicos (a menudo parecen taquigráficos)

Ser creídos a pesar de su índole irracional y no basarse en evidencia sufi-ciente.

Ser vividos como espontáneos o involuntarios, difíciles de controlar.

Su inclinación a dramatizar y exagerar en sus contenidos la experiencia.

Asimismo, los pensamientos automáticos conllevan una visión de túnel, ya que tienden a producir una determinada percepción y valoración de los eventos, por ejemplo:

a. Un individuo ansioso se preocupa por la anticipación de peligros.

b. Un individuo deprimido se obsesiona con sus pérdidas o faltas, el sesgo es negativo.

c. La gente crónicamente irritada se centra en la injusta e inaceptable con-ducta de otros.

El pensamiento automático –afirman los autores citados– despierta un sen-timiento acorde al mismo; si es negativo, la sensación o emoción también lo será. Voy a recrear un ejemplo:

María espera a Juan, quien dijo que “vendría a las 21 horas”. Cuando son las 21,10, el pensamiento automático de María afirma: “Juan no vendrá más, todos me hacen lo mismo, ya no le intereso”. La emoción que se movió en María es negativa, de rabia, frustración, venganza, tristeza; y tal vez a Juan le ocurrió un imprevisto que nada tiene que ver con estos pensamientos.

Al cambiar el estado de ánimo por estas creencias erróneas, que producen sensaciones equivocadas, tal vez cuando llegue Juan a las 21,30, María –el sujeto irritado– tendrá tan mal humor que Juan se irá ofuscado después

47 Beck, Aarón y Freeman, Arthur, Terapia cognitiva de los trastornos de la personalidad, Paidós, Barcelona-2005.

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de una penosa discusión. De esta manera, María terminará reafirmando la creencia de que siempre le pasa lo mismo.

Una mujer no condicionada a irritarse por cosas no resueltas, en el mismo caso, ¿qué haría? Muy simple: recibiría a Juan con un beso, le preguntaría qué le ocurrió, cómo se siente, y luego tendrían una velada agradable.

Como vemos en el caso de María, al repetirse la experiencia se reafirma una creencia: “todos los varones son mentirosos”, o “todos los hombres son infieles”, etcétera.

Otras veces ocurre a la inversa: en forma compulsiva buscamos una persona parecida a alguien del pasado, como un intento de reemplazar u ocupar el espacio vacío, lo cual nos lleva indudablemente a repetir el mismo patrón de conducta.

En realidad, el espacio vacío no existe, ya que hasta el aire está lleno de partículas invisibles a nuestros ojos. Lo que sí existe es la sensación de vacío, y por causa de esta sensación que produce una creencia errónea, sostene-mos un sinnúmero de relaciones destructivas y patológicas.

Para hacerlo más simple podríamos comparar nuestra psiquis de la siguien-te manera.

Hagamos de cuenta que poseemos un archivo, que consiste en una pared inmensa llena de cajoncitos, y dentro de cada uno de ellos tenemos guarda-do un recuerdo + la sensación (desagradable) con la que lo vivimos.

Como nuestro yo usa mecanismos defensivos para defenderse de lo des-agradable, reprime esas experiencias desagradables, nos hace creer que las hemos “olvidado”, las manda a uno de esos cajoncitos y allí se graban en forma de representaciones + la sensación vivida y se agrupan por ana-logía.

Cuando en el presente percibo un olor o veo una imagen, o siento una sensación (por ejemplo rechazo ante el tacto de un beso o caricia), o es-cucho una música, ruido o palabras, o pruebo un determinado sabor y esa sensación (cualquiera de las mencionadas) es parecida, análoga o semejan-te a una experiencia (por lo general desagradable) que viví en el pasado, automáticamente se produce una asociación de ideas que abre uno de esos cajoncitos. Es entonces cuando siento un malestar que no puedo explicar.

Si me presentan a una persona que no conozco, pero su voz me produce inesperadamente sensación de impotencia, desasosiego, rechazo, bloqueo, angustia o bronca, una reacción que reconozco como puramente subjeti-va, significa que algún dato (en este caso la voz) se ha asociado con algo

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reprimido y se ha movido una sensación negativa que acompañaba dicho recuerdo.

Ante esta situación, la reacción que puedo tener es agredir a la persona que acabo de conocer, ponerme a la defensiva, evitarla, tener deseos de marcharme, cualquiera de estas variantes, según mi temperamento. Si no soy consciente de que no es lo real del otro lo que me está molestando, si-no lo que del otro me remite a un sufrimiento mío, entablaré disputas con quien nada tengo para discutir o haré sufrir a quien no se lo merece.

Del mismo modo, algunos trastornos sexuales de la edad adulta, obedecen a juegos sexuales de la infancia “no hablados”, y grabados con una sensa-ción de culpa que impide el goce. Cuando la persona toma conciencia que solamente fue un juego de niños y se perdona, se permite vivir su sexuali-dad sin traumas.

Esto también suele ocurrirles a los estudiantes ante determinados profeso-res o viceversa. No podemos precisar el rechazo o la dificultad para avanzar o terminar algo que hemos comenzado. Y resulta (si analizamos) que el profesor camina por el aula del mismo modo que nuestro padre cuando nos amenazaba, la amiga que adoramos y nos quiere pero nos angustia (aparentemente sin razón) tiene un hijo parecidísimo a un ser querido que perdimos en un accidente, etc., etc. En definitiva, rasgos del presente nos remiten inconscientemente a historias dolorosas del pasado.

¿Qué ocurre? Proyecto (mecanismo de defensa) ese malestar a la persona del presente, con lo cual pierdo la oportunidad de conocerla tal cual es, actuando a partir de allí en función de una suposición, una posición errada, otra, que no es la mía, que no me permite ver la realidad como es, sino que está contaminada de emociones viejas, que hacen que sobredimensione la situación presente, depositándole lo no resuelto anteriormente.

Por eso, cuando pasa el tiempo, vemos que algunas situaciones que nos preocuparon tanto no eran tan graves, pero en su momento las sufrimos como si esto o aquello fuera lo peor que podía pasarnos, sin solución.

Las terapias psicológicas permiten comprender este tipo de reacciones. En el ejemplo anterior los sentidos percibieron una imagen auditiva (la voz), que por asociación abrió el cajoncito de: Hombre-Padre-Afectos-Temor, y sin querer movilizó el sentimiento de temor que se tenía a la imagen pater-na en la infancia.

Esa misma sensación se puede trasladar a la pareja, por ejemplo cuando una mujer expresa: “Mi esposo no me deja trabajar”, colocando al marido en lugar de padre y colocándose ella en lugar de hija obediente.

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Esto puede ocurrir igualmente con un jefe o un amigo: colocar esa figura masculina en el rol de la figura paterna. Se accionan así mecanismos infanti-les que hacen que la persona no pueda entender por qué tiene miedo a los hombres. Por supuesto, puede suceder lo inverso: con el hombre respecto de la mujer y de la imagen materna, culpándola infantilmente de lo que le pasa y exigiéndole comprensión o que cumpla el rol que tenía su madre.

El inconsciente se libera a través de disfraces como los sueños, los chistes, los lapsus, los actos fallidos. La idea de autoridad-amor-padre-hombre de la infancia se actualiza por asociación de ideas, proyectándola en situaciones presentes. Esto lleva también al hombre a buscar o mantener relaciones con mujeres parecidas a su madre, si el vínculo edípico no está resuelto.

Por este mismo mecanismo se puede sentir una atracción inexplicable hacia personas que produzcan la misma sensación que tanto se rechazaba en la infancia. Lo que tanto se evita compulsivamente se vuelve a repetir, o como dicen algunos autores: “Todo lo que se resiste... persiste”.

El miedo que sentíamos en el pasado se actualiza y se lo asignamos a la per-sona que tenemos a nuestro lado en el presente, atribuyéndole infinidad de condicionamientos, que a veces nos impulsan a rechazar injustamente a quien nos quiere o a unirnos en relaciones destructivas.

Cuando una persona tiene hijos, esa asociación de ideas también funciona, e inconscientemente termina haciendo a sus hijos lo que tanto temió. Otros padres, para que sus hijos no vivan lo que ellos vivieron, hacen exactamen-te lo opuesto, olvidándose en ambos casos que el hijo es una persona-indi-vidual, un sujeto singular, y no una proyección o prolongación de su propia historia personal. En este segundo caso los padres dan y hacen cosas a sus hijos que a ellos en el pasado les hubiera gustado recibir, cometiendo el mismo error, ya que un hijo es una persona a la que hay que respetar e ir educando para que sea lo que desea y no lo que sus padres quieren o es-peran que sea.

Algunos estudios realizados indican que el instinto materno o paterno no existe, que el instinto es sólo una condición inherente al animal. Los argu-mentos para negar su existencia en la mujer o el hombre se basan en que una mujer por instinto no podría abandonar a un hijo, abortarlo, prostituír-lo, humillarlo, realidades que nadie puede negar; asimismo, un padre con instinto no podría abusar de su hijo, abandonarlo, agredirlo y demás.

Lo que existe en la mujer y el hombre, según esta línea de pensamiento, es la vocación materna o paterna; y como lo dice la palabra (del latín vocare: “llamado a ser algo”), condición con la cual se nace.

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Debemos intentar determinar nuestra vocación y conocer nuestros límites antes de entrar en situaciones de las que después no podamos salir, esto es, antes que actúen como condicionantes para el resto de nuestra vida.

Estudios especializados en familia permiten inferir que en general las ado-lescentes y jóvenes que quedan embarazadas sin haberlo realizado de ma-nera consciente son mujeres que mantienen un conflicto sin resolver con su propia madre. Esta fijación errónea respecto de la imagen materna las lleva compulsivamente a creer que enseñarán a su madre cómo se es ma-dre. Y como el vínculo que mantienen es de amor-odio, proyectan sobre la maternidad esta frustración, depositando en ese hijo el rechazo que expe-rimentaron en la infancia. El varón se convierte en padre a temprana edad (de manera compulsiva) por circunstancias semejantes.

En rigor de verdad, casi todas las personas que en su adolescencia asumen responsabilidades no acordes a su edad cronológica ni a su madurez emo-cional e intelectual, de manera compulsiva, están enviando un mensaje a su familia, mostrándoles cómo ellos harían las cosas distintas. Pero no com-prenden que incurren en el autocastigo, ya que algunas veces condicionan sus vidas para siempre.

Todo lo que se haga por bronca, odio, celos o competencia, implicará resul-tados lamentables de por vida. Cuando esa persona llegue a la madurez, comprenderá cuántos errores y complicaciones se habría evitado si hubiera aceptado la realidad familiar tal como era y no como le habría gustado que fuera.

El resultado varía cuando, en lugar de victimizarnos, usamos la reflexión, y aceptamos que la familia es el puente por el cual cruzamos para realizar nuestra propia experiencia de vida.

El ser humano habla de lo que le preocupa y nuestra demanda oral suele ser un pedido a gritos de lo que tal vez nos faltó en la infancia, de lo que perdimos y no aceptamos como pérdida o de lo que tanto temíamos.

Por eso cuando alguien dice que desea morir, o que se va a suicidar, no debemos subestimar esa expresión, pensando en nuestra comodidad, afir-mando: “el que dice que se va a suicidar no lo hace, no avisa “... Esto no es más que una justificación para no involucrarnos, para no hacer nada.

La persona expresa lo que piensa y siente... y por repetición de una idea, se forma una huella mnémica, hasta que se convierte en una creencia, y como el inconsciente no discierne, tarde o temprano la llevará a cabo.

En lo que respecta a creencias culturales que se graban en el inconsciente, a nosotras las mujeres, cuando llega la menstruación, se nos hace una especie

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de festejo y con alboroto nos repiten: “¡Te hiciste mujer!” ¿Será por este mandato que si el inconsciente registra que “somos mujeres” a partir del ciclo menstrual, cuando éste se retira por la menopausia sentimos que de-jaremos de serlo?... ¿Qué sexualidad asumirá el inconsciente hasta ese hito, y cuál será la posición que tomará cuando se retira?... Tal vez esto explique el modo traumático en que algunas mujeres viven la menopausia, sintiendo que han perdido su condición de mujer.

Recuerda:

Cada huella mnémica contiene un conjunto de imágenes y sonidos aso-ciados a palabras y frases con una semántica propia, y también con una conexión a un circuito emocional determinado.

Esto determina la cualidad afectiva del recuerdo. Se establece una asocia-ción entre las imágenes, sonidos, palabras o semántica de unas huellas con otras, interrelacionándose entre sí y formando estructuras de consulta al momento de establecer una actividad.

Un estímulo externo puede despertar una asociación de imágenes o pala-bras de huellas mnémicas anteriores, reforzando la sensación de displacer con que se grabó la experiencia.

Como dijo Pogo:

La persona con quién es más difícil llevarse bien es uno mismo.

En el lenguaje corriente, el término inconsciente se utiliza como adjetivo para designar el conjunto de los procesos mentales que no son pensados de un modo consciente. Algunos suelen sustantivarlo, de manera peyorativa, para referirse a un individuo irresponsable o loco, incapaz de dar razón de sus hechos y gestos.

Para Freud, el inconsciente ya no era una supraconciencia o un subconscien-te, como se lo denominaba antes para señalar todo lo que estaba situado sobre o más allá de la conciencia; el inconsciente se convierte realmente en una instancia a la cual la conciencia no tiene acceso, pero que se revela en sueños, lapsus, chistes, juegos de palabras, actos fallidos, etcétera.

El inconsciente según Freud tiene la particularidad de ser a la vez interno al sujeto (y a su conciencia) y exterior a toda forma de dominio por el pensa-miento consciente. Por eso debemos tener cuidado cuando hacemos chistes o juzgamos a una persona. Debemos estar alertas a las expresiones, ya que son pensamientos que evidencian un determinado estado de ánimo y pro-ducen efectos en quien las escucha.

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A las palabras no se las lleva el viento...

Los chistes son verdades disfrazadas...

Si alguien en broma te dice, por ejemplo:

–Qué lindo reloj, ¿dónde lo robaste?...

Tú le aclaras:

–¡No! Lo compré trabajando.

El otro dirá seguramente:

–Era un chiste, te estoy cargando...

Se da el gusto de cargarte con el peso de poder decirte lo que piensa, por-que en el fondo duda del origen del reloj; pero al decirlo en chiste ya no podrás enojarte, porque fue una broma...

Un ejemplo más habitual, de pareja:

Llegas diez minutos tarde a un encuentro. Él ha estado esperándote; sabe que vienes de una reunión de trabajo (realmente vienes de allí).

–Hola, disculpa la demora, pensé que terminaría a tiempo, pero no podía irme porque estaba la nueva representante, por fin logré salir –dices.

Él responde:

–¿La nueva o el nuevo?

–Se llama Julia, si quieres pregúntale a...

–Deja, era una broma –dice él entre risas.

Si te dirigías a cenar, difícilmente este chiste no te perturbe como sensación de desconfianza en cualquiera de los temas que surjan en la mesa.

Recuerda:

El chiste disfraza una verdad.

Es igual que en una computadora, cuando se grabó una orden, se cumple al pie de la letra.

Dijimos ya que por repetición te grabaron tu nombre, y de manera refleja cuando escuchas pronunciarlo, reaccionas.

Del mismo modo ocurre con todas las palabras que utilizas:

Para ti mismo: “soy un tonto”; “no sirvo”; “siempre me equivoco”...

Para tus hijos: “Tal es mejor que vos”; “Qué tímido”; “Eres un inútil”...

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Para tu pareja: “Me pones nerviosa”; “Me controlas”...

Todas estas frases, también las que pronuncias a tus amigos y familiares, actúan como una orden que debe cumplirse. Así que si las repites, después no lamentes cuando lo veas concretarse en tu vida.

Somos los dueños de nuestro pensamiento, y nuestra vida es el reflejo de lo que pensamos y sentimos.

Recuerda la reflexión final de Job, aquel personaje bíblico que lo poseía to-do pero tenía el temor de perderlo: “Lo que tanto temía, me aconteció “.

“Ni en el cielo, ni en medio del océano, ni siquiera en la cueva de una montaña, debemos busca refugio (...) ninguno de estos lugares es un

refugio seguro ni el refugio supremo. Porque ni siquiera después de llegar a un refugio se libera uno de todo el sufrimiento”.

Buda

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8. ACTOS FALLIDOS Y MECANISMOS DE DEFENSA

Los actos fallidos expresan algo que por regla general la persona no se propone comunicar, sino guardar para sí.

S. Freud

Freud denomina acto fallido (en alemán Fehlleistung) a un fallo motivado inconscientemente, revelador de intenciones no confesadas. “Son acciones defectuosas debido a la interferencia de algún deseo, conflicto o cadena de pensamientos inconscientes”, explica.

Tal expresión nos permite designar toda clase de errores o procesos men-tales inconscientes, como son los lapsus linguae, errores de lectura, errores de escritura, errores de la acción, extravíos, etcétera.

Así pues, este tipo de olvidos, errores, metidas de pata, lapsus, equivoca-ciones, no son producto de la casualidad o el descuido, sino que están mo-vidos por un deseo inconsciente que no encontraría otra forma de aflorar a la conciencia que burlando de esta manera la censura.

El acto fallido es una especie de traición que nos hace el inconsciente, ha-ciéndonos decir lo que simplemente no queríamos decir, revelando un de-seo o intención inconsciente. Por ejemplo, estás llamando por teléfono a Carlos pero inconscientemente deseas hablar con Pedro, atiende Carlos y dices: “¿Hola, Pedro?”...

Claro que el yo siempre puede disculparse tras un acto fallido, diciendo: “no era eso lo que quería decir”. Pero ya habrá sido dicho. Y por tanto es-cuchado. Las interpretaciones correrán por cuenta del interlocutor.

Ahora bien, esta categoría remite a un conjunto de errores no sólo de la pa-labra, sino también de la memoria y la acción. Es aplicable a ciertas conduc-tas que el individuo atribuye al fracaso, a la falta de atención o al azar. Por ejemplo, cuando quieres (o crees que querías) prestarle un vestido a una amiga y al reunirte con ella te olvidas de llevarlo. Si no encuentras el modo de resolver la situación, quizá el acto fallido te permita volver consciente tu verdadera intención o deseo.

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Para Freud, los actos fallidos comprenden acciones, errores y lapsus de las palabras y del funcionamiento psíquico. Y se rigen por dos principios:

a. Tienen un sentido

b. Tienen una intención (porque se trata de actos psíquicos)

Es importante analizar el discurso, ya que es revelador, permite sacar velos y ver con claridad el asunto.

En los discursos políticos es notable cómo lo que parece una idea construc-tiva en un análisis más profundo encierra lo contrario. Por ejemplo, hemos oído en discursos políticos la expresión “revolución productiva”. A simple vista, ésta parece indicar que lo que se agrandará y crecerá será la produc-ción. Pero analizando con detenimiento la expresión, advertiremos que toda “revolución” implica destrucción, cambios violentos, sedición. Si a eso se le suma el adjetivo “productiva”, que remite a la producción, la interpretación de esta expresión significa en cierta forma producir revolución, es decir, pro-vocar cambios violentos, de lo cual se infiere el resultado, lo que se destruirá será la producción por causa de la importación (o cualquier otra).

“Si no le gustan mis principios, tengo otros”...

Groucho Marx

¿Qué son los mecanismos de defensa? El término mecanismo fue utiliza-do desde un principio por Freud para indicar que los fenómenos psíquicos muestran una disposición susceptible de observación y de análisis científico. Él estableció que “diferentes afecciones neuróticas provienen de los distin-tos procedimientos que utiliza el yo para liberarse de [su] incompatibilidad [con una representación]”.48

El yo, evitando el displacer, acciona de manera inconsciente mecanismos para defenderse, ya que ciertos contenidos reprimidos pugnan por acceder a la conciencia y, de lograrlo, le resultan penosos.

Conoce algunos mecanismos de defensa y trata de traer a tu conciencia cuál es el que utilizas compulsivamente con más frecuencia:

Represión: expulsión espontánea de la conciencia, de recuerdos, impulsos e ideas que puedan constituir fuentes de ansiedad, temor, culpa, vergüenza o humillación si el individuo tuviera conciencia de ellos.

48 Diccionario de psicoanálisis, cit.

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Compensación: exagerados esfuerzos para obtener éxito o distinción en la propia zona de inferioridad o en algún otro campo. Es una defensa común contra las sensaciones de inadecuación, fracaso o defectos personales, ya sean reales o imaginados.

Racionalización: invención de buenas razones para explicar o justificar los fracasos o para justificar el compromiso en experiencias que de otro modo se percibirían como dañinas para la autoestima. De este modo, hacemos que las desventuras personales o los defectos disminuyan su magnitud (“No es para tanto”, decimos). Se disfraza la situación justificándola, aunque no haya forma lógica de entenderlo. Se patea la pelota para adelante, con buenas excusas, para no tener que tomar decisiones.

Formación reactiva: hacer exactamente lo opuesto a la primera intención. Por ejemplo, pensar en decir o hacer tal cosa y terminar haciendo o dicien-do exactamente lo contrario.

Proyección: atribución de la culpa a otros por debilidades, errores y malas acciones propias, como medio para salvaguardar la autoestima y para evi-tar la autocensura.

Negación: ceguera perceptual inconsciente, selectiva (no deliberada) hacia los hechos desagradables, que protege al individuo de la necesidad de en-frentar pensamientos, deseos, tomar decisiones y situaciones intolerables. Si lo sé, que no me importe. El conocido dicho: “Ojos que no ven, corazón que no siente”.

Regresión: retroceso de la conducta ante dificultades corrientes a etapas inmaduras o infantiles, que producen gratificación.

Desplazamiento: transferencia de sentimientos de una persona u objeto a otra persona u objeto “más seguros”. De este modo, por ejemplo, los sen-timientos hostiles provocados por un cónyuge pueden redirigirse y descar-garse contra un animal doméstico, un hijo, un vecino, etc.

Identificación proyectiva: se relaciona con la “imitación y copia de un rol”, pero es más completa, ya que el individuo que se identifica con los otros significativos “adopta sus actitudes, valores y conductas como propias”. Es-to puede darse en la imitación de actitudes positivas o negativas.

Introyección: forma especial de identificación en la cual se internalizan las actitudes, valores y conducta de otra persona. Los sentimientos asociados a esa otra persona se dirigen entonces al propio yo.

Analiza detenidamente estos mecanismos que pone en funcionamiento nuestro yo para defenderse y que son de origen inconsciente.

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Intenta hacerlos consciente; escúchate, analiza tus actos, y te darás cuenta de cuáles son tus resistencias para aceptar que no es el otro quien debe cambiar para que tú puedas sentirte bien.

No tienes que esperar que el resto cambie bajo la creencia de que cuando ellos lo hagan podrás ser feliz.

“Lo que dejamos atrás y lo que nos aguarda delante, son asuntos sin importancia comparados con lo que llevamos adentro”.

Ralph W. Emerson

En conclusión, a fin de comprender mejor nuestro aparato psíquico, imagí-nate que tienes en tu cabeza una filmadora, y que esa máquina está todo el día percibiendo imágenes + sonido + emociones.

Algunas imágenes son nítidas, claras, precisas; las identificamos fácilmente, podríamos asemejarlas con el consciente. Están en la conciencia y no nece-sitamos esfuerzo para verlas e identificarlas.

Otras imágenes, en un segundo plano, son menos nítidas; debemos hacer un esfuerzo para reconocerlas e identificarlas. Podríamos asemejarlas con la información que va al preconsciente.

Por último, quedan otras imágenes totalmente difusas, que por más es-fuerzo que hagamos no podemos identificar, y se confunden con otras. Podría decirse que esas imágenes borrosas e irreconocibles están en el inconsciente.

Toda filmadora tiene un botón que la convierte en proyectora de imáge-nes. Para poder ver la película que grabamos y captamos debemos proyec-tarla hacia afuera.

Primero incorporamos, luego proyectamos.

Por acción de los mecanismos de defensa comentados, el otro se convierte en mi pantalla y le proyecto mi propia película distorsionada. Esto lleva a una distorsión de la realidad, lo que explica por qué resulta tan difícil en-tendernos.

Todos sabemos la diferencia entre “lo que yo dije” y “lo que tú oíste”, o entre “lo que yo quise decir” y “lo que tú quisiste escuchar”. A nadie se le escapa que no es lo mismo “lo que yo veo” que “lo que tú ves”; o que puede haber una gran distancia entre “lo que yo quiero ver” y “lo que tú quieres ver” (o “lo que tú quieres que yo vea”...). Y que la diferencia entre “lo que yo siento” y “lo que vos sentís” no debería asombrarnos. Sin embar-

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go, no son pocas las personas que pasan su vida intentando asimilar estas diferencias...

Porque la percepción distorsionada nos lleva a la suposición, es decir, a tomar la posición del otro, y desde ese puesto nos creemos dueños de la verdad, y creemos y nos sentimos absolutamente seguros de conocer lo que el otro piensa y siente. Es por ello que discutimos y perdemos la razón tratando de que el otro nos la otorgue...

Cuando alguien es seguro de sí mismo, ha madurado y piensa y siente que su razonamiento es claro, no busca que otro lo reafirme con su aprobación. Simplemente piensa distinto, lo cual no implica estar equivocado.

A menudo una persona se enoja con otra por la forma que tiene de decir o hacer las cosas. Esa forma, conviene saberlo, equivale nada menos que a la personalidad, al modo que el otro tiene de expresarse. El hecho de que diga las cosas de manera distinta, particular, no significa que estés equivo-cado, por lo tanto debemos respetar las formas de los demás.

Es curioso, pero así sucede: si la otra persona por nuestra influencia cambia esa forma que tanto nos molesta, automáticamente deja de interesarnos. ¿Por qué? Porque precisamente a veces lo que rechazamos en el fondo es lo que nos atrae. Y paradójicamente, como se sabe, lo que primero nos atrajo suele terminar separándonos.

“Una nimiedad nos consuela, porque una nimiedad nos disgusta”.

Blas Pascal

Como cuidas el resto de órganos y aparatos de tu cuerpo, cuida tu aparato psíquico. Elige y selecciona toda la información que ingresa en él y analiza tus palabras. Cuida siempre de ser el único dueño de tu pensamiento. Tal vez en la relación con nuestros semejantes debamos ciudarnos de no imitar al Coyote, que espera que otros animales cacen para robarle la presa, pero toda la energía que ahorra para alimentarse la malgasta en sus peleas con otros machos cuando llega la hora de formar pareja. Lo paradójico: que no siempre el vencedor es el favorecido, pues la dama a veces elige al que llevó la peor parte y el otro acepta y se retira sin más pelea. ¿Es necesario tanto esfuerzo inútil para el mismo resultado?

“¡Cuántos disgustos nos han causado algunas desgracias que nuestra imaginación nos hace temer y que no han llegado nunca!”

T. Jefferson

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He elegido el siguiente soneto para dar fin a este breve capítulo, porque aun en su tono lírico constituye una síntesis de los temas abordados.

A propósito, se recordará que el arte “despierta en nosotros infinidades de supuestas revelaciones e hipótesis”...

LO QUE EL ÁRBOL TIENE DE FLORIDO

Si para recobrar lo recobrado,debí perder primero lo perdido,si para conseguir lo conseguido,tuve que soportar lo soportado...Si para ahora estar enamorado,fue menester haber estado herido,tengo por bien sufrido lo sufrido,tengo por bien llorado lo llorado.Porque después de todo he comprobado,que no se goza bien de lo gozado,sino después de haberlo padecido...Porque después de todo he comprendido,que lo que el árbol tiene de florido,vive gracias a lo que guarda sepultado.49

49 Bernárdez, Francisco Luis, Antología poética, Madrid, Espasa Calpe, 1972.

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9. ¿CASUALIDAD, CAUSALIDAD O SINCRONICIDAD?

Para Marie-Louise VonFranz50, a Carl Gustav Jung sólo después de varias décadas de sufrir por parte de sus colegas menosprecio académico se le reconoció la enorme importancia de su extensa y sabia obra. Explorar las profundidades del psiquismo humano llevó a Jung a estudiar y profundi-zar sobre filosofía, mitología, alquimia, a conocer el misticismo occidental y las religiones orientales. También se interesó por el Tarot, el I Ching, la astrología, los Ovnis (hacia el final de su carrera), los Mandalas, las culturas de los pueblos primitivos en África y América del Norte, las civilizaciones de India, China y Japón... En fin, “se interesó por todo lo concerniente a la raza humana”.

Jung fue alumno de Freud durante algunos años, primero siguiendo los pasos de su obra, con la que coincidía en algunos aspectos, y después en-trando en contacto personal con él.

De la teoría psicoanalítica, Jung tomó algunas nociones e ideas que fue modificando en mayor o menor grado.

En una de sus cartas personales, a fines de la década de 1910, Freud escribe a Jung:

(...) la misma tarde en que yo le adoptaba a usted formalmente como hijo mayor, le consagraba como sucesor y príncipe heredero.

La teoría de Jung sostiene que “el inconsciente no es racional, por eso nos habla en símbolos”51, y divide la psique en tres partes.

1. El yo, que identifica con la mente consciente.

2. El inconsciente personal, que incluye cualquier cosa que no esté pre-sente en la conciencia, pero que no está exenta de estarlo.

3. El inconsciente colectivo.

50 Von Franz, M. L., Carl G. Jung, Su mito en nuestro tiempo, Fondo de Cultura Econó-mica, México 1982.

51 Jung, C. G., El hombre y sus símbolos, Barcelona, Paidós, 1995.

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El inconsciente personal incluye ambas memorias, es decir, la que atrae rá-pidamente a nuestra conciencia un dato pasado y aquellos recuerdos que han sido reprimidos por cualquier razón.

Carl Gustav Jung se diferencia en su teoría porque agrega el inconsciente colectivo como si se tratara de un patrón de herencia psíquica. Allí estarían almacenadas nuestras experiencias, en este archivo, que jamás podrá ser totalmente consciente.

El inconsciente colectivo es el fundamento del inconsciente personal; así vincula Jung al individuo con el conjunto de la humanidad, a través del análisis de las manifestaciones culturales.

Cuando se investiga la historia de una determinada cultura, en su incons-ciente colectivo se percibe el origen y la explicación de determinadas pau-tas que se repiten de manera compulsiva y cíclica en el tiempo.

Veamos dos apreciaciones sobre su labor:

Jung con esta teoría abre una puerta con hechos y conexiones hasta ese momento de algún modo mágicos e ininteligibles, que permiten al ser humano bucear en los misterios de la vida, interpretándolos de un modo más consciente y real.

Produjo una revolución respecto a las estructuras mecanicistas de la psi-cología, recalcando la importancia del inconsciente sobre el consciente. Cobró valor lo misterioso y mágico ante lo conocido; lo científico ante lo místico. Lo religioso creció, en lugar de lo profano, y consideró más la creatividad que la producción. 52

Jung descubrió que tanto en los sueños como en los mitos subyacen ele-mentos del inconsciente colectivo, a los que denominó “arquetipos”, dis-tinguiéndolos (en tanto contenidos del inconsciente) de las llamadas “imágenes arquetípicas”.

Esta distinción se basa en considerar que aquello que llega a nuestra con-ciencia son siempre las imágenes, o sea las manifestaciones concretas y par-ticulares de los arquetipos, las cuales nos impresionan, influyen y fascinan.

¿Recuerdas las huellas mnémicas?...

No obstante, los arquetipos mismos carecen de forma y no son tangibles ni visualizables para Jung, porque el arquetipo como tal es “un factor psi-coide” que pertenece, por así decir, al extremo invisible y ultravioleta del

52 Jung, C. G., Arquetipos e inconsciente colectivo, cit.

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espectro psíquico. Por definición, “son vacíos y carentes de forma, sólo po-demos sentirlos cuando se llenan de contenido individual”.

Como se ve, la actividad de los arquetipos coincide con algunos aspectos de la teoría de los instintos de Freud, pero Jung grafica dicha actividad como “un agujero negro” (como el que tiene la capa de ozono) en el espacio, cu-yo funcionamiento estaría relacionado por la forma en que atrae materia y luz hacia sí mismo.

Por otra parte, el arquetipo no puede comprenderse directamente por aná-lisis intelectual, sino sólo mediante los símbolos y el lenguaje de la mito-logía. Es el modelo a partir del cual se configuran las copias. Es el patrón subyacente, “el punto inicial a partir del cual algo se despliega”.

Jung enuncia el importante papel que juega en la vida de los seres humanos el arquetipo materno53, ya que de algún modo todos nuestros antepasados tuvieron madre y sin ella parecería que “no podríamos haber sobrevivido”. Acaso esto explique la trascendencia del rol y por qué nos afecta tanto su ausencia, más que la paterna.

El arquetipo materno actúa como un mandato: venimos a este mundo con el fuerte deseo de una madre, a la que buscamos y reconocemos, y también es con ella con quien luchamos. Jung asocia este arquetipo con la madre tierra de la mitología griega, también con Eva y la Virgen María. El interés de Jung por las imágenes arquetípicas refleja más énfasis en la forma del pensamiento inconsciente que en su contenido.

Los seres humanos tenemos la capacidad de responder a distintas expe-riencias de manera creativa, pues hemos heredado la capacidad de crear imágenes. Esas imágenes arquetípicas no son residuos de un pensamiento arcaico, sino que forman parte de un sistema de interacción constante en-tre la mente humana y el mundo exterior.

Para Jung, esta capacidad que tenemos de crear imágenes es la verdadera función que nos hace humanos, no solamente la razón, como se sostenía anteriormente. Tales imágenes no son ideas traducidas, sino que forman parte de un lenguaje natural que, en su teoría, surge del alma, y que nos ayuda a liberarnos de la opresión, de las maneras de pensar verbal y racio-nal que han limitado totalmente nuestra creatividad.

En esta teoría el pensamiento simbólico es considerado asociativo, analó-gico, cargado de afecto, animista, antropomórfico (hemisferio derecho) y

53 Op. cit. nota 52.

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puede dar la impresión de ser más pasivo que el pensamiento organizativo y conceptual (hemisferio izquierdo); pues a diferencia de los pensamientos, logramos sentir las imágenes como algo que recibimos, similar de la inspi-ración del artista, y que es fabricado por nosotros mismos.

Nuestro conocimiento lógico y consciente no puede explicar las imágenes arquetípicas, que son percibidas independientemente de nuestra experien-cia personal. El contacto con lo desconocido asombra precisamente porque nos topamos descubriendo similitudes entre imágenes y temas de nuestros sueños con los que aparecen en mitos y leyendas de los que no teníamos un conocimiento previo. El impacto que nos produce constatar estas seme-janzas es muy fuerte.

Las imágenes arquetípicas están conectadas tanto con el pasado como con el futuro, motivo por el cual según Jung son transformadoras, es decir que poseen la capacidad de transformar. En este sentido, el yo contiene no sólo el depósito y la totalidad de toda la vida pasada, sino que también es un punto de arranque, el terreno fértil a partir del cual brotará toda vida fu-tura.

De esta noción se parte para considerar la premonición del futuro grabada en nuestros pensamientos más íntimos, tal como está grabada la historia de lo vivido. Aquellas imágenes se presentan como líneas indicadoras que indican el camino, pero con la libertad de seguirlo o no (libre albedrío): “La vida no sigue líneas rectas, ni líneas cuyo curso pueda verse con gran antelación”.

Jung considera la mente humana como un sistema autoorganizado, regi-do por una fuerza creativa y cósmica que tiende a desarrollarse hacia una integración cada vez mayor. Piensa que el rol del terapeuta es apoyar este proceso de integración que une nuestros aspectos tanto conscientes como inconscientes. “El terapeuta debe ser como un médico partero, que ayuda a dar a luz lo que el paciente tiene en su interior”.

Investigaciones como La interpretación de la naturaleza y de la psique. La sincronicidad como principio de la conexión acausal54 lo llevaron al campo de lo que él designó como “sincronicidad”, trascendiendo los límites de la ciencia mecanicista al afirmar que “existe una conexión no causal de los acontecimientos”.

54 Jung, C. G., La interpretación de la naturaleza y de la psique. La sincronicidad como principio de la conexión acausal, Barcelona y Buenos Aires, Ediciones Paidós Ibérica, y Editorial Paidós, SAICF (Biblioteca de Psicología Profunda) -1994.

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La “sincronicidad” está en relación con ciertos descubrimientos de la física moderna. Aparentemente, hasta el propio Einstein lo alentó a desarrollar este concepto, y junto con el físico Paulí escribieron un libro sobre ese te-ma.

Jung sentía una profunda atracción por la relación entre Oriente y Occi-dente como camino de crecimiento personal, lo cual expresa con claridad cuando declara:

“Quiero hacer una advertencia muy especial contra el intento de imitar las prácticas y sentimientos orientales. Nada bueno surgirá de ello, a no ser una anulación artificial de nuestra inteligencia occidental. No pueden ni deben abandonar su comprensión occidental: más bien deberían acudir a ellas (a estas prácticas) sin imitaciones ni sentimentalismos, para compren-der en la medida que es posible a la mente occidental”.

Alertaba de este modo sobre el cuidado de no incorporar la mentalidad oriental como la verdad, intentando anular la occidental, ya que esta imita-ción puede anular artificialmente nuestra identidad.

Evidentemente el acierto estuvo aquí en señalar que la asimilación de un punto de vista extranjero, con la consiguiente pérdida de las propias raíces, no es una propuesta demasiado atractiva. Sugiere que lo ideal es mante-nerse en lo propio y comprender las filosofías basadas en concepciones opuestas a las habituales como una manera de alcanzar así una totalidad más integradora.

Fue coherente con su pensamiento, ya que nunca abandonó la religión de su nacimiento y de sus ancestros, a pesar de la amplitud de criterio que tenía respecto de las religiones orientales, que de algún modo se contrapo-nían con la fe aceptada por la sociedad de su época.

Se considera a Jung como el primer hombre moderno que habiendo perdi-do su alma, la encontró en su experiencia individual, manteniendo sus lazos con las religiones del pasado.

La psicología junguiana aceptó todas las religiones del mundo, incluso el budismo, y se mostró receptiva a esta variedad, ocurra ella de manera in-dividual o colectiva, como dijo Tertuliano: “Dejemos que el alma hable por sí misma”.

Jung trabajaba con imágenes arquetípicas, evitando la interpretación o tra-ducción al lenguaje conceptual. ¿Cómo interpretaba? A través de lo que denominaba “amplificación”.

Según su concepción, amplificar significaba conectar la imagen al ma-yor número posible de imágenes asociadas, manteniendo así fluyente el

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proceso imaginativo. Es decir, tratar de comunicarse con la multiplicidad, la fecundidad, la interconexión vital entre ellas, sin detenerse a analizar la dependencia que pudieran tener con un origen común en la imagina-ción.

Desde otro punto de vista, Jung ubicaba en el inconsciente personal ciertos hechos que denominamos “raros”, y que probarían el efecto del inconscien-te colectivo cuando por ejemplo “tenemos la sensación de ya haber vivido esa situación, o que ya conocimos a tal o cual persona”.55

¿Quién no ha experimentado la sensación de estar viviendo una experien-cia ya vivida? Así sea pasar por un lugar o estar con una persona y repen-tinamente surgirle una impresión desconcertante de conocer esa situación pero desconocer la razón.

Esa extraña sensación de haber vivido antes una determinada situación fue bautizada con el nombre déjà vu (“ya visto”, en francés) por Emile Boirac (1851-1917), el conocido especialista en percepción extrasensorial. Posterior-mente otros estudiosos han considerado poco apropiada tal denominación, proponiendo llamarla déjà vecu, que significa “ya vivido”.

Los entendidos en el tema consideran que el déjà vu es una sensación que casi todo el mundo ha sentido alguna vez y que la manera de manifestarse tiene características y rasgos en común. Desde San Agustín a la fecha se ha investigado esta “sensación que dura un instante”, tal vez segundos, pero que quien la vive tiene una impresión más prolongada, una intranquilidad o nerviosismo que suele desaparecer en el momento en que termina. Por más que la persona de manera consciente busca una “explicación” o algún recuerdo de esa experiencia, le resulta imposible ubicarlos en el pasado, y cuando más se trata de recordarla, más rápido se esfuma la experiencia.

Es un instante en el cual repentinamente el presente se transforma en pa-sado.

Algunos psicoanalistas consideran el déjà vu como resultado de sueños diurnos o de fantasías inconscientes de la persona que lo vivencia. Opinan que no le sucede de manera azarosa, sino que suele estar relacionado con algo de mucha importancia para el sujeto.

Para la medicina y la neurología, se trataría de una “alteración de la me-moria”, ya que consideran que casi el 70% de la población experimenta este fenómeno. El Dr. Arthur Funkhouser sostiene que hay tres tipos de

55 Jung, C. G., Psicología y alquimia, Barcelona, Plaza & Janés, 1977.

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experiencia que se recogen bajo esta denominación: ya visto, ya sentido y ya visitado o vivido.

Para otros sería una alteración en la percepción; y para los metafísicos, efectos de la reencarnación del alma, entendiendo esto como un suceso que tiene lugar después de la muerte cuando un individuo se reencarna y vuelve a una segunda vida. En esta explicación, la persona no recuerda su vida anterior, pero puede experimentar breves recuerdos, uno de los cuales sería el déjà vu.

Jung en sus estudios tuvo en cuenta estos sucesos, y también consideró el famoso “túnel con luz blanca” experimentado por personas que creen haber estado próximas a morir, como un fenómeno inscripto en nuestro inconsciente y que afloraría ante determinados sucesos.

Poder captar símbolos y mitos de otras culturas podría considerarse como una reunión de elementos de la realidad, externa e interna de la psiquis, lo que le ocurre al artista que capta un mensaje universal de experiencias y creatividad.

En El hombre y sus símbolos, Jung explica que el hombre emplea la pala-bra hablada o escrita para expresar el significado de lo que desea trans-mitir. Su lenguaje está lleno de símbolos, pero también emplea signos o imágenes que no son estrictamente descriptivos. Asegura que lo que llamamos símbolo es un término, un nombre o aun una pintura que re-presenta algo vago, desconocido u oculto para nosotros. Conocemos un objeto, por ejemplo un animal, pero desconocemos sus proyecciones sim-bólicas.

Por ello, una palabra o una imagen es simbólica cuando representa algo más que su significado inmediato y obvio. Tiene un aspecto inconsciente más amplio, que nunca está definido con precisión o completamente expli-cado. Cuando la mente explora el símbolo, se ve llevada a ideas que yacen más allá del alcance de la razón.

Jung señala como ejemplo que el hombre es incapaz de definir un ser divi-no, y que cuando con nuestras limitaciones intelectuales llamamos divino a algo, solamente le hemos dado un nombre, que puede basarse en algún credo, pero jamás en una prueba real. Considera, además, que hay innu-merables cosas mas allá del alcance del entendimiento humano. Desde su perspectiva, por esa razón usamos constantemente términos o imágenes simbólicas para representar conceptos que no podemos definir o compren-der del todo. Ésta es una de las causas por las cuales todas las religiones emplean lenguaje simbólico o imágenes, pero la utilización de manera consciente de los símbolos es sólo un aspecto de un hecho psicológico im-

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portante, dado que el hombre también produce símbolos inconsciente y espontáneamente en forma de sueños.

Nuestra percepción del mundo a través de los sentidos (vista, tacto, olfato, gusto y oído), es limitada. Jamás percibimos o comprendemos algo por en-tero; cuando captamos algunos aspectos, hemos dejado de percibir otros.

Por supuesto, los instrumentos científicos mejoran la percepción, como puede ser el caso de un largavista o un amplificador de audio, pero jamás percibiremos la totalidad.

Es en este punto donde Jung explica la razón por la cual jamás seremos to-talmente conscientes, ya que siempre hay aspectos inconscientes de nues-tra percepción de la realidad. Aun cuando nuestros sentidos reaccionan ante fenómenos reales, visuales y sonoros, son trasladados en cierto modo desde el reino de la realidad al de la mente. Allí, en nuestra mente, se con-vierten en sucesos psíquicos cuya naturaleza última no puede conocerse (porque la psique no puede conocer su propia sustancia psíquica).

Por lo tanto, cada experiencia humana contiene un número ilimitado de factores desconocidos, sucesos de los que no nos hemos dado cuenta cons-cientemente, que permanecen bajo el umbral de la conciencia. Esta idea de Jung significa que cierta información ha ingresado a nuestra mente sin que nos demos cuenta de manera consciente; y la intuición en algunos ca-sos, o la reflexión profunda en otros, permitirán que notemos tales sucesos cuando afloran desde el inconsciente, cargados de emotividad y de manera tardía.

Por lo expuesto, considera:

La percepción sensorial: como un indicador que nos dice que algo existe.

El pensamiento: que nos dice lo que es aquello percibido.

El sentimiento: que nos dice si es o no agradable y...

La intuición: que nos dice de dónde viene y adónde va.

La teoría junguiana sostenía que los arquetipos dejan enormes huellas en el individuo, formando sus emociones y su panorama ético y mental, influyen-do en sus relaciones con los demás y, de ese modo, afectando la totalidad de su destino. No obstante, una comprensión adecuada de los símbolos puede tener en nuestra mente un efecto curativo.

En 1952 Jung publicó un articulo llamado Synchronizität als Prinzip akau-saler Zusammenhänge (Sincronismo como principio de las conexiones

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acausales)56. El concepto de sincronismo va mas allá de las explicaciones pu-ramente causales acerca del mundo, el cual es todavía el dominio de nues-tras ciencias naturales. Jung argumenta que ciertos incidentes que ocurren sincronizados (al mismo tiempo) no necesariamente tienen que estar rela-cionados causalmente, pero puede existir una significativa conexión entre ellos.

En el artículo Reflexiones sobre Astrología, Sincronismo y Predicción, edi-tado por la astróloga alemana Briggite Hamann, se dice que hay personas a las que les ocurren ciertos incidentes en cierto tiempo, y que esta coin-cidencia hace que lo sucedido adquiera un significado especial para ellas, que les revela significativas conexiones en la vida.

Para otras personas, eso es considerado casualidad o azar, sin otorgarle ningún significado en particular.

En el primer caso existió una conexión sincronística en el hecho; en el se-gundo caso, el hecho no significó nada.

Si recuerdas sucesos vividos a lo largo de tu vida, verás que en ciertas situa-ciones, cuando estabas pensando o deseando algo que te parecía imposi-ble, ocurrió que “justo” alguien o algo te acercó lo que deseabas.

Ante estas coincidencias algunos expresan: “qué casualidad”; otros recono-cen este hecho coincidente en el tiempo como una “sincronía”; y otros lo denominan “milagro”.

¿Cuándo suele darse? Por ejemplo:

Cuando abrimos la página de un libro que nos transmite exactamente la información que necesitábamos.

Cuando alguien nos ofrece la solución que no esperábamos.

Cuando en varias partes (la TV, la radio, una película, en la calle) percibimos la respuesta a algo que teníamos en mente como interrogante.

Cuando piensas en alguien que no ves hace meses y “justo” te llama por teléfono.

Estos incidentes ocurren simultáneamente y parecen estar conectados de manera diferente a lo que se denomina relación causa-efecto.

Los metafísicos sostienen:

56 Jung, C.G, Sincronicidad como Principio de las relaciones acausales, Obras Completas, Madrid, Trotta, 2004.

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“Como es abajo es arriba.

Como es arriba es abajo.

Para que el milagro del Único sea alcanzado”.

En esta expresión podemos comprender una noción del sincronismo, ya que no se refiere solamente a un individuo en relación con su entorno directo, sino que “ve a todo el Universo interconectado de una manera significativa”.

En el sincronismo de Jung se encontró una similitud con la astrología, ya que ambas asumen las conexiones significativas entre fenómenos que ocu-rren simultáneamente a distancia.

Para algunos autores, la sincronía es una coincidencia en el tiempo, y equi-valdría a que todo lo que sucede estaría unido por hilos y redes invisibles, es decir, nada ocurre por causa del azar. Desde este punto de vista, la concu-rrencia de hechos responde a una causa específica sincronizada previamen-te por el Universo. No somos seres aislados, sino que estamos unidos con el resto del cosmos. Por consiguiente, nuestras vidas se conectan directa o indirectamente con el resto de los mortales.

“Si uno avanza con seguridad en la dirección de sus sueños, se encontrará con el éxito insospechado en el momento menos esperado”.

Henry David Thoreau

El popular psiquiatra estadounidense Wynne Dyer, en su libro La fuerza de creer57, habla de sincronía y sincronicidad primero contando su propia experiencia de cómo las coincidencias o sincronicidades lo fueron llevando hasta encontrar a su padre, a quien había odiado por haberlo abandonado en la infancia y de quien había perdido todo contacto. En el camino del perdón y de su propia curación, deseaba encontrarlo y poner su vida en orden. Llega a dar con su paradero y allí se entera que había fallecido. Toda la información que le va llegando de manera inesperada, igual que una se-rie de sucesos sincronizados, lo van conduciendo hasta conocer la verdad, y finalmente hasta la tumba de su padre.

Dyer sostiene que “el principio según el cual cada ser humano y cada acon-tecimiento se hallan perfectamente conectados puede resultar difícil de aceptar sin más. En muy pocas ocasiones llegamos a considerar que todas

57 Barcelona, Grijalbo Mondadori, 1978.

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las cosas de nuestro perfecto universo pueden estar funcionando perfec-tamente”.

Parece mucho más sencillo creer que se produce una serie de coincidencias inmotivadas e inexplicables.

Los principios básicos de la sincronía afirman que toda vida individual tiene un propósito y un significado mucho más profundo de lo que normalmente se cree.

Detrás de toda forma se halla una inteligencia.

¿Cómo saber por dónde empezar a explicar estos hechos?

¿Cómo se las arregla un pensamiento para conectarnos con algo (o alguien) de lo que (o de quien) parecíamos estar desconectados?

Muchas veces deseamos alcanzar una meta, o tenemos un determinado propósito u objetivo. Hacemos enromes esfuerzos para lograrlo, llegando hasta obsesionarnos por ello. Y no sucede lo que esperamos. Resulta ex-traño que cuando ya estamos desanimados, confundidos y al borde de la desesperación, y precisamente cuando decidimos abandonar la búsqueda, de manera misteriosa y en el momento menos esperado, cuando te has aquietado, surge la intuición, surge la luz y, de quien menos lo esperas, o donde menos lo esperas, encuentras lo que deseabas.

Estos hechos nos llenan de sorpresa y alegría, es allí cuando pensamos que Dios existe, y que de manera casi mágica nos ayuda a cumplir nuestros sue-ños.

“No deja de ser una hazaña bastante milagrosa eso de que seis mil millones de personas se encuentren siempre en el lugar y en el momento

justo para recibir las unas de las otras esas lecciones que necesitan. Asombroso, pero quizá no tan diferente de la cooperación de miles de

millones de células diferentes en un mismo organismo”.

A. Matthews

Cuando Jung se refiere a la “dinámica del psiquismo”58 cita tres principios: el de los opuestos, el de la equivalencia y el de la entropía.

58 Jaffé, Aniela, El mito del sentido en la obra de C. Jung, Barcelona, Editorial Mirach, 1995.

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1) PRINCIPIO DE LOS OPUESTOS:

Nunca podremos evitar tener un pensamiento opuesto en nuestra mente, ya que para saber cómo es la luz, debo conocer la oscuridad, del mismo modo diferenciar lo alto de lo bajo, lo negro de lo blanco, lo bueno de lo malo.

Este principio hace referencia a cuando tenemos un pensamiento positivo y de repente aparece en nuestra mente uno negativo. Por ejemplo: me esta-ba divirtiendo mucho y de repente imaginé que lo atropellaba un auto, o que yo le hacía daño. Sugiere no temer a esto, ya que solamente son ideas y voluntariamente las ideas se pueden cambiar.

Para Jung, esta oposición genera poder o libido (energía) al psiquismo, del mismo modo que la unión de dos polos opuestos genera luz.

La Teoría Cognitiva denomina este tipo de pensamiento como “pensamien-tos automáticos”, pensamientos cuyos contenidos han sufrido distorsiones cognitivas debido a la confluencia de la valoración de los eventos y las creen-cias nucleares.59 Es como un mensaje taquigráfico que surge repentinamen-te, produciendo una visión de túnel, movilizando emociones negativas. Por ejemplo: “Pedro no me llamó...”; pensamiento automático negativo: “Se-ñal de que ya no le intereso”. La psiquis ya no puede reflexionar ni analizar, y por la emoción del pensamiento negativo toma dicho pensamiento como verdad.

2) PRINCIPIO DE EQUIVALENCIA:

De la oposición antedicha surge una energía que se distribuye equitativa-mente. Es decir, en el mismo instante en que me surgió un pensamiento negativo o un deseo destructivo, surgió en mí uno positivo y reparador que me impulsa a ayudar. ¿Cuál ganará?... Eso dependerá de la actitud que tome al respecto. Si de manera consciente nos damos cuenta de ello, hemos logrado madurar y ser conscientes de nuestro pensamiento. Si, por el contrario, negamos que ese pensamiento existió, lo suprimimos aunque lo tuvimos, la energía se reprimirá y se transformará en lo que conocemos como “complejo” (de culpa, de maldad, de pecado, etcétera), por haber pensado mal.

59 Ellis, A., Young, A. y Masson, W., Neuropsicología cognitiva humana, Editorial Masson Barcelona- 1992.

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Recuerda: Todo lo que resistes, persiste.

En el último caso estaremos negando nuestra emoción o emotividad, y es el momento en el que ingresaremos en un laberinto sin salida. No pode-mos pretender que en toda nuestra vida seamos absolutamente buenos, y se producirá una lucha interna entre el bien y el mal, que no son más que conceptos que se han adueñado de manera arquetípica de nuestro pen-samiento, provocando un trastorno de personalidad e identidad en tanto lucho por ser alguien que no soy.

Debemos aceptar todos los pensamientos que nos surgen, discernir y hacer-los conscientes, ya que somos humanos e imperfectos y estamos viviendo una experiencia humana y no divina.

3) PRINCIPIO DE ENTROPÍA:

Jung tomó esta idea de la física. Establece la tendencia de los opuestos a atraerse entre sí con el fin de disminuir la cantidad de energía vital a lo largo de la vida.

Se refiere a la forma de “administrar la energía”, por ejemplo en la ado-lescencia: los opuestos tienden a ser muy extremos, gastando demasiada energía, ya que se exageran los rasgos, tanto de sexualidad como de creen-cias, pasando de un extremo a otro. En ese período nos inclinamos más hacia el yo y a lo que se considera banal o superficial.

A medida que vamos creciendo y madurando, tenemos más seguridad y conocimiento de nosotros mismos; somos menos idealistas y por ende más prácticos, lo cual nos permite administrar mejor la energía. Cuando enveje-cemos con madurez, nos vamos conectando de manera diferente con nues-tro yo y con los demás, dejando el egocentrismo para lograr lo que Jung denomina como el self (el sí mismo o uno mismo). Es un error asociar “vejez con sabiduría”, ya que se puede envejecer sin madurar, y como dijo Osho: si alguien de joven es idiota, de grande será un viejo idiota.

El self es un arquetipo que representa la trascendencia de todos los opues-tos, de manera que cada aspecto de nuestra personalidad se expresa de forma equitativa. Implica que no “necesitamos actuar”, que nos aceptamos como somos, y tanto lo malo como lo bueno, lo masculino y lo femenino, lo consciente e inconsciente, lo individual y lo colectivo, se equilibran, logran-do mayor armonía psíquica.

Algunos sostienen que los procesos psicológicos se establecen a partir de modelos mecanicistas o teleológicos.

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El mecanicismo sustenta la idea de que las cosas funcionan a través de un proceso de causa-efecto. Es decir, una cosa lleva a la otra, y esa otra a una siguiente y así sucesivamente; razón por la cual el pasado determina el presente (“Cosecharás tu siembra”). Así, el mecanicismo está asociado al determinismo y a las ciencias naturales. Por su parte, la teleología (parte de la metafísica que se ocupa de las causas finales) sostiene una relación de sentido similar a la anterior, en la medida que un hecho apuntaría a la finalidad de otro.

Jung considera que ambos enfoques desempeñan un importante papel, pero agrega una alternativa ideológica denominada “sincronicidad”. Dice:

La sincronicidad supone la ocurrencia de dos eventos que no están aso-ciados ni causalmente ni teleológicamente, más sin embargo tienen una relación significativa.

Una vez, un paciente le describía un sueño con un escarabajo y justo en ese momento, por la ventana del despacho, pasó volando un escarabajo muy similar al que descrito en el sueño. Jung explicó que muchas veces las per-sonas soñamos por ejemplo con la muerte de un ser querido y a la mañana siguiente nos encontramos con la muerte real de esa persona, que murió más o menos a la hora en que lo soñamos. Otras pensamos de camino a casa en escribir una carta a alguien y nos encontramos con su sobre en la puerta.

Para Jung estas situaciones eran indicadores de cómo nos interconectamos los seres humanos con la naturaleza en general a través del inconsciente colectivo.

Cuando soñamos o meditamos, nos metemos dentro de nuestro inconscien-te personal, acercándonos cada vez más a nuestra esencia: el inconsciente colectivo. Justamente en estos estados es cuando somos más permeables a las comunicaciones con otros.

“Cada elemento del cosmos está positivamente entretejido con los demás. Todo el Universo permanece unido, y la única forma de verlo es

comprenderlo como un todo, una unidad”.

Teilhard de Chardin

Para sintetizar mejor esta idea de la “sincronicidad, casualidad, causalidad, milagro” o como quieras llamarlo, medita esta historia real asociándola con hechos de tu propia vida.

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¿Cuántas veces te sucedieron hechos semejantes, a los que en su momento no le contraste explicación, pero a medida que transcurrió el tiempo com-prendiste la respuesta?

La historia verídica es la siguiente:

Fleming era un granjero escocés pobre. Un día, mientras intentaba ganarse la vida para su familia, oyó un lamento pidiendo ayuda, que provenía de un lodazal cercano.

Dejó caer sus herramientas y corrió al pantano. Allí encontró, hundido has-ta la cintura en el estiércol húmedo y negro, a un muchacho aterrado, gri-tando y esforzándose por liberarse.

El granjero Fleming, sin dudarlo, salvó al muchacho de lo que podría haber sido una lenta y espantosa muerte.

Al día siguiente, llegó un carruaje elegante a la granja.

Un noble, elegantemente vestido, salió del coche y se presentó como el padre del muchacho al que el granjero Fleming había ayudado.

–Quiero recompensarlo –dijo el noble–. Usted salvó la vida de mi hijo.

–No, yo no puedo aceptar un pago por lo que hice –contestó el granjero escocés.

En ese momento, el hijo del granjero se arrimó a la puerta de la cabaña.

–¿Es su hijo? –preguntó el noble.

–Sí –respondió con orgullo el granjero.

–Le propongo hacer un trato –dijo el noble–. Permítame proporcionarle a su hijo el mismo nivel de educación que mi hijo disfrutará. Si el muchacho se parece a su padre, no dudo que crecerá hasta convertirse en el hombre del que nosotros dos estaremos orgullosos.

El granjero aceptó. El hijo de Fleming asistió a las mejores escuelas y, al tiempo, se graduó en la Escuela Médica del St. Mary’s Hospital en Lon-dres. Así siguió hasta darse a conocer en el mundo como el renombrado Dr. Alexander Fleming, descubridor de la penicilina.

Años después, el hijo del mismo noble que fue salvado del pantano estaba enfermo de pulmonía.

¿Qué salvó su vida esta vez?...

La penicilina.

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¿El nombre del noble?... Sir Randolph Churchill.

¿El nombre de su hijo?... Sir Winston Churchill.

Alguien dijo una vez:

Lo que va, regresa...Trabaja como si no necesitaras el dinero.Ama como si nunca hubieses sido herido.Baila como si nadie estuviera mirando.Canta como si nadie escuchara.Vive como si fuera el Cielo en la Tierra.60

60 Autor anónimo.

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10. CUANDO ME ENCONTRÉ CONMIGO

¿Recuerdas la historia que conté al comienzo, la de aquel vendedor que confesó: “El momento más importante de mi vida fue cuando me encontré conmigo”?

Estimo que todos debemos preguntarnos si ya nos hemos encontrado con nosotros mismos. Y si todavía no ha sucedido, buscar la forma de hacerlo.

Solamente a partir del encuentro con nosotros mismos podremos encon-trarnos con el otro.

“Me encontré conmigo” significa encontrarme en compañía de mí, es de-cir, encontrarme con mi mismidad, y desde ese íntimo lugar, analizarme y tomar conciencia de la importancia que tiene sobre nosotros y los demás todo lo que pensamos, sentimos y expresarnos.

Quizá te hayas encontrado con vos mismo en alguna circunstancia de tu vi-da de manera inconsciente, y tal vez ahora tengas la oportunidad de traer-lo a la conciencia.

Yo también me hice esta pregunta, y descubrí que había tenido innume-rables oportunidades de encontrarme conmigo a través de sucesos felices, que me ocurrieron a lo largo de la vida.

Tal vez por la creencia que se me grabó culturalmente desde la infancia: “sólo se aprende sufriendo”, “si no cuesta no se valora”, “hay que sufrir para saber lo que es la vida”, “se valora lo que se pierde”, etcétera, etcéte-ra, yo pasé en otro momento de mi vida a pertenecer al grupo de los que compartían esta errónea creencia, y me encontré conmigo a través de este tipo de experiencias.

Penúltima de cinco hermanos, hija de padres grandes, cuando nací mi pa-dre ya tenía cincuenta años (de los de antes). Recuerdo dos aspectos del efecto Pigmalión que programaron mi inconsciente:

Desde los cinco años tenía novio ya que a toda fiestita que iba me decían “ahí viene la novia de...”; por supuesto, eran chicos distintos, condición per-durable en el tiempo, más el calificativo que me acompañó desde la es-

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cuela primaria de rebelde y oveja negra. Sobradas razones tenían quienes se encargaban de mi educación, ya que para graficarlo mejor, en primero superior (2º grado actual de primaria) fui a rendir Aritmética, y para la mis-ma época, ya le había partido una regla en la cabeza a mi compañero de banco, a quien la maestra le había encomendado la poca grata tarea de no dejarme salir a deambular por el grado y que me quedara sentada del lado de la pared.

De allí en adelante, mientras más crecía, lejos de decrecer, esas rebeldías aumentaban, sólo cambiando de forma en mi tránsito por el colegio secun-dario. Mis manos comenzaron a sujetarse, pero se me afiló la lengua, y mi deporte favorito hasta tiempo después de terminada la adolescencia fue contestar y contradecir a todo lo que se preciara de autoridad, teniendo la lamentable capacidad de descolocar hasta al más plantado. De hecho, quise abandonar el secundario, pero el límite impuesto por mis padres fue muy firme: “Terminas el secundario (magisterio), te recibes, y si quieres col-gar el título y no seguir estudiando en la universidad, te pondrás a trabajar, pero algún días nos lo vas a agradecer”.

Así fue. No seguí estudiando, comencé a trabajar y la experiencia me fue mostrando cuán lejos estaba de progresar, reconociendo y agradeciendo internamente que me hubieran puesto ese límite, ya que al menos había concluido el secundario.

A los veinte años fui a trabajar a Córdoba. Mientras experimentaba la ari-dez de vivir en una pensión y la diferencia de ser del interior, despertaba a un mundo que jamás había imaginado que existía. Mientras más experi-mentaba, más valoraba lo que había tenido y todas las oportunidades que había desperdiciado.

Cumpliendo la creencia popular, “a golpes se aprende”, iba experimentan-do. Cambiaba de trabajo, superando la calidad no sólo laboral, sino tam-bién de vida. Alquilé mi primer departamento sola, que para la época no era tan sencillo, y mientras me autoabastecía, colaboraba con mis padres de manera placentera.

A partir de los veinticuatro años, cuando el efecto Pigmalión negativo iba perdiendo fuerza, ya que no escuchaba más los: “rebelde”, “siempre la mis-ma”, “qué va a ser de esta chica”, iba surgiendo mi yo y apareciendo tími-damente quien soy.

A los veintiséis tenía el novio que quería, estudiaba el Profesorado de Cas-tellano, Literatura y Latín, y para mi sorpresa y de mi entorno, con excelen-tes resultados.

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A los treinta me recibiría, y luego nos casaríamos y comeríamos perdices...

Cumplí los treinta años en agosto de 1981, y justo cuando estaba por rea-lizar todos mis sueños, del final feliz del cuento, o a punto de cumplir con todos los mandatos de lo que debe hacerse en esta vida (casarme, tener hijos, recibirme) paradójicamente, justo en el momento que se me ocurrió pensar que ya había llegado y que los treinta eran la culminación de un ciclo, ocurrieron una serie de sucesos inesperados que me llevaron al punto de partida.

Me sucedió algo que jamás había imaginado, ya que eso les pasaba a otros. Las otras personas se enfermaban y también se morían, yo no lo tenía re-gistrado como posibilidad.

Desde que el médico me informó el diagnóstico –para ese entonces las po-sibilidades de sobrevida eran escasas, no como en la actualidad– tuve un estrepitoso choque conmigo. Yo era como los demás, también me podía pasar a mí. Surgió la pregunta inevitable: ¿Por qué a mí? Hasta que por fin apareció la pregunta correcta: ¿Por qué no a mí?

Ya humana, tenía que decidir entre la opción de ir a Italia ayudada por quien era mi novio por ese entonces, y tratarme allá porque estaban los mejores médicos, o hacerme cargo de mí misma con mi realidad y mis limi-taciones: económicamente igual a cero.

Tomé conciencia de que mi padre en ese entonces tenía ochenta años y mi madre quince años menos, por lo que empecé a pensar en ocultarles la situación para evitarles un sufrimiento. Evalué que les resultaría difícil entender que su hija de treinta podía morir, y que esa información podía producir un efecto dominó.

Argumentando que no los vería por el trabajo y el estudio, decidí hacerme cargo de acuerdo con mis posibilidades, ya que si me moría a los seis meses –posibilidad que estaba en el cálculo de los médicos– no habrían tenido que llorar y sufrir durante ese tiempo y continuar lamentándose muchos años después.

La sola idea de que me consolaran me daba la sensación de velarme en vi-da, por lo que opté por ocultarlo.

Mi padre falleció a los noventa y tres años sin saberlo ni haber sufrido por ello, y mi madre pudo continuar su vida evitándose un gran sufrimiento.

Yo pensaba: “lo peor que puede pasarme es morirme”, y de inmediato, como a esa altura ya sabía conscientemente que era humana, no especial como antes me creía, me daba cuenta de que temía algo que a todos nos sucedería; la única variación era la durabilidad en el tiempo, por lo que de-

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cidí que evitaría a mis seres queridos el sufrimiento del proceso de la enfer-medad y, llegado el caso, llorarían una sola vez, la última. De la otra forma el sufrimiento hubiese sido más extenso y el final el mismo.

Evalué la situación respecto de mis hermanos y sus familias, esposos y espo-sas, hijos, trabajos, obligaciones, dos en el Sur, uno en Buenos Aires y otro en Córdoba. La misma decisión que tomé en relación con mis padres, la to-mé con mis hermanos, que estaban lejos. Era inútil que dejaran la atención de sus hogares y a mis sobrinos pequeños ante algo que no dependía de ellos. Estarían detrás de una pared esperando una hora de visita, totalmen-te preocupados por mí y por sus familias que estaban a miles de kilómetros, sin poder ocuparse concretamente de ninguna de las situaciones.

Sin embargo, necesitaba compartir con alguien más que mi novio lo que sentía, es decir, con una persona de mi familia de origen. Opté por compar-tirlo con mi hermano y cuñada de Córdoba, además de una amiga. Es decir, con quienes podían acompañarme en tal situación sin tener que abandonar ni descuidar sus propias vidas.

Agradezco a Dios haberme dado la sabiduría y la fortaleza necesaria que tuve en ese momento para no desesperarme y aguardar pacientemente, fuera lo que fuera, comprendiendo que hay situaciones en las que los de-más están de más, porque nada pueden modificar ni hacer al respecto.

Esto no es algo que deba hacerse así, simplemente es algo que naturalmen-te surgió de mi interior, conforme a mi propia naturaleza. No está bien ni mal, reaccioné de este modo.

A partir de aceptar esto de manera serena y dejarme llevar por las circuns-tancias, comienzan a suceder en mi vida una serie de sincronicidades, que desde ese momento me acompañan hasta hoy.

Sin saber qué rumbo tomar y qué hacer en esa circunstancia, dando vueltas con quien era mi novio y con Marcela Rojo, a quien agradezco profunda-mente su compañía y su guía espiritual para encontrarme con Dios, cierto día pasamos por la puerta del Hospital de Clínicas. Era domingo y con el resultado de la biopsia en la mano, consultamos a una médica de guardia. Fue tal el alboroto y el susto de la profesional por mi inconciencia y por la urgencia de ser operada, que no querían dejarme ir. Me informaron todos los riesgos y les dije que lo pensaría. Por si me decidía a regresar, a la hora ya habían movido cielo y tierra para conseguirme una cama.

Salí bastante aturdida y confundida, ya que hasta ese momento no sabía lo que pasaría. Retumbaban en mi mente las palabras de la médica: “Es nues-tra responsabilidad, Ud. debe quedarse, el martes la operamos, es urgente,

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no debieron haberla abierto y vuelto a cerrar, hay riesgo de ramificacio-nes”...

Lo primero que pensé fue no volver y dejar que el tiempo lo decidiera. Pero esa noche tomé conciencia de que debía intentarlo; y a las 8 de la mañana del día lunes me presenté.

Hasta ese momento había chocado con la posibilidad de mi muerte, pero desconocía lo que era el sufrimiento físico y emocional, propio y ajeno. Cuando las dos personas que me acompañaban se despidieron, quedé sola en la sala. Recién allí tomé conciencia de dónde estaba. Vi ventanas altas con rejas y un silencio sepulcral. Miré a la derecha, una señora de unos setenta años agonizaba. Miré a la izquierda, una nena de diez años en la misma situación. Miré por segunda vez a la derecha: yo estaba en desven-taja, ella había vivido cuarenta años más que yo. Miré por segunda vez a la izquierda... Entonces no lo pude evitar; comencé a llorar, la vida me había regalado veinte años más que a la niña.

Dejé de compadecerme y me olvidé del mundo exterior; nada podía hacer al respecto, así que decidí compartir la vida con quienes en ese momento tenía a mi alrededor.

Prometí a Dios que si me daba la oportunidad de vivir, cambiaría; pero si no era así, aceptaba de buen grado lo que me había dado hasta ese día.

La noche anterior a la operación por supuesto no dormí. Apareció un médi-co, un ángel para mí, el Dr. León Torres Moreno, a quien también agradezco profundamente haber conocido. En el silencio de la noche viene y me dice:

–Sos una elegida del cielo, ha llegado un médico de Italia, Milán, a dar un curso, y aceptó operarte...

Primera sincronicidad ante mi deseo: yo no fui a Italia, Italia vino a mí.

Desde ese momento, sentí a Dios conmigo, y ya no fue un choque, sino una placentera sensación de paz y protección, que comencé a experimentar.

Todos los profesionales y personas que conocía me conducían hacia la cura-ción; por eso también dedico un especial agradecimiento a la Dra. Beatriz Núñez, hematóloga, quien impulsó a Shilda Lefebre y luego a mí a que estábamos en camino de recuperación, a la creación de lo que hoy es Apra-doc, en el Hospital Nacional de Clínicas de Córdoba, atendido por un grupo de mujeres nobles y maravillosas.

Estar sola me permitía reflexionar, pedir, sentir y analizar toda mi vida.

Durante la operación vi el famoso túnel, vi toda la operación, pero le resté importancia, ya que creía que era efecto de la anestesia.

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Con el tiempo, al escuchar de estos temas –que ni imaginaba que existían– que consideran que ver el túnel implica ir hasta la puerta de la muerte y decidir volver, recién allí lo relacioné y dejé abierta la posibilidad de que no solamente fuera efecto de la anestesia.

Después investigué qué había ocurrido en la operación, y me dijeron que no podían despertarme, por eso no había vuelto a la sala.

Al estudiar a Jung, cuando habla de los sucesos denominados “raros” que pueden estar grabados en nuestro inconsciente, agregué una opción o po-sibilidad más a esa experiencia. Sea cual fuere la causa, la sensación es pla-centera y esa luz produce paz y armonía.

El proceso fue largo, ya que primero había que esperar dos años y medio, de allí se consideraba sobrevida, y después cinco... A partir de allí, perdí no-ción del tiempo y la edad, todo sucedía sincronísticamente para mi curación física y espiritual.

En aquel momento alguien me dijo: “La vara que no te dobla, te endere-za”; y efectivamente, así fue.

El tiempo fue transcurriendo y mi conexión con Dios y la vida se fue profun-dizando. Una sensación de paz que jamás había experimentado me ilumi-naba la vida. “El momento más oscuro es justo antes del amanecer”.

Como había prometido, fui cambiando, dejando de lado las rebeldías y también lo que debería ser, aceptando cada cosa como era, sin juzgarla ni menospreciarla, pero siempre latentes, ya que el inconsciente no desapa-recerá jamás. Estos patrones reaparecen cada tanto, pero de manera cons-ciente trato de corregirlos. Siempre seré imperfecta, por lo tanto, siempre estaré alerta.

Como dijo Jesús: “Cuídate de ti mismo”.

Cuando terminé el Profesorado me ofrecieron una jubilación. No sabía cuánto más viviría, pero estaba segura que haría lo que pudiera por el sólo hecho de estar viva. No me retiraría.

Todo lo que necesitaba, las personas y situaciones, estaban en el mo-mento preciso. A medida que el tiempo avanzaba, yo mejoraba. Cuando los médicos como prescripción expresaron: “No debe tener hijos” (que no es lo mismo que “no puede”), argumentando que en este tipo de enfermedades puede producirse una recaída irreversible, así lo dice la experiencia, opté por lo que consideraba con más sentido común: acepté la realidad, y nuevamente me vi impulsada a reformular mis proyectos y objetivos.

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Me enfrentaba a otra decisión a tomar, ya que todo el proyecto que tenía no lo podría cumplir, al menos como lo había deseado, lo que me obligaba a replantearme todo de nuevo. Como dijo Heráclito: “No podemos bajar al mismo río dos veces”. La situación ya no era la misma y yo tampoco.

Gradualmente todos los pensamientos y sentimientos se iban modificando. Decidí terminar la relación de noviazgo, que él cumpliera su proyecto de vida ya que conmigo no podría y eso a la larga lo haría infeliz. Si él no era feliz, sin duda, yo tampoco lo sería.

Así fue, con el tiempo él cumplió su proyecto, lo cual me alegró mucho, ya que nuestra relación había sido muy positiva y constructiva, y cuando se ama de verdad, no se posee al otro, sino que te alegras de verlo feliz.

Sincronísticamente mi vida se iba ordenando. Volví a trabajar, cada vez que pensaba en la enfermedad me decía: “muerto el perro, se acabó la rabia”, y seguía, hasta que a fines de 1983, cenando con una amiga en un restau-rante, un señor se me acerca y me dice:

–¿Le puedo dejar un mensaje?

Por supuesto, pensé en alguien oportunista y no contesté. Pero el hombre siguió hablando:

–La estuve observando desde que entró, usted tiene mucha energía para construir, pero es esto –abrió la mano separando bien los cinco dedos y me fue señalando en cada dedo algo que me gustaba diciendo–: usted desper-dicia mucho su energía, le gusta la Literatura (ya era profesora), le gusta el comercio (trabajaba en uno), le gusta la pintura (había estudiado Bellas Artes) y se dispersa mucho ayudando a gente de su alrededor (generosidad extrema).

Luego, con la otra mano reunió los dedos dispersos y me dijo:

–Usted todavía no es lo que vino a ser y a hacer en esta vida. Pregúntese qué le hubiese gustado ser de niña, y cuando encuentre la respuesta, hága-lo, sea eso. Constructores hay pocos, destructores hay muchos. Usted tiene mucha energía para construir... construya.

Mi amiga y yo estábamos perplejas, anonadadas. Él se sentó con nosotras.

–Dígame algo de mí –dijo Susana.

–Usted –respondió él– aprende con ella, no hace falta.

Seguidamente me recomendó que leyera Cartas a un joven poeta de Ra-iner María Rilke, sobre todo que tuviera en cuenta al joven que escribía poesías, pero que era inseguro, y funcionaba por aprobación de los demás. Me aclaró:

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–Cuando le decían “qué lindas” se entusiasmaba y producía, cuando le de-cían “qué feas”, abandonaba, dejaba de escribir y se recluía. Un día ese joven fue a su Maestro y le dijo: “Maestro, quiero publicar mis poemas, por favor corrígemelos y si están bien los publico”. El Maestro respondió: “Ni te los leo, ni te los corrijo, esta noche imagínate en la soledad de tu cuarto, que si te cortan las manos jamás podrás volver a escribir. Si sientes que te mueres por-que no podrás volver a hacerlo, eso es lo que viniste a hacer a esta vida”.

Nos saludó, me dejó su tarjeta, me pidió mi nombre y me dijo que siempre pensaría en mí:

–Josefina fuerza, Josefina adelante, usted tiene energía para construir, construya.

Le di mi tarjeta y desapareció.

Nos reímos con mi amiga, pagamos y cada una se fue a dormir a su casa.

La anécdota no dejaba de darme vueltas en la cabeza, para mí lo sucedido era chino básico, no lograba comprender el significado.

A las dos de la mañana me levanté y pensé: “¿Qué quería ser cuando era chica?”. Recordé que quería ser psicóloga, pero era tan dispersa y tan terri-ble para la época, que no lo había expresado nunca y menos lo había con-siderado como posibilidad, ni yo ni nadie en ese momento. Después pensé: “ya tengo treinta y cuatro años, es tarde para hacerlo”. Una voz interior me dijo: “¿Por qué? Mientras vas viviendo, lo vas haciendo. No dejes nada, agrégale esto”.

Tiene lógica, reflexioné, ya que mientras vivía todo sin ansiedad ni apuro, agregaría algo más. Y así fue. Terminé la carrera antes de lo que imagina-ba, con excelentes resultados, y a partir de allí la vida me fue llevando a conocer más de energía, de sincronicidades, y al ejercicio de la profesión de psicóloga, sumamente enriquecedora, a la cual me dedico desde hace diecisiete años.

Lo curioso de esta experiencia es que cuando me sentaba a estudiar era como si repasara. Los conceptos extrañamente se me hacían fáciles, y por momentos sentía la sensación de que ya los sabía. Ahora puedo darle otra interpretación... ¿ déjà vu?... ¿ déjà vecu?... ¿El río volvió a su cauce?...

Todos los caminos me fueron llevando al aprendizaje de lo que significa la energía, los decretos, la profecía autocumplida, y allí relacioné cómo mi vida había dado un giro de 180º.

Recordé que a fines de julio de ese año, antes de la anécdota del hospi-tal, una empleada de quien era mi novio llegó muy angustiada porque le

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habían diagnosticado algo malo y el médico clínico la iba a operar. Yo en mi omnipotencia tuve estas expresiones de tipo decreto, que en definitiva actuaron como la profecía, que inconscientemente autocumplí: “Tú no te operas, yo me hago cargo de esto, bajo mi responsabilidad a ese médico no irás y primero, antes de operarte, te harán estudios...”

Ley de Murphy: “Ten cuidado con lo que buscas, no vaya a ser que lo en-cuentres”.

Nunca te pongas en el lugar de nadie, permanece en el tuyo.

Creer o creer, a los veinte días me estaban operando a mí, a ella nunca la operaron, y ella, que no era muy agraciada y nunca había tenido novio, conoció a quien fue su esposo. Se había polarizado la situación y más tar-de comprendí esta expresión: “El que se mete a Redentor, termina cruci-ficado”. Debemos estar atentos para no situarnos en los extremos, ya que como dijo Ud-Din Rumi: “Una mano que está siempre abierta o siempre cerrada, es una mano paralizada. Un pájaro que no puede abrir y cerrar sus alas, jamás volará”...

Hace unos años, ordenando un cajón, cayó la tarjeta de este señor que en el restaurante me había hablado de mí sin conocerme, la primera vez que escuché hablar de energía. Sentí el deseo de comunicarle cuánto había in-fluido en mi vida. Lo hice, pero para mi sorpresa, en esos teléfonos no lo conocían y me informaban que siempre había sido de las personas que me atendían. Intenté por varios caminos, pero no pude conectarlo.

Quiero a través de estas líneas, si alguien lo conoce, le haga saber cuánto deseo agradecerle al Lic. Juan Carlos Carponi de la ciudad de Buenos Aires (eso decía su tarjeta), que fue el canal que el Universo utilizó para que yo me encontrara conmigo.

Hoy comparto con ustedes lo que aprendí, quizá una prueba de que las llamadas “casualidades” no existen y que si somos flexibles, las sincronici-dades nos llevarán a nuestro camino, ya que lo que me pasó me sirvió para aprender lo que tenía que aprender, que la vida tiene muchas señales y que no debemos pretender cambiar a nadie, ya que creernos dueños de la ver-dad, aferrarnos y ser posesivos puede traernos un gran sufrimiento. ¿Quién puede arrojar la primera piedra?...

Con la experiencia comprendí que nuestra vida es como un río, que tiene un cauce establecido para transitar, que si se cambia esa dirección, con el curso del tiempo volverá a su cauce, y destruirá todo lo construido indebi-damente a la vera de territorio ajeno. Con las obsesiones, omnipotencias y caprichos, cambiamos el curso del río.

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Mi experiencia personal y profesional me llevó a comprender lo que algu-nos autores denominan resilencia.61 Este término proviene del latín resilio, que significa “volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar”. Fue adap-tado a las ciencias sociales para caracterizar a aquellas personas que a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo, se desarrollan psicológicamen-te sanos y exitosos.

Helena Combariza, educadora, filósofa e investigadora, considera que el ser humano tiene un potencial oculto, y que el término resiliencia se refiere originalmente en ingeniería a la capacidad de un material para adquirir su forma inicial después de someterse a una presión que lo deforme. Al hablar de “resiliencia humana” se afirma que es la capacidad de un individuo o de un sistema social de vivir bien y desarrollarse positivamente, a pesar de las difíciles condiciones de vida y más aun, de salir fortalecidos y ser transfor-mados por ellas. Posiblemente la resiliencia en cuanto realidad humana sea tan antigua como la propia humanidad, sin embargo el interés científico en ella es mucho más reciente. Aparecen entonces dos elementos básicos de la resiliencia: la resistencia frente a la destrucción o la capacidad de proteger la propia integridad a pesar de la presión. En otras palabras: la superación de las crisis, el dolor, la muerte, la pobreza, como situaciones límite ante las cuales se resiste el ser humano, como luchador innato y sobreviviente de la esperanza. El otro elemento lo constituye la capacidad de construir o re-construir su propia vida a pesar de las circunstancias difíciles. Es el concepto oriental de crisis como dificultad y como oportunidad. Las crisis son con-flictos de alta intensidad y, por lo tanto, con un alto poder de transformar individuos y sociedades. 62

“Sólo una sociedad madura para los conflictos es una sociedad preparada para la paz”, recuerda el maestro Estanislao Zuleta.

Se podría decir que se está ante una crisis cuando lo que se vive excede la capacidad de respuesta o de recuperación en la conciencia de un ser huma-no y por ello se pierde la esperanza y el sentido de lucha.

En la óptica de la resiliencia, en cambio, los conflictos son la base del de-sarrollo; cuando aparecen están anunciando crecimiento, transformación, buenas noticias. Se trata entonces de un potencial humano activado que logra muy buenos resultados a pesar de un alto riesgo, que mantiene com-

61 Rutter, M., Resilencia. Algunas consideraciones conceptuales. Conferencia Encuentro de las Américas, Washington DC, 1992.

62 Combariza, Helena, “Resilencia. El oculto potencial del ser humano”. En: http://aiur.eii.us.es/~kobukan/la_resilencia.htm

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petencias bajo la amenaza, que sigue creciendo en armonía, que es capaz de superar el miedo, que tiene la fortaleza de convertir el trauma en una oportunidad de crecimiento. Sin embargo las crisis, vistas como oportuni-dades de crecimiento, implican el desarrollo y fortalecimiento de factores que dinamicen y activen el potencial humano, de superar las dificultades y salir fortalecidos de ellas.

Entre estos factores pueden destacarse: la capacidad de crear sentidos y significaciones, o un profundo entendimiento, a pesar de las dificulta-des, de que hay algo positivo en la vida que es capaz de dar coherencia y orientación a la misma.63

Combariza concluye:

En la base se encuentra el crecimiento de la autoestima, en lo diverso que tiene cada persona como tesoro escondido con el cual puede acrecentar su esperanza y enriquecer su autoestima. Darle la oportunidad a cada ser humano de descubrirse único e irrepetible en su diferencia se convierte en la clave de la aceptación personal y social.

A mi entender, todos los seres humanos que aceptamos las reglas de juego de esta vida tenemos esta capacidad. Quizá en aquellos que optan por el suicidio o la autodestrucción, y que no pueden transformar el problema en oportunidad, esa capacidad se vea afectada por algún trastorno de origen orgánico o psicológico.

Si somos reflexivos y aprendemos a leer las señales que vamos recibiendo, comprenderemos que en realidad la vida se asemeja a ciclos con forma de espirales. Cuando se está arriba del círculo, es decir cuando nos encontra-mos con lo que se denomina “éxito”, es importante no volverse soberbio creyendo “ya llegué”, “no necesito aprender más nada”, porque después de ese pico inevitablemente en algún momento, por una ley natural, se empieza a bajar.

En este punto también debemos cuidarnos de nosotros mismos, pues cuan-do estamos abajo, en lo que llaman “fracaso”, es importante no desespe-rarse, porque también por una ley natural empezaremos a subir.

Estos ciclos se irán repitiendo, hasta que la línea de la vida deje de ser circu-lar. No es necesario experimentar el dolor o el sufrimiento para aprender, también se aprende del goce y del placer. Tenemos que ser conscientes de que no podemos cambiar a nadie, y de que “nunca un ciego puede ayudar

63 Ibidem.

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a cruzar la calle a otro ciego, ya que lo más probable es que ambos caigan en el mismo pozo”.

De allí la importancia de consultar a un profesional. Aunque estemos dan-do un consejo con la mejor intención, suele no ser lo adecuado para nin-guna de las partes, sobre todo teniendo en cuenta aquello de... “El que se mete a Redentor, termina crucificado”.

Y finalmente, como dijo Freud:

Para comprender a un neurótico... primero hay que haberlo sido.

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REFLEXIÓN FINAL

Profecía autocumplida, efecto Pigmalión, somos lo que pensamos, compul-sión a la repetición, sincronicidad, las Palabras y los pensamientos se graban y producen efectos, resilencia, son algunos de los conceptos que he desa-rrollado para que tengamos en cuenta, sobre todo cuando programamos o deseamos algo para nuestra vida. Es importante ser conscientes de nuestra actividad mental, ya que ella refleja nuestro presente y proyecta nuestro futuro.

El mañana depende de lo que pensamos, deseamos o queremos hoy.

El Hoy que estamos viviendo obedece a pautas de pensamiento que tuvi-mos en el pasado.

Desde la infancia escuchamos que la fe mueve montañas; lo que nos se nos enseñó es que el temor también las mueve, con igual intensidad, ya que ambas son creencias o certezas, una positiva y la otra negativa.

Fe y temor son dos caras de una misma moneda.

Cuando ocurre algo que presentíamos afirmamos: “ya lo sabía”, “estaba seguro”, “te lo dije”. Parece que resulta más fácil pensar mal que pensar bien.

El pensamiento crítico, cuando está orientado a encontrar defectos, tiene la vibración de un pensamiento negativo, baja, por eso nivela hacia abajo.

El pensamiento positivo requiere de imaginación y creatividad, es un pen-samiento ascendente.

Sucede que, por naturaleza, nos cuesta más subir que bajar. Por la misma ley de gravedad que la tierra ejerce sobre los cuerpos, nos resulta más fácil caer que levantarnos.

Un gran maestro decía: “A lo único que se le debe temer es al temor”...

Cuando éramos niños nos asustaban con el cuco, el viejo de la bolsa, el diablo, el fantasma y otras imágenes temerosas. Inconscientemente, ésta era una forma de manipulación para que obedeciéramos sin reflexionar. Terminábamos haciendo lo que los mayores decían, por temor y no por discernimiento ni por amor.

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De este modo se fue configurando nuestro psiquismo, y conforme haya sido esta configuración, aquel cuco puede permanecer en forma de miedo a la oscuridad, al abandono, a la pérdida, al robo, a innumerables aspec-tos a lo largo de la vida. El cuco tomará diferentes formas según nos haya impresionado en el pasado, y podrá volvernos sensibles, sugestionables, impresionables, vulnerables, sin que podamos explicar el motivo actual que lo origina.

Hacer consciente lo inconsciente es lo que permite borrar ese mandato o creencia. Al desaparecer la sensación (miedo, rabia, angustia, dolor, etc.) que estaba grabada con el recuerdo o imagen, esa impresión pierde poder, y podemos recordar con una sonrisa esa situación. Lo que en ése momento nos parecía tan grave, el tiempo y la madurez emocional nos permite mo-dificar el ángulo de la percepción.

Recuerda: sólo tiene poder en nuestra mente alguien o algo a quien se lo otorguemos. Una vez instalada la creencia, los efectos se ven rápidamen-te.

Cuando tememos a alguien o a algo, temblamos, sudamos, se nos acelera el corazón, se nos cierra el estómago, etcétera. El cuerpo expresa ese miedo de diferentes maneras y perdemos el equilibrio físico, emocional y espiri-tual. Cualquier miedo funciona de este modo.

Dice Conny Méndez:

Si el temor es a la escasez, a la pobreza, a la soledad, al abandono o a la falta de trabajo, terminaremos viviendo esa situación. Se debe crear la conciencia de prosperidad en todos los órdenes.64

Desde la infancia tenemos grabados mandatos como “pobre pero honra-do”, como si la honradez estuviera enemistada con la prosperidad.

Nuestra mente es como una usina que genera y libera constantemente energía (positiva o negativa) en forma de pensamientos. Esa energía se deposita en el objeto o sujeto hacia donde hemos dirigido dicha fuerza, se une con la fuerza propia del objeto o sujeto y retorna al lugar de salida. En otros términos, es lo que se conoce como efecto boomerang: arrojas algo, llega al lugar y retorna al punto de partida. Por este efecto, aunque lo que arrojes no retorne inmediatamente, en el transcurso de esta vida volverá a su lugar de origen y terminará cumpliéndose este proverbio: “Se cosecha lo que se siembra”.

64 Op. cit.

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Todo lo que una persona piensa, hace o dice, tarde o temprano lo verá re-flejado en su vida. Si tus pensamientos, acciones o dichos están destinados en función del bien o del mal hacia otra persona, del mismo modo ocurrirán cuando retornen. Lo harán con doble carga de energía positiva o negativa, es decir, la que se envió más la que se le unió antes de retornar.

Hay quienes dicen: “Dios lo castigó”.

En realidad, Dios no premia ni castiga, es nuestra propia mentalidad la que genera esa imagen. Por eso debemos cuidarnos de nosotros mismos, mu-cho más que de Dios.

Recuerda siempre que a las palabras no se las lleva el viento, que entran en tu psiquis, se graban y producen efectos. No repitas inconscientemente dichos populares sin analizarlos. Quizá de tanto decir “La oportunidad se da una vez en la vida, la otra es una casualidad”, pierdas la oportunidad de tu vida pensando que ya pasó cuando está por venir.

Y por cierto, si crees que tu vida depende de la casualidad, la suerte o la mala suerte, estarás negando tu propia responsabilidad y capacidad de discernir y elegir. Si voluntariamente disciernes con ambos hemisferios cerebrales (ló-gica y razonamiento + intuición y creatividad), descubrirás con armonía que siempre la vida está plena de oportunidades y hay de todo y para todos.

La oportunidad es como el transporte que te lleva a un determinado desti-no. Si perdiste el de las 15 horas, no llegarás como habías previsto, sino que tomarás otro más tarde, pero ¡llegarás lo mismo! En cambio, si piensas que ésa era la única oportunidad, y la vives como pérdida, dejarás de intentarlo y te retirarás de la estación no pudiendo comprobar la cantidad de trans-portes que constantemente están en horario de llegada y de partida.

No creas tampoco en eso de: “lo tengo que hacer porque no me queda otra” para justificarte y permanecer en una situación desagradable. Si ana-lizas las circunstancias en las que te encuentras, comprobarás que siempre existen otras opciones.

Cuando te sentencien que “el primer amor nunca se olvida”, sonríe cor-dialmente y no lo tomes en cuenta. Podrías quedar fijado a ese recuerdo y pasarte la vida comparando el resto de tus relaciones como si ese único y primero hubiese sido el mejor. Sentirás temor de experimentar otra re-lación, y esa sensación puede hacerte cometer un grave error: aferrarte a la primera persona que amaste por temor a no encontrar otra y guiar tus amores futuros al fracaso.

No hay mejor ni peor, cada momento es único, con sus aspectos positivos o negativos, conforme quieras verlo.

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El mayor éxito del ser humano es lograr un estado de conciencia. La alegría de la vida no radica en lo que hagan los otros, sino en saber que cada vez que haces o sientes algo gobiernas tu pensamiento y no son los pensamien-tos de otros grabados en tu psiquis los que te gobiernan a ti.

Las distintas terapias psicológicas son una herramienta importante para lograr hacer consciente lo inconsciente.

En lo personal y como profesional, estimo de gran valor la postura eclécti-ca, ya que desde el psicoanálisis en adelante las distintas corrientes han ido aportando elementos que han enriquecido la psicología, humanizándola, viendo al hombre holísticamente y no como un ser fragmentado.

E. Fox en su libro Dale valor a tu vida enuncia varias leyes como guía pa-ra tomar conciencia y aprender a utilizar de manera constructiva nuestros pensamientos, y por consiguiente para canalizar mejor nuestras energías. Debemos tener en cuenta que estos puntos de vista nunca son la verdad, sino que contienen aspectos que colaboran a que una persona obtenga conocimientos para lograr un mejor equilibrio emocional. La intervención de un profesional siempre será oportuna y eficaz, pues proporcionará he-rramientas adecuadas para una mejor calidad de vida.

La primera de las leyes de Fox para una vida mejor es la ley de la sustitución, en tanto la única forma de librarse de un pensamiento que nos tortura o molesta es sustituirlo por otro. Si se trata de un pensamiento negativo, debemos buscar su opuesto o positivo, ya que no se puede descartar di-rectamente un pensamiento, lucharíamos inútilmente, sólo puede hacerse sustituyéndolo por otro.

Otra consideración interesante es que en todo proceso mental, el esfuer-zo termina derrotándose a sí mismo, ya que mientras más fuerza se haga, menos resultados positivos se obtendrán. Por ello propone la ley de la rela-jación: la fe y la confianza nos ayudarán a lograr nuestros objetivos. Lo sus-tancial aquí es que si mentalmente estamos enojados, furiosos, iracundos u obsesionados, inevitablemente la situación que nos perturba se dirigirá al fracaso.65

Sé que estos conceptos parecen muy evidentes, pero ¿cuántas veces no los tenemos en cuenta aunque conscientemente podamos decir: “lo sé”? Por eso los escribo.

65 Fox, Emmet, Dale valor a tu vida, Serapis Bey, Buenos Aires 1984.

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No sé tú, pero yo comparto este pensamiento de Michael LeBoeuf:

La meta fundamental de una vida más efectiva y eficiente es fijarse el tiempo suficiente para disfrutar una buena parte de ella.

Retomando las leyes de Fox, en otros términos concuerda con la psicología, aunque denomine esta ley como de la actividad subconsciente, ya que el inconsciente ni bien acepta cualquier idea, de inmediato trata de llevarla a cabo utilizando todos sus recursos (que son más de los que creemos) para lograr su finalidad, valiéndose para ello de conocimientos adquiridos y de experiencias anteriores que de algún modo han sido “olvidados”. “Somos lo que pensamos”, dijo Gandhi.

Considera que para ser hábil y eficiente en cualquier campo es preciso prac-ticar; y que sólo hay logros cuando se practica de manera inteligente. Si-guiendo con Fox, la ley de la práctica implica un ejercicio consciente de lo que se piensa y siente. Para ello es importante estar ocupado y no preocu-pado, y que esa ocupación sea en estado positivo.

En la ley de los dos factores, considera que todo pensamiento está com-puesto por el conocimiento y el sentimiento, integrado por una porción de conocimiento con una carga de sentimiento. Aquí Fox dice algo muy interesante, que quiero que escuches: sólo el sentimiento le da poder al pensamiento.

Repara por un momento en cualquier pensamiento que hayas tenido. Pue-de que tengas una lista de ideas brillantes; pero si el contenido de cono-cimiento de un pensamiento no está vinculado a un sentimiento, quien piensa no podrá concretarlo. No basta con pensar, debe estar acompañado de la sensación correspondiente.

“En esta vida no gana ni el que más sabe, ni el mejor,sino aquél que se anima a hacerlo”...

Christian Barnard

Cuando usted permite ingresar en su mente cualquier tipo de información, puede ocurrir que se magnifique en su vida. Lo que ingresa puede ser po-sitivo o negativo, para ley de aquello en lo que uno piensa, crece significa que cualquier tema o asunto que mantenga fuera de su mente, es decir que no lo piense, suele reducirse, debilitarse, y si lo mantiene en su mente, rumiando, se aumenta.

En otras palabras: “Lo que tanto temía, me aconteció”. Job

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Siempre nos dicen que tenemos que perdonar, pero no sabemos en qué nos beneficiará y en qué nos perjudicará si no lo hacemos. He aquí la ley del perdón: considera que si alguien quiere superar sus dificultades y lograr un verdadero progreso y equilibrio emocional, es necesario perdonar.

¿Has hecho la prueba de pedir perdón? ¿Has perdonado? Poco sabe del amor quien no entiende que en el perdón hay felicidad, relación amorosa, vida y muerte, comunión. Esto para mí.

Pero me interesa transmitir lo que dice Fox, aunque su sentido sea más prác-tico: que no se perdona por el bien de otra persona, sino por nuestro pro-pio bien, ya que cuando mantenemos el rencor, es decir cuando no somos capaces de perdonar, no olvidamos las ofensas, en realidad lo que hacemos es retener un sentimiento negativo que daña nuestra salud psíquica, física y emocional, distorsionando nuestra percepción. Y mientras mantengamos esta sensación en nuestro interior, seguiremos atrayendo situaciones o per-sonas semejantes a lo largo de la vida.

Perdona –precisamente–, pero haz la prueba, perdona a quien amas, y pí-dele perdón. Verás cómo se suaviza lo áspero, cómo se afirma lo suelto, cómo se establece la comunión amorosa, la complicidad y la alegría en vez del resentimiento y la soledad.

Además, cuando perdonas sueltas, liberas a la otra persona o situación, comprendiendo que todos somos seres imperfectos y que habremos de fa-llar en algún momento de la vida, a alguien y a nosotros mismos, por lo tanto todos, en algún momento deberemos perdonar, perdonarnos y ser perdonados. ¿Existirá alguien exento de errores, que pueda arrojar la pri-mera piedra?...

Recuerda: el efecto Pigmalión es el proceso mediante el cual las creencias y expectativas de un grupo respecto de alguien afectan su conducta a tal punto que se provoca en el grupo la confirmación de sus expectativas.

Para obtener resultados, evita fijar tu atención en las debilidades y erro-res del otro, concentrando toda la atención en tus fortalezas y potencial, ya que de este modo lograrás dar lo mejor de ti mismo, y que los demás también lo hagan, involucrándote en un progreso gradual de crecimiento personal y social.66

En el Banco puedo tener un saldo acreedor o deudor, cualquiera de ellos, con el tiempo crecerá; de la actitud personal, dependerá el capital del Ban-co emocional.

66 Op. cit. nota 10.

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“Cuando se potencia la energía del pensamiento positivo, se contribuye a mejorar el clima personal y social de un país; esa corriente energética, saca de circulación la variable negativa, que genera un alto estrés y ten-sión en el lugar donde se encuentran inmersos los ciudadanos. Actitud positiva, resultados positivos y viceversa.”

Todos de algún modo somos profetas, ya que todos somos el resultado de nuestros pensamientos. Como pensamos hoy, serán nuestros resultados mañana.

La profecía autocumplida actúa de este modo: una vez que se instaló la creencia, en cualquier momento se produce la acción.

Aconsejo también tener presente siempre el concepto de resilencia, ya que todos los seres humanos tenemos la capacidad de vivir bien y desarrollar-nos positivamente, pese a que las condiciones de vida puedan ser difíci-les. Siempre podremos aprender de cada experiencia y salir fortalecidos y transformados por ellas.

Como inconscientemente –según Laplanche y Pontalis67– estamos situándo-nos activamente en forma compulsiva en situaciones penosas, repitiendo experiencias antiguas sin recordar el prototipo de ellas, muy por el con-trario, con la impresión y convicción muy viva de que se trata de algo ple-namente motivado en lo actual, debemos discernir y analizar cada uno de nuestros actos, para no repetir patrones penosos de conducta.

Es de vital importancia que seamos conscientes de lo que pensamos y de las palabras que decimos.

¿Creemos lo que decimos o decimos lo que creemos?

Constantemente estamos reprogramando y configurando nuestro psiquis-mo; nuestro futuro depende de nuestro hoy y cuando la soberbia se apo-dere, recordemos lo expresado por Santa Teresa de Jesús:

Tan hábil nuestra mente para maquinar maldades, tan torpe para encon-trar soluciones.

Reflexiona sobre esta frase de Johann W. Goethe:

Llegará inevitablemente el momento en que el pensamiento mecanicista y atómico desaparezca de la mente de todas las personas (...) Cuando eso suceda, la divinidad de la naturaleza viva se revelará ante nosotros con mucha más claridad.

67 Op. cit. nota 45.

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Quiero compartir contigo este poema del Dr. Christian Barnard, que sinte-tiza todo mi pensamiento:

EL ÉXITO COMIENZA CON LA VOLUNTAD

Si piensas que estás vencido, lo estás;Si piensas que no te atreves, no lo harás.Si piensas que te gustaría ganarpero que no puedes, no lo harás.Si piensas que perderás, ya has perdido,porque en el mundo encontrarás que el éxitocomienza con la voluntad del hombre.Todo está en el estado mental,porque muchas carreras se han perdidoantes de haberse corrido ymuchos cobardes han fracasadoantes de haber empezado.Piensa en grande y tus hechos crecerán.Piensa en pequeño y quedarás atrás.Piensa que puedes y podrás.Todo está en el estado mental.Si piensas que estás aventajado, lo estás.Tienes que pensar bien para elevarte.Tienes que estar seguro de ti mismoantes de intentar ganar un premio.

La batalla de la vida no siempre la ganael hombre “más fuerte o el más ligero”,porque tarde o temprano el hombre que ganaes aquel “Que Cree Poder Hacerlo”.

Y como dijo Jean Paul Sartre:

Lo importante no es lo que se hace de nosotros, sino lo que hacemos no-sotros mismos de lo que nos hicieron.

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Acerca de la autora

Josefina BustosE-mail: [email protected]

Nació en Deán Funes, Pcia. de Córdoba, Argentina. A los 20 años se mudó a la capital y comenzó a trabajar en el área administrativa de distintas empresas. Para-lelamente, estudió Bellas Artes y se recibió de profe-sora de Castellano, Literatura y Latín. Cuando cursaba el último tramo de su formación, un problema de salud la enfrentó a la posibilidad de morir, lo cual le significó un fuerte shock y la llevó a realizar una “obligada mirada interior”, es decir, su primer encuentro con-si-go (con su Ego). A partir de allí le sucedieron una serie de sincronicidades o hechos misteriosamente conectados, que la condujeron hacia su verdadera voca-ción: la psicología. Encaró entonces la licenciatura en esa disciplina.

Hace algunos años publicó Analiza-te, donde relata de un modo sencillo cómo funciona la psiquis y describe el poder de las palabras. El libro permi-te comprender que modificando la manera de pensar, se puede cambiar la manera de vivir.

Aunque en la infancia su rótulo era de oveja negra o rebelde, cuando ya no escuchó el famoso “tenés que” y lo reemplazó por el “qué quiero ser”, comenzó a desarrollar su potencial. Desde hace 17 años se dedica con exclu-sividad a la actividad clínica como psicóloga de manera particular, con efi-caces resultados. Su premisa es lo postulado por Freud: “Para comprender a un neurótico, primero hay que haberlo sido”.

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