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NUNCA RENDIRSE
8 de noviembre de 2014. Se cumplen 35 años desde que la madre que me parió me puso
en este mundo con el cuentakilómetros a cero. Pero no hay nada que celebrar…todavía.
Mucho antes que Antonio de la Rosa, hoy soy el dorsal 134. Me mueve una ilusión
poderosa y me obsesiona cruzar esa meta…Llevo meses deseando ese momento,
centenas de kilómetros de soledad visualizando mi llegada ante la ermita rociera.
Olvidadas están las molestias de isquiotibiales y mis recientes noches de insomnio,
producto quizás de esa motivación excesiva. Tengo, además, la responsabilidad de
homenajear a un amigo por su admirable compromiso con la vida. Y tengo empeñada mi
palabra de volver a entrar en meta con un bebé entre mis brazos, si así me lo concediera
la Virgen del Rocío.
Apenas dispongo de una hora para desayunar, vestirme y organizar la mochila de
carrera con los correspondientes geles, barritas energéticas, gominolas, pistachos,
sándwich, ibuprofeno, pomada antiampollas…y por supuesto agua y bebida isotónica.
A las 7 en punto me recoge mi hermano Fran y pasadas las 7:30 estamos ya en la
Puerta Jerez, donde está situada la salida. “Un abrazo Fran…espérame en Hinojos”. Y
tras una primera foto de rigor, me quedo sólo…con 73 km por delante…Pero no existe el
miedo, sólo las ganas de empezar. Más aún cuando, a 5 minutos del comienzo, tengo la
suerte de encontrarme con un viejo conocido, Alfredo, que amablemente me acoge en el
grupo de carrera que forma junto con varios atletas del club de Almonte.
Con ellos comparto los primeros 11 km de carrera, coincidiendo con el tramo
asfaltado que sube desde Sevilla y atraviesa los pueblos del Aljarafe. En ese primer
puesto de avituallamiento, deciden hacer la primera transición mientras yo opto por
continuar trotando hasta el km. 20, con la tranquilidad de que ante cualquier imprevisto
ellos vienen por detrás. Justo después de separarme de los colegas almonteños,
atravieso los únicos metros de cierta dificultad técnica, por la conjunción de arena dura y
agua que da como resultado una superficie bastante resbalosa. Acto seguido, ¡mi gran
amigo Pedro me sorprende en medio del campo! Así que, de nuevo, me encuentro con
una grata compañía hasta ese km. 20, en que inicio una primera transición que hago
coincidir con el segundo punto de avituallamiento.
Aprovecho para hidratarme, tomar un gel de cítricos y algún que otro pistacho. Para
ir dando descanso a las piernas, sustituyo mi trote de 5:45-6min/km por un paseo
acelerado de 9min/km, con muchísimo menos impacto. Y coincidiendo con el final de
estos 2km de recuperación, Alfredo y los amigos del club almonteño me dan alcance…lo
cual aprovecho para unirme al pelotón y recuperar mi anterior ritmo de carrera.
No obstante, en torno al km. 25 ellos vuelven a transitar y es ahí cuando encadeno
un buen puñado de kilómetros en solitario, prácticamente hasta el punto de control de
Villamanrique de la Condesa en el 40. Son unos kilómetros clave en los que me encuentro
conmigo mismo y, sin sufrir en exceso, me hago fuerte al verme capaz de disfrutar de ese
entorno privilegiado que son los pinares de Aznalcázar. Avanzo a buen ritmo, sin
molestias, disfruto de lo que me rodea y también de mis propias sensaciones, que me
permiten ir ganando confianza. Constantemente pienso en la meta, en Juan Antonio, en
mi promesa…y en la maravillosa experiencia que será atravesar Hinojos, el pueblo de mi
infancia, donde me esperan personas muy especiales.
Tanto pensamiento positivo me permite encajarme en Villamanrique con una
enorme sonrisa y en apenas 4 horas y 1min, a una media aproximada de 6min/km. Es
momento de reponer fuerzas antes de encarar la subida hacia el municipio hinojero, que
tanto me motiva.
Este km. 40 es ya un punto de no retorno; el lugar, además, donde hacen la
sustitución quienes compiten en la modalidad de relevos ; allí donde puedo observar los
primeros abandonos…y donde los que nos sentimos fuertes para seguir tenemos la
posibilidad de comer sólidos e, incluso, utilizar el servicio de fisioterapia. Toca decidir
cómo alimentarme, algo que me inquieta porque no lo he entrenado; en mis largas
sesiones en solitario me he sustentado siempre con geles y pistachos…Además, no
puedo borrar de mi cabeza la experiencia que un colega almonteño me refirió kilómetros
atrás: en la pasada edición, en su afán por “llenar el depósito”, comió sin ganas y lo pagó
con vómitos y deshidratación. De modo que decido rellenar mi mochila de naranjas y
plátanos troceados, más gominolas…y prosigo caminando mientras me como la tercera
parte de un sándwich de jamón york y queso. Es mi segunda transición y quiero que sean
3 km…para que mi estómago reciba en estado de cierto reposo semejante manjar…y el
medio plátano que cayó después. Observo que la pendiente no es nada despreciable…y
el sol empieza a apretar por primera vez. Sé que me va a costar arrancar, pero me excita
la cercanía de Hinojos, mi Hinojos…
La vuelta al trote en el km. 43 me confirma que el terreno no es precisamente llano.
Las piedras inscrutadas en el camino son un castigo para los tobillos y los cuádriceps
avisan con los primeros síntomas de cansancio, mientras el calor se hace sentir cada vez
más. En todos los sentidos, es una cuesta arriba; de menor pendiente que la subida hacia
Mairena, pero 35 km después…Mi mente se defiende imaginando el inminente paso por
Hinojos, mientras avanzo a ritmo constante con la piel de gallina…Antes de lo esperado,
advierto que entro en zona conocida; atravieso las parcelas rústicas de Las Posturas y, de
inmediato, sobreviene el cruce que me da la bienvenida a mi pueblo. El reencuentro con
al asfalto hinojero es para mí como una alfombra roja que me invita a disfrutar de esos
metros de una forma indescriptiblemente intensa. Vuelo sobre los adoquines de seda de
la calle Altozano, hasta alcanzar un ritmo de 4:30 min/km que interrumpo encantado al
advertir la presencia de viejos amigos… ¡Qué importante fue saber que iba a encontraros
allí! Gracias Eli, Rosario, Rocío…Reparto besos, recojo el cariño y rechazo la perversa
invitación de mi amigo Carlos: “¿Un cigarrito?” “Mejor un abrazo, cabrito”.
La calle Almonte me recibe con su gran carga emotiva. Más adoquines no me
impiden adelantar a compañeros que alivian sus piernas trotando sobre las aceras. Corro
sobre mi infancia hinojera hacia la casa donde mi padre me crió…y en cuya fachada me
detengo 50 km y 3 décadas después. Allí abrazo a la octogenaria Petronila, entrañable
vecina de mi abuela que tantas veces me mimó en su bañera. Beso a Vanesa, la mujer de
mi vida, la mamá del peloncito que cruzará conmigo la meta el año próximo…Y premio el
esfuerzo de mi padre por aguardarme en esa puerta: “Hijo, ¿qué necesidad tienes de
hacer esto? Habiendo gasolina…”. En este punto, cometo un error imperdonable: olvido
fotografiarme con él. “Tienes que esperarme al año que viene, Papá”.
Cómo no, allí está también Fran, a quien le debo una parte importantísima de este
reto. Él, que madrugó para llevarme a la salida, está ahora en Hinojos para acompañarme
en los últimos 23 km de carrera. Antes de arrancar de nuevo, me recargo de bebida
isotónica y devoro no sé cuántos gajos de naranja. Y vuelta al trote con la tranquilidad de
que llevo la mejor de las compañías posibles.
A la salida del pueblo, otra vez campo; con un hermoso tramo de pinares que
también me resulta familiar. Empiezo a ser consciente de que lo voy a conseguir y disfruto
de ello con toda la prudencia que puedo. “Fran, estoy luchando por contener la euforia”. El
paso por Hinojos ha tumbado mi fría condición de dorsal 134 y, otra vez, soy una persona
que ahora sí se permite disfrutar de un cumpleaños que se presenta feliz…muy feliz.
Incluso se me antoja alguna foto para el recuerdo…
A medida que avanzamos, comprobamos con agrado que la lluvia ha hecho un
buen trabajo y los bancos de arena no son tan pesados como cabía esperar. Mis gemelos
lo agradecen mucho. Y me anima lo bien que Fran dice estar viéndome. Cada grito de “!
Vamos!” con que trato de estimularme va a acompañado de un acelerón que el propio
Fran me reprocha resignado. “¡Illo mamón, que tú estás bien entrenado!”. Está feo decirlo,
pero los síntomas de debilidad de quien ha venido a ayudarme me dan más fuerza…
En cualquier caso, yo tampoco voy sobrado…Estamos inmersos en la parte más
dura de la prueba, donde sufro y disfruto a partes iguales. Ansiamos alcanzar el último
punto de avituallamiento pero ¡ese km. 61 nunca llega! Hemos perdido la referencia y
desconfiamos de lo que marca el GPS. Me consuela la certeza de que cada zancada que
doy es un paso más que me acerca al objetivo. Un objetivo que es ilusión, homenaje,
promesa…y forma de vida.
De los últimos 10 km mis recuerdos son más imprecisos. Sé que las piernas de
Fran empiezan a fallar coincidiendo con mi deseo de lograr una magnífica marca. Me
conmueven sus innecesarias disculpas: “Lo siento Antonio; sé que te voy frenando”.
Como si yo hubiese sido capaz de conseguirlo sin su ayuda…
Poco después del mítico Puente del Ajolí, durante los metros de máxima
acumulación de arena, un corredor que nos adelantó me hizo reir con su comentario:
“¡Con lo bien que se pasa por aquí con una carreta!”. Habíamos venido todo el rato
adelantando gente y eso de ser adelantado no le sentó muy bien a Fran. De su coraje
obtuve beneficio porque el ritmo mejoró y pronto entramos en la aldea. Que conste que lo
hicimos gracias a unos espectadores que corrigieron nuestra trayectoria cuando,
¡después de 71km!, estuvimos a punto de desviarnos por donde no era…
La entrada en meta no soy capaz de describirla. La había imaginado tantas veces,
que me limité a sentirla. Y como todo sentimiento grande, no resulta fácil de contar…
Puedo decir que entré feliz, orgulloso y entero. Encaré la recta final sabiendo que dejaría
la ermita a mi derecha; giré entonces la cabeza y me santigüe ante el templo; cuando miré
al frente, me sorprendió una alfombra verde que me hizo sentir invencible. Y me acordé
entonces del 8 de noviembre, de los 35 años y de la madre que me parió, la que me