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Contribución a la discusión sobre el análisis de la modernidad en los
estudios agrarios: recuperando la categoría de incertidumbre en el caso
de los productores regantes del departamento de Río II
(Córdoba, Argentina)∗∗∗∗
Constanza Riera1
Sandra G. Pereira2
Introducción
En el contexto de la discusión sobre las nuevas perspectivas en los estudios
sociales agrarios, se plantea la necesidad de repensar los desarrollos
contemporáneos como una nueva etapa del desarrollo histórico de la
modernidad que, en oposición a las propuestas postmodernas, profundiza y
complejiza las miradas sobre las relaciones global – local que reestructuran los
sistemas agrarios contemporáneos. En este marco la Teoría Social del Riesgo,
plantea, por ejemplo, alternativas interesantes para reflexionar sobre los
sistemas mundiales de la producción agrícola, tanto en sus implicancias
ambientales, como económicas y sociales. Tomando los principios de esta
Teoría incorporamos la dimensión de la incertidumbre porque consideramos
que la misma es central para analizar la complejidad de las relaciones sociales
dentro de las dinámicas productivas de la globalización.
En base al análisis de un caso particular en la agricultura pampeana
reflexionamos sobre esta dimensión, algunos de sus aspectos, sus alcances y
limitaciones para la comprensión de procesos de cambio centrados en la
intensificación de las relaciones capitalistas y el desarrollo tecnológico. Nuestro
objetivo general es entonces realizar una articulación entre la discusión sobre
la modernidad en los estudios sociales agrarios, la teoría social del riesgo y el
análisis de la realidad empírica en un escenario local de la región pampeana,
tomando a la incertidumbre como dimensión central del análisis.
∗ Ponencia presentada al VII Congreso Latinoamericano de Sociología Rural, Porto de Galinhas, Brasil, Noviembre 2010. 1 Licenciada en Antropología UBA, becaria CONICET. Maestranda FLACSO Argentina. PIRNA -Programa de Investigación en Recursos Naturales y Ambiente-, Instituto de Geografía, Departamento de Antropología, FFyL, UBA. [email protected] 2 Magíster UBA, Investigadora del PIRNA, Instituto de Geografía, Docente de la carrera de Geografía, Departamento de Geografía, FFyL, UBA. FLACSO Argentina. [email protected]
Contribución a la discusión sobre el análisis de la modernidad en los estudios agrarios: recuperando la categoría de incertidumbre en el caso de los productores regantes del departamento de Río II (Córdoba, Argentina).
Riera, C. y S. Pereira PIRNA-Programa de Investigaciones en Recursos Naturales y Ambiente, FFYL-UBA
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Desde el punto de vista metodológico, este trabajo se basa en una revisión
bibliográfica crítica, que no pretende ser exhaustiva, pero que permite reunir
referencias de importancia para abrir la discusión hacia alternativas teóricas.
En cuando al material presentado sobre el caso de estudio, este se sustenta en
un abordaje cualitativo, basado principalmente en entrevistas en profundidad
semi-estructuradas y registros etnográficos, realizados durante dos trabajos de
campo en el departamento de Río Segundo (provincia de Córdoba), Argentina3.
Desarrollo
Esbozos del recorrido de la teoría social en los estudios agrarios.
Mientras los estudios sociales rurales, tanto en sociología como antropología
se constituyeron a mediados de siglo XX en base a los estudios de
comunidades construidas como entidades aisladas (Buttel, 2005; Redfield,
1953; Foster,1953) y a partir de la oposición campo/ciudad; desde mediados de
los años 1970, los estudios sociales agrarios encontraron nuevas fuentes de
inspiración en las teorías marxistas que ligaban las transformaciones en el
mundo rural a la penetración del capitalismo como sistema mundial. De esta
manera surge la “nueva sociología rural” como una suerte de paradigma en los
estudios agrarios que alcanza su auge en la década de 1980. Esta corriente de
pensamiento estuvo fuertemente influenciada por el neo-marxismo y fijó los
principales interrogantes de investigación, vistos como una reedición necesaria
de la “cuestión agraria”, siendo el problema principal la persistencia del
campesinado y la agricultura familiar bajo la dinámica de expansiva del
capitalismo. En realidad, como afirma Buttel, “la tendencia dominante era el
‘marxismo chayanoviano’, un híbrido entre los estudios neo-marxistas sobre el
campesinado y el chayanovianismo“(Buttel, 2005:4). Por ejemplo, en Argentina,
bajo este contexto intelectual, se realizaron trabajos considerados como
clásicos de la antropología y sociología rural de nuestro país, en los que el
3 La información primaria fue recabada en dos trabajos de campo efectuados durante los meses de agosto y octubre de 2008 en el departamento de Río Segundo y en la ciudad de Córdoba Capital. Realizamos en total 18 entrevistas semi-estructuradas, 14 de las cuales fueron hechas al total de los productores regantes de este departamento y 4 a informantes calificados (uno perteneciente a la Estación Experimental Agropecuaria -E.E.A.-, Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria -INTA-, Manfredi, Área Recursos Naturales y Agronomía, Proyecto Regional de Agricultura Sustentable; y el Secretario del Consorcio de Regantes de la Zona 1).
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desafío se centró en dar explicación a la diferenciación campesina a partir de la
construcción de tipologías agrarias arraigadas en las características
productivas estructurales, como la capacidad de acumulación y de
reproducción de los tipos agrarios (Archetti y Stolen, 1975; Bartolomé, 1975;
Murmis, 1991).
Luego del impasse marxista en las ciencias sociales, que se expresó con
fuerza tanto en los estudios de desarrollo (Booth, 1994) como en los estudios
agrarios (Buttel, 2005) –dos sub-disciplinas estrechamente relacionadas por su
preocupación por la dinámica de cambio impulsada por el capitalismo–; el
marxismo como marco teórico dominante entró en decadencia. Pueden
identificarse varias razones para la pérdida de confianza en su capacidad
explicativa, pero principalmente, la caída de los regímenes sociales hacia final
de la década de 1980 deslegitimó la ideología marxista, y el neo-marxismo fue
visto cada vez más como un marco teórico teleológico y funcionalista que
fallaba en reflejar la diversidad y complejidad del mundo real, no pudiendo
explicar satisfactoriamente las tendencias de la globalización y la decadencia
de la centralidad de las clases sociales (Booth, 1994; Buttel, 2005). Estas son
parte de “…las razones más profundas del impasse en la teoría, […] detrás de
las preocupaciones distintivas, puntos ciegos y contradicciones de la sociología
del desarrollo de influencia marxista yace el compromiso meta-teórico de
demostrar que las estructuras y procesos de las sociedades menos
desarrolladas no sólo son explicables sino necesarias bajo el capitalismo”
(Booth, 1994: 5).
Durante las décadas siguientes, y hasta la actualidad, en la sociología rural han
dominado la perspectiva de la economía política de la agricultura, que toma a la
globalización como referente predilecto de investigación, y la perspectiva
orientada hacia el actor de Norman Long, y sus seguidores desde la Escuela
de Wageningen de Van der Ploeg (Buttel, 2005). Mientras la primera corriente
se ha centrado en el estudio de los sistemas de alimentación, el análisis de
cadenas agroalimentarias y sus regulaciones; la segunda ha sido más afín al
estudio de las redes sociales de actores y sus interacciones cara-a-cara como
método para recuperar los sentidos de la acción en los cambiantes escenarios
que promueven los procesos de globalización (Buttel, 2005; Long, 1996).
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A fines de siglo XX y comienzos del siglo XXI, la sociología agraria es mucho
más empírica que la de la nueva sociología rural (Buttel, 2005: 11), y se
caracteriza por trabajar una amplia diversidad de temas. Entre estos se
destacan la problemática asociada a la nueva ruralidad, la pluriactividad
campesina, la agricultura empresarial, la feminización del trabajo asalariado
rural, los movimientos campesinos e indígenas, entre otros, en especial para el
caso de América Latina (Kay, 2007). Sin embargo, en el estudio de estos temas
que vienen a inundar la agenda de la investigación en estudios agrarios (Long,
1996), se registra escasa claridad conceptual en el uso de las nuevas
categorías – como nueva ruralidad, pluriactividad, desarrollo rural,
globalización, sustentabilidad, etc. (Buttel, 2006; Bonnal et al. 2003; Schneider,
2003) – lo que promueve continuos debates.
Luego de este breve recorrido, creemos que si bien “la cuestión agraria en el
sentido convencional dejó de ser una pregunta obligatoria” (Buttel, 2005: 5),
hoy, luego del ocaso de la nueva sociología rural y el marxismo como marco
teórico dominante para entender los procesos de cambio bajo el capitalismo,
gran parte de su contenido teórico-metodológico continua teniendo gran valor
para la investigación social en estudios agrarios. En este sentido, aún es
posible realizar una recuperación metodológica de la dialéctica marxista que
permita superar ciertas reificaciones conceptuales que dificultan el análisis del
actual momento histórico, concretizando las categorías de análisis (Araghi y
McMichael, 2006; Schneider, 2003) y, como plantearemos más adelante,
principalmente recuperando la incertidumbre.
Los desafíos a la modernidad y su discurso
La crisis de los años 1980, la instalación del neoliberalismo, las dinámicas
sociales impulsadas por la globalización y la transformación en el régimen de
acumulación, produjo una reestructuración del orden mundial que impactó
profundamente al interior de los estados nacionales y que demandó nuevos
enfoques teóricos para su comprensión (Llambí, 1993).
En la era de la globalización se transforma la agricultura y las relaciones
sociales que la componen, reconfigurándose una parte fundamental del
régimen de acumulación post-fordista, es decir, el tercer régimen
agroalimentario (Etxezarreta, 2006). Este régimen agroalimentario se considera
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constituido por ‘el conjunto de normas y reglas, implícitas y explícitas que
gobiernan la agricultura y los complejos [agroalimentarios] y sus interrelaciones
[mutuas y con el resto del sistema] junto con sus orígenes y efectos’
(Friedmann, 1991: 71, en Etxezarreta, 2006). El nuevo orden mundial
agroalimentario plantea un escenario caracterizado por la inestabilidad y la
competencia, una creciente integración en el proceso de acumulación
capitalista de los elementos de la producción agraria; un sistema de producción
masivo de mercancías baratas para mantener la competitividad de las
empresas, proveer materias primas baratas y posibilitar bajo costo del consumo
alimentario para los trabajadores; la internalización y estratificación en el
consumo con productos diferenciados por clase social independientemente de
las diferencias nacionales; la liberalización y desregulación de los intercambios,
y por problemáticas asociadas a la seguridad alimentaria al interior de las
naciones (Etxezarreta, 2006). Estas transformaciones en el orden mundial
generaron el contexto propicio para la emergencia del posmodernismo, un tipo
de desarrollo intelectual que proclamaba el fin de la modernidad a fines de siglo
XX, y el inicio de una nueva etapa (Araghy y McMichael, 2006).
La postmodernidad, según sostiene uno de sus promotores clásicos, Jean
Francois Lyotard, hace referencia principalmente al desplazamiento de la fe en
el progreso humanamente concebido. Esta pérdida de fe, se traduce en la crisis
de las “teorías totalizantes” -como el marxismo- y pone de manifiesto el
desvanecimiento de “la gran narrativa” (Lyotard, 1984, en Giddens, 1990).
Como reacción a esta crítica se produjo en los estudios sociales un giro hacia
las micro-narrativas, que fragmentaron el mundo social en particularismos
abstractos, los cuales tuvieron influencia en los recientes estudios agrarios
centrados en localismo desarticulados del resto de las relaciones sociales
mundiales que los atraviesan. Este movimiento recibió la crítica de algunos
autores que los vieron como una manifestación del “retroceso posmoderno”,
debido a su “descuido sistemático por las relaciones históricas” (Araghy y
McMichael, 2006: 19).
En la crítica posmoderna, la pérdida de fe en el progreso, es especialmente la
pérdida de fe en el progreso de la ciencia hacia la verdad, que es un producto
paradigmático del proyecto de la modernidad. La crisis de esta convicción
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indica que la ciencia como tal ya no posee un lugar privilegiado dentro de las
distintas pretensiones al conocimiento (Giddens, 1990). Sin embargo, si
entendemos la postmodernidad, no como la descripción de una nueva etapa en
el desarrollo del mundo occidental, sino, según plantean algunos autores, como
la manifestación de la segunda crisis mundial-histórica de la modernidad4,
podemos afirmar que el proyecto de modernidad aún no ha caducado
(Habermas, 1981, en Araghi y McMichael, 2006). Es más, hay quienes afirmar
que lejos agotarse, este proyecto se ha radicalizado (Giddens, 1990), y por lo
tanto no necesariamente ha acabado su proyecto científico. Desde este punto
de vista, la modernidad puede ser definida como la consecuencia del ascenso
del dominio del capitalismo industrial a mediados del siglo XIX (Araghi y
McMichael, 2006) que trajo asociado un modo de vida u organización social
particular que se centraba en el modelo de sociedad europea occidental,
industrial, urbana, y gobernada por un estado nacional legitimado por alguna
forma de soberanía popular (Giddens, 1990). La radicalización de esta
organización social consiste en parte, en que actualmente se ha expandido
hasta la “mundialización”, además de que se han profundizado algunas de sus
características, como discutiremos más adelante.
Las dicotomías de los estudios sociales agrarios
Como dijimos, a mediados de siglo XX los estudios agrarios en ciencias
sociales se gestaron a partir de la oposición entre campo y ciudad, al igual que
gran parte de la ciencia social moderna. Esta forma de estructurar el
pensamiento sobre la realidad social en base a dicotomías que se definen una
por negación de la otra, es una herencia fuerte del pensamiento científico
moderno.
Este pensamiento binario se vuelve a expresar a partir de la década de 1970
en los estudios neo-marxistas poniendo el énfasis en la dicotomía agricultura-
industria. Como afirma LLambí “La concepción clásica de la transición agraria
partía de una pregunta básica: ¿qué distingue a la agricultura de la industria en
la génesis y el desarrollo del capitalismo?” (1993: 264) La pregunta era si la
4 Para Araghi y McMichael (2006) la primera crisis epocal de modernidad abarca desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX.
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industria absorbería a la agricultura, algo que en décadas posteriores siguió
constituyendo un tema de gran interés. Sin embargo, las dinámicas impulsadas
por los procesos de globalización estructuraron una nueva dicotomía central
como foco de atención en los estudios agrarios; esto es la de global-local.
Levi Strauss (1974) ha consagrado su obra a develar las estructuras
inmanentes de la mente humana en su tendencia a imponer un orden binario,
clasificando la realidad a partir del contraste y la oposición (rural-urbano,
campo-ciudad, etc.), siendo este pensamiento dicotómico producto de la
tradición científica moderna en su propósito de evitar la incertidumbre que nos
rodea en nuestra existencia social. Así, a principio de siglo XX Durkheim y
Mauss (1903) sostenían que el pensamiento científico operaba a partir de la
función clasificadora ordenando las cosas del mundo; es decir, disponiéndolas
en grupos distantes unos de otros, separados por líneas de demarcación
determinadas que traía como resultado la formación de clases, permitiéndole al
espíritu humano salir del estado de indistinción original en que el flujo continuo
de representaciones confundía las unas con las otras. Para estos autores las
clasificaciones científicas se encontraban en continuidad con las clasificaciones
primitivas, de las que se diferenciaban por estar desligadas de la carga afectiva
y emocional propia de estas últimas, lo que hacía posible la libre reflexión de
los individuos. Esta concepción del pensamiento social clásico sirve para
ilustrar la afirmación de Funtowicz de que “toda la idea del método científico y
de la ciencia como factor de legitimación de la acción o de la política está
basada en la idea de que podemos eliminar la incertidumbre” (Funktowicz,
1994: 23).
Para Arahgy y Mc Michael, el posmodernismo como teoría social no escapa de
esta dinámica binaria introducida por la modernidad, y es en sí mismo una
consecuencia de ella. El posmodernismo es la “imagen en el espejo” de la
ciencia moderna, que rechaza las meta narrativas en favor de las micro
narrativas, cuando en sí misma, constituye una meta narrativa. Según los
autores, “uno puede distinguir diversas clases de meta narrativas: las meta
narrativas del positivismo que son abstractas, lineales, totalizantes y
sistemáticamente orientadas, pueden distinguirse de lo que nosotros llamamos
meta narrativas integradoras, que son simultáneamente concretas y abstractas,
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que así como descubren diferencias concretas, también revelan semejanzas
abstractas, describen lo complejo, lo diverso y las interrelaciones de mutuo
condicionamiento” (Araghy y McMichael, 2006: 10). Así, las narrativas meta
integradoras, se constituyen en una propuesta teórico metodológica para “traer
a la historia mundial de regreso”. Esto significa que se puede “ir más allá de la
totalización y la fragmentación de la historia/realidad y ver las continuidades y
las discontinuidades dentro de la totalidad que caracterizamos como la
‘modernidad histórica’” (Araghy y McMichael, 2006: 14).
También para Giddens la modernidad tiene un carácter discontinuo, en el
sentido que ya no es posible verla como el reflejo de principios unificadores.
Una de las discontinuidades fundamentales que introduce la modernidad refiere
al ritmo y ámbito del cambio, cuyo dinamismo deriva de la separación del
tiempo y el espacio posibilitando los procesos de desanclaje. El vaciado del
tiempo a partir de la invención del reloj –que permitió la medición de un tiempo
abstracto, divorciado de su contenido social, que dejó su tradicional orientación
al quehacer, y adquirió un contenido uniforme, estandarizado (Thompson,
1984)– posibilitó la separación del tiempo del espacio, habilitando el proceso de
desanclaje, es decir que “permitió ‘despegar’ las relaciones sociales de sus
contextos locales de interacción y reestructurarlas en indefinidos intervalos
espacio-temporales” (Giddens, 1990: 32).
Este autor reconoce dos mecanismos de desanclaje: las señales simbólicas y
los sistemas expertos, que se caracterizan por remover las relaciones sociales
de la inmediatez de sus contextos. Los primeros se refieren a “medios de
intercambio que pueden ser pasados de unos a otros sin consideración por las
características de los individuos o grupos que los manejan en una particular
coyuntura”, cuyo ejemplo paradigmático es el dinero (Giddens, 1990: 32-33).
Por los segundos entiende “sistemas de logros técnicos o de experiencia
profesional que organizan grandes áreas del entorno material y social en el que
vivimos” (Giddens, 1990: 37).
Lo destacable de ambos mecanismos de desanclaje es que tanto en uno como
en otro está implicada la idea de fiabilidad, un rasgo fundamental de las
instituciones de la modernidad. Esta noción de fiabilidad indica una forma de
conjunción entre la “fe” y la confianza en las expectativas que genera el
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compromiso con algo. “Un sistema experto desvincula de la misma manera que
las señales simbólicas al ofrecer “garantías” a las expectativas a través del
distanciamiento tiempo-espacio” (Giddens, 1990: 38).
Al mismo tiempo, la fiabilidad implica la noción de riesgo, en el sentido que
dentro de esas expectativas se contempla la posibilidad de un resultado
imprevisto como consecuencia de nuestras propias actividades o decisiones.
Así, la fiabilidad como estado es permanente y requiere en primer lugar la
carencia de completa información. En realidad la fiabilidad está ligada a la
contingencia, más que necesariamente al riesgo. En el mismo sentido, se da la
relación entre riesgo y peligro. El riesgo presupone peligro, aunque no
necesariamente el conocimiento del peligro mismo, mientras este último se
entiende como amenaza al resultado deseado. De esta manera riesgo y
fiabilidad están entretejidos (Giddens, 1990: 43).
Recuperación de la incertidumbre y la teoría social del r iesgo
Otra de las características de la modernidad, que se suma a la de la separación
entre el espacio y el tiempo y que implica una radicalización de la modernidad,
es la reflexividad. Es decir, el “reflexivo ordenamiento y reordenamiento de las
relaciones sociales, a la luz de continuas incorporaciones de conocimiento que
afectan a las acciones de los individuos y los grupos” (Giddens, 1990: 28).
La modernidad reflexiva, en el proceso de comprenderse a sí misma, socavó
las bases de la razón y el pensamiento científico para la obtención de
conocimiento cierto. El examen constante de las prácticas sociales en base a
nueva información conduce a la incertidumbre; la misma incertidumbre que
denuncia el posmodernismo como categoría analítica abstracta, pero que es
necesario concretizar en el estudio de la realidad empírica.
La idea de incertidumbre remite a la inseguridad por falta de conocimiento que
se encuentra también relacionado con la complejidad o inestabilidad del
sistema empírico estudiado (Natenzon,1995), justamente por el mismo carácter
reflexivo de la modernidad. En este desconocimiento, la incertidumbre –al igual
que la fiabilidad- está intrínsecamente relacionada con el riesgo, y se constituye
como su contracara. En este sentido, el riesgo es una probabilidad que es
posible medir, cuantificar, aunque sea asignado valores subjetivos (Funtowicz,
1994), porque existe un conocimiento sobre él.
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Retomando las contribuciones de la crítica posmoderna al proyecto de ciencia
moderna, hoy es posible reconocer que en los sistemas que estudiamos existe
incertidumbre no reducible cuantitativamente (Funtowicz, 1994). Bajo esta
nueva concepción aprendemos a vivir con la incertidumbre y la convicción de
que el futuro es incierto. Este reconocimiento de la incertidumbre como una
dimensión de los problemas que tratamos de conocer, permite incluirla en
nuestros análisis e intentar manejarla (Natenzon, 1995).
La dificultad principal surge en el desarrollo de la vida social. En términos
prácticos, los problemas en situación de incertidumbre también demandan
respuestas donde entran en juego valores comprometidos en las decisiones –
sean estos bienes, vidas, sociedades o culturas–. Esto indica que su
tratamiento corresponde al ámbito de la política y del poder que circula a través
de las relaciones sociales existentes, a partir de las cuales se toman decisiones
que son configuradas por la subjetividad de quienes se encuentran
involucrados (Natenzon, 1995).
La incertidumbre se encuentra a distintos niveles del conocimiento. Por un lado
ante la incertidumbre de carácter técnico, puede decirse que la apuesta en
juego es baja, y esta puede resolverse a partir de la ciencia aplicada. Subiendo
un poco más el nivel, la incertidumbre adquiere un carácter metodológico, y
demanda para su tratamiento a la actividad profesional, que se sirve de la
ciencia aplicada pero que es resuelta de la mano de profesionales que tienen
un compromiso más personal con la sociedad. Finalmente, Funtowicz propone
que cuando la incertidumbre es de carácter epistemológico o ético, esta implica
una apuesta en juego muy elevada y su tratamiento corresponde a la “ciencia
posnormal” (Funtowicz, 1994: 35).
En síntesis, en nuestra vida cotidiana la incertidumbre es una contracara del
conocimiento ligado a los sistemas “expertos” encargados de generarla, por lo
que se sustenta en la fiabilidad y tiene una propiedad profundamente política.
“La incertidumbre se crea” (Funtowicz, 1994: 36), y circula por los distintos
niveles del conocimiento y su aplicación hasta alcanzar el nivel ético. A
mayores valores en riesgo, mayor apuesta y mayor incertidumbre. Es por esto
que la incertidumbre es una propiedad sistémica, donde las dimensiones
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superiores se proyectan sobre las inferiores. De esta manera “no se puede
producir conocimiento sin producir incertidumbre” (Funtowicz 1994: 39).
La ciencia posnormal es una propuesta para resolver los conflictos en
situaciones de incertidumbre donde el conocimiento científico por si sólo no es
capaz de dar respuesta. Así las situaciones de ciencia posnormal se
caracterizan en primer lugar por referirse a hechos inciertos; segundo, porque
existen valores en disputa; en tercer lugar, lo que está en juego es muy
elevado, es decir la apuesta en juego es alta, los valores comprometidos son
importantes; y finalmente, las decisiones son urgentes por lo que no se puede
esperar (Funtowicz, 1994: 34). El tratamiento de estas situaciones requieren
reconocer los múltiples intereses en juego y establecer interacciones
participativas donde todos los actores involucrados puedan formar parte de las
decisiones que corresponden a la esfera política, e involucran aspectos que
conciernen a los valores de una sociedad, sus modelos desarrollo y a la calidad
de la democrática (Natenzon, 1995).
Comentarios finales: a modo de ensayo, un caso aplicado
Estos últimos desarrollos teóricos forman parte de las contribuciones de la
Teoría Social del Riesgo para comprender algunas dinámicas actuales de la
modernidad, también llamada por estos teóricos “modernidad reflexiva” o
“sociedad del riesgo” (Beck, 1998). Consideramos que ciertas propuestas
teóricas de esta Teoría plantean alternativas interesantes para reflexionar
sobre los sistemas mundiales de producción agrícola. En este apartado nos
proponemos realizar a modo de ensayo algunas reflexiones sobre un caso
concreto: la agricultura de commodities bajo riego en el departamento de Río
Segundo, en la provincia de Córdoba, en Argentina.
Presentación
El departamento de Río Segundo, se ubica en la provincia de Córdoba, en el
centro del país. Es una zona considerada, tanto por las regionalizaciones
agropecuarias (Barsky, 1997) como por los propios productores como
“marginal” de la pampa húmeda. Esto es debido principalmente a sus
deficiencias hídricas, dado que las precipitaciones no han alcanzado
históricamente el promedio anual de 800 mm.
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En esta zona de la región pampeana, al igual que en otras, se observa en las
últimas décadas una intensa reestructuración en el uso del suelo. La
comparación de los Censos Nacionales Agropecuarios (CNA ‘88 y CNA ‘02)
nos permite observar a nivel departamental, que Río Segundo no ha sido la
excepción a los procesos de agriculturización y concentración de la producción
que tuvieron lugar en la región pampeana (Teubal, 2006; Gutman y Bisang,
2005); de particular impacto en esta zona que formaba parte de la cuenca
láctea, con un régimen de explotación diversificado, y que además constituía el
“núcleo manisero de la Argentina” (Barsky, 1997).
Desde la perspectiva de los productores locales, el área pasó de ser
“netamente ganadera” a ser “netamente agrícola” en pocos años. En este
cambio productivo entró en consideración no sólo las modificaciones en el
clima, con el aumento de las precipitaciones (Magrin et. al. 2005), sino también
la incorporación de tecnologías que posibilitaron nuevas formas de producción.
Fue durante la década de 1990 que la mayoría de los productores de Río
Segundo adoptaron el uso de la siembra directa, las semillas transgénicas y el
glifosato como principal agroquímico; elementos que conforman el denominado
“paquete tecnológico cerrado” (Hernández, 2007).
Algunos de los productores dentro de este modelo productivo, incorporaron
además equipos de riego por sistema de aspersión, generalmente de pivote
central, basados en la utilización de agua subterránea. La adopción de esta
tecnología durante la década de 1990, a su vez, fue facilitada por un contexto
político interno con nuevas regulaciones orientadas a la liberalización de los
mercados y a la apertura comercial, que incluyeron políticas tecnológicas
enfocadas en la incorporación de equipamiento importado, con escasas
restricciones a los flujos de tecnología y de capital (Gutman y Bisang, 2005).
En Río Segundo el proceso de agriculturización es evidente a partir de la ultra
especialización en tres cultivos (trigo-soja-maíz)5, y está basado en una carrera
5 Por ejemplo, en Río Segundo, dentro de los cereales, el trigo muestra un fuerte crecimiento en el período inter-censal (1988-2002) de 647%, al igual que el crecimiento de la superficie cultivada con maíz para la segunda ocupación con el 58%. En cuanto al cultivo de oleaginosas, la única que crece es la soja, que para la segunda ocupación registra un crecimiento pronunciado de 1760%, completando el proceso de sojización.
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de innovación tecnológica que es posibilitada también por un contexto
económico internacional favorable, caracterizado por altos precios para los
productos agrícolas, que se mantienen aún en la actualidad (Obstchatko, 1988;
Teubal, 2006). Este aumento en los precios de los productos, según
Obstchatko (2006) se relaciona con el crecimiento de la oferta y demanda
mundial de granos; lo cual está relacionado directamente con el incremento del
consumo mundial que registró un aumento acumulativo anual de 1,2% para el
caso de los cereales, y de 3,4% para las oleaginosas, principalmente, por la
mayor participación de los países del Sudeste Asiático.
Aproximación al anális is de la tecnología como categoría con la
inclusión de la incertidumbre
La incorporación del riego ha generado importantes cambios en este entorno
social y ambiental. En sí misma es una tecnología diseñada en estrecha
conexión con los procesos naturales, principalmente el clima, ya que es
pensada en primer lugar como una herramienta cuya pretensión es disminuir
los efectos de la variabilidad natural de las precipitaciones sobre agricultura. En
este sentido, es una tecnología en la que se cristalizan muchos de los aspectos
hasta aquí discutidos.
Tomamos a la tecnología como una categoría a desarrollar dada su centralidad
histórica en los procesos de expansión del capitalismo agrario y la importancia
que esta reviste en este caso particular, pero ¿Cómo reconstruir la complejidad
de esta categoría?
Marx proponía el análisis dialéctico para desentrañar la verdadera naturaleza
de la cosas. La tecnología como tal es una categoría que encierra un universo
de cosas, dado que su definición genérica (sea cual fuera6) indica una idea
abstracta. Siguiendo al mismo autor, el método científico correcto consiste en
superar este primer momento de abstracción que no es la realidad sino una
representación de la cual partimos, y llegar a las determinaciones más simples,
concretizándola, para luego volver a la abstracción original que ahora es una
6 Por tomar un ejemplo, Feenberg (2009) define a la tecnología como sistemas que involucran artefactos y operan a gran escala en las sociedades modernas. Al mismo tiempo destaca que la cuestión acerca de la definición de tecnología es una discusión sin fin que tiene escaso valor formativo.
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totalidad compleja, donde las relaciones que la atraviesan han sido clarificadas.
En sus palabras el método abstracto regresivo consiste en elevarse de lo
abstracto –que es en realidad representado como concreto– a lo concreto,
hasta alcanzar las determinaciones más simples; y reemprender el viaje de
retorno hasta la categoría abstracta, sólo que “esta vez no tendría una
representación caótica de un conjunto sino una rica totalidad con múltiples
determinaciones y relaciones. […] Lo concreto es concreto porque es la
síntesis de múltiples determinaciones, por lo tanto, unidad de lo diverso.
Aparece en el pensamiento como proceso de síntesis, como resultado, no
como punto de partida, aunque sea el efectivo punto de partida” (Marx, 1857:
51).
Así, Marx nos advierte que no debemos olvidar que las categorías son el
producto de condiciones históricas: “La categoría más simple puede expresar
las relaciones dominantes de un todo no desarrollado, o las relaciones
subordinadas de un todo más desarrollado, relaciones que existían ya
históricamente antes de que el todo se desarrollara en el sentido expresado por
una categoría más concreta” (Marx, 1857: 52-53).
Podemos intentar aplicar el espíritu de este método a la tecnología de riego
para reflexionar sobre sus determinaciones y las implicancias de su
incorporación y difusión. En esta difícil tarea, la filosofía de la tecnología de
Feenberg (2009) nos brinda herramientas para desafiar el sentido común en
torno a la categoría.
En primer lugar, dejamos de lado la tecnología en general, para avocarnos a
una tecnología en particular, el sistema de riego para cultivos extensivo. Hay
que considerar que es una tecnología agrícola, es decir productiva, lo cual tiene
variadas implicancias. Una de ellas es que como tal constituye un tipo de
capital, fijo, producto del trabajo y del conocimiento acumulado, y que ocupa un
lugar en la producción agrícola como parte de las fuerzas productivas. El
trabajo acumulado, tanto en su diseño como en su fabricación, nos remite al
pasado de esta tecnología. Sin embargo, este pasado obvio existente en todos
los objetos de creación humana que poseen una historia que podría ser
trazada, no es evidente cuando se toma al equipo de riego como un objeto
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instrumental y autónomo que pertenece al orden de razón pura, separada del
tiempo y el espacio, o de su medio ambiente y su operador.
En cierta manera, es común representarse el sistema de riego como una
totalidad en sí misma, pero eso implicaría suponer que es en sí independiente
de cualquier contexto o relación social. Esto es una abstracción de sus
condicionamientos de origen, los que le dieron su funcionamiento y su ser, y
por lo tanto operan como la negación de su historia. En este sentido, Feenberg
destaca que una de las paradojas de la tecnología es aquella que refiere a las
partes y el todo: “El origen aparente de sus todos complejos reside en sus
partes, pero lo paradójico al parecer en realidad es que las partes tienen su
origen en el conjunto al que pertenecen” (Feenberg, 2009).
La tecnología no es independiente del ambiente en el que actúa, y por lo tanto
funciona bien en el nicho específico de la sociedad específica en la que fue
creada. Un ejemplo claro es el del paquete tecnológico cerrado, porque cada
uno de los tres elementos que lo componen fue diseñado para complementarse
con los otros dos, sin los cuales pierde el sentido tecnológico y productivo, es
decir, se desfuncionaliza. La siembra directa es un sistema de labranza cero,
que no elimina el rastrojo de los cultivos anteriores, sino que los aprovecha
como reservorio de humedad para el nuevo cultivo. Pero para utilizar este
sistema sin sufrir perjuicios en el rendimiento se requiere del uso de un
herbicida para eliminar la maleza que compite con este último. A su vez, el
nuevo cultivo debe ser resistente a dicho herbicida, como lo es la soja
genéticamente modificada RR (roundup ready) creada por Monsanto, es decir,
se trata de una semilla que resiste al glifosato, el herbicida de amplio espectro
capaz de eliminar todas las plantas, excepto la soja RR.
En el caso del riego, al trasplantar a esta zona marginal de la región pampeana
los sistemas de riego diseñados para las grandes llanuras norteamericanas,
nativos de Nebraska y por lo tanto adaptados a ese medio social particular, se
los re-contextualiza en un nuevo entorno, para el que no fueron creados, por lo
que pueden surgir dificultades para su funcionamiento. Y estas dificultades se
relacionan no sólo con las diferentes características físicas del nuevo medio,
sino con las disímiles instituciones sociales existentes en él. Por ejemplo, los
agricultores argentinos a diferencia de los norteamericanos no han gozado de
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los subsidios y programas de protección que disfrutaron estos (Mc Michael,
1999). Las fuertes oscilaciones de precios y políticas que sufrieron en gran
parte de siglo XX (Barsky, 1991), asociada a la falta de protección del Estado,
hace que entiendan su propia actividad como “una timba”, lo que destaca la
incertidumbre de la actividad agrícola más allá de las típicamente relacionadas
con la fluctuación del clima. En este contexto, la utilización del riego aumenta
los costos fijos de producción, principalmente por el combustible que este
utiliza para su funcionamiento. En este sentido, en determinadas coyunturas
pueden disminuir los márgenes de ganancia, y aumentar la vulnerabilidad
económica de los productores y tornar la tecnología obsoleta, dada la
incertidumbre vigente en materia de política agropecuaria, y a nivel del
mercado internacional hacia donde son dirigidas las producciones.
Al momento de instalación de los primero equipos de riego en Córdoba no
existía regulación sobre el uso del agua subterránea, ni conocimientos acerca
del acuífero del río Segundo, fuente de la que se alimentan los pozos para
riego. Luego de algo más de 10 años, se ha avanzado sobre el primer aspecto,
aunque no sobre el segundo. La introducción de esta tecnología
despreocupada en lo que refiere a las consecuencias ambientales o sus
efectos secundarios, puede comprenderse a partir de lo que Feenberg define,
en el trabajo ya citado, como “la paradoja de la acción” (2009). Esta paradoja
muestra cómo cuando actuamos técnicamente sobre un objeto parece haber
escasa reciprocidad en la acción, apareciendo como una excepción al principio
Newtoniano de que “para cada acción hay una reacción igual y opuesta”, lo que
el autor denomina “la ilusión técnica” (Feenberg, 2009). Este principio que es
evidente en las relaciones interpersonales, cuando nuestros actos vuelven
como reacción de otros, tiene la apariencia de no operar en las mediaciones
técnicas. “La ilusión de independencia surge de la naturaleza de la acción
técnica que disipa o plaza la retroalimentación causal del objeto” (Feenberg,
2009). Pero en el caso del riego en Río Segundo, los efectos secundarios
comienzan a ser cuestionados, y la demanda de conocimiento hace emerger
incertidumbre.
“se charla, se piensa se cuestiona eh… estamos siempre eh… siempre sobre la misma esencia yo creo, lo que siempre nos preocupó, cómo hacemos para cuidar el agua. Esto no es eterno, siempre fuimos conscientes de esto y
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cada vez se pone más riegos, y desde el principio no había una legislación, en el primer momento, no había nada. Es decir, estoy desde ahí, desde que no había nada…” (Productor P3. Diario de Campo. Río Segundo).
El uso de esta tecnología no sólo vuelve por la retroalimentación causal, sino
que ha modificado el entorno social de los agricultores y el significado de la
naturaleza. La incorporación del riego ha generado procesos de
institucionalización donde un grupo de productores se ha formado alrededor de
esta tecnología, generando la emergencia del Consorcio de Usuarios de Aguas
Subterráneas o, en términos menos formales, Consorcio de Regantes. Esta
institución cuenta con el reconocimiento oficial y refuerza la identidad de los
productores como productores regantes, una categoría social definida en el
espacio social transformado por la incorporación de esta tecnología.
Para los regantes, su identidad como productores empresarios pasa por
producir con ‘eficiencia’, para lo cual la incorporación de la última tecnología es
indispensable. Es en este sentido que ellos se reconocen como “productores
de punta”, y detentan un “perfil” diferente al del productor tradicional de la zona,
ya que se caracterizan principalmente por una “actitud abierta a los cambios y a
las innovaciones tecnológicas”, las que se utilizan como rasgos de
diferenciación.
El ethos empresario y racionalista dirige las operaciones permanentes que los
productores deben realizar para intentar extraer los mayores rendimientos por
hectárea, a menores costos; es decir, ser más competitivos, producir más,
maximizando el factor tierra a partir de la intensificación de la producción que
se logra con la incorporación de tecnología. Para estos productores la
adaptación a las nuevas condiciones de producción implica tener las
disposiciones para ser “más prolijo y ordenado”, “llevar los números”, calcular y
planificar, proyectar las ganancias del futuro en base a los costos de
producción del presente, los rendimientos esperados y los precios
internacionales de los granos.
Por lo tanto, la tecnología de riego se inserta como parte de esta lógica social
productiva que promueve la importación de tecnología de los países centrales,
principalmente de los Estados Unidos, país que lidera el desarrollo de la
agricultura templada. Instrumentalmente, el riego es una herramienta que
incrementa las posibilidades de precisión en la producción agrícola, permite
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planificar mejor, manejar fechas de siembra precisas, disminuir los riesgos
climáticos, y estabilizar los rindes en un nivel elevado. Los productores lo
incorporan como una medida para enfrentar las condiciones climáticas que
experimentan como históricas, y no tanto porque exista una percepción sobre
cambios en el clima que lo justifiquen. De hecho, el aumento de las
precipitaciones como consecuencia del corrimiento de las isohietas,
desvirtuaría el uso de riego en la zona. Por lo tanto, en el contexto actual de la
producción, la práctica de incorporar riego está más claramente planteada
como una estrategia orientada a la eficiencia productiva y a la extracción de un
máximo de ganancias. Simbólicamente, el riego confiere una identidad social
como productor regante, es decir, productor “de punta” (Riera y Pereira, 2009).
Siguiendo con la argumentación de Feenberg, esta distinción refiere a la
paradoja del valor y el hecho. Esta señala que los valores y los hechos no son
cosas diferentes, en el sentido que las tecnologías expresan los valores de
forma cristalizada. Así “en el proceso los valores se traducen en ethos técnicos
y la tecnología se aplica sin problema a su ítem” (Feenberg, 2009).
“…cuando a mí me preguntan y el riego? claro, yo cuando compre el riego costaba lo mismo que comprar el campo... yo siempre lo he dicho, para mí el riego pasó a ser una tranquilidad psicológica más que productiva, era inviable seguir yo como productor que estuviera dependiendo de esos 15, 20 milímetros, es insoportable para alguien de formación técnica como soy yo…” (Productor P14. Diario de Campo. Río Segundo).
La lógica productiva que guía el proceso tiende a la eficiencia y a la
racionalización del proceso productivo. Así, se mantiene el elemento central del
proyecto moderno; el imperio de la razón mediante la ciencia aplicada que
produce el creciente proceso de racionalización de la agricultura, en el que el
intento de conquista de la naturaleza por la tecnología sigue siendo el objetivo
central.
Asociada a la paradoja del todo y la parte, en la tecnología de riego convergen
los dos mecanismos de desanclaje antes mencionados. Por un lado, la
tecnología como señal simbólica se intercambia entre sociedades; se
trasplantan los equipos de riego extranjeros con independencia de las
características de los productores que los ponen en funcionamiento. Al mismo
tiempo, la utilización del riego conlleva un saber experto, principalmente
mecánico y agronómico, pero siempre técnico, que funciona con independencia
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del contexto que lo recibe, y al mismo tiempo es separada de los contextos de
origen. Es decir, este conocimiento atraviesa cualquier frontera porque forma
parte del orden de la razón, y como tal es universal. Como ejemplo de esto,
puede citarse la experiencia de la Primera Reunión de Riego llevada a cabo en
la Estación Experimental Agropecuaria –EEA- del Institutito Nacional de
Tecnología Agropecuaria –INTA- de Manfredi, una de las localidades del
departamento de Río Segundo, en junio de 2008. Esta se llamó “para un uso
más eficiente del agua de riego”, y en ella participaron varios expertos en
sistemas de riego de origen español que disertaron en distintas conferencias en
calidad de eminencias invitadas7.
Es en este desanclaje donde la separación del tiempo y el espacio permite que
lo global se exprese en lo local, no como dicotomías contrapuestas, sino como
dos escalas que se yuxtaponen en las interacciones técnicas, económicas, y
culturales, que implican hechos cotidianos como que un productor del centro de
la provincia de Córdoba pida instrucciones por teléfono celular a la asistencia
técnica de su equipo de riego en España, mientras se encuentra en el medio
del campo de pie junto a él. “Lo que estructura lo local no es simplemente eso
que está en escena, sino que la ‘forma visible’ de lo local encubre las distantes
relaciones que determinan su naturaleza” (Giddens, 1990: 30).
Los mecanismos de desanclaje, y en particular la vinculación con los sistemas
expertos y la fiabilidad en su conocimiento impersonal lleva a reflexionar sobre
los niveles de incertidumbre puestos en juego. A modo de ejemplo, la
incertidumbre asociada al riego se relaciona principalmente con la
sustentabilidad de los sistemas, y junto con esta, con la eficiencia en el manejo
del agua.
En cuanto a la incertidumbre de carácter técnico, todavía no se sabe cómo
regar, cuándo y cuánto de manera de ser más eficiente en el uso del agua,
mantener los costos al mínimo, y potenciar el desarrollo de los cultivos. Para
ello se vienen realizando experimentaciones en la E.E.A del INTA en Manfredi.
7 Entre ellas, por ejemplo, se presentó el Dr. Francisco M. de Santa Olalla Mañas de España, quien presentó el caso del acuífero de la Mancha Oriental en su país de origen; y Manuel Valente Gómez de la Universidad de Castilla – La Mancha quien disertó sobre los sistemas de riego autopropulsados como el pivote central y el avance frontal, entre otros.
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Son los investigadores de dicho Instituto Nacional quienes desarrollan como
ciencia aplicada las técnicas agronómicas de riego apropiadas para la zona.
Esta misma situación la experimentan los productores regantes, pero como
incertidumbre metodológica. Para lidiar con ella los productores buscan
asesoramiento profesional, ya sea de manera privada e independiente, o a
través de sus asociaciones técnicas. En esta incertidumbre se pone en
cuestión la eficiencia en la utilización del recurso que se encuentra en juego, y
por lo tanto la sustentabilidad ambiental, como la viabilidad económica de la
explotación. Aquí también la incertidumbre técnica en el conocimiento del
acuífero y su dinámica asciende al nivel metodológico, como también la
apuesta de los valores en juego, el recurso agua, dado que con la utilización de
esta tecnología se extraen importantes volúmenes de las napas subterráneas.
En esta dinámica, la apuesta va subiendo hasta comprometer al nivel ético y
epistemológico, que implica cuestionarse si es legítimo o no extraer el recurso
con fines agrícolas, y de utilizarlo, cómo hacer para no provocar daños
ambientales.
La fiabilidad opera a partir de la falta de información que genera incertidumbre,
sostiene que el caudal de agua es bueno, abundante, no se agotará, ni dañará
los campos, lo que promueve la difusión de los pozos de riego, amplificando la
incertidumbre.
“…para mí lo más importante es que alguien se ponga a estudiar el acuífero, que nos digan, macho, esto acá está bárbaro, sigan dándole como lo están dando, no hay problema, o restrinjan un poco, o donde va lo que tiras, lo que sobra… eso es lo que nos interesa no sabes si estas tirando agua por tirarla o… hoy no existe ningún tipo de control de nada y de nuevo, si no sabes realmente... el tema es ese, no vaya a ser que mañana vamos a prender las bombas y salga arena en vez de agua, eso es lo que queremos todos evitar, eso es lo que no queremos que pase le queremos dar sustentabilidad al tema, o que pasa si vos no agarras el agua a donde va esa agua, si se desperdicia igual…” (Productor 15. Diario de Campo. Río Segundo.)
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