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JUNIO 2011 11 S i Osama Bin Laden no hu- biera existido, EEUU lo hu- biera creado. Era un aliado como pocos. Representó una ayuda inestimable para va- rias Administraciones estadounidenses. Cuando, a finales de los años 1970, Jimmy Carter primero y Ronald Reagan después, embarcaron a Estados Unidos en la macro operación encubierta que permitió armar y lanzar a decenas de mi- les de combatientes islámicos contra las tropas soviéticas que ocupaban Afganis- tán, el joven y rico empresario saudí Osama Ben Laden fue un aliado clave. Y cuando ya en el siglo XXI Geor- ge W. Bush necesitó dejar atrás su ima- gen de presidente fraudulentamente electo en aquellas escandalosas eleccio- nes de noviembre de 2000, Ben Laden volvió a aparecer en escena para permi- tirle que, en un solo día, el 11-S de 2001, se disparara 40 puntos su popu- laridad, del 51% al 91%. Diez años después, Osama Ben La- den volvió a socorrer a otro presiden- te en aprietos, haciendo subir su popularidad en un 11%. Pero en esa ocasión fue necesaria la propia muer- te del líder de Al Qaeda para frenar la caída en picado que venía sufriendo Barack Obama. Fue el demócrata Jimmy Carter quien autorizó a la CIA a lanzar, en 1979, la que se convertiría en la mayor operación encubierta de la agencia en toda su historia. Y fue él quien primero llamó “freedom fighters” a los mujaidi- nes que combatían a las tropas soviéti- cas en Afganistán. Desde aquel entonces data el inicio de la extraña y compleja relación de Osama Ben Laden y su poderosa fami- lia con Washington, una relación de in- tereses cruzados, en la que se han mezclado, a lo largo de los años, impor- tantes acuerdos comerciales, complici- dades y alianzas militares contra natura. Carter, que había llegado al poder en 1977, reivindicaba, a mitad de su mandato, haber purgado a la CIA de sus agentes de gatillo fácil, y haber hecho de la lucha por los derechos humanos en el mundo una seña de identidad de su Administración. Mostraba como éxitos propios los acuerdos de Camp David y el Tratado con Omar Torrijos para la devolución, en 1999, del Canal de Panamá. Pero varios hechos produ- cidos en 1979 en el mundo cambiaron su suerte. El 1 de febrero de 1979, una revolución islámica radical en Irán, en- cabezada por el ayatolá Jomeini, daba por tierra con un régimen aliado, vital para EE UU a nivel energético y geoes- tratégico, el del sha Reza Pahlevi. Unos meses más tarde, el 19 de ju- lio, triunfaba en Nicaragua la revolu- ción liderada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que acabó con la dinastía sangrienta de los Somoza, aliados clave de EEUU en América Latina y el Caribe. Era la pri- mera vez, desde la revolución cubana de 1959, que una guerrilla de izquierda llegaba al poder por las armas. Pero la pesadilla no había acabado todavía para Carter. En plena Guerra Fría, la Unión Soviética le daría otra sor- presa desagradable. En la noche del 27 al 28 de diciembre de 1979, miles de soldados y tanques de la 40º División del Ejército Rojo entraban en Afganis- tán para apoyar al Gobierno comunista aliado ante el acoso de las guerrillas is- lámicas. Carter, manipulado por la CIA y acosado por los republicanos (lidera- dos por Ronald Reagan), que asegura- ban que la URSS estaba a punto de conseguir la supremacía nuclear, consi- deró que la invasión de Afganistán era “la más grave crisis en política interna- cional que enfrentan a EEUU con la URSS desde la II Guerra Mundial.” Y decidió actuar. De inmediato ordenó el boicot a los Juegos Olímpicos que debían tener lu- gar ese verano en Moscú, embargó ven- tas de cereales y autorizó el inicio de una carrera armamentística, creando el Rapid Deployment Force. La llamada Doctrina Carter consistió en decidir que EEUU entraría en guerra en caso de es- tar bajo amenaza los pozos petroleros de Oriente Medio. Y su decisión más radical fue la de firmar una serie de documentos legales secretos, los Presidential Findings, que autorizaban explícitamente a la CIA a entrar en acción, en Afganistán, contra el Ejército Rojo. La CIA comenzó a ha- cer llegar contenedores con armas… soviéticas, al ISI, el Servicio de Inteli- gencia del Pakistán de Mohmmad Zia ul-Had, el dictador a quien hasta enton- ces criticaba Carter por sus violaciones a los derechos humanos. Carter se olvidó de sus críticas a Zia al comprender que era clave para poder hacer llegar las armas a los afganos. “Afganistán fue una guerra secre- ta en la que la CIA combatió y triunfó sin debates en el Congreso ni protes- tas en la calle. No sólo fue la mayor operación de la agencia, sino que tam- bién fue el mayor secreto de guerra de la historia, y a pesar de ello no ha que- dado de esa manera registrado en la memoria de los estadounidenses” (1), diría George Crile. La CIA utilizó distintas vías para hacer que la intervención soviética en Afganistán se convirtiera en el “Viet- nam” de la URSS. Y lo consiguió, diez años después. Además de comprometer al Reino Unido, Francia, China, Marruecos, Ara- bia Saudí y muchos otros países en la operación, y enviar cientos de miles de armas y municiones a Pakistán, junto con instructores para entrenar a los mu- jaidines, la CIA utilizó viejos vínculos de EE UU con el poderoso Binladin Group saudi, para vincularse con uno de sus miembros, Osama Ben Laden, quien por su propia iniciativa ya estaba ope- rando sobre el terreno y terminaría con- virtiéndose en un aliado fundamental. El imperio empresarial de los Ben Laden fue creado por el padre de Osa- ma, Mohamed Ben Laden, inmigrante yemení que comenzó a trabajar como albañil de la empresa petrolífera Aramco en Arabia Saudí, y se terminó convirtiendo en el constructor por ex- celencia de los palacios, mezquitas y grandes obras de la monarquía saudí, en el propio país y en el extranjero. Para el gran poder económico, financiero y po- lítico de EEUU, el mantener buenas re- laciones con el Binladin Group era fundamental para acceder a negocios con un socio tan importante como Ara- bia Saudí. El Binladin Group mantuvo, inclu- so después del 11-S, capital en el Carly- le Group, poderoso grupo de inversiones de Washington, de cuyo Consejo de Asesores formó parte desde George Bush “senior”, hasta Frank Carlucci, an- tiguo director adjunto de la CIA, o Ja- mes Baker, antiguo jefe de Gabinete de Ronald Reagan y Secretario de Estado de Bush “senior”. El propio George W. Bush “junior” tuvo relación con el Binladin Group, a través de su socio James Bath, con el que creó en los años 1970 la empresa petrolera Arbusto Energy, y que era re- presentante en EE UU de las inversio- nes de Salem Ben Laden, uno de los hermanos de Osama Ben Laden. Esas relaciones con los Ben Laden facilitarían a la CIA el contacto con Osama, en esa época ya musulmán ra- dical, para involucrar económicamente y con medios para la “yihad” (guerra santa) contra las tropas soviéticas que ocupaban un país musulmán como Af- ganistán, a numerosos países árabes, je- ques y emires dispuestos a dar una lección al “infiel rojo”. Osama utilizó su propia experien- cia y los recursos del Binladin Group para acondicionar zonas de Pakistán fronterizas con Afganistán donde pudie- ran entrenarse miles de mujaidines; tú- neles entre los dos países para pasar armas, municiones y hombres, carrete- ras de acceso y pasos seguros para el contrabando de opio con el que finan- ciar parte de la guerra. En casi todos los países musulma- nes se reclutaron voluntarios para com- batir en Afganistán. Muchos otros provenían de minorías musulmanas de otras regiones, como los uigures de Chi- na, los musulmanes de Bosnia-Herze- govina, chechenos del Cáucaso y de otras muchas nacionalidades. Analizando todo aquel periodo, Ge- orge Crile, autor de una de las obras más importantes sobre la intervención secreta de EEUU en Afganistán, escri- bió: “Cuando uno ve las cosas a través del prisma del 11-S, la escala del apo- yo de EEUU a un ejército de funda- mentalistas islámicos resulta totalmente incomprensible. En el curso de una dé- cada, billones de municiones y cientos de miles de armas fueron contrabande- ados a través de las fronteras, arriba de camellos, mulas y asnos. Alrededor de 300.000 guerreros fundamentalistas af- ganos transportaron armas provistas por la CIA; miles fueron entrenados en el arte del terrorismo urbano” (2). Crile recordaba en su libro que el 15 de febrero de 1989, después de sa- lir el último soldado soviético de Af- ganistán, en la sede central de la CIA en Langley se recibió un cable de la antena de la agencia en Islamabad. Só- lo tenía dos palabras: “We Won” (He- mos ganado) decía. Ese día se festejó por todo lo alto en Langley. Estados Unidos parecía dejar atrás el síndrome de Vietnam. Ronald Reagan cosechaba todos los éxitos. Pocas horas después de que Jimmy Carter abandonara el poder, ha- bían sido liberados los 52 rehenes es- tadounidenses capturados en Teherán al triunfar la revolución islámica, y diez años después de que se iniciara la gue- rra de Afganistán que había ayudado a potenciar Carter, Reagan podía reco- ger los frutos. Ese mismo año, 1989, había visto también caer el Muro de Berlín y con él se iniciaba el desmoronamiento de los regímenes de “socialismo real” en Euro- pa del Este. En 1990 pudo disfrutar igual- mente con la derrota electoral de los sandinistas. Todo parecía enderezarse. Pero menos de cuatro años después de terminada la guerra de Afganistán, la organización creada por Osama Ben La- den en ese país, Al Qaeda (‘La Base’, en árabe) agrupando a los combatientes is- lámicos de numerosas nacionalidades que habían compartido el frente de ba- talla, cometía su primer atentado en te- rritorio estadounidense. Osama había acabado con el “infiel rojo” y ahora se volvía contra el “Gran Satán”. En 1993 fue el primer ataque con- tra el World Trade Center de Nueva York, donde murieron seis personas y otras 1.000 resultaron heridas. Sólo se- ría el inicio de una serie de ataques con- tra fuerzas e intereses estadounidenses en distintos países. Bill Clinton fue el primero en auto- rizar a la CIA a crear una unidad espe- cializada en la búsqueda y captura de Osama Ben Laden y sus lugartenientes, encabezada por el oficial Michael Scheuer, quien lo reivindicó con orgu- llo en el plató del programa “60 Minu- tes” de la CBS el 14 de noviembre de 2004, una semana después de dejar la agencia tras 20 años de servicio (3). Fue ese grupo el que, a partir de 1995 y hasta 1999, protagonizó más de veinte secuestros de sospechosos de pertenecer a Al Qaeda en países tan dis- pares como Albania, Bulgaria, Filipi- nas, Malasia, Sudáfrica o Kenia. Los secuestrados fueron en su mayoría tras- ladados en aviones camuflados a Egip- to para ser torturados impunemente. Sucedió años antes de que se empeza- ra a hablar, ya en la era Bush, de los “vuelos de la CIA”. En 1998, Clinton ordenó igualmen- te bombardear zonas de Afganistán don- de se suponía que se encontraba Osama Ben Laden y sus hombres, albergados por los talibanes, sin ningún éxito. A pesar de ello, la Administración de Clinton mantenía paralelamente con- tactos con los talibanes para intentar ce- rrar una gran operación que permitiría a la empresa Unocal construir un oleo- ducto que atravesara Afganistán. Una delegación talibán de alto nivel visitó la refinería de Unocal en Houston en 1997. Hamid Karzai, actual presidente de Af- ganistán y ex combatiente contra los so- viéticos en los años 1980, era asesor de Unocal y participaba en la negociación con los talibanes (4). El 11-S le dio a Al Qaeda una pu- blicidad que le permitió crecer y crecer. Casi diez años después de aquella fecha y del comienzo de la cruzada de Bush, el mundo es aún menos seguro . La CIA y los SEALs (equipos de Mar, Aire y Tierra del ejército de EE UU) mataron a Osama Bin Laden, pero con su orden de ejecución sin juicio Obama eliminó al salvavidas presidencial. Para el futu- ro, la Casa Blanca tal vez necesite cre- ar otros OBL. < COMPLICIDADES Y RIVALIDADES Las extrañas relaciones entre Ben Laden y EE UU Por ROBERTO MONTOYA * El pasado 2 de mayo, un comando de tropas especiales de Estados Unidos mató, en su casa-escondite de Abbotabad (Pakistán), a Osama Ben Laden, jefe y fundador de la red terrorista Al Qaeda y autor intelectual de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Calificado por Washington de “enemigo público n°1”, Ben Laden no siempre fue un adversario de Estados Unidos. En los años 1980, formado por la CIA, participó en la primera guerra de Afganistán contra la Unión Soviética y los estadounidenses lo consideraban entonces como un héroe “combatiente de la libertad”. * Periodista y escritor. Autor de El imperio Global y La impu- nidad imperial, La Esfera de los Libros, Madrid. (1) George Crile, Charlie Wilson´s War, Atlantic Monthly Press, Nueva York, 2003. (2) George Crile, Charlie Wilson´s War, op cit. (3) Roberto Montoya, La impunidad imperial, La Es- fera de los Libros, Madrid, 2005. (4) Wayne Madsen, “Afghanistan, The Taliban, and the Bush Oil Team”, Centre for Research and Globali- sation, 22 de enero de 2002. “En los años 1980, la CIA se vinculó con Osama Ben Laden para combatir a los soviéticos en Afganistán” © LMD EN ESPAÑOL MICHAEL DUFFY Serie de señales de tráfico alternativas, 2003

COMPLICIDADES Y RIVALIDADES Las extrañas relaciones entre Ben Laden y …vientosur.info/documentos/Laden EE UU.pdf · 2013-05-19 · operación, y enviar cientos de miles de armas

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Page 1: COMPLICIDADES Y RIVALIDADES Las extrañas relaciones entre Ben Laden y …vientosur.info/documentos/Laden EE UU.pdf · 2013-05-19 · operación, y enviar cientos de miles de armas

JJUUNNIIOO 2200111111

Si Osama Bin Laden no hu-biera existido, EEUU lo hu-biera creado. Era un aliadocomo pocos. Representó unaayuda inestimable para va-

rias Administraciones estadounidenses.Cuando, a finales de los años 1970,

Jimmy Carter primero y Ronald Reagandespués, embarcaron a Estados Unidosen la macro operación encubierta quepermitió armar y lanzar a decenas de mi-les de combatientes islámicos contra lastropas soviéticas que ocupaban Afganis-tán, el joven y rico empresario saudíOsama Ben Laden fue un aliado clave.

Y cuando ya en el siglo XXI Geor-ge W. Bush necesitó dejar atrás su ima-gen de presidente fraudulentamenteelecto en aquellas escandalosas eleccio-nes de noviembre de 2000, Ben Ladenvolvió a aparecer en escena para permi-tirle que, en un solo día, el 11-S de2001, se disparara 40 puntos su popu-laridad, del 51% al 91%.

Diez años después, Osama Ben La-den volvió a socorrer a otro presiden-te en aprietos, haciendo subir supopularidad en un 11%. Pero en esaocasión fue necesaria la propia muer-te del líder de Al Qaeda para frenar lacaída en picado que venía sufriendoBarack Obama.

Fue el demócrata Jimmy Carterquien autorizó a la CIA a lanzar, en1979, la que se convertiría en la mayoroperación encubierta de la agencia entoda su historia. Y fue él quien primerollamó “freedom fighters” a los mujaidi-nes que combatían a las tropas soviéti-cas en Afganistán.

Desde aquel entonces data el iniciode la extraña y compleja relación deOsama Ben Laden y su poderosa fami-lia con Washington, una relación de in-tereses cruzados, en la que se hanmezclado, a lo largo de los años, impor-tantes acuerdos comerciales, complici-dades y alianzas militares contra natura.

Carter, que había llegado al poderen 1977, reivindicaba, a mitad de sumandato, haber purgado a la CIA de susagentes de gatillo fácil, y haber hechode la lucha por los derechos humanosen el mundo una seña de identidad desu Administración. Mostraba comoéxitos propios los acuerdos de CampDavid y el Tratado con Omar Torrijospara la devolución, en 1999, del Canalde Panamá. Pero varios hechos produ-cidos en 1979 en el mundo cambiaronsu suerte. El 1 de febrero de 1979, unarevolución islámica radical en Irán, en-cabezada por el ayatolá Jomeini, dabapor tierra con un régimen aliado, vitalpara EE UU a nivel energético y geoes-tratégico, el del sha Reza Pahlevi.

Unos meses más tarde, el 19 de ju-lio, triunfaba en Nicaragua la revolu-ción liderada por el Frente Sandinistade Liberación Nacional (FSLN), queacabó con la dinastía sangrienta de losSomoza, aliados clave de EEUU enAmérica Latina y el Caribe. Era la pri-mera vez, desde la revolución cubanade 1959, que una guerrilla de izquierda

llegaba al poder por las armas.Pero la pesadilla no había acabado

todavía para Carter. En plena GuerraFría, la Unión Soviética le daría otra sor-presa desagradable. En la noche del 27al 28 de diciembre de 1979, miles desoldados y tanques de la 40º Divisióndel Ejército Rojo entraban en Afganis-tán para apoyar al Gobierno comunistaaliado ante el acoso de las guerrillas is-lámicas. Carter, manipulado por la CIAy acosado por los republicanos (lidera-dos por Ronald Reagan), que asegura-ban que la URSS estaba a punto deconseguir la supremacía nuclear, consi-deró que la invasión de Afganistán era“la más grave crisis en política interna-cional que enfrentan a EEUU con laURSS desde la II Guerra Mundial.” Ydecidió actuar.

De inmediato ordenó el boicot a losJuegos Olímpicos que debían tener lu-gar ese verano en Moscú, embargó ven-tas de cereales y autorizó el inicio deuna carrera armamentística, creando elRapid Deployment Force. La llamadaDoctrina Carter consistió en decidir queEEUU entraría en guerra en caso de es-tar bajo amenaza los pozos petrolerosde Oriente Medio.

Y su decisión más radical fue la defirmar una serie de documentos legalessecretos, los Presidential Findings, queautorizaban explícitamente a la CIA aentrar en acción, en Afganistán, contrael Ejército Rojo. La CIA comenzó a ha-cer llegar contenedores con armas…soviéticas, al ISI, el Servicio de Inteli-gencia del Pakistán de Mohmmad Ziaul-Had, el dictador a quien hasta enton-ces criticaba Carter por sus violacionesa los derechos humanos.

Carter se olvidó de sus críticas a Ziaal comprender que era clave para poderhacer llegar las armas a los afganos.

“Afganistán fue una guerra secre-ta en la que la CIA combatió y triunfósin debates en el Congreso ni protes-tas en la calle. No sólo fue la mayoroperación de la agencia, sino que tam-bién fue el mayor secreto de guerra dela historia, y a pesar de ello no ha que-dado de esa manera registrado en lamemoria de los estadounidenses” (1),diría George Crile.

La CIA utilizó distintas vías parahacer que la intervención soviética enAfganistán se convirtiera en el “Viet-nam” de la URSS. Y lo consiguió, diezaños después.

Además de comprometer al ReinoUnido, Francia, China, Marruecos, Ara-bia Saudí y muchos otros países en laoperación, y enviar cientos de miles dearmas y municiones a Pakistán, juntocon instructores para entrenar a los mu-jaidines, la CIA utilizó viejos vínculosde EE UU con el poderoso BinladinGroup saudi, para vincularse con uno desus miembros, Osama Ben Laden, quienpor su propia iniciativa ya estaba ope-

rando sobre el terreno y terminaría con-virtiéndose en un aliado fundamental.

El imperio empresarial de los BenLaden fue creado por el padre de Osa-ma, Mohamed Ben Laden, inmigranteyemení que comenzó a trabajar comoalbañil de la empresa petrolíferaAramco en Arabia Saudí, y se terminóconvirtiendo en el constructor por ex-celencia de los palacios, mezquitas ygrandes obras de la monarquía saudí, enel propio país y en el extranjero. Para elgran poder económico, financiero y po-

lítico de EEUU, el mantener buenas re-laciones con el Binladin Group erafundamental para acceder a negocioscon un socio tan importante como Ara-bia Saudí.

El Binladin Group mantuvo, inclu-so después del 11-S, capital en el Carly-le Group, poderoso grupo de inversionesde Washington, de cuyo Consejo deAsesores formó parte desde GeorgeBush “senior”, hasta Frank Carlucci, an-tiguo director adjunto de la CIA, o Ja-mes Baker, antiguo jefe de Gabinete deRonald Reagan y Secretario de Estadode Bush “senior”.

El propio George W. Bush “junior”tuvo relación con el Binladin Group, através de su socio James Bath, con elque creó en los años 1970 la empresapetrolera Arbusto Energy, y que era re-presentante en EE UU de las inversio-nes de Salem Ben Laden, uno de loshermanos de Osama Ben Laden.

Esas relaciones con los Ben Ladenfacilitarían a la CIA el contacto conOsama, en esa época ya musulmán ra-dical, para involucrar económicamentey con medios para la “yihad” (guerrasanta) contra las tropas soviéticas queocupaban un país musulmán como Af-ganistán, a numerosos países árabes, je-ques y emires dispuestos a dar unalección al “infiel rojo”.

Osama utilizó su propia experien-cia y los recursos del Binladin Grouppara acondicionar zonas de Pakistánfronterizas con Afganistán donde pudie-ran entrenarse miles de mujaidines; tú-neles entre los dos países para pasararmas, municiones y hombres, carrete-ras de acceso y pasos seguros para elcontrabando de opio con el que finan-ciar parte de la guerra.

En casi todos los países musulma-nes se reclutaron voluntarios para com-batir en Afganistán. Muchos otros

provenían de minorías musulmanas deotras regiones, como los uigures de Chi-na, los musulmanes de Bosnia-Herze-govina, chechenos del Cáucaso y deotras muchas nacionalidades.

Analizando todo aquel periodo, Ge-orge Crile, autor de una de las obrasmás importantes sobre la intervenciónsecreta de EEUU en Afganistán, escri-bió: “Cuando uno ve las cosas a travésdel prisma del 11-S, la escala del apo-yo de EEUU a un ejército de funda-mentalistas islámicos resulta totalmenteincomprensible. En el curso de una dé-cada, billones de municiones y cientosde miles de armas fueron contrabande-ados a través de las fronteras, arriba decamellos, mulas y asnos. Alrededor de300.000 guerreros fundamentalistas af-ganos transportaron armas provistaspor la CIA; miles fueron entrenados enel arte del terrorismo urbano” (2).

Crile recordaba en su libro que el15 de febrero de 1989, después de sa-lir el último soldado soviético de Af-ganistán, en la sede central de la CIAen Langley se recibió un cable de laantena de la agencia en Islamabad. Só-lo tenía dos palabras: “We Won” (He-mos ganado) decía. Ese día se festejópor todo lo alto en Langley. EstadosUnidos parecía dejar atrás el síndromede Vietnam.

Ronald Reagan cosechaba todos loséxitos. Pocas horas después de queJimmy Carter abandonara el poder, ha-bían sido liberados los 52 rehenes es-tadounidenses capturados en Teheránal triunfar la revolución islámica, y diezaños después de que se iniciara la gue-rra de Afganistán que había ayudado apotenciar Carter, Reagan podía reco-ger los frutos.

Ese mismo año, 1989, había vistotambién caer el Muro de Berlín y con élse iniciaba el desmoronamiento de losregímenes de “socialismo real” en Euro-pa del Este. En 1990 pudo disfrutar igual-mente con la derrota electoral de lossandinistas. Todo parecía enderezarse.

Pero menos de cuatro años despuésde terminada la guerra de Afganistán, laorganización creada por Osama Ben La-den en ese país, Al Qaeda (‘La Base’, enárabe) agrupando a los combatientes is-lámicos de numerosas nacionalidadesque habían compartido el frente de ba-talla, cometía su primer atentado en te-rritorio estadounidense. Osama habíaacabado con el “infiel rojo” y ahora sevolvía contra el “Gran Satán”.

En 1993 fue el primer ataque con-tra el World Trade Center de NuevaYork, donde murieron seis personas yotras 1.000 resultaron heridas. Sólo se-ría el inicio de una serie de ataques con-tra fuerzas e intereses estadounidensesen distintos países.

Bill Clinton fue el primero en auto-rizar a la CIA a crear una unidad espe-cializada en la búsqueda y captura deOsama Ben Laden y sus lugartenientes,encabezada por el oficial MichaelScheuer, quien lo reivindicó con orgu-llo en el plató del programa “60 Minu-tes” de la CBS el 14 de noviembre de2004, una semana después de dejar laagencia tras 20 años de servicio (3).

Fue ese grupo el que, a partir de1995 y hasta 1999, protagonizó más deveinte secuestros de sospechosos depertenecer a Al Qaeda en países tan dis-pares como Albania, Bulgaria, Filipi-nas, Malasia, Sudáfrica o Kenia. Lossecuestrados fueron en su mayoría tras-ladados en aviones camuflados a Egip-to para ser torturados impunemente.Sucedió años antes de que se empeza-ra a hablar, ya en la era Bush, de los“vuelos de la CIA”.

En 1998, Clinton ordenó igualmen-te bombardear zonas de Afganistán don-de se suponía que se encontraba OsamaBen Laden y sus hombres, albergadospor los talibanes, sin ningún éxito.

A pesar de ello, la Administraciónde Clinton mantenía paralelamente con-tactos con los talibanes para intentar ce-rrar una gran operación que permitiríaa la empresa Unocal construir un oleo-ducto que atravesara Afganistán. Unadelegación talibán de alto nivel visitó larefinería de Unocal en Houston en 1997.Hamid Karzai, actual presidente de Af-ganistán y ex combatiente contra los so-viéticos en los años 1980, era asesor deUnocal y participaba en la negociacióncon los talibanes (4).

El 11-S le dio a Al Qaeda una pu-blicidad que le permitió crecer y crecer.Casi diez años después de aquella fechay del comienzo de la cruzada de Bush,el mundo es aún menos seguro . La CIAy los SEALs (equipos de Mar, Aire yTierra del ejército de EE UU) matarona Osama Bin Laden, pero con su ordende ejecución sin juicio Obama eliminóal salvavidas presidencial. Para el futu-ro, la Casa Blanca tal vez necesite cre-ar otros OBL. <

COMPLICIDADES Y RIVALIDADES

Las extrañas relaciones entre Ben Laden y EE UU

Por ROBERTO MONTOYA *

El pasado 2 de mayo, un comando de tropas especiales de EstadosUnidos mató, en su casa-escondite de Abbotabad (Pakistán), aOsama Ben Laden, jefe y fundador de la red terrorista Al Qaeday autor intelectual de los atentados del 11 de septiembre de 2001.Calificado por Washington de “enemigo público n°1”, Ben Ladenno siempre fue un adversario de Estados Unidos. En los años 1980,formado por la CIA, participó en la primera guerra de Afganistáncontra la Unión Soviética y los estadounidenses lo considerabanentonces como un héroe “combatiente de la libertad”.

* Periodista y escritor. Autor de El imperio Global y La impu-nidad imperial, La Esfera de los Libros, Madrid.

(1) George Crile, Charlie Wilson´s War, Atlantic MonthlyPress, Nueva York, 2003.

(2) George Crile, Charlie Wilson´s War, op cit.(3) Roberto Montoya, La impunidad imperial, La Es-

fera de los Libros, Madrid, 2005.(4) Wayne Madsen, “Afghanistan, The Taliban, and

the Bush Oil Team”, Centre for Research and Globali-sation, 22 de enero de 2002.

“En los años 1980, la CIAse vinculó con Osama BenLaden para combatir a lossoviéticos en Afganistán”

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