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JUAN CARLOS PAJARES IGLESIAS (UN AÑO EN TAM TAM PRESS) CORNER OF THE SILENCED

CORNER OF THE SILENCED (UN AÑO EN TAM TAM PRESS)

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Portada, prólogo y primeras páginas de "Corner of the silenced" del autor Juan Carlos Pajares Iglesias

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JUAN CARLOS PAJARES IGLESIAS

(UN AÑO EN TAM TAM PRESS)

CORNER OFTHE SILENCED

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CORNER OF THE SILENCED

(Un año en Tam-Tam Press)

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Juan Carlos Pajares Iglesias

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TEXTOS DE COMBATE

Tiene la escritura lapidaria esa condición escabullente de lo que está a la vez en todas partes y en ninguna; una naturaleza, sí, huidiza y obstinada, intemporal, con el apremio de las escrituras urgentes -hechas para tomar la profundidad de un instante antes de que se evapore en el aire de lo reiterado- y con el hervor cos-toso de las palabras que van cayendo por su propio peso hasta tocar el limo abisal del corazón del lector.

La pertinencia del aforismo, su especial hincapié y visibilidad tal vez tengan que ver más de lo que pare-ce con el secuestro inadvertido del pensamiento. Del pensamiento colectivo. Es sabido que desde siempre hubo esa especial manera de coagular en luminosa condensación el espesor del lenguaje y del pensamien-to, hechos ya una sola pasta y sostenidos en la breve-dad. Surge así ese lenguaje sapiencial de máximas, sentencias, lápidas, pensamientos… En todos ellos, eran factor común el alcance universal de las enun-ciaciones y el valor intemporal de los juicios. Estaban, pues, calados de moralidad.

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Pero he aquí que vivimos en este tiempo extremo y sin orillas que reclama concreción e inmediatez. Y de esos dos conceptos se alimenta Corner of the silenced. No se trata, en puridad, de un libro de aforismos, aunque to-dos los textos hayan salido vivos de esos “Aforismos del pájaro” que Juan Carlos Pajares sigue publicando desde octubre de 2012 en Tam Tam Press –ese otro ‘cor-ner’ que de la mano de Eloísa Otero propone buscar una realidad que apenas se nos deja conocer de otra manera- sino que tienen el nervio del apunte inmedia-to a punta seca y la penetración de lo que no se confor-ma con aceptar lo epidérmico. Y son también pellizcos de urgencia a fin de combatir la prisa con la prisa, con un idioma de bocanada veloz y eficaz: el idioma de la viñeta, el graffiti repentino, el logotipo que no nombra pero convoca. Algo así ocurre en muchos de los textos de Corner of the silenced. Los recorre una oblicuidad. Se han borrado alusiones. No hay títulos que los res-guarden en su goteo numeral. Pero, ah, la insinuación deja paso fácil a la certeza virtual y todos sabemos de qué se nos habla en ellos porque todos los estábamos esperando.

Podrá haber sido golpe de azar o podrá ser fenómeno que permita un diagnóstico más atento, yo no lo sé,

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pero de un tiempo a esta parte toman posición en los escaparates libros parecidos de aforismos, de reflexio-nes, de sentencias. Toda una terapéutica lapidaria. Maneras de estar en el mundo rebañando de la lata del idioma unas cuantas palabras cada vez, antes de que nos quiten también la cuchara. Hace no mucho caía entre nosotros sin paracaídas Pensar por lo breve, antología de aforismos publicada por editorial Trea y en la que su antólogo, el mexicano José Ramón Gon-zález, hacía notar este mismo fenómeno de prolifera-ción creciente de una escritura reflexiva, precisamente en un país más dado al ingenio que al pensamiento a pesar de contar con ejemplos eminentes (Sem Tob, San Juan, Gracián, Saavedra Fajardo, Machado, Juan Ramón, Vicente Núñez, Ory…) que, sin embargo, no han hecho callo suficiente en la tradición, tal como ha sucedido con el resto de esa huella oriental, tan des-perdiciada entre nosotros. Hace tan solo un par de semanas hubo otro libro, Manga por hombro, del poeta extremeño Elías Moro, uno de los escritores actuales que han ensanchado sin trauma los límites de estos textos, del humor a la gravedad, del sarcasmo a la melancolía. Son dos ejemplos entre tantos de los que me estaba nutriendo cuando ha llegado Corner of the silenced.

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Ante esta emergencia de una escritura aforística se me ocurre que tal vez haya razones para creer que eso sucede sobre todo en ciertas épocas en que es preciso mondar el idioma, bajar a sus despensas a restituir a las palabras su vinculación resuelta con el pensamien-to, por fuerza un pensamiento crítico y hasta avieso y a contracorriente, como única manera de enfrentarse al desdoro falaz de las palabras en esos ámbitos que las necesitan para mostrar que la mentira es una par-te natural de la verdad: la política, la publicidad, los medios de comunicación…, lugares donde sucede esa horrible transacción que es convertir la luz de candil de las palabras en asunto de engañosa pirotecnia in-candescente. Y así, se vuelve al lenguaje lapidario –qué bueno que esa palabra concierte etimológicamen-te con el verbo lapidar- para arrojar a la cara, como una lluvia de patatas afiladas, lo que parecía haber pasado de contrabando -pero no- ante los ojos alerta del escritor.No puede responder a otra causa el sentido de este oportuno libro de Juan Carlos Pajares, libro de ur-gencia y densidad en el que se impone una escritura violenta de escaramuza para volver a dar al idioma ánimo civil y pulso penetrante. Textos de combate –así

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quiero llamarlos- que salen a buscarnos con la estam-pida de los desaforados.

El tufo de los discursos impostados que arrojan desde los escenarios públicos cada día sobre nuestras cabe-zas se ha convertido ya en materia fangosa de la que vamos desconfiando. Ante eso, contra eso, los lengua-jes urgentes. Son lenguajes de relámpago, entran en nosotros de un solo aletazo y salen fulminantes. Pero ya, después de ellos, no estamos indemnes. Hablo de las viñetas cotidianas de “El Roto” en el periódico, de los graffitis en muros secundarios con acusaciones que enseguida han de desaparecer bajo un maquillaje mu-nicipal, de las advertencias en las pancartas de sábana de las manifestaciones (vi esta en una de ellas: “¿No veis que no podemos apretarnos el cinto y bajarnos a la vez los pantalones?”). Lenguajes crudos y desinfectados, sí, de esa otra sintaxis alambicada en la que tantos hemos dejado de creer.A esa estirpe pertenecen de lleno estos textos de Corner of the silenced. Imposible pasar por encima de ellos sin remojarse uno, pues a todos nos afectan. A través de 52 textos –el número es el de las semanas que caben en un año- se nos convida a repasar la vida a través de un

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calendario memorable. Como el revés de un telediario, como una resaca necesaria para no dar por triturado en la memoria lo que pasó ante nosotros a través del últi-mo año, Pajares viene a entregarnos ahora este anuario puntual y crítico. Un bolo alimenticio que nos devuel-ve lo que ya se iba por los despeñaderos de la digestión y del olvido, y que nadie deberíamos dar todavía por sentado. De eso se trata.

Se calzan estos textos sobre la visión de un mundo ya del todo polarizado, un ‘ellos / nosotros’, dicotomía que el escritor no pierde ocasión de hacernos obser-var. Nosotros somos los de siempre; ellos son cada vez otros. Así, se habla a las claras del poder político: “Decretaron orden de alejamiento, a no menos de trescientos metros, de sus mandatarios, aunque hacía ya mucho tiempo que estaban a años luz de ellos”. “Era un grito unánime, ve-raz, ineludible, el de la muchedumbre agolpada a las puertas, pero ellos, inanes, ingrávidos, como ausentes, se parapetaban en sus actas de diputado”. Se habla de la Iglesia: “No nos desprecian y condenan por nuestro laicismo sino porque (…) hemos puesto al descubierto la carcoma de su cartón piedra, el neguijón que anida bajo sus beatíficas sonrisas”. Se ha-bla de esa sinécdoque, la Corona, ya tan despepitada:

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“Gustaba ese día, más que ningún otro, de aderezarse de sus atributos, sentarse en el trono ante el inmenso salón vacío y jugar a componer poses y perfiles mayestáticos. El murmullo lejano de la horda tricolor moría amortiguado en la espesu-ra de los cortinones”. Se habla de todo ello sin brochazo grueso; en ocasiones, como para deshacer la Historia entre los dedos, se aprovechan claves de naturaleza bíblica o evangélica (“El patriotismo es un sentimiento exclusivo de los señoritos porque ellos heredarán la tierra”) o clichés subvertidos (“Cautiva y desarmada la ciudada-nía…”) para seguir removiendo esta olla podrida de un año entero, de octubre de 2012 a septiembre de 2013, bajo una visión afilada y llena de matices.

Es esa información subcutánea la que da al libro el alcance de un almanaque secreto –no en balde sale a la luz en diciembre, época de arqueos y memoriales- donde pueden volver a comprobarse, asistidas por un lenguaje bien alejado del manoseo de los medios de comunicación, cuestiones que nos concernían a todos cuando quisieron ser materia pública: los recién naci-dos robados piadosamente en los hospitales durante el franquismo, las espeluznantes inmolaciones en las plazas de Grecia (evocadas en emocional vinculación

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con aquella ‘fruta extraña’ cantada por Billie Holiday) o la pérdida de responsabilidad en un mundo presidi-do por lo vertiginoso, tal como aparece en el sarcástico texto que relata un apresurado reconocimiento médi-co. Todo ello configura de otro modo el concepto de la actualidad, palabra que parece terminar en sí misma pero que aquí se trasciende porque pugna por volver a ser revisada, por no dejarla irse escamoteada en el imperio falaz de la avalancha.

Quedan otras cosas. Queda ese grito lapidario que pa-rece recogerse en vivo del relámpago sangrante de un graffiti nocturno (“Urge un reparto equitativo de la pobre-za”). Quedan esas visiones en clave de microrelatos: esa familia de mendigos –“Sagrada familia”, la llama el autor con un respeto nada irónico- refugiados la No-chebuena en el cajero de un banco; ese otro menestero-so que encuentra en el contenedor un ejemplar desvaí-do de la Constitución Española y lo cambia sin dudar por una lata de sardinas; ese matrimonio aburrido y de ceremoniales ya apagados que acaban regalándose por San Valentín un calefactor y unos calcetines para salvar el frío…

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Denuncias sumergidas, palabras recogidas de conver-saciones de brochazo aún caliente, relatos condensa-dos en el reducto de una trama narrativa tirante, es-crutinio de menudencias que no parecían existir para nadie pero que se ponen aquí a flotar con delicadeza y atención…, he ahí la pasta de la que está hecho Corner of the silenced. Uno cree, tras leer estos textos despoja-dos de inocuidad, que la palabra que sostiene todo es la palabra ‘decepción’. De ese sentimiento parte Juan Carlos Pajares. Un aviso que aletea ahí, a ojos vista, con vuelo bajo, sobre el consentimiento general de una ciudadanía desnortada que sigue soportando el peso de las claudicaciones. En este sentido, este libro es también un manual para aturdidos con el que se deberían recuperar las agallas de la dignidad. En las escuelas, en los hospitales, en las paradas de autobús, en las pantallas de los estadios tendrían que estar a la vista estas páginas, de una en una, pequeña baraja de lápidas que habría de terminar con el rincón de los si-lenciados, que ya no caben, desde luego, en un rincón. Así habría que leer este texto de combate para salir por puerta de emergencia del edificio de la vergüenza en que ahora estamos viviendo. Empujen, pues, esta puerta antes de que sea demasiado tarde. El lector, el

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ciudadano, es quien debe encargarse de terminar de dar sentido a lo que solo aparece aquí hecho trazo, en el rasguño de las denominaciones amortiguadas.

Soñémoslo: todos los textos, surgidos de un humus general maloliente, se elevarían sobre el aire nublado del mundo y empezarían a circular de boca en boca; pasarían de mano en mano entre hombres vencidos por el ensordecimiento, proclamarían que el empera-dor no viste un manto invisible sino que está desnudo. Desnudo e indefenso.

¿Ustedes se lo imaginan?

TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

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El 28 de octubre de 2013, a las dos de la tarde, en la mina de Llombera, a setecientos metros bajo nuestros pies, dejaron sus vidas Orlando González Fernández, José Luis Arias, Roberto Álvarez, Manuel Moure, Juan Carlos Pérez y Antonio Blanco. In memoriam. Que nuestro olvido no los sepulte jamás.

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Lo triste no es que se acerque el fin, sino que hayamos vivido, ignorantes y absortos, como inmortales.

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Era un gr i to unánime, veraz , ineludible, el de la muchedumbre agolpada a las puertas, pero ellos, inanes, ingrávidos, como ausentes, se parapetaban en sus actas de diputado.

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Suspendido de un árbol en la Plaza Sintagma cuelga un Sustantivo singular. Oscilante compás, vaivén macabro, metrónomo que mide la síncopa que bailan ufanos los especuladores.

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Los hombres colgados de los árboles, fruto agraz e intensivo de la Europa meridional.

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