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Los Cuadernos de Liter@ura CINCO HOS CON O 20 AÑOS DESPUES. Y DESDE FUERA Mercedes y Hans-Jorg Neuschas N o ltan libros que son declarados obras maestras en las secciones literarias de los periódicos o de la televisión, y en los departamentos de relaciones públi- cas de las grandes editoriales. Pero cada vez son más escasos los que un amigo nos recomienda o los que nosotros mis- mos encarecemos a una persona cercana de la que esperamos un eco de acuerdo, de interés o de goce. A esta rara especie pertenece Cinco horas con rio. En primer lugar quiero intentar describir la obra, aparentemente sencilla, pero en realidad compla, para los lectores que no la conozcan. No voy a decidir si Cinco horas con rio es realmente una novela (o luna consión gene- ral?, lun ajuste de cuentas?, lun monólogo?, lun diálogo?). De cualquier manera es, sólo par- cialmente, un texto narrativo; sin duda lo es en el marco, mientras que en la parte principal mu- chas cosas se recuerdan narrándolas, pero la na- rración es siempre componente de una réplica dramática. La obra comienza con la reproducción csí- mil de una esquela como cualquier otra que pueda encontrarse en un periódico español. Se notifica el llecimiento de don Mario Díez Co- llado, quien el 24 de marzo de 1966, a los 49 años de edad, descansó en el Señor conrtado con los Auxilios Espirituales. Suscriben la es- quela su desconsolada esposa, doña María del Carmen Sotillo; sus cinco hijos y resto de la - milia doliente. Se comunica que la misa por su alma tendrá lugar al día siguiente, a las 8, y la conducción del cadáver a las 10. Este curioso co- mienzo es, a la vez, un registro de personas, in- dicación ficticia y real de tiempo (lo que sigue a continuación se desarrolla en 1966, y ha sido es- crito en este 1966) y comienzo de una narración marco. La narración marco evoca, en presente, el día que sigue a la muerte de Mario (ocurrida al ama- necer). Este día se halla enmarcado, a su vez, por la conversación de medianoche entre Car- men y su mejor amiga, Valentina, llamada Va- len, que había llegado la primera por la mañana y ahora se ha quedado la última para cuidar, jun- to con Mario II, el hijo mayor, a la visiblemente agotada esposa. Aparecen durante esta conver- sación, en rma de flash-backs y breves comen- 24 Miguel Delibes tarios, visiones agmentarias del día transcurri- do, desde el punto de vista de Carmen: el descu- brimiento del muerto, que, sin que nadie lo ad- virtiese, ha llecido de un inrto; la reacción sobresaltada de su mujer, aunque no especial- mente amorosa; el comportamiento de los hijos; la bril actividad que comienza después del re- conocimiento médico y que va encaminada so- bre todo a hacer público el acontecimiento lo más rápida y ampliamente posible: a fin de cuentas Mario no era un desconocido en la ciu- dad, aunque (muy a pesar de Carmen) sólo pro- sor de instituto, también redactor de periódico y escritor (cinco hijos obligan al pluriempleo); las visitas de condolencia; el ritual del pésame; los comentarios susurrados (los amigos de Ma- rio, la mayoría de la inteligentsia izquierdista, ven en él una víctima de las circunstancias so- ciales; mientras que el clan de Carmen, predo- minantemente de la clase media conservadora, lo toman más bien por un protestón neurótico); la estrechez agobiante de un piso demasiado pe- queño para la afluencia de visitantes (Carmen, en vida de Mario, había tratado inútilmente de conseguir uno más grande); los deberes de ama de casa vigilante de mantener la jerarquía esta- blecida (hay que oecer ca, pero también cui- dar de que amigos subalternos del dinto, que se han mezclado impertinentemente entre los señores, sean desterrados a la cocina: «cada cual en su sitio»). Este cuadro oece ya un primer indicio sobre la relación entre los esposos que, a

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Los Cuadernos de Literatura

CINCO HORAS CON

MARIO

20 AÑOS DESPUES. Y DESDE FUERA

Mercedes y Hans-Jorg Neuschafes

N o faltan libros que son declarados obrasmaestras en las secciones literarias delos periódicos o de la televisión, y enlos departamentos de relaciones públi­

cas de las grandes editoriales. Pero cada vez son más escasos los que un

amigo nos recomienda o los que nosotros mis­mos encarecemos a una persona cercana de la que esperamos un eco de acuerdo, de interés o de goce.

A esta rara especie pertenece Cinco horas con

Mario.

En primer lugar quiero intentar describir la obra, aparentemente sencilla, pero en realidad compleja, para los lectores que no la conozcan. No voy a decidir si Cinco horas con Mario es realmente una novela (o luna confesión gene­ral?, lun ajuste de cuentas?, lun monólogo?, lun diálogo?). De cualquier manera es, sólo par­cialmente, un texto narrativo; sin duda lo es en el marco, mientras que en la parte principal mu­chas cosas se recuerdan narrándolas, pero la na­rración es siempre componente de una réplica dramática.

La obra comienza con la reproducción facsí­mil de una esquela como cualquier otra que pueda encontrarse en un periódico español. Se notifica el fallecimiento de don Mario Díez Co­llado, quien el 24 de marzo de 1966, a los 49 años de edad, descansó en el Señor confortado con los Auxilios Espirituales. Suscriben la es­quela su desconsolada esposa, doña María del Carmen Sotillo; sus cinco hijos y resto de la fa­milia doliente. Se comunica que la misa por su alma tendrá lugar al día siguiente, a las 8, y la conducción del cadáver a las 10. Este curioso co­mienzo es, a la vez, un registro de personas, in­dicación ficticia y real de tiempo (lo que sigue a continuación se desarrolla en 1966, y ha sido es­crito en este 1966) y comienzo de una narración marco.

La narración marco evoca, en presente, el día que sigue a la muerte de Mario ( ocurrida al ama­necer). Este día se halla enmarcado, a su vez, por la conversación de medianoche entre Car­men y su mejor amiga, Valentina, llamada Va­len, que había llegado la primera por la mañana y ahora se ha quedado la última para cuidar, jun­to con Mario II, el hijo mayor, a la visiblemente agotada esposa. Aparecen durante esta conver­sación, en forma de flash-backs y breves comen-

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Miguel Delibes

tarios, visiones fragmentarias del día transcurri­do, desde el punto de vista de Carmen: el descu­brimiento del muerto, que, sin que nadie lo ad­virtiese, ha fallecido de un infarto; la reacción sobresaltada de su mujer, aunque no especial­mente amorosa; el comportamiento de los hijos; la febril actividad que comienza después del re­conocimiento médico y que va encaminada so­bre todo a hacer público el acontecimiento lo más rápida y ampliamente posible: a fin de cuentas Mario no era un desconocido en la ciu­dad, aunque (muy a pesar de Carmen) sólo pro­fesor de instituto, también redactor de periódico y escritor (cinco hijos obligan al pluriempleo); las visitas de condolencia; el ritual del pésame; los comentarios susurrados (los amigos de Ma­rio, la mayoría de la inteligentsia izquierdista, ven en él una víctima de las circunstancias so­ciales; mientras que el clan de Carmen, predo­minantemente de la clase media conservadora, lo toman más bien por un protestón neurótico); la estrechez agobiante de un piso demasiado pe­queño para la afluencia de visitantes (Carmen, en vida de Mario, había tratado inútilmente de conseguir uno más grande); los deberes de ama de casa vigilante de mantener la jerarquía esta­blecida (hay que ofrecer café, pero también cui­dar de que amigos subalternos del difunto, que se han mezclado impertinentemente entre los señores, sean desterrados a la cocina: «cada cual en su sitio»). Este cuadro ofrece ya un primer indicio sobre la relación entre los esposos que, a

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pesar de la solidez externa, no se puede calificar, evidentemente, como la mejor; del ambiente so­cial en que se movían; pero sobre todo del len­guaje que se habla en este ambiente y que será el verdadero protagonista de la parte principal.

Esta comienza después de que Valen y el jo­ven Mario se han retirado y abarca justamente las cinco horas del velatorio que Carmen insiste en hacer sola, es decir, las Cinco horas con Ma­rio. Esta parte del libro, aproximadamente 240 páginas, en la que el tiempo de la narración coincide más o menos con el tiempo de lo narra­do, consiste en una cascada desbordante de pa­labras. Carmen recorre con su marido otra vez los 23 años de su matrimonio, el noviazgo y también parte de su juventud, es decir más o menos el espacio de tiempo comprendido entre la Guerra Civil y el presente (1966). Como Ma­rio ya no puede responder a su mujer, la disputa que Carmen entiende como diálogo (marcado por procedimientos retóricos como: «tú dirás»; «desengáñate»; «lrecuerdas?»; «entiéndelo bien»; «imagínate»; «para inter nos», etc.) es aparente­mente un monólogo, monólogo que no se puede frenar por nada, y en el que Carmen-por fin-pue­de descargar libremente todo lo que pesa en su al­ma. Su locuacidad solamente es interrumpida por la separación en capítulos, 27 en total, marcados con números romanos, que articulan el texto en secuencias de una extensión similar, de 8 a 10 pá­gínas. Cada capítulo comienza con una cita que Carmen toma de la Biblia de Mario ( que está a mano sobre su mesilla de noche) en donde lee los pasajes subrayados por él. Y esa cita pone en mar­cha su propio discurso.

Inmediatamente uno piensa en parecidos ajustes de cuentas entre matrimonios, especial­mente en el drama de Edward Albee, Who 's afraid of Virginia Woolj7 que, poco antes, había aparecido (1962). El principio de la libre asocia­ción que lleva a los que disputan a irse de una cosa a mil otras se observa también en la obra de Delibes. Pero lo que impulsa la cascada de palabras de Carmen no es la provocación de un antagonista vivo, sino más bien la de un sustitu­to del mismo que es, en este caso, la Biblia. Esta no es un requisito casual, sino la representación póstuma del espíritu de contradicción de Mario, ante el que Carmen todavía (y ahora más que nunca) reacciona alérgicamente. Porque poseer una Biblia y además -como Mario- leerla con regularidad era en España, en la época en que se desarrolla la novela, una muestra de oposición. Nos enseña que Mario tenía una religiosidad posconciliar que encerraba una preocupación social cerca ya del socialismo. Carmen, para quien únicamente cuenta la autoridad de la igle­sia establecida y la observación de los ritos tra­dicionales, considera una interpretación tan comprometida de la doctrina cristiana como una herejía protestante. Por lo tanto Mario no está tan callado como en un primer momento pudie­ra parecer: las citas de la Biblia hablan, en cierto

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modo, por él y dan pie a Carmen para iniciar un discurso cuyo carácter de contestación, defensa y justificación se va haciendo más claro a lo lar­go de su alocución. Al mismo tiempo se com­prueba que el monólogo es realmente un diálo­go y que en el fondo no es ella la que dirige la conversación, sino que solamente reacciona an­te el desafio de Mario. Aunque siempre tiene la última palabra, evidentemente es Mario el que tiene la primera; y que su primera palabra in­fluye en las de ella, se ve justamente en la canti­dad de palabras con las que ella se defiende.

Al final del libro se retoma en las últimas 12 páginas la forma narrativa del principio y con ello se cierra el marco. Carmen que, entretanto, había sido vencida por el sueño, se despierta, al amanecer, con la llegada del joven Mario. En­tonces se entabla una conversación seria entre los dos, en la que Mario intenta explicar a gran­des rasgos su idea del futuro a su madre, que durante toda la noche ha estado escarbando en el pasado: un futuro más allá del «salvaje mani­queísmo» de sus padres («buenos y malos ( ... ); ilos buenos a la derecha y los malos a la izquier­da! Eso os enseñaron» [290)); un futuro sin la hipocresía del fariseísmo y un futuro de «venta­nas abiertas» (298), por las que pueda entrar desde fuera aire fresco a chorros en «este país», que ha estado demasiado tiempo cerrado her­méticamente. Pero, a pesar de que madre e hijo intentan permanecer cercanos en un mudo abra­zo, no se llega a un acuerdo entre las dos gene­raciones.

Precisamente este pasaje remite con toda evi­dencia al momento histórico en que surgió el li­bro: el deseo ardiente de la apertura política, so­cial y mental de España que en los años 60 no había ya manera de reprimir. Al mismo tiempo se pone aquí de manifiesto que la discusión, en cierto modo privada, entre Carmen y Mario, que en otros tiempos llamaba cariñosamente a su es­posa «mi pequeña reaccionaria», adquiera un significado por encima de lo personal gracias a la narración marco. Esto se confirma drásticamen­te al final: después de la misa de las 8 (anuncia­da en la esquela) 'la izquierda' y 'la derecha', los partidarios de Mario y sus detractores, que en­tretanto inundan de nuevo el piso, se enfrentan de tal manera que llegan casi a las manos. Sola­mente la llegada oportuna del personal de la fu­neraria (son las 10) y un chasquido de lengua de Vicente, el marido de Valen, imponiendo respe­to, reestablecen el silencio (se ha de decir que sólo hasta la próxima).

Ahora vamos a observar más de cerca la parte principal. Dije al principio que su protagonista era el lenguaje. En realidad nadie actúa fuera de él. Mario no está ya, naturalmente, en situación de actuar y Carmen no se mueve durante toda la noche ni una sola vez de su sitio. Son solamente las citas de la Biblia que Mario dejó subrayadas y las prolijas respuestas de Carmen a ellas, las que nos informan sobre los dos esposos, sobre

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la vida de cada uno de ellos, su estilo de vivir, sus pensamientos, miedos y deseos y su relación con otros.

Como aparece esto en el texto, lo mostrará una larga cita del segundo capítulo, que comien­za con las palabras de la Biblia ( en letra cursiva) y continúa, sin interrupción, con la réplica de Carmen:

II

En teniendo con qué alimentarnos y con qué cubrirnos, estamos con eso contentos. Los que quieren enriquecerse caen en tentaciones, en lazos y en muchas codicias locas y pernicio­sas que hunden a los hombres en la perdición y en la ruina, porque la raíz de todos los ma­les es la avaricia, y por eso mismo me será muy difícil perdonarte, cariño, por mil años que viva, el que me quitases el capricho de un coche. Comprendo que a poco de casar­nos eso era un lujo, pero hoy un Seiscientos lo tiene todo el mundo, Mario, hasta las porteras si me apuras, que a la vista está. Nunca lo entenderás, pero a una mujer, no sé cómo decirte, la humilla que todas sus amigas vayan en coche y ella a patita, que, te digo mi verdad, pero cada vez que Esther o Valentina o el mismo Crescente, el ultra­marinero, me hablaban de su excursión deldomingo me enfermaba, palabra.( ... ) Y esolsabes lo que es, Mario? Egoísmo puro, paraque te enteres, que ya sé que un catedráticode Instituto no es un millonario, ojalá, perohay otras cosas, creo yo, que hoy en día na­die se conforma con un empleo. Y a, vas adecirme que tú tenías tus libros y «El Co­rreo», pero si yo te digo que tus libros y tuperiodicucho no nos han dado más que dis­gustos, a ver si miento, no me vengas ahora,hijo, líos con la censura, líos con la gente y,en sustancia, dos pesetas. Y no es que mepille de sorpresa, Mario, porque lo que yodigo lquién iba a leer esas cosas tristes degentes muertas de hambre que se revuelcanen el barro como puercos? Vamos a ver, túpiensa con la cabeza, lquién iba a leer eserollo de «El Castillo de Arena» donde nohablas más que de filosofías? Tú mucho conque si la tesis y el impacto y todas esas his­torias, pero lquieres decirme con qué se co­me eso? ( ... ) iCon lo que a mí me hubieragustado que escribieras libros de amor! Ahítienes un tema que llega, Mario, que elamor es un tema eterno, pues porque sí,porque es muy humano, porque está al al­cance de todas las mentalidades. iSi me hu­bieras hecho caso! La historia de MaximinoConde, imagínate, un hombre maduro, ca­sado en segundas con la madre y enamora­do de la hija era un argumento de película,bueno, pues ni ese gusto, que el caso es lle­var siempre la contraria. ( ... ) No nos enga­ñemos, Mario, las cosas salen de dentro y

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tú, desde que te conocí, tuviste gustos pro­letarios ( ... ) Es lo mismo que con Bertrán, ltú crees que está ni medio bien que un ca­tedrático se deje ver en público con un be­del? Pues naturalmente que no, botarate

( ... ) sencillamente porque son dos mundos, dos idiomas distintos. ( 47-54 passim).

Como se ve, puede uno atenerse, en realidad, exclusivamente a la réplica de Carmen, ya que las citas de la Biblia son solamente motivo para provocarla. Pero el lenguaje de Carmen lo vivi­mos con una intensidad realmente avasalladora. Y el que se encuentre en un estado de gran ex­citación y el que su discurso no esté cohibido por la presencia de testigos, la deja exteriorizar sin censura alguna lo que, en otra situación, ha­bría suavizado o reprimido: la forma de pensar, dominada por la envidia, sobre su posición so­cial; su desprecio por las actividades profesiona­les de Mario, unido al reproche de que las ejer­cía exclusivamente para su satisfacción egoísta; la profunda desconfianza, agudizada por su limi­tada cultura, hacia los intelectuales; la arraigada y no reflexionada fobia política ( el odio a los ro­jos; la creencia en la inmovilidad de las clases sociales como voluntad divina); las típicas ideas de una Emma Bovary española formadas por novelas rosas y por el cine de Hollywood. Todo ello se irá ampliando aún con otros, en parte ob­sesivos y repetidos motivos, donde el tema del Seiscientos y sobre todo el de las cohibiciones y frustraciones, anhelos y deseos sexuales juegan un papel dominante. Temas que durante el tiempo de vida de Mario apenas y sólo velada­mente deberían haber llegado a hablarse.

Característico para la manera de hablar de Carmen es la vivacidad y agilidad de la expre­sión lingüística: de la abundancia del corazón habla la boca. Pero lo que aquí surge no es, en el fondo, otra cosa que el contenido de un verda­dero «Dictionnaire des idées re<;ues» de la Espa­ña tradicional. Con una celeridad que vuela, por decirlo así, sigue a una palabra clave otra: lEstu­dio de mujeres? «A una muchacha bien, le sobra con saber pisar, saber mirar y saber sonreír y es­tas cosas no las enseña el mejor catedrático»

(76). lEspaña y el progreso técnico? «Máquinas, quizás no; pero valores espirituales y decencia, para exportar» (ib.). lAmistad? «En la vida vale más una buena amistad que una carrera» (168). Todas éstas son máximas que Carmen ha apren­dido de sus padres. Sus propias ideas no se dife­rencian esencialmente de las anteriores, aún cuando en ocasiones se manifiesta sobre temas más escabrosos: lEl noviazgo? Debe ser iniciado con una declaración romántica del hombre y só­lo entonces puede la mujer dar a conocer, acaso, que corresponde a sus sentimientos. lLa noche de bodas? Aquí el hombre no debe tener ningu­na consideración. Si es delicado y vacila -como Mario- cae en la sospecha de ser un fracasado en ese campo. lSexo en el matrimonio? Se rige

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por los preceptos de la iglesia católica. Y siguen los temas: <�usticia social», «distinción de ra­zas», <�erarquía», «luto», «Cáritas», «francoma­sonería». Carmen no deja escapar ninguna opor­tunidad de enseñar todavía al rebelde de Mario cómo «se» debe pensar sobre todo esto.

Lo que Delibes consigue aquí es un brillante logro lingüístico, con el que realiza tres cosas a la vez: hacer decir a Carmen todo lo que se pien­sa en su clase -clase media conservadora-; ha­cérselo decir de tal manera que uno cree recono­cer en la que habla a una persona conocida; y además dotarla de tanto garbo que no nos cansa­mos de su locuacidad, e incluso sentimos cierta simpatía hacia ella, aún cuando no compartamos sus opiniones. Y es exclusivamente la autentici­dad de su lenguaje la que libra a Carmen de con­vertirse anticipadamente en víctima de antipa­tías ideológicas.

Pero si Cinco horas con Mario fuese solamen­te una colección de 'ideas recibidas' pronto deja­ría de interesarnos la lectura. Sin embargo es mucho más. Lo que Carmen dice no es expre­sión solamente de su 'betise', sino, a la vez, res­puesta a la provocación de Mario y necesaria au­todefensa. Se puede decir que el desafío de Ma­rio impulsa a Carmen a un máximo esfuerzo lin-

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güístico dando así lugar a que pierda la precau­ción y con ello se descubra a sí misma.

Este desenmascaramiento de sí misma mues­tra no solamente la limitación de Carmen, sino -y esto nos hace comprenderla y compadecerlaa la vez- también el ( casi esquizofrénico) des­doblamiento de su personalidad con lo que, encierto modo, no resulta menos víctima de lascircunstancias que el mismo Mario. El problemade Carmen, más exactamente su desgracia, con­siste en que sus tendencias y deseos naturalesestán mucho más en conflicto con las normassociales de lo que ella quiere o puede reconocer.Esto se muestra sobre todo en el tema de la se­xualidad, que es junto con el motivo 'seiscien­tos' el que más fuertemente domina su pensa­miento. Los dos temas, por cierto, confluyen alfinal en una misma escena. Desde el principiotropezamos aquí con las huellas de una profun­da contradicción interna. Por una parte se pre­senta Carmen como la encarnación de las virtu­des de la mujer ibérica. Y ello significa negacióny disimulo de los instintos y sometimiento a lasleyes de la decencia y de la moral. Nada le pare­ce, pues, más reprochable que la caída de suhermana, que durante la guerra civil se ha deja­do seducir por un fascista italiano precisamenteen la casa de sus padres de severas costumbres,donde se le había alojado. El que la hermanahaya sido condenada a una existencia marginadaa causa de su hijo ilegítimo, le parece a Carmenun castigo totalmente adecuado. Pero por otrolado presume, con sospechosa frecuencia, deque los hombres andan tras de ella. Así nos da­mos cuenta de que estos asedios -reales o ima­ginarios- no le disgustan. El ser eróticamenteatractiva acrecienta el valor de su fidelidad yobliga a Mario a estar agradecido. Que él no selo manifieste le hace lamentar vivamente no po­der darle una merecida lección por ser mujervirtuosa. Vuelve poco a poco a sus recuerdos dejuventud, y comenzamos a poder deducir quesecretamente envidiaba a su hermana y a algu­nas de sus «desvergonzadas» amigas. En esto seve que la decencia de Carmen es bastante artifi­cial, que bajo la superficie de virtuosidad fer­menta algo y que la indignación moral no estáfalta de fariseísmo ( el joven Mario habla, no sinrazón, de hipocresía). Verdad es que la hipocre­sía de Carmen no es la de un Tartufo femenino,es, en verdad, casi inocente, ya que ella mismano es consciente de ella. Pero en el fondo gozaescarbando en fantasías sexuales y excitando losinstintos masculinos (para al mismo tiempo ne­garse a su realización) como si se tratase de unasustitución (también de una venganza) por algoque le ha negado su severa educación. Incluso eldía del entierro se muestra preocupada, y a lavez satisfecha, de que sus pechos, todavía debuen ver, destaquen bajo el jersey negro que lequeda muy estrecho. Su ademán continuo, me­jor dicho, el tic nervioso, que aparece incluso enla última frase del libro como obsesiva repeti-

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ción, consiste en tirar hacia abajo del jersey que debe ocultar y resaltar a la vez.

Pero a lo profundo de su alma llegamos sola­mente, cuando pensamos en la historia con Paco, que -como suele ocurrir con las cosas más impor­tantes de la psique- parece tener una importancia secundaria al principio y luego se descubre que es precisamente el hilo rojo, la causa y obsesión en realidad, de su diálogo con Mario. El nombr� de Paco aparece por vez primera en el capítulo X y solamente de paso: es un conocido de sus años ju­veniles que ella encuentra por casualidad en la pa­rada del autobús y que la lleva en su elegante co­che al parecer a la ciudad. (Naturalmente a Car­men le resultó humillante, cuando tuvo que conf e­sarle que Mario ni siquiera tenía un Seiscientos). Lo que, al principio tomamos solamente como una variante del tema 'coche', se convierte poco a poco en la confesión de una fuerte tentación. Gra­dualmente descubrimos lo atractivo que Paco se ha vuelto en este tiempo transcurrido; el mismo Paco que ella antes había despreciado por su ori­gen modesto. iQué conductor!, iqué virilidad en su seguro dominio del volante! Aquí se unen en la imaginación de Carmen coche y sex-appeal como en un anuncio publicitario de los años sesenta mientras que al mismo tiempo Mario es una ve¡ más recordado en su poco afortunada noche de bodas. Solamente al final, en el último capítulo de 1� parte principal, sale a la luz la verdad, al mismo tiempo que la agresiva seguridad en sí misma de Carmen se derrumba como un castillo de naipes. Se descubre que el encuentro con Paco, aparente­mente inocente, terminó en realidad con una ex­cursión al pinar, y allí Carmen sólo a duras penas se salvó de un delito, que, en su escala de valores está aún más abajo que 'la caída' de su hermana: el adulterio. El que el adulterio no se consumara se debe a la prudencia de Paco que, al igual que en otro tiempo el amante de Emma Bovary retroce­dió asustado ante las posibles consecuencias socia­les y éste, además, lo hizo 'a tiempo'. Todo esto naturalmente no lo dice Carmen escuetamente si­no con muchos rodeos pero, a pesar de ello, se ha­ce patente que la solidez de principios de la que estaba tan orgullosa fracasó ya ante la más peque­ña prueba. Por ello intenta, más desesperadamente aún, conservar la fachada de virtuosidad de la que dependen sus sentimientos de autovaloración y su prestigio. Con este fin se aferra formalmente al he­cho de que el adulterio no se ha llevado hasta el fi­nal Y, puesta de rodillas, suplica a Mario que acep­te este último triunfo del puritanismo como una legitimación llena de valor:

Mario, anda, te lo pido de rodillas, no hubo más ( ... ) yo puedo llevar la cabeza bien alta ( ... ) ite lo juro! iite lo juro, mírame!! ( ... ) imírame o me vuelvo loca! iiAnda, por fa­vor...!! (262 f.).

Con esta tragicómica confesión de su propia debilidad termina Carmen el discurso que con

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tanta seguridad había comenzado. Lo que al principio se presenta como un ajuste de cuentas al marido que la ha desilusionado política pro­fesional y eróticamente, termina en una di;imu­lada declaración de quiebra: la pretensión de una superioridad moral se cae al suelo. Sin em­bargo no se puede decir que Carmen, a lo largo de su discurso, haya cambiado o al menos se haya hecho un poco más comprensiva. Todo lo contrario: Justamente es la esencia de su carác­ter apartar de sí la comprensión y conservar las ilusiones, aún cuando en realidad están ya total­mente destruidas. Necesita el piadoso autoenga­ño para no ver las contradicciones que a su alre­dedor y en ella misma se encuentran, o por lo menos para no necesitar aceptarlas. Por ello la II?-ultitud de palabras que al principio ha produ­cido se pueden ver, también, en función de la confesión final: ellas deben retardar lo que pro­piamente ha de decir y ocultar lo que pesa sobre su conciencia: deben ayudar a aligerar su opre­sión psíquica y moral. Es también significativo que las palabras finales no llevan a una declara­ción sin reserva, sino que Carmen se agarre a la afirmación de sí misma con el 'aquí no pasó na­da'. Por lo tanto no se puede separar la agresivi­dad contra Mario de la justificación de sí misma. Ambas cosas están estrechamente ligadas y se condicionan mutuamente, algo así como bajo el lema que el ataque es la mejor defensa y tam­bién el medio más eficaz contra la inseguridad propia. Es cierto que Carmen se desenmascara a sí misma a lo largo de su alocución, pero lo hace -en estado de excitación- involuntariamente ysólo ante el muerto (y ante el lector que secreta­mente acecha), no ante sí misma (aunque pocofalta) y desde luego tampoco ante sus hijos yamigos que están excluidos del diálogo secreto yque sólo conocen su fachada sin mácula. Comose ve, la alocución de Carmen no sólo se basa enel principio de la libre asociación, sino tambiénen una secreta conexión de la argumentaciónque obedece a la necesidad de limpiarse ante elmuerto y de echarle la culpa de su poco felizmatrimonio.

Por lo que concierne a Mario, condenado a callar, los lectores, al principio nos sentimos in­clinados a protegerle precisa{nente porque su mujer tan duramente le ataca y él ya no puede defenderse. Aparte de las contradictorias decla­raciones de los testigos en las dos partes del marco de la novela, le conocemos solamente a través de ella, y puesto que ella está muy lejos de ser objetiva tenemos el ineludible deseo de corregir su juicio. Tomemos tres ejemplos: cuando Carmen le reprocha no ser lo suficiente­mente flexible frente a las autoridades locales (y con ello ha echado por la burda una posición mejor y un piso más grande, que tan urgente­mente necesitaban), sacamos automáticamente la conclusión de que Mario era un hombre polí­ticamente íntegro. Cuando ella se enfada por la brusquedad con que Mario despide a los padres

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de los alumnos en peligro de no aprobar el curso (aunque no hacen más que seguir la costumbre tan extendida de llevar al mal pagado profesor un regalo nutritivo y en especie), enseguida deduci­mos: Mario era insobornable. Y cuando Carmen le desdeña a causa de sus continuas depresiones (porque, mientras duran, le considera un niño más, el sexto hijo) queremos descubrir en ello una señal de su sensibilidad. Así poco a poco se crea en nosotros una imagen ideal de Mario, a pesar de que, o precisamente porque Carmen se esfuerza en evitarla. Y como ella representa el ayer, fácil­mente se está dispuesto a convertir en positivo lo que ella presenta como negativo.

Aquí desde luego no podemos caer en la mis­ma falta que los intérpretes de la primera hora. Estos, en comprensible indignación por el esta­do del país, veían en Carmen sólo la encarna­ción de lo que rechazaban, mientras que Mario representaba lo que anhelaban. Sin embargo no se daban cuenta que con ello caían en aquel ma­niqueísmo contra el que el joven Mario, clara­mente distanciado de sus dos padres, previene tan enérgicamente. Tampoco conocemos 'perso­nalmente' a Mario ( de la forma que conocemos a Carmen) y por eso no estamos en condiciones de formarnos una opinión sobre él. Sin embargo en esa falta de información se halla un atractivo especial de la obra que induce al lector de una manera consciente a especular cómo había sido Mario 'realmente'. De todas las maneras si bien no podemos creer la opinión de Carmen, tampo­co debemos aceptar incondicionalmente lo con­trario. Queda en duda, pues, si la verdad se en­cuentra acaso en el medio. Solamente una cosa está clara en la obra: una contradicción blanco­negro entre los dos no se puede deducir. Car­men tiene sus rasgos dignos de simpatía, sobre todo su ansia de vivir. Que no pueda saciarla, si­no que tenga que esconderla y que doblegarla no solamente bajo la presión de sus padres, sino también en la vida en común con un hombre difícil, la hace digna de compasión, no antipáti­ca. Ella es, por tanto, más víctima que causante de la triste situación y tampoco está siempre fal­ta de razón. Sacar adelante a cinco niños con un sueldo modesto y en la estrechez de un peque­ño piso, no es fácil, sin duda. Ella hubiese queri­do limitar el número (manteniéndose, claro es­tá, dentro de las normas de la iglesia de enton­ces), pero Mario, al parecer, no ha tenido en cuenta estos deseos de su mujer. Y hemos de sospechar que su compromiso idealista no esta­ba exento de un cierto quijotismo con el que so­lía postponer las exigencias de la vida, a las rei­vindicaciones de unos principios ideológicos. También parece estar emparentado con el mi­sántropo de Moliere. No sólo porque se burlaba de los poetas 'cortesanos' locales, sino porque también, por principio, rechazaba los compromi­sos como deshonrosos. Precisamente esto le di­ferencia asimismo del verdadero don Quijote, cuya grandeza consistía en que algunas veces

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podía apartarse de sus princ1p1os en favor de Sancho Panza. Por el contrario Mario parecía tan incapaz como Carmen de tal abnegación. En este sentido el escepticismo del hijo frente a sus padres es consecuente. Tal escepticismo tampo­co disminuye la crítica de España de la parte principal, como en ocasiones se ha objetado. Es más bien muestra de la serena visión de un au­tor que aunque nunca se congració con el régi­men, se guardó siempre de echar la culpa a una sola parte. El que Delibes no cierre la polémica y que abra con Mario II una perspectiva hacia el futuro más allá de los viejos frentes, relaciona Cinco horas con Mario también con el presente, en el que los nacidos después de la Guerra Civil tienen que mostrar de hecho cómo pueden ven­cer las contradicciones del pasado.

Cinco horas con Mario no es pues exclusiva­mente una obra de oposición al régimen bajo el que apareció. De todas formas reacciona muy sensiblemente, también en la forma Hteraria, a sus tabúes. Lo hace con la estrategia de una ino­cencia fingida, digna de la mejor tradición de la época ilustrada, que le permite entenderse con los lectores tras la espalda de las instancias de control. Que Delibes con su novela se refiere no sólo a un caso aislado, sino a una situación ge-

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neral, se deduce también del nombre de la pro­tagonista que llamándose Carmen evoca la ima­gen de la España tradicional. Y ya hemos habla­do de que el autor no tiene en cuenta sólo diso­nancias matrimoniales, sino también políticas. Por lo que vemos, la obra de Delibes fue en la época de su aparición la única en la que la men­talidad de la clase media conservadora ( que ha sido la que ha apoyado esencialmente el régi­men) se muestra desde dentro, es decir partien­do de sí mismo, en forma de un autorretrato lin­güístico, aparentemente ingenuo. En este auto­rretrato tan auténtico, que además, como quien no quiere, consigue simpatías para la alternativa (personificada en Mario), reside el verdadero in­genio de esta obra en comparación con otros ejemplos de la literatura crítica contemporánea que combatían el espíritu del franquismo con formas muy herméticas o desde el exilio. En cambio, la obra de Delibes no sólo se presenta descifrable sino también dificilmente atacable: su crítico del régimen permanece mudo y sólo se expresa por mediación de una Carmen «típi­ca», a cuya concepción del mundo el autor no hace explícitamente la menor objeción ... Rara vez se ha esquivado la censura tan hábilmente como en Cinco horas con Mario.

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Además de esta crítica sagaz -casi me atreve­ría a decir astuta- de la mentalidad 'tradiciona­lista', hay que hablar -finalmente- de una di­mensión autocrítica, llena de humor, que no es el menor atractivo de la obra. Es el magnífico juego que el autor Delibes (el cual se ha retrata­do acaso un poco en Mario) practica consigo mismo y con todos los de su gremio (ya sean es­critores, críticos u otros intelectuales). Lo que brota de Carmen en este aspecto merecería un estudio aparte y pertenece, de todas maneras, a aquellas manifestaciones que uno, con aludir solamente a su limitada capacidad, no puede quitarse de encima. Más bien, aquí tenemos que poner a mal tiempo buena cara y aguantar 'la crítica' a porrazos, que Carmen hace a modo de auto de fe de la literatura moderna, de su temá­tica, de sus pretensiones y de su técnica, desde el punto de vista de una lectora media poco cul­tivada. Naturalmente aquí también hay en juego mucha falta de comprensión y por ello cierta in­justicia. Pero, a veces, los ataques de Carmen tienen también algo, que le dejan a uno desar­mado, y así ocurre cuando comenta el ensayo de Mario sobre «la ausencia de sentimientos en la literatura moderna», con la observación de que él mismo es un literato contemporáneo y tiene en su mano el cambiar este estado (242). Tam­poco admite su queja por el descenso de interés de la lectura. Mario, según ella, escribe sin tener en cuenta la capacidad de recepción del público. Otros sin embargo no tenían que quejarse de la falta de éxito. Totalmente burlesco se vuelve el capítulo XXI, donde Carmen expresa mordaz­mente su opinión sobre el aspecto fisico tan de­bilucho de su Mario, con lo que, sin saberlo, va­ría la imagen del Albatros que se arrastra por la playa y se convierte en la burla del ambiente de­portivo:

( ... ) yo recuerdo en la playa, venga de tomar notas y mirar papeles debajo del toldo ( ... ), cualquier cosa menos tumbarte al sol y broncearte, Mario, que estabas tan blanqui­to y luego con el meyba hasta las rodillas y las gafas, daba grima verte, la verdad, que yo, algunas veces, como si no fueras conmi­go, como si no te conociera, que no debería decírtelo pero hasta vergüenza me daba. Después de todo, razón le sobra a Valen, que a los intelectuales deberían prohibirles ir a la playa, que así, tan flacos y tan erudi­tos, resultan antiestéticos, más inmorales que los mismos bikinis (223).

lQuién se atreverá con el colmillo retorcido a combatir a Carmen, afirmando que, una vez más, pone con ello en evidencia la estrechez mental del fascistoide en contra de los intelec­tuales? Más bien aquí se nota la picardía del au­tor Delibes que no retrocede ante la autoironía, y sólo le habremos comprendido del todo si reaccionamos a tales manifestaciones con una sonrisa autoliberadora.

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Cinco horas con Mario se revela como una verdadera crítica porque une a la parodia de un carácter nacional la autocrítica desenfadada, con lo que el autor se distancia, y en forma graciosa además, tanto de la tendencia del intelectual, tan ampliamente extendida, a sobrestimarse, co­mo de su aparición pareja: quejarse por su falta de influencia. Es de temer que este sereno equi­librio haya perjudicado la propagación de Deli­bes en Alemania -autor que (y en esto no le su­cede como a Mario) es muy leído en España y en otras muchas naciones. Esta posición se con­sidera en nuestro país (sobre todo por los que nunca serían capaces de lograr algo así) aún co­mo algo que pertenece a una literatura de 'se­gunda clase'. En realidad, la obra de Delibes po­see sencillez y complejidad a la vez, pudiendo ser objeto lo mismo de una 'ingenua' lectura go­zosa como de un 'sofisticado' estudio filológico. Para mí es esto, precisamente, el signo de una 'obra grande'. Es hora de traducir a Delibes a nuestra lengua. Entonces, quizá, pueda haber un día una obra alemana parecida a Cinco horascon Mario. A nosotros, que con tan poca sereni­dad nos ocupamos de nuestras idiosin-crasias (a las que pertenece también la ... herencia de cierto pasado), buena falta ._....,nos haría.

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