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Colección Asoprudea No.5

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La formación de los nuevos profesionales. Jhon Jairo Zapata Vasco

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JHON JAIRO ZAPATA VASCO

ColecciónAsoprudeaNo. Cinco

La Formación de los nuevos

PROFESIONALES

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2 Jhon Jairo Zapata Vasco

Bloque 22 Oficina 107 Ciudad UniversitariaTeléfonos: 219 53 60 y 263 61 06Fax: 263 61 06E-mail: [email protected]

La formación de los nuevos profesionales

© Colección Asoprudea, No. CincoPrimera edición mayo de 2010ISBN: _____________________1.200 ejemplares

Comité Editorial de Colección Asoprudea:Óscar Castro GarcíaMaestro en Letras (Literatura Iberoamericana), Universidad Nacional Autónoma de México

Darío Gil TorresMagister en Salud Colectiva, Universidad de Antioquia

Marco Antonio Vélez VélezMagister en Filosofía, Universidad de Antioquia

Editor:Víctor Villa MejíaMagister en Lingüística, Universidad del Valle

Impreso por:Producciones Colombianas, Medellín.Email: [email protected]

ColecciónAsoprudea

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Prólogo 7Introducción 17

1. Las competencias en la formación de profesionales 21 1.1. Formación y educación 25 1.2. Las competencias ciudadanas en la formación de 30 profesionales 1.3. Recuperación del legado histórico de una teoría 33 crítica de la ciudadanía

2. La formación ciudadana 41 2.1. La formación ciudadana desde un currículo crítico participativo 45 2.2. La formación ciudadana dentro y fuera del currículo universitario 50 2.3. Formación múltiple de la ciudadanía 55

CONTENIDO

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3. La formación humanística 75 3.1. La universidad que tenemos y debemos 75 3.2. La educación social humanística 87 3.3. El hombre, ser educable 90 3.4. Educar en valores sociales y humanos 95

4. La pedagogía social en la formación de nuevos profesionales 99 4.1. La educación y con ella la escuela 100 4.2. La formación desde la pedagogía social 106 4.3. ¿Responde la educación a las realidades sociales actuales? 113

5. La educación no formal e informal, los intelectuales y la formación de nuevos profesionales 119 5.1. El campo intelectual en la educación 132 5.2. La restricción social en las comunidades científicas: un obstáculo en la formación de los nuevos profesionales 136 5.3. El educador colombiano: el eslabón orgánico para el sistema educativo colombiano 139

Epílogo. Enseñar a pensar 147 Referencias Bibliográficas 169

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A mi Escuela Normal de Varones, que con sus maestros de aquella recordada época de los años setenta me dieron la oportunidad de sentirme y pensarme como un educador de infantes con gran sentido y compromiso social, legado en aquella competencia de pensamiento crítico que aún hoy me acompaña cuando estoy en las aulas universitarias formando maestros que, como intelectuales, también sientan y piensen que lo más importante antes de ser educadores es ser ciudadanos comprometidos por un mejor país.

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PRÓLOGO

«El ciudadano se construye para que la sociedad se transforme y ese proceso de construcción ciudadana es un

proceso de transformación social».

Cepeda, M. J.1

La presente obra se ubica en el epígrafe con el que inicia este texto, planteada por Cepeda, concepción donde se exalta el encargo que la sociedad le hace a la educación a través de todos sus niveles; encargo social que se resume en formar los ciudadanos que la sociedad requiere, en particular a la educación superior, considerada como el espacio donde se forman los profesionales.

Jhon Jairo Zapata Vasco es un profesional de la educación, que actualmente dirige la revista Uni-pluri/versidad, órgano de difusión del Grupo de investigación CHESS. Es doctor en

1 Cepeda, M. J. (2004) Ponencia «Ciudadanía y Estado Social de Derecho». Foro Educativo Nacional de Competencias Ciudadanas. Bogotá, octubre 25.

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Historia de la Educación Social, énfasis en Pedagogía Social, de la Universidad Central de Barcelona. Posee además el título de Magíster en Docencia- Énfasis en Historia de la Pedagogía, de la Universidad de Antioquia, el de Licenciado en Ciencias de la Educación de la Universidad Cooperativa de Colombia en Medellín y, es Normalista Superior de la Normal Nacional de Varones de la misma ciudad.

En su trayectoria como docente por más de treinta y cinco años se ha desempeñado en la educación básica, media y superior, la mayoría de ellos en el Departamento de Antioquia; además, ha prestado sus servicios en otras universidades colombianas como la del Atlántico y la de Cartagena. Igualmente, ha desempeñado funciones administrativas y de gestión curricular desde cargos como director de instituciones educativas en la Secretaría de Educación para la Cultura de Antioquia, y desde la dirección del Departamento de Educación Infantil, en la Facultad de Educación. Actualmente se desempeña como docente investigador en la línea Formación Ciudadana, del programa de doctorado en esta Facultad.

La línea formación ciudadana constituye una apuesta a la preparación de profesionales a nivel doctoral, desde la investigación de situaciones atinentes al proceso formativo en el contexto de la educación formal, no formal e informal; preguntas que giran alrededor de la pertinencia de la formación que actualmente se ofrece desde la educación básica hasta la educación superior, sobre las concepciones que orientan el currículo, las posturas pedagógicas y didácticas a privilegiar en la educación, entre otras; todas ellas con miras a fortalecer la formulación de propuestas educativas, curriculares,

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pedagógicas o didácticas que transformen la realidad que hoy se vive. Una formación ciudadana entendida, según Gutiérrez y Pulgarín2, no sólo como un anhelo, sino una necesidad para construir y consolidar el proyecto democrático en el que se halla comprometida la sociedad colombiana. Democracia que requiere de ciudadanos renovados, esto es, democráticos, participativos, sociales, políticos, activos y críticos, dispuestos a ejercer una nueva ciudadanía, más allá de la clásica.

El profesor Zapata ha liderado la formulación y realización de varios proyectos de investigación y extensión, y ha logrado además un buen número de publicaciones que dan cuenta de los resultados en ellas obtenidos. En sus búsquedas opta por el enfoque de la pedagogía social, en la perspectiva del compromiso que debe tener toda práctica educativa con la transformación de la sociedad que se educa, ya sea desde un proceso docente formal, o desde la formación alcanzada de manera informal, a través de los aprendizajes en la vida cotidiana y mediados por otras instituciones u otros medios, no sólo desde la escuela. Si bien la pedagogía social aún es una construcción teóricamente incipiente se le ubica en el seno de la pedagogía crítica, entendida esta como la pedagogía comprometida con la transformación social, aquella que propone, entre otras, una formación de sociedades más solidarias y justas.

2 Ver: Gutiérrez, Alberto León y Pulgarín, Raquel. «Formación ciudadana, utopía posible». En: Revista Educación y Pedagogía, Vol. 21, No. 53 de 2009, Universidad de Antioquia, Facultad de Educación.

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Lo anterior va muy de cerca de su compromiso con las reivindicaciones gremiales, puesto que durante muchos años ha trabajado en este sentido al lado de los docentes, en la defensa y promoción de sus derechos como empleados públicos; primero desde la Asociación de Institutores de Antioquia –Adida– y luego desde la Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia.

El libro La formación de los nuevos profesionales es una obra que recoge sus reflexiones sobre la formación, la pedagogía como ciencia de la educación, el deber ser de la universidad hoy y la formación de profesionales; esta última concebida desde «la formación integral del hombre en su conjunto, en la potencialidad del ser humano, social, ético y político, desde una mirada antropológica, social y cultural, donde el conocimiento se dirige a su pleno desarrollo y le permite condiciones de equidad, justicia y libertad para convivir con los demás».

A través del texto el autor reconoce que la educación en Colombia puede ser pilar del desarrollo en el país, y afirma que «aún no vemos cómo convocarnos a la participación, pues bien sabemos que no solo es responsabilidad de los educadores y padres de familia, también es del Estado, la sociedad civil, los partidos políticos… En fin, es una responsabilidad de todos y todas para enfrentar los nuevos retos de gobiernos neoliberales en sus políticas y la globalización que avanza a ritmos acelerados». Y él se pregunta: «¿Cómo lograr una formación integral de los futuros profesionales?, ¿qué hacer?, ¿cómo hacerlo? ¿con quiénes?, ¿cuáles son las competencias a formar en los nuevos profesionales?». Preguntas que lo llevan

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a reflexiones presentadas en cada uno de los seis capítulos en los que estructuró el texto, procurando ofrecer acercamientos teóricos en procura de respuestas.

Son preocupaciones que van a tono con las concepciones que sobre la educación superior presentó la Unesco en la Conferencia Mundial sobre la Educación Superior celebrada Paris en 1998. Allí se aprobaron las misiones y funciones de la educación superior, entre las que se menciona: «Constituir un espacio abierto para la formación superior que propicie entre otras cosas la formación de ciudadanos que participen activamente en la sociedad y estén abiertos al mundo, el fortalecimiento de capacidades endógenas y la consolidación en un marco de justicia de los derechos humanos, el desarrollo sostenible, la democracia y la paz» (Art 1c); además, en las citadas misiones y funciones se menciona que «las instituciones de educación superior deben formar a los estudiantes para que se conviertan en ciudadanos bien informados y profundamente motivados, provistos de un sentido crítico y capaces de analizar los problemas, buscar soluciones para los que se planteen a la sociedad, aplicar éstas y asumir responsabilidades sociales»3 (Art 9b).

La Unesco, además, plantea que la educación superior debería apuntar a crear una nueva sociedad no violenta y de la que esté excluida la explotación, sociedad formada por personas muy

3 Ver Unesco (1998). Preparar para un futuro sostenible. La educación superior y el desarrollo humano sostenible. En Documentos para el debate: Visión y Acción (p. 18). Conferencia Mundial sobre la Educación Superior. Proyecto de declaración Mundial sobre la Educación Superior en el siglo XXI.

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cultas, motivadas e integradas, movidas por el amor hacia la humanidad y guiadas por la sabiduría.

Asimismo, es un trabajo que apoya sus argumentos en lo establecido por la Ley 30 de 1992, por la cual se organiza el servicio público de la educación superior en Colombia. Esta, en el artículo 2°, define la Educación Superior como un servicio público cultural, inherente a la finalidad social del Estado. Y entre sus objetivos, presenta: «Profundizar en la formación integral de los colombianos dentro de las modalidades y calidades de la educación superior, capacitándolos para cumplir las funciones profesionales, investigativas y de servicio social que requiere el país». En el libro hay alusiones muy puntuales a un buen número de pensadores contemporáneos, como Morín, Friere, Giroux, Maturana, Savater, entre otros; pero también a pensadores clásicos como Dewey, Decroly, Herbart, Gramsci, etc. Un ejemplo de ello se lee cuando aborda el concepto de cultura, recurriendo a Morín, para afirmar que la cultura «pareciera que fuera resultado de las huellas que dejan las instituciones y de las formas de relación entre los individuos. Para el caso de los políticos, son principalmente educadores, como decía Platón; la ley es un factor educativo; las ciudades posibilitan o limitan la educación de sus ciudadanos, y la economía tiene más influencia pedagógica que la misma escuela o la política social. Las relaciones, la cultura, el deporte y los espectáculos son también factores pedagógicos. Y los medios de comunicación inciden en cualquiera de nuestros educandos tanto o más que el sistema escolar». Aquí se observa su afinidad con la educación no formal e informal.

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Igualmente, ofrece una fundamentación sobre el concepto de competencia y en particular en las competencias profesionales, promovidas desde la formación universitaria, donde destaca nuevamente el papel que tiene la cultura y, explica desde Morín, cómo la cultura está constituida por el «conjunto de los saberes, saber-hacer, reglas, normas, interdicciones, estrategias, creencias, ideas, valores, mitos, la cual se transmite de generación en generación, se reproduce en cada individuo, controla la existencia de la sociedad y mantiene la complejidad psico-social»4.

Con Paulo Freire, desde obras como Pedagogía de la esperanza, Política y educación, El grito del manso, Pedagogía de la autonomía, Pedagogía de la indignación y Pedagogía del oprimido, el autor afirma que «es un camino por el que podemos salir de la encrucijada en que nos encontramos; para el caso colombiano, la necesidad de la convivencia, la tolerancia, la equidad, la multiculturalidad, la eco-pedagogía con el cuidado de nuestros recursos naturales, el reconocimiento de la diferencia»; y cierra reiterando: «Queremos una sociedad justa, libre y solidaria». Es decir, propone considerar la pedagogía social, desde el enfoque de Freire, como una alternativa en la cualificación de los procesos formativos que se lideran en la universidad.

Como puede verse, es un trabajo que cohesiona reflexiones y búsquedas previas del autor, frente al deber ser de la universidad y sobre su compromiso con la sociedad actual.

4 Morin, E. Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Mesa Redonda Magisterio, 2001.

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Con él invita a académicos y administradores del currículo universitario a repensar las relaciones entre el desarrollo de competencias profesionales, y por qué no científicas, con aquellas denominadas ciudadanas, que no son más que las habilidades requeridas para desempeños más exitosos, pertinentes y contextualizados de los profesionales que cada vez egresan de la universidad. Profesionales que demandan en su formación, además del conocimiento de teorías y procedimientos científicos propios de las disciplinas del plan de formación, del contacto con las comunidades para el fortalecimiento de sus prácticas. De esta manera, los profesionales egresan conscientes del compromiso social y con un sentido humanista.

Me atrevo a afirmar que este trabajo logra cohesionar posturas teóricas sobre formación, pedagogía y formación ciudadana, en el contexto de la pedagogía social; relación que constituye un acierto en momentos en que vivimos situaciones de un fortalecimiento de las competencias académicas e investigativas desde los diferentes programas de formación universitaria, pero no así en las competencias ciudadanas que como es sabido ha tomado fuerza en el currículo de la educación básica y media en el país.

Encuentro en su trabajo un llamado a formar a los profesionales en procura de la formación ciudadana que conlleve a la práctica de la democracia, haciendo realidad una de las misiones de la universidad, proyectar a la sociedad los desarrollos científicos, hacer consciente a los profesionales de que se encuentran inevitablemente inmersos en una comunidad, donde las interacciones desde el conocimiento producido pueden

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enriquecer la calidad de vida. Privilegia una concepción de la formación desde una ética, donde la justicia, la democracia y la educación hacen presencia. Aboga por la relación formación, educación y desarrollo de competencias, no solo profesionales sino ciudadanas. Y destaca la importancia de la participación activa del sujeto social, encontrando en la teoría de Morin explicaciones valiosas frente a los retos y la función de la educación del siglo XXI.

El autor enfatiza la necesidad de hacer realidad la cohesión del sistema educativo colombiano: «Integrar sus diferentes niveles de formación y ofrecer una educación integral, a nuestro modo de ver, desde la formación en competencias ciudadanas, la cual puede darse a través de las diversas formas que puede asumir la educación: formal, no formal e informal, desde el preescolar hasta la universidad5; pero este reto llevando como lema «Lo que los estudiantes deben saber y saber hacer con lo que aprenden», no riñe en los principios misionales de Universidad6, pero sí en la concepción de ciudadanía en el campus universitario desde la convivencia, la participación, la tolerancia, la autonomía y la libertad de cátedra.

5 Ministerio de Educación Nacional. Estándares básicos de competencias en lenguaje, matemáticas, ciencias y ciudadanía. Lo que los estudiantes deben saber y saber hacer con lo que aprenden. Revolución Educativa. Documento No 3.

6 La Educación Superior, sin perjuicio de los fines específicos de cada campo de saber, despertará en los educandos un espíritu reflexivo, orientado al logro de la autonomía personal, en un marco de libertad de pensamiento y de pluralismo ideológico que tenga en cuenta la universalidad de los saberes y de la particularidad de las formas culturales existentes en el país. Por ello la Educación Superior se desarrollará en un marco de libertades de enseñanza, de aprendizaje, de investigación y de cátedra (Ley 30/92 artículo 4).

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Y si bien es cierto que éste es un debate imprescindible en la educación que viene dándose en el contexto de la universidad, apenas se da en el seno de los administradores del currículo universitario, cuando se propone la cátedra de formación ciudadana, pensado en la actualización del curso que ofrece, tratando de superar la simple instrucción democrática desde el conocimiento de las normas que rigen el país, los deberes y derechos ciudadanos, y enfatizando en el desarrollo de actitudes y habilidades que fortalezcan la participación en los asuntos que incumben a la dinámica de la universidad; aunque esta concepción no se haya promovido totalmente en la formación de profesionales, y prime aun la instrucción y la racionalidad académica en dichas cátedras. Además el autor insiste en el papel de los docentes universitarios como intelectuales que piensan en nuevas propuestas metodológicas, como la de enseñar a pensar, título del capítulo 6, con el cual el autor culmina su análisis.

No queda más que agradecer al profesor Zapata por compartir sus preocupaciones y hallazgos frente a un tema tan crucial como lo es la formación de profesionales en la universidad y esperar que este libro genere nuevas reflexiones, análisis y en especial propuestas transformadoras en la forma de liderar y desarrollar los planes de formación en los diferentes programas y carreras en la universidad, donde la formación ciudadana se haga visible y consciente.

Raquel Pulgarín SilvaDoctora en Educación. Facultad de Educación Universidad de Antioquia

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INTRODUCCIÓN

En nuestro sistema educativo, a finales del siglo XX, comenzó a pensarse la educación dirigida a la formación de los ciudadanos y ciudadanas que requiere el país para el siglo XXI. Ésta ha pasado por diferentes momentos históricos desde la Constitución de 1991, cuando se llama a la participación ciudadana, a la educación, al derecho de ejercer la autonomía y la defensa de los derechos humanos con el reconocimiento de las minorías. Luego, en la misma década, la Misión Ciencia, Educación y Desarrollo, llamada «Misión de los Sabios» nos deja un diagnóstico aún no superado de la realidad del país y sus necesidades básicas en relación con la ciencia y las nuevas tecnologías, dejando el imperativo de desarrollar en los educandos un pensamiento creativo y crítico que nos permita mirarnos a nosotros mismos y saber para dónde vamos.

Se estructura también en esta década de finales de siglo XX el primer Plan Decenal de la Educación –1995–, lleno de buenas intenciones pero sin presupuesto y sin la participación de la educación superior. Donde la educación en Colombia es considerada pilar de desarrollo del país; pero aún no vemos cómo convocarnos a la participación, pues bien sabemos

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que no solo es responsabilidad de los educadores y padres de familia, también es del Estado, la sociedad civil, los partidos políticos. En fin, es una responsabilidad de todos enfrentar los nuevos retos de gobiernos neoliberales en su políticas y la globalización que avanza a ritmos acelerados. ¿Qué hacer?, ¿cómo hacerlo?, ¿con quiénes?, ¿cuáles son las competencias a formar en los nuevos profesionales? Son estas unas buenas preguntas para todos los ciudadanos y ciudadanas, que nos llevan a la reflexión-acción desde la pedagogía social y las teorías críticas en los diferentes capítulos de este texto.

Desde finales del siglo XIX, la pedagogía social viene formando profesionales especializados por toda Europa, para trabajar desde la intervención y la investigación social por el bienestar social, responsabilidad no solo del Estado sino también de la comunidad y la sociedad civil, dentro de las tensiones que ocasiona hablar de lo público y lo privado en un mundo lleno de incertidumbres, insertado en políticas de globalización y el avance vertiginoso de las nuevas tecnologías y la informática.

Este reto se asume en Colombia cuando se quiere formar el nuevo ciudadano y ciudadana que nos ha legado la Constitución de 1991, la Ley General de Educación y sus decretos reglamentarios, dirigidos a la formación de educadores con miras a la construcción de un Sistema Nacional de Formación de Formadores, reto que no solo deben asumir las facultades de educación y las escuelas normales superiores sino también las unidades académicas responsables de formación de profesionales para el país desde las universidades colombianas tanto públicas como privadas (Ley 30/92 para la Educación Superior), la empresa privada,

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el sector público, la educación no formal e informal a través de los medios de comunicación, el empleo de las nuevas tecnologías al servicio de una globalización.

Entre los retos que tiene la educación superior, a la universidad se le exige cada vez más la formación de profesionales comprometidos con el desarrollo económico y social, por lo que la educación superior tiene el compromiso de contribuir a la formación de capacidades sociales y a la construcción de ciudadanía.

La interacción de universidad-sociedad-empresa es un reto que se torna inaplazable en la consolidación de una política institucional, formas organizativas y soportes académicos que le den pertinencia y visibilidad a la acción universitaria, como expresión de un proyecto académico integral que busque incidir positivamente en la transformación de la realidad social. Aquí cobra sentido el esfuerzo constante por el fomento de alianzas entre dependencias universitarias y la creación de grupos interdisciplinarios con capacidad de articulación interinstitucional e intersectorial y de afrontar lecturas e interpretaciones más complejas de la realidad para lo cual se requiere de consolidar el sistema universitario de extensión, donde se desprende otra estrategia como es la participación en la formulación de políticas públicas de interés regional, nacional e internacional, combinando con otra estrategia como es la de implementar el plan de desarrollo cultural de la universidad, en busca de una unión orgánica de todos los niveles y ciclos de formación de nuestro Sistema Educativo Colombiano.

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1. LAS COMPETENCIAS EN LA FORMACIÓN DE PROFESIONALES

Yo creo que a la universidad lo que le incumbe, en primer lugar, es la formación de la persona; y de la formación de la persona

se sigue la formación del ciudadano, y de la formación del ciudadano, se sigue entonces la formación del profesional.

Carlos Gaviria

Hay que resaltar que los enunciados y los discursos de puro saber, en la universidad o en cualquier otro lugar, no responden a las profesiones en sentido estricto. Dependen quizá del «oficio» (competencia, saber, saber-hacer), pero no de la profesión, entendida en un sentido riguroso. Para Derrida (2002:33) la idea de profesión implica que, más allá del saber, saber hacer y la competencia, un compromiso testimonial, una libertad, una responsabilidad juramentada, una fe jurada obliga al sujeto a rendir cuentas ante una instancia que está por definir. Finalmente, todos lo que ejercen una profesión no son profesores. Va a ser preciso por consiguiente tener en cuenta estas distinciones a veces enmarañadas entre el trabajo, actividad, producción, oficio, profesión, profesor entre el profesor que imparte un saber o profesa una doctrina y el

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profesor que también puede, en cuanto tal, firmar unas obras que quizá lo hace ya o lo haga mañana.

En realidad, una sociedad es un grupo de personas de mentalidad análoga; pertenecer a una sociedad supone tener una misma historia y recuerdos similares, haber experimentado unas mismas sensaciones, haber tenido parecidas experiencias, haber estado con una misma o similares problemáticas y tener las mismas o parecidas posibilidades de futuro; de allí viene su reconocimiento y su identidad cultural, social y política.

Cada pueblo o sociedad tiene una constitución mental fija, como lo pueden ser sus características anatómicas. Es decir, no se es de un grupo, pueblo o ciudad por decreto, ni tampoco por expediente administrativo. Al contrario, se es de un grupo, de un pueblo o de una ciudad por haber convivido en una cultura y haber sentido la impronta de una determinada educación. A través de la comunicación y la cultura tomamos conciencia de las cosas y, gracias a la educación, adquirimos los valores, por ejemplo, de competitividad o de solidaridad, del egoísmo o del compañerismo, del individualismo o del respeto a las diferencias. Viene entonces la pregunta: ¿se educa o se enseñan los valores? ¿Se nace con los valores o se aprenden en el contexto social y cultural en que se convive?

Para Morin (2001), «la cultura está constituida por el conjunto de los saberes, saber-hacer, reglas, normas, interdicciones, estrategias, creencias, ideas, valores, mitos, la cual se transmite de generación en generación, se reproduce en cada individuo, controla la existencia de la sociedad y mantiene la complejidad psico-social. No hay sociedad humana, arcaica o moderna, que

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no tenga cultura, pero cada cultura es singular. Así, siempre hay la cultura en las culturas, pero la cultura no existe sino a través de las culturas. La cultura mantiene la identidad humana en lo que tiene de específico, las culturas mantienen las identidades sociales en lo que ellas tienen de específico».

La cultura pareciera que fuera resultado de las huellas que dejan las instituciones y las formas de relación entre los individuos. Para el caso de los políticos, son principalmente educadores, decía Platón; la ley es un factor educativo; las ciudades posibilitan o limitan la educación de sus ciudadanos, y la economía tiene más influencia pedagógica que la misma escuela o la política social. Las relaciones, la cultura, el deporte y los espectáculos son también factores pedagógicos. Y los medios de comunicación inciden en cualquiera de nuestros educandos tanto o más que el sistema escolar.

Lo que importa es que se entienda cómo se practica la ciudadanía, la cual exige por un lado derechos y obligaciones bien claros y definidos, y por otro, una positiva participación en la gestión pública; por ejemplo, donde se pueda participar del presupuesto de la ciudad, opinar y proponer acerca del empleo de acuerdo con las necesidades de la población; participar de las juntas administradoras locales, otro espacio creado en la nueva Constitución, o del cabildo abierto, como en otra época lo hacían los griegos en el ágora, sin distingo social de clase. Tal participación es algo que solo se podrá lograr a través de una pluralidad de acciones y programas educativos que han de tener su origen en el ámbito familiar, continuados y refrendados por el sistema educativo con sus instituciones escolares y sociales.

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Se requiere vincular la trasparencia y la eficacia como algo esencial para evitar que las reformas administrativas no sean únicamente algo formal y así poder realizar una economía efectiva de los recursos y una mejora en los servicios. Supone este proceso, en definitiva, la participación y colaboración mutua de ciudadanos y administradores en un mercado de trasparencia, propio de un Estado social y democrático de derecho. Es fundamental entonces, una ética pública, un comportamiento ético de sus funcionarios, para reforzar las condiciones de credibilidad en la propia administración y sus agentes. El oficio público supone una tarea de servicio a los demás, la idea de servicio a la colectividad, a la sociedad; en definitiva, los otros y la conservación del bien común son el eje central de la ética pública, guiada por los principios de igualdad y no discriminación.

La universidad se concibe, entonces, como un lugar de encuentro de ciudadanos y ciudadanas en proceso de formación, donde se comparten valores de convivencia y solidaridad entre sus individuos, donde convergen lo público y lo privado. La mayoría de los estudiantes que llega a la universidad aún no llegan como ciudadanos formados; y la universidad, dentro de su currículo formal, no tiene propuestas claras acerca de la educación, formación o desarrollo de competencias ciudadanas que debe brindar para los futuros ciudadanos y ciudadanas que requiere el país, competencias que se vienen trabajando desde 2004 en la educación preescolar, básica y media, como es la propuesta en competencias dirigidas a la convivencia, la participación y responsabilidad democrática, la pluralidad, identidad y valoración de las diferencias.

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Para Morin (2009), nos encontramos en tiempos de barbarie, para lo cual tenemos la resistencia para combatirla, «donde ésta es la ocupación ilegítima del territorio, lo es la dictadura, lo es el fascismo, y por supuesto, las consecuencias que de tales procederes se derivan como las torturas, las masacres, las humillaciones, las destrucciones, el odio, en fin, el atropello a la libertad y a la dignidad humana (…) Nos encontramos en una comunidad de destino, los humanos de todas las partes del planeta tenemos los mismos peligros mortales, los mismos problemas vitales; la degradación del medio ambiente, la difusión de las armas de destrucción nuclear que pueden destruir la humanidad. Estamos en una economía donde el interés es el provecho. En la globalización está el carácter incontrolable del capitalismo que tenía antes algunos controles sociales y políticos… Entonces se necesita un civismo planetario (pero) no existen todavía las instituciones para preparar esto». De allí entonces que el compromiso de las universidades, y con ellas las facultades de ciencias exactas y naturales, humanas y sociales, es el de la formación en competencias ciudadanas de aquellos profesionales que debe formar como mediadores de la convivencia y la tolerancia ante el conflicto que genera la misma convivencia, independientemente del saber que le reconoce e identifica en la comunidad académica.

1.1. FORMACIÓN y EDUCACIÓN

Para retomar el concepto de formación desde la historia, hay que decir que éste ha pasado por diferentes momentos, que van desde la formación griega hasta nuestros días. Para

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la cultura occidental, los griegos fueron paradigma de toda formación, ellos creían que el hombre venía al mundo sólo como un embrión y que debía llegar a convertirse en verdadero hombre. Su configuración había desarrollado toda la noble simplicidad e irresistible elegancia de naturaleza, humanidad y porte, genio, espíritu y fuerza, todos los rasgos y la plenitud que diferencian al hombre libre y puro de un esclavo y del animal simiesco. Si se desea formar seriamente en el ejemplo de la Antigüedad, habría que tener la sensibilidad que lo hace a uno propiamente humano.

La idea de que en la Antigua Grecia se había alcanzado el más alto grado de formación en la historia, se refería preferentemente a tres ámbitos, que también estuvieron en el centro de la concepción del neo-humanismo alemán, a saber: el lenguaje, la filosofía y el arte.

Desde sus orígenes, los conceptos de formación, cultura e ilustración son modificaciones de la vida social y los esfuerzos de los hombres para mejorar su condición.

Formación, palabra que ha sido multiplicada y acentuada diferencialmente por el uso preferido en uno u otro ámbito sin que hubiera perdido completamente uno u otro significado. Su más viejo significado bildunga, bildungen en tanto «imagen», «copia» (imago), como también «reproducción», «imitación». Más importante y de mayor efecto era «formación» en el sentido de «forma» (gestal) y ante todo de «formación» (gestaltung), la última en doble dirección que se señala con los verbos «formar», «formarse»: es decir producir y dar forma al influjo, origen y desarrollo externos en la ordenación

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de ejemplos. En este sentido trascurrió, hasta mediados del siglo XVIII, el concepto de formación en elevadas capas lingüísticas y se encuentra su uso referido no sólo a las formas más externas –como en el diccionario de Adelung en el sentido de rostro humano–, sino también referido al intelecto, a las costumbres, a los comportamientos y a las nociones abstractas (Vierhaus, 2002).

En términos generales se podría decir que el concepto «educación» contiene un acento más activo; ésta es un hacer con una meta dirigida sobre el otro y para el otro. «Formación», por el contrario, se entiende más como un contenido y resultado de la educación. La educación debe formar al hombre para el hombre en una forma humana, es decir, conforme a su naturaleza: lo que puede ser efectuado no sólo por la educación, sino lo exigido a sí mismo y resultado de su propio desarrollo.

Por ejemplo, para la época de la Ilustración en el siglo XVII en Alemania, fue considerar que la educación (o formación) hace a los hombres mejores y más felices y que del número de estos hombres depende el grado de felicidad de la sociedad. Por tanto, era evidente que el Estado tenía interés, derecho y obligación para preocuparse por la educación –toda la vida del hombre es una educación–. La formación entonces debía ser diferente. El labrador, el artesano, el soldado, el artista, el profesor, el regente deben ser educados conforme a sus relaciones y círculo social. La formación del ciudadano futuro y la formación del hombre a la sociedad, puede ser considerada como el compendio de la pedagogía de la Ilustración.

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Para el siglo XIX en términos generales se podría decir que el concepto «educación» contiene un acento más activo; ésta es un hacer con una meta dirigida sobre el otro y para el otro; «formación», por el contrario, se entiende por lo común más como un contenido y resultado de la educación. La educación debe formar al hombre para el hombre en una forma humana, es decir, conforme a su naturaleza.

En el siglo XX los límites entre formación y educación son tan débiles que para establecer una relación entre estas dos prácticas es necesario justificar su sinonimia. Sin que signifique un argumento de gran calidad, la primera manifestación de esta relación la presenta el diccionario: «formar» significa «criar, educar, adiestrar», «adquirir una persona más o menos desarrollo, aptitud o habilidad en lo físico y moral». Y educar, tiene entre otras entradas léxicas: «desarrollar las fuerzas físicas» o «perfeccionar los sentidos».

Las posiciones sobre estas prácticas han dependido de las teorías que las fundamentan, las cuales están en relación directa con los cambios en las bases colectivas de la sociedad. Así, en la medida que los sistemas políticos, económicos o éticos de la sociedad cambian, las posiciones con referencia a los presupuestos y procedimientos de la educación y la formación se transforman (Díaz, 2000:86).

En el sistema educativo colombiano, a través de su legislación (Ley 115/94) se tiende a una formación integral dirigida a la educación básica y media; la educación es un proceso de formación permanente, personal, cultural y social que se fundamenta en una concepción integral de la persona

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humana, de su dignidad, de sus derechos y de sus deberes. Para la educación superior, en la Ley 30/92, la educación es un proceso permanente que posibilita el desarrollo de las potencialidades del ser humano de una manera integral, se realiza con posterioridad a la educación media o secundaria y tiene por objeto el pleno desarrollo de los alumnos y su formación académica o profesional.

¿Qué entendemos entonces por formación integral, dirigida a la formación de nuevos profesionales? Podríamos entender la formación integral como aquella que está sustentada en una concepción integral del hombre en su conjunto, en la potencialidad del ser humano, social, ético y político, desde una mirada antropológica, social y cultural, donde el conocimiento se dirige a su pleno desarrollo y le permite condiciones de equidad, justicia y libertad para convivir con los demás.

Freire ve un camino por el que podemos salir de la encrucijada en que nos encontramos; para el caso colombiano, la necesidad de la convivencia, la tolerancia, la equidad, la multiculturalidad, la eco-pedagogía con el cuidado de nuestros recursos naturales, el reconocimiento de la diferencia… Queremos una sociedad justa, libre y solidaria. ¿Cómo alcanzarla? Hablamos de valores diferentes, intentamos ponerlos en práctica, en buena parte lo hacemos y entonces aparecen las dificultades. Hay conflicto manifestado en las disputas, peleas, discusiones por el poder y de allí los desplazamientos de poblaciones, las desapariciones forzadas, los asesinatos seleccionados y las masacres colectivas. Freire (2003:89) lo confirmaba en sus conferencias: «Y aunque esto sea doloroso hay que decirlo y plantear una revisión de nuestra

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actitud con respeto al dónde, al cómo, al con quién y con qué valores vamos a construir una realidad diferente».

1.2. LAS COMPETENCIAS CIUDADANAS EN LA FORMACIÓN DE PROFESIONALES

Al hablar de competencias ciudadanas podríamos decir, con el Ministerio de Educación, que no solo son compromiso de la familia, que también lo son de la educación formal en la escuela desde el preescolar hasta la universidad; y también de la educación no formal e informal con los padres de familia, sus pares, los medios de comunicación y de la sociedad en general; o sea que si hablamos de competencias vamos dirigidos al enseñar y aprender habilidades para saber y saber hacer. En lo que compete a la educación superior, tendríamos que preguntarnos: ¿cómo las competencias ciudadanas se enseñan en un currículo con un profesor y una asignatura a nivel universitario, para formar un buen ciudadano, competitivo, tolerante y respetuoso del otro en sus diferencias?

Desde el surgimiento de la Ley 30 de 1992 y, más tarde, de la Ley General de Educación –Ley 115 de 1994–, el sistema educativo colombiano está ante un gran reto: integrar sus diferentes niveles de formación y ofrecer una educación integral, a nuestro modo de ver, desde la formación en competencias ciudadanas, la cual puede darse a través de las diversas formas que puede asumir la educación: formal, no formal e informal, desde el preescolar hasta la universidad; pero este reto llevando como lema «Lo que los estudiantes

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deben saber y saber hacer con lo que aprenden» no riñe con los principios misionales de universidad, pero sí con la concepción de ciudadanía en el campus universitario desde la convivencia, la participación, la tolerancia, la autonomía y la libertad de cátedra.

Educar es integrar, reunir elementos que pueden aparecer dispersos y aislados para lograr un proyecto formativo. La educación es un gran todo de trabajo ininterrumpido que pide ser medido minuciosamente de un extremo a otro (Herbart, cit Bedoya, 2005). El Ministerio de Educación Nacional con su programa Revolución Educativa, nos dice que «ser competente significa saber y saber hacer. La competencia implica poder usar el conocimiento en la realización de acciones o productos (ya sean abstractos o concretos), tradicionalmente se enseñaron contenidos y temas que no solo consideraban que todos debían conocer sino también saber hacer. Se trata, entonces, de que las personas puedan usar sus capacidades de manera flexible para enfrentar problemas nuevos de la vida cotidiana».

Torrado (2000) afirma que la competencia, además de ser un saber hacer, es un hacer sabiendo, soportado en múltiples conocimientos que adquirimos en el transcurso de la vida; es la utilización flexible e inteligente de los conocimientos que poseemos lo que nos hace competentes frente a tareas específicas.

En el 2004, entre las políticas educativas dirigidas a la educación preescolar, básica y media, el Ministerio de Educación entregó a las familias colombianas el documento «Estándares básicos

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de competencias ciudadanas. Las competencias ciudadanas en las políticas educativas dirigidas a la educación básica», organizadas en tres grandes grupos: convivencia y paz, participación y responsabilidad democrática, pluralidad e identidad y valoración de las diferencias. Cada grupo presenta entonces una dimensión fundamental para el ejercicio de la ciudadanía y para contribuir a la promoción, el respeto y la defensa de los derechos humanos presentes en nuestra Constitución. Assubel (1983), desde la teoría del aprendizaje significativo, define las competencias como el conjunto de conceptos adquiridos constantemente y reelaborados que permiten al hombre ubicarse en el mundo y decidir cómo actuar; esa aptitud para la acción supone dominio de varias habilidades, construidas a lo largo de la existencia del ser humano. Las competencias se manifiestan a través de comportamientos, caso de los manifiestos en el desempeño laboral que le permiten a una persona actuar eficazmente.

En este sentido, conviene preguntarnos: ¿cuál es el modelo pedagógico que tenemos en la universidad para educar ciudadanos activos y participativos que puedan mediar ante el conflicto y el respeto a los derechos humanos? ¿Puede hablarse de un ciudadano ya formado cuando ingresa a la universidad? ¿Llegan los estudiantes a la universidad con una formación ciudadana que les permita interactuar con autonomía en la toma de decisiones? ¿Tendríamos que preguntarnos si la universidad es un lugar político y moralmente neutro? ¿A qué tipo de ciudadanía está llamada a formar la universidad a sus profesionales? ¿Cuáles son los espacios de formación ciudadana que brinda la universidad colombiana? ¿Qué entendemos por una formación integral? ¿Cuándo, desde el

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saber especifico que le identifica como profesional, tenemos un ciudadano formado en valores ciudadanos, ética y civilidad? ¿Se forman en la Universidad seres pensantes, creativos, críticos, emancipados, participativos? ¿Necesitaríamos de un cambio de mentalidad en educadores y alumnos, en cuanto a la necesidad de una formación integral?

Evocando quizás una respuesta a estas preguntas y muchas más que se esconden en esta reflexión inicial, miremos cómo se encuentra desde los estudiantes, profesores y el currículo en que se interactúa, la formación ciudadana dirigida a formar profesionales con gran sensibilidad y condición de lo humano para una democracia y ciudadanía participativa, con pensamiento autónomo, creativo y crítico, en nuestra universidad colombiana:

1.3. RECUPERACIÓN DEL LEGADO HISTÓRICO DE UNA TEORíA CRíTICA DE LA CIUDADANíA

En las dos décadas anteriores a la segunda guerra mundial, hubo un pequeño grupo de educadores radicales que intentaron extender el trabajo de Dewey y de otros progresistas redefiniendo el significado y el propósito de la escolaridad en torno a un punto de vista emancipatorio del concepto de ciudadanía. Según ellos, la noción deweyana de que «la vida pública requería un intento constante por reconstituir las escuelas sobre la base de valores democráticos» plantea un reto apabullante, en cuanto a la importancia pedagógica y política para la educación estadounidense.

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La educación ciudadana es definida, en parte, como un intento ininterrumpido por desarrollar planes de estudio que fuesen críticos de las injusticias de la sociedad norteamericana. Se motiva a los estudiantes para que cambien dichas injusticias por medio de formas de acción social. La elaboración de los planes de estudio estaba vinculada a una teoría del bienestar y de la reconstrucción social.

Para Rugg y Brameld –y otros educadores radicales– es imperativo que los planes de estudios posean una conexión orgánica con los problemas que los estudiantes van a tener que encarar en el mundo externo, y los problemas que mayor atención requieren son aquellos que violan los principios básicos de la democracia. Un plan de estudios en el que se establezcan los hechos esenciales acerca de la comunidad en la que vive la gente; en el que se interpreten para ella, las principales características de los recursos e industrias básicas de los que dependen sus vidas, entre otros.

Además, pensaban que en la parte medular de la educación ciudadana se hallaba un concepto de enseñanza en el cual los educadores asumían el papel de intelectuales críticos. La educación en materia de ciudadanía se definía como un referente, no orientado a la defensa, sino más bien a la transformación del orden social existente; por otro lado, la enseñanza se define en torno a sus funciones sociales y políticas, más que en términos de una noción ahistorizada y apolítica del profesionalismo. El papel y el propósito de la escolaridad pública se vinculaban con un concepto de servicio público comprometido con consideraciones morales y políticas destinadas a beneficiar a grupos de la sociedad

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norteamericana que con frecuencia eran maltratados y se hallaban subordinados.

El campo de batalla que los reconstruccionistas sociales escogieron para combatir se centra en el desarrollo de una filosofía pública, dentro de la cual a la educación se la considera como una forma de política cultural. A la política se le ve como parte de una lucha constante por desarrollar formas de conocimiento y de prácticas sociales que no solamente hagan de los estudiantes pensadores críticos, sino que también los facultara para abordar los problemas sociales con el fin de transformar las desigualdades políticas y económicas existentes.

Una de la funciones importantes de la ideología dominante es la de establecer una sociedad sin historia de protesta, ni poseedora de una multiplicidad de discursos sociales y políticos. Los educadores necesitan examinar críticamente la historia como una forma de «recuerdo liberador», que les permita desafiar esta ideología y las prácticas sociales que acarrea. Actualmente la universidad colombiana no lidera las políticas públicas en educación, éstas vienen desde un Estado que evalúa y controla, despojando en la mayoría de las veces de la autonomía delegada en la Constitución colombiana a las instituciones educativas y con ellas a la comunidad educativa cuando la convoca a participar de la educación. No ejerce su derecho fundamental y de allí la imposición estatal con un cúmulo de leyes y decretos que desconocen muchas veces la realidad del contexto educativo.

Los debates sobre democracia que sostuvieron los reconstruc-cionistas sociales enfatizan en que la educación ciudadana

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tiene que estar vinculada con formas de adquisición de facultades críticas, por parte de las personas, así como de la sociedad, si se quiere que la escuela se convierta en una fuerza progresista en la incesante lucha por la democracia como forma de vida. Tales formas de discernimiento elevarían la capacidad de razonamiento crítico y de autonomía individual, y crearían la posibilidad de transformar las estructuras sociales y políticas más amplias.

Dewey (1995) y algunos de sus colegas reconstruccionistas sociales redefinieron la importancia política y pedagógica de la educación cívica e intentaron, igualmente, situar la relación entre la democracia y la enseñanza dentro de un fundamento ético que hoy en día posee una enorme importancia para el desarrollo de una teoría crítica de la educación. Según ellos, la filosofía educacional tiene que considerarse como parte de una filosofía social más amplia, en la cual la cuestión de la democracia como forma de vida «exprese el movimiento del mundo ético».

La democracia se convierte en el ideal con respecto al cual se pueden evaluar y cambiar todas aquellas instituciones que conforman la vida pública, y la escuela pasa a ser la institución más importante para desarrollar la autoridad, el conocimiento y las prácticas sociales que expresan tal ideal. La democracia abarca a todas aquellas instituciones en las cuales la autoridad y el poder se ejercen con el objeto de dar forma tanto a la política del Estado como a los perfiles ideológicos y materiales de la vida cotidiana. En este discurso, la democracia y la ética quedan interrelacio-nadas como parte de una teoría general de la educación, a la vez que a modo de una teoría del cambio social.

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Es dentro de la dialéctica de la opresión y la transformación, donde se puede aprender y practicar, en el contexto de la vida diaria, el lenguaje de la crítica y de la posibilidad como precondición para la resistencia. Las escuelas figuran entre los pocos espacios de la vida pública en los que los estudiantes, jóvenes o viejos pueden experimentar y aprender el lenguaje de la comunidad y de la vida pública democrática. La escuela no es una institución política o moralmente neutra; para Freire (2003:60) «la confrontación no es pedagógica sino política. No es peleando pedagógicamente que voy a cambiar la pedagogía. No son los filósofos de la educación los que cambian la pedagogía, son los políticos bajo nuestra presión los que van a hacerlo, si presionamos. La educación es una práctica eminentemente política. De allí la imposibilidad de implementar una pedagogía neutra, en el fondo no hay nada neutro. Para mí ésta es una pelea política».

Una pedagogía verdaderamente crítica pone también al descubierto las necesidades y las esperanzas latentes que apuntan hacia la posibilidad de un análisis y una lucha más profundos. Es medular para una política y pedagogía de la ciudadanía crítica, la necesidad de reconstruir un lenguaje visionario y una filosofía pública que pongan la igualdad, la libertad y la vida humana en el centro de las nociones de democracia y ciudadanía.

Los educadores críticos y los trabajadores de todos los planos de la sociedad necesitan otorgarle la más alta prioridad a la cuestión del alfabetismo político y cultural. Deben encontrar la manera de lograr que lo pedagógico se vuelva más político, y lo político más pedagógico.

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En distintas etapas de la historia, la necesidad de operar acciones concretas de educación ciudadana se ha visto a veces distorsionada por concepciones filosóficas y políticas de variado cuño. Aunque no en exclusiva, las hemos visto florecer particularmente en los siglos XX y XXI al amparo de distintas ideologías, que bajo el lema de conducir a los jóvenes hacia ideales de confraternidad, justicia social, conducta cívica, responsabilidad participativa y construcción de una sociedad mejor, han acabado por empujarlos hacia el odio racial o de clase, hacia la agresividad de unos contra otros y, en resumen, hacia actitudes socialmente destructivas.

De aquí deriva la necesidad de conferir a la educación ciudadana un lugar importante en la educación. «Educación para la ciudadanía» es lo mismo que decir «educación ciudadana» o «educación cívica». Todos ellos guardan fuerte relación con lo que a lo largo de la historia ha sido referido como «educación ética», «educación moral» o «educación de las costumbres», pues éstas forman una considerable parte de las costumbres cívicas. El objetivo es en definitiva la eclosión de «buenos ciudadanos y ciudadanas», concepto que tiene en sí mismo una naturaleza ética.

La universidad es un lugar para la convivencia participativa pluralista, sin distingos sociales o ideologías que atenten contra los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, un lugar donde la convivencia sea un valor ciudadano que lleve a los jóvenes y adultos a sentirse fuera del conflicto, del desplazamiento y de la violencia que generan la guerra del narcotráfico, la guerrilla, los paramilitares y la delincuencia común en la ciudad y el país.

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Tendríamos que preguntarnos si la universidad es un lugar no político y moralmente neutro. El objetivo fundamental que hay que tener en mente cuando se habla de «educación para la ciudadanía», es el de dotar a todos los jóvenes de una verdadera «cultura cívica», propósito imposible de conseguir a través de una asignatura en el currículo.

Lo que importa que todos ellos comprendan y practiquen es que el ejercicio de la ciudadanía exige por un lado, derechos y obligaciones bien claros y definidos y, por otro, una positiva participación en la gestión pública. Este objetivo sólo puede conseguirse a través de una pluralidad de acciones educativas que han de tener origen en el ámbito familiar, y que han de ser continuadas y refrendadas por acciones escolares y sociales.

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2. LA FORMACIÓN CIUDADANA

La educación debe contribuir a la autoformación de la persona (aprender y asumir la condición humana, aprender a vivir) y a

que aprenda a convertirse en un ciudadano.

Morin (1999b)

La pregunta obligada y aún sin respuesta clara en nuestro sistema educativo es ¿cómo la universidad forma ciudadanos? Es decir qué tipo de ciudadanos está formando. La cátedra de ciudadanía y constitución es muestra de su importancia; sin embargo, no es a través de una asignatura o cátedra que puede lograrse este fin.

La formación en ciudadanía es una responsabilidad que se comparte con los padres desde el hogar cuando se educa al infante para la convivencia, lo cual significa respetar al otro, reconocer sus diferencias, ejercer el derecho de la palabra, acudir al diálogo para llegar a la solución de los conflictos, entre otros. Es en la familia donde se dan los primeros pasos hacia la formación ciudadana y éstos son determinantes para su desarrollo posterior.

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Las competencias ciudadanas que hoy se promueven en la educación básica dejan muchos interrogantes cuando quedan bajo la responsabilidad casi exclusiva, de los profesores del área de sociales, desconociendo la responsabilidad de las demás áreas y de la comunidad educativa en general. Este problema curricular exige una revisión urgente, ya que las competencias ciudadanas deben atravesar todo el currículo de la institución, y todas las prácticas educativas y pedagógicas.

Es frecuente ver en las instituciones y centros educativos cómo la práctica ciudadana se ejerce solo en la elección del personero estudiantil, quien en el ejercicio de su cargo se limita, en la mayoría de los casos, a liderar la organización de actividades culturales y deportivas, situaciones que lo alejan de su rol como mediador de conflictos y defensor de los derechos estudiantiles.

Frente a este vacío surge la necesidad de un educador progresista y democrático que propenda por la formación de un ciudadano participativo, respetuoso de los derechos de los demás, con criterios claros frente a la diferencia no solo de género sino también de raza o color político; este es el reto actual para las universidades colombianas. Por ejemplo, en el 2009, en la Universidad de Antioquia llegaron a las aulas universitarias 20,64%7 de estudiantes entre los quince y

7 Según el Departamento de Admisiones y Registro de la Universidad de Antioquia, entre los admitidos 2008-1 de 15 años no hubo, de 16: 6 (0,13%) y de 17: 77 (1,62%); en los admitidos 2008-2 de 15 años no hubo, de 16: 7 (0,15%) y de 17: 118 (2,59%); y en los admitidos 2009-1 de 15 años hubo 4 (0,07%),

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diecisiete años, próximos a la edad de dieciocho en la que se adquiere el derecho ciudadano para votar y ser elegido. Este derecho se ejerce en gran porcentaje por los jóvenes cuando priman algunos estímulos como la disminución de 10% en los costos de matrícula para los educandos que participen en las elecciones de sus gobernantes. Sin embargo, en la práctica, los espacios para la formación ciudadana se encuentran invisibilizados en el currículo universitario; la gran mayoría de profesores se preocupa por la enseñanza de los saberes y muy poco por la educabilidad del futuro profesional como ciudadano competente y activo la problemática que se genera por el ejercicio de la ciudadanía.

El concepto de ciudadanía se debe entender, parcialmente, en términos pedagógicos, como un proceso de regulación moral y de producción cultural, dentro del cual se estructuran subjetividades particulares en torno a lo que significa el hecho de ser miembro de un Estado nacional. Dicho concepto, se debe investigar como la producción y la inversión que se hace en discursos ideológicos expresados y experimentados por medio de diferentes formas de cultura de masas y en sitios particulares tales como escuelas, el lugar de trabajo y la familia.

También tendríamos que preguntarnos por los profesores universitarios, su formación pedagógica y ciudadana en el ejercicio de la cátedra, muchas veces autoritaria, con modelos

de 16: 115 (2,15%) y de 17: 1.103 (20,64%). Esto quiere decir que entre los admitidos 2009-2 debieron aumentar los menores de edad. Tomado de Co-Respondencia No. 97, Suplemento 2, Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia.

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pedagógicos instruccionistas o conductistas, que poco aportan al desarrollo de un pensamiento creativo y crítico. La academia, con sus currículos rígidos, no permite muchas veces contribuir a una formación profesional ciudadana activa, participativa e incluyente de los procesos sociales.

Para Freire, al educador democrático también le corresponde enseñar, pero para él enseñar no es ese acto mecánico de transferir a los educandos el perfil del concepto del objeto. Enseñar es, sobre todo, hacer posible que los educandos, epistemológicamente curiosos, se apropien de la significación profunda del objeto.

Para el educador progresista y coherente, enseñar y aprender son momentos del proceso mayor de conocer. Por eso mismo implican búsqueda, viva curiosidad, equívoco, acierto, error, rigor, tenacidad; pero también satisfacción, placer, alegría.

Gran porcentaje de los profesores universitarios no cuentan con la suficiente formación pedagógica para enseñar en sus saberes la formación ciudadana, lo que desdice mucho de un educador comprometido en su quehacer profesional. Testimoniaba Freire (2001b): «No nací marcado para ser profesor así. Me fui haciendo de esa manera en el cuerpo de las tramas, en la reflexión sobre la acción, en la observación atenta de otras prácticas, o de la práctica de otros sujetos, en la lectura persistente y crítica de textos teóricos, no importa si estaba o no de acuerdo con ellos. Es imposible practicar el estar siendo de ese modo sin una apertura a los diferentes y a las diferencias, con quienes y con los cuales siempre es probable que aprendamos».

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Una de las condiciones necesarias para convertirnos en intelectuales que no temen al cambio es la percepción y la aceptación de que no hay vida en la inmovilidad, de que no hay progreso en el estancamiento, de que si soy de verdad, social y políticamente responsable, no puedo acomodarme a las estructuras injustas de la sociedad. No puedo, traicionando la vida, bendecirlas. Nadie nace hecho. Nos vamos haciendo poco a poco en la práctica social en que tomamos parte (Freire, 2001a).

La universidad tiene un carácter de extensión de conocimientos a través de sus textos; podemos igualmente decir que es una extensión de tipo cultural y político pretendiendo un mejor estar, un bienestar social como una obligación del Estado y un derecho de usuarios, un nuevo espacio de educación no formal e informal, una oportunidad de formación ciudadana en los marcos teóricos de un conocimiento global que puede ubicar a sus usuarios en una ciudadanía cosmopolita.

2.1. LA FORMACIÓN CIUDADANA DESDE UN CURRíCULO CRíTICO PARTICIPATIVO

En la universidad a partir del 2004 se debe formar en ciudadanía, por las políticas impuestas por decreto del Ministerio de Educación Nacional. La cátedra de ciudadanía y constitución es muestra de su importancia, sin embargo no es a través de una asignatura o cátedra que se logra este fin. La formación en ciudadanía es, como ya se dijo, responsabilidad que se inicia desde el hogar cuando se inculcan valores de convivencia, respeto, diálogo. La formación ciudadana debe

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verse en forma trasversal en el currículo, con sus prácticas, su evaluación participativa, con la heteroevaluación y la coevaluación con sentido dirigida al conocimiento para poder transformarlo.

¿Cómo llega el estudiante a la universidad en formación ciudadana? Las competencias ciudadanas que hoy se imparten en la educación básica dejan muchos interrogantes, cuando se deja a criterio de los profesores del área de sociales incluirla en su currículo, problema que actualmente están evaluando directivos y profesores de la educación básica. Muchas veces la práctica ciudadana se ejerce solo en la elección del personero estudiantil, como mediador en el conflicto y por respeto por los derechos estudiantiles. La ciudadanía se ejerce desde el aula, donde se requiere de un educador progresista y democrático en su práctica pedagógica.

¿La democracia y la ciudadanía se enseñan o se aprehenden? Desde la familia en que se nace comienza a vivirse y a sentirse la ciudadanía: con el reconocimiento en el registro civil, como un derecho a tener un nombre, nacionalidad y familia; al diálogo cuando se es escuchado, al buen trato en reconocimiento de los derechos de la infancia; en la juventud cuando se comprende al ser en su rebeldía y se le acompaña en las alegrías y tristezas; es en esa cotidianidad familiar donde se comienza a sentir la ciudadanía y la democracia en la identidad de país que le reconoce como nacional, como ciudadano. Lo mismo podríamos decir de la escolarización: la escuela marca en muchas ocasionales en la diferencia, en la competencia, titula por el saber y muchas veces reprueba al estudiante cuando su formación va dirigida por unos

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modelos pedagógicos instruccionistas que solo se preocupan por ejercitar la memoria sin dar la menor posibilidad de preguntarse e interactuar con el conocimiento.

Bien lo expresaba Maturana (1995:34) cuando decía: «No se requiere de una justificación racional para la democracia. No por racional es más perfecto un mundo. La democracia es un deseo, un querer. Y ¿por qué se quiere? Porque uno ha aprendido en la infancia a vivir y sentirse en las relaciones de igualdad y no en las relaciones de sometimiento».

Se critica la escolaridad que desconoce que la enseñanza y el aprendizaje van de la mano, que enseñar es provocar la curiosidad del educando, a tal punto que él se transforme en sujeto de la producción del conocimiento que le es enseñado. Lo que es necesario en nuestra producción de conocimiento en la universidad es, en verdad, conocer, producir, construir el conocimiento y no memorizar un cierto discurso de éste. Por eso, para Freire aprender solo se hace cuando se aprehende, en otras palabras, en el momento en que hago aprehensión del significado profundo de ese discurso. No hay, pues, aprender sin aprehender (Freire, 2007:163).

Todas las características importantes de la democracia tienen un carácter dialógico que une de manera complementaria términos antagónicos: consenso, conflicto, libertad, igualdad, fraternidad, comunidad nacional, antagonismos sociales e ideológicos. En resumen, la democracia depende de las condiciones de su ejercicio (espíritu cívico, aceptación de la regla del juego de la democracia).

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La democracia no se puede definir de manera simple. La soberanía del pueblo comprende al mismo tiempo la autolimitación de esta soberanía por la obediencia de las leyes y el traspaso de soberanía a los elegidos. La democracia comprende al mismo tiempo la autolimitación del poder estatal por la separación de los poderes, la garantía de los derechos individuales y la protección de la vida privada.

Evidentemente, la democracia necesita del consenso de la mayoría de los ciudadanos y del respeto de las reglas democráticas. Necesita que un gran número de ciudadanos crea en la democracia. Pero, al igual que el consenso, la democracia necesita diversidades y antagonismos.

La experiencia del totalitarismo ha revelado un carácter fundamental de la democracia: su vínculo vital con la diversidad. Las democracias son frágiles, viven de conflictos, pero estos las pueden sumergir. La democracia aún no está generalizada en todo el planeta que incluye dictaduras y residuos del totalitarismo del siglo XX o gérmenes de nuevos totalitarismos. Ella seguirá amenazada en el siglo XXI, además, las democracias existentes no es que no se hayan logrado sino que están incompletas o inacabadas.

Nuestras democracias comportan carencias y deficiencias. Por ejemplo, los ciudadanos implicados no son consultados sobre las alternativas en materia, por ejemplo, de transporte, impuestos, aranceles, zonas francas. Éstos son asuntos desconocidos por el ciudadano común, o sea aquel que solo se identifica como ciudadano cuando ejerce el derecho al sufragio.

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No existen solamente las incapacidades democráticas. Hay procesos de regresión democrática que tienden a marginar a los ciudadanos de las grandes decisiones políticas (bajo el pretexto de que éstas son muy «complicadas» y deben ser tomadas por «expertos» tecnócratas), a atrofiar sus habilidades, a amenazar la diversidad, a degradar el civismo.

Desde los años ochenta actúa una filosofía pública que define la ciudadanía dentro de un vacío político, es decir, como una práctica social no problemática sancionada por medio del llamamiento a una lectura acrítica de la herencia cultural y del colonialismo aún existentes en Latinoamérica. Este discurso ha sido producido por una forma de amnesia histórica, caracterizada por un silencio intencional respecto de las constantes luchas históricas que se han librado en cuanto al significado y a las potencialidades no realizadas que subyacen a los distintos conceptos de ciudadanía.

Dentro de los parámetros de esta nueva filosofía pública, a la ciudadanía se la retira del terreno del debate histórico y se la define alrededor de un discurso de unidad nacional y fundamentalismo moral, que priva a la vida pública de sus más dinámicas posibilidades políticas y democráticas. Como parte de este discurso, los conceptos de lucha, debate, comunidad y democracia han pasado a ser categorías subversivas.

De acuerdo con Giroux y otros pensadores críticos, urge la elaboración de un concepto de ciudadanía que sea congruente con los postulados de una democracia crítica. La ciudadanía, al igual que la democracia, es parte de una tradición histórica que representa un terreno de lucha por encima de las formas

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de conocimiento, de prácticas sociales y de valores que constituyen los elementos críticos de esa tradición. Una vez que se admite el concepto de ciudadanía como práctica histórica socialmente construida, se vuelve más imperativo reconocer que categorías como ciudadanía y democracia necesitan ser problematizadas y reconstruidas para cada generación.

Richard Hanson, citado por Giroux (2006), plantea que describir el significado como un artefacto histórico le recuerda al individuo su deber de establecer el significado de palabras claves como democracia, pues el significado no se nos da, sino que nosotros lo debemos encontrar, de la misma manera que tratamos de comprender el mundo y sus posibilidades humanas. Handson sugiere que los progresistas y los radicales deben apoderarse del concepto de ciudadanía como importante terreno de lucha. Deben esforzarse por desarrollar una filosofía pública que dé legitimidad al desarrollo de esferas opuestas al quehacer público, y en las cuales se pueda dar expresión a un concepto crítico de ciudadanía por medio de un modelo radical de educación ciudadana.

2.2. LA FORMACIÓN CIUDADANA DENTRO y FUERA DEL CURRíCULO UNIVERSITARIO

En la universidad, la formación ciudadana que presentamos es responsabilidad de toda la comunidad educativa, los estudiantes, docentes, los grupos de investigación, los directivos en sus diferentes aéreas del conocimiento, con acciones dirigidas a la formación de un profesional integral

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comprometido consigo mismo y con los demás, con su región y su país dentro de una globalidad que nos exige y a la que podemos responder sin olvidar nuestra cultura.

Los medios de comunicación y la globalización nos han ubicado en la «aldea global», una casa que todos habitamos y que debemos proteger, ejerciendo en ella la ciudadanía global o planetaria como la llama Morin.

Bien sabemos que la educación desde sus orígenes es de por sí social: no existe educación sin sociedad humana. En los momentos actuales, la educación social y con ella la pedagogía social que la teoriza están llamadas a dar solución a muchas de las problemáticas de convivencia y ciudadanía participativa; la primera desde la sociabilidad del individuo y la segunda desde la participación en ejercicio de una ciudadanía bajo los preceptos constitucionales de un Estado social de derecho. Los gobiernos de turno, a partir de los principios constitucionales de 1991, tienen el compromiso de una educación participativa, donde se convoca a la participación activa en la solución conjunta de las necesidades y problemáticas sociales, en un contexto que la identifica desde la sociedad civil, la familia, la escuela, el sector privado y público.

La educación social hace referencia a la formación de personas para integrarse en su comunidad, así como en los diferentes grupos sociales. Es un ámbito significativo en el proceso de desarrollo del individuo y en su inserción comunitaria. Tiene como finalidad no solo integrarlo en los diferentes grupos sociales, sino contribuir a la mejora y transformación de la sociedad, a fin de legar a las generaciones venideras

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un mayor bienestar social. Para nuestro caso, a partir de la Constitución de 1991, la educación y con ella la escuela8 se convierte en un factor importante de desarrollo en pos de una formación integral dirigida al fomento de la autonomía escolar; la necesidad de formación de un espíritu creativo y crítico; y, sobre todo, un llamado fervoroso a buscar espacios para interactuar desde las mismas comunidades en la solución de sus conflictos y la participación de las comunidades en la toma de decisiones.

Es, entonces, la educación el sostén y pilar de desarrollo de un país que busca el bienestar general de todos sus ciudadanos y ciudadanas, donde pasan de ser objeto de una práctica pasiva a ser sujeto de una práctica social activa; en otras palabras, práctica de una ciudadanía que lleve a la Universidad a interactuar con la comunidad.

La educación ha visto notablemente ensanchado el ámbito de sus competencias y, lo que es más importante, ha dejado de ser patrimonio de la escuela9. En efecto, un importante objetivo de la educación es hoy adquirir las competencias sociales necesarias para la adaptación y el éxito social. Pero la

8 Entendemos por escuela aquel espacio donde se desarrolla la educación formal, que va desde el nivel parvulario, pasando por la básica hasta la educación superior universitaria, complementada con la educación no formal e informal dirigida hacia a una verdadera formación integral, reto actual de la educación colombiana.

9 «La calidad de la escuela deberá ser medida no sólo por la cantidad de contenidos transmitidos y asimilados, sino igualmente por la solidaridad de clase que haya construido, por la posibilidad que todos los usuarios de la escuela -incluidos padres y comunidad- tuvieron de utilizarla como un espacio para la elaboración de su cultura» (Freire, 1995).

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adquisición de toda competencia social comporta forzosamente tres cosas: primero, pertenecer al grupo; segundo, ser valorado, apreciado y tenido en cuenta por el grupo; y tercero, tener la oportunidad de contribuir, de ayudar a la mejora del grupo. En ello radica la importancia de la educación.

La educación es una función de toda la sociedad, donde la educación formal, no formal10 e informal tendrían que ir de la mano hacia una formación integral del nuevo ciudadano que requiere el país. «Habría que convocarnos a trabajar para un mundo abierto, para la incertidumbre, desde una ética nueva: el reconocimiento de los derechos de inserción social y económica. Es allí donde las transmisiones culturales cobran relevancia» (Núñez, 2002:37).

El reto actual de la educación social es repensar las conductas de los ciudadanos, lo cual supone introducir cambios en el seno de la familia, en las relaciones con los compañeros de edad y en la institución escolar, sin olvidar, por supuesto, desarrollar las habilidades sociales necesarias en las relaciones laborales, y generar actitudes positivas frente a la cultura y la diversidad cultural. De no hacerlo así, la educación social se mantendrá dentro de un diseño o paradigma tradicional, alejada de las auténticas necesidades de los ciudadanos11.

10 Por decreto del Ministerio de Educación Nacional 3870/06 la educación no formal recibe otra denominación: «Educación para el trabajo y el desarrollo humano»; en otras palabras, educación continua y permanente.

11 La experiencia de Paulo Freire como Secretario de Educación en Sao Paulo en 1989 así lo afirmaba en el diario oficial del municipio de Sao Paulo, 1 de febrero de 1989: «La marca que queremos imprimir colectivamente a las escuelas

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Viene entonces la reflexión sobre qué competencias estamos formando actualmente en los profesionales universitarios y específicamente desde las facultades de Ciencias Sociales y Educación de la Universidad de Antioquia en relación con la convivencia y el conflicto social, la mediación y los derechos humanos. La formación en competencias que nos propone el Ministerio de Educación Nacional en «el saber y saber hacer», la podríamos parodiar en el «pensar y saber pensar», y preguntarnos por los ciudadanos activos y participativos de la cultura, en el reconocimiento de la diversidad y la multiculcuturalidad de nuestro país.

Se requiere formar excelentes ciudadanos y ciudadanas, profesionales participativos que no solo saben pensar creativa y críticamente, sino también leer y escribir, con la imaginación para resolver los problemas cotidianos en su hacer y su quehacer, con la capacidad de asombro e incertidumbre que acompañan al ser humano dentro de este mundo global, como ciudadano cosmopolita; con el desarrollo de competencias para argumentar, analizar, criticar y preguntar, para crear e imaginar acciones de pensamiento transformativo que ayuden a salir al país de la encrucijada en la que se encuentra, cuando, por ejemplo, se violan sistemáticamente los derechos de los menores de edad, jóvenes y adultos con el desplazamiento forzado generado por la violencia.

privilegiará la asociación de la educación formal con la educación no formal. La escuela no es el único espacio para la transmisión de conocimientos, procuraremos identificar otros espacios que puedan propiciar la interacción de experiencias y prácticas que se articulen en la formación popular en cuanto individuos críticos y conscientes de su posibilidades de actuación en el contexto social».

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2.3. FORMACIÓN MúLTIPLE DE LA CIUDADANíA

Frente a los nuevos retos que nos trae la globalización, y con ella las políticas neoliberales para América Latina, la educación debe dar respuestas en la formación de nuevos profesionales desde la cultura en su diversidad, para que puedan enfrentar estos nuevos retos sin perder la identidad social y política que nos legaron la historia y la cultura latinoamericanas. Así se podrá seguir siendo ciudadanos en relación con nuestra multiculturalidad. Por eso la formación ciudadana funge de crisol, frente a una pluralidad de frentes que le son inherentes.

n Formación ciudadana para la convivencia

Aprender ciudadanía es aprender a convivir con los demás, en donde con-vivir no es la mera coexistencia en un mismo espacio ni tampoco la existencia co-imbricada en relaciones funcionales, puesto que para el ser humano vivir-con es entender que uno hace su vida con los otros y viceversa, formando parte de uno.

La relación del individuo con la comunidad se comprende dialécticamente en una oposición excluyente que funciona en la medida en que lo individual, lo privado, siga siendo privado y lo público, la comunidad, sea meramente lo público.

Vivir en una comunidad, ciudad o nación es siempre un convivir. Si empezamos por los conceptos mínimos, ciudadano es la persona que coexiste en una sociedad, sujeto de unos derechos que deben estar protegidos por la sociedad y a

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quien le es exigida la participación activa y responsable en lo que concierne a esa sociedad. Una sociedad apoyada en el individualismo transforma a los ciudadanos «en manadas activas, egoístas, cuyas reglas solamente sirven, además, para imponer sus propios intereses contra los otros».

La convivencia no consiste sólo en superar los conflictos. La convivencia es un valor positivo por el que hay que luchar. José Ortega y Gasset lo expresó de excelente manera: «La forma soberana del vivir es convivir, y una convivencia ciudadana, como se cuida una obra de arte, sería la cima del universo».

La convivencia se realiza en un encuentro entre personas, en una relación de comunicación, donde más que comunicar ideas o abstracciones, se comunican ellas mismas y lo que ellas portan: inquietudes, valores, posibilidades, aspiraciones.

La realidad humana es social, necesariamente vive en un ámbito de comunidad compartida. Como realidad esencialmente social, entonces, no hay vivir humano en aislamiento, eso sólo puede darse como una situación totalmente artificial e insostenible. El ser humano vive y actúa junto con otros.

El hombre actúa formando parte de una comunidad o, lo que es lo mismo, formando parte de una unidad social comunitaria. De ahí que el ser y vivir con otros lleva a actuar con otros en distintas vinculaciones y relaciones comunitarias o sociales. Así esto lleva implicadas una cooperación y participación en una acción común.

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Cuando tomamos conciencia como individuos de que nuestro destino no es solamente de nuestra persona, sino que está ligado a los demás, surge la solidaridad. Profundizar, por tanto, en la noción del ser humano como realidad esencialmente social nos lleva a justificar la necesaria vinculación y encuentro con el otro como otro yo. En eso consistirá la solidaridad12. La sociedad no puede mantenerse y sobrevivir sin solidaridad, sin que el ciudadano haga suyos los valores y realidades que hacen posible el bien común (aun dejando en segundo plano los derivados de su comodidad e intereses particulares o egoístas) y los lleve a cabo en su acción.

Un requisito necesario y una exigencia básica para ese convivir, es hacerse cargo de la realidad en la que se vive, incluso en la realidad del otro con el que se con-vive. En esa convivencia, el ciudadano que ha ejercido alguna acción de voluntariado logra profundizar en su propia realización como ciudadano consciente.

Que el ciudadano asuma valores solidarios no es, por tanto, una actividad complementaria, sino la humanización de la sociedad en la que vive; es humanizar la ciudad y el ámbito de convivencia que en ella se da; es humanizar el espacio común de convivencia.

Unas habilidades comunicativas para argumentar, criticar, proponer y decidir dentro de un modelo pedagógico crítico-

12 La solidaridad nos lleva a sentir la comunidad como algo propio, participar en su construcción y mejora, poniendo nuestro trabajo, función o capacidades al servicio de la sociedad y de los demás.

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social, facilitándole el reconocerse a sí mismo para interactuar con el otro en la transformación social de unas mejores condiciones de vida.

Una formación en ciudadanía para interactuar y convivir en su medio social, convivencia que le lleva a una participación activa en todo aquello que le compete. Una ciudadanía activa en los espacios que demandan la Constitución Nacional, la Ley 30/92 y los estatutos universitarios, para que tome las decisiones que lo identifican como estudiante universitario. Competencias dirigidas a una formación en la convivencia y con ella la participación, el reconocimiento de las diferencias (género, clase social, política, étnica y cultural) y la tolerancia.

Una formación humanizadota para desarrollar una gran sensibilidad humana frente a las problemáticas sociales de su entorno, y para participar en la solución de las mismas, dirigidas al desarrollo humano.

n Formación ciudadana para la participación

¿Cómo podemos constatar la participación en el campus universitario? ¿Cómo se entiende en la universidad colombiana la participación de los estudiantes y profesores en las decisiones que a ellos compete?

La participación del estudiantado y del profesorado en los diferentes comités que reglamenta el Estatuto General de 1994, caso de los comités de carrera, facultad, académico y superior, tiene poco peso en las decisiones que aquí se

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toman por su representación minoritaria en la conformación de los mismos; bien lo expresaba en la pasada «Cátedra Ciudadana Héctor Abad Gómez» el profesor Tulio Chinchilla de la Facultad de Derecho, cuando se cuestionaba la poca participación de estudiantes y profesores en la Universidad: «Paradójicamente, mientras la carta de 1991 eleva la participación ciudadana al rango de valor supremo y principio fundamental de convivencia en todos los ámbitos de la vida, nuestra normatividad legal y estatutaria, en cambio, se limitó a ofrecer, como concesión caritativa, un pobre repertorio de formas puramente representativas de participación estudiantil y profesoral […] La representación profesoral y estudiantil es reducida a su mínima expresión, vuelve insignificante y puramente simbólico el derecho a la participación».

Igualmente, en nuestro país es preocupante la poca participación ciudadana. Así se refleja en los altos porcentajes de abstención de la ciudadanía en el nombramiento de sus representantes de casi 60%; ahora, si participar significa formar parte de, pero al aplicarse a la sociedad no se aclara con qué finalidades, en qué procesos, a nombre de qué intereses ni con qué representación, es poca la participación ciudadana cuando se limita a la participación de partido. Desde la perspectiva sociológica, participar significa formar parte de un grupo social o realizar una actividad a partir del nombre de ese grupo; desde la perspectiva política, significa estar activo en los procesos de la vida democrática y también identificarse con un sistema de gobierno que se concibe como medio para alcanzar ciertos fines comunes.

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La participación referida a la sociedad puede tener algunos significados centrales, como por ejemplo tomar parte en la conducción de la sociedad, principalmente en la toma de decisiones de quienes gobiernan; por lo mismo, «participar» es condición necesaria para que exista la democracia; en el plano abstracto, se considera la participación como un valor objetivo y constitutivo de la convivencia democrática, plasmado en las instituciones, que inspira los comportamientos ciudadanos, y por ello, es también una actitud subjetiva de los ciudadanos basada en conocimientos y vivencias, favorable a los procesos democráticos como educar o preparar profesionales para la formación ciudadana, para la cultura de la participación en la sociedad.

Nos interesa recuperar en esta consideración los componentes racionales que se derivan de las prácticas sociales y escolares; pero, sobre todo, las funciones reconstructivas de la pedagogía, que estarían aquí definidas como el conjunto de componentes, factores y elementos que en las relaciones sociales de los sujetos son movilizadas para desarrollar su condición humana. En otras palabras, la participación en la construcción de diferentes formas de convivencia del colectivo, requiere de unos referentes pedagógicos que les dan la posibilidad y oportunidad a distintos actores de la comunidad educativa, para crecer como personas.

Obviamente que este crecimiento requiere de varios factores para que las relaciones puedan ser aprovechadas al máximo. Estos factores son, en primer término, la necesidad del otro, que se hace sujeto complementario y, por tanto, requiere ser considerado no solo igual sino también diferente.

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En este sentido, la pedagogía de la participación es un dispositivo para la construcción de complementaciones y de búsquedas a través de la movilización, que nos permita encontrarnos con el otro en las diferencias.

La pedagogía de la participación es búsqueda, encuentros, desencuentros, reencuentros, complementariedades, en la que los sujetos se transforman en comunidad, siendo cada vez más seres humanos. En segundo término, la pedagogía de la participación sugiere unos sujetos que se construyen colectivamente. Para lograr este propósito es necesario que las prácticas y acciones implementadas, contengan explícitamente una voluntad y una intención para su consecución.

En términos metafóricos, hay que abrir los caminos para la construcción humana de quienes intervienen en las diversas relaciones sociales y escolares, caminos que sólo podemos recorrer en la compañía de los otros, con el aporte que nos hacen, ya que a fin de cuentas en la búsqueda y en la necesidad de seres humanos, nos vamos a encontrar que requerimos al mismo tiempo ser más sujetos colectivos, para contrarrestar la educación individualista en que nos ha enmarcado la educación actual desde el preescolar hasta la universidad. En esta condición, la pedagogía de la participación hace intervenir al grupo como espacio o contexto, en el que la relación con el otro se establece como condición del aprendizaje recíproco.

Contradictoriamente, la pedagogía de la participación nos hace seres más universales en la medida en que individualmente nos vemos como proceso inacabado; en esta condición de limitación es donde se configura la necesidad del otro, de su

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búsqueda, porque es la única condición para que la unidad antes disuelta se vuelva unidad compartida.

Pensar las ciencias en una situación de diálogo entre ellas mismas sugiere necesariamente desde el modelo pedagógico una relación particular de los sujetos con el conocimiento. Aquí los sujetos están representados por profesionales que manejan particularmente una discusión. En ese sentido la interdisciplinariedad es una posición teórica del profesional o la disciplina frente al conocimiento.

n La formación ciudadana en la diversidad y multicul-turalidad

En Colombia, reconocido como un país multicultural y de gran diversidad en su fauna y flora, solo a partir de la Constitución de 1991 hemos comenzado a darle la importancia que merece su riqueza; sin embargo, a través de la historia solo se han presentado saqueos y desolación de estos tesoros, como bien lo narra el pensador, poeta e historiador colombiano Willian Ospina en sus obras13.

La democracia supone y alimenta la diversidad de los intereses así como la diversidad de las ideas. El respeto de la diversidad significa democracia, no se puede identificar con la dictadura de la mayoría sobre las minorías; ella debe incluir el derecho de las minorías y contestatarios a la existencia y a la

13 Para resaltar entre sus obras El país de la canela y América mestiza. El autor nos recuerda quiénes fuimos y quiénes somos, con una historia llena de genocidios, tristezas y atropellos que nos dejaron la conquista y la colonización española.

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expresión, y debe permitir la expresión de las ideas heréticas y marginadas. Así como hay que proteger la diversidad de las especies para salvar la biosfera, hay que proteger la de las ideas y opiniones, y también la diversidad de las fuentes y de los medios de información (prensa y demás medios de comunicación), para salvar la vida democrática.

En este mundo globalizado son muchos los retos, comenzando por la integración de los conceptos de nación, identidad, comunidad, territorio y estado; esto es precisamente lo que el discurso de la ciudadanía intenta integrar en sus planes, proyectos y currículos en la educación preescolar, básica primaria y secundaria, y que esperamos también llegue a las aulas universitarias.

El problema de las condiciones específicas de la ciudadanía es la piedra de toque del marco teórico de la ciudadanía; desde la perspectiva postcolonialista de mestizaje, fronteras y espacios subalternos, por ejemplo, los estudios de la teoría crítica consideran que la raza y el racismo están marginados en el análisis de la política pública y la ciudadanía: «Las teorías del multiculturalismo, que tanta influencia han tenido en el ámbito educativo durante los últimos veinte años, no han surgido únicamente como respuesta a la constitución del sujeto pedagógico en las escuelas o la interacción entre el sujeto pedagógico y el sujeto político en sociedades democráticas, sino también como una forma de identificar la importancia de las diferentes identidades en la educación y la cultura. Necesitamos una teoría de la ciudadanía democrática y multicultural que tome en serio la conveniencia de desarrollar una teoría de la democracia que contribuya a mejorar (o a

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eliminar de raíz) las diferencias sociales, la desigualdad y la injusticia que dominan las sociedades capitalistas» (Torres, 2006:134).

n Formación ciudadana por la identidad nacional

La identidad nacional es la forma más importante de solidaridad territorial basada en los principios de un único estado-nación, el sentimiento de patriotismo y una herencia cultural común. Las identidades son construcciones sociales con bases materiales e históricas. En el marco pluralista, la identidad es entendida como el signo referencial de un conjunto establecido de costumbres, prácticas y significados, una herencia duradera, una categoría sociológica fácilmente identificable y una serie de experiencias o rasgos compartidos:

«El concepto de ciudadanía se debe apartar de las formas de patriotismo designadas para subordinar a los ciudadanos a los estrechos imperativos del Estado. La ciudadanía vista de este modo, se convierte en un proceso de diálogo y compromiso arraigados en una creencia fundamentada en la posibilidad de vida pública y en el desarrollo de formas de solidaridad que permitan a la gente reflejar y organizar el poder del Estado, con el fin de criticarlo y restringirlo, así como derrocar relaciones que inhiben e impiden la realización de la humanidad» (Torres, 2006:152).

Desde este concepto se busca desarrollar una forma de ciudadanía que lleve no sólo a la eliminación de las prácticas sociales opresoras sino también a la estructuración de las relaciones sociales no enajenantes, cuya meta sería la de

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ampliar y fortalecer las posibilidades inherentes a la vida humana.

n Formación ciudadana por un pensamiento crítico

Necesitamos desarrollar políticas educativas en torno de una política de la diferencia, y la comunidad está llamada a tomar en serio la articulación de una moralidad que proponga un lenguaje de vida pública, de comunidad y de compromiso individual y social. A los estudiantes se les debe iniciar en un lenguaje de adquisición de facultades críticas y de ética radical que les permita pensar en cómo se debe construir la vida comunitaria en torno a un proyecto posible.

Los maestros deben proporcionar a los alumnos la posibilidad de interrogar distintos lenguajes o discursos ideológicos, conforme éstos se desarrollan en una gran variedad de textos y materiales que forman parte del plan de estudios, analizar las condiciones que hacen posible que los estudiantes comprendan las distintas lecturas que se pueden dar a un texto.

Para Paulo Freire todos los educadores críticos son también individuos que están aprendiendo no solamente de lo que los estudiantes saben, sino de cómo renovar una forma de autoconocimiento por medio de la comprensión de la comunidad y la cultura que constituyen activamente las vidas de sus alumnos.

Pedagogías que les permiten a los maestros afirmar sus propias voces, al tiempo que siguen siendo capaces de alentar a los alumnos a contar y volver a narrar sus relatos personales. Este

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principio pedagógico pone en tela de juicio cualquier forma de autoridad docente privilegiada que les niegue a los estudiantes la oportunidad de cuestionar sus suposiciones más básicas.

Los maestros, profesores y docentes en general sin los distingos en que han sido clasificados por el saber y el nivel o ciclo en que ejercen, deben trabajar con los padres y con las líderes de la comunidad, con el fin de lograr que las escuelas sean sitios donde se establezca un vínculo orgánico con las comunidades a las que dan servicio.

Trabajar con los padres y líderes políticos y comunales para lograr que intervengan más activamente en la escuela y el mejoramiento de la calidad de la vida escolar: trabajar cuestiones como el lenguaje que se debe emplear en la escuela, las partidas y recortes presupuestarios, el acceso diferencial a los recursos de la escuela, la política del plan de estudios, la regencia escolar y la reforma educativa. Trabajar, a fin de extender los vínculos específicos de las escuelas con la comunidad. Recurrir a grupos defensores de la juventud para que ayuden a los educadores y a los padres a reflexionar en cuestiones como drogas, violencia, embarazo.

Quienes buscan la emancipación intentan conseguir el poder y trabajar en solidaridad con una comunidad orientada hacia la justicia. Aquí la investigación crítica trata de mostrar las fuerzas que impiden que los individuos y los grupos puedan tomar decisiones que afecten crucialmente sus vidas. De este modo pueden lograr niveles mayores de autonomía y de acción humana. En el momento presente debemos ser cautos en el uso del término emancipación porque, como muchos críticos

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han señalado, nadie puede emanciparse completamente del contexto sociopolítico del que procede. Al mismo tiempo, muchos han utilizado el término para asignar la libertad que logra un individuo abstracto cuando accede a la razón occidental, esto es, cuando se vuelve razonable. Nuestro uso de emancipación en un criticismo en evolución rechaza cualquier utilización del término en el contexto (Giroux, 206:36).

El hombre que obedece a la razón no necesita de leyes ni de magistrados. La razón empieza allí donde cesan los discursos ordenados con el objetivo de tener razón, allí donde se reconoce la igualdad: no una igualdad decretada por la ley o por la fuerza, no una igualdad recibida pasivamente, sino una igualdad en acto, comprobada a cada paso por estos caminantes que, en su atención constante a ellos mismos y en su revolución sin fin en torno a la verdad, encuentran las frases apropiadas para hacerse comprender por los otros.

La igualdad e inteligencia son términos sinónimos, al igual que razón y voluntad. «No se trata de crear sabios. Se trata de levantar el ánimo de aquellos que se creen inferiores en inteligencia, de sacarlos del pantano donde se estancan: no el de la ignorancia, sino del menosprecio de sí mismos, del menosprecio en sí de la criatura razonable. Se trata de hacer hombres emancipados y emancipadores» (Ranciere, 2003:132).

La justicia e igualdad social son las metas de la pedagogía social crítica: la reivindicación de los derechos, la equidad e igualdad de género, la libertad de expresión, el derecho a la palabra y con ella la participación. ¿Está la universidad formando dentro de alguno de estos lineamientos? ¿Tiene los

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espacios, los educadores y los alumnos que necesitamos en esta corriente de pensamiento? Dejamos estos planteamientos para el debate acerca de los profesionales que está formando nuestra universidad colombiana.

n Formación ciudadana por el ejercicio pleno de la autonomía

La función de los educadores no se reduce a la selección, programación y transmisión de unos contenidos determinados, sino que debe procurar que la acción educativa se oriente por principios democráticos para estimular el aprendizaje entre iguales y superar determinadas prácticas de dominación.

Para Freire nadie es sujeto de la autonomía de nadie; por otro lado, nadie madura de repente a los veinticinco años, las personas van madurando todos los días, o no. La autonomía, en cuanto maduración del ser para sí, es un proceso, es llegar a ser. No sucede en una fecha prevista. En este sentido, una pedagogía de la autonomía tiene que estar centrada en experiencias estimuladoras de la decisión y de la responsabilidad, valga decir, en experiencias respetuosas de la libertad. «Una cosa me parece hoy mucho más clara: nunca tuve miedo de apostarle a la libertad, a la seriedad, a la solidaridad, en cuya lucha aprendí el valor y la importancia de la rabia… Nunca temí a ser criticado» (Freire, 2006:103). El respeto a la autonomía y a la dignidad de cada uno es imperativo ético y no un favor que podemos o no concedernos unos a los otros… La autonomía que forma parte de la propia naturaleza educativa.

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n Formación de ciudadanía en lo ambiental y ecológico

Pasamos por una gran crisis eco-ambiental, la gran amenaza de los agujeros causados por el deterioro de la capa de ozono, la gran erosión por la explotación sin control de los recurso naturales, la extinción de la fauna y la flora, problemáticas que no pueden estar desarticuladas de los currículos de formación, sea cual sea el profesional que se quiera formar. Primero se requiere un ser humano consciente de la importancia de preservar y cuidar el medio ambiente en esta gran casa global que se llama tierra, y la cual habitamos todos; y luego, el profesional que desde su saber hace aportes significativos a la calidad de vida del género humano a través de la ciencia y la tecnología.

Los problemas actuales, incluso los ecológicos, son provocados por nuestra manera de vivir; y nuestra manera de vivir es inculcada por la escuela, por lo que ella selecciona o no selecciona, por los valores que trasmite, por los currículos, por los libros didácticos. «Urge que asumamos el deber de luchar por los principios éticos fundamentales, como el respeto a la vida de los seres humanos, a la vida de los demás animales, a la vida de los ríos y de los bosques» (Freire, 2003).

Las pedagogías clásicas eran antropocéntricas. La eco-pedagogía parte de una conciencia planetaria: géneros, especies, reinos, educación formal, informal, no formal. Ampliamos nuestro punto de vista de una visión antropocéntrica a una conciencia planetaria y a una nueva referencia ética. Por eso la escuela ciudadana, orientándose por una eco-pedagogía, por una pedagogía de la tierra, debe también ser entendida

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como una alternativa para la construcción de una sociedad sostenible (Gadotti, 2006:57).

n Formación ciudadana en política

Como bien lo expresaba Morin (2009) «para hablar de ética y política, habría que preguntarnos por las fuentes de la ética y hay dos fuentes inseparables: se llaman solidaridad y responsabilidad ¿por qué inseparables? Porque cuando usted se siente solidario con los otros, con su comunidad, entonces es evidente que se siente también responsable; es evidente, también, que se siente solidario».

La política, como el arte de gobernar, es una actividad que puede ejercer todo ciudadano mientras prime el bien colectivo sobre el individual, mientras haya un reconocimiento de los ideales de quien lo nombra para ejercer en su nombre y por mandato constitucional aquello que se le ha delegado. La formación en ciudadanía política nos reconoce como ciudadanos frente a un Estado que demanda obligaciones y derechos; no solo la ciudadanía se representa y se legitima al elegir los representantes al gobierno ejecutivo o legislativo; va más allá, cuando la representación tiene que ver con la solución de problemas que nos competen y se tiene la oportunidad de participar en la toma de decisiones que vayan en beneficio de la comunidad de la cual hacemos parte como ciudadanos.

Bien claro lo tenemos muchos en Colombia: en la universidad no nacen las políticas pública, sobre educación. Las políticas públicas pareciera que siempre vinieran de los políticos, entendidos como sujetos que ejercen la política de un grupo

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que les representa y reconoce en los diferentes espacios de poder legislativo de la Cámara y Senado de la República. En otras universidades, caso de las inglesas, no hay nada que se apruebe en el parlamento sin que haya pasado por el aval en la universidad, que es la llamada a generar las políticas públicas en los diferentes campos del saber y la ciencia.

Bien lo expresaba Freire (2003:60): «La educación es una práctica eminentemente política; de allí la imposibilidad de implementar una pedagogía neutra. En el fondo, no hay neutro. Para mí ésta es una pelea política. Y uno de los problemas que debemos afrontar hoy es cómo comunicarnos con las grandes mayorías que ahora se encuentran divididas en minorías y que no se perciben a sí mismas como mayorías. Hay que reinventar los caminos de la comunicación, de la intercomunicación. Coincidiendo con Habermas, no tengo duda de que la cuestión de la comunicación es esencial en este fin de siglo». El diálogo es el primer paso de acercamiento entre los hombres para poder comunicarse, reconocerse entre ellos, para poder entender y resolver sus problemas que a veces los unen o los diferencian.

Nos preocupa lo que expresaba Moncayo (2008:37) en la audiencia en el Senado de la República, por la defensa de la calidad de la universidad pública: «Ha desaparecido la autonomía real y la posibilidad de una relativa independencia de los gobiernos universitarios para detener las políticas del Estado y para oponerse a ellas. Las universidades públicas han sido derrotadas, han sido vencidas, están condicionadas, sus recursos tienen que someterse a las orientaciones estatales». Si tenemos una universidad carente de autonomía

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administrativa, financiera y académica, ¿cómo podrá formar en autonomía a sus profesionales si es algo que no ejerce a nivel institucional? Es bastante difícil lograrlo en la formación de sus nuevos profesionales, cuando los profesores y estudiantes universitarios son sometidos, por ejemplo, a los currículos rígidos y poco flexibles que tenemos.

n Formación ciudadana para la tolerancia

Para Freire (2007) «la tolerancia verdadera no es condescendencia ni favor que el tolerante le hace al tolerado. Más aún, en la verdadera tolerancia no hay propiamente el o la que tolera y el o la que es tolerado; ambos se toleran […] La tolerancia auténtica demanda de mí que respete al que es diferente, sus sueños, sus ideas, sus opciones, sus gustos, que no lo niegue sólo porque es diferente. Lo que la tolerancia legítima termina por enseñarme es que, por medio de su experiencia, aprendo con el diferente […] En este sentido, la tolerancia es una virtud que debe ser creada y cultivada por nosotros, mientras que la intolerancia es una distorsión viciosa. Nadie es virtualmente intolerante, así como nadie es viciosamente tolerante».

Uno de los problemas que desde hace décadas nos acompaña es la lucha por el poder de unos grupos o partidos, donde la violencia de los grupos armados ha generado muchas injusticias cuando se violan los derechos humanos de la población colombiana sin distingos sociales. Posiblemente podemos encontrar respuestas diferentes a la confrontación armada, que nos lleven a una convivencia y participación social de todos los ciudadanos. Pero bajo qué criterios y a quiénes asignamos esta responsabilidad, si no es a la educación, con

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criterios de participación real de la comunidad educativa, acompañada de equidad y justicia social, alejada de la pobreza, el desempleo y el hambre que cubre a un alto porcentaje de la población. Si bien sabemos que la educación es uno de los ejes de desarrollo de cualquier nación, ¿cómo emprender políticas educativas que nos ayuden a salir de este marasmo de violencia?, ¿cuántas generaciones entonces necesitamos para tener una Colombia en paz? Posiblemente tres, dirán unos, o cuatro, dirán otros; porque la tolerancia para la convivencia, en el reconocimiento de las diferencias y respeto del otro, parece que no convive en nuestro territorio.

Para Freire, la tolerancia es una virtud de convivencia humana, como cualidad básica que debe ser forjada por nosotros y aprendida por la asunción de su significado ético: la cualidad de convivir con el diferente.

n Formación ciudadana para una democracia cognitiva

Del conocimiento se dice que es el poder de los hombres sobre los otros hombres cuando les cubre el manto de la ignorancia. La universidad tiene como misión producir conocimiento, el cual debe generarse desde el preescolar promoviendo el deseo por investigar, por la pregunta, por la incertidumbre cuando se piensa en el futuro. Considerando que existe un gran vacío por el conocimiento desde el preescolar hasta la universidad, se constata con la poca creatividad y criticidad con que llegan los estudiantes a la universidad, la cual en nuestro contexto latinoamericano poco conocimiento produce en comparación con universidades de otros países que piensan en la importancia del poder desde el conocimiento y en la necesidad imperiosa

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de mantener una financiación que le permita llegar hasta las necesidades básicas de sus ciudadanos.

Guzmán (2008) nos llama a una democracia cognitiva donde el conocimiento se pueda producir desde la escuela, algo que no se ha logrado dada formación de los maestros. «El conocimiento es la materia de trabajo de los maestros. Pero no ha servido, hasta ahora, para promover la construcción de un pensamiento crítico en los alumnos, tampoco en los propios docentes. El problema consiste en que se concibe el conocimiento a la manera tradicional, es decir, como un cúmulo de datos y de información que no tiene una relación significativa con la vida de los alumnos y su contexto socio-histórico-cultural […] La única alternativa realmente efectiva que les queda es la de asumir una conciencia lúdica sobre las condiciones en que se llevan a cabo cotidianamente los procesos de enseñanza aprendizaje. Habría que elaborar un método que permita la autogestión cognitiva, es decir, que sean los propios maestros los que se encarguen de indagar las condiciones en que se encuentran las escuelas y que sean ellos, al mismo tiempo, los que hagan el diseño de las alternativas de solución y las lleven a la práctica».

Vuelve entonces el debate que se plantea desde la década de los 60, cuando se miró la escuela como un lugar que no produce ciencia, se cuestionó su viabilidad y se pensó en otra alternativa, algo que también nos preguntamos hoy con la Universidad colombiana, ¿Qué hacemos para producir conocimiento, ciencia y tecnología desde el preescolar hasta la Universidad, que nos ayude a salir del estado de dependencia económica, política y cultural a que nos someten hoy la globalización y los gobiernos neoliberales?

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3. LA FORMACIÓN HUMANíSTICA

Incluir a los estudiantes en la idea de libertad de educación es aún más importante que incluir a los docentes o al menos lo sería si fuese posible separar las dos cosas. La libertad de los docentes

es una condición necesaria para la libertad de aprendizaje por parte de los estudiantes.

John Dewey

3.1. LA UNIVERSIDAD qUE TENEMOS y DEbEMOS

En el nuevo Plan de Desarrollo de la Universidad de Antioquia, la defensa de la educación pública se materializa cuando se quiere ser consciente de los retos que el futuro le plantea a la Institución, al pretender fomentar en todos los miembros de la comunidad universitaria una defensa responsable de la autonomía y el carácter público de la universidad.

Hoy queremos una universidad comprometida con una formación humanística y científica de excelencia, que le permita preparase para asumir los cambios que se producen

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en la sociedad, y revisar estructuras y métodos de enseñanza-aprendizaje hasta encontrar un modelo que responda a los nuevos requerimientos. Modelo que se plantea desde los diferentes saberes y áreas de formación alrededor de un trabajo colectivo que deje ver un compromiso.

La Constitución Política (artículos 2, 3, 67, 70 y 79) también piensa en una universidad con una formación social y humanística que pudiera acercar la ciencia a la canasta familiar, cuando llama a todos sus ciudadanos a participar en la construcción del futuro de la nación, con estrategias como la formulación de políticas públicas de interés regional, nacional e internacional; por ejemplo, la acción estratégica de implementar el Plan de Desarrollo Cultural de la Universidad.

Ahora la dinámica política regional se caracteriza por la creciente democratización de las relaciones gobierno-sociedad y la mayor participación social en el manejo de los asuntos políticos. Los esquemas de gobierno y gestión pública son hoy más abiertos, incluyentes y participativos mediante la implementación de estrategias como las asambleas constituyentes y ciudadanas en los órdenes regionales y municipales, y de otros espacios creados para la rendición de cuentas y definición participativa de políticas públicas.

Son muchas y diferentes las observaciones cuando vienen los expertos de afuera y nos hablan de distintos ejercicios de planeación estratégica realizados en la región. Ellos coinciden en señalar la necesidad de articular los distintos agentes que tienen que ver con la generación y la aplicación

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del conocimiento, entre ellos la universidad y la sociedad, en un sistema de investigación científica y desarrollo tecnológico muy diferente al nuestro.

Entre los retos que tiene la educación superior, la universidad se exige cada vez más la formación de profesionales comprometidos con el desarrollo económico y social, por lo que la educación superior tiene el compromiso de contribuir a la formación de capacidades sociales y a la construcción de ciudadanía. Miremos el caso del profesor universitario y exrector de la Universidad Nacional Antanas Mockus, quien logró bajar los altos índices de mortalidad de la capital colombiana con un modelo pedagógico, social y humanístico dirigido a llamar la atención sobre la prevención social y la solución de problemas de convivencia. Cómo lo hizo y qué profesionales le acompañaron, es también una buena pregunta para responder y ponderar el liderazgo de un Estado de bienestar, un Estado social de derecho que debe brindar mínimamente a sus ciudadanos y ciudadanas, salud, educación y una vivienda digna.

La universidad debe prepararse para asumir los cambios que se producen en la sociedad y revisar sus estructuras y métodos de enseñanza-aprendizaje hasta encontrar un modelo que responda a los nuevos requerimientos.

En la interacción universidad-sociedad se torna también inaplazable la consolidación de política institucional, formas organizativas y soportes académicos que le den pertinencia y visibilidad a la acción universitaria como expresión de un proyecto académico integral, que busca incidir positivamente en la transformación de la realidad social.

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Aquí cobra sentido el esfuerzo constante por el fomento de alianzas entre dependencias universitarias y la creación de grupos interdisciplinarios con capacidad de articulación interinstitucional e intersectorial, y de afrontar lecturas e interpretaciones más complejas de la realidad, para lo cual se requiere consolidar el sistema universitario de extensión, donde se desprende otra estrategia como es la participación en la formulación de políticas públicas de interés regional, nacional e internacional, combinando con otra estrategia como es el de implementar el Plan de Desarrollo Cultural de la Universidad.

Con la renovación de la vida se realiza, en el caso de los seres humanos, la recreación de las creencias, los ideales y las esperanzas, la felicidad, las miserias y las prácticas; se comienza entonces un proyecto de vida que es acompañado, en primer lugar, por los padres, continuado por la escuela y luego por el contacto con la comunidad y el Estado como responsable de su formación ciudadana, cuando se habla de formación humana (Dewey, 1997). La educación, en su sentido más amplio, es un medio para la continuidad de la vida. La universidad, para nuestro caso, tiene que ver con su profesionalización, su formación ética y de valores cuando se habla de un ciudadano formado en lo público, reconocedor de unos derechos y unos deberes cuando se asume como ciudadano colombiano.

La educación, y con ella las escuelas, son en efecto un método importante de la transmisión que forma las disposiciones de los seres inmaduros, en este caso los niños y jóvenes, unos en la escuela y los otros en la universidad, pero es también

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un medio donde se conjugan otros espacios de formación como lo es la familia, el contacto con sus pares, los medios de comunicación y demás espacios extraescolares.

Para nuestro caso, estamos hablando de un ser humano que se debe formar desde la ética, para que pueda compartir con sus iguales en las desigualdades, la sensibilización del ser humano frente a la injusticia y la inequidad reinantes en este mundo de mundos, que hoy se materializa con la llamada globalización y la implementación de las nuevas tecnologías.

Formar en valores de solidaridad y en una ética de responsabilidad en relación con sus obligaciones exige ineludiblemente a hablar de los profesores que forman en las universidades y el gran vacío de los currículos con que se forman estos profesionales carentes de un gran sentimiento humano de solidaridad, tolerancia, respeto y fraternidad, valores que nos legó la época de la ilustración cuando habló de fraternidad, igualdad y libertad.

En realidad la vida social no exige señalar y aprender para su propia permanencia, sino que el mismo proceso de convivir educa. Éste amplía e ilumina la experiencia, estimula y enriquece la imaginación, crea responsabilidad, respeto a la precisión y la vivacidad de expresión del pensamiento.

Las políticas educativas en el primer Plan Decenal se centraron en la educación básica, formación ciudadana, una educación parvularia desde el preescolar hasta el grado noveno. Este Plan Decenal demarcaba políticas regionales y nacionales alrededor de una educación con cobertura de calidad, reconocimiento

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a las diferencias, a los derechos humanos, la educación ambiental, la democracia y participación, las competencias ciudadanas, olvidando un sistema educativo integrado desde el preescolar hasta la universidad, resaltando el papel e importancia de la educación formal. Y a pesar de que la Ley 115 de 1994 (Ley General de Educación) legislaba sobre la educación no formal e informal, ésta continuaba dentro de un limbo jurídico al no reglamentar ni promover políticas que permitieran pensar un sistema educativo único y plural dentro de la diversidad y la inequidad.

La educación superior se asumió solo como un nivel para el desarrollo de la ciencia y el conocimiento, como un espacio exclusivo para la investigación y formación de profesionales que dieran solución y respuesta a los problemas de un país multiétnico y pluricultural carente de ciencia y tecnología, reto que aún no se ha superado.

El sistema educativo colombiano requiere de educadores comprometidos con el proyecto de nación, cuya formación no es solo responsabilidad de las instituciones formadoras, caso de las escuelas normales superiores y las facultades de educación; también compete a la educación superior cuando forma profesionales que luego van a ser profesores desde las diferentes áreas del conocimiento (ciencias exactas y naturales, sociales y humanas).

Es un reto del nuevo Plan Decenal buscar una verdadera unión orgánica de los diferentes niveles (preescolar, básica, media y universidad) que se pregunten y respondan todos por el conocimiento, la ciencia, la educación y el desarrollo

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de un país que busca una educación como pilar de desarrollo social.

La formación de profesionales y académicos científicos, también corresponde a la comunidad científica y académica, que no solo encontramos en la educación superior. Recordemos cómo las empresas privadas con sus centros de investigación, ciencia y tecnología han liderado los grandes avances en las últimas décadas, ejemplo de ello la gran revolución de las comunicaciones a nivel mundial.

El nuevo Plan Decenal tiene un gran reto y compromiso frente al país, como es el de construir un gran mapa de la educación colombiana que pueda visualizar y reconocer sus instituciones, sujetos y discursos para fortalecer el disperso sistema educativo nuestro.

Uno de los eslabones que permite avanzar en una propuesta de integración de los diferentes niveles del sistema educativo colombiano es el maestro con los diferentes apelativos cuando se le reconoce por su saber o su arte. El profesor por sus funciones de enseñante en la educación básica, el docente y catedrático por su saber que produce y reproduce en el nivel superior; a este eslabón, que es el sujeto que deambula por los diferentes espacios del sistema educativo, hay que dignificarlo en su profesión docente, no solo resaltando su dignidad profesional con unos buenos salarios que le permitan vivir dignamente, sino también brindándole la posibilidad de acercarse a la ciencia y las nuevas tecnologías por medio de la investigación. Dignificarlo académicamente brindándole una educación continua y permanente, con espacios para interactuar

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con sus colegas en los planos regional, nacional e internacional; dignificarlo en su plan de trabajo para que pueda ejercer la investigación y la extensión, uno de los puntos nodales de encuentro de la profesión docente con el conocimiento y la ciencia en el sistema educativo colombiano.

Finalmente, tengamos presente que requerimos de una cultura que entienda que la globalización y las nuevas políticas neoliberales que actualmente rigen nuestros países latinoamericanos, no pueden hacernos olvidar nuestra ciudadanía, nuestra cultura y nuestras regiones con su diversidad y pluriculturalidad. Comprender el nuevo rol de ciudadanos planetarios, sin olvidar nuestro deber de patria, es uno de los grandes retos que tiene la educación superior en la formación de sus profesionales cuando ejercen su quehacer desde la investigación, la docencia y la extensión.

Vivir en sociedad: esencia del ser humano, de acuerdo con las orientaciones de la Unión Europea. El pilar de la educación del siglo XXI ha de ser «aprender a vivir juntos». En sus políticas educativas de desarrollo sostenible la Unesco propone cuatro pilares básicos para la educación: aprender a aprender, aprender a ser, aprender a hacer y aprender a convivir. Para Morin (1999), enseñar la condición humana, la identidad terrenal, la comprensión y la ética del género humano se constituye en un saber necesario para la educación del futuro. Es decir, la educación ha de facilitar a los ciudadanos las competencias sociales necesarias para descubrir la realidad y los derechos del otro, y para participar en proyectos comunes.

Lo anterior implica la búsqueda de la forma de vivir en sociedad desde la perspectiva de los derechos humanos, y de

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la manera de viabilizar estos derechos a partir de la formación en valores de los ciudadanos para una sana convivencia que redunde en el bienestar general de sus comunidades. Y en este adaptarse a las nuevas circunstancias que presenta la modernización de la sociedad, bajo el impulso combinado de la industrialización, la urbanización y la globalización de los mercados y las comunicaciones, preservando a la vez el sentido del bienestar general, aparecen siempre los valores esenciales de la convivencia humana, la identidad de los grupos y las naciones, un orden público de responsabilidades compartidas, un correcto ejercicio de las libertades, y la disciplina social requerida para el desarrollo y el despliegue de la creatividad.

Etimológicamente, el origen de la palabra convivencia es con-vivere que significa «vivir en compañía de otros», «cohabitar». El concepto de convivencia da cuenta de un fenómeno propio, aunque no exclusivo del ser humano: el convivir o el vivir con. La existencia humana se lleva a cabo inevitable e inexorablemente dentro de este contexto, en razón de nuestra ausencia de autosuficiencia. La autonomía será siempre para el ser humano una utopía, la cual perseguimos y buscamos, pero que nos es inalcanzable a causa de nuestra esencia fracturada, fragmentada y limitada.

El despliegue de lo humano no es posible sino en la convivencia, pues en ella se da el acto inicial constitutivo del lenguaje, mediante el cual comenzamos a transitar desde lo puramente animal o instintivo hacia lo humano, volitivo e intencional, es decir, hacia grados crecientes de libertad. Y aquí es donde surge la paradoja: para liberarnos de nuestra

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condición instintiva, de nuestras pasiones o pulsiones incontrolables debemos transitar a través de la convivencia aprendiendo con otros y de ellos a autolimitarnos, para poder así alcanzar mayores grados de libertad tanto personal como colectiva. Vale decir que la existencia del límite nos permite desarrollar el control sobre nosotros mismos y dar a nuestro existir un propósito que nos conduzca hacia alguna dirección, en algún sentido. Y es justamente este elemento restrictivo y liberador a la vez, el que hace posible que comencemos a ejercer nuestra voluntad y libertad, es decir, nuestro albedrío. No es posible, por tanto, sin este aspecto restrictivo que nos impone la «convivencia», que lo humano pueda constituirse (Elizalde y Donoso, 2000).

La sociología define la sociedad como un conjunto de individuos entre los cuales existen relaciones organizadas y regidas por una autoridad. Pero, como dice Morin, la sociedad es algo más: nuestra sociedad moderna es una mezcla de coacciones exteriores y de tendencias interiores unificadoras. En otras palabras, en nuestra sociedad coexiste un tejido social de intereses económicos y técnicos que oponen y asocian al mismo tiempo a sus miembros junto a los aspectos de comunidad, que otorgan a esa sociedad un cierto sentido mítico. Estado, leyes, policía, padres, cultura, historia, moral, costumbres, etc., ejercen la función de coacciones exteriores y de tendencias interiores unificadoras.

En nuestras complejas sociedades, la educación es responsabilidad de toda la sociedad. Es resultado de las instituciones y de las formas de relación. Los políticos son principalmente educadores, decía Platón; la ley es un factor

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educativo; las ciudades posibilitan o limitan la educación de sus ciudadanos y la economía tiene más influencia pedagógica que la misma escuela o la política social. La cultura, el deporte y los espectáculos son también factores pedagógicos. Y los medios de comunicación inciden en cualquiera de nuestros educandos tanto o más que el sistema escolar. La educación en lo social humanístico en las universidades, no es solo de las facultades de educación o ciencias sociales.

Para Freire (2001b), es imperativo reexaminar el papel de la educación, que sin ser hacedora de todo, es un factor fundamental en la reinvención del mundo. La educación como proceso de conocimiento, formación política, manifestación ética, búsqueda de la belleza, capacitación científica y técnica, es prácticamente indispensable y específica de los seres humanos en la historia como movimiento, como lucha. La historia como posibilidad no prescinde de la controversia, de los conflictos que, por sí mismos, generarían la necesidad de la educación.

La identidad es la fuente que da sentido a nuestra vida en sociedad, pero ¿qué sucede cuando para muchos de los ciudadanos existe una pluralidad de identidades? En principio, tal pluralidad puede ser una fuente de conflictos. Las instituciones educativas y sociales pretenden construir, interiorizar y dar sentido a las identidades, pero solo se convierten en auténtica identidad cuando las interiorizan.

Muchas de las acciones educativas escolares y sociales dirigidas a los ciudadanos procedentes de otras culturas son de resultados dudosos porque generalmente, la construcción

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de la identidad se genera a partir de las relaciones de poder. Si el ser humano no es dueño de su identidad, sino que ésta le viene o adviene del exterior, la educación social no puede permanecer al margen; de hecho, nunca lo hace.

Una intervención educativa respetuosa con la identidad de los educandos debe contemplar la identidad legitimadora (introducida por las instituciones dominantes), la identidad de resistencia (generada por los ciudadanos que perciben que su identidad de origen se considera devaluada frente a la identidad legitimadora) y la identidad de proyectos (resultado de la cultura de origen que, en contacto con las otras identidades dan sentido a la construcción de una nueva identidad)15.

Para las personas que proceden de otras culturas y que intentan construir una nueva identidad, es importantísimo no sentirse obligadas a renunciar a su cultura de origen por decreto. Cuando así se actúa, la «educación en la interculturalidad» es una expresión, no una realidad. La educación social está obligada a iniciar toda acción intercultural a partir de un supuesto previo: el respeto a la cultura de origen del ciudadano. Si queremos poner freno a la actual tendencia a la desigualdad y a la polarización social, sólo cabe una estrategia: las políticas públicas. Y dentro de ellas tendrá cada día mayor protagonismo la educación social, principalmente,

15 Dado que la identidad es siempre un problema relacionado con el poder. Manuel Castell diferencia tres formas de construir identidad: identidad legitimadora, identidad de resistencia e identidad de proyecto. El poder de la identidad, de la trilogía publicada en 1997-1998 con el título genérico de la era de la información. Economía, sociedad y cultura. Alianza. Editorial. Madrid.

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si ésta es capaz de detectar correctamente las necesidades de todos o aquellos que se ven obligados a construir una nueva «identidad».

Pensemos, por ejemplo, en los medios de comunicación, en el deporte, la convivencia, en el conflicto, en la violencia, entre otros; espacios todos ellos de vital importancia en nuestra sociedad y a los que por miopía pedagógica la educación no ha aportado su reflexión y, menos todavía, su intervención. Algunos de ellos podrán parecer poco importantes en comparación con otros temas; el deporte pudiera parecer un tema «débil» en comparación con los espacios de educación especializada. Pero, como decía Albert Camus al recordar sus años de futbolista en Argelia, «lo mejor que sé sobre moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol». El deporte, como rasgo distintivo del hombre, es un factor de prevención social, un recurso de integración y una de las actividades más socializadoras si se sabe diseñar correctamente.

3.2. LA EDUCACIÓN SOCIAL HUMANíSTICA

La educación social humanística nos llama a reflexionar acerca de la «intervención», dónde se realiza, por qué se hace de una manera y no de otra; y, lo que es más importante, a preguntarnos por las causas que generan los problemas humanos y cómo trabajar en el campo de la prevención.

Para el caso del «conflicto social», es necesario indagar por los comportamientos generados allí, que habitualmente

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conducen a la inadaptación y marginación social escolar, y a la imposibilidad de obtener la educación formal y otros beneficios que otros sectores de población más privilegiados logran recibir.

Lo social no debe mirarse como un simple adjetivo en el contexto general de la Educación. Es más bien un conjunto de espacios donde el educador como profesional debe aportar sus saberes de acuerdo con las necesidades sentidas de sus poblaciones, facilitando para ello la integración de las personas a la sociedad.

De todo lo anterior se desprende que sería una imperdonable irresponsabilidad pensar que el futuro de la educación es un problema para discutir sólo entre pedagogos o educadores. En nuestra sociedad, hablar de educación es referirse a la política, a la salud, al ocio, a la economía, al trabajo, a la producción y a la socialización. Sería una puerilidad, pues, dar una solución exclusivamente pedagógica a un problema cuya esencia es de carácter político-social.

El punto de partida conceptual de la propuesta se centra en la comprensión y desarrollo de una educación que promueva la capacidad de interrogación entre el hombre y la mujer, en el ejercicio de su libertad; para ello se vuelve un sistema abierto de lenguajes horizontales, ubicados en el entorno de las relaciones sociales en diferentes contextos que han adquirido la forma de comunidad. El proceso educativo deja de privilegiar la enseñanza como mecanismo impositivo, pasando a un propósito, donde más importante que el conocimiento y las prácticas de poder que se suscitan desde el saber, es

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el de crear ambientes donde se posibilita la «entrada al conocimiento».

La escuela y los contextos sociales están tentados a modernizarse sin que sus prácticas pedagógicas adquieran la forma de «trabajo creador», para seguir siendo el universo de propósitos y voluntades impuestas para su reproducción; o, en palabras de Levi-Strauss: «Nuestros hijos nacen y crecen en un mundo hecho para nosotros que se adelanta a sus necesidades, que previene sus preguntas y les anega en soluciones». A pesar de las «molestias» que introduzcan la escuela y los contextos sociales, no será suficiente si ella misma no se encarga de volver a pensar sus relaciones, tanto en su interior, como con la sociedad. En este ejercicio que supone la construcción de nuevos puntos de partida, aparece la posibilidad de ir perdiendo nuestros gustos y amores por la enseñanza para ir ganando en el proceso de formación. Estos son componentes básicos que permiten la generación de contextos de aprendizaje y la creación de procesos de elección que ejercitan la libertad, autonomía, creatividad e iniciativa escolar.

Digámoslo en palabras de Savater (1995:99): «Todos los buenos maestros conocen su condición potencial de suicida: imprescindible al comienzo, su objetivo es formar individuos capaces de prescindir de su auxilio, de caminar por sí mismos, de olvidar y desmentir a quienes les enseñaron. La educación es siempre un intento de rescatar al semejante de la fatalidad zoológica o de la limitación agobiante de la mera experiencia personal. Proporciona, a la fuerza, algunas herramientas simbólicas que luego permitirán combinaciones inéditas y

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derivaciones aún inexploradas. Es poco, es algo, es todo, es el embarque irremediable en la condición humana».

En esta misma dirección, Rousseau responde a la pregunta sobre la religión en la que Emilio debe ser educado; su respuesta llena de contenido racionalista apunta en varias direcciones hacia la constitución de ambientes de aprendizaje: «En primer término, la decisión no debe cruzar el plano de la autoridad porque carece de autonomía; en segundo término, la opción niega el ejercicio de la enseñanza para convertirse en decisión única y exclusiva, no de Emilio sino de lo que éste ‘pudiera aprender por su propia cuenta’; finalmente, establece su responsabilidad como ‘mayor de edad’, para que elija aquella que le conduzca al mejor uso de su razón» (Rousseau, 1978:393). ¿Cuál sería y dónde se originaría una episteme del conocimiento en el desarrollo del ser humano?

3.3. EL HOMbRE, SER EDUCAbLE

La educabilidad es una posibilidad, es una categoría humana. Posibilidad, porque significa la viabilidad del proceso educativo y afirmación de que la educación es factible. Categoría humana, por cuanto predica del hombre cualidades: histórico, sociable, perfectible, educable. Entre todas esas categorías humanas la educabilidad es la más esencial de todas. La educabilidad recibe a veces el nombre de formatividad.

Educabilidad significa cualidad específicamente humana o conjunto de disposiciones y capacidades del ser humano,

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básicamente de su plasticidad y ductilidad, que le permiten recibir influencias y reaccionar ante ellas, con lo que elabora nuevas estructuras espirituales que lo personalizan y socializan.

La educabilidad es categoría, cualidad o nota específica del hombre. Esta categoría es un conjunto de disposiciones y capacidades del ser humano entre las que se destacan: la plasticidad y la ductilidad. En cuanto a la plasticidad, todo cuanto afecta al hombre se hominiza porque el ser humano lo convierte en suyo mediante la vivencia. El hombre sería menos hombre si sólo estuviese bajo el empleo de las leyes del desarrollo espontáneo natural; sin embargo, la educabilidad le permite enriquecerse elaborando nuevas estructuras espirituales que lo engrandecen como individuo y como miembro de una comunidad, es decir, personalizándolo y socializándolo.

La educabilidad perfecciona lo específicamente humano: sus capacidades de pensamiento, inteligencia, razón y evolución; son la explicación última de esta posibilidad humana lo que explica el poder de adquisición de saberes y de perfecciones éticas o virtuales. La educación hoy sólo se preocupa por la enseñanza, y todo inicia y termina en la enseñabilidad de los saberes; he aquí la falla de las teorías pedagógicas. La educabilidad es un hecho educacional admitido por los teóricos desde que Sócrates defendió la comunicabilidad de los saberes y la posibilidad de aprender el bien para necesariamente practicarlo.

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La educabilidad es tan importante como la enseñabilidad en el contexto pedagógico, sólo que ella le abre el camino a la enseñabilidad durante toda la existencia del hombre.

La educabilidad individual no puede separarse del contexto histórico, aunque de hecho puede actualizarse, pues el hombre concreto está en medio de las coordenadas espacio-tiempo, rodeado de una cultura específica en el seno de la cual cada hombre ha de realizarse por la vivencia y captación de valores predominantes en el momento y lugar que le condicionan. En términos aristotélicos, educabilidad es potencia, es radicalidad, el poder ser educado y la educación realizada es el acto de la perfección conseguida en un ahora. En términos sociopolíticos, educabilidad es la base del principio de igualdad, es una llamada a la responsabilidad, personalmente un proyecto de vida. Existencialmente, educabilidad es una llamada a la responsabilidad personal ante un proyecto de vida.

En Pedagogía Social la educabilidad tiene varias características, según Fermoso (1994). Es personal: una exigencia y un desarrollo personal irrenunciable, surge del manantial de la personalidad. Es intencional, es decir la posibilidad no está a merced de unas leyes naturales, sino que el sujeto es dentro de sí mismo, y dirige su vida y su viraje de acuerdo con unas metas o ideales que se autofija. Es referencial, porque no es fuerza ciega sino capacidad ilustrada, ella es teleológica. Es dinámica, pues la realización del programa existencial de cada hombre supone actividad y dotación de potencialidades que buscan pasar al acto. Y es necesaria, pues sin ella el hombre se verá privado de la posibilidad de actualización y socialización.

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Estos dos últimos procesos postulan la existencia de la educabilidad misma.

Lo que algunos filósofos han llamado «el problema del hombre» ha sido entendido a menudo como el problema de si «el hombre», los «hombres», la especie humana tiene o no una naturaleza, en el sentido de si tiene o no alguna propiedad que le pertenezca en exclusiva, que constituya su «esencia» y que por lo tanto permita distinguir en forma esencial y no sólo gradual entre el hombre y los demás animales especialmente los llamados «animales superiores». La respuesta es sí; y este sí se refiere a la educabilidad.

El hombre como ser biológico y orgánico es un ser educable, no domesticable como los demás seres biológicos y orgánicos. El hombre es un ser somatizado, enraizado en un cuerpo con el que forma una unidad indisoluble, hombre, espíritu, psiquismo, todo en uno y uno en todos. Su corporeidad es una categoría nueva, dotada de forma visible a través de la cual nos manifestamos a los demás y a nosotros mismos. ¿Cómo desconocerla?

El hombre es un ser con herencia y ambiente: el hombre en parte nace y en parte se construye. El hombre es un ser evolutivo, con pasado, presente y futuro. La temporalidad es categoría humana. Él construye su mundo y modifica su naturaleza, el hombre se las arregla con su mundo y con él se autorrealiza.

La evolución entendida dilogenéticamente, como evolución de la especie, es la base del proceso de hominización, pues se

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llegó a homo sapiens tras una larga cadena de transformaciones e incluso de cambios bruscos. En la evolución ontogénetica del individuo, el tiempo juega papel preponderante ya que la madurez no se alcanza, en tanto no se han superado los estadios inferiores en los que el hombre era menos evolucionado. El hombre es un hacerse continuamente, ¿acaso la pedagogía ha reflexionado sobre el hombre como ser para la muerte?

El hombre es un ser abierto y dialógico. Su ser dialógico le permite comunicarse con los demás y con el medio estimulante que le rodea. Su sexo es el medio más poderoso de comunicación y diálogo. El hombre tiene capacidades para descubrir curiosamente novedades y optar por ellas.

Es abierto por su inteligencia, porque su conocimiento no sólo es de las cosas concretas, sino que usa los conceptos como símbolos generalizables, es decir, además de adaptación y solución ante situaciones nuevas, está dotado con la capacidad de pensamiento que lo identifica como ser cognoscente. El hombre es un ser abierto por su libertad; libertad que es creadora, y sin ella se enrarece el hombre, el cual es iniciativa, originalidad, impulso, competencia, liberalidad y respeto.

El hombre es ser abierto como aprendiz. El aprendizaje es otro concepto para expresar el hecho de que el hombre es un ser práctico y abierto al mundo que puede mejorar su capacidad de realización partiendo de sus experiencias. El aprendizaje confirma la apertura humana porque la mezcla de conocimiento y conducta posibilita variedad en los estilos existenciales.

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3.4. EDUCAR EN VALORES SOCIALES y HUMANOS

Entre los muchos retos que se plantearon para la educación y que se plasmaron en la Declaración de la Conferencia Regional de la Educación Superior en América Latina y el Caribe - CRES 2008, tenemos los valores sociales y humanos de la Educación Superior, para lo cual se presentaron las siguientes recomendaciones:

* Es preciso hacer cambios profundos en las formas de acceder, construir, producir, transmitir, distribuir y utilizar el conocimiento. Como ha sido planteado por la Unesco, las instituciones de educación superior, y, en particular, las universidades, tienen la responsabilidad de llevar a cabo la revolución del pensamiento, pues ésta es fundamental para acompañar el resto de las transformaciones.

* Se reivindica el carácter humanista de la educación superior, en función del cual ésta debe estar orientada a la formación integral de personas, ciudadanos y profesionales, capaces de abordar con responsabilidad ética, social y ambiental los múltiples retos implicados en el desarrollo endógeno y la integración de nuestros países, y participar activa, crítica y constructivamente en la sociedad.

* Es necesario promover el respeto y la defensa de los derechos humanos, incluyendo el combate contra toda forma de discriminación, opresión y dominación; la lucha por la igualdad, la justicia social, la equidad de género; la defensa y el enriquecimiento de nuestros patrimonios culturales y ambientales; la seguridad y

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soberanía alimentaria y la erradicación del hambre y la pobreza; el diálogo intercultural con pleno respeto a las identidades; la promoción de una cultura de paz, tanto como la unidad latinoamericana y caribeña, y la cooperación con los pueblos del mundo. Éstos forman parte de los compromisos vitales de la educación superior, y han de expresarse en todos los programas de formación, así como en las prioridades de investigación, extensión y cooperación interinstitucional.

* La educación superior, en todos los ámbitos de su quehacer, debe reafirmar y fortalecer el carácter pluricultural, multiétnico y multilingüe de nuestros países y de nuestra región.

* Las instituciones de educación superior deben avanzar en la configuración de una relación más activa con sus contextos. La calidad está vinculada a la pertinencia y la responsabilidad con el desarrollo sostenible de la sociedad. Ello exige impulsar un modelo académico caracterizado por la indagación de los problemas en sus contextos; la producción y transferencia del valor social de los conocimientos; el trabajo conjunto con las comunidades; una investigación científica, tecnológica, humanística y artística fundada en la definición explícita de problemas a atender, de solución fundamental para el desarrollo del país o la región, y el bienestar de la población; una activa labor de divulgación, vinculada a la creación de conciencia ciudadana sustentada en el respeto a los derechos humanos y la diversidad cultural; un trabajo de extensión que enriquezca la formación, colabore en detectar problemas para la agenda de investigación y cree espacios de acción

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conjunta con distintos actores sociales, especialmente los más postergados.

* Es necesario promover mecanismos que permitan, sin menoscabo de la autonomía, la participación de distintos actores sociales en la definición de prioridades y políticas educativas, así como en la evaluación de éstas.

¿Dónde encontrar la universidad humanística que educa en valores sociales y humanos? La encontraremos en el ejercicio de la investigación, la docencia y la extensión como una triada inseparable o la seguimos mirando como la universidad napoleónica, en pequeñas islas, donde cada cual tiene reconocimientos dispares de acuerdo con las políticas estatales, perdiendo cada vez más su autonomía y credibilidad social.

También es preocupante que el actual gobierno solo se preocupe por la cobertura y la calidad de la educación, medida en las famosas pruebas de saber para la educación básica y los ECAES para la educación superior, pensando que el desarrollo humano puede estar supeditado a las clases de religión, educación cívica y competencias ciudadanas. La formación humanística no se puede mirar solo desde estos enfoques de cátedras, muchas veces aisladas de los currículos pertinentes y flexibles; la filosofía ha desparecido de los pénsum de la educación básica y superior, y son pocas las facultades que se preocupan por la formación de sociólogos profesionales.

Desde hace diez años, la universidad en su análisis diagnóstico concluyó que «el bienestar universitario no

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consiste solamente en garantizar las protecciones legales en salud y riesgos económicos. Éste debe posibilitar que los estudiantes provenientes de los sectores socioeconómicos más vulnerables, dediquen la mayor parte de su tiempo y energías a su formación, sin las angustias más protuberantes debidas a su condición; garantizar un ambiente seguro y favorable para la actividades culturales, artísticas, recreativas y deportivas y promover la salud espiritual, síquica y afectiva de los universitarios» (Universidad de Antioquia, 1996:48).

La universidad es un espacio de formación; en el momento actual la universidad se encuentra ante el dilema de si debe dedicarse a la formación de ciudadanos, cometido que en el pasado cumplió a cabalidad, o si por el contrario debe formar para la especialización de las funciones del mercado. Esta disyuntiva hace que las relaciones Universidad-Estado sean ahora altamente complejas. Ante ello, ha de afirmarse aquí la necesidad imperativa de formar personas en valores que, sometidos al complejo tamiz ético y filosófico del humanismo, puedan elevarse a la categoría de valores colectivos, valores institucionales y valores sociales.

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4. LA PEDAGOGíA SOCIAL EN LA FORMACIÓN DE NUEVOS PROFESIONALES

Nadie nace hecho. Nos vamos haciendo poco a poco, en la práctica social en que tomamos parte.

Paulo Freire

A comienzos del siglo XX se pensaba que los debates de reforma a la educación superior no podrían darse solo a nivel de la universidad sino también de la educación básica, porque es en esta educación primera donde se reciben los fundamentos básicos de la formación cognitiva, social y humanística.

Muy bien lo explicaba para su época Zuleta (2000:94), en palabras de uno de sus ponentes en el Congreso: «La reforma educacionista no podrá desarrollarse de manera amplia y fecunda si no se trata de abarcar a todos los ramos de la educación nacional; y para que se llegue a obtener un resultado satisfactorio en lo por venir es preciso proceder de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, al mismo tiempo.

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Queremos decir que es absolutamente indispensable reformar la universidad y paralelamente, reformar también los colegios de bachillerato y también las escuelas urbanas y las rurales y las escuelas y colegios de artes y oficios y todo, según un amplio programa, sabia y prudentemente integral y organizado que abarque todos los aspectos esenciales de nuestra vida nacional presente y futura. Sin la reforma universitaria, la escolar carecerá de una orientación ascendente y fecunda y sin la reforma escolar, la Universidad carecerá de bases firmes y adecuadas. Si la reforma no es integral y orgánica, todo esfuerzo que se haga será estéril e inútil».

En nuestro tiempo de globalización, enmarcado en políticas educativas también globales y lideradas por gobiernos neoliberales sobre todo para el tercer mundo o países dependientes económicamente, no se tiene claridad sobre la formación de formadores para la educación en todos sus niveles y ciclos de formación, representada en su sistema educativo; y pareciera que la universidad colombiana no se preocupara por la calidad de la educación básica, primer eslabón obligado para llegar a la educación superior.

4.1. LA EDUCACIÓN, y CON ELLA LA ESCUELA

Bien sabemos que la «escuela»16 no es el único espacio que genera conocimiento y saber. Encontramos educación en todas partes: en los medios masivos de comunicación,

16 El término «escuela» lo utilizamos para referirnos a la educación formal con sus diferentes niveles y ciclos de formación desde el preescolar hasta la universidad.

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en las manifestaciones artísticas y culturales, en los textos y libros, en las situaciones cotidianas que se convierten también en escuela, sin reconocimiento social, con el nombre de educación no formal e informal. En las diferentes manifestaciones culturales de los grupos sociales en que nos encontramos, para nuestro caso, una gran diversidad cultural y étnica nos recorre desde el norte hasta el sur, y desde el oriente hasta el occidente colombiano.

Al maestro se le ha reconocido fundamentalmente como el sujeto de la práctica pedagógica, pero en ella participan otros sujetos: funcionarios o intelectuales, agentes distintos del maestro, además del alumno, quien participa no como sujeto de saber. Al mismo tiempo la institución es pensada desde el discurso, es decir, la institución también se convierte en objeto de saber.

El maestro es un objeto de saber porque a él se le reconoce como generador de unas prácticas escolares y también sociales; sin embargo, su participación en el contexto social, político y cultural muchas veces se le ha negado; se le ha formado en un alto porcentaje para que trabaje dentro de la escuela y se limite a una instrucción mediada por modelos pedagógicos dirigidos en su gran parte a la enseñanza de los saberes de las ciencias exactas y naturales, sociales y humanas, entre otras, olvidando que su papel de enseñante a veces no le permite ganarse el reconocimiento de la comunidad académica por sus pocos aportes a la ciencia que representa.

La educación, y con ella la escuela, se constituye en lugar estratégico donde convergen todos los discursos de saber y

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poder que genera la ciencia; un lugar que se convierte en un campo de confrontación de poder cuando estratégicamente comienza la producción o reproducción de un saber con las diferentes reformas, innovaciones, planes y programas acordes, según se dice, con las necesidades sociales de las poblaciones, lo que muchas veces convierte al maestro en un sujeto con un discurso que no le pertenece, un invitado de piedra.

Lo social no debe mirarse como un simple adjetivo en el contexto general de la Educación. Es más bien un conjunto de espacios donde el educador como profesional debe aportar sus saberes de acuerdo con las necesidades sentidas de sus poblaciones, facilitando para ello la integración de las personas a la sociedad.

El profesional especializado17 surge como una nueva figura, cuyo trabajo está dirigido a la reconstrucción del tejido social. Este profesional se especializa para trabajar con la infancia, la adolescencia y los adultos en espacios de interacción social, representados no necesariamente por la escuela. Aunque aún se sigue pensando que la escuela es el espacio de socialización por excelencia, ésta, actualmente, no garantiza su realización; de allí entonces su desplazamiento por otras instituciones socializadoras.

17 Término empleado en la educación europea para aquellos educadores que trabajaban fuera de la escuela en busca de dar solución a la problemática que presentan las poblaciones de infantes, jóvenes y adultos que están fuera de la educación formal, caso del pedagogo social.

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Por tanto, se requiere la intervención de un profesional con formación social específica desde la educación no formal e informal18, lo que no ocurre actualmente, ya que encontramos en estos espacios sociales, profesionales improvisados en cumplimientos de una misión paralela para la que no fueron preparados. Esta función social tiene aspectos sociológicos y pedagógicos de losque se ocupa la Pedagogía Social y su profesional especializado.

El pedagogo social se define como aquel profesional participante de la realidad, quien facilita la incorporación de los individuos al proceso de socialización, para lo cual el Estado y la sociedad generan un sinnúmero de instituciones de servicio social que representan todo aquello que tiene que ver en el «mundo de mundos», programas de intervención social en el campo de la prevención, siempre con las dificultades presupuestales ya consabidas cuando a lo social se refiere.

A la pedagogía social se le ha asignado el papel de ciencia por algunos, y por otros, de disciplina, en relación con la educación, que se ocupa de aquellas intervenciones educativas dirigidas al desarrollo de la socialización de sujetos o individuos en situación de conflicto, al desarrollo de la sociabilidad, que para nuestro caso los queremos ubicar provisionalmente en el

18 Para la Ley General de Educación 115/94: La educación no formal es la que se ofrece con el objeto de complementar, actualizar, suplir conocimientos y formar, en aspectos académicos o laborales sin sujeción al sistema de niveles y grados establecidos. Se considera educación informal todo conocimiento libre y espontáneo adquirido, proveniente de personas, entidades, medios masivos de comunicación, medios impresos, tradiciones, costumbres, comportamientos sociales y otros no estructurados.

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campo de la educación no formal e informal, donde interactúan sujetos o colectivos en situaciones de conflicto.

Hablar de educación social es remitirse al reconocimiento de los derechos humanos, los cuales se explicitan en la constitución política de cada nación; de ellos derivan las formas de educación social que es preciso promover. El derecho a la libertad y a la igualdad de los individuos, el derecho a la participación de los ciudadanos en la vida social y cultural de su país, el derecho a la asociación como forma de participación ciudadana, el derecho a la educación, al trabajo, a la cultura, a la educación física, al deporte y al tiempo libre; el derecho a la información y a la educación, el derecho a la salud y al ocio, el derecho a una educación ambiental dirigida a la sana convivencia, son ámbitos desde los cuales es necesario orientar la educación social (Ver fines de la educación colombiana, Ley 115/94, Art. 5).

La educación se puede entender como una actividad, como una realidad, o ambas cosas a la vez, refiriéndose siempre a la consecuencia de unos objetivos establecidos implícitamente o explícitamente, es decir, dando sentido finalista a la educación y suponiendo un grado de intencionalidad de acuerdo con una filosofía y unos fines previstos en los marcos de unas leyes y una Constitución Política (Ley 115 de 1994 - Art. 5 - Fines de la Educación Colombiana)19.

19 Entre algunos de los fines de la educación colombiana nos encontramos con: Pleno desarrollo de la personalidad; educación por el respeto a la vida y demás derechos humanos; educación para la participación, adquisición y generación de conocimientos científicos; comprensión critica de la cultura

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Para ilustrar un poco la necesidad de formación de nuevos profesionales especializados desde la educación social, la propuesta que se tiene actualmente en la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia desde la Maestría en Educación en la línea de Educación No Formal e Informal20 se enfoca desde la educación social y con ella, la teorización y propuestas de la pedagogía social, haciendo un llamado a todos los intelectuales desde los diferentes saberes y ciencias, a las instituciones educativas y corporaciones, al Estado, desde la concepción de lo público y lo privado y del concepto de sociedad civil, para que se agrupen alrededor de un proyecto interinstitucional e interdisciplinario que permita pensar la educación que tenemos, y proponer a través de los grupos y del colectivo ciudadano cómo construir el proyecto de nación a que llama la Constitución Nacional para forjar la nueva sociedad donde estemos todos los colombianos.

La educación, la generación y el uso social de los conocimientos están llamados a expresar una nueva relación entre el desarrollo y la democracia21. Deben operar como elementos

nacional y su diversidad étnica y cultural del país; acceso al conocimiento, la ciencia y la técnica y demás bienes y valores de cultura; la recreación; desarrollo de una capacidad critica, reflexiva y analítica que fortalezca el avance científico y tecnológico nacional; conciencia para la conservación, protección y mejoramiento del medio ambiente; una formación práctica en el trabajo.

20 Cuarta Cohorte Maestría en Educación con diez líneas de formación en las diferentes áreas de formación de maestros y maestras, para nuestro caso con énfasis en educación no formal e informal.

21 Para Morin la democracia no puede definirse de manera simple. La soberanía del pueblo ciudadano comprende al mismo tiempo la autolimitación de esta soberanía por la obediencia a las leyes y el traspaso de la soberanía a los

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de articulación entre ambos, en función de la participación ciudadana y del crecimiento económico. Si miramos nuestra época desde la perspectiva cultural y social es posible comprobar que en la actualidad la educación formal está siendo atravesada por incertidumbres que antes no existían.

Para muchos, ya no es tan claro el ciudadano a formar, así lo expresen los fines de la educación; no alcanza a pasar todos los niveles de la educación formal, no formal e informal. Se encuentra en un limbo jurídico, fuera de su contextualización. La coexistencia de estas incertidumbres y de estas certezas configura un cuadro de diversidad cultural que, a juicio de algunos, es similar a una crisis moral. Entonces emergen con fuerza y como resultado de la crisis, la alienación, la negación de lo auténtico y el rechazo a lo propio; se privilegia la tendencia de sumarse a lo ajeno, dando cabida a la adquisición de una cultura prestada y a la interiorización de valores extraños. La pérdida de la identidad, el trastoque de valores y la incapacidad de creer en el cambio son expresiones visibles de la crisis epistemológica.

4.2. LA FORMACIÓN DESDE LA PEDAGOGíA SOCIAL

Para formar desde la educación social y la Pedagogía Social son muchos los retos que habría que enfrentar, empezando por el cambio de mentalidad; aun tenemos el concepto de

elegidos. La democracia comprende al mismo tiempo la autolimitación del poder estatal por la separación de los poderes, la garantía de los derechos individuales y la protección de la vida privada; necesita del consenso de la mayoría de los ciudadanos y el respeto de las reglas democráticas.

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que la educación verdadera es aquella que se imparte en la escuela con la educación básica, desde el preescolar hasta la universidad; la educación no formal e informal se desconocen y las encontramos totalmente atomizadas.

En este sentido, se requiere formar para una comprensión clara de la naturaleza de la interacción social, la convivencia para la participación y la gestión cultural como un mecanismo regulador de relaciones y prácticas sociales, para contribuir a la construcción y reconstrucción de un nuevo tejido social a través de procesos educativos y formativos, caso de la educación no formal e informal, educación permanente dirigida a la formación integral22. Se hace necesario propiciar en los estudiantes el desarrollo de un pensamiento crítico, reflexivo y creativo a través del estudio de la pedagogía social sobre la realidad y las responsabilidades sociales como individuos con una actitud consecuente en su accionar, en el marco de la formación para el trabajo de las ciencias sociales.

Y entonces, tendríamos que preguntarnos por el maestro a formar que también desarrolle dichas competencias en sus educandos, e igualmente tendríamos que preguntarnos por la formación del formador de formadores en las facultades de educación y escuelas normales superiores.

22 El objetivo de la ley de educación se entiende como un proceso de formación permanente, personal, cultural y social que se fundamenta en una concepción integral de la persona humana, de su dignidad, de sus derechos y de sus deberes (Ley 115/94. Art. 1). Igualmente la educación superior se entiende como un proceso que posibilita el desarrollo de la potencialidad del ser humano de una manera integral; se realiza con posterioridad a la educación media o secundaria y tiene por objeto el pleno desarrollo de los alumnos y su formación académica y profesional (Ley 30/92. Art. 1).

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La pedagogía social es la parte de la pedagogía que se ocupa de la educación social o, en otros términos, es la ciencia de la educación social. Por educación social pueden entenderse dos cosas: la socialización del individuo o la atención a las necesidades educativas sociales humanas. Esta duplicidad conceptual hace que haya dos maneras muy distintas de entender la pedagogía social, aunque siempre como ramas de la pedagogía especial (Fermoso, 1994).

En esta manera clásica de entender la pedagogía social, en la que el hombre es un ser social destinado a vivir en sociedad, se pretende atenderlo en su desarrollo para que vaya adaptándose, adecuadamente, a las exigencias de la vida social.

El análisis del objeto de estudio de la pedagogía social, como campo de conocimiento teórico y práctica educativa, dará como resultado una concepción distinta del mismo, según sea la orientación y los presupuestos que se utilicen para ello. Los paradigmas son estructuras de racionalidad, marcos de referencia, en los que se inspiran diversas corrientes, tendencias u orientaciones pedagógicas, que permiten organizar, de modo amplio, diversos elementos, métodos, teorías y puntos de vista múltiples con el fin de darles sistematización y explicación.

La pedagogía se ha preocupado más por el qué y el cómo enseñar problemas básicos de la enseñabilidad que no lleva a la reflexión del qué y al cómo desarrollarla. El aprendizaje es mucho más amplio que la educación, la educación no es el único medio para el aprendizaje. Mientras que cada persona aprende a lo largo de su vida, porque esto es parte de su

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condición humana, ningún país podría asegurar educación permanente a todos sus ciudadanos.

En cuanto a una(s) pedagogía(s) posible(s) que cubra(n) el espacio todavía oscuro de la educación informal, su diversidad, desorden y aleatoriedad, puede distinguirse un amplio campo de actividades y factores, cuya funcionalidad educativa ha sido abordada por la pedagogía u otras disciplinas que le aportan sus conocimientos, como en el caso de la «ciudad educadora», la Internet o la TV.; pero existen unos ámbitos de informalidad en los que todavía la pedagogía es ciega y que no cesan de sorprendernos por sus efectos educativos, en una sociedad como la colombiana y en un marco como el de la «sociedad del conocimiento» y la globalización.

Sobre la centralidad de la cultura en los procesos educativos informales no cabe la menor duda. Unos lenguajes (verbales, no verbales, digitales), unos símbolos y unos signos que los cruzan, unos imaginarios que construyen, unas luchas por imponer determinadas representaciones y saberes, muestran claramente las dimensiones de la acción de las mediaciones pedagógicas. Los procesos culturales y tecnológicos comunicativos en la educación y particularmente en la educación informal representan uno de los retos más importantes para los investigadores en educación y pedagogía, y deben asumirse en el marco de la educación social y la pedagogía social.

La educación integral que propone la Ley 115 de 1994, nos llama a replantearnos la formación de maestros y maestras para que se desempeñen en los diferentes ciclos y niveles con una

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mirada integradora acerca de la educación formal, no formal e informal; un nuevo profesional que pueda dimensionar la condición humana, desarrollar el compromiso ciudadano que nos legó la Constitución Nacional cuando legisló el desarrollo de la autonomía y el derecho a la participación para construir nación, «una ciudadanía que nos acerque a seguir las reglas, el compromiso que se tiene con la sociedad, para participar donde la participación tiene sentido y también para protestar por aquello que para mí, como ciudadano, no lo tiene. Diría que es esencial desarrollar una comprensión más profunda de la sociedad y de la posición en la que cada uno está, además de ser capaz de elegir» (La Ruso, 2005:155). Un nuevo educador formado desde lo social, donde pueda interactuar desde su saber con la ciencia, las nuevas tecnologías y los contextos sociales, es el reto actual que tenemos las facultades de educación, el Estado y la sociedad civil.

La Pedagogía la entendemos fundamentalmente como un medio para construir una multiplicidad de interacciones sociales y culturales, cada una de ellas con nuevos sentidos en los que es posible la construcción de sujetos universales y particulares, integrales e individuales.

Desde esta perspectiva, la pedagogía es básicamente un medio esencial de desarrollo humano; hace de las relaciones y de sus encuentros los momentos más vitales, a partir de los cuales adquieren sentido los procesos de formación que se tienen, los saberes que se elaboran y los valores que se identifican; permite el desarrollo de las capacidades humanas que convierten a hombres y mujeres en sujetos solidarios y complementarios, garantes de la condición humana y gestores de iniciativas de organización social.

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Pablo Natorp, considerado como el padre de la pedagogía social a comienzos del siglo XX en Alemania, asumía el valor de la educación del individuo dentro de un colectivo que le reconocía; tanto su objeto como su finalidad eran netamente sociales, enmarcados en lo cultural: «El reconocimiento está fundado en el principio que la educación del individuo, en toda dirección esencial, está condicionada socialmente, así como, por otra parte, una conformación humana de la vida social está fundamentalmente condicionada por una educación adecuada a los individuos que han de tomar parte en ella.» (Natorp, 1913). Para que esto pueda ser así, Natorp entiende que no cabe referirse a la pedagogía social como la educación del individuo aislado, sino la del hombre que vive en una comunidad, porque su fin no es sólo el individuo (Núñez, 2002:100).

Igualmente, en América Latina, Freire (1995), a mediados del siglo XX, entendía la educación y con ella la pedagogía como una mediación dialógica entre los individuos dirigida a un reconocimiento social en términos de igualdad y libertad, haciendo un llamado a una pedagogía para la esperanza en oposición a la pedagogía del oprimido, de una mejor vida y bienestar para todos: «Los hombres no se hacen en el silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión. Mas si decir la palabra verdadera que es el trabajo, que es praxis, es transformar el mundo, decirla no es privilegio de algunos hombres sino derecho de todos los hombres». Es así como a través de la historia, la educación social y con ella, la pedagogía social, ha pasado por múltiples interpretaciones y conceptualizaciones que dependen muchas veces de la

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época, de los contextos sociales alrededor del bienestar, del concepto de nación cuando se habla del ciudadano a formar; sin embargo no así de sus acciones cuando va dirigida a una población que muchas veces desconoce el Estado y, con él, su función educadora; igualmente, con una sociedad que cada día crece en las desigualdades sociales; desde lo cultural, cuando se ignora la diversidad; en lo económico, cuando no existe la equidad y crecen las desiguales de clases; en lo político, cuando se silencian las minorías y se desconoce al otro.

Para ilustrar un poco el párrafo anterior, citamos brevemente las últimas conceptualizaciones acerca de la pedagogía social a finales del siglo XX y comienzos del XXI en España: «La pedagogía social es la ciencia fundamentadora y normatizadora de la acción educativa, orientada específicamente a la educación social y al bienestar social integral de las personas, grupos o comunidades, en cualquier contexto y a lo largo de toda su vida y circunstancias. La pedagogía social es la disciplina que tiene por objeto (formal y abstracto) la educación social, lo que supone que se ocupa del análisis crítico de las prácticas sociales educativas que se instituyen como dispositivos sociales, del análisis de las políticas sociales en las que tales prácticas educativas se inscriben; de la valoración de los efectos que producen (en términos de realidad social), de la elaboración de nuevos modelos de acción social educativa. La pedagogía social tiene que ver con todos aquellos procesos educativos que comparten, como mínimo, dos de los tres atributos siguientes: 1) se dirigen prioritariamente al desarrollo de la sociabilidad de los sujetos; 2) tienen como destinatarios privilegiados a individuos o colectivos en situación de conflicto social; 3)

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tienen lugar en contextos o medios educativos no formales» (Núñez, 2002:101).

La pedagogía social es una «ciencia práctica educativa y social que fundamenta, justifica y comprende la normatividad autónoma más adecuada para la educación social positiva del ser humano en todas las etapas de la vida, así como la prevención, ayuda e inserción de quienes pueden padecer, a lo largo de toda su vida, deficiencias en la socialización o en la satisfacción de necesidades reales básicas» (Caride, 2002, 98).

4.3. ¿RESPONDE LA EDUCACIÓN A LAS REALIDADES SOCIALES ACTUALES?

La crisis que vive la sociedad actual, y en particular nuestro país, desencadenada por el creciente flujo de problemáticas sociales (guerrillas, paramilitarismo, narcotráfico, terrorismo; delincuencia juvenil, desintegración familiar, desplazamiento, desequilibrio ecológico, drogadicción, etc.), determinadas por factores culturales, políticos, económicos, religiosos, éticos, afectivos, científicos, educativos, tecnológicos, entre otros, nos invita a cuestionar el papel de los diversos mecanismos y organizaciones del Estado; entre éstos la educación y con ella la escuela con sus diversos actores.

¿Está la escuela preparada para enfrentar estas problemáticas? ¿Tiene la escuela en sus proyectos educativos institucionales en la educación básica y planes de desarrollo en la educación superior un diagnóstico sobre estas problemáticas y sus

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respectivos programas de prevención o intervención para acompañar esta población? ¿Cuál es el rol que asumen los directivos y educadores frente a estos problemas de índole social? ¿Cuál es la relación que establece el docente con los educandos afectados en forma directa o indirecta por estos problemas sociales y qué implicaciones tiene su postura en la vida presente y futura de dichos individuos y de la sociedad misma? ¿Cuál es la formación que han recibido los docentes y los formadores de formadores acorde con las transformaciones sociales para enfrentar esta crisis? ¿Los procesos de formación de maestros que ofrecen las escuelas normales superiores y las facultades de educación, y sus currículos respectivos, están fundamentados en teorías pensadas para ofrecer a los futuros docentes herramientas mediante las cuales puedan hacer frente a estas problemáticas sociales, y poder ayudar a las poblaciones de niños y jóvenes afectados? ¿Cuáles transformaciones ha sufrido el sistema educativo colombiano, acordes con los cambios ocurridos en el seno del sistema social y sus implicaciones en el mundo que viene? ¿Reflexiona la escuela en torno a los efectos sobre el mundo que viene, producto de las decisiones que el hombre ha tomado en los últimos tiempos, es decir, en relación con la sociedad que algunos pensadores han llamado sociedad postindustrial, sociedad posmoderna o sociedad tardía, sociedad neotecnológica, sociedad planetaria, sociedad del riesgo? ¿Puede la educación desconocer las realidades de su entorno local y global, y pretender cumplir con su misión de contribuir al desarrollo humano y social? ¿Cómo puede ser ajeno el maestro a las problemáticas de su comunidad, a los problemas de sus educandos, a las circunstancias de riesgo que corren los niños y jóvenes, o a los problemas planetarios?

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Actualmente podemos encontrar diversas posturas en las instituciones:

* Docentes indiferentes a los problemas con los cuales conviven y que evitan, a toda costa, comprometerse. Su papel solo se limita a la enseñanza de un saber que le reconoce como profesional de la educación.

* Docentes que discriminan, juzgan y rechazan a los educandos que son absorbidos por la descomposición social. Son profesores opresores de sus alumnos y de sí mismos cuando su pensamiento está enajenado por el deber a cumplir, y no por un pensamiento emancipatorio y libertario.

* Docentes que dicen ser sensibles y sentir los problemas de los estudiantes pero no hacen nada; se limitan a compadecer y a esperar que otros actúen. No es mi problema, es del padre de familia, es del rector, del coordinador, o finalmente del Estado.

* Docentes que se sensibilizan frente a las problemáticas de sus educandos y los acompañan en sus procesos; o que al menos los escuchan y les brindan un consejo amigo. El profesor «calidoso», como lo llaman muchas veces sus alumnos cuando son escuchados.

* Educadores comprometidos con la investigación de las problemáticas sociales para generar acciones transformadoras de las realidades existentes, en busca del bienestar humano al que todos tenemos derecho. Educadores

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conscientes de la problemática social en que se mueven la enseñanza y el conocimiento; participativos, reconocidos líderes, intelectuales transformativos. Educadores que entienden la importancia del trabajo colectivo, el trabajo en equipo para enfrentar los problemas, reflexionar y buscar acciones conjuntas para resolverlos, acompañados muchas veces de la investigación y la acción educativa y pedagógica, aquella que no solo se queda en el aula sino que interactúa dentro y fuera de la institución escolar.

A pesar de la difusión de los diversos enfoques críticos y experiencias pedagógicas (del siglo XX) fundamentados, la mayoría, en principios como la conexión escuela-mundo social, la cooperación, el respeto a las diferencias y capacidades individuales, el papel del trabajo, el papel de la comunicación, la libre expresión, la educación integral, entre otros, el interés de la escuela sigue centrado en la reproducción de contenidos a veces desactualizados, alejados en gran parte de las necesidades reales de los educandos y descontextualizados de las realidades sociales.

No podemos seguir negando la interdependencia y complementariedad entre el mundo de la vida y el mundo de la escuela. Sería negar a la escuela su naturaleza humana y social, como también su finalidad de contribuir a la socialización del hombre y su poder para provocar cambios sociales.

Con lo anterior no pretendemos decir que la escuela puede sola y por sí misma transformarlo todo, pero sí puede transformarse para evitar la proliferación de los flagelos sociales e incidir en cambios que puedan generar bienestar para sus miembros

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y sus comunidades, y de paso, sembrar la esperanza en este mundo plagado de incertidumbre.

La preocupación por la formación de ciudadanos profesionales debe anteponerse al afán por la transmisión de contenidos, o en el mejor de los casos, al afán por el mejoramiento de la enseñanza para el aprendizaje de saberes o la construcción de competencias en las diversas áreas. Desvincular la enseñanza del concepto de formación, significa desconocer al sujeto que aprende, sus procesos de desarrollo, sus intereses y necesidades; como también rechazar la misión educadora del docente y la naturaleza social de la educación.

Todo lo que se haga en función de la formación del ser humano en sus dimensiones afectiva, ética, social, ecológica y política, es disponer al sujeto para que sepa usar en el presente y en el futuro, sus saberes y competencias al servicio de la madre Tierra, lo que se revierte en el bien de la humanidad y en la sostenibilidad del planeta.

La formación dirigida a la ciudadanía desde una participación activa en el respeto y reconocimiento al otro en la diferencia y una sana convivencia, se fundamentan en el conocimiento de las realidades existentes y su incidencia en el bienestar humano y social. Acciones a corto, mediano y largo plazo con la participación de los diferentes actores del conflicto, con la ´participación del Estado y la sociedad civil. Sus prácticas y proyectos deben estar dirigidas a la prevención de los problemas que afectan al individuo, a la familia, a la escuela, a la sociedad en relación con la ciencia y la tecnología que requiere el país para salir del estado de postración frente

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a las políticas educativas cuando se habla de la educación como un pilar de desarrollo y progreso de un país, que como el nuestro, la ciencia y la tecnología está bastante distante de sus necesidades básicas, algo que no puede desconocer la escuela cuando se requiere una verdadera unión orgánica entre sus diferentes niveles y ciclos de formación que nacen en la familia y se complementan desde el preescolar hasta la educación superior.

La pedagogía social es hermana de la pedagogía crítica y de la pedagogía de la esperanza, por eso cree en la capacidad de las instituciones para reflexionar sobre sí mismas, sobre su entorno social y educativo; y en el poder de la escuela para ayudar en la construcción de un mundo más justo y más humano.

La educación debe estar inmersa dentro de lo social para poder, desde allí, generar cambios que irradien la pedagogía y con ella un nuevo modelo pedagógico que nos acerque a la cotidianidad, a la ciencia y la tecnología la solución de nuestros problemas; y sobre todo a reconocer un tejido social, cuando nos envuelve como ciudadanos participativos en la construcción de la nación que nos delegó la Constitución de 1991 en un Estado social de derecho.

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5. LA EDUCACIÓN NO FORMAL E INFORMAL y LOS INTELECTUALES EN LA FORMACIÓN DE NUEVOS PROFESIONALES.

No hay práctica educativa, ni por lo demás ninguna práctica, que escape de los límites. Límites ideológicos, epistemológicos,

políticos, económicos, culturales.

Paulo Freire (2001).

Desde sus orígenes en el siglo XIX23 la educación no formal24

surge unida, de un lado, al modelo económico que se fue constituyendo con los cambios que determinó el proceso de

23 Cabello (2002) anota que en 1792 el informe Condorcet, considerado el primer intento de regular la organización de la instrucción pública en el marco de la educación del ciudadano, bien puede ser considerado como origen de la educación permanente y por tanto de una educación fuera del marco escolar.

24 En Colombia se cambia el término educación no formal por educación para el trabajo y el desarrollo humano, atendiendo la Ley 1064 de julio de 2006, Artículo 1.

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industrialización y, de otro, con «los primeros movimientos organizados para el apoyo y la promoción del aprendizaje fuera del marco escolar... por parte de algunas asociaciones obreras en su afán de conseguir una educación elemental y una formación social para sus miembros» (Cabello, 2002). Esta relación con las transformaciones que se producen en el desarrollo científico y tecnológico, en el modelo de desarrollo económico, en la organización social, en el contexto escolar y en el desarrollo cultural, ha servido como fundamento a las concepciones teóricas construidas sobre la educación no formal.

Coombs y Anhmed señalan que reconocer que la educación no puede considerarse como un proceso limitado en el tiempo y en el espacio, confinado a las escuelas y medido por los años de asistencia, condujo a la diferenciación entre los conceptos de educación formal, no formal e informal según criterios de duración, universalidad, institucionalidad y estructuración.

La Belle, uno de los investigadores reconocidos de la educación no formal en América Latina, dice que, por lo general, la educación no formal se refiere a los programas organizados, no escolares, que se proponen brindar experiencias de aprendizaje a sectores específicos de la población. Su investigación sobre la educación no formal y el cambio en América Latina que realiza partiendo del concepto de Coombs y Ahmed, permite profundizar en la intencionalidad educativa y su no neutralidad, las orientaciones metodológicas de los programas, las relaciones teoría-práctica, la participación, y delimita así nuevos campos y líneas de investigación. Conviene advertir que en América Latina se proveyó educación no formal particularmente en el ámbito la educación de adultos

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mucho antes de que el Estado se hiciera cargo de ese campo particular de la actividad educativa, después de la segunda guerra mundial. A comienzos del siglo XX existían programas notables de educación política de obreros y campesinos, en algunos casos ligados al movimiento por la creación de cooperativas y en otras para la consolidación de partidos socialistas, particularmente en el cono sur. Esta relación entre educación no formal y movimientos sociales se ha mantenido en diferentes ámbitos de la educación y en las diferentes propuestas pedagógicas.

Surge entonces el concepto de educación no formal como «toda actividad organizada, sistemática, realizada fuera del marco del sistema oficial, para facilitar determinadas clases de aprendizaje a subgrupos particulares de la población, tanto adulta como niños» (Trilla, 1986).

Los sistemas educativos han incluido tardíamente el concepto de educación no formal a su terminología; pero pese a ello, esta «modalidad», «dimensión», «sector» o «subsistema» ha conocido un gran desarrollo, sin duda debido a que con esta expresión se ha dado nombre tanto a acciones educativas que las sociedades venían desarrollando desde antiguo, como a exigencias de la nueva sociedad en lo económico, lo social, lo político, lo cultural, lo científico y lo tecnológico.

Se trata, pues de conceptualizar la educación no formal desde los elementos que la constituyen y no propiamente por su carácter no escolar o por su ubicación al margen del sistema educativo graduado y jerarquizado, criterios que restringen sus alcances.

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La reconceptualización de la educación no formal desde su relación con el conocimiento (creación, recreación, intereses, comunicación), la pedagogía y la didáctica y con las exigencias de la sociedad de la información, en una nación como Colombia constituye un campo de estudio e investigación de gran proyección social, dadas las realizaciones actuales, los diversos ámbitos que cruza y las tendencias de futuro de la educación no formal.

La diferenciación conceptual que se elaboró como consecuencia del reconocimiento de la educación como conjunto de procesos que desbordan la escuela en el tiempo y en el espacio, permitió la conceptualización de la educación informal como un proceso que dura toda la vida y en el que las personas adquieren y acumulan conocimientos, habilidades, actitudes y modos de discernimiento mediante las experiencias diarias y su relación con el medio ambiente. De esta manera, se diferencia de la educación formal y de la no formal, tanto en su duración como en la universalidad y en su nivel de estructuración.

Al interpretar el significado de «sistema educativo», Trilla (1986) delimita la educación informal como el sector «constituido por el conjunto de procesos y factores que generan efectos educativos sin haber estado expresamente configurados a tal fin».

De esta conceptualización se desprenden por lo menos tres consideraciones importantes:

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a. La identificación de los conceptos de educación informal y educación permanente, dada la extensión de aquella durante toda la vida.

b. La educación informal como un espacio todavía oscuro de la educación para la pedagogía, con un nivel de hipercomplejidad, en el que se da la aparición masiva del desorden y la aleatoriedad.

c. La centralidad que adquiere la cultura y su constitución en lugar metodológico privilegiado de la mediación pedagógica.

Sobre la relación educación informal y educación permanente es necesario señalar que no son la misma cosa. La educación informal se constituye en ambientes informales, con una comunicación educativa informal en su expresión y en su contenido, que produce efectos educativos diversos y hasta difusos de acuerdo con el contexto sociocultural y las condiciones del sujeto. En este sentido, las investigaciones reconocen que es necesario establecer fronteras importantes entre la educación informal, la formal y la no formal, sin negar, por ejemplo, la «presencia social» y la importancia de los medios masivos y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. (Tal es el caso de las investigaciones sobre la relación de los juegos de computador y los videojuegos y la educación). De todas maneras «existen aprendizajes fruto de actividades informales desde el punto de vista educativo, es decir, realizadas sin finalidad educativa expresa y de forma sistemática» (Trilla, 1986). Este tipo de aprendizajes existen durante toda la vida.

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La educación permanente fue entendida desde la época de los 60 como fruto de la integración entre la revolución de la técnica, la extensión del ocio, la necesidad de cultura y la voluntad de democratización (Cabello, 2002:51). Puede ser definida según los principios de expansión (en los alcances, la calidad y la integración social de la educación), la innovación y la integración social (de recursos tecnológicos de organización del conocimiento y de la organización social). Desde esta concepción y su realización a lo largo de la vida (no en un determinado período de ella) y a lo ancho de la vida (no únicamente en el sistema escolar) y desde el reconocimiento del aprendizaje como la categoría organizativa y orientadora fundamental, dentro de una educación en la perspectiva del desarrollo humano «no todo aprendizaje deriva de la educación (actividad organizada e intencional orientada a producir conocimiento), y no toda educación (formal, no formal, informal) resulta en aprendizaje. El aprendizaje es mucho más amplio que la educación, la educación no es el único medio para el aprendizaje. Mientras que cada persona aprende a lo largo de su vida, porque esto es parte de su condición humana, ningún país podría asegurar educación permanente a todas sus ciudadanos» (Torres, 2006). En cuanto a una(s) pedagogía(s) posible(s) que cubra(n) el espacio todavía oscuro de la educación informal, su diversidad, desorden y aleatoriedad, puede distinguirse un amplio campo de actividades y factores, cuya funcionalidad educativa ha sido abordada por la pedagogía u otras disciplinas que le aportan sus conocimientos, como en el caso de la «Ciudad educadora» o la televisión. Pero existen unos ámbitos de informalidad en los que todavía la pedagogía es ciega y que no cesan de

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sorprendernos por sus efectos educativos, en una sociedad como la colombiana y en un marco como el de la «sociedad del conocimiento» y la globalización.

Sobre la centralidad de la cultura en los procesos educativos informales no cabe la menor duda. Unos lenguajes (verbales, no verbales, digitales), unos símbolos y unos signos que los cruzan, unos imaginarios que construyen, unas luchas por imponer determinadas representaciones y saberes, muestran claramente las dimensiones de la acción de las mediaciones pedagógicas. Los procesos culturales y tecnológicos comunicativos en la educación y, particularmente en la educación informal, representan uno de los retos más importantes para los investigadores en educación y pedagogía y deben asumirse en el marco de la educación social y la pedagogía social.

Cuando se habla de socialización en una disciplina hay que distinguir niveles de generalidad tanto en las escuelas de formación como en la identidad social e intelectual que éste adquiere dentro de las comunidades científicas. Poco a poco los criterios de formación son más especializados, la identidad social e intelectual comienza a restringirse y, lo que es más importante, los procedimientos mismos de socialización se modifican.

La cientifización de la acción social provoca formas horizontales de especialización según el tipo de prácticas o de relaciones que se estudien y sobre las que se pretende intervenir. La cientifización de la educación obedece a un proceso de ese tipo y es cuando el alcance de sus áreas de investigación

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dependerá de cómo, en cada momento, se aísla una práctica como educativa, como susceptible de interpretación educativa o como relevante desde el punto de vista educativo. Así surgen las especializaciones según el contexto social; por ejemplo, educación en contextos no escolares según la edad (educación infantil), el tipo de desarrollo implicado (educación de competencias lingüísticas), y aspecto del subsistema educativo estudiado (formación de profesorado).

Las áreas de investigación pueden aislarse por su objeto de estudio o su contenido intelectual con criterios sociales, es decir, delimitando un grupo más o menos homogéneo de personas cuyas actividades colectivas constituyen y transforman un dominio empírico, producen y modifican cierto corpus de conocimiento utilizando para ello un conjunto de recursos físicos e intelectuales.

Es así como las relaciones entre especialistas pueden caracterizarse por la relación de proximidad entre distintas construcciones del objeto. Así por ejemplo, la educación en contextos no escolares tendrá que ver más con la educación de adolescentes y adultos que con la educación infantil, más con la formación de hábitos y actitudes que con el aprendizaje de contenidos, y más con la animación socio-cultural que con la organización escolar. Encontramos, en general, asociaciones mejor establecidas que otras, pero siempre con criterios de relación entre tipos de acciones o entre elementos de las mismas.

Ahora, la educación por sí misma es social, sus propósitos en el devenir histórico así la han configurado desde el

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reconocimiento de su estatuto epistemológico, partiendo inicialmente desde otras ciencias, como fueron la filosofía, la sociología y la psicología hasta llegar a la pedagogía con Herbart, quien le ha otorgado su estatuto de ciencia. Una «mayoría de edad» que le ha permitido sistematizar y luego legitimar su discurso, reconocer sus prácticas pedagógicas, proyectar una producción discursiva, con base en un saber, alrededor de un grande y amplio círculo social de masas, sobre el cual continúan intimidando ciertos intereses de clase (políticos, económicos, culturales y sociales) que hace ver la educación como mendiga de saber en las comunidades científicas (ciencia de segunda clase); y de un poder que a la vez es social y político, que no le permite proyectarse. En otras palabras un poco contradictorias, la educación a las comunidades científicas, adolece de un reconocimiento a sus diferencias y un derecho a la participación del poder, dejando de reconocer la educación como un pilar de desarrollo para cualquier país (Delor, 1998).

Debe entonces la educación irradiar sus contextos y teorías pedagógicas a todos los saberes para poder así explicar y legitimar su discurso, sus prácticas y su cientificidad. El objeto propio de la Pedagogía es el análisis crítico de las prácticas sociales educativas que se instituyen como dispositivos sociales escolares y no escolares (formal, no formal e informal); el análisis de las políticas sociales, en las que tales prácticas educativas se inscriben en la elaboración de nuevos modelos de acción social educativa.

A través de la historia, la educación por su papel pasivo se ha dejado desplazar con cierta complicidad por otros intelectuales

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y otros discursos, que la llevan ahora a comenzar a salir de su encrucijada dentro de un proceso amplio de socialización y reconocimiento científico, en una comunidad científica nacional e internacional.

Así parece que en el contexto del sistema educativo la producción del discurso pedagógico está diseminado en todos los espacios que conforman el contexto social; pero este esparcimiento, como antes se ha citado, se encuentra cruzado también por otros subcampos como son el científico-social, el económico, cultural y político, y entre éstos el gran poder y esparcimiento total que se hace por los medios masivos de comunicación, sin distingo social alguno.

La categoría de «campo intelectual» sería un punto de partida para plantear la cuestión de la función social de los intelectuales en un campo que les identifica inicialmente con un saber y luego por el lugar que ocupan dentro de la sociedad; desde donde se confrontan sus prácticas sociales y la generación posible de dominios de saber y de poder dentro de la comunidad científica.

Los «intelectuales» son incluidos dentro de una categoría social que les identifica con aquellos sujetos de saber, sujetos de discurso, sujetos institucionalizados, con cierta legitimación y poder en el reconocimiento de un colectivo que les suscribe, apoya o rechaza. Estos intelectuales son concientes de sus carencias de autonomía e independencia dentro de los términos de una intelectualidad moderna, también dispersa en la educación y que en el presente solo tienen un reconocimiento con una categoría de profesional

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intelectual especializado en el interior del campo educativo, donde son pocos los que gozan de un reconocimiento en la comunidad científica. Intelectuales que al ser concientes de su identidad y el orden con la valoración de su profesión, los lleva al reconocimiento de otros espacios de saber y poder dentro de la sociedad civil.

Ahora, a estos intelectuales como reconocidos individuos sociales, el llamado que se les hace es a la integración activa desde el saber específico o campo donde se encuentren, para que aglutinen esfuerzos en un trabajo colectivo interdisciplinario e interinstitucional que se pueda generar dentro de un gran «mapa social» que identifique y legitime otros espacios de conocimiento y saber.

Desde esta perspectiva, la noción de campo se recoge como una noción estratégica que describe una instancia relativamente autónoma, estructurante de posiciones, oposiciones y disposiciones que abren la posibilidad de establecer las bases sociales de generación de los discursos y prácticas que circulan en las instituciones del sistema educativo.

El campo intelectual se mueve en todos estos sentidos con dos líneas de frente, una de producción y control del discurso y otra de reproducción de este discurso. Sin éstos, el discurso no siempre, es pedagógico, porque en todos estos subcampos en que se mueve encontramos los «intelectuales», quienes juegan un papel importante para que estos subcampos entren en contacto directo con el saber y el poder. Por su lugar estratégico en el aspecto social no se puede excluir de ahí a la educación.

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La educación, y con ella la escuela, se constituye en lugar estratégico donde convergen, quierase o no, todos estos discursos de saber y poder en un lugar que se convierte en un campo de confrontación de poder, cuando estratégicamente comienza la producción de un saber con las diferentes reformas, innovaciones, planes y programas que se dice están de acuerdo con las necesidades sociales del momento.

Es el caso de cómo a un profesor especializado en un área o saber específico del conocimiento se le niega la oportunidad de participar dentro de las líneas de investigación (comunidad científica) del contexto primario de producción de su discurso, ya que la formación recibida es producto del contexto secundario, donde el saber ha pasado por unas operaciones de restricción de las comunidades científicas y de recontextualización de su discurso. Solo después de sus operaciones se llega finalmente al texto que ha de «consumir» el profesor y el alumno.

Bernstein (1990) explica estas relaciones al ubicar el «campo intelectual de la educación» como un subcampo del campo de control simbólico, constituido por agentes y agencias cuyas prácticas especializadas crean y reproducen los medios, contextos y posibilidades de la reproducción cultural, controlando las relaciones de clase a través de medios simbólicos.

La investigación no es ajena al contexto social y cultural, las comunidades científicas son el mero reflejo socio-institucional de la división intelectual del trabajo, las actividades de investigación no son nunca vistas como actividades sociales

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sino que son pensadas como si se realizaran en un vacío social e institucional o, como mucho, en un contexto social e influencia que requiere una explicación desde múltiples dimensiones.

El contexto social e intelectual se corresponde con pequeñas unidades de especialización y profesionalización que culminan con la restricción de la identidad social y cognitiva de los investigadores.

La colaboración interdisciplinaria pasa por una auto resocialización, que dado el carácter implícito de sus componentes, es enormemente costosa. La resocialización no puede hacerse sólo mediante aprendizaje de ciertos contenidos intelectuales (teorías, conceptos o métodos por ejemplo) sino que requiere de la interacción constante y permanente de grupos culturalmente diferenciados, en muchos casos por actitudes etnocéntricas.

La estructura social de las áreas de investigación es muy compleja. No existen además modelos claramente generalizables, los aspectos que entran en su análisis son enormemente heterogéneos y, por último, es imposible delimitarla con arreglo a un único criterio reproduccionista, por tantos cruces y solapamientos. De allí entonces la importancia estratégica en la construcción de este mapa social, el reconocimiento de los profesionales especializados en su saber específico dentro de los marcos de la comunidad científica nacional.

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5.1. EL CAMPO INTELECTUAL EN LA EDUCACIÓN SOCIAL y LA EDUCACIÓN NO FORMAL E INFORMAL

Partiendo de algunas conceptualizaciones de Bernstein (1990) se ha tomado la noción de campo, mirado éste como la relación de fuerzas que se presentan entre las diferentes agencias e instituciones y los reconocidos sujetos de saber que les representa en un área o disciplina específica, quienes se cruzan en una lucha por formas específicas de poder y de saber, del cual la Educación no deja de ser un espacio neutral y sí un espacio social obligado en los marcos constitucionales que le reglamentan su deber ser en una comunidad científica.

Un campo, como un espacio donde interactúan una serie de fuerzas e intereses, donde se produce un conjunto de confrontaciones de saber y poder. Campo mirado desde el espacio de «Mapa Social», con sus regiones que lo delimitan desde lo económico, político y cultural hasta llegar a lo social, aparecen una serie de líneas visibles e invisibles de restricción, censura y recontextualización en relación con la producción del discurso pedagógico.

Aparece, entonces, una confrontación de saberes específicos, particularizados alrededor de una interrelación por la verdad y el poder, para dar razón de ser a los fenómenos y procesos que se pueden aceptar en el contexto social.

En este «campo de la educación social» se han ubicado a todos aquellos sujetos e instituciones portadoras de un discurso, un saber específico, un poder, unas prácticas de una u otra forma tienen que ver con la formación de las nuevas generaciones.

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La categoría de «campo intelectual» nos da los elementos y herramientas necesarias para presentar una propuesta de formación de nuevos profesionales, al reconocer en él todos los espacios sociales que interactúan, como son en primer instancia las instituciones (privadas y estatales), organizaciones a nivel nacional e internacional, organizaciones no gubernamentales, corporaciones, asociaciones, y en segundo lugar, aquellos sujetos intelectuales reconocidos como productores primarios de saber y de una producción discursiva (científicos, escritores, pensadores, artistas, filósofos, políticos, sociólogos, antropólogos, psicólogos, pedagogos, investigadores y algunos académicos, entre otros). Sujetos intelectuales que institucionalizados o no los encontramos dentro de un campo de fuerzas sociales que se mueven alrededor del saber y el conocimiento.

El intelectual, en el sentido que estrictamente se le da en el campo, es aquél que partiendo ciertamente de su vocación y conocida dedicación intelectual, aplica su inteligencia al avance de la ciencia y la investigación. Su contribución esencial está dada por la producción de discurso dentro del área o saber específico que lo identifica y legitima dentro de una comunidad científica. De allí entonces que la Educación debe identificarse como una de las fuerzas que constituyen todos los intelectuales de las diferentes ciencias y disciplinas de saber, que denotan la necesaria interdisciplinariedad cuando pensamos lo social.

La génesis del docente intelectual transformativo hay que buscarla en la del intelectual orgánico o transformativo de Giroux. La de Gramsci se remonta a la década de los 30 en el

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siglo XX, cuando formula su propuesta del intelectual orgánico pero que se retoma críticamente ya que para él es sinónimo del intelectual militante al servicio de una clase social, y se asume como el investigador militante de la actividad social de la cual es actor para contribuir a su transformación con sentido emancipatorio. Sin embargo, el intelectual orgánico al que esta reflexión se refiere es un militante de la dirección intelectual y ética de la educación que responda a las exigencias del progreso de la humanidad para la realización de un proyecto de nación-región. En ella el autor clasifica al docente según la actividad intelectual que se realiza, en dos niveles. En el superior ubica a los creadores de las diversas ciencias, filosofías, artes, etc.; y en el inferior clasifica a los modestos administradores y divulgadores de la riqueza intelectual ya existente y acumulada (Gramsci, 1970:31), incluyendo a los educadores en esta categoría.

Los primeros se caracterizan por ayudar a construir conoci-mientos para sectores sociales específicos o dirigirles, educarles y organizarles sus procesos sociales. Siguiendo la tradición gramsciana, sin reconocerlo, Giroux (1990), en la década de los 80 elabora una propuesta política pedagógica en la lucha por la democracia pero no logra integrar una teoría pedagógica científica a pesar de que él habla de una «pedagogía radical». Ubica a la escuela en una relación con la sociedad y explica cómo se manifiesta el discurso de dominación en formas de conocimiento, organización social, ideologías de los profesores y relaciones profesor-estudiante.

Su discurso de democracia sugiere el papel que profesores y administradores pueden desempeñar como intelectuales transformativos, desarrollando pedagogías contra hegemó-

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nicas, las cuales no sólo potencian a los estudiantes propor-cionándoles el conocimiento y las habilidades sociales que necesitarán para actuar en el conjunto de la sociedad con sentido crítico; sino que, además, los educa para la acción transformadora.

Su visión de democracia apunta a una doble lucha. En el primer caso, su punto de vista acentúa la idea de producción pedagógica y por consiguiente, apunta a la organización, desarrollo y puesta a prueba de formas de conocimiento y prácticas sociales dentro de la escuela. En el segundo caso, acentúa la idea de transformación pedagógica, en el sentido de que profesores y estudiantes deben educarse para luchar contra las diversas formas de opresión en el conjunto de la sociedad, representando las escuelas sólo un lugar importante en el contexto de esa lucha. Así concibe la pedagogía crítica como una intervención importante en la lucha por reestructurar las condiciones ideológicas y materiales de la sociedad en general, con la visión puesta en la creación de una sociedad verdaderamente democrática.

La gran dificultad de Giroux, Gramsci y otros teóricos, radica en que ellos, si bien tienen proyectos políticos educativos, carecen de modelos educativos y de una teoría pedagógica con estatuto «científico», es decir, con principios epistemológicamente válidos que pueda ser asimilada como guía teórica para abordar la producción de conocimientos sobre la totalidad de la vida cotidiana del establecimiento educativo y plantear el modelo educativo alternativo que se requiera construir, para que dinamice, en este proceso, a todos los sujetos educativos. Por eso la necesidad de aportar con esta

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propuesta a la construcción de una metodología que permita formar docentes y/o profesionales que desde la educación no formal e informal sean capaces de construir teoría acerca de un campo intelectual demarcado por su discurso y unas prácticas sociales dirigidas al bienestar social de la humanidad.

En cuanto al docente intelectual transformativo, a pesar de que puedan existir docentes intelectuales de diversos tipos, sobre todo por elaborar e impulsar comunidad científica alrededor de enfoques pedagógicos que ayuden a formar el tipo de desarrollo humano que contribuya a sostener la sociedad capitalista, en sus fases de desarrollo industrial o del conocimiento, con predominio del modelo neoliberal, también puede existir el docente intelectual orgánico- transformativo.

5.2. LA RESTRICCIÓN SOCIAL EN LAS COMUNIDADES CIENTíFICAS: UN ObSTáCULO EN LA FORMACIÓN DE NUEVOS PROFESIONALES

Los profesionales y especialistas con reconocimiento intelectual y legitimidad en su saber específico, están llamados a participar desde su especificicad en una nueva concepción de educación desde una mirada social, económica, política y cultural.

El reconocimiento de un saber específico se confirma con las especializaciones que facultan al profesional para ejercer con criterios de competencia y calidad en el medio social que le requiere. Están llamados a integrar colectivos de investigación, equipos de trabajo, donde se pueda confrontar

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e intercambiar los saberes en proceso de interacción, participación y socialización con la educación.

Con la organización institucional de la ciencia queremos reconocer los diferentes aspectos tangenciales del conocimiento producido y que goza de un reconocimiento social. Se hace entonces necesario la socialización, reconocimiento y legitimación de las diferentes comunidades concebidas por grupos de expertos plurales en su procedencia disciplinaria y de personal científico, donde su permeabilidad al contexto social está en la naturaleza misma de los problemas por investigar.

La educación sería un espacio común donde se pueden reunir los campos y subcampos que reconocemos en un campo donde confluye lo científico social, político, económico y cultura en configuración de las líneas que nos han de llevar a una «educación con calidad» sinónimo de bienestar, desarrollo y progreso.

La restricción social de las áreas de investigación, como lo plantea Larrosa (1990), dependerá de factores propiamente sociales e institucionales: la clausura comunicativa, la falta de autonomía respeto al control de las innovaciones, entre otras.

Respecto del contexto compuesto por otras comunidades científicas, quisiera señalar que lo que puede aparecer como contexto intelectual en un área de investigación (en general ideas, teorías, métodos, con un reconocimiento dentro de una comunidad científica de especialistas) puede interpretarse también como un contexto social. Lo anterior

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puede argumentarse diciendo que el prestigio intelectual es, a la vez, prestigio social; y que la influencia intelectual es, a la vez, influencia social.

Es este sentido, en áreas de investigación menos prestigiosas y menos influyentes habrá cierto mimetismo respecto de métodos, reglas de experimentación y de construcción de teorías, formas de argumentación etc., y en general, menos restricción respeto de su contenido intelectual y su estructura social. De allí la diferencia de estatus social que representa ser educador, sociólogo, psicólogo y la que representa ser químico, físico, estadística, abogado o médico.

A veces parece que el «mundo científico estuviera cada vez más separado de la sociedad, cada vez es mayor la divergencia, porque los científicos se hacen cada vez más profesionales y la sociedad tiene dificultades para seguirlos» (Rivera,1992). Recordemos que la estructura social de las áreas de investigación es muy compleja, que no existen además modelos claramente generalizables, los aspectos que entran en su análisis son enormemente heterogéneos y, por último, es imposible delimitarla con arreglo a un único criterio. En cualquier caso, la restricción social de un área de investigación obedece a múltiples aspectos y presenta una forma compleja que no se deja reducir fácilmente a modelos generalizables.

También debemos tener presente que cuanto más restringido sea el dominio empírico de un área de investigación, más restringidas serán su estructura y su dinámica social; lo mismo podríamos decir con respecto de la restricción de los componentes intelectuales, a mayor sea la restricción,

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la estructura social del área será más restringida y más homogénea. Igual ocurre con los problemas.

A menor prestigio social e intelectual habrá también menos restricción o, lo que es lo mismo, más posibilidad de importar conocimientos y reglas de otras áreas más prestigiosas (Larrosa, 1990).

En la educación encontramos que sus áreas de investigación están relacionadas también con los cambios ideológicos, culturales, socio-económicos, prácticos y políticos, como también con los cambios que se presentan en otras comunidades, quienes de una forma u otra, aplican cierta restricción social en relación con un control ejercido sobre los medios de comunicación y difusión de lo dicho, de aquel saber legitimado por una u otra escuela de pensamiento.

5.3. EL EDUCADOR COLOMbIANO, EL ESLAbÓN ORGáNICO PARA EL SISTEMA EDUCATIVO COLOMbIANO

El compromiso de atender el desarrollo profesional del maestro se ha convertido en los últimos años no sólo en un problema político, administrativo y técnico, sino en un importante objeto de estudio, de investigación, de debate público y de desarrollo legislativo. Los planteamientos presentes en la Constitución Política de 1991, en la Ley 115 de 1994 y en la mayoría de los estudios teóricos y proyectos de reforma, no dudan en vincular la transformación de las instituciones y el incremento de la calidad educativa con la modificación de las

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prácticas pedagógicas de los maestros y el enriquecimiento de su desarrollo profesional, para lo cual, han de comprometerse las instituciones formadoras de maestros, como parte esencial del Sistema Nacional de Formación de Educadores.

La Ley 30 de 1992 y la Ley 115 de 1994 conciben la investigación como un núcleo de formación para los nuevos maestros y maestras que requiere el país. Inicialmente se pensó que la normatividad daría razón de la estructuración de los saberes, por eso se propusieron los decretos 3012 de 1997 para las escuelas normales superiores y 1279 de 1998 para las facultades de educación. El artículo cuarto de ambos decretos propone a los programas de formación los núcleos de saber: educabilidad, enseñabilidad, estructura histórica y epistemológica de la pedagogía y las realidades y tendencias sociales y educativas, de carácter institucional, regional, nacional e internacional.

Asumir la formación de maestros en toda su complejidad, requiere que las escuelas normales superiores y las facultades de educación se comprometan con la fundamentación pedagógica de una propuesta de formación inicial de maestros para los niveles de preescolar y educación básica, formulada a partir de los núcleos del saber pedagógico, enriquecida con la investigación educativa y viable a través de la gestión institucional en su dimensión formativa y en su relación con el contexto (Acreditación de Calidad y Desarrollo de las Escuelas Normales Superiores. Documento Marco. Serie Documentos Formación de Maestros. Ministerio de Educación Nacional, Santafé de Bogotá, 2000, p. 14).

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Después de varios diagnósticos, el Ministerio de Educación Nacional en su propuesta de creación de un «Sistema Nacional de Formación de Educadores», propuso una nueva misión para las facultades de educación, la cual comprende, entre otros aspectos: formar desde su particular proyecto académico, un educador de la más alta calidad científica y ética; propiciar la construcción de la pedagogía como saber científico que fundamente la profesionalización; contribuir a la creación de una cultura de preservación del medio ambiente, de una cultura científica y de una cultura para la convivencia, el pluralismo, la solidaridad y la participación democrática; fortalecer la investigación y fundamentar en ella, la formación profesional; promover el desarrollo de áreas y líneas de investigación que consoliden los programas y los grupos de investigación.

Sin embargo, los procesos de formación en la práctica aparecen desarticulados. Es preocupante ver cómo se está enseñando y aprendiendo la investigación, la poca claridad de los docentes en cuanto a perspectivas investigativas y metodológicas, su insuficiente formación epistemológica alrededor del saber por enseñar y la pedagogía, la descontextualización entre investigación y práctica profesional, la carencia de recursos físicos y financieros que fomenten y apoyen la investigación; se observa poco compromiso docente e institucional para generar procesos investigativos de rigor, la comunidad académica se encuentra casi invisible.

El Ministerio de Educación Nacional a finales de la década de los noventa, mediante el mecanismo de acreditación previa, centró su atención en el fortalecimiento de la calidad de los programas de las instituciones formadoras de educadores

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y en la consolidación de las instituciones que los ofrecen, haciendo frente a problemáticas que involucran al Estado, los fundamentos de la formación, las instituciones formadoras y la situación social y profesional del maestro:

1) Relacionadas con el Estado: permisividad ante la proliferación de ofertas de formación de baja calidad, ausencia de criterios y políticas, dirigidas a atender la desarticulación y dispersión de los programas de formación, debilidad en los procesos de descentralización, incoherencia y vacíos en las políticas y en la legislación.

2) Relacionadas con los fundamentos de formación: reduccionismo de la pedagogía a esquemas instrumentales y poca comprensión de su carácter disciplinario e interdisciplinario; inexistencia de comunidades académicas en pedagogía y de estados de arte que den razón de avances nacionales e internacionales en este sentido; ausencia de debates sobre enfoques y modelos pedagógicos en general o relacionados en particular, con la formación de educadores; precariedad de estímulos y débil sistematización de la investigación acerca del maestro; desarticulación entre la investigación educativa y los currículos de formación de educadores; hegemonía del sentido profesionalizante en la formación del educador; poco compromiso con el desarrollo de las capacidades del educador para comprender integralmente al alumno y articular condiciones culturales, sociales y ambientales a su acción formadora.

3) Relacionadas con las instituciones formadoras: cuestiona-miento de la vigencia y validez de las instituciones y sus

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programas frente a la demanda de la época y los retos del país; poca claridad en los criterios académicos para orientar la formación de educadores; carencia de rigor pedagógico en los formadores de formadores; poco compromiso con la investigación educativa y pedagógica; proliferación y desarticulación de ofertas de formación; bajos niveles de exigencia en el ingreso y promoción de los alumnos; mantenimiento de parámetros transmisionistas y aplicacionistas que luego el maestro reproduce en su acción docente; desarticulación de la formación con la realidad educativa del país, las políticas y tendencias educativas, y con el contexto vital de los alumnos; competencia predominantemente mercantilista entre las otras formas de formación.

4) Relacionadas con la situación personal, social y profesional del educador: las condiciones descritas en los numerales anteriores ayudan a definir las situaciones de desventaja social y profesional del educador, acentúan el escaso reconocimiento que la sociedad hace de su función, agravan la privación que sufre en cuanto a métodos, didácticas, instrumentos conceptuales y técnicas modernas que le permitan generar ambientes propicios de aprendizaje, lo cual conduce a mantener en forma acrítica la tradición docente.

Las condiciones y situaciones planteadas, en opinión de muchos investigadores, inciden significativamente en la generación y mantenimiento de los problemas educativos referidos al aumento de los índices de baja calidad en todos los niveles y modalidades de la educación; la deficiencia

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en logros de los aprendizajes científicos y tecnológicos; la permanencia de los factores que favorecen el incremento de problemas socialmente relevantes; el mantenimiento de esquemas autoritarios, dogmáticos y resistentes al cambio en la cultura de las instituciones educativas; la incapacidad para incorporar y hacer efectivo un uso pedagógico de los medios masivos e interactivos de comunicación; la ausencia de comunidades académicas en educación y pedagogía; el aislamiento de la institución educativa de la realidad y de las comunidades de referencia y su poca participación en el desarrollo regional (Men, 1998:9).

En el pasado Plan de Desarrollo para la Educación Colombiana, la educación superior estuvo ausente de la programación y compromisos de los diferentes foros regionales y nacionales que dieran razón sobre el proyecto de nación que legó la Constitución Política de 1991, cuando llamó al ciudadano colombiano a participar en la construcción de nación, tejido social, ciencia y tecnología. Sin embargo, estuvo presente en la definición de políticas educativas promulgadas por la Ley 30 de 1992 al reconocerse la autonomía universitaria, la libertad de cátedra y su compromiso con el conocimiento y la ciencia.

La educación del ser humano es algo que se inicia desde el vientre, trascurre por el hogar y las aulas escolares, las calles del barrio, la ciudad y el mundo, escenarios que se van apropiando de las diferentes formas del ser, estar y actuar en los entornos socio-culturales y de sus repercusiones en todos los aspectos. Espacios para la convivencia, la ciudadanía desde lo público y privado dirigido a proyectos de participación

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ciudadana y la integralidad humana para construir tejido social para la sana convivencia.

En cierto modo, podría afirmarse que la preparación ciudadana en la institución escolar requiere pedagogías hedonistas, pedagogías que «desarrollan la posibilidad de formar una voluntad, sin contraponerla al deseo, en continuidad con este» (Mockus, 1994:49). En cualquier caso, si «la globalización aparece como una necesidad que debe expresarse en un desempeño global de la ciudadanía, pero existen formas diversas de ser ciudadano global» (García Canclini, 1999:194), sería una ciudadanía formada desde la tensión cultura escolar y no escolar, más que desde la exclusión y oposición.

En la óptica anterior puede afirmarse, que la preparación de ciudadanos en la institución escolar, esta cruzada por tres ejes: a) un cambio en la comprensión del sujeto de la educación y de la escuela; b) una ampliación de mirada sobre el concepto de ciudadanía en la tensión global-local y c) una revisión a las pedagogías que sustentan dicha formación.

Si bien es cierto que la formación de ciudadanos no es responsabilidad exclusiva de la educación obligatoria, también lo es que ésta tiene un papel importante que cumplir allí y para ello requiere desarrollar sus procesos educativos en estrecha relación con la cultura y el conocimiento extraescolares, de esta forma se impone la necesidad de generar un anillo retroactivo de interacción y enriquecimiento entre las diferentes modalidades educativas formal, no formal e informal.

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Se hace necesario un estatuto docente unificado para todos los niveles de la educación colombiana desde el preescolar hasta la universidad, donde el saber que les identifica pueda interactuar interdisciplinariamente a través de los grupos de investigación, el educador como intelectual transformativo, con igual tratamiento y oportunidades que le permita acercarse a la ciencia y la tecnología, para que pueda investigar y producir saber y conocimiento que cada día mejoren sus prácticas pedagógicas y podamos ver en la realidad un verdadero sistema educativo unificado en Colombia.

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EPíLOGO: ENSEñAR A PENSAR

Las reforma de la enseñanza debe conducir a la reforma del pensamiento y la reforma del pensamiento debe conducir a la

reforma de la enseñanza.

Edgar Morin (1999:21).

En el siglo XIX se hablaba, en relación con la universidad, de la necesidad de un educación integral y considerar una deseable regresión a las humanidades clásicas para construir el saber sobre las ciencias de su época. Donde el objeto esencial de ese viejo humanismo no era enseñar a pensar, observando y experimentando, sino enseñar a hablar bien sobre lo que otros pensaron, sin pensar por cuenta propia, sin observar ni experimentar. Para el siglo XX, la educación también piensa en una formación integral, donde una de las finalidades de la educación superior es un proceso permanente que posibilita el desarrollo de las potencialidades del ser humano25.

25 Ley 30 de 1992. Fundamentos de la educación superior. Capítulo I, artículo 1.

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Para reformar el pensamiento, Morin propone los principios que permitían seguir la indicación de Pascal: «Creo que es imposible conocer las partes sin conocer el todo y que es imposible conocer el todo sin conocer particularmente las partes. Esos principios conducen a superar un conocimiento fragmentario que al tornar invisibles las interacciones entre un todo y sus partes, rompe lo complejo y oculta los problemas esenciales, y que al atender solo a las globalidades pierde contacto con lo particular, lo singular y lo concreto. Esos principios remedian la funesta desunión entre el pensamiento científico, que disocia los conocimientos y no reflexiona sobre el destino humano y el pensamiento humanista, que ignora los aportes de las ciencias que pueden alimentar sus interrogantes sobre el mundo y la vida. Por eso, es necesaria una reforma del pensamiento que desarrolle nuestra aptitud para organizar el conocimiento y permita la vinculación de dos culturas divorciadas. Podrían reaparecer así las grandes finalidades de la enseñanza: crear cabezas bien puestas, bien llenas, enseñar la condición humana, iniciar la vida, afrontar la incertidumbre, enseñar a transformarse en ciudadanos» (Morin, 1999:6).

Del texto de Morin solo me quedaré con el capítulo primero –Los desafíos– (desafío cultural, sociológico, cívico, desafío de desafíos), y dejo al lector para que continúe la reflexión con este pensador francés, acompañado del italiano Antonio Gramsci, el brasileño Paulo Freire, el norteamericano John Dewey –iniciador de la reflexión metodológica para aprender a pensar– y finalmente de los colombianos Estanislao Zuleta y Héctor Abad Gómez.

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En el capítulo primero, Morin se refiere a los desafíos que tiene actualmente la educación, como es el caso de los saberes disociados, parcelados, compartimentados entre disciplinas y, por otra parte, realidades o problemas cada vez más pluridisciplinarios, transversales, multidimensionales, trasnacionales, globales y planetarios: «Los problemas particulares no pueden plantearse y pensarse correctamente sino en su contexto, y el contexto de estos problemas debe plantearse cada vez más en el contexto planetario» (Morin, 1999:13). Para nuestro caso, aunque nos preocupamos de plantear currículos flexibles e integrales desde las reformas de la década de los setenta, ha llegado el siglo XXI en su primera década sin poder lograr concretar la educación cívica y ciudadana que se propone desde la Constitución de 1991 en su artículo 41: «En todas las instituciones de educación, oficiales o privadas, serán obligatorias el estudio de la Constitución y la instrucción cívica», como tampoco el fomento a las prácticas democráticas para el aprendizaje de los principios, los valores y la participación ciudadana, propuesto por el Estado26.

Nos encontramos aquí con dos problemas aún sin resolver; la educación ciudadana o instrucción cívica27 queda para muchos

26 Constitución Política de Colombia. Art. 1: Colombia es un estado social de derecho, organizado en forma de república unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general.

27 Gramsci hace observar que tal contraposición es mecánica, porque la simple noción, luego de penetrar en el cerebro del muchacho se convierte también en elemento de formación y desarrollo. Pero además, sin conocimiento no podrá haber educación.

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en el currículo, bajo la responsabilidad de los educadores de las ciencias sociales; nuestra educación compartimentada por áreas del conocimiento y hasta por departamentos -como pasa en la educación superior- no permite que podamos sentir la transversalidad del pensamiento ciudadano en todas las aéreas del pensamiento científico y la condición humana, tanto de profesores y estudiantes. Los técnicos y administradores con sus decretos y leyes se muestran cada vez más distantes de la condición humana.

Morin hace un llamado a pensar el problema de la enseñanza, de un lado, a partir de la consideración de los efectos cada vez más graves de la compartimentación de los saberes y de la incapacidad para articularlos entre sí; y del otro, a partir de la consideración de que la aptitud para contextualizar e integrar es una cualidad fundamental del pensamiento humano. De ahí los tres desafíos: de la cultura, el sociológico y el cívico.

El desafío de la cultura. Para Morin, la cultura no solo está cortada en piezas separadas sino también rota en dos bloques. La gran desunión entre la cultura de las humanidades y la cultura científica, que comenzó en el siglo pasado y que se agravó en el nuestro, entraña graves consecuencias para una y para la otra. La cultura humanística es una cultura genérica que por medio de la filosofía, el ensayo, la novela, alimenta la inteligencia general, enfrenta los grandes interrogantes humanos, estimula la reflexión sobre el saber y favorece la integración personal. La cultura científica, de una naturaleza diferente, separa los campos del conocimiento, provoca descubrimientos admirables, teorías geniales, pero no una reflexión sobre el destino humano y sobre el devenir de la ciencia.

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El desafío sociológico. El campo sometido a tres desafíos se extiende sin cesar con el crecimiento de las características cognitivas de las actividades económicas, técnicas, sociales, políticas, especialmente con los desarrollos generalizados y múltiples del sistema neuro-cerebral artificial denominado de manera inapropiada informática, simbiótica con todas nuestras actividades. De esta manera, cada vez más, la información es una materia prima que el conocimiento debe dominar e integrar; el conocimiento debe ser vuelto a consultar y ser revisado por el pensamiento; el pensamiento es como nunca, el capital más preciado para el individuo y para la sociedad28.

El desafío cívico. Acompaña un debilitamiento de una percepción global que conduce al debilitamiento del sentido de la responsabilidad, pues cada uno tiende a ser responsable solamente de su tarea especializada; y también al debilitamiento de la solidaridad, pues cada uno percibe nada más que su vínculo orgánico con la ciudad y sus conciudadanos. Existe, pues, un déficit democrático creciente a causa de la apropiación de una cantidad cada vez mayor de problemas vitales por parte de los expertos, especialistas y técnicos. En estas condiciones el ciudadano pierde el derecho al conocimiento (democracia cognitiva). Tiene derecho a

28 El pensamiento que recorta y aísla permite que los especialistas y expertos sean buenos en sus compartimentos y que cooperen con eficacia en sectores del conocimiento no complejos, espacialmente en los que se relacionan con el funcionamiento de las máquinas artificiales. Pero la lógica a la que obedecen extiende sobre la sociedad y las relaciones humanas las restricciones y los mecanismos inhumanos de la máquina artificial y su visión determinista, mecanicista, cuantitativa y formalista, ignora, oculta o disuelve todo lo que es subjetivo, afectivo, libre, creador. Morin, p 15.

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adquirir un saber especializado si hace estudios ad hoc, pero está desposeído, en tanto ciudadano, de todo punto de vista totalizador y pertinente. Recordemos que el arma atómica le quitó por completo al ciudadano la posibilidad de pensarla y de controlarla. Su uso está librado a la decisión personal de un jefe de Estado sin consultar a ninguna instancia democrática regular. Tanto más técnica es la política, mayor es la regresión del conocimiento democrático que se produce.

En la década de los setentas, en Colombia, nos encontramos con el maestro Estanislao Zuleta, quien igualmente compartía tales críticas a la educación. Expresaba con gran tristeza y preocupación cómo la educación con sus métodos no permitía pensar, entre otras causas por la falta de comunicación entre sus interlocutores. Según él, «en la educación existe una gran incomunicación. Yo tengo que llegar a saber algo pero ese ‘algo’ es el resultado de un proceso que no se me enseña; saber significa entonces simplemente repetir […] La educación y los maestros nos hicieron un mal favor: nos ahorraron la angustia de pensar» (Zuleta, 1995:22).

E igualmente lo expresaba el educador universitario, médico salubrista de la Universidad de Antioquia y defensor de los derechos humanos, Héctor Abad Gómez: «Hace quince años estoy tratando de enseñar. Creo que he enseñado muy poco, aunque creo que una cosa sí he logrado: hacer pensar libremente ¿es esto bueno o malo? Yo creo que bueno. El pensamiento libre –fuera de ser una gran satisfacción personal– es lo que ha permitido que la humanidad haya adelantado. El pensamiento libre nos permite crear mejores esquemas y aspirar a cosas mejores». Y continúa: «Es difícil enseñar cuando no se quiere

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imponer un pensamiento, sino estimular el pensamiento, libremente. La gente se siente insegura cuando no le dicen lo que debe creer» (Abad, 1988:47).

Para el Ministerio de Educación Nacional colombiano, con su política de «revolución educativa», donde todo debe pasar el filtro de la evaluación por estándares y competencias, aprender en la convivencia y la tolerancia es una de las preocupaciones de todos los gobiernos del mundo, que dicen llamarse demócratas: «Estamos convencidos de que la educación es uno de los caminos que hará posible la paz. Si abrimos las puertas de todas las escuelas y colegios a los niños y niñas colombianas y, además, les brindamos educación de calidad a cada uno de ellos, estaremos no solo alejándolos de la pobreza sino también dándoles la oportunidad de vivir y construir un país en paz […] Trabajar en desarrollo de competencias ciudadanas es tomar la decisión de hacer democracia en el país, de formar ciudadanos comprometidos, respetuosos de la diferencia y defensores del bien común» (Vélez, 2004).

De igual modo, en las políticas educativas a nivel mundial propuestas por la Unesco, uno de los retos de la educación en la sociedad del conocimiento es aprender a vivir juntos, pues asistimos a fenómenos de individualismos y de fundamentalismos autoritarios que comparten una característica común: la negación de la dimensión política de la sociedad (Tedesco, 2007). En el primer caso, las decisiones se toman en función de la lógica del mercado y el ciudadano es reemplazado por el consumidor o el cliente. En el segundo, el ciudadano es reemplazado por el grupo, el clan, la tribu o cualquier otra forma de identidad adscrita. Vivir juntos, en

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cambio, siempre ha implicado la existencia de un compromiso con el otro.

Desde la mirada de la pedagogía del oprimido, los términos «oprimido y opresor» me recuerdan la práctica en el aula desde el preescolar hasta la universidad, donde prima el silencio cuando el maestro habla, porque él es el que sabe; las preguntas de los alumnos son consideradas muchas veces de poco valor. A maestros y alumnos, oprimidos y opresores de sí mismos, poco se les brinda la oportunidad de escribir, de pensar, de innovar. Esto me recuerda el caso del maestro Estanislao Zuleta, cuyo padre, igualmente liberado de los perjuicios de la escuela, permitió que su hijo no asistiera más a las aulas después del grado cuarto de bachillerato porque éste le estaba perjudicando sus estudios, al no permitirle poder dedicarse por completo a sus lecturas y análisis de textos. Este pensador colombiano fue un autodidacta, e igual quiso que sus propios hijos lo fueran. Él llego a la Universidad sin el consabido título universitario, por lo que tuvo que expatriarse de la Universidad de Antioquia para luego ser reconocido con un título de doctor honoris causa por sus aportes a la educación, en la Universidad del Valle.

Paradójicamente, el bachillerato, decía Estanislao, «es una educación al mismo tiempo muy elemental y muy especializada, lo que se enseña en matemáticas o en geografía es, por una parte tan elemental, que cuando el estudiante termina sus estudios los conocimientos supuestamente adquiridos ya no le sirven para nada práctico en la vida, ni en sus actividades educativas posteriores, cuando no suele ocurrir que olvide todo lo visto». «La educación tal como

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ella existe en la actualidad, reprime el pensamiento, trasmite datos, conocimientos, saberes y resultados de procesos que otros pensaron. Lo que se enseña no tiene mucha relación con el pensamiento del estudiante, en otros términos, no se respeta, ni se lo reconoce como pensador y el niño es un pensador» (Zuleta, 1995:19).

La educación para Paulo Freire siempre fue un reto que se debía asumir con mucha responsabilidad y amor, no todos están llamados a ser educadores, se requiere compromiso, entrega, humildad; y, lo más importante, poner en práctica la gran virtud de la tolerancia tan necesaria en los nuevos tiempos por los que atraviesa el país.

Paulo Freire, después de su prolongado exilio, llegó a ocupar la Secretaría de Educación de su amada ciudad natal Sao Paulo y no pudo llevar sus sueños de reforma de la educación. Comentan sus críticos que la burocracia política no le permitió realizar sus sueños de una educación más humana, emancipadora y libertaria en el pensamiento para enseñar a pensar. «Todos los argumentos a favor de la legitimidad de mi lucha por una sociedad más personalizada tienen en mi fe su fundamentación profunda», afirmó Paulo Freire. «A la sombra de este árbol -dice Freire- hay distintos niveles de toma de conciencia. Un nivel mágico, que es superado por el nivel crítico. Esta concientización me lleva a ser libre, dueño de mis actos, conocedor incluso de los límites objetivos que se presentan como obstáculos a este ser más colectivo: falta de libertades, hambre y opresión. Pero esta toma social de conciencia, punto clave del proceso de humanización, me abre la posibilidad de acción transformadora a través del diálogo

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con los otros. En esta acción dialógica, que cumple con la valoración ontológica que está en la naturaleza humana, se va construyendo la ciudadanía» (cit. Etchegoyen, 2006).

Para nuestro caso colombiano, el pensamiento creativo y crítico también es un reconocimiento que se hace desde nuestros pensadores; es el caso de Gabriel García Márquez, en 1994, quien en el prólogo del informe de la Misión Ciencia, Educación y Desarrollo (1995), expresó la importancia que debían tener para Colombia la ciencia y la educación como un pilar de desarrollo: «La misión de la ciencia, la educación y el desarrollo no ha pretendido una respuesta, pero ha querido diseñar una carta de navegación que tal vez ayude a encontrarla. Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética –y tal vez una estética– para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía (Cien años de soledad). Por el país próspero y justo que soñamos: al alcance de los niños».

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Rodolfo Llinás, reconocido científico a nivel mundial, también expresaba en el mismo informe un diagnóstico preocupante acerca de la ciencia y el papel de la educación. En este primer diagnóstico, catalogado por muchos expertos como el único de gran reconocimiento en el plano nacional, «Colombia reconoce por fin la crisis en que se encuentra su sistema de ciencia, tecnología y educación y busca, como garantía de un futuro mejor, la reestructuración de tales sistemas. Las carencias en capital humano capacitado, sistemas educativos de calidad con amplia cobertura y la inadecuada educación científica para el desarrollo, no permiten actualmente asumir los retos organizativos y culturales del presente y del futuro en Colombia. Esta situación, conjugada con ciertas estructuras internacionales, constituyen serios obstáculos para el desarrollo actual del país» (Misión Ciencia, Educación y Desarrollo: 73).

Veamos brevemente algunas situaciones diagnósticas e históricas de la realidad colombiana y latinoamericana, para saber realmente quiénes somos y para dónde debemos guiar la brújula del futuro de las nuevas generaciones. Problemas desde lo social y recomendaciones al respeto de la Comisión:

* Al igual que la mayoría de países latinoamericanos, en los últimos cincuenta años Colombia ha experimentado profundos cambios en sus estructuras sociales y económicas con efectos ya evidentes, no solo en el medio ambiente y en la calidad de vida, sino en los valores y actitudes de la población.

* Desde los años cincuenta, el Estado asistió al desgaste de las instituciones, lo cual se ha agudizado y perpetuado a través

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de la violencia. La ausencia de consensos en la sociedad civil, el debilitamiento del modo democrático, venían desgastando la legitimidad del Estado. La sociedad colombiana no pudo escapar a la crisis de gobernabilidad que afecta a la mayoría de los países de América Latina por el pobre desempeño y funcionamiento del sistema político, por la incapacidad por parte del gobierno de controlar situaciones conflictivas y por la imposibilidad de aunar criterios respecto de la eficacia para gobernar. La corrupción y el narcotráfico desgastaron las columnas de la sociedad29.

* En los sectores medios y populares esta gobernabilidad se ha manifestado con sentimiento de desesperanza, de apatía y abstención electoral. Pretendiendo lo contrario, el Estado terminó restringiendo la participación ciudadana30, cerró la posibilidad de la convivencia sin desacuerdos y promovió la difamación de la diferencia entre las propuestas históricas de los partidos tradicionales.

* Se ha buscado delimitar y focalizar las funciones del Estado31 en la provisión de servicios esenciales como salud, vivienda, saneamiento básico, seguridad social, que ahora pueden ser

29 Para Gramsci, «todo fenómeno hay que relacionarlo con las condiciones históricas concretas en que se origina».

30 Constitución Política. Art.103: Son mecanismos de participación del pueblo en ejercicio de su soberanía: el voto, el plebiscito, el referendo, la consulta popular, el cabildo abierto, la iniciativa legislativa y la revocatoria del mandato. La ley los reglamentará.

31 La teoría de la hegemonía de Gramsci está ligada a su concepción del estado capitalista, que según afirma, controla mediante la fuerza y el consentimiento. El

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ofrecidos por agentes de la sociedad civil, mientras aquél mantiene la responsabilidad de garantizar su prestación con eficiencia y calidad, y en algunos casos de subsidiar la demanda por parte de los sectores menos favorecidos.

* La escuela como espacio social y dispositivo pedagógico es la condición para la producción, reproducción y transformación de la cultura. Así, ella misma impone y desarrolla el orden de los significados mediante controles sobre la organización, distribución y evaluación del conocimiento. El maestro en el proceso recontextualizador del conocimiento debe tener información actualizada y textos que le permitan conocer el contexto local, regional, nacional y mundial.

* La formación de los docentes32 no puede obedecer a criterios inmediatistas que les garanticen solamente incrementos salariales pero no la orientación para procesos

Estado no debe ser entendido en el sentido estrecho de gobierno. Gramsci más bien lo divide entre la ‘sociedad política’, que es la arena de las instituciones políticas y el control legal constitucional, y la ‘sociedad civil’, que se ve comúnmente como una esfera ‘privada’ o ‘no-estatal’, y que incluye a la economía. La primera es el ámbito de fuerza y la segunda el de consentimiento.

32 Para Gramsci, la escuela creadora no significa ‘escuela de inventores y descubridores’, solo indica una fase y un método de investigación y conocimiento y no un programa predeterminado con obligación de originalidades e innovaciones a toda costa. Se ha entrado a una fase de madurez intelectual en que no pueden descubrirse verdades nuevas. Por eso, esta etapa de la actividad escolar tendrá que desarrollarse fundamentalmente en los seminarios, las bibliotecas y los laboratorios experimentales y en ella se recogerán los inicios conducentes a la orientación profesional. La aparición de la escuela nueva representa el inicio de las nuevas relaciones entre el trabajo intelectual y el trabajo industrial, y no solo para la escuela, sino para toda la vida social.

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académicos e investigativos. Los maestros deben acceder a textos en forma directa y no medida. Posibilitar las actividades investigativas y críticas y, por ende, los eventos de formación permanente, son los hechos privilegiados para desmitificar la investigación, a los autores, y superar la etapa de leedores para convertirse en lectores, que superen la inmediatez del hombre moderno, de la cual se quejaba Nietzsche al reclamar al lector que rumie, luche, confronte y se asombre. De ahí la importancia de que el maestro sea un investigador dentro y fuera del aula.

* Comparando los datos estadísticos de científicos en el mundo, en los países industrializados el número de científicos es de uno por mil. Para tener una masa crítica que impulse el desarrollo, Colombia requeriría actualmente cerca de 36.000 científicos e ingenieros altamente entrenados y calificados. Grupo de científicos que generen investigación e información.

* Urge preparar la próxima generación de colombianos con una óptima educación y con bases sólidas en ciencia y tecnología, un proceso inicial de veinticinco años. Dicho lapso es el mismo requerido para implementar un programa pertinente para el fomento de la investigación en ciencia y tecnología para el desarrollo de Colombia.

La educación33 no es un fin en sí misma, es el medio indispensable para el desarrollo de cada individuo y para el

33 El distingo entre «instrucción» y «educación» fue uno de los caballos de batalla de la pedagogía idealista contra la tradicional, en el que la «instrucción»

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de la sociedad en general. La buena educación es la condición indispensable para el funcionamiento de la sociedad, para la desaparición de la violencia, para la justicia y la equidad, para el desarrollo de las regiones y la incorporación de la diversidad cultural y étnica en el devenir nacional, para el desarrollo industrial y la competitividad internacional, para el manejo del medio ambiente. No hay tema en la agenda de las grandes preocupaciones de la Misión que no dependa de un sistema educativo fuerte y bien orientado. La ausencia de éste en Colombia explica muchos de nuestros pobres desempeños, pues se requieren muchas otras condiciones políticas, económicas e institucionales.

Si estuviese entre nosotros Paulo Freire, propondría la pedagogía de la esperanza, la pedagogía de la libertad, el derecho a la palabra de la población y la comunión dialógica entre sus ciudadanos, para poder entender y comprender la Carta Magna cuando llamó a todos sus ciudadanos a participar de la educación, y no solo al Estado34.

El ejercicio de la ciudadanía que legó la constitución colombiana, les otorgó a sus ciudadanos y ciudadanas la posibilidad de hacer uso de sus derechos. En Colombia la Constitución comenzó a escribirse en las calles de las principales ciudades, en las marchas de solidaridad, en los referendos como forma de participación democrática, en la

aparecía pura y simplemente como obtención de un volumen dado de conocimientos y la «educación» se presentaba, en cambio, como el logro del método, de la madurez y de una particular lucidez mental que permitía el juicio sobre hombres y cosas (Gramsci).

34 Ver Ley 115 de 1994, art. 5: Fines de la educación colombiana.

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consulta popular de los diferentes partidos políticos con sus electores, en el cabildo abierto que convoca a los ciudadanos a plantearse sus problemas y futuras soluciones como un legado no solo del colonialismo español, sino también de los griegos con el ágora, donde todos podían participar independientemente de que fueran o no ciudadanos.

Pareciera que una nueva Colombia comienza después de diecisiete años de la promulgación de la Constitución de 1991, con una mayor conciencia sobre los derechos consignados y la necesidad de preservarlos: derecho a la participación, la convivencia, la autonomía de la educación, la autonomía universitaria, libre expresión, movilización, entre otros.

Ahora preguntémonos de dónde surge o qué promueve esta nueva conciencia. ¿Será la educación ciudadana y cívica que imparte la escuela?, ¿será la educación que se recibe de la familia con los padres?, ¿será la influencia de los medios de comunicación?, ¿será la aparición de los defensores de los derechos humanos y su políticas globalizadas?, ¿será la creación del Ministerio de la Protección social y el Medio Ambiente en estos últimos gobiernos? ¿Realmente es tan cierto y acertado el ejercicio, reclamo, aplicación y desarrollo de nuestros derechos?

Tendremos que leer al premio Nobel de literatura, el portugués José Saramago, para saber en sus novelas La lucidez o La ceguera qué es lo que olvidamos y no queremos recordar cuando negamos la historia, o saber realmente que también tenemos el derecho a la palabra, al voto, a decidir nuestro

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camino y a saber lo que realmente ocurre en nuestro país y el mundo como ciudadanos planetarios.

Ante hechos como el nombramiento de una representante de la raza negra en el Ministerio de Cultura, nos preguntamos ¿será una muestra del actual gobierno de comenzar a reconocer las diferencias étnicas?, ¿o será este un reconocimiento que debe aprenderse desde el hogar, desde la escuela? Decimos que no somos racistas pero las denuncias a diario en todo el país demuestran lo contrario. ¿Será la educación, con una cátedra en diversidad étnica y cultural, la que nos saque de esta problemática? ¿O una cátedra en competencias ciudadanas o instrucción cívica como en la época del manual de urbanidad de Carreño, la que nos prepare para un buen comportamiento en sociedad? ¿Será que la cátedra de democracia –obligatoria para graduarse en las universidades– está impactando en el comportamiento ciudadano de los profesionales y técnicos de nuestro país? ¿Tenemos de verdad un profesional humano en su ejercicio profesional, que conviva en la tolerancia y la diferencia en el colectivo social y comunitario que le reconoce como un líder un intelectual35 transformativo? Bien sabemos por las estadísticas que muchos de nuestros intelectuales están fuera del país protegiendo su vida o la de su familia, y otros han optado por el silencio y no optar por el derecho a la palabra que como ciudadano colombiano le brinda la Constitución.

Mientras los suecos piden al Estado que les brinde felicidad, nosotros pedimos que se ejerza un estado social de derecho que

35 Gramsci se cuestiona el papel de los intelectuales. ¿Son los intelectuales un grupo social autónomo e independiente o todos los grupos sociales tienen sus propias categorías de intelectuales especializados?

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brinde a sus ciudadanos, al menos, los tres derechos básicos: salud, educación y vivienda.

Cuántas generaciones habrán de pasar para que la paz venga a Colombia, para hacer efectivo el reconocimiento a la diversidad étnica y cultural, a la diferencia de género, a la convivencia pacífica, la tolerancia, el derecho a la palabra, al agua potable gratuita, entre muchos otros. Un sacerdote testigo de la toma del municipio de Granada por parte de la guerrilla durante veinticuatro horas, viendo cómo las balas, morteros y pipetas destrozaban su templo, decía que se necesitan cuatro o cinco generaciones para ver la paz, porque las dos generaciones próximas vienen por la venganza de la muerte de sus seres queridos, violaciones de sus hermanas y madres, desapariciones, y solo sueñan con poder vincularse a la guerrilla, a los paramilitares, a la policía o al ejército para tener un arma y hacer justicia.

¿Qué hacer desde la educación, reconocida por todos como pilar de desarrollo humano, social y económico, cuando a veces la escuela y los maestros están tan distantes de estas problemáticas sociales, solo acompañados de la férula de la evaluación? ¿Qué hacer con un Estado, con un eslogan de «revolución educativa», preocupándose solo por la cobertura, con los mismos recursos, y la calidad evaluada por un sinnúmero de pruebas dirigidas a estudiantes, profesores y egresados, y lo más triste, privatizando cada día la educación colombiana en todos los niveles?

El déficit de las universidades públicas es preocupante, más aún cuando la nación dejó a las universidades la obligación

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36 La finalidad principal del gobierno de esta época, con el Sr. Ministro de Educación Jaime Niño Díez y el presidente Ernesto Samper Pizano, era crear un Sistema Nacional de Formación de Educadores, y a ese fin se orientaron los decretos 3012 del 19 de diciembre de 1997 por el cual se adoptan disposiciones para la organización y el funcionamiento de las escuelas normales superiores, y el 272 del 11 de febrero de 1998 por el cual se establecen requisitos de creación y financiamiento de los programas académicos de pregrado y posgrado en educación ofrecidas por las universidades y por las instituciones universitarias, se establece la nomenclatura de los títulos y se dictan otras disposiciones. Ver: Hacia un sistema Nacional de Formación de educadores. Ministerio de Educación Nacional. Serie Documentos, Bogotá. Abril de 1998.

de asumir las pensiones de jubilación de sus trabajadores en porcentajes acordados con las directivas, pero que en la práctica han empobrecido y llevado a la crisis a estas instituciones que brindan el servicio de la educación superior para las clases más desprotegidas como son los estratos 2 y 3. Bien sabemos que el estrato uno aún no está en la universidad, pues no tiene para transporte, tampoco qué comer y menos para fotocopias o textos.

¿Qué hacer cuando en la formación de los maestros, no obstante los decretos reglamentarios de la ley general de educación36, su mentalidad está regida aún por métodos instruccioncitas, pensamiento rígido y castrador, y si aparece el pensamiento reflexivo y crítico el sistema educativo no le permite sobrevivir en el aula y fuera de ella por mucho tiempo? Además, se imponen métodos y modelos, y aún el Ministerio de Educación busca asesores económicos y planes de desarrollo educativos extranjeros, como el caso del modelo pedagógico francés.

¿En cuántas generaciones lograremos estos maestros investigadores, productores de saber e información en

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beneficio de la ciencia, el desarrollo y la tecnología, si todavía su mentalidad y su pensamiento no han cambiado? Pienso que necesitamos, como decía el amigo sacerdote, cuatro generaciones, porque los que actualmente están formando maestros y maestras en el país desde las Escuelas Normales reformadas y las facultades de educación, no perciben aún en las aulas un pensamiento transformador para asumir las reformas propuestas en la década de los noventa por el Estado, la Misión Ciencia, Educación y Desarrollo, por los aportes de grupos de intelectuales y académicos que, con Jaques Delor (1998), están de acuerdo en que la educación es un pilar de desarrollo de cualquier país, y por la declaración de la Unesco. En Colombia no tenemos aún un sistema nacional de formación de educadores consolidado para cada nivel, hay leyes y decretos que los rigen por separado, cada cual gira como una rueda suelta. La educación no formal que se legisla con la Ley 115/94 y la educación informal corren igual suerte.

Algo que se vio como un primer paso muy importante, por la convocatoria a participar de la educación que por constitución se delegaba también al padre de familia y la comunidad, fue el primer Plan Decenal de Educación, el cual fracasó porque nació abortado, o sea sin presupuesto, y no se convocó a la universidad. El segundo Plan Decenal 2006-2016, donde se llamó a los maestros, incluyendo a las universidades, a reflexionar sobre su práctica pedagógica, la evaluación y la participación, parece tan utópico como el anterior.

En esta misma década de reformas apareció la Ley General de Educación con los decretos reglamentarios en la formación de

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educadores, donde los docentes, liderados por la Federación Nacional de Educadores -Fecode-, el Centro de Investigación y la Revista Educación y Cultura, participaron activamente en su reglamentación para luego sentir desengaño cuando con los decretos reglamentarios -los técnicos y administradores- cambiaron su quehacer misional. La ley sobre la educación superior reconoció la autonomía universitaria, pero aún las universidades públicas no nombran a su rector, tampoco sus decanos, el Consejo Superior se maneja desde el Estado en cada universidad y la participación se ha invisibilizado en todas las instituciones universitarias públicas. Todo este tipo de reformas que vienen desde el Estado de arriba hacia las bases, ha permitido que hoy el sistema educativo colombiano no presente una verdadera unión orgánica, así la ley lo establezca; sus diferentes niveles de educación continúan como ruedas sueltas, donde cualquier profesional puede ser educador por título y no por vocación, o por el saber, desconociendo la didáctica y la pedagogía como saber fundante para ser profesional de la educación.

El Estado continúa legislando como ente regulador y controlador para la educación, caso de los decretos 2266, 1001 y el 1188 para la educación superior, donde la acreditación y regulación de los programas se rigen por las políticas estatales y no por la autonomía curricular y libertad de cátedra que quieren los docentes, estudiantes y trabajadores en las universidades públicas, colegios y escuelas.

Esto nos vuelve a confirmar la política estatal de no dar participación en la educación a los educadores, estudiantes y padres de familia; por el contrario, solo han recibido represión

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y sanciones cuando se atreven en forma organizada a exigir sus derechos. En los colegios, el Proyecto Educativo Institucional sigue siendo propiedad del rector o un comité directivo donde participa un padre de familia en forma pasiva, e igual el estudiante que nombran de personero, el cual se limita con escaso derecho a la palabra a solicitar muy respetuosamente algunas reivindicaciones estudiantiles, como por ejemplo mejoras en el restaurante escolar o la biblioteca.

Debo volver a citar a García Márquez cuando pasó el informe de la Misión Ciencia, Educación y Desarrollo: «Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma».

Igualmente, vuelvo al gran pedagogo y político social Paulo Freire, para quien la escuela no puede ser un campo neutral y sí, por el contrario, debe ser política. En la construcción de ciudadanía se necesita de una permanente vinculación a una serie de derechos humanos: a comer, a vestir, a dormir, a participar de la creación y dirección de la vida colectiva y al conocimiento, que cuando se habla de democracia cognitiva, tiene que ver con dos cosas: conocer mejor lo que ya se sabe y producir nuevo conocimiento.

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