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[Seleccionar fecha] CONQUISTA Y DEFENSA DEL FUERTE SCHENKENSCHANS Àlex Claramunt Soto

Conquista y defensa del Fuerte Schenkenschans

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Artículo basado en fuentes históricas sobre la conquista y defensa por parte de tropas españolas de un fuerte holandés emplazado estratégicamente en el curso del río Rin durante la fase final de la Guerra de los 80 Años.

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CONQUISTA Y DEFENSA DEL FUERTE

SCHENKENSCHANS

Àlex Claramunt Soto

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Conquista y defensa del fuerte Schenkenschans

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Publicado por el autor originalmente en el foro El Gran Capitán

(http://www.elgrancapitan.org/foro/)

Índice

Capítulo 1. El fuerte Schenk. .................................................................................................... 3

Capítulo 2. Antecedentes. ......................................................................................................... 5

Capítulo 3. La sorpresiva toma del fuerte. .............................................................................. 8

Capítulo 4. Maniobras inmediatas a la toma del fuerte. ..................................................... 11

Capítulo 5. Reacciones. .......................................................................................................... 12

Capítulo 6. El príncipe de Orange sitia el fuerte. ................................................................. 13

Capítulo 7. Alojamiento en Cleves. ........................................................................................ 15

Capítulo 8. Cambio de planes. ............................................................................................... 16

Capítulo 9. Operaciones hasta la llegada del invierno. ...................................................... 18

Capítulo 10. Toma de Limburgo y alojamientos invernales. .............................................. 20

Capítulo 11. Cae el castillo de Bylandt. ................................................................................ 22

Capítulo 12. Fin del juego. ...................................................................................................... 24

Bibliografía ................................................................................................................................. 27

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n 1635 la fortaleza de Schenkenschans (en español Esquenque), una

posición estratégica en el noroeste de Alemania crucial para controlar el curso bajo del río Rin, se convirtió en el centro del mundo. El fuerte, en

manos de las boyantes Provincias Unidas de los Países Bajos, fue tomado por tropas españolas en un audaz golpe de mano enmarcado en la fase final de la Guerra de los 80 Años, conocida también como Revuelta Holandesa. La defen-

sa del fuerte por las tropas españolas, pese a ser muy poco recordada hoy en día, en su momento mantuvo en vilo a toda Europa, pues tras varios años amodorrado el viejo león hispano parecía despertar para apretar de nuevo la mancuerda de las Provincias Unidas. Fue un largo espejismo de 9 meses de duración durante los cuales las maquinarias bélicas de la Monarquía Hispánica y las provincias rebeldes trabajaron sin descanso, la una para mantener el con-trol de un fuerte emplazado en la boca del lobo, y la otra para recuperar la llave perdida de su puerta trasera.

Capítulo 1. El fuerte Schenk .

Esta fortaleza, demolida hace más de 300 años y cuyo entorno la mano del hombre ha alterado notablemente, fue construida en el año 1586 por el sol-dado de fortuna Maarten Schenk van Nydeggen, natural de la villa de Goch, en una islita del Rin situada cerca de Emmerich. El verdadero artífice del fuerte fue, sin embargo, el caballero inglés Robert Dudley, conde de Leicester y go-bernador-general de las Provincias Unidas en nombre de la reina Isabel I de Inglaterra. Dudley encomendó a Schenk la construcción del fuerte para impedir que los españoles organizaran correrías en la isla de Betuwe, una región agrí-cola y ganadera de vital importancia para las Provincias Unidas. El fuerte fue erigido en el lugar donde antiguamente el Rin se dividía en dos brazos; uno que fluía hacia el norte para juntarse con el río Ijssel, y otro que, tomando el nombre de Waal, hacía lo propio hacia el oeste, bordeando el Ducado de Cleves y el condado de Zutphen.

La región ha cambiado mucho desde entonces. A finales del siglo XVII la acumulación de sedimentos y barro en curso del Bajo Rin provocó que el nivel del agua disminuyera considerablemente en este tramo del río, desviándose buena parte de su caudal hacia el Waal. En 1672, un ejército francés con Luis XIV al frente pudo vadear el río para atacar el fuerte sin necesidad de cruzarlo en barcas. En los meses veraniegos el Bajo Rin llegaba incluso a volverse in-navegable. Dado que el río era de gran importancia comercial para las Provin-cias Unidas, los Estados Generales encomendaron en 1701 al ingeniero Menno van Coheroon la construcción de un canal que, partiendo de Pannderen, aislara el meandro innavegable y permitiese que el río volviera a fluir con regularidad.

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El meandro poco profundo acabó secándose, y la bifurcación del Rin se des-plazó 7,5 kilómetros al oeste del fuerte de Schenk, que perdió así su importan-cia estratégica y fue demolido.

Situación de la confluen-

cia entre el Rin y el Waal

en 1672 (dcha.) y 1707

(izda.) tras las obras de

Menno van Coehoorn.

El fuerte, completamente rodeado de agua, era un edificio de forma cua-

drangular con un reducto en cada esquina, además de una doble punta de diamante provista de artillería mirando a Emmerich y dos fosos en la parte que miraba a tierra. Los muros, dotados de hornabeques, eran inusualmente altos y espesos, lo que confería un aspecto amenazante al conjunto; unido a la isla de Betuwe por un dique de tierra de 1.500 pasos de longitud por apenas 10 de anchura, con un arenal de amplitud variable en función del caudal del río. El fuerte contaba, por último, con dos embarcaderos y un espacio de intramuros capaz de abarcar varias viviendas y edificios, incluyendo un molino y una igle-sia. El almirante de Aragón, Francisco López de Mendoza había sitiado tan im-ponente fortaleza en 1599, pero no había logrado su rendición, y el lugar era tenido por inexpugnable por ambos contendientes.

El impresionante alzado del fuerte Schenk (Schenckenschans, gezien vanaf het water, 1635-

1636) Visscher, Claes Jansz. (II). Frederik Muller Historieplaten, Rijksmuseum

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Planta del fuerte Schenk. Permite apreciar las intrincadas defensas en la parte del dique. Mapa

de Joan Blaeu, 1649. British Library , Koninklijke Bibliotheek.

Capítulo 2. Antecedentes . La captura del fuerte Schenk por tropas españolas en 1635 se produjo en un momento en el cual el poder español en el noroeste de Alemania había pasado de ser muy poderoso a casi inexistente en apenas un lustro. Las campañas de Ambrosio Spinola en 1605, 1606, y más tarde en 1614, habían proporcionado a España tres excelentes cabezas de puente en el curso del Rin: Rheinberg, We-sel y Orsoy, y el poder español llegaba hasta el norte por medio de la posesión de las ciudades de Oldenzaal y Lingen, esta última muy cerca de Frisia. Tras la toma de Breda en 1625, que dejó exhausto al ejército de Flandes, el valido de Felipe IV de España, el Conde-duque de Olivares buscó un modo de conseguir una paz favorable menos costoso en tiempo y recursos que sitiar una por una todas las fortalezas de Holanda. Nació así el ambicioso proyecto de la Fossa Eugeniana, consistente en la construcción de un canal que uniría el río Rin con el Mosa, desviando el tráfico comercial del primer río hacia el segundo, y de este hacia el Escalda. Los holandeses no solo se verían ahogados comercial-mente, sino que sus pérdidas se corresponderían con los beneficios españoles.

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Pero el proyecto tuvo una vida corta. Los holandeses capturaron un con-voy de indias al completo en 1628 y procedieron a sitiar Bolduque en 1629. Aunque el ejército español penetró en la región de Veluwe desde su base en Wesel y tomó la ciudad de Amersfoort en el corazón de Utrecht, un golpe de mano holandés hizo caer Wesel, y caído Wesel no solo fue necesario abando-nar Amersfoort, sino que no pudo socorrerse Bolduque. En 1631 irrumpió en escena Gustavo II Adolfo de Suecia, que tras barrer a los imperiales del norte de Alemania se apoderó de todo el Bajo Palatinado ocupado por España. Aprovechándose de las circunstancias, los holandeses dieron comienzo a una campaña que sacudió los cimientos del poder español en los Países Bajos: en rápida sucesión marcharon por el valle del Mosa tomando sin hallar casi oposi-ción las ciudades de Venlo, Roermond, Sittard, Maastricht y Limburgo. En 1633 cayeron Rheinberg y Orsoy, en el curso del Rin, y los Estados Generales veían ya muy cerca la reunificación final de los Países Bajos bajo la égida calvinista.

Situación de la isla de Stevensweert en 1633, guarnecida y fortificada por tropas españolas.

Visscher, Claes Jansz. (II). Frederik Muller Historieplaten, Rijksmuseum

El esperado derrumbe español, sin embargo, no se produjo. El ejército de Flandes, al mando del marqués de Aytona, Francisco de Moncada, no solo logró bloquear el avance holandés en el Brabante, sino que además se apo-deró de la isla de Stevensweert al sur de Roermond, que hizo fortificar para dotarse de una buena cabeza de puente sobre el Mosa a través de la cual acu-dir al socorro de las plazas españolas que subsistían aún en Ultramosa (más allá del Mosa) si se terciaba. Al cabo de año y medio llegaba a Flandes con

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refuerzos el Cardenal Infante Fernando, entrando en el país precisamente a través de Stevensweert.

Tras una campaña intrascendente en 1634, los Estados Generales y el Príncipe de Orange proyectaron una nueva invasión en mayo de 1635 que debía ser la definitiva. La Francia del cardenal Richelieu, pretex-tando la toma de Tréveris y la detención de su arzobispo pro-francés por tropas españo-las, declaró la guerra a España a la sazón y formó una coalición con los holandeses pa-ra sacar provecho de la aparente debilidad española. 25.000 soldados franceses atra-vesaron el obispado de Lieja y se juntaron

en Maastricht con el ejército de campaña de las Provincias Unidas, llegando a formarse una fuerza conjunta de 50.000 combatien-tes. Con tales efectivos, los aliados se en-señorearon de Tirlemont, Diest y Arschot en Brabante, y marcharon sobre Bruselas para terminar la conquista. Sin embar-go, se vieron forzados a asediar primero Lovaina para asegurar sus líneas de suministros. El hambre, las enfermedades, la deserción y los campesinos fla-mencos furiosos se cebaron en las tropas sitiadoras, y a principios de julio, ante las alarmantes noticias de que 16.000 imperiales al mando del conde Ottavio Piccolomini acudían desde Alemania a socorrer al Cardenal Infante, el príncipe de Orange y los comandantes franceses decidieron levantar el asedio y retirar-se de vuelta a sus plazas del Mosa antes de verse copados entre los españoles y el socorro imperial.

El único fruto que sacaron los confederados franco-holandeses de dicha campaña fue, a decir de los cronistas españoles, llenar las calles de París de tullidos hasta el extremo de que Richelieu ordenó expulsar a muchos para evi-tar que llamasen demasiado la atención. El 4 de julio de 1635, habiendo arriba-do Piccolomini a Bruselas, el marqués de Aytona salió en persecución de fran-ceses y holandeses al mando de 22.0000 infantes y 14.000 caballos. Pronto alcanzaron a los fugitivos, que llegaron a abandonar a sus espaldas carros lle-nos de heridos y enfermos para marchar a mayor velocidad. El Príncipe de Orange dejó en Diest 16 compañías de infantería con órdenes de detener a los españoles el máximo tiempo posible, pero el marqués de Aytona no se distrajo sitiando la plaza y envió la caballería de Flandes y Alemania, al mando del conde Juan de Nassau y Piccolomini, con un cuerpo volante de 6.000 mosque-

El cardenal-infante Fernando de Aus-tria, comandante de las fuerzas espa-

ñolas en Flandes desde 1634 hasta su muerte en 1641. Escuela de Peter Paul

Rubens.

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teros, a picar la retaguardia enemiga y causar el mayor daño posible. Al fin lo-graron los confederados refugiarse en Roermond, pero al precio de 500 o 600 hombres y hasta 200 carros de bagajes.

Piccolomini procedió entonces a sitiar Diest, cuya guarnición se rindió a partido el 10 de julio, el segundo día de sitio. El comandante, el coronel Wim-bergh, y 2.000 hombres de guarnición salieron con armas al hombro, bala en boca, con las mechas encendidas, las banderas desplegadas y los tambores batiendo, siendo escoltados por la caballería española hasta Bolduque. Los 15 días si-guientes los pasaron los generales españoles en Diest, esperando la llegada de las tropas imperiales que no habían llegado aún. Vuelto a Bruselas, el infante Fernando ordenó al Duque de Lerma tomar el mando de los ter-cios de Celada y Guasco, varios regimientos alemanes al servicio del rey y 2.000 jinetes croatas al mando del general conde de Isola-no, y acantonarse en Stevensweert para con-trolar los movimientos franco-holandeses y socorrer si fuera menester las plazas de Gel-dern y Juliers. Desde la isla de Stevensweert Lerma fue enviando pequeñas partidas de tropas alemanas para reforzar la guarnición de Geldern. Capítulo 3. La sorpresiva toma del fuerte . Francisco Gómez de Sandoval y Padilla, 2º Duque de Lerma e hijo del desven-turado valido del rey Felipe III resultó ser un comandante de lo más activo, quizás incluso demasiado para muchos de sus congéneres. Desde Stevenswe-ert entretuvo a la caballería croata del emperador esquilmando la campaña holandesa, donde los feroces mercenarios croatas cometieron tales excesos a decir de los holandeses, que más parecía que en lugar de a cristianos se en-frentaran a turcos. El príncipe de Orange, viendo su ejército y el francés muy menoscabados, ordenó a su pariente Guillermo de Nassau-Hilchenbach (a quien vimos vencido en Kallo) sacar tropas de Emmerich y acamparse cerca de Nimega para controlar las incursiones de los croatas y darse la mano con su ejército en Roermond si fuera menester. Los croatas provocaron un pánico es-

Frederick Hendrik, príncipe de Orangey comandante del ejército de los esta-dos desde 1625 hasta 1647. Escuela

de Anthony van Dick.

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pantoso a los campesinos locales, y llegaron a saquear y quemar la abadía de Postel, cerca de Bolduque, a cuyo abad pasaron por el filo de la espada.

El principal fruto de las correrías de la caballería ligera croata fue que Guillermo de Nassau dejó muchas guarniciones del alto Rin y Betuwe bajo mínimos para formar un pequeño ejército de campaña, y los espías españoles informaron puntualmente de tal circunstancia a los comandantes locales de la

región de Güeldres. Así llegó al conoci-miento de Adolf Eynthout, un caballero güeldrés, la suculenta noticia de que Nassau-Hilchenbach había dejado ape-nas 120 hombres de guarnición en el fuerte Schenk. Eynthout era un antiguo oficial del ejército de los Estados que se había pasado al bando español tras la ejecución de su padre en La Haya acu-sado de traición. A la sazón ocupaba el cargo de teniente-coronel del regimiento del Conde de Emden, y era un soldado experimentado que conocía el curso del Rin como la palma de su mano. En marzo de ese mismo año había organi-

zado y ejecutado en persona la toma por sorpresa de Tréveris, que se había saldado con un éxito notable.

Eynthout creía que podía tomar el fuerte Schenk por sorpresa si se le pro-porcionaban los medios necesarios, y

así lo notificó al Duque de Lerma, que le dio carta blanca para actuar. La ope-ración que preparó y ejecutó el teniente coronel alemán fue tan impresionante que en España costó tiempo creer que no tuviera tratos con alguno de los ofi-ciales de la guarnición. Comentaba no pocos, en España, que el fuerte se hab-ía tomado gracias a que un renombrado comerciante de vinos de Colonia había alcanzado un trato con el gobernador del fuerte, al que hacían inglés. Pero ni el gobernador era inglés, ni medió trato alguno en la toma del fuerte.

Las cosas sucedieron así: Eynthout escogió 500 hombres de la guarni-ción de Geldern, que la noche del 26 de julio fueron saliendo en pequeños gru-pos de la ciudad para reunirse en un bosque cercano, desde donde se encami-naron hacia el fuerte llevando dos carros donde ocultaron escalas, municiones y barcas bajo un espeso manto de heno. Guiados por un marinero llamado Knapschinkel y "el gran" Hartmann, el mejor guía de la región, Eynthout y sus

Adriaan van Eynthout, padre de Adolf Eynt-hout. Oficial de justicia del país de Cuick, fue ajusticiado en 1621, acusado de planear la entrega de la región a los españoles. Passe I, Crispijn van de. Museum Boijmans Van Beu-ningen.

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hombres llegaron pasada la media noche junto al pueblo de Halt. Allí echaron las barcas al agua, subieron los hombres a bordo, y cruzaron el Waal ampara-dos por la espesa negrura de la noche. Un navío de guerra holandés patrullaba regularmente aquel tramo del río, pero aquella noche era demasiado oscura como para ver nada, y los españoles pasaron inadvertidos, tomando pie a tierra en el dique que unía el fuerte con la isla de Butuwe y ocupando rápida y silen-ciosamente las casas que había en extramuros.

La toma del fuerte según un grabado de la época. Visscher, Claes Jansz. (II). Frederik Muller

Historieplaten, Rijksmuseum.

Las escalas y demás enseres necesarios para el asalto fueron desem-

barcados, y divididos en tres grupos, Eynthout y sus hombres se aproximaron a las murallas. El foso estaba seco, y la estacada muy descuidada, de modo que llegaron hasta los muros sin ser sentidos. Entonces un centinela holandés que hacía guardia en el puente los descubrió, y tras preguntar en vano "¿quién va?", disparó su mosquete para dar la alarma. Los 180 holandeses de guarni-ción (habían sido reforzados con 60 soldados de Emmerich poco antes) salie-ron de sus camas a medio vestir o en cueros, pero fueron sobrepasados rápi-damente. Lideraban los tres ataques el teniente Langhorst, Hermann Moulaert, capitán de los soldados marítimos, y un tal Juan Descheus, al que apodaban "el Duque de Alba".

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Sobrecogidos por el terrible asalto, los defensores trataron de oponer una última resistencia en el reducto del molino de piedra, pero fueron finalmen-te aplastados y masacrados. El gobernador Walderen recibió hasta 13 heridas antes de desplomarse con la espalda atravesada de un mosquetazo. Pese a ir en camisa de dormir, se había batido con valentía. A las 3 del amanecer los españoles eran amos del fuerte. Solo el molinero, un funcionario y el secretario de Walderen, que escaparon en una chalupa, lograron salvarse. Los demás, salvo las mujeres, los niños, los panaderos y "los que hacían la birra", fueron pasados a cuchillo. De los españoles, 20 cayeron, y hubo bastantes heridos. Capítulo 4. Maniobras inmediatas a la toma del fuerte . Tomado el fuerte, el teniente coronel Eynthout despachó presto un mensaje para el Duque de Lerma informando del éxito de la empresa. El Cardenal-Infante Fernando y el marqués de Aytona, que permanecían indecisos en Diest, sacaron entonces la caballería española e imperial de sus cuarteles y enco-mendaron a su comandante, el conde Juan de Nassau, antiguo calvinista y ofi-cial en el ejército de los Estados, acoplarse al cuerpo del Duque de Lerma para aprovisionar el fuerte e introducir en él refuerzos suficientes para hacer frente a la previsible respuesta holandesa, que no se hizo esperar.

El príncipe de Orange recibió la primera noticia de la pérdida de Schenk por medio de postas apenas cinco horas después de que se produjera, y tras asumir que lo impensable había sucedido, organizó en Roermond un gran con-voy de 2.000 soldados de caballería y 600 carromatos, cargado cada uno con 6 mosqueteros, para guarnecer la isla de Betuwe. Al cabo de pocos días, el ejér-cito conjunto de los Estados de Holanda y de Francia levantó su campo en las cercanías de Roermond y se desplazó hasta Nimega. Desde dicha ciudad Orange envió algunas tropas hacia el fuerte a través de la isla de Dussel, pero la presencia de numerosas partidas de jinetes croatas y la negativa de los vi-vanderos a seguir adelante impidió que se pudiera interceptar el socorro espa-ñol que, al mando de Lerma, había salido de Stevensweert y, tras pasar por Geldern, marchaba directo a Schenk.

El Duque de Lerma aprovisionó el fuerte con 200 carros de víveres, prin-cipalmente carne salada y queso, y puso en él de guarnición 12 compañías de soldados viejos españoles del tercio del marqués de Celada, dejando otras 3 en la población neutral de Goch, jurisdicción del Duque de Cleves, que a lo lar-go de los meses siguientes vería vulnerada su soberanía en incontables oca-siones. Además del socorro, hay que tener en cuenta que se almacenaban de-ntro del fuerte 12.000 sacos de trigo, 40 piezas de artillería, 4.000 barriles de

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pólvora y 4.000 granadas. Aparentemente, pues, el Duque podía estar tranqui-lo. Se le reprochó más tarde, sin embargo, que en lugar de guarnecer con sus tropas las posiciones en torno a Schenk que los holandeses podrían utilizar para bloquear el fuerte, se entretuviera sitiando varias plazas cercanas ocupa-das por guarniciones enemigas. El 2 de agosto un cuerpo de 3.000 hombres al mando del maestre de campo valón barón de Wezemaal puso bajo sitio la po-blación de Erkelenz, situada a medio camino entre Juliers y Roermond. La villa estaba defendida por un doble foso y una muralla medieval, y se rindió en me-nos de un día ante la imposibilidad de resistir.

Plantas de Erkelenz y Straelen, las conquistas del Duque de Lerma, obra de Joan Blaeu.

El 5 de agosto Lerma encomendó al marqués de Leiden sitiar la villa se

Straelen, cercana a Venlo, con un cuerpo de 3.000 infantes españoles, italianos y de naciones. Straelen estaba mejor fortificada que Erkelenz, y contaba con 300 hombres de guarnición. Los sitiadores plantaron su artillería y comenzaron a cavar trincheras. La guarnición holandesa se rindió entonces bajo los mismos pactos que lo hizo la de Diest, y Leiden acantonó en la población 300 infantes de naciones y 2 compañías de caballería, quedando como gobernador de la misma el capitán español Maella. Dos días más tarde el maestre de campo ita-liano Carlo Guasco tomó el cercano castillo de Arcen, sobre la ribera del Mosa. Pero Orange, entre tanto, no había permanecido de brazos cruzados... Capítulo 5. Reacciones . En España se generaron enormes esperanzas en el fuerte de Schenk. Escribió un padre jesuita que "Al fin hoy se le hace [a los holandeses] la guerra en su tierra, y este fuerte, que ellos llaman tres veces fuerte y llave de Holanda, está muy asegurado y abastecido de gente y municiones y artillería. Sin embargo,

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se entiende invernará por allá hasta ganar otras plazas circunvecinas, para mayor seguridad. Podráse entrar de hoy mas en la Belva y Behea siempre que se quiera, y pondráse contribucion hasta las puertas de Amsterdan.

También los altos comandantes celebraron la toma del fuerte por su enorme valor estratégico. Schenkenschans no solo era una buena cabeza de puente sobre el Rin y el Waal, sino que constituía una base de operaciones excelente para actuar contra la línea del Ijssel y las ciudades y fuertes que la guardaban, y además facilitaba en mucho el paso del Brabante a Gelderland, que en tiempos de Alejandro Farnesio conllevaba un enorme rodeo por tierras del arzobispo de Colonia. Pero lo principal era indudablemente que, "metidas nuestras armas en el corazón de Holanda, cogidas por las espaldas las fortifi-caciones de sus riberas, vecinos á villas opulentísimas no fortificadas; y, en suma, sacado el peso del ejército de encima de las provincias obedientes y puesto por yugo á las rebeldes", no pocos creían que pronto se firmaría una

paz ventajosa con las Provincias Unidas. En el campo de la propaganda aparecieron comentarios chistosos sobre

la conquista del fuerte y su evidente parecido con un jamón serrano. Relatando la operación, un padre jesuita escribió que "Está hecha aquella plaza en figura de pernil, y como poco antes algunos contrarios se burlasen del Infante, dicien-do que era niño aun dé papas, un aldeano luego, cuando llegó la nueva de la toma de Esquens (Schenck) dijo: ¡Oh! válgaos Dios holandeses! ¿qué niño es este que os traga de un bocado tan grande y tan caro pernil?". Según refiere

Matías de Novoa, ayudante de cámara de Felipe IV, el príncipe de Orange se lamentó con estas palabras: "hemos perdido en una hora más que hemos ga-nado en muchos años".

Capítulo 6. El príncipe de Orange sitia el fuerte. Aprovechando que el Duque de Lerma estaba con su ejército en el ducado de Güeldres, el Príncipe de Orange levantó el campo de Nimega y marchó hacia Schenk. Por el camino guarneció las ciudades de Emmerich, Wesel y Rees. Luego, desde la isla de Betuwe, hizo pasar a sus tropas a la orilla opuesta del Rin (que no del Waal) en el castillo de Tolhuis. Los regimientos franceses que quedaban tras el descalabro de Lovaina fueron en cabeza.

El teniente coronel alemán Pichler mandó comenzar la construcción de una media luna en la punta de Spick, mirando al fuerte. Mientras tanto, el con-de Hendrik Casimir y su lugarteniente Pinsen van der Aa descendieron de Rees al mando de 6 cornetas de caballería y 12 banderas de infantería y se aposta-ron en Bislich para estorbar el paso al Cardenal-Infante, en caso que aparecie-ra y llevara intenciones de socorrer el fuerte. Aunque Schenk no estaba cerca-

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do, los holandeses pronto comenzaron a cavar zanjas y a erigir parapetos, sin importarles las muchas bajas que les causaba el fuego de una batería de 2 o 3 cañones que, emplazada al límite de la lengua de tierra, dejaba caer bombas sobre sus cuarteles día y noche.

Entre tanto, el Cardenal-Infante cruzó el Mosa con su ejército en Ste-vensweert y se avanzó hasta Goch. Era el 4 de agosto, y ese mismo día el te-niente coronel Pichler dispuso un cuerpo de 1.500 hombres para asaltar la mo-lesta batería española. Guarnecían la fortificación 200 alemanes, con la pega de que para replegarse al fuerte debían recorrer kilómetro y medio de tierra al descubierto y bajo el fuego de mosquete que podían recibir desde Spick. El asalto fue un éxito, y tomada la batería, los españoles perdieron toda esperan-za de extender sus correrías por la Betuwe.

Con todo, el Príncipe de Orange es-taba convencido de que Schenk no podía caer sino por hambre, y no se atrevió a lanzar asaltos frontales a través del estre-cho istmo. En lugar de ello mandó bastir un puente de barcas sobre el Waal y co-menzó una obra gigantesca en la orilla de Dussel: un fuerte capaz de alojar 3.000 soldados. También hizo acondicionar una batería de 6 cañones en Pannderen, cuyas bombas causaron grandes destrozos en las casamatas del fuerte.

El cardenal-infante Fernando envió socorro a Schenk tan pronto fue notificado de que los holandeses iban estrechándolo. Despachó los tercios italianos de Andrea Cantelmo y Sigismondo Sfondrati (4.000 efectivos en total) para construir una cor-tadura, 600 pasos dique adentro, que uniese el Rin con el Waal y dejase el fuerte aislado. También le llegó un jugoso premio al teniente coronel Eynthout: la comandancia del fuerte, la dádiva de 50.000 francos y una cadena de oro cortesía del Cardenal-Infante. El 9 de agosto dos compañías españolas salie-ron del fuerte y se apoderaron de la posición señalada. Durante la noche la pu-sieron en defensa como buenamente pudieron con zapas y palas. Por estar el puesto a tiro de pistola de las trincheras holandesas, los rebatos durante las obras en los días sucesivos fueron constantes.

Andrea Cantelmo, maestre de campo na-politano considerado experto en fortifica-ción. Österreichische Nationalbibliothek.

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Capítulo 7. Alojamiento en Cleves . En las primeras semanas de agosto, las tropas españolas e imperiales fueron repartiéndose por todo el ducado de Cleves en previsión de una campaña dila-tada. Para desgracia del Cardenal-Infante, su veterano consejero Francisco de Moncada, antiguo gobernador de los Países Bajos, cogió unas fiebres el día 10 durante una visita al fuerte Schenk con el príncipe Tomás de Saboya y murió en Goch al cabo de una semana. Su pérdida fue un duro golpe. El 23 de agosto el ejército católico abandonó Goch, y tras hacer frente de banderas en Uden la infantería y alojarse la caballería en Kalkar, descendió sobre la población fortifi-cada de Griethausen, frente al fuerte Schenk, y la tomó. Los españoles se apresuraron a apostar baterías de artillería en la localidad con ánimo de estor-bar la navegación holandesa entre Wesel, Emmerich y Rees.

Fragmento de un mapa del ducado de Cleves, por Joan Blaeu (1645), que muestra el escenario

de las operaciones: el ducado de Cleves y los confines meridionales de Gelderland y Zutphen.

La caballería croata, entre tanto, dominaba la campaña hasta las mura-

llas de Nimega. Para poner freno a sus correrías, el príncipe de Orange des-tacó algunas tropas de arcabuceros a caballo, pero los croatas eran un hueso duro de roer. Si los holandeses se concentraban en Nimega, ellos se desplaza-

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ban hacia los alrededores de Rheinberg y Orsoy. Estos feroces saqueadores amenazaban incluso a los pacíficos pobladores de Cleves y Juliers. Los magis-trados locales llegaron al punto de pedir al Infante que guarneciese sus villas con tropas españolas, en aras de mantener lejos a los croatas.

En el fuerte, mientras tanto, se sucedían los combates. Los holandeses bombardeaban incesantemente la posición con bombas y granadas, y los es-pañoles efectuaban algunas salidas sobre las trincheras enemigas. Mientras los holandeses avanzaban metro a metro a través del dique, los españoles se fortificaban erigiendo estacadas y parapetos. Estaban tan cerca unos de otros que podían hablarse sin necesidad de alzar la voz. Por otra parte, los gastado-res holandeses trabajaban, afanosos, en la construcción de un fuerte real en la punta del dique, el llamado "Neuw Schenkenschans".

La media luna de Spick pronto se convirtió en un fuerte real bien trazado, y se erigieron otros reductos y baterías a lo largo de las orillas. El fuego de arti-llería y mosquetería desde dichos puestos batía día y noche los parapetos y las estacadas, y las barcas que llevaban municiones al fuerte, convirtiendo las guardias en un infierno. El Cardenal-Infante, visto como pintaba el cuadro, de-cidió reforzar la guarnición con 4 compañías de infantería española, dos del tercio del marqués de Celada y otras dos del tercio de Francisco Zapata. Sin embargo, las salidas de los veteranos españoles, curtidos en la lucha cuerpo a cuerpo con espadas y medias picas, no bastaban para mantener el fuerte a salvo. Por suerte, Schenk no estaba del todo bloqueado, de modo que los heri-dos podían ser evacuados en barcas.

Orange confiaba en tomar el fuerte en octubre, antes de que el invierno hiciera dificultoso el abastecimiento. También los españoles sufrían carestía de alimentos. El propio Orange, al comprobar que los habitantes de Maastricht y los campesinos de Limburgo vendían comida a los españoles sin el menor am-bage, mandó publicar un bando que amenazaba con la pena de muerte seme-jante actuación. La soldadesca se vio obligada a vivir del terreno, y las deser-ciones aumentaron. También la peste se cobró no pocas vidas. Y el frío estaba al llegar... Capítulo 8. Cambio de planes . Los bombardeos holandeses del 1 y del 6 de septiembre fueron particularmente virulentos. También la lucha en las trincheras. Varios capitanes españoles mu-rieron en los combates, y el conde Johan Maurits de Nassau-Siegen fue herido en una oreja. En este punto, las operaciones se habían estancado por comple-to. Por su parte, los holandeses empleaban todos sus recursos en ablandar la resistencia española, mientras que el Cardenal-Infante hacía lo posible por mi-

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tigar el daño. Los holandeses se habían asentado con firmeza en Spick y Be-tuwe, y tenían una cabeza de puente en Dussel. Los españoles controlaban, en la orilla opuesta, el castillo de Bylandt, varios reductos construidos por el maes-tre de campo Cantelmo, y el pueblo de Griethausen. A mediados de septiem-bre, parecía que el bando que contase con más capacidad de resistencia saldr-ía vencedor. En esas, los españoles llevaban las de perder, pues estaban lejos de sus fuentes de suministros, y no contaban con tropas suficientes para inten-tar cruzar el Rin y atacar los cuarteles del príncipe de Orange. Pero don Fer-nando tenía aún varios ases en la manga.

El primero de dichos ases era la escuadra de Dunkerque. El 15 de agos-to se hizo a la mar una flota compuesta por 14 galeones, 6 fragatas, y una ga-leota real francesa recientemente apresada. A las órdenes del superintendente Monsieur de Gavarelli, la flota se dirigió al mar del Norte con la misión de bus-car y diezmar las pesquerías holandesas del arenque. El día 17 avistaron 140 buzas protegidas apenas por un navío de guerra, de nombre Dragon, artillado con 26 piezas de bronce. Tras un mortal cañoneo a corta distancia, la almiranta española lo abordó y se apoderó de él. 85 holandeses murieron en la lucha, otros 79 fueron hechos prisioneros. Entre tanto, los restantes buques depreda-ban sobre las buzas, apresando a sus tripulantes y quemándolas o echándolas a pique a cañonazos. En pocas horas acabaron con 75 de ellas.

Combate entre navíos holandeses y corsarios de Dunkerque. Jacob Gerritsz Loeff. National Mari-

time Museum, Greenwich, London.

En los días siguientes continuó la caza. El 20 de agosto una flotilla de

buzas trató de ponerse a salvo escoltada por 6 buques de guerra, pero 20 aca-baron en manos de los corsarios flamencos, que las quemaron. El día 25 los

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navíos católicos combatieron a distancia con una flota holandesa de 22, que iba siendo reforzada poco a poco por otros 18 buques. Más veloces, los de Dunkerque se pusieron a salvo en su base el 2 de septiembre, trayendo consi-go 721 marineros holandeses prisioneros. Otros 207, ancianos y niños, fueron liberados y devueltos a Holanda en un navío de Hamburgo.

Don Fernando recibió nuevas de la victoria estando en Uden. También él había trazado planes para el ejército, que tras 33 días aprovisionando el fuerte de Schenk, se puso por fin en movimiento. En los alrededores del fuerte quedó Cantelmo con 3.000 hombres. Con el resto y los imperiales del conde Piccolo-mini, el Cardenal-Infante marchó hacia el oeste y tomó el castillo de Gennep a orillas del Mosa. La posición era de gran valor estratégico: no solo permitía blo-quear Venlo y Roermond, sino que también facilitaba en mucho el paso de Cle-ves a Brabante, con la ventaja que ello suponía para la conservación de Schenk. El Infante mandó fortificar el viejo castillo, hizo tender un puente de barcas para pasar de una orilla a otra, y dispuso la construcción de una esclusa en la desembocadura del cercano río Niers para desviar agua hacia el foso del fuerte. El príncipe de Orange, temeroso de que don Fernando cayera sobre Grave o Bolduque, distrajo parte de sus hombres para, al mando del conde Ot-to de Limburg Stirum, tener vigilados a los católicos. Capítulo 9. Operaciones hasta la llegada del invierno. Aunque el grueso del ejército español, con el Cardenal Infante y Piccolomini, se había retirado hacia el Brabante, los holandeses organizaron varios golpes de mano en Cleves destinados a debilitar a las fuerzas que habían quedado a car-go de Andrea Cantelmo. El gobernador de Orsoy atravesó el Waal con 600 ca-ballos sobre el puente de Pannderen y asaltó de madrugada el 17 de septiem-bre un cuartel de caballería croata en Spuy. El gobernador, Isselstein, formó cuatro escuadrones, que marcharon a distancia de un tiro de mosquete. Dego-llaron los dos primeros centinelas en silencio, pero al tercero lo mataron de un disparo antes que pudiese dar la alarma. Cundió el pánico, y el cuartel fue arrasado. Los mismos holandeses reconocieron que las mujeres e hijos de los croatas fueron cortados en pedazos. Doblegada la resistencia, Isselstein llevó a

sus tropas de vuelta a Pannderen con 150 caballos capturados, 90 prisioneros y abundante botín. El socorro enviado por Cantelmo poco pudo remediar, aun-que su presencia disuadió a los holandeses de ocupar el fuerte y ponerlo en defensa.

La correría puso en alerta a los españoles, que en los días sucesivos re-doblaron las guardias en sus cuarteles. De hecho, cuando el príncipe de Oran-ge en persona poco después preparó un asalto general al cuartel principal es-

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pañol en Mondelbergh, su vanguardia de 1.000 hombres fue descubierta por los centinelas, no quedándole otro remedio que retirarse sin fruto de regreso a sus posiciones en Emmerich. Cantelmo dispuso sus tropas para la batalla, pero el holandés declinó el enfrentamiento. Los españoles, que deseaban combatir, erigieron en respuesta una batería de 6 cañones entre el castillo de Bylandt y el fuerte Schenk. El cañoneo forzó a los holandeses a replegarse de la orilla, aunque por poco tiempo.

El fuerte de Schenk y las principales fortificaciones españolas (Griethausen y el castillo de By-

landt) y holandesas (Tohuis y el Nuevo Schenkenschans). Anónimo. Atlassen uit het Scheepva-

artmuseum, Scheepvaartmuseum

Las baterías construidas por Cantelmo, en verdad, eran un buen estorbo

para los holandeses; no para los que sitiaban Schenk, sino para los comercian-tes que dependían de la navegación por el Rin para engrosar sus fortunas. Los navíos mercantes se veían obligados a desembarcar sus cargas en la orilla holandesa, desde donde eran llevadas por tierra en carro hasta Anrhem. Los españoles, advirtiendo el trajín de mercaderías, dirigieron sus cañones sobre las naves holandesas. Después que dos naves fuesen alcanzadas de lleno y

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una bala rasa decapitara a un marinero, los comerciantes no tuvieron otra op-ción que desembarcar en Emmerich y hacer la ruta por tierra hasta Arnhem.

El 28 de septiembre, junto a Mook (escenario de la famosa victoria de Sancho Dávila en 1574), los croatas de Piccolomini, en número de 2.000, tuvie-ron la ocasión de vengarse de la caballería holandesa. Se toparon junto al pue-blo con 800 caballos holandeses, y los desbarataron por completo. Picados, los croatas fueron persiguiendo a los fugitivos hasta las puertas mismas de Nime-ga, donde apenas un puñado se salvó.

A tales alturas, por la proximidad del invierno, Orange comenzó a retirar parte de sus tropas a sus cuarteles de invierno. Solo una mínima fuerza, capaz de abastecerse con suficiencia, se quedó bloqueando, que no sitiando abierta-mente el fuerte Schenk. La moral en el campo holandés era baja. Los españo-les habían estrangulado al comercio ribereño: ni un solo barco subía desde Co-lonia. Además, el fuerte que don Fernando había hecho bastir en Gennep deja-ba todas las plazas holandesas sobre el Mosa y hacia el sur cortadas del cuer-po principal de las Provincias Unidas. La única forma en que Orange podía hostigar por entonces a los españoles era tratando de privarlos de suministros. A comienzos de octubre 2 oficiales y 2 marineros de un buque de guerra ribe-reño con base en Wesel fueron acusados de transportar víveres y municiones a los españoles. Los dos primeros fueron ahorcados, y los otros enviados a gale-ras. Capítulo 10. Toma de Limburgo y alojamientos invernales . La llegada del frío paralizó las operaciones en torno a Schenk, pero los españo-les aprovecharon la situación de debilidad de las provincias rebeldes para re-conquistar el ducado de Limburgo, ocupado en 1632 por los holandeses, y que tras la construcción de los fuertes de Stevensweert y Gennep era casi imposi-ble de socorrer. Para ello don Fernando destacó a uno de sus mejores oficia-les, el marqués de Lede, que el 5 de octubre partió de Gennep rumbó a Lim-burgo, la capital del ducado. Lede llegó a su destino el día 16. Si bien solamen-te llevaba consigo 1.000 infantes, 400 caballos y 2 cañones, pronto recibió re-fuerzos: 1.000 efectivos de la guarnición de Tréveris al mando del teniente co-ronel Marcos de San Martín, 1.000 hombres de Luxemburgo, y otros 1.000 de Namur despachados por el barón de Balançon.

Lede alojó la infantería en Dalhem, y la caballería en Gulcken y Hever-mont. Los defensores, capitaneados por el coronel Enno Ferens, contaban con 500 hombres, mientras que los burgueses, en su mayoría católicos, estaban pacíficamente de parte de los españoles. Ferens pidió socorro a Maastricht, pero bloqueada desde 1632, la plaza apenas pudo despachar un escueto soco-

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rro de 100 hombres, que pese a sus enormes esfuerzos (pasaron 3 días con sus noches con las armas en la mano, sin dormir, buscando un hueco por el que escurrirse entre los sitiadores), nada pudieron hacer.

Limburgo en 1632. Anónimo. Frederik Muller Historieplaten, Rijksmuseum.

El día 21 los hombres de Lede desalojaron a los holandeses de las de-

fensas exteriores. Paciente, el marqués (valiente defensor de Maastricht en el sitio de 1632) hizo bastir una batería de 5 cañones y 2 morteros y pasó hasta 10 días bombardeando las murallas con balas rasas y bombas incendiarias. El 31 abrió brecha y por la noche ordenó un asalto general. Los holandeses fue-ron barridos, dejando 30 muertos en la brecha y huyendo el resto a la ciudade-la. Ferens resistió aún dos días, pero al fin, viendo que su resistencia solo pod-ía terminar en un baño de sangre, decidió rendir la fortaleza. Lede le concedió buenas condiciones. Ferens y sus soldados pudieron abandonar Limburgo con las armas al hombro, tambores batiendo, y sus posesiones personales, siendo convoyados hasta el castillo de Kerpen, un enclave holandés en Juliers. En cuanto a los clérigos calvinistas, Lede les concedió seis meses para poner en orden sus asuntos y desaparecer. Seguidamente, el marqués marchó sobre la villa de Valkenburg (o Fouquemont) y obtuvo su rendición mediante la amenaza de bombardeo. El resto del ducado cayó en sus manos como la fruta madura.

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Los alojamientos invernales se hicieron del modo siguiente: por parte holandesa, Orange replegó el grueso de sus fuerzas a Rees, Emmerich y We-sel. Al mando de los que permanecieron blo-queando el fuerte de Schenk dejó a Guillermo de Nassau-Hilchenbach (el de Kallo), secun-dado en la villa de Bislich por el coronel Pin-sen van der Aaa y en el fuerte de Spicjk por el coronel Wardembourgh. El príncipe de Oran-ge se retiró a Arnhem para conferenciar con los Estados Generales, dejando en campaña solamente 2.000 caballos a las órdenes de su veterano lugarteniente Staeckenbrouck, con órdenes de mantener a raya a los croatas en el obispado de Lieja.

Por parte española, las disposiciones fueron estas: 2.500 hombres quedaron en Schenk al mando del teniente coronel Adolf Eynthout, 1.000 en Cleves con Francesco de Toralto, el sargento mayor de Cantelmo, que recibió patente de maestre de campo; y otros 1.500 en Gennep a las órdenes del irlandés Thomas Preston. En Güeldres quedaron de guarnición 6 compañ-ías españolas al mando del barón de Balançon. El ejército de campaña se alojó en los contornos de Diest, excepto varias tropas que transitaron al ducado de Limburgo, donde se alojaron principalmente en Maaseik y Tongres. Las tropas imperiales del conde Piccolomini se distribuyeron entre el obispado de Lieja y el ducado de Juliers. Por aquel entonces el duque de Lerma cayó gravemente enfermo y falleció el 12 de octubre. Su cuerpo fue enterrado junto al marqués de Aytona, muerto semanas antes en Goch. Capítulo 11. Cae el castillo de Bylandt . A comienzos de noviembre, ya en plena estación invernal con fuertes lluvias y hielos en el Rin, el príncipe de Orange logró apoderarse del castillo de Bylandt. El día 15 envió a su furriel general a reconocerlo. Aunque el hombre fue muerto de un mosquetazo antes de enviar ninguna relación, Orange encomendó a Gui-llermo de Nassau cercar la plaza con varios regimientos. Los defensores, lide-rados por un oficial húngaro, se defendieron con vigor, obligando a los holan-deses a cavar trincheras para protegerse de las descargas de mosquetería. Parte de los sitiadores se acuartelaron al norte, dirigiendo sus aproches hacia dos medias cortaduras. Simultáneamente, Guillermo de Nassau hizo construir

Guillermo de Nassau-Hilchenbach, uno de los oficiales predilectos del príncipe

de Orange. Jan Antoniszoon van Ra-vesteyn. Rijksmuseum

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en el dique de Schenk una batería de cuatro cañones, cuyo fuego causó graves daños en Bylandt la mañana del 18. La guarnición se rindió poco después. Sa-lieron 130 hombres con las armas al hombro y los tambores batiendo, llevando varios carros con sus mujeres y los heridos. Fueron convoyados hasta Breda. Nassau instaló una guarnición de 3 compañías en las ruinas del castillo y envió sus 4.000 hombres a ocupar diversos reductos y cortaduras en la cercanía. Pese a las inclemencias del tiempo, Orange hizo traer gastadores y comenzó la construcción de dos cuarteles con capacidad para alojar 4.000 efectivos.

El Cardenal Infante, informado del revés, ordenó procesar al capitán húngaro (que fue decapitado) y envió al conde Juan de Nassau a Güeldres pa-ra aprovisionar bien el fuerte de cara al invierno y mudar la guarnición. Por esas mismas fechas murió de un mosquetazo Adolf Eynthout rechazando un asalto holandés en las trincheras. Su cuerpo fue llevado a Cleves y enterrado con honores. Lo sucedió en el mando del fuerte el borgoñón Gomar de Fourdin.

La partida de Schenkenschans... Un grabado anónimo que representa el asedio al fuerte holandés como

una partida de dados. Aparecen los obispos de Maguncia y de Colonia, el papa Urbano VIII, el Cardenal

Infante Fernando, el rey Felipe IV de España, el príncipe Frederik Hendrik de Orange, el rey Luis XIII de

Francia y el cardenal Richelieu. Bajo la mesa gimen los campesinos de Cleves y Juliers, principales dam-

nificados de las operaciones. Frederik Muller Historieplaten, Rijksmuseum.

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Entre tanto, Orange relevó a los hombres que habían conquistado By-landt y puso a trabajar en su lugar a las guarniciones de Nimega, Grave y Ber-gen op Zoom. La insistencia holandesa en el cerco del fuerte tenía consecuen-cias no siempre deseadas para el gobierno de la Haya: muchas guarniciones apenas tenían fuerzas para poner freno a las correrías españolas. La guarni-ción española de Breda sorprendió 3 navíos de mercancías entre Dordrecht y Willemstad y se llevó cinco carros cargados de botín. Por otro lado, el Cardenal Infante mandó reforzar las defensas de Griethausen con varias medias lunas e incrementó su guarnición en 700 hombres. Caído Bylandt, la pequeña pobla-ción era un punto crucial si deseaba aprovisionar Schenk por vía directa. En diciembre el frío y el hielo mantuvieron a unos y otros encerrados en sus aloja-mientos. No fue hasta marzo cuando el deshielo permitió retomar las operacio-nes. Capítulo 12. Fin del juego . En el mes de febrero, suspendidas las operaciones, los holandeses trataron de recuperar el fuerte por sorpresa. Para ello sobornaron a un capitán de la guar-nición, de nombre Galalon (posiblemente que valón o borgoñón), que se encar-gaba de supervisar las guardias nocturnas. La noche señalada para el golpe de mano holandés Galalon ocupaba su puesto ordinario. Amparados por la oscuri-dad los holandeses, que tenían tropas preparadas en el istmo para lanzar un falso ataque por ese flanco, se aproximaron al muelle con varias barcas atesta-das de soldados.

Un centinela descubrió uno de los botes, y corrió a informar a Galalon. Este le respondió que no importaba, pero en seguida el centinela descubrió otras dos barcas, y luego otras más. Recelando del capitán, el centinela dis-paró su mosquete para dar la alarma. Acudiendo otro oficial a ver qué sucedía, descubrió al tal Galalon golpeando al centinela, y sospechando que algo se traía entre manos, lo llamó traidor. Galalon lo apuñaló, pero no pudo impedir el fracaso del ataque. Por la parte del río, los españoles hundieron varias barcas a cañonazos, obligando al resto a retirarse. Por tierra los holandeses ganaron tres reductos, pero Fourdin, que pudo poner en alerta a tiempo a la guarnición, logró rechazarlos finalmente.

El deshielo primaveral provocó, como cada año, un aumento considera-ble del caudal del Rin. La crecida se llevó por delante muchas fortificaciones de la ribera, tanto españolas como holandesas. Ambos contendientes, desperta-dos del letargo invernal, se aprestaron a reanudar las operaciones. A las órde-nes del Cardenal Infante, el conde Juan de Nassau, que gobernaba su caba-llería, aprestó en Herentals sus tropas para escoltar un gran convoy destinado

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a abastecer al fuerte, muy necesitado de municiones y víveres tras los duros meses invernales.

Al mismo tiempo, el príncipe de Orange hizo frente de banderas en Ni-mega y partió para Cleves con el objetivo de arrebatar Griethausen a los espa-ñoles y poder completar así el bloqueo al fuerte. Juan de Nassau no llegó a tiempo a socorrer Schenk, pues el deshielo había vuelto impracticables los ca-minos, y los carromatos se atascaban en el fango. Por su parte, Orange reunió 10.000 hombres en los alrededores de Griethausen; 4.000 venidos desde Zutphen y Deventer, y 6.000 desde Rees, Emmerich y Wesel. La guarnición de Griethausen se componía de 400 soldados imperiales bisoños, que no obstante la disparidad de fuerzas lograron rechazar dos asaltos. Al tercero, se retiraron al castillo. Los holandeses saquearon la población. Poco después, los imperia-les rindieron la plaza con buenas condiciones. Los atacantes perdieron 60 hombres, entre ellos un sargento de batalla y dos capitanes. Los imperiales sufrieron 36 bajas.

La ocupación de Griethausen permitió al príncipe de Orange construir una línea de fortificaciones entre el castillo de Bylandt y la propia población que mantendría el fuerte aislado definitivamente del ejército español. Don Fernan-do, en respuesta, movilizó rápidamente a sus tropas para acudir al socorro an-tes de que el cinturón defensivo holandés estuviese completado. El 6 de abril el ejército español partió de Tournhout y, pasando por Arendonck, Meyerde y Eindhoven, atravesó el río Mosa en Gennep. Su destino era Cleves, donde Pic-colomini con las tropas imperiales juntó fuerzas con ellos tras partir de Kalkar. Llegando a la vista del fuerte, dispararon varias salvas de artillería para avisar a Fourdin se su llegada..

Guillermo de Nassau-Hilchenbach no tardó en apercibirse. El holandés contaba con 12.000 infantes y 3.000 caballos atrincherados. El 8 de abril los católicos acometieron el cuartel de Pinsen van der Aa pero fueron rechazados en las trincheras. Perdida la posibilidad de ganar un cuartel y romper la línea holandesa, don Fernando se retiró a Cleves y celebró un consejo de guerra con sus oficiales. El príncipe Tomás de Saboya juzgó imposible quebrantar las de-fensas holandesas y abogó por dejar que ganasen el fuerte. Su opinión preva-leció.El fuerte Schenk estaba sentenciado. Los holandeses lo bloqueaban completamente y arrojaban sobre él, día y noche, una gran cantidad de bom-bas y granadas. Pese a ello, los defensores todavía ofrecían una gran resisten-cia. El 17 de abril efectuaron una furiosa salida, matando numerosos enemigos y tomando prisionero un capitán holandés. La lucha en las trincheras del istmo era feroz. Para entonces Fourdin contaba solamente con 600 hombres.

El 24 de abril los sitiadores se prepararon para el asalto final, en el que tomarían parte 22 compañías de infantería, varias de ellas embarcadas en cha-

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lupas por la parte del río. Fourdin, juzgando imposible rechazar el asalto, pidió parlamentar. El 30 de abril los 600 supervivientes de la guarnición abandonaron Schenk con las armas al hombro, bala en boca, dos cañones y un número inde-terminado de carromatos con sus familias y posesiones, y fueron convoyados hasta Geldern. Los enfermos fueron enviados en barcas a Gennep, y poco más tarde entraron en el fuerte los holandeses. Encontraron un montón de ruinas humeantes: todos los edificios estaban arruinados. Tras 9 meses de combates y sufrimiento, al fin el asedio a Schenkenschans había terminado.

Grabado caricaturesco que muestra al Cardenal Infante agotado tres un viaje de 7 meses a lomos de un

toro furioso, que representa las Provincias Unidas. Lo consuelan Felipe IV, el papa de Roma y el empera-

dor Fernando II. Breeckevelt, Ludolph. Frederik Muller Historieplaten, Rijksmuseum

Los holandeses, pese a las enormes pérdidas humanas y económicas sufridas, celebraron su victoria por todo lo alto. Por otra parte, el Conde-duque de Olivares, que se había mostrado exultante con la conquista del fuerte, la-mentó amargamente su perdida y reprendió al Cardenal Infante por no haber socorrido al fuerte a tiempo. Los peores damnificados fueron, curiosamente, los franceses. Mientras que los españoles y los imperiales sufrieron pérdidas mo-deradas en el cerco, Orange lamentó bajas considerables y sus arcas queda-ron casi vacías. Los holandeses no pudieron emprender una nueva campaña hasta 1637. Mientras tanto, españoles e imperiales dirigieron su atención hacia la Francia de Richelieu. Comenzaba el "año de Corbie".

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