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Civilización o BarbarieUn Ensayo sobre América Latina
Natalia Sierra Freire
Las nuevas circunstancias del mundo actualizan la vieja preocupación que interroga
acerca de la diferencia entre la civilización y la barbarie. La idea dominante, vigente por
más de quinientos años, dice que la civilización siempre es mejor que la barbarie. Que la
civilización es un estado superior de humanidad, el ideal al cual todo pueblo debe aspirar
para salir de su estado de barbarie. En consecuencia, la barbarie se presenta como un
estado inferior de humanidad que tiene que ingresar en un proceso evolutivo hacia la
civilización. La pareja civilización-barbarie ha sido y sigue siendo hoy más que nunca la
construcción ideológica que, desde el poder, ha gobernado el sentido de la historia
moderna.
La civilización está concebida con relación al paradigma social cultural, político y
epistemológico que surge en la Europa del siglo XVI. En este sentido, el término
civilización se vuele sinónimo de Modernidad. Así, la Modernidad como proyecto
civilizatorio se impone como la única posibilidad de civilización sobre la pluralidad de
historias y culturas que existen en el planeta. Desde esta lógica de poder, todos los
pueblos que no pertenecen a la Europa del siglo XVI - lugar de nacimiento de la
Modernidad - y que no hayan alcanzado este modelo de civilización, van a ser
configurados como pueblos bárbaros. El Otro que no es Otro, sino parte de la lógica del
Mismo, desde su negatividad.
La lógica de los opuestos.
La Modernidad, como modelo de civilización, involucra una forma de vida cuyo
eje articulador es la razón. La razón cuando procede discursivamente genera oposiciones
sobre las cuales se va a organizar el sentido de la vida. Desde esta lógica, la civilización
va a encontrar sustento en relación con la barbarie como su opuesto afirmativo. A partir
de aquí se establece varios pares de opuestos: la razón ilustradora opuesta al mito
oscurecedor, lo moderno frente a lo tradicional, el saber frente a la fe, la ciencia frente a
la religión, etc. Es necesario comprender que esta relación dual es una relación antitética,
es decir, que cada uno de los elementos de la relación tiene un carácter de diferente
ontológico. Este carácter es lo que impide que la relación sea reversible, esto es, que los
términos puedan trasmutar en su opuesto.
Sin embargo, la misma razón que en el discurso genera estos opuestos tiene el
poder de unificarlos y construir la totalidad. La totalidad es entonces la posibilidad de que
los términos opuestos de la relación entren en una misma lógica: la lógica del Yo. El
modelo civilizador moderno occidental está asentado sobre la base de generar
permanentemente su opuesto que, siendo un opuesto antitético, es parte de la totalidad
como negatividad que afirma la positividad. Una totalidad desgarrada que, a pesar de lo
cual, o por lo cual, logra perpetuar la lógica de dominación por medio de esta supuesta
diferencia ontológica.
La dominación se realiza en tanto que el poder unificador de la razón no logra
reconciliar los opuestos, sino que los mantiene separados dentro de la Totalidad. No es
posible reconciliar dos elementos cuya ubicación incompatible es coherente con la lógica
del poder. Es decir, la experiencia de la negatividad no es la experiencia de la vida
desgarrada, sino la experiencia positiva de la negatividad. Positiva en cuanto en la
conciencia social de los bárbaros, su condición aparece como correlativa a su ser. El
estado de barbarie no es concebido como una construcción histórico-social, sino como un
hecho natural. La idea de los latinoamericanos es la de haber nacido bárbaros.
Si la diferencia aparece como ontológica, los bárbaros no pueden añorar una vida
anterior en la cual se encontraban fuera de la relación de negatividad frente a la
civilización. De lado de la civilización sucede lo propio, es decir, si consideran su
condición como algo ontológico no pueden reconocer en el bárbaro su propia condición
negada. Ambos lados son incapaces de darse cuenta que la rígida oposición que han
mantenido frente al opuesto es el resultado de la división que articula la totalidad social
donde se sostiene su existencia. La única posibilidad de superar esta dicotomía es
rompiendo la totalidad, lo que implica la trascendencia de la antinomia. En este sentido la
pareja civilizado-bárbaro de ninguna manera son términos extraños entre sí. Su diferencia
no involucra la ruptura de la totalidad, todo lo contrario garantiza su permanencia.
Es por esta razón que la pareja ideológica civilización-barbarie es uno de los
pilares básicos desde el cual se ejerce el poder en el Occidente Moderno. Una
construcción ideológica que ha articulado el sentido de la historia presente y el sistema de
representación sobre el que descansa el orden ético moderno. Esta relación antinómica
anula al Otro real en el momento en que lo configura como negatividad de lo “Mismo”.
Cuando hablamos de civilización y barbarie, la idea de civilización es el lado positivo de
la antinomia frente a la barbarie como su lado negativo. La misma valoración en el
campo de lo histórico-cultural se traduce en el ámbito de la moral en términos de lo
bueno y lo malo y en el campo de la estética como lo bello y lo feo.
Esta valoración histórica y cultural, como toda valoración, configura los atributos
que apuntan a definir el concepto de humanidad. En este sentido lo humano desde la ética
moderna va a definirse en el juego de opuestos entre civilización y barbarie. La
civilización, como el lado positivo de la relación, define lo humano como positividad y la
barbarie, en tanto que lado negativo de la relación, define lo humano como negatividad,
es decir lo no-humano.
Si el concepto de lo humano se define en este juego de opuestos, no se puede
decir que dicho concepto de cuenta de todos los hombres del planeta en tanto que
singularidades diversas y heterogéneas. En la medida que lo humano se construya en la
oposición de civilización y barbarie, todos los pueblos y todos los hombres –en tanto que
singularidades- que no se asuman en el atributo positivo, es decir en la civilización serán
condenados a la negatividad de la barbarie. Ser bárbaros conlleva el reconocerse como
no-humanos o humanos imperfectos predispuestos a un proceso de civilización. El
reconocerse desde la negatividad controlada del orden es aceptar el presupuesto
ideológico del poder, aceptar civilizarse.
Admitir los procesos civilizatorios del Occidente Moderno –que empiezan en las
cruzadas, pasan por la conquista de América y continúan en el proceso de la
Globalización- es someterse a las exigencias genérico-sociales del Yo, del centro
norteamericano-europeo. En otras palabras, renunciar a nuestra otredad. Esto es lo que
hemos tratado de hacer a lo largo de estos 500 años y, sin embargo, no hemos podido
alcanzar esa forma de existencia civilizada que nos asegure una condición de humanidad.
A pesar de que el referente ético moderno ha estado siempre presente, como universo al
cual hay que acceder, éste siempre parece alejarse como posibilidad real y concreta.
Con esta certeza ideológica, los pueblos de la periferia, nominados como pueblos
bárbaros, han buscado civilizarse. América Latina es un ejemplo claro de esta dinámica,
desde su nacimiento entró en la lógica lineal de la histórica moderna en el afán de salir
del estado de barbarie y alcanzar la civilización. Han pasado más de 500 años y parece
que el sub-continente ha caminado como el cangrejo, no hacia delante, sino hacia atrás.
El Ecuador, al igual que los otros países de esta periferia, se aleja a pasos agigantados
del ideal civilizador. Nos hundimos inevitablemente en la barbarie. Pese a todos los
esfuerzos civilizadores parece que nuestro destino es ser pueblos bárbaros. Destino que
civiliza a América latina desde la negación, pues de hecho la barbarie es la civilización en
su lado negativo.
Todo lo que hemos recorrido durante estos 500 años nos ha colocado de nuevo al
principio. Es una especie de trampa de un tiempo circular. La historia de Macondo ha
resultado ser la historia de América Latina. Empezamos como pueblos bárbaros y
después de 500 años de progreso hemos llegado al mismo lugar. Esta constatación de
haber caminado sin caminar exige preguntarse si tenemos que hacer nuevamente el
mismo esfuerzo para llegar al mismo sitio. Debemos preguntarnos si el camino que
empieza debe ser el mismo que tomamos hace 500 años. La respuesta a estas
interrogantes debe partir de otra pregunta fundamental ¿queremos alcanzar la
civilización? Para dar respuesta a esta pregunta hay que detenerse a revisar la historia
del sub-continente.
Salto hacia la barbarie
Los ciclos históricos que componen nuestra historia expresan dos cosas: Por una
lado, inmovilidad, esto es un tiempo muerto que nos ata a un mismo punto en la línea del
progreso. Por otro lado, desplazamiento acelerado al interior de un camino que se tuerce
y que nos conduce al punto de partida. Estas dos condiciones de la historia de América
Latina confirman nuestro destino: el salto hacia el progreso nos lleva a caer
inevitablemente en la barbarie.
El mismo sentido presente en la historia de Macondo atraviesa la historia de los
pueblos de América Latina. Una historia que se hace y deshace y en ese hacerse y
deshacerse se vuelve estacional, es decir inmóvil. Se construye y se destruye para
nuevamente construir y nuevamente volver a convertir en cenizas las frágiles conquistas
de la civilización. Dinámica del eterno empezar que termina convirtiéndose en el eterno
ayer fracasado.
Primero fueron los proyectos civilizadores del tiempo de la colonia. Se
imaginaron grandes posibilidades para construir la Modernidad en las nuevas tierra del
continente americano. Jesuitas, Dominicos, Franciscanos, cada uno por su lado,
intentaron sembrar la civilización moderna cristiana en la tierra de los “bárbaros”. Se
construyeron grandes ilusiones y promesas que en poco tiempo se convirtieron en polvo y
ceniza. El proyecto jesuita incluso pensó en un Modernidad más plena y completa que la
que se estaba edificando en el centro europeo. Sin embargo, no resultó, pues como afirma
Bolívar Echeverría:
“El siglo XVII americano, obstruido torpemente en su desarrollo desde los años treinta del siglo XVIII por la conversión <despótica ilustrada> de la España americana en colonia ibérica, y clausurado definitivamente, de manera igualmente despótica aunque menos ilustrada, con la cancelación de las Reducciones Guaraníes y la cancelación de la política jesuita después del tratado de Madrid (1750), no solo es un siglo largo, de más de ciento cincuenta años, sino que todo parece indicar que en él tuvo lugar nada menos que la constitución , el ascenso y el fracaso de todo un mundo histórico peculiar. Un mundo histórico que existió conectado con el intento de la Iglesia Católica de cionstruir una modernidad propia, religiosa, que girara en torno a la revilitalización de la fe –planteando como alternativa a la modernidad individualista abstracta, que giraba en torno a la
vitalidad del capital -, y que debió dejar de existir cuando ese intento se reveló como una utopía irrealizable.”1
Para el siglo XIX, de las cenizas se iba a emprender un nuevo intento
civilizatorio. Se inauguran así las guerras de descolonización y los procesos de
independencia, hechos que van a significar ese punto de inflexión que da origen al
segundo ciclo civilizatorio de los pueblos de América Latina. Empieza un nuevo tiempo
para hacer de la imaginación y la ilusión la realidad. Pues, sólo en la mente colonizada
de los héroes independentistas latinoamericanos podía creer que las ficciones ideológicas,
importadas a Europa, podían convertirse en realidad. De esta manera, del fracaso
civilizatorio provocado por la lógica interna del sistema colonial, re-comienza el camino
hacia la civilización.
Para esa época, cada uno de nuestros pueblos tuvo su propio José Arcadio
Buendía para iniciar la construcción de los Estados Nacionales Macondianos. Arranca así
un nuevo tiempo de ilusiones civilizadoras expresadas en el proceso de formación del
Estado Nacional en América Latina. Proceso bastante complejo y difícil que va a ser
guiado por los presupuestos heredados de la Revolución Francesa. El humanismo, la
razón, el progreso, la igualdad, la libertad son los valores que, aparentemente, regiría la
vida en las nuevas naciones del sub-continente. Con fe absoluta en estas grandes ideas
empieza una nueva etapa en el cumplimiento de nuestro destino.
Vendría luego la revolución burguesa y con ella el pensamiento moderno en sus
dos versiones. Por un lado, la razón cognitivo instrumental que guiaba los procesos de
regulación social y, por otro lado, la razón crítica que dirigía los impulsos emancipadores
de la ilustración. De esta manera, nuestros pueblos se empeñaban en construir el Estado
Nacional soberano, el derecho estatal, el mercado nacional, la democracia representativa,
un sólido sistema educativo, la identidad nacional, etc. Con esto se avanzaba en la
instauración de un tipo de regulación social que nos integraba a la totalidad civilizada. Al
mismo tiempo se podía observar el ascenso de un pensamiento y unas prácticas ligadas al
1 Echeverría Bolívar, Modernidad, Mestizaje Cultural y Ethos Barroco, Ed. El Equilibrista, México 1994, p. 29.
socialismo, al comunismo, a la social democracia, al movimiento sindical, a la cultura
popular, a la democracia representativa, etc. Las formas de la emancipación social
también mostraban un avance. El recorrido hacia la civilización parecía prosperar y con
él se afirmaba el paradigma del progreso. Nos alejábamos de la barbarie.
Posteriormente se inició el proceso de sustitución de importaciones. La industria
buscaba fortalecerse. Se consolidaba el estado Keynesiano y eso de alguna manera
extendía la democracia. El pensamiento de la ilustración se extiende, hecho que se
expresa en la emergencia de corrientes teóricas y estéticas de vanguardia como: el
anarquismo, el marxismo, el socialismo, el indigenismo. La civilización avanzaba a pasos
agigantados, al menos ante la mirada de los habitantes de Macondo que siempre
tendemos a las exageraciones que “traspasan los bordes de lo posible y llegan a un más
allá mítico”.2
La ilusión exagerada de creer que nos acercábamos al centro hacía que la mirada
se vuelque al norte, sea del lado de la teoría y prácticas afirmativas de la totalidad o sea
del lado de las teorías y prácticas críticas a la totalidad. Seducidos por esta ilusión los
latinoamericanos vivíamos una época de aventura, creyendo ingenuamente que nuestra
historia se desenvolvía al interior del drama del sujeto moderno. Estábamos convencidos
que, como Odiseo, íbamos ganando batallas en contra de la naturaleza (barbarie). Sin
saber que la Modernidad solo era un conjunto de vanas ilusiones que nunca llegaría a ser
parte de esta realidad. Desconociendo que todos los esfuerzos realizados no iban hacia
ninguna parte.
Para los años 60s y 70s del siglo XX la euforia de la civilización parecía llegar a
su punto máximo. Del lado del impulso de la regulación social, el mercado y el Estado se
habían convertido en ilusiones estables. El relativo crecimiento económico y cierto
equilibrio institucional alimentaban las ilusiones civilizatorias en el ámbito de la
comunidad y del individuo. Por otro lado, la fuerza de los procesos de liberación nacional
y la revolución cultural lograron construir un imaginario de vanguardia civilizatoria. El
2 Dorfam, Ariel, Imaginación y Violencia en América, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1970, p. 138.
principio de racionalidad estética y ética se hacía posible. Todas las ficciones parecían
indicar que la Modernidad, como paradigma social, cultural, político y epistemológico,
era posible en el sub-continente.
Sin embargo, el impulso de los años 60s se frustró. Las promesas que venían
empaquetadas en los programas Alianza para el Progreso y Ayuda para el Desarrollo
nunca llegaron a realizarse. De esta manera el sueño de la industrialización y el
desarrollo se desvanecía. El tan deseado “sueño americano” que mantuvo al
subcontinente con esperanzas de épocas mejores se hizo añicos. No había posibilidad de
seguir creyendo en un futuro de riqueza cuando gran parte de los latinoaméricanos
estaban siendo condenados a la miseria. Del lado contrario, los pujos revolucionarios, que
intentaban completar los logros de la anterior revolución de independencia, se
desgastaron antes de llegar a su realización. La caída de Allende en 1972 expresa el
fracaso de un proceso revolucionario que de alguna manera era la continuación de los
presupuestos de la Revolución Francesa.
Cada momento de nuestra historia está marcada por esos puntos muertos de
inmovilidad. A pesar de que las cosas que impulsamos provoquen una experiencia de
movilidad la sensación es la de estar parqueados en un mismo punto. Es por esta razón
que el nivel más alto de la avanzada – años 80s - es al mismo tiempo la manifestación de
la caída que nos vuelve al mismo lugar del cual salimos. Nos encontramos entonces al
inicio de los años 80s con la sensación de que todo lo que hicimos desde principios del
siglo XX no había sucedido. Nuevamente en el vacío. Todas las ilusiones que centramos
en el Estado Nacional, en la industria nacional, en el socialismo, en la democracia, en el
comunismo, etc. ya no tenían ningún sentido, era recursos civilizatorios en desuso.
De nuevo el sub-continente se encontraba situado en esa especie de punto muerto.
En medio del vacío llegan los gitanos trayendo, por enésima vez, las ilusiones del
progreso y la civilización. Como una maldición o una bendición vienen desde el centro
norte-americano-europeo, a salvarnos de la barbarie. Sus voces nos liberan de los
recuerdos de un pasado frustrado con nuevas promesas de civilización. Nos sumergen en
el olvido desde el cual volvemos a intentar hacer realidad una vana ilusión. De esta
manera, nuestra historia está marcada fatalmente por la violencia que las voces de los
gitanos, que llegan del otro lado del mar, ejercen sobre nuestros recuerdos. Sin memoria
histórica quedamos a disposición de la nueva estrategia civilizadora que el centro tenía
preparada para la periferia latinoamericana.
Otra ola modernizadora envolvía a Macondo. Nuevos vientos de civilización
llegaban con la Globalización. Ahora parecía que iba en serio eso de alcanzar el mundo
civilizado. La constitución del mercado mundial, las nuevas tecnologías productivas a
escala planetaria, la comunicación global, etc., nos prometía integrarnos a la civilización.
Era una nueva época para volver a apostar todo lo poco que nos había quedado del
fracaso anterior. Y lo único que aún nos quedaba era esa fuerza de imaginar un mundo
posible dentro de la civilización. Y volvimos a caer en nuestra propia trampa, volvimos a
creer en la ilusión, pero esta vez parece que el fracaso es definitivo.
Después de veinte años de intentos desesperados, América Latina vuelve a estar
fatalmente en el punto cero. En el momento actual parece que no se puede escapar más a
la dialéctica entre inmovilidad y aceleración que ha marcado la historia de los estados
Macondianos de América Latina. Dialéctica que nos arroja hacia el vacío, hacia un punto
muerto en el que todo intento de civilización es en sí mismo la negación del proyecto. Al
igual que en Cien años de Soledad, nuestros ciclos históricos siempre parecen empezar y
concluir en un paisaje devastado. Se empiezan en las ruinas del ciclo anterior, es decir en
una especie de barbarie que siempre retorna. Tarde o temprano las ilusiones se desvanece
para siempre, y la realidad construida desde ellas se borran de la faz de la tierra
exactamente como ocurrió con Macondo.
Mirada para atrás, que es lo mismo que mirada hacia adelante, la historia de
América Latina es una tragedia. Tragedia en la medida en que se cumple fatalmente el
destino escrito en los manuscritos que trago Colón y sus conquistadores cuando
descubrieron este continente. Un destino que marca el día de nuestro nacimiento y el día
de nuestra muerte con el signo de la barbarie. Es por esta razón que se puede decir que
todos los fracasos civilizadores que hemos vivido no es obra de la voluntad de
individuos dotados de libertad subjetiva. No es obra de la elección consciente de un
sujeto racional. Es una historia que ya estaba escrita y decidida de antemano, la cual solo
se debía cumplir. Es en este sentido que los fracasos civilizadores siempre retornan
mostrando como la línea del progreso se tuerce, y al contrario de llevarnos hacia delante
nos conduce hacia un eterno pasado de barbarie.
Los grandes objetivos de la Modernidad –el principio de lo nuevo y la ruptura con
el pasado- no han podido lograrse. Todo lo que se ha hecho para romper con el pasado,
que en definitiva es romper con la barbarie, ha sido como arar en el mar. Pues, los
intentos de lo nuevo siempre son tragados por el pasado. Cada ruptura termina ligándonos
con el eterno ayer. El pasado, como sinónimo de barbarie, es el presente y al mismo
tiempo el futuro de América Latina.
Al igual que en la historia de Macondo, América Latina ha estado atrapada “.....en
el deseo de abarcar una extensión temporal desmesurada, donde el individuo es devorado
por la historia y donde la historia es devorada a su vez por el mito”.3 Como en Cien años
de Soledad, en las historias de nuestros países podemos observar: su fundación, su
desarrollo y su destrucción. Su emergencia en la barbarie (mito), su esfuerzo por alcanzar
la civilización (modernidad) y su fatal caía en la barbarie (marginalidad).
La Marginalidad, última forma de barbarie.
El paso de la exclusión relativa a la exclusión absoluta, es decir, la emergencia de
la marginal avanzada, es un signo indiscutible del retorno a la barbarie, en la última
década. El surgimiento de la marginalidad avanzada deshace las ficciones civilizadoras
que llegaron con la Globalización. Destruye de forma implacable las últimas ilusiones
sobre las que descansa nuestra apariencia de civilización. Su fuerza destructiva es como
un huracán que amenaza con borrar de manera absoluta nuestros sueños de progreso y, al
mismo tiempo, ahogar las voces que llegan con nuevas promesas.
3 Dorfam, Ariel, Imaginación y Violencia en América, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1970, p. 138.
Lo Marginal al deshacer las ilusiones de Modernidad nos obliga a pasar de la
realidad, levantada sobre las ficciones occidentales, a lo Real. Es el paso de la ilusión
ética occidental a un mundo en ruinas producto del fracaso de esa ética. Estamos así
obligados a mirar nuestra historia no desde el principio como comienzo, sino desde el
principio como fin. Es decir, obligados a mirar nuestra historia desde la muerte y no
desde una vida aparente. Constatar las ruinas de la civilización en la periferia
latinoamericana nos exige reconocer la ausencia del ideal ético moderno. Todo el sistema
de valores que rigen la Modernidad, como proyecto civilizatorio, se deshace y se destruye
en la emergencia inevitable de lo Marginal.
Tanto la estructura valorativa como el sistema normativo de la Modernidad
pierden toda consistencia al interior del mundo marginal. El complejo de reglas que
articulan la vida civilizada no existe allí donde no existe “civilización”. Es decir, no
existe una ética moderna en un mundo que no está gobernado por la razón moderna. En
un mundo en el cual ha desaparecido la idea de lo nuevo, como principio de existencia,
no hay lugar para una ética volcada al futuro y enfrentada con el pasado. Lo Marginal
como el eterno retorno a la barbarie niega permanentemente lo nuevo como valor
fundante de la Modernidad. Lo Marginal suspende el tiempo lineal y, por lo tanto, el
advenimiento de lo nuevo como camino hacia el progreso. Lo Marginal expresa la
imposibilidad real de que en América Latina pueda nacer la nueva época moderna.
La destrucción de la idea de lo nuevo implica la muerte del sujeto. Si no existe
más el sentido del progreso no puede existir la libertad subjetiva como impulso de ese
devenir de lo nuevo. En este sentido, el mundo de lo Marginal no es el mundo del sujeto.
Si no hay sujeto –entendido éste como la libertad y el “derecho individual de desarrollar
las propias convicciones y de perseguir los propios intereses, autónomamente definidos.” 4-- no hay época moderna, no hay Modernidad, no hay civilización. El mundo de lo
Marginal, por lo tanto, no es la civilización, es un mundo que está antes y después de la
misma. Lo Marginal es, así, lo que suspende y se traga la historia de la civilización, el
4 Cruz, Manuel, Individuo, Modernidad, Historia, Ed. Tecnos, Madrid 1993, p.100.
presagio de la llegada del Extranjero que rompe la relación de dependencia entre la
barbarie y la civilización.
La ausencia del individuo moderno, como eje central de la lógica de la
civilización occidental, revela el truncamiento del progreso como emancipación --la
emancipación entendida como el proceso por el cual el hombre moderno se libera, se
independiza, se separa de la naturaleza --. Lo Marginal sin individuo moderno es la
negación del progreso como emancipación. En esta medida, en el mundo de lo Marginal
se tuerce el sentido que busca la independencia total respecto de la naturaleza. En rigor lo
Marginal es el regreso inevitable a la naturaleza, que se muestra como el desbordamiento
de la naturaleza en lo Marginal. En el nacimiento del Marginal está la muerte del primado
del individuo racional sobre la naturaleza, por lo tanto, no existe soberanía ni autonomía
en relación con la naturaleza, pues la naturaleza misma constituye el Mundo de lo
Marginal.
Se puede pensar que la presencia de lo Marginal a principios del tercer milenio es
el signo más claro de una civilización que se hunde irremediablemente en la naturaleza.
La naturaleza frente a la comprensión moderna occidental es algo carente de sentido. Esta
falta de sentido aparece entonces como barbarie. Lo Marginal desde esta perspectiva se
presenta como un espacio caótico, violento, salvaje y atroz. Un espacio donde es
imposible la existencia de “humanos” --individuo racional dotado de libertad subjetiva--.
Pues, en un mundo que no es mundo, sino naturaleza sólo puede existir bárbaros.
Regresamos de esta forma al tiempo del descubrimiento de América cuando los
conquistadores veían al nuevo continente como naturaleza pura y a los hombres que la
habitaban como buenos o malos salvajes. Parece que desde esa época no hubieran
pasado más de 500 años, ya que seguimos siendo exactamente igual a como nos
descubrieron: El Extranjero negado como humano.
El Marginal es el hombre atrapado nuevamente en los misterios de la naturaleza
que la civilización no ha podido aniquilar. Envuelto en lo inconmensurable natural, el
Marginal se encuentra antes y después de individuo judeo-cristiano, antes y después de
Cristo. Son hombres abandonados por Dios y la razón a la fuerza de lo infinito natural. Su
rostro expresa la caída sin retorno en las entrañas de la naturaleza caótica. Por esto, en su
rostro se revela el mitaunotauro, esa criatura - mitad hombre mitad animal- que va y
viene del mundo a la naturaleza. Es, así, la bisagra que une y desune al hombre y al
animal que habita en cada individuo civilizado. En él se muestra de forma plena la
desgarradura primigenia que dio origen a la civilización y que quedó fijada en el rostro
de los bárbaros.
El Marginal es un a criatura ambigua y plural, difícil de fijar y centrar. Son seres,
al mismo tiempo, leales y traidores en doble sentido. Es la naturaleza que sorprende al
hombre y es el hombre que traiciona a la naturaleza, pero es también el animal que
encubre los actos clandestinos del hombre y el hombre que protege a su encubridor. Seres
ambiguos y oscilantes que muchas veces pasan como hombres en el mundo “civilizado”,
aún cuando hace tiempo que dejaron de ser “civilizados”. Son criaturas contradictorias,
mezquinas y generosas. Mezquinas porque ni el hombre ni el animal que habitan su ser se
dejan en libertad, aun sabiendo que son absolutamente extraños. Generosas porque en su
mezquindad buscan y defienden la multiplicidad y la unidad de su existencia, la misma
que fue rota y totalizada en el nacimiento de la “civilización”. Son seres en los cuales el
hombre y la naturaleza no se reducen a una totalidad ni entran en el juego de la dialéctica
positiva.
El animal y el hombre habitan como absolutamente distintos, esto es existe entre
sus partes una separación radical. El extrañamiento que hace posible que el otro –
naturaleza – se revele al yo –hombre -.
El mundo Marginal, y en rigor los hombres que lo constituyen, muestra al mismo
tiempo el triunfo de la civilización y su fracaso, es decir, el máximo alejamiento de la
naturaleza y su hundimiento en la misma. Por este hecho lo Marginal también puede ser
concebido como una forma de muerte, y, como sabemos, la muerte en la civilización se
convirtió en algo absolutamente extraño. En este sentido, lo Marginal se convierte en lo
absolutamente extraño, sea como naturaleza o como barbarie, siempre y cuando hayan
trascendido la totalidad donde se definía como negatividad positiva y se constituya como
Otro.
El círculo se cierra y el destino se cumple y concluye.
El crecimiento de la marginalidad avanzada, a lo largo del sub-continente,
atestigua la inevitable caída en la barbarie no funcional. Esta vez no se vislumbra la
apertura de una nueva ilusión que tenga el mismo recorrido anterior que no lleva a
ninguna parte. Los gitanos nos han abandonado o estamos tan excluidos que ya no oímos
sus voces. Pese a todo intento el destino de América Latina se cumple, un destino que la
ha fijado en una especie de Edad Media perpetua. La idea del medio evo está relacionada
con un momento histórico en el que se anuncia el derrumbe de la civilización. Según
Umberto Eco, la civilización:
“.... se derrumba por la presión que en sus fronteras ejercen los <bárbaros>, que no son necesariamente incultos, sino que son portadores de nuevas costumbres y de nuevas visiones del mundo. Estos bárbaros pueden invadir con violencia, porque quieren apropiarse de una riqueza que les había sido negada; o bien pueden insinuarse en el cuerpo social y cultural de la Pax dominante haciendo circular nuevas formas de fe y nuevas perspectivas de vida.”5
De hecho, América Latina siempre ha vivido acosa por el fantasma de la barbarie,
llena de miedo por la posibilidad de que las indóciles hordas de bárbaros no puedan ser
controladas ni contenidas y que terminen rompiendo las frágiles fronteras que sostienen
las ilusiones de la civilización. Al final, el destino se impone y nos hunde en la barbarie,
pues ni los argumentos, ni las buenas razones pueden enderezar un destino que tiene
como sino la torcedura del tiempo. El único camino que, aparentemente, le queda a las
cruzadas civilizadoras es la fuerza y la violencia de la civilización. Sin embargo, la
historia ha enseñado que la violencia genera violencia y, por otra parte, nos ha enseñado
que la civilización acogida en la violencia se niega como civilización.
En la última década se ha podido constatar que ninguna de las estrategias de la
civilización parece dar resultado y las promesas se alejan sin remedio. La nueva forma de
5 Eco Umberto La Estrategia de la Ilusión, Ed. Lumen, Barcelona, 1986, p. 91.
barbarie atraviesa las fronteras de la totalidad y el bárbaro se acerca cada vez más a la
condición de Otro. El Otro que trasciende y se sitúa más allá de la dicotomía civilización-
barbarie sobre la que se sostiene la totalidad. Paradójicamente, cuando el destino se
cumple de forma absoluta, los bárbaros dejan de reconocerse en el poder civilizado,
saliendo de esta manera del juego de opuestos. La lógica englobandora de la totalidad se
rompe. Solo de esta manera el nuevo bárbaro deviene en la fuerza que acaba con la
teodicea histórica de la Modernidad y abre la posibilidad de salir del círculo dialéctico
que ha marcado el destino de de América Latina.
El destino cumplido es así el destino concluido. No vamos a negarnos más al
destino, lo aceptamos en su fatal cumplimiento, y así salimos del círculo civilización
barbarie que nos ha condenado a la inmovilidad histórica. Aceptar el destino es poder
mirar al marginal, que camina por las calles de América Latina, y reconocernos en su
rostro. Es como si nos miráramos en un espejo y la imagen tras el bárbaro reflejado no
insinuara la faz del civilizado. Mirar en nuestro rostro el rostro del bárbaro es terminar
con la tautología narcisista de occidente, ya que cuando el bárbaro deja de ser una careta
que esconde la ilusión del civilizado y comprendamos que no somos más que eso que se
refleja en el espejo, y nada más, el bárbaro se convierte en el Otro por fuera de la
Totalidad.
El Otro, siendo Extranjero, antes y después de la civilización Moderna, puede
inventar su propia historia, su propio destino.
La opción plateada comienza en la firme decisión de abandonar la Totalidad,
realizar el éxodo que nos conduzca más allá del horizonte histórico trazado por la
Modernidad capitalista. Caminar en contra sentido e ir des-totalizando la realidad dada,
sin regresar la mirada hacia a tras, a no ser para tomar impulso y asegurar la salida.
Cualquier rasgo de esperanza en las promesas hechas por la civilización del norte puede
estropear el proceso de retirada histórica que deben realizar los pueblos de América
Latina en la búsqueda de su propia historia.
El éxodo, en tanto que proceso de retirada histórica, es al mismo tiempo la
apertura, la aventura de todo comienzo que intenta crear mundo distinto, un mundo
nuestro. Un mundo abierto a la humanidad, abierto al Otro, un mundo no totalitario y por
lo tanto hospitalario.
Bibliografía
Cruz, Manuel, Individuo, Modernidad, Historia, Ed. Tecnos, Madrid 1993
Dorfam, Ariel, Imaginación y Violencia en América, Ed. Universitaria, Santiago de
Chile, 1970
Echeverría Bolívar, Modernidad, Mestizaje Cultural y Ethos Barroco, Ed. El
Equilibrista, México 1994
Eco Umberto La Estrategia de la Ilusión, Ed. Lumen, Barcelona, 1986