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Conflictos sociales en la República Romana. P. A. Brunt. “Plebeyos contra patricios.” El conocimiento que tenemos de la República Romana primitiva proviene principalmente de la historia de Libio y Dionisio de Halicarnaso, escritas bajo Augusto. En la época en que cayó la monarquía, los romanos eran ya letrados: las leyes y los tratados se escribían. Sin embargo, la mayor parte de los primeros documentos fueron destruidos durante el saqueo de Roma por los galos (c. 390). Era costumbre de los romanos fechar las transacciones romanas u otras mediante el nombre de los cónsules. Por lo tanto era necesaria una lista de los principales magistrados, y esta lista constituía la base cronológica de los anales romanos, así llamados porque registran las transacciones año tras año. El colegio sacerdotal de pontífices también solía registrar ciertos acontecimientos en tablillas blanqueadas. Parece cierto que los primitivos cronistas tuvieron que recurrir a la tradición, especialmente la conservada oralmente en las casas nobles a través de generaciones. Cuando un noble romano moría, hombres con las máscaras de sus antepasados y sus vestidos oficiales desfilaban en el funeral y un pariente o amigo pronunciaba una oración que conmemoraba los hechos de estos antepasados, tanto como los del fallecido. Pero la tradición oral era distorsionada por el orgullo patriótico o familiar. También se enriquecían con el don que tenían los romanos para inventar historias de vívidos detalles, aplicado a personas reales o ficticias en un contexto histórico particular. Las historias inculcaban lecciones morales o políticas. La empresa de recobrar la verdad sobre los siglos V y IV puede parecer desesperada. La tradición es posible controlar mediante fragmentos de otra índole, por ejemplo: partes de antiguos rituales, la significación de términos técnicos, el carácter de instituciones históricas de Roma. Se nos dice que al principio Roma fue gobernada por un rey electo, a su muerte el poder pasaba a un “rey interino” hasta que se designara un sucesor permanente. En la República había todavía “reyes interinos”, quienes celebraban las elecciones anuales, si el par de cónsules nombrados no lo había hecho. Una elección real exigía el asesoramiento tanto del pueblo en armas , como del consejo de ancianos, para dar al Senado su significado original. El Senado parece haber estado constituido por los jefes de familia y se los llamaba patres. Los Senadores constituían el consejo del rey. El rey tenía derecho de afirmar la voluntad de los dioses mediante

Conflictos sociales en la República Romana

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Conflictos sociales en la República Romana.

P. A. Brunt.

“Plebeyos contra patricios.”

El conocimiento que tenemos de la República Romana primitiva proviene principalmente de la historia de Libio y Dionisio de Halicarnaso, escritas bajo Augusto.

En la época en que cayó la monarquía, los romanos eran ya letrados: las leyes y los tratados se escribían. Sin embargo, la mayor parte de los primeros documentos fueron destruidos durante el saqueo de Roma por los galos (c. 390).

Era costumbre de los romanos fechar las transacciones romanas u otras mediante el nombre de los cónsules. Por lo tanto era necesaria una lista de los principales magistrados, y esta lista constituía la base cronológica de los anales romanos, así llamados porque registran las transacciones año tras año. El colegio sacerdotal de pontífices también solía registrar ciertos acontecimientos en tablillas blanqueadas.

Parece cierto que los primitivos cronistas tuvieron que recurrir a la tradición, especialmente la conservada oralmente en las casas nobles a través de generaciones. Cuando un noble romano moría, hombres con las máscaras de sus antepasados y sus vestidos oficiales desfilaban en el funeral y un pariente o amigo pronunciaba una oración que conmemoraba los hechos de estos antepasados, tanto como los del fallecido. Pero la tradición oral era distorsionada por el orgullo patriótico o familiar. También se enriquecían con el don que tenían los romanos para inventar historias de vívidos detalles, aplicado a personas reales o ficticias en un contexto histórico particular. Las historias inculcaban lecciones morales o políticas.

La empresa de recobrar la verdad sobre los siglos V y IV puede parecer desesperada. La tradición es posible controlar mediante fragmentos de otra índole, por ejemplo: partes de antiguos rituales, la significación de términos técnicos, el carácter de instituciones históricas de Roma.

Se nos dice que al principio Roma fue gobernada por un rey electo, a su muerte el poder pasaba a un “rey interino” hasta que se designara un sucesor permanente. En la República había todavía “reyes interinos”, quienes celebraban las elecciones anuales, si el par de cónsules nombrados no lo había hecho. Una elección real exigía el asesoramiento tanto del pueblo en armas , como del consejo de ancianos, para dar al Senado su significado original. El Senado parece haber estado constituido por los jefes de familia y se los llamaba patres. Los Senadores constituían el consejo del rey. El rey tenía derecho de afirmar la voluntad de los dioses mediante rituales prescriptos, y era quizá intermediario de los cielos que resultaba supremo en la tierra. Comandaban en la guerra y tenía jurisdicción sobre la vida y la muerte. Los romanos expresaban la suma de estas prerrogativas militares y jurídicas en la palabra imperium; el general era un imperator. Por su naturaleza, el imperium era despótico, y los romanos a menudo lo contrastaban con libertas, libertad.

Los romanos sustituyeron el rey por dos magistrados, llamados posteriormente cónsules, que se mantenían en su cargo sólo durante un año y que no eran reelegibles inmediatamente. Podía hacérseles rendir cuentas de sus actividades al abandonar el cargo y, como se mantenían en él tan breve tiempo, a menudo cedían ante la voluntad del Senado. La participación del Senado duraba de por vida, ellos mismos eran senadores y estaba en su propio interés aumentar la autoridad de un cuerpo en el que tenían voz permanente. El sistema colegiado debilitaba la fuerza del imperium y contribuía a la

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libertas. En casos de emergencia designaban a un solo hombre como dictador, pero su cargo duraba sólo seis meses.

La multiplicación de las empresas hizo necesaria la elección de otros magistrados anuales: los cuestores, que asistían en la administración financiera; los ediles, que supervisaban las edificaciones, las calles y los mercados de la ciudad; los pretores, que hacían justicia en Roma y mas tarde gobernaron la provincias de ultramar. A los pretores y cónsules a menudo debía prorrogárseles uno o varios años el poder después de expirado el tiempo en su cargo, ya fuera sobre los ejércitos o en la provincias; eran en este caso propretores o procónsules .Los que habían sido ya cónsules, podían alcanzar el apogeo de su carrera política como censores; cada cinco años realizaba el registro de los ciudadanos en un censo, hacía la nómina del Senado, libraba contratos públicos y vigilaba la moral de los ciudadanos. Los cónsules eran la cabeza del Estado.

La soberanía pertenecía al pueblo. El pueblo elegía los magistrados, declaraba la guerra, celebraba tratados y promulgaba leyes. El pueblo solo se reunía convocado por uno de los más altos magistrados, votaba sólo lo que éste decidía someter a su voluntad, seleccionaba candidatos de una lista que se le presentaba y decía sólo “si” o “no” a una ley que se le imponía.

Las asambleas del pueblo estaban además muy lejos de la democracia. Había más de una clase de asambleas, sólo nos referiremos a las centurias. Estaban compuestas de “centurias”, originalmente batallones de guerreros. Las centurias se dividían de acuerdo con la clase a la que pertenecían sus miembros, y en un principio estaban compuestas por ciudadanos que pertenecían a la clase más alta o que servían en la caballería. Si su acuerdo era unánime, las otras centurias ni siquiera eran convocadas. Los ciudadanos que no tenían propiedad alguna, los proletarii formaban sólo una centuria, que era la última en votar, si llegaba a hacerlo alguna vez.

La tarea de las centurias consistía en la elección de los magistrados. Las elecciones no sólo decidían quiénes serían los agentes ejecutivos del Estado: otorgaban a los candidatos triunfadores un duradero prestigio en los consejos del Senado. La influencia tenía menos peso que el poder oficial; pertenecía al Senado como tal y, dentro del Senado, a sus conductores (príncipes), quienes debían su eminencia en parte a su nacimiento o talento, en parte a los hombres que el pueblo les había conferido.

El Senado y los príncipes eran en realidad los dueños del poder. El Senado no daba órdenes a los magistrados, sino que les señalaba el camino a seguir. Sus sugerencias no podían se dejadas de lado.

A comienzos de la República los magistrados eran exclusivamente patricios, quienes también dominaban el Senado. Nadie podía ser patricio si todos sus antepasados de sexo masculino no lo habían sido también, y en tiempos primitivos intentaron prohibir su matrimonio con los otros ciudadanos: los plebeyos u hombres pertenecientes a las masas. La distinción radicaba en el nacimiento, no la riqueza. Los plebeyos ricos, que deseaban participar en el poder político se convertían en capeones de sus hermanos oprimidos. Los patricios eran muy pocos. La disminución en su número contribuye a explicar por qué tuvieron finalmente que ceder. Una de las razones pudo ser las relaciones de dependencia y deferencia que no dejaron nunca de dominar la sociedad romana durante toda la República.

Los vínculos entre patrón y cliente servían a este ideal. Salvo entre patrón y su antes esclavo, que seguía obligado legalmente a su antiguo amo, estos vínculos en la Roma del bajo Imperio tenía un carácter simplemente moral. El cliente se “encomendaba” a la “fe” de

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su patrón. La buena fe constituía la base de muchas transacciones legalmente aplicables, pero su alcance no se limitaba a actos que pudieran dar pie a procesos judiciales. También exigía que se compensaran los buenos servicios. Al patrón no se les permitía recibir honorarios, pero podía esperar que sus clientes agradecidos lo recompensaran con otros servicios y aún mediante legados. Moralmente, patrones y clientes estaban obligados a ayudarse en todo modo que la ley lo permitiera. Los patrones daban siempre asesoría legal a sus clientes y los representaban en juicio; también arbitraban en sus querellas. Los patrones y sus clientes no podían acusarse entre sí, ni tampoco servir de testigo en mutuo perjuicio. Se dice que ayudaban en el pago de dotes, las multas, los rescates y los costos de las elecciones. La relación era hereditaria. Las familias más poderosas contaban entre sus clientes con ciudades, provincias y príncipes extranjeros. Un magnate podía movilizar en su defensa no solo a sus propios dependientes, sino a los de otros con quienes mantenía relaciones de alianza. Muchas comunidades e individuos tenían más de un patrón; si los patrones reñían entre sí, estaban obligados a elegir, ya de acuerdo con consideraciones de interés público, ya de acuerdo con su propia seguridad y ventaja.

Todos los plebeyos eran clientes de los patricios y, aunque a principios de la República muchos plebeyos estuvieron libres de tener que servir como clientes, las casas nobles tenían numerosos dependientes. Los vínculos entre patrón y cliente eran más estrechos en la Roma primitiva que posteriormente. Un patrón que defraudara a su cliente era maldito y podía ser muerto impunemente, ley más tarde derogada. Se consideraba como hecho establecido que el patrón otorgara precedencia a sus clientes antes que su familia política.

Solo pudo haberse originado en una sociedad en la que el poder económico y político estuviera muy desigualmente distribuido. Vínculos aceptados por necesidad, adquirieron fuerza moral. Algunos escapaban a la condición de cliente elevándose económica y socialmente, pero otros se veían sumidos en ella, porque el poder seguía concentrado en unas pocas manos y el humilde aún necesitaba de protección. La justicia era siempre administrada por la clase superior. Las demoras de la ley iban en detrimento de los pobres y un demandante tenía que llevar a su defendido personalmente al tribunal y, si ganaba el caso, ejecutar la sentencia sin apoyo alguno por parte del poder coercitivo del Estado.

Durante los últimos tiempos de la República, los candidatos a los diversos cargos rara vez solicitaban los votos por sus méritos personales o, cuando éstos eran desdeñables o desconocidos, en los servicios que sus antecesores habían prestado al Estado. Nadie se recomendaba a sí mismo abogando por una política popular; todos pertenecían a la clase rica, pues era costoso embarcarse en una carrera política. Era natural que los electores prefirieran entre dos candidatos ricos al que pudiera referirse a la fama de sus antecesores. A comienzos de la República, solo los patricios eran nobles.

Si no hubiera sido por su carácter opresor, el gobierno patricio habría podido prolongarse más tiempo. Los pequeños granjeros se endeudaban constantemente. El acreedor tenía derecho a vender como esclavo en el extranjero al deudor que no quisiera ni pudiera pagar su deuda. El nexum era un acuerdo con el cual el pobre tenía que trabajar sometido al rico como devolución de empréstitos. Se nos habla no sólo de frecuentes protestas contra los acreedores, sino también de una persistente demanda de distribución de tierras. El Estado poseía abundantes tierras, pero eran explotadas casi exclusivamente por los que controlaban el Estado, los patricios, en su propio beneficio.

En el 494, un conjunto de plebeyos se asentó en las afueras de Roma y se rehusó a servir en el ejército. Una huelga semejante se manifestó en el 287; y tuvo que producirse una acción revolucionaria similar, para explicar la concesión que los patricios se vieron obligados a dar: la creación del tribunado de plebeyos. Los diez tribunos eran plebeyos elegidos anualmente por una asamblea organizada en unidades electorales llamadas

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tribus. Eran cuatro en la ciudad y diecisiete en los campos vecinos. Esta asamblea fue democrática en un comienzo. La función de los tribunos era proteger a los romanos humildes contra la opresión de los magistrados. Los magistrados no se atrevían a tocar a sus personas, que eran “sacrosantos”; esto significaba que los plebeyos habían jurado vengarlos linchando a quién hubiera puesto las manos sobre ellos. Pero su poder se limitaba a la ciudad.

Como conductores de los plebeyos, los tribunos intentaron naturalmente incrementar su autoridad de toda manera posible.

Celebraban reuniones de la asamblea tribal en las cuales podían promulgarse resoluciones propuestas por ellos, se los llamó plebiscita. Sólo los votos emitidos en la asamblea de los centuriones podían convertirlos en ley, y hasta 339 ni siquiera las centurias podían legislar sin la sanción de los senadores patricios. Esto hacía más fácil a los patricios el entorpecimiento de la voluntad popular.

Los tribunos habían convertido su derecho de veto a los actos de opresión a los actos cometidos por los magistrados contra los individuos, en derecho de veto a todo acto oficial de los magistrados, incluso proyectos legislativos y aun decretos del Senado que permitieran la acción de los magistrados. Los tribunos podían también vetar las acciones de otros tribunos y un tribuno podía obstruir la acción de los otros nueve.

A principios del siglo V, los tribunos intentaron conquistar el poder de juzgar la vida de los patricios ante las tribus. Pero solo la asamblea de centurias es competente para juzgar la vida de un ciudadano.

En el siglo II hubo una nueva legislación y todos los procesos por crímenes graves tenían su lugar de apelación ante la incómoda asamblea centurial; además, el acusado podía siempre eludir la pena abandonando la jurisdicción romana y exiliándose antes de que se dictara el veredicto. Pero no es creíble que un crimen común, como el asesinato, fuera juzgado de este modo, se arguyó recientemente que el procedimiento descrito se aplicaba en realidad sólo a los casos políticos.

Sólo en la ciudad podía un tribuno intervenir personalmente entre un magistrado y un ciudadano. Sin embargo, los tribunos adquirieron un poder político de tales dimensiones, que sus puntos de vista no podían ser ignorados ni siquiera cuando la ley no los respaldara. Hacia el siglo III los tribunos habían adquirido el derecho de acusar a los ofensores políticos ante las centurias.

Los primeros esfuerzos de los tribunos se dirigieron a la obtención de una mayor igualdad legal; en los años 451- 450, conquistaron la codificación y la publicación de las leyes.

Una regla contenida en las Doce Tablas prohibía el casamiento entre miembros de distintos órdenes, pero fue dejado de lado después de una agitación plebeya. Por entonces hubo plebeyos bastantes ricos como para abrigar ambiciones sociales y patricios dispuestos a satisfacerlas. Enseguida se exigió que los plebeyos fueran asimismo admitidos en los cargos públicos. Los patricios decidieron responder a esa exigencia suspendiendo el Consulado por la mayor parte de los ochenta años que siguieron y reemplazándolo por un colegio de tribunos militares con poderes consulares; los plebeyos eran elegibles pero rara vez se los elegía en la práctica. Esta experiencia convenció a los plebeyos ricos de que su único camino era insistir que un consulado al año estuviera cerrado a los patricios. Se hizo esta concesión en el año 366, después de una prolongada agitación conducida por los tribunos Licinio y Sextio.