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AL REINO DE CRISTO POR LOS CORAZONES DE JESÚS Y MARÍA Año LXX - Núm. 987 Octubre 2013 CRISTIANDAD «NO SE AVERGONZARON DEL EVANGELIO» Crónica de la beatificación Tres obispos mártires El martirio de las órdenes religiosas «In odium fidei» La vocación al marti- rio de santa Teresita Consagración al Corazón Inmaculado de María «Estos son los que vienen de la gran tribulación, y lavaron sus vestiduras y las blanquearon con la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le rinden culto día y noche en su templo, y el que está sentado sobre el trono ten- derá su tienda sobre ellos.» (Ap 7,13-14)

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CRISTIANDAD octubre 2013 — 1

AL REINO DE CRISTOPOR LOS CORAZONES DE JESÚS Y MARÍA

Año LXX - Núm. 987Octubre 2013

CRISTIANDAD«NO SE

AVERGONZARONDEL EVANGELIO»

Crónica de labeatificación

Tres obisposmártires

El martirio de lasórdenes religiosas

«In odium fidei»

La vocación al marti-rio de santa Teresita

Consagración alCorazón Inmaculadode María

«Estos son los que vienen de la gran tribulación,y lavaron sus vestiduras y las blanquearon con lasangre del Cordero. Por esto están delante deltrono de Dios, y le rinden culto día y noche en sutemplo, y el que está sentado sobre el trono ten-derá su tienda sobre ellos.» (Ap 7,13-14)

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RAZÓN DEL NÚMEROSumario

Imprime: Campillo Nevado, S.A. - D.L.: B-15860-58

EditaFundación Ramón Orlandis i Despuig

Director: Josep M. Mundet i GifreRedacción y Administración

Duran i Bas, 9, 2ª08002 BARCELONA

Redacción: 93 317 47 33E-Mail: [email protected]ón y fax: 93 317 80 94

[email protected].//www.orlandis.org

Homilía de monseñor Angelo Amatoen la misa de la beatificaciónde los mártires españoles 3

Crónica de la beatificaciónOleguer Vives 6

Monseñor Salvio Huix, primer obispomártir catalán en diecisiete siglosJosé-Javier Echave-Sustaeta 10

El beato Manuel Basulto Jiménez, buenpastor que dio la vida por sus ovejasAna Díaz 14

Manuel Borràs, sombra muday agradecida de monseñorVidal y BarraquerJ.-J. E.-S. 16

Mártires por la familiaJosé M.Blanquet, S.F. 19

Juan Huguet CardonaGuillermo Pons Pons 22

Los mártires de El PueyoLuis Cuesta 26

Mártires mercedariosDolores Barroso 28

Martirio de las monjas mínimasde BarcelonaBalbina García de Polavieja 31

«In odium fidei»Francisco Canals Vidal (†) 33

«¡El martirio, el sueño de mi juventud!»J.-J. E.-S. 35

San Fructuoso, obispo de Tarraco,protomártir de la Iglesia hispanaTeresa Lamarca Abelló 37

Jornada mariana y consagracióna la Virgen de Fátima 40

Pequeñas lecciones de historiaGerardo Manresa 42

Actualidad religiosaJavier González Fernández 43

Actualidad políticaJorge Soley Climent 45

EL pasado 13 de octubre tuvo lugar en Tarragona el actomás solemne y de mayor resonancia eclesial con el quela Iglesia en España ha podido celebrar el Año de la

Fe. Nos referimos a la beatificación de los 522 mártires espa-ñoles que dieron su vida en testimonio de su fe durante la per-secución que sufrió la Iglesia en España durante la guerra de1936. Aún están vivas en el recuerdo las dos anteriores cele-bradas en Roma, también muy numerosas, las de los años 2001y 2007, cuando fueron beatificados 233 y 498 mártires res-pectivamente. Junto con las restantes beatificaciones ya son1523 los mártires españoles del siglo XX que han sido eleva-dos a los altares, once de ellos ya canonizados. Este es el grantesoro y la gran lección que la Iglesia nos ofrece para seguirfieles a los ejemplos que ellos nos dieron.

Al dedicar nuestras páginas a glosar la vida de los tres obis-pos beatificados y de diversos grupos de religiosos y sacerdo-tes, además de querer con ello sumarnos con gozo y agradeci-miento al homenaje que justamente merecen, invitamos a nues-tro lectores a admirar una vez más el testimonio de amor aDios que dieron con su vida y con su heroica muerte. En unascircunstancias de especial manifestación de odio y crueldaddieron tales muestras de santidad que se les puede aplicar laspalabras evangélicas «aprended de ellos que fueron mansos yhumildes de corazón». Como dijo el cardenal Amato en la ho-milía de la misa de beatificación: «A la atrocidad de los perse-guidores no respondieron con la rebelión o con las armas, sinocon la mansedumbre de los fuertes».

Este acontecimiento es motivo muy especial de acción degracias y de esperanza. En primer lugar, de acción de graciaspor ser nosotros los herederos en la fe de estos mártires. Lafecundidad de la Iglesia en los años siguientes a la guerra datestimonio de ello y, a pesar de todas las crisis, abandonos ysecularización progresiva en tantos ambientes, tenemos la con-vicción de que si España aún es tierra de fe, se lo debemos aellos, por ser tierra bendecida por la sangre de los mártires.También es motivo de esperanza para la Iglesia: en estas horasdifíciles para la supervivencia de algunas de las órdenes reli-giosas que dieron numerosos mártires, tendrán una especial pro-tección para que de nuevo encuentren el camino que ha llevadoa tantos de los suyos a los altares. También de esperanza paraEspaña: cuando parece que por todas partes y desde distintasinstancias se quiere dar por definitivamente cancelada toda suhistoria preñada de fe cristiana, la beatificación de estos 522mártires será ocasión para que sus vidas de fe y de fidelidad a lafe recibida de sus mayores, vivida con fervor ejemplar, puedaser modelo para todos y su intercesión nos alcance pronto aquelloque nos ha sido prometido: que Cristo reine en España. Estapetición, que es un grito de esperanza y de reparación, la tuvie-ron en sus labios muchos de ellos en el ultimo momento de suvida y al recordarla hemos de ver realizada, como afirmabaCanals en escrito que hoy reproducimos, la promesa del Señor:«Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, osaparten de sí, y os maldigan y proscriban vuestro nombre comomalo por amor del Hijo del Hombre».

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l. La Iglesia española celebra hoy la beatifica-ción de 522 hijos mártires, profetas desarmados dela caridad de Cristo. Es un extraordinario evento degracia, que quita toda tristeza y llena de júbilo a lacomunidad cristiana. Hoy recordamos con gratitudsu sacrificio, que es la manifestación concreta dela civilización del amor predicada por Jesús: «Aho-ra –dice el libro del Apocalipsis de san Juan– se cum-ple la salvación, la fuerza y el Reino de nuestro Diosy la potencia de su Cristo» (Ap 12, 10). Los márti-res no se han avergonzado del Evangelio, sino quehan permanecido fieles a Cristo, que dice: «Si algu-no quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome sucruz cada día y me siga. Quien quiera salvar la pro-pia vida, la perderá, pero quien pierda la propia vidapor mí, la salvará» (Lc 9, 23-24). Sepultados conCristo en la muerte, con Él viven por la fe en la fuerzade Dios (cf. Col 2, 12).

España es una tierra bendecida por la sangre delos mártires. Si nos limitamos a los testigos heroi-cos de la fe, víctimas de la persecución religiosa delos años treinta del siglo pasado, la Iglesia en cator-ce distintas ceremonias ha beatificado más de mil.La primera, en 1987, fue la beatificación de trescarmelitas descalzas de Guadalajara. Entre las cere-monias más numerosas recordamos la del 11 demarzo de 2001, con 233 mártires; la del 28 de octu-bre de 2007, con 498 mártires, entre los cuales losobispos de Ciudad Real y de Cuenca; y la celebradaen la catedral de La Almudena de Madrid, el 17 dediciembre de 2011, con 23 testigos de la fe.

Hoy, aquí en Tarragona, el papa Francisco bea-tifica 522 mártires, que «derramaron su sangre paradar testimonio del Señor Jesús». Es la ceremoniade beatificación más grande que ha habido en tie-rra española. Este último grupo incluye tres obis-pos –Manuel Basulto Jiménez, obispo de Jaén;Salvio Huix Miralpeix, obispo de Lleida y ManuelBorràs Ferré, obispo auxiliar de Tarragona– y, ade-más, numerosos sacerdotes, seminaristas, consagra-dos y consagradas, jóvenes y ancianos, padres ymadres de familia. Son todos víctimas inocentesque soportaron cárceles, torturas, procesos injus-tos, humillaciones y suplicios indescriptibles. Esun ejército inmenso de bautizados que, con el ves-tido blanco de la caridad, siguieron a Cristo hasta

el Calvario para resucitar con Él en la gloria de laJerusalén celestial.

2. En el periodo oscuro de la hostilidadanticatólica de los años treinta, vuestra noble na-ción fue envuelta en la niebla diabólica de una ideo-logía que anuló a millares y millares de ciudadanospacíficos, incendiando iglesias y símbolos religio-sos, cerrando conventos y escuelas católicas, des-truyendo parte de vuestro precioso patrimonio ar-tístico. El papa Pío XI con la encíclica Dilectissimanobis, del 3 de junio de 1933, denunció enérgica-mente esta libertina política antirreligiosa.

Recordemos de antemano que los mártires no fue-ron caídos de la Guerra Civil, sino víctimas de unaradical persecución religiosa, que se proponía el ex-terminio programado de la Iglesia. Estos hermanosy hermanas nuestros no eran combatientes, no te-nían armas, no se encontraban en el frente, no apo-yaban a ningún partido, no eran provocadores. Eranhombres y mujeres pacíficos. Fueron matados porodio a la fe, sólo porque eran católicos, porque eransacerdotes, porque eran seminaristas, porque eranreligiosos, porque eran religiosas, porque creían enDios, porque tenían a Jesús como único tesoro, másquerido que la propia vida. No odiaban a nadie,amaban a todos, hacían el bien a todos. Su apostola-do era la catequesis en las parroquias, la enseñanzaen las escuelas, el cuidado de los enfermos, la cari-dad con los pobres, la asistencia a los ancianos y alos marginados. A la atrocidad de los perseguidores,no respondieron con la rebelión o con las armas, sinocon la mansedumbre de los fuertes.

En aquel periodo, mientras se encontraba en elexilio, Don Luigi Sturzo, diplomático y sacerdotecatólico italiano, en un artículo de 1933, publicadoen el periódico El Matí de Barcelona, escribía conintuición profética que las modernas ideologías sonverdaderas religiones idolátricas, que exigen alta-res y víctimas, sobre todo víctimas, miles, e inclusomillones. Y añadía que el aumento aberrante de laviolencia hacía que las víctimas fueran con muchomás numerosas que en las antiguas persecucionesromanas.

3. Queridos hermanos, ante la respuesta valiente

Los mártires no se han avergonzado del Evangelio

Homilía de monseñor Angelo Amato en la misa de la beatificaciónde los mártires españoles

Tarragona, 13 de octubre de 2013

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y unánime de estos mártires, sobre todo de muchísi-mos sacerdotes y seminaristas, me he preguntadomuchas veces: ¿cómo se explica su fuerza sobrehu-mana de preferir la muerte antes que renegar de lapropia fe en Dios? Además de la eficacia de la gra-cia divina, la respuesta hay que buscarla en una bue-na preparación al sacerdocio. En los años previos ala persecución, en los seminarios y en las casas deformación los jóvenes eran informados claramentesobre el peligro mortal en el que se encontraban.Eran preparados espiritualmente para afrontar inclu-so la muerte por su vocación. Era una verdadera pe-dagogía martirial, que hizo a los jóvenes fuertes eincluso gozosos en su testimonio supremo.

4. Ahora planteémonos una pregunta: ¿por quéla Iglesia beatifica a estos mártires? La respuesta essencilla: la Iglesia no quiere olvidar a estos sus hi-jos valientes. La Iglesia los honra con culto público,para que su intercesión obtenga del Señor una llu-via beneficiosa de gracias espirituales y temporalesen toda España. La Iglesia, casa del perdón, no bus-ca culpables. Quiere glorificar a estos testigos he-roicos del evangelio de la caridad, porque merecenadmiración e imitación.

La celebración de hoy quiere una vez más gritarfuertemente al mundo, que la humanidad necesitapaz, fraternidad, concordia. Nada puede justificarla guerra, el odio fratricida, la muerte del prójimo.Con su caridad, los mártires se opusieron al furordel mal, como un potente muro se opone a la vio-lencia monstruosa de un tsunami. Con su manse-dumbre los mártires desactivaron las armas homici-das de los tiranos y de los verdugos, venciendo almal con el bien. Ellos son los profetas siempre ac-tuales de la paz en la tierra.

5. Y ahora una segunda pregunta: ¿por qué la bea-tificación de los mártires de muchas diócesis espa-ñolas adviene aquí en Tarragona?

Hay dos motivos. Ante todo, el grupo más nume-roso de los mártires es el de esta antiquísima dióce-sis española, con 147 mártires, incluido el obispoauxiliar Manuel Borràs Ferré y los jóvenesseminaristas Joan Montpeó Masip, de veinte años,y Josep Gassol Montseny, de veintidós.

El segundo motivo nos viene del hecho de que,en los primeros siglos cristianos, aquí en Tarragona,ecclesia Pauli, sedes Fructuosi, patria martyrum,tuvo lugar el martirio del obispo Fructuoso y de susdos diáconos, Augurio y Eulogio, quemados vivosen el 259 d. de C. en el anfiteatro romano de la ciu-dad.

Recordemos brevemente el martirio de estos dosprimeros testigos tarraconenses, porque reproducela dinámica esencial de toda persecución, que, por

una parte, muestra la arbitrariedad de las acusacio-nes y la atrocidad de las torturas, y, por otra, la for-taleza sobrehumana de los mártires en el aceptar lapasión y la muerte con serenidad y con el perdón enlos labios.

Tarragona, sede de una floreciente comunidadcristiana, en el siglo III d. de C. fue objeto de unaviolenta persecución, por obra del emperadorValeriano. Fueron víctimas de ella el obispo Fruc-tuoso y los diáconos Augurio y Eulogio. De su mar-tirio tenemos las Actas, que nos transmiten los pro-tocolos notariales del proceso, del interrogatorio, delas respuestas, de la condena y de la ejecución. Lacaptura de Fructuoso y de sus diáconos tuvo lugarla mañana del domingo del 16 de enero del 259. Lle-vado a la cárcel, Fructuoso rezaba continuamente ydaba gracias al Señor por la gracia del martirio.Además, también allí continuó su obra de pastor yde evangelizador, confortando a los fieles, bautizan-do y proclamando el Evangelio a los paganos. Des-pués de algunos días, el 21 de enero, los tres fueronconvocados por el cónsul Emiliano para el interro-gatorio. Fructuoso y los dos diáconos se negaron aofrecer sacrificios a los ídolos, reafirmando su fide-lidad a Cristo. Los tres fueron entonces condenadosa ser quemados vivos. Llevados al anfiteatro, el santoobispo gritó con fuerza que la Iglesia no quedaríanunca sin pastor y que Dios mantendría la promesade protegerla en el futuro.

¿Qué mensaje nos ofrecen los mártires antiguosy modernos? Nos dejan un doble mensaje. Ante todonos invitan a perdonar. El papa Francisco reciente-mente nos ha recordado que «el gozo de Dios esperdonar... Aquí está todo el Evangelio, todo el cris-tianismo. No es sentimiento, no es “buenismo”. Alcontrario, la misericordia es la verdadera fuerza quepuede salvar al hombre y al mundo del “cáncer”que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual.Sólo el amor colma los vacíos, la vorágine negati-va que el mal abre en el corazón y en la historia.Sólo el amor puede hacer esto, y este es el gozo deDios».

Estamos llamados, pues, al gozo del perdón, aeliminar de la mente y del corazón la tristeza delrencor y del odio. Jesús decía «Sed misericordiosos,como es misericordioso vuestro Padre celestial» (Lc6, 36). Conviene hacer un examen concreto, ahora,sobre nuestra voluntad de perdón. El papa Francis-co sugiere: «Cada uno piense en una persona con laque no esté bien, con la que se haya enfadado, a laque no quiera. Pensemos en esa persona y en silen-cio, en este momento, recemos por esta persona yseamos misericordiosos con esta persona».

La celebración de hoy sea, pues, la fiesta de lareconciliación, del perdón dado y recibido, el triun-fo del Señor de la Paz.

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7. De aquí surge un segundo mensaje: el de laconversión del corazón a la bondad y a la misericor-dia. Todos estamos invitados a convertirnos al bien,no sólo quien se declara cristiano sino también quienno lo es. La Iglesia invita también a los perseguido-res a no temer la conversión, a no tener miedo delbien, a rechazar el mal. El Señor es padre bueno queperdona y acoge con los brazos abiertos a sus hijosalejados por los caminos del mal y del pecado.

Todos –buenos y malos– necesitamos la conver-sión. Todos estamos llamados a convertirnos a lapaz, a la fraternidad, al respeto de la libertad delotro, a la serenidad en las relaciones humanas. Asíhan actuado nuestros mártires, así han obrado lossantos, que –como dice el papa Francisco– siguen«el camino de la conversión, el camino de la humil-dad, del amor, del corazón, el camino de la belle-za».

Es un mensaje que concierne sobre todo a los jó-venes, llamados a vivir con fidelidad y gozo la vidacristiana. Pero hay que ir contra corriente: «Ir con-tra corriente hace bien al corazón, pero es necesarioel coraje y Jesús nos da este coraje. No hay dificul-tades, tribulaciones, incomprensiones que den mie-do si permanecemos unidos a Dios como los sar-mientos están unidos a la vid, si no perdemos la

amistad con Él, si le damos cada vez más espacio ennuestra vida. Esto sucede sobre todo si nos senti-mos pobres, débiles, pecadores, porque Dios da fuer-za a nuestra debilidad, riqueza a nuestra pobreza,conversión y perdón a nuestro pecado.

Así se han comportado los mártires, jóvenes yancianos. Sí, también jóvenes como, por ejemplo,los seminaristas de las diócesis de Tarragona y deJaén y el laico de veintiún años, de la diócesis deJaén. No han tenido miedo de la muerte, porquesu mirada estaba proyectada hacia el Cielo, haciael gozo de la eternidad sin fin en la caridad deDios. Si les faltó la misericordia de los hombres,estuvo presente y sobreabundante la misericordiade Dios.

Perdón y conversión son los dones que los márti-res nos hacen a todos. El perdón lleva la paz a loscorazones, la conversión crea fraternidad con losdemás.

Nuestros mártires, mensajeros de la vida y no dela muerte, sean nuestros intercesores por una exis-tencia de paz y fraternidad. Será este el fruto pre-cioso de esta celebración en el Año de la Fe.

María, Regina Martyrum, siga siendo la potenteAuxiliadora de los Cristianos.

Amén.

Queridos hermanos y hermanas, buenosdías:

Me uno de corazón a todos los participan-tes en la celebración, que tiene lugar enTarragona, en la que un gran número de pas-tores, personas consagradas y fieles laicosson proclamados beatos mártires.

¿Quiénes son los mártires? Son cristianosganados por Cristo, discípulos que hanaprendido bien el sentido de aquel «amarhasta el extremo» que llevó a Jesús a la cruz.No existe el amor por entregas, el amor enporciones. El amor es total: y cuando se ama,se ama hasta el extremo. En la cruz, Jesúsha sentido el peso de la muerte, el peso delpecado, pero se confió enteramente al Pa-dre, y ha perdonado. Apenas pronunció pa-labras, pero entregó la vida. Cristo nos«primerea» en el amor; los mártires lo hanimitado en el amor hasta el final.

Dicen los Santos Padres: «¡Imitemos a losmártires!». Siempre hay que morir un pocopara salir de nosotros mismos, de nuestroegoísmo, de nuestro bienestar, de nuestrapereza, de nuestras tristezas, y abrirnos aDios, a los demás, especialmente a los quemás lo necesitan.

Imploremos la intercesión de los mártirespara ser cristianos concretos, cristianos conobras y no de palabras; para no ser cristia-nos mediocres, cristianos barnizados de cris-tianismo pero sin sustancia. Ellos no eranbarnizados; eran cristianos hasta el final. Pi-dámosles su ayuda para mantener firme lafe, aunque haya dificultades, y seamos asífermento de esperanza y artífices de herman-dad y solidaridad.

Y les pido que recen por mí. Que Jesúslos bendiga y la Virgen santa los cuide.

Mensaje del Papa a los asistentes a la beatificaciónde los mártires españoles

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«Por la fe, los mártires entregaron su vidacomo testimonio de la verdad del Evangelio,que los había transformado y hecho capacesde llegar hasta el mayor don del amor, con elperdón de sus perseguidores» (Benedicto XVI,Porta fidei, 13).

ESTAS palabras de Benedicto XVI, que encabe-zan el mensaje de la Asamblea plenaria de laConferencia Episcopal Española con motivo

de las beatificaciones que vivimos el pasado 13 deoctubre en Tarragona, contienen el mensaje princi-pal que se nos transmitió a lo largo del fin de sema-na y resalta lo que caracterizó a aquellos que nodudaron ni un instante en dar su vida, por amor aJesucristo, en diversos lugares de España, durantela persecución religiosa de los años treinta del sigloXX: fe y perdón, además de la llamada que se noshizo a la conversión. Este es el ejemplo que nos handejado los 522 nuevos beatos, a los que la Iglesia vecomo modelos de fe y, por tanto, de amor y de per-dón. Un ejemplo, ofreciendo este testimonio supre-mo de fidelidad, que nos tiene que estimular a con-fesar la fe con valentía y a ser auténticos apóstolesdel Evangelio. Estos mártires nuestros, «son verda-deros creyentes que, ya antes de afrontar el marti-rio, eran personas de fe y oración, particularmentecentrados en la Eucaristía y en la devoción a la Vir-gen. Hicieron todo lo posible, a veces con verdade-ros alardes de imaginación, para participar en lamisa, comulgar o rezar el rosario, incluso cuandosuponía un gravísimo peligro para ellos o les estabaprohibido, en el cautiverio» (CEE).

En la que ha sido la ceremonia de beatificaciónmás grande que ha habido en tierra española, en esta«ocasión de gracia, de bendición y de paz para laIglesia y para toda la sociedad», en palabras de laCEE, hemos podido dar gracias a Dios por este «ejér-cito inmenso de bautizados que, con el vestido blancode la caridad, siguieron a Cristo hasta el Calvariopara resucitar con Él en la gloria de la Jerusalén ce-lestial» y, al mismo tiempo, nos hemos acogido a laintercesión de aquellos que son modélicos confeso-res e intercesores principales en el Cuerpo místicode Cristo.

Esta gran fiesta de toda la Iglesia y, en especial,de la Iglesia en España, tierra bendecida por la san-

gre de los mártires (como nos recordaba el cardenalAngelo Amato, en la homilía de las beatificaciones),comenzó la vigilia, día 12, festividad de NuestraSeñora del Pilar, con dos actos que había por la tar-de: la celebración de las Vísperas, y la representa-ción de la pasión de san Fructuoso y sus diáconosAugurio y Eulogio, protomártires del siglo III enTarragona.

A las 7 de la tarde, en la catedral basílica deTarragona, metropolitana primada, tuvo lugar la ce-lebración de las primeras Vísperas del domingo,cuyo himno reflejaba lo que sentía la asamblea queallí estaba congregada:

Sanctorum meritis inclyta gaudiapangamus, socii, gestaque fortia;nam gliscit animus promere cantibusvictorium genus optimum.

(Los gozos bien merecidos de estos santoscantemos, hermanos, y sus hechos heroicos:pues a nuestro ánimo gusta de ensalzar con himnosa esta raza de vencedores.)

Efect ivamente, para eso estábamos enTarragona: para cantar, con el corazón lleno de ale-gría, los gozos merecidos de esta raza de vencedo-res que ya está gozando de las alegrías eternas delCielo, participando de la victoria de Cristo sobrela muerte y sobre el pecado. Monseñor Jaume PujolBalcells, arzobispo de Tarragona, en la homilía deestas Vísperas nos recordaba este hecho, que losmártires forman parte de la victoria de Cristo, a lavez que esclarecía la causa de su muerte y el porqué la Iglesia no los puede olvidar, desvaneciendofalsedades y tergiversaciones que se han podido es-cuchar acerca de ello: «Los mártires son del Se-ñor, pertenecen a la victoria del Señor, no a la delos hombres. Son un anuncio de paz y de reconci-liación. Es simplemente la Iglesia que, retomandola tradición desde los primeros siglos, no puede ol-vidar a aquellos que murieron por causa del Señory del Evangelio. Ellos escribieron el Libro de laVerdad rubricado con sangre. Son los que siguie-ron al Señor imitándole». En esta homilía, el arzo-bispo de Tarragona también nos invitaba a ser cris-tianos valientes, a no vivir acomplejados por el he-

Firmes y valientes testigos de la feCRÓNICA DE LA BEATIFICACIÓN

OLEGUER VIVES

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cho de ser cristianos, a salir de nosotros mismos yser luz, con nuestra fe y nuestra actitud, para losdemás, tal y como lo fueron nuestros mártires apesar de saber que se jugaban la vida, cosa que noimpidió que se mostraran ‘firmes y valientes en lafe’: «nuestros mártires no se avergonzaron ni desu bautismo, ni de su condición sacerdotal ni de suconsagración religiosa ni de ser cristianos, católi-cos. En un momento límite no escondieren ni rene-garon de su condición. Pido al Señor, a través de laintercesión de nuestros mártires, que nuestros cris-tianos salgan de todo anonimato, que no escondanel tesoro de la fe, sean luz en el celemín para ilu-minar a todos. ¡Nunca jamás una actitud vergon-zante de la fe! ¡El mundo necesita estos cristia-nos!». El Santo Padre insistió en esto mismo en elbreve mensaje que nos dio al día siguiente, mo-mentos antes de iniciarse la ceremonia de lasbeatificaciones. «Cristianos con obras y no de pa-labras», pedía el Papa, «cristianos hasta el final,aunque haya dificultades, y no cristianos medio-cres, cristianos barnizados de cristianismo pero sinsustancia» para ser, de este modo, «fermento deesperanza» en este mundo. No es la primera vezque el Papa nos exhorta a salir de nosotros mis-mos. Para poner dos ejemplos, podemos recordarsu primera audiencia general, en la que nos invita-ba a ir al encuentro de los demás, y también el fa-

moso Hagan lío, en la pasada Jornada Mundial dela Juventud.

El otro acto que tuvo lugar la vigilia de lasbeatificaciones, fue la representación de la Passiode san Fructuoso, que narra el proceso martirial delobispo de Tarragona, san Fructuoso, y de susdiáconos Augurio y Eulogio, protomártires hispáni-cos, ejecutados en la hoguera, en el anfiteatro de laciudad el año 259, en la persecución de Valeriano.En Tarragona se conserva la tradición de estos pri-meros mártires hispanos a los que san Agustín serefiere con admiración. La representación se reali-zó dos veces, en la plaza de toros de Tarragona, a lolargo de toda la tarde. Nos puso en contexto con elacontecimiento que íbamos a celebrar al día siguientey, a lo largo de las seis escenas, nos ayudó a pene-trar en este mensaje que llena de gloria las páginasde la Iglesia hispánica, ya desde los primeros siglos:el mensaje que nos han dejado aquellos que han dadoun testimonio preclaro de la fe; el mensaje de aque-llos cristianos ganados por Cristo, discípulos que hanaprendido bien el sentido de aquel ‘amar hasta elextremo’ que llevó a Jesús a la cruz; un mensaje quenos anima a no tener miedo, a ser valientes. Fuemuy emocionante el momento final de la represen-tación, en el que podíamos ver los rostros de losmártires, que serían beatificados al día siguiente,proyectados en la cubierta de la plaza de toros, cosa

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que obligaba a los asistentes a levantar la vista ha-cia el Cielo, donde se encuentran estos hermanosnuestros, mientras la coral cantaba «Pugeu, pugeu»(«Subid, subid») de la Pontifical de flames. Estosrostros de los mártires, que también pudimos con-templar al día siguiente, mientras el cardenal AngeloAmato, prefecto de la Congregación para las Cau-sas de los Santos, los iba nombrando, eran rostrosque transmitían paz, serenidad. Eran un reflejo vivodel amor que esos hombres tenían por Cristo. Conestos rostros todavía en el pensamiento, nos despe-dimos hasta la mañana siguiente.

A la mañana siguiente, nos levantamos con unsol radiante. Decenas de miles de católicos llega-dos desde diversos puntos de nuestra geografía, fie-les devotos de nuestros mártires, iban llenando elComplejo Educativo de Tarragona, lugar donde ibaa celebrarse la ceremonia de las beatificaciones. Amedida que los autocares iban acercándose, uno sedaba cuenta de la magnitud de la fiesta que íbamosa celebrar sólo con ver como se paralizaban las ca-rreteras colindantes. La procesión de fieles que ibanllegando apresuraba el paso hasta el acceso al re-cinto.

Momentos antes de la ceremonia, tuvimos el grangozo de ver cómo se hacía presente el Papa, trans-mitiéndonos un breve mensaje en el que nos anima-ba a ser cristianos con sustancia. Acto seguido diocomienzo la celebración en la que, después de laaspersión del agua, monseñor Jaume Pujol Balcells,arzobispo de Tarragona, lugar donde se instruyó lacausa con mayor número de mártires, acompañadode todos los arzobispos y obispos en cuyas diócesisse introdujeron las 33 causas, elevó su demanda anteel representante del Papa, el cardenal Amato: «Emi-nencia: los arzobispos y obispos en cuyas diócesisse introdujeron las 33 causas que agrupan 522 már-tires del siglo XX en España pedimos humildementea Su Santidad el papa Francisco que se digne inscri-bir en el número de los beatos a estos venerablessiervos de Dios. […] No pocos de ellos tuvieronexplícita ocasión de evitar el martirio mediante al-gún gesto o palabra de renuncia a su fe, pero todosantepusieron, con gozo y firmeza, la fidelidad alSeñor a su propia vida. […] En todos ellos brilla lafe, la esperanza y el amor como testimonio de laverdad del Evangelio».

El cardenal Amato, por mandato del papa Fran-cisco, dio lectura a la carta apostólica en la que SuSantidad inscribía en el Libro de los Beatos a losvenerables siervos de Dios que dieron la vida en de-fensa de la fe: «Nos, acogiendo el deseo de nuestroshermanos en el episcopado y de muchos fieles cris-tianos, obtenido el parecer de la Congregación paralas Causas de los Santos, con Nuestra autoridad apos-tólica, concedemos la facultad de que los venera-

bles siervos de Dios (fue nombrando a los integran-tes de las distintas causas) que en España, en el si-glo XX, derramaron su sangre para dar testimoniodel Señor Jesús, desde ahora en adelante sean lla-mados beatos, y se pueda celebrar cada año su festi-vidad, en los lugares y según los modos estableci-dos por el derecho, cada año el día 6 de noviembre.En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu San-to. Amén». Inmediatamente, la multitud congrega-da entonó con fervor el Christus vincit. Acababande ser beatificados tres obispos: los siervos de Dios,Salvio Huix, de Lérida; Manuel Basulto, de Jaén yManuel Borràs, de Tarragona. También un buen gru-po de sacerdotes diocesanos, sobre todo deTarragona. Y muchos religiosos y religiosas: bene-dictinos, hermanos hospitalarios de San Juan deDios, hermanos de las Escuelas Cristianas, siervasde María, hijas de la Caridad, redentoristas, misio-neros de los Sagrados Corazones, claretianos, ope-rarios diocesanos, hijos de la Divina Providencia,carmelitas, franciscanos, dominicos, hijos de la Sa-grada Familia, calasancias, maristas, paúles,mercedarios, capuchinos, franciscanas misioneras dela Madre del Divino Pastor, trinitarios, carmelitasdescalzos, mínimas, jerónimos; también seminaristasy laicos; la mayoría de ellos eran jóvenes; tambiénancianos; hombres y mujeres.

En su homilía, una homilía preciosa, una homi-lía valiente y atrevida, el cardenal Amato, nos re-cordó que los mártires derramaron su sangre a causade su fe, en un momento de especial persecuciónpara la Iglesia de nuestra tierra: «Recordemos deantemano que los mártires no fueron caídos de laGuerra Civil, sino víctimas de una radical persecu-ción religiosa, que se proponía el exterminio pro-gramado de la Iglesia. Estos hermanos y hermanasnuestros no eran combatientes, no tenían armas, nose encontraban en el frente, no apoyaban a ningúnpartido, no eran provocadores. Eran hombres y mu-jeres pacíficos. Fueron matados por odio a la fe,sólo porque eran católicos, porque eran sacerdo-tes, porque eran seminaristas, porque eran religio-sos, porque eran religiosas, porque creían en Dios,porque tenían a Jesús como único tesoro, más que-rido que la propia vida. No odiaban a nadie, ama-ban a todos, hacían el bien a todos. Su apostoladoera la catequesis en las parroquias, la enseñanzaen las escuelas, el cuidado de los enfermos, la ca-ridad con los pobres, la asistencia a los ancianos ya los marginados. A la atrocidad de los perseguido-res, no respondieron con la rebelión o con las ar-mas, sino con la mansedumbre de los fuertes.» Almismo tiempo, expuso claramente el porqué de lasbeatificaciones, dando, principalmente, tres moti-vos. El primero de ellos es recordar el sacrificioque hicieron y honrar esta entrega: «la Iglesia no

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quiere olvidar a estos sus hijos valientes. La Igle-sia los honra con culto público, para que su inter-cesión obtenga del Señor una lluvia beneficiosa degracias espirituales y temporales en toda España.La Iglesia, casa del perdón, no busca culpables.Quiere glorificar a estos testigos heroicos del evan-gelio de la caridad, porque merecen admiración eimitación». El segundo motivo es porque son unejemplo de perdón: «Ante todo nos invitan a per-donar. El papa Francisco recientemente nos ha re-cordado que «¡El gozo de Dios es perdonar! ¡Aquíestá todo el Evangelio, todo el cristianismo! No essentimiento, no es “buenismo”. Al contrario, la mi-sericordia es la verdadera fuerza que puede salvaral hombre y al mundo del “cáncer” que es el peca-do, el mal moral, el mal espiritual». Y por último,quiso subrayar que estos testimonios nos invitan ala conversión, a hacer el bien y no el mal, a sercristianos auténticos y no barnizados de cristianis-mo: «el de la conversión del corazón a la bondad ya la misericordia. Todos estamos invitados a con-vertirnos al bien, no sólo quien se declara cristianosino también quien no lo es. La Iglesia invita tam-bién a los perseguidores a no temer la conversión,a no tener miedo del bien, a rechazar el mal. […]Todos –buenos y malos– necesitamos la conver-sión».

Durante la comunión se entonó el tradicionalCantemos al amor de los amores , seguidofervorosamente por la totalidad de los fieles, y lacelebración concluyó con el Virolai, interpretado porla Escolania de Montserrat, que ya habían cantado

en el ofertorio y en la postcomunión, en un día es-pecial para ellos, ya que habían sido beatificadosveinte monjes de esa comunidad, y el Himno a losmártires del siglo XX.

Era hora de volver cada uno a su casa, acogién-donos a estos nuevos intercesores y con el corajeque nos da el testimonio de sus vidas para vivir ple-namente la fe.

Con la oración del mensaje de la ConferenciaEpiscopal Española, pidámosles a los mártires suayuda para que, a ejemplo suyo, mantengamos fir-me la fe, aunque haya dificultades, y seamos así fer-mento de esperanza y apóstoles del Evangelio ennuestra sociedad:

Oh Dios, que enviaste a tu Hijo para que mu-riendo y resucitando nos diese su Espíritu de amor:nuestros hermanos, mártires del siglo XX en Espa-ña, mantuvieron su adhesión a Jesucristo de mane-ra tan radical y plena que les permitiste derramarsu sangre por Él y con Él. Danos la gracia y la ale-gría de la conversión para asumir las exigencias dela fe; ayúdanos, por su intercesión, y por la de laReina de los Mártires, a ser siempre artífices de re-conciliación en la sociedad y a promover una vivacomunión entre los miembros de tu Iglesia en Espa-ña; enséñanos a comprometernos, con nuestros pas-tores, en la nueva evangelización, haciendo de nues-tras vidas testimonios eficaces del amor a ti y a loshermanos. Te lo pedimos por Jesucristo, el testigofiel y veraz, que vive y reina por los siglos de lossiglos. Amén.

La beatificación del Año de la Fe es una ocasión de gracia, de bendición y de paz para la Iglesiay para toda la sociedad. Vemos a los mártires como modelos de fe y, por tanto, de amor y deperdón. Son nuestros intercesores, para que pastores, consagrados y fieles laicos recibamos la luzy la fortaleza necesarias para vivir y anunciar con valentía y humildad el misterio del Evangelio (cf.Ef 6, 19), en el que se revela el designio divino de misericordia y de salvación, así como la verdadde la fraternidad entre los hombres. Ellos han de ayudarnos a profesar con integridad y valor la fede Cristo.

Los mártires murieron perdonando. Por eso, son mártires de Cristo, que en la cruz perdonó asus perseguidores. Celebrando su memoria y acogiéndose a su intercesión, la Iglesia desea sersembradora de humanidad y reconciliación en una sociedad azotada por la crisis religiosa, moral,social y económica, en la que crecen las tensiones y los enfrentamientos. Los mártires invitan a laconversión, es decir, «a apartarse de los ídolos de la ambición egoísta y de la codicia que corrom-pen la vida de las personas y de los pueblos, y a acercarse a la libertad espiritual que permitequerer el bien común y la justicia, aun a costa de su aparente inutilidad material inmediata.»[8] Nohay mayor libertad espiritual que la de quien perdona a los que le quitan la vida. Es una libertad quebrota de la esperanza de la gloria. «Quien espera la vida eterna, porque ya goza de ella por adelan-tado en la fe y los sacramentos, nunca se cansa de volver a empezar en los caminos de la propiahistoria».

Los obispos españoles hablan de los mártires

Mensaje de la Conferencia Episcopal Española(19 de abril de 2013)

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MONSEÑOR Salvio Huix Miralpeix es el pri-mer obispo mártir titular de una diócesiscatalana desde que hace diecisiete siglos

san Severo fue martirizado durante la persecuciónde Diocleciano. Su beatificación es un singularsigno de esperanza para la Iglesia en tierras cata-lanas.

Hijo de familia campesina tradicionalista de ferecia, nació en su casa solariega de Huix de SantaMargarita de Vellors, provincia de Gerona, y obis-pado de Vic. El padre, con espíritu de zuavo pon-tificio, dejó escrito uno de sus propósitos de Ejer-cicios Espirituales: «… por el Papa, hasta dar lavida, si es preciso». Dice su biógrafo NarcisoTubau que «en su fondo humano el padre Huix eraun soldado de la Tradición». En la casa residíasiempre un sacerdote. La misa diaria en el orato-rio familiar, el rosario en familia, la visita al San-tísimo Sacramento y los meses de María y del Sa-grado Corazón eran las prácticas habituales de supiadosa familia.

Salvio entra a los doce años en el seminario deVic, siendo ordenado sacerdote en 1903 por el obis-po Torras y Bages, e ingresando en 1907 en la Con-gregación del Oratorio de San Felipe Neri, de la quesería elegido prepósito en 1922. Veinte años perma-necerá como «filipón» en Vic.

Profesor en el seminario, la mayoría de sus dis-

cípulos lo escogieron como director espiritual, asícomo multitud de jóvenes y padres de familia. Selevantaba a las cuatro y media. Después de una horade meditación, entraba en el confesionario, del cualsólo se levantaba para celebrar, volviendo otra vezy permaneciendo en él mientras hubiera penitentes.Por la tarde, otra hora de meditación y más confe-sionario. El padre Huix se acostaba siempre despuésde medianoche. ¿Cuántas horas dormía? Muy pocasy aun éstas eran con muchísima frecuencia interrum-pidas por la llamada de los enfermos, dándose elcaso de tener que levantarse cuatro veces en una solanoche para atender a otros tantos en peligro de muer-te. Era el alma de la ferviente vida religiosa en laCiudad de los Santos.

Como director de la Congregación Mariana deVic, organizó la primera asamblea de Congregacio-nes Marianas de Cataluña. En 1923 organizó los ac-tos de coronación canónica de la Virgen de la Glevacomo patrona de la Plana de Vic, con tal éxito que elnuncio monseñor Tedeschini quedó admirado de susdotes y piedad. Durante el banquete festivo, al noverle en el salón, el nuncio preguntó por él para fe-licitarle. Fueron a buscarlo, hasta hallarlo, por fin,absorto ante el Santísimo. Cuatro años después, en1927, le proponía para obispo de Ibiza, diócesis quellevaba 75 años sin obispo propio y precisaba de unpastor celoso y capaz.

Monseñor Salvio Huix, primer obispo mártir catalánen diecisiete siglos

JOSÉ-JAVIER ECHAVE-SUSTAETA

El martirio pertenece a la entraña misma de la fe cristiana. Mártir fue Jesucristo, mártires fueronlos apóstoles, muchos obispos y no pocos papas de los primeros siglos, y mártires han sido, conmucha frecuencia, los primeros evangelizadores y evangelizados de los países donde se implantabael cristianismo. Ha habido momentos de especial virulencia, como las persecuciones durante el Impe-rio romano. Pero el siglo XX se lleva la palma, como lo atestiguan la persecución hitleriana, y lassoviética y china. La que tuvo lugar en España entre 1934 y 1939 no les queda a la zaga.

La Iglesia no busca intencionadamente el martirio. Más aún, desea que todos sus hijos puedanvivir en paz su fe y que ninguno sea represaliado por tratar de vivir como discípulo de Jesucristo. Sinembargo, cuando se encuentra ante la alternativa de conservar la vida o traicionar la fe, la Iglesia noduda en aceptar la muerte, antes que ser infiel a su Fundador. No importan la edad ni las demáscircunstancias. De hecho, en la persecución española antes citada, murieron sacerdotes y religiososen plena juventud, otros en la madurez de su vida, otros cuando daban clase en un colegio de ense-ñanza o regían una diócesis como obispos.

Los obispos españoles hablan de los mártires

Monseñor FRANCISCO GIL HELLÍN,arzobispo de Burgos

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Obispo de Ibiza y de Lérida

SE fijó como objetivo pastoral reavivar en susdiocesanos las tres devociones que estimabafundamentales: al Santísimo Sacramento, al

Sagrado Corazón de Jesús, y a la Virgen María, ensu advocación patronal ibicenca de nuestra Señorade las Nieves.

Gobernó con prudencia su diócesis, pero ante lasleyes sectarias de la República defendió con valor yentereza los sagrados derechos de la Iglesia y la fedel pueblo. Así, cuando aquellas leyes ordenaronquitar las cruces de los cementerios, organizó pro-cesiones de penitencia y reparación, y en las gradasde la catedral monseñor Huix aguardó la llegada delgran crucifijo que venía desterrado del cementerio;lo abrazó, lo cargó sobre sus hombros y lo entró enla catedral entre la emoción de los fieles que la aba-rrotaban.

En 1930 el obispo de Lérida monseñor ManuelIrurita fue preconizado al obispado de Barcelona,siguiendo como administrador apostólico, hasta queen enero de 1935 monseñor Tedeschini propuso aSalvio Huix como obispo titular de Lérida.

Sólo un año llevaba como obispo de Lérida a lallegada de la fase sangrienta de la persecución reli-giosa. No le vino de sorpresa, pues había predicholas consecuencias que traerían las leyes inicuas ylas protervas doctrinas con que altas instancias ha-bían ido envenenando durante años el alma de tan-tas pobres gentes. El 6 de junio de 1936 ordenabaen la catedral a varios sacerdotes que en cosa de unmes iban a ser llevados al martirio como su preladoordenante.

Premonición de martirio: confidencias entredos obispos mártires: Salvio Huix y ManuelIrurita

EN reseña del viaje a Roma en visita adlimina, escribe monseñor Huix: «Sentía-mos como el corazón nos palpitaba con fe

renovada y confirmada, en firme propósito de fide-lidad hasta la muerte y el martirio si fuera menester,con la ayuda de la divina gracia».

El doctor Amadeo Colom Freixa, que fuera fa-miliar del obispo Huix, le contó a mosén SalvadorNonell, fundador de Hispania Martyr, como él fuetestigo de excepción de una distendida conversa-ción entre dos prelados que pronto iban a ser már-tires. Pocos días antes del estallido de la guerra,monseñor Irurita, de paso por Lérida de regreso aBarcelona desde su Navarra natal, visita a monseñorHuix, su amigo y sucesor en la mitra. Comen jun-tos y comentan las crecientes amenazas que se cier-

nen sobre sus personas como máximos represen-tantes de sus respectivas Iglesias diocesanas, y con-vienen en no abandonar a sus fieles, pase lo quepase, y en ofrecer a Dios sus vidas defendiendo lafe católica del pueblo en la persecución de sangreque ahora sentían ya segura y cercana. «Y se pre-guntan mutuamente si Dios les tendrá por dignosdel martirio; y en caso afirmativo, si sabrían pres-tar ellos la docilidad necesaria, y se animaban tú atú, ambos obispos, a decir sí… Y todos sabemos loque pasó…».

El martirio de monseñor Huix le causó amonseñor Irurita extraordinaria pena y dolor, y que-riendo imitar la conducta de su amigo, anunció a lafamilia Tort, en cuya casa se refugiaba, que, comoél, iba a presentarse a las autoridades para ser tam-bién sacrificado. Mucho le costó a esta familia y asu vicario general, el padre Torrent, disuadirle deeste propósito.

Comienza el viacrucis martirial

EL 20 de julio monseñor Huix dice aún misaen su capilla, pero a mediodía golpean lapuerta de palacio gentes armadas asistidas

de un oficial y varios guardias de Asalto exigiendopracticar un registro en busca de armas. El tenientede la Guardia de Asalto que asume el papel de diri-gente lanza una velada amenaza: «Desde el campa-nario de San Lorenzo se ha causado la muerte deuna persona, por disparo…» y comienza el saqueode las dependencias por una turba de forajidos pro-tegida por la Autoridad. El obispo contiene al fami-liar que trata de protestar: «Es inútil, todo se ha deconsumar». La Generalitat ordena que el obispo ysus familiares permanezcan presos dentro de pala-cio y retiran a los guardias, dejándolos al albur de laturba revolucionaria.

La sirvienta Francisca Guiu testimonia en el pro-ceso: «A la una y media de la tarde, 21 de julio, cuan-do ya las turbas habían comenzado a violentar laspuertas del palacio episcopal, tras largas cavilacio-nes, el santo obispo se decide a salir a la calle. Vaci-laba porque, por salvar su vida, nunca hubiera toma-do él semejante resolución, ya que “su deber –decía–era de no abandonar su puesto, en el cual había re-suelto morir”, pero la tomó para salvar la vida desus familiares, todos los cuales, hasta el último por-tero, se resistían a abandonarle, no obstante las rei-teradas instancias para que se pusiesen a salvo». Estasu decisión de salir sólo para proteger la vida de losdemás, al cabo de los hechos, se demostrará acerta-da, pues, por su salida de palacio, «de todos aque-llos que estuvieron con él hasta el último momento,ni uno solo pereció».

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Por el huerto, salió de su residencia y se dirigió ala casa de unos familiares de los porteros, distanteunos diez minutos, en las afueras de la ciudad, casien plena huerta, los cuales se la habían ofrecidoaquella misma mañana. Las noticias de los incen-dios, saqueos y asesinatos de personas y familiasenteras, y la de la llegada a la ciudad de varias co-lumnas de los terribles milicianos de Barcelona,hacen que el pánico se apodere de esta modestísimafamilia de labradores, tan dispuesta días antes a te-ner bajo su techo a su buen pastor, y el día 23 eldueño le advirtió que su presencia les llenaba dedesazón, y le dijo con toda claridad que, por el peli-gro en que los ponía a todos, más valía que se mar-chara. Don Salvio salió a las nueve de la noche soloy desorientado.

«Soy el obispo de Lérida y me entregoa la caballerosidad de ustedes»

EL doctor Huix, al salir de aquel refugio, al fi-nal de la calle Alcalde Costa, junto a la carre-tera de Madrid, ve un control, con unos nú-

meros de la Guardia Civil y unos milicianos, y sedirige a los primeros diciendo: «Soy el obispo deLérida y me entrego a la caballerosidad de ustedes».La sorpresa es enorme. Los guardias civiles discu-ten con los milicianos, que lo quieren matar allí mis-mo, pero se impone el criterio de los guardias deconsultar antes a la Generalidad. Llaman comuni-cando que tienen a «un pez gordo» y que ellos creenque lo procedente en aquel momento es llevarlo a lacárcel, en aquellas circunstancias el mejor refugio.Llegaron al poco un grupo de guardias de Asalto,que se hicieron cargo del detenido. Hacia las oncede la noche entra el obispo en la prisión, vestidocon traje negro, e ingresa en la antigua capilla de laplanta baja, donde encuentra hacinadas a unas se-tenta personas, una de las cuales –el tradicionalistaLisardo Portal– le cede su petate de dormir. El obis-po es un preso más.

El Boletín Eclesiástico de la Diócesis, número 3de 1938, da cuenta de sus doce días de estancia enla cárcel, y de cómo le recuerdan sus compañeros:«Obispo, humilde y sencillo, no permitía ser rele-vado en los oficios más bajos, yendo a por agua yhaciéndolo todo como los demás presos; distribuíasiempre la comida que almas piadosas le traían en-tre los reclusos más necesitados, contentándose conel rancho de la cárcel; valiente y apostólico, anima-ba a todos con su palabra, ejerciendo decididamen-te los sagrados ministerios, confesando, predicandoa grupos de fieles, distribuyendo la Sagrada Comu-nión...». La sirvienta Francisca corrobora que esta-ba a rancho, pues repartía con los necesitados lo que

ella le llevaba; que barría los suelos, lavaba los pla-tos y limpiaba el sucísimo retrete.

El inesperado Real Visitante de la vísperade Santiago

EL 24 de julio, víspera de Santiago, ingresabaen la cárcel de Lérida mosén AntonioBenedet, cura de Benavent. Avisado en su

pueblo del peligro que sobre él se cernía, pues ya suiglesia está ardiendo, corre a salvar el Sacramento,y huye con el copón a una masía. Al poco fue dete-nido por unos patrulleros que tenían mucha prisa y,sin apenas registrarlo, le empujan a palos hasta sucamión, sin advertir que bajo la sotana de cura va elSantísimo. Así llega a la cárcel. Un vez en la celda,mosén Benedet le entrega su tesoro al obispo, quelo irá distribuyendo cada día a todos los presos queasisten a su misa clandestina.

El obispo, baza disputada entre los Comitésde Lérida y la Generalitat

LAS autoridades efectivas en la ciudad del Segreeran por entonces el Comité militar y el deSalud Pública. Sus jefes, Juan Farré y José

Rodes, ambos del POUM, forcejeaban entre sí porel destino a dar a la persona del obispo preso, bazaimportante para su reputación y méritos revolucio-narios. Rodes fue designado comisario de OrdenPúblico y logró enseguida que los guardias de Asal-to y la Guardia Civil reconocieran el nuevo poderrevolucionario.

Según Álvarez Pallàs –en Lérida bajo la horda,pág. 43–, el Comité militar había logrado «gran po-pularidad entre la chusma ordenando el fusilamien-to de los jefes y oficiales de la guarnición», en tantoque el Comité de Salud Pública, celoso de este aplau-so, «estimaba conveniente la selección y fusilamien-to de los numerosos detenidos, incluyendo entre ellosla figura destacada del señor obispo», temiendo ade-más que el Comité militar afianzase su prestigio re-volucionario si era él quien llevaba a cabo golpe detanta resonancia».

Barcelona reclama la entrega del obispo Huix

A esta rivalidad sobre quién debe «despachar»el asunto del obispo, se suma un tercer pre-tendiente: el Departament de Governació de

la Generalitat de Catalunya, que reclama al prisio-nero, entre otros de acusada personalidad, para juz-garlos en la Ciudad Condal. Dice Fernando Gómez

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Catón en su Iglesia de los mártires, que se tratabade dar impresión de legalidad al caso; que la des-confianza entre los tres poderes era mutua, que nose puede calibrar esta rivalidad en sus profundas mo-tivaciones, «pero que el descabezamiento de la so-ciedad eclesial era la primera preocupación revolu-cionaria».

La orden de Barcelona es protestada, alegando,con razón, que la jurisdicción para juzgar a los pre-sos leridanos no corresponde a Barcelona, sino a la«justicia» de Lérida. Governació insiste y los comi-tés de Lérida exigen que la orden de traslado se lesdé por escrito, pero la autoridad barcelonesa, no que-riendo dejar pruebas, insiste en que se cumpla y mástarde enviará escrito. El comité más recalcitrante,el de Salud Pública, al fin dio su conformidad altraslado, aunque planeando el modo de burlarlo me-diante su asalto y asesinato a la salida de la ciudad.

En la madrugada del 5 de agosto, fiesta de laVirgen Blanca

ERA la madrugada del 5 de agosto, festividadde Nuestra Señora de las Nieves, patrona deIbiza, por cuya advocación siente monseñor

Huix devoción destacada. Se despierta a los presosenumerados en una lista. La lista de saca incluye laapostilla «Para su traslado a Barcelona», bajo la cus-todia del sargento Venancio Navas. Momentos an-tes de la salida, el obispo, que intuye su destino,prepara a todos los compañeros para este viaje sinretorno, dándoles la comunión. A las tres y mediade la madrugada les montan en la caja de un ca-mión. Acompañan al sargento unos pocos guardias.Cruzan el puente sobre el Segre y enfilan la carrete-ra de Barcelona. A la altura del cementerio, Navas ysu gente se ven frente a «una partida de unos dos-cientos hombres armados» que en medio de la ca-rretera les cierran el paso.

«No temáis, la mejor confesión es el martirio.»

EL camión y comitiva se detuvieron. –«¿A dón-de vais con éstos? –A Barcelona. –¿La ordende traslado? –La tenemos verbal. –No sirve,

¡todos abajo!». El historiador Arrarás se pregunta silos doscientos milicianos que detuvieron el camiónde los presos iban de acuerdo con el sargento Na-vas, responsable del traslado de los presos encomen-dados a su custodia, al no haberlos defendido, nihaberse provisto escolta suficiente. Venancio Navasaduce en su descargo que entre los milicianos queimpidieron el paso de su convoy con los presos se

hallaba su jefe el alférez de Guardias de AsaltoRuperto Montoro, que le ordenó se retirara, ya queél se hacía cargo de los presos.

Encañonados, los encaminan hacia el cemente-rio. Por el camino de cipreses piden al obispo con-fesión y absolución. Monseñor Huix les tranquilizasonriente: «No temáis, la mejor confesión es el mar-tirio.»

Nuestra Señora de las Nieves, patrona de Ibiza

ESCRIBE Tubau que este viacrucis «no le inmu-tó ni le quitó la serenidad de espíritu, por-que, como san Esteban, vio los Cielos abier-

tos». Ruega a los fusileros lo dejen el último paraconfortar a sus compañeros. Mirando a su prelado yrecibiendo su bendición fueron cayendo todos. Unode los escopeteros miraba al obispo con ojeriza y ledisparó a la mano derecha, pero monseñor Huix con-tinuó bendiciendo con la izquierda. Al llegarle suvez aquel pobre hombre quiso ser su verdugo, y ledisparó varias veces sin derribarle, exclamando:«¡Parece de madera!». Finalmente fue abatido.

«El Señor le había concedido la gracia del mar-tirio, que tanto había pedido», escribe un ancianosacerdote, cuyo testimonio recoge Narciso Tubau:«El martirio, el dar su sangre, para el padre Huixno era sólo un deseo; constituía, como si dijéra-mos, una verdadera y constante obsesión». En unopúsculo que redactó en Vic para sus dirigidos secontiene este ofrecimiento: «Os pido, Señor, la gra-cia de querer sufrir siempre cualquier tribulación,trabajo o enfermedad e incluso la muerte… y de-rramar la sangre si es necesario para sostener ydefender el honor de vuestro sagrado Evangelio.Confirmad Vos este propósito y con vuestra virtuddivina haced eficaz y perseverante esta promesamía». De regreso de Roma tras visita ad limina,recordando las palabras de su padre, escribe: «Sen-tíamos como el corazón nos palpitaba con fe reno-vada y confirmada, con adhesión más filial al San-to Padre, y firmes propósitos de fidelidad hasta lamuerte y el martirio, si fuera menester, con la ayu-da de la divina gracia».

Este deseo iba a cumplirse al amanecer del 5 deagosto de 1936, festividad de Nuestra Señora de lasNieves, patrona de Ibiza. La Reina del Cielo, agra-decida, había hecho su postrer regalo a su fiel y va-leroso siervo: el de llevarlo consigo por el caminodirecto del martirio a celebrar con ella su fiesta,como primicia y cabeza de sus 270 sacerdotesdiocesanos, dos tercios del total, que iban a ser, comoél, inmolados por la fe en Lérida.

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«Cuando viene el lobo, se pone de manifiestoquien es pastor y quien mercenario» (sanGregorio Magno)

MANUEL Basulto Jiménez nació en Adanero(Ávila) en 1869. A los 11 años ingresó enel seminario diocesano, y fue ordenado

sacerdote a los 23. Profesor de metafísica en el semi-nario, se licenció en Derecho en Valladolid, y regen-tó la canonjía de magistral de León y la de lectoral deMadrid. En 1910, a sus 40 años, fue consagrado obis-po de Lugo. Su teresiano lema episcopal, «A quienDios tiene, nada le falta», indica la sobrenaturalidadde su pontificado: promovió obras de espiritualidadfirme como la Adoración Nocturna, o el Apostoladode la Oración, y secundó la llamada del Papa a laAcción Católica. Su celo por extender el Evangeliose refleja en el lema de su escudo, en el que figuraun corazón herido por transverberación con la fra-se: «¡Oh, Señor, quien no os conoce no os ama!»Piadoso y afable, fue padre y amigo de sus sacerdo-tes; se ocupó de su formación y vida espiritual, sinolvidar su previsión social, y mantuvo un trato cer-cano y sencillo con sus diocesanos. Al cabo de diezaños en la diócesis de Lugo, en 1920, Benedicto XVle nombraba obispo de Jaén.

Su buen gobierno, su bondad, su piedad, su sabi-duría y prudencia en tiempos normales, así como suvalor en tiempos difíciles, le significaron como pas-tor a quien pueden aplicarse las palabras de sanGregorio Magno en su comentario al evangelio delBuen Pastor: «No puede reconocerse si uno es pas-tor o mercenario mientras falte la ocasión oportuna,porque en tiempo normal el mercenario generalmen-te también atiende al cuidado de la grey, como elpastor, pero cuando viene el lobo, da a conocer conque disposición de ánimo estaba uno guardando lasovejas» (Homilías sobre los Evangelios, 1,14).

Y llegaron los tiempos de prueba. En junio de1936 ordenaba a seis nuevos sacerdotes. En su ho-milía de ordenación explicitó la actualidad de laspalabras de Jesús: «Mirad que os envío como cor-deros en medio de lobos…». Y les exhortaba a estardispuestos a dar la vida por la salvación eterna delas almas de los fieles que iba a confiarles. A uno deellos, Manuel Casado, un mes después le era acep-tado su ofrecimiento de poder dar su vida por Cris-to, al igual que su obispo ordenante.

«Quien pone la mano sobre el arado y vuelvela vista atrás, no es digno del Reino.»

EN los días primeros tras el alzamiento militar,ante el cariz de los acontecimientos, el go-bernador civil le ofrece al obispo la posibili-

dad de facilitar su marcha a Ávila, donde podría sal-var su vida, pero don Manuel la rechazó de formatajante, pues había dispuesto quedar al lado de susfeligreses, corriendo sus mismos riesgos, y recor-daba que «quien pone la mano sobre el arado y vuel-ve la vista atrás, no es digno del Reino.».

El 2 de agosto de 1936 un grupo de milicianos,escoltados por la policía, intentaban descerrajar laspuertas del palacio episcopal. El obispo se las abrióde par en par, e irrumpieron en busca de armas. Nolas había, pero, bajo el usual pretexto de que desdealgún campanario se había disparado contra el pue-blo, fueron detenidos el obispo monseñor Basulto,su hermana Teresa, su cuñado Mariano y su vica-rio general, Felix Pérez Portela. El obispo pidiópasar por la capilla para consumir el Santísimo,pero el jefe de los milicianos se lo negó con blas-femias, y a las 11 de la noche fueron llevados to-dos a la catedral, ya repleta de presos. A la familiadel obispo, para mejor controlarla, la ubicaron enuna sala apartada, por lo que el obispo apenas po-día comunicarse con los demás prisioneros. Enaquellos días de prisión, estuvo atento a los pro-blemas de gobierno, encomendando a uno de lossacerdotes allí detenidos que transmitiera a donJuan Aragón su nombramiento como gobernadoreclesiástico, por lo que pudiera pasar. Durante susdiez días de cárcel se recogió en un silencio de ora-ción meditativa y contemplativa. Había ofrecido suvida a Jesucristo, Rey de los Mártires, por la fe desus diocesanos, y sentía que su ofrecimiento habíasido aceptado.

Monseñor Basulto, llevado al segundo tren dela muerte

LAS autoridades habían concentrado a los de-tenidos de toda la provincia de Jaén en doslugares: la cárcel y la catedral, y ambos se

hallaban desbordados. El director general de prisio-nes, Pedro Villar, ordenó se hiciera un traslado depresos desde Jaén hasta Alcalá de Henares, y el día

El beato Manuel Basulto Jiménez, buen pastor que diosu vida por sus ovejas

ANA DÍAZ

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11 de agosto de madrugada 322 presos de la cárceleran introducidos en un tren especial con destino ala prisión de Alcalá. Por el camino sufrieron penali-dades y ultrajes, siendo asesinados once presos, dosde ellos sacerdotes, pero el resto logró llegar a lacárcel de destino.

A la una de la madrugada del día siguiente, 12 deagosto, leyeron en la catedral una lista de unas dos-cientas cincuenta personas que debían estar prepa-radas para salir, y comenzaron a llegar los camionespara su traslado a la estación. La comitiva atravesólas calles céntricas de Jaén. La gente se apiñaba enlas terrazas de los cafés y aplaudía y vitoreaba puñoen alto el paso de los presos camino del suplicio.Eran ya las 3 de la mañana cuando acabaron deamontonarlos en los diez vagones del tren especial,escoltados por cuarenta guardias civiles. Estando apunto de partir trajeron al obispo acompañado deldirector de la cárcel, y lo subieron a uno de los pri-meros vagones. Partió el tren y, ya amaneciendo,llegó a la estación de Linares-Baeza, donde lo espe-raba una masa de gente armada y vociferante quepedía les fueran entregados los presos para allíasesinarlos. Al paso por Valdepeñas arreciaron losgritos y blasfemias, y al llegar a Espeluy coreabanlas turbas: «¡Que viene el obispo de Jaén, atadle a lacola del tren!». En Manzanares se quiso impedir elpaso del tren invadiendo las vías, y con garfios dehierro pretendían subirse a los vagones, al grito de«¡A por el obispo!, ¿dónde va el obispo? ¡Quere-mos ver al obispo!» Los guardias civiles que le cus-todiaban le iban cambiando de vagón en las estacio-nes para despistar, pues desde una se avisaba a otra,y las turbas se concentraban en los andenes, diri-giendo su odio contra el obispo.

«Si es la voluntad del pueblo, que se losentreguen» (Casares Quiroga, ministro de laGobernación).

LLEGARON al apeadero de santa Catalina, ya enVallecas. El jefe de estación, Luis López, en1939 declaraba: «Cuando hacia las doce del

mediodía llegó el tren a la estación de Santa Catali-na, grandes grupos de milicianos armados lo espe-raban impacientes y comenzaron a dar gritos de ale-gría, pidiendo se les entregaran los prisioneros».

Entonces se presentaron dos camiones de guar-dias civiles y de Asalto, que intentaron conducir eltren hasta Alcalá, pero el populacho se opuso. Nopudieron contenerlos y se abalanzaron sobre el tren.Se llamó por teléfono al ministerio de la Goberna-ción y a la Dirección de la Guardia Civil consultan-do el caso; como las órdenes no eran muy concre-tas, se puso al aparato un individuo llamado Arellano

que, según parece, era el jefe de los libertarios, ytuteando al ministro de la Gobernación, CasaresQuiroga, le dijo que si no le entregaba los prisione-ros, matarían también a los guardias. La contesta-ción del ministro fue: «Si es la voluntad del pueblo,que se los entreguen». Tal respuesta nos recuerdacomo sin la complicidad de Pilatos los judíos nohubieran podido crucificar a Cristo.

De rodillas, brazos en cruz y con el rosarioen la mano

LOS guardias se retiraron, dejando el tren aban-donado en poder de los revoltosos; fue des-viado de su trayectoria a Madrid y llevado a

un ramal de circunvalación hasta las inmediacionesdel lugar llamado «Pozo del Tío Raimundo», siendoaproximadamente las tres de la tarde. Allí fueronhaciendo bajar a los prisioneros y los colocaban juntoa un terraplén frente a tres ametralladoras que losiban fusilando en tandas de una veintena cada vez.La noticia del apresamiento del tren por losmilicianos de Vallecas y de que iban a matar al obis-po de Jaén y demás presos, convocó a unas dos milpersonas ávidas de presenciar el sangriento espec-táculo que, tras cada descarga, hacían ostensible sualegría con ensordecedor vocerío. La escena recuer-da el griterío de los «sans culotte» tras cada caídade guillotina.

Un testigo que pudo escapar de la muerte invo-cando su nacionalidad francesa, declara que le ase-guraron que el obispo, al pasar ante las filas de ca-dáveres los iba bendiciendo, así como hizo con susverdugos, siendo asesinado solo, de rodillas, en bra-zos en cruz y con el rosario en la mano, entre burlase insultos. El que le mató declaró que lo hizo dispa-rando una escopeta cargada de plomo a una distan-cia de metro y medio. La hermana del obispo, doñaTeresa Basulto, única mujer de la expedición, fueasesinada personalmente por una jovenzuela que sebrindó a ello, llamada Josefa Coso, «La Pecosa»,que le disparó todo el cargador de su pistola sobrela nuca.

Junto a monseñor Basulto asesinaron también asu vicario general, don Felix Pérez Portela, que nole quiso abandonar, y que con él ha sido elevado alos altares. En la misma causa han sido también bea-tificados los párrocos y arciprestes Francisco SolísPedraja y Francisco López Navarrete, de ManchaReal y Orcera respectivamente; el seminarista deMonte Lope Álvarez, Manuel Aranda Espejo, y eljoven de Acción Católica, José María Poyatos Ruiz.A partir de su beatificación, podremos tributarlesculto público y encomendarnos a ellos como inter-cesores.

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MANUEL Borràs Ferré nació en l880 en LaCanonja, lindante con Tarragona, hijo delfarmacéutico del pueblo, que falleció

cuando Manuel tenía 4 años, quedando sólo con sumadre Dolores Ferré, en precaria situación. Ingresóen el seminario, y fue ordenado en 1903. Ejerció suministerio en la Curia y en el seminario, y se graduóen Derecho canónico. Sacerdote celoso, puso en mar-cha la Adoración Nocturna y la Obra de Ejercicios.A la vista de su humildad, su prudencia y su efica-cia en la resolución de cuestiones delicadas, al to-mar posesión de la diócesis de Solsona el canónigodon Francisco Vidal y Barraquer, le nombra secre-tario de cámara y gobierno.

Como escribe el actual arzobispo de TarragonaJaime Pujol en el prólogo de su biografía: «ManuelBorràs sería el contrapunto del cardenal Vidal yBarraquer, sombra muda y agradecida a su mentor».Bajo ella permaneció los últimos 21 años de su vida,a quien siempre trató de Vos, pues, como decía: porgrande que sea la familiaridad, «el obispo es siempreel obispo». Sus biógrafos Fuentes y Roig destacan sugran humildad y fidelidad al cardenal Vidal: «Pasardesapercibido a los ojos de los demás era la caracte-rística del obispo Borràs; quedar en un segundo pla-no para que el cardenal pudiera lucir en toda su ple-nitud». Al ser preconizado obispo de Canarias el vi-cario general Miguel Serra Sucarrats, monseñor Vidalnombró para sustituirle al ya canónigo Manuel Borràs.Ambos vicarios generales de monseñor Vidal mori-rían mártires en la persecución religiosa.

«Yo no soy un obispo como los demás; no soysino un ayudante, un auxiliar del señorCardenal, que ya es mayor.»

EN 1934 Manuel Borràs era consagrado obis-po auxiliar de Tarragona, con el título de obis-po de Bísica. En carta al nuncio Tedeschini

le dice proféticamente que acepta el nombramientocomo voluntad de Dios para servir a la Iglesia, y que:«quisiera demostrárselo con amor filial, ferviente yabnegado, y aun sellar con mi propia sangre, si fueramenester». Así lo expresó en su escudo episcopal,cuyo lema era: «Nos has redimido con tu sangre».

Al recibir enhorabuenas y parabienes de su pai-sano mosén Roca, con admirable humildad le reco-

nocía: «Yo no soy un obispo como los demás; nosoy sino un ayudante, un auxiliar del señor carde-nal, que ya es mayor». Así era. El cardenal, de saluddébil, pasaba muchos días en casa de su hermano enBarcelona, dejando el gobierno del día a día de laarchidiócesis en manos de su fiel auxiliar ManuelBorràs, que le tenía permanentemente informado.

El 15 de abril de 1931, al proclamarse la Repú-blica, el cardenal Vidal se hallaba en Sarrià, barrionoble de Barcelona, en casa de su hermano José.Monseñor Borràs le puso al corriente de la situa-ción en Tarragona. Volvió y el día l8 fue a cumpli-mentar al nuevo gobernador y al tiempo protestarpor el intento de incendio de la iglesia de Figueroladel Camp y del asesinato de su párroco, intentosevitados por las mujeres del pueblo –sus maridos ypadres estaban trabajando en el campo– que se en-frentaron con los escopeteros y los contuvieron. Secontentaron con derribar la cruz de término. Lasautoridades republicanas locales tuvieron siempreen monseñor Borràs el interlocutor ordinario de laIglesia en los numerosos y crecientes conflictos queprovocó la legislación sectaria.

«Deben ustedes abandonar el palacioepiscopal para que no se derrame sangre delpueblo»

EL 19 de julio de 1936 monseñor Borràs esta-ba enfermo en cama. El cardenal Vidal, quese hallaba en Barcelona, pudo reintegrarse a

su sede. Mosén Florencio Giralt declarará en 1996que: «A la hora de valorar la gravedad de la situa-ción político-social creada a raíz de la rebelión mi-litar de 1936, tanto Borràs como, sobre todo el car-denal Vidal y Barraquer, “vivían en la luna”».

El 21 de julio llegaba a Tarragona el tufo de lasnegras columnas de humo de las iglesias ardiendoen Reus y localidades cercanas, y con él la señal deltriunfo de la revolución. Coches de milicianos ar-mados llegados de Barcelona con sus siglas y ban-deras rojas y negras, merodean el palacio episcopal.A media tarde del día 23 le visitó el secretario delcomisario de la Generalitat en Tarragona rogándoleque saliera de la ciudad «para ahorrar sangre del pue-blo». Monseñor Borràs le respondió que «no lo con-sideraba prudente y que todos ofrecían gustosamente

Manuel Borràs, sombra muda y agradecidade monseñor Vidal y Barraquer

J.-J. E.-S.

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su vida a Dios en cumplimiento de su deber pasto-ral». Seguidamente monseñor Vidal envió un tele-grama urgente al conseller de Governació, su ami-go y antiguo seminarista Ventura Gassol, pidiendoprotección para las iglesias y conventos que empe-zaban ya a arder en la ciudad. Gassol le dijo queestaban desbordados.

Ardían ya la iglesia y el colegio de huérfanos con-tiguos al palacio episcopal, cuyas puertas las turbasintentaban derribar, cuando el cardenal recibió otrallamada del comisario de la Generalitat señor Prunés,requiriéndole al inmediato abandono de su sede consus familiares y colaboradores, pues ya no podía ga-rantizarles su seguridad. Les envió un coche oficial,en el que a las 12 de la noche, escoltados por trespolicías, se introducían el cardenal Vidal, su obispoauxiliar Borràs, su secretario, mosén Albaigés, sufamiliar mosén Viladrich, y el administrador mosénMonrabà, enfilando la carretera de Poblet. Logra-ron pasar los distintos controles de milicianos a laentrada y salida de cada pueblo, y sobre las tres dela mañana llegaban al monasterio, cuya entrada sehallaba cerrada, pues nadie les esperaba. Las gran-des voces de la escolta: «¡Abran a la policía, trae-mos al cardenal de Tarragona!» despertaron al por-tero, alarmando también a los vecinos. El presiden-te del Patronato de Poblet, el anciano diplomático yarqueólogo Eduardo Toda estaba durmiendo y ha-bía dado órdenes de que no se le despertara. Se alo-jó al cardenal en la habitación de huéspedes ilus-tres, y monseñor Borràs y demás acompañantes tu-vieron que descansar en los sillones de la sala.

A la mañana siguiente Eduardo Toda recibió dis-gustado la noticia de que tenía alojados en el mo-nasterio al cardenal Vidal y Barraquer, a su obispoauxiliar monseñor Borràs y a otros tres canónigos,y preocupado sólo por su seguridad personal y queno se le tuviera por encubridor de los recién llega-dos, se apresuró a viajar a Vimbodí y a la Espluga acomunicar a sus comités la presencia de dichas per-sonalidades eclesiásticas, que había debido alojar pororden de la Generalitat.

Milicianos de la FAI de la Torrassa deHospitalet se apoderan del cardenal Vidal

A las 6 de la tarde llegaba a Poblet un cochede milicianos de la FAI de la Torrassa, ba-rrio de Hospitalet, en Barcelona, que ha-

bían venido a buscar a la suegra de unos de ellos,pero que al enterarse de que en el monasterio se ha-llaba «un pez gordo», acompañados de otros del co-mité de Vimbodí, fueron allí y decidieron llevárse-lo. Nadie se les opuso. Monseñor Borràs pidió acom-pañarle, pero el cardenal le disuadió: «Sólo me bus-

can a mí, y para nada bueno, Ud. quédese y hagacuanto pueda en bien de los fieles y de la diócesis.»Monseñor Borràs, como siempre, acató sin más ladecisión de su cardenal, pero su familiar mosén JuanViladrich, dijo: «Pues yo voy con Ud.», y se intro-dujo también en el vehículo.

El médico doctor Guitert, al ver que se llevaban alcardenal, telefoneó a Ventura Gassol, conseller deCultura de la Generalitat, pidiéndole protegiera la vidade Su Eminencia. Ventura Gassol se lo comunicó aCompanys que, alarmado ante la repercusión políti-ca que podría causar el asesinato de tan emblemáticafigura de la Iglesia en Cataluña, confió al diputadoSoler Pla, con policía a su servicio, la inmediata re-cuperación del cardenal y de su acompañante.

Los milicianos con sus dos detenidos llegaron a laplaza de Vimbodí, llena de gente expectante, y entra-ron en el Comité. Tras más de dos horas de tensasdiscusiones, pues los del pueblo no aceptaban queunos patrulleros foráneos les arrebataran tan impor-tante presa, se impusieron los de la Torrassa, y con elcardenal y Viladrich emprendieron en dos coches elcamino a Barcelona. Se retrasaron por buscar un valede gasolina y por la avería en uno de los vehículos.Al volver dos milicianos en el otro coche a Montblancen busca de un mecánico, fueron detenidos por unosGuardias de Asalto que llegaban de un servicio. Lle-garon hasta el coche averiado y detuvieron al restode patrulleros de Hospitalet, trasladándolos aMontblanc, y dejando al cardenal y a su familiar enla celda número 5 de la planta baja de la cárcel.

Detención y prisión de monseñor Borràs trasla marcha del cardenal

TRAS el apresamiento del cardenal en Poblet,la vida de monseñor Borràs estaba en peli-gro. El doctor Guitert le buscó un escondrijo

más seguro en un molino próximo, pero EduardoToda le hizo volver, y llamó al jefe del comité deEspluga para informarle de la permanencia del obis-po auxiliar, y de que si venían a buscarlo se lo en-tregaría. Borràs sólo dijo a Toda: «Ud. está en sucasa y yo no debo decirle lo que tiene o no tiene quehacer». El coche del comité llegaba a los pocos mi-nutos, y se llevaba al obispo auxiliar a la cárcel deMontblanc, recluyéndolo en la celda número 3. Amedianoche ingresarían en la número 5 el cardenalVidal y mosén Viladrich. A través del carcelero,Borràs le pidió a Vidal que le pasase el breviario, ydespués de rezar el Oficio, se lo devolvió.

Soler Pla llegó de madrugada a Montblanc y tuvoque imponerse a los comités de Vimbodí yMontblanc, que no querían dejarse arrebatar su pre-sa, y exigían hablar directamente con Companys.

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Pese a lo intempestivo de la hora, el President tuvoque ponerse al teléfono, y ante la exigencia de loscomités de una orden escrita con su firma, les pro-metió enviarla de inmediato con un motorista. Sóloasí permitieron la salida del cardenal. El diputadoSoler a las 3 de la mañana respiró, viendo luz en ladifícil misión confiada por el President de salvar lavida al cardenal y, de paso, a su innominado acom-pañante. Monseñor Vidal y Viladrich fueron saca-dos de su celda y, ya en el coche, el cardenal pidióque a la expedición salvadora se sumara también suobispo auxiliar, monseñor Borràs, preso en su cel-da. El diputado Soler volvió a hablar durante mediahora con los de los comités, pero regresó con su ne-gativa. Dijo al cardenal: «lo siento, pero Companyssólo me ha dado instrucciones de que el doctor Vidali Barraquer y su acompañante sean entregados aldador». Así figuraba en su escrito autógrafo. Solerle urgía advirtiendo que la situación no estaba comopara nuevas exigencias y que había que marcharsecuanto antes, y que «desde Barcelona ya consegui-remos lo que aquí no podemos obtener». A las 4 dela mañana el coche escoltado por mossos d’Esquadrapartió raudo hacia Barcelona, y al llegar, ambos ecle-siásticos fueron ocultados durante cinco días en laConselleria de Governació. De la libertad de Mons.Borràs no consta que nadie allí se ocupara, pues noera personaje de trascendencia política ni mediática.El 30 de julio el cardenal era introducido en un bar-co de guerra italiano rumbo a Génova.

El Comité de Tarragona vino dos veces aMontblanc a llevarse al obispo Borràs, alegando queen una carta a su paisano mosén Colom, vicario deSanta María, le encargaba treinta misas, y ellos en-tendían se trataba de treinta pistolas, por lo que de-bía «ir a declarar», es decir, darle el «paseo». AlComité de Montblanc le pareció excesivo entregara otros un segundo obispo.

Monseñor Borràs pasa 19 días de cárcel sinque nadie se interese por su suerte

EL obispo Borràs seguía en la cárcel deMontblanc. Serra Vilaró escribe: «El obis-po auxiliar de Tarragona estuvo en la pri-

sión como estático, adentrado en sí mismo, comopreparándose para la muerte.» Un compañero de

cárcel, mosén Luis Robinat, declara: «En su celdaoraba y meditaba casi continuamente, y en ella nosreuníamos para rezar el Rosario, y el Oficio con elbreviario, que él había traído». Así pasó otros docelargos días de agosto, sin gestión alguna por su libe-ración ni desde Barcelona ni ya desde Italia, hastaque sus carceleros comprobaron que su prisionerono tenía valor de cambio y decidieron que ya debíamorir.

El 12 de agosto el comité de Montblanc llamabaal de Vimbodí encomendándole la ejecución de «unpreso de compromiso.» A las tres menos cuarto dela tarde, y bajo el pretexto de declarar ante un tribu-nal en Tarragona, hicieron subir atado al obispoBorràs a la caja de un camión, partiendo en direc-ción a Valls. Se detuvieron antes del Coll de Lilla;le bajaron y le fusilaron. Amontonaron un haz desarmientos y echándoles gasolina prendieron fuegoal obispo aún moribundo. De las averiguacionespracticadas después no queda claro si le prendieronfuego antes de fusilarlo o después.

Los escopeteros de los coches de la muerte sóloquemaban los cadáveres para dificultar fueran re-conocidos o para no dejar pruebas de que antes dematarlos los habían torturado. Ante la publicidad dela salida de la cárcel del obispo hay que estar por lasegunda razón. Así lo apunta Serra Vilaró: «Con elobispo Borràs, tras sacarlo de la cárcel, hicieron algomás que asesinarlo».

Aquel 12 de agosto Foguet Piñol conducía en untaxi a tres viajeros, y al cruzar aquel paraje, el am-biente fétido de carne quemada les hizo apearse paraver a qué obedecía; «vieron un cadáver decúbito so-bre un montón de sarmientos; la cabeza y el brazoderecho algo levantados; los pies y el brazo izquier-do tocando tierra, y todo él ardiendo; parte del ves-tido quemado; la ropa que cubría el dorso, aún que-daba en relativo buen estado; cara y cuello muy con-sumidos por el fuego; vestía chaqueta, pantalón, cal-cetines morados y zapatos negros.»

Uno de los fusileros comentaba aquella nocheen la taberna: «Este obispo aún ha tenido el atrevi-miento de bendecirnos.» El cadáver del siervo deDios fue enterrado en el cementerio de Lilla, perono ha podido ser identificado por los hombres, aun-que sí lo ha sido por el Rey de los Mártires, y asíha sido declarado oficialmente mártir por la Igle-sia católica.

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«Estad preparados para lo peor»

ESTA fue la consigna que el padre AntonioSamá, superior general, dio a todos los reli-giosos a partir de las elecciones de febrero

de 1936 en las que ganó el Frente Popular.Llevaban ya varios años –desde la proclamación

de la Segunda República– acostumbrados a vivir enun clima de persecución. Un buen grupo llegó a ru-bricar la vida con la propia sangre, «un verdaderocoro de mártires –en palabras del mismo padre An-tonio Samá, del mes de septiembre de 1936–, queno sé si por su número y calidad o por el tedio quecausa vivir esta vida de continuo tormento, le vienea uno el deseo de sumarse a ellos». Ellos constitu-yen la «siembra de mártires agradable a los ojos deDios y fructificadora de paz, perdón y testimoniosde fe cristiana», como dijo el también mártir Ra-món Oromí en enero de 1937.

A la preparación remota de su vida cristiana yconsagrada, supieron añadir la preparación próxi-ma. Algunos conocieron varios refugios, que acep-taban agradecidos y con la mirada puesta en la Sa-grada Familia. Por ejemplo, el mártir Ramón Oromícomentaba con la última familia que le hospedaba:«Ya ve, cómo es la divina Providencia... Estoy deposada en posada como la Sagrada Familia en Be-lén... No sufra por mí, que ya hace tiempo que mepuse en las manos misericordiosas de Dios y la Vir-gen Santísima... ¡Y a levantar los ánimos y los cora-zones, familia!, que del sufrimiento de hoy no sepierda nada a los ojos de Dios que nos ve en todomomento».

Otros organizaron Ejercicios Espirituales de pre-paración a la muerte en la misma cárcel, o sacabanfuerza de la meditación de los salmos de la liturgiade las Horas, o tomaban como ejemplo el valor yconfianza de los mártires primitivos, como santa Fe-licidad, y recordaban de ella esta frase: «Mañana noestaré sola a sufrir, Cristo estará conmigo»; contra-rrestaban los escritos de las paredes de la cárcel conjaculatorias y actos de amor a Jesús, María y José;no temían a la muerte, sino caer en manos de lasmilicianas; hacían actos devocionales delante de unaimagen del Sagrado Corazón de Jesús, hecha conarcilla y haciéndola cocer con habilidad en las cal-

deras del barco Río Segre de Tarragona; rezaban engrupo el rosario, efectuado con sus propias manos ycon maderas de la estufa y huesos de aceituna; seconfesaban recíprocamente antes de emprender el«paseíllo» final; celebraban la misa clandestinamen-te en los refugios y guardaban las especies consa-gradas en las mesitas de noche o en cajitas de far-macia para distribuirlas con disimulo, como viáti-co, a los compañeros paseando por la plaza de Cata-luña o las Ramblas y a otros religiosos enfermos; seadministraban el sacramento de la Reconciliaciónbajando las escaleras del metro y recibían la absolu-ción en un rincón del andén; se prepararon con laconfesión y la misa antes de emprender el viaje queles condujo a la muerte, etc. etc., terminando todoello con un «¡Viva Cristo Rey!», «¡Sagrado Cora-zón de Jesús, en Vos confío!», o un «¡Sagrada Fa-milia, Jesús, María y José, conservadnos santos,fuertes y con fe!», que repetían todos con entusias-mo.

Estaban preparados, sí, muy bien preparados,pero no para lo peor, sino para lo «mejor».

Las raíces de su heroica fidelidad

LA fidelidad de cada uno de estos sacerdotes,religiosos y el joven seglar exalumno, no seentiende sin una consideración que compren-

da todo el recorrido de su vida durante el cual tejie-ron una preparación remota sólida, inquebrantablee indestructible, basada en una experiencia de Dios,profunda y cálida al mismo tiempo, en el seguimien-to de Jesús. «El Señor –dijo el beato Ramón Oromí,pocos días antes de su martirio, refiriéndose a loshermanos que ya habían ofrendado sus vidas– vareuniendo con ellos su rebaño escogido, puro, in-maculado, santo, feliz de estar junto a su único Pas-tor... Todavía, hermanos, no hemos sido recogidostodos... Que su divina voluntad lo provea a su debi-do tiempo. Y nosotros, alegres, a aceptarlo y dar gra-cias. Que nos encuentre en gracia de Dios».

Si siempre la fidelidad definitiva, en mayúscu-las, es el resultado de la suma de las pequeñas fide-lidades de cada día, la fidelidad sellada con la pro-pia vida no se explica sin una mirada en profundi-

Mártires por la familiaItinerario martirial de los nuevos beatos Jaime Puig

y 19 compañeros, hijos de la Sagrada Familia

JOSEP M. BLANQUET, S.F.

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dad a la experiencia de fe que animó toda su vida deestudiantes, de consagrados, de sacerdotes y de após-toles.

1. Una fe que hunde sus raíces en el ambientefamiliar. Todos ellos proceden de familias sanas, bienconstituidas, varias numerosas, con un ambiente cris-tiano sencillo pero arraigado fuertemente en la tra-dición familiar. Familias cuyo patrimonio más im-portante era la fe, y lo transmitían con el testimoniode vida, con la oración, con el sacrificio y con eltrabajo. Las cartas que se conservan de algunos deellos a sus padres o hermanos respiran confianza enDios, que vela por todos sus hijos y quiereninfundirla también en todos ellos. En agosto de 1936,en vigilias de su muerte, los beatos Eduardo y Ra-món Cabanach escribían a su hermano desde el bar-co-prisión «Río Segre»: «Vamos felices con aquélque nos lleva siempre presentes en su sacratísimoCorazón. Que responde a nuestras faltas y agraviosdesde ese Corazón enorme y amoroso. Que Jesús,María y José hagan que mañana acabe nuestro cau-tiverio aquí en la tierra para ser libres para siempreen el Cielo. Y a los nuestros, que no nos lloren, sinoque pidan por nosotros para que, libres del Purgato-rio, seamos dignos de entrar en presencia del Padrebueno».

Además, varios de ellos contaban con hermanoso hermanas y parientes sacerdotes, religiosos y reli-giosas. El caso más emblemático es la familia delos tres hermanos mártires Llach Candell. Dios ben-dijo el hogar de sus padres con doce hijos, de losque sobrevivieron nueve, que fueron cinco sacerdo-tes, dos religiosos y dos casadas, y después ha con-tinuado con varios sobrinos y sobrinas sacerdotes,religiosos y religiosas. El abuelo del beato JaimePuig, en el día de su bautismo, dio una peseta por elbautismo de agua y otra por el bautismo de sangre.El beato Antonio Mascaró Colomina era sobrino dedos sacerdotes Hijos de la Sagrada Familia, uno por

parte del padre y otro de la madre. Los hermanosCabanach eran cinco hermanos: dos se hicieron je-suitas, dos de la Sagrada Familia y uno casado. Elbeato Roberto Montserrat tenía una hermana reli-giosa y conoció antes de su muerte el asesinato desu padre y un hermano por ser buenos católicos ytener un hijo y hermano sacerdote; el cuñado delbeato José Vila fue arrestado por esconder en su casaa dos sacerdotes. El beato Pedro Roca tiene un her-mano sacerdote, un sobrino sacerdote y varias so-brinas religiosas...

2. Este sustrato familiar se vio reforzado por lasólida formación humana, religiosa, espiritual e in-telectual recibida en los centros de formación de laCongregación. Varios de ellos habían sido recibidosy formados al lado de san José Manyanet; y los másjóvenes lo hicieron con formadores herederos delmás genuino espíritu del fundador, que murierontambién víctimas de la persecución... El ritmo de lavida de los seminarios y de las comunidades era re-gido con toda fidelidad y generosidad por las cons-tituciones que señalan los tiempos de oración, deestudio, de descanso, de recreo... Contamos con untestimonio de excepción.

En 1935, el obispo de Barcelona, monseñor Ma-nuel Irurita, testigo también de la fe, «con motivode su visita pastoral, fue invitado por el superiorgeneral de los Hijos de la Sagrada Familia a visitarel Seminario de les Corts de Barcelona. Éste quedótan impresionado del alto nivel espiritual, humanoy cultural de los estudiantes allí residentes que pasóel día fraternalmente con ellos compartiendo la«misa y la mesa».

El prelado quedó tan feliz y contento del semina-rio que dejó como recuerdo su bonete episcopal y albeato Roberto Montserrat, que había amenizado lasobremesa interpretando varias piezas al piano, leregaló un piano que le pertenecía y había regalado asu familiar el Rdo. D. Marcos Goñi.

Con la beatificación de estos mártires, testigos en grado máximo de la fe cristiana, se sella y casifinaliza, en España, –precisamente en Tarragona, asociada a la fe que constituye la base y el cimien-to de los pueblos de España– el Año de la Fe, convocado para fortalecer nuestra fe, que es la másrica y la mejor herencia que nos han legado nuestros antepasados.

Nuestros mártires son aliento, estímulo e intercesión, ayuda y auxilio para nosotros, para quedemos testimonio público de fe en Dios vivo en un mundo que vive a sus espaldas y como si noexistiera, y por tanto, contra el hombre y su futuro, para una verdadera convivencia en paz y justi-cia, en la verdad y en el amor, en libertad verdadera fruto del amor en que se expresa la verdad.Acudimos a la intercesión de nuestros mártires y seguimos con esperanza la estela que ellos noshan dejado –el testimonio y confesión de fe en Dios, que es amor– para alcanzar las verdaderasmetas de humanidad y de paz que necesitamos en estos delicados momentos.

Cardenal ANTONIO CAÑIZARES LLOVERA

Los obispos españoles hablan de los mártires

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Todo este rico proceso formativo creó en todosellos, tambien en los más jóvenes, una sólida con-ciencia de su vocación y un profundo amor al caris-ma de los Hijos de la Sagrada Familia. Jesús conMaría y José eran sus padres carísimos y tenían pues-ta toda su confianza en Dios y en la Sagrada Fami-lia, como repetía el beato Ramón Oromí.

El martirio fue una gracia que coronó la intensavida de fidelidad religiosa, sacerdotal y laical detodos ellos.

Mártires por la familia

Fueron mártires por Cristo, el único capaz deconvertir la cruz en victoria, pero lo son tam-bién por la familia, pues murieron por fideli-

dad al carisma de su consagración como Hijos de laSagrada Familia. Nadie negará la actualidad de sutestimonio.

Han dejado un surco profundo por el que pode-mos continuar su labor. Por ello nos conviene con-servar su memoria «como incentivo para su cele-bración y su imitación. Ellos, decía Juan Pablo II,nos iluminan con su ejemplo, interceden por nues-tra fidelidad y nos esperan en la Gloria» (VC 86).

Necesitamos recuperar la cultura vocacional paraque toda persona llegue a descubrir el proyecto deDios sobre ella y se sienta dispuesto a acogerlo y aseguirlo. El ejemplo de estos testigos de la fe puedeser decisivo, pues nos estimulan a todos a ser fielesa nuestra propia vocación aun a costa de sacrificios.

* Para conocer el perfil biográfico de los nuevos bea-tos, puede consultarse el libro del autor de este artículo,titulado Mártires por la familia (Barcelona, 2013).

Ellos proclaman que no hay vocación sin cruz, niamor sin renuncia, pero también que la última pala-bra es la promesa de Jesús.

Hoy, sus nombres –Jaime Puig, SebastiánLlorens, Narciso Sitjà, Juan Cuscó, Pedro Sadurní,Fermín Martorell, Francisco Llach, Eduardo y Ra-món Cabanach, Juan Franquesa, SegismundoSagalés, José Vila, Pedro Ruiz, Pedro Roca, PedroVerdaguer, Roberto Montserrat, Antonio Mascaró,Ramón y Jaime Llach y Ramón Oromí–, están es-critos en el Libro de la Vida. Son los que vienen dela gran tribulación y han lavado y blanqueado susvestiduras en la sangre del Cordero. Ellos interce-derán por nosotros.*

La Iglesia, y en concreto la Iglesia en España, agradecida hasta lo más íntimo, quiere y debeconservar y vivir la memoria de sus mártires de la persecución religiosa del siglo XX. Ellos han sidoy son una fuerza de la fe cristiana vivida hasta el extremo del amor, testigos singulares de Diosvivo, que es Amor en la vida de los hombres; ellos son fuego, luz, renuncia a todos los egoísmos,espléndida manifestación de vida de entrega a Dios por las causas más nobles que puedan darse:la del amor sobre el odio, la del perdón sobre la venganza, la de la paz sobre la guerra, en definiti-va, la del triunfo de Cristo en la sociedad. Conservar y vivir la memoria de los mártires es un deberdel cristiano.

Cardenal ANTONIO CAÑIZARES LLOVERA

Los obispos españoles hablan de los mártires

Los nuevos beatos rodeando a la Sagrada Familia

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Se sintió llamado desde la infancia

ESTE joven sacerdote de Menorca acababa deestrenar su anhelada misión de servicio alSeñor y a la Iglesia cuando el 23 de julio de

1936, a los treinta y tres días después de celebrar suprimera misa, daba el supremo testimonio de fideli-dad entregando su vida con una valerosa profesiónde fe en la realeza de Cristo. Su martirio, sin embar-go, no fue un acontecimiento que le sobreviniera deimproviso, sino que constituyó el coronamiento deun camino de seguimiento fiel de Jesús. Juventud ymartirio se han enlazado ya desde las antiguas per-secuciones anticristianas y han configurado con unesplendor luminoso a muchos de los mártires quehubo en España en la década de los años treinta delsiglo XX. ¡Esta entrega juvenil de nuestros mártireses un ferviente signo de esperanza!

Nació Juan el 28 de enero de 1913, el primer hijode Juan y de Eulalia, que moraban en una finca rús-tica del término de Alaior. A pesar de la distancia dela población, que era de unas dos horas de camino,y en plena estación invernal, le llevaron a bautizarel 1 de febrero en la parroquia de Santa Eulalia. Sele impuso los nombres de Juan, Francisco y Jaime.

Desde muy pequeño dio el niño muestras de pie-dad y de interés por las enseñanzas de la fe cristia-na. Cuando iban al pueblo, deseaba siempre entraren las iglesias, y a los cuatro años de edad gustabade jugar imitando las celebraciones religiosas. Porentonces sus padres se trasladaron a vivir a Alaior,y así pudo Juan asistir al colegio de los Hermanosde las Escuelas Cristianas (La Salle). Tanto en estaescuela como en el seno de la familia recibió unabuena educación cristiana, cosa que él supo agrade-cer siempre muy cordialmente. Recibió su primeracomunión a los nueve años en la parroquia, el do-mingo de la octava de Pascua.

El 1 de octubre de 1924 ingresó en el seminariode Menorca, como lo anhelaba desde muy pequeño.En la vida de piedad y de estudio se manifestó muyresponsable y fue avanzando provechosamente. To-dos los que fueron compañeros suyos apreciaban sucarácter leal, amable y bondadoso, así como su labo-riosidad en las clases y en las horas de estudio. Ensus apuntes espirituales se pone de manifiesto su amoral Señor, su devoción a la Virgen y su generosa vi-vencia de la fe en medio de todas sus ocupaciones.

Su ruta hacia el sacerdocio

EL prepararse debidamente para ser un buensacerdote era su mayor anhelo. En sus apun-tes personales escribía: «En vuestras manos

me pongo, Señor, modeladme a vuestro gusto». Unmotivo de especial gozo fue para Juan el participaren una peregrinación de seminaristas a Roma, quese organizó en 1929 con motivo del cincuentenariode la ordenación sacerdotal del papa Pío XI. Lossuperiores del seminario le eligieron para que parti-cipara en este feliz acontecimiento. Merece espe-cial consideración el hecho de que el 23 de julio,fecha en la que siete años después ocurriría su mar-tirio, fue el día en que por la mañana los seminaristashicieron su profesión de fe ante el sepulcro de sanPedro y por la tarde visitaron las catacumbas. Élguardó siempre un muy vivo recuerdo de esos díasen que el testimonio de los mártires romanos estuvomuy presente en su espíritu.

Ejerció también en él un influjo espiritual muyintenso la presencia en el seminario de Menorca, en1928, de algunos seminaristas mejicanos que fue-ron acogidos a fin de proseguir sus estudios, lo cualno podían realizar en su país a causa de la violentapersecución religiosa que allí se había desencade-nado. Los testimonios transmitidos por esos com-pañeros, especialmente el martirio del beato padreMiguel Pro y de otros muchos sacerdotes y fieles,suscitaron entre los seminaristas menorquines, y deun modo muy intenso en el alma de Huguet, senti-mientos de admiración y promovieron el desarrollode una viva espiritualidad martirial.

Cuando en España, a partir de 1931, fueron apa-reciendo también indicios y señales de una situa-ción proclive a los ataques hacia la Iglesia y la fecristiana, Juan Huguet percibió con claridad que seaproximaban situaciones difíciles para los seguido-res de Cristo y de un modo especial para los consa-grados al ministerio sacerdotal. Cuando se prepara-ba para la recepción de las primeras órdenes, en sucuaderno de apuntes espirituales escribía: «Señor,soldado vuestro soy, alistado en vuestro ejército porconfirmación y próximamente por tonsura. Vos soismi herencia. A vuestra órdenes, pues. Mandad lo quegustéis, aunque sea el sacrificio de mi vida, aunquesea morir por Vos martirizado. ¿Qué podría hacerque Vos no lo hayáis ejecutado primero por mí?».

Juan Huguet Cardona, sacerdote y mártira los 23 años de edad

GUILLERMO PONS PONS

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Sus ansias de apostolado no eran sólo una pers-pectiva de futuro, sino que se dedicaba ya a la for-mación cristiana de sus familiares y amigos, asícomo también alternando con los jóvenes de las pa-rroquias en donde habitaba. En Ciutadella se dedicóa la catequesis en el seminario y en la iglesia de SanMiguel. En Alaior estuvo en relación con los llama-dos «Tarsicios», o sea, la sección infantil de la Ado-ración Nocturna, y con el Patronato y los alumnosde La Salle. En 1933 la familia Huguet se trasladóal pueblo de Ferreries, donde Juan supo influir efi-cazmente en los grupos de la juventud de AcciónCatólica. Uno de estos jóvenes recordaba que leshabía hablado algunas veces de la necesidad de dartestimonio de cristianos siempre y, si llegaba el caso,incluso con la propia vida, añadiendo: «Si yo un díahe de dar la vida por Cristo, con gusto la daré».

Ordenación sacerdotal y primera misa

EL 6 de junio de 1936 Juan fue ordenado sa-cerdote en la capilla del seminario de Barce-lona por el obispo don Manuel Irurita, debi-

do a que el prelado de Menorca era muy anciano yestaba completamente ciego. Según el testimonio deuno de los seminaristas menorquines allí presentes,

el obispo dirigiéndose a los que se ordenaban lesdijo: «Estáis destinados a la muerte y al sacrificio»,palabras que resultaron proféticas respecto del obis-po mismo, de Juan Huguet y de otros que aquel díaeran ordenados.

El 21 de junio celebró Juan su primera misa, enla iglesia parroquial de Ferreries, dedicada a sanBartolomé. Le acompañaron como presbíteros asis-tentes el rector del seminario Pablo Brunet y el pá-rroco de Ferreries Juan Benejam. Poco tiempo des-pués tanto él, que celebraba su primera misa, comolos dos sacerdotes que le asistían dieron su vida mu-riendo como mártires. El predicador fue el jesuitapadre Ignacio Corrons, el cual, sin haberlo intenta-do expresamente, habló de tal manera que muchos,al recordarlo después, consideraron que había he-cho como un anuncio del futuro martirio del novelsacerdote.

Emotiva consagración a Cristo

EN los días que siguieron a su primera misa,Juan celebraba a primeras horas de la maña-na el santo Sacrificio. El pueblo permanecía

sosegado y sus calles casi vacías, puesto que eranlos días de la cosecha y los hombres andaban muyocupados en la labor de la siega. Pero a la vez ibanllegando algunas noticias alarmantes. Había fraca-sado en Menorca el alzamiento militar del 18 de ju-lio. El día 22 llegó a Ferreries la noticia de que enAlaior había sido clausurada la iglesia parroquial.En previsión de lo que pudiera ocurrir, el cura deFerreries decidió trasladar la reserva eucarística ala casa parroquial. En el acto estuvieron presentesademás, el sacerdote coadjutor Alberto Triay, quetambién moriría mártir, y Juan Huguet, además dela hermana del párroco y algunas otras mujeres pia-dosas. Se leyó un acto de consagración que el curano logró recitar íntegramente a causa de la emociónque le embargaba. Concluyó su lectura Juan Huguet,que estaba más sereno. Esta ferviente consagracióna Jesús, Juan la llevaba desde siempre muy grabadaen su corazón. En sus apuntes espirituales lo habíaexpresado así: «Desde ahora os digo, Señor, que meentrego totalmente a Vos y en vuestras manos meabandono. Que yo salga un santo de vuestras manoses la gracia que os pido y la que espero alcanzar».

Última celebración eucarística

EN vista de que en Ferreries el día 22 de juliono había ocurrido ningún acto violento, a pri-mera hora de la mañana del día 23 el Santí-

simo Sacramento fue de nuevo colocado en el sa-

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grario. Era jueves, día de la semana especialmentevinculado al misterio eucarístico. Juan celebró de-votamente la misa, asistiendo a ella unas pocas per-sonas y actuando como acólito un niño que aún nohabía cumplido siete años, pero que ya había recibi-do la primera comunión.

Unas horas después y antes de que ocurriera nadaanormal, este niño se acercó a su madre, se sentósobre sus rodillas y le hizo esta confidencia: mien-tras ayudaba la misa a mosén Huguet, y cuando ésteelevaba el cáliz después de la consagración, el niñohabía visto en lo alto una figura como de tamañonatural, que era un joven con vestidura blanca ycon los brazos extendidos en cruz mirando hacia elcielo. A su alrededor se veían tres individuos demala catadura, que estaban en actitud de apedrear-le. La madre del niño, que era amiga de la de JuanHuguet, fue a contárselo, y ésta, como es natural,se sintió preocupada, aunque no parece que lo co-mentara con su hijo sacerdote. Después de la muertedel mártir, quienes oyeron hablar del caso, comoes lógico, consideraron el paralelismo entre elprotomártir de la Iglesia y el joven sacerdote quefue el primero de los cuarenta sacerdotesdiocesanos de Menorca que fueron inmolados aquelaño por razón de su fe y de su sacerdocio. Él pocodespués de haber sido ordenado de presbítero, ha-bía dicho a un amigo: «Ahora ya soy sacerdote, ypara tener la dicha completa me falta ser sacerdo-te-mártir».

Sacerdotes detenidos

HACIA mediodía del 23 de julio, el párroco ysu coadjutor fueron apresados y conduci-dos a la cárcel de Mahón. Entonces Juan

pensó que debía poner a salvo la reserva eucarística,que llevó a su propio domicilio. Transcurrieron al-gunas horas de aquella tarde, durante las cuales lapresencia eucarística sin duda hubo de inducir aljoven sacerdote a una ferviente preparación espiri-tual para lo que muy pronto iba a acontecer. Juanmanifestó a su madre que no sentía miedo, puestoque confiaba plenamente en el Señor. Advirtió a lossuyos que si a él le pasaba algo, cuidaran con esme-ro de custodiar las sagradas especies eucarísticas yque, si era preciso para salvarlas, las consumieransin temor alguno.

Sin duda en aquellas horas de adoracióneucarística tendría en su mente aquellos anhelos quehabía consignado en sus apuntes espirituales: «Quemi comunión sea como la de los mártires, y enton-ces sí que se obrarán en mí los prodigios de fortale-za, de fe, de amor a Cristo que en las mazmorras yen el Coliseo se observaban. Que mi comunión sea

como la de los santos, y entonces sí que será mi co-razón una verdadera hoguera de amor y mi muerteserá un éxtasis de amor que tendrá su fin en la man-sión del amor, la Patria celestial». ¡Qué pronto pa-saría desde la fervorosa adoración eucarística a lacontemplación del rostro glorioso del Señor!

Glorioso mártir de Cristo

AL atardecer de ese mismo día 23 de julio,llegaban al pueblo de Ferreries unos cochescon un grupo de guardias y soldados, bajo

el mando del brigada Pedro Marqués que se habíahecho cargo de gobierno militar de la isla, despuésde haber sido desarmados y recluidos los mandossuperiores del Ejército. Este improvisado comandan-te militar se presentó en el local del Ayuntamiento yordenó que fueran detenidas algunas determinadaspersonas de la villa y los sacerdotes que hubiera enel pueblo.

Tres guardias se presentaron en el domicilio deHuguet para conducirlo hacia las Casas Consisto-riales. María, la hermana de Juan, que contaba unosdiez años de edad les iba siguiendo hasta que suhermano le dijo que regresara a casa. Después lacomitiva fue a buscar a otro sacerdote, superior delseminario que se hallaba en su casa familiar. Am-bos iban vestidos de sotana.

Al llegar al Ayuntamiento el sacerdote mosénMascaró saludó diciendo «Buenas noches», puestoque iba ya oscureciendo. El comandante, con malasformas, les dijo: «Quitaos ese ropaje, granujas».Ellos obedecieron y al despojarse de su túnica sa-cerdotal quedó a la vista que Juan llevaba sobre síun pequeño crucifijo. Pedro Marqués al punto aga-rró despectivamente la figura de Cristo crucificadoy sosteniéndola con su mano izquierda a la altura dela cara del sacerdote, y apuntándole con la pistola ledijo: «Escupe ahí, escupe ahí, que si no te mato».

En aquel momento, según atestiguaron personasque estaban muy cerca de él, en el rostro de Juan sereflejó una honda impresión. Debió darse cuenta deque le llegaba el momento presentido desde hacíamucho tiempo. Movió la cabeza haciendo señal ne-gativa de que no haría lo que se le exigía. Al cabo deun instante levantó los ojos hacia lo alto, extendiósus brazos en cruz y con voz fuerte y segura excla-mó: «Viva Cristo Rey». Seguidamente el comandan-te le disparó dos tiros a la cabeza. Al recibir el pri-mer disparo el mártir se tambaleó, y al segundo tirose desplomó cayendo al suelo y derramando copio-samente su sangre.

El brigada Marqués salió del local aparentandoserenidad y coraje, pero quizá interiormente asusta-do del crimen cometido. Fue en busca del alcalde

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para comunicarle lo acontecido, y salió hacia Ma-hón, dejando en el pueblo un pelotón de soldadostemiendo alguna alteración del orden público, cosaque en verdad no se produjo.

Juan Huguet, que se hallaba moribundo, fue co-locado sobre la cama del conserje o vigilante noc-turno. Aunque el médico del pueblo trató de darlealgunos remedios, se vio que era imposible salvaraquella vida ya entregada a Dios. Allí mismo le fueadministrada la Santa Unción, caso muy singular enun mártir el ser ungido con el óleo santo signo defortaleza y del favor divino. Al cabo de una hora, alparecer sin haber recobrado el conocimiento, murióeste sacerdote muy joven, pero ya bien maduro enel amor que siempre le mantuvo fiel a Cristo Salva-dor.

Copiosos frutos de la inmolación del jovensacerdote

DESPUÉS de que el mártir hubo expirado en lapaz de Cristo, su propio padre, ayudado deotra persona, trasladó el cuerpo del difunto

al domicilio familia, donde su madre le revistió conlos ornamentos sagrados con que había celebradosu primera misa. Durante la noche y el siguiente díatodos los vecinos del pueblo acudieron a venerar elcuerpo del mártir. Fue un clamor de respetuosa ad-miración el que se produjo en torno a aquel triste ya la vez glorioso acontecimientos. Muchos le besa-ban las manos ungidas como lo habían hecho treintay tres días antes al celebrar por primera vez la misa.Los mismos soldados allí destacados decían: «¡Cuán-ta simpatía tenía este curita!».

Al día siguiente, 24 de julio, a las dos de la tardele llevaron a ser enterrado. Muchos hombres leacompañaban, algunos con cirios encendidos y concruz alzada que llevaba uno de ellos. El pequeñogrupo de soldados que permanecían en el pueblo, alpasar frente a ellos la comitiva, presentaron armasen señal de respeto. Sobre el ataúd había una estolay un bonete, como se acostumbraba en las exequiasde sacerdotes. El día de Santiago, 25 de julio, des-pués de practicársele la autopsia, fue sepultado enespera del florecer y fructificar de este mártir, comopodía augurarse de acuerdo con las palabras de Je-sús: «Si el grano de trigo cae en tierra y muere, damucho fruto» (Cf. Jn 12,24).

Juan Huguet fue el primero de cuarenta sacerdo-tes diocesanos de Menorca, más dos religiosos, quesufrieron una generosa muerte martirial. Él, que erael más joven de todos, les abrió el camino con suejemplo. Cuando los que habían presenciado en lacasa del Ayuntamiento la muerte de Juan llegaron a

la cárcel de Mahón, donde había otros sacerdotes yseglares detenidos, les refirieron lo acontecido y leshicieron ver que sus ropas estaban salpicadas de san-gre, porque el mártir se había desplomado junto aellos. Entonces el coadjutor de Ferreries, AlbertoTriay, exclamó: «¡Dichosos nosotros si podemosmorir con las mismas palabras del señor Huguet ennuestros labios!».

Entre los frutos espirituales del sacrificio de JuanHuguet destaca con resplandor de fe y de esperan-za el sincero arrepentimiento de aquel que le habíadado muerte. Al ser juzgado y condenado a la penacapital, el infortunado Pedro Marqués ya hacíatiempo que había empezado a estar disgustado desu actuación. Al ofrecérsele asistencia espiritual,la aceptó de buen grado. Lo pone de manifiesto eltestimonio del sacerdote que le asistió, GuillermoColl, que en el proceso de beatificación se expre-saba así: «Al ofrecerle, en mi presencia, el juez laayuda de un sacerdote, el mismo Marqués se ade-lantó manifestando su satisfacción por recibir losauxilios espirituales; prestados éstos, pidió un es-pacio de tiempo para escribir a sus familiares, loque hizo con pulso firme y serenidad admirables.Después oyó la Santa Misa, en la cual comulgódevotamente, y terminado el Santo Sacrificio, alquitarme los ornamentos sagrados, se adelantó ha-cia el altar, me abrazó efusivamente mientas de-cía: Abrazo a este sacerdote como un acto de repa-ración por el crimen que cometí matando a aquelotro sacerdote de Ferreries. Después marchó sere-no al lugar de la ejecución, continuando así hastael último momento».

El proceso de beatificación de Juan Huguet loabrió el obispo Pascual en 1953 y felizmente pudie-ron recogerse muchos testimonios de vista de sumartirio. En 1997 se actualizó y aprobó el procesocon nuevas aportaciones. El 26 de noviembre delaño 2000, fiesta de Cristo Rey, bajo la presidenciadel obispo Jesús Murgui, los restos del Siervo deDios fueron trasladados desde el cementerio a laiglesia de San Bartolomé, donde él había celebradosu primera misa. El 3 de mayo de 2012 el prefectode la Congregación para las Causas de los Santos,cardenal Angelo Amato, en Zaragoza ante un grannúmero de sacerdotes presentó la ejemplar figurade Juan Huguet, afirmando que su testimonio «re-compone en clave moderna la teología del martirio,presente ya en los escritos neotestamentarios». Subeatificación, junto con 522 mártires del siglo XX enEspaña, efectuada por autoridad del papa Franciscoy presidida por el cardenal Amato ante el episcopa-do y una gran multitud de fieles, se ha realizado enTarragona el 13 de octubre de 2013, a finales delAño de la Fe promulgado por Benedicto XVI.

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El monasterio

LA devoción a la Virgen en la colina de ElPueyo, tiene como origen una legendaria apa-rición de María, situada hacia el año 1101.

Una vez se construyó el santuario, comenzó prontoa ser objeto de culto en Barbastro y en general en lacomarca del Somontano. En el año 1889, con objetode dar más vida espiritual a El Pueyo, se solicita alabad de Montserrat monjes para iniciar una peque-ña comunidad benedictina. Así, El Pueyo pasa a sertambién monasterio.

Desde su fundación, la comunidad estaba muyvinculada a la diócesis y relacionada con el obispa-do y el clero en general, y con una especial asidui-dad para con las monjas de clausura. El Pueyo, portanto, era ya un foco de irradiación cristiana en lacomarca y en Aragón. En el 1936, la comunidadconstaba de doce monjes sacerdotes, un diácono, unsubdiácono, un tonsurado, seis hermanos conversosy cuatro jóvenes profesos que cursaban estudios.Esta comunidad, fue exterminada y brutalmente fu-silada por los anárquico-marxistas en las primerassemanas de la Guerra Civil española.

El martirio

EL 8 de marzo de 1936, en reunión capitular yante el rumbo de los acontecimientos, la co-munidad acordó el traslado a Lumbier de los

colegiales residentes en el monasterio. No obstante,el 24 de junio dichos colegiales volvieron al monas-terio.1 Ya el 19 de julio, el monasterio había conoci-do la noticia del Alzamiento por toda España. Al díasiguiente, dejaron El Pueyo varios jóvenes religio-sos, naturales de la región, ante la perspectiva quele esperaba al monasterio para regresar con sus fa-milias. Así, el día 20, por la noche quedaron en elmismo dieciséis benedictinos y los seis colegiales.

El día 21 de julio fue detenido el primer monje yel resto resultó apresado el 22 por la tarde; acusa-ban a los religiosos de esconder armas, algo que eradel todo falso, pero que era creído por los milicianosrojos, dado que no se atrevían de primeras a asaltarel monasterio.

El grupo fue detenido en el colegio de las Escue-las Pías de Barbastro, donde estaban recluidos tam-bién la mayoría de los 51 claretianos y la propia co-munidad de trece escolapios, a todos los cuales seuniría el obispo de la diócesis, don FlorentinoAsensio Barroso. Los seis colegiales benedictinos,fueron primero encerrados también con ellos, peroel día 23 de agosto el Comité revolucionario deBarbastro, les separó y finalmente se pudieron sal-var.

El 9 de agosto fue asesinado el obispo con otrosmás, posiblemente entre ellos el benedictino padreMariano Sierra (el primer monje que había sido apre-sado). El 28 de agosto, a las doce de la noche, sinprevia forma de juicio alguno, los milicianosirrumpieron en la estancia de los monjes y los suje-taron con una larga soga; el prior, dio la absolucióna todos y los sacerdotes se la dieron entre sí.

Fueron subidos a un camión, en el cual ensegui-da comenzaron a gritar: «¡Viva Cristo Rey! ¡Vivala Virgen del Pilar! ¡Viva la Virgen de El Pueyo!»Las blasfemias de los milicianos nada pudieroncontra los vivas y las alabanzas de los monjes, comohan testificado muchos vecinos de Barbastro, nitampoco los terribles culatazos de fusil que comen-zaron a propinarles y que llegaron a romper losdientes de algunos y a herirles duramente en la ca-beza. Los monjes, al poco de bajar del camión enlas cercanías de la ciudad, perdonaron a sus verdu-gos, quienes les maltrataron y les dispararon. Elpadre prior, después de exhortar a todos el perdón,no dejó este mundo sin despedirse «mirando a miMadre», la Virgen de El Pueyo, y entonándole laSalve Regina.

Los mártires

LA lista de los mártires es la siguiente: padresMauro Palazuelos Maruri (prior, nacido en1903), Honorato Suárez Riu (subprior y pre-

fecto de júniores; 1902), Mariano Sierra Almázor(1869), Raimundo Lladós Salud (1881; profeso deMontserrat), Leandro Cuesta Andrés (1870), Fernan-do Salinas Romeo (1883), Domingo Caballé Bru(1883), Santiago Pardo López (1881), IldefonsoFernández Muñiz (1897), Anselmo Mª Palau Sin(1902) y Ramiro Sanz de Galdeano Mañeru (1910);dom Rosendo Donamaría Valencia (1909; diácono),dom Lorenzo Ibáñez Caballero (1911; subdiácono),

Los mártires de El PueyoLUIS CUESTA

1. Uno de estos colegiales posteriormente explicó sutestimonio, que se puede encontrar en la obra «…Iban a lamuerte como a una fiesta».

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dom Aurelio Boix Cosials (1914; tonsurado); her-manos Lorenzo Santolaria Ester (1872), LorenzoSobrevia Cañardo (1874), Ángel Fuertes Boira

98 años. Actualmente monje benedictino en Fili-pinas. Vivió en el monasterio de El Pueyo del 1926al 1932. Compañero de quince de los dieciocho már-tires de El Pueyo. Ha ejercido su labor pastoral, en-tre otros destinos, en España (Montserrat, Salamancay Lérida), Chile, Puerto Rico, Estados Unidos y Fi-lipinas. Ha trabajado durante décadas por la beatifi-cación de sus compañeros en el monasterio. Autorde Murieron cual vivieron, donde recogió una grancantidad de testimonios. Aprovechamos su visita aEspaña con motivo de las beatificaciones de sus com-pañeros para que nos cuente el suyo.

–¿Cuál fue su experiencia en el monasterio deNuestra Señora de El Pueyo?

–Entré en el monasterio en el 1926 y estuve seisaños, hasta el 1932. Los primeros cuatro años fue-ron como seminarista menor y los dos últimos comonoviciado. Como me preparaba para las misionesbenedictinas en Filipinas, en el 1932, me destina-ron para continuar la formación al monasterio deSamos (en Lugo). Como sabréis, Galicia fue zonanacional desde el inicio de la Guerra Civil y porese motivo, no morí mártir como el resto de miscompañeros.

–¿En la comunidad eran conscientes de que po-drían llegar al martirio?

–La verdad es que en la temporada en que yo es-

tuve no nos podíamos llegar a imaginar que se lle-garía a esa situación. En el 1932, aunque ya habíahabido ataques a la Iglesia en el año anterior, se ha-bía vuelto a tranquilizar la situación.

–¿Qué ambiente había en el monasterio en losaños en que usted vivió? ¿Era un ambiente que po-día propiciar el martirio de la comunidad unos añosdespués?

–Totalmente. La comunidad se vivía al pie de laletra el lema benedictino «Ora et labora» y comoejemplo, de 1925 a 1933, los monjes benedictinosde la comunidad predicaron unos dos mil sermones,y dirigieron cincuenta tandas de EjerciciosEspirituales. Por este motivo, cuando nos enteramosde lo que había pasado en El Pueyo después de laguerra, no nos extrañó que entregasen su vida deesa manera.

–¿Cómo se siente al saber que tantos de sus an-tiguos compañeros de comunidad van a ser beatifi-cados próximamente?

–Pues una tremenda alegría porque aunque ya es-tán en el Cielo, se va a confirmar que ya lo están ypor tanto, les voy a decir «Amigos: ¡a ver si interce-déis por mí ante el Señor!». Además, va a ser un díatremendo para la Orden benedictina ya que tambiénse van a beatificar a veinte del monasterio deMontserrat.

(1889) y Vicente Burrel Enjuanes (1896). Por ori-gen geográfico eran: nueve aragoneses, cuatro cas-tellano-viejos, dos navarros, dos catalanes, un astu-riano y un santanderino (el prior).

Entrevista al padre Benigno Benabarre, OSB (13/09/2013)

También hoy nosotros, como los cristianos de los primeros siglos de la Iglesia en su peregrinarhacia la patria celestial, buscamos guías seguros que garanticen la meta, mediante la proximidad yvecindad de aquéllos –los santos mártires– que, habiendo entregado su vida por Dios, gozan ya desu confianza.

«El mártir, en efecto, es el testigo más auténtico de la verdad sobre la existencia. Él sabe que hahallado en el encuentro con Jesucristo la verdad sobre su vida y nada ni nadie podrá arrebatarlejamás esta certeza. Ni el sufrimiento ni la muerte violenta le harán apartar de la adhesión a la verdadque ha descubierto en su encuentro con Cristo. Por eso el testimonio de los mártires atrae, es acep-tado, escuchado y seguido hasta en nuestros días. Ésta es la razón por la cual nos fiamos de supalabra: se percibe en ellos la evidencia de un amor que no tiene necesidad de largas argumentacio-nes para convencer, puesto que habla a cada uno de lo que él ya percibe en su interior como verda-dero y buscado desde tanto tiempo. En definitiva, el mártir suscita en nosotros una gran confianza,porque dice lo que nosotros ya sentimos y hace evidente lo que también quisiéramos tener la fuerzade expresar».

Monseñor JULIÁN BARRIO BARRIO,arzobispo de Santiago de Compostela

Los obispos españoles hablan de los mártires

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Heroicos defensores de la fe

LOS miembros de la Orden de la Merced, or-den –que en sus inicios se conocía como or-den militar–, formada de heroicos defenso-

res de la fe, fueron siempre fieles a su vocación deredentores, y se han sometido en todo tiempo a mul-titud de penalidades entregando su vida y pudiendopresentar más de mil hijos mártires. Además de otros,un manantial de martirologio para dicha orden hansido las persecuciones contra la Iglesia, por loshugonotes en Francia y más tarde con la Revolu-ción francesa, llegando a nuestras tierras, con lapersecución de las órdenes religiosas durante laGuerra Civil. Grandes y heroicos ejemplos que hoyse nos presentan para alentarnos a lograr la santidada la que todos estamos llamados.

Los 19 religiosos que alcanzaron la palma delmartirio son los padres Mariano Alcalá Pérez, To-más Carbonell Miquel, Francisco Gargallo Gascón,Manuel Sancho Aguilar, Mariano Pina Turón, Pe-dro Armengol Esteban Hernández, Antonio LahozGan, José Trallero Lou, Jaime Codina Casellas, JoséReñé Prenafreta, Antonio González Penín, TomásCampo Marín, Francisco Llagostera Bonet, SerapioSanz Iranzo, Enrique Morante Chic, Jesús EduardoMassanet Flaquer, Amancio Marín Mínguez, Loren-zo Moreno Nicolás y Francisco Mitjà Mitjà.

Ocho religiosos del convento de El Olivar, cincodel convento de Lérida, dos del convento de San Ra-món, otros dos del convento de Barcelona y dos másdel convento de Lorca.

El padre Mariano Alcalá (ex maestro general),nacido en 1867, fue padre espiritual de muchas al-mas. Los últimos años de su vida tuvo que trasla-darse a su pueblo natal debido a una enfermedadque padecía, allí seguía viviendo los tiempos seña-lados en el monasterio, en recogimiento y oración.Ya habiéndose iniciado la guerra, lo llevaron a unComité el 26 de agosto, donde se compadecieron deél por ser tan anciano. Sin embargo, el 15 de sep-tiembre, volvieron a buscarlo, sacándolo y condu-ciéndolo hacia la tapia del cementerio, donde juntocon su sobrino y seis personas más, murió, no sinantes decir las palabras de ¡Viva Cristo Rey! Al díasiguiente fueron enterrados en la fosa y posterior-mente, en 1941, colocaron sus restos en el panteónque se encuentra en el centro del cementerio de An-dorra.

Otro de los padres que murió alejado de su co-munidad por diversas circunstancias fue el padreprovincial fray Tomás Carbonell Miquel. Este reli-gioso pronunció sus últimos sermones durante eltriduo de la solemnidad de Cristo Rey en el año1935. Siendo provincial al estallar la guerra, se en-contraba en esos días de camino a Lérida. Se alojóen casa de mosén Tarrassa hasta que el día 24, locogieron y fusilaron en la misma ciudad, dejandosu cuerpo tendido en las escaleras de la catedral.Con estas palabras lo despedían sus hermanos: «Asíterminó su vida nuestro buen padre provincial; elque durante toda ella no tuvo más afán que exten-der el Reino de Cristo, tuvo la dicha de terminarsus días del modo más glorioso: derramando la san-gre por su causa».

Convento de El Olivar

EN 1936 cuando se inicia el Alzamiento en Es-paña, empieza para los moradores del con-vento de El Olivar un penoso camino, que

va acabando para cada grupo y para cada uno trasnumerosos incidentes, a unos llegar a la zona nacio-nal y a otros alcanzar la palma del martirio. Es gra-cias a los testimonios de los padres mercedarios ypersonas de los pueblos y ciudades cercanas que sa-bemos todo lo que se cuenta de ellos.

Si bien no nos podemos detener a explicar deta-lladamente la vida de cada uno, dichas lecturas sonde gran provecho para el alma, pues muestran co-razones consagrados completamente al Señor en lavocación de la Orden de la Merced, ocupando cadauno el lugar que Dios les tenía preparado para dargloria a nuestro Señor. Brillaban por la obedienciay humildad con que cada uno ejercía su labor: unos,con grandes cualidades intelectuales, dedicados ala formación y a la predicación. Otros, eran reco-nocidos por su virtud por gran multitud de perso-nas, las cuales deseaban acercarse a ellos y fre-cuentar su trato; y otros santos religiosos, cuyasvirtudes se ocultaron a los ojos de los hombres aldedicarse a las labores cotidianas del convento. Ytodos llevaban una vida intensa de oración,sabedores de lo que era más importante en dichovivir, piadosos y devotísimos de la Virgen María yla Eucaristía, la Providencia les iba preparando parala meta deseada.

Mártires mercedarios

DOLORES BARROSO

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Habiendo encomendado el gobierno de la comu-nidad al padre Francisco Gargallo, se inició la gue-rra, se hallaban todavía –debido a la falta de comu-nicación–, los religiosos en el convento el día 1 deagosto. Esa misma noche, salió el primer grupo for-mado por los postulantes, algunos padres y herma-nos hacia el pueblo de Crivillén. El resto se espar-cía por cuevas y corrales, y se ocultaban por losmontes acudiendo al amanecer al convento, dondese seguían practicando todos los ejercicios de Co-munidad. Los PP. de la Comunidad decidieron aban-donar el convento y salir divididos en grupos lo an-tes posible.

La primera expedición salió a las diez de la no-che y estaba formada por: Manuel Gargallo, LiborioMir, Esteban Portugal, Jesús Lorenzo y SeverianoPeláez, los coristas fray Francisco Angulo,Marcelino Barandiaran, Ignacio Ibarlucea y loshermanos novicios fray Eliseo Varona y PorfirioGracia. Dicho grupo se encaminó hacia Oliete,Muniesa, y Zaragoza, llegando a pie a Muniesa.La segunda expedición estaba formada por lospostulantes y su maestro el padre Ángel Millán, ala que se unió el sacerdote de Estercuel, donMelchor Ollé, y procedió a salir a las tres de latarde del día 3 de agosto, este grupo siguió el mis-mo itinerario que el anterior y consiguieron llegara Zaragoza. La tercera expedición, en la que que-daban el resto de padres y postulantes, no pudosalvarse. Por motivos desconocidos no siguieronel mismo recorrido y decidieron pasar la noche deldía 3 en una cueva llamada Cabezo Gordo, en elpinar de La Codoñera. Iba al frente el padre Fran-cisco Gargallo, junto con el padres Sancho y loshermanos Pedro Esteban, Antonio Lahoz, JoséTrallero, Jaime Codina y seis postulantes. Perma-necieron dos noches en dicha cueva. Sin embargo,el día 4 los dos hermanos salieron siendo los pri-meros en recibir la corona del martirio. Salieroncamino de Oliete para ver si había posibilidad deavanzar a Muniesa; cerca de Oliete encontraron aun grupo de milicianos, que tras reconocerlos losdetuvieron, haciéndoles preguntas sobre el resto dehermanos y padres del convento. Les llevaron esanoche al convento donde estuvieron cocinando paratodos los milicianos que se encontraban allí y pos-teriormente les encerraron en una celda. Al día si-guiente, los llevaron al camino de Oliese, cerca delbarranco del Agua, donde volvieron a preguntarlesante lo cual no contestaron. Un miliciano les orde-nó gritar «¡Viva Rusia!» ante lo que contestaron«¡Viva Cristo Rey!» al mismo tiempo que caíanfusilados. Intentaron quemar los cuerpos, pero va-rios testigos cuentan que era imposible que el fue-go los consumiese, por lo que fueron finalmenteenterrados el mismo sitio, hasta que el 17 de abril

de 1938, los trasladaron triunfalmente al cemente-rio del convento. Los que quedaban en la cuevaoyeron los tiros, y pronto descubrieron los cuerposde los hermanos. Viendo el peligro que corrían per-maneciendo en la cueva decidieron dividirse haciadistintas direcciones. Los hermanos Pedro Estebany Antonio Lahoz, hacia Crivillén, para seguir lue-go hacia Híjar, su pueblo natal. Los padres con lospostulantes pasaron la noche en Mases de Crivillén,pasando por la finca de don Francisco Rubio, quienles ayudó y les indicó que fueran hacia Alcaide,pues hacia Oliete y Muniesa era peligroso. Al noconocer bien el terreno, anduvieron por aquellosparajes hasta llegar al embalse del pantano deOliete. Cruzaron montañas siguiendo el camino deAlcaine a Muniesa, pero poco antes de llegar al úl-timo pueblo, creyeron divisar fuerzas nacionales alos cuales saludaron con alegría, encontrándosedespués que eran milicianos. El padre Sancho in-cluso les ofreció sus servicios como capellanes, antelo cual inmediatamente fueron detenidos e intro-ducidos en un coche. A los postulantes los metie-ron en otro coche, y posteriormente los pusieronen libertad. Sin embargo, los padres, tras insultosy burlas fueron fusilados. Parece ser que los lleva-ron primero a la estación para después salir para elmartirio. El padre fue visto a las diez de la mañanael día 7 de agosto en la estación de Muniesa. Losacaron para fusilarlo mientras lo insultaban lle-vándolo a la orilla de la carretera que viene deOliete a Muniesa. Cerca del kilómetro 40 lo fusila-ron y, según cuentan, permaneció de pie variosminutos. Los restos reposan en el cementerio delConvento.

Fray Pedro y fray Antonio, presentes en la terce-ra expedición también, se marcharon como dijimoshacia su pueblo natal. Allí se dedicaron a trabajarlas tierras hasta que una mujer los delató, y en sumisma casa fueron fusilados, yaciendo actualmenteen el cementerio de El Olivar.

El padre Mariano Pina Turón se refugió enCrivillén, y posteriormente al encontrarse enfermopasó varias horas en el convento y procedió a subira Estercuel, donde permaneció del 3 al 6, saliendola noche del 6 hacia Alcaide, donde le pidieron queabandonase el pueblo, por lo que salió hacia Alacóny recorrió el mismo camino que el padre comenda-dor y el padre Manuel Sancho. En Alacón no tuvoreparo en decir quién era, por lo que no tardaronmucho tiempo en prenderlo, llevándoselo sin saber-se con seguridad el destino, pues no se ha podidoencontrar su cuerpo.

Por último, el joven postulante Rafael Villanueva,fue fusilado en Alcorisa la primera semana de agos-to, simplemente por haber sido por pocos días miem-bro de una comunidad religiosa.

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Convento de Lérida

LOS padres Tomás Campo (comendador), Fran-cisco Llagostera, Enrique Morante, JesúsMassanet, y el hermano Serapi Iranzo com-

ponían dicha comunidad. Decidieron buscar refu-gio en distintas casas de amigos. Sin embargo, elpadre Campo ya se hallaba detenido el 24 de julioencerrado en la cárcel provincial junto con el padreFrancisco Llagostera y el hermano fray Serapio. Allídieron pruebas de valor y virtud, rezando el santoRosario y animándose mutuamente a derramar lasangre por Cristo. Ese mismo día, llegaba la colum-na de García Oliver, los cuales asaltaron la cárcelllevándose a veinticinco personas. Fueron conduci-dos hacia el Campo de Marte, yendo todos los már-tires alegres, gritando ¡Viva Cristo Rey! y cantandoel himno eucarístico Cantemos al Amor de los amo-res. Fueron fusilados la noche del 24 al 25 de agos-to de 1936.

El padre Enrique Morante se trasladó a casa desu madre, pero para no darle disgusto salió y andu-vo vagando hasta que lo descubrieron. Una mujervio como se lo llevaban atado, maltratándolo cami-no de Lérida, donde cerca de la estación lo matarona tiros dejando el cuerpo tirado en el arroyo.

El padre Jesús Eduardo Massanet, junto con frayTomás Carbonell y el sacerdote mosén Tarrasa, eldía 24 de julio fueron capturados y los iban a llevarsupuestamente a la cárcel, pero en el Paseo deBoteros los mataron dejando los cadáveres en esemismo sitio.

Convento de San Ramón

DISPERSA la comunidad, el padre AmancioMarín Míguez intentó ir a su tierra, Burgos,pero llegando a Huesca fueron a buscarle

y lo exhibieron por las calles entre burlas y escar-nios, hasta llegar a la tapia del cementerio, dondetras prepararse cinco minutos a morir, confesó a Je-sucristo delante de aproximadamente cien perso-nas antes de morir.

El otro mártir de dicho convento fue el hermanoFrancisco Mitjà, cuyo martirio se desconoce. Úni-camente fue encontrada posteriormente su cabeza,sola, en las cercanías del pueblo de Iborra (Lérida).

Convento de Barcelona

TRAS la dispersión de la comunidad se produjola quema y destrucción total de la iglesia yel convento. El hermano Antonio González,

se refugió en casa de mosén José Tolosa, en la calleSepúlveda, donde fueron detenidos en compañía deotro sacerdote, mientras dormían. Los metieron enun taxi, sin saber el destino. Cinco horas más tardefueron fusilados y se encontraron sus cuerpos en elhospital (reconocidos por el doctor Tort, que tras ana-lizar las marcas dijo que habían sido cruelmentemartirizados).

El martes 21 de julio, estaban sucediendo en Bar-celona los asesinatos más horribles y, sin embargo,el padre José Reñé tuvo serenidad para entrar con elhermano fray Manuel Tomás Pina, a celebrar porúltima vez la santa misa en la iglesia del Buensuceso.Según cuentan, durante los últimos veinticinco díasde su vida, se dedicó a orar frecuentemente ante Je-sús Sacramentado. Manifestaba gran admiración porlos mártires; decía: «Los matan, porque son minis-tros y seguidores de Cristo, por lo tanto son tanmártires como san Pedro, como san Lorenzo, comosan Sebastián… Y esto es muy grande; ya no puedeser mayor». Ardía su corazón en grandes deseos deentregar la vida por amor a Cristo. «Si me llevan amatar –decía–, yo de todas las maneras gritaré ¡VivaCristo Rey! a fin de que conste por qué muero». Sucadáver, destrozado, fue reconocido en el HospitalClínico.

Convento de Lorca

LOS últimos dos mártires son de este conven-to. El padre Lorenzo Moreno, conocido porser gran pedagogo y hombre de sencillez in-

fantil, se trasladó en los últimos años junto a sumadre necesitada en Lorca. Allí fue martirizado demanera lenta y cruelísima. En la noche del 3 de no-viembre de 1936, fueron a buscarlo y lo llevaronfuera de la ciudad, llevando éste su breviario consi-go. No habiéndole podido sacar ninguna blasfemiaprocedieron a mutilarlo lentamente. Tras haber co-metido tales atrocidades, acabaron machacándole elcráneo, llegando este padre a la cumbre del heroís-mo cristiano. Finalmente lo tiraron (no se sabe sicon vida) a un pozo que había en las inmediaciones.Según cuentas las madres mercedarias de Lorca, lesinformaron de que clamaba y repetía mientras lomartirizaban las palabras de ¡Viva Cristo Rey! Porúltimo, el padre Tomás Tajadura, provincial deAragón, con serias afecciones de salud, se encontra-ba en Madrid, en cuya residencia fue mártir junto consus otros hermanos, desconociéndose más detalles.

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UNO de los muchos episodios admirables delmartirio sufrido por religiosos durante lapersecución religiosa del siglo XX en Espa-

ña es la historia de las nueve monjas mínimasmartirizadas en Barcelona el 23 de julio de 1936.

Estas religiosas pertenecían a una orden fundadapor san Francisco de Paula en el siglo XV. Un santoque había sido consejero del rey de Francia CarlosVIII e influyó en las negociaciones para restituir loscondados de Rosellón y Cerdaña a Aragón. El mo-narca fue capaz de perdonar al reino vecino una deu-da de trescientos mil ducados, como aportación de lacorona francesa a los cuantiosos gastos que la guerracontra los moros de Granada ocasionaba a Aragón.

Los cronistas de las Monjas Mínimas hablan dedon Pedro de Lucena, embajador de los Reyes Ca-tólicos cerca del rey de Francia. Aquel hombre esta-ba impresionado por lo que veía en Francisco dePaula, y en sus viajes a España hablaba de aquellavida santa a su familia. Así fue como brotó en unassobrinas suyas el deseo de ser monjas bajo su direc-ción. Vencido por su generosa insistencia, el santose decidió y les dio una regla como la suya, adapta-da a su condición femenina. Tres años después de laconquista de Granada empezaba en Jaén la vida deestas monjas, que, encerradas tras los muros de unconvento, buscaban la soledad de la vida eremíticaen comunidad.

Las Monjas Mínimas habían llegado a Barcelonaen 1623. Se habían instalado en una torre de Horta.Y en aquel monasterio sufrieron, tres siglos más tar-de, la Semana Trágica de julio de 1909 y la terriblepersecución religiosa iniciada en toda Cataluña el19 de julio de 1936. En ese momento eran veinticin-co las mujeres que vivían en el monasterio, total-mente alejadas de las agitaciones políticas. Allí, cualsoldados que aguantan vigilantes en su puesto mien-tras los demás duermen, intercedían por la ciudadde Barcelona.

Rondando la media noche del sábado 18 al do-mingo 19 de julio, la campana del monasterio inte-rrumpe el sueño de la comunidad. En Barcelona, lastropas sublevadas han salido ya a la calle para pro-clamar el estado de guerra, pero son derrotados rá-pidamente por las milicias populares, armadas porel gobierno de la Generalitat, y las fuerzas de ordenpúblico.

El día 19, hacia las nueve de la mañana, una ami-ga de las monjas, la señorita Mercader, acude al con-vento para alertarlas del peligro que corren, ya que

en Barcelona templos y casas religiosas están ar-diendo, y el fuego de la revolución se extiende rápi-damente. Deben salir todas inmediatamente de sumonasterio. Vestidas de seglar se distribuyen entretres casas vecinas. Por miedo a los registros, tienenque ocultarse durante el día en una cueva cercana.Mientras ellas permanecen escondidas, el monaste-rio es saqueado y las tumbas de su cementerio pro-fanadas, dejando expuestas, ante la puerta de la en-trada a la clausura, las momias de dos religiosas re-cientemente enterradas.

Al terminar el día 22, se encuentran en la casadonde era portero-hortelano David Furné las diezmujeres que van a ser inmoladas: las ancianas ma-dre Margarita de San Ramón (73 años), madre Asun-ción (65 años), madre Montserrat (64 años), acom-pañada siempre de su hermana doña Lucrecia GarcíaSolanas; las profesas solemnes sor María de las Mer-cedes (47 años), sor María de Jesús (37 años), y lashermanas legas: Josefa del Corazón de María (71años), Trinidad (60 años), Enriqueta (46 años) y Fi-lomena de San Francisco de Paula (40 años)

Habían pasado la noche en la torre de los Bofarull.El día 23 estaban más tranquilas de lo habitual, yaque no habían sido llevadas a la cueva. Pero hubouna delación, y los milicianos se presentaron a tiroseguro: buscaban a diez monjas. En la tradición dela comunidad quedó la versión de que había sidoEsteban, el portero del monasterio, el autor de ladelación. Un cuñado suyo estaba metido en el Co-mité de Horta –traducción española de los sovietrusos–. Quizá no pensaba que las fueran a matar,sino que iban a colocarlas en algún Hospital paracuidar heridos. Esto, en todo caso, es lo que dijeronlos milicianos en el momento de detenerlas. Erancinco muchachos jóvenes, entre ellos un guardiaurbano, que daba las órdenes. Las monjas acababande rezar el rosario cuando las detuvieron.

La Madre Montserrat se adelantó:–La superiora soy yo. ¿Qué queréis?–Queremos a la superiora, para que nos dé el ca-

pital del monasterio.–Pues yo lo soy. Pero capital no tengo ninguno.

A estas dejadlas en paz, porque ellas, pobrecitas, notienen nada que ver. Si tienen que hacernos algomalo, háganmelo a mí, porque yo soy la responsa-ble, pero ellas no. Si quieren, me matan a mí, peroellas son inocentes.

–¡Las diez monjas! ¡Y tú también! –dirigiéndosea la señora Lucrecia–, que eres como una monja! ¡y

Martirio de las monjas mínimas de BarcelonaBALBINA GARCÍA DE POLAVIEJA

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tú también, David, que las habías escondido! ¡Enmarcha!

Las echaron bruscamente en un camión. Una deellas, sor Carmen de San Francisco, tenía un her-mano anarquista que fue a rescatarla y se la llevójusto en aquel momento. Esta mujer, al acabar laguerra, tuvo que cuidar a su madre y no volvió alconvento. Siempre se emocionaba recordando loshechos: «Lástima que llegó mi hermano Salvador asalvarme, pues de lo contrario hubiera podido ofre-cer al Señor el derramamiento de mi sangre, con lasnueve hermanas mártires.»

Las demás fueron llevadas en dirección a SanAndrés, a una fábrica de ladrillos llamada BòbilaBoada. A David Furné, el hortelano, le dejaron es-capar. Una señora vecina oyó los tiros en la fincahacia las siete de la tarde. También oyó las voces delos milicianos y dijo que las monjas habían sido muyvalientes. Y los mismos patrulleros comentaban enla lechería La Rabassada, que solían frecuentar:«¡Vaya unas monjas valientes esas nueve que hancaído hoy!».

Hasta qué punto las martirizaron no se ha podidosaber, pero debió de ser terrible, ya que hasta lasdos de la madrugada no las acabaron de matar. Nohay testigos directos que hayan querido hablar, perolos cuerpos de las víctimas hablan elocuentementecon el lenguaje de sus heridas, descritas por elforense del Hospital Clínico de Barcelona: heridasde arma de fuego, desgarros, hemorragias, heridascortantes, heridas que indican intentos de violación,«hundimiento de la cara por contusión», etc.

Después de estar todo el día 24 de julio los cadá-veres expuestos al sol, un señor que había ido algu-na vez al monasterio y conocía a las hermanas pasópor allí, y al ver los cadáveres reconoció que eranlas monjas mínimas; dio parte a Sanidad y el día 25las recogió la Cruz Roja y las llevaron al HospitalClínico. Antes de ser sepultadas en una fosa común,un hermano de sor Enriqueta y sobrino de la madreMargarita pudo reconocer por las fotos a sus dosfamiliares y ver que las demás fotos eran de las res-tantes hermanas.

Los testigos interrogados concuerdan en que elmartirio de las monjas fue por el odio a la fe quesentían los asesinos. «Por lo que siempre he oído con-tar, me consta –y eso desde el principio lo supe– quefueron asesinadas por odio a la fe y que aceptaronvoluntariamente la muerte por amor a Cristo comobuenas religiosas» (testimonio de Teresita SantiagoFernández). «Dada la situación de aquellos días, altratarse de religiosas y con el testimonio y comenta-rios de personas fidedignas puedo asegurar que lassiervas de Dios fueron asesinadas en odio a la fe yellas aceptaron por amor a la misma fe, como cristia-nas y religiosas, la muerte» (testimonio de AsuntaMercader). «Declaro que, por el conocimiento de lasreligiosas y las características de aquellos momen-tos, de verdadera persecución religiosa (que tambiénpadecimos en nuestra casa) creo firmemente que sumuerte fue causada por odio a la fe; igualmente creofirmemente, dado el espíritu religioso de las siervasde Dios, que aceptaron la muerte por amor a la fe y asu espíritu» (testimonio de María Prat).

Cumplimos así con un deber de justicia y gratitud al poner sobre el candelero la fortaleza yheroísmo de estos cristianos que, por amor a Jesucristo, prefirieron la muerte antes que renegar desu fe. Fueron testigos del Evangelio de Jesucristo, modelos de amor y fidelidad en su tiempo. Descu-brimos en ellos el rostro de Dios que se ha encarnado y ha tomado forma en los rostros de aquellosque hicieron de Cristo la razón suprema de su existencia (cf. LG. 50). A través de sus vidas podemosdescubrir cómo Él sigue presente en el mundo y transforma las vidas de sus discípulos. Son testigosde la fe cristiana que sellaron con su martirio, y, por eso, celebramos su fidelidad a Dios, al mismotiempo que su grandeza humana.

Cristo es el prototipo de los mártires. La salvación del mundo se realiza a través del sufrimientoy la muerte del supremo testigo del amor de Dios al hombre: Jesucristo (Cf. Mt 16, 21; Lc 17, 25). Vinoa los suyos y los suyos no lo recibieron (Cf. Jn 1, 11), pero Él «los amó hasta el fin» (Jn 13, 1) y fuecondenado a muerte (Cf. Jn 19, 7) y crucificado (Cf. Jn 19,18). Así consumó la entrega de su vida, poramor, para que tuviéramos vida (Cf. Jn 19,50 y 10, 10).

Precisamente porque la muerte salvífica de Cristo en la cruz es de una importancia tan trascen-dental para la redención de la humanidad se comprenderá también por qué ha habido siempre márti-res en su Iglesia y seguirá habiéndolos.

Los obispos españoles hablan de los mártires

Monseñor RAMÓN DEL HOYO LÓPEZ,obispo de Jaén

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CRISTIANDAD octubre 2013 — 33

LA Iglesia católica venera como mártires losfieles a los que los perseguidores de la fe handado muerte por causa de la misma fe cris-

tiana; es decir, a los que han muerto in odium fidei.Hemos de dar gracias a Dios por la reciente beati-

ficación, la más numerosa de la historia, de mártiresespañoles. Veintisiete de ellos pertenecían a diócesiscatalanas y el hecho de que sean ahora beatificadosresponde a que el arzobispado de Valencia promo-vió un proceso de beatificación como mártires en elque quedaron incluidos numerosos religiosos de di-versas órdenes y congregaciones. Por esto tambiénhan sido beatificados once jesuitas, cuatro de elloscatalanes, que murieron por la fe en Valencia.

El joven Francisco Castelló i Aleu ha sido el pri-mero de los miembros de la recordada Federació deJoves Cristians de Catalunya que sube al honor delos altares, pero no ha sido propiamente el primerfejocista. Hace algunos años (en 1995) el escolapioFrancesc Carceller, consiliario del «Grup 93, deNostra Senyora de les Escoles Pies», en el colegiode la calle de la Diputación, en Barcelona, fue bea-tificado con otros dos profesores del mismo cole-gio, Casanovas y Canadell. Para mí son un recuerdode mis años de alumno en aquel colegio. Conocí alos tres y pertenecí, como avantguardista, al grupoque dirigía el padre Carceller.

La proximidad e intimidad de estos recuerdosme estimulan, al ver también beatificado un con-gregante mariano valenciano, a expresar con entu-siasmo ferviente el deseo, que me consta sentimosmuchos, de que puedan ser pronto elevados al ho-nor de los altares los numerosos fejocistas,congregantes marianos, jesuitas, sacerdotesdiocesanos, religiosos de diversas congregacionesy padres de familia que en Cataluña dieron su vidapor la fe en Cristo en los años de la persecuciónreligiosa que llevó al martirio a más cristianos entoda la historia de la Iglesia.

Los frecuentes sofismas surgidos de ideales po-líticos profundamente enfrentados a Dios, luchado-res contra el Reino de Cristo en el mundo, me mue-ven a recordar algunas verdades que en aquellossofismas se ocultan o se deforman.

Es complicada la vida humana y el curso concre-to de la historia. No son conscientemente culpablesde los errores y de sus consecuencias todos los quesienten entusiasmo por acontecimientos políticos queno se habrían dado sin los impulsos que han llevadoa la apostasía y a la descristianización del mundocontemporáneo. Esto explica que en 1877, duranteel pontificado de Pío IX, y en 1911, durante el dePío X, se pudiera recordar la necesidad de no atri-buir las doctrinas condenadas en la Quanta cura yel Syllabus a todos los que militaban en partidos po-líticos liberales.

Pero, León XIII calificó como «imitadores deLucifer en su nefando grito no serviré... a los parti-darios de este sistema tan extendido y poderoso quetomando el nombre de la libertad quieren ser llama-dos liberales».

Pío XI enseñó que «no se puede ser verdadera-mente católico y al mismo tiempo socialista verda-dero» –aunque algunas veces la Jerarquía católicaha afirmado el derecho de los católicos ingleses avotar el Partido Laborista–; y del comunismo juzgóque era «intrínsecamente perverso» y advirtió que«no se puede admitir que colaboren con él en nin-gún terreno los que quieren servir a la civilizacióncristiana», y puso a la Iglesia bajo la protección desan José para que la defendiera de los ataques delateísmo comunista.

Juan XXIII, en 19 de marzo de 1961, recordandoque Pío XI había puesto la acción de defensa de laIglesia frente al comunismo ateo bajo la protecciónde san José, le invocaba de nuevo como «poderosoamparo en la defensa contra los esfuerzo del ateís-mo mundial que tiende a la destrucción de las na-ciones cristianas».

Si estos juicios de Pío XI y de Juan XXIII hubie-ran sido recordados en estos últimos años, no ten-dría la fuerza que tiene el movimiento marxista –nofascista ni nazi– que instrumentando un nacionalis-mo radical intenta destruir el pueblo vasco y Espa-ña, a la que Torras i Bages definía como «conjuntode pueblos unidos por la Providencia».

En mí, confieso que tienen más fuerza los recuer-dos de mi propia vida que las cavilaciones actualesde pretendidos sociólogos religiosos, que para ha-cer olvidar la gloria de los mártires ocultan el dina-mismo profundo de la persecución religiosa en 1934y 1936-1939.

El 14 de abril de 1931, a la vista de las primeras

«In odium fidei»

FRANCISCO CANALS VIDAL (†)

*Reproducido de CRISTIANDAD, núm. 837-838, de mar-zo-abril de 2001. El número estaba dedicado a celebrar labeatificación, el 11 de marzo de 2001, de 233 mártires dela persecución religiosa de 1936-1939 en España.

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banderas tricolores republicanas y oyendo los pri-meros gritos de aclamación de la República, dijo mipadre: «Pronto habrá quema»; y ante mis preguntasme explicó que pensaba que no tardaría en ocurriren Barcelona lo que había ya ocurrido durante laSemana Trágica: la quema de las iglesias y de losconventos. No pasaron muchos días sin que estoocurriese en Madrid.

En Cataluña fue un hecho universal, misterioso,inexplicable –y nunca investigado– el asalto en po-cas horas, en julio de 1936, de todos los edificiosreligiosos, desde el Valle de Arán al Bajo Ebro, des-de la Costa Brava a las comarcas de Lérida.

Al oír en 14 de abril de 1931 el anticipativo jui-cio de mi padre tenía yo 9 años. Después he leídomuchas cosas y pensado también mucho; y me daque pensar el hecho de que en el momento de lasmatanzas de frailes en Madrid (1834) cantaba unciego, al son de la guitarra, como recuerda Menéndezy Pelayo:

Muera Cristo,Viva Luzbel;Muera don Carlos,Viva Isabel.

Sin el impulso sectario masónico no hubiera te-nido lugar la secularización de España obrada por

la revolución liberal. Sus víctimas murieron tam-bién por odio a la fe cristiana. Como siempre, susenemigos hablaban de otras cosas. Pero también losmártires que en Francia murieron durante la perse-cución anticristiana obrada por la Revolución fran-cesa fueron acusados de enemigos de la Repúblicapor no aceptar la cismática «Constitución Civil delClero». Durante siglos en Inglaterra la fe en la auto-ridad del Papa de Roma y la celebración de la misacatólica estaban fuera de la ley.

Antes de descalificar «políticamente» a los márti-res de Cristo habría que reconocer con consternacióny arrepentimiento la orientación y finalidad de hosti-lidad a Dios y a su Cristo de las persecuciones em-prendidas al servicio de políticas cuya orientaciónfinal y decisiva es el separar las sociedades de la ver-dad católica y del Reinado de Cristo en la sociedad.

Los mártires españoles que morían al grito de¡Viva Cristo Rey! seguían el camino del jesuita pa-dre Pro, ejecutado en uno de los lugares más céntri-cos de la ciudad de México, por orden del propiopresidente, como enemigo de la Revolución mexi-cana y del Estado que ella instauraba.

Al venerar a los mártires hemos de ver realizadaen ellos la promesa del Señor: «Bienaventurados se-réis cuando los hombres os aborrezcan, os apartende sí y os maldigan y proscriban vuestro nombrecomo malo por amor del Hijo del Hombre».

El hecho, sin embargo, de que el martirio sea un don y una gracia de Dios no significa que quededisminuida o suprimida, por esta gracia, la personalidad humana del mártir y nuestra más preciosaprerrogativa que es la libertad. Precisamente la libertad humana y el amor en la persona del mártirquedan enriquecidos y ennoblecidos por esa gracia. En el mártir precisamente la persona realiza,bajo el impulso de la gracia de Dios, su más auténtica respuesta desde la libertad y el amor, a suunión con Jesucristo. Por eso el martirio es el acto supremo de fe, esperanza y caridad. El mártir seabandona radical y totalmente en manos de su Creador y Redentor. No sólo se enfrenta librementecon la experiencia tremenda de la muerte, sino que, sobre todo, la acepta en su corazón como unmedio eminente de asociarse radicalmente a la muerte de Cristo en la cruz.

Al ser el martirio el acto más grande de amor a Dios es el camino, asimismo, más noble y certerohacia la santidad. Al seguir a Cristo hasta el sacrificio voluntario de su vida, el mártir, más que cual-quier otra persona, queda consagrado y unido como nadie a Cristo, transformándose en su imagen.Por eso, nadie está más cerca de Dios y participa más intensamente de la gloria de Cristo que aque-llos que murieron por Él, en Él y con Él.

Desde el principio del cristianismo los discípulos de Jesucristo tenían conciencia clara de que, conel mismo acto que se adherían a su persona y aceptaban su Evangelio, tenían que enfrentarse con elmundo que les rodeaba, contrario a sus compromisos. Sobre todo en los dos primeros siglos sabíanque la seriedad de la fe cristiana, solía tener como sello el martirio, como supremo testimonio de su fe.

Entonces, como hoy y siempre, el mártir nos interroga en qué se basa y fundamenta nuestra fe,y nos habla del Reino de Dios entre nosotros (Cf. Mt 5, 11-12). El mártir protesta, diríamos, contra lassituaciones en que prevalece el mal. Por el martirio el vencedor termina vencido, no por revancha,sino por la fuerza que le sostiene en el martirio. Su victoria no humilla al vencido, sino que nos hablade fidelidad y coherencia a su fe. Nos anima a caminar al encuentro del Señor, soportando la cruz ytribulaciones, desde la esperanza (Cf. Job 19, 25).

Monseñor RAMÓN DEL HOYO LÓPEZ, obispo de Jaén

Los obispos españoles hablan de los mártires

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SANTA Teresita del Niño Jesús anhelaba el mar-tirio. Así lo expresa en el capítulo IX de suvida: «Ser vuestra esposa, ¡oh Jesús!, ser car-

melita, ser por mi unión con Vos madre de las al-mas, debía bastarme… Pero yo siento en mí otrasvocaciones: la de guerrero, la de sacerdote, la deapóstol, la de doctor, la de mártir... Querría llevar acabo las obras más heroicas, me siento con el valorde un cruzado, de un zuavo pontificio. Querría mo-rir en el campo de batalla en defensa de la Iglesia.Quisiera iluminar las almas como los profetas y losdoctores… Quisiera ser misionero…» «Pero, sobretodo y por encima de todo, quisiera derramar por tihasta la última gota de mi sangre… ¡El martirio! ¡elsueño de mi juventud!, un sueño que ha crecido con-migo en los claustros del Carmelo... Pero siento quetambién este sueño mío es una locura, pues no pue-do limitarme a desear una sola clase demartirio…para estar satisfecha, tendría que sufrirlostodos…»

¿Cómo inspiró Jesús tan ardiente deseo de mar-tirio a santa Teresita? Ella cuenta cómo a sus 14 años,en mayo de 1887, cayó en sus manos el libro El findel mundo y los misterios de la vida futura, del pa-dre Charles Arminjon. «Este libro se lo habían pres-tado a papá mis queridas carmelitas; por eso, contrami costumbre (pues yo no leía los libros de papá), lepedí permiso para leerlo. Esa lectura fue una de lasmayores gracias de mi vida. La hice asomada a laventana de mi cuarto de estudio, y la impresión queme produjo es demasiado íntima y demasiado dulcepara poder contarla».

En el libro, el padre Arminjon, citando a sanAgustín en su comentario al texto de san Juan, diceque en los últimos tiempos todos los infieles, here-

jes, y hombres depravados se aliarán con el anticristopara perseguir a los fieles a Dios, y que esta perse-cución, «la más inhumana y la más sangrienta detodas las que jamás ha sufrido el cristianismo, esta-rá exclusivamente impulsada por el odio directo aDios y a su Ungido, y su único fin será el extermi-nio del reino de Dios, la aniquilación total del cris-tianismo y de toda religión positiva […] por el colo-sal poder y los medios prodigiosos de fuerza y dedestrucción que poseerá el Anticristo… y por la es-pantosa malicia del demonio, pues dice san Juan queen aquellos días Dios le dejará salir de la prisión dellamas donde está encadenado y le dará una licenciaabsoluta para seducir y saciar su odio contra el gé-nero humano… por lo que dice san Cirilo, que ha-brá multitud de mártires, aún más gloriosos y másadmirables que los que combatieron antaño contralos leones en los anfiteatros de Roma y de lasGalias».

Este máximo martirio en la gran persecución delanticristo entusiasmó a santa Teresita, quien añosmás tarde escribirá: «Al pensar en los tormentos queserán el lote de los cristianos en tiempo del anticristo,siento que mi corazón se estremece de alegría, y qui-siera que esos tormentos estuviesen reservados paramí…». En cartas a sus hermanos espirituales, losmisioneros padres Roulland y Bellière les diceque pide a Dios que lleguen a alcanzar la palma delmartirio. Dedicará también una poesía al martiriodel santo misionero Teófanes Vénard, y exclama:«con santa Juana de Arco, mi hermana querida, qui-siera murmurar en la pira tu nombre, ¡oh Jesús!»(Historia de un alma, IX). En 1894 le escribe supoesía pidiendo su beatificación, que comienza así:

Dios vencedor, tu Iglesia, toda entera,rendir pronto quisiera honor en los altaresa una virgen y mártir, a una niña guerrera,cuyo nombre resuena ya en el cielo.Para salvar a Francia, a la Francia culpable,no desea tu Iglesia ningún conquistador,solamente Juana puede salvar a Francia,¡todos los héroes juntos pesan menos que un

mártir! Tuyos, ¡oh dulce mártir!, son nuestros monaste-

rios,

«¡El martirio, el sueñode mi juventud!»La vocación al martirio de santa Teresita

J.-J E.-S.

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tú sabes que las vírgenes hermanas tuyas son;y sabes que el objeto de sus ruegoses, como fue el objeto de los tuyos,ver que en todas las almas reina Dios.

Estribillo. Salvar las almas es su deseo,de apóstol mártir dales tu llama.

Meses después de la lectura del libro de Arminjon,en noviembre de 1887, Teresita peregrina a Roma yvisita el Coliseo. Con santa envidia invoca a sanSebastián y le pide correr su misma suerte martirial,y a la mártir Cecilia le dice: «Como tú quisiera sa-crificar mi vida, darle a Jesús toda mi sangre». Es-cribe: «Al posar mis labios sobre el polvo purpura-do con la sangre de los primeros cristianos, me pal-pitaba fuertemente el corazón. Pedí la gracia de sertambién mártir por Jesús, ¡y sentí en el fondo de micorazón que mi oración era escuchada!» (Historiade un alma, VI)

Teresita se sintió escuchada, pero no sabía cómoiba a acceder Jesús a su deseo. El día de su profe-sión, el 8 de septiembre de 1890, en la flor de sujuventud y sin previsión de enfermedad alguna, lle-vó sobre su pecho un billete en el que pedía a suesposo: «Jesús, que muera mártir por ti, con el mar-tirio del corazón o con el del cuerpo, o mejor, conlos dos…». Así fue.

En carta a Celina reconoce: «el martirio del co-razón es el sufrimiento íntimo del alma», es su mar-tirio por amor: «Hagamos de nuestra vida un sacri-ficio continuo, un martirio de amor para consolar aJesús». Pero este su martirio del corazón que «noes menos fecundo que el derramamiento de la san-gre» (carta al padre Bellière), vino también acom-pañado del ofrecimiento y aceptación martirial desu sangre en las hemorragias de su enfermedad: «Sa-bía muy bien que tendría el consuelo de ver mi san-

gre derramada, puesto que muero mártir de amor»(Últimas conversaciones, Varia 5).

Sabía que el martirio de sangre es la más perfec-ta identificación con Jesús, el Rey de los mártires.Viendo una estampa de Jesús crucificado, cuya manoensangrentada salía del libro, escribe: «Quedé pro-fundamente impresionada al ver la sangre que caíade una de sus manos... caía al suelo sin que nadie seapresurase a recogerla... resolví mantenerme en es-píritu al pie de la cruz para recibir el divino rocíoque goteaba de ella, comprendiendo que luego ten-dría que derramarlo sobre las almas» (H.A. cap. V),y pocas semanas antes de morir, repetirá: «No quie-ro dejar que se pierda esa sangre preciosa. Pasarémi vida recogiéndola para las almas» (Últimas con-versaciones, agosto 1897).

Teresita, que había deseado sufrir todos los su-plicios infligidos a los mártires, en su última en-fermedad escribe: «¡Cuando pienso que muero enla cama! Me hubiera gustado morir en la arena»(Últimas conversaciones, Varia, 4.11), pero acep-ta contenta el martirio que le ha escogido Jesús:«¡Morir de amor, dulcísimo martirio, es el marti-rio que sufrir quisiera! (poesía 17). Este martiriode amor lo ofrecerá un año antes de su muerte alCorazón de Jesús en el día de su fiesta, 22 de juniode 1896:

«Lo sabes bien, mi martirio,mi único y solo martirio,¡oh Corazón de Jesús!es tu amor, y si suspiropor verte pronto en el Cielo,es para amarte, que amartemás y más cada vez quiero.En el Cielo, emborrachadadulcemente de ternura,yo te amaré sin medida.

El Concilio Vaticano II en la constitución Lumen gentium profundiza en la comprensión teológicadel martirio al decirnos que: «Así como Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su caridad ofreciendo suvida por nosotros (cf. 1 Jn 3, 16; Jn 15, 13)», así el martirio «en el que el discípulo se asemeja a suMaestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en laefusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la prueba suprema del amor»(núm. 42).

El martirio, por tanto, no es fruto del esfuerzo o deliberación humana, sino la respuesta a unainiciativa y llamada de Dios, que invita a dar ese testimonio de amor. Por la unión íntima existenteentre Cristo y sus discípulos es el mismo Cristo el que, mediante su Espíritu, habla y actúa en elmártir (Cf. Mt 10, 19-20). En virtud de esa unión a su Cuerpo, que es la Iglesia, nunca faltarán en ellapersecuciones, porque es la misma vida de Cristo que continúa en su pueblo.

Monseñor RAMÓN DEL HOYO LÓPEZ,obispo de Jaén

Los obispos españoles hablan de los mártires

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1. Durante el consulado de Emiliano y Baso, el16 de enero, domingo, fueron detenidos Fructuoso,obispo, Augurio y Eulogio, diáconos. Estando reco-gidos en su habitación, entraron en casa los oficia-les del pretorio, los beneficiarios Aurelio, Festucio,Elio, Polencio, Donato y Máximo. Fructuoso oyópasos e inmediatamente se levantó y salió a recibir-les en sandalias. Le dijeron los soldados:

–Acompáñanos, puesto que el gobernador te re-clama con tus diáconos.

Les respondió Fructuoso:–Vayamos, pues; pero, antes dejad que me ponga

el calzado.Respondieron los soldados:– Hazlo como te plazca.Llegados ya a su destino, fueron allí encarcela-

dos. Fructuoso, sin embargo, dichoso y seguro de lacorona a la cual era llamado, oraba sin cesar. Loshermanos le asistían asiduamente, le proveían de ali-mentos y le suplicaban que les tuviera presentes ensu mente.

2. El día siguiente bautizó en la prisión a nuestrohermano llamado Rogaciano. Pasaron seis días an-tes que los sacaran de allí el viernes, 21 de enero, yprestaron luego declaración. El gobernador Emilianodijo:

–Haz pasar a Fructuoso, haz pasar a Augurio, hazpasar a Eulogio.

Por oficio, respondieron:–¡Helos aquí!El gobernador habló así a Fructuoso:–¿Sabes lo que han dispuesto los emperadores?Fructuoso respondió:–Desconozco lo que hayan mandado los empera-

dores. ¡Soy cristiano!El gobernador Emiliano precisó:–Mandaron adorar a los dioses.Fructuoso replicó:–Yo adoro al único Dios, creador del cielo y de

la tierra, y de todo cuanto hay en ellos.Insistió Emiliano:– ¿No sabes que existen los dioses?

San Fructuoso, obispo de Tarraco, protomártirde la Iglesia hispana

TERESA LAMARCA ABELLÓ

LA llegada de Roma en el siglo III a. de C. uniónuestras tribus íberas y preparó la tierra donde arraigaría la fe cristiana que trajeron san

Pablo y Santiago en el siglo primero. Y arraigó demodo tan profundo y verdadero que muy pronto ofre-ció sus primeros frutos.

El 16 de enero del año 259 Emiliano, gobernadorde la provincia Tarraconense, ordenó el arresto delobispo de Tarraco, Fructuoso. Este arresto era debi-do a las persecuciones anticristianas de los empera-dores Valeriano I y Galieno, persecuciones que eneste momento se dirigían especialmente contra lasjerarquías de las comunidades cristianas, sus cabe-zas, con el propósito de desorganizarlas y anularlas.Junto con el obispo Fructuoso fueron hechos prisio-neros sus diáconos Eulogio y Augurio.

El día 21 de enero del mismo año el obispo y susdiáconos fueron juzgados y condenados a morir que-mados atados a una estaca por el único motivo de sufe cristiana. La pena se ejecutó aquel mismo día enel anfiteatro, a la vista de todos y sobre todo de la

comunidad cristiana, a fin de que les sirviera deejemplo y les llevara a abandonar su fe.

Pero veamos la narración de los hechos que unafigura anónima relató en las Actas del martirio deFructuoso y sus compañeros. Este documento, co-nocido como la Passio Fructuosi, es consideradoel primer documento cristiano de la península ibé-rica. Es un documento de grandísimo valor histó-rico ya que presenta los caracteres más evidentesde autenticidad. Es, por tanto, importantísimo paranosotros, puesto que nos describe de forma senci-lla y familiar el sacrificio de los primeros márti-res hispánicos conocido por un documento autén-tico.

Prueba también su contemporaneidad y su im-portancia, la difusión que en seguida tuvieron estasActas para ser leídas de forma pública en las igle-sias africanas. Así, san Agustín hace un panegíricode ellas en el sermón 273. También el poetaPrudencio las cita en su obra el Peristephanon a fi-nales del siglo IV.

Acta del martirio

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Fructuoso contestó:–Lo ignoro.Le advirtió Emiliano:–Sin duda, lo sabrás luego.Fructuoso, vuelto hacia el Señor, oraba en silen-

cio. El gobernador Emiliano exclamó:–¡Éstos sí que son escuchados, éstos sí que son

temidos, sí que son adorados, en vez de dar culto alos dioses y adorar las imágenes de los emperado-res!

El gobernador Emiliano se dirigió entonces a Au-gurio:

–No hagas caso a las palabras de Fructuoso.Augurio confirmó:–Yo adoro a Dios todopoderoso.El gobernador se volvió a Eulogio:–¿Acaso adoras, tú, a Fructuoso?Eulogio precisó:–Yo no adoro a Fructuoso, pero sí que adoro a

aquel a quien Fructuoso adora.El gobernador Emiliano inquirió a Fructuoso:–¿Eres, tú, obispo?Fructuoso afirmó:–¡Sí, lo soy!Declaró Emiliano:–¡Lo fuiste!Y sentenció que fueran quemados vivos.

3. Y mientras Fructuoso y sus diáconos eran lle-vados al anfiteatro, crecía la aflicción del pueblo porel obispo Fructuoso, como una expresión más delgran amor que le tenía; así era no sólo entre los her-manos sino también entre los mismos gentiles. EnFructuoso se traslucía aquella imagen del obispo re-velada por el Espíritu Santo a través del bienaven-turado Pablo, vaso elegido, doctor de las naciones.

Por esta razón, incluso los soldados, conscientesde la gloria inmensa que iban a alcanzar aquellos,se alegraban más que no se entristecían. Y, ya quealguno de los hermanos le instaba a que bebiera unamixtura, Fructuoso le indicó:

–No es hora todavía de quebrantar la celebracióndel ayuno.

Serían las diez o las once de la mañana. Y puestoque el miércoles anterior, a pesar del encarcelamien-to, había cumplido aquella solemnidad, ahora, se-guro y gozoso, anhelaba culminar allá, en el paraísoque Dios dispuso para sus predilectos, con los már-tires y los profetas, la estación iniciada aquí el vier-nes.

Llegados al anfiteatro, se le acercó su lector, denombre Augustal, y le suplicaba entre sollozos quepudiera quitarle el calzado. Aquel mártir bienaven-turado le correspondió así:

–Déjalo, hijo, yo mismo me descalzo.Ya sin el calzado, se le acercó un soldado herma-

no nuestro, llamado Félix, y estrechó su mano mien-tras le rogaba que le tuviese presente en el pensa-miento. Con voz perceptible por cuantos le rodea-ban, le respondió:

–He de llevar dentro de mí la Iglesia católica, deoriente a occidente.

4. Firme en el umbral del anfiteatro, a punto deacceder a la corona inmarcesible más que al supli-cio, en presencia de los soldados beneficiarios deoficio antes nombrados, y de tal manera que ellos ylos hermanos lo pudieran percibir, Fructuoso, mo-vido por el Espíritu Santo, que hablaba por bocasuya, exclamó:

– Nunca más os faltará pastor ni os fallará la fielpromesa del Señor, ni ahora ni en el futuro. Esto quehoy contempláis es una simple debilidad pasajera.

Habiendo consolado a los hermanos, entraron dig-nos a la salvación, e incluso gozosos al martirio, alfruto prometido en las Santas Escrituras. Se hicie-ron semejantes a Ananías, Azarías y Misael, puesen ellos resplandecía la Trinidad divina cuando, depie sobre el fuego terrenal, el Padre se les hacía pre-sente, el Hijo les confortaba y el Espíritu Santo an-daba entre las llamas. Consumidas por el fuego lascuerdas que ataban sus manos, Fructuoso, asiduo ala divina alabanza, exultante e hincadas las rodillas,oraba a Dios, seguro de la resurrección, con el mis-mo gesto victorioso del Señor crucificado.

5. Tampoco faltaron las habituales y maravillo-sas manifestaciones del Señor: se abrieron los Cie-los, y Babilón y Migdonio, hermanos nuestros y ser-vidores del gobernador Emiliano, mostraron a la hijade éste, y su señora terrenal, cómo Fructuoso y susdiáconos, coronados con el martirio, subían a travésdel cielo mientras las estacas, a las cuales fueronatados, permanecían todavía allí plantadas. Emiliano,llamado a contemplar la visión, ni siquiera fue dig-no de vislumbrarlos, mientras los servidores del go-bernador le insistían:

–Ven y contempla cómo los que hoy has conde-nado ascienden ahora al Cielo y su esperanza es ra-tificada.

6. Los hermanos, confusos sin pastor, se sentíanafligidos no porque compadecieran a Fructuoso sinomás bien porque le echaban de menos. No obstante,conscientes de su fe y su combate, todos se apresu-raron a bajar de noche al anfiteatro llevando consi-go vino para sofocar los cuerpos humeantes. Des-pués se apresaban a recoger la mayor cantidad posi-ble de cenizas, allí acumuladas. También entoncesse manifestó la maravillosa magnificencia de nues-tro Señor y Salvador con la finalidad de confirmaren la fe a los creyentes y de proponer un ejemplo a

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los más débiles. Todo aquello que, por la misericor-dia de Dios, el magisterio de Fructuoso había ense-ñado en vida como una promesa de nuestro Señor ySalvador, era necesario que Fructuoso lo ratificaraahora en su reciente pasión y por la fe en la resu-rrección de la carne. Por lo cual, después de su in-molación, se mostró a los hermanos y les instó paraque restituyeran sin demora todo cuanto, por amor,habían sustraído de las cenizas.

7. Se aparecieron a Emiliano, que había conde-nado a Fructuoso y sus diáconos, revestidos con latúnica de la promesa, mientras lo reprochaban y le

Según la tradición, la comunidad cristiana diosepultura a los restos de los mártires en el lugar don-de se levantaría le necrópolis paleocristiana delFrancolí, pero no hay constancia del lugar preciso.Sin embargo, un estudio bien documentado muestracomo el lugar más probable de la sepultura, el mau-soleo de Centcelles, en el otro lado del río Francolí.

La Passio de san Fructuoso nos revela costum-bres del momento, así como los sentimientos y lasprácticas de los primeros cristianos de nuestra tie-rra. Hace contar la existencia de una comunidad de«hermanos» en la Tarraco del siglo III, presidida porsu obispo Fructuoso, el cual ciertamente gozaba degran simpatía popular entre los mismos gentiles. Laingenua y detallada pintura del momento en que elsanto es hecho prisionero en su propia casa nos des-cubre su vida romanizada.

manifestaban que en vano había despojado del cuer-po y enterrado para siempre a aquellos que ahoratendría que contemplar triunfantes.

¡Oh, mártires bienaventurados, purificados comoel oro precioso en el crisol ardiente, protegidos conla coraza de la fe y el yelmo de la salvación, ceñidoscon diadema y corona inmarcesibles por haber ho-llado la cabeza del maligno!

¡Oh, mártires bienaventurados, que merecieronun lugar esplendoroso en el Cielo a la derecha deCristo para gloria de Dios, Padre todopoderoso, deJesucristo, su Hijo y del Espíritu Santo! Amén. (Tra-ducción: Lluís M. Moncunill Cirac)

En la arena del anfiteatro, hacia el siglo V seconstruyó una basílica visigoda dedicada a sanFructuoso, y de la cual quedan todavía algunosvestigios.

Al llegar los musulmanes en el 711, los restosde los mártires fueron trasladados a Italia por elobispo Próspero, al lugar donde se levantaría la aba-día de San Fructuoso de Capodimonti. Posterior-mente parte de las reliquias regresaron a San Fruc-tuoso de Bages, en Cataluña. En 1372 fueron tras-ladadas a la Seo de Manresa, a la cripta donde seveneran como uno de los Cossos Sants. De allí, unaparte fue cedida a Tarragona, en cuya catedral sonveneradas.

Que san Fructuoso, que con su martirio nos dioejemplo de fidelidad a Cristo, nos ayude a vivir unavida verdaderamente cristiana.

una de las principales aportaciones de los mártires de la persecución religiosa en el siglo XX, esla forma en que testimoniaron la doctrina evangélica del perdón al enemigo. Imitando a Cristo en sumuerte, ellos también murieron rezando por sus verdugos, y expresándoles abiertamente su perdón.Más aún, conocemos el testimonio de mártires que antes de ser fusilados repartieron sus últimasmonedas entre quienes se disponían a ejecutarlos.

Su testimonio tiene un especialísimo valor en cuanto a que ilumina e inspira nuestro particularmomento histórico. ¡Cuánto nos cuesta pedir perdón! ¡Cuánto nos cuesta perdonar las ofensas! Lasegunda de las grandes aportaciones de la espiritualidad martirial en nuestros días, es el amor a laverdad, tanto frente al relativismo como frente a los fundamentalismos. En efecto, la beata MadreTeresa de Calcuta decía que el mal principal de Occidente es la indiferencia… Frente al ‘todo vale’ yfrente al ‘nada importa’, nuestros mártires nos recuerdan que hay ideales que son demasiado gran-des como para regatearles el precio… Y, por otra parte, frente al fundamentalismo de quienes pien-san que el amor a la verdad justifica quitar la vida al prójimo, los mártires creen que el amor a laVerdad bien merece sacrificar la propia vida.

Monseñor JOSÉ IGNACIO MUNILLA,obispo de San Sebastián

Los obispos españoles hablan de los mártires

Page 40: CRISTIANDAD oct 2013.pdf · La vocación al marti-rio de santa Teresita Consagración al Corazón Inmaculado de María «Estos son los que vienen de la gran tribulación, y lavaron

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CONTRAPORTADA

Iglesia de mártiresAl dirigir una mirada de fe al siglo XX, los obispos españoles dábamos gracias a Dios,

con el beato Juan Pablo II, porque «al terminar el segundo milenio, la Iglesia ha vuelto aser de nuevo Iglesia de mártires» y porque «el testimonio de miles de mártires y santos hasido más fuerte que las insidias y violencias de los falsos profetas de la irreligiosidad y delateísmo». El Concilio dice también que la mejor respuesta al fenómeno del secularismo ydel ateísmo contemporáneos, además de la propuesta adecuada del Evangelio, es «eltestimonio de una fe viva y madura (...) Numerosos mártires dieron y dan un testimoniopreclaro de esta fe». El siglo XX ha sido llamado, con razón, «el siglo de los mártires».

La Iglesia que peregrina en España ha sido agraciada con un gran número de estostestigos privilegiados del Señor y de su Evangelio. Desde 1987, cuando tuvo lugar labeatificación de los primeros de ellos –las carmelitas descalzas de Guadalajara– han sidobeatificados 1001 mártires, de los cuales once han sido también canonizados.

Ahora, con motivo del Año de la Fe –por segunda vez después de la beatificación de498 mártires celebrada en Roma en 2007– se ha reunido un grupo numeroso de mártiresque serán beatificados en Tarragona en el otoño próximo. (…) La vida y el martirio deestos hermanos, modelos e intercesores nuestros, presentan rasgos comunes, que hare-mos bien en meditar en sus biografías. Son verdaderos creyentes que, ya antes de afron-tar el martirio, eran personas de fe y oración, particularmente centrados en la Eucaristía yen la devoción a la Virgen. Hicieron todo lo posible, a veces con verdaderos alardes deimaginación, para participar en la misa, comulgar o rezar el rosario, incluso cuando supo-nía un gravísimo peligro para ellos o les estaba prohibido, en el cautiverio. Mostraron entodo ello, de un modo muy notable, aquella firmeza en la fe que san Pablo se alegrabatanto de ver en los cristianos de Colosas (cf. Col 2, 5). Los mártires no se dejaron engañar«con teorías y con vanas seducciones de tradición humana, fundadas en los elementosdel mundo y no en Cristo» (Col 2, 8). Por el contrario, fueron cristianos de fe madura,sólida, firme. Rechazaron, en muchos casos, los halagos o las propuestas que se leshacían para arrancarles un signo de apostasía o simplemente de minusvaloración de suidentidad cristiana.

Como Pedro, mártir de Cristo, o Esteban, el protomártir, nuestros mártires fueron tam-bién valientes. Aquellos primeros testigos, según nos cuentan los Hechos de los Apósto-les, «predicaban con valentía la Palabra de Dios» (Hch 4, 31) y «no tuvieron miedo decontradecir al poder público cuando éste se oponía a la santa voluntad de Dios: “Hay queobedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5, 29). Es el camino que siguieron innu-merables mártires y fieles en todo tiempo y lugar». Así, estos hermanos nuestros tampocose dejaron intimidar por coacción ninguna, ni moral ni física. Fueron fuertes cuando eranvejados, maltratados o torturados. Eran personas sencillas y, en muchos casos, débileshumanamente. Pero en ellos se cumplió la promesa del Señor a quienes le confiesen de-lante de los hombres: «no tengáis miedo... A quien se declare por mí ante los hombres, yotambién me declararé por él ante mi Padre que está en los Cielos» (Mt 10, 31-32); y abraza-ron el escudo de la fe, donde se apagan la flechas incendiarias del Maligno (cf. Ef 6, 16).

Mensaje de la Conferencia Episcopal Española(19 de abril de 2013)