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Con los mismos sueños de un clavel del aire Enrique González Arias 1 EDITORIAL HISPAMUNDIAL

Clavel del aire - api.ning.comapi.ning.com/files/sCuWmzjOGSf*7LoEP*ugDNvtFq*HH-ftL-nF*KQmOG… · para el invierno ya que no cuento con estufa y sería un ... letra a letra santiguadas

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Con los mismos sueños de un clavel del aire Enrique González Arias

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Con los mismos sueños de un clavel del aire Enrique González Arias

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EDITORIAL HISPAMUNDIAL

Enrique González Arias

Con los mismos sueños

de un clavel del aire

Con los mismos sueños de un clavel del aire Enrique González Arias

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ADÁN Y EVA FUERON EXILIADOS,

DIOS INVENTÓ EL MUNDO ESTE SEGÚN EL LIBRO

Y POR QUÉ?

QUIZÁS UN MUNDO PORQUE ÉL ERA UN EXILIADO.

QUIZÁS.

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La venida de una nieta del abuelo con su hijo es la novedad

que alguien trajo hasta mi redil en esta noche de festividad, ha

revuelto mis más íntimas células, hasta sacarme de las oscuras

ideas tales como las ganas de asesinar literariamente a un

enemigo que no conozco.

En la mañana fuimos al cementerio a ponerle flores a los que

no están, así acompañarles, esto me pone nostálgico y se me

vienen a la cabeza los cuentos de la familia contados por el

abuelo. Ahora, me parece es el momento adecuado para que les

pase mis recuerdos de cómo llegamos a donde estamos.

Son cuentos medios afiebrados, cuentos llenos de inventos

ya por nosotros, los que no estuvimos allí en la tierra de nuestros

orígenes recibidos de nuestros mayores.

Quedé mirando el techo pensativo, imaginando las

situaciones desquiciadas que se suelen presentar a un ser

humano viendo las tablas quietas y sucias del alto techo, las

telarañas que parecen cobijarme desde allí hace varios meses y la

araña, esa, que hasta tengo la impresión de que me cuida, o, le

doy miedo con mi soledad, me temí un enamoramiento con ella, a

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que me hiciera su presa desde esas alturas y todo se esfumó

cuando sonó un estruendo sacándome de los pensamientos y me

levanté rompiendo el encantamiento y desde mi habitación vi que

fuera de la casa comenzaron a estallar los petardos lanzados por

la gente, festejando la proximidad de la venida del Año Nuevo ,

por mi ventana pequeña que da al patio de la casa grande, también

veo al abuelo, sentado en el sillón y los niños que corretean a su

alrededor, dando vueltas y vueltas felices haciéndome viajar en

el tiempo a cuando lo hacia yo, dichoso con los primos y los

amigos del barrio que festejaban con nosotros considerados de la

familia en la gran mesa de todos.

El calor de la pieza es tan lindo, que me lo quisiera guardar

para el invierno ya que no cuento con estufa y sería un

despropósito que el otoño abuse de él y me lleve esta linda

temperatura.

Otra vez, se me mete en la cabeza, la noticia del niño que

vendrá y me gustaría, pienso, verle correr entre los demás

chiquillos, eso me haría dejar de lado mis “sí” y ”quizás”; esos

términos que tengo en la matriz de mi ser desde que me trajeron

a este sitio.

Es tiempo en que todos leen los horóscopos, por razones de

curiosidad que nos llega cada año, destartalando a unos y alzando

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a otros con los augurios de buen o mal año, Elizabeth, me dijo que

este será uno bueno para nosotros, también para otros y pienso

que será para hacer las paces conmigo mismo. Seguramente será

así, Angélica está venida a menos, se divorció y desde acá la veo

con sus niños a cuestas no sé si sufriendo, la veo, sola, como yo, y

esos niños son los que encienden el petardo ahora y corren

mientras el abuelo, casi ajeno en su sillón los observa, en silencio,

ese que va llevándole a otros días, se le ve o le veo, porque

entiendo lo que pasa por su cabeza rememorando.

Concentrándome en mis adentros me conecto a mis abuelos

mentalmente como siempre lo he hecho y aparecen en mí unidos

como naturalmente sucede les encuentro y hablamos.

-He pasado pensando en ese hijo que dicen ha de traer esta

nieta tuya abuela, te alegraría saber de otro más que se suma a

tu estirpe; ahora tú, ahí sentado en ese sillón abuelo, dime, te

gustaría otro bisnieto, no estoy seguro salvo, que se le apegue tu

ser a él, como a mí por momentos y eso, sé que te hace sentir

inmensamente feliz. A hurtadillas, te lo noto, en el brillo de tus

ojos por las palabras oídas, y esa picardía que se te dibuja en la

cara viendo la desfachatez de uno de esos pillos de turno y me

siento un tío feliz ya.

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Los cohetes en el aire hacen mucho estruendo y dan un bello

espectáculo en el cielo negro con esas pintitas brillantes y las

risas y las voces de reproches de otros que quieren guardarlos

para cuando llegue la hora llegan hasta aquí.

-Un hijo, vaya, vaya a esta mi edad.-sentencia el padre, le

oigo es como un regocijo floreándose, algunos le saludan por la

nueva buena noticia –tiene unos pulmones que ya verán.-acota.

Se me terminó el papel y está ese, que ninguno usa, abuelo,

tampoco lo usaré esta vez para seguir estas líneas para contar.

No puedo escribir en esa página, ni él tampoco, (mi abuelo),

lo sé, sería sacrílego. Ella, hizo notas y quedaron las huellas de

sus letras muertas, el esqueleto escrito un día de verano, feliz,

cuando estaba viendo a su madre descalza en la playa, frente al

oleaje del océano como queriéndose ir sobre esas olas; desde el

coche. Ella, lo anotó como un registro, puso la hora, el día, los

nombres de los que estaban y el lugar. El abuelo, ha guardado ese

trozo, es lo que quedó de su rastro en la vida. Por ello, por su

memoria salí a buscar papel para hacer estas líneas, al volver me

crucé con el abuelo en el patio, nos miramos y él alzó su copa en

saludo, le besé y volví aquí con estas hojas de cuadernillo escolar

que me servirán para la tarea y encontré en la casa de mi tía

Angélica; gracias por esa comprensión y puede ser quizás que

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por el camino hasta me cargué de mas ideas suyas y las llevo en

mí para ti.

Desde lejos llegan amigos, parientes , la puerta de la calle

que se abre tras cada timbrazo y la casa se sigue llenando de

paisanos que ceremonialmente, pasan , saludan al abuelo en el

patio y los niños se unen a los que rondaban por acá ,mientras los

otros entran al salón grande , donde acomodan sillas y mesas . El

viento, lleva las hojas sueltas y las va corriendo hasta quedarse

atrapadas en la raíz del árbol que sale como una mano saltando

desde la tierra, la noche va llevándose la luz natural y los grillos

atormentan sin casualidad el vacío de sonido y aprovecho antes

que llegue la hora para atropellar estas hojas blancas con letras

y dejar sembrado surcos llenos de palabras para ti.

Los amigos colman de humor todo y hacen cabriolas y beben

y eructan y lanzan las palabras por la ventana que caen al suelo

letra a letra santiguadas por la lumbre amarillenta de las

bombillas y el abuelo desde su sillón no se pierde nada, alejado y

lleno de todos, también bebe y parece estar con más cordura,

metido en el espejismo del lugar, aquel de donde un día salieron,

salimos a donde aún deseamos llegar.

Los hombres, se reconocen en las marcas que llevan en el

alma, en la voz unos distintos de otros, los hay tradicionalistas

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que visten a la vieja usanza y danzan como aquellos de otros

tiempos en su memoria y completan su todo en ayer, los que

siguen la religiosidad, cumpliendo con los viejos preceptos

emanados de sus órdenes, viéndose los ombligos de sus

microcosmos y los mundanos, que se atornillan a la vida y dan fe

de unos y de otros en la feria de la humanidad , que no se oferta,

no se vende ni se compra, se vive. Así todos están aquí, hoy,

encasillados en su bebida sintiéndose iguales, en el mágico crisol

de donde venimos ahora mezclados, unos de tez aceitunas, otros

de rubio pelo y los muy blancos llenos de pecas, todos somos uno.

-Salud abuelo.

-¡Salud ¡

Cansados de las persecuciones, de las muertes, de tanta

pena un día, un día cualquiera sin mas remedio los que estaban

asediados de tanta muerte deciden salir del país, escapar, salvar

a los demás dar el porvenir, así llegó aquel día, el mas triste que

jamás se les olvidará esa marca en el alma que llevan hombres y

mujeres en el mundo por el mundo.

Hace rato, al caer la noche todos en silencio salieron y se van

metiendo en la falda de la montaña. Escapan, dejan de morir por

tiros y enfrentamientos. Se llevan las familias con sus pocas

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pertenencias. Caminan, ascendiendo ya sobre los techos de la

ciudad, con los fardos y morrales, los fusiles boca abajo. El

tiempo se va diluyendo y llevan ya tres días de marcha, las balas

que llevan en los bolsillos molestan , son inútiles y van con los pies

entrenándose con las piedras sueltas y atrás la tierra amada ,

ensangrentada, callada y mística que se va quedando más y más

lejos ,a cada paso y perdiéndoseles en el paisaje.

Unos mascan trocitos ínfimos de una papa, una cáscara que

aún tiene gusto, otros con unos trozos de madera ablandada o

varas de hierba verde que ya se va secando y les deja los

dientes manchados con un sabor amargo que expende más tiempo

sin percibir el hambre, haciéndoseles menos presente y mucho

silencio sin querer voltear la cabeza para dar una mirada, esa,

que les llene de todo, ese todo, que implica más que las balas

inútiles, que los fardos y el cuerpo mismo. Caminan secos de

espíritu, con la mísera huella de una mazorca, un triángulo o los

detalles, que se entreveran guardándoselo, ascendiendo por el

camino inhóspito es tan sufrible que les permite soltar lágrimas

ya consecuencias del camino, de esas piedras sueltas, de ese

polvo hereje que absorben desde el aire al respirar, colándoseles

por las narices, por entre las ropas provocando escozor, después,

es ya tanta esa irritación que ni se percibe, haciéndose vestido,

casi carne de tanto que se les acomodó al cuerpo. Todos van

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diciendo para sus adentros en un ruego intenso muy que se hace

como un grito en el universo: -Guíame, quiero entrar en la paz,

esa luz que tú puedes dar, guíame Omnipresente guíame.-

mientras la marcha sigue. Es una fila humana en una letanía que

desde las alturas se ve ajena serpenteando por la montaña.

Allá arriba está el cruce, el eje direccional separatista,

indicando: Allá y Allí; son el ayer y el mañana que se presenta y

desarma esa dicha de lucha que llevan consigo, es el no redimirse

sin importar la causa, no rendirse, ni saberse rendidos. Resulta

dolorosa esa altura, ese cruce y se les mete un torbellino de

furor, de miedo, de pasión en el corazón al comprenderlo. La

carga ya no importa, ni siquiera los pies amoratados, lastimados y

sangrantes en ese ascenso que se hace más y más lento y los ojos

van en la fila viendo solo el suelo y alguno hacia adelante para no

tropezarse y caerse atados en un hilo infinito.

Esa torre de piedra que se alza ante los que marchan ,esa

muralla natural que no se rompe con la fuerza de la vista para

poder ver allá, a lo lejos, es la ambigüedad verdadera y

existente a vencer y atemoriza y enfervoriza a la vez .Los

mayores quieren que este ascenso sea interminable para no

verse doblegados; los otros, los jóvenes, los niños, conminan a sus

madres a apurar el paso, para que se termine de una vez la

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tortura de la marcha, que los tiene sin juegos, sin descanso y que

se les pinte en los rostros de los grandes la alegría; que se acabe

de una vez esta tristeza, ellos no entienden de patria, de lucha ,

solo quieren la paz quieren vivir, ser felices.

Las luces de colores de los cohetes al estallar son como

flores en el cielo y alumbran la verbena donde una guitarra,

llorosa, es rasgada por dedos doloridos y revienta en notas

iguales a las guardadas en los oídos viejos, suenan palmas y tonos

de aprobación de los genes que se exteriorizan y por la ventana

se ven arremolinarse entre todos los amigos y jóvenes que ya han

conquistado y hecho suyos el mundo se menean al son , de manera

sensual , ondulando sus cuerpos templados con la sal y alma del

pueblo mismo, el abuelo, bajo el parral cargado de racimos , con

ese aroma de proximidad a vendimiar en silencio les acompaña ,su

alma anda bailoteando con ellos llevando su vaso y cimbrea su

cuerpo joven.

El abuelo quiere caminar de espaldas; él, dice que si nos

siguen quiere caer sin que le maten como a un cobarde, que los

tiros se los den en el pecho. Nos mira a todos ,de reojo ,va

contándonos, con sus oídos atentos a los ruidos ,a que sean solo

de nuestros pasos .Aún lleva el fusil artillado para disparar, es

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uno de los que llevan el caño hacia arriba y tapado, para que no

vaya a relumbrar .Sus pasos son seguros y muy lentos.

Al verlo allí y aquí, le entiendo, seguro que le comprendo,

pues él desearía quedar tendido allí, pelear y morir sin llegar a la

cumbre, no traspasarla. Hasta creo que sería una bendición que el

enemigo llegara ahora mismo, pero, adelante, los primeros, la

nueva generación avasalla y camina para llegar terminar esta

odisea.

Por lo alto el cielo acompaña sin romperse en nubes y es

grande como un mar, es la línea testigo de “ALLÁ” y “ACÁ”. Un

hombre, con sus pasos más lentos se separa un poco del grupo,

como desnudándose se saca su fusil del hombro y lo lanza al

suelo. El ruido al caer es un estertor y provoca un silencio que

recorre las filas, unos parece que agachan más la cabeza contra

las piedras sueltas, otro, sale del grupo llega rápido, toma el

fusil, se lo pone en bandolera y se intercala a los demás, sin mirar

al hombre que se metió en la fila, ni a ninguno, no hay reproche,

pone las manos en los bolsillos secos buscando un trozo de algo,

aunque sea la felpa, esa pelusa de la tela gastada para llevarse a

la boca y masticar algo, sentirse, eso es lo que desea , sentirse .

Caminando, el calzado se ha desbastado, alisado tanto la

suela que parece que los pies tantean el suelo y las piedras con

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los vértices de sus aristas que apuntan afilados ,lastiman la carne

provocando muescas de dolor, hasta que cada vez duelen menos.

Una mujer se cae, va vestida de negro hasta el trapo que

lleva en la cabeza, es como un montón de tela en el suelo. Unos

mozos se acercan y alzan a la mujer desfallecida, intentan

pararla, pero. Ella, ya no tiene andar. Entre dos hombres con sus

fusiles ingenian una parihuela, la montan en ella y otras manos

solidarias se acercan ayudando a cargarla. La marcha sigue

trepando la montaña, se vuelven a agrupar. A cada paso se

endurecen los huesos, las venas que ya apenas dejan pasar la

sangre a gotitas y el aire cuesta respirar, emblanqueciéndose las

carnes y las grietas en el alma ya calvarizan a la vista y los ojos

se hunden perdiendo el fulgor en los mayores, consumiéndoseles

los lagrimales, igual a una fuente en el desierto hoyándose en

unas azuladas ojeras, dándoles un aspecto fatídico pero ellos

marchan, en memoria de sus pasos, marchan, apretujados en las

filas, aupándose en un responso, que es su agua contra el eterno

horizonte de las sierras y quebradas de piedras sueltas sin

montes y apenas unas hierbas que se van disolviendo al paso de

la gente, yendo de las manos al alma misma de la caravana.

Un niño llora, otro avecinado le acompaña en el llanto. Es

como un murmullo contagioso que se va extendiendo por las filas

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y es entonces que surge desde la garganta, desde la sangre,

desde lo más ignoto una voz, ya otra y otra sumándose,

levantando del cuerpo guerrillero, combatiendo el pesimismo al

cansancio por encima de los pasos de todo el camino, del vuelo de

los águilas y de los buitres. Son voces de madre, ufanas plenas

de belleza, suaves como una caricia que se va escurriendo en los

oídos, con un sabor a miel al alma. Esas voces tejen un manto en

el aire, en un canto que se hace almuerzo, desayuno, cena; sin

línea exacta, ni métrica, ni más letra que el carmín de la vida que

va en ella; es un: -Viva! – inmenso de humanidad que impregna a la

nada de todo, los llantos se acallan, desvaneciéndose, como las

olas en espuma llegan a la orilla de la playa, el dolor se corre un

poco más alejándose en el tiempo real, las voces, musitan

susurros de amor y van arropando a todos no solo a los niños, es

un deleite que vibra en el cuerpo entero de manera sublime.

La marcha sigue. Se percibe un humo desde las alturas de un

águila, es de la gente que va alzándose en la montaña, contra la

montaña y siente sus pasos hacia la cumbre que les va venciendo

y se va venciendo.

Las rondas de los niños que alborotan en medio del barullo de

los mayores, las madres que les observan desde sus tertulias y la

felicidad de los abuelos de verles alegres y sintiéndose

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transferidos ellos a esa jovialidad de los pequeños en su misma

figura: ¡Como se me parecen! –se dicen para sí, también quisieran

correr tras esas muchachas, pero se quedan con una copa en la

mano viéndoles, por la ventana del mundo que se les pasa ante sí

en esta fiesta que sigue.

El abuelo, desde su sillón bajo el parral, juega con sus ojos

llenos de todos y ese olor a ayer en sus adentros que le ronda y

me llama: -Está igual a ti,-señalándome uno de ellos-cuando ya

correteabas detrás de la princesita con sus trenzas negras

relucientes y sus ojos pardos como los de la abuela y te pinchaba

con sus agujetas y compartían el turrón debajo de la mesa, te

acuerdas? -me palmea y sigo mientras me guardo ese recuerdo

suyo y mío. Le dejo un platillo lleno de frutas secas peladas que le

gustan y con sus manos sarmentosas ya se lleva unas a la boca y

le dejo saboreando los dos tiempos juntos

Un grupo de mujeres se detiene arremolinándose , hay un

gemido que se escucha nítido, es una sensación nueva en la

marcha y es como un llamado desde lo más profundo de la raza

humana ,ese que no tiene el límite ni el tiempo ,ni el lugar , es el

todo. La marcha se va deteniendo, la voz se corre mientras, las

mujeres en medio del camino sacan una moneda de oro al universo

mismo, tesoro que surge del misterio mágico de sus entrañas. Al

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cabo de unos instantes de jadeos y siseos y arrebujarse entre

ellas mismas, estalla un llanto de niño soltando al aire su

presencia. Hay un aplauso callado, una bendición silenciosa

plañidera que se agiganta en el corazón de la caravana. Una

criatura ha venido al mundo otro más nuestro.

Acomodan a la madre y al niño en una parihuela y alzándola se

van marchando, es la comunión del sufrimiento y la vida. El niño

nació andando, sin frontera, atrás, solo una huella del nacimiento

el montón de cenizas de la venida de un nuevo Ser.

Los talismanes, son la dicha que tenemos de aferrarnos a un

“algo”, que tiene la fuerza increíble de lograr las cosas deseadas

y los tenemos en los barrios, vivos, son los que prodigan de

felicidad a la sociedad, los artesanos; el zapatero talabartero, el

hojalatero cerrajero y relojero, el carpintero, los constructores,

los religiosos todos desde su verdad cementan a la sociedad y la

guían a su manera permitiendo hoy el recuerdo. Y todos con sus

hombres y mujeres han logrado adelantar su descendencia ,la

estirpe que se sigue forjando, pero, ya robándoles al entender de

los viejos, el amor por aquel lugar ya lejano de su partida, allá,

más allá del horizonte del mar de los mitos y piensan –Cuando

estábamos allá, aquellas sí que eran fiestas, sacábamos las mesas

al patio y todos reíamos y bailábamos y bebíamos .-se guardan las

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palabras en esa comparación que es solo del tiempo aquel ,donde

ellos eran los jóvenes y sus abuelos los bisabuelos. Así se mete en

sus molleras la leyenda que se les aparece en el pensamiento

ahora destapando el aire de nostalgia sintiéndose transportados

en un instante, muy discretamente hasta en el secreto más

guardado mientras las voces de afuera se pierden y salen con la

de ellos mismos.

De noche la luna platea con su lumbre y azuza el paso y

todos lo hacen más rápido es la diferencia entre nosotros y los

que presumiblemente nos persiguen aún. Es como si la noche con

ese montón de estrellas arengara al espíritu con su reina la Luna

diciéndonos: -Vamos, apuren el paso ganándonos a nosotros

mismos, llegando hasta las moléculas que se llenan de fervor, el

ansia de seguir se nos hace patente, ya el camino se hace menos

duro y en silencio se va en tropel sin darnos cuenta , con los niños

dormidos a cuestas amorosamente apretujados a los cuerpos que

se turnan en llevarlos sin que se percaten de ello en un sueño.

Cuando el sol se anuncia con su resplandor despintando las

estrellas, con el paso más lento, como desmayándose se ve la fila

que se ha hecho más corta, unos han quedado en sus pasos,

haciéndose paisaje en el silencio y ellos mismos se han hecho un

hueco de paz olvidando la partida, quedando tapados por piedras.

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Los niños que fueron cargados en la noche se despiertan

ahora con los mimos de sus madres y sus piernitas se van

endilgando al camino lentamente un trecho hasta que alcanzan el

ritmo de los grandes y estos aminoran el suyo haciendo que se

estiren las filas.

El sol rompe los ojos de tanto fuego a medida que llegan a lo

alto del horizonte y sin querer dejan de subir, se van quedando

de a uno allí para contemplar el allá. Surge un murmullo de

desazón, pero esa tristeza tiene alegría mezclada también en

todos .Cada uno va metido en sus pensamientos y sentimientos a

flor de piel.

Una brisa llega desde el otro lado, es distinta, es un abrazo

de bienvenida que reciben en el alma en medio de la soledad de

la caravana.

Los que se vuelven es como si la noche les hubiera cargado

las pupilas con un color granate y las lágrimas se sueltan en

silencio viendo la tierra que se deja y una pesadumbre se les

dibuja en el ser y otean tratando de ver aquel rinconcito que ya

no se ve, apenas hay huellas de humo alzándose al cielo igual a un

vaho, es lo que se les queda de aquel lugar sagrado. Se vuelven y

ven hacia delante, con los pasos que duelen, uno o tres pasos más

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y comienza ya el descenso trastabillan y siguen ya acomodando

los pies mejor.

Escondidos de la luna, devorados por el muy hambriento y

avariento sol que a toda la sombra la hace color, los mira y les

pinta a medida que llegan al horizonte, algunos se sientan en el

suelo, los mas viejos ni siquiera alzan los párpados para no

denunciarse a si mismos que ya no están en su tierra y van

jurándose un “volveré”, es un volveré siniestro, marcado de

saudade que se les queda entre la piel y va contaminando al

corazón y el alma para siempre.

Los niños y los jóvenes le dan una mirada de extrañeza, y de

tristeza, pero no es total, ni está en ellos el volveré, ellos por

esta partida han perdido sus juegos sus amigos, su lugar y viven

el dolor de los grandes, ese dolor ajeno que se les mete en el

cuerpecito y por eso ellos, se desentienden de los viejos y van

adelante, arrastrando a sus madres y a los demás, llevándoles

hacia el futuro, un nuevo amanecer.

No hay tiros, ni se ven cuerpos tendidos, tampoco llantos, el

descenso a medida que los mayores llegan al horizonte es difícil

cambian los pasos y tratan de llevarse algo, aspiran en el aire, el

aroma de su tierra y los chiquillos con su agilidad van tirando de

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ellos, rompiendo el cordón umbilical con el ayer; y pasan a ver una

llanura distinta, ya no van contra la montaña.

No lo viví aquello, sí la cantinela de un volver exasperante,

con un mapa casi escondido, clavado con chinchetas y agujetas de

color marcando cada lugar, ese lugar que al verlo salta a ellos y a

los niños, a los jóvenes, ese, un lugar desde donde florece la

tradición y es un despertar genético que nos va haciendo unidad,

un espíritu y “somos” aquellos y las palabras parecen volverse al

camino y todos marchamos por el para un día llegar.

El vértice de la marcha en el descenso son los niños, los

jóvenes y las mujeres, al verlos desde lo alto los hombres, se van

desmembrando de Allá y ven adelante a esos pequeños que ya

son mañana y resignados avanzan, se dan vuelta y no viene el

enemigo, no llega y se meten en el descenso cargados de pena,

esa pena que pesa en el cuerpo mas que son sus propios tiros.

El abuelo se guardó un trozo de diario, llevando el nombre de

su pueblo, su letra, su idioma y camina abajo. Hoy aquel papel ya

amarillento, lo tiene en su bolsillo del saco siempre a mano, lo

saca y repasa con sus dedos cada línea en su idioma, los quiere

retener casi ni se leen pero, esos símbolos entran en su ser

llevándoselo en el mundo fantástico y no se diluye el trance con

los sentidos cansados, con el sonido de una voz, escucha su

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nombre, toma aliento y ve la marcha. Se lleva la copa a la boca y

bebe la cerveza espumosa, fría y sus ojos se quedan

contemplando la marcha en la montaña.

El sol este, distinto nos hace acordar de los condimentos , el

amor a lo nuestro muy sutilmente y algunos se van deshaciendo

de las balas inútiles, las tiran y los niños que corren a tomarlas

como recuerdos, todo es más rápido ya van apareciendo los

techos de las casas a lo lejos, difusos, hasta se puede oler el

calor humano, tanto días de marcha y ahora todo parece ahí

nomás, y sin mirar sus pasos ni detenerse, con las células viejas

amontonadas a un lado sienten ahora que desean llegar.

Desde abajo les han divisado y salen en carros de auxilio

tirados por mulas con seres solidarios. Al acercarse los

corazones se agitan. Llegan y hay abrazos y llantos, con amor les

van recibiendo, unos son subidos a los carros sin mas valor que el

llegar en sí, ya desfallecí.

El abuelo sigue sin mirar, tras los pasos de los que van

adelante, él, no tiró las balas, ni desnudó el caño de su fusil, lo

trae en bandolera pronto para disparar y siente el olor del agua

que no es igual a su mar, al que no le será infiel, por ello no

amará otro mar, este mar nuevo solo será agua, no mar.

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Las mujeres abren los ojos inmensos queriendo tragarse el

paisaje que ven desde allí, de donde salieron, llenas de ese polvo

que no sale , es su tierra aunque los niños la zamarreen seguirá

allí, también en sus cuerpos llenos de sabor hay una lumbre

eterna en el alma que se les queda sellada para siempre.

En los carros que van llegando se van subiendo los niños que

llevan a sus madres y las madres al resto de los suyos en una

cadena, con llorosos ojos del alma, mimetizados a la vida.

Otros, se quedan en el volver a nuestros orígenes, el ayer

que se desvaneció en el tiempo, la calle, la casa, los árboles y

aquella sombra cobijando los amores, los sueños, los juegos, las

pasiones el tono de conversación, todo.

El abuelo, con los ojos bien cerrados, me lo ha dicho miles de

veces, él se vuelve allí y me pide que le acompañe y le voy en saga

muy feliz, hoy, en que somos ciudadanos del mundo, él quiere ser

ciudadano de su ciudad , de su pueblo, no del mundo mejor para

nosotros este, que es peor para él.

La salida en aquella noche trágica se les grabó en las fibras

de un ser que se llama Exiliado, pero se nutrió del recuerdo más

hermoso haciéndolo germinar en belleza para los otros , nosotros

y olvidando los tiros, los bandos, los muertos, las manchas de

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sangre en la punta de las hierbas que ya no están, todo eso ha

pasado aquel día en que cruzamos la montaña el último de

nosotros, ese día nos hicimos semillas y renacemos por doquier

en los nuestros; dejamos algo, nos ponemos algo nuevo, pero

adentro, en nuestra sangre sigue vivo el paisaje de ensueño de

ese ayer que es ahora mágico, lleno de amor.

A la casa llega el niño del que tanto se habla y alardea su

padre, se lo presentan al abuelo, se lo ponen en la falda y él se ríe

le acaricia y siguen en esa presentación por ahí con aquel, el otro

y la veo a la madre contenta de rozagante piel orgullosa muestra

su flor y me muestra al niño adormilado de cachetes rosados y

una felpa de pelo rubio y sus manecitas regordetas me llena de

alegría como a todos.

Las luces amarillentas alumbran bajo el parral , el abuelo,

desde su sillón cala el tiempo en su reloj, sus sentidos viajan al

mundo que se perdió tras la montaña, va ya en su infancia

corriendo entre los grandes y ve su niña del alma , subida a la

glorieta para ver los fuegos de artificio, hay risas a su alrededor.

Los nietos, bisnietos, nosotros, en caterva damos corridas

cruzándonos, con banderitas y los globos, el olor a jazmín la

fragancia de las uvas madurando. Suenan las campanadas y los

petardos estallan ensordecedores. Hay abrazos, besos, los niños

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que encienden sus martingalas que al abuelo no le gustan y el Año

Nuevo que llegó, un contertulio se afinca ya en el alma del viejo

que descansando apoya su cabeza en el cabezal del sillón.

Mi nombre de paracaidista, de lechuguino, de marrano, de

guerrero, de poeta, no quiero que se quede por acá, deseo que

salpique los montes de mis sierras de árboles temblequeantes

esos que acuchillan el aire ,despidiéndome en besos de amor,

amor eterno allí quiero descansar, cuando sea tiempo en mi

Minas.

El hombre abre los párpados que tenía apretados, me busca

con la mirada. Le veo, respira suavemente, se traga una bocanada

de aire y queda en el tren que le lleva sus ojos en el viaje más

placentero, lleno de belleza perfumado de ensueño. Su rostro

tiene la expresión de deleite y felicidad pintada en él. Ya el

abuelo, viaja, sabiendo que no va a volver, ya no, marcha feliz

alzándose a la montaña, elevándose bajo el azul añil del cielo en

una estela mágica se esfuma, vuela en el universo, y se lo queda

mirando desde el sillón, luego, mira al sillón, parte, sus pies van

pisando los aires llenos de fragancias, él, ya no está.

Su rostro se ve muy feliz, tiene una paz inmensa en él con

tanta convicción que me lo hace contar mientras él, ha llegado a

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su lugar, alzo su fusil en bandolera y se enfrenta al aire fresco,

al camino y a su tierra, nuestro lugar de ensueño bañado de sol.

-¿A ti también te gusta Yeats y Morosoli, Faustinito?

-Sí abuelo.

-Y aquella es la tierra de mis sueños.

-Abuelo, y esta.

-Esta es de otros sueños.

-¿Otros?

-Los tuyos, los nuevos sueños.

-Parecen los mismos sueños.

-Son los mismos sueños.

-Los mismos abuelo, los mismos no te apures abuelo mira…

Enrique González Arias

Terminado hoy 19 de febrero 2008.

18 de marzo 2008

october a november of 2008-11-01

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