Chareles Tilly. Legado y estela (Martínez Dorado G. - Iranzo J., 2010)

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  • Poltica y Sociedad, 2010, Vol. 47 Nm. 2: 195-217 195

    Recibido: 2.6.09Aprobado definitivamente: 11.1.10

    reSUMen

    Las ltimas obras de Charles Tilly recapitulan, evalan, concretan y proyectan hacia el futuro el legadoemprico y terico de una vida dedicada a la sociologa histrica. Desde su opera prima sobre la Vendehasta Contienda poltica y democracia en Europa, Tilly desarroll y dio amplio y preciso contenidoemprico a un conjunto de conceptos tericos que hoy vertebran los estudios del conflicto poltico al ini-cio de la modernidad europea (entre otros, actuacin, repertorio de accin colectiva, estructura de opor-tunidad poltica, mecanismos de movilizacin y, finalmente el despliegue de respetabilidad, unidad,nmero y compromiso WUNC, en su acrnimo ingls). Su predileccin por los mtodos cuantitativosy comparativos persegua explicar, no el motivacional por qu sino el objetivo cmo, cundo y para qude la movilizacin popular; no buscaba leyes del cambio histrico, sino descripciones analticamentefrtiles de acontecimientos histricos semejantes, pero singulares y nicos. El paradigma metodolgicoque elabor por vez primera en La Vende, analticamente actualizado a travs de su obra posterior, sirveaqu como marco para un nuevo abordaje de la movilizacin social y poltica que condujo a la primeraguerra carlista, especficamente, mediante el estudio comparado de los mecanismos de movilizacin derecursos materiales y humanos para el esfuerzo de guerra en tres municipios navarros de caractersticaseconmicas, culturales y polticas bien diferenciadas.

    PaLabraS CLave: Charles Tilly, accin colectiva, repertorio, lucha poltica, actuaciones de interrelacin/ transaccin, repertorio de accin colectiva, estructura de oportunidad poltica, mecanismos de movili-zacin, despliegue de WUNC, La Vende, Carlismo, guerra civil, primera guerra carlista.

    abSTraCT

    Charles Tillys later work sums up, assesses, specifies and projects into the future the theoretical andempirical legacy of a life of study devoted to Historical Sociology. From his masterpiece opera prima,The Vende, on to his latest Contentious politics, Tilly developed a vast array of theoretical concepts,which he provided with extensive and precise empirical referents (among them, we may cite: performance,collective action repertoire, political opportunity structure, mechanisms for mobilization and, finally,WUNC: worthiness, unity, numbers and commitment). Today, these notions are located at the very coreof the sociological/historical studies about political contention in early Modern Europe. Tillyspreference for quantitative and comparative methods was subservient to his interest in giving account of,

    Charles Tilly: Legado y estelaDe The Vende a Contentious Performances, para

    comprender el conflicto poltico del s. XIX espaol

    In the Wake of Charles Tillys LegacyFrom The Vende Through Contentious Performances:

    Understanding Political Contention in Nineteenth Century Spain

    Gloria MarTnez DoraDo y Juan M. [email protected]

    [email protected]

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    not the motivational Why?, but the objective How, When and What for of collective mobilization; not inexplanatory laws of historical change, but in analytically fecund descriptions of similar, but also uniquehistorical episodes. This article adopts the methodological paradigm Tilly first developed when writingThe Vende, analytically updated throughout his later work, as theoretical framework for a new approachof the social and political mobilization that led to the first Carlista war. Specifically, the mechanisms formobilization that provided material and human resources for the war effort are researched in threedifferent Navarre villages selected by their differing economic, cultural, and politically features. .

    KeyworDS: Charles Tilly, contentious politics, performance, collective action repertoire, politicalopportunity structure, mechanisms for mobilization, WUNC display, La Vende, Carlism, civil war, firstCarlista war.

  • InTroDUCCIn: en La eSTeLa De CharLeS TILLy

    El 15 de diciembre de 2007, la Universidadde Michigan propici la grabacin de una largaentrevista a Charles Tilly, realizada por DanielLittle (D. Little, 2007). Y all se despleg la his-toria de un hombre que haba dedicado su vidaa investigar y a ensear, y que, acompaandosus palabras con expresivos gestos de lasmanos, expona con fervor y conviccin lo quecrea haber hecho bien y los errores que come-ti o que otros cometieron inspirados por suobra. Fue coordinador, editor, coeditor y autorde tan numerosas como influyentes aportacio-nes a las ciencias sociales; como maestro, fuegeneroso a la vez que exigente y riguroso:imparti clases y organiz seminarios y gruposde discusin, siempre incisivo y atento, dandonimos, departiendo y compartiendo con alum-nos, colegas y amigos ideas, proyectos, simpo-sios, papers, comida y vino. Hizo buena parejade vida y obra con Louise Tilly, madre de suscinco hijos; nunca tir la toalla pues supo hacerde su larga enfermedad camino de conocimien-to, dejndonos, con su libro Why? (C. Tilly,2006), un pequeo diario de campaa; y supodespedirse con su entereza y su eficiencia carac-tersticas, por ejemplo, asistiendo tras una peno-sa sesin de quimioterapia a la lectura de una delas ltimas tesis que dirigi, o recopilando loque estim fundamental de su legado en su lti-mo libro, Contentious Performances (C. Tilly,2008), publicado pstumamente.

    En esta obra, tras dedicar toda su vida a estu-diar el conflicto y la lucha poltica1, Tilly volvi

    a sus orgenes para rendir tributo a quienes leprecedieron como su insigne maestro, PitirimSorokin, reivindicar su propio trabajo terico ymetodolgico y, proyectivamente, situar a cole-gas y discpulos en la estela de un proyectoinvestigador que nos invita a proseguir. Diga-mos que quera su proyecto vivo despus de lamuerte, que saba prxima. Tilly falleci el 29de abril de 20082.

    Con paciencia, tesn y lucidez, como se rea-liza un rompecabezas, Tilly cuenta cmo, porqu y para qu lleg a emplear los mtodos y losconceptos que utiliz a lo largo de su trayecto-ria profesional, que fue la de un socilogo aquien le sali al paso la Historia lo que pareceque ocurri en un archivo francs al que se diri-gi a solicitar algn documento (Little, 2007,fragmento 8) en el curso de su investigacinsobre la guerra de la Vende. Fruto de estainmersin en fuentes primarias y de su interpre-tacin y anlisis socio-histrico fue, primero, sutesis doctoral, leda en 1959, y, ms tarde, suinfluyente y magnfico libro The Vende, publi-cado en 1964 con notables revisiones respectoal texto de la tesis. Desde entonces, Tilly siem-pre camin por una doble senda, o, ms bien,por un intersticio entre ellas. De ah que plas-mase en la narracin de acontecimientos histri-cos su inters sociolgico por el mtodo y losconceptos; y de ah, tambin, su insistencia enque no le interesaba tanto establecer regularida-des cientficas como intentar comprender con-tingencias histricas, y hacerlo de manera preci-sa y rigurosa, sin dejarse llevar por la pasin delcronista ni por la imaginacin del novelistaaunque no sin alguna dosis de una u otra.

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    1 Optamos por traducir contention/contentious como lucha/de lucha, y contentious politics como lucha poltica, aunque tra-ducciones recientes prefieran contienda poltica (pese a que usualmente contienda se refiera a la guerra) y algn autor lo haya con-vertido en poltica de confrontacin. Confrontacin nos parece correcto, mas impreciso, pues con ese trmino aludimos, sobretodo, al contraste de ideas. La dificultad de traducir al castellano contentious politics es, quiz, que, durante mucho tiempo, lalucha poltica por antonomasia fue en Espaa la jurdica, de modo que el adjetivo contencioso sigue apropiado por el procedi-miento jurdico. De no ser as, podramos, como los franceses o, al parecer, tambin los latinoamericanos, traducir esta voz comopoltica contenciosa. Nos hemos rendido ante la evidencia de no poseer otro adjetivo disponible y que cumpliera los mismos efec-tos. Por todo ello, creemos que lucha da una idea ms clara de lo que Tilly quiere expresar con contentious, y eso, tanto si nosreferimos a la poltica, como a los repertorios o a las performances, todos, de lucha.

    2 Del 3 al 5 de octubre de 2008, organizado por el Social Sciences Research Council y la Columbia University de Nueva York,colegas, discpulos y amigos de todo el mundo rendan homenaje a Chuck, como le gustaba que le llamasen sus iguales, es decir,cuantos se relacionaban con l. Vase el programa y los textos presentados, junto con algunos artculos, CV, bibliografa y tributesal maestro, en http://www.ssrc.org/hirschman/event/2008. Salvador Aguilar Sol, profesor de la Universidad de Barcelona y que seencarg de verter al castellano, en la Editorial Hacer de Barcelona, algunos de los ms recientes y significativos ttulos de Tilly,escribi y colg de la red una reflexin sobre la vida y el trabajo de Chuck que merece la pena visitar (www.hacereditorial.es).

  • Una vez nos hemos acercado y conocidosomeramente la trayectoria intelectual y vital deCharles Tilly, lo que nos proponemos aqu esofrecer una visin de su legado desde su prime-ra aportacin, con The Vende, hasta la ltimaentrega pstuma de Contentious Performances,para proseguir despus en la estela de lo hechopor l, porque no cre escuela pero sembrsemilla, y el mejor homenaje que le podemoshacer es cultivarla en nuestro huerto y con nues-tros medios, para recoger una cosecha que, si lalogramos, ser en parte de l.

    Abordamos as, en primer lugar, un recorridopor lo que hemos denominado su legado, el desus aportaciones tericas y metodolgicas. Msadelante, proponemos que el estudio y la com-prensin del Carlismo espaol se haga siguien-do la estela de The Vende, es decir, tomandoeste libro de Tilly como modelo de un hacer his-toriogrfico que alcanz el grado de maestra.Posteriormente, ofrecemos un breve relato alter-nativo sobre los conflictos polticos de la Espa-a del primer tercio del siglo XIX, para finalizarcon una propuesta de aplicacin, al proceso demovilizacin carlista en tres municipios nava-rros, de algunas de las, para Tilly, ms aprecia-das herramientas tericas y metodolgicas,como son el estudio comparativo y el anlisis delos mecanismos de accin.

    eL LeGaDo De CharLeS TILLy (I):ConCePToS orIGInaLeS y rIGorMeToDoLGICo

    Comenzando por la intencin y el ttulo, enla citada entrevista Tilly declaraba que en Con-tentious Perfomances haba querido brindarnosuna combinacin de todo lo hecho sobre GranBretaa (D. Little, 2007: fragmento 8) y queeligi el concepto de performances como con-cepto-gua para el ttulo, significativamente,porque slo sobre la base de esas actuacionesse podra componer (compound) analticamenteuna imagen completa de las interacciones ytransacciones que se producen en una determi-nada accin de confrontacin o lucha poltica.Las actuaciones ocupan el lugar de honor en su

    esquema interpretativo de la lucha poltica, por-que es en el curso de dichas actuaciones cuandoquienes participan en ellas adquieren unamayor coordinacin y cohesin3, y cuando tie-nen la oportunidad de establecer una interaccincon sus oponentes en la que plantear sus reivin-dicaciones. Convengamos, pues, en describirese concepto, ms all de la metfora teatral(D. Little, 2007: fragmento 8), como actuacio-nes de interrelacin/transaccin.

    A su vez, mostrar el lugar central de lasactuaciones en este esquema requiere profundi-zar en otros de sus conceptos clave: acciones,interacciones y repertorios. Tilly habra ido per-filando estos cuatro conceptos como caja deherramientas para designar lo ms grfica yrigurosamente posible la secuencia de aconteci-mientos observada histricamente en toda luchapoltica: toda accin colectiva propicia una seriede interacciones que, en situacin de oportuni-dad, escenifican y desarrollan cierto nmero deactuaciones en las que los actores se reconocencomo tales, dotndose de identidad, a la vez queplantean sus reivindicaciones a sus oponentes;lo cual, en escenarios histricos concretos y encondiciones favorables para ello, propicia lacreacin de un repertorio de accin capaz dellevar adelante un episodio de lucha poltica.Estos conceptos, que guan y articulan toda suobra y que son una aportacin original al estu-dio de la lucha poltica en las sociedades euro-peas occidentales, los fue perfilando Tilly a lolargo de toda su obra y los utiliz, en nuestraopinin, con una gran eficacia analtica. EnContentious Performances quiso, precisamente,realizar una amplia y documentada historia deestos conceptos y una exhaustiva reflexin acer-ca de su validez y su pertinencia como instru-mentos de anlisis y conocimiento histrico,con objeto de poder ofrecrnoslos, finalmente,como legado suyo.

    Al modo de exposicin tpica de Tilly, ellugar central del concepto de performances oactuaciones de interaccin/transaccin semuestra primero con ejemplos de episodioshistricos significativos, y, luego, mediante ladiseccin y pormenorizacin de cada uno de

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    3 If people learn performances collectively, our explanations will have to include a good deal more coordination and sharedunderstanding (C. TILLY, 2008: 17).

  • los otros conceptos y de la opcin adoptada,acompaado todo ello de las aportacioneshechas hasta el momento por quienes hanusado dichos conceptos o han tomado una uotra opcin de investigacin. Por ejemplo,detallando cul ha sido el camino recorrido porel anlisis cuantitativo aplicado al estudio de lalucha poltica, quines lo han transitado y cu-les son sus ventajas y limitaciones (C. Tilly,2008: 31-46).

    El concepto de repertorio fue adoptado porTilly desde sus primeros trabajos tericos trasThe Vende, y su eficacia como instrumento deanlisis de la lucha poltica ha sido contrastadaen mltiples ocasiones posteriores por el propioTilly, as como por otros cientficos sociales ehistoriadores que adoptaron su imaginativa yfrtil propuesta4; e incluso por quienes, sin lle-gar a usar el trmino, han expuesto empero sufactualidad, como es el caso de James Walvin5.

    Esta es la definicin de repertorio ofrecida porTilly en 1984 (C. Tilly, 1984: 99 traduccinnuestra):

    En su acepcin media, la idea de repertoriopresenta un modelo en el que la experiencia acu-mulada de los actores se entrecruza con las estra-tegias de las autoridades, dando como resultadoun conjunto de medios de accin limitados, msprctico, ms atractivo y ms frecuente quemuchos otros medios que podran, en principio,servir los mismos intereses.

    Segn uno de los ms famosos esquemas till-yanos, los procesos de formacin estatal y desa-rrollo del capitalismo marcaran la transforma-cin de los medios de accin de la lucha polticay, dependiendo de la secuencia evolutiva detales procesos, a cada poca le corresponderaun repertorio distinto (C. Tilly, 1984: 98)

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    4 Entre los trabajos ms significativos que usan el concepto de repertorio: C. Tilly: 1984, 1986,1995, 2005; S. Tarrow: 1989,1998, 2005; M. W. Steinberg: 1994, 1999. Y entre los socilogos e historiadores espaoles: D. Castro Alfn: 1989; R. Cruz Mar-tnez: 1998, 2006; C. Gil Andrs: 2000; M. Prez Ledesma, 1994; Jess Casquete: 2006. Ver, asimismo, los artculos reunidos enel monogrfico de Poltica y Sociedad, 18.

    5 Hemos detectado un error en el texto, pues Tilly se refiere claramente a James WALVIN, y no a Roger WELLS, nombreque aparece tanto en el texto (C. Tilly, 2008: 66-67) como en el ndice temtico, pero que est ausente en la bibliografa, dondes est, lgicamente, J. WALVIN, con las pertinentes referencias a las que Tilly hace alusin en el texto.

    LoCaL naCIonaL

    SUbor- festejoDInaDo

    iluminacin forzosacencerrada

    bloqueo y apropiacin de granos invasin de campos y bosquescoalicin, marcha

    SIGLo XvIII reunin electoral

    invasin de asambleareunin pblica

    huelga empresarialaUT- noMo manifestacin

    movimiento social

    SIGLo XIX

  • Tilly expuso su teora sobre los procesos demodernizacin y las consecuentes luchas deresistencia en su famoso libro From Mobiliza-tion to Revolution (C. Tilly, 1978). En l defen-da que habra habido un hiato histrico signifi-cativo entre, por un lado, la lucha polticapropia de sociedades pre-estatales y pre-capita-listas {de alcance local; subordinada, en cuantoa formas de accin, a la de sus oponentes; y, endefinitiva, de carcter reactivo}, y, por otro, laforma de lucha poltica que acompa a la par-lamentarizacin de la vida poltica y el desarro-llo de las relaciones industriales {de alcancenacional, haciendo uso de formas de accinautnoma y, en definitiva, de carcter proactivo,y cuyo mejor ejemplo sera el movimientosocial}. Siguiendo un esquema lineal de evolu-cin histrica, lo tpico de una sociedad preesta-tal y no capitalista sera la revuelta, la rebelin yel motn; mientras que en las sociedades estata-les y capitalistas la poblacin ya no recurrira aesas formas de lucha y movilizacin, sino aelecciones, manifestaciones o mtines, y, sobretodo, a movimientos sociales.

    Ahora bien, los diversos tipos de moviliza-cin, reactiva/ proactiva, no marcan pocas suce-sivas en el tiempo, sino en el acontecer concretode lo que histricamente sucede. Existen en elAntiguo Rgimen ejemplos de movilizacin queusan mtodos modernos, a la par que los disponi-bles en un repertorio heredado. Los recursos omedios de lucha aprendidos y experimentadoscomo tiles se acumulan y estn a disposicin dequien sepa usarlos pero en la luchas polticas nointervienen slo la memoria, la pericia o la volun-tad; la adaptacin al medio, la creatividad y laoriginalidad de sus protagonistas tienen tanto oms valor que lo aprendido y experimentado.

    La inmersin en el estudio de la largasecuencia histrica de luchas y logros polticosde la Francia contestataria y la Inglaterra de losprecoces movimientos sociales (C.Tilly, 1987 y1995)6, llev a Tilly a modificar y refinar su pri-mer esquema de movilizacin. Metodolgica-mente, From Mobilization to Revolution fue eltecho del estructuralismo tillyano, porque laprofundizacin en esos dos casos histricos

    ejemplares evidenci la necesidad de revisarsu esquema terico, lo que hizo en sucesivaspublicaciones: los repertorios de accin colecti-va no seran herramientas ni instrucciones acu-muladas, como catecismos para creyentes prac-ticantes, sino trozos de experiencia vital degeneraciones enteras, que en la piel y en el almaaprendieron a defenderse y a reclamar lo quenecesitaban. En su ltimo escrito publicado,Tilly nos alertaba respecto a las conclusiones aque pudiramos haber llegado respecto a un tipou otro de repertorio, diciendo:

    Tradicional/moderno, pre-poltico/poltico ydistinciones similares no son adecuadas para cla-sificar los medios de lucha, sino las particularescircunstancias de los que los usan [...] En el sigloXIX apareci un nuevo repertorio porque nuevosactores se enfrentaron a nuevos desafos y encon-traron que los medios existentes eran inadecua-dos. [Pero] ni los nuevos desafos ni las nuevasformas de accin fueron intrnsicamente revolu-cionarios, [ni] grupo alguno de actores empletodas las performances de uno u otro repertorio,tampoco decidieron sbitamente usar uno u otro,y no hubo corte radical alguno de repertorio en1800, ni en cualquier otra fecha. Lo que estamosanalizando es un continuo de innovacin y modu-

    lacin. (C. Tilly, 2008: 44/45 traduccin, cursi-vas y subrayados nuestros)

    Perfilando este concepto, Tilly (2006b) acuel acrnimo WUNC (Worthiness, Unity, Num-bers & Commintments), que significa que unaaccin concreta, una vez convertida en ciertaperformance o interaccin/transaccin, formaparte de un repertorio que ha probado ser efecti-vo por haber conseguido Respetabilidad social yUnidad interna, adems de ser significativo enNmero de participantes y stos estar Compro-metidos en el logro de determinados objetivos.Estos rasgos caracterizaran a un repertoriocomo fuerte, el ms apto para describir desde lasecuencia histrica de las revueltas de hambrela de los siglos XVIII y XIX en Europa, ascomo las del XX en otras partes del mundo, alos viejos o nuevos movimientos sociales7.

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    6 Su artculo en Poltica y Sociedad, 18 es la traduccin de las Conclusiones del ltimo de ellos.7 Como se puede comprobar visitando la red, la nocin de WUNC ha tenido entre los especialistas un xito incluso mayor

    que la de repertorio.

  • El concepto de estructura de oportunidadpoltica no apareca expresamente en FromMobilization to Revolution, pero su modelo demovilizacin inclua esta secuencia: una mayor omenor Represin / Permisividad, propiciaba bienuna Oportunidad de movilizacin o, por el con-trario, presentaba tal nivel de Amenaza, que lahaca impracticable. Como en el caso de losrepertorios, el esquema era demasiado estructu-ral y apegado a la lgica de la accin racional,sin tener en cuenta las contingencias de cada casoconcreto. Tambin aqu Tilly fue perfilando sumodelo y refin el concepto de estructura deoportunidad poltica: Para determinar la capaci-dad de movilizacin, a la variable represin / per-misividad se aadieron las de apertura del rgi-men poltico, coherencia de la lite, estabilidadde los alineamientos polticos y secuencia delcambio. As pues, analticamente, los momentosde oportunidad poltica no son slo resultado dela mayor o menor represin ejercida por lospoderes pblicos sino, fundamentalmente, cam-bios en el contexto de los actores polticos.

    En Contentious Performances, esta estructu-ra de oportunidad poltica ampliada se ilustra atravs del trabajo de Sergio Tamayo (1999)sobre dos campaas de protesta en Mxico: lade los estudiantes de la Universidad Metropoli-tana reclamando derechos polticos en 1968,que acab en masacre, y la Zapatista de 1994,que moviliz a los indgenas de Chiapas, tam-bin exigiendo derechos polticos, aunque eneste caso, pese al despliegue militar inicial,hubo una participacin significativa de organi-zaciones nacionales e internacionales, y, poste-riormente, se canaliz a travs de marchas pac-ficas desde la selva hasta el DF.

    Tilly aprovecha el estudio de Tamayo para,desde una latitud poltica y unas dimensiones demovilizacin que no son las europeas, que tanbien conoce, mostrar que igualmente se dan:

    [...] dos pautas de comportamiento en la luchapoltica que son universalmente vlidas. La prime-ra, que el mayor cambio de performances y reper-

    torios que se pueda producir en cualquier parte esel resultado de la influencia de una campaa hayasido sta un xito o un fracaso sobre la siguiente.La segunda, que dicha influencia de una campaasobre otra acta cuando se producen cambios en lainteraccin entre: la estructura de oportunidadpoltica, los modelos de accin disponibles y lasconexiones entre diferentes actores. (C. Tilly,2008: 94 traduccin y cursivas nuestras)

    Pero es el caso britnico el que Tilly estudims en profundidad, sobre el que dispone de msdatos recopilados y cuantificados, y, en fin, elque considera ms ilustrativo de las ventajasanalticas de sus conceptos. En Contentious Per-formances, Tilly describe y explica con un deta-lle sin precedentes cmo fue y quin particip enel largo y laborioso proceso de recogida dedatos, cuantificacin y tabulacin de los mismosmediante programas informticos diseados adhoc; qu seleccin de conceptos se hizo y porqu; y, finalmente, a qu conclusiones lleginterpretando los datos obtenidos, exponindolosmediante grficas y tablas, imgenes y palabras.

    De otra parte, su inters por la Historia lellev a buscar una metodologa capaz de encon-trar8 un nexo de unin entre sta y la Sociologa.En tal sentido, tanto en su ltimo libro, como enlos muchos artculos que dedic a cuestionesmetodolgicas9, destaca su predileccin por losmtodos formales y empricos, en especial elcuantitativo y el comparativo, as como por losmecanismos de accin10, a los que otorgaba mspotencia explicativa que la tradicional bsquedade leyes o regularidades histricas.

    eL LeGaDo De CharLeS TILLy (II):SoCIoLoGa hISTrICa

    La mayora de los autores que nutren elHandbook of Historical Sociology (G. Delanty yE. F. Isin, eds., 2003) son europeos y, segn suseditores, comparten el empeo de reorientar laSociologa Histrica, la corriente de estudios

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    8 As expresado en C. Tilly, 1981.9 Tilly compil algunos de sus artculos metodolgicos (C. Tilly, 2008b). Johann P. Murmann realiz una compilacin ms

    completa, aunque tampoco exhaustiva. Ver: http://www.professor-murmann.info/index.php/weblog/tilly10 En este sentido, Tilly recogi la propuesta terica de John Elster (1989).

  • trans-histricos, trans-disciplinares y multi-para-digmticos (R. Ramos, 1993) a la que pertene-cen, como representantes de una tercera ola enel desarrollo de sta. Los autores de la primeraola fueron americanos en su mayora (B. MooreJr., 1966; R. Bendix, 1964; S. N. Eisenstadt,1966; Neil J. Smelser, 1962; o el propio C. Tilly,1964) y lobos solitarios sin orientacin comnalguna, terica o metodolgica. Los de la segun-da ola, en cambio, se marcaron como objetivo,por un lado, desmontar los ocho PostuladosPerniciosos del pensamiento social del sigloXX, en palabras de Tilly (1984b: 16), y, porotro, contextualizar histricamente las grandesestructuras y los largos procesos configuradoresde las sociedades occidentales sobre todo, laformacin de los Estados nacionales y el desa-rrollo del capitalismo, pero tambin los procesosrevolucionarios o la formacin de las clasessociales. Todos ellos privilegiaron, como los dela primera ola, el mtodo comparativo (T. R.Gurr, 1970; T. Skocpol, 1979; E. K. Trimberger,1978; o, de nuevo, C. Tilly, 1978, 1981, 1984b).

    En los aos de apogeo de esta denominadasegunda ola, algunos historiadores britnicos,como E. Hobsbawm (1965, 1969), E.P. Thomp-son (1963-1968) o P. Anderson (1974), adalidesde la vigorosa corriente de Historia Social deorientacin marxista, hallaron un punto deunin con esta corriente sociolgica y entabla-ron relacin con algunos autores representativosde la misma, invitados a las universidadesdonde estos enseaban los tres, por ejemplo,visitaron e impartieron clases o conferencias enla New School for Social Reseach de NuevaYork, durante la estancia all de Tilly, y, lo mssignificativo, realizaron investigaciones queejemplificaban magnficamente lo que lossocilogos histricos americanos se proponan.

    En este contexto, un par de aos despus dela publicacin de The Vende (C.Tilly, 1964)donde puso a prueba lo que los mtodos cuan-titativo y comparativo provenientes de la Socio-loga podan dar de s en el campo de la Histo-ria, y aprovechando la gran resonancia y buena

    acogida general del libro, Tilly escribi un art-culo donde animaba a socilogos y a historiado-res a renovar sus mtodos de investigacin y abuscar una convergencia til y necesaria entreellos (C. Tilly, 1966).

    Treinta aos despus, en un influyente art-culo, William H. Sewell (1996), reflej ladimensin del xito de aquella propuesta al cri-ticar cierta forma de hacer Sociologa Histricaque propone una mera sociologa del pasado,ignorando la tarea ms eminente del trabajo delhistoriador: el estudio de los hechos contingen-tes, puntuales y singulares en un momento yespacio concretos. Historiador l mismo, peropartidario del uso de mtodos de las cienciassociales para estudiar los hechos histricos,Sewell propugna una sociologa histrica delacontecimiento significativo11 como nica vade unin entre la sociologa de las grandesestructuras, los largos procesos y las enormescomparaciones12 y la inevitable serie de con-tingencias histricas. Para Sewell, Tilly logrhacer de la comparacin un instrumento til enThe Vende porque, ms all de hacerla depen-der del largo proceso de urbanizacin, apuntcon precisin la serie de contingencias histri-cas que hicieron tan diferentes las estructurassociales y polticas de las dos regiones que com-par, de manera que una de ellas fuera revolu-cionaria (Val-Samurois) y la otra contrarrevolu-cionaria (Mauges)13.

    En Espaa, a la altura de 1966, la Sociologacomo disciplina acadmica se estudiaba casi clan-destinamente en la llamada Escuela Crtica, queliteralmente se refugiaba en el viejo edificio de laUniversidad Complutense, en la calle de San Ber-nardo; y en el gremio de los historiadores tuvoque pasar una dcada, con la muerte de Francoentre medias, para que paradigmas historiogrfi-cos como el marxista o el de la historia de lasmentalidades fueran practicados sin penalizacinacadmica o prohibicin gubernamental.

    Por su parte, la recepcin terica de la Socio-loga Histrica tuvo que esperar hasta la dcadade los ochenta, y lo hizo de la mano tanto de

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    11 Considerando tal, un acontecimiento que histricamente cambi algn tipo de estructura social (W. H. Sewell, Jr., 1996: 272).12 Ttulo del ya famoso libro de Tilly (1984). 13 Sewell se muestra crtico con su maestro en esta ocasin, pues escribe que Tilly, tras esta magnfica incursin en la historia

    comparada, en su obra posterior se habra apegado demasiado a una explicacin teleolgica de los hechos histricos, hacindolosdepender de los largos procesos de formacin estatal y desarrollo del capitalismo.

  • socilogos (L. Paramio, 1986), como de histo-riadores (S. Juli, 1989). Ms tarde, M. PrezLedesma, pese a sus reticencias ante el rtulo,reuni una serie de artculos de aplicacin prc-tica de esta lnea de investigacin entre ellos,uno del propio Tilly en un dossier que publicla revista Historia Social (V.V.A.A., 1993); enese mismo ao, Ramn Ramos public su art-culo Problemas textuales y metodolgicos dela Sociologa Histrica, y, siendo director de larevista Poltica y Sociedad, sta le dedic unmonogrfico (V.V.A.A., 1995). En 1998, J.Beriain y J. L. Iturrate editaron un readingdedicndole una de sus entradas.

    Slo en la dcada de 1990, algunos historia-doresprocedentes tanto de las facultades deHistoria como de las de Polticas y Sociolo-ga14 encararon el desafo enunciado por Tilly(1966) y afrontaron sus retos:

    Explicitar los conceptos que emplean. Usar un lenguaje clarificador para describir

    las acciones de los sujetos histricos.Sobrepasar el mito historicista del aconteci-

    miento nico e irrepetible para adentrarse en lacomparacin esclarecedora de hechos contingen-tes y en permanente construccin.

    Establecer altos estndares de verificacin,mediante la sistemtica recopilacin y codifica-cin de datos, a travs de una clara identificacinde unidades de anlisis y empleando procedi-mientos capaces de medir la permanencia o varia-bilidad de las mismas.

    Creemos que el magisterio de C. Tilly no hasido ajeno a la trayectoria de estos historiado-res, los cuales han efectuado una meritoria difu-sin de sus aportaciones a travs de su labordocente, as como traduciendo y publicandoalgunos de sus trabajos ms significativos.Igualmente, mediante la progresiva incorpora-cin del acervo metodolgico tilllyano a suspropias investigaciones.

    En suma, cabe afirmar que los historiadoresespaoles, en el curso de estas dos ltimas dca-das, han incluido en sus investigaciones mto-dos y conceptos de la Sociologa, la Antropolo-ga, la Ciencia y la Teora Poltica o laEconoma, es decir, han abierto la Historia a lasciencias sociales. La interdisciplinariedad seviene practicando con resultados brillantes,sobre todo en Historia Econmica, DemografaHistrica o, ms recientemente, en Historia dela Familia. Las reticencias a considerar la Histo-ria una ciencia social, y, por tanto, a utilizaralguno de sus mtodos han sido mucho mayoresentre los historiadores cuya especialidad es laHistoria Poltica o la Historia Social.

    The VeNde, nUeSTro referenTehISTorIoGrfICo Para LaCoMPrenSIn DeL CarLISMo

    En el Homenaje que el SSRC y la Universi-dad de Columbia dedicaron a Tilly en octubre de2008, W. H. Sewell Jr. cont lo que para l habasignificado leer The Vende, un ejemplo decmo aplicar la sociologa a un estudio de histo-ria local (W. H. Sewell Jr., 2008: 1). En efecto,el primer libro de Tilly ofreci una interpretacinsocio-histrica de la guerra civil contrarrevolu-cionaria en la regin de Anjou, al Oeste de Fran-cia, no para buscar los motivos de los alzados enarmas, a la manera de la historiografa tradicio-nal, sino para identificar el entramado de relacio-nes sociales, econmicas, polticas y antropolgi-cas que hicieron posible que all, y no en otraparte de Francia, arraigara la contrarrevolucin.Tilly no slo realiz un riguroso examen sociol-gico de cun grandes y poderosas eran las divi-siones internas en la regin como para permitira un segmento significativo de la poblacinenfrentarse a la Revolucin sino que ademstraz un nuevo relato de las condiciones y meca-nismos que hicieron posible la resistencia15.

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    14 Entre los ms sobresalientes: J. lvarez Junco, R. Cruz Martnez, E. Lpez Keller, G. de la Fuente Monge, P. Snchez Len y D.Palacios Cerezales, de la Complutense de Madrid; M. Prez Ledesma, de la Autnoma de Madrid; E. Gonzlez Calleja, de la Carlos IIIde Madrid; J. M. Casquete Badallo, J. Ugarte Tellera y F. Molina Aparicio, de la Universidad del Pas Vasco; D. Castro Alfn, de la Uni-versidad Pblica de Navarra; J. M. Cardesn Daz, de la Universidad de La Corua; C. Gil Andrs, de la Universidad de La Rioja; G.Pasamar Alzuria y P. Rjula Lpez, de la de Zaragoza; J. de la Cueva Merino y P. Oliver Olmo, de la de Castilla-La Mancha.

    15 En su tesis indita sobre la guerra civil contrarrevolucionaria de los Cristeros mexicanos, R. Jrade (1980) sigui el ejemplode The Vende con resultados dignos de ser tenidos en cuenta.

  • Pero, adems, The Vende destac por susaportaciones tericas y metodolgicas, ya quefue un estudio interdisciplinar que rompi mol-des historiogrficos y hoy da, despus de cua-renta aos, sigue siendo un ejemplo a imitar, sibien ahora los historiadores usan teoras y mto-dos de las ciencias sociales sin que eso supongauna ruptura epistemolgica con la tradicin. Aimitar, tambin, porque quizs sea ste, comoasimismo dice Sewell, el mejor libro y el msoriginal de todos los escritos por Tilly (W. H.Sewell Jr., 2008: 6), donde se ve como en nin-gn otro la mano de un maestro.

    La guerra civil de la Vende en Francia y laPrimera Guerra Carlista en Espaa sucedieronen el trnsito del Antiguo Rgimen al EstadoNacin. Puede servir The Vende como inspira-cin para ahondar la comprensin del Carlismo?

    Veamos algunas similitudes. En esta pocade la historia europea, rebeliones y revueltaseran las formas de lucha poltica ms comunesde la gente comn valga la redundancia yalgunas de ellas desembocaban en guerra civil sila estructura de oportunidad no propiciaba otrasalida. (Aparte quedaban las guerras internacio-nales llevadas a cabo entre los ejrcitos de lasdistintas monarquas, normalmente mercena-rios, por la adquisicin o conservacin de terri-torios). Las transformaciones econmicas hac-an desear cambios polticos a las nuevas clasesemergentes, que planteaban cada vez ms desa-fos a los viejos gremios de artesanos y a loscampesinos. Estas nuevas clases an no eran enEspaa industriales, pues eran la manufactura ylos gremios artesanales las que producan losbienes que la poblacin consuma, sino comer-ciantes y propietarios de tierras, dinero y bienes,ahora en un mercado cada vez ms abierto ylibre, as como funcionarios y profesionales. EnEspaa, como en Francia, no todas las regionesparticipaban de los mismos ritmos de desarrolloeconmico ni todas tenan iguales relacionescon el nuevo Estado que los liberales pretendanponer en pie.

    Al fin, aunque a la muerte de Fernando VII,el 29 de septiembre de 1833, los partidarios desu hermano Carlos (que en las revueltas de 1822y 1827 fueran realistas o malcontents y a

    partir de ahora pasaron a ser llamados carlis-tas) consiguieran, prcticamente al da siguien-te, movilizar grupos armados por toda la geo-grafa espaola, slo fueron capaces demantener el desafo al poder central, en formade doble soberana y guerra civil declarada, enel Norte (fundamentalmente en Navarra)16.

    Participando de la opinin de que ...los pro-cesos de construccin del Estado liberal [fue-ron] procesos de nacionalizacin de la periferia(E. Toscas, 1999: 41), hemos establecido lahiptesis de que la estructura de poder estatalque el nuevo rgimen liberal aliado a la Coronapretenda expandir a todo el territorio reclamadocomo nacional choc en Navarra con lospoderes locales y regionales existentes, los cua-les se resistieron cuanto pudieron, contandopara ello con el apoyo de buen nmero de parti-darios entre la poblacin. Es decir, que fueroncapaces de aprovechar la estructura de oportuni-dad poltica que presentaba el nuevo rgimenpoltico (poca capacidad de penetracin estatal,junto a un impulso decisivo de participacinpoltica a travs del parlamento) para plantearsus demandas, que por conservadoras que fue-ran, o precisamente por serlo, consiguieron des-plegar en Navarra un repertorio fuerte de movi-lizacin: habiendo adquirido respetabilidadsocial (worthiness), estando unidos (unity),siendo significativamente numerosos (numbers)y estando comprometidos con unos objetivos deaccin bien definidos (commitments).

    En este sentido, tanto metodolgica comotericamente nos parecen pertinentes y tiles lasaportaciones de Tilly, aunque en el estado actualde la investigacin renunciamos a la compara-cin interregional para centrarnos en una com-paracin de estudio de caso entre varios munici-pios navarros.

    En lo que sigue nos proponemos usar algu-nas de las herramientas metodolgicas y con-ceptuales aportadas por Tilly para estudiar lacontrarrevolucin y, en concreto, la PrimeraGuerra Civil Carlista, que tuvo lugar entre 1833y 1840. Dicha guerra plante una resistencialarga y tenaz al establecimiento del Estado libe-ral, e influy tan estrecha y largamente en laconstitucin poltica de Espaa, que ha sido la

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    16 Vase una primera aproximacin a la comparacin interregional en G. Martnez Dorado (1996)

  • sombra ineludible de la Revolucin Liberalhasta prcticamente nuestros das. Por todo ello,tanto como para recuperar la memoria de lo quefuimos y comprendernos en lo que somos mere-ce ser trada a colacin aqu.

    LaS GUerraS CIvILeS DeL PrIMer LIberaLISMo eSPaoLCoMo aCTUaCIn De UnrePerTorIo De LUCha PoLTICa

    Comenzaremos discutiendo la guerra civilcomo una performance o actuacin de interac-cin / transaccin concreta de un conocido yrepetidamente utilizado repertorio de lucha pol-tica en la Espaa del primer tercio del siglo XIX.

    En septiembre de 2007 se celebraron las IJornadas Internacionales de Estudio del Carlis-mo, en las que se presentaron las ms recientesaportaciones sobre el estudio de la contrarrevo-lucin (Actas I Jornadas, 2008). A raz de una delas ponencias, La guerra como aprendizajepoltico: de la Guerra de la Independencia a lasguerras carlistas, surgi una discusin entrealgunos de los asistentes y su autor, Pedro Rju-la, que gir alrededor de estas preguntas: Es laguerra una forma de violencia poltica o, antesbien, la poltica termina donde comienza la gue-rra? Fue la guerra civil carlista una forma deexpresin, incluso de participacin poltica?17Los interrogantes acerca de las relaciones entreguerra y poltica son complejas, de modo queaqu nos planteamos una pregunta quiz demenor alcance terico, pero, en la estela deTilly, creemos que de mayor inters analtico:Puede considerarse la guerra civil como una delas performances o interacciones/ transaccionesde un repertorio de accin en una determinadalucha poltica?

    Segn cuenta S. Tarrow (2008: 3), a Tilly lehubiera gustado incluir la guerra como objeto deestudio en Dynamics of Contention (D. McA-dam, S. Tarrow y C. Tilly, 2001), pero McAdamy l mismo, coautores del libro, se opusieron yTilly no insisti, contentndose con hacer algu-nas citas de su libro Coercion, Capital andEuropean States (C. Tilly, 1990), concluye

    Tarrow. Un par de aos ms tarde reiteraba eldesafo escribiendo The Politics of CollectiveViolence (C. Tilly, 2003). Si en 1990 hablaba,fundamentalmente, de la guerra como formado-ra de Estados, de la guerra entre-Estados, treceaos ms tarde, Tilly analizaba la violenciacolectiva como una de las formas que puedeadoptar la lucha poltica, la cual habra convivi-do histrica e incesantemente con la actividadpoltica no violenta: haba campaas militares(las que se desarrollaban durante una guerra),como las haba electorales o por la reclamacinde derechos (de las de Wilkes y Gordon en elXVIII de Gran Bretaa, a la Zapatista de 1994en Mxico). La guerra puede ser consideradauna forma extrema de violencia colectiva, quepuede tener lugar en el curso de una determina-da lucha poltica en el seno de un Estado, intra-estatal por tanto, y a la que llamamos entoncesguerra civil: un conjunto de performances ointeracciones (campaas o cualquier otro con-junto de interacciones) que, en determinadascircunstancias histricas y dependiendo de culsea la estructuras de oportunidad / amenaza delrgimen poltico de que se trate, constituyedesde luego, un repertorio fuerte de accin.

    As parece entenderlo Tilly al hablar de des-truccin coordinada, para referirse a todasaquellas variaciones de accin colectiva en lascuales personas u organizaciones especializadasen el uso de los medios de coercin, llevan acabo programas de accin que daan personas obienes (C. Tilly, 2003: 103). Consideramos asque la guerra en sus diversas variedades, gue-rra civil, guerrilla, conflicto de baja intensidad yconquista, es el ejemplo mximo de destruc-cin coordinada, aquel en el que ambos conten-dientes disponen de determinados medios decoercin, fundamentalmente armas, ya seanejrcitos regulares o grupos de guerrilleros, ban-das de salteadores de caminos o piratas, levasfeudales o el pueblo en armas.

    An admitiendo que pueda ser nicamentecuestin de definiciones, de un acuerdo tcitoconvencional en nuestro repertorio de reflexin(sobre la) poltica, lo que importa es la discrimi-nacin y fecundidad emprica que esas defini-ciones nos procuran. En este sentido, propone-

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    17 Una reflexin sobre dichas Jornadas, en G. Martnez Dorado (2008:96-106).

  • mos diferenciar, de una parte, una poltica civil(ya sea cortesana o parlamentaria, caciquil o departidos y movimientos sociales democrticos),que es la que se reputa como normal; y, de otraparte, una poltica belicista, considerando comotal la que, dada una determinada estructura deoportunidad en un conflicto entre agentes pol-ticos, recurre a la violencia armada como mediode lucha poltica.

    En la Espaa de comienzos del siglo XIX, elmotn de Aranjuez (en la tradicin del que depu-so a Esquilache en 1766) fue acaso la ltimaaccin de un repertorio que se iba a ver trans-formado por los graves, amplios y duraderosefectos de los acontecimientos histricos porvenir. En 1808, la ausencia del rey fuerza la ope-racin autnoma del ejrcito real bajo una Juntade Defensa ad hoc que, adems, no controlalas Juntas locales autnomas, con sus ejrcitos,milicias y guerrillas. Aunque entonces no resul-tase obvio, incluso fuera imposible pensarlo,creemos que estos acontecimientos abrieron laposibilidad de que el ejrcito actuase con inde-pendencia de, y hasta contra la Corona. El pro-nunciamiento, a travs de un golpe militar, conrespaldo organizativo civil y dirigido a suscitarel alzamiento popular es decir, el guin impro-visado por Daoz y Velarde y el pueblo deMadrid el 2 de mayo de 1808, pero a partir deahora intencionado y mejor tramado se convir-ti en una perfomance que cada sublevacinmilitar intent reproducir una y otra vez duran-te los siglos XIX y XX, desde el del tenientecoronel Rafael de Riego, en 1820, hasta el delcoronel Tejero en 1982.

    Por fortuna, a la altura de la dcada de losochenta del siglo XX, el pronunciamiento eraparte de un repertorio dbil (slo dispuso delltimo de los requisitos sealados por Tilly ensus wunc: en lenguaje de la poca, adhesininquebrantable a la causa), que fue incapaz deencontrar los mecanismos que le llevaran al xitorpido, y, a pesar de los temores de muchos, tam-poco a una nueva guerra civil. La guerra, la vio-lencia armada en general, por consenso masivo ycreciente hoy mayoritario ya incluso en el lti-mo bastin que lo negaba, las zonas abertzaleak

    del Pas Vasco era ya inadmisible como formade hacer poltica. Y esta es una definicin per-formativa: su asuncin por la (casi) totalidad dela poblacin y la conciencia cierta de que as era,la hacan fcticamente verdadera.

    Lo que ocurri, tanto en los pronunciamien-tos o alzamientos en favor de don Carlos, en1833, como en el golpe de los militares quesiguieron al general Franco en 1936, es que losrebeldes se encontraron con tanta resistenciaarmada del rgimen contra el que se rebelaron,como apoyos y recursos coercitivos en el pro-pio. Es decir, la estructura de oportunidad/ame-naza no favoreci rpida y claramente a ningu-no de los dos bandos, por lo que el bandorebelde logr crear una situacin de doble sobe-rana18 en parte del territorio, mientras que elrgimen contra el que se levantaron los rebeldesmantuvo la suya en el resto. Este fue el meca-nismo crucial que hizo que la lucha poltica seconvirtiera, tanto en un caso como en otro, enguerra civil declarada.

    La Primera Guerra Civil Carlista fue, as, elefecto perverso o consecuencia no intencionadadel fracaso en la actuacin de un repertorio sub-versivo de la poca por parte de los carlistas, enconjuncin con la extrema debilidad fiscal yorganizativa del incipiente Estado liberal. Pero apartir de entonces, la guerra civil qued inscritaen un repertorio de accin como una perfor-mance o interaccin poltica que el bando car-lista amenazaba al otro con provocar cada vezque encontrara una nueva estructura de oportu-nidad, como ocurri con la segunda y terceraguerras carlistas.

    La larga guerra civil del siglo XIX [que]Espaa vivi y sufri, tal y como afirma JordiCanal (2004/3: 49), uno de los historiadores quecon ms dedicacin y lucidez ha estudiado lacontrarrevolucin espaola, ha sido historiogr-ficamente recuperada como tal slo tras el fin dela dictadura, pues emblemticamente la guerracivil espaola pas a ser la de 1936-1939, sien-do rebautizadas sus precedentes como guerrascarlistas. Este cambio de denominacin, dealgn modo y durante largo tiempo, las redefi-ni como conflictos dinstico-ideolgicos entre

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    18 Tilly se mostr siempre deudor de Trostky, de quien tom el concepto de la doble soberana para explicar los procesos delucha poltica revolucionaria. As lo reconoce en la entrevista que D. Little le hiciera en 2007 (D. LITTLE, 2007: fragmento 3)

  • absolutistas y liberales, en lugar de luchas pol-ticas radicales entre espaoles por la definicinde Espaa como Estado o del tipo de Estadomoderno que sera Espaa.

    Veamos cul fue la secuencia de aconteci-mientos de la lucha poltica en Espaa, entre laGuerra de la Independencia de 1808-1813 y laPrimera Guerra Carlista de 1833-1839/40,ambas guerras civiles, como hemos queridodemostrar, mediante un breve relato histricode los mismos.

    hIToS De Un reLaTo De La revoLUCIn y LaConTrarrevoLUCIn en La eSPaa LIberaL

    As describe Carlos Santacara la entrada vic-toriosa de Wellington en Navarra, siguiendoalgunos de los diarios de campaa escritos porsoldados britnicos que participaron en la quellamaban Guerra Peninsular, pero que tuvomucho de guerra civil entre espaoles:

    El ejrcito aliado britnico-espaol-portugus,al mando del duque de Wellington, entr en Navarrael 22 de junio de 1813. Entraron por la Burunda enpersecucin del ejrcito francs, al que haban derro-tado totalmente el da anterior en una batalla decisi-va celebrada a las puertas de Vitoria. [Segn] JohnBlakiston, [...] Se vea claramente que estbamosen Navarra, donde la llama de la resistencia a ladetestable invasin francesa, alimentada por el esp-ritu del emprendedor Espoz y Mina, haba brilladoms firme y brillantemente que en ninguna otra pro-vincia de Espaa. [...] El 24 de junio por la tarde, lavanguardia del ejrcito aliado llegaba a los alrededo-res de Pamplona. (C. Santacara, 1998: 11, 18 y 24)

    Pero an les cost varios meses desalojar alos franceses de la Ciudadela pamplonesa, queaquellos ocupaban desde el principio de la gue-rra. Y esos pocos meses ltimos de la guerra,bloqueada Pamplona y con el frente a todo lolargo de su frontera con Francia, fueron paraNavarra los peores de la guerra pueblos que-mados y saqueados por los franceses en su reti-rada, gente desplazada que hua del enfrenta-miento entre los ejrcitos, cosechas esquilmadaspor desertores de los dos ejrcitos, entrega desuministros, etc.. Finalmente, los franceses

    abandonaron Pamplona el 31 de octubre yWellington cruz la frontera hasta San Juan deLuz en noviembre. Algunos destacamentos delos Dragones Reales permanecieron en la Ribe-ra Navarra hasta principios de 1814.

    Los campesinos navarros, cuentan los solda-dos britnicos, salan de las casas a su paso paravitorearles como vencedores, pero muchos deellos eran antiguos combatientes de la guerrillams temible y organizada de toda la pennsula y,a buen seguro, la ms persistente. La guerracontra los ejrcitos de Napolen haba sido paramuchos, no lo olvidemos, tambin una guerracontra la revolucin, y cuando finalmente elDeseado recuper su reino lo hizo a travs deun golpe de Estado contra quienes haban sidolos depositarios de la soberana, declarada porellos como popular. El 4 de mayo de 1814Fernando VII anulaba la Constitucin Polticade la Monarqua Espaola, aprobada en Cdizel 19 de marzo de 1812 por las primeras Cortesno estamentales de su historia, que lo hacan ennombre de Fernando VII, en su ausencia y cau-tividad, habiendo estado representados en ellastodos los territorios de la Monarqua Hispnicade ambos hemisferios, que no estando bajodominio francs pudieron enviar sus diputados(el representante de Guipzcoa fue MiguelAntonio de Zumalacrregui, hermano del quefueran ms adelante el mejor militar carlista).

    La invasin francesa haba propiciado unasituacin revolucionaria en todo el territorio dela Monarqua Hispnica, tanto en la pennsulacomo en Amrica, que fue aprovechada por laclase poltica reunida en Cdiz durante los cua-tro aos de guerra para convocar Cortes Consti-tuyentes, aprobar la primera Constitucin denuestra historia y comenzar una tarea de gobier-no que se propuso efectuar reformas y cambiosprofundos en todos los mbitos. Sin embargo, ala vuelta de Fernando VII, esa lite reformadorafue perseguida personalmente y aniquilada pol-ticamente sin que nadie saliera en su defensa.Podramos decir que no hubo resultado revolu-cionario alguno, y que en 1814 se instaur unrgimen represor de cualquier disidencia onovedad polticas, y que la lite reformadora,incapaz de neutralizar a las lites provinciales ymilitares ahora unidas en su contra y de encon-trar respaldo en potenciales nuevos aliados,qued fuera del juego poltico y exiliada.

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  • El 1 de enero de 1820 el jefe de uno de losbatallones destinados a la defensa de las colo-nias americanas sublevadas, Rafael de Riego,aparte declararse en rebelda al no cumplir lasrdenes recibidas, lidera un alzamiento a favorde la Constitucin de 1812. Este pronuncia-miento militar era en realidad la punta de lanzade un complot civil de mayor envergadura, orga-nizado por alguna de las sociedades secretasafines al liberalismo radical a la que el mismoRiego perteneca. Su marcha o turnout, comodira Tilly, a lo largo de nada menos que dosmeses, por pueblos y ciudades de Andaluca, enbusca del apoyo y la movilizacin populares, noobtuvo resultado alguno. Sin embargo, suaccin propici que en otras ciudades del pas seproclamara igualmente la Constitucin, y, final-mente, que en Madrid una multitud rodeara elpalacio real y la exigiera a Fernando VII. Diga-mos que, sin salirse del repertorio conocido, losactores lograron unas performances o actuacio-nes de transaccin lo suficientemente fuertes ycoordinadas como para provocar un cambio a sufavor en la estructura de oportunidad poltica:el rey percibi una amenaza cierta en la respe-tabilidad, la unidad, el nmero y el compromisoo determinacin (el wunc tillyano) de losmilitares sublevados, de un lado y, de otro, delas lites urbanas liberales de muchas ciudades,por lo que el restablecimiento de la Constitucinse le present como la nica opcin posible deconservar el poder. El 10 de marzo de 1820, Fer-nando VII, en su Manifiesto del rey a la Nacinespaola, mostraba su apoyo a la Constitucinde 1812, tal y como pedan los insurgentes, y,como si de una marcha festiva se tratara, lanzsu famosa frase: Marchemos francamente, y yoel primero, por la senda constitucional.

    Pero el rgimen constitucional, conocidocomo el del Trienio Liberal, no slo hubo deenfrentarse a la falta de franqueza del rey,sino tambin a la fragmentacin y las luchasinternas en sus propias filas, la clase polticaliberal, lo que dificult la puesta en marcha desus polticas de reforma fiscal, agraria y religio-sa, porque no logr cumplirlas o porque noobtuvo los apoyos y los aliados necesarios. Laextrema debilidad del rgimen y su falta de apo-yos para implementar sus polticas en determi-nadas regiones, hizo que los alzamientos realis-tas se sucedieran sin solucin de continuidad,

    convirtindose en algunos casos (Navarra,1821; Catalua, 1822) en verdaderas aunque nodeclaradas guerras civiles, que pusieron enentredicho la legitimidad y la pura superviven-cia poltica del rgimen.

    El hoy catedrtico de la Pompeu Fabra,Jaume Torras Elas, public en 1976 un libro enel que reuna diversos trabajos de investigacinde lo que era y ha seguido siendo su especiali-dad, la Historia Econmica, pero uno de ellos,indito y transversal, responda a las preguntasque le haban surgido sobre la respuesta campe-sina a las polticas econmicas liberales delTrienio. Este ensayo, que ocupa la parte centraly ms extensa del libro, result ser no slo pio-nero en los estudios de Historia Social de la con-trarrevolucin hacindose eco, por cierto, delas aportaciones de B. Moore Jr., y de The Ven-de, sino tambin el ms brillante e influyentetrabajo que se haya realizado hasta la fechasobre Los alzamientos realistas de 1822 enCatalua y, posiblemente, no slo sobredichos alzamientos sino tambin sobre la carac-terizacin de la contrarrevolucin en general:

    Fue en julio y agosto cuando la sublevacinalcanz mayor intensidad: en estos dos meses,casi cada da se registraron enfrentamientoscruentos en uno u otro lugar del Principado. Elloest atestiguado para un mnimo de veintitrs jor-nadas del mes de julio, y de veinte para agosto.[Por las mismas fechas,] xitos realistas en otrasregiones, en Navarra sobre todo, [donde] el 3 dejulio, el comandante militar de Pamplona admitaque su fuerza actuaba como en pas enemigo.[...] En toda Espaa hubo levantamientos realis-tas ms o menos vigorosos en 1822. (J. Torras,1977: 80-81)

    Los Cien Mil Hijos de San Luis, al mandodel duque de Angulema, realizaron, ms queuna invasin, un paseo militar por la penn-sula, desde que cruzaron la frontera por los Piri-neos, el 7 de abril de 1823, hasta Cdiz, dondeel 1 de octubre se reunan con Fernando VII,que haba sido empujado hasta all por el quesera el ltimo gobierno liberal del Trienio, elcual escenific un amago de resistencia sin nisiquiera utilizar todos los recursos militares deque dispona. Cul es el secreto de esta falsaguerra sin combates?, qu explica la defeccin

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  • de los jefes y la tan poco heroica rendicin deCdiz?, se pregunta el profesor Fontana. Surespuesta es sta:

    Sabemos, en efecto, que hubo intentos tard-os de negociacin que podran haber evitado lainvasin, de no haberlo impedido las disensionesinternas de los liberales espaoles, enfrentados enesos momentos en una guerra a muerte entre lasfacciones de masones y comuneros [y] lasconjuras en el seno del gobierno francs (J. Fon-tana, 2006: 62).19

    La llamada Segunda Restauracin instaurun rgimen nada democrtico, como el de1814 a 1820, pero menos represivo, o, ms bien,con un poder poltico de la monarqua msdbil, menos capaz de implementar sus polticasy de enfrentar las reclamaciones que se le hicie-ran. A la postre, histricamente, este tipo dergimen ha estado abocado a la guerra civil20.

    Fernando VII necesitaba hombres y dineropara mantener la guerra en Amrica, algo impo-sible si antes no reformaba la Hacienda y elEjrcito, no negociaba la autonoma poltica yeconmica de Navarra y las Provincias vascas, yno implementaba la poltica econmica necesa-ria para salir de la crisis y la miseria generaliza-das. Para todo ello, le fue preciso hacer conce-siones a la lite poltica y econmica que levena disputando el poder desde 1812; perotambin se vio en la necesidad de tener que con-tener a los sectores ms inmovilistas del clero,de ciertas oligarquas locales y de la propiacorte. l mismo saba que estaba sentado sobreun polvorn y que cuando muriera slo harafalta que alguien menos deseado fuera inca-paz de impedir que alguno de los muchos ene-migos de los que estaba rodeado prendiera lamecha. Los pronunciamientos militares de firmaliberal ganaron su denominacin de origen enestos aos, y algunos alzamientos realistas, quesiguieron producindose, como el de los Agra-viats catalanes en 1827, fueron tanto o ms gra-ves que las rebeliones del Trienio. Finalmente,

    ocurri exactamente lo que Fernando VII tuvola lucidez de percibir: muri el 29 de septiembrede 1833 y el 3 de octubre don Santos Ladrn deCegama dio el primer grito de Viva Carlos Vy se dispuso a movilizar a los realistas de su tie-rra natal, Navarra.

    Las proclamaciones se sucedieron por todo elpas, pero el gobierno pudo ir lidiando con lasnumerosas partidas de facciosos en casi todaspartes, menos en Navarra y las Provincias vas-cas, donde un antiguo militar guipuzcoano, puri-ficado y excedente, don Toms de Zumalacrre-gui e Imaz, consigui el apoyo y fue nombradojefe de los sublevados navarros, vizcanos y gui-puzcoanos en lo que hoy es el parque de Los Lla-nos de Estella, desde donde se divisa la sierra deUrbasa, lugar estratgico que eligi Zumalac-rregui como sede y base de operaciones del ejr-cito que poco a poco logr organizar, para asom-bro y desdicha de los generales cristinos por MCristina de Borbn y Parma, la viuda de Fernan-do VII y responsable de la Regencia del reinode todas las Espaas hasta la mayora de edadde su nica hija, la que sera Isabel II.

    Y vino a ocurrir lo que ya pasara en la rebe-lin del veintids. En palabras de don BenitoPrez Galds:

    [...] Los cristinos venan a ser como extran-jeros: nadie les quera, pocos les ayudaban. Ten-an que llevar consigo las armas y el pan, y forti-ficarse en todo punto donde ponan su planta [...]el vecindario hua de los pueblos, ponindose alamparo de la faccin; a ningn precio se encon-traban aldeanos ni pastores que quisieran practi-car el espionaje; la ignorancia de los movimien-tos del enemigo y de los puntos en quepernoctaba eran motivo de gran confusin paralos generales; nadie saba nada; haba que esperarlos hechos, subordinando todo plan a lo queresultara de los del enemigo, por lo cual el verda-dero director de la campaa era Zumalacrreguicomo jefe de su ejrcito, dueo absoluto del pasen que operaba y de todo el paisanaje navarro.(B. Prez Galds, 1976: 1.967 y 2.018)

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    19 En medio del tiempo es la traduccin castellana del ttulo de la edicin catalana de 2005, Aturar el temps... No habrasido mejor decir Parar el tiempo..., que adems de conservar la idea original del autor se entiende mucho mejor?

    20 En un Cuadro elaborado por Tilly para Regimes and Repertoires y que volvi a reproducir en Contentious Performances(2008: 151-152), este tipo de regmenes se caracterizaran por un manifiesto dficit democrtico, as como por una escasa capa-cidad poltica para neutralizar la autonoma de otros centros de poder, lo que indefectiblemente les lleva a la guerra civil.

  • Pero el gobierno tena otro frente abierto ensu propia casa, porque a partir del primer motnanticlerical madrileo del 3 de abril de 1834, seprodujeron otros muchos cada uno de los vera-nos siguientes hasta el de 1837 incluido, tantoen los centros urbanos ms importantes del pascomo en ciudades medianas, sobre todo deCatalua. El verano de 1835 fue el ms crti-co21, siendo la llamada a filas ante la amenazade la faccin la que en Zaragoza, por ejemplo,sac a la calle a grupos de Urbanos y paisanos[los cuales] lanzando gritos a favor de la Rep-blica [y de] Viva la constitucin y Viva lalibertad [...] recorren la ciudad en desbandada,asaltando casas de realistas y conventos, conhachas, picos y trabucos [acompaados de]mujeres y chicos (M. Santirso, 1999: 3-26 ). Elmotn se convirti en insurreccin primero enBarcelona, donde la multitud asesin al generalBassa, quem conventos, archivos policiales ylos del tribunal de rentas, para, finalmente, lle-gar hasta la fbrica El Vapor y quemarla tam-bin; y tambin en Zaragoza, donde su Ayunta-miento cre una Junta Gubernativa en cuyonimo estaba crear un poder local, y, ms tardeprovincial y regional que fuese capaz de enfren-tarse al gobierno de Madrid (C. Franco deEsps Mantecn, 1981: 45).

    Despus de seis aos de guerra, sta se diopor terminada en el Norte en agosto de 183922,mediante la escenificacin de una transaccin opacto entre generales, el liberal BaldomeroEspartero y el carlista Rafael Maroto, el cuallogr hacerse respetar por la mayora de la ofi-cialidad pero fue considerado un traidor por donCarlos y su corte, que huyeron a Francia. Ade-ms, el Acuerdo de Vergara dejaba abierta lapuerta a nuevas negociaciones respecto a unacuestin bsica, el engarce constitucional deNavarra y las Provincias vascas, pues a cambiodel fin de las hostilidades el punto fundamentaldel acuerdo era el reconocimiento de sus fueros,

    es decir, sus constituciones particulares, y, en elcaso de Navarra, tambin sus instituciones pol-ticas, an vigentes. En conclusin, la guerra ter-min sin que el rgimen liberal establecido enMadrid hubiera logrado alcanzar una victoriamilitar o material sobre los carlistas, pero igualalgo mucho ms importante, un acuerdo polti-co provisional.

    Este final pactado provoc, adems, unnuevo cambio de rgimen, porque forz la sali-da de la Regente tras una nueva insurreccin enlas ciudades que apoyaron a Espartero comonuevo regente en 1841. Insurrecciones y alza-mientos, Juntas de Defensa y guerra seguiransiendo las actuaciones predilectas del repertoriode accin tanto de liberales, fueran estos mode-rados o progresistas, como de carlistas durantetodo el siglo XIX. Incluso los republicanos(Jaca y Cuatro Vientos) siguieron usando esemismo repertorio hasta bien entrado el sigloXX. Los cambios en la estructura de oportuni-dad / amenaza de los diferentes regmenes quese sucedieron desde el final de la Primera Gue-rra Carlista no permitieron que un repertorio deactuaciones diferente, pacfico y modular, comoel que se estableci en la Gran Bretaa de prin-cipios del XIX y en la Francia de despus de laComuna, fuera posible en Espaa hasta despusde la muerte de Franco, en 1975.

    breve eSTUDIo CoMParaTIvo De LoSMeCanISMoS qUe hICIeron PoSIbLeLa MovILIzaCIn en aLGUnaSPobLaCIoneS navarraS DUranTe eL PrIMer TerCIo DeL SIGLo XIX

    Queriendo hacernos eco de las aportacionesde Charles Tilly en todo lo que hasta aqu lleva-mos dicho, presentamos ahora un breve avancede la comparacin entre varios municipiosnavarros. Comparacin que forma parte de un

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    21 4/6 de julio, Zaragoza; 17/18 de julio, Madrid; 18 de julio, Cdiz; 22/23 de julio, Reus; 23 y 26 de julio, asalto de numero-sos monasterios catalanes; 25/26/27/28/ 29/30 de julio, Barcelona y su comarca, hasta Francia por el Norte, y hasta Tarragona porel Sur; en muchos puntos de Aragn, Valencia y Murcia. En agosto, los motines de Barcelona y Zaragoza desembocan en insu-rrecciones; durante la segunda quincena, se suceden los motines en Madrid, Miranda de Ebro, Vitoria, Pamplona, as como losasesinatos de generales

    22 En Catalua y el Maestrazgo, sin embargo, la guerra continu un ao ms, pues Ramn Cabrera no acept el Pacto quenavarros y guipuzcoanos firmaron en Vergara.

  • estudio ms amplio sobre la identidad y la movi-lizacin del primer carlismo en Navarra, en laque seguimos trabajando, y que se centra en elestudio de los mecanismos puestos en accinpor los carlistas para propiciar una movilizacinque apoyara su lucha contra los liberales y elgobierno que les apoyaba.

    I. ESTUDIO COMPARATIVO

    El espacio y el tiempo de nuestra compara-cin lo establece el rol de Navarra durante laPrimera Guerra Civil Carlista como centro ybastin de este bando. A continuacin plantea-mos el estudio comparativo de tres municipiosnavarros: Cirauqui, en la Merindad de Estella;Lesaca, una de las Cinco Villas de la Montaa,en la Merindad de Pamplona; y Villafranca, enla Merindad de Tudela23. La eleccin de la esca-la municipal como mbito del estudio obedece aque la metodologa histrica del estudio de casorequiere una aproximacin a fuentes primarias yuna profundizacin en cada una de las variablescontextuales que dificulta elaborar comparacio-nes a mayor escala. El nmero de casos es frutode un laborioso proceso de seleccin que valo-r, de un lado, las variables independientes decada municipio, ni muy homogneas ni muyheterogneas, pero capaces de explicar lasvariables operativas de nuestro estudio: la dife-rencia o similitud en la adscripcin y la movili-zacin carlistas.

    El mtodo comparativo ha sido extensamen-te utilizado por los socilogos histricos, que,en la estela de Tilly, no juzgan prioritaria labsqueda de causas o leyes generales, sino laindagacin del proceso de creacin de mecanis-mos de accin cognitivos, ambientales e inter-activos de determinados episodios histricos,que se produjeron en lugares concretos. Nuestrabsqueda es de pretensiones modestas: [puesse propone realizar] una explicacin selectiva

    de las caractersticas ms sobresalientes,mediante el establecimiento de analogas causa-les [que, aunque] parciales (C. Tilly, 2005b:26) resultaron cruciales.

    Las variables independientes sobre las quehemos trabajado para comparar Cirauqui, Lesa-ca y Villafranca son tres:

    1) Econmicas: Poblacin, Tierra y Trabajo2) Culturales: Familia y Casa / Lengua y

    Cultura3) Polticas: Redes de relacin existentes a

    escala local, regional o nacional

    1) Econmicas: Poblacin, Tierra y Trabajo:

    Cirauqui, situada en una zona agrcola24donde predomina el cereal, pero tambin rica envid, contaba con 1.452 habitantes en 1797.Lesaca, con 1.806 habitantes en el mismo ao,est en una zona donde predominan el ganadolanar, los bosques, los pastos y los pastizales,pero en una subzona donde la proporcin deganado bovino y ovino es ms equilibrada queen el resto de la Montaa navarra. Villafranca,con 2.489, est tambin en zona cerealera, peroen una subzona de transicin al regado25.

    Estos condicionantes en cuanto al aprove-chamiento y explotacin de la tierra y el ganadoiban acompaados de una similar diferencia encuanto al modo de trabajarla. Cirauqui era,desde la anexin a Castilla y hasta mediados delsiglo XIX, lugar de Seoro de la casa de Alba,es decir, que la mayora de sus habitantes erarentera del duque, aunque tambin haba buennmero de labradores medios, algunos con pri-vilegio de hidalgua. Lesaca tena tantos labra-dores propietarios como renteros, que compagi-naban el trabajo de la tierra con la explotacindel bosque, trabajando directa o indirectamenteen la produccin de carbn vegetal o en lastodava numerosas ferreras de las Cinco Villas,adems de gozar comunitariamente del resto de

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    23 La Merindad es una divisin administrativa medieval que sigue vigente en la actual Comunidad Autnoma Foral de Nava-rra. De las cinco Merindades, Sangesa y Olite no estn representadas en esta investigacin.

    24 Dando por sentado que la economa navarra continu siendo eminentemente agrcola hasta la segunda mitad del siglo XX,la zonificacin que Manuel Rapn Grate (1985-1986: 167-193) hizo de la agricultura en la Navarra de 1962 ilustra igualmentela Navarra de principios del siglo XIX.

    25 Las cifras de poblacin proceden del Censo realizado en 1797, llamado de Godoy, que es considerado poco fiable ya que sehizo con fines fiscales. Sin embargo, sirve a nuestros propsitos, ya que nos da una idea de las proporciones de la comparacin.

  • recursos del bosque, como la caza. Significati-vamente, el nmero de pobres era mayor aquque en el resto de Navarra, esencialmente por lapobreza del suelo26. Villafranca era, en signifi-cativo contraste con los otros dos municipios,una villa con buen nmero de propietarios, tantograndes como medianos labradores, y un nme-ro an mayor de jornaleros; el nico que tenapequeos talleres industriales de calzado, made-ra, textiles, etc., adems de una fbrica de aguar-diente, y tambin el nico que ya desde el sigloXVII tena censados algunos mercaderes, sobretodo de vino, que se venda en Navarra perotambin se exportaba a Castilla y Vascongadas,e incluso fuera de Espaa. Si Lesaca explotabael bosque, Villafranca era congozante de lasBardenas Reales junto a los dems pueblosnavarros que las bordean y los valles pirenaicosde Salazar y el Roncal, lo que significaba acce-so libre a caza y pastos para el ganado.

    2) Culturales: Familia y Casa / Lengua y Cultura

    En Lesaca, el tipo de familia predominanteera la llamada extensa, y adems, troncal: enla misma casa co-residan el heredero nico otroncal de la casa y su familia, sus padres y sushermanos solteros. La familia estaba ligada a lacasa al punto de convertirse sta en smbolo deuna cultura especfica y peculiar, la de los case-ros, que tenan nombre propio y estaban agru-pados en barrios, distantes del centro urbano delas villas. En Cirauqui predominaba igualmentela familia de tipo troncal o de heredero nico,por difusin de un modelo cultural montasque se extenda desde Asturias hasta Catalua,pero, como Villafranca y a diferencia de Lesaca,su tipo de poblamiento era cerrado, agrupadas suscasas alrededor de la plaza. En Villafranca, comoen toda la Ribera navarra, tanto estellesa comotudelana, el tipo de familia predominante era lanuclear. Como queda dicho, con poblamiento

    cerrado alrededor de su plaza, pero con la dife-rencia respecto a los otros dos municipios deestar cruzada por dos ros, adems de cercana alEbro una va de comunicacin, que adems deva de riqueza lo fue tambin de cultura.

    Segn la variable lingstica, se pueden tra-zar el lmite aproximado de una cultura vasc-fona de ms larga tradicin en aquellas zonasdonde la familia extensa fue predominante, alnorte de Pamplona, en las comarcas pirenaicas yen las lindantes con Guipzcoa27. Lesaca y lasCinco Villas se consideran, junto a la BajaNavarra, como la cuna del vascuence. En laZona Media, donde se encuentra Cirauqui, elvascuence ya no era el habla comn de la gentea la altura de la Primera Guerra Carlista, aunqueesto no quiera decir que en otros aspectos lainfluencia cultural vascfona no fuera nota-ble, como hemos visto en el caso de la familia.En Villafranca, nunca se us el vascuence y suscaractersticas culturales guardaban ms simili-tud con las imperantes en los pueblos o ciudadesde la Ribera del Ebro.

    3) Las redes de relacin existentes a escalalocal y regional o nacional

    En Cirauqui, el gobierno y la justicia, laseguridad y la poltica de abastos locales erangobernados por el Alcalde y los Regidores de suAyuntamiento, elegidos anualmente por nom-bramiento de los cargos salientes. Sin embargo,el tradicional sistema de la insaculacin28 era elsistema de gobierno que rega en Villafranca yLesaca, con todo y ser villas con asiento en lasCortes navarras, y gozar la ltima de privilegiode hidalgua colectiva. As pues, en cualquierade los tres municipios los labradores tenangarantizada su presencia en el gobierno local, sisaban leer y escribir y tenan ms de 25 aos; loque no evitaba que las lites locales de vecinospropietarios, las familias de los don o doa de

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    26 El padrn de Lesaca de 1826 da una cifra de 667 pobres. En Villafranca, uno de 1827, da para esa villa 334, teniendo sinembargo mayor nmero de habitantes.

    27 As se desprende de los excelentes trabajos de demografa histrica en el mbito navarro, que vienen realizando F. Mikela-rena Pea y P. Erdozin Azpilicueta.

    28 Los nombres de los elegibles eran escritos en papeletas que se introducan en bolsas, y de ellas eran extrados los nombresde los cargos correspondientes el da del sorteo electoral.

  • cada localidad, monopolizaran el poder localdurante generaciones y mantuvieran vnculos enel gobierno regional, o incluso nacional, a travsde redes familiares que se haban ido tejiendodesde el siglo XVI.

    La presencia de la Iglesia era omnipresente enla poca y, desde luego, en Navarra, donde elclero secular no slo estaba compuesto por prro-cos que regan sus parroquias, que a veces eranms de una en un mismo pueblo (por ejemplo, enCirauqui), sino que al abrigo de la parroquia semantena un numeroso personal29. En Lesaca yVillafranca haba tambin clero regular: un con-vento de carmelitas cada uno. Desde las filas libe-rales, y, durante mucho tiempo, tambin la histo-riografa, se ha atribuido a curas y frailes unprotagonismo en las lucha polticas, como instiga-dores y participantes, que, en cambio, se le discu-ta a quienes se enrolaban en las partidas o forma-ban la multitud de las ciudades, quienes habranactuado vicaria o subordinadamente, es decir,sirviendo a intereses que les eran ajenos, en estecaso los de unos prrocos y frailes despojados desus bienes y expulsados de sus conventos.

    El tiempo y la investigacin estn poniendo acada cual en su sitio y as como cada vez es msclaro que ni los jornaleros y campesinos de lospueblos, ni las capas populares urbanas se dejaronarrastrar, sin ms, a la partida o a la calle, tambines innegable que curas y frailes participaron acti-vamente en la movilizacin y el control de lapoblacin antes y despus de la guerra. La Iglesia,al fin, era el principal espacio de relacin intra yextra-comunitario en la sociedad navarra y, engeneral, en Espaa, una sociedad pre-poltica que,no lo olvidemos, proporcionaba la identidad socialms importante de la poca, la Catlica. Precisa-mente, los liberales luchaban por crear una identi-dad no ligada a la Iglesia o la religin, una identi-dad Nacional, de ciudadanos y no de creyentes.

    II. MECANISMOS DE MOVILIZACIN

    Los mecanismos dice Tilly (2005b: 28)forman una delimitada clase de acontecimientos

    que cambia las relaciones entre un especficoconjunto de elementos en idnticos o muy pare-cidos sentidos y sobre una variedad de situacio-nes. En este sentido, queremos establecer cu-les fueron los mecanismos para que en lospueblos seleccionados se realizara o no la movi-lizacin para luchar en las filas carlistas, y/ocomunitariamente dieran su apoyo, fuera enhombres o en recursos, a la causa carlista, esdecir, se adscribieran al bando carlista, sin des-cuidar hasta qu punto fueran forzados por lacoercin ejercida sobre ellos, estuvieran motiva-dos por el estilo tan bien descrito por el amigo ymaestro de Tilly, Albert Hirschman, delgorrn, o que su adscripcin resultase frutodel azar, dada la situacin que ocupaban en elespacio en que ocurrieron los hechos.

    En 1808, tenemos constancia de que enVillafranca hubo revuelta vecinal contra losfranceses, respaldada por el Ayuntamiento. Estoprovoc un manifiesto divorcio entre este lti-mo y las autoridades regionales (Diputacin) ynacionales (Virrey), que se mantuvieron pasi-vas. Los de Villafranca se negaron a entregarbagajes a los franceses y se unieron a otros pue-blos de la zona para resistir las requisas de granoy vino para el ejrcito. Pero finalmente los fran-ceses lograron sus propsitos y, entre 1809 y1812, permanecieron acuartelados en el pueblo.Algo parecido les ocurri en 1834, pues cuandoZumalacrregui logr llegar hasta all con laidea de ser abastecido, sobre todo de vino parasus tropas, el grueso del pueblo presenci y san-cion con sus vtores cmo el grupo de Milicia-nos atrincherado en la torre de su iglesia, juntoa sus mujeres, era desalojado brutal y expediti-vamente de ella. Despus de esa hazaa, Villa-franca estuvo bajo dominio liberal durante elresto de la guerra. La adscripcin carlista dehabitantes y autoridades locales de Villafrancasu Ayuntamiento era el subscriptor nmero 107de la Gaceta Oficial Carlista le confiere la sin-gularidad de pertenecer a la Ribera carlista30,pese a estar enclavada en la Merindad de Tude-la, caracterizada por ser de adscripcin liberaldesde 1808.

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    29 Lesaca, por ejemplo contaba con 1 Vicario, 6 Beneficiados y 4 Capellanes; y Villafranca, con 1 cura, 14 beneficiados, 3 derdenes menores, 3 sacristanes o aclitos, 2 depositantes de la Inquisicin y 4 sndicos de religin.

    30 Como documental y brillantemente argumentara J. L. Pan-Montojo (1990).

  • Lesaca est tan cerca de la frontera pirenaicacomo para poder gozar de alguna de sus venta-jas (el comercio del contrabando de armas, porejemplo) y padecer casi todas sus desventajas(servir de refugio y posada, por ejemplo, ascomo de fuente de suministros a todo tipo detropas). Fue guarnicin francesa ya en la Guerrade la Convencin, en 1794, y en 1813 cuartelgeneral de Wellington, desde donde ste dirigia los ejrcitos ingls y espaol en sus ltimascampaas contra un ejrcito francs en retirada.Entre 1808 y 1812 form su propia guerrilla, yen la Primera Guerra Civil Carlista era, segnPan-Montojo, de opinin carlista; aunque,segn los Informes Electorales elaborados en1838 por la Real Junta Gubernativa Carlista31,por entonces su adscripcin fuera promiscuao mixta. Sea como fuere, lo cierto es que el lti-mo episodio de la guerra ocurri en Lesaca,donde los batallones 5 y 11 del ejrcito de donCarlos se acantonaron contra el general Marotoy desde all salieron camino del exilio a Francia,junto con aqul y su plana mayor.

    Finalmente, Cirauqui, en 1808 tambin seuni a otros municipios de su entorno para hacerfrente a la entrega de bagajes a los franceses;pero en 1811 no pudo evitar la requisa de grano.Desde el principio de la guerra fue lugar de aco-gida de voluntarios y soldados carlistas, dondestos descansaban, se curaban o se aprovisiona-ban. Sabemos que su Ayuntamiento firmabarecibos de suministros para las partidas que apo-yaban a Zumalacrregui, alguna de las cualesestaban dirigidas por algn don del mismopueblo. Durante toda la guerra estuvo bajodominio carlista, prxima como estaba a la basede la Junta carlista en Estella, y aunque tambinestaba prxima a uno de los acuartelamientosliberales ms duraderos de la contienda, Puentela Reina. Con todo, en el Informe Electoral de laJunta de 1838, y en una carta de uno de susprrocos, Francisco Sanz de Vicua, ste aseve-ra que en la villa siguen y temo seguirn lospartidos y las divisiones que hay tan inveteradasentre sus habitantes.

    Con todas estas variables sobre el papel, yhaciendo las conexiones pertinentes entre unos

    y otros episodios, entendemos que los mecanis-mos causales que facilitaron o impidieron laadscripcin carlista de los pueblos selecciona-dos fueron, fundamentalmente, mecanismosinteractivos: por una parte, la posicin queadoptaron tanto las autoridades como los nota-bles locales respecto al conflicto, y, por otra, lamayor o menor exposicin al dominio efectivosobre el terreno que uno u otro bando logrimponer en un momento u otro de la contienda.

    Sin embargo, creemos que la movilizacin afavor o en contra del bando carlista, de un mayoro menor nmero de campesinos, artesanos o jor-naleros que, claro es, tanto formaron el gruesode las partidas y luego del ejrcito carlista, comoasimismo eran la mayora de la poblacin totalde estos tres municipios, respondi a mecanis-mos tanto cognitivos como ambientales e inter-activos especficos de cada pueblo y que hemosdescrito ms arriba, por un lado, y, por otro,comunes a los tres como pertenecientes a unamisma regin entonces an Reino, que andispona de autonoma poltica respecto al podercentral del gobierno, y, sobre todo, de una redentre autoridades y clientelas locales que, unavez decidida su incorporacin al bando carlista,fue capaz de reunir y hacer llegar los recursosdisponibles a todos los rincones del territorio quecontrolara su ejrcito, cosa que ni el gobierno niel ejrcito liberales conseguiran en ningnmomento de esta guerra, tal y como no lo consi-guieron los franceses durante su ocupacin,entre 1808 y 1813.

    ConCLUSIoneS

    Hemos querido compartir con el lector inte-resado y tambin provocar el inters de aqulque lo ignorara la imagen que tenemos de latrayectoria vital y profesional de Charles Tilly, ynos hemos referido a aquellas de sus cualidadesque le distinguieron en su labor docente e inves-tigadora hasta alcanzar la maestra. Chuck,como le gustaba ser llamado, lleg a ser unmaestro en vida, tanto para los profesionales dela Historia y la Sociologa como para todo aquel

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    31 Que se encuentran en el Archivo General de Navarra: Papeles de la RJGC, Legajo 59 (catalogacin antigua)

  • que amara la historia o quisiera profundizar enlas claves que condicionan y activan el compor-tamiento social. Tras su muerte, nos queda sulegado y la conviccin de que seguir su estelanos llevar a buen puerto, es decir, a un mayor ymejor conocimiento de nuestra historia y nues-tras sociedades.

    Hemos expuesto cules fueron sus presu-puestos tericos y con qu herramientas meto-dolgicas fue cumpliendo su objetivo comoinvestigador, el cual fue, segn nuestro criterio,no tanto comprender por qu la gente comn semoviliza sino cmo, cundo y para qu. Lasociologa le predispuso a abordar grandesestructuras, largos procesos y enormes compa-raciones, como reza uno de sus ttulos msemblemticos; sin embargo, cuando la historiale sali al encuentro, estrech los parmetros debsqueda hasta centrarse en un nico momentoy acontecimiento. Su permanente empeo en

    unir estas dos vas de acceso al conocimiento dela sociedad, le sirvi para profundizar en sucomprensin.

    Finalmente, hemos escogido su opera primasobre la Vende francesa, por tantas razonesadmirable, como referente para abordar el estu-dio de la contrarrevolucin espaola, el carlis-mo. Sin embargo, tambin nos hemos servidodel bagaje metodolgico y conceptual elaboradopor Tilly en obras posteriores, para adelantar unrelato de los conflictos polticos del primer ter-cio del siglo XIX en Espaa, el cual culmina enun breve estudio comparativo de los mecanis-mos de movilizacin carlista en determinadosmunicipios navarros.

    Nota final: En reconocimiento a la generosidad, pro-fesionalidad y talento de Charles Tilly, maestroexcepcional, investigador singular y, sobre todo, unhombre bueno.

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