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Cuaderno de acompañamiento pedagógico del DVD

Cuaderno de acompañamiento pedagógico del DVD · en los barracones a la espera de los barcos negreros, o por último, el viaje a ultramar. Es menester una extremada prudencia en

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En la memoria del Profesor Rex NETTLEFORD

Las ideas y opiniones expuestas en la presente publicación son las propias de sus autores y no refl ejan necesariamente las opiniones de la UNESCO.

Las denominaciones empleadas en esta publicación y la presentación de los datos que en ella fi guran no implican, por parte de la UNESCO, ninguna toma de posición respecto al estatuto jurídico de los países,

ciudades, territorios o zonas, o de sus autoridades, ni respecto al trazado de sus fronteras o limites.

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4.4 Modalidades de acción .................................................................314.5 Los decretos abolicionistas ...........................................................324.6 De la abolición a la libertad ...........................................................324.7 Una mano de obra mal pagada .....................................................334.8 El abolicionismo estadounidense ..................................................334.9 El fin de la esclavitud en los Estados Unidos ................................354.10 Colonización y abolición de la esclavitud .......................................36 > Cuadro 4 : Cronología de la abolición ........................................38

5. UN CASO DE ESTUDIO: LAS REPERCUSIONES DE LA REVOLUCIÓN HAITIANA 41

5.1 Importantes movimientos de población .........................................415.2 Alteraciones duraderas de la geografía de la producción ...............425.3 Medidas administrativas cautelares ..............................................435.4 La notable propagación de las revueltas .......................................445.5 La solidaridad con los movimientos de liberación de América del Sur ......................................................................45

6. CREACIÓN E IDENTIDAD EN LAS SOCIEDADES POST-ESCLAVISTAS 47

6.1 Las artes ......................................................................................526.2 El lenguaje ....................................................................................536.3 La religión ....................................................................................536.4 La ciencia y la técnica ..................................................................546.5 Origen y difusión de las teorías racistas ........................................546.6 Secuelas sociopsicológicas ...........................................................56

7. ESCLAVITUD HISTÓRICA Y FORMAS MODERNAS DE SERVIDUMBRE 59

7.1 Instrumentos internacionales de prohibición de la esclavitud ........597.2 La esclavitud a día de hoy ............................................................607.3 Similitudes y continuidad ..............................................................61

Lista de ilustraciones ....................................................................63

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INTRODUCCIÓN - ¿POR QUÉ ESTE CUADERNO?

a UNESCO, que fue fundada en 1946, es la organización de las Naciones Unidas dedicada a la lucha contra la ignorancia y el fomento de la comprensión mutua entre los pueblos. Convencida de que la ocultación de los grandes acontecimientos históricos constituye de por sí un obstáculo a esta comprensión mutua, a la reconciliación y a la cooperación entre los pueblos, la UNESCO inició en 1994

el proyecto La Ruta del Esclavo para romper el silencio que envolvía a la trata de negros y la esclavitud, tragedia cuyos efectos se dejaron sentir en todos los continentes y provocaron enormes alteraciones que todavía afectan a las sociedades modernas.

El presente cuaderno de acompañamiento tiene por finalidad completar ciertos aspectos del documental y dar pistas de reflexión para el debate sobre este tema. El cuaderno permite situar la cuestión de la trata de negros y la esclavitud en un contexto más general y aclarar algunos de los interrogantes que puede suscitar. Por ejemplo: ¿cuáles son las diferencias y similitudes entre la trata de esclavos en las diferentes regiones del mundo? ¿Cómo han contribuido las resistencias, las aboliciones y los procesos de emancipación de los esclavos a transformar el mundo moderno? ¿Cuáles son las diferencias y las similitudes entre la esclavitud histórica y las formas modernas de esclavitud? ¿Cuáles son los legados de la esclavitud? ¿Cómo construir nuevas identidades y conceptos de la ciudadanía en las sociedades post-esclavistas?

El presente manual tiene por objeto ayudar a los usuarios del documental, y especialmente a los que deseen proyectarlo en las escuelas o entre el público en general para contribuir a la divulgación de este tema.Con este propósito, conviene hacer dos observaciones previas en relación con las imágenes y las cifras, que permitirán captar mejor el mensaje del documental.

El documental, como cualquier otra obra que recurra a imágenes históricas y artísticas (pinturas, grabados, fotografías, etc.), plantea la cuestión del uso crítico de la iconografíaEstas imágenes, que hoy en día pertenecen al dominio público, no siempre son un reflejo fiel de la realidad. Son una obra y, como tal, el

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fruto de la interpretación personal de sus autores, muchos de los cuales no han asistido en persona a los sucesos que describen; además, reflejan su época y las corrientes de pensamiento que la caracterizaron. Influenciadas por un discurso colonial y etnocéntrico, estas imágenes dan a menudo una visión exótica y paternalista y ofrecen por consiguiente una perspectiva limitada de la realidad, que es mucho más compleja. Para contrarrestar esta visión incompleta y parcial de las ilustraciones y los archivos escritos utilizados, las entrevistas del documental reservan un lugar importante a las intervenciones de los especialistas de ascendencia africana. Es necesario pues que los espectadores mantengan una actitud crítica y vigilante respecto de las imágenes utilizadas.

La segunda observación se refiere a la utilización de las cifras para medir las proporciones de la trata de negros. Las cifras son indispensables para escribir la historia de la trata de seres humanos y los regímenes de servidumbre y, además, desempeñan a menudo un papel determinante en la historiografía y el debate sobre estos fenómenos. No obstante, en muchas ocasiones la elaboración de datos cifrados disimula lagunas importantes en el conocimiento histórico. Algunos historiadores han hecho el recuento de navíos y cautivos, polemizando sobre la supuesta exactitud o globalidad de los datos obtenidos. Sus trabajos - cuyos resultados suelen fluctuar según las épocas - han permitido determinar órdenes de magnitud; empero, los datos obtenidos se prestan a algunas reflexiones. Las investigaciones recientes sobre la trata de negros transatlántica han demostrado, por ejemplo, que por cada cautivo africano que llegaba vivo al Caribe o al continente americano otros cuatro o cinco morían en las fases previas de las guerras, las razzias, la captura, las marchas forzadas hacia las costas occidentales de África, el encierro en los barracones a la espera de los barcos negreros, o por último, el viaje a ultramar.

Es menester una extremada prudencia en el manejo de las cifras, máxime teniendo en cuenta el elevado número de tráficos clandestinos de cautivos durante el periodo llamado “legal” de la trata de negros (del siglo XVI a comienzos del XIX) y la importancia del tráfico ilegal durante todo el siglo XIX. Tráficos paralelos no contabilizados han existido en todas las épocas: por consiguiente, las evaluaciones no pueden ser definitivas.

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1. LA TRATA DE NEGROS TRANSATLÁNTICA Y LA ESCLAVITUD: UN EPISODIO CAPITAL DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD

La esclavitud es una institución cuya omnipresencia se ha constatado en todas las épocas de la historia de la humanidad. Fue un pilar de las civilizaciones egipcia y grecorromana, y hay pruebas de su existencia en las sociedades ribereñas del Océano Índico durante la mayor parte del último milenio; después de la caída del Imperio romano se perpetuó en el mundo mediterráneo y en África (especialmente en el África subsahariana) hasta tiempos recientes.A lo largo de la historia ningún grupo de población ha estado totalmente a salvo de la esclavitud: no obstante, muchas de las poblaciones reducidas a la servidumbre de la cuenca del Mediterráneo, el Oriente Próximo y el Océano Índico eran originarias de África. En cuanto llegaron al continente americano, en 1492, los europeos empezaron a esclavizar a las poblaciones autóctonas y esta forma de sometimiento prevaleció mucho tiempo en algunas zonas de América colonizadas por ellos.

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Bajo la iniciativa de los europeos, la trata de negros transatlántica adquirió proporciones excepcionales en la historia mundial de la esclavitud. Esta trata se distingue ante todo por su magnitud y por su carácter exclusivamente racial. En total, unos 12,5 millones de esclavos negros africanos fueron trasladados de una a otra orilla del Atlántico entre 1500 y 1867 - de los cuales casi la mitad en el siglo XVIII - en lo que sigue siendo la mayor empresa de deportación transoceánica de la historia. Ello da una idea de la necesidad de mano de obra servil del sistema organizado por los europeos para explotar los recursos naturales del continente americano y satisfacer la demanda creciente de los mercados del “Viejo Mundo”, cada vez más atraídos por los productos coloniales, y en particular los metales preciosos. Ello demuestra también la capacidad de los negociantes europeos de financiar y administrar, en colaboración con sus homólogos de las costas atlánticas de África, una empresa intercontinental de semejante envergadura en la época de la marina de vela.Quizás más que ninguna otra forma de comercio de seres humanos de la que se tenga constancia histórica, la trata de negros transatlántica ha tenido consecuencias a escala planetaria, hasta el punto de que puede decirse que ha desempeñado un papel determinante en el proceso de globalización que empezó a dar forma al mundo moderno en el momento en que Cristóbal Colón pisó por primera vez la tierra americana.

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����� ����������������� Desde la más remota antigüedad, el tráfico de seres humanos ha ocupado un lugar importante en los intercambios internacionales e incluso en el comercio interior de las sociedades y, a pesar de la repulsa universal de la esclavitud, sigue constituyendo un problema. Para ciertas poblaciones de Europa y de Asia, ser capturados en el curso de una razzia y vendidos como esclavos era cosa corriente, en particular en los imperios esclavistas de la cuenca del Mediterráneo y de Oriente Medio. Las rutas por las que se trasladaba a estos esclavos pasaban por los Balcanes, Crimea y el Cáucaso.Desde un principio los esclavos africanos fueron especialmente apreciados por los traficantes. Prueba de ello es la existencia de una red de rutas que enlazaba el norte de África y el África subsahariana con los mercados de esclavos de otros continentes. Entre las rutas más importantes figuraban las transaharianas, por las cuales los esclavos eran trasladados al Mar Rojo, el Golfo Pérsico y el Océano Índico.Por otra parte, sabemos que el tráfico de seres humanos, bastante corriente en la Europa medieval, estaba también muy extendido en la propia África subsahariana. Todas esas prácticas internas del África precedieron -en varios siglos en el caso de la trata transahariana- a la trata de negros transatlántica y se mantuvieron, e incluso cobraron mayor intensidad, durante y después de ésta.Los datos históricos del comercio de esclavos africanos por vía terrestre son mucho menos numerosos y detallados que los de la trata transatlántica. No obstante, algunos autores creen que, dada su larga historia, el tráfico transaríano podría haber causado la deportación de más africanos que la trata de negros transatlántica. Al igual que el tráfico en dirección al Mar Rojo, el Golfo Pérsico y el Océano Índico, el tráfico transahariano quizás haya alcanzado su máxima intensidad en el siglo XIX. En resumidas cuentas, parece probado que los pueblos de origen africano han sido las principales víctimas de las prácticas esclavistas en la época moderna, y la trata de negros transatlántica no es más que un ejemplo especialmente trágico de ello.

����� ������������� ��� ������� ��������� �¿Por qué los europeos recurrieron básicamente a la mano de obra servil africana para el aprovechamiento y la explotación de sus ricas posesiones americanas? En un principio esto se atribuyó a la capacidad de adaptación de los diferentes grupos raciales a las condiciones de trabajo en condiciones tropicales o semitropicales, pero después se han aventurado otras explicaciones. La larga tradición de explotación de la mano de obra africana en los países de la cuenca mediterránea, la repoblación con africanos de las islas del Atlántico conquistadas por Portugal

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y España después de 1450, la extendida práctica de las sociedades africanas de canjear presos por mercancías o la resistencia a la esclavitud de las poblaciones locales amerindias son otras tantas explicaciones eventuales del temprano recurso de Portugal y España a los esclavos africanos para explotar sus nuevas posesiones americanas. Este modelo iba a reproducirse ya a fi nales del siglo XVI en otras naciones europeas, y especialmente en Holanda, Inglaterra y Francia, cuando estas naciones empezaron a su vez a hacer razzias en las colonias

americanas, dando una magnitud sin precedentes a la trata de negros transatlántica.

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Cualesquiera que fueran los motivos que incitaron a los europeos a reducir a los africanos a la esclavitud, no cabe duda de que este hecho tuvo profundas repercusiones en la distribución de los ingresos y las riquezas en el mundo moderno. En lo que respecta a África, podemos afi rmar sin temor a equivocarnos que la deportación de poblaciones enteras redujo el ritmo de crecimiento demográfi co y por ende el desarrollo económico del continente negro. De no existir la esclavitud, la energía dedicada a sojuzgar y deportar esas poblaciones se habría podido utilizar de modo más efi caz. El défi cit demográfi co resultante de la deportación de los esclavos y de las destrucciones y pérdidas humanas ocasionadas por las guerras y operaciones de captura tuvo un impacto duradero en África, afectando diversamente a las diferentes partes del continente según su grado de implicación en el sistema de la esclavitud.Sin embargo, si contabilizamos en el balance demográfi co global el conjunto de personas de ascendencia africana que viven en el continente americano, en Europa y en Asia, veremos que la población africana ha seguido aumentando.

Dicho de otro modo, el África occidental ha contribuido en proporciones no desdeñables a la repoblación de otras regiones del mundo. Esto signifi ca que, si los africanos de la diáspora y sus descendientes han aportado

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una vasta contribución al desarrollo de Europa, de América y de Asia, la energía que han gastado en proyectos de desarrollo en ultramar representa una mengua equivalente de mano de obra, materia gris y dinamismo económico para África.

Es indiscutible que hubo africanos que participaron en la captura, el traslado a marchas forzadas y la venta de esclavos africanos a los negreros europeos, y que obtuvieron benefi cios políticos y fi nancieros de su participación. La esclavitud ya formaba parte integrante de la realidad económica y política de numerosas regiones de África, pero la trata de negros transatlántica ofreció a las élites tradicionales o recientes nuevas posibilidades de reforzar su infl uencia. Con todo, esos benefi cios eran muchas veces ilusorios y, en cualquier caso, se obtuvieron en detrimento de las víctimas directas del tráfi co - muchas de las cuales no sobrevivían a la deportación- y también de sus comunidades de origen.

La esclavitud y la trata hundían sus raíces en la violencia: la esclavización de las poblaciones daba ocasión a numerosos episodios dramáticos, como enfrentamientos armados, razzias y secuestros, sin olvidar la manipulación o el

soborno de las autoridades políticas y judiciales existentes. Además, como los compradores europeos preferían a los sujetos jóvenes, y en particular a los jóvenes adultos de sexo masculino, con el tiempo el comercio de esclavos acabó modifi cando el perfi l demográfi co de las sociedades implicadas, con consecuencias negativas para las tasas de reproducción de la población.

Es imposible calcular con precisión el coste social y humano de la trata de negros transatlántica. Pretender, como hacen algunos historiadores, que las difi cultades actuales de África son achacables casi por completo a las exacciones de los negreros europeos y a la colonización es probablemente exagerado. Pero si pensamos, como numerosos observadores, que la estabilidad política y social es una condición esencial de la prosperidad y el desarrollo económico a largo plazo, podemos afi rmar que la intervención de África en la trata de negros transatlántica –sin olvidar las otras formas de tráfi co- fue más nefasta que benefi ciosa para todos aquellos cuyas vidas resultaron alteradas en consecuencia.La situación actual de África es tributaria en cierta medida del pasado, aunque en los últimos tiempos ya no sea la esclavitud sino las difi cultades económicas o la esperanza de obtener una educación mejor lo que impulsa a los africanos a emigrar al extranjero. En todo caso, esta emigración se salda para África en un défi cit neto de

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mano de obra, experiencia y dinamismo económico. El enriquecimiento que la nueva diáspora africana ha aportado al resto del mundo ha empobrecido a África en las mismas proporciones. Al mismo tiempo, las condiciones de vida de estos nuevos inmigrantes africanos no siempre son más envidiables, por la persistencia de ciertos comportamientos racistas que son como una secuela de la esclavitud.

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Si África es sin lugar a dudas la gran perdedora, ¿qué benefi cios obtuvieron los europeos de la trata de negros transatlántica? O, más precisamente, ¿desempeñaron la esclavitud y la trata transatlántica un papel determinante en la primera revolución industrial, creando así las condiciones para la desigualdad creciente de riquezas y de ingresos entre Europa y África, que en la actualidad es tan pronunciada?La cuestión de la importancia del trabajo forzoso para el proceso de acumulación capitalista en Europa y América del Norte se viene debatiendo desde el siglo XIX. En 1944 el autor caribeño Eric Williams relanzó la polémica al afi rmar que la esclavitud y la trata transatlántica fueron una de las principales causas de la acumulación de riqueza que hizo posible la revolución industrial de Inglaterra. La tesis de Williams ha sido muy criticada: en primer lugar porque atribuye a la esclavitud y a la trata tasas de rentabilidad extraordinariamente altas, y en segundo lugar porque no explica el hecho de que las diferencias de ingresos y de distribución de las riquezas mundial hayan seguido agravándose con el transcurso del tiempo. En el plano estrictamente fi nanciero, la esclavitud no fue necesariamente la gallina de los huevos de oro que imaginó Williams, y los benefi cios derivados de la esclavitud no fueron tales que expliquen por sí solos los avances de Gran Bretaña (y de los otros protagonistas europeos y norteamericanos de la primera revolución industrial) en el proceso de industrialización.Con todo, no es menos cierto que el comercio transatlántico de los productos

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manufacturados por los esclavos africanos fue uno de los factores más dinámicos de la expansión del comercio internacional en el siglo XVIII, y siguió incrementando considerablemente el volumen de los intercambios incluso después de la revolución industrial en Europa y Norteamérica. Lo cual no quiere decir que el desarrollo del consumo y los progresos de la industria y las fi nanzas de las primeras grandes naciones capitalistas después de 1750 fueran dependientes por completo, o ni siquiera esencialmente, de la explotación económica de los esclavos africanos, aunque es innegable que ello ha podido desempeñar un papel nada desdeñable en la evolución de Occidente. Si comparamos los “benefi cios” de los Occidentales con las “pérdidas” de África, la trata de negros transatlántica se nos aparece como un elemento determinante de la globalización que tanto ha contribuido a confi gurar el mundo moderno.

En términos demográfi cos, África ha contribuido ampliamente a poblar el continente americano. Las cifras varían según las épocas, en función de las necesidades de mano de obra y de la tasa de natalidad de los esclavos africanos. Países como Uruguay, Brasil, Cuba, Puerto Rico, la República Dominicana o México han absorbido una importante proporción de personas de ascendencia africana en determinados periodos de su historia. Mientras que en 1852 sólo el 11% de la población censada de Argentina era de origen africano, en 1820 la proporción correspondiente era del 62% en Colombia, y en 1815 del 59% en Venezuela.Estas cifras explican la composición actual de la población latinoamericana, integrada en su mayor parte por mestizos; en total en el continente americano viven unos 180 millones de personas de ascendencia africana (de los cuales 30 millones en Estados Unidos y 500 000 en el Canadá, y el resto en América Latina y el Caribe). Brasil es hoy día el país del mundo de mayor población negra, después de Nigeria.

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2. DIFERENCIAS Y PUNTOS COMUNES ENTRE LAS DIVERSAS MODALIDADES DEL TRÁFICO DE ESCLAVOS

La historia nos enseña que el tráfi co de seres humanos reducidos a la esclavitud es una práctica antigua, cuya existencia se ha constatado en todo el mundo, prácticamente. Pero la trata de negros transatlántica fue particularmente brutal y degradante, sin duda más que cualquier otra práctica similar en la historia. Es cierto que no hay puntos de

referencia que faciliten la comparación, pero lo que es incuestionable es que la condición de los seres humanos sometidos a la esclavitud es en todo momento y lugar una abominación. Si queremos comparar las diversas modalidades de compraventa de seres humanos esclavizados, deberemos pues tener en cuenta otros factores, además de los grados relativos de brutalidad e inhumanidad. En consecuencia, para profundizar en la historia de la deportación de africanos a lo largo de las “Rutas del esclavo”, es esencial estudiar en qué circunstancias precisas los esclavos eran capturados y vendidos antes de salir de África con rumbo a otros lugares de todo el mundo.

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Históricamente, es importante reconocer la existencia de un fl ujo migratorio continuo de esclavos africanos que salían del continente, en el marco de un tráfi co que subsistió durante más de un milenio. Este éxodo de las poblaciones africanas tuvo un impacto demográfi co de consecuencias planetarias. Mucho antes de la deportación masiva de esclavos africanos hacia el continente americano, el crecimiento de la población africana tuvo ya como corolario la expansión de una diáspora con frecuencia reducida a la esclavitud y dispersa entre el Océano Índico, el Oriente Medio y buena parte de Europa. Esta tendencia persistió paralelamente a la trata de negros transatlántica.A lo largo de su historia, África ha pagado un elevado tributo a los trafi cantes de esclavos, y no sólo por la trata de negros transatlántica hacia el continente americano. Cuando se estudia la relación entre África y la esclavitud internacional, conviene recordar que la esclavitud fue una práctica muy frecuente en todas las sociedades africanas. Sea como fuere, desde el punto de vista de las víctimas las controversias fi losófi cas y políticas sobre el grado de horror y el carácter alienante de lo que han sufrido no tienen mucho sentido.

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El comercio de esclavos desde África era indisociable del tráfi co local, que alimentaba las redes de la deportación. Todos los documentos de que disponemos demuestran que en África siempre ha habido esclavitud. Esta práctica implica la enajenación física del individuo, lo que signifi ca que puede comprarse o venderse como cualquier otra mercancía, y que se le puede asignar un valor monetario. Pero las víctimas de estos cálculos fríos e inhumanos seguían siendo, obviamente, seres humanos. Lo que hace tan difícil de entender que la esclavitud haya podido ser un fenómeno histórico es la contradicción inherente al hecho de tratar a seres humanos como mercancías, siendo así que no dejaban de ser personas. La trata transatlántica, con su séquito de brutalidades y comportamientos racistas, no fue más que una de las manifestaciones de la actitud esquizofrénica que impulsa a algunas personas a tratar a sus semejantes de manera radicalmente distinta según pertenezcan o no a una comunidad, no siempre bien defi nida.

����� �������� ������� ����������� ���������Como hemos visto, la esclavitud fue una práctica muy extendida en el mundo entero. Incluso en el interior de África, la esclavitud ha existido desde hace mucho tiempo y ha afectado a todo el continente. Es una realidad histórica que hemos de m i r a r de frente. Al principio, las transacciones individuales se

efectuaban localmente o entre comunidades vecinas a través de intermediarios ocasionales u ofi ciosos, y las más de las veces tenían por objeto prisioneros o marginales rechazados por la comunidad. A continuación se congregaba a estos individuos en los grandes centros comerciales, donde quedaban en poder de redes muy organizadas que los trasladaban

a plazas comerciales o mercados situados fuera de África. De este modo, y durante mucho tiempo, los esclavos africanos eran desplazados a distancias considerables de un lado a otro del continente, como una mercancía cualquiera. Se les vendía en la plaza pública o por intermedio de establecimientos

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comerciales especializados, y eran transportados en caravanas o por vía fl uvial. Como cualquier otra mercancía, los esclavos eran sometidos a estrecha vigilancia, no por miedo a que fueran robados sino por el riesgo de fuga.

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Dicho de otro modo, la esclavitud era una práctica muy extendida en África ya antes de que diera comienzo la trata de negros transatlántica, tanto en el interior del continente como en dirección al mundo musulmán y el Océano Índico. El derecho islámico reconocía la institución de la esclavitud, que era objeto de sesudos debates y restricciones según las cuales un musulmán nacido libre no podía ser reducido a esclavitud. El extendido uso del árabe - que es la lengua del Corán - en el mundo islámico ha hecho creer a veces que este comercio estaba monopolizado por el grupo étnico de los mercaderes “árabes”, siendo así que, en realidad, los trafi cantes eran musulmanes de todos los orígenes, que no usaban necesariamente el árabe en la práctica de su actividad comercial. Además, el mundo musulmán no se abastecía únicamente de esclavos africanos, sino

que también había cautivos originarios de algunos lugares de Europa y Asia.En las proximidades del Océano Índico los esclavos africanos eran transportados hacia el norte siguiendo la costa este de África y cruzaban el Mar Rojo en dirección a Arabia, Persia y más allá. Por lo común el tráfi co seguía rutas controladas por los mercaderes

musulmanes, y los cautivos africanos, aunque fueran originarios de diferentes regiones del continente, seguían en general itinerarios paralelos a través del Sahara, en dirección al Océano Índico. Como sucedía en todas las partes del mundo musulmán, con los esclavos africanos se mezclaban otros muchos esclavos venidos de países asiáticos y europeos colindantes con tierras islámicas. En los grandes Estados musulmanes (el Imperio Otomano, Persia y el Imperio Mogol de la India) había un gran número de esclavos que no eran todos de origen africano, ni mucho menos. En el Imperio Otomano había muchos esclavos originarios de Asia Central, los Balcanes, e incluso Polonia y Rusia, mientras que en Persia eran más bien de origen georgiano y circasiano.

����� ������������� ����������������El tráfi co de esclavos a través del Sahara y hacia el Océano Índico procedió paralelamente a la trata de negros transatlántica y no se terminó con la abolición. Está demostrado que durante todo el periodo de deportación masiva de esclavos africanos al continente americano ( siglos XVI - XIX), se mantuvo un mercado mundial

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de esclavos africanos con múltiples destinos. El desarrollo de la trata de negros transatlántica no hizo sino intensifi car el tráfi co de las poblaciones esclavizadas y dio lugar a un rápido aumento del número de africanos deportados, hemorragia que la gran cantidad de víctimas indirectas de la esclavitud hizo aún más

fuerte. Además, la trata transatlántica de africanos afectó esencialmente a regiones de África que apenas habían participado en el tráfi co transahariano y hacia el Océano Índico. Si bien las regiones que comerciaban con el mundo musulmán siguieron suministrando esclavos, no es menos cierto que regiones costeras hasta entonces relativamente desvinculadas del tráfi co se vieron directamente implicadas en la trata de negros transatlántica.

El desarrollo de la trata de negros transatlántica modifi có por completo la fi sonomía del tráfi co de esclavos en África. Antes de la apertura de las rutas marítimas, los esclavos africanos solamente salían del África negra en dirección al Océano Índico, por el norte o por el este, cruzando el Sahara; con el nuevo tráfi co numerosos africanos fueron deportados al continente americano y, desde fi nales del siglo XVII hasta el siglo XIX, hubo muchos más esclavos enviados al Nuevo Mundo que a los países islámicos o el Océano Índico. Se estima que, hasta 1650, el número de esclavos africanos deportados al mundo islámico y más allá fue muy superior al de los enviados al continente americano. De hecho, es probable que en los siglos XVI y XVII el número de esclavos africanos deportados a los países islámicos (del Maghreb al Océano Índico) haya sido más o menos igual al de los deportados al continente americano. Pero a partir de mediados del siglo XVII, y en todo caso hasta la prohibición de la trata de negros por Gran Bretaña en 1807, el volumen de las expediciones transatlánticas aumenta rápidamente, aunque es cierto que hasta 1850 aproximadamente la práctica continúa en gran escala. Todo este periodo de la trata transatlántica constituye un episodio inédito de la historia de las migraciones y de los movimientos de población que ha tenido importantes consecuencias en las zonas implicadas, tanto en los países costeros del Atlántico como, hasta cierto punto, en el Océano Índico.

CUADRO 1: LA TRATA DE NEGROS (1400-1900) Período Trata transatlántica Mundo musulmán

1400-1500 0 % 100 %

1500-1600 30,10 % 69,90 %

1600-1700 65,30 % 34,70 %

1700-1800 83,30 % 16,70 %

1800-1900 77,40 % 22,60 %

Entre 1400 y 1900, más de 17 millones de africanos fueron deportados a través del Sahara, el Océano Índico y el Océano Atlántico. Lo que debe retenerse ante todo es que, a largo plazo, la hemorragia de población proveniente de África causada

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por la esclavitud nutrió no solo la trata transatlántica de negros sino también el tráfi co en dirección al mundo musulmán. Por otra parte, el número de víctimas del tráfi co fue en aumento entre los siglos XV y XVIII y mantuvo su importancia durante buena parte del siglo XIX.

El aumento más espectacular del tráfi co transatlántico se produjo en el siglo XVIII, esencialmente en el Brasil y el Caribe, que absorbieron prácticamente en las mismas proporciones a la gran mayoría de los recién llegados. Hasta 1650 aproximadamente, el número de esclavos africanos enviados de África al continente americano fue relativamente reducido, en comparación con las proporciones que adquirió el tráfi co en los siglos XVIII y XIX. En aquel entonces se enviaban más esclavos al norte del Sahara, el Mar Rojo y el Océano Índico que hacia el continente americano. Después de 1650 el número de africanos deportados a este continente aumentó considerablemente, y en el siglo XVIII era cinco veces mayor que el de los enviados al mundo islámico y el Océano Índico. En todo el periodo comprendido entre 1400 y 1900, casi las tres cuartas partes de los esclavos africanos deportados fueron destinados al continente americano, pese a que la trata en dirección al mundo islámico empezó mucho antes y duró más tiempo que la trata transatlántica.

CUADRO 2: DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA DE LA TRATA DE NEGROS (1400-1900)

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CUADRO 3: PUNTOS DE PARTIDA DE LA TRATA EN ÁFRICA (1500-1867)

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Lo que llama la atención en estas estimaciones es la contribución desigual de las diferentes regiones de la costa atlántica a la trata transatlántica. A este respecto, el África Centro-Occidental, junto con el África Sudoriental, ocupan con creces el primer lugar con un total de más de 6,2 millones de individuos. Si sumamos la contribución del África Sudoriental, veremos que la mayoría de los africanos deportados a América eran originarios de regiones que hablaban lenguas bantúes.En lo referente al África Occidental, conviene hacer una distinción entre los esclavos capturados relativamente cerca de las costas o a más de 100-150 km al interior. De hecho, la inmensa mayoría de esclavos del Golfo de Biafra, el Golfo de Benín y la Costa de Oro (Biafra) eran originarios de las regiones costeras (casi la totalidad para el Golfo de Biafra y los dos tercios o más para el Golfo de Benín y la Costa de Oro). Entre las tres regiones se llega a la cifra de 4,8 millones de esclavos, o sea un 38% del total de africanos deportados. También hubo un número considerable de esclavos musulmanes, quizás un 10%, originarios en su mayoría del interior de Sierra Leona y de Senegambia. Algunas etnias del África Occidental, como los Igbo, los Yoruba, los Akan y los

Mandé (Mandingo, Mandinka, etc.) aportaron grandes cantidades de esclavos.

Más de la mitad de estos africanos fueron deportados al Brasil, y el resto se repartieron por las islas del Caribe. De hecho, muy pocos de ellos fueron deportados a América del Norte, salvo en el caso de Barbados, aunque es cierto que muchos esclavos desembarcados en Barbados fueron trasladados a otros destinos, en particular de América del Sur. El análisis de los efectos de este tráfico muestra que la trata transatlántica afectó más a unas regiones que a otras, empezando por el África Centro-Occidental, las costas de Biafra y de Benín, la Costa de Oro y algunas partes del Golfo de Guinea. Por lo demás, el tráfico se intensificó a todo lo largo del siglo XVIII, alcanzando su punto culminante en los últimos años del siglo, más exactamente en 1807, año en el cual la decisión británica de prohibir la trata de negros cambió totalmente la situación..

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3. RESISTENCIA Y SUPERVIVENCIA

En todas las partes del mundo en que se capturaba y esclavizaba a las poblaciones, y en todas las épocas, hubo actos de resistencia. En los archivos y en las tradiciones orales subsisten testimonios de este rechazo de la servidumbre por parte de sus víctimas directas, los sujetos de la trata y los esclavos de las minas y las plantaciones, y la arqueología podría proporcionarnos otros. A estos enfrentamientos directos contra la esclavitud en los territorios coloniales, vinieron a añadirse a partir del siglo XVIII los movimientos antiesclavistas surgidos en Occidente. Las campañas organizadas a partir de 1780 en América del Norte y Europa por esos movimientos corrieron parejas con un largo ciclo de prohibiciones de la trata humana y medidas de supresión de la esclavitud, que duró hasta el fi nal del siglo XIX.

����� ���������Fenómenos de resistencia a la esclavitud se produjeron en la propia África y durante los largos recorridos hacia las costas y los puertos donde se negociaban los esclavos. Las investigaciones arqueológicas y los testimonios orales compilados atestiguan la reacción de la gente contra las grandes razzias de que eran víctimas las poblaciones de numerosas zonas de África, y contra el trabajo forzoso. Esta resistencia continuaba manifestándose en los barracones

instalados a lo largo de las costas e incluso en los barcos negreros, donde podía provocar la muerte de una parte del cargamento, y a veces de todos los esclavos. Frente a las costas del África Occidental, los quilombos de los angolares de Santo Tomé, que eran grandes campamentos fortifi cados, prefi guraban las construcciones que después sirvieron de refugio, en el Caribe y en el continente americano, a las comunidades de negros cimarrones desde el siglo XVI hasta el siglo XIX. En efecto, es en América y el Caribe donde tuvieron lugar los actos de resistencia de los esclavos mejor documentados, donde el fenómeno de la servidumbre cobró mayor densidad, fue más masivo – del 70 al 85 por ciento de la población del Caribe insular eran esclavos – y duró más tiempo.Sobrevivir al desarraigo, la deportación, las separaciones, los ritmos de trabajo, la malnutrición, las enfermedades, la violencia de los golpes, el látigo, la presión moral: en esto consiste la trama secular de la resistencia de los esclavos de América y el Caribe. Acomodarse a estos rigores era resistir, pero también lo era negarse a trabajar, entorpecer o sabotear el trabajo, robar comida o intentar

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envenenar al encomendero o al ganado de la plantación. Provocar un aborto o matar a un recién nacido era resistir, y también lo era suicidarse, como rechazo último de la esclavitud.El término “vida subterránea” designa el conjunto de medios de supervivencia de que se valieron los esclavos, estableciendo relaciones sociales paralelas o constituyendo sociedades de esclavos, estrechamente vigiladas por las autoridades coloniales. Hoy, de estos medios de supervivencia siguen dando testimonio la música, las canciones, las danzas, los cuentos o las ceremonias fúnebres que han resistido el paso del tiempo.

����� �������Una de las primeras grandes revueltas de esclavos originarios del África subsahariana de que hay constancia tuvo lugar a fi nales del siglo IX en el bajo Irak, en las plantaciones de caña de azúcar de la región de Basora. En 869 estalló la insurrección de los zanj, liderada por el persa Ali ibn Muhammad al-Alawi, a la que se sumaron los campesinos pobres de la región, los

trabajadores de las marismas y los soldados negros del ejército del califa. Los rebeldes asaltaron varias ciudades. Tras más de un decenio de guerra larvada, en 883 el gobierno del califa Al- Mutamid capturó y ejecutó al jefe de los rebeldes. En 890 renació la insurrección –llamada ahora la revuelta de los cármatas–, extendiéndose a gran parte de Irak, Siria y Palestina, hasta la muerte de su jefe Zikrawayh en 906. Otras fuentes, en particular arqueológicas, dan cuenta de la destrucción violenta de plantaciones azucareras en la región marroquí del Suss, donde trabajaba una mano de obra esclava.Las zonas de cultivo de la caña de azúcar y fabricación de azúcar, desde la Edad Media -en las zonas costeras del Mediterráneo y en el Oriente Medio- hasta los siglos XVI a XIX en América y el Caribe, fueron el escenario constante de revueltas de la abundante mano de obra servil, que trabajaba en condiciones particularmente duras. Las primeras revueltas de esclavos de origen africano de las que ha quedado

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constancia escrita en los informes de los administradores tuvieron lugar en La Española, en Cuba, en México y en las minas colombianas. En diciembre de 1521, la plantación de caña de azúcar de Diego Colón, en La Española, fue devastada por los esclavos rebeldes. En 1533 tuvo lugar en Cuba el primer levantamiento de esclavos, en una mina de oro de la parte oriental de la isla. Desde el principio mismo de la implantación colonial en Guadalupe, Martinica, San Cristóbal o Barbados, en el siglo XVII, se señalan las primeras revueltas de esclavos, tras una sucesión de destrozos causados por las primeras bandas de negros cimarrones que actuaban a veces en colaboración con poblaciones indígenas.

La primera de la larga serie de revueltas de esclavos que padeció Jamaica estalló en 1673. En la costa norte de la isla, unos 200 coromantees, que eran akan originarios de la Costa de Oro, asaltaron las plantaciones y se refugiaron después en las montañas, constituyendo así la primera banda de cimarrones de Sotavento. Entre 1720 y 1740 se registró un incremento gradual del número de revueltas de esclavos en las colonias inglesas y francesas del Caribe oriental, lo que hizo decir a un gobernador británico que imperaba un “peligroso espíritu de libertad”.

Cuando los esclavos rebeldes de las plantaciones y los negros cimarrones de los campamentos fortifi cados pudieron aliarse, como ocurrió en Jamaica en el siglo XVIII, las autoridades coloniales europeas tuvieron que librar verdaderas guerras contra ellos. La insurrección acaudillada por Tacky en 1760 fue sufi cientemente violenta para que se la haya podido comparar con la rebelión de los esclavos de Santo Domingo que tuvo lugar tres decenios después. Pero la rebelión más ambiciosa que se haya registrado en Jamaica estalló en 1831 y movilizó a unos 20 000 esclavos, de los cuales fueron ejecutados más de 500. El acontecimiento precedió en algunos meses a una renovación parcial del Parlamento británico, a raíz de la cual la tendencia abolicionista pasó a ser mayoritaria en el mismo, y el 1 de agosto de 1833 los parlamentarios votaban la Abolition Bill (Ley de Abolición). En el Caribe Oriental, las poblaciones karibs se aliaron con los esclavos fugitivos para combatir la implantación europea. De este modo nacieron los black karibs, que se refugiaron en islas “neutrales” como San Vicente, de donde los británicos los deportaron en 1796 a la Isla Roatán y a las costas de la Bahía de Honduras. Son los antepasados de los llamados actualmente garifunas.

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����� �������Darse a la fuga fue una de las formas de resistencia más frecuentes: los esclavos fugados eran conocidos con el nombre de “cimarrones”. Los cimarrones fueron instalándose en los territorios boscosos y de montaña, donde los asentamientos clandestinos encontraban una protección natural. Por ejemplo, después del fracaso de varias expediciones en Nueva Granada, en 1612-1613 los españoles tuvieron que avenirse a conceder la libertad a los negros cimarrones del palenque de San Basilio, fundado en 1599-1600 cerca de Cartagena de las Indias. En Santo Domingo, los negros cimarrones empezaron a refugiarse en la Sierra de Bahoruco en el siglo XVII. En Cuba, el “Nuevo reglamento y arancel que debe gobernar en la captura de esclavos cimarrones”, de 1796, permitió la captura de 16 000 fugitivos en la región de La Habana, pero las batidas con perros de los “rancheadores” persistieron hasta la abolición de la esclavitud en la isla, en 1886.

En el interior de los refugios fortifi cados, quilombos, palenques, grandes campamentos y ajupas, los negros cimarrones forjaron una cultura de resistencia, desde el Brasil –donde los esclavos rebeldes de Pernambuco y del quilombo de Palmares resistieron a los asaltos regulares de los holandeses y, más tarde, de los portugueses durante casi todo el siglo XVII– hasta Cuba y Florida. Cultos religiosos venidos del Golfo de Guinea, de Cabo Verde o de Santo Tomé se perpetuaron transfi gurándose a veces, gracias a esos frágiles conservatorios que fueron las ceremonias que organizaban los cimarrones y en las que participaban esclavos fugados de las plantaciones vecinas. El vodú, la santería o el candomblé surgieron al amparo de los dioses de los yoruba, que acompañaron a sus fi eles a través del Océano Atlántico en

las bodegas de los buques. La primera guerra de los “maroons” de Jamaica, de 1725 a 1740, terminó con una negociación entre los ingleses y los jefes Cudjoe,

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Accompong, Cuffee, Quaco y Johnny. En marzo de 1738, el Gobierno británico fi rmó un tratado de paz con los “maroons” de Trelawney Town y les concedió la libertad y 15 000 acres de tierra.La selva amazónica y el escaso número de colonos europeos en las Guayanas hicieron posible la constitución, ya en el siglo XVII, de comunidades de negros fugados que todavía hoy sobreviven. En 1749 las comunidades establecidas a orillas de los ríos Saramaka y Suriname, en la Guayana holandesa, lograron que las autoridades coloniales reconocieran su independencia y pasaron a denominarse saramakas. En 1760 un tratado idéntico reconocía a los djuka, ubicados a orillas del arroyo del mismo nombre, afl uente del río Maroni. En 1760, el negro Boni declaró la guerra a los holandeses, antes de cruzar el Maroni para establecerse en territorio francés. Los boni, comunidad que tomó el nombre de su antiguo jefe, fueron reconocidos en 1860 por un convenio franco-holandés. En el Océano Índico, la fuga de esclavos adquirió proporciones excepcionales en las Islas Mauricio (Île de France) y de la Reunión (Île Bourbon) en el siglo XVIII.

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4. MOVIMIENTOS ABOLICIONISTAS

El Occidente tardó más en movilizarse respecto del tema de la condición de los esclavos en sus colonias. Las poblaciones estaban poco o mal informadas. De las numerosas obras publicadas sobre el tema colonial desde el siglo XVIII se desprende que a los comerciantes, los economistas o los juristas les preocupaba

más el mantenimiento efi ciente del orden esclavista y la rentabilidad del sistema de explotación que la condición de los cautivos. Sin embargo,

a partir de mediados del siglo XVIII las denuncias de la trata de negros y el sistema esclavista fueron en aumento, desde Filadelfi a hasta Londres y París. Los escritores de la Ilustración, desde Montesquieu hasta Diderot, y más adelante Condorcet, trataron este tema con

mayor o menor vehemencia, aunque siempre insistiendo en la necesidad de poner fi n a la práctica. Los autores ingleses se inspiraron

en los principios religiosos y sociales de los cuáqueros norteamericanos. En 1688, la Sociedad de los Amigos (cuáqueros) de Pensilvania condenó el hecho de “comprar y guardar negros”. Un siglo más tarde, en 1772, Anthony Benezet, en su obra An Historical Account of Guinea, afi rmaba que ya era hora de devolver la libertad a los esclavos del continente americano.

El artículo « Esclavage » de la Encyclopédie o Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, publicada en París en 1755, ofrecía un argumento simple y directo: “La esclavitud establece un derecho fundado en la fuerza, que hace que un hombre sea propiedad de otro hasta el punto de que éste es dueño de la vida, los bienes y la libertad de aquél (…) Todos los hombres nacen libres, habiéndoles hecho iguales la Naturaleza. (…) Después de hacer un recorrido de la historia de la esclavitud, desde sus orígenes hasta hoy, demostraremos que atenta contra la libertad del hombre, que es contraria al derecho natural y civil, que se opone a las formas de los mejores gobiernos, y, por último, que de por sí es inútil.”

Después de la publicación en 1770 de la Histoire philosophique et politique des établissements et du commerce des Européens

dans les deux Indes, del Abad Raynal, y de las Réfl exions sur l’esclavage des Nègres, que escribió Condorcet con el seudónimo de Joachim Schwartz, en 1781, de Inglaterra vino la iniciativa de ejercer presión sobre los gobiernos. Thomas Clarkson, autor

en 1786 de un célebre Essay on the Slavery and Commerce of the Human Species, particularly the African, emprendió una activa

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campaña abolicionista, a la cual se sumaron James Ramsay, Granville Sharp y el parlamentario William Wilberforce. El movimiento se reforzó con la publicación del testimonio autobiográfi co de un antiguo esclavo africano, Olaudah Equiano (o Gustavus Vassa), autor en 1789 de The Interesting Narrative of the Life of Olaudah Equiano or Gustavus Vassa, the African. En febrero de 1788 se fundó en París por iniciativa de Jacques-Pierre Brissot la Société des Amis des Noirs, sobre el modelo del Committee for the Abolition of the Slave Trade, creado en Londres un año antes, en mayo de 1787.

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No obstante, el acontecimiento decisivo tuvo lugar en las colonias mismas, y más concretamente en la rica colonia francesa de Santo Domingo, cuyos plantadores aspiraban desde hacía decenios a una mayor independencia comercial. Varios cabecillas de las rebeliones adquirieron celebridad, como Makandal a mediados del siglo

XVIII, y Boukman, Georges Biassou o Jean-François de 1775 a 1785. El grito “Libertad o muerte” resonó

no solo en Santo Domingo sino también en todas las colonias vecinas, mientras que los negros cimarrones

intensifi caban la guerrilla con actos de saqueo, incendios de plantaciones, raptos y envenenamientos. En Santo Domingo había entonces unos 500 000 esclavos que representaban el 85% de la población. La gran sublevación se produjo en la noche del 22 al 23 de agosto de 1791, provocando la deserción de miles de esclavos de los talleres de las plantaciones. Este movimiento impuso la abolición de la esclavitud en la localidad en 1793, y después en la Convención Revolucionaria de París, el 16 de pluvioso del año II (4 de febrero de 1794).Mientras que Toussaint Louverture establecía progresivamente un poder autónomo en Santo Domingo con la Constitución proclamada en 1801, y que en Guadalupe se sucedían las revueltas de esclavos desde 1791, Napoleón Bonaparte decidió restablecer la autoridad francesa y

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la esclavitud mediante la Ley de 20 de mayo de 1802, que reponía la legislación anterior a 1789, y envió una expedición militar a cada una de esas colonias. Toussaint Louverture fue hecho preso y trasladado a Francia en julio de 1802, muriendo el 7 de abril de 1803 después de algunos meses de cautiverio en el fuerte de Joux, en el Jura. A continuación se libró una verdadera guerra colonial en Santo Domingo, hasta que las tropas francesas fueron derrotadas en noviembre de 1803 y el 1 de enero de 1804 se proclamaba la independencia de Haití.En Guadalupe, una expedición militar al mando del General Richepance desembarcó en mayo de 1802, entregándose a una feroz represión que causó más de 10 000 muertos. Se había agravado el confl icto entre las autoridades coloniales y los partidarios de la libertad, cuyo lema era “Vivir libres o morir”. El 10 de mayo de 1802 el coronel Delgrès, “hombre de color” martiniqueño, lanzó junto con sus compañeros una proclama titulada “Al universo entero, el último grito de la inocencia y la desesperación”; después, él y sus camaradas se suicidaron colectivamente en las laderas del volcán La Soufriére. En julio de 1802 se restableció la esclavitud en la isla.

����� ���������������� ���������������Las repercusiones de los acontecimientos de Santo Domingo/Haití se dejaron sentir en todo el continente americano durante más de un siglo. En Cuba, entre 1792 y 1796 hubo levantamientos de esclavos en las plantaciones de caña de azúcar cercanas a La Habana, en Puerto Príncipe y en

Trinidad. Se temían las “conjuras” de los franceses y su infl uencia en las “gentes de color”, y hasta en los palenques de negros cimarrones que proliferaron por aquel entonces. En Jamaica, el gobernador temía que los emigrantes franceses de Kingston importasen esclavos negros procedentes de Santo Domingo, que pusieran en peligro el orden colonial de la isla. En los Estados Unidos, las agitaciones registradas en las plantaciones entre 1800 y 1830 se atribuyeron a refugiados negros originarios de Santo Domingo. La segunda guerra de los “maroons” de Jamaica, que empezó en 1795, se consideró una consecuencia de la rebelión de Santo Domingo. También se produjeron sublevaciones en las colonias holandesas, como en Curaçao en 1795, en la Guayana y en la provincia de Demerara-Essequibo. Los negros cimarrones se aliaron con los esclavos, proclamando las consignas revolucionarias de “libertad”, “igualdad”, etc.

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De 1795 a 1800, las insurrecciones de esclavos socavaron también las bases de las posesiones españolas y portuguesas. En Venezuela por ejemplo, el 10 de mayo de 1795 se produjo en la región de Coro una revuelta de 300 negros y “pardos” encabezada por dos emancipados, José Leonardo Chirino y José Caridad González. Los insurgentes invadieron la ciudad de Coro después de haber proclamado abiertamente sus objetivos: la aplicación de la “ley de los franceses”, o sea el establecimiento de una república democrática, y la liberación de los esclavos. La influencia haitiana llegó hasta el Brasil y el Uruguay; en este último país hubo un alzamiento de esclavos, que se concentraron en una isla del río Yi donde proclamaron la república a tenor de la ley de los franceses, bajo el lema “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. En el Brasil, los protagonistas de la conspiración llamada “Inconfidência da Bahia”, anunciaron el próximo estallido de la revuelta en Salvador de Bahía, en agosto de 1798.Durante toda la primera mitad del siglo XIX, y hasta la abolición de 1848, las autoridades de las colonias francesas de Guadalupe y Martinica mantuvieron bajo vigilancia las costas porque temían la llegada de emisarios haitianos que incitaran a la revuelta. Este temor perduró hasta principios del siglo XX: en el decenio de 1910, el gobernador de Guadalupe sospechaba que provocadores haitianos sostenían las grandes huelgas de obreros agrícolas que se produjeron en estos años…

����� �������� ������������������ �Existe un estrecho vínculo entre la trata de negros y el sistema esclavista; no así entre la prohibición y la abolición de la esclavitud. Más concretamente, los que militaron en favor de la interrupción del tráfico de los negreros no se comprometieron de inmediato contra la esclavitud. Para unos, atacar de frente los dos fenómenos hubiera dado lugar a un rechazo global de ambas propuestas por los gobiernos; para otros, el fin de la trata de negros tendría como principal consecuencia la abolición posterior de la esclavitud.En los Estados Unidos, el Gobierno Federal prohibió la trata de negros por decisión del Congreso en 1794, legislación que fue confirmada en enero de 1807 por el Senado y la Cámara de los Representantes y entró en vigor el 1 de enero de 1808. Pero la abolición de la esclavitud no se decidió en los Estados Unidos hasta 1863, durante la guerra civil. Barcos de las más diversas nacionalidades abastecieron los mercados de esclavos. Inglaterra prohibió la práctica de la trata en las costas africanas el 25 de marzo de 1807, pero fue en agosto de 1833 cuando votó la emancipación de los esclavos de sus colonias. Dinamarca prohibió la trata de negros a partir del 1 de enero de 1803, pero no aceptó la entrada en vigor del decreto de emancipación de los esclavos en sus colonias del Caribe hasta 1848. Francia no tomó medidas relativamente eficaces de prohibición de la trata hasta 1831, y no abolió la esclavitud hasta 1848. Sin embargo, los desembarcos

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nocturnos de cautivos de la trata ilegal continuaron en las costas del Brasil, de los Estados Unidos y de las colonias francesas, holandesas, danesas y españolas del Caribe. El proceso celebrado en los Estados Unidos en 1839 en relación con los cautivos del barco cubano Amistad ilustra la complejidad de las redes de la trata transatlántica ilegal.

����� � �������������Inglaterra, que había dominado durante dos siglos el tráfi co negrero, llevó la voz cantante en el movimiento abolicionista mundial a lo largo de más de un siglo. Los comités británicos recurrieron a las acciones más diversas para sensibilizar a la opinión pública y a las instancias gubernamentales contra la esclavitud. Se

organizaron conferencias en cada condado, y en las pequeñas localidades se fi jaban carteles antiesclavistas y se distribuían octavillas y folletos que describían las condiciones de la deportación de los cautivos africanos y el trabajo de los esclavos en las plantaciones americanas. Las peticiones abolicionistas recogían centenares de miles de fi rmas. Los grupos de obediencia protestantes y los comités femeninos se implicaron particularmente en esta lucha, que adquirió dimensiones extraordinarias a fi nales del siglo XVIII. La British and Foreign Anti-Slavery Society, que ambicionaba desempeñar un papel internacional, organizó dos convenciones antiesclavistas mundiales en 1840 y 1843.

A fi nales del siglo XVIII, economistas como Adam Smith o Jean-Baptiste Say calcularon que el trabajo del obrero libre era más rentable que el del esclavo. Ya en el decenio de 1830, las economías coloniales basadas en la exportación casi exclusiva del azúcar de caña sufrían la fuerte competencia del azúcar de remolacha que se producía en Europa. En cuanto a Gran Bretaña, todos sus intereses económicos se habían orientado hacia Asía.

Las iglesias abordaron de modo tardío y más bien modesto el problema de la trata de negros, la esclavitud y su abolición. Mientras que los primeros antiesclavistas anglosajones fueron cuáqueros o pertenecían a otras sectas protestantes, en la Iglesia Católica imperó el silencio sobre el tema, a pesar de la bula papal de Gregorio XVI en 1839 en la que se recomendaba a los fi eles que no poseyeran esclavos.

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����� � ����� ���� ���� ������La Abolition Bill que votó el Parlamento británico en 1833 entró en vigor el 1 de agosto de 1834, imponiendo a los antiguos esclavos un periodo de aprendizaje no retribuido. El Banco de Inglaterra asignó veinte millones de libras esterlinas a las indemnizaciones de los plantadores. En Francia, el Gobierno provisional republicano salido de la revolución de 1848 que puso término a la monarquía, fi rmó un decreto que adoptaba el principio de la liberación de los esclavos. El abolicionista Victor Schoelcher presidió la Comisión para la Abolición de la Esclavitud que el 27 de abril de 1848 hizo fi rmar el decreto de supresión de la esclavitud y un conjunto de decretos de reorganización social y política de las colonias, cuyo objetivo esencial era “proponer los medios más adecuados para garantizar el trabajo y la libertad”. El decreto francés otorgaba la libertad inmediata a los esclavos y preveía la representación parlamentaria de las colonias en la Asamblea nacional, elegida por sufragio universal. Este mismo decreto, fuertemente inspirado en el que se había promulgado en Inglaterra, contemplaba la indemnización de los propietarios de esclavos; por su parte, los esclavos no recibieron tierras ni indemnizaciones.

�� �� ������ ������������������El clero tuvo una intervención notable en el periodo que siguió a la emancipación en las colonias británicas y francesas, Su misión era incitar a los antiguos esclavos a trabajar en las plantaciones, contraer matrimonio y formar familias legales. Toda una serie de medidas constituían el marco del control social destinado a colmar los huecos dejados por la desaparición del régimen de la esclavitud. Se limitó la superfi cie de las tierras que los nuevos emancipados estaban autorizados a arrendar o comprar y se controló los cultivos a los que podían dedicarse. El propósito era reintegrar en las grandes plantaciones al máximo de emancipados posible, a cambio de salarios que se percibían irregularmente. En las Indias Occidentales Británicas, el acceso a la propiedad de tierras confería la condición de elector y, eventualmente, la posibilidad de ser elegido para formar parte de las asambleas locales. Así pues, todas estas medidas se concibieron para frenar el acceso de los antiguos esclavos a las responsabilidades políticas.En las colonias francesas, las consignas de la emancipación fueron las siguientes: orden público, mantenimiento del trabajo, olvido del pasado. Estas consignas

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eran transmitidas por mediadores muy efi caces, los clérigos, encargados de la enseñanza y la prensa. El objetivo era proteger la propiedad mediante un control social reforzado, atraer inversiones exteriores en un contexto de revolución industrial y monocultivo azucarero mediante la creación de bancos y organismos de crédito coloniales y, por último, promover el consumo de los “nuevos emancipados”, aunque manteniendo a un nivel bajísimo las remuneraciones.

��!�� ������� �� �������������Los fl ujos de migración de la mano de obra en el interior del Caribe cobraban nuevo impulso con cada emancipación. Inmediatamente se abrían negociaciones para emplear a los trabajadores contratados en África, India, China, Malasia, Indonesia

y hasta el Japón. Francia había iniciado el proceso en 1818-1819 contratando ilegalmente a trabajadores indios provenientes de Pondichery y Karikal con destino a La Reunión, tráfi co que no fue legal hasta 1830. En 1844 los ingleses empezaron a recurrir a la abundante mano de obra india, iniciando así un fl ujo migratorio que no se interrumpió hasta 1917. Las colonias danesas, donde la esclavitud había sido abolida en 1848, utilizaron esta mano de obra a partir de 1862. Las colonias holandesas, en las que la esclavitud se abolió en 1863, contrataban trabajadores en China, la isla de Madeira y Barbados desde 1853 y recibieron los primeros coolies indios en 1872. Los holandeses contrataron trabajadores para el Caribe y Guayana/Surinam en sus posesiones indonesias desde 1872 hasta 1933.

��"�� ���� ���� ���� ���� �����Los cuáqueros de Filadelfi a dieron el tono y la señal de salida de las campañas abolicionistas europeas, mientras que en su propio país la emancipación no se conseguiría hasta 1865, al término de una terrible guerra civil en la que la esclavitud fue uno de los principales casus belli. Los países de América del Sur bajo dominio español –así como Cuba y Puerto Rico– se pronunciaron en favor de la abolición inmediata cuando su población de esclavos era poco abundante, o de una abolición muy gradual cuando la esclavitud era un pilar esencial de la economía.

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Otra modalidad de liberación de los esclavos masculinos fue la resultante de su alistamiento en los ejércitos de liberación alzados contra España. Este fue el caso, por ejemplo, de Venezuela y Bolivia y también, de manera momentánea, de Cuba.En las colonias españolas que lograron su independencia en la primera mitad del siglo XIX, la emancipación de los esclavos se inserta en el contexto de los confl ictos militares. En Venezuela Francisco de Miranda concedió la libertad en 1812 “a los esclavos que se alisten y sirvan en el ejército diez años, prometiendo indemnizar a sus amos en mejores circunstancias”. En Chile en 1814, y en el Brasil en 1817, se decretó que los esclavos que se negasen a alistarse a cambio de una promesa de libertad serían mantenidos en un estado de “esclavitud perpetua por orden del Gobierno”. Simón Bolívar prometió abolir la esclavitud a cambio de la ayuda logística que recibió de Alexandre Pétion, presidente de Haití. En 1816 empezó por liberar a los 800 esclavos de su hacienda familiar, y el mismo año proclamó la abolición de la esclavitud en Venezuela. Los emancipados debían alistarse en el ejército republicano, como condición de su liberación. Pero el Congreso venezolano no ratifi có los decretos del Libertador.

La guerra civil estadounidense, la creación en Madrid de la Sociedad Abolicionista Española en 1864, la mayoría liberal en las Cortes de 1868 y, por último, la guerra de los diez años en Cuba ejercieron una presión decisiva en pro de una ley de emancipación para España. En Madrid, el gobierno en el poder desde 1868 se pronunció en favor de una abolición gradual, por tramos de edad. El proyecto de ley propuesto por Segismundo Moret fue aprobado por las Cortes en junio de 1870.

En Cuba, la intensifi cación del trabajo en las plantaciones de caña de azúcar causó una multiplicación de las revueltas durante la primera mitad del siglo XIX. La conspiración de Aponte (abolicionista) en 1812, y la de La Escalera en 1843-1844, permanecen en la memoria colectiva. En el decenio de 1840, Cuba era la colonia de esclavos productora de azúcar más próspera, con aproximadamente 400 000 esclavos. Desde 1800 hasta el decenio 1870, la colonia española incumplió todas las prohibiciones de la trata de negros, importando más de 700 000 esclavos africanos, sin contar los adquiridos en los mercados del Caribe. La abolición de la esclavitud en esta extensa isla del Caribe tomó las formas más variadas: liberaciones inmediatas de esclavos, tutelaje de los amos sobre los esclavos o abolición gradual con arreglo a la Ley Moret. En el Brasil, por fi n, donde Joaquim Nabuco fue sin duda el abolicionista más activo, el 13 de mayo de 1888 la princesa regente Isabel fi rmó la “Lei Áurea” que abolía la esclavitud en el país.

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��#�� ���������������������� ����� ����� �Al igual que en Europa, el movimiento abolicionista en los Estados Unidos se desarrolló en dos tiempos. Las campañas incesantes de los cuáqueros, limitadas al Norte del país - donde el sistema esclavista no era un componente fundamental de la economía - habían dado lugar a la creación de comités tan activos que ya a fi nales del siglo XVIII la abolición estaba inscrita en la constitución de varios estados. La segunda fase del proceso abolicionista en los Estados Unidos abarca desde el decenio de 1830 hasta la emancipación en 1865.

La petición de los cuáqueros de Germantown, en 1688, se considera la primera protesta colectiva contra la esclavitud. Pero hasta el siglo XIX no se emprendió una campaña abolicionista coherente en el Norte de los Estados Unidos, después de una serie de sublevaciones de esclavos en los estados del Sur, acaudilladas en Virginia por Gabriel Prosser en 1800, Nat Turner en 1831 o John Brown en 1859 y en Carolina del Sur por Danmark Vesey en 1822. Políticos, religiosos, sociedades femeninas, negros libres huidos de las plantaciones del Sur crearon grupos de simpatizantes y fundaron periódicos. Los hermanos Tappan y William Garrison

dieron un nuevo impulso al movimiento. En 1845, Frederick Douglass, que acababa de huir al Norte, publicó el relato de su vida de esclavo y su

evasión.

El Underground Railroad (ferrocarril subterráneo) era el camino que seguían los esclavos fugados de los estados del Sur, con varias escalas clandestinas, en dirección al Norte, donde la esclavitud había sido abolida, y al Canadá. Esta ruta clandestina adquirió celebridad gracias a la novela “La Cabaña del Tío Tom”, que publicó

en 1852 Harriet Beecher Stowe, que había participado personalmente en actividades de ayuda a los fugitivos. La ley de 1850 sobre los

esclavos fugitivos, la Fugitive Slave Act, autorizaba a los cazadores de esclavos fugitivos a perseguirlos en los estados del Norte donde se hubieran

refugiado. Harriet Ross Tubman, nacida esclava en Maryland, se escapó en 1850 y se estableció en Filadelfi a, donde se hizo guía de los caminos del “ferrocarril subterráneo”.

Para satisfacer el deseo de algunos estados del Sur, que no querían que los esclavos emancipados se estableciesen en sus tierras, en 1816 se fundó la American Colonization Society con el objetivo de transportar a los libertos a África – para esto se fundó Liberia – como hicieron los ingleses con Sierra Leona en 1787.

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En 1854, el Partido Republicano inscribió la abolición de la esclavitud en su programa. Su candidato, Abraham Lincoln, que fue elegido presidente en 1860, redactó una Ley de Emancipación y proclamó la abolición de la esclavitud el 1 de enero de 1863. La Ley, que reconocía a unos cuatro millones de esclavos la condición de seres libres, entró en vigor en todos los estados de la Unión a principios de 1865; el 18 de diciembre de este mismo año la esclavitud quedaba prohibida en virtud de la decimotercera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. Sin embargo, también en diciembre de 1865 se fundó en Tennessee el Ku Klux Klan, que negaba todos los derechos otorgados a los antiguos esclavos.

En el Canadá, donde la esclavitud fue abolida en 1834 a raíz de la promulgación de la abolición en Gran Bretaña, el aumento del número de esclavos fugados de los Estados Unidos dio lugar a la creación en Toronto, por Georges Brown, de la Sociedad Antiesclavista del Canadá el 26 de febrero de 1851.

���$�� � � ��%���������� �������������������En el último cuarto del siglo XIX se crearon en Europa varias sociedades antiesclavistas que eligieron África como terreno de acción. No obstante, en realidad las líneas de penetración que siguieron los misioneros fueron las de las sociedades comerciales y los grupos de presión coloniales que se habían hecho especialmente poderosos en el decenio de 1880.

Poner término a la esclavitud en África se presentó a menudo como un problema tan complejo y múltiple como los propios regímenes de servidumbre en todo el continente. En las colonias británicas y francesas de África, los decretos de abolición solo se aplicaron parcialmente. El régimen del protectorado permitía una considerable laxitud en la observancia de la ley. En el África Oriental, las factorías de Zanzíbar y de la isla de Pemba fueron los centros neurálgicos del tráfico de esclavos en todo el Océano Índico hasta principios del siglo XX. La esclavitud fue abolida oficialmente en estos territorios en 1897.

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Según los objetivos fijados en las Conferencias de Berlín de 1884-1885, y de Bruselas de 1890, Europa debía coordinar la lucha contra la trata de negros en África; fue en nombre de la libertad, pues, que colonizó el continente. No obstante, se acuñó el término “trabajo forzoso” para designar la contratación y el empleo de mano de obra que no se podía someter a la esclavitud. En julio de 1900, los participantes en la primera Conferencia Panafricana de Londres exigieron el respeto de los ideales de Wilberforce y Garrison y el fin del trabajo forzoso en África.

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CUADRO 4: CRONOLOGÍA DE LA ABOLICIÓN

1777 La abolición de la esclavitud se inscribe en la Constitución de Vermont

1826 Abolición de la esclavitud en Bolivia

1780 Abolición en Pensilvania 1829 Abolición de la esclavitud en México

1783 Abolición en Massachusetts 1831 Última ley francesa que prohíbe la trata de negros

1784 AAbolición en Rhode Island y Connecticut

1833-1838

Abolición de la esclavitud en las colonias británicas

1793 Abolición de la esclavitud en Santo Domingo, a raíz de la rebelión de los esclavos en agosto de 1791

1846 Abolición de la esclavitud en Túnez

1794 Abolición de la esclavitud en las colonias francesas

1847 Abolición de la esclavitud en la colonia sueca de San Bartolomé

1802 Restablecimiento de la esclavitud en las colonias francesas

1848 Abolición de la esclavitud en las colonias francesas y danesas

1803 Prohibición de la trata de negros en Dinamarca

18511853

1854

Abolición de la esclavitud en ColombiaAbolición de la esclavitud en ArgentinaAbolición de la esclavitud en Venezuela

1807 Prohibición de la trata de negros en Gran Bretaña

18551863

Abolición de la esclavitud en PerúAbolición de la esclavitud en las colonias holandesas

1808 Prohibición de la trata de negros en los Estados Unidos

1863-1865

Abolición de la esclavitud en los Estados Unidos

1814 Prohibición de la trata de negros en los Países Bajos

1870

1873

Voto de la Ley Abolicionista Moret en EspañaAbolición de la esclavitud en Puerto Rico

1815 Las potencias europeas reunidas en el Congreso de Viena se comprometen a prohibir la trata de negros

18761880-1886

Abolición de la esclavitud en Turquía

Abolición gradual en Cuba

1822 Abolición de la esclavitud en Santo Domingo

1888 1896

1897

Abolición de la esclavitud en el BrasilAbolición de la esclavitud en MadagascarAbolición de la esclavitud en Zanzíbar

1823 Abolición de la esclavitud en Chile

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1909

1910

La British and Foreign Anti-Slavery Society, fundada en 1839, pasa a llamarse Anti-Slavery InternationalAbolición de la esclavitud en China

1962

1963

1970

Abolición de la esclavitud en Yemen y Arabia SauditaAbolición de la esclavitud en los Emiratos Árabes UnidosAbolición de la esclavitud en Omán

1919 1920

Creación de la Ofi cina Internacional del TrabajoAbolición de la esclavitud en Somalia

1974 Creación en las Naciones Unidas del Grupo de Trabajo sobre las Formas Contemporáneas de la Esclavitud

1923

1924

Abolición de la esclavitud en Etiopía y AfganistánAbolición teórica de la esclavitud en SudánAbolición en Iraq

1980 Abolición de la esclavitud en Mauritania (aboliciones previas en 1905 y 1961). Mauritania califi ca de “crimen” la sujeción a la esclavitud en 2008.

1926 Convención de la Sociedad de las Naciones relativa a la esclavitudAbolición de la esclavitud en Nepal

1992 Abolición de la esclavitud en el Pakistán.

1928 Abolición de la esclavitud en Irán 2000

2003

La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea prohíbe la esclavitud, el trabajo forzoso y la trata de seres humanosProhibición de la esclavitud en Níger

1930

1936

Convenio sobre el Trabajo Forzoso, de la Ofi cina Internacional del Trabajo Abolición de la esclavitud en Nigeria

2004 Naciones Unidas y UNESCO: Año Internacional de Conmemoración de la Lucha contra la Esclavitud y de su Abolición

1949

1952

Convenio de las Naciones Unidas para la represión de la trata de personas y de la explotación de la prostitución ajenaAbolición de la esclavitud en Qatar

2008 Prohibición del trabajo forzoso en Nepal

1956 Convenio suplementario de las Naciones sobre la abolición de la esclavitud, la trata de esclavos y de las instituciones y prácticas análogas a la esclavitud

1957 Convenio sobre la abolición del trabajo forzoso, de la Organización Internacional del Trabajo

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5. UN CASO DE ESTUDIO: LAS REPERCUSIONES DE LA REVOLUCIÓN HAITIANA

El movimiento revolucionario de los esclavos de Santo Domingo en los años 1791-1803 tuvo una repercusión considerable en toda América y el Caribe. Tres aspectos fundamentales permiten apreciar la magnitud del fenómeno. El primero son las sustanciales modifi caciones sobrevenidas en la distribución de la población y el funcionamiento del sistema productivo de algunas regiones vecinas de la colonia rebelde. El segundo es la gran importancia que revistieron las perturbaciones políticas y sociales para las autoridades de algunos Estados y para las relaciones entre Estados, que ya estaban ampliamente condicionadas por la fuerte rivalidad que enfrentaba a las colonias entre sí. El tercero consiste en la tendencia cada vez más acentuada en el espacio americano a asumir actitudes de revuelta inspiradas en la proeza de los rebeldes de Santo Domingo.Desde 1804, fecha de creación del Estado antiesclavista, anticolonial y antirracista de Haití, hasta la victoria de Ayacucho en 1824, esta nueva realidad ejercerá una infl uencia importante en el proceso de liberación de las colonias españolas de América del Sur. En esta misma perspectiva, cabe señalar el miedo que atenazó durante mucho tiempo a los esclavistas de otros territorios de la región, que temían que semejante “ejemplo funesto” se repitiera en sus posesiones.

����� ��� �������� ������ ���� �������Durante este periodo de efervescencia política y social, buena parte de los terratenientes de Santo Domingo abandonaron la colonia para refugiarse en Francia o en otro lugar. Muchos de ellos se instalaron en las otras islas del Caribe, sobre todo Jamaica y Cuba, o en el continente (los Estados Unidos, en especial Luisiana y Virginia, y también en Venezuela); con todo, los principales contingentes se encuentran en Jamaica, Cuba y los Estados Unidos. En 1803 había en Cuba treinta mil personas de esta procedencia, de las cuales dos tercios eran negros y mulatos libres y esclavos provenientes de Haití. Unos 10 000 de ellos abandonaron la gran isla española para

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establecerse en Luisiana, y especialmente en Nueva Orleáns, mientras que otros fueron a Virginia, Filadelfia, Baltimore y Nueva York.Este flujo migratorio afectó también a algunos sectores de combatientes por la libertad, entre ellos. Las tropas auxiliares formadas por los antiguos esclavos insurgentes de Santo Domingo que se habían alistado en el ejército español para luchar contra Francia. Tras el acuerdo de paz firmado entre los dos países, toda la isla quedó bajo el control de la República francesa y 700 oficiales de esas tropas salieron de la colonia rumbo a España, Florida y América central. En esta última región, y en particular en la costa atlántica de Honduras y Guatemala, se instalaron hacia 1796 y un año más tarde se les unieron los garifunas, comunidad de la Isla San Vicente surgida del mestizaje entre los indios caribes y los negros cimarrones que había tenido lugar desde el siglo XVII.

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Esos movimientos de población, relacionados directamente con el brusco empeoramiento de la situación económica y la agravación de los conflictos políticos en la colonia en estado de ebullición, causaron también modificaciones duraderas en la geografía regional de la producción de bienes destinados a la exportación, como el azúcar o el café. En efecto, a partir de esta época la hegemonía de

Santo Domingo en el sistema de la economía de la plantación se trasladó a otras factorías españolas o inglesas en el Caribe y en regiones más alejadas del continente, como Luisiana y Venezuela. Jamaica produjo por sí sola 110 000 de las 120 000 toneladas de azúcar exportadas en 1805 por todas las islas inglesas de las Antillas. Es evidente pues que Jamaica se benefició ampliamente de la disminución de la parte correspondiente a la producción de Santo Domingo en el tráfico internacional.

Pero fue el territorio más extenso del Caribe el que más se benefició de esta nueva realidad. En 1788

Cuba exportaba anualmente 14 000 toneladas de azúcar; hacia 1825, la cifra de exportaciones de la colonia española (más de 40 000 toneladas) superaba con creces el volumen que llegó a exportar Santo Domingo en su momento de máximo auge (30.000 toneladas). La primera fase de fuerte explotación azucarera de Cuba coincide precisamente con la revolución haitiana. Es significativa también la importancia que adquiere el café en el mismo periodo. El cultivo del café, introducido en la isla en 1768, se desarrolló notablemente con la instalación de

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los fugados de Santo Domingo en la región oriental. Estos cambios en la geografía de la producción regional trajeron consigo un crecimiento de la población servil, mientras que en Santo Domingo sucedía exactamente lo contrario en el mismo periodo histórico. En Jamaica, el número de esclavos aumentó, en términos globales, de 257 300 en 1788 a 328 447 en 1810. En el caso de Cuba, el aumento es todavía más espectacular (de 84 500 esclavos en 1792 a 225 000 en 1817). Se presagian ya las consecuencias que van a tener esos fenómenos a nivel tanto de las relaciones entre los Estados como de los actos de resistencia en los sectores oprimidos de la sociedad esclavista, frente a la aceleración del movimiento de emancipación en Santo Domingo.

����� ����������������������������Los efectos de las transformaciones cada vez más radicales registradas entre 1791 y 1803 en la colonia francesa se refl ejan también en las medidas y las recomendaciones formuladas por las potencias coloniales y sus administraciones estatales para prevenir cualquier posibilidad de que se propagaran esas convulsiones en las zonas bajo su control. Ante todo se observa un fortalecimiento sistemático de las tropas locales, mediante el aumento de las milicias o de las unidades del ejército regular. En Jamaica, por ejemplo, la milicia se aumentó hasta los 20 000 efectivos, con armamento renovado. Al mismo tiempo, el número de soldados pasó de 4 000 a 6 000 efectivos.

En una situación caracterizada por las fuertes rivalidades coloniales, las luchas virulentas para hacerse con el control de nuevos mercados y una decidida adhesión a la ideología esclavista y racista, lo que más interesaba a los Estados expansionistas de la época era controlar y limitar al máximo la circulación de las informaciones sobre las realidades revolucionarias del momento. A pesar de la estricta vigilancia, la infl uencia del movimiento rebelde de Santo Domingo se dejó sentir por múltiples vías. Las comunicaciones entre las islas y con las costas del continente facilitaron la proliferación de contactos humanos fuera de los circuitos ofi cialmente constituidos. Además, el fl ujo migratorio de los colonos con sus esclavos hacia otras regiones, el traslado a otros países de los rescatados de las “tropas auxiliares” y la reaparición de los corsarios fueron otros tantos cauces de propagación de las ideas que conmocionaban a toda la región.

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����� ���� ������� �������������������������En estas condiciones, no es de sorprender que de 1791 a 1803 se produjeran en la zona de infl uencia del Caribe numerosas rebeliones de esclavos, de intensidad variable, relacionadas directamente - o de modo más o menos imaginario - con la atmósfera insurreccional que prevalecía en Santo Domingo. En los Estados Unidos, el historiador norteamericano Herbert Aptheker estima en torno a los 250 el total de actos de sedición organizados por los afroamericanos para liberarse de la esclavitud, a lo largo de la historia de esta “institución particular” del país.

Según este mismo autor, en Luisiana, Virginia y Carolina del Norte en particular, donde estaban presentes numerosos cautivos huídos de

los disturbios de Santo Domingo, los doce años posteriores a 1790 son precisamente aquellos en los que las agitaciones y

rebeliones fueron más intensas y frecuentes. Por lo tanto no es casualidad que, en aquellos doce agitados años, el miedo a las rebeliones incitara a someter a severa vigilancia los desembarcos de expediciones de esclavos. Entre 1784 y 1800 se multiplicaron las disposiciones de restricción y control a nivel federal y estatal.

En Venezuela, José Leonardo Chirino, descendiente de un esclavo y de una india americana, acaudilla la primera revuelta

importante contra la esclavitud. En compañía de su amo, un rico comerciante de la villa de Coro, había tenido la oportunidad de visitar más de una vez la colonia francesa sacudida por los disturbios, aprovechando estas visitas para informarse sobre la marcha de las luchas sociales. De vuelta a su país, basándose en informaciones obtenidas en sus frecuentes visitas y con la ayuda de José Caridad González, inicia en 1795 un movimiento armado de protesta contra el sistema esclavista y contra los exorbitantes impuestos que abruman a la gente humilde. Enfrentados a fuerzas superiores, la acción fracasa y los dos dirigentes, así como numerosos participantes, caen ante las balas de sus enemigos. Cuatro años más tarde, el 6 de mayo de 1799, atracan en el puerto de Maracaibo las goletas “La Patrouille” y “Brutus”, venidas directamente de Puerto Príncipe bajo el mando respectivo de dos mulatos de Santo Domingo, Jean Gaspar Bocé y Augustin Gaspar Bocé. Se prepara una insurrección contra la esclavitud para el día 13 del mismo mes, pero fracasa debido a una denuncia. Los dos capitanes y sus compañeros son ajusticiados.

En Cuba, las autoridades temen a los muchos esclavos llegados de Santo Domingo con sus amos, por ver en ellos posibles instrumentos de agitación. Por doquier en las Antillas se señala la presencia de emisarios procedentes de Santo Domingo

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para contribuir a la organización de la lucha contra la esclavitud.Ya en aquella época, el eco de la Revolución haitiana no deja de hacerse sentir también en el plano cultural. En Cuba, los emigrados de la colonia francesa, y en particular los esclavos, introducen nuevas formas musicales y coreográficas como el cinquillo, la rumba, la conga y las canciones en criollo. Por último, el personaje Toussaint Louverture es el héroe de canciones populares entre los garifunas, pueblo instalado en la costa caribeña de América Central en 1796 que se extendió desde Belice hasta Nicaragua. Durante este mismo periodo, en el Brasil el municipio de Río de Janeiro publicó un bando prohibiendo a los negros llevar una divisa con la leyenda “Toussaint Louverture, Rei dos Negros”.

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Después de 1804 el área de influencia del movimiento insurreccional de los antiguos cautivos de Santo Domingo se hizo más extensa. Con el triunfo de la independencia se constituye una nueva entidad política. Desde el principio mismo del movimiento, en el escenario mundial dominado por el colonialismo, el esclavismo y el racismo la independencia simboliza un peligro, una amenaza permanente que debe aislarse a toda costa, si no se puede eliminar. Al mismo tiempo, todos los que aspiran a liberarse de las cadenas de su servidumbre encontrarán en la existencia de ese Estado un aliento moral, una prueba indiscutible de que su lucha tiene posibilidades de éxito y, si acaso, ayuda material. Para muchos la experiencia haitiana demuestra que una comunidad víctima de las formas más bárbaras de la opresión, puede igualmente, como escribe Wilberforce, “concebir grandes proyectos (…) y aplicarlos con vigor”.

Pero el auge del movimiento de solidaridad entre los países de América se produce sobre todo en los años 1815 y 1816. En una carta de fecha 19 de diciembre de 1815 dirigida a Pétion, Bolívar reconoce que Haití es “el asilo de todos los republicanos de esta parte del mundo”. En ciudades como Puerto Príncipe, Les Cayes o Yaquimel hay multitud de exilados, conspiradores, dirigentes revolucionarios, agentes secretos y espías españoles que vigilan las idas y venidas de los jefes sudamericanos en sus empresas desestabilizadoras del orden colonial. El mejicano Francisco Javier Mina, acompañado de Pedro Girard, J. Cadenas y dos centenares de combatientes, algunos de ellos haitianos, encuentran toda la ayuda que necesitan para montar una expedición de liberación de Méjico.

Cuando las tropas leales a la metrópoli retoman Cartagena en 1815, unas dos mil personas abandonan el último baluarte de la primera ola independentista y, hacinados en una decena de barcos bajo el mando del comodoro Louis Aury, llegan

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el 6 de enero de 1816 a la metrópoli haitiana del Sur, donde hallarán refugio. La ayuda total e inquebrantable aportada sucesivamente a Bolívar y al conjunto de sus partidarios por el gobierno de Pétion en aquel año fue decisiva para la segunda ola, esta vez defi nitivamente victoriosa, del movimiento de liberación de América del Sur. Aprovisionamiento de hombres, armas, municiones, barcos, dinero y material de impresión, acuerdo sobre una nueva estrategia que vincula estrechamente la reivindicación de la abolición de la esclavitud con la lucha contra el dominio extranjero, discreción respecto al inestimable apoyo de Haití… no se escatima ningún esfuerzo para asegurar el éxito de la empresa.

Sin embargo, ya a partir de 1824 los viejos prejuicios racistas contra la revolución haitiana van a triunfar rápidamente. El país, en plena batalla para su incorporación de pleno derecho a la escena mundial, ve como algunos partidarios de aquellos a quienes acaba de ayudar con tanta generosidad se niegan a fi rmar un tratado de amistad, alianza y comercio con Haití. Así fracasa la misión de Jean Desrivières Chanlatte, enviado ofi cial ante las autoridades de la Gran Colombia. Dos años más tarde, en 1826, los dirigentes de este país rechazan de manera totalmente inesperada y lamentable la presencia de los representantes del Gobierno haitiano en el Congreso Panamericano de Panamá, de resultas de una maquinación urdida por los Estados Unidos. Así es como se cierra el ciclo de la solidaridad de Haití con la lucha de liberación de los países de América del Sur. Este ostracismo se mantendrá a todo lo largo del siglo XIX.

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6. CREACIÓN E IDENTIDAD EN LAS SOCIEDADES POST-ESCLAVISTAS

Aunque no hiciera nada más, el sistema esclavista en las plantaciones americanas abastecidas por el tráfi co transatlántico de esclavos impuso a todas las personas implicadas en esta obscenidad secular el reto de la búsqueda incesante de su identidad en una situación opresiva y deshumanizadora en la que los amos compartían el estado de encarcelamiento de los esclavos,

puesto que, por defi nición, los guardianes y los reclusos están encarcelados juntos.América, llamada también “Plantation America”, que se extendía desde Nueva Escocia a lo largo del litoral oriental de los Estados Unidos y América Latina y englobaba las Antillas, es el resultado de encuentros históricos sobre suelo extranjero durante más de medio milenio. Los que allí se encontraron venían de Europa (conquistadores, aventureros, inversores y colonos que huían de la persecución religiosa), de África (de resultas de la trata de africanos esclavizados) o de Asia (que, para sustituir a los libertos africanos, proporcionaba servidores bajo contrata procedentes de la meseta del Deccan en la India y del Valle de Cantón en China, de lengua hakka); más tarde vinieron también libaneses y sirios del litoral de Levante que huían de las persecuciones anticristianas, así como buscadores de fortuna. Todos esos “migrantes” debían congraciarse no solo con sus compañeros de inmigración sino también con los nativos americanos que habían llegado antes o que gozaban de una ocupación efectiva de la tierra.

Sólo los africanos, arrancados por la fuerza de sus hogares ancestrales, llegaron como “individuos” sin ninguna garantía contractual de retorno. En la práctica, para facilitar el control y la administración pacífi ca de la mano de obra explotada por los esclavistas, a los esclavos africanos que compartían una cultura común de la lengua, la religión, o la consanguineidad se les separaba vendiéndolos a distintos propietarios de plantaciones, lo cual era a la vez una medida de seguridad y una garantía de benefi cios.

Para sobrevivir, estas personas debían encontrar con rapidez un lugar propio que les consolase psíquicamente de la separación de sus tierras ancestrales y el traslado a otras tierras sin posibilidad de regreso, así como de los padecimientos

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sufridos en las plantaciones, los castigos humillantes por cualquier falta, en un ambiente caracterizado por la discriminación racial cada vez mayor de las personas de origen africano y la denigración de todo lo que fuera africano, sobre la base de los “descubrimientos” filosóficos y antropológicos de los sabios europeos y de unas “leyes de la naturaleza” que los preservaban en forma inmutable.

El esfuerzo por «ser» y la lucha por la identidad inspiraron muchas de las preocupaciones de las personas de origen africano, privadas de la condición de ciudadanos por que la ley no las reconocía como “personas” sino simplemente como bienes. La realidad del paisaje humano diverso y profundamente estratificado que prevaleció no sólo durante la esclavitud sino también inmediatamente después de su abolición y a lo largo del periodo de dominio colonial hizo que, en el continente americano, las personas de origen africano se apropiasen de espacios inviolables inasequibles a la opresión para funcionar mejor como “seres humanos”, especialmente en las Antillas que todavía hoy son un laboratorio viviente de la intertextualidad del encuentro de culturas interactivas.

Éste es el legado de estas personas, que gestionaron la diversidad cultural, construyeron un pluralismo cultural y conservaron la memoria de la esclavitud en una sociedad que ha acabado siendo multiétnica, pero que no podía ignorar la fuerza y el impacto de la presencia africana. Hoy en día, de un ciudadano antillano puede decirse que en parte africano, en parte europeo, en parte asiático, y en parte indígena americano (en el sentido mítico, si no biológico), pero totalmente antillano. Lo cual no es sino la reivindicación de una mezcla de múltiples estratos que no entienden muchas personas que viven en sociedades consideradas homogéneas en el plano étnico (y por consiguiente cultural). Igual sucede con las personas que comparten lo que, a su modo de ver, es una etnicidad común y tienen la experiencia del poder hegemónico ejercido sobre otras personas a las que no se consideraba aptas para el autogobierno porque se las creía desprovistas de toda aptitud para pensar y razonar y no poseedoras de vidas o historias dignas de explicación y teorización.

La diáspora africana en el continente americano ha presenciado la división de los Estados Unidos entre las “minorías” y una mayoría étnicamente blanca, de origen anglosajón, con tendencias religiosas protestantes. A pesar de la absurda persistencia de este error de percepción, la sociedad sigue clasificando como minorías a los negros ( que antes eran llamados despectivamente “blacks” y ahora son llamados afroamericanos, y que durante mucho tiempo vivieron sin derecho de voto ni acceso a los resortes del poder), a los judíos (a quienes a pesar de las riquezas adquiridas y de su capacidad intelectual se les mantuvo en condición de parias, aunque solo fuera porque el fundamentalismo cristiano les consideraba

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culpables de la crucifi xión de Jesucristo, que también era judío pero al que los gentiles han encerrado desde hace tiempo en una fe militante), a los hispanos (que son una mezcla de varias etnias y no son ciertamente de religión protestante), a los nativos americanos (exiliados desde hace tantos años en reservas y marginados pese a su reivindicación histórica del descubrimiento anterior de esta tierra, que después reivindicaron los blancos apoyándose en su ocupación efectiva) y a todos los Otros (sobre todo los que se alzan contra las clasifi caciones fáciles decididas, o incluso dictadas, por el grupo dominante).

Las personas de ascendencia africana indubitable han seguido cargando con el peso de la discriminación racial y la marginación psicosocial. El “jimcrowismo”, que es la versión estadounidense del apartheid sudafricano, no existe más, técnicamente, bajo la forma de una separación institucional. Sin embargo,

hay que seguir luchando contra una situación de precariedad que no resulta facilitada por el empobrecimiento constante de las personas de ascendencia africana, que se manifi esta en la elevada tasa de desempleo y la falta de perspectivas de la población negra, la mala calidad de la enseñanza, una atención médica mínima y a precios inabordables, así como un elevado índice de enfermedades - desde la hipertensión hasta el SIDA pasando por la diabetes - entre esta parte de la población de todo el continente americano.

La llegada a la Casa Blanca del afroamericano Barack Obama (cuyo nombre es musulmán) provoca naturalmente un cierto malestar entre los partidarios intransigentes de una estructura de poder blanca homogénea. A estas personas les cuesta aceptar la realidad del pluralismo y la diversidad culturales que caracterizan al mundo globalizado del tercer milenio. Poco importa que numerosas personas por cuyas venas corre sangre africana hayan dirigido los gobiernos de otras varias naciones americanas como Haití, cuya revolución emblemática de 1804 en pro de la emancipación de los esclavos no ha conseguido, después de tantas décadas, ganar la adhesión de la joven república blanca de los Estados Unidos, a pesar de que ésta también tiene un pedigrí “revolucionario”. Los restantes países de la comunidad caribeña, desde las Bahamas hasta Guayana, han tenido desde 1962 numerosos jefes de gobierno negros surgidos de elecciones libres. Pero ninguno de esos países posee la condición de superpotencia que le permitiría ejercer un fuerte impacto en el planeta. Por esto los descendientes de los esclavos africanos sigan luchando en pro de su identidad “humana”, sus derechos, su libertad, la justicia y

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el respeto combinados con una voluntad frenética de prosperidad económica o la oportunidad de tener acceso a ella.Los artes, que son el fruto del ejercicio de la imaginación creadora, ofrecen desde hace mucho tiempo una excelente ocasión de acceder a la dignidad, el respeto y la construcción de una nueva identidad y ciudadanía. Es este contexto el que explica la importancia del movimiento artístico negro en el continente americano a partir del jazz, que puede considerarse razonablemente la música clásica de los Estados-Unidos del siglo XX, y los grandes éxitos del teatro musical en el que se expresan la vida y el talento de los afroamericanos.

En las Antillas, otros éxitos paralelos, fruto de la gestión especialmente creativa del pluralismo cultural, los constituyen los grandes festivales artísticos como el jonkonnu, la mascarada y el carnaval en sus diferentes manifestaciones, desde Río de Janeiro hasta Port of Spain, y en la celebración del hosay, que refl eja la aparición reciente del mahometismo entre la población india originaria del sistema contractual. Los africanos y los indios americanos participan en todos esos festivales artísticos. Las artes son el camino más seguro hacia el conocimiento cuando los educadores se toman en serio la educación de sus pupilos, y hacia la liberación colectiva de muchos de aquellos cuyos antepasados llegaron como cargamentos humanos después de cruzar el Atlántico.

Es indispensable llegar a comprender esta sed humana compartida por la identidad y la libertad en términos de signifi cación cultural, porque los impulsos que mueven a los pueblos de América, y más especialmente de las Antillas, a buscar el desarrollo por vías independientes, son los mismos que los inducen a crear una música, lengua y literatura, dioses y creencias religiosas, y sistemas de parentesco y modos de socialización y de percepción de sí mismos que les son propios. Su misma capacidad para actuar y el sentido que tienen del contexto y el objetivo que les confi eren el sentido de su identidad personal (en su condición de seres humanos) y social (que hace de ellos accionistas, en su calidad de ciudadanos), solo se manifi estan cuando los pueblos pueden defi nirse en sus propias condiciones y si tienen la capacidad de actuar sobre la base de estas defi niciones. El reconocimiento de este hecho y la atribución de un determinado estatuto en función de este acervo son el bien más preciado para todos los miembros de

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este complejo multiétnico y culturalmente plural de los pueblos de América que fueron esclavizados y colonizados, sean negros, blancos, mestizos, indios (nativos o transplantados), chinos o libaneses. Es la heterogeneidad y no la homogeneidad lo que constituye el principio de la organización social y la base de la tolerancia, el respeto mutuo, la comprensión y la búsqueda de la paz.

No debe verse como una indulgencia epidérmica este gran valor que las poblaciones de ascendencia africana que viven en las que fueron sociedades esclavistas africanas atribuyen a la dignidad y el orgullo raciales. Estas personas han demostrado su fina percepción del talento con el que deben negociar su lugar en un mundo diverso, sin ceder a la tentación del “síndrome de Estocolmo” ni perder en ningún momento el sentido de la centralidad histórica de la presencia africana en el desarrollo humano del mundo occidental durante el último medio milenio. La insistencia en el orgullo negro, la dignidad y el trato justo de la progenitura africana fuera del continente africano no hace más que reflejar la determinación de un grupo de gentes que comprenden que su supervivencia como seres humanos y “ciudadanos” de su país y del planeta depende de que se borre definitivamente de la conciencia humana: a) esa visión del mundo que denigra todo lo africano o los fenómenos derivados de África y considera superior todo lo que es europeo y blanco, y b) esa sensibilidad que vulnera la noción que tienen de la persona, de su situación y de su objetivo allí donde imperan los valores occidentales de raíz greco-cristiana, y que los fantásticos adelantos de la ciencia y la tecnología no hacen más que reforzar.

Nada de eso obliga a responder con la misma moneda al racismo o el odio vengativo, pese al alto perfil de reacciones tales como el nacionalismo negro o el poder negro en la historia social reciente de los países americanos en los que habitan los descendientes de los esclavos africanos. Muchos negros del continente americano son demasiado sofisticados para ser racistas, pero no son suficientemente estúpidos para no ser conscientes de su raza; y ello a pesar del mito creado recientemente que prevé el advenimiento de una era post-racista. Son muchos los que, ya desde ahora viven y construyen su personalidad sobre la base de este equilibrio delicado de sensibilidades; esta es la paradoja de las sociedades multiétnicas. Así, poblaciones que fueron esclavizadas en el pasado, o antiguos grupos coloniales, de los que hay ejemplos en todo el mundo, han de hacer frente al desafío, ahora y en un futuro previsible, de combatir el sedicente silencio persistente que se les impone, para vencer lo que durante siglos ha sido una obscenidad amenazadora.

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La tradición del cuento, tan viva entre los africanos y sus descendientes, es una importante contribución a la vida cultural de América. La transmisión oral de los mitos es el vector privilegiado que ha permitido a los esclavos africanos y a sus descendientes transmitir su cultura de generación en generación. En los Estados Unidos, el conejo “sungura” de

las fábulas bantúes fue transplantado a la cultura criolla como “Brother Rabbit” o “Uncle Rabbit”; en el Caribe, el avatar akan del dios Anancy es “Anancy el astuto”, que también encontramos en América Central junto al “hermano tigre” o al “hermano león”. Phillis Wheatley y Frederick Douglass en América del Norte, Juan Francisco Manzano en Cuba y Francis Williams en Jamaica se cuentan entre los autores más importantes del periodo colonial. En los Estados Unidos, el periodo posrevolucionario ha producido intelectuales tan brillantes como W.E.B. Du Bois, y Arthur A. Schomburg y Langston Hughes, que son un legado del renacimiento de Harlem. En América Latina, cabe mencionar a Plácido en Cuba y Candelario Obeso en Colombia, y sobre todo a Nicolás Guillén, cuyo retorno a las raíces africanas se plasmó en el “afrorrealismo”; conviene citar igualmente, entre los autores contemporáneos, a Nancy Morejón (Cuba), Lucía Charún Illescas (Perú), Cubena y Gerardo Maloney (Panamá), Blas Jiménez (República Dominicana), Eulalia Bernard y Shirley Campbell (Costa Rica). Y no olvidemos a Alice Walker, Maya Angelou y el premio Nobel Toni Morrison en los Estados Unidos, entre tantos otros.

La música es otra forma de expresión privilegiada de los descendientes de esclavos. Es ante todo gracias a ella que los descendientes de africanos en el continente americano pudieron preservar y reconstruir su patrimonio cultural. En los lugares en que los tambores africanos tradicionales estaban prohibidos, como en los Estados Unidos, los afroamericanos se valieron de su voz para

crear el acompañamiento rítmico de la música religiosa o para vocalizar las notas

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nostálgicas de la música soul, o bien recurrieron a los instrumentos europeos para inventar el jazz. En América Latina, los fonemas bantúes /mb/, /or/, /ng/, asociados a la música y la danza se encuentran no solo en los nombres de ritmos populares como la cumbia (Colombia), el tango (Argentina), la rumba y el mambo (Cuba), el merengue (República Dominicana) o el candomblé (Uruguay) sino también en las designaciones de los instrumentos de música: marimba, quijongo, etc. Los garifunas de Honduras nos han dado la llamada “punta”. Del Caribe nos llegan danzas y ritmos tan populares como el calipso, el reggae y la soca (el soul de las Antillas). En el Brasil vieron la luz primero la bossa nova y la samba y después la samba-rock y la samba-reggae. Por último, desde hace algunos años las Stell Bands (grupos de percusiones metálicas) están cada vez más en boga en Trinidad.

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En el lenguaje hablado de América Latina y el Caribe se encuentran numerosas palabras y expresiones de origen africano. Por ejemplo, Richard Allsop informa de estudios sobre el terreno que han permitido identifi car varias palabras africanas en el español hablado en Puerto Rico. Por su parte, el español hablado en Cuba parece haber conservado unas quinientas palabras yoruba. La versión criolla del inglés hablado en Jamaica ignora la distinción de género: el mismo pronombre se emplea indistintamente para nombrar a un hombre o una mujer, como en las lenguas bantúes. Además, el sonido inglés /th/ suele estar ausente en algunas formas del inglés hablado en las comunidades negras, siendo sustituido por el sonido /d/, lo cual es un efecto directo de la ausencia de este sonido en numerosas lenguas africanas. El término “unuh”, que signifi ca “todos vosotros”, procede de la lengua krio de Sierra Leona. En cuanto a la expresión inglesa universalmente conocida “O.K.”, es la transcripción exacta del wólof “waw kay” que signifi ca “todo va bien”. Y la palabra inglesa “guy” tiene el mismo signifi cado en inglés y en wolof: “uno cualquiera”.

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En materia de religión, los africanos lograron trasplantar a América sus prácticas tradicionales, pese a que las autoridades coloniales hicieron todo lo posible por controlar o erradicar hasta las más mínimas manifestaciones de africanidad. “Primitiva”, “salvaje”, “indígena”, y también “pagana”: estos eran los califi cativos aplicados indistintamente a su cultura. Si los africanos ya cristianizados (los originarios del reino del Kongo) no tuvieron ninguna difi cultad para fundirse en el molde de la iglesia católica romana, otros se valieron de

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estratagemas para preservar su cultura, camuflando por ejemplo las divinidades africanas en forma de “santos” del calendario. En el mundo protestante, los himnos y más tarde los sermones se convirtieron en importantes vectores de comunicación cultural (los “negro spirituals” fueron un instrumento de resistencia mucho antes de ser un modo de expresión universalmente apreciado). Las sociedades o “logias” que se constituían en el Caribe, como las “cofradías” en América Latina, eran verdaderas instituciones de fines solidarios que se ocupaban de ayudar a los más desfavorecidos y mejorar la suerte de la comunidad afroamericana.

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Muchos descendientes de africanos residentes en América han contribuido individualmente al progreso científico y técnico. Podemos citar en primer lugar a Garret A. Morgan, inventor del alumbrado público. Y a la oftalmóloga Patricia Bath, que fue la primera en utilizar el láser en la operación de cataratas que ha revolucionado la cirugía ocular. O también a Charles Drew, que contribuyó a poner a punto las técnicas medicinales de acondicionamiento y almacenamiento del plasma para la transfusión sanguínea. Sin embargo, la contribución más importante (aunque la menos espectacular) de los esclavos y de sus descendientes al desarrollo de Europa y de los Estados Unidos es el valor añadido de su trabajo, que ha facilitado la diversificación de la economía de esos países. Cualquiera que fuera la dinámica interna de la revolución industrial, es difícil concebir un paso tan rápido y espectacular a la modernidad sin la explotación de la mano de obra africana.

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El racismo puede definirse como un proceso de negación del ser humano, a partir de fenotipos socialmente seleccionados. Este sistema pretende clasificar los pueblos y establecer una jerarquía entre los grupos en función de sus características físicas. En resumidas cuentas, se proclama a uno de esos grupos “raza” superior, y a las otras “razas” se las considera inferiores. Así pues, el racismo no es fruto de la ignorancia o del miedo al “otro” ni un fenómeno natural. En América, muchos niños blancos eran criados y amamantados por sirvientas negras, lo cual no fue óbice para que muchos de ellos se hicieran racistas convencidos.

Los criterios utilizados son los fenotipos, características que se transmiten por los genes de una generación a otra. Así, una pareja mixta afroasiática no puede engendrar niños rubios si uno u otro de los progenitores no tiene un antepasado blanco. No obstante, aunque estos elementos son de orden biológico obedecen a una selección histórica: todos los rasgos fisionómicos (el aspecto del pelo, por ejemplo) son genéticamente transmisibles, pero es la sociedad la que elige los que constituyen rasgos raciales característicos.

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Históricamente, el racismo doctrinario aparece en el siglo XVI en el contexto de la conquista y la colonización del mundo por las potencias coloniales europeas, con la finalidad de justificar el colonialismo dándole un barniz pseudocientífico. Después del viaje de Cristóbal Colón (1492) y las conquistas que vinieron a continuación, las potencias imperialistas necesitaban un fundamento jurídic para justificar el colonialismo. Anteriormente, a los exploradores portugueses de las costas africanas la bula del Papa Nicolás V les había concedido el derecho a reducir a esclavitud perpetua a los africanos. El hermano dominico Juan Ginés de Sepúlveda, historiador y eclesiástico español, adujo los “justos títulos”, o dicho de otro modo las “justas prerrogativas”, que conferían a España el derecho e incluso la santa obligación de “tutelar a los indígenas”, lo que implicaba la servidumbre y la esclavitud de las poblaciones autóctonas bajo la férula de los españoles.

Para Voltaire (1694-1778), los negros eran una rama inferior de la especie humana. En su Systema Naturae (1758), Linné enunció las bases del racismo doctrinario clasificando a la humanidad en cuatro grupos, dotados cada uno de ellos de una psicología distinta. Según Buffon (1774), todos los seres humanos eran de piel blanca en su origen, pero los que vivían en los trópicos habían degenerado, lo cual explicaba el color negro de su piel y sus facultades mermadas. En América Latina y el Caribe, las potencias coloniales inventaron un sistema de castas para legitimar la explotación de los descendientes de africanos y los indios americanos Este sistema permitía una cierta movilidad social, basada en la idea de que una sucesión de matrimonios mixtos acabaría “emblanqueciendo” a una familia. Según cálculos improbables, era menester seis generaciones de uniones mixtas consecutivas con personas de raza blanca para “blanquear” a un africano.

Las naciones-Estado de América Latina nacieron de la convergencia de reivindicaciones contradictorias: mientras que los negros luchaban por su emancipación personal y la abolición de la esclavitud, los blancos y mestizos combatían por la libertad económica y política. En un principio, las élites asociaron la independencia con la idea de un estado nacional fuerte y armonioso. Esta concepción, que tomaba en cuenta la diversidad étnico-racial, fue precisamente la que defendió Simón Bolívar en el Congreso de Angostura. Pero las teorías racistas no le permitieron realizar su sueño ya que, como dijo José de San Martín cuando combatía por la libertad de Argentina “sería quimérico creer que por un accidente inconcebible los caminos se allanarán para poner en pie de igualdad al amo y el esclavo”. Lo cual no impidió que el principio de la emancipación de los esclavos fuera adoptado por la mayoría de Estados de América Latina desde los primeros años de la independencia.

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Algunas sociedades latinoamericanas trataron de ocultar la realidad de la discriminación y el discurso racista dominante, imponiendo el mito de una democracia igualitaria y no racial y negando obstinadamente la existencia de cualquier forma de conflicto racial; esto fue así por lo menos hasta la Conferencia Mundial contra el Racismo, celebrada en Durban en 2001. En el Sur de los Estados Unidos, el racismo oficial inventó las que se llamarían “leyes Jim Crow”. A todos los afroamericanos se les llamaba negros en inglés. Se reivindicaba en voz bien alta la absoluta superioridad del hombre blanco, estigmatizando el supuesto subdesarrollo intelectual de la población negra. Cualquier mezcla de razas estaba prohibida, incluso en los espacios públicos. La segregación reglamentaba el acceso a los hospitales, escuelas, iglesias, peluquerías, bibliotecas, prisiones, etc. En 1930, la ciudad de Birmingham prohibió las manifestaciones deportivas interraciales, y en la misma época, el estado de Georgia creó jardines públicos separados para blancos y para negros.

A comienzo de los años 20, el jamaicano Marcus Garvey reaccionó fundando la United Negro Improvement Association, movimiento de vocación internacional que iba a movilizar a centenares de miles de descendientes de africanos en todas partes de Occidente. En Europa, en la misma época, un grupo de intelectuales africanos y criollos militaba a favor de la independencia de África y el Caribe. El senegalés Léopoldo Sédar Senghor, el martiniqueño Aimé Césaire y el guayanés Léon Damas se hicieron los heraldos de la “negritud” y el trinitense Henry Sylvester Williams convocó en Londres el primer Congreso Panafricano, cuya declaración final redactada por W.E.B. Dubois se titulaba “Mensaje a las naciones del mundo”. En los Estados Unidos, el movimiento de los derechos cívicos surgido en los años 1950 bajo el impulso de Rosa Parks, encabezado por eminentes descendientes de africanos como Martin Luther King, Malcom X, Ángela Davis o Stokely Carmichael, iba a asestar un golpe fatal al sistema de Jim Crow. Muchos dirigentes pagaron con el exilio o con su vida sus esfuerzos en favor de la emancipación de los negros.

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Actualmente, el racismo sigue desgraciadamente vivo bajo sus múltiples formas. Suele tratarse de un racismo que se podría calificar de residual o larvado en la medida en que no se remite a una estratificación jerarquizada de los grupos étnicos en función de criterios raciales. Pero sigue refiriéndose a conceptos heredados del periodo en el que las teorías racistas prevalecían. Este racismo residual se manifiesta hoy en la exclusión de los círculos del poder y de la vida política, la ocultación de la historia y la negación de la identidad en los formularios oficiales y los libros de texto escolares, con la consiguiente estigmatización, miseria y formación de guetos.

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Todo ello conduce a la aniquilación de la identidad personal (a este respecto podríamos hablar de psicosis etnicida). Como las víctimas no tienen historia, esta negación de su identidad social tiene un impacto directo en los jóvenes, que no encuentran en los libros de texto referencia alguna a sus héroes o a los descendientes de africanos que podrían serviles de modelo.

Nutridas por los prejuicios, estas ideas se han convertido en falsedades que se inculcan a diario a los niños no blancos bajo múltiples formas, para convencerles del “emblanquecimiento”es su única salvación. Y los medios de comunicación reproducen los mismos esquemas desvalorizadores. Cuando la prensa da una noticia positiva que tiene que ver con una persona de raza negra o amerindia, tiende a ocultar su apariencia étnica; por el contrario, cuando se ha cometido un crimen o un delito, no se priva de destacar la fisonomía o la pertenencia étnica de las personas incriminadas.

Igualmente devastadora es la imagen negativa proyectada sobre las personas originarias de las regiones llamadas marginadas. La terminología que estigmatiza algunos barrios (se habla incluso de “jungla”, en el sentido literal y figurado) asociándolos con la pereza, la droga, el crimen y la “peligrosidad”, refleja efectivamente una psicosis etnicida. Cuando se comete un crimen en alguna parte, fuera de la ciudad o de la colectividad interesada, la responsabilidad se hace extensiva a todo el grupo étnico o a la entera región. El medio natural se presenta como “malsano” e “inhospitalario”, poblado por una fauna hostil y feroz, saturada de parásitos y plantas venenosas. Otro problema igualmente preocupante es el de los grupos de población expulsados de sus tierras ancestrales. Finalmente, la existencia de conflictos armados no siempre permite llevar a cabo proyectos de desarrollo económico de esas regiones o, a veces, esos programas no sirven forzosamente los intereses de las poblaciones locales.

Hoy en día, en todas partes hay asociaciones locales y regionales que militan en favor de los derechos humanos. Su actividad consiste principalmente en la preparación de libros de texto y herramientas audiovisuales para luchar contra el racismo en todas sus formas, promover la inserción, combatir la exclusión, crear vínculos sociales, luchar contra el aislamiento y concebir programas objetivos y justos para combatir los estereotipos reductores. Se trata de pasar gradualmente de la simple tolerancia al respeto ajeno, y del respeto a un aprecio mutuo, con el objetivo de crear una sociedad más justa y más abierta bajo el signo de la igualdad en la diversidad.

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7. ESCLAVITUD HISTÓRICA Y FORMAS MODERNAS DE SERVIDUMBRE

Defi nir la esclavitud ha sido siempre problemático, aunque solo sea por la ambigüedad de un término que se suele utilizar en sentido peyorativo para denunciar abusos de toda índole. Por ejemplo, en lo tocante a la esclavitud se habla corrientemente de “salarios de esclavo” o de “esclavitud sexual”. La distinción entre “esclavitud” en el sentido literal y los usos metafóricos del término se va difuminando cada vez más, hasta el punto de que resulta difícil aprehender la realidad de la esclavitud propiamente dicha y, por ende, combatirla. A partir del momento en que un término engloba tantos signifi cados diferentes, no siempre es fácil saber dónde empieza y dónde termina la esclavitud.

Las formas tradicionales de la esclavitud propiamente dicha, la de la trata de negros transatlántica, pueden defi nirse desde un punto de vista jurídico o sociológico. En general, los juristas se concentran sobre la noción de propiedad y los derechos aferentes. En cambio, los sociólogos tratan de defi nir la esclavitud en relación con la sociedad, insistiendo en la marginación o en la condición de “excluido”. Con una fórmula que se hizo famosa, Orlando Patterson equiparó la esclavitud a una especie de “muerte social”. Otro sociólogo, Kevin Bales, habla de “personas desechables”, refi riéndose a las víctimas de la esclavitud moderna. En ambos casos, el acento se pone en la marginación, que constituye la esencia misma de la esclavitud.

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En los dos últimos siglos la esclavitud ha sido denunciada por múltiples conceptos, y el número de personas sujetas a cualquiera forma de servidumbre o relegadas a la categoría de ganado humano (como en los tiempos de la trata) ha caído a un nivel históricamente bajo, muy inferior a las estimaciones de 1800. Hoy en día, el derecho internacional condena la esclavitud. Las luchas libradas en Europa y América del Norte para llegar a esta prohibición se plasmaron en varios acuerdos

internacionales. Dos de estos instrumentos son particularmente importantes. El primero es el Convenio relativo a la esclavitud, aprobado en 1926 por la Sociedad de las Naciones. Este texto defi ne la esclavitud en términos jurídicos como “el

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estado o condición de un individuo sobre el cual se ejercitan los atributos del derecho de propiedad o alguno de ellos”. Además, las altas partes contratantes se comprometen a “procurar de manera progresiva, y tan pronto como sea posible, la supresión completa de la esclavitud en todas sus formas”.

Para concretar el carácter más bien vago de este compromiso, en 1956 las Naciones Unidas aprobaron un Convenio suplementario que añadía la servidumbre por deudas, la servidumbre de la gleba, el hecho de dar a una mujer en matrimonio sin su consentimiento y la entrega de niños con fi nes de explotación a la lista de las instituciones y prácticas de la esclavitud. Esta nueva defi nición permitía ubicar a la esclavitud en el contexto de toda una serie de violaciones de los derechos humanos más o menos similares e instauraba un dispositivo regional y mundial de intervención para luchar contra la esclavitud que aún subsiste hoy día (véase la cronología y las referencias a los textos internacionales en la bibliografía).

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Más que como un logro defi nitivo, la abolición jurídica de la esclavitud debe verse como una primera etapa indispensable para poner fi n a este fenómeno “en todas sus formas”. A este respecto, pueden hacerse dos observaciones. En primer lugar, aunque la abolición jurídica haya podido contribuir a la mejora de las condiciones

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de vida de los antiguos esclavos, no es forzosamente sinónimo de emancipación plena y entera de las personas interesadas. Las secuelas de la esclavitud siguen impidiendo que los antiguos esclavos y sus descendientes se beneficien de la igualdad de oportunidades y de remuneración en proporción a sus esfuerzos y capacidades. En segundo lugar, la abolición no impide que la esclavitud y otras prácticas abusivas se perpetúen en mayor o menor escala, incluso con factores agravantes como la corrupción de los poderes públicos, las desigualdades globales y la miseria, los intereses comerciales, e incluso los medios de transporte y de comunicación que la globalización ha hecho posibles. El trabajo forzoso, a menudo relacionado con el endeudamiento excesivo, y el trabajo de los niños, siguen siendo moneda corriente en algunos países. A nivel internacional, la amplitud sin precedentes de los movimientos de personas desplazadas permite encubrir el tráfico ilícito de seres humanos con fines de explotación sexual o de otra clase, del mismo modo que se encubre la explotación abusiva de gentes reducidas a la servidumbre doméstica. La esclavitud dista mucho de haber desaparecido.

Debido al carácter ilegal de la esclavitud, no es fácil calcular el número de personas que viven sujetas a la servidumbre. No obstante, las estimaciones de que disponemos a nivel mundial y regional hablan de varios millones de personas, o sea que son cifras de magnitud comparable a las de la trata de negros transatlántica. En 2004, por ejemplo, Bales calculaba que 27 millones de personas en el mundo vivían todavía en condiciones de esclavitud; aunque se verifican casos en todas partes (incluso en los Estados Unidos), es un hecho que la gran mayoría de las personas afectadas viven en el sur de Asia. En 2005, la Organización Internacional del Trabajo calculó en 12,3 millones en número de víctimas del trabajo forzado en todo el mundo. Cerca de 10 millones de ellas eran víctimas de operadores privados, incluidos traficantes de carne humana; los otros trabajaban a las órdenes del Estado o de militares disidentes. Una vez más este fenómeno concernía esencialmente a Asia, aunque se había señalado un número no desdeñable de casos en los países industrializados. La esclavitud sigue siendo pues un problema planetario, que se deja sentir con fuerza en ciertas regiones del mundo en las que las diferentes formas de esclavitud y de servidumbre de seres humanos forman parte de una larga tradición o pertenecen a la historia reciente.

!���� ������������� �������Existen algunos puntos comunes y una continuidad evidente entre la esclavitud de ayer y la de hoy. Como ocurría en el pasado, la esclavitud moderna no está limitada por el color de la piel. La explotación del trabajo infantil sigue siendo floreciente. El sobreendeudamiento y la servidumbre de los deudores definieron y definen aspectos importantes de la esclavitud en África y en el Océano Índico. Si

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antes muchas esclavas servían de concubinas, todavía hoy la explotación sexual de las mujeres y de los niños es un aspecto importante de la esclavitud. Hoy como ayer, el tráfi co de seres humanos es ante todo un comercio en el que están en juego intereses fi nancieros enormes, a veces con la complicidad de los gobiernos. Por ello la esclavitud, a pesar de estar prohibida, sigue siendo una institución tan sólida como capaz de adaptarse a todas las circunstancias.Más de dos siglos después de la gran rebelión victoriosa de los esclavos de Santo Domingo / Haití y el inicio del movimiento abolicionista en Europa y América del Norte, la tarea de los antiesclavistas no ha terminado.

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LISTA DE ILUSTRACIONES�� página I El Profesor Rex NETTLEFORD (1933- 2010) �� página 6 El barco negrero Fredensborg II, 1788, © Virginia Foundation for

Humanities �� página 9 (1) Un Cautivo, © UNESCO/La Ruta del esclavo (2) Razzia y

captura en el interior, © Schomburg Centre for Research in Black Culture, Nueva York (3) Caravana de esclavos en África (Frey)

�� página 10 Mapa de la ruta de los esclavos, © Joseph E. Harris/UNESCO, 2006

�� página 12 Caravana de cautivos en África: anon., siglo XVIII�� página 13 (1) “Feitors corrigeant des nègres” (Un feitor castigando a un

negro), © UNESCO/La Ruta del esclavo (2) Negros en el fondo de la bodega (cuadro de M. Regundas, 1835), © UNESCO/La Ruta del esclavo

�� página 14 (1) Grupo de esclavos recién llegado, © UNESCO/La Ruta del esclavo (2) Pestel. Sábado. Día de mercado (Haití), © Katerine Marie Pagé

�� página 15 Mercado de esclavos en los Estados Unidos, por Gustave Doré, según Deville, © UNESCO/La Ruta del esclavo

�� página 16 (1) Negros de Gambia en venta, (2) Un grupo de esclavos en Zanzíbar, dibujo de M. W. A. Churchill (3) La esclavitud era una práctica laboral corriente en África, © UNESCO/La Ruta del esclavo

�� página 17 Esclavos en tránsito, © UNESCO/La Ruta del Esclavo�� página 18 Zanzíbar, mercado de esclavos, © UNESCO/La Ruta del Esclavo�� página 19 Caravana de esclavos, © UNESCO/La Ruta del esclavo�� página 21 Rebelión a bordo, © UNESCO/La Ruta del esclavo�� página 22 (1) Negros liberados dando la caza a negros cimarrones, grabado

italiano, 1825, (2) Esclavos fugitivos capturados por los perros de la milicia, © UNESCO/La Ruta del Esclavo

�� página 23 Leonard Parkinson, Capitán de cimarrones, Jamaica, © Schomburg Centre for Research in Black Culture, Nueva York

�� página 24 El cimarronaje, © UNESCO/La Ruta del esclavo�� página 25 Un quilombo africano, © UNESCO/La Ruta del esclavo�� página 27 (1) Thomas Clarkson y William Wilberforce, 1835, grabado de

Hardivillier (2) El abate Grégoire, (3) Victor Schœlcher�� página 28 (1) La guerra de Santo Domingo (2) Toussaint Louverture,

© UNESCO/La Ruta del esclavo�� página 29 Christophe y Dessalines, 1804, © UNESCO/La Ruta del Esclavo�� página 31 Caricatura, ‘La abolición gradual de la esclavitud o dejar el azúcar

paso a paso’�� página 32 Decreto de abolición de la esclavitud en Francia (Convención

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Nacional, sesión del 16 de Pluvioso del año II (4 de febrero de 1794), © Bibliothèque Nationale de France(BNF)

�� página 33 Llegada de coolíes indios a Guadalupe, © UNESCO/La Ruta del Esclavo

�� página 34 (1) Frederick Douglass, antiguo esclavo convertido en caudillo de la causa antiesclavista (2) Harriet Tubman en 1880, © Marc Ferrez P&P/ Shomburg Centre for Research in Black Culture, Nueva York

�� página 35 Olaudah Equiano, finales del siglo XVIII, © Virginia Foundation for Humanities

�� página 37 Esclavos yendo a las plantaciones bajo la dirección del capataz de la plantación, ©UNESCO/La Ruta del Esclavo

�� página 41 (1) Toussaint Louverture, © UNESCO/La Ruta del Esclavo (2) Esclavos emancipados, Carolina del Norte, 1863, © Virginia Foundation for Humanities

�� página 42 Choza de negros, 1852, © UNESCO/La Ruta del Esclavo�� página 43 Incendio del Cabo Francés, 23 de junio de 1793, © UNESCO/La

Ruta del Esclavo�� página 44 Insurrección de las plantaciones, Cuba, © UNESCO/La Ruta del

Esclavo�� página 46 Simón Bolívar, Liberador de America Latina (1783-1830)�� página 47 Haití, riachuelo de Nippe, niña haitiana, © Katherina-Marie Pagé�� página 49 Primeros representantes y senadores negros en el 41o y 42o

Congreso de los Estados Unidos, 1872, © Shomburg Centre for Research in Black Culture, Nueva York

�� página 50 Músicos de jazz, © Shomburg Centre for Research in Black Culture, Nueva York

�� página 52 (1) Festival del Día de los Tres Reyes, La Habana, Cuba, ca. 1850, © Virginia Foundation for Humanities (2) Festival de esclavos, Surinam, 1839, © Virginia Foundation for Humanities (3) La Samba de Roda de Recôncavo de Bahía, © Luiz Santos/ UNESCO

�� página 53 Lao Simbi (pintura alegórica del ritual vudú, de André Pierre), © Danièle Bégot

�� página 59 Logotipo de las Naciones Unidas�� página 60 Cartel de campaña contra la esclavitud doméstica, © Antislavery

International �� página 62 El negro cimarrón, Puerto Príncipe, Haití, 1970,

© Virginia Foundation for Humanities

CLT/CPD/DIA/2010/153

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Han contribuido a la redacción de este cuaderno:

> Quince DUNCAN

> Michel HECTOR

> Paul LOVEJOY

> Rex NETTLEFORD

> Joël QUIRK

> David RICHARDSON

> Nelly SCHMIDT

Publicado en 2010 por la Organización de las Naciones Unidaspara la Educación, la Ciencia y la Cultura7, place de Fontenoy, 75352 Paris 07 SP

COORDINACIÓN Y CONTACTOS:Proyecto La Ruta del esclavo

División de políticas culturales y del diálogo interculturalUNESCO, 1, rue Miollis, 75732 Paris Cedex 15 – France

Tel : +(33) 1 45 68 49 45www.unesco.org/culture/slaveroute