139

Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Chamorro, Nicaragua, Somoza

Citation preview

Page 1: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta
Page 2: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

INTRODUCCIÓNi copyright by

• vi cid editor c.a. apañado 600010 caracas - 106 Venezuelatel. 32-1390 33-

8393

• el cid editor" i.r.l.ahina 500108*7 - buenos vniesaruentinaleí. 33-0071/3

• el cid editor •>#. las torres, 75 barcelona • 33 (verdúnfespañatel. 359-0866

tapa: toty marsón

Impreso en la ArgentinaHecho el depósito que marca la ley 11723Esta edición consta de 3.000 ejemplares

impreso en talleres gráficos orestes s.r.l. Isabel la católica 455, buenos aires, en marzo de 1979.

Pedro Joaquín Chamorro nació en Nicaragua, el 23 de setiembre de 1924, y murió el 10 de enero de 1978, en su patria, ha jo el fuego de las ametralladoras de los ''guardia nacional" enviados por el general Anastasio Somoza.

En pocos casos como en el de Chamorro se puede hablar con tan dramática propiedad del libro que causa la muerte del autor. Pero es que ta?t>bién resulta difícil encontrar una dinastía como la de los Somoza, inmutable y feroz, capas de cobrarse una por una las rebeldías, individuales o colectivas.

Chamorro perteneció a una de las grandes familias históricas de Nicaragua. Hijo del historiador del mismo nombre, y sucesor de su padre e.n la dirección del diario La Prensa, de Managua, estudiaba derecho en su país cuando debió emigrar por cansas políticas, en 194-4. Se estableció en México, y allí se graduó de abogado, en la Universidad Nacional Autónoma (UNAM), con una tesis titulada El derecho iíei trabajador en Nicaragua.

En 1'J ~ J 0. cuando Ck">/,<>rro regresó a Nicaragua para hacerse cargo av la dirección del diario de su familia, estaba decidido ti luchar por la democracia política. Ya conocía la cárcel —había estado preso dos veces, antes de emigrar a M < A \ - , U —, ;/ sabía <¡ue volvería a ella si los Somoza vonl ■'#>».■!oun en e) podir. Quizá había previsto el final de tru. vida t>i>>- orden de. So moza t y hasta es posible que imaginara la última escena, con una persecución ¡ior las calles y varias ráfagas que lo acribillaron dcntiu de an auto, en pleno día y en el centro de Managua.

En I O S ' , Chamorro fue. encarcelado por todo el año; 1955. lo pasó prisionero en su propia casa. En 1956. la condena fue de siete mi:sesr y el confinamiento se prolongó hasta el l2ú de abril de 1957. cuando huyó a través de la frontera con Costa Rica. Posteriormente fue privado de todos sus derechos civiles.

En un país sin vida política permitida. La Prensa fue durante décadas el baluarte de la resistencia y el eje de la u posición.

Page 3: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

El duelo de los Somoza con los Chamorro fue, para Nicaragua, el combate singular y épico de la tiranía contra la libertad de expresión. El protagonista central, Pedro Joaquín, vivió por y para ese duelo que visto desde fuera de Nicaragua a veces perdía la dimensión del combate sin cuartel y a muerte, que el final de Chamorro rubricó.

Desde 1957, Chamorro fue director de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), miembro de su Comité Ejecutivo desde 1963, y vicepresidente de su comisión de la Libertad de Prensa para América Central. En 1965, mereció el premio SIP-Mergenthaler y en 1977 el Premio María Moors Cabot, que todos los años otorga la Universidad de Columbia. En ocasión de recibir este último, se explicó que lo recibía~.por el siguiente motivo:

"Porque si hay un periodista en el hemisferio que haya sido más consecuente en su oposición al gobierno dictatorial que el doctor Pedro Joaquín Chamorro, no hemos podido encontrarlo."

El asesinato de Chamorro, en 1978, encendió la chispa de la rebelión más larga y la represión más cruel que recuerda ta historia americana. El pueblo de Nicaragua se lanzó una y otra vez a las calles para reclamar contra los asesinos, y éstos descargaron otras tantas sus armas contra millares de hombres y mujeres. Pueblos y ciudades fueron bombardeados desde el aire, hubo ejecuciones sumarias por miles y la tiranía más antigua de América exhibió una grieta. El día que esta grieta se vuelva más ancha y por ella se precipite el corrompido régimen de los sanguinarios Somoza, el nombre de Pedro Joaquín Chamorro brillará como lo que fue: una luz en la oscuridad, que el pueblo de Nicaragua siguió con una confianza que su propia muerte convirtió en sagrada.

Este histórico libro que incluímos en la colección "Testigo directo", esencialmente' no agrega nuevos elementos de juicio sobre las conocidas condiciones sociales de la democracia en América latina; lo importante es leerlo ahora, y ver con él en la mano cómo cae Somoza y cómo se construye el nuevo régimen nicaragüense. Allí está la lección.

Lucio COKNELIO

P R Ó L O G O

TODO lo escrito en las páginas del presente libro, es cierto; absolutamente cierto; y el propósito de su autor ha sido narrarlo con la mayor sencillez posible, y sin exageraciones de ninguna clase.

Su contenido está enmarcado en la cronología de una prisión, que sufrió un hombre a quien tomaron preso el 21 de septiembre de 1956, en una casa de la Colonia Mantua, Managua, capital de Nicaragua.

Lo detuvieron como a tantos otros, y, como ellos también, vivió en las cárceles de la familia Somoza mucho tiempo, y fue objeto de sus métodos brutales.

Presenció y sufrió torturas, conoció a prisioneros que fueron luego asesinados, vivió un juicio histórico que por su formación y desarrollo merece ser calificado como el más negro error judicial americano de nuestra época, y ahora narra su experiencia, con la intención de divulgarla en beneficio de quienes luchan contra la tiranía en Ni-caragua, y en otros pueblos de América.

También desea que sirva para explicar a los hijos de los que han muerto asesinados por los Somoza, el parqué del sacrificio de sus padres.

Deníro de la pequeña historia de este hombre, que es uno de tantos, está narrada esporádicamente a través de recuerdos, juicios y anécdotas, la historia de otro hombre y su familia. Se llamaba él (porque ya murió) Anastasio Somoza García, y tuvo la audacia de apoderarse durante veinte años de un país entero, hasta que un jovencito le dio cuatro balazos mientras se hallaba sentado a la mesa de un banquete.

Page 4: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

El momento de su muerte, la investigación del hechc y las complicaciones que él trajo, se cuentan en el libro cuyas pretensiones literarias son tan pocas, como son gran des sus pretensiones de ser un relato fiel y veraz.

El autor habla de lo que ha visto o vivido, y cuandc traslada algo que no le consta, lo advierte claramente, porque así conviene a la naturaleza del escrito, que no es una novela, sino un reportaje.

Sus conclusiones no están ordenadas en capitulo aparte, sino que saltan a veces en uarios de ellos, como deducciones lógicas e incontrovertibles de los hechos presentados.

De estos últimos hay infinidad de testigos presencia les, que puede encontrar cualquier curioso, con un poco de paciencia y tacto en las calles generalmente cálidas, de la ciudad de Managua.

De un modo u otro, el autor dedica este libro a todas las personas que aparecen mencionadas en sus páginas, y a otras cuyos nombres se ha guardado por circunstancias que el lector comprenderá cuando llegue a concluirlo.

PEDRO JOAQUÍN CHAMORRO

I

SAN CARLOS DEL RIO

í[ En el pequeño aeropuerto de San Carlos, todo el mundo sabe cuándo es López el que va a tomar tierra, pues se dice que siempre lo hace en sentido contrario al que acostumbran los demás aviadores.

La verdad es que para estacionar el pesado aparato de dos motores lleno de pastores protestantes y algunos otros pasajeros que vienen del "interior", a López sólo le hacen falta 200 varas de terreno.

Cuando el sargento que me acompañaba y yo, bajamos en San Carlos, no era López el piloto, y por lo tanto el avión había quedado con la nariz enfilada a la desembocadura del río.

En la dura pista de hormigón mal apretujado, estaban tres personas; Collins, el muchacho de Corn Island que maneja el jeep del Comando, un viejo imperturbable y un guardia con aspecto de retardado mental.

El sargento y yo tomamos asiento en el jeep, y pocos minutos después entramos en un pueblecito idéntico a los que sirven de escenario a las películas del Oeste. Allí frente a un sitio que recuerda los bancos que asaltaban "Eilíy the'Kid" y sus amigos, se detuvo el jeep. Era el Comando.

—Busque cómo acomodarse dondequiera, proceda con entera libertad, no me comprometa, y preséntese tres veces al día.

Así dijo el comandante después que el sargento le entregó una serie de sobres "secretos" acerca de mi persona; y tengo que confesar que fue un modo, más que

Page 5: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

12 5

original, amable, de inaugurar los 40 meses de Confinamiento Mayor que me había impuesto como sentencia una cortejmilitar de Nicaragua.

En San Carlos del Río la gente habla únicamente de pesca y cualquier muchacho puede sacar un "gaspar" desde el corredor de su casa, o ver a míster Abraham pescar un tiburón para extraerle los hígados y enviarlos a Costa Rica metidos en un barril lleno de sal.

Sobre todo esto de los tiburones, dice míster Abraham (un negro con barbas blancas que usa pantalones cortos y se burla de la gente que habla inglés como los "americanos") , que estos peces de mar existen en las aguas dulces del Gran Lago de Nicaragua, porque remontan el des-aguadero como ío hacen los salmones.

Verdad o mentira, lo cierto es que la única forma de probar la leyenda, sería tomar una serie de tiburones recién nacidos, ponerles una cadenita al pescuezo y esperar pacientemente que alguien prenda uno, en las aguas del lago.

La experiencia podía durar bien los 40 meses que las autoridades de Nicaragua quisieron forzarme a pasar en San Carlos del Río, pero yo decidí dejar a los tiburones en paz y dedicar mejor mi tiempo en contar la historia de la más miserable Corte Militar que ha existido en el país, (excepción hecha de otra que convocó hace 100 años William Walker en Granada, para fusilar al general Pon-ciano Corral) y a buscar la forma de huir de este pueblo, situado casi en la frontera con Costa Rica.

William Walker fue un hombre curioso que quiso implantar la esclavitud en Nicaragua y se enamoró precisamente del lago de agua dulce con tiburones, en cuya parte inferior queda San Carlos.

Dicen que usaba pantalones negros, vestía sobria levita de maestro de escuela, y que antes de morir, (por-

que murió fusilado) puso por todo comentario al pie de su sentencia de muerte: La leyó, dice que la encuentra injusta y firma.

. A San Carlos del Río llega un desvencijado barco llamado "General Somoza", una vez a la semana, y dos veces aterriza el avión.

La única variante que puede esperarse, es el capricho de López: aterrizar al revés de como lo hace todo el mundo; y el arribo del barco que, cosa curiosa, lleva el nombre del Presidente cuya muerte a balazos en un club de obreros de León, hizo que se organizara la Corte Militar a que me he referido.

La novela más amarga que' ha vivido Nicaragua en sus 130 años de vida independiente, tuvo su comienzo un 21 de septiembre. Mi llegada a San Carlos del Río en el avión lleno de pastores protestantes y acompañado de un sargento de uniforme bien planchado y duro, ocurrió a fines de marzo.

Ni en diez años, ya no digamos en seis meses, podía yo olvidar lo ocurrido. Por eso, y porque estoy seguro de que ha dejado una profunda huella en la vida de todos los nicaragüenses, tengo que contarlo.

n

A MEDIA NOCHE

Tí Otras veces había ocurrido ya en los últimos veinte años. Pero esa noche del 21 de septiembre, las fuerzas de policía de Managua y sobre todo las de la guardia presidencial, se movilizaron con mayor rapidez: en pocos minutos las calles de la ciudad, generalmente tranquilas, se llenaron de rechinantes llantas y de apresurados vehfcu-

Page 6: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

6 15

los militares abarrotados de hombres, con cascos de ba-quelita que la gente piensa son de acero.

Detrás del Chevrolet amarillo con capota negra que salía de una casa de fiesta, uno de los jeeps se deslizó silenciosamente sin que los ocupantes del carro nos diéramos cuenta. Este último había tomado por "una de las calles más amplias de la ciudad, y cuando yo lo detuve para abrir el portón del garage, vi que del jardín mismo de mi casa brotaban las sombras oscuras de varios soldados, armados de fusiles y ametralladoras.

-—¡No se mueva! ¡Está usted detenido!Distinguí en la penumbra el rostro del oficial que mandaba la

patrulla, y a él le pregunté:—¿De qué se trata...?—Está usted preso. No se baje del automóvil ni se

mueva. t

Mi esposa, que ocupaba también el vehículo, abrió la puerta y entró en la casa mientras el capitán y sus acompañantes .invadían el carro con entusiasmo, haciéndolo salir otra vez del garage, conducido ahora por un hombre vestido de civil, rumbo a una de las cárceles de Managua.

La operación se había realizado con una limpieza digna de la Guardia Nacional de Nicaragua que, en esta clase de asuntos, no le va a la zaga a la M.V.D. rusa. Porque en Nicaragua, para hacer un preso, se toman toda clase de precauciones: basta decir que en un arrestq ordinario, se ocupan diez soldados, entre los cuales siempre hay alguno cargando una ametralladora, y los demás fusiles de ordenanza.

El automóvil, decomisado hasta segunda orden desde el momento mismo en que fue ocupado militarmente, rodó hasta el cuartel más próximo. Allí fui despojado por rutina, pero con malas maneras, de todo lo que llevaba encima: reloj, dinero, cigarrillos, fósforos, etc., y

luego metido en una celda oscura donde sólo había otra persona y un desagradable olor a creolina, mezclado con oleadas lejanas del natural berrinche que producen los excrementos, en un inodoro que padece la ausencia de agua. Era El Hormiguero.

Las dos de la mañana

Seis o siete personas entramos en "La Zaranda", una camioneta con rejas que también es conocida en Managua como el "chischil", porque su motor de aceite, en mal estado, hace un ruido parecido a los pequeños cascabeles con que juegan los niños.

Junto con nosotros, dos "custodios", como llamamos en el argot nicaragüense a los esbirros que conducen presos, penetraron en el interior del vehículo y comenzaron a decir insultos, hasta que en alguien funcionó la natural reacción del que ve con frecuencia estas cosas y dijo:

—Que se lo lleven preso a uno está bien, pero ¿por qué le van a decir "hijueputa", sin saber quién es...?

Las 2.15

El "chischil" botó su carga en una nueva cárcel donde el comandante gritó el número de la celda: —La doce.

Y los custodios hicieron sentir sus culatas apresuradamente hasta que se abrió una gran puerta de madera enrejada con gruesas varillas de hierro que daba a una celda con camarotes repletos de gente.

La sorpresa de todos los que iban entrando fue enorme:—¿Por qué estaba allí "todo Managua"...?Las condiciones políticas del país de unos días antes, según el diario

oficial, eran de absoluta paz, y las libertades públicas atravesaban una de sus mejores épocas.

Page 7: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

16 7

Era cierto que el domingo anterior una manifestación de 30.000 personas se había levantado en el lejano y pintoresco pueblo de Boacd, y todas las gargantas habían gritado: ¡BASTA YA!, significando el deseo unánime de hacer desistir al Presidente de su reelección. Pero eso había ocurrido el domingo y la "batida" era el sábado siguiente en la madrugada.

También era cierto que miles de ciudadanos habían concurrido a las oficinas del Frente Defensor de la República, a comprar los llamados "bonos de la libertad", dando desde un córdoba hasta mil, para financiar una campaña cívica vigorosa contra el régimen que tenía ya 20 años de dominar a punta de "chischiles" y bayonetas a Nicaragua; pero la reacción oficial parecía tardía, desconectada con esos hechos, porque la represión que cualquiera de los detenidos en la celda número 12 estaba pre-senciando, se adivinaba tremenda, sin proporción con la compra de bonos y la manifestación de Boaco.

Viejos de 70 años, muchachos de toda edad, profesionales, políticos y gente que jamás había militado en partidos de oposición, unos a medio vestir, otros descalzos, y ios demás en pijamas, habían sido arrancados de sus lechos para alimentar el creciente río de "chischiles" y vehículos militares que continuamente llegaban a las cárceles.

¿Qué estaba pasando...?

Las 2.30

La fiesta donde yo estaba, se había organizado para agasajar a un personaje de la embajada de los Estados Unidos en Managua. Entre la concurrencia se encontraba un amigo suyo que escasos meses antes había -venido al país contratado para servir de guardaespaldas al señor Presidente.

"Rip" le decían, seguramente porque su apellido era Van Winekle, y su descomunal estatura recordaba al legendario Rip Van Winekle, que se quedó una vez dormido en el bosque mientras cazaba, para despertar 100 años después.

Pasó con este Van "Winekle, que el diario "La Prensa" lo había sindicado tres días antes de la fiesta, como responsable del secuestro del doctor Diego Manuel Chamorro, distinguido periodista y profesional, quien por haber escrito una serie de artículos tocando puntos de política nacional, desapareció una noche en las calles de Managua.

Entonces "La Prensa" publicó por consejo mío, una carta de la esposa del doctor Chamorro, en la cual preguntaba al embajador de los Estados Unidos, Mr. Thomas E. Whelan, si los ciudadanos norteamericanos podían, conforme a las leyes de su paiSj participar en operaciones políticas y secuestros de carácter policíaco en Nicaragua.

El embajador Whelan era amigo de los Somoza. Se decía que participaba en negocios de carácter privado con ellos (incluso una carta acusándolo de esto firmada por el doctor Fernando Agüero apareció una vez en "The New York Times"), se fotogrnfiaba con la familia en todas las ocasiones posibles, iba a sus viajes, cenaba en sus reuniones privadas, les ayudaba a gobernar, y desprestigiaba a los ojos de los nicaragüenses la política de buena vecindad norteamericana, inclinándose siempre en sus informes y actitudes, al lado de los Somoza.

"Tom", le decía el Presidente. "Tacho", le decía él.Tom y Tacho bromeaban, se hacían regalos mutuos, y el primero de

ellos defendía al segundo, llegando en más de una ocasión a justificar sus actitudes, echando encima a su pueblo todo el resentimiento que Nicaragua sentía por la despótica familia gobernante.

Van Winekle era el organizador de la Oficina de Seguridad de nuestro país, y habiendo ésta procedido a se-

Page 8: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

18 8

cuestrar al doctor Chamorro en una forma siniestra, era lógico reclamar por la responsabilidad que podía alcanzarle en ¿l caso.

Pues bien: de la número 12 salí acompañado por Pablo Rivas (el mismo capitán que hizo la captura," en mi casa) quien me subió a un jeep militar en donde iban varios soldados armados como para entrar en acción y pasamos a gran velocidad por las callejuelas menos transitadas de la ciudad, rumbo al Palacio Presidencial.

Allí, en la puerta de la Oficina de Seguridad, estaba Rip Van Winckle, serio y tranquilo, moviéndose en puntillas y abriendo y cerrando puertas de pequeñas y misteriosas oficinas.

—Pase por aquí —dijo él.—Sí —le dije yo, y agregué dos palabras más:—Pirata y filibustero. ,Van Winckle no contestó, pero su presencia en el lugar y su notable

actividad en todo lo que estaba ocurriendo e iba a ocurrir después, no dejaba ni la más remota duda acerca de su oficio. Porque él tomó parte en los interrogatorios de muchas personas y presenció varias de las horribles escenas que muchos centenares de nicaragüenses vivimos en esos días, sin perder su nacionalidad, por supuesto...

Fue un gran maestro, no se puede negar. TJn formidable técnico en el arte de enloquecer a la gente y arrancar mentiras y verdades a los prisioneros.

De 3 a 5

De las 3 a las 5 de la mañana estuve sentado frente al escritorio de un tal Morgan, tipo negroide que aprendió en los Estados Unidos (quizá por recomendación de Rip), el más maravilloso oficio que ha hecho fama durante los últimos tiempos en Nicaragua.

Aprendió a manejar un aparato al que llaman "polígrafo", vulgarmente conocido como "detector de mentiras" y que, en manos de los investigadores de nuestro país, demostró ser el más estupendo fraude científico de nuestro tiempo.

Morgan me tomó la presión arterial y comenzó a hacer preguntas con el ruego de que respondiera simplemente sí o no.

—¿Conoce usted a Arnoldo Ramírez Eva? —Sí.

—¿Sabía usted que se estaba preparando un complot contra el Gobierno...?

—¿Que quéee...?

—No haga comentarios; diga usted simplemente pl ono.

—Está bien.

—¿Sabía usted que se estaba preparando un complot? —A'o hombre,

qué voy a saber...

—Espere a que haga la pregunta completa, y conteste simplemente si o no. Coopere hombre, por favor. Coopere.

Su tono de voz era suave, insinuante, casi se puede decir dulce, y según he llegado a entender después, no se debía a razones de carácter, sino a otras puramente profesionales.

—¿Sabía usted que se estaba preparando un complot contra el Gobierno...?

—No.

Y el "sabía usted" o "conoce usted", se repitió como un martillo cansado. Sobre complots, sobre personas para mí desconocidas, y sobre una serie de asuntos que a veces parecían verdaderas nimiedades. Todo, mientras la máquina garrapateaba detrás, dejando líneas de colores en un papel que se desenrrollaba despacio.

Page 9: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

III20 9

Cuando el muchacho terminó su trabajo me dio un cigarrillo y desapareció para consultar con Rip. Luego vino el "custodio", me llevó al jeep, y cambié por tercera vez de cárcel en la misma noche.

A las 5

A las 5 de la mañana del sábado 22 de septiembre, cinco o seis personas nos encontramos dormitando en un oscuro "galillo", especie de subterráneo situado entre una muralla de tierra calzada con piedras y. la pared de un edificio de la 3$ Compañía.

Fue a esa hora, que el mayor Agustín Peralta dijo, según me refirieron tres días después:

—Hoy van a comenzar los fusilamientos. Hay que alistar la patrulla.Los del "galillo", o mejor dicho del callejón sin salida, no

encontrábamos aún explicación para lo que estábamos viviendo.Ninguno de nosotros sospechaba por qué debían comenzar ese día

los fusilamientos. Sabíamos-que la Guardia Somocista mataba con algún motivo. Pero ¿el motivo? ¿Cuál era el motivo? La duda resultaba para nosotros más terrible que la amenaza.

Sólo algún tiempo después supimos que la noche del 21 de septiembre, un muchacho llamado Rigoberto López Pérez había dado cuatro balazos al general Somoza.

Y que, antes de hacerlo, dejó-estos versos:

Estudiante chipriota, hermano,

el más lejano de mi mano,, . . y el más cercano de mi corazón.

EN EL "GALILLO"

íf Los demás presos del galillo contaban historias parecidas a la mía. Unas capturas más brutales que otras, y ni siquiera el más pequeño indicio de la causa.

Hacía un calor asfixiante, el aire no se podía respirar con facilidad, y la luz siempre encendida, apenas iluminaba una parte de la prisión, de modo que al fondo reinaba la oscuridad más completa.

Por unos pequeños hoyos que tenía la puerta exterior de madera, podíamos ver la covacha que habitaban los oficiales del destacamento, todos dedicados a descansar cómodamente en mecedoras, o a jugar naipes durante el día.

Allí no se adivinaba nada.

El aislamiento tan absoluto, dio lugar a que juntos forzáramos la mente en busca de las más extrañas conjeturas.

¿Se habría vuelto loco alguien? ¿Se trataba de terminar dé ua vez con toda la actividad cívica de la oposición...? Pero... ¿y qué hacían entonces con nosotros los políticos, personas que no habían participado jamás en asuntos relativos a la política del país...?

La sucia comida que nos daban, llegaba en una apabullada pana de donde tomábamos con la mano arroz y frijoles, para ponerlos encima de una tortilla de maíz. Además de esto, la dieta incluía un "tibio" (maíz molido con agua) sin azúcar en la noche, y un tarro de leche aguada con asomos de café durante la mañana.

Ai día siguiente de nuestra reclusión supimos dos. cosas:Oímos que el Comandante del lugar hablaba por te. léfono con el de

Granada para decirle que quedaban sus-

Page 10: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta
Page 11: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

22 23

Page 12: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

pensos los juegos de béisbol, y que se había decretado el estado de sitio.Las meditaciones, en la oscuridad, cedían el campo a las pláticas, y

viceversa. Había unos camarotes de madera, pero faltaban las almohadas y la ropa. Algunos llegaron vestidos, y otros fueron sorprendidos en un fin de fiesta. Dos más: el doctor Enrique Lacayo Farfán y don Carlos A. Montalbán, levantados de sus respectivos lechos, tuvieron tiempo apenas de .ponerse la ropa, y al primero de ellos, recién fracturado de una pierna, se le permitió llevar a la cárcel una muleta.

Por el hoyo de la -puerta veíamos entrar y salir a una especie de plazuela, los automóviles nuestros, capturados durante la noche, usados por los oficiales del destacamento y por sus familias con el más grande de los descaros, y con una seguridad tan absoluta, que a uno le daba la impre-sión de que aquello era... para siempre.

Hay que hacer aquí una importante observación que ha de tenerse muy en cuenta al juzgar los últimos 20 años de la historia de Nicaragua, y es que la Guardia Nacional fue entrenada por la Infantería de Marina de los Estados Unidos, mientras esta última ocupaba militarmente el país, y que la Marina la entrenó siguiendo las mismas normas que rigen la vida de un ejército de ocupación. Por eso es que cuando nuestro Ejército sale de sus cuarteles, aun para realizar una simple operación de policía, arrasa con todo lo que encuentra. Los decomisos de automóviles y demás objetos muebles de propiedad particular, se llevan acabo con la naturalidad más grande del mundo.

No hacen maniobras policíacas propiamente dichas, sino pequeñas guerras cada vez y cuando.

Unas veces devuelven lo requisado, otras lo arruman, y en más de una ocasión desaparecen los objetos completamente. La consigna es: desde un anillo hasta un auto-

móvil, aunque de vez en cuando hay hombre honrados que no ponen en práctica estos usos.

Dos Indicios

En el asfixiante "galillo" pasaron más de 48 horas sin que las cosas variaran lo más mínimo. Cuatro o cinco cigarrillos que alguien logró escamotear al registro, desaparecieron durante el primer día, y, en la segunda noche, uno de los del grupo encontró la solución al asunto de la almohada, haciendo entre los dos pilares del camarote de madera una pequeña "hamaca" donde descansar la cabeza. Era mejor que no tener nada, porque el hombre, acostumbrado desde niño a dormir con algo bajo la cabeza, no puede conciliar el sueño si se lo quitan.

El primer indicio de lo que pasaba vino cuando uno de nuestros observadores en el hoyito de la puerta, logró ver a un oficial leyendo el diario del Gobierno que decía en su titular más importante: "Atentado contra Somoza".

El segundo fue la llegada de Reynaldo A. Téfel, en pijamas cortas, quien contó que en la sala de guardia del destacamento, lugar en donde había estado la misma noche en que nos recogieron a todos, oyó esta conversación:

—Está delicado, pero de buen humor.—A veces se queja, pero siempre "chiléa".La plática se refería al Presidente, bien conocido en todo el país por

su buen humor y su afición a contar "chiles", generalmente subidos de tono.

Ambas noticias causaron en el "galillo" el consiguiente revuelo y el natural temor de que la represalia por lo sucedido se extendiera con más violencia sobre los nicaragüenses, y se desatara definitivamente sobre nuestras cabezas.

Esta última no era una posibilidad extraordinaria ni remota, ya que en más de una ocasión la familia del Pre-

Page 13: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta
Page 14: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

24 14

sidente, y él mismo, se habían manifestado sobre el caso, diciendo que no pasarían muchas horas sin que pereciera media población, el día que le tocaran un pelo de la cabeza al Presidente.

De esto había testigos, y más aún, se citaba el caso de un caballero a quien el propio Anastasio Somoza Debayle enseñó, de lejos, la "lista" de todos "los opositores que tendrían que pagar con su vida, si llegaba a verificarse un atentado contra la vida de su padre.

En el "galillo" se habló del asunto y se midieron las posibilidades del caso, porque en la historia había pasado algo parecido, y uno de los siete que ya éramos, lo recordó:

—Herodes —dijo— cuando supo que iba a morir, mandó levantar una lista de sus enemigos con el curioso encargo de que los pasaran a cuchillo el día de su entierro. Pensaba él que era un buen expediente para impedir que alguien se alegrara, y hacer al mismo tiempo que todos por parejo sufrieran su suerte.

—Pero, ese era Herodes.—-Sí, aquél era Herodes, y aquí hay una lista. ¿No lo sabías...?—Eso dicen, pero lo más probable es que todo se concrete a una

simple amenaza. Además, ¿por qué van a matar a los que no tienen nada que ver en el asunto...?

Entonces Reynaldo contó que el mayor Peralta había dicho a unos oficiales que alistaran la patrulla, porque esa misma noche iban a comenzar los fusilamientos, y aunque el mayor Peralta no podía decir que alguno de nosotros tuviera algo que ver con un suceso del cual hasta ese momento estábamos teniendo noticias fragmentarias, era bien conocido en el país por haber llevado a cabo, dos años antes, la brutal represión de abril, en la cual fueron asesinadas más de cincuenta personas.

¿Y la lista...? ¿No era verdad acaso que miembros de la familia gobernante se habían referido a ella en más

de una ocasión...? ¿No la sacaban de una gaveta del escritorio cada vez que algún opositor hablaba amigablemente con ellos para pedirles un favor? En esa ocasión prevenían al adversario:

—Nosotros sabemos que están conspirando,, pero tengan la seguridad de que ninguno de ustedes camina dos pasos, el día que nos toquen un pelo de la cabeza.

Hay que advertir aquí, que el Presidente tenía la obsesión de los atentados, y vivía constantemente diciendo que estaba al tanto de ciertos planes fraguados para suprimir su vida. Es más: muchas veces noticias acerca de atentados personales contra su sagrada persona fueron pu-blicadas en el diario oficial; entre otras, una que la gente llamó con ironía "la conspiración infantil", porque las esferas oficiales la atribuyeron a dos muchachos que no pasaban los veinte años de edad,

Lüs supuestos conspiradores (dos estudiantes que habían venido del exterior) fueron identificados por la policía cuando a uno de ellos, detenido por dificultades de tránsito, se le encontró una esclava de plata con una inscripción.

La inscripción repetía una frase célebre, muy conocida en México, atribuida a los niños héroes que murieron defendiendo a su patria en la _ guerra de Texas.

Fuera de estos naturales temores los primeros días de nuestra vida en el galillo de la 3^ Compañía, transcurrieron dentro del más absoluto aburrimiento.

Sólo rompía la rutina la llegada puntual de la mala comida y las constantes voces de alarma que a partir de las primeras 24 horas se produjeron noche a noche, en un galerón vecino, lugar en que se alojaba la tropa del destacamento.

De vez en cuando algún centinela de la loma de Tis-capa llamaba por teléfono a la sala de guardia y se producía ]a consiguiente alarma. Otra vez, que se escapó un

Page 15: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

15 27tiro, la movilización fue tan completa, que hasta nosotros mismos nos pusimos la ropa, dispuestos a ver en qué terminaba aquella posible batalla.

Salían y entraban camiones; los oficiales, aparentemente dormían o jugaban a las cartas en su covacha durante el día, pero de noche se dejaba sentir la inquietud y la movilización.

Fueron días turbios, pero rápidos, en que podíamos percibir el paso del tiempo, únicamente por los penetrantes toques de corneta del cuartel.

En la ciudad, sin embargo, y en otras cárceles, estaban ocurriendo ya las primeras cosas terribles.

IV

SEGUNDO INTERROGATORIO

f Todo el que ha estado preso en Nicaragua sabe que cuando los interrogatorios son de día, generalmente no hay mucho peligro de sufrir los brutales métodos que usan las autoridades.

La cosa cambia si pasadas las seis de la tarde se escucha frente a la celda del prisionero, el agudo tintinear de las llaves.

Como éstas, de todo tamaño, forman un recio manojo, la música que producen acompaña con toda certidumbre a un cosquilleo molesto que se propaga desde el estómago* hasta la garganta. En esas circunstancias no es en modo alguno el corazón el que salta, sino todas las entrañas las que se rebelan en un baile de contorsiones desagradables.

Cuando el "llavero" abre y llama, las conversaciones a meáib voz que suelen haber dentro, se apagan, y el sujeto que va al suplicio es objeto de un sinnúmero de atenciones de parte de sus compañeros.

El ritual parece ser siempre el mismo, a pesar de que los presos nunca hablan de él, ni hacen comentarios. Todos ayudan a vestirse al que ha tenido la mala suerte de ocupar el turno; uno le pasa la camisa, otro los zapatos, alguien le obsequia el último cigarrillo, y no falta quien le advierta que Ueve una toalla para el frío, o simplemente, le abotone con cariño la camisa.

En el otro lado,, el impaciente bárbaro que debe conducirlo, mira con ojos sombríos la escena y trata de impedir con voces bruscas y groseras cada uno de los movimientos.

—¡Vamos, vamos, ligero! ¡Apúrese, hombre!Y 2o dice sonando sus llaves, como para ahuyentar la impresión que

seguramente debe causarle la escena.Por fin se cierra la puerta, y todos rezan. Siempre es exactamente lo

mismo; como cuando lo visten a uno para la muerte, como cuando lo preparan para una ocasión solemne y dolorosa: sólo que esta vez, los trapos son pocos, invariablemente sucios y siempre los mismos.

Yo he asistido a muchas escenas de esa naturaleza, siempre idénticas. Entre los que se quedan, se hace primero un silencio y después se comienza a hablar del ausente, ni más ni menos como se habla del muerto en una vela.

Más tarde, todos se van durmiendo poco a poco, en un sueño superficial e intranquilo, hasta que al día siguiente la tristeza cede nuevamente su campo al humor. La vida se rehace, porque ella siempre tiene dos polos que se complementan inexorablemente: el dolor y la ale-gría, la miseria y la felicidad. Si fuera de otro modo, el hombre no podría existir.

Cuatro o cinco días después de nuestra detención fui llamado; pero no de noche.

La luz del día hirió mis ojos vivamente y me permitió

Page 16: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

28 16

notar el gran contraste que presentaban mis vestidos con los de otras personas. Estaba asquerosamente sucio, como puede estarlo cualquiera que viva en un subterráneo, durmiendo sobre el piso, sin oportunidad de cambiar una sola de sus prendas.

Fui entregado- al oficial Ruperto Hooker, quien me condujo en un jeep a las mismas oficinas de Seguridad que Había visitado antes, y que están situadas en una dependencia del Palacio Presidencial. La cantidad de soldados marchando en todas direcciones, los emplazamientos de ametralladoras y cañones de campaña, y el número increíble de oficiales armados, era impresionante en Tiscapa.

Hooker me llevó a un pequeño cuarto donde una ventana abierta daba paso al lindo paisaje de la Laguna.

—¡Allí! -r-dijo señalándome un asiento. Y agregó: — Bueno, vamos a platicar. Tenemos tiempo de sobra.

Sentado él frente a una máquina de escribir y yo al otro lado de su escritorio, comenzó a hacer un minucioso examen de mi vida.

Su trabajo, verdadera rutina que quizá puede servir ■en un país donde nadie conoee a nadie, incluía mil detalles tontos, como son los de mi educación primaria, mis opiniones sobre el comunismo y los viajes que había realizado durante los últimos diez años. Todo fue tedioso y simplón.

Tuvo sin embargo dos aspectos que interesan a la relación de esta historia y se refieren, uno de ellos, al cargo principal que más tarde se me haría en un Consejo de Guerra, y el otro, a las ideas que el señor Hooker tiene sobre los medios de investigación de la policía nicaragüense.

En cuanto a lo primero, el graduado del F.B.I. norteamericano insistió en preguntarme por qué razón el diario "La Prensa" había publicado la noticia de que en León, antes de la llegada del Presidente, se extremaron las medidas de seguridad.

Tengo que advertir que cuando el señor Presidente iba a viajar a esa ciudad con objeto de proclamarse candidato a la presidencia de la República para un nuevo período, la Oficina de Seguridad ordenó el cateo y ocupación) de toda la manzana en que estaba la casa que iba a albergar al Presidente. La medida produjo "el cierre del Banco Nicaragüense; esto, como es de suponer, provocó el consiguiente interés de la prensa nacional y la protesta de los afectados. Entre otras cosas, "La Prensa" publicó una fotografía de la caja de hierro del banco, cuando era transportada a otro sitio, desalojada por el viaje del Presidente.

—¿Por qué dijeron ustedes que Seguridad había extremado sus medidas... ?

—Porque nunca habíamos visto que se cateara toda una manzana y se cerrara la sucursal de vrt b?nco.

—¿Usted no sabe que en los Estados Unidos hacen lo mismo?—No sabía, pero de todos modos, eso no había sucedido nunca aquí,

y los diarios tienen la obligación de informar, especialmente sobre las cosas raras o excepcionales.

—De informar, eh... para venderse, ¿verdad...?Y el teniente Hooker comenzó a destilar cierto veneno profesional

que algunos policías dejan encimar c¡nndo ven a un periodista. Suavemente, sin detenerse, cono repitiendo algo que había oído cementar, habló de "La Prensa" y sus campañas "tendenciosas". Dijo que nosotros relajábamos la "moral" del pueblo, argumentó que criticábamos a ciertas oficinas sin saber qué hncíair.os, y dijo, en el colmo de la audacia, que al doctor Diego Manuel Chamorro no lo había secuestrado nadie.

—¿Por qué afirmó usted que Seguridad había secuestrado a ese señor... ?

—Porque cuando desapareció, el diputado Eduardo Conrado Vado preguntó por él al Director de Policía, quien se extrañó de saber que hubiera sido "secuestrado", y lúe-

Page 17: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

30 17

go fue hecha la misma pregunta al secretario de la Comandancia General, el cual le dijo que tampoco sabía nada

—Ajáa, ¿Y eso es todo...?

—Si la policía no sabe, y la Comandancia tampoco, ¿qué otra cosa queda sino Seguridad...?

Hooker hizo relucir sus grandes dientes y dijo con una certeza bastante problemática:

—Pero Seguridad nada tiene que ver con eso. Seguridad es una oficina para proteger a la gente, no para secuestrarla o hacerle daño; para protegerlo a usted mismo.

—Eso quisiéramos nosotros —contesté—, que no fuera la clase de protección que ahora nos están dando.

—No me extraña —replicó él— que a usted en otras ocasiones lleguen a golpearlo o maltratarlo por la forma en que contesta.

Y su sonrisa se hizo una mueca brusca. Luego, sobre el asunto de "La Prensa" y de sus publicaciones seguimos hablando largo rato, hasta que verdaderamente exasperado por el tema, y después de saber por su boca que el Presidente se encontraba herido de varios balazos, dije a Hooker:

—¿Pero qué tiene que ver el periódico con todo esto?Entonces él, esbozando un gesto que quiso ser malicioso, levantó

una punta de la madeja de odio en que me estaban tratando de enredar desde ese momento, y me dijo:

—¿El periódico...? Tal vez su misión era ablandar el campo para que el trabajo del asesino fuera más fácil.

Mi sorpresa debe de haber sido muy grande, tan grande como fue la protesta que formulé, porque el mismo Ruperto Hooker terminó por disculparse:

—Yo no lo estoy incriminando a usted, simplemente comprenda que en nuestra profesión, el deber manda seguir todas las pistas: aun las que parezcan absurdas.

Quizá, pienso ahora yo, Ruperto Hooker recordó este principio de buen policía, muy propicio para desvanecer con elegancia sus insinuaciones, y lo digo porque inmediatamente tomó de nuevo posesión de su papel de cíen-tífico graduado en el F.B.I., para advertirme:

—Lo que diga usted aquí, vamos a comprobarlo después en el polígrafo.

—Ya me pusieron esa "chochada" —le contesté, todavía violento. •

—"¿Chochada?" —gritó enfurecido— ¿Por qué usa esa palabra? ¿Por qué se expresa así un hombre como usted...? ¿Le parece que esa palabra es digna de una persona culta...?

Y Ruperto Hooker, un muchacho moreno de la Costa Atlántica, se levantó de su silla en nombre de la buena educación, para hacerme el más resentido de los reclamos.

Su descompuesto rostro hubiera podido compararse al de unos de esos lores ingleses, que aceptan imperturbables la presencia de una persona sucia y con hambre frente' a su escritorio, pero que no pueden, por la finura de su educación universitaria, escuchar sin sulfurarse una expresión del vulgo, como es la palabra "chochada", castizamente nica-ragüense.

Por algo el hombre había estudiado también en Sco-tland Yard.

Después de las humildes explicaciones sobre mi mala educación, que Ruperto aceptó con misericordia, pero a regañadientes, me condujo otra vez al "galillo".

Allí estaba mi comida fría, pero guardada con mucho cariño. Mientras tomaba uno o dos bocados conté la historia de Ruperto, y caí en la cuenta de lo que pasaba.

De cualquier modo que fuera, "ellos" habían decidido enredarme en el asunto,

Page 18: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

32V

18

TESTIGO PRESENCIAL

A las G de la mañana del sábado 29 de septiembre, nos despertamos en el "galillo" con un nuevo huésped.

El hombre entró llevando un valijín en la mano y fue a situarse al fondo de ía bóveda, en el último camarote. Iba vestido con ropa limpia y suficiente, que contrastaba en general con la escasa y sucia que nos gastábamos los demás.

En esas circunstancias no hay presentaciones, y cuando la persona no es perfectamente bien conocida de todos, tampoco existen los saludos efusivos.

Por esa razón, que puede llamarse de buena costumbre en las cárceles, no fue sino hasta un rato después que comenzó la plática.

El huésped se llamaba Rafael Corrales Rojas; había sido llevado a declarar voluntariamente por pertenecer al partido del Gobierno, y poco a poco, simplemente porque era testigo presencial del atentado y conocía personalmente a quien lo llevó a efeco, había pasado, de colaborador, a sospechoso.

El hombre se acercó a la luz mirando para todos lados, observando el semblante de los que estábamos en el "galillo". Luego con voz casi imperceptible y con el terror dibujado en el rostro dijo:

—Estaba allá arriba de la Loma, casi como huésped. Me llevaban comida del Casino Militar y me interrogaban a cada momento porque yo estuve presente en el momento justo en que balearon al General, pero hoy en la mañanita oí que llamaban por telefono y el coronel González contestaba: ¿Cómo...? ¿Está agonizando...? Después de estas palabras el coronel corrió, llamó a otras personas,

i cuchichearon entre ellos. ¡Entonces me trasladaron a ate lugar! Qué horrible que es esto, ¿verdad?

La voz del hombre se entrecortaba de vez en cuando r nosotros la escuchábamos en suspenso. Cuando refirió a frase que oyó decir en el teléfono, hubo más de una nterrupción, pero instantánea, porque inmediatamente tolos, como electrizados por el mismo deseo de saber lo que icurría, dejamos que terminara.

Después vinieron las preguntas:

—¿Cómo fue,que dijo...? ¿Quién estaba agonizan-lo...? ¿Cómo había sido el atentado...?

Corrales Rojas repitió la escena que acababa de presen-:iar en una de las dependencias de Seguridad, y contó des-més lo que había visto en León. Su testimonio, de primera (nano, fue escuchado por todos sin que un murmullo rompiera el silencio de la habitación oscura en que estábamos; iu figura alta y delgada, medio recostada contra una de jas paredes del "galillo", susurraba despacio las frases que |os iban llenando.de temor.

Contó que la noche del atentado contra Somoza él se aliaba de pie junto al Presidente, quien examinaba un úmero del diario "El Cronista" que le mostraba en el tomento mismo de producirse los disparos. Tanto Somoza lomo su señora hablaban a Corrales con agradecimiento jor las publicaciones del diario, cuando escucharon, se-pln dijo él, algo así como unos triquitraques, y al volverse I al centro de la sala en que bailaba la concurrencia, pudo pr a un muchacho revólver en mano disparando contra 1 Presidente.| Somoza estaba de frente, sentado; Corrales Rojas de ¡paldas al muchacho y frente a Somoza.

Al sentir los primeros impactos Somoza dijo: —¡BRUTO! ¡IMBÉCIL! —y después se recostó en la silla nzando un ¡ay! de dolor,

Page 19: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

34 19

Corrales Rojas vio después cómo la gente se levantaba -despavorida',0 y'las¡'ametralladoras de los guardaespaldasde Somoza vomitaban fuego coritra el muchacho cuyo cuer-po se sacüdíár en 'sucesivas -vibraciones, hasla caer final-mente al1 suelo manchando" la' mitad cíe 'Ia'Sala con susangre. Entonces Corrales lo jéconoció y dijo:" [—^Ay "Diósmíó!' Si 'éseL poeta López.Después palpó el pechó de Somoza para comprobar siestaba herido, creyendo que las balas no habían dado enel blanco, hasta que lo notó inmensamente' pálido y des-mayado sobre ?ej .'asiento' del banquete qué presidía. Corra- .les ayudó a transportarlo-fuera 'del recmtcVhasta^ébauto-móvil que lo condujo: al Hospital de Le6m , >

—Fue.horrible —decía s Corrales—.El coronel Gonzá-;lez se acercó, al cadáver,% de López, haciéndole, saltar losojos a balazos;.le apuntó dos veces, y disparó ^en cada ojo.a medio metrcjide.distancia. i .

Corrales conpcía(a López>Pérez;porque>írécuentemen- u te éste publicaba-trabajos.literaríos:en'-lqSt.|SeriódJcos de León. Pocos días antes de consumar su atentado contra So- ■ moza, Rigobertp había ^levado un> artículo a "El Cronista", dedicado á ~un: anciano, rnae.'^ro, de escuela,; el,que; le. ense- , i , t ,

ñó las primeras'!letras,, ^ , ■-............................., p*< .........Corráíesjdijo.que^l había sida siempre,un .incondicio- , nal

amigo,'cíe.Íps,Somozaí{y sobre todo, de-,,1a,.familia.De-.:- , bayle, a !4.".que.jpLer^jtí^qeJa^espjpsa del Presidente. r.,., = .. -.r\

Nosotros' sa^íarnps.^.e^to.. perfectamente^bien, y, .desde.. luego, no pooííamos explicarnos eómo< era ,que Corrales, lie-gaba a hacernos compañía. , i „ f . . . . ;., . . . . , j . v - .

Pero allí estaba, y'clebía aceptar la realidad. Y se lamentaba, fomentando el,írato que le, daban, durante los interrogatorios1 y;

las'absurdas sospechas'desque'lo hacían víctima, después de haberles servido durante toda su vida.

Efectivamente, 'Corrales Rojas decía la verdad, Contando a la sazón cori'tinos treinta-y seis años, y Somoza .

veinte y dos de ejercer la, dictadura, el trémulo periodista leonés había pasado más de la mitad de su existencia al servicio de los Somoza. En medio de todas estas congojas quería hacer constar que no le habían torturado. Hasta, ese momento, porque después le rompieron una costilla.

No podía decir lo mismo un amigo suyo, llamado Zelayita, y a quien había, visto apenas hacía unos, días en las salas de tortura de la Casa Presidencial.

—Zelayita no se puede ni levantar —decía—. Lo tienen como loco, está como idiota.

Y cuando volvimos a preguntarle sobre lo que le habían hecho a él, refería que lo interrogaban incansable, larga y continuamente sobre la .misma cosa, porque los policías "científicos" del país sostenían, que estando junto al Presidente enseñándole un periódico en el momento del atentado, tenía que ser culpable. Sí. Culpable, porque con, el periódico estaba acomodando el cuerpo del Presidente y distrayendo su atención, para que fuera fácil blanco de la pistola de Rigoberto López, sin tomar en cuenta que, por la posición misma en que se hallaba Corrales, su cuerpo, estorbaba más bien la visión de quien disparaba.

Esa misma cosa hizo ver Corrales Rojas, a Anastasio ;

Somoza Debayle durante un interrogatorio. Y recalcó queel hecho de haber estado junto a su padre en el momentodel atentado, había sido una defensa para el Presidente, apesar de su destino inevitable. ,

La contestación de Somoza Debayle fue característica-.,—¿Y de qué té quejas, pues?... ¿No estás contento de haber

colaborado con nosotros?La frase cesárea y tremenda no podía pasar inadvertida ni a un

incondicional, porque la amistad tiene sus, límites, su decoro, y no llega, por lo menos en la concepción de una mente de nuestra época, al servilismo esclavizante de gozar con el sufrimiento, cuando éste es causado por razón del César,

Page 20: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

3720"

—Esa misma noche —continuó Corrales— toda la gente somocista que asistió a la fiesta del Club Obrero donde tiraron al Presidente, fue echada a la calle, con las manos sobre la cabeza, encañonada por la guardia presidencial.

Las escoltas del herido pusieron a la concurrencia en fila y la hicieron caminar hasta el parque.

Allí, hombres y mujeres, todos somocistas, pasaron largas horas de espera, inmóviles ante la amenaza de los soldados armados de fusiles y ametralladoras; y al salir el sol, se encontraban todavía en la calle.

—Vea, amigo, era horrible. Algunas mujeres se orinaron... y toda la calle quedó llena de malos olores...

Después, la narración seguía llena de interjecciones que demostraban el terror del testigo; nosotros mismos estábamos asustados, porque si a Corrales, que ora amigo incondicional de los Somoza, le había pasado eso, ¿qué podía esperar a los adversarios de siempre?...

El caso de Zelayita, el que decía Corrales que estaba ya como loco, era peor. A ese pobre muchacho le entregaron un día cierto sobre, para oue a su vez lo diera a otra ncr^ona de Nicaragua, advirtiendole que provenía de un exilado. Zclavita se lo llevó a Corrales porque tenía miedo de hacer él mismo la denuncia.

Sucede que en Nicaragua, cuando un hombre conoce algo que puede tener que ver con la Policía, se calla o se esconde, porque no sólo los culpables, sino también los testigos van a la cárcel. Zelayita. que sabía muy bien eso, quiso ampararse en la amistad que 'Corrales tenía con los Somoza. y le entregó el sobre.

Pero Corrales, que también conocía los métodos, prefirió ir directamente al tronco y no pasar por las peligrosas ramas. Habló a Somoza de la carta, y Somoza le dijo que comunicara la noticia a] coronel Silva y al teniente Malespín.

Ninguno de ellos hizo caso a Corrales, y la carta, aunque parezca increíble, no fue abierta. Cuando balearon a Somoza, alguien se acordó, y enionces insistieron en culpar a Zelayita y a Corrales porque no la habían entregado.

Ironías del destino, o enredos de las intrigas palaciegas que ocurren cuando hay un hombre omnipotente. Porque también Corrales, el día que mataron a Somoza señaló durante la reunión de la Convención Liberal, efectuada en León, a Kigoberto López Pérez, diciendo a Osear Sevilla Sacasa, hermano del yerno del dictador:

—Ese hombre que está allí sentado, no es amigo.Y Osear Sevilla Sacasa (volviendo a ver para otro lado, contestó;— A j a . . .

Todo esto lo repitió Corrales en la investigación, y nos lo contó el día mi^mo en que Somoza agonizaba. Se encontraba asustado, y ;:1 terror aíilaba más su rostro delgado y suave que se apngó cuando la conversación, mantenida casi únicamente por el, terminó con este párrafo:

—Medio León está preso, jóvenes, viejos, somocistas, opositores... todo;.; y ti hombre está agonizando, porque yo lo he oído. Si v:,e hombre se muere, nos matan a todos, a toditos.

Eran las seis cU; ia mañana... cuando el desayuno entró el 29 de septiembre, al "galillo" de la 3^ Compañía.

VI

CUANDO ÉL MURIÓ

if Plutarco Anduray entró al ''galillo'' con sorpresa. Lo habían traído en tren de Chinandega y luego a pie por todas las calles de Managua, hasta llegar a la propia loma de Tiscapa. Nunca había visitado antes la fortaleza, y

Page 21: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

38 21

el aparato militar que se encontraba eñ"'ella'tenía por fuerza que parecerle extraordinario. Éh : Chinandega también había muchos presos, pero el comandante del lugar sólo recibió orden de enviar a Plutarco.

¿Por qué sería? Y luego contaba su tránsito por la po-blación, escoltado por una guardia que le impidió tomarun taxi. ...... -s ■ ■•

—¿Viste al;<o raro...? , ¡:/ • ■—No, nada. .Jólo una bandera a media-asta, pero eso

puede indicar cualquier cosa, porque.,si,-;"el hombre" hu-biera muerto, estoy seguro de que la,;población se veríaagitada; algo pesado se sentiría en el ambiente, y allí nohay indicios extraordinarios. , ,¡:¡-.

9 a. m,

El tiempo comenzó a pasar a cuentagotas. Los nueve del "galillo" íbamos de un lugar a otro' dentro de la más terrible tensión, tratando a toda costa de "percibir una señal, un indicio que nos confirmara la noticia, que los dos nuevos huéspedes habían apenas esbozado.'

Sé nos hacía difícil creer que el atentado hubiera llegado a tener consecuencias tan graves. ¿Cómo podía . estar agonizando el Presidente, mientras los: oficiales del destacamento asistían al cine todos los días, o jugaban interminables partidas de naipe? La noticia traída por los recién llegados chocaba contra la natural creencia de todos nosotros; contra la lógica más elemental que habíamos adquirido a través de toda nuestra vida. No ^podían las cosas ser tan simples; era imponible que aquellos hombres sirvientes inmediatos de lo;- Somoza/ no' suírieran la na-' tursl impresión de un suceso con perfiles" tari'gtay es. ¿Por qué1 pasaban todo el día oyendo música en el radio, durmiendo, o entretenidos durante la noche en ver películas?

Lias 10 a. m. ,. , . ■ , ¡,. s.

Á media mañana .el,,capitán Pablo Rivas entró a la celda, y llamó al doctor .Enrique/Lacayo Fai-fán;.,

—Doctor: ¿dónde-está;su.-.automóvil.sr.-2;.,¡hq ■■■-.i —No sé, capitán. Debe.de estar íeparándosVen algún garage, ■ ■ : ■ ■ ■ ( ■ ■ . , - ■.-.c:;-.-.:.■]'..-: -"--(i^-./i

—Entonces, doctoróme: va a; firmar, una >orden para que lo entreguen,

Inmediatamente vinieron el papel ■ y el. lapiza Después la orden seca, dictada por el..oficial y. la firma del médico, puesta allí, con tristeza, pero sin> asombro, porque a pesar de que un automóvil valía 35.000.00-, córdovas el modo de arrebatarlo..era bien .sencillo.. ;.

El doctor había recibido el vehículo, como obsequio de su numerosa clientela; se-lo regalaron porque tomado preso en 1954 y sometido a. un .Cpnsejo de;J_Guerra por los llamados sucesos de abril, el Gobierno le quitó dos carros que tenía, en la misma forma simple,y brusca-de ahora.

Bien llevada la cuenta, los automóviles perdidos eran cuatro.Los dos de 1954; otro quede- obsequiaron y que se destruyó en, un accidente imientras el doctor iba á un mitin político,- y el cuarto .que le. dieron para.; reponer elÚltimo.' , . . .: ■ ' ¿.'i

■ t r Mientras Pablo esperaba satisfecho por'sú orden, le.preguntamos; . ;¡ .'■■'-■>-■> -. ■

■_■—Gapitárv ¿parece que'>& ustedes les !gustá él cine? —Sí —contestó con un guiñó—-. Les damos a,' los muchachos películas.;de: esas, que usted sabe, para viejitos —y sonrió con malicia. .•> v . q , . Con eso quería decir ¡ que la costumbre de dar películas pornográficas en los cuarteles de-'I&.Guardvi Nacional, no se había interrumpido, n¡; durante esos días de duelo.

Page 22: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

40 22

Porque la Guardia Nacional de Nicaragua, acuartela! a veces durante semanas enteras, esperando las reaccf nes populares que los tiranos saben calibrar en la medijde sus propios excesos, necesitaba diversión. Y para nades un secreto que ésta se alternaba frecuentemente entlpelículas instructivas de cómo sofocar rebeliones, simplscintas de distracción honesta, y películas pornográficj Nosotros habíamos hecho la pregunta extrañados de qjel cine, aún después del atentado a. Somoza, siguiera fucionando, y la contestación de Pablo aumentó nues|duda principal:

—¿Sería posible que el Presidente hubiera muerto..Todos callamos, y un segundo antes de que la pueij

Se cerrara, logramos de nuestros visitantes un cigarrillo|—¡Un cigarrillo a cambio casi de un automóvil! ¿í

te parece...?—Ladrones —comenté yo.

Y todos nos sentamos en los camarotes a fumar. Las 11 a. m.

A las once de la mañana, el mayor Francisco Büchiting fue Visto desde nuestro observatorio con una cinegra cosida a manera de brazalete, pero la polémicatre los que no podíamos rendirnos a la idea de quemuerte del Presidente sucediera sin despertar mayor sisación en el cuartel, y quienes pensaban que las notiobtenidas eran suficientes para estimar que ya había llecido, volvió a comenzar.

—Büchinsting anda de luto.—Sí, pero sólo él.—Es cierto, y si fuera por el "hombre" habría ÍE]

cintas negras. —Tal vez sí.

i - A las doce, que llegó el almuerzo, fueron vistas dos cintas negras más. Después una tercera, y luego una cuarta, pero en el cuartel no se sentía movimiento alguno, ni expectación, ni pasos apresurados, ni preparativos de ninguna especie. Nada que hubiera hecho representar la tremenda transformación que acababa de experimentar la historia de Nicaragua.

Las 2 a. m.

La tarde transcurrió, dramática y tremenda. La ansiedad en que estábamos nosotros aumentaba y disminuía a mecida que nuevos indicios daban fuerza, o desbarataban los argumentos de que el Presidente estuviera muerto.

Por una rara casualidad, la comida fue mejor ese día, y en los ecos lejanos de una radio que usaban los guardias, pudimos saber que el hijo mayor del Presidente, había sido proclamado presidente, por el Congreso. .

—¿Qué signiñcaba eso... ?La mayoría pensó que estando el Presidente herido eh Úri hospital

de Panamá, lo natural era designar a alguien para que ocupara su lugar provisionalmente, y como era lógico en la organización dinástica de la dictadura nicaragüense, ese alguien sólo podía ser el hijo mayor del Presidente.

Pero muerto no podía estar, porque seguían las risas entre los oficiales, y a las partidas de naipes se había agregado ahora una reñida competencia de ping-pong... Imposible, no podía estar muerto.

Las 6 p. m.

A las seis de la tarde casi todos los soldados y oficiales tenían su brazalete negro, y a las siete, después de la cena, se sentaron juntos en rueda y comenzaron a hojear

Page 23: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

■ ■ • 0

23 43

"los periódicos. La tesis pro-muerte iba .ganando-terreno. 'Al fin, de' lejos supimos la verdad; Aquellos, titulares enormes; la palabra "Duelo" y los re tratos.,de, mandatario, vistos en los diarios que leían los oficiales ¡a^través de una minúscula hendija en la puerta de madéra^.que, cerraba nuestro "galillo", eran ya una completa, .evidencia; Pablo Rivas llegó un rato después y dijo: —¿En cuánto tiempo podrían leer .ustedes ün periódico ... ?

—En diez minutos,, capitán, : . ¡ v , r . j

" —Tomen pues éste ~y alargó un número de "La Prensa" con el rótulo fuerte que decía: EL PRESIENTE;, SOMOZA HA MUERTO. Y agregó luego, siempre con su habitual ambigüedad: .

—No tengan nada que temer. . , ,La notificación había sido clara, y como <tal la entendimos nosotros.

Es muy posible que Pablo.:Rivas no hubiera tenido acceso a la camarilla que decidió, no matar a nadie a raíz, de la muerte dei Presidentej pero nada extraño era que conociera esa . decisión, .porque, una de las características de Pablo Pavas había sido precisamente , cumplir misiones como la .que significativamente; nos revelaban sus palabras:.,"No,.tengan nada,,que..temer". La frase nos pareció extraordinaria y alivió'^momentáneamente la tensión. Porque cuando los.llamados sucesos de la Mina la India, en el año de 1947, Pabhto.dejó.decenas de muertos'en la llamada..Cuesta del Coyol,,y& cuando los ' sucesos de abril de 1954,..si.bíen es cierto quejgo.tuyo oportunidad de "combatir" contra los prisioneros desarmados que se entregaron voluntariamente al Gobierno ..sin haber disparado un tiro, para ser luego asesinados, desempeñó más de una misión "extraordinaria". -„ ? í - r A

..En. el "galillo" se;.!hizo..memqria,. del.hechx^y yo re-cordé la noche de 1955. en. que murió dor^ Bamóm en lascárceles de la Aviación". '

Pablito era el comandante, y hasta ese momento sólo lo habíamos visto matar a garrotazos a una perra parida con siete cachorros. Inyectados los ojos de sangre, enfurecido como un loco, Pablito corría por los amplios corredores de la prisión persiguiendo al pobre animal que chillaba lastimeramente, sin decidirse a dejar a sus crios, para salvar la vida. El mango de una escoba, accionado unas veces por Pablito y otras por un sujeto que le servía de ayudante, cayó sobre la perra hasta dejarla exánime, y luego sobre los cachorros, que aún no habían abierto los ojos.

¿El motivo?..".Jamás logramos averiguarlo y, por otra parte, todos estuvimos claros

de que no existía. Porque así como Pablito tenía momentos de gran urbanidad comportándose superficialmente como un caballero, de vez en cuando se enfurecía y no podía calmarse hasta ejercer la violencia, ya fuera maltratando a un hombre o" asesinando a una perra parida, con todo y sus siete cachorros.

Ese día, como su ayudante no actuara con la debida energía, tratando, por omisiones bien visibles de salvar a la perra, Pablo le dijo:

—Hijueputa: si fuera un hombre, no te hubiera dado tanto asco darle el garrotazo.

El asunto de don Ramón fue distinto.Pablo ordenó primero que se hiciera un silencio absoluto en toda la

cárcel y que los presos ocuparan sus camarotes. Los vigilantes se pasearon por los corredores más precavidos que nunca, mientras don Ramón, un sujeto cuya identidad nadie ha podido averiguar todavía, era sacado de su celda y colocado en otra, contigua al portón de la sala de guardia.

Antes de esto, ya habíamos' nosotros obtenido el primer indicio, porque un chavalo, de los tantos que viven

Page 24: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

4424

allí guardando prisión por vagancia, pasó junto a la celdque ocupábamos y dijo:

—¡Papa, Papa, hoy se van a volar a don Ramón!"Papa" era el nombre con que designaba a cualquiei de los de

nuestra celda, evidentemente mucho mayonque él.

Más o menos a las nueve de la noche, vimos salirpreso amordazado con un pañuelo, y al día siguiente todel penal sabía hasta el sitio donde lo fueron a enterra^ Somoza estaba muerto. Su larga carrera de hombreLo mataron con un tubo de cañería, a golpes. ¡júblico, encaminada a hacer de Nicaragua un gran feudo

Es más, en una semana hubo que remendar la cos|ropi0f había concluído; sus extensos años de dominio so-porque el tufo del muerto penetaba en todas partes, |re todo un puebi0i se presentaban a nuestra imaginacióncomo los sumideros eran nuevos, nadie podía creer qi|on ]as profundas notas de la radio, llevando a todos losel mal olor procediera de ellos. rincones de Nicaragua la música que acompañaba su duelo.

La explicación de los guardianes fue simple: los zoplComenzó en el año 1934, cuando ordenó matar a San-

ino. Continuó en el año de 1936, cuando decidió derrocarsu tío Juan Bautista Sacasa de la presidencia. Se pos-

ló como candidato y ganó unas elecciones el mismo año;ambió la Constitución del país en 1939; tuvo una crisise poder en 1944 y permitió que le sucediera en 1948 el

cuando no a tomarla en un sentido estrictamente contr|octor Leonardo Arguello. Lo botó 27 días después de surio, por venir de quien venía. _ Lma de posesión, a la cual asistieron más de 30 delega-

No pudimos conciliar el sueño y esperamos vestid| iones de todo el mimdo, y puso en el Gobierno a un señor hasta la madrugada, envueltos en una madeja de conve|elelef namado Benjamín Lacayo Sacasa. Después hizo saciones o silenciosos recuerdos llenos de ternura, mie|na nueva

Constitución en el año de 1948 y sustituyó a Sa-tras escuchábamos el repique de múltiples telefonemas j. a.sa por el doctor Víctor Román Reyes. Éste murió en el constante salir de patrullas en jeeps y camiones, |950 y Somoza cambió nuevamente la Constitución y se

Cuando el sol comenzó a dejarse entrever por IjUgió presidente por el término de seis años,hendijas de nuestra puerta, estábamos agitados, pe| Los estaba concluyendo y había reformado la Cons-tranquilos. - jftución otra vez para reelegirse, cuando le sorprendió la

Entonces pensamos que la oportunidad de hacer ljiuerte, escondida en las balas de un pequeño revólver esperada masacre, había pasado, por lo menos de'momeife calibre corto, accionado por Rigoberto López Pérez, un

Forma muy subjetiva y optimista de contemplar nues-ra situación.

VII

PASADO Y FUTURO

lotes habían desenterrado las tripas de una gallina...enviaron nuevamente a enterrarías.

Por eso fue que cuando Pablito Rivas dijo en ellulo", la frase tan inesperada que he transcrito, todcnos sentimos obligados a otorgarle el beneficio de la dud¡

luchacho desconocido a quien en la ciudad de León, de-Tratemos, pues, de dormir, porque de día ellos nuifcnde era originario, apodaban "el Chino

to, y alguien dijo:

ca matan. Durante el tiempo que gobernó Somoza, Nicaragua,>mo todos los países latinoamericanos dominados por dic-

Page 25: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

46 25

taduras, iguales a la suya, aparentaba serfUna.democracia, pero no lo era.Tenía un Congreso presidido por el hijo de Somoza,

Luis, quien llevaba todos los días desde el palacio de supadre la vigilante consigna de lo que convenía hacer; ensus bancas había cabida para un grupo de: opositores quegritaban de vez en cuando algunas verdades al Gobierno,pero sus votos jamás podían derrotar a la mayoría im-puesta por Somoza; su Corte Suprema había ido cayendodesde una relativa independencia, hasta,1a,más absolutadependencia de sus caprichos y órdenes. Había un ¡puertoque llevaba su nombre, un pueblo que' se .llamaba ."VillaSomoza", una avenida Somoza, un parque,con el,nombrede su hija (Luían), cuyo retrato se ostentaba en los bi-lletes de un córdoba (unidad de moneda nacional); teníainnumerables bustos, lo condecoraban cinco ,o, seis veces alaño, y frente a la entrada principal de un estadio,-al quepuso su nombre, había una estatua suya de^bronce.que lorepresentaba a caballo, vestido de militar, y cuajado demedallas. -j.-.

Su megalomanía lo llevó a veces al ridículo de pro-palar por todos los medios de publicidad, conocidos, lemascomo una,que decía:/'Nicaragua en marcha con Somozaal frente". Era una copia de la conocida frase de la marcade automóviles Ford... "el mundo en marcha con Fordal frente"... , ( ¡< :

Nicaragua estaba poblada de fotografías suyas en todaclase de posiciones; entre ellas una que^ostentaba el títulode "Pacificador", y otras que decían imitando la. fraseolo-gía del ex-dictador de la Argentina Juan Perónv.'-h"Somo-za cumple" o simplemente "Somoza creóuna••,Doctrina yforjó una Patria Nueva". t-

Había gobernado oficialmente: 2G\años* enmarcado en los rasgos típicos del dictador occidental, cqueso^ la violación constante, de4a,ley por .el más fueríe-y la.¡voluntad

arbitraria, impuesta siempre a todo trance. Su. filosofía de mando estuvo concretada en la necesidad de hacer prevalecer su capricho sobré las, normas' légales, para bien, o para mal;' si íba á hacer uri favor, o iba a.hacer un daño, ambas actuaciones tenían necesariamente que. estar al margen dé la ley. Así ordenaba a sus propios tribunales militares condenar a una persona a una determinada' pena, y una vez escrita la sentencia maridaba que se le aplicara otra, ya fuera ésta-más grave, o más leve.

Su carrera', 'cuyo'fin presenciamos muchos nicaragüen-ses una tarde lluviosa del mes de septiembre, llena detruenos en la'atmósfera, y de cañonazos rítmicos' que ha-cían temblar el suelo de Managua, fue hija de' la ocupa-ción norteamericana, : en Nicaragua. Los interventorescrearon : un ejercitó eficiente y fuerte, y al cabo de sumisión, lo dejaron a él como hombre fuerte dentro delejército. De" este primer peldaño subió, poco a^ poco, hastaescalar las cumbres más remotas del poder cesarista, ellugar en donde ya no se permiten las más ligeras críticasde los adversarios ni las indicaciones de los ministros; estosúltimos, según frase textual de;uno de ellos, muy celebra-da por cierto en Nicaragua, no eran más que escribientesdel Presidente.; • ^

Siempre, que. se-presentaba, a una; elección tenía que ganarla. Su sistema era simple y no aceptaba pérdidas posibles de ninguna parte: los que hacían el .escrutinio, gentes siempre que,se contaban.entre sus allegados, apelaban al cínico, expediente de invertir las cifras, o de, contar los votos sin examinar .el, nombre .del candidato que aparecía en ellos.

Un testigo presencial me' contó uña vez la. forma enque hicieron el recuento de una urna, en la ciudad de Ma-saya por cierto:/ \ T ' " " ' . _ ' ' . . ' . , , . , ,

—Lá' abrieroh con' una gran solemnidad —me decía—y luego qué el presidente de la'mesa acomodó todas las.

Page 26: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

26 49

papeletas de votación con la parte impresa hacia abajo, cogió un buen legajo de ellas con una mano y dijo: "estos son los votos de nosotros... lo que queda, es de la oposición...", y acto seguido comenzó a cantar.

Así fue que logró instalar en el poder en 1948 a un candidato propio, contra la coalición de los partidos Conservador y Liberal Independiente, y cuando 27 días después de inaugurado en el mando se vio en la necesidad de botarlo porque no se dejaba gobernar por él, dijo abiertamente a todo el que quiso oírlo:

—Este viejo tonto se creía presidente... ¡y sabe que ni siquiera sacó 10.000 votos!

El viejo era el doctor Leonardo Arguello, quien aceptó ser candidato de Somoza con la esperanza de llegar al poder, impuesto por el Dictador, pero no para ser un siervo obediente suyo, sino para echarlo del país y librar a Nicaragua de su amenaífante corrupción.

Somoza fue jefe del Partido Liberal Nacionalista de Nicaragua, entidad política a la cual absorbió en una forma tan completa, que dursnte sus últimos tiempos, cuando se trataba de escocer candidatos para diputaciones y senadurías en el Congreso, la Convención del Partido delegaba en su Jefe Máximo todos los poderes y prerrogativas que de acuerdo con sus estatutos le correspondían.

Los derechos humanos fueron virtualmente suprimidos durante su permanencia en el poder, a pesar de que constaban en todas las constituciones que dio a Nicaragua, en amplios y bien hilvanados capítulos. Muchos hombres padecieron largas prisiones sin juicio, otros fueron extrañados del territorio nacional, o confinados a islas semi desier-tas; otros golpeados brutalmente por la fuerza pública, y hay una verdadera legión de nombres que corresponden a los que murieron asesinados en una u otra forma durante su Gobierno.

Lo que significaba el Habeas Corpus puede quedar ilustrado con la experiencia del doctor Agapito Fernández, ciudadano opositor de la ciudad de Jinotepe.

—Una vez —me contaba Agapito— había cerca de 30 presos en Jinotepe, y yo fui el único que pedí a mi familia interponer un recurso legal de Habeas Corpus. Pasó el tiempo, y al cabo de unos días, llegó hasta nuestras celdas el coronel Julio Somoza, hermano del Presidente de la República, quien nos ordenó salir al corredor y formar filas.

Este Julio Somoza fue bien conocido en Nicaragua por sus múltiples atropellos y asesinatos. En una ocasión violó el cementerio de Jinotepe irrespetando al sagrada memoria de los difuntos.

—¿Quién de todos es el que interpuso el Habeas Corpus? —preguntó Somoza.

—Yo —dijo el doctor Fernández,—Entonces —replicó el militar— van a salir todos, menos vos.Y así fue, porque el rasgo característico de la dictadura de Somoza,

era su constante actitud agresiva frente a la ley, apoyado seguramente en una íntima necesidad que sen-, tía, de estar al margen de ella. Somoza y la ley eran contradictorios, tanto como lo son la dictadura y la democra-cia. Él era un tirano en todo el sentido de la palabra, un hombre que pretendía estar encima de todo, y que únicamente obedecía los dictados de su' propia emotividad.

Cuando ponían en la cárcel a alguna persona, los amigos del Dictador que conocían bien su carácter, advertían a los familiares del preso:

•—No hay que reclamar nada, porque es peor.Cuando se atacaba a un ministro, Somoza estaba con él; pero si era

motivo de alabanzas, inmediatamente venían las sospechas y el hombre afrontaba el riesgo de caer. Su vicio por el ejercicio del poder no reconocía límites de ninguna clase; para él lo esencial era. sobresalir en todo;

Page 27: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta
Page 28: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

28 51mandar, aunque fuera contra la razón y la lógica. Por eso, mientras amasaba una fortuna inmensa, que ninguno de los otros capitalistas del país había siquiera soñado; y monopolizaba todos los honores de la República para él y sus hijos, estaba también en los pequeños detalles: su equipo de béisbol no podía perder, sus caballos de pura sangre debían de ganar en el Hipódromo, y sus ejemplares vacunos tenían que salir premiados en las ferias agropecuarias.

Ahora Somoza estaba muerto. Había dejado atrás todo el inmenso poder de la fabulosas riquezas acumuladas en 20 años de mando, pero listas para caer suavemente, aun a pesar de su violenta desaparición del mundo de lps vivos, en manos de sus herederos.

Estos eran dos: el hijo mayor, llamado Luís Anastasio, y el hijo menor, llamado simplemente Anastasio. Uno de ellos fue durante los últimos días de su padre, Presidente del Congreso y primer designado a la presidencia de la República; el otro, jefe director del Ejército, jefe del Es-tado Mayor, jefe de la Fuerza Aérea, y director de la Academia Militar. Los dos vivieron como actores principales el drama de los últimos años de su padre, siempre en el pináculo del poder, y siempre amenazados por la constante rebelión del pueblo nicaragüense, que jamás aceptó el sistema.

Junto con su padre también habían llevado a cabo las últimas represiones políticas, especialmente la que siguió al 4 de abril de 1954, fecha en que un grupo de hombres armados penetró al territorio nicaragüense, dispuestos a derrocar a la tiranía somócista. Conocían todas las argucias del fallecido dictador y sabían manejar su máquina vengativa y cruel.

Yo fui un opositor al régimen de Somoza desde mis años de estudiante en la Universidad Central de Managua, en 1944; lo había combatido escribiendo en el diario de

mi padre "La Prensa", y sufrí sus constantes persecuciones en todos los terrenos conocidos.

Al enterarme de la muerte del Dictador sentí, como es natural, que el derrumbe violento de aquellos 20 años de mando absoluto, tenía que afectarme; ellos me consideraban como uno de sus principales enemigos, porque el diario que estaba bajo mi dirección era el principal de] país, y no daba cuartel a su política despótica e inmoral.

Pero la verdad es que nunca me imaginé hasta dónde podía llegar ese derrumbe, porque estaba lejos de conocer la trama del atentado, y se me hacía imposible suponer siquiera, que alguien pretendiera mezclarme en él.

De las cárceles de los Somoza tenía una dolorosa experiencia. Sabía que torturaban y asesinaban a sus prisioneros, había escuchado relatos de muchos compañeros que estuvieron recluidos conmigo más de un año después de abril de 1954, recordaba haber visto una vez a Anastasio Somoza Debayle con una venda de boxeador atada a su mano derecha, entrar a una pequeña estancia de donde salieron los quejidos del mayor Domingo Paladino, quien atado de manos y pies redibió estoicamente los golpes del hijo menor de Somoza. Paladino me lo confirmó después... como tantos otros; sabía que junto con Teodoro Picado, hijo, Anastasio Somoza Debayle había colgado de los testículos a Jorge Rivas Montes; conocía la historia de mis primos Humberto y Tito Chamorro, de Julián Salaverry, de Fernando Solórzano y de centenares de otros nicaragüenses torturados en las investigaciones presididas por los Somoza... pero a mí nunca me habían hecho eso.

¿Qué iba a pasar, ahora que la historia misma de Nicaragua se conmovía con la muerte del hombre, que se instaló en sü Gobierno durante 20 años...?

En la asquerosa prisión que nos servía de alojamiento sabíamos lo que significaba la desaparición de Somoza,'

Page 29: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

29

cuya familia había aprendido de él a gobernar sólo por la violencia.Del "galillo" de la 3 $ Compañía se llevaron una tarde al doctor

Enrique Lacayo Farfán, y un día después llegaron a pedir sus escasas pertenencias... una sábana, una toalla, y algunas prendas do ropa sucia-.

Enrique no volvió. El entierro de Somoza ya había pasado y el destino de sus enemigos comenzaba a ser acariciado por los hijos del muerto.

VIII

EN EL ATRIO DE CAIFAS Una noche

me llegó la hora.

Jugábamos "calino" con un viejo mazo de naipes introducido por medio de un albañil que trabajaba en el cuartel, y mientras nos hallábamos momentáneamente abstraídos y olvidados de todo, sonaron las llaves junto a la puerta. Hubo un ligero titubeo, y después de ceder el candado, alguien metió ¡n cara por la hendija.

Chamorro... Fedro Joaquín... —llamó.—Sí, señor.—Vístase.Fse breve y seco diálogo dejó la estancia en el más absoluto silencio,

sólo interrumpido por los pasos de los compañeros que buscaban una camisa, el raquítico paquete de cigarrillos para dármelo entero, junto con tres o cuatro fósforos y unas p.iJmndns para indicarme que estarían con-migo. Lo más que uno pedía llevar en el viaje.

Afuera llovía. Los soldados, cubiertos con sus capotes de compaña brillando bajo ios luces de los" focos e semi-ocultos, daban a la noche un aspecto más lóbrego. El piso estaba resbaloso y eñ la covacha de los oficiales se veían

lejanamente las mismas caras de los hombres dedicados al pocker, eterna y tranquilamente dedicados al pocker, mientras a su alrededor se tejía la tragedia.

Los dos oficiales que me acompañaban caminaron-junto conmigo hasta un desvencijado jeep, en el cual nos acomodamos, ellos adelante y yo atrás, emprendiendo una difícil marcha porque el vehículo se negaba continuamente a obedecer, sobre todo a subir las empinadas cuestas que comunicaban la 3^ Compañía oon el propio palacio presidencial. Después de repetidos esfuerzos los oficiales decidieron bajar, camino de Managua, para subir por la calle principal, por el final de la Avenida que el Gobierno llama Rooseveít, y el pueblo de Nicaragua, César Augusto Sandino. Era otro contraste.

Los innumerables retenes de soldados encapotados y armados de sübameíralladoras que íbamos pasando, encendían sus lámparas de mano y las volcaban sobre el interior del vehículo; buscaban, buscaban siempre algo que no fuera lo de rutina para informar o detener, porque la búsqueda en ía tiranía de los Somoza no terminaba nunca, y las investigaciones se hacen aun en los vehículos militares, tripulados por gente de servicio en la misma Casa Presidencial.

El jeep logró subir la última cuesta y se detuvo frente a la escalinata principal del palacio de Tiscapa, por la cual entramos los tres: un oficial delante, yo en medio, y el otro detrás de mí. Pasamos por un salón en donde descansa sobre una mesita forrada de terciopelo rojo, cubierta con un vidrio, la réplica del sable de San Martín, que el depuesto dictador de la Argentina, Juan Domingo Perón, regalara a Somoza.

Las luces hacían brillar espléndidamente todo, y el mobiliario resaltaba con más lustre a mis ojos, acostumbrados a la penumbra después de cuarenta días de encierro en el "galillo"; el piso semejaba un enorme espejo de

Page 30: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

30 55

colores, y el espacio aparecía a mi imaginación inmenso, porque mecánicamente yo tendía a compararlo con el incómodo encierro de donde procedía.

Desde el fondo de la sala, en un lugar más pequeño, cuya entrada custodiaba un sargento armado de ametralladora y cuya puerta estaba sólo a medio cubrir ,con una cortina negra recogida, detuvo nuestra marcha, cíe la manera más inesperada e impresionante, un estruendoso grito:

—¡TENIENTE PARÉALES! ¿QUÉ LE PASA. .. ? LLÉVELO POH ATRÁS!El aludido, que iba adelante de mi, se detuvo en seco, con el

semblante pálido, queriendo aparentemente dar una explicación. En ese momento, detrás de la cortina pude ver las figuras de dos hombres sentados ante la mesa.

Uno de ellos, el coronel Carlos Silva, bajito, achinado, cobrizo, retrato fiel de un japonés con la cabeza baja y un legajo de papeles en la mano; escuchaba al otro, alto, gordo, con el rostro reluciente de ira y los ojos negros sombreados de ojeras; era el que había gritado: se llamaba Anastasio Somoza Debayle.

Se había puesto de pie, junto a la mesa, y su mirada fija por un instante en mí, dejó pasar una expresión de siniestra alegría, como de frenesí causado por el próximo placer de un encuentro que habían aplazado las circunstancias; de una venganza que desde hacía mucho tiempo estaba postergada.

Fue desde ese primer instante, desde que adivinó mi presencia, desde que olió mi persona —como olfatean los felinos—, que saltó en el interior de su ser el deseo de estrujarme, de deshacerme. Y yo estaba allí, en una noche secreta, sólo, inocente, inerme. Mi enemigo se presentaba tal cual era.

Pude comprenderlo perfectamente bien y no tengo la menor duda en afirmarlo, porque no hubo en él ningún di*

.-O

simulo. Se había dejado arrastrar, en mi presencia, por un extraño sentimiento de destrucción que no cabía en su ser.

Parrales y yo, casi identificados en ese momento, dimos marcha atrás, y él me condujo a un lado de la Casa Presidencial donde los hermosos me :"os de colores terminaban, para dar sitio a una callejea p<*.-mentada, especie de atrio, o garaje descubierto, doi.^fi se halaban estacionados varios automóviles de la familia; la salida de servicio correspondiente a la oficina que hab. mos dejado, con acceso a ella por una pequeña puerta que -omunicaba también con el "Cuarto de Costura", convertido, según debería saber unas horas más tarde, en innoble cámara de tortura.

La hora y el sitio me daban la impresión del atrio de Caifas. Había un vivo movimiento de criados que entraban a cumplir sus quehaceres. También pasaban soldados hoscos y encapotados conduciendo a sus prisioneros.

Hacía frío. La oscuridad penetraba todos los rincones, interrumpida sólo por un haz de luz procedente de una puertecita, que se abría de vez en cuando.

Quedamos en el atrio, haciendo espera, yo y dos personas más a quienes nunca he vuelto a ver en mi vida: uno de ellos viejo y con la barba crecida, golpeaba los nudillos de la mano contra la pared, pretendiendo hacer música; el otro era un campesino que llegaba inmediatamente después de mí, con un envoltorio de papel periódico en la mano y que permaneció situado a dos o tres varas de distancia del lugar en que me dejó Parrales.

Parrales dijo simplemente a un soldado que hacía turno:

—Aquí está éste... para el coronel —y se fue.Durante la espera, el frío se hizo más intenso. Con frecuencia

pasaban delante de nosotros soldados y oficiales que se arrimaban a vernos las caras con sorna, dejando entrever en forma cruel y burlesca lo que nos esperaba.

Page 31: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

56 31

Desde dentro de la "Sala de Costura" o de la oficina del propio coronel Somoza Debayle, salían los ecos de conversaciones agitadas y se escuchaban nítidamente gritos que semejaban voces de mando, o carcajadas nerviosas. Los que iban y venían entraban por la puerta pequeña, o hacían corrillos para hablar en secreto. Era un mundo extraño con el que yo nada había tenido que ver y del que siempre había deliberadamente huido. Pero allí estaba yo. Y ese mundo me era hostil.

Al rato de estar sentado en el pretil del atrio, se me acercó un sujeto, oon cara de pocos amigos, que dijo, luego de mirarme detenidamente:

—¿Quién sos vos...?—Pedro Joaquín Chamorro —dije yo.—Pasa por aquí, pues —repuso sonriendo y abriendo suavemente la

puerta del "Cuarto de Costura".'Lo hizo como si se tratara de un juego, como si tuviera plena

conciencia de que era un gesto necesario de. cortesía que debía siempre de hacerse en la frontera que separa lo natural de lo horrible, porque él sabía bien seguramente que esa era la última, definitivamente la última cortesía que había necesidad de gastar. Por eso fue tan suave y hasta sonriente, pero con esa sonrisa que recuerda el gesto del hombre que está tendiendo una emboscada, del que toma la mano de un enemigo "para torcérsela y dejarle ir el golpe. Era un hombre consciente de su deber.

Yo atravesé la puerta con un escalofrío y a sabiendas del camino que llevaba; pero cuando el escalofrío se desvaneció a lo largo de todos los miembros de mi cuerpo, sentí un inmenso alivio.

Estaba cierto de que me iban a torturar. Y cuando uno está cierto de no poder evitarlo, tiene la misma sensación "del enfermo que se encuentra ya en la sala de operaciones:

—Mientras más pronto, mejor... ¡quizá no duela tanto como dicen!Y desde ese momento, todo el mundo normal que uno acaba de

dejar, desaparece. Se torna pequeño, casi irreal, porque el hombre se concentra en sí mismo, y comienza la gran lucha por la .integridad del honor... y de la vida.

LX

EL "CUARTO DE COSTURA"

f El cuarto de costura de la Casa Presidencial de Managua se denomina de este modo, porque la llave que da acceso a él, tiene colgada una pequeña etiqueta de madera con esta leyenda: "Cuarto de Costura". Pero en su interior no e;stá la tradicional máquina de coser, ni la canasta de la abuela con ovillos de lana multicolores, ni hay tampoco el gato que pone su garrita felina sobre el tricóle como en los viejos cromos de 1910.

Probablemente las costureras domésticas del régimen se encerraron allí en otras épocas para diseñar los trajes de alguna Primera Dama, siguiendo las peripecias de la moda y acomodando las costuras a las exigencias de las recepciones oficiales.

Aquí, pensaba yo al entrar, y parece mentira que un hombre en estos trances pueda reflexionar en estas minucias, se habrá confeccionado el traje de Su Majestad Li-lian Primera, cuando la megalomanía paternal del César, ofreció a los nicaragüenses el espectáculode su hija Lilian —Lilian Primera— conducida en una carroza que acompañaban los guardias nacionales vestidos de soldados romanos, para ir a recibir, allá en los primeros tiempos del gobierno de su padre, el óleo de una coronación que no por ser carnavalesca dejó de tener aspectos nacionales y simulacros de seriedad. Aquí tal vez confeccionaron el otro

Page 32: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

32 59traje, el traje de su boda con-Guillermo Sevilla, que haciendo el papel de príncipe consorte, la llevó hasta el trono arzobispal de Managua,' para recibir la bendición nupcial en una boda a la cual asistieron representantes de todos los poderes, todas las industrias, todos los gremios, todas las actividades de la República. La pareja desfiló, terminada la ceremonia, bajo un túnel de sables y un bosque de banderas; en esos tiempos yo era un niño, y desde el Parque Central de Managua vi el espectáculo, deslumbrante y soberbio, grandioso; trajes de miles de córdobas, sables, condecoraciones, una corona de brillantes... y la libra de sal todavía valía un peso.

Era ahora, en ese cuarto donde habían torturado a muchos antes que a mí, donde me iban a torturar.,. y sobre la mesa, donde quizá la diseñadora había extendido antes el velo de la novia, o los innumerables trajes de mujeres y niños de la familia, estaban los instrumentos, lisios como en una mesa de operaciones.

Había un "polígrafo", había una grabadora para registras deqlaraciones y gritos; de las paredes colgaban reproducciones de pinturas clásicas, de esas reproducciones indispensables en las buenas barberías, y a las que su abundancia quita todo mérito y belleza. En el centro una mesita de mármol, fina, bien torneada y esbelta, que me trajo a la memoria los tiempos idos del antecesor de Somoza, del doctor Juan Bautista Sacasa su tío, a quien había echado a patadas de la presidencia para arrojarlo a un exilio que lo llevó a la muerte.

¿Sería la mesa de la época de don Juan Bautista...?Sobre ella estaba únicamente un aparato de hormar sombreros, viejo

recuerdo de cuando el "Cuarto de Costura" servía para las labores ordinarias de la casa, o de cuando los presidentes tenían sólo un sombrero, o dos, y necesitaban cuidarlos, repararlos en una función democrática y casera.

• Había también un baño privado, en el cual colgaba una toalla con las iniciales de la familia, abiertas por una S, serpenteante- como látigo, y en otro saloncito aledaño (porque todo era una especie de pequeño apartamento), un sofá estilo Luis XV, cuyos recamados de paño dorado sugerían por lo menos el resplandor de una corona ducal.

A través de las ventanas de vidrios delicados y opacos, hechas como para que el sol del trópico no hiriera demasiado la profundidad tranquila de las habitaciones, escuchaba yo con una indefinible sensación entremezclada de lejanía y desesperación, el tintineo de las vajillas al ser trasladadas de un lugar a otro, el tranquilo cerrar de una puerta, el "buenos días", dicho sin preocupaciones, la tose-sita'de quien se sienta a leer un diario o un libro; toda la sinfonía deliciosa y estimulante de la vida familiar.

Al otro lado de la ventana, la felicidad y la tranquilidad me hablaban... pero yo estaba de "este lado" de la ventana, en el "Cuarto de Costura", y para mí no serian esos, buenos días, sino la injuria inmerecida. La puerta que se cerraba tranquilamente al otro lado de la ventana estaba cerrada con sevicia; el traslado de la vajilla se traduciría en un acercarse de los hierros científicos, y la tosesita de satisfacción, en un hipo de agonía.

Había finalmente un piso de mosaicos rojos y blancos, sucio. Parados sobre el piso en una postura en que estamos acostumbrados a ver a los nazis de Hitler en las pinturas rusas, y a los bolcheviques rusos en las norteamericanas, estaban los tenientes Osear Morales y Lázaro García... Lázaro, el que había colgado en abril de los testículos a Bayardo Ruiz, el mismo que lo había ahorcado en un árbol, para revivirlo después cuando el prisionero desfallecía por el ahogo... el mismo Lázaro, y atraillado a ellos, un sargento de apellido Lagos, el cual no perdió tiempo: a manera de preludio me dio un golpe en la espalda, al tiempo que cerraba fragorosamente la puerta detrás de mí.

Page 33: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

33

En ese lugar debía de pasar yo los seis días más horribles de mi vida. Porque una cosa es contar que uno tuvo sed durante cuatro días, y otra cosa es sentir la sed durante apenas cinco horas; yo, por ejemplo, tuve sed y cansancio durante cinco días, y si ahora me dijeran que me van a privar de agua durante cinco horas, yo no sabría adivinar dónde está la tortura.

Durante seis días los interrogatorios se harían interminables, los golpes menudearían en todas las partes de mi cuerpo —debo recordar especialmente los que me serían aplicados debajo de la faja— oiría inauditas injurias, se me sometería a ejercicios físicos hasta un límite de agotamiento total, se me aplicarían contra los ojos focos luminosos de cienes de bujías que hacen estallar los sesos después de quemar las pupilas y la piel de la cara, y sobre todo... yo sería el muerto que no cierra los ojos, porque se me impondría la ausencia total de sueño. Párpados cargados que no ceden a la gravedad, músculos desfallecientes que debo mantener en vilo, ideación caótica" que no debo dejar desintegrarse totalmente, para que la conciencia permanezca, patéticamente vigilante, al pie del hombre.

Porque la tortura que aplican los Somoza va desde lo primitivo que busca únicamente la venganza y el solaz sádico en el sufrimiento ajeno, hasta lo científico que tiene ribetes de siquiatría diabólica.

No es tanto el sufrimiento físico aplicado en escenas parecidas a las que han inventado los productores de películas, cuando el refinamiento, que destruye sin dejar huellas, que ablanda el espíritu y la mente hasta grados de irresistible frenesí, o de ausencia total de responsabilidad/Es un tratamiento igual a cualquiera otro, que tiene su principal base en la continuidad del sufrimiento y del cansancio, de un agotador cansancio que debilita to-

das las facultades y hace que la memoria del -hombre se desintegre, se aplaste totalmente.

Los sistemas ideados para lograr el objetivo, son coordinados y tienen su base lógica en la formación paulatina de una convicción, la convicción de que diga lo que dijere el paciente, jamás va a poder escapar del sufrimiento. A ella se agrega, como es natural, de vez en cuando, una pequeña puerta que se abre como posible camino de fuga, y que los "investigadores" presentan al torturado como su única salida: decir lo que ellos quieren que diga.

Sus mentes, bien dirigidas en cuanto a la construcción y planeamiento del sistema, adolecen sin embargo de un grave defecto: no deliberan acerca de la verdad de una declaración, sino que siguen los instintos del César omnipotente, que adivina de antemano lo que le conviene, y parece decir por toda explicación:

—-Esto es así, y a mí nadie me puede convencer de lo contrarío.

La base de todo está cimentada en una extraña jerarquía de terror: el que recibe la orden de investigar a la person;!. teme a quien le ha dado la orden; la persona investigada, está sujeta a la coacción brutal del que investiga, y la' verdad o la mentira se confunden en el criterio premeditado del hombre que ya ha dictado su sentencia, aun antes de oír al sentenciado.

Todo el engranaje del "Cuarto do Costura", o de las innumerables cámaras de tormento en que se han desenvuelto estos dramas nicaragüenses, son idénticos, con la particularidad de que las ocasiones en donde la tortura brilla abiertamente como un ejercicio de la venganza primitiva, son las-menos. Hay cierta racionalidad que la hace aparecer más brutal, aunque más fina, una especie de reconocimiento tácito de que moralmente es asquerosa e insoportable, pero científicamente descable para los investigadores del régimen.

Page 34: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

62 34

De los miembros de la dinastía, Luis y Anastasio, el primero de ellos es el más aferrado al último de estos puntos de vista, y el que se ha negado con más frecuencia al ejercicio personal del tormento, quizá porque es más racional que el otro, o porque vive más lógicamente el ambiente acomodaticio de la civilización materialista de nuestra época, que prescribe siempre un examen entre lo que es útil y lo que no es.

Anastasio llegó ese día frente a mí, cuando los dos verdugos y su can atraillado me habían hecho comprender que estaba en la culminación del drama. Vestía su kaky militar, el que según la feliz expresión de un amigo mío, la sentaba como su propia piel. Alto, bien parecido, arrogante, de ademanes resueltamente estudiados, su conjunto marcial parecía derrumbarse ante el espectáculo de su hipertrofiado tórax, cada día más desfigurado por una adiposis galopante. El cuello abierto que dejaba entrever una camisola de soldado y sus dos estrellas de coronel decayendo ostensiblemente sobre unos hombros inclinados por la obesidad. Cuando me vio dejó brillar sus dientes afilados para decirme:

—¿Con que vos está metido en esto también, verdad...?El diálogo fue largo y violento. A mi incansable protesta apoyada en

pruebas y hechos concretos, respondía él con gritos y ofensas de toda clase, en las cuales era coreado por los otros que presenciaban la escena. Sus ademanes eran pausados; bajaba a veces la. voz para fingir un tono irónico que no guardaba proporción con los instantes de furia en que se despeñaba, hablando de todos los que habían pasado antes por sus manos:

—Sí, —gritaba—, Siempre dicen lo mismo, siempre aseguran que son inocentes, pero al final no tienen más remedio que confesar.

Iba y venía, se sentaba a horcajadas sobre la pequeña mesa de mármol en que yo adivinaba el derrumbe del pre-

sidente que había precedido a su padre, se echaba los brazos a la espalda, gesticulaba con los anteojos en las manos, y volvía luego a lo mismo:

—Allí, allí, donde estás vos parado, han pasado muchos jurándome por "el Jesucristo" que son inocentes, pero es mentira. ¡Todos son culpables!

"El Jesucristo", decía, quizá porque su formación norteamericana lo llevaba a traducir textualmente del inglés, a pensar en otro idioma, o a equivocar los conceptos y oraciones del propio, sobre todo en los momentos de arrebato y de cólera.

Después se callaba largamente e intentaba miradas penetrantes, se iba acercando poco a poco hacia mí, y cortaba las palabras con pausas silábicas, como para remacharlas a su gusto. Así fue que del diálogo, fuimos pasando al monólogo. Llegó un momento en que sólo él hablaba y acompañaba sus argumentos y mentiras con carcajadas estentóreas que resonaban' en el "Cuarto de Costura" de la casa que habitaba su familia, del hogar de sus padres y de sus hijos.

Cuando se cansó del juego, comenzó el "tratamiento". Primero me desnudaron totalmente y me pidieron que dejara la ropa en el suelo, para no manchar el mobiliario de la Casa Presidencial. Después me hicieron sentar en "cuclillas" con un cigarrillo encendido en la boca, hasta terminarlo, hasta mascarlo, hasta quemarme, hasta sentir un agudísimo dolor en las rodillas y caer al suelo por primera vez, para recibir una andanada de golpes, a puño abierto y a pie herrado.

Me levantaba y volvía a caer para recibir otros golpes; me hacían girar a patadas sobre-el suelo y me colocaban en nuevas posiciones para aumentar el sufrimiento. El sudor corría por mi cuerpo, un sudor espeso que daba la sensación de un manantial que tuviera su origen en mis propias entrañas, la boca seca y los ojos ardiendo, la res-

Page 35: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

64 35

piración agitada y los músculos en un temblor convulso e incontrolable, duelen, duelen horriblemente y parece que se van a reventar. La primera experiencia es que los miembros se vuelven torpes así efectivamente después de tres o cuatro horas de agudo dolor; luego, al cabo de un día o dos, se produce una extraña rebelión de todo el organismo, sujeto a la tensión constante, al esfuerzo sobrehumano y torturante para el cual no ha sido diseñado y los tendones, sobre todo de las piernas, se van agarrotando en una forma paulatina y gradual. Llega uno a ser como una especie de muñeco de trapo que necesita ayuda para caminar, y que al ordenar mentalmente hacer adelante con el pie izquierdo, por ejemplo, siente millones de alfileres mordiendo la carne y ve con sorpresa que aquel no se mueve.

Lázaro y Morales se iban del cuarto y regresaban horas después. Se cansaban del espectáculo, o salían fuera a tomar un refresco, mientras el sargento que les hacía compañía quedaba dentro solo, como una fiera que redobla sus esfuerzos para obtener lo que sus amos no han podido conseguir.

Después, cuando por las delicadas ventanas de la Casa Presidencial se hacía la luz más tenue, volvían a la carga entrando siempre por la parte de atrás, despacio, casi sigilosamente, y llegaban hasta mí para decirme:

—Idiay... ¿todavía estás vos aquí..,? Decí lo que sabes, hombre, decilo...

Y en el segundo de descanso, en el brevísimo instante en que se abría y cerraba el diálogo, mi voz, como repitiendo el eco de alguien que cada vez se distanciaba" más -de mi propia persona, decía:

—Si yo no sé nada, hombre.. . te lo juro, ¡no sé nada!Entonces, como una gran rueda excéntrica que tiene su momento

muerto y vuelve después a machacar áspera y rudamente, comenzaba la tortura haciéndome adoptar

una posición distinta, y con un golpe nuevo. Y volvía el dolor, el interminable dolor.

¿Cómo definir el dolor...? ¿Cómo narrar lo que se siente cuando las fibras de los músculos distendidas por obra de los torturadores, se ponon como un hilo de alambre que vibra en el último espasmo de su continuidad... ?

¿Cómo decir lo que se siente cuando las rodillas, flexibles de naturaleza, se tornan al cabo de horas enteras de presión en articulaciones que dejan escapar el cuerpo sostenido en ellas y lo sueltan, por así decirlo, hasta permitir que caiga bruscamente contra el piso...?

¿Y el temor que se hace físicamente presente con la llegada de los sicarios ya impacientes.,.?

Cuando los rumores del cuarto anuncian esas visitas, una oleada de sangre sube desde ios pies al cerebro. Primero siente uno los pasos por detrás, acercándose con suavidad, y en el silencio de la noche se oyen las preguntas y las respuestas de sus conversaciones apenas esbozadas. Uno mira al suelo y ve los mosaicos rojos y blancos del cuarto, después la mente se pierde en un vértigo tremendo, en un escalofrío que recorre todo el cuerpo...

¿Sería aquí...? ¿Sería aquí donde trajeron una noche, según cuenta el pueblo de Nicaragua, a Adolfo Báez Bone capturado en un sitio llamado Brasil Grande, herido, sediento, cansado, amarrado de pies y manos...?

¿Sería en este sitio, cuando lo estaban interrogando, que volvió la cabeza arrogante contra los Somoza y les lanzó sobre el pecho lo único que podía: la sangre que le corría en la cara, por la herida... ?

Al menos eso han contado. Y después se dijo que el hijo menor del Dictador tuvo que hacer un viaje al exterior porque todas las noches veía sangre sobre su camisa, y que cuando iba en el avión con sus familiares, pedía a gritos que le trajeran una camisa blanca, nueva, limpia.

Page 36: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

66 36

Quién sabe si sería aquí, quien sabe si fue cierto lo de la sangre que Adolfo les lanzó en el último reto de su gallardía de hombre herido y derrotado, pero lo cierto es que Adolfo fue cogido prisionero, y lo habían matado. Y es cierto también que después quemaron su cadáver en una hacienda de café que se llama "La Chiva", pero antes de matarlo, mataron delante de él a su hermano, y que cuando estaba preso y capturado le dijo a un guardia que no le quiso soltar un rato los cortantes mecates que herían sus muñecas:

—Ve, Ñato, está bien que seas así, pero sabe una cosa. .. cuando me maten,

te voy a salir... ¿Y Scott...?Scott t fue otro, un cardíaco a quien Tachito torturó para que dijera

quiénes le ayudaron a fabricar una bomba que iban a poner eñ el camino de Somoza, y que se lanzó en.contra de él cuando lo ofendía y lo insultaba; se lanzó amarrado y en la propia cámara de tormento, para ser muerto instantáneamente de un balazo... sí, lo mataron allí, y jamás pudo nadie recuperar su cuerpo. Como de costumbre, la Guardia comunicó que se había fugado. Y para confirmarlo, alguien puso desde Guatemala un cable que decía: "Llegué sano y salvo. Scott", para ocultar su asesinato.

¿Y Rito Jiménez...?No. El caso de Rito era distinto, porque todo el mundo sabía que lo

habían matado en un pozo, asfixiado; que se había "quedado", como dice la gente de los pacientes que mueren en la sala de operaciones cuando no resisten la anestesia... y después dijeron que Rito se fugó, al igual que Scott. Pero, ¿cómo se iba a fugar el pobre Rito...?

Los pasos suaves de los hombres que calzan suela de hule se acercan a espaldas de uno, sus miradas se sienten detrás del hombro. Allí están. ¿Qué irá a pasar.,.?

Los recuerdos abarrotan la mente, y el dolor aumenta, aumenta en todo el cuerpo. ¡Dios mío! ¿Cómo me puedo librar de esto...? La mística comienza con el recuerdo del Calvario y la mente trata de ordenar las cosas, de dominar el cuerpo ya casi vencido y exánime. ¿Rezar...? Sí, hay que rezar, rezar mucho, pedir al cielo un ángel que traiga la muerte y termine con lo interminable, con el dolor eterno y el cansancio congénito... pero cuando se cierran los ojos, uno ve barajas de naipes, ve automóviles, enormes lagunas de agua fresca, y camas inmensas, mullidas, suaves, viandas llenas de tomates sangrantes y frutas nutridas de jugos resurrectores.

Luego, en la lejanía de aquellos pasos que vienen acercándose cada vez más, se escucha el mismo eco:-

—Idiay... ¿todavía estás vos aquí... ? Decí, hombre, decí algo...

—Pero si yo no sé nada, hombre. .. si yo no sé nada.E inmediatamente, cambian los semblantes, y comien-

zan otra "vez las órdenes: cuclillas, flexiones, brazos retor-cidos, vueltas y vueltas interminables con la cabeza incli-nada hacia el piso y un dedo puesto como índice sobre losladrillos rojos que recuerdan la sangre, mareos, convul-siones, vómitos y dolor; horas enteras a un paso largo de lapared con la cabeza apoyada en ésta, encorvado, sin agua,sin descanso, con una sensación bien perceptible de quela nuca se va a destrozar, y de que la cabeza se aplastaminuto a minuto contra el cemento duro. *

Se sienten agudas punzadas en la espalda, los huesos de todo el esqueleto colocado en una posición que desvirtúa su diseño y que hace incidir el peso del organismo, sobre la columna vertebral doblada, traquean y comienzan a dar manifestaciones de debilidad; como una goía de agua que va cayendo lentamente pero sin interrupción sobre una copa, el dolor va llenando todos los más recóndita; lugares del organismo. Es un suplicio lento que si no se rda.-

Page 37: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

6837

ciona íntimamente con el tiempo, no es suplicio, porque cualquiera puede resistirlo sin molestias uno, dos, tres minutos, pero no sesenta, ciento veinte, o doscientos cuarenta minutos,

¿Podría alguien soportarlo seis horas sin desesperarse...? ¿Podrá un hombre vivirlo sin sufrir intensamente, un día o dos?

Una gota de agua puede perforar una roca y el suave roce de una pluma es capaz de desbastar una bola de plomo. .. es cuestión de tiempo.

Y el tiempo que pasa se hace eterno, porque en el "Cuarto de Costura", cinco o seis días son como un año, o como un siglo, y esto es lo peor, es como sí dijéramos el común denominador de la tortura, porque ''hay personas que pueden sufrir muchas clases de dolor físico sin des-quiciarse, pero el hombre por su misma naturaleza de ser transitorio en el cuerpo, no soporta la eternidad, lo que no tiene fin. No es ouestión de valor ni de cobardía: es un asunto sicobiológico que solamente puede comprenderse viviendo en un lugar donde las horas no tienen sentido para acrecentar el sufrimiento; donde no existe mañana, ni tarde, ni noche; donde el dolor y la angustia no tienen casillas en el tiempo, porque éste se ha borrado para que existan el dolor y la angustia, a todas horas, entremezclados, por así decirlo, con la comida o las diversiones de los mismos verdugos.

La mente se va vaciando, se va haciendo tan blanca como la pared que está enfrente de uno, y entonces ellos comienzan a escribir allí lo que quieren. ;,.

—El General era muy bueno... tal vez vos no lo conociste, pero decime ahora francamente, ¿qué daño te hizo para que lo mataran como a un perro...?

Y uno se siente inclinado a pensar que quizá ellos tengan razón, que el hombre que ordenó la represión de la mina La India en que murieron cientos de campesinos, era

bueno; que el que abrazó a César Augusto Sandino horas antes de mandar a fusilarlo, era bueno; que el que había mandado a quemar los cadáveres de Adolfo Báez Bone, de Pablo Leal, de Agustín Alfaro, de José María Tercero, era bueno... ¿por qué no iba a ser hombre bueno, como todos los demás, aon hijos, con nietos, con preocupaciones familiares... ? ¿Es que no se. oía desde el "Cuarto de Costura" el trajinar de las vajillas, la tosesita tranquila del que comienza a leer el periódico del día, o la voz fuerte de alguno de los hombres de la familia, pidiendo una taza de café a Pablito, un mesero que sirve el bar de la Casa Presidencial contiguo al "Cuarto de Costura"?

La misma promiscuidad de aquellas escenas, separando lo terrible de lo familiar por el delicado vidrio de una ventana, eran un argumento. Porque ya cuando la mente se ha tornado incolora, desteñida, sólo hay cabida en ella para captar esas escenas tan oomunes en la casa de cual-quier familia. Sí, ¿por qué no iba a ser bueno el General...?

Los trajes recién planchados de Anastasio Somoza Debayle pasaban en manos de los "valets" cerca del "Cuarto de Costura"; las estrellas de coronel bien pulidas y puestas ya sobre la camisa, sobre la piel kaki del hijo menor de la dinastía, que dirigía la tragedia con maestría y despreo-cupación; él llegaba únicamente en los momentos culminantes, en los instantes en que su presencia era requerida porque el termómetro que medía el doblegamiento de la persona sujeta a la tortura, daba la medida.

En el cuarto entraban y salían, casi en puntillas, personas que hacían otras diligencias, "equipos de torturadores que tenían a su cargo a diferentes personas, siempre bajo la vigilancia estricta y máxima, del hijo menor de la dinastía.

Page 38: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

70 38

Un día, o noche, (da lo mismo) llevaron al doctor Enóc Aguado; allí, ese caballero de 74 años de edad, hombre de una lucha política auténtica y libre, que había sido vicepresidente de la República y presidente de la Corte Suprema de Justiaía, pasó muchas horas de pie frente a ¡a pared blanca que en ocasiones pasadas recogió los alegres comentarios de las costureras que preparaban bodas o fiestas palaciegas.Desde el sitio en que yo estaba, con la frente aplastada contra la pared, lleno de recuerdos, escuché el diálogo: —Ahora vas a ver, viejo asesino —dijo el sargento. —No, hombre —respondió el preso—■, no le digas así a una persona honrada.

Y las frases del anciano se perdieron en el ruido brutal y característico del forcejeo en que suena como chatarra innoble toda la indumentaria militar; golpes metálicos de yataganes chocando contra las paredes, e injurias cada vez más subidas de. tono.

El doctor Aguado había sido candidato a la presidencia de la República allá por el año de 1948; ganó las elecciones a la redonda contra el candidato puesto por Somoza, pero el Tribunal Electoral invirtió las cifras, y el Dictador se burló de todo el pueblo. Recuerdo muy bien que esa vez, y el día mismo de las elecciones, Somoza, al ver la inmen--sa cantidad de gente que apoyaba a su rival y que le silbaba mientras él recorría los cantones electorales de Managua en un automóvil blindado, sacó las manos por la ventanilla del carro, cerró los puños e hizo un par de higas, la "guatusa" como dicen en Nicaragua, la innoble guatusa producida por un presidente dispuesto a burlar a su pueblo, como burlaba en los juegos de azar efectuados en la plaza de San Marcos, a los amigos de su juventud.Aguado perdió la presidencia, pero no la dignidad. Por eso fue que cuando, llevado en el torbellino de las torturas de la Casa Presidencial ante un foco

que deslum-

bró sus ojos,' y enfrentado al hijo del hombre que le había arrebatado el poder ganado en los comicios, tuvo una contestación digna de los viejos romanos.

—Te voy a mandar a matar —le dijo Tachito.—No dudo que podas hacerlo, porque para ustedes eso es muy fácil,

pero te va a costar mucho justificar mi muerte.

Después de varios días en el "Cuarto de Costura", me condujeron a un pequeño baño donde estaba instalado el foco eléctrico. Allí; sentado en una banqueta de madera y rodeado siempre de paredes estrechas, pasé veinticuatro horas frente a una potente luz colocada a escasos diez cen-tímetros de los ojos; es una luz quemante, caliente y blanca como el sol.

Comienza uno por sentir dolor en los ojos; luego éste se pasa a la cabeza, y después desaparece para dar lugar a una especie de liebre, que sube desde los pies e invade plácidamente todo el cuerpo.

Los interrogatorios continúan por medio de oficiales del Ejército que se turnan una hora cada uno, y se presentan al sujeto que es'ú en ''tratamiento", de diversos modos. Unos son violentos, ctrus indiferentes, y hay también los "amigos" que tratan dt ayudar en ia desgracia, y que re-pugnan de esa clase tic 'investigación".

Estos últimos son los más peligrosos, porque aunque parezca mentira, el que está padeciendo la luz y ha padecido antes los otros sistemas, se

encuentra oasi con la mente desquiciada y puede en algún momento sentir hasta ia necesidad de seguir los consejos de su nuevo amigo.

El tiempo se hace eterno y el ablandamiento de la persona llega a un extremo tal, que ya no puede coordinar sus ideas; el sentimiento de culpabilidad, que los especialistas graduados en instituios criminológicos logran inducir en el sujeto que está bajo el tratamiento es tal, que éste se siente malvado y sin fuerzas para protestar. Llega.

Page 39: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

39 73

un momento en que todos los raciocinios que le hagan parecen tener validez lógica y ser aceptables; además, hay un gran argumento:

—Hombre, salí de una vez de esto, decí lo que nosotros ya sabemos, y después arreglas las cosas en el camino. ¿No ves que de aquí no puede salir nadie sin decir algo... ?

Cuando eh el interior de aquella víctima, que ya no es nadie, se produce la debacle y comienza a inventar mentiras para salvarse, hace una inevitable aparición el coronel Somoza Debayle, esta vez sonriente y comprensivo, como el niño que llega a verificar un importante hallazgo de juguetes.

Entonces es que dice él en el lenguaje del hampa, que uno ha comenzado... a "cooperar".

X

EL JARDÍN DE LOS LEONES

ít La Casa Presidencial de Managua está situada sobre una loma elevada que domina toda la ciudad. Su altura, a varios centenares de pies sobre el nivel del mar, hace que el clima, sobre todo en la mañana, sea bastante fresco y ventoso, principalmente en los sitios descubiertos, carentes de construcción.

Los detenidos que estaban sometidos a interrogatorios y torturas en el "Cuarto de Costura", lograban de vez en cuando salir al pasadizo del garaje, las más de-las-veces para dar lugar al examen urgente de algún recién llegado, o para desalojar el sitio, donde los torturadores tenían también frecuentes conferencias.

Debido a una de estas razones, un día amanecí yo sentado nuevamente en el mencionado pasadizo, que ya co-

nocía por haber estado allí la noche de mi primer interrogatorio.Cuando me llevaron a ese sitio todavía era oscuro, pero

gradualmente las sombras de la madrugada se fueron disipando. Mis ojos comenzaron a distinguir, primero, los contornos exuberantes de un florido jardín, y luego, las figuras encapotadas de los custodios de la Casa Presi-dencia!, paseándose lentamente entre los pequeños arbustos, con sus ametralladoras terciadas a la espalda. Caminaban como quien no quiere pisar el suelo, iban de un lado a otro y se ocultaban Iras el pequeño boscaje, identificándose a veces con silbidos, o haciendo al encontrarse breves comentarios que apenas llegaban hasta donde yo me hallaba sentado. Había algunos entre ellos que producían, haciendo chasquear la lengua contra el velo del paladar, una nota breve y musical. Posiblemente ponían en práctica una forma de comunicarse o ensayaban un juego. El chasquido se hacía una cadena, dilatándose sobre el jardín en una grata telegrafía que me sirvió durante breves instantes de inocente pasatiempo.

Era un jardín hermoso. Un jardín como cualquier otro, en cuyo oentro había una piscina de agua cristalina y fondo celeste; vergel florido, rodeado de alta cerca y Heno de toda clase de plantas, cuidadas con esmero, y delicadeza. El césped era mullido, verde, brillante, y en la mañana en que yo lo descubrí, aparecía cuajado de gotitas de rocío.

Con la madrugada fresca y ventosa iban surgiendo poco a poco murmullos de toda clase: primero gorjeos de pájaros, después el cariñoso ronroneo de los palomos machos, luego el estridente chillido de un mapache...

Yo evocaba algo de ese jardín, pero era un recuerdo muy fraccionado, pues se asociaba a un anuncio aparecido en el diario de los Somoza, y en el cual se ofrecía una gratificación a quien diera noticia del paradero de unas lapas

Page 40: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

74 75

(guacamayas) azules que Getulio Vargas, dictador y presidente del Brasil, había regalado a la familia gobernante. Hada más... pero aquella mañana de octubre comencé a escuchar notas que deformaban la sinfonía producida por las aves que ordinariamente pueblan los jardines de las ca-sas elegantes; notas que desentonaban dentro del cuadro de aquel vergel lleno de rosas y de pequeños arbustos recortados por la mano conocedora de un buen jardinero, porque la tranquilidad de la mañana y el paso silencioso de los guardias era interrumpido por desacompasados rugidos.

Sí. Rugidos. Y la fatigosa imaginación del hombre que ha pasado días enteros sin dormir, con el cuerpo adolorido y el alma empequeñecida por tantos esfuerzos y humillaciones, comenzaba otra vez a funcionar rápida, velozmente. ¿Seria posible... ?

Por entre las hojas de los arbustos abiertos al viento fresco que azota Tiscapa en la mañana, me llegó la primera noticia. Puedo recordar el despertar que tuve como el que imaginan quienes hacen esos cuentos delicados en que juegan papel importante los encantamientos, como el que presiente el niño cuando en las noches de aquellos torrenciales aguaceros nicaragüenses, pasados en una finca durante las vacaciones, se va a la cama pensando en el jardín de "La Bella y la Bestia". Porque aquel lugar en donde mis fatigados ojos se estaban despertando a la luz después de varios días de insomnio en la oscuridad,- era un jardín zoológico en donde había hombres encerrados en jaulas junto, con fieras.

Dos Icones africanos que regalara a Nicaragua el presidente Castillo Armas, de Guatemala, una pantera negra con el cuerpo lustroso y delicado caminando con el ritmo afelpado de una serpiente; tigrillos, avispados mapaches que corrían dando vueltas alrededor de los troncos bien cuidados en un nervioso forcejeo por zafarse la cadena que los aprisionaba; guardatinajas y guatusas en pequeños re-

/!■

ductos, escondiendo afanosamente la comida en hoyitos bien cubiertos, para no dejar rastro de ninguna clase, y también, como un contraste que sí rimaba con las flores y el césped bien cuidado, pájaros y palomas arrullando, gorjeando, llenando el aire de romance y de canción.

A través de los barrotes de la jaula más lejana al sitio en que me habían colocado bajo la custodia de un soldado, vi un'par de zapatos blancos caminando entremezclados con las zarpas enormes de un león. Pezuñas y pies movíanse de un lado a otro pausada y rítmicamente.

Andaba el león y andaba también el hombre. Hombre y bestia en celdas contiguas, en la misma jaula, dividida únicamente por delgados barrotes, hermanados ambos, la inteligencia y el instinto, en un cuadro indescriptible, tras el mismo cerrojo.

Sí, había un hombre con el león, y cada vez que yo me frotaba los ojos para constatar si no se trataba de una violenta alucinación, lo veía con más claridad, pálido, sucio, barbudo, cubierto con los restos de un pijama que debió haber sido verde, y calzado con unos zapatos blancos de hule.

Después, cuando ya el sol tomó posesión de todos los rinoones del jardín, fui descubriendo a los otros hombres. Sentí en el alma la aguda sensación de encontrarme frente a un espectáculo que en mi imaginación ya había sido superado por el tiempo transcurrido entre el florecimiento de los coliseos romanos y el siglo de progreso que vivimos.

Lo que yo estaba viendo ahora, era como abrir nuevamente una página de la historia antigua, como vivirla en una experiencia arrebatadora, como retornar de pronto por arte de la alquimia sicológica, a una civilización superada por el mundo y empastada ya en los anaqueles polvorientos de una biblioteca.

Además del hombre que acompañaba al león, habla otros dos, metidos en la jaula de la pantera, dos má¿ en

Page 41: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

7677

el corredor en que me hallaba yo, y otros al fondo del jardín, inmóviles como estatuas blancas, como seres momificados por la escasez de alimentación y por la abundancia del sufrimiento.

Estaba yo en el jardín zoológico privado de la familia Somoza; era parte de la nueva familia de la familia So-moza, que vivía allí, junto con ella, en una promiscuidad de dolor e intereses vitales increíble; revuelta con sus criados, con sus guardias, con sus leones y sus panteras: unos buscando el poder y la venganza, otros la paga por sus servicios, y los últimos, animales y presos, buscando por instinto, o por inteligencia el modo de subsistir, simplemente.

El trato era igual, las jaulas habían sido hechas con varillas de construcción y tenían cada una varios compartimentos, planeados con el objeto de meter animales de diversas especies, sin que tuvieran problemas entre sí. Por eso fue que cumplieron su cometido cabalmente durante los meses de octubre y noviembre, y pudieron alojar a un hombre junto con un león o en la peligrosa vecindad de una pantera.

Había, además, pasando la piscina y el césped, dos pequeños baños que la familia usaba, según versión de los guardias, cuando se daban grandes festivales o recepciones. Ellos explicaban que los había construido el General, y en ausencia del dueño recién muerto, eran usados como celdas adicionales para los prisioneros que no cabían en las jaulas.

Los leones y demás animales comían carne fresca y abundante; los prisioneros arroz y frijoles; los prisioneros eran sacados dos veces al día al inodoro veaino, y tenían a su disposición una paja de agua que había en el jardín; los leones hacían sus necesidades fisiológicas en las' jaulas y eran bañados regularmente todos los días con una maa-

güera que el jardinero, a quien decían "Juaritos", conectaba con la paja.

Allí estuvieron con los leones Ausberto Narváez, Julio Velázquez, Clemente Guido, Edwin Castro, y en los baños (por lo menos en mi tiempo), el doctor Enrique Lacayo Farfán, Abelardo Baldizón Araúz, Hernán Robleto hijo, Horacio Ruiz, y otros más. Decenas de hombres pasaron ratos, días y hasta meses, hermanados con leones, panteras y tigrillos, en el jardín mismo de estos modernos Borgia, quienes a la hora de salir a la calle precedidos del inmenso tren de guerra que invariablemente los custodia, pasaban frente a las jaulas sin inmutarse, pálidos, inalcanzables, sumidos en una indefinible frialdad en la que se adivinaba el goce de la venganza yel orgullo^ monstruoso de sentirse más fuertes.

Frente a las jaulas do los animales solían caminar el actual presidente de la dinastía, Luís Somoza, y su hermano Anastasio, con sus esposas, sus familiares y sus hijos. Desde el fondo del jardín en donde estuve recluido, en el baño más cercano a la jaula de los leones, vi salir de la escalinata lateral del palacio de Tiscapa a toda la familia extraordinaria, y vi entrar más de una vez a sus inocentes niños, llevando sus muñecas y sus juguetes, casi frente a las jaulas donde el hombre vivía junto a la fiera. En más de una ocasión, pequeños visitantes, hijos de la servidumbre del palacio, pasaban frente a nosotros reflejando en sus caritas infantiles una mezcla de pena y de sorpresa causada por el espectáculo.

Ministros de Estado, oficiales del Ejército, embajadores como el yerno de. Somoza, Guillermo Sevilla- Sarasa, c caballeros como el embajador Tbomas E. Whelan, platica-ban en el salón que da al oeste de la Casa Presidencial, frente a los leones y a los hombres sucios, barbudos y semí-desnudos, que vivían allá en el suelo de tierra de las jaulas, sin más cobija que un saco de bramante, mientras los

Page 42: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

78 79

causantes de una venganza que se ejercía contra culpables e inocentes en una forma medieval, regresaban de los ofi-cios religiosos en donde se oraba por el descanso del alma de Somoza, y pasaban frente al espectáculo que describo, con los libros de misa en la mano,

Y los leones también cumplían su misión de terror.Fue así cómo a un muchacho dé nombre Pablo Dubón, a quien

quisieron utilizar como testigo para condenar al doctor Enrique Lacayo Farfán, lo llevaron una vez al jardín y le abrieron la puerta principal de la jaula, la auténtica puesta que no daba al compartimento contiguo, sino al propio en que estaban los animales. Y cuando el hombre electrizado de pavor gritó y dijo estar dispuesto a declarar cualquier cosa para no entrar como los cristianos al Coliseo, los esbirros cerraron la puerta y llamaron al coronel Somoza, que dijo:

—Entonces vení, pues. Me vas a desenmascarar a

tu tío.Debo advertir que entre el doctor Enrique Lacayo Farfán y Pablo

Dubón existe un parentesco, y que el último, estudiante de medicina, había visitado al pTimero seis meses antes del atentado a Somoza, con el objeto de pedirle una recomendaaión que hiciera posible sus estudios en la República de El Salvador.

En esa ocasión, al despedirse Dubón del doctor Lacayo, se ofreció para llevar cualquier razón de éste a los exilados nicaragüenses que se encontraban en aquella República. El médico le observó, entonces, simplemente, como lo pudo haber hecho cualquier nicaragüense bajo esta dictadura:

—Deciles que aquí no se puede hacer nada contra el régimen y que tal vez ellos puedan hacen algo. —Observación abstracta, como se ve, quizá hasta subconsciente.

Fue una frase tan simple y tan general, que al regreso de Dubón de El Salvador, efectuado como un mes antes del

atentado contra Somoza, ni siquiera se refirió a la encomienda, cuando visitó al doctor para hablarle nuevamente de sus asuntos profesionales. Tampoco el doctor Lacayo Farfán le reclamó nada. Ambos la habían olvidado.

Pero el doctor Lacayo Farfán era un hombre señalado por los Somoza, entre otras cosas, porque su gran popularidad lo había colocado como un digno y peligroso candidato a la presidencia de la República, en caso de que se efectuaran elecciones libres. Era un médico muy querido de todo el país, un'Verdadero mártir que había sufrido dos años de cárcel y que cuando se verificó el atentado, tenía únicamente tres meses de gozar de libertad.

Anastasio Somoza Debayle encontró suficiente pie en la breve frase arrancada a Dubón, para tejer una maraña de complicidades, y hacerla constar en el proceso, con la ayuda de los leones de su jardín.

Dubón fue poco a poco colaborando en la tergiversación de la verdad. Su terror creciente fue desfigurando las frases, desde la expresión simple y clara de lo que había oído, hasta una tremenda acusación concreta que hundió al médico.

El mismo proceso relata-la historia, resumida textualmente, en las siguientes preguntas y respuestas:

Pregunta hecha a Dubón, N° 6.— ¿Le dio a usted algún encargo el doctor Lacayo Farfán para que lo llevara a El Salvador. . . ?

Respuesta. — El me dijo que no licuara ningún papel porque era expuesto, pero que hablara con los exilados y que procurara comunicarme con Joaquín Cortés, para lo cual me dio una contraseña para que tuviera confianza en mí. La contraseña era: que se acuerde de la noche en que estuvimos entrenando donde Faustino Avellano. Con sólo eso, él va a tener confianza en vos. Después me dijo que otro con quien podía hablar era con Noel Bermúdez,_y si

Page 43: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

80 81

mal no recuerdo, me recomendó decir a Adolfo Alfaro que aquí no se puede haber absolutamente nada, que todo depende d e ellos, del exterior, lo que ellos puedan hacer en cualquier forma. M e recomendó también que no trajera a mi regreso ningún papel, ni ninguna cosa que me fuera a comprometer, y que sólo hablara con los ya mencionados, pero que tuviera cuidado con los exilados no reconocidos, sobre todo que hablara con Joaquín Corten y con los que él m e indicó, que con esos podía hablar. Era un intercambio de ideas entre los exilados y nosotros; todo eso fue antes de irme, antes del 7 de marzo, y se los dije hasta a los varios días de haber llegado, cuando me instalé y comencé a conocer gentes de allí.

Pregunta N p 11.— ¿Con qué persona se comunicó usted después d e su regreso a El Salvador. ?

Respuesta. — Al único que visité fue al doctor Lacayo Farfán.

Pregunta N? 12.— ¿Quiere decir qué le comunicó al doctor Lacayo

Farfán . . . ?Respuesta. —- N o le comuniqué absolutamente nada de lo

relacionado con El Salvador, sino todo lo concerniente con mis estudios d e anestesia. M e estuvo preguntando so-bre los métodos que aprendí y que si iba a trabajar en el Hospital.

Pregunta N° 15. — ¿Cómo se explica usted que habiendo llevado una razón del doctor Lacayo Farfán para Joaquín Cortés, no le haya el doctor Lacayo Farfán preguntado sobre si dio la razón al señor Joaquín Cortés. . . ?

Respuesta. — Es lógico, pero resulta que no era propiamente una razón la que mandaba, sino que le dijera a Cortés que hablara con algunos exilados. Ahora, como Cortés no me diera ninguna razón concreta, no me interesó esto ya en absoluto, por lo cuál nunca hablé con el doctor Lacayo Farfán del asunto,

Hasta allí no habían entrado los leones.Hasta ese momento el sufrimiento del detenido únicamente lo había

impulsado a exagerar un poco la verdad, a inflar la noticia de 1? razón del médico a San Salvador, pero sin comprometerlo directamente.

Después de cincuenta y tres preguntas más y ya cuando Anastasio Somoza Debayle había formulado las exigencias que le convenían cegado por el odio hacia un hombre público que podía obstaculizar la herencia del poder que legara su padre. Dubón dijo:

Pregunta N? 59. — Explique con más detalle la reco-'mendación que le dio Lacayo Farfán para el ex teniente Joaquín Cortés, c>¡ El Salvador...

Respuesta. — Pues dijo, que como ya aquí no se podía conseguir nada, la única esperanza era, que vinieran de los exilados, ya sea un grupo o un atentado como el del 4 d e abril, o bien que mandaran a una persona para acabar con la vida del señor Presidente . . .

Pregunta 60.— ¿Confirma el testigo en su coníes-tación anterior, que Lacayo Farfán le d i j o "o bien mandar a una persona d e El Salvador, para quz viniera a acabar con la vida del señor Presidente...?".

Respuesta. — Sí señor, lo confirmo, eso me dijo.

La confesión estaba completa, pero como todas las cosas que son falsas, sus contrasentidos habían quedado asentados junto con ella.

¿Cómo podía explicarse esc cambio repentino y violento en el lapso que separa cincuenta y tres preguntas ... ?

Sólo imaginándose la escena de un hombre arrancado del hogar para ser llevado luego de cruentas torturas hasta la imagen más moderna del Coliseo romano: el jardín zoológico de la familia Somoza.

Allí, en ese lugar bien cuidado de los jardineros, las mañanas eran plácidas y tranquilas: llegaba una camioneta

Page 44: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

82 83con la leche de la Casa Presidencial. Por una puerta lateral contigua al "Cuarto de Costura", entraba a veces una buena provisión de hielo, los trajes de la familia eran conducidos hasta los salones desde el sitio de la servidumbre, y la jefa de cocina pasaba en una camioneta azul acompaña-da de un sargento. Todo era normal mientras los dueños de la casa terrible no daban señales de vida.

A mediodía comenzaban las visitas de los políticos aue hacían espera en el salón abierto que da al Oeste, y desde donde se domina Managua. Llegaba Mr. Gavin, un técnico norteamericano que trabaja para el Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua, llegaban diputados, ministros y 'em-bajadores, todos callados y tranquilos.

En la tarde, se notaban los primeros síntomas de que el "trabajo" iba a dar comienzo, y de las seis en adelante, cuando los clarines del cuartel dejaban ir sus notas para indicar que se arriaba el pabellón, se encendían todas las luces y comenzaba a vivir uno más cerca de los Somoza.

Sí, más cerca, porque entonces se abrían las jaulas, se desperezaban'los goznes de las puertas de los baños, salían los prisioneros y se escuchaban los ecos de los interrogatorios brutales y las carcajadas de los vigilantes y esbirros.

Todos los días, todos los días, hasta las dos o tres de la mañana.Vivir allí fue una experiencia tan terrible, que cuando todos los que

habíamos conocido el lugar éramos llevados meses después ■ a la Sala de Audiencias del Consejo de Guerra que nos juzgaba y pasábamos en camiones frente a la entrada del jardín de los leones, rezábamos.

Sentía uno como si el camión pudiera detenerse, como si alguien lo pudiera arrebatar del asiento para meterlo otra vez a la jaula, o al baño, para vivir una nueva temporada en la intimidad de los Somoza.

Recuerdo que Ausberto Narváez, después de un mes de estar allí, me-dijo:

-r-¿Sabés,. Pedro? En la ¿aula mía había un tigre, y dicen los guardias que murió del hedor que producían los leones, -

Y era cierto, como también es, que un hombre puede morirse del mal olor que produce el alma de quienes ponen a sus semejantes en un nivel inferior al de los animales.

XI

EL POZO, Y LO DEMÁS

f A mí nunca me llevaron al "pozo", pero conozco el ri tual porque he vivido meses con personas que han ido a él.

El pozo es una pieza suficientemente profunda como para ahogar a un hombre, sobre todo si lo meten en ella respetando las normas que usan los especialistas en la materia.

Uno de los principales conocedores de la técnica es, según testimonio de todos los que han estado en el pozo, el teniente Carlos Malespín.

Entre otros que recuerdo, fueron al pozo los doctores Enrique Lacayo Farfán, Francisco Frixione, Doro Real, Alonso Castellón y muchos más.'

Cuando las llaves suenan después de las ocho de la noche en un calabozo de la loma de'Tiscapa, y el oficial que abre la puerta le dice a uno:

"DESNÚDESE", —quiere decir que va al pozo.El que se desnuda, camina por un pasillo comunicado con una

escalera que da al patio, hasta que le ordenan detenerse y le pasan un mecate por las muñecas y otro por los tobillos.

Page 45: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

84 85

Entre un mecate y otro, amarran un tercero que sirve para bajar al pozo a la víctima, o para izarla cuando se está ahogando, y una vez concluida la operación, comienzan a convencerlo con buenas maneras de que es mejor decir, "cooperar", como dicen ellos, porque de lo contrario... en el pozo puede ahogarse.

Y lo ahogan, sí. Lo ahogan una y otra vez; lo zambullen atado de pies y manos empujándolo de la cabeza, hasta que las burbujas de agua se hacen cada vez más pequeñas, y el movimiento del cuerpo que se resiste a sucumbir, cesa.

Es la muerte misma, porque seguramente cuando la gente se ahoga por un accidente, ya no siente nada después de eso. ¿Qué otra cosa puede sentir... ?

El mundo se deshace en un pequeño chapoteo de agua turbulenta y sucia, los ojos se cierran y la mente se nubla definitivamente como ocurre con el éter aplicado en ía mesa de operaciones; se ven círculos concéntricos innumerables, se siente una presión inexplicable en todo el cuerpo, hay un último espasmo, un salto que no llega a producirse por la impotencia física en que está el cuerpo, una ansiedad espantosa que es la asfixia, y todo termina; pero no, no termina.

Es como morirse y resucitar para volver a morir. La desesperación de la asfixia que se produce en unos dos o tres segundos, hace que este lapso se extienda a toda la vida; los hijos, la esposa, la madre... todos están allá en el hogar, tan lejos como la infancia y la adolescencia, que corren frente a los ojos del moribundo er. una cinta cinematográfica apresurada, frenética y loca. Y en medio de todo, el recuerdo, de Dios, y la invocación de sus santos ... ¡Mamacita!, se oye gritar de lejos. ¡Dios mío! ¡Virgen del Carmen!, y las voces claras de estas alusiones cristianas se ahogan junto con la víctima en el murmullo del agua que

eMra por los pulmones que Lan cedido a la presión, y se han abierto ya, como una válvula muerta.

El chapoteo áel agua "corta toda expresión de vida y el lejano sonido de un motor eléctrico sostenido en explosiones pausadas y graves, enturbia la atmósfera hasta que se hace el silencio absoluto.

Sacan al hombre exánime. De sus labios amoratados ya no brota expresión de ninguna clase. Sus miembros están flaccidos y las cuerdas con que lo han atado, tensas . . . Se ha desmayado, prácticamente ya lia muerto, pero estos vivientes malignos tornan a despertarlo de un sueño que mejor hubiera sido eterno, le dan aire, le hace respiración artificial, lo reviven, en una palabra, con el único objeto de matarlo nuevamente.

Juegan así con la existencia y matan a un hombre muchas veces durante una sola noche, para encontrar como avaros que buscan el tesoro de la biología humana, la piedra escondida del pensamiento, y arrebataría entera, para que vaya a engrosar los cofres del tirano.

Matan el cuerpo para poder con más facilidad apoderarse de su dueña que es ía mente; asfixian para tomar entre sus manos la inteligencia y escribir con ella lo que quieren.

Los "científicos", los que se han especializado ya en esa escuela del sadismo y saben hasta dónde se puede hacer sentir a un hombre todo 'el dolor de la muerte sin matarlo, siguen después preguntando en un lenguaje natural y sencillo, como haciendo ver que no ha pasado nada, como demostrando que actúan por juego, por broma, con hombría:

—¡No aguantas nada vos, hombre! ¿Cómo dicen que ustedes son "perros" a ía zambullida . . . ?

Y luego, mientras fuman, o mientras platican como quien no quiere la cosa, siguen el camino trillado de su

Page 46: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

86 87

sistema, de su convencimiento que tiene todas las gamas de la estrategia intelectual.

—Decí hombre, decí... después es peor.

También el pozo, como digo, está situado en la Casa Presidencial, y aunque raras veces aparecen por sus contornos los miembros de la familia, cuando no llegan, tienen el cuidado de informarse por teléfono de cómo va el tratamiento, y averiguar tantos detalles, que luego los usan personalmente como argumento en los interrogatorios. Porque lo que uno dice en el pozo, o en el "Cuarto de Costura", no tiene quizás valor para los juicios militares que hacen los Somoza, pero sí es válido para la convicción que la familia se forma de los reos, y además, es obligación de éstos repetir exactamente al tribunal lo que dicen en el pozo... porque si no, vuelven al pozo.

Operaciones de esta clase se dilatan a veces varios días, divididas como es natural en "sesiones" que se distribuyen ni más ni menos como las de una clínica donde se consulta a un médico.

Los hombres que bajan al pozo van al tribunal militar y vuelven a bajar al pozo, durante noches enteras de increíble dedicación, hasta que se establece la "verdad", que vale lo mismo que decir, lo que piensan los Somoza que uno está obligado a declarar.

Cuando regresan, llegan inflamados. Los cordones con que han sido atadas las manos y los pies, se encogen por el agua, y las extremidades se hinchan; el cuerpo, sometido a un tratamiento de asfixia constante, está soplado, el vientre se abulta y pasan horas enteras haciendo deposiciones o vomitando.

Ese es el pozo, y además de él existen otros recursos, como una máquina eléctrica que se acciona con un magneto de avión y tiene dos polos en forma de anillos aplicables a los dedos de la mano, tos cuales dejan pasar una

corriente que de un solo golpe saca todo el aire de los pulmones, hace contraerse los músculos y produce un grito lóbrego y continuado que se oye claramente a muchos metros de distancia.

Al día siguiente, las personas a quienes se aplica esta "electro-terapia" aparecen con el cuerpo amoratado y los músculos tan cansados que no pueden sino estar tirados en un camarote... o en el suelo, porque a veces sólo éste sirve de lecho.

Además del pozo y la electricidad, los Somoza usan el innoble expediente de atar los testículos de sus prisioneros aon un fino mecate de manila, hacer un nudo corredizo y tirar bestial o delicadamente de él, hasta refrescar la memoria de los que no quiern hablar, o excitar la ima-ginación de los que no saben nada.

A Jorge Rivas Montes, asesinado en las cárceles de Managua mientras se escribía el presente libro, le hicieron eso en el año 1954, y contaba él a sus compañeros de prisión entre los cuales me encontraba yo, que el propio Anastasio Somoza Debayle le puso un pie sobre el pecho para que el encargado de la manila, la halará con más eficiencia y comodidad.

. Los gritos de dolor se escuchan en las celdas de los demás prisioneros y los perros de la Casa Presidencial aullan cuando torturan a los presos. Es un detalle curioso que confirma la legendaria posición de este noble animal, tan amigo del hombre y siempre tan humano, más humano a veces que los hombres mismos.

La bondad de algunos de los que forman el equipo de tortura, se manifiesta lejanamente por algún comentario temeroso, o en una mirada, una lánguida mirada que es lo más que pueden dar.

A veces también después de una sesión muy violenta, los mismos esbirros (posiblemente algunos tan deprimidos como sus víctimas), regalan pastillas para dormir, o un po-

Page 47: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

88 47

co de café negro, eso sí, siempre y cuando las cosas estén sucediendo a regular distancia del hijo menor de la dinastía.

Éste último fue capaz de decir a un hombre que a pesar de estar destruido por la tortura se negaba a confesar una palabra:

—Si no hablas voy a traer a tu esposa. Ya mandé a arrestarla.—¡Pero si tiene tres días de operada, si acaba de dar a luz un

niñito...!Y Anastasio Somoza Debayle, despreciando la angustia, el dolor y la

dignidad que debe representar para cualquier hombre la situación de una mujer recién alumbrada, y de su esposo prisionero y torturado, le dijo:

—¡CON MAYOR RAZÓN ...! ¡HABLA PUES!

XII

LA PRIMERA VEZ

fl La primera vez que fui llevado a la Corte de Investigaciones referí la verdad; pero jamás pensé que la verdad fuera a perjudicarme. Al contrario: creí, además, que di-ciéndola, mi testimonio se tomaría como era natural a favor de mi amigo el doctor Francisco Frixione, ligado a mi "caso" por una conversación intrascendente tenida como seis meses antes del atentado a Somoza.

Más aún, él había hablado lo mismo con otras personas y los Somoza establecieron a tal punto la inocencia de éstas, que las pusieron en libertad (si bien es cierto, luego de torturas crueles), unos tres meses después de la muerte del Presidente. Era notoria, pues, la discriminación ejercida contra mí.

La parte que podemos llamar "física" de una Corte de Investigación Militar en Nicaragua, está montada en un aparato que se mueve rápidamente al impulso de los So-

moza. Esta vez la Corte sesionaba en la casa de uno de ellos. Los teléfonos, instalados, apresuradamente sobre la mesa en que comían con sus hijos estaban en comunicación constante con las dependencias del palacio presiden-* cial, y los detenidos eran llevados hasta la Corte, después de que su tratamiento había obtenido el "visto bueno" de él.

Yo estaba en un baño del jardín de los leones cuando me llevaron a la Corte la primera vez. Me subieron a un jeep militar que rodó hasta la residencia de La Curva, palacio aledaño a la Presidencial, donde se levantaba el pro--ceso "legal" por la muerte de Somoza, y también, necesa-rio es decirlo, por cualquier otro cuento que tuviera ribetes subversivos.

Allí, frente a cinco militares entre los cuales estaba Pablito Rivas ocupando dignamente su papel de juez, comenzaron a interrogarme sobre el caso hasta que se aburrieron de hacerlo, sin sacar otra cosa que la verdad. Esta era:

Que hacía seis meses el doctor Frixione me había contado, que despidió de su casa a un sujeto que llegó a decirle que en El Salvador se planeaba un movimiento revolucionario en contra del Gobierno.

Las preguntas de la Corte, hechas aparentemente sin coacción de ninguna clase, pero teniendo como fondo el horrible recuerdo de las torturas recién sufridas y las amenazas para el futuro, fueron resbalando poco a poco sobre mi mente, en ese momento clara y firme.

Las secretarias escribían:—¿Sabía usted que se llevaría a cabo un atentado contra la vida del señor Presidente . . . ? —No señor.

—¿Le dijo a usted el doctor Frixione que en E l Salvador se fraguaba un movimiento revolucionario contra el Gobierno de Nicaragua. . , ?

Page 48: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

90 48

-nSí señor.—¿Sabe usted que los movimientos subversivos están penados por nuestra legislación...? —Sí, sé que están penados,

—Habiendo tenido usted conocimiento de que se planeaba un movimiento subversivo en- contra del Gobierno de Nicaragua y sabiendo que estos movimientos están penados por nuestra legislación, ¿quiere usted decirme por qué no denunció el hecho ante las autoridades compe-tentes ... ?

—En primer lugar, porque las denuncias no están en mi modo de ser, y en segundo lugar, porque no existía algo concreto, de modo que decir lo que tan ligeramente me habían referido, hubiera sido nada más ocasionar daños y Hacer confusión.

—¿Cree usted que un mandato de la ley contempla la posibilidad de su no observancia, considerando la manera de ser de las personas. . . ?

—Cuando hay una razón moral superior, si.—¿Tenía usted alguna razón moral superior para no denunciar el

hecho, el cual usted conocía. . . ?—La delación es inmoral.El planteamiento de la tesis era claro: Por Un lado estaba el

conocimiento fragmentario de un hecho que no implicaba delito alguno, porque equivalía a conocer la declaración de un hombre que había rechazado una propuesta subversiva. Por otro lado, Ja estructuración de un régimen en ouyo Código Penal se establece el instituto de la delación. Sólo había un camino que escoger, y el cual, por una casualidad, era precisamente el de la verdad.

Pero la Corte se impacientó, porque sus miembros no habían llegado seguramente a ese lugar para escuchar lecciones de moral, sino a tejer de algún modo la red que debía de llevar a la cárcel a los enemigos del régimen.

La confesión que estaba escuchando no servía para ese efecto.

Allí fue cuando el cesarismo de los Somoza, siempre llenos de ambiciones y complicaciones internacionales, se volcó sobre algo que tanto daño debía de hacerles posteriormente.

Se trató de complicar en la muerte de Somoza a la Sociedad Interamericana de Prensa; se intentó hacer aparecer al periodista norteamericano Jules Dubois implicado en el asunto; de hacer creer que el atentado y el fallecimiento del que se decía gran demócrata de América, íntimo amigo de Franklin D. Roosevelt y paladín anti-comu-nista del hemisferio, había sido una conspiración más que nicaragüense.

Recuerdo muy bien que fue el mayor Francesco Medal, gordo, soplado por la comida y la buena vida sedentaria, quien se repantigó sobre el sillón colocado a la derecha del presidente del Tribunal, para preguntarme:

—¿Sabía usted que el señor periodista Jules Dubois llegaría a Managua procedente del Sur, antes de las 24 horas después del atentado contra la persona del señor Presidente de la República . . . ?

—Tío señor.

—Usted dice en su declaración que había venido una persona de El Salvador para hacer contactos necesarios para un movimiento subversivo contra el Gobierno; diga usted si en alguna forma avisó al periodista Dubois que este movimiento iba a suceder, en vista de que el periodista Dubois llegó a Nicaragua antes de 24 horas después del atentado, y que a continuación d e su llegada el periodista Dubois hizo todas las gestiones posibles pidiendo su libertad . , . ?

— N o señor.

Page 49: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

92 49

Y las preguntas continuaron adelante sobre Jules Dubois:Que si yo le debía dinero, que si era cierto que se había entrevistado

con Hernán Robleto hijo, que si, yo sabía (como si la incomunicación en que estaba no fuera absoluta) que en mi casa le habían entregado a Dubois un cheque, etcétera, etcétera.

Definitivamente la Corte no podía encontrar nada que me acusara. Los argumentos del fiscal y las preguntas de los. jueces, entre los cuales estaba sentado el hombre a quien había visto yo una vez matar una perra parida a garrotazos, se fueron haciendo menos intensos.

Todo había salido mal, y por eso era necesario el otro expediente . . . un intento más en el "Cuarto de Costura".

Cuando la Corte dio por terminado el interrogatorio, se me informó textualmente que tenía el privilegio de ampliar mi declaración.

Un discutible y diabólico privilegio, que'significaba el refinamiento de la crueldad, y la última extracción de todos los recursos del ser humano, para llevarlo definitivamente a la condena.

Pñvilegio de ampliar su declaración. Así decía la fórmula de enjuiciamiento militar, herencia también de la ocupación efectuada en Nicaragua por la Infantería de Marina de los Estados Unidos, que dejó su código, pero no la estructura moral del pueblo norteamericano en donde se aplica.

Yo ya había estado en el "Cuarto de Costura". Los interrogatorios a que me habían sometido no estaban ausentes de tortura: la crueldad de lo;; Somoza hahía dejado ante el Tribunal, todo el acervo de educación que lleva el huellas fehacientes en mi cuerpo y en mi espíritu, pero hombre dentro del alma, me sirvió para mantener el espíritu alto y limpio.

No había confesado nada, porque no sabía nada. ¿Pero qué pretendían ahora notificándome que tenía el privilegio de ampliar mi declaración . . . ?

La tarde era soleada y sobre el Lago de Managua se pintaban hermosos celajes de colores. Tomé mi camino, y regresé al jardín de la Casa Presidencial cuando justamente daba la hora en que el espíritu de los Somoza se dispone al trabajo, al fatigoso trabajo de hacer sufrir a los hombres que viven prisioneros en su propia casa de habitación.

XIII

M I C O N F E S I Ó N

( | No recuerdo cuándo fue; pero el caso es que un día, y cuando el agotamiento mental me había dominado casi completamente, yo confesé en el "Cuarto de Costura" que seis o siete meses antes del atentado contra la vida de So-moza, el doctor Francisco Frixione me contó de la llegada de un desconocido a Nicaragua, al cual despidió de su casa de mala manera, cuando comenzó a contarle que viajaba haciendo "contactos" para un movimiento revolucionario.

No lo había dicho antes porque no lo recordaba, expliqué a mis interrogadores. Fue un incidente de esos que ocurren frecuentemente en Nicaragua; una conversación sin importancia que no entrañaba culpabilidad de ninguna especie, porque el doctor Frixione, al participarme el despido que había dado a un supuesto agente revoluciona-rio, estaba actuando dentro de la ley, rechazando su adhesión a la comisión de un posible delito, si es que constituye tal cosa el oir a un hombre que dice estar empeñado en hacer una revolución para derribar una dictadura.

Pero yo estaba contando ahora el caso, porque los que me interrogaban tenían ya noticias de él, y creí que al

Page 50: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

50 95

confirmarlo, no solamente dejaría de sufrir las vejámenes de que venía siendo objeto, sino que, al mismo tiempo, ayudaría a mi amigo.

Sí. Porque para una mente normal, la confesión de una persona que confirma el rechazo que da otra a una propuesta delictiva, no significaba más que una declaración testimonial a favor de ambas.

Pero estaba equivocado, terrible y duramente equivocado, porque apenas salió de mis labios el comienzo de la historia, se multiplicaron sobre mí los padecimientos, se intensificaron los interrogatorios y se echó mano de los más crueles recursos para hacerme decir más, más, siempre más, aunque yo no supiera sino únicamente lo que había contado.

El alborozo que provocó la noticia de que yo sabía "algo", fue inmenso; la crueldad de los Somoza saltó entonces ya sin reservas de ninguna clase, y las visitas de Anastasio Somoza Debayle al "Cuarto de Costura" se hicieron cada vez más continuas, más indispensables.

Día a día, noche a noche, minuto a minuto, cuatro a cinco hombres se encaramaban sobre mi mente cansada por la falta de sueño y mi cuerpo adolorido por el extenuante trabajo físico al que estaba sometido, insistiendo en hacerme decir... cualquier cosa que fuera.

—¿Quién era el hombre que' había hablado a Frixione ... ? ¿Dónde habían platicado ... ? ¿Qué detalles le había comunicado-sobre el plan de asesinar a Somoza...?

Pero yo no sabía nada, absolutamente nada, y por eso no,podía contestar a las preguntas. Porque la verdad se terminaba en unas pocas líneas, idénticas a las que dejo relatadas al comienzo de este capítulo.

Sin embargo, hubo uno de ellos que me obligó a firmar un papel, un inmundo papel en el cual, a pesar de decirse que yo había oído que se planeaba una revolución que incluía un ataque a la persona del Presidente, nunca

salió a luz en el juicio que se nos siguió después: un papel que permaneció siempre oculto y que jamás osaron presentar como prueba en contra de mi persona, porque ya fuera del "Cuarto de Costura", yo lo desmentí delante de los mismos que me lo habían arrancado en un momento de locura, de desquiciamiento mental. Un papel cuyo contenido nunca se me ha echado en cara y que yo soy ahora la primera persona en dar a conocer, porque, más que una vergüenza para mí, es una vergüenza para ellos.

En él se me obligó, como digo, a poner la frase "ataque a la persona del Presidente", y a pesar de que luché para no hacerlo, porque se refería a un hecho falso, mi humanidad se rindió durante un momento y la puse . . . Sí, la puse, pero después de haberlo hecho, lloré de rabia y tiré el papel a la cara de los mismos que me lo habían arrancado, acusándoles en público, en el propio jardín de los leones y frente al miembro de la Corte Militar, mayor Francisco Medah de habérmelo arrancado en un momento de locura y desesperación, provocado por las torturas.

El incidente, sin embargo, se hizo largo. Así tenia que ser, porque las garras de esa gente n o sueltan fácilmente a nadie, ni dejan escapar con tranquilidad el momento oportuno de hundir, de aplastar a sus enemigos.

Por- eso fue que cuando me trajeron de vuelta de la Corte de Investigación, donde rendí mi primera declaración hablando de la conversación simple que había tenido con Frixione, y sin mencionar para nada el contenido del papel, fui llevado de nuevo al "Cuarto de Costura".

Allí estaba el hijo menor de Somoza. Sus ojos despedían fuego, y agitando unos anteojos de marco negro en las manos crispadas me gritó:

—¿Con que te estás burlando de mí, verdad. . . ? Pero sabe una cosa; de aquí sólo la Providencia de Dios te saca. Y si con la declaración que rendiste ante la junta pen-

Page 51: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

51 97

sás resultar absuelto, sábelo bien... de la puerta de la cárcel no caminas tres pasos.

Y la cosa volvió a comenzar. Fue una nueva noche de sufrimiento indescriptible, de cansancio agotador, de sudores extenuantes que se terminaron con una advertencia:

—Mañana vas a ir otra vez ... y vas a declarar ESO . . .Y yo volví a la Corte de Investigación, una corte impúdica que sabía

muy bien lo que estaba ocurriendo, pero en la cual uno de los miembros no tuvo empacho en decir suavemente desde el momento en que yo crucé el umbral de la puerta:

—"Doctor Chamorro, hemos sabido que usted está deseoso de ampliar su declaración.

Fue una escena dura e inolvidable; él sonrió y yo levanté los hombros; miré a otra parte, y quise abstraer mi pensamiento, hacer que mi imaginación se fugara del lugar en donde la Corte estaba instalada, la casa particular de Anastasio Somoza Debayle, la mesa de] comedor principal de su palacio de la Curva, unos sillones negros, elegantes, y al fondo un cuadro de la "Ultima Cena" en plata repujada; vajillas, piso brillante de mosaicos sobrios, adornos que revelaban la existencia de un hogar y dos o tres mecanógrafas hermosas, todas con el semblante apesarado, afligido, avergonzado.

Volví en mí cuando el mismo hombre que había preguntado, dijo en

voz alta:—Señorita, copie... Ampliación de Declaración, por

favor.Entonces el fiscal dijo textualmente esto que copio del proceso:Pedro Joaquín Chamorro Cardenal fue llamado nuevamente ante

la Corte de Investigación, e informado sobre si tenía que hacer alguna ampliación a su declaración, dijo que sí, y al efecto declara. (Mi voz comenzó a sonar entrecortada y absurda, como ajena, como que fuera voz de otra

persona que hablaba por mí, para decir estas palabras, cuya construcción gramatical es bien reveladora):

—Voy a aclarar también que durante mi interrogatorio en la Oficina d e Seguridad, yo firmé un documento en que decía yo, según entendí l a noticia que me dieron de hace muchos meses, de un plan subversivo, comprendí un ataque al señor Presidente de la República. Eso es lo que firmé allí.

Entonces el fiscal militar, levantando la voz y aceptando como normal la desarticulada sucesión de frases que yo había dicho ante la mirada inquisidora de los que me habían amenazado, preguntó, para aclarar el punto:

¿Quién le d i j o a usted que el complot comprendía un ataque al señor Presidente de la República...?

Y yo contesté:— N o es exactamente que me lo hayan dicho, sino que yo entendí

eso.

La defensa, la humana defensa del hombre acorralado por el sufrimiento y la angustia, y acicateado por el recuerdo de la tortura y el temor de regresar al laboratorio de la familia Somoza, estaba todavía viva; pero el fiscal insistió en el punto:

—¿Quiere usted decirme quién le habló sobre el c o m p l o t . . . ?

—El doctor Frixione me habló sobre un movimiento revolucionario que se estaba gestando en El Salvador.

Y la palabra "revolucionario", como contraposición esencial a todo lo que fuera atentado, me salió del alma como sale un quejido, como sale la última burbuja de aire que uno tiene en los pulmones, en una nueva ofensiva por lograr mi salvación, que estaba en la verdad.

—Diga ttsted —recalcó el fiscal entonces, implacable y rápido— si de la plática sostenida con el doctor Frixione entendió usted que el complot implicaba el ataque al señor Presidente de la República..,

Page 52: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

52 99

—Dije que me "pareció" entender eso.Contesté yo, flaqueando en el extremo de la resistencia, en la última

raya que guardaba el santuario de mi personalidad de hombre digno.Las preguntas y las respuestas que he transcrito textualmente, revelan

el fondo verdadero del diálogo y la intención del interrogatorio. Yo era un hombre bajo amenaza y con la mente desquiciada por el constante supli-cio... y sin embargo, no pude confesar- lo que se pedía de mí.

Primero mis frases desarticuladas, después mis contestaciones con palabras evasivas como "me pareció entender", y "yo entendí eso", hacen saltar el dilema del hombre que se enfrenta a los extremos de perecer o mentir, y no quiere escoger ninguno de los dos.

Tan cierto es esto que en el propio Consejo de Guerra esta declaración inconexa, vergonzosa para los que la habían obtenido y fácil de destruir, no fue citada siquiera por el fiscal militar, quien sabía perfectamente bien cómo había sido arrancada.

Unos segundos después de ella, la Corte de Investigación volvió a llamarme al comedor de la familia Somoza Debayle, donde el militar que ocupaba el centro de la mesa, me dijo:

—La Corte de Investigación, habiendo encontrado por los. testimonios evacuados, que Pedro Joaquín Chamorro Cardenal aparece implicado en el asunto que se investigo, fue llamado a notificar a ese efecto, como parte interesada ante ía Corte.

Eso significaba en el mal lenguaje protocolario de los medio analfabetos jueces, que tenía que sufrir un proceso, y por lo menos desde ese momento en adelante, tendría derecho a nombrar abogado defensor.

Nombré mi abogado, y regresé al jardín de los leones con otros compañeros de infortunio.

En el camino sentí una relativa sensación de alivio y el pensamiento me hizo una delioiosa caricia... —Por fin, ¡vamos a poder dormir!

XIV

HUMILLACIÓN Y VIDA

f Dos o tres veces hice antesala en la Corte, instalada en una edificación de concreto, pintada de plomo, que llaman en Nicaragua La Curva, o la Residencia.

En esos días la casa se hallaba desocupada porque la esposa de Anastasio Somoza Debayle vivía en Nueva York, y él ocupaba, junto con el resto de la familia, las dependencias del palacio de Tiscapa.

La Corte, compuesta por cinco, militares entre los cuales había gente que jamás deseó hallarse en el compromiso de integrarla, y serviles que gozaron estrujando las leyes y persiguiendo a personas de cuya inocencia estaban bien convencidos, tenía la misión de hacer una especie de sumario con las declaraciones de los presos, para decretar, después de una audiencia pública, quiénes estaban "implicados" en el atentado que terminó con la vida de Somoza.

Este procedimiento, mal copiado del mismo que usaba por los años de 1933 la Infantería de Marina de los Estados Unidos, nunca ha sido aprobado por el Congreso de Nicaragua y, por tanto, no es ley de la República. Pero los Somoza lo aplican a sus enemigos civiles y militares, indistintamente.

El Tribunal trabajaba día y noche, y sus métodos siempre variaron de acuerdo con las necesidades y las circunstancias. Sus miembros usaban los automóviles de los prisioneros cuyas causas estaban conociendo, se enteraban

Page 53: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

53 101de las declaraciones obtenidas por la Oficina de Seguridad en el "Cuarto de Costura" de la Casa Presidencial, y las tenían sobre la mesa para irse ayudando en los ime-rrogatorios. Cuando estos documentos fallaban por alguna razón, la Corte pedía auxilio, y como entre ella y Anastasio Somoza Debayle había tale? comunicaciones que la última no podía disponer nada sin que aquél lo aceptara, el auxilio siempre llegaba en el momento oportuno.

La Corte amenazaba a los campesinos humildes con la pena de muerte (que no existe en Nicaragua)», lo cual constituía un verdadero chantage por el terror, y sus miembros, tomando a veces posturas de caballeros, pretendían dar lecciones de urbanidad a los famélicos reos, o decían campanudos discursos aludiendo a que allí se declaraba siempre sin coacción. Más aún: pedían a veces que se les explicara con entera confianza si el prisionero había sido torturado o no, y experimentaban extrañeza que les dijeran que sí, prometiendo remediar el caso.

Los que cayeron en el lamentable error de creer esas palabras, tuvieron una buena sorpresa, porque al salir de la Corte se encontraban con el que los había torturado, para oír de sus labios:

— ¡ A j a ! ¿Con que contaste, verdad...? Tonto; ahora vas a ver lo que

te pasa.Y cuando el hombre (después de una nueva sesión) regresaba a la

Corte, y ésta voh'ía a advertirle que declarara sin temor, libremente, ya no tenía más remedio que levantar un falso testimonio: la falsedad que los Somoza buscaban para complicar al mayor número de gente posible en la muerte de su padre.

En el salón de abajo del palacio de la Curva, esperaban a veces los prisioneros largas horas, mientras arriba el tribunal, sentado en la mesa de la familia, interrogaba a alguno, o deliberaba.

Después de la espera, venía el doliente desfile, porque para ir a presentarse ante la Corte, había que subir una empinada escalera, desde cuya parte más alta iban llamando, uno por uno, a los que estaban citados a comparecer.

Allí se veían todos los días caras macilentas y cuerpos delgados arrastrándose sobre las gradas bien lustrosas y limpias, subiendo en cuatro pies, o conducidos por los mismos guardianes que contemplaban apesarados la imposibilidad en que estaban de dar un paso. Ausberto Núrváez subió así, a gatas; Enóc Aguado, el viejo ex presidente, fue ayudado a escalar la ignominiosa altura de la Corte; Alonso Castellón descalzo, sucio, sin camisa, pero arrogante; y otros, muchos más, que venían de todas las cárceles de Managua y procedían de todos los lugares de la República, hacían antesala sentados en el suelo, pasándose suave, cariñosamente, la colilla de algún cigarrillo, o saludando con '.os ujos a lo- mas enfermos y arruinados.

Con los ojos digo, porq_^ ios celosos centinelas impedían toda clase de conversación, y aun las señas más simples despertaban inmediatamente la reacción del sicario, encargado de mantener ia incomunicación para facilitar así la labor invesu-udura de la Junta.

Durante los meses de octubre y noviembre, todas las capas sociales de Nicaragua fueron afectadas por este sistema inhumano y degradante. Profesionales distinguidos, industriales, agricultores, g^nte de figuración política y social en el país, campesinos y obreros, todos fueron humillados de este modo f i v i '.te a la elegante sala de la Corte, en donde los oficiales sonrientes, limpios, gordos, recostados en las sillas del comedor de la familia gobernante, cambiaban en presencia del espectáculo, mindas de lástima o de ironía, según fueran CI U ÍLÍ de ios tímidos que se veían compelidos a tomar parte en un drama que les repugnaba, o de los malvados que gozaban sádicamente viendo sufrir a los prisioneros.

Page 54: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

54 54

Cuando los interrogatorios duraban más tiempo del tasado, suspendían la sesión y pasaban a comer en un sa* loncito vecino al principal, mientras los reos eran bajados a un sótano a donde les llevaban pequeñas raciones de comida envueltas en periódicos viejos, teniendo cuidado de que éstos no tuvieran noticias del país.En esos sótanos y en el entreacto de estas degradantes sesiones, leí un día las declaraciones del ex presidente Galo Plaza Lazo. Se trataba, si mal no recuerdo, de "La Estrella de Panamá". Decía él: ."No podemos justificar los atentados como medio de sucesión en el poder, pero es bueno que los tiranos de América vayan sabiendo que con sus métodos corren el riesgo de morir alguna vez a balazos", Y era verdad.

Como era cierto también que el culpable de aquella muerte, para juzgar ia cual, habían instalado un tribunal, no era otro más que el muerto mismo.

No era otro que el propio Somoza, junto con sus hijos y sus guardias, que habían perseguido durante tantos años * la hacienda y la vida de sus conciudadanos.

Las frases del ex presidente sudamericano llegaron hasta la antesala del tribunal en que yo estaba, como a plantear el otro extremo de la discusión en el juicio:

"Los tiranos corren el riesgo de morir a balazos"...

¿Por qué...?Porque personifican la injusticia, porque asesinan y torturan a los

hombres, porque rebajan la dignidad de las personas hasta una condición ínfima, y entonces llega el momento en que todo, aún lo mismo que han destruido, oonspira contra ellos, y ya no pueden salvarse. Así, parodiando a Séneca, puede decirse: El tirano no.muere,

se mata. t

Para llegar a la Oorte había un ritual que se practicaba por lo menos con quienes estábamos en las celdas de la Casa Presidencial, Era de un "fachadismo" lúgubre.

Consistía en llevarnos a la barbería del Primer Batallón, donde éramos rasurados con brutalidad y nos cortaban el pelo pasando una navaja de afeitar por las sienes; todo en medio de soldados que proferían continuamente insultos, llamándonos asesinos y haciendo toda clase de burlas.

Estas escenas fueron comunes y corrientes durante toda la primera parte del juicio, y a veces llegaron a constituir verdaderos casos de crueldad y humillación dignos de ser mencionados.

Recuerdo bien lo ocurrido con Edwin Castro Rodríguez, a quien después de habérsele quitado absolutamente todas sus ropas masculinas, le pusieron un vestido de mujer y lo llevaron así, a pie hasta la barbería del cuartel.

Su camino fue doloroso: durante todo el recorrido que comenzó en la misma Casa Presidencial fue insultado en la forma más soez, y lo hicieron objeto de toda clase de burlas de carácter pornográfico. Caminó en medio de las carcajadas y los golpes de las escoltas de los Somoza, vestido de mujer pero muy bien levantado su espíritu de hombre. El jolgorio fue largo y cansado, pero su ánimo se elevó altivamente sobre el espíritu ruin y bajo de sus verdugos, hasta que al fin había logrado hacer una estampa tal, que ni siquiera cabía para ella la lástima.

Tuvieron que cambiar de táctica y lo enviaron ya revestido de una dignidad que él mismo se había ganado, a las audiencias de una corte que actuó durante todo ese tiempo en secreto, sin permitir acceso a los abogados, ni aporte alguno de indicaciones. Era un Juego que tenía una sola cara, y cuyos detalles más íntimos revisaba todos los días cuidadosamente el hijo menor de la dinastía, para ir componiéndolo a su sabor y antojo.

Sin embargo, ir a la Corte representaba un gran alivio, porque era lo mismo que salir a la luz, que entrar al mundo de los vivos.

Page 55: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

55 105

La experiencia en ese sentido no podía ser menos cruel, porque en el año 1954, cuando ocurrieron los llamados "Sucesos de Abril" y el Gobierno tomó centenares de prisioneros, los que no fueron a la Corte perecieron ametrallados en los cafetales de Diriamba, o torturados en las cárceles de Managua.

Recuerdo el caso de Juan Ruiz, cuyo nombre, como una extraña excepción de esta macabra regla, apareció en los primeros expedientes de la Corte Militar de ese entonces, en una hoja que decía:

Vn nuevo testigo fue llamado por el fiscal a quien habiéndole tomado la promesa de ley en forma legal, e informado de lo que se trata de investigar, declara:

—Diga su nombre, edad, profesión y domicilio.—Juan Ruiz Traña, agricultor, de Carazo...

Y la hoja decía después en una anotación puesta por el fiscal en el registro, que se había interrumpido la declaración para continuarla en la próxima audiencia.

Esta "próxima audiencia" de Juan Ruiz debía ser con la muerte, porque Juan Ruiz murió después asesinado. Su cadáver fue quemado en los cafetales de Carazo, junto con los de Adolfo Báez Bone, Pablo. Leal, José María Tercero y 50 o 60 nicaragüenses más. De todos ellos, en honor a la verdad, Juan Ruiz fue el único que dejó la huella de su nombre en el proceso, como para contrariar la macabra experiencia de que en Nicaragua, una vez que los prisioneros de los Somoza son llevados ante una Corte Militar, ya han salvado la vida.

Pero toda regla tiene sus excepciones, y el caso de Juan Ruiz era precisamente eso: una excepción.

Por eso, cuando en las tardes coloreadas del mes de octubre salía uno por el salón principal de la residencia de la Curva, y regresaba al sótano o celda que le habían

destinado, luego de haber asistido a una sesión de la Corte Militar, se sentía aliviado.

Al menos ¡estaban haciendo un proceso!

XV

EL PRIMER BATALLÓN

1F El poder de los Somoza radica en un hecho simple: toda la organización de su imperio está centralizada no sólo desde el punto de vista humano en la familia Somoza, sino desde el punto de vista físico, en la ciudadela armada que habitan los Somoza.

Su residencia reúne todos los factores de mando que pueden concurrir en un país sometido a la fuerza. Dentro de una circunferencia de 500 metros que se trazase imaginariamente tomando como centro la cama del que ocupa la cabeza de la dinastía, están: una compañía blindada con tanques Sherman de 45 toneladas; los únicos emplazamientos de artillería que tiene el país; un batallón de infantería, armados con las últimas exigencias de la necesidad militar; una compañía que patrulla las calles de Managua cuando hay efervescencia; el centro de todas las redes de comu-nicación telefónica y radiográfica del ejército de la República; los principales almacenes de abastos de éste, las oficinas de investigación y seguridad y todos los arsenales de armas y efectivos, manejados con una sola llave maestra.

Sobre sus propios cuartos tienen los tiranuelos cañones antiaéreos, y en la cocina de la casa (valga la expresión), duermen no menos de 60 soldados escogidos, todos armados de carabinas y listos a movilizarse como escolta personal, mandados directamente por los oficiales más íntimamente ligados a la familia.

Page 56: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

106 56

El poder que todo eso representa puede concebirse fácilmente, si se toma en consideración la situación geográfica de esa ciudadela, toda construida sobre una loma que domina la ciudad, y si se agrega que desde cualquier ventana de la Casa Presidencial, con unos anteojos de larga vista y un teléfono, se pueden registrar los más mínimos movimientos de la servidumbre armada, que forma el engranaje.

Allí, también, fuera de los lugares que ya he mencionado, existen cárceles para presos políticos y militares, ubicadas como una medida de seguridad, encima de los sótanos en que se guardan los explosivos. Así, un acto de sabotaje incluiría la muerte de sus enemigos políticos allí prisioneros. A esto podría llamársele la matemática de la maldad.

Son celdas estrechas que miden dos varas de ancho por cuatro de largo, alineadas todas frente a un pequeño pasillo y colocadas como un panal bien construido, bajo un mismo techo, cuyas tejas de zinc se mueven estruendosamente al ser movidas por el viento de la noche.

Las paredes son firmes, las puertas de hierro bien tapiadas con tablas de madera, y en la salida principal que comunica con el exterior una nueva pared, una reja más, y un centinela.

Después de cumplir con el privilegio que tuve de ampliar mi última declaración, fui enviado desde el jardín de los leones a este sitio, que en el argot de la loma de Tis-capa se llama "El Primer Batallón".

Me subieron a las siete de la noche a un jeep, acompañado de un teniente del Ejército que me entregó medio minuto después en la sala de guardia del lugar. Por la pequeña carretera que bordea la loma, se veía Managua llena de luces de colores, extensa, hermosa, despertando del calor sofocante del día a la brisa inesperada y fría que sopla desde el lago, cuando el sol muere en el horizonte.

—Hace frío —dije yo. —Después va a hacer más —dijo el teniente, Y bajamos para entrar en un laberinto de pasillos, precedidos del tintineo de las llaves de la cárcel, hasta pasar una puerta y otra, para llegar a la celda que me habían destinado.

Yo ya conocía el lugar, porque había estado allí cuando los sucesos de abril de 1954. Esa vez, desde la celda misma en que me encontraba ahora, oí cómo los investigadores de entonces torturaban a Roberto Chamorro haciéndole tragar cantimploras de agua y rompiéndole los dientes con ellas, cuando intentaba desesperadamente cerrar la boca.

Tito Chamorro, acusado junto con Humberto Chamorro de haber introducido las armas para la rebelión de abril en una lancha que cruzó el Lago de Nicaragua desembarcándolas cerca de Managua, resistió una de las más despiadadas investigaciones que han hecho los Somoza. Lo torturaron personalmente Teodoro Picado (hijo del ex-pre-sidente de Costa Rica, y, como Tachito, graduado en West Point), un capitán de apellido Prado y otros oficiales. Lo recluyeron después durante más de dos años en la cárcel, la mayor parte del tiempo duramente incomunicado. El día que lo pusieron preso, fue llevado donde el mismo Somoza, quien enterado de su participación en la rebelión y del viaje prodigioso que había hecho con Humberto su primo, llevando hasta la propia capital de la República 200 rifles y 60 ametralladoras, le dijo paternalmente:

—No te preocupes hijito, yo te voy a ayudar.La ayuda está descrita. Él y Humberto, a quien también había yo

visto en el primer batallón el año de 1954, padecieron todo lo que un hombre puede soportar sin morir, y el último de ellos estuvo casi al borde de perder la vida, a causa de las torturas, en el Hospital Militar de Managua; después, cuando salió del país con el consentí-

Page 57: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

108 57

miento del mismo Somoza, su diagnóstico quedó en ia clínica Oshner de Nueva Orieans; revelando fríamente toda la historia ocurrida. Costillas quebradas, contusiones que habían dejado profundas huellas, anemia, abcesos de pus en las más recónditas partes del organismo, y un desequi-librio nervioso visible y permanente. Los autores de toda esta deba.de, que los médicos apenas pudieron remediar con el tiempo, se llaman José Alegret y Osear Morales.

AHÍ había estado también el doctor Rafael Gutiérrez, a quien los dos últimos citados casi quemaron vivo con un contacto eléctrico. También le rompieron las costillas y lo dejaron tirado días enteros sobre el piso frío de una celda, deformado a golpes y sangrando de todas partes del cuerpo.

Eran decenas de hombres, anónimos y conocidos, los que se venían de pronto a mi mente en un desfile interminable de recuerdos dolorosos.

¿Y los asesinados . . . ?Por ese lugar pasaron también José María Tercero y Rafael Choiseul

Praslin, a quienes yo había visto sobre la carretera de Casa Colorada, presos y conducidos por el teniente Carlos Malespín, quien me dijo al descubrir mi presencia a la orilla del camino:

—-Pedro, ve qué noticia para "La Prensa": ¡Aquí llevo presos a Praslin y a Chema Tercero!

Eso sucedía el 4 de abril de 1954, a las tres de la tarde. A las cuatro, Tercero y Praslin habían entrado a las cár-.celes del primer batallón, y el 6 en la mañana el diario particular de los Somoza, anunció su muerte en un "combate". Fue un boletín lleno de dignidad y escrito con toda la jerga de los asuntos militares, que concluía diciendo, después de dar cuenta de imaginarias operaciones de limpieza contra unos forajidos aparecidos en las regiones de Carozo, que después de un combate habían perecido so-bre el campo el ex-capitán José María Tercero, y el ex-te-

niente Choiseul Praslin. Pero yo podía testificar que ha-bían sido tomados prisioneros y luego asesinados.

De la misma celda en que ahora me estaban ubicando, salí yo en 1954 para recorrer descalzo sobre el pavimento que hervía a los ardores solares del mes de mayo, el trecho que va desde esas cárceles hasta el palacio de los So-moza. Esa vez pasé enfrente de ellos vestido de presidiario, con un traje a rayas hecho con tela fabricada en el telar de la familia y vendida por ella al Gobierno. Esposado, descalzo, sucio y con los píes sangrantes.

Me llevaron ante el juez, y éste, luego de quitarme las esposas y de ordenar que me devolvieran los zapatos, comenzó a escribir el acta de mi declaración con las sacramentales frases... Pedro Joaquín Chamorro, abogado, periodista, casado, mayor d e edad, Ubre de halagos y amena-zas . . , declara, etcétera, etcétera.

Ahora se repetía la historia, aunque el desarrollo y parte de los protagonistas habían cambiado.

Revisé mi propia celda y esperé. Puse el rostro en el suelo y sentí el hálito frío del viento de Tiscapa penetrando como un puñalito por debajo de la puerta.

Tosí, hice ruido arrastrando la pequeña cama de hierro que había en el Jugar, la deliciosa y bendita cama con que tanto había soñado. Pero nadie contestaba.

Sólo un rato después escuché, como que viniera de un lugar remoto y lejano, un carraspeo continuo y artificial. Entonces dije primero suavemente y elevando cada vez más la voz:

—¿Quién? ¿Quién? ¿Quién más . . . ?Volvieron a hacer ruido al otro lado. Esta vez tosieron más fuerte y

distinguí claramente una voz que decía:—Es Pedro, hombre.Al otro lado, donde probablemente había más de uno, me

identificaban.—Sí —dije yo— ¿quién, quién más está aquí. . . ?

Page 58: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

110 58

Fue mi primer contacto con los otros. Fue la primera vez que volví a hablar con amigos, con gente que no estaba tratando de hundirme con el eco de mi propia voz. Y así, a pesar del aislamiento, délos recuerdos que el lugar me traía y de toda la tragedia que vivíamos los habitantes de aquella casa, sentí una inmensa alegría.

La misma voz siguió diciendo:—Aquí están Gabriel Urcuyo, Pancho Frixione, el doctor Aguado,

Emilio Borge, Castro, y Juan Munguía... pero no hables duro y cuando querrás decir algo, pégate a la puerta.

Pero, ¿qué iba a decir yo. . . ? Me hinqué en el suelo y di gracias, gracias inmensas a Dios por haberme arrebatado de la vida animal que llevaba en la casa misma de los Somoza; gracias porque entre vivir en el jardín de su propio hogar y estar en un calabozo, pero a 500 metros de ellos, absolutamente encerrado, con una ventana de 20 pulgadas que dejaba entrar en la mañana un rayo de luz y que a las cuatro de la tarde se opacaba, había una diferencia indescriptible.

Me eché sobre la cama y dormí. Sólo eso hice: dormir.

XVI

D Í A S M E J O R E S

En las celdas de la cárcel del Primer Batallón sólo había una cama de hierro y una lata de esas que se usan para empacar manteca. Abría lá puerta el oficial de guardia tres veces al día para entregar un trasto de aluminio que los militares llaman "cantina", el cual contenía el mismo rancho que daban en la cocina del cuartel a los soldados.

También permitían "sacar la lata", que significa llevar este recipiente lleno de excremento hasta un inodoro que

había al final del pasillo y lavarlo luego con el chorro de un baño.

Para completar las necesidades fisiológicas, y ¡cuando los prisioneros no querían utilizar la lata, había otra manera: se informaba al oficial mientras este visitaba las celdas y él daba permiso para usar el inodoro por un tiempo determinado.

Había uno que gritaba desde la entrada con voz autoritaria y cuartelera:

—¡Vamos, uno por uno; ligero: inodoro y baño...!Durante las primeras semanas, el confinamiento solitario fue absoluto

y sin excepciones. Los centinelas tenían instrucciones de impedir pláticas de toda clase, y las puertas de las celdas permanecían abiertas únicamente el tiempo indispensable para dejar entrar la comida, permitir salir, la lata, o esperar al que estaba en el inodoro o el baño. Después, el natural contacto del hombre con el hombre, fue suavizando los ánimos y, atenuando diferencias. Había oficiales buenos que conversaban con nosotros, hombres que se compadecían de una situación creada únicamente (ellos lo sabían, muy bien) por la megalomanía de una familia; militares en el verdadero sentido de la palabra, que aborrecían ser carceleros, caballeros que al ver a un ser humano famélico y enfermo iban por la asistencia médica, o regalaban un par de cigarrillos, un libro, o un pedazo de queso.

Varios de los presos estaban esposados, pasaban el día y 2a noche atados con una argolla de la cama de hierro, en la natural inmovilidad que cualquiera puede suponer con una traba de esa clase. No había cigarrillos ni dejaban entrar material de lectura de ninguna clase, y cuando caía la tarde, encendían las luces del pequeño penal, y huía el sueño de todas las mentes, acicateadas todavía por el re-* cuerdo de los duros sufrimientos recién pasados.

Page 59: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

59 113

De vez en cuando se escuchaba el tintineo de las llaves, llavecitas finas en un cerrado manojo- que servía para abrir y cerrar puertas y para quitar y poner esposas. Cuando las llaves sonaban de noche, el conocido escalofrío de terror llenaba todos los cuerpos. ¿Irían a torturar más a alguien . . . ?

Porque "el pozo", el fatídico pozo que costó la vida a Rito Jiménez Prado y que produjo el enloquecimiento momentáneo de más de una persona, estaba ubicado a escasos metros de esa cárcel.

De allí había salido Francisco Frixione, desnudo y atado de pies y manos, para ser sumergido en sus aguas oscuras; allí también habían "bañado" (como dicen ellos) al doctor Alonso Castellón, al doctor Enrique Lacayo Farfán y a muchos oíros más. Los oficiales llamaban al pozo "los baños termales", o "las pocitas", recordando irónica y cruelmente dos balnearios populares de ese nombre que hay en las inmediaciones de Managua.

Las paredes de las celdas estaban llenas de inscripciones de toda clase; un calendario escrito en inglés por algún ciudadano norteamericano que comenzaba en un desfile interminable de meses: August, September, October, Novem-ber. . . y por allí del 15 del último mes, se interrumpía para ser concluido después por otro hombre, por un hombre de habla castellana: diciembre, enero, febrero, marzo...

Había cruces, invocaciones religiosas, frases desesperadas, confesiones escritas en el quicio de la puerta, como una de un tal Jiménez Bailar, costarricense, que decía: "Aquí me trajeron desde Guatemala porque no quise declarar que mi compañero . . . no recuerdo el nombre. . . iba a matar a Somoza", o como otra de un muchacho apellidado Linner Díaz: "Padrínito: yo soy inocente, déjame libre y te los agarro a toditos".

Este Linner Díaz era acusado de la "conspiración infantil", de que hablé en un capítulo anterior, cuando dije

que el presidente Somoza vivía temiendo atentados contra su vida; Linner era su ahijado, y después de estar tres meses en la prisión fue echado al exterior, irónicamente, cuatro o cinco meses antes de que mataran efectivamente a su padrino.

En el mismo lugar había visto yo tres años antes todo el horror padecido por los presos de abril: Julián Salave-rry con los dientes destrozados, el doctor Enrique Lacayo Farfán esposado a una cama, Fernando Solórzano un día entero bebiendo cantimploras de agua salada, Jorge Ribas Montes, bajo, delicado, barbudo, con un rosario colgado siempre del cuello. Con Jorge pasó que, durante los sucesos de abril del 54 se enfrentó, sólo con cinco hombres, a una patrulla de treinta de la Guardia Nacional. Su actitud fue tan viril, que sobre el mismo campo de lucha se le ofreció la vida a cambio de la rendición. La promesa le llegó de parte de un sobrino de Somoza, el mayor Juan José Rodríguez Somoza, quien la hizo a nombre de su tío, recordándole a Jorge que había sido (Juan José y él) compañeros en la Academia Militar de Guatemala.

Ribas Montes era un hondureno idealista. Había peleado en la revolución figuerista de Costa Rica; estuvo entrenando tropas para invadir la República Dominicana de Trujillo en Cayo Confites, y finalmente fue a Nicaragua en abril del 54 para integrar una fuerza revolucionaria que no peleó nunca, excepción hecha de Jorge. Sus integrantes fueron tomados prisioneros después de haber abandonado las armas, y asesinados.

Luego padeció un Consejo de Guerra organizado por los Somoza (en el cual también yo fui acusado), saliendo condenado él a 19 años de prisión. En octubre de 1956 lo liquidaron en una cárcel de Managua.

La prisión tenía su historia: era, sino la más antigua, la más trágica de Nicaragua. Generales del Ejército como

Page 60: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

114 60

Adán Medina, coroneles como Carlos E. Monterrey, quien sirvió a los Somoza por años y fue condenado por indisciplina a causa de un disgusto con Tachito. Mayores como* Domingo Paladino, capitanes, tenientes, médicos cirujanos, especialistas, abogados, agricultores, gente de nota en las diversas épocas del largo régimen de Somoza, habían pasado por allí, unos por defender a un presidente electo por el mismo Somoza, pero a quien 27 díaá después de la toma de posesión echó del mando porque no permitió que el Ferrocarril Nacional siguiera pagando las planillas de sus fincas; otros por opiniones políticas, por intentar éstos rebelarse oontra la dictadura, aquéllos por malas contestaciones y algunos hasta por interferir en los negocios privados del Dictador o su familia.

A la cárcel llegaba el médico, un médico bondadoso que examinaba todas las quejas de los presos y recetaba lo que permitían recetar, porque, a pesar de que estábamos ya a 500 varas de la casa misma de los Somoza, ellos conservaban sobre nosotros un control tan absoluto que hasta la ubicación de cada prisionero en cada celda, constaba en un plano sobre el escritorio de Tachito.

Cinco o seis meses transcurrió nuestra vida en estas condiciones infrahumanas, alejados hasta de los ruidos. En ese tiempo fuimos gradualmente perdiendo más peso del que ya habíamos perdido todos. La comida, tomada teóricamente de las mismas ollas que se cocinaban para los soldados rasos del batallón presidencial, era sin embargo escasa, y cuando nuestros familiares conseguían permiso de enviarnos alguna cosa, ésta tenía que pasar por una oficina donde saqueaban absolutamente todo el envío. A esta indelicada operación la llamábamos "el impuesto de Aduana".

Hay que imaginar la alegría inmensa que siente un hombre, aislado de todo, con hambre, llena el alma de

pena y amargura, cuando le anuncian la llegada de un paquete procedente de su casa.

¡BARCO, BARCO! —decíamos nosotros cuando se abría la puerta principal de la prisión y entraba el oficial del día con una canasta o una bolsa de papel, y observábamos atentos el venturoso muelle, la triste celda, hacia donde iba destinado el envío.

Pero entonces, y después de que los pasos del oficial se habían perdido en el pasillo, oíamos la imprecación ardiente, llena de rabia del hombre que había soñado con tener algo de su casa, o algo de comer. Porque dentro de la canasta sólo había una camisa. . . y una naranja.

Sí, se lo robaban. Se lo robaban todo, la mayor parte de las veces (porque hay que ser veraz y justo, hubo temporadas en que no se robaban nada); se lo robaban en las oficinas de la Comandancia General .a donde las afligidas mujeres llegaban con algo de comer para sus hijos, sus esposos, o sus hermanos. Escudriñaban los pequeños envoltorios y dejaban a veces la huella cruel de un montón de papeles, olorosos a comida. Aceptaban los envíos, aceptaban trastos repletos de comida, y al día siguiendo los devolvían vacíos para que volvieran a tornar llenos.

No tengo necesidad de advertir que las oficinas de esa comandancia, manejadas por el coronel Carlos Silva, quedan también en la Casa Presidencial, y que el saqueo era dirigido personalmente por este militar, cuyo principal negocio, entre otros, es el de cobrar dinero a las mujeres afligidas e incautas por sacar a algunos presos de la cárcel.

Él los aprisiona porque tiene en sus manos una de las llaves maestras contra la cual no valen los recursos civilizados del habeas corpus, porque maneja una fórmula que se llama incomunicado a la orden de la comandancia, y abre el candado cuando le pagan. . . siempre y cuando, na-turamente, no sean presos de los que pertenecen a la "intimidad" de los Somoza.

Page 61: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

61 117Cuando el trato de hombre a hombre con los oficiales de la Guardia

se fue haciendo más natural, las puertas de las celdas se abrían con menos requisitos y dificultades.

Comenzamos ]a temporada en el Primer Batallón, leyendo todos los días una Biblia en voz alta que empezaba con esta oración: "Señor, tú que dijiste, cuando se reúnan dos o más en m i nombre, allí estaré yo, en medio de ellos".

. Terminábamos pasando largos ratos, después del almuerzo, asomándonos por unas hendijas de una celda que da a la laguna de Tiscapa... Habían pasado seis prolongados meses, la Corte de Investigación, el Consejo de Guerra, y los soldados de los Somoza estaban familiarizados con nosotros.

Por la pequeña ventana veíamos a los gavilanes rastrear sobre los cortantes filos de la loma, y a los nadadores de Managua intentar el cruce a nado de la laguna.

Fuimos mejorando gradualmente, porque los carceleros, hombres al fin, tienen que acostumbrarse a pensar que' los presos también son hombres.

XVII LOS

DEMÁS

Tf De todos los que nos encontrábamos esta vez en la cárcel del Primer Batallón, los más conocidos para mí eran Francisco Frixione y Gabriel Urcuyo Gallegos. El primero de ellos estaba ligado íntimamente a mi caso por la investigación que se me había seguido en los últimos interro-gatorios.

Pancho, como acostumbramos llamarlo familiarmente, luchaba contra los Somoza desde muy joven, y su vida, llena de episodios duros, abarcaba toda la historia de la dic-

tadura, interponiéndose entre ella y la ley como intolerable y molesto estorbo.

Había comenzado su odisea desde las días del universitario, pronunciando discursos en las plazas públicas, actitud por la cual conocía todas las cárceles de la República a partir del año 1944. Ahora, era una vez más mí triste compañero de celda, bajo el pretexto de que, habiendo tenido conocimiento, en forma involuntaria y en circunstancias que él consideró resultarían inoperantes, de un proyecto de rebelión, no había dado conocimiento al Gobierno.

Sucedió que seis meses antes del alentado contra So-moza, un joven que dijo llamarse Rigoberto López Pérez, llegó a su casa en demanda de colaboración para un complot que se gestaba en El Salvador. El asunto aparecía expuesto tan simplistamente y las consecuencias que de él podrían derivarse amenazaban tal gravedad, que Frixione rehusó seguir escuchando al extraño embajador:

—Yo no me meto en esas cosas —le dijo—. Y remató su actitud agregando esta observación categórica:

—Ándate de mi casa y no quiero que volvás aquí.La dictadura de Somoza usaba de tan variados subterfugios para

arrestar a sus enemigos, que aquél bien podía ser un provocador.¿Por qué, pues, debía de hacerle caso? ¿Por qué iba a atender las

sugestiones de un desconocido que se presentaba así, de golpe, sin una caria de recomendación, sin un punto de referencia en cuanto a su filiación de opositor al régimen . . . ?

Pero en la tenebrosa mente de Tachito Somoza, esas razones lógicas no tienen cabida ni sentido. El hecho de que Rigoberto López Pérez hubiera hablado con Frixione, era suficiente para someterlo a prisión, investigarlo, torturarlo con los suplicios del "Cuarto-de Costura", y meter-lo en el pozo. En fin, para,, sacarle mentiras por medio de la asfixia.

¡

Page 62: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

na 119

Page 63: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

A pesar de todo, Frixione nunca aceptó estar conectado con la muerte de Somoza. Se mantuvo siempre firme en sus declaraciones originales y, aunque contó que alguien que dijo llamarse Rigoberto López Pérez lo había visitado para hablarle de una revolución, jamás mencionó un aten-tado. Su dicho fue además corroborado por innumerables testigos.

Pero los Somoza le conocían bien; conocían su potencial revolucionario y preferían hacerlo escarmentar de una vez sus pasadas rebeldías. La garra dinástica se había cerrado sobre él y ya no se abriría sin dejar huella: era necesario que Frixione resultara culpable.

Este rencor negro estaba ilustrado por algunos antecedentes . . . En ocasión de regresar Pancho una vez de Europa, la dictadura lo había hecho entrar a la cárcel desde el avión mismo que lo reintegraba al país. Seis meses de ausencia, un sombrero tirolés, regalos para su familia, un abrigo, y en la misma puerta donde dice: "Entrance", en inglés, y "Entrada", en español, allí donde los turistas presentan sus pasaportes y loa nicaragüenses sus complicadas y siempre peligrosas visas. . . la policía.

Frixione pudo conseguir su libertad sólo después de duro forcejeo legalista, y su salida coincidió con el juzgamiento de varios sobrevivientes de los sucesos de abril (1954), que aparecían acusados de rebelión.

Como abogado, el puesto de Frixione fue al lado de sus amigos. Yo estaba dentro del grupo acusado y se me ha hecho inolvidable el discurso con que defendió a su cliente, después del cual, se le "abrieron otra vez las puertas de la cárcel.

—"No me explico —dijo Pancho— levantado sobre la tribuna— cuál es el significado y la esencia de este juicio, porque aquí están juzgando a unos hombres de quienes se dice que intentaban llevar a cabo una revolución, y

algunos de los cuales en un pequeño encuentro dieron muerte a dos guardias nacionales.

"Sin embargo, he asistido en este proceso a declaraciones que demuestran que muchos otros nicaragüenses fueron capturados vivos durante esos mismos sucesos y ahora no aparecen por ningún lado: ¿Qué se hicieron: Amado Soler, Edgar Gutiérrez, Pablo Leal, Adolfo Báez, Agustín Al-faro, Carlos Ulises Gómez, Juan Ruiz, Humberto Ruiz, Luis Báez Bone, Rafael Choiseul Praslin, José María Tercero, Luis F. Gabuardi, Juan Martínez Reyes, Ernesto Peralta, Optaciano Morazán, Francisco Madrigal, Manrique Uma-ña, Francisco Caldera y Pedro José Reyes . . . ?

"¿No es cierto acaso que quienes los mataron sin defensa ni juicio, son más merecedores de un proceso por su muerte que quienes trataron de hacer junto con ellos una revolución que ni siquiera llegó a estallar. . . ?"

El Consejo de Guerra recibió la andanada con una frialdad enorme, pero con inmenso respeto. La sala del tribunal, sumida en profundo silencio, y el presidente del Consejo, que era el coronel Lizandro Delgadülo (preso después por los mismos Somoza y destituido de su cargo por una deslealtad imaginaria), tocó apenas como jugando con ella, la bolita del timbre. . . Se diría que dudaba entre imponer o no silencio al abogado, mientras los otros cuatro militares se recostaban duramente sobre sus asientos y volvían sus miradas hacia la lejanía. Pero Somoza estaba también oyendo. A través de un teléfono había estado pendiente de todas las incidencias del juicio y cuando terminó la sesión y los abogados tomaron sus cartapacios, ordenó el arresto de Frixione. Entre su reciente salida de los calabozos y su reingreso, sólo transcurrieron unas pocas se-manas. Así procedía la justicia somocista.

A las seis de la tarde del mismo día, el defensor y su defendido, doctor Rafael Gutiérrez, ocuparon celdas contiguas en la cárcel de La Aviación

Page 64: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

120 64

Por esa época —primeros meses de 1955— fui testigo de un crimen por omisión, cometido por el comandante de ia cárcel, Pablito Rivas, el mismo que en la Corte Militar que conoció del atentado contra Somoza, ocupó con toda idoneidad, el papel de juez. Este crimen por omisión, un verdadero asesinato, descubre la criminal indiferencia del sistema somocista por la vida humana.

Cierto mediodía, cuando ei bochorno impone sobre las celdas su silencio absoluto, comenzó a salir del calabozo NO 8, un quejido penetrante, prolongado; eran ayes desesperados que llegaban hasta los corredores, hasta el patio, hasta la oficina misma de Pablito. Entre quejido y quejido, un hombre pedía asistencia médica, pedía una inyección, una pastilla, cualquier cosa. Pedía la muerte misma, imploraba a Dios, repetía con la voz cada vez más destruida por el sufrimiento, que se iba a morir, que se estaba muriendo, que le llamaran un médico inmediatamente. Y, efectivamente, un médico llegó . . . veinticuatro horas más tarde. Pero era el médico forense.

Porque pasó el tiempo sin que Pablito hiciera lo que debía. A la tarde, los gritos del prisionero seguían sosteniendo su dramática tesis de auxilio. De una celda se le hizo llegar un poco de bicarbonato. De otra, le llegó carbón en polvo. Un limón entró por la celda del hombre enfermo, tirado con admirable precisión desde un calabozo lejano. Maravillas del béisbol aplicado a nuestra vida penitenciaria.

Toda la farmacopea que la solidaridad improvisa se había concentrado allí en una demostración tan patética como inútil. Aquel limón lo había lanzado un ratero, el bicarbonato lo había facilitado un homicida. . .

Y sin embargo, había en esas cárceles un botiquín, y había un enfermero permanente, y había médico y había ambulancia a la orden y teléfonos para llamarlos.

Pablito Rivas no quiso hacerlo... ¿Para q u é . . . ? Ya entrada la noche, cuando la ordenanza impuso silencio, los centenares de presos callaron y sólo el enfermo siguió gritando. Sobre ese silencio impresionante, su gemido parecía más gemido, hasta que llegó el momento en que la voz enmudeció para siempre. La ausencia de sus gritos sumió a las galerías en una afonía tal, como si a todo ei presidio le hubieran cercenado la laringe.

Entonces una voz gritó con toda gallardía:—¡ASESINOS!Sólo al amanecer, los guardias hicieron sacar el cadáver para llevarlo,

no a la Morgue, sino a la celda del doctor Frixione. Y allí estuvo durante unas horas más el cuerpo rígido del desventurado, sacrificado a la bárbara indiferencia del sistema somocista. Allí estuvo inflamándose lentamente, hasta la llegada del médico forense que testificó su muerte librando al doctor Frixione de una espantosa pesadilla. Muerte natural a lo que era, sencillamente, un- asesinato por omisión.

Pero había su parte de verdad. En Nicaragua el asesinato resulta tan natural. . .

Frixione había pasado por otras escenas peores durante la vida del Dictador. Muchos años antes, unos maleantes al servicio del régimen lo habían secuestrado porque en su carácter de juez iocal notificó un embargo al coronel Hernández Fornos, quien fue (ya está muerto ahora) importante funcionario de la dictadura.

El juez Frixione llegó a cumplir su cometido que tenía relación con una deuda privada cobrada al militar, y éste por toda respuesta ordenó a varios sicarios que lo sacaran de su casa y lo llevaran a la fortaleza del Coyotépe, donde estuvo varios días sometido a torturas sin fin, a fusila-mientos simulados y a golpes de tanta gravedad, que le dejaron varios huesos del cuerpo rotos, incluso la nariz. La señal de ese atropello la conserva todavía.

Page 65: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

65 65

Otro viejo amigo mío detenido en el Primer Batallón era Gabriel Urcuyo Gallegos, abogado egresado como yo de la Universidad Nacional Autónoma' de México, y primo hermano de la esposa del actual presidente de la dinastía, Luis Somoza Debayle. Este providencial parentesco evitó que lo torturaran; pero no las continuas amenazas de muerte y el trato de la más brutal cárcel que ha conocido Nicaragua.

¿Su culpa ... ?La culpa radicaba en haber hablado con el infatigable Rigoberto

López Pérez, que le preguntó durante una visita a la ciudad de Rivas en el mes de mayo de 1956 si por su finca (cercana a la frontera con Costa Rica), se podían introducir armas a Nicaragua. Gabriel Urcuyo contestó que no existía tal posibilidad.

Pero había hablado con López Pérez, y aunque nadie lo acusaba con otra prueba que no fuera la simple plática, eso fue suficiente para animar a la familia Somoza a llevarlo a un juicio como el que estaban montando.

Además de Frixione y Urcuyo, recluyeron en el Primer Batallón a muchos otros, que fueron absueltos o puestos en libertad después de haber sido sometidos a toda clase de investigaciones, a base de técnicas extranjeras y artefactos de construcción casera, en la forma más atropellada que se pueda imaginar.

Al final, las sentencias de la mayor parte de los indiciados no bajaron de los cinco años de prisión. Unos por haber oído decir que se planeaba un atentado a Somoza, otros por haber aceptado tomar parte en un proyectado motín que debía estallar en León, aunque sin saber que se atentaría contra la vida del Presidente, y otros, los menos, por haber escuchado de López Pérez lo que se proponía hacer él solo, y personalmente.

Había implicados absolutamente inocentes como el doctor Enrique Lacayo Farfán; personas que cuando se les di-

jo del atentado, no creyeron, como el estudiante Tomás Borge y los doctores Emilio Borge y Alonso Castellón, y otros que a pesar de haber sostenido conversaciones sobre el tema, nunca llegaron a dar colaboración, como Cornelio Silva y, Ausberto Narváez.

Había personas como el doctor Enóc Aguado (condenado a 9 años de presidio), cuya participación se redujo a escuchar lo que decía su ahijado Edwin Castro Rodríguez de un viaje a El Salvador, donde supo que se planeaba algo contra Somoza.

Y frente a eso, siempre como una antítesis vital y permanente, el hecho de que todas las declaraciones que implicaban a los reos, habían sido sacadas a la fuerza, con lujo de perversión y sevicia, con una brutalidad que vista después, a la distancia, hacía dudar a los mismos interrogadores ■sobre qué sería verdad, y qué sería mentira.

En el juicio mismo, cuando el proceso se abrió al público durante el Consejo de Guerra, se vinieron abajo varias versiones y se desmintieron algunas declaraciones. Todos los acusados, con excepción de dos que huyeron el mismo día de los hechos, demostraron haber sido capturados mientras dormían, ajenos totalmente al suceso, del cual, en el peor de los casos, no tenían participación de ninguna especie por la diferencia que existe entre lo que es "oir decir", y "saber", o tener conocimientos logrados a base de deducciones e hipótesis humanas sobre algo que "puede ocurrir", y estar cierto de que va a "verificarse".

Frente a esos hombres que habían caído víctimas de errores de investigación y ensañamientos policíacos, estaban los verdaderos asesinos de Somoza, que durante toda su vida construyeron el cadalso en que había de morir el Dictador.

Estaban: Osear Morales torturando gente, Lázaro García ahorcando prisioneros, Agustín Peralta fusilando hombres desarmados, Pablito Rivas electrizando presos con

Page 66: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

magnetos de avión y matando sujetos inermes con tubos de cañería. Silva Reyes metiendo en un saco de cal a Honorio Narváez, muchacho de 15 años de edad. Estaban los que habían consumado la masacre de la mina La India, en donde dejaron sobre una carretera y expuestos a las aves de rapiña decenas de cadáveres de hombres, y también los que construían sus grandes propiedades con dinero robado y extendían sus fincas haciendo pasar simplemente las cercas piratas por sobre las pequeñas heredades de los campesinos nicaragüenses.

Somoza había sido su imagen y su ejemplo. Su Maestro. El maestro que ordenaba exhibir películas pornográficas en los cuarteles aledaños al palacio presidencial y que destruía las leyes eliminando presidentes y permitiendo que los funcionarios se enriquecieran, aunque no con el mismo ritmo que él.

Cuando un ingeniero, muchacho pobre e hijo de digna familia, logró en un puesto público tanto dinero que pudo construir una casa de 500.000 córdobas en seis meses de "trabajo", Somo2a, invitado a la inauguración de la residencia situada a la salida misma de Managua, le dijo:

—Ve, hijo: cuando se come gallina, hay que esconder las plumas y no venir a echarlas a media carretera.

¿No era acaso un maestro ... ?A Somoza lo mataron porque él había matado. ¿No es esto lógico y

suficiente... ? Alguien tenía que hacer eso, medirlo, con la misma vara con que él había medido a tantos, y él lo sabía muy bien porque un mes antes de su muerte, dijo, en un discurso pronunciado en la..ciudad de Granada, haciendo referencia a su nueva candidatura:

—Estoy con las botas puestas, y sólo me las quito en la Casa Presidencial, o en el cementerio...

¿De . qué ■ se extrañaban, pues, sus angelicales sicarios ... ?

Del proceso mismo se desprende que Rigoberto López lo buscó en Managua, en Panamá, en los corrales de San Jacinto, haciendo histórica nicaragüense donde en setiembre de 1853 se libró una batalla contra los filibusteros de William Walker, que Nicaragua conmemoró en el mismo mes de 1956 en que murió Somoza, y que por fin lo acorraló en León. Constaba que el mismo día que logró dar finalidad a sus propósitos, horas antes, había estado cerca, de él buscándolo incansablemente en la gran convención del Partido Liberal Nacionalista, que lo eligió candidato.

López Pérez era un muchacho totalmente desvinculado de los que habían luchado contra Somoza; era un hombre nuevo que vivía en El Salvador y que no se dedicaba a actividades políticas del viejo estilo. Un escritor que pensó hacer lo que hizo, blindado dentro de su magnífica soledad, impulsado por algo que llevaba dentro, él solo. Para echarlo fuera no tuvo necesidad de pedir ayuda ni colaboración. Los hechos mismos demuestran que esa es la verdad.

El por qué de su muerte y el por qué de la muerte de Somoza, quedan explicados en una anécdota que se guarda del mismo día en que ocurrieron ambos hechos.

Por los calles empedradas y viejas de aquella ciudad vestida de gala con la llegada del Presidente, desfilaban como de costumbre en esa clase de fiestas "cívicas" nicaragüenses, multitud de borrachos.

Allí el abstemio López Pérez, al observar el espectáculo mientras se encontraba sentado en las bancas de un parque, dijo:

—Peco tiempo le queda a este bandido para seguir envenenando a nuestro pueblo.

Porque uno de los renglones principales de las rentas públicas de Nicaragua durante el gobierno de los Somoza, radica en el expendio del alcohol, y además de la gestión pública administrativa que ha efectuado la dinastía en

66 66

Page 67: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

67 m■ ..v...,.,w,„„,,y;X~.---

este asunto, explota en lo privado el negocio, controlando las principales destilerías y fabricando la mayor parte del alcohol de caña que se consume,

López Pérez había vivido la tragedia de su pueblo sometido a una explotación degradante de esa naturaleza, y, como es natural y lógico pensar también, conocía todos los múltiples aspectos del gobierno inmoral que no daba cuartel a vidas y hacienda.

Una idea de su decisión y de la forma en que había madurado sus propósitos puede hallarse en los párrafos siguientes tomados de una carta suya, escrita a su madre antes de partir de El Salvador, en su irrenunciable búsqueda de Somoza:

Aunque usted nunca lo ha sabido, yo siempre he andado tomando parte en todo lo que se refiere a atacar el régimen funesto de nuestra patria, y en vista de que todos los esfuerzos han sido inútiles para tratar de que Nicaragua vuelva a ser (o sea por primera vez) una patria libre, sin afrentas y sin manchas, he decidido aunque mis compañeros no querían aceptarlo, tratar de ser yo el que inicie el principio del fin de esta tiranía.

Si Dios quiere que perezca en mi intento, no quiero que se culpe a

nadie absolutamente, pues todo ha sido decisión mía.

XVIII

EL PERIODISTA

IT Una noche las llaves del oficial que estaba de turno sonaron en la puerta de la cárcel del Primer Batallón y la soledad en que estábamos se hizo más profunda. Abrieron la puerta y llamaron:

—Edwin Castro y Enóc Aguado...

En las pequeñas celdas donde cada uno de ellos estaba individualmente alojado, chirriaron los goznes. Pudimos oír la voz del oficial:

—Vístase lo mejor que pueda. Va al Palacio.

Y así fue. Al doctor Aguado le entregaron un saco ajado y sucio, le dieron sus anteojos que le habían quitado tiempo atrás, le permitieron una corbata que estaba arrinconada quién sabe en qué lugar de la sala de guardia donde archivan las pertenencias de los presos, y lo dejaron ir al baño. . . formidable comodidad que se estila cuando por alguna razón va uno á" salir de la celda, aunque sea para hablar con los omnipotentes señores cuya mente no permite a veces la presencia de un hombre Con vestiduras ausentes de una dignidad superficial.

Se los llevaron fuera, preparados para alguna cosa que nosotros no podíamos identificar con una sesión de tortura, porque cuando se trata de éstas, no hay tantos requisitos como el de la corbata y el saco. ¿Para qué van a ponerle a un hombre saco si se trata de torturarlo . . . ?

Se fueron a las ocho de la noche y regresaron a las once o doce, para narrarnos una escena que a pesar de ser indescriptible en sí misma, describe todo el engranaje de esas tiranías como la de Nicaragua, siempre disfrazadas con el manto de la democracia, siempre simuladoras, todo el tiempo deseosas de propiciar un engaño, y a la vez, todo el tiempo también, encontrando quién acepte la mentira.

Porque las dos personas que salieron del Primer Batallón y Ausberto Narváez, que estaba en el jardín y metido en la jaula con los leones, fueron esa noche a entrevistarse con un periodista. Se trataba de un reportero enviado ;aNicaragua por un prestigiado periódico de Costa Rica. Laentrevista tuvo por escenario uno de los salones de la Casa Presidencial de Managua, y por testigos a los oficialesdel Ejército Osear Morales y Lázaro García,

Page 68: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

12Í68

Allí, frente a los mismos que habían torturado a tanta gente durante la última temporada de terror, y que incluso los habían torturado a ellos mismos, aquel representante de la prensa digna de América, inició la conversación:—Sabe... —comenzó ingenuamente el periodista—. Nosotras queremos la verdad. ¿Lo han torturado a usted...? '—No.

—Nuestro interís es de ser justos, decir cuál es la situación de ustedes como detenidos. ¿Cómo los han tratado a ustedes?

—Muy bien.El diálogo era cortante. -Los hombres llevados hasta el salón de la

Casa Presidencial estaba pálidos y no habían comido esa noche lo suficiente. El periodista estaba rozagante y alegre... ¿Habría cenado en el Terraza... ? ¿Habría tomado antes algún jaibol en compañía de los caba-lleros del régimen que estaban propiciando la entrevista, para demostrarle que el juicio por comenzar sería legal y justo... ?

Los Somoza siempre habían sido así con los periodistas extranjeros. Los recibían bien, les daban fiestas, los llevaban a los lugares de buen tono, eran finos y caballeros con ellos hasta el punto de que luego, cuando partían, confesaban siempre alegremente que la familia gobernante de Nicaragua era simpática y amable.

El viejo Somoza, sobretodo. Hablaba adrede un inglés áspero y poco edificante; decía chistes picantes y contaba anécdotas simpáticas, muy apropiadas para repetirse en un bar... y tenían el bar siempre abierto, y gente que llevaba a los visitantes a todas partes, y les impedia (con algunas excepciones desde luego) recordar después la verdad, o al menos ser imparciales. Porque el trato fino de So-moza los tenía que volver tan parciales, que se iban con la idea de que él era simpático y todos los demás nicaragüen-

ses, pobres diablos, que no entendían el buen humor de mocrático de su Presidente.

Había pasado con muchos: desde "Time", de inconfun dible estilo,' hasta esas revistas comerciales que reciben dinero para hacer publicaciones de propaganda pagada; por las juntas de turismo, y en donde todo se concreta a decir que el dictador latinoamericano de turno, ha hechc carreteras, hoteles, y ha permitido la llegada de líneas de aviación, con la ayuda de las cuales el viajero se traslada en pocas horas desde Nueva York o Washington, al país que paga por la propaganda.Pero con los periodistas del país, las prácticas eran muy ■ distintas, porque

para ellos Somoza había inventado (y ello da una buena idea de su brutal humor), esta fórmula irresistible: para los amigos plata, para los enemigos

plomo.A balazos había sido agredido Juan Ramón Aviles en cumplimiento

de esta feroz consigna; y el que realizó la misión de represalia porque Juan Ramón había estado atacando a Somoza con motivo de su primer golpe de Estado, fue un tal sargento Chavarría, quien una vez salido de la Guardia, hizo llegar su confesión escrita hasta el propio periodista Aviles.

Era también así cómo /as empresas periodísticas de Somoza gozaban de prerrogativas, mientras las de sus enemigos eran perseguidas a muerte; él guardaba su papel en los edificios públicos como el Estadio Nacional, impedía por medio de sus amigos que los reporteros de los otros diarios capitalinos obtuvieran noticias en fuentes oficiales antes que su propia empresa, pagaba a sus empleados con planillas sacadas de los ministerios, ordenaba viajes al exterior (incluso para cubrir eventos deportivos internacionales) por medio de las oficinas públicas, utilizaba talleres de la Nación para reparar sus maquinarias, obligaba al pago de suscripciones o avisos en beneficio propio, a las dependencias gubernamentales; y, por otra parte, encarcela-

Page 69: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

69 131

ba, ponía trabas, amenazaba, daba palos y exilaba a quienes atacaban sus sistemas de gobierno.

Por eso salió del país mi padre, dueño y director de "La Prensa", en el año de 1944; por eso salieron Alejandro Cuadra, Hernán Robleto, Antonio López, Gustavo Adolfo Ortega, Gonzalo Pavas Novoa, Adán Selva y otros más.

A Manolo Cuadra lo envió primero a Corn Island, una islita situada a varias millas del litoral Atlántico, lo sacó después a pie_por la frontera de Honduras, y con el mismo pasaporte lo mandó a Costa Rica más tarde. Todas las veces, 24 horas luego de haber publicado un artículo, recordaba Manolo, como dando a entender que se había tratado siempre de una decisión tiránica tomada instantes después de la lectura de sus artículos.

Somoza no perdía tiempo en esta clase de negocios, y su crueldad iba siempre hermanada con un sentido del humor, que.lucía burlesco y picante, sobre el destino de sus enemigos.

Cuando Gonzalo Rivas Novoa dijo en un periódico que en Nicaragua ya no se podía trabajar sin el consentimiento de los Somoza, y que el único camino de la gente honrada era la mendicidad, el tirano decidió que lo recluyeran a la fuerza en el Asilo de Mendigos. Inmediatamente de ese atentado, don Horacio Espinosa, un patricio nicaragüense de canas respetables y valor cívico a toda prueba, declaró en un diario que Nicaragua gobernada por Somoza era una patria de locos; el Dictador, herido en su amor propio, ordenó a la policía llevarlo detenido a un Asilo para enfermos mentales.

Sus reacciones eran las de un megalómano enfermo y humorista procaz dedicado a burlarse de la gente; como cuando no quería aplicar la última pena, o hacer como él decía, que alguien "se pudriera en la cárcel". Así fue como se atrevió a escribir poemas en prosa sobre cierta leyenda indígena, y cambió el nombre de la Isla de los Pájaros, en el

lago de Managua, por el de "Isla del Amor". Porque él unos meses del año era cafetalero, otros ganadero, después agricultor, más tarde poeta, luego marino mercante y por último salinero.

Sus periódicos describían diariamente el auge increíble de sus industrias, y el beneficio que con ellas hacía a Nicaragua; lo fotografiaban empujando las ruedas de un jeep atascado en el lodo cuando viajaba con la mitad del Ejército a "reincorporar la Costa Atlántica", zona casi desconectada del Pacífico de Nicaragua, y destacaban sus hechos con títulos increíbles y sugestivos, que gritaban los voceadores de Managua: "SOMOZA CONQUISTA LA MANIGUA", "SOMOZA HACE FRENTE A LA MONTAN A" . . .

Y... ¡ay de los periodistas que se burlaran de sus actos de heroísmo, o que pusieran en duda sus hazañas homéricas, porque iban al exilio, o a la cárcel!

Por más de una de estas proezas del Presidente, tratadas con un poco de humor atrevido y solapado por parte de los diarios de oposición, sufrieron éstos persecuciones, suspensiones o censuras.

Así suprimió o censuró a "La Prensa", a "Flecha" o a "La Noticia" y una vez impulsado por el frenesí de quien todo lo puede, mandó echar cadenas a una prensa en que se editaba un diario de provincia, dirigido por el general Carlos Castro "Wassmer, padre precisamente de Edwin Castro Rodríguez, uno de los tres llevados a la presencia del periodista de Costa Rica para asistir a la entrevista cuya narración hago en este capítulo.

Su fábrica de hilados y tejidos, que además de hacer mantas y driles para el comercio fabricaba telas para los uniformes del Ejército y para los vestidos de los presidiarios, demandó una vez a "La Prensa" por la suma de 100.000 córdobas. Los jueces sustanciaban juicios de toda clase contra los periódicos, y los trenes del Estado retar-

Page 70: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

132 70

daban el envío de los paquetes que contenían diarios de la oposición destinados a otras ciudades.

Cuando los Somoza enviaban al exilio a un periodista, los detectives caían sobre la víctima en la noche, le vendaban los ojos, lo subían a un vehículo militar y lo dejaban en la frontera descalzo y solo, con órdenes de caminar hacia la montaña o morir ametrallado si intentaba un regreso. Al saber que necesitaba anteojos para ver, se los quitaban y al que pedía por sus condiciones, alguna medicina, se la negaban brutalmente.

Fue así cómo apareció dos veces Manolo Cuadra casi desnudo en los pueblecitos hondurenos y costarricenses, o cómo llegaron Alejandro Cuadra, Toño López y Aquiles Centeno a La Cruz de Costa Rica.

Una excepción fue Gonzalo Rivas Novoa, porque un día de tantos, aburrido el Dictador de sus sátiras, correspondió a ellas satíricamente, enviándolo a Panamá a bordo de un avión comercial, descalzo y en pijamas.

Era una lucha sin cuartel, brutal, primitiva...La conversación en la Casa Presidencial entre el periodista de Costa

Rica y los presos Enó'e Aguado, Edwin Castro Rodrguez y Ausberto Narváez, fue también (valga la comparación) sin cuartel y primitiva.

—¿En qué. cárcel están ustedes...? —preguntó el periodista.—En el Primer Batallón —dijo Castro. —¿Y usted...? —preguntó al otro. —También —dijo el doctor Aguado. —¿Y usted...?La última pregunta dirigida al prisionero que aún permanecía

callado, no obtuvo respuesta en el primer momento, porque los torturadores cambiaron miradas entre sí. Ausberto Narváez estaba todavía en el jardín de los leones, dormía en una jaula y se cubría durante todas las noches que hace más frías el viento de Tiscapa, con unos

sacos de arpillera. De allí lo habían sacado momentos antes para llevarlo a presencia del periodista... ¿Qué" podía contestar...?

Sus ojos temerosos y especiantes se volvieron a los sicarios que asistían a la entrevista sostenida entre un hombre libre y unos pobres amenazados, y entonces repitió él mismo la pregunta que había hecho el periodista.

—¿Cómo se llama... esa... cárcel...?—El Primer Batallón también... —dijo el teniente Osear Morales

imperativamente y miró con dureza al prisionero que repitió avergonzado y triste:

—El Primer Batallón.., pues.Luego vinieron los flashes y las otras preguntas que se fueron

contestando con la misma degradante naturalidad, hasta que los presos, después de haber dado cuenta del buen trato a que estaban sometidos, terminaron su papel y fueron llevados, a su alojamiento.

Había habido una entrevista más de prensa. En Nicaragua, y a pesar de la muerte de Somoza, seguía funcionando la Democracia...

XIX

LA AUDIENCIA

ff Dice la Biblia que cuando José estaba preso por las intrigas de la mujer de Putifar en las cárceles del Faraón, y éste decidió llevarlo a su presencia para que le interpretara el sueño de las siete vacas flacas y las siete gordas, lo rasuraron, le cortaron los cabellos, le pusieron vestiduras impías y luego lo sacaron de la prisión para conducirlo al palacio del soberano.

Esta tradición de los antiguos gobernantes de Egipto ha sido adoptada con gran acuciosidad por la familia So-

Page 71: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

71 135moza. Por eso es que nadie concibe en las cárceles de Nicaragua una afeitada sin consecuencias; malas o buenas, ellas llegan invariablemente, y cambian la vida del prisionero una vez que la mal asentada navaja del barbero ha hecho su noble papel.

Barbas y cabellos largos y revueltos, en el suelo del patio de tierra en que funciona la barbería, caras afiladas que vuelven a identificarse, ya sin una indumentaria que durante semanas se ha hecho habitual, cuerpos delgados y vapuleados que desfilan al baño y hacen luego su reaparición con vestidos tan holgados, tan grandes que dan la sensación de ser ajenos.

Diez, quince, veinte, hasta treinta libras menos, y la voz suave de un oficial, alegre también de saber que las cosas van mejorando...

—¿Usted, no tiene ropa limpia... ?—No, qué voy a tener ...Entonces piden por teléfono a la casa del detenido y hacen que la

familia se movilice y corra con un paquete en que van pantalones, camisas, toallas, jabón y cigarrillos ... Al fin, cigarrillos...

Luego el fiscal, que va notificando de celda en celda para advertir que los defensores han aceptado el cargo y que la audiencia deberá verificarse al día siguiente. Una audiencia pública, ya con ribetes de legalidad y de incidencia judicial civilizada, porque hasta ese momento la Corte ha sido un tribunal de investigación secreto, tenebroso mejor dicho.

¿Irán a cambiar las cosas... ?Afuera está preparado el escenario que se ha decorado para

representar la primera parte del drama .Ya nadie está en el jardín de los leones, hay comida, ropa, medicinas, baño y barbería. El fiscal ha buscado por todo Managua a un grupo de valientes abogados que quieren hacerse cargo de la defensa de veinte y tantos presos. Cerca de

diez han dicho que sí, y entre ellos van a repartirse el doloroso trabajo de luchar contra el poder de una familia que, en su papel de parte ofendida, ha nombrado a los jueces, ha dado validez al procedimiento, ha organizado todas las minucias que lleva consigo la sustanciación de un juicio, y ha arreglado, además, aún antes de la primera audiencia, su propia sentencia.

Nos sacaron a las nueve de la mañana para ser trasladados en grupos de cinco a la residencia de la Curva. La camioneta que nos conducía iba casi sin escolta, y el militar que hacía de "preboste" (denominación que se da en Nicaragua al oficial encargado de la custodia de presos sometidos a tribunales militares) fue amable. Era necesario.

Recuerdo que la luz del sol, la primera en muchos meses, me dio en la es ra ron una intensidad comparable a la que se experimenta cu?.),:1o uno es fotografiado de noche. Fue un fogonazo lejano y persistente, que comenzó a disiparse cuando ya de-iUo d? la camioneta me recosté en los mullidos asientos Je cuero. La sensación del tacto con un objeto común de i- i '.-¡visación es inolvidable; el sentir que uno se, hunde v^i re wn colchón de resortes, es como descubrir algo nuevo, come recordar lo que se experimenta al viajar por prinit.a vez en un avión: un vértigo indefinible.

El camino se h'>.'>' cortísimo, corrimos encima de una ola de viento frenéiico que nos echó casi sin darnos cuenta frente a la soberbia resid/^icia de los Somoza, en cuyas puertas, aguardando nu.vtra llegada, vimos a un grupo de gente vestida de colores: azul, rojo, amarillo, verde, verde amarillo, rojo, azul. Bajamos y anduvimos tambaleantes unos pasos hacia la puerta principal, llegar-do como a la orilla de todas esas figuras, sin darnos cueida de quiénes eran.

Yo miraba a uno y a otro lado. Est?ba como deslumhrado por el sol y por la variedad ac trajes. Oía que pronun-

Page 72: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

136 72

ciaban, nombres conocidos, distinguía siluetas y buscaba, siempre ajeno a todo ese panorama de la vida ordinaria que había olvidado, uniformes, siempre uniformes como para estar seguro de no equivocarme y saber defender lo que aún me quedaba por defender.

Pero seguimos andando y entramos en el torbellino mismo de los colores pues teníamos que pasar por la puerta. Estábamos ya a dos metros, a un metro... los nombres propios de nosotros salían del grupo'cada vez con más fuerza, casi como a gritos, como en un sueño extraño en que los interlocutores hablaran con megáfonos.

A medio metro de distancia, me di cuenta.Estaba mi madre, estaba mi esposa y estaba mi primo. Me veían de

cerca, pero increíblemente lejos, sus miradas reflejaban una sorpresa que armonizaba perfectamente bien con la mía. Eran caras dignas y altivas, pero repletas de un cariño inexpresable. Habían dejado el dolor lejos, en el altar de la Virgen de la casa, lleno de veladoras, y llegaban allí desafiando todo para ver de cerca la injusticia y conocer otra vez la verdad que ya sabían.

El grupo se abrió en dos a la pasada de nosotros, y estallaron las lágrimas y los abrazos de medio camino, apenas contenidos por los apenados guardias de la escolta, qu¿ no por ser sirvientes de los Somoza, eran insensibles.

Mi madre no lloró y mi esposa tampoco.La primera de ellas había visto a mi padre, perseguido durante 10

años por los Somoza, dejar todas sus pertenencias en Nicaragua y salir huyendo al extranjero. Muchas noches presenció cómo lo arrancaban de su lecho para llevarlo a la prisión, o cómo llegaban a lá oficina de su periódico para notificarle un cierre, que equivalía a quitarle ía subsistencia diaria. Por 'causa de esas persecuciones, ya en el destierro, mi madre había llegado a pasar tales necesidades, que una vez se empleó de costurera en una fábrica de Nueva York.

Mi esposa había presenciado dos veces cómo me capturaban con las manos en alto, con ametralladoras, rifles y pistolas; había pasado un año entero llevándome la comida a las cárceles de La Aviación, y haciendo antesala en juicios civiles y consejos de guerra pasados, en medio del innoble bullicio que mete la chatarra de los militares.

Sí, ellas, si acaso tenían que llorar, ya lo habrían hecho en sus casas, pero nunca en la casa de los Somoza, donde se efectuaba ahora la primera audiencia pública del juicio que había comenzado en la misma mesa de comedor de la familia dinástica.

Después del breve encuentro seguimos adelante por una escalera que en los días dolorosos se había visto atestada de presos que no podían andar, y llegamos hasta el salón donde siempre estuvo instalada la corte; pero esta vez el decorado era diferente, más digno, más de acuerdo con la solemnidad de la ocasión.

La mesa de comedor de la familia de Anastasio So-moza Debayle había desaparecido, para dar lugar a una sucesión de mesitas metálicas cubiertas con carpetas verdes; y frente a ellas, filas enteras de silletas de hierro alineadas con pequeños escritorios, en donde debíamos sentarnos los detenidos con nuestros respectivos defensores.

Parecía como sí la corte hubiera recuperado su dignidad un poco al cambiar de escenario, como si al desaparecer la sombra de las pertenencias íntimas de la familia, hubiera más cabida para una justicia que presumía estar basada en las atribuciones del Estado y no en el impulso vengativo de un interés privado.

Fue un respiro que hinchó por un momento las venas de nuestras esperanzas y que llevó a nuestras almas el ánimo para esperar un desenlace que no estuviera de acuerdo con el terror que veníamos viviendo.

Rato después de estar allí se nos permitió hablar con las familias. Entraron todas las personas que habían espe-

Page 73: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

136 73

Page 74: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

74 139rado en la puerta de la casa de los Somoza, llevándonos el aliento de nuestros hogares y la alegría de saber que no estábamos abandonados.

Tuvimos por un momento (único momento durante todo el curso del juicio que se iniciaba, porque después las cosas iban a cambiar radicalmente), una sensación inmensa de alivio.

Recuerdo muy bien cómo mi abogado defensor, doctor-Manuel Morales Cruz, me dijo desde el instante del primer abrazo:

—No te aflijas, porque no estás solo.Y efectivamente, ninguno de nosotros lo estaba, porque en todos los

sectores del país se sabía perfectamente bien 3o ocurrido particularmente a cada preso; conocían las torturas aplicadas, las atroces torturas de donde habían brotado las mentiras que complicaban el juicio, y el tratamiento brutal que había invertido la posición de los So-moza, pasándolos una vez más de ofendidos con la muerte de su padre, en ofensores de la dignidad humana.

Durante esta audiencia supe que en los primeros días habían caído a la cárcel más de 3.000 personas; que en el departamento de Chontales la represión somocista había asesinado a Ramón Orozco y a Bonifacio Miranda, ahogándolos, atados de pies y manos, dentro de un pozo abandonado, y que por gestiones del Gobierno de los Estados Unidos, en cuyas fuerzas armadas militaba el hijo de este último, entregaron después de una serie de incidentes los cadáveres amarrados todavía y presentando todas las señales de inenarrables torturas.

Supe también que la fuerza pública había arrebatado los teletipos de "La Prensa", y que ei diario había sido clausurado durante la primeva semana qne siguió al atentado; que diez miembros del personal del periódico estaban presos, y que mi madre había asumido la dirección junto cun mi primo Luis Cardenal, lanzando una edi-

ción que a pesar de la censura fue ampliamente aceptaba por el público.Allí me contaron que la Sociedad Interamericana de Prensa no había

quitado él dedo de mi caso, y que en los primeros momentos la venganza de los Somoza por poco inclina el platillo de la balanza en que habían puesto su decisión de fusilar sin juicio a un buen número de opositores.

Era la lista, la lista de Herodes que nosotros habíamos comentado el día de la muerte del dictador, y que no fue puesta en práctica debido a la intervención de personas prominentes, que algún día podrán dar testimonio de esta verdad.

Supe de todos los presos, de las flagelaciones que hacían en las cárceles del país, y de incontables casos de tortura. Supe del aislamiento en que la República se había mantenido durante algún tiempo. También yo conté mi parte, y lo mismo hicieros los demás.

Los minutos transcurrieron en una tertulia íntima que la Corte permitió generosamente, hasta el momento de iniciarse la audiencia con una discusión de la cual se sacó en claro que sólo la Corte conocía el texto de las declaraciones de los detenidos.

Los abogados no sabían por qué se nos acusaba. Nuestras familias se estaban enterando de los cargos que los Somoza levantaban contra nosotros, y nosotros mismos, fuera de lo que recordábamos haber dicho, no teníamos siquiera noción de lo que habían declarado los otros com-pañeros.

Muchos, juntos desde hacía meses en la misma cárcel, pero incomunicados, nos estábamos saludando hasta ese momento y averiguando con sorpresa quiénes eran los otros "indiciados" en el proceso.

Y eso era un juicio legal... un juicio en el cual, según la propaganda del diario particular de los Somoza, se

Page 75: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

75 139

Page 76: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

140 76

había procedido con estricto apego a las leyes y con una "serenidad" que obligaba a rendir pleitesía a los dos hijos ofendidos por la muerte de su padre.

El caso se subsanó con una decisión de la Corte que prescribía hacer copias de todo el proceso y entregarlas a los defensores. La audiencia concluyó cuando el presidente del tribunal, mayor Carlos Zepeda, dejó caer suavemente su mano sobre el timbre que había figurado en la mesa del comedor de los Somoza; y.después de que familiares y abogados abandonaron la sala, fuimos conducidos nuevamente a la prisión.

El primer acto del drama con nuevo decorado había sido el encuentro doloroso y sentimental de veintidós hombres con el mundo que habían dejado inesperadamente, hacía unos meses.

Durante el resto del proceso no se volvería a repetir un acto humanitario semejante. t

XX

LA EFICACIA DIABÓLICA

Ya he descrito cómo el método de investigación de los Somoza es una mezcla de elementos científicos importados, con viejas prácticas medievales, porque como en los antiguos castillos, las habitaciones privadas de la familia sirven de cámaras de tormento.

Pero hay algo más, una determinación que comple-• menta la eficacia diabólica del sistema, basada en el conocimiento de que se puede torturar a un hombre y hacerle sentir la mayor cantidad de dolor posible sin dejar en su persona huellas de ninguna clase. Las efusiones de sangre, las cicatrices evidentes a la vista y la lesión epidérmica, por así decirlo, están generalmente proscriptas, por-

í *- 1

que son elementos que pueden obstaculizar los resultados favorables de un juicio, o volver dudosas, sin necesidad de un examen profundo, las declaraciones de un acusado confeso.

Los Somoza saben .que hay una tortura efectiva y otra ornamental; que un golpe descargado en la cara, por ejemplo, duele tanto como el aplicado en el estómago, y mientras el primero deja una huella visibe por algunos días, los rastros del segundo quedan en la profundidad de las visceras.

¿Cuál de los dos será más efectivo para obtener una confesión falsa ... ?

Los sicarios somocistas recurren desde hace algún tiempo al tipo de tortura que logra un máximum de sufrimiento sin dejar huellas aparentes sobre la anatomía del individuo; han descubierto el papel determinante de los nervios deshechos sobre la voluntad del prisionero, y el poder receptivo de una mente ablandada por la falta de sueño, para aceptar cualquier fórmula de culpabilidad. Saben que el dolor físico no depende ni cuantitativa ni cualitativamente del instrumento que lo provoca, porque a veces resulta más dolorosa la presión de una mano aplicada sobre un músculo neurálgico, que el espectacular puñetazo dado sobre la caja del cuerpo.

Esta evolución de la tortura visible por la tortura que no deja huellas, tiene su origen en las brutales represiones de abril de 1954. En esa época los Somoza tuvieron que retrasar cerca de siete meses el Consejo de Guerra que debía juzgar a los sobrevivientes de aquellas matanzas, porque estos sobrevivientes conservaban huellas bien evidentes del tratamiento... y el retraso del juicio provocaba la continua agitación política. Cicatrices que no habían cerrado completamente, costillas que no habían sanado, dientes que tuvieron que ser repuestos tras paciente labor de un odontólogo del Ejército, personas que evidentemente

Page 77: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

77 143

denunciarían sin hablar las torturas, y que no podían ser llevadas en esas condiciones a una sala de justicia donde la entrada para periodistas-nacionales y extranjeros era libre.

Fue para los Somoza una magnífica experiencia; porque después, en 1956, lograron con fines idénticos todo cuanto se habían propuesto, pero sin retrasos elocuentes ni incidentes molestos.

Esta vez los hombres que comparecieron ante el tribunal, aunque pálidos y delgados, teman sus dientes completos, indemnes sus costillas, y no presentaban cicatrices de ninguna especie... pero habían sufrido lo mismo; eran la obra del "Cuarto de Costura".

Porque los músculos "tetanizados" que conocen los científicos, debido a un esfuerzo sobrehumano que provoca dolores inaguantables, o las articulaciones descoyuntadas por un doloroso tratamiento a base de posiciones imposibles, sólo hubieran podido mostrar sus huellas, median-te la disección de los músculos y tendones afectados.

El estar por ejemplo inclinada la parte superior del cuerpo, formando con el tronco un ángulo de 45 grados, al mismo tiempo que se obliga a poner a la víctima la frente apoyada contra la pared durante dos horas enteras, no solamente produce un dolor que llega hasta el desmayo, sino que distiende músculos, traumatiza huesos del cráneo y de la columna vertebral, altera prácticamente el esqueleto, y deja, por la presión producida mediante el peso de la mitad del cuerpo sobre el cerebro, una sensación total de ausencia, un caos en la personalidad muy difícil de describir.

El permanecer en cuelas —"culiche" llaman a esto los militares— es decir, haciendo gravitar todo el peso del organismo sobre las rodillas y músculos de las piernas por tiempo indefinido, causa la llamada "tetanización" con dolores parecidos a los que se obtenían (más rápidamente por

cierto) en el famoso "potro" usado en la antigüedad, especie de rueda gigantesca que al ir girando descoyunta las articulaciones y estira brutalmente los músculos.

Es el mismo principio, sólo que los antiguos no intentaban ocultar la existencia del "potro", porque sus nociones de ética eran más rudimentarias.

Los torturadores de hoy han evolucionado hacia una manera de hacer sufrir lo mismo sin que alguien pueda acusarlos de tener en sus cárceles o en sus casas un instrumento como el descrito. En otras palabras, tales métodos modernos para la "extracción" del sufrimiento, tienen como todo lo nacido en nuestro siglo, una simplicidad que disfraza y confunde, al mismo tiempo que sólo deja rastros significativos para un especialista y con los cuales bien se puede engañar a la generalidad de la gente.

Es la diferencia de siglo que existe entre el anteojo de marco (ya casi se puede decir antiguo) y el lente de contacto; ambos cumplen con el mismo cometido, pero uno se ve, y el otro no. Es la distancia que ha puesto la ciencia entre la cosa brusca que se palpa y lo que casi no se ve, pero que existe con la misma realidad y desempeña el mismo fin de lo visible; así, la aguja hipodérmica de acero, visible y fría, ha sido sustituida por el método moderno que permite introducir en el cuerpo el líquido impulsado a presión, sin que la jeringa que lo lleva esté adornada del acero perforante.

La tortura también ha avanzado, y el progreso del régimen de los Somoza en Nicaragua se puede medir por la sustitución consciente que han hecho de un método anticuado que dejaba huellas visibles, por uno moderno que produciendo las mismas unidades de dolor físico que el antiguo, coloca a las víctimas en la difícil situación de tener que dar una explicación prolija de lo ocurrido, para justificar su propia caída. Hasta allí llegó la eficacia diabólica de la investigación somocista: haber descubierto

Page 78: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

78 143

Page 79: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

144 79

una especie de trágico judo, que aplicado sin límite de tiempo y en cámara lenta, es tan destructor del cuerpo humano, como poco espectacular.

Los hombres que trabajan en el laboratorio de los Somoza saben que cuando introducen a un cliente dentro del "pozo" para que sufra la desesperación de la asfixia, o cuando le descoyuntan brazos y piernas en los suplicios del "Cuarto de Costura", no quedan huellas visibles del sufrimiento.

Además, los tratamientos de esta clase van siempre acompañados del debilitamiento sicológico del paciente, circunstancia que no puede medirse en modo alguno.

¿Qué termómetro hay para señalar hasta dónde llegó el sufrimiento de los que vivieron durante meses en ía jaula de los leones... ? ¿Quién puede decir lo que sufre un hombre, solitario en un oscuro sótano, amenazado e insultado, mientras el recuerdo de una legión de asesinados ronda el silencio de la noche... ? ¿Y las penas que degradan la dignidad del ser humano... ? ¿La desnudez, el hambre, el mal trato ... ?

¿Y el pensar que uno es menos que un animal, y que su vida o existencia futura depende de la voluntad de una familia llena de odio y deseosa de tomar venganza de sus enemigos.,. ?

Yo llegué a concretar mis ideas acerca de la totalidad del sistema investigatorio de los Somoza, cuando pude comunicarme con mi familia y conté lo que me había pasado.

Ese mismo día fui sacado de mi celda en calzoncillos y urgido por la voz de un oficial que gritaba:

—Vamos, ligero, ligero, ¡vos! —señalando hacia mí.Salí frente al bello escenario de la loma de Tiscapa. Casi en la

oscuridad tropecé con la silueta de Lázaro García... ¡Lázaro! El que había colgado de los testículos a Bayardo Ruiz, el ayudante de Anastasio Somoza Debayle, el hombre que acosaba durante las interminables horas dt

tortura a la mayor parte de los prisioneros. Alto, atlético, blanco, siempre con anteojos negros. Su gordura lo hacía aparecer más viejo, aunque no tenía más de 35 años. Es primo segundo de los hijos del Dictador por la línea materna, y este tenue y borroso parentesco él procuró mantenerlo siempre vibrante con lealtad de sicario. Lázaro gritó:

—¿A quién le dijistes vos que te habían torturado... ?Respiré profusamente y junté las manos al cuerpo tembloroso.

Recordé las escenas pasadas en compañía de mi madre, de mi esposa, de mi primo, de mi abogado que me había dicho: "No estás solo", y gritando también con-testé resueltamente:

—A mi abogado.

—¿Y qué le dijiste ... ? —replicó Lázaro instantáneamente, mientras su cuerpo se encogía en la noche como dispuesto a saltar sobre la presa.

—Lo que vos me hiciste —contesté.Entonces vi con sorpresa que Lázaro, el del borroso parentesco con

los Somoza, no saltaba sobre mí, sino que se retiraba despacio dando pasos cortos y lentos. Parecía estar asustado, reflexionar sobre mi contestación que él no esperaba y darse cuenta de que algo fallaba en el sistema.

—Esto que estás haciendo es grave —me dijo simplemente. Y cuando yo le repetí que era verdad, su figura corpulenta se deshizo, se desvaneció de mi presencia y se fue sin replicar una palabra.

Salí de mi asombro cuando el oficial de guardia que me acompañaba ordenó mi vuelta a las celdas, y comencé a darme cuenta cabal de lo que había sucedido, cuando la puerta de hierro tapiada de madera se cerró nuevamente.

El sistema cuidadoso de no dejar huellas físicas visibles había sido observado puntualmente, pero el proceso^ estaba dando comienzo y tanto mi entrevista con la fami-

Page 80: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

80 147

lia como la .última con Lázaro, delataban en mí la intención de explicar lo ocurrido.

¿Como podían ellos evitarlo... ?Más tarde supe que esa misma noche Anastasio So-moza Debayle

movilizó a sus agentes para encontrar a un familiar mío con objeto de entrevistarse con él y discutir sobre "mi caso". Primero negó que me hubieran torturado. Después, ante el acopio de datos expuestos por mi familia, admitió que era así, pero no tanto, y luego hizo un análisis de lo que para él significaba la tortura, como dando a entender que ésto consiste únicamente en arrancar lenguas, quemar ojos o meter finas agujas al rojo vivo debajo de las uñas.

Sin quererlo, descubrió los axiomas en que se basa el método diabólico de investigación que usan sus esbirros: provocar todo el dolor posible sin dejar huella, de modo que el sufrimiento mismo no pueda ser una prueba favorable al detenido, un testimonio documental escrito en su cuerpo.

Somoza Debayle pidió, además, indignamente, que yo no relatara a la audiencia la verdad de lo ocurrido, y como se lo negaron, despidió desabridamente a su visitante, di-ciéndole que también él estaba en peligro.

Más tarde envió a decir a mi abogado:

"Que sepa, si va a hablar de torturas, que luego sabrá cómo son".

XXI

EL DR. LACAYO FARFAN

H En la audiencia pública pude hablar por primera vez, desde que nos separamos en el "galillo" de la 3^ Compañía, con el doctor Enrique Lacayo Farfán, Me cogió de las

manos trémulo y excitado como para transmitirme su emoción y mirándome a través de sus ojos enrojecidos, suplicó: —¡Pedro, júramelo, por favor! Si salís libre de aquí, no permitas nunca que mi hijo varón viva en Nicaragua.

Enrique Lacayo Farfán tenía entonces cerca de 50 años; era uno de los profesionales (y lo seguirá siendo) más respetados de Nicaragua, y la gente lo quería con ese cariño pegajoso de que se hace objeto al médico de provincia, no porque él fuera eso, sino porque Nicaragua es precisamente una provincia.

Había seguido cursos de especalización en el Hospital Santo Tomás de Panamá y después en Chicago. Tenía una extensa clientela y su desinterés por la gente de escasos recursos económicos lo hizo encontrar un buen lugar en el corazón de ésta.

Su pelo se había vuelto canoso por el sufrimiento, y sus rasgos, desencajados por las torturas y privaciones, daban a su fisonomía una impresión de gravedad que guardaba penosa armonía con sus ademanes siempre pausados.

Cuando me hizo aquella patética y sorprendente súplica, sentí que la misma me colocaba a la orilla de un profundo abismo.

—¿Qué le podía haber pasado para hacer una recomendación de esa especie ... ?

—¡Hermano, hermanito . . . fue horrible! —me explicó. Las lágrimas de sus ojos hicieron saltar las mías. La convulsión de todo su organismo

contagió mis manos, y un intenso calor nos envolvió a los dos, unidos en un abrazo. ¿Qué le había pasado . . . ?

Su historia intensa y espantosa resumía, desde la aplicación sistemática y constante de todas las torturas' por el largo término de un mes, hasta el increíble sadismo de haber sido alojado durante dos meses más en una celda del tamaño de una tumba. Había comenzado con una frase dicha de soslayo en el salón principal de la Casa Presiden-

Page 81: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

c

148 81

cial por un hijo ilegítimo de Somoza, José, para concluir confinado y solo en el estrecho local a que me refiero. La frase fue:

—¡Allí va el futuro presidente...! —y se produjo cuando llevaban a Enrique con una muleta que usaba a consecuencia de la fractura del fémur en un accidente de automóvil, a declarar ante Anastasio Somoza Debayle. Quien la dijo, estaba reflejando el temor que todos los miembros de la familia dinástica tenían a un hombre cuyo único capital político estribaba en la honradez a toda prueba y en una popularidad bien ganada con el trabajo y el sacrificio: era lo opuesto a ía dinastía, el hombre-símbolo que con su sola actitud podía ser factor importante en la destrucción de los tiranos; y por eso, porque las dinastías están pendientes de los posibles sucesores advenedizos, ha-bía que deshacerlo, que desintegrarlo.

¿Qué mejor ocasión para lograr este objetivo que la muerte de Somoza...? ¿Cuándo iba a presentárseles la oportunidad de • encontrar un motivo más grande que ése ... ?

Lo metieron en el "Cuarto de Costura", y así comenzó su batalla, contra la Oficina de Seguridad, contra el guardaespaldas personal de Somoza, el norteamericano Van Winkle, contra los altos jefes del Ejército que lo interrogaron muchas veces, y desde luego, contra el mismo Anastasio Somoza Debayle. Lámparas incandescentes, el pozo asfixiante, esposas, interrogatorios constantes, golpes, pláticas in-terminables con los sicarios que pasaban de la pose cariñosa y sentimental a la brutal y primitiva: falta de comida, falta de sueño y por úitimo... la tumba.

Yo conocí esta tumba durante sólo 24 horas. Es una celda a la cual los genízaros del destacamento del Primer Batallón llaman "La Chiquita". Está ubicada debajo del comienzo de una escalera de concreto y de tal modo construida, que la persona sepultada en su seno sólo puede per-

manecer acostada. Es triangular, de modo que los pies del prisionero (estando un hombre en posición horizontal) tocan el cielo raso de la parte extrema que va subiendo hasta la altura de la cabecera, desde donde.se puede alcanzar el mismo cielo raso con sólo levantar un poco los brazos. La tumba es oscura, caliente y hedionda; su única puerta da a un patio de tierra. Se abre solamente tres veces al día, durante el tiempo suficiente para hacer llegar al prisionero la comida.

Dos meses estuvo él allí, y otros tantos permanecieron el doctor Alonso Castellón y Cornelio Silva Arguello, quienes ocuparon una celda gemela, idéntica. Dos meses sin luz, sin aire, sin el reflejo siquiera del sol. Sesenta días interminables que lo pusieron más demacrado y lo volvieron más enfermo, hasta el punto de provocar lágrimas en los ojos de los compañeros que de vez en cuando lo veían pasar de lejos a la sala de guardia, donde le daban pastillas de namuron para dormir.

Pero eso fue nada, porque entre "la tumba", cuyo aspecto recordaba los sepulcros judíos a que aluden los pintores bíblicos en las ascenas de Lázaro Resurrecto, y la elegante residencia de los Somoza, donde Enrique fue huésped en un baño por más de mes y medio, hay todavía diferencia.

Lacayo Farfán, más que nadie, vivió esa intimidad de Anastasio Somoza Debayle, sobre la cual he hablado en capítulos pasados. Desde el baño podía oir sus conversaciones, recibía sus visitas, y entre tortura y tortura se le presentaba a veces con extraños síntomas de arrepentimiento por todo lo que había ordenado hacerle.

Lo visitaba, no a interrogarlo, sino a dejarle un saludo; le contaba cosas suyas; le obsequiaba un cigarrillo o se. iba de pronto sin despedirse, para enviar luego a sus sicarios a que le impidiesen fumar y tornaran a torturarlo.

■r

Page 82: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

82 151Cuando lo metieron al pozo y Enrique se rindió al fin a los largos

tormentos, diciendo una cosa falsa» lo llevaron a su presencia totalmente inflamado y goteando de los cabellos el agua innoble que minutos antes había estado a punto de asfixiarlo. Alb', frente a las lágrimas coléricas del hombre torturado, impotente y deshecho, Anastasio Somoza Debayle, erguido sobre los brillantes mosaicos de su palacio, cerró la sonrisa artificial que siempre abre su rostro y, cogiendo a Enrique de las manos, lloró también y le dijo:

—Quique, voy a ordenar que ya no te sigan haciendo eso. Y no te voy a inculpar más por la muerte de mi padre.

A Enrique nadie le decía "Quique", y nadie pudo probarle tampoco en el juicio que siguió después, conexión alguna con la muerte de Somoza; pero a pesar del apelativo cariñoso y de las lágrimas del jefe del ejército de Nicaragua después de terminada esta entrevista, lo volvieron a torturar, y durante el proceso lo encasillaron, con saña y perversión en el lugar de los "cómplices", por el delito de asesinato en la persona del Presidente.

Anastasio Somoza Debayle llegaba al baño de su casa, donde guardaba al prisionero. Unas veces ceñudo y frío, dejaba escapar con naturalidad las frases crueles de su genio ordinario: amenazaba, gritaba y ordenaba nuevas sesiones de tortura. Otras veces se presentaba humilde y sencillo como un muchacho de colegio, y decía al preso:

—Quique, platiquemos un rato, yo no te malquiero.

Desdoblaba su personalidad, despeñándola un día en los síntomas bien definidos dé la soberbia y de la ira; se presentaba con toda su aureola de hombre poderoso e invencible, hablando más con frenético placer que con naturalidad,. de matar y de ordenar torturas, o llegaba aba-tido y triste, en un digno papel de hijo ofendido, o de huérfano desgraciado.

Cuando adivinaba que alguien, moralmente sano, estaba dudando de su propia formación ética, se volvía moralista; pero si.sospechaba que su interlocutor, así fuera el más humillado prisionero, ponía en cuarentena sus arrestos de hombre, representaba todas las escenas del heroísmo.

Enrique lo vio más que nadie, pero todos lo conocimos en alguno de esos extraños síntomas que fuimos luego complementando en pláticas recíprocas hasta llegar a formar el cuadro general de su personalidad.

De los días de abril de 1954 recuerdo una frase suya que revela el aspecto negro de ésta, y de una fiesta en que me tocó estar con él hace ya muchos años, otra que le sirve de antítesis.

En abril, cuando las fuerzas de represión del Ejército estaban todavía fusilandq gente en los cafetales de Diriam-ba, un nicaragüense anónimo que se hallaba en "capilla", preso en el cuartel de las Cuatro Esquinas, vio al coronel Somoza Debayle entrar al sitio. Lo oyó dirigirse frenético al jefe del destacamento que era el mayor Agustín Peralta, para preguntarle señalando a los presos:

—¿Y esos... qué hacen allí todavía...?—Consulté y me dijeron que ya no más —dijo el mayor.Entonces el hijo del tirano que gobernaba Nicaragua, se levantó

sobre los talones, agarrotó las manos con furia y gritó como poseído de un espasmo de locura: —¿Por qué, por qué? Si ya dijo mi papá, ¿para qué andas consultando?

Se trataba de la pena de muerte, de una pena que no existe en los códigos del país, pero que se aplica con la naturalidad más grande, no únicamente a los "delincuentes" pon'ticos, sino a los prisioneros llamados comunes. De una pena que ha poblado de cadáveres los campos aledaños al Fortín de Acosasco de León, en donde ciudadanos humildes, unos acusados de haber levantado las

Page 83: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

"7

152 83

manos contra la autoridad y otros, quizá efectivamente convictos de haber efectuado un robo, son pasados por las armas sin más trámite que la orden presidencial dictada por teléfono al comandante del lugar.

Ya había dicho "su papá" que los mataran... ¿para qué volver a consultar...?

La otra frase que recuerdo de él y que sirve de antítesis, como digo, a la parte negra de su personalidad, fue, más que una frase, una confesión formulada cuando él y yo todavía nos dirigíamos la palabra.

—Acabo de venir de los Estados Unidos —dijo—. ¡Qué bendición es allá la democracia, la paz y la libertad...!

Después de perdida la batalla, el doctor Enrique Lacayo Farfán tuvo que decir lo que pretendían los Somoza: que el coronel Lízandro Delgadillo, jefe de la plaza de León, ciudad en donde Higoberto López Pérez dio de balazos al Presidente, había aceptado una proposición revolucionaria de parte del doctor Lacayo Farfán.

Más concretamente: que Lacayo Farfán había preguntado a Delgadillo si participaría en un movimiento revolucionario contra el Gobierno, y que el militar le contestó: "Si es una cosa sería, sí".

El doctor Lacayo Farfán rindió esa declaración que después desmintió; pero volvió al tormento... y tornó entonces a dar la misma declaración. Este afirmar y negar se repitió infinidad de veces y sus extremos oscilando como un péndulo entre la verdad y la mentira, se fueron alejando en el tiempo cada vez más, porque llegó un momento en que los restos de aquel hombre que había luchado heroicamente durante varios meses, ya no podían rectificar la mentira, sino sólo aceptarla.

Entonces llevaron al médico ante el militar a quien acusaban con su testimonio, y se produjo un dramático

careo entre dos antagonistas, pero víctimas del mismo sistema: uno opositor; el otro somocista.

Delgadillo había sido presidente del Consejo de Guerra que juzgara a Lacayo Farfán en el año de 1954; Lacayo Farfán había sido condenado en ese año por Delgadillo y cuatro jueces militares más, a una pena de 32 meses de destierro. Delgadillo había vivido al amparo del régimen de Somoza toda su vida; Lacayo Farfán siempre en la oposición a la dictadura. El militar sabía bien que las investigaciones ordenadas por la familia Somoza se' hacían a base de torturas; Lacayo Farfán había sufrido esas torturas...

El coronel representaba toda la era de los Somoza, sometida ahora a una aguda crisis por la muerte violenta de quien le servía de cabeza; el médico representaba todo lo contrario: la lucha diaria y constante de la gente decente y limpia contra el régimen de latrocinios y asesinatos. Entre uno y otro había un abismo, un abismo que fue salvado por la fuerza de los que mandaban, dispuestos a hermanar en un mismo sufrimiento, aun lo que fuera más contradictorio, con el objeto de'colmar sus deseos de primitiva venganza.

En el expediente de la corte, está el careo.

P. — Doctor Enrique Lacayo Farfán, dígame usted si conoce a la persona aquí presente que le señalo...

R.— Sí señor; coronel Lizandro Delgadillo.P.— Coronel Lizandro Deígadüío, dígame si conoce a la persona

aquí presente que le señalo.

R. — Sí señor; doctor Enrique Lacayo Farfán.P. — Coronel Lizandro Delgadillo, diga usted si entre los días 10 y

13 de julio en el Hospital General de esta ciudad, con el doctor Lacayo Farfán habló de un movimien-, to subversivo que se organizaría contra el gobierno de JV:-! coraqua...?

Page 84: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

84 155R. — No señor, el doctor Lacayo Farfán ni siquiera jamás se ha

atrevido a hablarme de política, mucho menos de movimientos suüuersiuos; ai él lo dice, es a sabiendas de que está mintiendo, y lo emplazo a que me pruebe su aseveración.

P.—Doctor Lacayo Farfán, diga usted si después de hablarle al coronel Delgadillo de un movimiento subversivo contra el gobierno de Nicaragua, le dijo Delgadillo a usted que si el movimiento subversivo contra el gobierno triunfaba contaría con su colaboración...

R. — Sí, señor.

Los Somoza estaban ganando la partida. Su ánimo de venganza no sólo se extendía hasta las personas de oposición al régimen y a los posibles peligros para la sucesión dinástica, como el doctor Lacayo Farfán. También querían hundir a Delgadillo, simplemente porque era el jefe de la plaza de León, el sitio donde balearon a su padre. Debía éste de pagar un posible descuido; tenía que comparecer a juicio, y era indispensable encontrar pruebas en contra suya. Éstas se buscaron afanosamente durante la investigación, como lo demuestra el proceso, en donde casi no hay una página en que no figuren preguntas acerca de Delgadillo.

Por fin encontraron la gran coincidencia, el formidable hallazgo que les permitía juntar en una sola cosa a dos hombres que eran un estorbo para ellos... ¿Por qué no hundirlos juntos...? Y juntos los hundieron.

Pero la vida tiene también sus juegos engañosos aun para los tiranos, que siempre piensan tenerlo todo y a la postre ven deshacerse con el viento los castillos de naipes que construyen.

Porque la historia no terminó allí, sino que continuó adelante por otros caminos hasta demostrar con base en esas coincidencias que destruyen los crímenes perfectos la inocencia de los dos inculpados.

Fue una circunstancia curiosa de dolor y muerte la que sirvió para establecer el verdadero contenido de la plática habida entre el doctor Lacayo Farfán y Delgadillo, tergiversada por los Somoza con el propósito premeditado dé hacer aparecer a dos hombres como conspiradores.

Porque médico y militar habían hablado, efectivamente; pero lo habían hecho en público, en los instantes mismos en que el doctor se encontraba atendiendo a una niñita moribunda en el Hospital General de Managua, y el militar entraba en ese mismo centro de salud con un hijito suyo, en los últimos estertores de la agonía.

La niña se llamaba Maritza Solórzano, y su tragedia, ligada por arte de la Providencia al hombre que atendió sus últimos momentos,' sirvió para establecer la verdad de la plática. El doctor Lacayo Farfán la había atendido un día y una noche completos. La niña murió al día siguiente a las 3 de la tarde, un 13 de junio, y a la hora en que el médico se retiraba del Hospital, desconsolado por el desenlace que le afectaba también como íntimo amigo de los papas de Maritza, se encontró en las puertas de la sala de operaciones con el coronel Delgadillo que llevaba a su hijo de 15 meses de edad moribundo y con una máscara de oxígeno.

Lacayo Farfán se acercó a saludarlo- compadecido de su tragedia, y lleno de dolor, por el desenlace fatal ocurrido a la enfermita amiga de su familia; se olvidó de que Delgadillo lo había juzgado y condenado una vez, sentado en la presidencia de un Consejo de Guerra; hizo a un lado los dos años de prisión que por culpa de esa sentencia había padecido, y lo saludó preguntando por el niño.

El militar correspondió agradecido al saludo y todos los médicos presentes testificaron después cómo había ocurrido la famosa entrevista... ¿Quién iba a hablar de revoluciones frente al cadáver de una niña, y del cuerpecito

Page 85: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

156 85

agonizante del hijo de quien tenía que dar contestación al movimiento subversivo?

Sólo la mente siniestra de los Somoza, ausente de toda clase de sentimientos profundos, como el de la muerte (cuando no les toca a ellos), pudo aprovechar esa plática trágica para intentar hundir en una sola intriga a dos hombres totalmente distintos: el que les había servido lealmente durante 20 años y el que lealmente también los había adversado durante el mismo lapsoi

La crisis sicológica sufrida por el doctor Enrique Lacayo Farfán después del careo con el coronel Delgadillo lo puso al borde de la locura, porque hay que imaginar lo que significa para un hombre cuyo único capital es la honradez, verse forzado por el sufrimiento y el terror a la mentira como único camino para salvar la existencia.

Después, cuando los Somoza no tuvieron más remedio que sacarlo a luz y terminó el aislamiento a que lo tenían sometido por temor de que rectificara, como tantas veces lo había intentado, Lacayo Farfán dio muestras de la viva honradez de su alma y de la angustia que le provocaba la situación. En las mesas mismas del salón en que se reunía el Consejo de Guerra, escribió en mi presencia una carta al arzobispo de Managua, monseñor Alejandro González y Robleto, cuyo texto reconstruido en lo fundamental a la memoria, decía:

"Monseñor:

"Sirva la presente para declarar ante usted como si fuera en la presencia misma de Dios, a quien llevo en mi corazón, que todo lo que yo he dicho acerca del coronel Lizandro Delgadillo en el juicio que se me sigue, es falso. Le ruego utilizar esta carta una vez que yo haya sido sentenciado, porqué no quiero que vayan a decir después que la hice así, para favorecer a mi persona. Hoy nos permitieron un sacerdote para que nos confesara y diera la

comunión: a él y a Cristo-les he dicho lo mismo. Soy inocente de todo lo que me acusan".

Enrique hizo la carta, logró enviarla al Arzobispo y lloró luego amargamente. Frente a su postura de hombre cristiano y honrado se levantaba la imagen de los Somoza, destruyendo hasta lo más caro que tiene el hombre, no la vida ni la hacienda, sino el honor mismo.

La venganza de esa familia, a pesar de todas las dedemostraciones hechas en el caso del médico, fue tan implacable, que su condena no bajó de los 9 años de prisión, pero, eso sí, le dejaron la satisfacción de ver cómo se salvaba el militar, a quien nunca pudieron hacer siquiera un proceso.

A Enrique lo acusaron también con testimonio falso, proporcionado por un muchacho llamado Pablo Dubón, al cual me referí en el capítulo del jardín de los leones. Su caso, desde un principio, estaba sentenciado, y la razón podía encontrarse sin escarbar mucho, en la frase pronunciada por el hijo ilegítimo de Somoza, José, quien al ver pasar al médico rumbo al "Cuarto de Costura" en los comienzos de la investigación, había dicho, como ya lo he referido;

—¡Allí v a . . . el futuro presidente...!

E L P R O C E S O XXII

NECESARIA EXPLICACIÓN

11 Tanto el proceso que se levantó en Nicaragua por la muerte de Somoza, como otros efectuados en 1948 y 1954 por asuntos políticos, fueron sustanciados por tribunales militares integrados a propósito y nombrados directamente por la familia gobernante.

Page 86: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

86 159

La construcción legal de esta máquina que hace retroceder la justicia nicaragüense, está basada en una ley marcial que opera cuando el Presidente de la República suspende las garantías constitucionales y dicta una orden que los militares llaman "precepto", mandando que se forme una Corte Militar de Investigación para conocer de los delitos políticos y comunes conexos que motivaron la suspensión de garantías. Esta Corte comienza a recoger declaraciones tal y como lo he venido describiendo en los capítulos pasados, y luego de una o varias audiencias públicas en que se permite a los indicados defenderse por medio de un abogado, dicta su fallo recomendando que se integre un Consejo de Guerra, el ■ cual inicia teóricamente otro proceso (digo teóricamente, porque en la práctica es el mismo, ya que le sirven de base las declaraciones tomadas por la Corte), y dicta su fallo de culpabilidad o inocencia. Después, impone, de acuerdo con el Código Penal, las sentencias que estima convenientes y pasa la causa.a un nuevo tribunal, siempre militar, que se llama autoridad revisora. .

El eje de todo este mecanismo es el Presidente de la República. El Presidente, que ejerce las funciones de Comandante General del Ejército, es la autoridad que convoca a la Corte Militar, nombra a las personas que han de integrarla, convoca luego al Consejo de Guerra, nombra también a sus miembros y, por último, revisa en última instancia la causa y tiene facultades para confirmar el veredicto.

Naturalmente que, en la práctica, los "jueces" nombrados por el Presidente son siempre los militares más adictos al poder, y sus actuaciones y veredicto no obedecen a la formación de un criterio propio, sino a las órdenes recibidas de la familia gobernante. Esta última juega en el drama todos los papeles al mismo tiempo. Es parte ofendida, nombra el tribunal, organiza sus actuaciones, da la

pauta de cómo debe actuar en las audiencias, presta los enseres necesarios para el trabajo'material y, por último, revisa la sentencia. En familia se discute la procedencia o no de una absolución.

El procedimiento está impreso en un libro que llaman Código de Enjuiciamiento Militar, que nunca ha sido aprobado por el Congreso de la República, sino que basa su validez legal en una discutible orden escrita por el Comandante del Ejército, (que es el Presidente), y en el.cual se advierte que sirve para enjuiciar a las personas que presten servicios en las fuerzas armadas de la República.

El;líCódigo" es una pésima traducción de las Ordenanzas Militares que servían a la Infantería de Marina de los Estados Unidos, cu ) este cuerpo ocupó Nicaragua, y se utilizó para dar fundamento legal a la Guardia Constabularia Auxiliar, que vino a convertirse a la postre, en el ejército nicaragüense, llamado Guardia Nacional, Su lenguaje es indescifrable, confuso, y con frecuencia estúpido. Sus indicaciones, mal traducidas, se aplican al gusto y antojo de los jueces militares sin ninguna experiencia judicial. Todo ello ha dado por resultado que cada proceso sea totalmente distinto del otro similar.

En unos, como en el de abril de 1954, se ha negado validez para el Consejo de Guerra a las declaraciones obtenidas por la Corte Militar, mientras que en otros, como el de setiembre de 1957, sólo se han presentado como prueba esas declaraciones obtenidas bajo amenaza, con torturas y en el más tenebroso secreto.

La Corte Militar de Investigación que conoció el atentado contra el presidente Somoza, estaba integrada por los siguientes militares: mayor Luis A. Zepeda, mayor Francisco Medal, capitán Pablo Rivas, capitán Gustavo A. Sánchez, teniente Ruperto Hooker y teniente Agustín Torres Lazo, que actuaba de fiscal, asesorado por el mayor Pedro Barquero. La Corte comenzó sus labores el 17 de

Page 87: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

87 161

octubre de 1956 y las terminó en los primeros días del mes de diciembre de ese mismo año. Primero se reunió en la propia casa de Anastasio Somoza Debayle, donde estuvo ubicada hasta la audiencia pública a que hice referencia en capítulos pasados. Luego fue trasladada a un edificio prefabricado, de acero, en el cuartel del Campo de Marte. ' Allí dictó su veredicto, enviando a Consejo de Guerra a los siguientes acusados: Dr. Enóc Aguado Farfán, Sr. Abelardo Baldizón Arauz, Sr. Ausberto Narváez Parajón, Sr. Edwin Castro Rodríguez, Dr. Gabriel Urcuyo Gallegos, Dr. Emilio Borge González, Sr. Cornelio Silva Arguello, Sr. Hernán Arguello Arguello, Sr. Juan Calderón Rueda, Sr. Julio Alvarado Ardilla, Dr. Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, Dr. Alonso Castellón, Sr. Herminio Larios Silva, Sr. Ramón R. Martínez, Dr. Ricardo Wassmer, Sr. Benjamín Róbelo, Sr. Tomás Borge Martínez, Sr. José María Barrera, Sr. Noel Jirón Balladares, Dr. Enrique Lacayo Farfán, y Dr. Francisco Frixione.

En ese cuartel del Campo de Marte se realizó lo único que podía parecerse a un juicio legal, con asistencia de abogados, periodistas y curiosos. A él me voy a referir, porque tiene perfiles de gran originalidad y es una muestra viva de cómo la familia Somoza planea el desenlace de las tragedias que ella misma inicia.

XXIII

DAMAS vs. PROSTITUTAS

H La portezuela de la camioneta color plomo en donde nos metieron a 22 presos, apenas pudo cerrarse detrás de los dos guardias armados de fusil que subieron también dentro. Por sus pequeñas ventanas enrejadas pasó el panorama de Tiscapa ante nuestros ojos, como una cinta de

imágenes fragmentarias. Adelante iba un jeep cargado de soldados y un oficial portando su ametralladora, camino del nuevo escenario que habían escogido los Somoza para la Corte Militar que iniciaba sú segunda audiencia pública; no era ya la casa particular de Anastasio Somoza Debayle, en donde habíamos estado la última vez en compañía de nuestras familias; la camioneta bajó por la avenida que Somoza bautizó en vida con el nombre de Roosevelt y que el pueblo llama Sandino, y tomamos el camino del Campo de Marte.

La perspectiva de saber una vez más de nuestras casas y de recibir un beso cariñoso, levantó el espíritu de todos durante el tiempo que duró el viaje. Fue u n trayecto corto. Pero en su etapa final terminaron abruptamente las sonrisas y se obscurecieron las agradables perspectivas, porque cuando la camioneta llegó frente al cuartel del Campo de Marte (atos muros de piedra almenados de garitas con ametralladoras de trípode, largas avenidas de arena y edificios prefabricados de acero), vimos los alrededores repletos de gente que al descubrir la presencia de los presos, lanzó un alarido resonante y tremendo:

—• ¡Asesinooos... íY detrás del polvo que levantaba el vehículo, como en un eco

nebuloso de voces heterogéneas, masas de hombres y mujeres vestidas de gala, como salvajes que danzan ante las víctimas, portando cartelones y gritando en un barullo indescriptible:

—¡Matémoslos, matemos a sus hijos, incendiemos eus casas, asesinooos! ¡De aquí no salen vivos...!

Hacía varios días que nosotros no veíamos el sol; entre la primera audiencia pública y esta segunda debió haber ocurrido algún contratiempo a la familia Somoza, porque todo quedó paralizado. El rítmico paso de un proceso que se había organizado con celeridad, se detuvo; y los presos llevamos en ese lapso una existencia deprimente, aislada

Page 88: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

1G2 163

Page 89: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

y sin noticias. Nos habían vuelto a enterrar luego de nuestra primera aparición, como meditando en las consecuencias que esta última había tenido, o como midiendo cautelosamente el orden que debían observar en el futuro.

Este último viaje nos había tomado por sorpresa, pero desde el primer momento despertamos a la sensación de que algo distinto estaba ocurriendo. Porque en vez de llevarnos al vehículo con buenas maneras, nos arrearon, por así decirlo, hasta la entrada misma de la camioneta con ventanillas de hierro. Y a la bajada, entre la mofa medio disimulada de los oficiales del Campo de Marte, nos entregaron al frenesí de la íurba pagada por los Somoza para que nos escupieran y nos lanzaran piedras.

La muchedumbre dirigida por una mujer llamada Ni-colasa Sevilla, cuya historia l:a manchado ta política de Nicaragua, estaba enardecida y vociferaba todas las procacidades imaginables.

Más que contra nosotros, había sido enviada allí para "bloquear" la entrada de nuestros familiares. Era el viejo método descubierto por Somoza desde el año de 1944, fecha en que contrató a una buena cantidad de prostitutas para echárselas encima a las madres y esposas de los presos de entonces, que vestidas de luto desfilaban por las calles de Managua. En su actitud de aquella época y la actitud de sus hijos en el presente, estaba siempre vivo el binomio sobre el que se había asentado el régimen: la inmoralidad por una parte 3' el terror por otra. Era la inversión, total de la tabla de valores morales de la vida nicaragüense: prostitutas contra madres de familia; alcohol contra civis: mo, soborno contra honestidad, chusma contra ciudadanía.

Los militares del Campo de Marte presenciaron el espectáculo satisfechos y sonrientes, veían a las esposas y a las madres de los detenidos, silenciosas y tristes, acorraladas en el quicio de una ventana,' soportando el sol de medio día y la sed provocada por los intensos calores de

un clima que llega a temperaturas de 40 grados a la sombra, mientras, manadas de mujeres de vida liviana ocupaban los asientos de la sala en que se instalaba el tribunal que iba a sustanciar el prpeeso.

—¡Queremos justicia...! —gritaban—. ¡Queremos que los maten a todos con sus hijos y sus mujeres...!

Y los jueces reían de ver la angustia reflejada en los rostros de nuestras esposas y de nuestras madres. Algunas habían llegado con sus hijitos sin saber lo que les esperaba; otras, enfermas y pálidas, con los achaques de una maternidad pronunciada y el sufrimiento de ver a los seres queridos envueltos en tanta infamia, lloraban desconsoladamente.

Era la justicia somocistu que caracterizaba el escenario del proceso para poner marco adecuado a su terrible venganza. No estaban satisfechos; no era suficiente para ellos haber torturado a los procesados en su propia casa, ni haberlos recluido en jaulas con los leones de su jardín privado... tenían que hacer algo que causara un sufrimiento mayor a las familias, a las inocentes mujeres de aquellos hombres, muchos de los cuales eran también inocentes.

La sala estaba rebosante. Al fondo había una tarima de madera y cinco asientos acolchonados para el tribunal, alrededor de una mesa. Abajo, mesitas de metal con carpetas verdes y silletas ocupadas por los acusados y sus defensores en un estrecho abrazo de conmovedora solidari-dad. A un lado, los asientos para el fiscal militar y dos asesores civiles de éste, y más al fondo, micrófonos, grabadoras eléctricas y aparatos que llevaban la "línea directa" hasta el palacio presidencial, donde los Somoza escuchaban el eco de los alaridos de una turba pagada por ellos.

Esta turba ocupaba bancas detrás de los acusados. Mujeres de vida licenciosa, vagos de profesión, maleantes sacados de la cárcel, empleados públicos de última categoría

Page 90: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

164 90

y dos o tres liderzuelos, entre los que figuraba la esquelética Nicolasa Sevilla, azuzando a los demás y pidiendo más muertes. Todavía más muertes...

Su voz chillona clamaba por una venganza que envolviera a la mitad de la población. No se había derramado suficiente san ere... Coreaba la consigna íntima de los hijos de un hombre que en sus primeros años de gobierno hizo converger a todos los destacamentos del Ejército en el Norte, sobre el pueblo de Wiwilí. La orden fue: "Que no quede uno vivo", y no quedó nadie. Cuando eso sucedió, la Nicolasa Sevilla era joven y comenzaba su camino. Ahora, alta y flaca, de rostro anguloso y descarnado, con los oiillos vivos reflejando la maldad de las víboras, esta muier oue haba pasado por todas las etapas de la vida, encontrando al fin de su carrera un oficio propio de ella V de los Somoza, representaba ante el tribunal el papel de ciudadana del pueblo, indignada por la muerte de un gran hombre... del hombre que descubrió cómo el valor de una mujer honesta que no teme a bayonetas ni rifles, se deshace ante la amenaza de una represión organizada con prostitutas.

Así fue. durante todo el proceso. Cuatro o cinco semanas en que nos llevaban diariamente al salón donde sesionaba la Corte, cuyo decorado, siempre idéntico, alojaba a la misma gente. Nuestras esposas afuera, lejos, humilladas constantemente por los altos militares del sornocismo y en especial por el comandante del lugar, coronel Roberto Martínez Lacayo, mientras las mujeres que recibían paga por injuriarnos, escupirnos y lanzarnos piedras, se sentaban en las bancas, dispuestas para el público que debía asistir a las audiencias.

Pedían que se incendiaran nuestras casas, decían estar dispuestos a matarnos allí mismo, vociferaban insultos dignos de los burdeles de última categoría, y la honorable

corte militar que presidía los actos, reía a mandíbula batiente de sus procaces ocurrencias.

¿Qué de raro tenía ese sistema en el gobierno de los Somoza...? ¿No había usado acaso el dictador fallecido métodos semejantes, y procacidades parecidas...?

Ciertamente, el tribunal se había reunido para conocer los pormenores de la muerte de un presidente de Nicaragua, y la ausencia de dignidad en la sala chocaba duramente con la esencia del juicio; pero era de esperarse el contraste como digno epílogo de una existencia que había creado precisamente esos métodos.

Durante los primeros días los presos permanecimos silenciosos y tristes. Apenas osábamos hablar.entre nosotros mismos, temiendo siempre que al llamar la atención en alguna forma, se produjera el insulto procaz y violento. Cuando resolvíamos levantarnos de un asiento para hablar con un abogado amigo, lo hacíamos después de varios minutos de una penosa meditación. Nos pegábamos uno contra otro y esperábamos con verdadera alegría e! momento del cierre de la audiencia para regresar a la cárcel, porque volver a la cárcel significaba descansar de aquella chusma.

Después nos fuimos acostumbrando y ganamos, sin buscarlo, el apoyo tácito pero decidido de los humildes soldados a quienes se había encargado nuestra custodia.

—Lo compadecemos, doctor —decían a algún preso—.Esto es demasiado ,;

A ellos también les tocaron salivazos y pedradas, y su condición de hombres, desligados al fin y al cabo de la familia Somoza, fue encontrando inconscientemente la verdad con respecto de nosotros, a través de todo el proceso. Oían las deliberaciones en las audiencias, veían cómo las pruebas a favor de los acusados eran desechadas con actitud aburrida por los jueces; se enteraban de todas las minucias del procedimiento infame a que nos estaban so-

Page 91: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

91167

metiendo, y nos conocieron con esa intimidad que dan el trato continuo y el acompañamiento obligado.

Eran hombres sencillos y honestos que habían sufrido como todos los nicaragüenses la tiranía de los Somoza, pobres muchachos campesinos a quienes los oüciales más elevados de la dinastía tratan como a perros, impidiéndoles, a veces con argucias y amenazas, hasta obtener una orden de baja.

El primer día que abandonamos la sala de audiencias del Campo de Marte, la muchedumbre pagada por los Somoza se desbordó en un histerismo que rayó en la locura. Cuando fuimos conducidos nuevamente a la camioneta que nos había traído de la cárcel, una oleada de gente se interpuso entre nosotros y el vehículo. Eran las seis de la tarde, hacía calor y las luces de la ciudad bastante borrosas todavía, comenzaban á iluminar los amplios patios del cuartel. Llovieron las piedras desde lejos, y los de la chusma que alcanzaron a acercarse más a nosotros, hicieron lo posible por golpearnos con unos palos de que habían sido provistos.

Nos volvieron a escupir hasta que la puerta del vehículo nos cobijó con sus tapas de acerado metal; arrancamos en medio de un espantoso frenesí y oímos hasta de lejos los gritos con que se nos había recibido en la mañana:

-r-¡Asesinos. - ■ ! ¡Bandidos...! ¡Vamos a quemarles sus casasl. . !

Nuestras mujeres, que nos habían visto de lejos, desplazadas de su papel de compañeras dignas por las prostitutas llevadas al local, estaban en la puerta, cansadas, pálidas, con ios ojos enrrojecidos por el llanto y el semblante desencojado por la vergüenza y el sufrimiento. Sobré la noche pálida que comenzaba a cubrir el cielo de Managua, agitaron sus pañuelos enviando un último mensaje de tristeza.

También a ellas se había extendido la venganza. Pero a ellas, ¿por qué?

XXIV

EL EXPEDIENTE

H El expediente que entregaron a nuestros abogados era un legajo de casi quinientas páginas a máquina, copiadas en mimeógrafo, que comenzaban con esta frase escrita con mayúsculas:

GUARDIA NACIONAL DE NICARAGUA, CUARTEL DEL QUINTO BATALLÓN, GUABDIA NACIONAL, León, Nicaragua, 17 de octubre de 1956. (Sus hojas divididas en capítulos marcados con letras del alfabeto, estaban numeradas así:)

PRIMER DÍA

Mañana

I? La Corte se reunió a las 09.00 horas.2? Presentes... ( y luego la lista de los militares que integraban el

tribunal).3? El fiscal militar anunció que el sargento Hurtado R. Leonardo N°

S7J0, Guardia Nacional, asumiría los deberes de estenógrafo.4o El sargento Hurtado R. Leonardo N? 8710 Guardia Nacional, se

presentó y tomó asiento como tal.5P El precepto u orden de reunión fue leído por el fiscal, cuyo original ha

sido prefijado a este registro con la marca "A", y la corte acordó proceder en pleno tribunal.

Era un orden militar que daba la sensación de oscilar entre lo pueril y lo serio, un método de acuerdo con el carácter sajón, generalmente detallista, y que, aplicado a

Page 92: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta
Page 93: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

93 169

la realidad nicaragüense, sólo representaba una fachada. Efectivamente, dentro de las numeraciones que se iban sucediendo para tratar de ordenar las actuaciones de la corte, y las declaraciones de testigos y procesados, estaba palpitante ía tragedia.Abierta, amplia como la vida misma, acompañada de todas las pequeneces que rodean los sucesos trascendentales y que forman alrededor de ellos un

escenario preciso v actual, se cubría con la formalidad estricta y seca de los meros.

El expediente historiaba la muerte de Somoza, daba cuenta de sus últimos momentos; recogía. observaciones femeninas de la fiesta en que había perdido la vida un hombre que gobernó 20 años su país; contaba el terror de los presentes en el momento de los disparos, y el servilismo de quienes lo acompañaban. Presentaba después la historia de cada una de las tragedias particulares de los acusados por el magnieidio. Frases mal dichas, narraciones contradictorias, rectificaciones, careos dramáticos, y las decisiones de tal tribunal. Revelaba el hálito mismo de la vida nicaragüense en un momento culminante, el pensamiento del jornalero estrechad^ por una investigación que sofocaba, la defensa del hombre humilde a quien tomaban como sospechoso, simplemente porque comentó con un amigo la muerte del Dictador, o porque dijo que alguien se parecía a Rigoberto López Pérez. La justificación de un militar que al ser preguntado sobre qué medidas había tomado para asegurar el orden en la ciudad después del atentado, dijo:

—Yo supe que había venido un telegrama tal como usted dice, (telegrama ordenando que se apresara a todos los opositores de la ciudad de León) y entonces procedí a ello. Al primero que capturé fue a mi yerno Ramiro Gurdián..,

Era la vida, con sus angustias y sus servilismos, traducida en preguntas y respuestas.

La fiesta

; La fiesta en que estaba Somoza era alegre, y la entrada prácticamente libre, porque vendían intrasmisibles en una habitación contigua al edificio del Club Obrero; So-moza bailó con su esposa y después se instaló en el lugar que le tenían designado, al centro de una extensa mesa . . . El general estaba muy contento —dice un testigo— platicaba mucho, platicábamos de política, de su programa de gobierno y de varias cosas más, de mi abuelo y de mi abuela. Al rato llegó un obrero y lo saludó diciéndole: —¡Hola general! dándole la mano fuertemente; entonces mi hermana dijo: —Qué violencia, General... —-Así son ellos... contestó él

Habla una mujer, una mujer que recuerda la expresión al pie de la letra y que teje el cuadro vivo de aquellos instantes con otro recuerdo parecido y femenino:

Después llegó —dice— una señora uestido /toreado que andaba un prendedor de oro con el nombre grabado de ella, pero no pude leerlo. Habló con el General diciéndole; —Vengo temblando ante usted, y no sé que más hablaron.

El Dictador tenía un genio especial que lo hacía pasar de la pose paternalista y bonachona a la terrible; a veces reía, y cuando estrechaba las manos de obreros o campesinos, procuraba ponerse en el carácter de buen abuelo, o viejo compadre. Pero también era hombreóle contestaciones fulminantes y de amenazas que se cumplían. Por eso quizá la mujer del prendedor de oro le dijo: Vengo temblando ante usted..., y después hablaron de negocios.

Somoza había llegado tarde a la fiesta, porque venía de otra que, en ocasión de su nueva candidatura, le dieron

Page 94: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

94 171

en el Club Social. Sus programas en esa clase de jiras incluían diez o doce "agasajos", como los llamaba siempre el periódico oficial.

Copas de champaña, cocteles, bailes, banquetes, y después del último banquete, otra copa de champaña, o un nuevo cdctail; era "fiestero" por excelencia y sus jiras políticas se agotaban en dos o tres discursos adornados con innumerables comilonas organizadas "voluntariamente" por los empleados públicos, a quienes se exigía una cuota bajo pena de perder el puesto si no la entregaban.

A la entrada de esta última fiesta había mucha gente. Yo me escapé de caer —dice una de las invitadas— y sentí que alguien me agarraba por detrás, y era el coronel So-moza (Luis), quien me dijo: —No tenga cuidado, negrita, que cae en buenas manos. Los Somoza estaban contestos, y el Presidente, candidato vestido esa vez de civil, color azul pálido, recibía las felicitaciones de sus amigos, y entre todas ellas, el regalo de. un hombre pobre: una funda de ci ero para guailar pistolas. Esto es lo que me emociona ■ dijo— y casi fue lo último, porque un rato después, ¿entras leía un periódico que le enseñaba el doctor 1 afael Corrales Rojas, sonaron los disparos... funda para pistolas y pistola desenfundada, extraño contrasentido de una casualidad que tenía conexión íntima con su vida y con su muerte. Entre pistolas había vivido y tenía qué morir entre pistolas.

Los balazos

Rigoberto López Pérez vestía pantalón azul y camisa blanca. Su revólver 38 sonó en el salón de la fiesta rítmico y seguro como una pequeña carga cerrada de triquitraques. Se oyeron unos triquitraques, —dice un testigo—. El general sacudió el periódico, se pie para atrás y dijo; ¡Ay Dios mío! Y. otro agrega: Me encontraba platicando con el

teniente coronel Humberto Cervantes, cuando bruscamente fue interrumpida la conversación por estallidos como de cachinflines; inmediatamente me volví para atrás y alcancé a ver a -un hombre de pie frente al señor Presidente, que en ese momento todavía disparaba, me parece que con su mano izquierda apoyada en la derecha.

Fue una escena rápida que se borró en el recuerdo de todos los presentes por la corriente de sucesos instantáneos que la siguieron: primero los disparos de los escoltas de Somoza, después el terror esparcido por toda la sala, las salpicaduras de sangre en los ladrillos antes limpios y brillantes, y la confusión de todas las mentes. El caos.

A Somoza lo dejaron solo.Yo fui a parar como a cuatro metros de la pared sur del edificio;

—dijo el alcalde de León— de allí me volví hacia donde ocurría la escena, y vi que todas las personas que estaban alrededor del señor Presidente, habían desaparecido. Se separaron de la mesa antes deseada del banquete, por temor a que siguieran los disparos, o para evitar que los escoltas armados de ametralladoras hicieran fuego sobre ellos, creyéndolos cómplices en el atentado.

Me has matado a mí, y has matado al General —cuentan que gritó una señora a quien las balas de los guardaespaldas del Dictador dieron en un pie, y agrega: Vi a mi hermana que me dijo: Estás muerta. Yo sólo daba gritos y nadie me hacía caso; después ¡hTmé a mi marido, pero estaba con el señor Presidente; pero alguien me llevó afuera.

Luego del primer impulso dictado por una razón subconsciente que los impelía a salvar su propia vida, los amigos de Somoza regresaron al lugar en que estaba el herido. Uno, que todavía tenía su pistola en la mano, le palpó el pecho; otro gritaba que lo rodearan para prestarle se-guridades, y un tercero, también revólver en mano, salió

Page 95: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

95 171

Page 96: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

96

a la puerta para pedir una ambulancia y urgir la llegada de los médicos.

En la misma silla en que estaba sentado lo trasladaron a su automóvil y luego al hospital, mientras el cuerpo de Rigoberto López era acribillado a balazos, ya cuando estaba bien muerto.

De los otros heridos hay un pasaje que da una idea del terror y la confusión que reinaron en la fiesta. Está en una frase que el esposo de una estimable dama dijo a un diputado, propietario de una camioneta roja estacionada cerca del lugar de la tragedia:

—Lleva a mi mujer al Hospital, porque si no la llevas, te mato.

La política

En el expediente estaba descrita también a grandes rasgos la historia del teje y maneje de la política nicaragüense en los últimos días de Somoza; el servilismo desenfrenado, el espíritu de represión que siempre animaba a los gobernantes contra sus opositores, y la lucha de los paniaguados del tirano por quedar bien y hundir a quienes les hacían sombra. La intriga, hasta en el momento mismo de la muerte de Somoza, está viva en una respuesta que dio el alcalde de León, cuando le preguntaron por el somocista doctor Corrales Rojas, a quien los investiga-dores querían hacer aparecer como sospechoso:

'Ha pasado por ser somocista decidido —dice— pero yo personalmente le había señalado al propio general Somoza en varias conversaciones tenidas con. él, que si es verdad que el periódico "El Cronista" alababa a la persona del señor Presidente, constantemente atacaba a la Alcaldía, al Departamento de Carreteras, a la Guardia Nacional, y a todos los elementos del Gobierno, que en mi concepto

necesitábamos un periódico nuestro, para lo cual el General me había ofrecido ayuda...

Este testigo estaba haciendo el testamento del muerto. Destruyendo a su enemigo dentro de la organización de poder que sucedía a Somoza y congraciándose con los jueces que conocían la causa, que eran miembros de la Guardia Nacional, institución a la cual, según el alcalde, atacaba el periodista. Era una maniobra como tantas otras, una acción que de acuerdo con el conjunto general de todo el juicio demostraba cómo la política y la venganza privaban allí sobre la justicia.

—¿Y cómo se hacía esa política...?

El oficial que estaba de guardia en el cuartel de León cuando los acontecimientos, lo dice claramente:

—¿Puede decirme sí vio usted al comandante Departamental el día 21 de setiembre...?

R. — Lo vi cuando el general Somoza venía del apartamiento donde estaba alojado hacia el Teatro González; él venía adelante con el General. Más tarde, a eso de las 13 horas, antes que terminara la convención, se apareció en un camión de coca-cola con el objeto de que fueran repartidas a los manifestantes. El jefe de la fuerza pública repartiendo coca-cola...

Así era siempre: la fuerza pública (apolítica conforme a la Constitución del país), era la que repartía los refrescos y aun el alcohol consumido por los manifestantes que llegaban a vitorear al eterno candidato.

El mismo oficial de guardia- dijo también recordar que la noche del atentado se recibió de Managua un telegrama de Anastasio Somoza Debayle, ordenando la captura de todos los opositores del departamento León. Telegramas similares cruzaron al mismo tiempo otras partes del territorio nacional, y mientras Somoza herido era trasladado en un helicóptero a la ciudad capital, las cárceles de la Rer

Page 97: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

174 97

pública repletaban sus dependencias hasta llegar a la suma de 5.000 hombres.

La muerte de Somoza se utilizó desde el comienzo para poder consolidar los intereses políticos de quienes podían sucederíe en el mando.

Los humildes

En la fabulosa pesca de gente cayeron grandes y pequeños, ricos y pobres, viejos y jóvenes.

La sencillez de muchos de ellos dejó en el expediente una prueba de cómo actuaba el tribunal, aun en los momentos en que trabajaba prescindiendo de las declaraciones sacadas con tortura.

Cristian Toruno se llama un hombre que dice haber ido a la plaza principal de León, a festejar, como se tituló allí, la enorme plataforma, rimbombante título dado por Somoza a su último documento público; un discurso en el cual prometía nuevamente al pueblo de Nicaragua, lo que venía ofreciendo sin cumplir desde hacía 20 años. Toruno festejó la plataforma, bebió alcohol en grandes cantidades, discutió sobre temas musicales y se fue a su casa después de una interminable procesión de cantinas.

Al día siguiente le dieron la noticia del atentado contra Somoza y poco tiempo después lo llevaron al tribunal con el pretexto de que había dicho a un amigo que éste se parecía a Rigoberto López.

—¿Por qué lo dijo...?La contestación fue clara y categórica: Porque se lo habían dicho.

—¿Quién se lo había dicho...? —Un

amigo.

—¿Conocía éste a Rigoberto López...? —No lo sé,

Cs

Y Toruno volvía a contar su historia y recordaba las cantinas en que había estado, para concluir que ya tarde de la noche alguien lo dejó en su casa el 21 de setiembre.

—¿Quién lo acompañó a usted a su casa cuando se fue a acostar?—José Jirón me dijo que él me había llevado en su jeep.—¿Cree usted que llegó solo a su casa...? —No lo sé.Y así centenares de historias como ésta; comentarios nacidos de la

noticia del atentado, deducciones comunicadas a los amigos.se convertían en verdaderos embrollos que mantuvieron durante toda la primera parte del proceso, las cárceles llenas de gente.

¿Cómo podía explicar el jefe de la comunidad indígena de-Subtiava una visita hecha a los Somoza-la tarde del 2 1 . . . ?

—Porque tenía dos años de estar luchando por la comunidad —contestó— y el general Somoza nos había prometido una audiencia para ayudarnos.

—¿Puede decirnos en qué consiste la comunidad...? —preguntó la corte.

—Por medio, de unos títulos que nos concedió el general Somoza —contestó textualmente el testigo.

Sí, el primer terrateniente de Nicaragua, cuyas propiedades pasan de quinientas sólo en el departamento de Managua, había llevado su propaganda hasta el extremo de hacer creer a los humildes miembros de una comunidad indígena que él era el origen de su propiedad. Se hacía aparecer como regalando títulos que tenían cientos de años de existir, y cuando sus paniaguados intentaban arrebatar las tierras a los miembros de las comunidades que los ostentaban, él, arreglaba el asunto... a veces.

Por eso había que visitarlo, que pedirle, que ir a los festivales dados en su honor, para conseguir que sus ve*

Page 98: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

98 177

races amigos o él mismo, dejaran siquiera un poco de tierra para el pueblo.

Pero, ¡ay de los que llegaron a visitarlo el 21 de setiembre, porque esos tenían que explicar sus motivos, sus intenciones, justificar su posición de amigos del régimen...! Llegaban temblando como la mujer del prendedor de oro, y salieron de las cárceles luego del atentado, temblando también.

Los más afectados fueron los residentes del departamento de León, sometidos a la sospecha de la autoridad desde el primer momento, encañonados en las calles de la, ciudad por la guardia presidencial, y llevados a un procedimiento de justicia en donde sólo el aparato exterior de los tribunales era capaz de producir temor.

Así fue que dejaron allí constancia de la humildad de la familia de Rigoberto López los vecinos de su casa, y cómo la Corte, tratando de buscar elementos que lo presentaran como un hombre desequilibrado, o como un hombre lleno de vicios, se encontró con el reverso de la medalla: Rigoberto no tenía novia, no tenía amante, y no bebía.

Las preguntas de la Corte eran imperiosas y sin límite; sobre costumbres, acerca de parentescos, sobre fechas concretas que se remontaban a varios años de distancia, sobre relaciones sexuales. . . y siempre había que contestarlas.

¿Cómo fue posible el atentado...?¿Qué medidas de seguridad se tomaron con la llegada del

Presidente. . , ?En el expediente constaba que se había cerrado la sucursal de un

Banco, que se-eñviaron soldados de refuerzo a la plaza de León, que la Oficina de Seguridad había mancado a sus sabuesos días antes a hacer toda clase de pesquisas. Señalaron a Somoza los lugares en donde podía ir y asientos en que debía sentarse, emplazaron ametralladoras pesadas en los cuarteles, no se confiaron de los sol-

dados acantonados en el destacamento de León y ordenaron que fueran sustituidos por la guardia personal de So-moza. El celo de los esbirros íntimos del Dictador llegó al colmo de que, según dijo a la Corte el propio comandante de la localidad: habían echado a empujones, o mejor, dicho a culatazos, a un cabo de apellido Obando, que vigiliba a la gente que se acercaba al Presidente. El cabo conocía a todo el mundo en León. . . y quizá hubiera visto a Rigoberto López antes de los disparos.

El sistema cesarista de Somoza contribuyó a causar su muerte, porque desconfiaba hasta de los oficiales del Ejército que no vivían en las inmediaciones de su palacio; sabía que la distancia aleja del corazón del hombre el temor y hace que ya sin éste, los ojos se abran a la verdad. Por eso cuando iba de viaje, llevaba sus propias escoltas, como también sus licores y sus cantineros. Nadie se acercaba a él sin que estos perros de presa pudieran antes olfatearlo.

Pero el error estuvo en que a Rigoberto López Pérez no lo conocían y por eso les resultó imposible levantarle la huella. Hombres fieles y conocedores del lugar, como el que capturó a su propio yerno, fueron apartados; militares como el comandante de la plaza en que ocurrió el atentado, fueron puestos a un lado por los científicos de los So-moza, que habían aprendido del F.B.I. Ia técnica de seguridad personal de un presidente, y la quisieron aplicar a la protección de un hombre que debía un centenar de vidas y haciendas.

No era esa la solución. Más que político, el caso de Somoza frente a todo su pueblo era personal, porque personalmente había perseguido y matado, sembrado la semilla de un desenlace que tenía irremediablemente que ser también personal. . . como fue el atentado que le costó la vida.

Si no se confiaba del Ejército, ¿cómo iba a confiar de su pueblo. . . ?

Page 99: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

178 99

Contra el designio de la providencia, que por boca de Dios mismo escribió en las páginas del tiempo la sentencia: "el que a hierro mata a hierro muere", no hay tecnicismos que valgan. En los pequeños detalles de la vida diaria que siempre rodean los acontecimientos trascendentales, está clara esa conclusión.

En el expediente de la corte, ella se ordena en preguntas numeradas con minuciosidad sajona, y respuestas extraídas con una brutalidad primitiva, hija del temperamento indohispano, tantas veces cruel y despiadado,

XXV

FRENTE A LA MUERTE

H De la cárcel al Campo de Marte nos llevaban todos los días divididos en dos grupos. Uno viajaba en un camión del Ejército cubierto por una capota de lona que se levantaba con el viento, y otro era introducido en el asfixiante "chischil", que rodaba por la carretera haciendo rechinar toda su carrocería.

Cuando las audiencias terminaban, se desalojaba la sala en que estaba la "chusma"; un rato después nos sacaban al patio del cuartel para subir, ya de regreso, a los vehículos.

A veces esperábamos bastante tiempo solos, sentados en las sillas de metal, frente a nuestras mesitas verdes, mientras los soldados cubrían las puertas de entrada al salón y el capitán preboste llamaba por teléfono a los choferes que tenían a su cargo el convoy.

Así estábamos una noche, sumidos en nuestras preocupaciones y pensamientos, comiendo algún cariñoso "sandwich" enviado por la familia y hablando del curso del juicio, cuando en una de las puertas de la sala se es-

cucharon varios ruidosos golpes. El soldado que guardaba la entrada terció perezosamente su fusil cruzándolo sobre el pecho, y se acercó despacio a la puerta. Pero ésta se abrió de pronto con sus dos hojas agitadas por un -frené-tico impulso, como los marcos de una débil ventana, cediendo ante la fuerza de un viento huracanado. Por la puerta entró un hombre alto, fuerte, de pelo canoso y con dos brillantes estrellas de mayor del Ejército sobre una chaqueta limpia y bien planchada; detrás de él, otro, Vestido con pantalón kaky y camiseta blanca. Caminaron por una de las orillas de la sala mirando a los presos con ojos vidriosos y ausentes; se deslizaron, por así decirlo, rozando las paredes cadenciosamente, con el semblante pálido del que busca un encuentro.

Los escoltas se mantuvieron inmóviles, y mientras los murmullos de las pláticas de los presos se cortaban, sonaron los pasos de los dos hombres acercándose al centro de la sala. De pronto, el primero de ellos hizo un, movimiento brusco de la mano hacia el tahalí reluciente de su pistola, y al mismo tiempo que accionaba el arma para montarla, produciendo un chasquido metálico y mortal en toda la sala, gritó:—¡Te mato. . . ! ¡ahora sí, te mato . . . ! Pero nadie se movió. Las facciones suaves de un muchacho que estaba sentado delante de él y a quie*- Iba dirigida la terminante amenaza, no dejaron entrever un solo signo de temor. Incorporó la cabeza poco a poco, levantó los ojos con la tranquilidad de quien espera la muerte desde hace tiempo, y miró al militar como abstraído.

El mayor del Ejército se llamaba Luis Ocón. El muchacho que estaba frente a él, sentado en una sala de justicia que bien pudo servirle de original patíbulo, era Edwin Castro Rodríguez. El militar estaba ebrio y el muchacho tenía varios meses de privaciones y sufrimientos; uno era alto, blanco, entrecano y haba servido muchos años

Page 100: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

100 181de ayudante personal a Somoza; el otro era bajo, recio, y desde su más remota infancia había sentido en su familia la persecución de la dictadura.

El Mayor levantó el arma y apuntó recto; el silencio en que estaba la sala se hizo más profundo y mientras todos decían alguna callada oración, la voz de un hombre sentado junto al muchacho, murmuró:

—Pero mayor, ¿quede pasa.,.?Entonces el militar, como volviendo en sí, por un instante, con la

mirada extraviada por el alcohol y la mano en que sostenía la automática tambaleante y sin firmeza, dijo:

—No doctor, si no es con usted, doctor. . .

Y alejando sus ojos del doctor Enrique Lacayo Farfán, se volvió como frenético y loco hacia Castro. Levantó la pistola y comenzó a sacudirla sobre la cabeza del muchacho con furia y con odio; cayó el arma una y otra vez dejando en su rítmico martilleo regueros de sangre, y obli -gando a la víctima a buscar protección entre las sillas de la sala; no corría, sino esquivaba los golpes. No había en su cara pánico ni cólera; era la expresión de un hombre acorralado que trata de hacer su defensa sin exponerse a un peligro mayor, sin, provocar al que, armado frente a él y en presencia de toda una guarnición que conoce las insignias de su uniforme, golpea impunemente sin decidirse todavía a matar.

Cuando el muchacho cayó al suelo jadeante y con los ojos altos, lleno de una dignidad y un valor que se traslucían con expresión natural en las facciones de su rostro, el militar se volvió a su ayudante y volvió a gritar:

—¡Mi máquina, pásame mi máquina . . . !Y forcejeó con su compañero un instante largo, medio minuto,

quince segundos tal vez, queriéndole arrancar el instrumento y explicando que con él nos iba a "barrer" a todos. Gritaba desaforadamente, como poseído de un es-

pasmo cruel y vengativo, mencionando nombres propios de los demás que estábamos en la sala:

—Pedro Joaquín . . . Ausberto . . . Calderón . . . Pásame mi máquina, dámela, que voy a barrerlos. . .

La ametralladora era reluciente y nueva; en su culata tenía una placa brillante de metal con una inscripción, y por su vientre asomaba como diente mortal el magazzine repleto de balas. La cogían, uno del calibre y el otro del centro, en el momento en que entró a la sala de audiencias de la Corte Militar, el teniente Gabuardi, capitán preboste, que respondía por la seguridad de los presos.

Hubo dos o tres palabras entre ellos y el mayor Ocón, ayudante del difunto dictador, hijo adoptivo de él, según declaraba, y miembro del batallón presidencial, se fue por la puerta del Campo de Marte rumbo a las cárceles de La Aviación, a reclamar más presos para su venganza. Allí, en los amplios corredores del establecimiento penal, y antes de que el comandante del sitio pudiera intervenir y desarmarlo, cogió a garrotazos al preso político José María Aviles, dejándolo exánime y sangrante sobre los ladrillos.

Castro no se quejó, y los demás desalojamos la sala siempre en dos grupos; uno en el "chischil" y otro en el camión del Ejército, más silenciosos y tristes que nunca.

Al día siguiente, cuando la Corte abrió nuevamente sus sesiones y el abogado de Castro preguntó al tribunal por qué no lo habían llevado a la sala, el fiscal militar, teniente Agustín Torres Lazo, se levantó de su asiento para decir con una solemnidad hueca y en tono desafiante:

—El acusado Edwin Castro Rodríguez no puede comparecer a esta Corte, por prescripción médica.

Page 101: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

182 101

XXVI

LA CUNA DEL PODER

Nuestras familias continuaban viéndonos sólo de lejos. Día a día los ojerosos y tristes rostros de esposas y madres se asomaban con timidez a las ventanas de la sala de justicia del Campo de Marte, repleta de chusma. Un pañuelo blanco o una mano saltaban de vez en cuando como un recuerdo del hogar, detalle maravilloso de color y cariño, sobre los marcos que encuadraban los vidrios transparentes y claros del recinto.

Mientras tanto, algunos oficiales repartían entre ellos propaganda somocista y retratos del dictador fallecido, en un esfuerzo por extremar el escarnio sobre la mujer, sobre la parte más débil y sentimental de cada familia, ofendida consciente y metódicamente por caballeros vestidos con los colores del uniforme nacional.

En los otros procesos y especialmente en el de 1954, al que me tocó asistir también como acusado, había cierto maltrato y grosería para nuestras esposas, pero en una forma esporádica; no sistemática. Al menos esa vez permitieron visitas y durante ellas los presos éramos llevados a una glorieta del cuartel poblada de árboles y con unas bancas de madera, modesto pero digno mobiliario. Estaba rodeada, recuerdo, de cuatro pequeños e inofensivos cañones que prestaron servicio en el Ejército antes de la ocupación norteamericana y de la guerra de Sandino.

El Campo de Marte.tenía su historia. Había sido residencia presidencial en una época, arsenal principal de la República en otra; tenía cárceles ahora y alojaba los establecimientos de la Academia Militar y las oficinas del Estado Mayor.

Frente a sus puertas habían apresado a Sandino.Sandino. , . muchos oficiales viejos de la Guardia y aún soldados ya

pacíficos y condescendientes por la edad, lo recordaban sin cariño, pero con gran respeto. Se había separado de las fuerzas revolucionarias del general José María Moneada cuando éste firmó un tratado con los interventores norteamericanos, para internarse en las Sego-vias y desarrollar una guerra de guerrillas que" duró sie-l te años.

Luchó, contra destacamentos de fuerzas superiores, derribó aeroplanos, hizo emboscadas, atacó poblaciones, se escondió en las recónditas selvas nicaragüenses, encontró lavaderos de oro casi vírgenes en los ríos del Norte y llamó a su grupo "Ejército Defensor de la Soberanía Nacional".

Cuando los guardias viejos del Campo de Marte y los escoltas que nos acompañaban en la peregrinación de todas las audiencias, se referían a los sandinistas, les decían siempre despectivamente "los bandoleros" y contaban los encuentros en que habían participado contra sus fuerzas siempre escasas y casi desarmadas, compuestas a veces por "chavalos" menores de edad.

—¿Es verdad que Ortez tiraba muy bien. . . ?—Nunca lo vi —contestaban secamente los sargentos, y agregaban a

veces— pero vi a Pedrón, a Umanzor, a Co-lindres. Un día les cogimos una sub-Thompson y unos papeles viejos.

Fue entonces, cuando la sub-Thompson y el rifle ametrallador Browning comenzaron a desplazar a los pequeños cañoncitos de montaña, que estos últimos entraron a formar parte de los adornos del Campo de Marte.

Las armas nuevas fueron traídas por los norteamericanos para equipar con ellas a la Guardia Nacional,, comandada por oficiales de la Infantería de Marina que entrenaron a los nicaragüenses, algunos de los cuales lograron hacer carrera, desde rasos hasta coroneles. Gaitán, Da-

Page 102: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

102 185

vidson Blanco, Delgadillo, Monterrey . . . todos los que ahora componían los cuadros superiores del Ejército, habían peleado en sus mocedades contra Sandino e integraban de vez en cuando los tribunales militares que usaba Somoza para sus represiones, o dirigían sus principales comandos.- A Somoza lo sacaron de la vida civil y lo hicieron ge. neral porque hablaba inglés y sabía manejarse con los yanquis . . . pero nunca peleó contra Sandino, al menos hasta el día en que lo mató, luego de cogerlo prisionero precisamente frente a los portones del Campo de Marte. ¡Y qué pelea!

Mandó que le tendieran un cordón, le pusieron varias sub-Thompson contra el automóvil, y cuando el guerrillero segoviano pidió una explicación, se burlaron de él y lo enviaron por orden de Somoza a morir en los terrenos del campo aéreo de Managua. Venía de un banquete en que los dos se habían abrazado. Con él barrieron a su hermano Sócrates y a otros más, entre los cuales estaba un niño, pobre curioso que se asomó sin querer a una de las ventanas trágicas de la historia de Nicaragua y cuyo cadáver duerme en la misma fosa con César Augusto Sandino.

También desde el Campo de Marte se había planeado la caída del doctor Juan Bautista Sacasa, cuando su sobrino el general Anastasio Somoza era jefe director de la Guardia Nacional. . . simplemente porque era sobrino del Presidente.

Desde ese cuartel comenzó a intrigar para levantar el Ejército contra el tío presidente, y cuando llegaron a oídos de éste último las noticias de lo que se planeaba, Somoza le dijo que eran falsas, que eran calumnias.

—¿Cómo voy a hacerle eso yo, tío J u a n . . . ?Y lloró lágrimas abundantes jurando por ellas que su lealtad era

completa y blanca, lealtad de hombre, de soldado y de sobrino, le decía. Pero desde el Campo de Marte, adornado con cañoncitos inservibles que recordaban

glorias pasadas del ejército de Nicaragua, planeó el golpe que había de botarlo, al mismo tiempo que le ofrendada su fidelidad.

Lo botó y tampoco tuvo que pelear, porque el Presidente, pacífico y suave, no pensó jamás que su renuncia significaba la de todo el pueblo de Nicaragua a la libertad, sino que tomó el asunto desde'un punto de vista más personal y equívoco, diciendo no estar dispuesto a ver que se derramara la sangre de un solo nicaragüense por la persona del Presidente.

Somoza vivió en el Campo de Marte y comenzó a crear en su seno una casta militar de oficiales y clases en que logró asentar el poder de toda la dinastía.

Destruyó las viejas tradiciones militares y aún las modernas ordenanzas implantadas por los educadores de la Infantería de Marina, deshizo la jerarquía que es base de la disciplina de todo ejército' y permitió con un control personalísimo de todos los negocios y asuntos del instituto armado, que ni el más alto oficial se sintiera seguro, cuando el más descolorido sargento pudiera entrar a la Casa Presidencial llevando la buena tarjeta de presentación de una intriga o de una denuncia.

En sus años de "Gran Imperio", que fueron también los últimos de su vida, desfilaban por la elegante barbería de su palacio de Tiscapa todas las capas jerárquicas del Ejército para ser atendidas por igual; no es que fuera demócrata, sino que sabía usar muy bien de este recurso para quebrantar la disciplina, cambiándola por la exclusiva obediencia debida a su persona. Así era cómo un cabo podía hacer que el coronel de su destacamento se sintiera inseguro, y el primer jefe de una plaza importante considerara como enemigo a su segundo oficial.

Los hombres de la Guardia vieja, creados por así decirlo en el Campo de Marte, fueron cayendo poco a poco, o no subieron nunca. Destituyó al coronel Monterrey por-

Page 103: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

186 103

que tuvo un lance de palabras con su hijo Anastasio So-moza Debayle; deshizo en la jerarquía de poder del Ejército a todos los que le habían ayudado, pero podían de algún modo hacerle sombra, y dejó bien organizada la máquina de su dinastía para que el día mismo de su muerte pudieran sus herederos deshacerse de los Gaitán, Delga, dillo y Davidson Blanco.

La maquinaria que ellos habían visto funcionar triturando al pueblo de Nicaragua, los cogió de un modo o de otro; a unos en un dedo, a otros de un pie, a más de alguno, total, abrasadoramente.

En el ascenso de poder que siguió vertiginosamente adelante después de la muerte de Sandino y la caída de Sacasa, abandonó también el Campo de Marte y se situó más estratégicamente en la loma de Tiscapa. Allí construyó su fortaleza, articuló en una nueva modalidad el Ejército que le habían heredado los oficiales de Infantería de Marina, asentó la cabeza de su trono y murió en el pináculo de su poder, dejando a sus. dos hijos, Luis y Anastasio, la herencia política más grande que ha visto América y uno de los poderes económicos más fuertes del continente; su modo de gobernar fue una constante y clarísima ecuación que nadie ha logrado escribir en la vida de un país americano; ejército contra pueblo, ejército contra ejército y pueblo contra pueblo.

En medio de ella estaba su nepotismo familiar resistiendo todo el embate de la natural oposición al sistema, pero construyendo al mismo tiempo la base de la dinastía. Parte del poder político para un hijo, parte del poder militar para el otro, las relaciones diplomáticas (factor de poder en nuestro continente) para su yerno, los ministerios clave para sus sobrinos, los grandes negocios para sus parientes, y todos los oñciales del Ejército resumidos en la contestación que dio al comandante.de León cuando después de los disparos de López Pérez se acercó a decirle:

—Jefe, ¿está herido . . . ? —

Sí, hijo. . .

"Hijo", así los trataba a todos, y como verdaderos hijos de dominio los mantenía siempre al margen de leyes y ordenanzas militares . . . porque los padres no tienen por qué usar de la ley con sus hijos. Había impuesto su tiránica paternidad hasta ese grado.

Sandino, Umanzor, Colindres. . . habían caído en el Campo de Marte. Sacasa había sido derrocado desde ese lugar, Abelardo Cuadra, un joven oficial rebelde que estuvo a punto de levantar un día ese bastión y que perdió su batalla cuando lo supo Somoza, f u e a parar a una cárcel sentenciado a muerte; Gabriel Castillo, otro guardia nacional que quiso botarlo; Báez Bone, Manrique Umaña, Carlos Ulises Gómez, José María Tercero, generaciones enteras de hombres a quienes el terrible padre adoptivo no convenció con sus lágrimas, pasaron por allí primero vis-tiendo los colores de la Academia Militar, y luego los trajes de presidiarios.

Somoza desarticuló el ejército de Nicaragua al punto de que en su organización no contaban los sueldos ni el rango; hubo durante su gobierno tenientes con escasa paga de 500 córdobas (70 dólares) al mes, que hacían su agosto en puestos de importancia volviéndose ricos con la aceptación de prebendas por juegos prohibidos o casas de prostitución. Los tornaba adinerados o los hacía pobres con una palabra de su boca, y jamás respetó el natural escalafón militar cuyo decreto fue autorizado por él mismo, porque para ascender en la mayoría de los casos, no se necesitaba capacidad ni tiempo de servicio, sino ser incondicional y palaciego. Su hijo fue coronel antes de los 25 años, y siguiendo el ejemplo paterno se hizo general unos días después de la muerte de su padre; su nieto Guillermo Anas-

Page 104: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

104 189

tasio Sevilla Somoza recibió un pergamino de capitán de las reservas del Ejército ei día de su bautizo; Somoza era caótico y amoral.

La Guardia Nacional se creó como un ejército de estructura sólida y firme, pero con la cabeza corrompida. Muchos de sus componentes fueron y siguen siendo perso-ñas honorables y buenas, caballeros que han dado sus servicios a la patria generosamente, y que han perecido como todo el pueblo de Nicaragua aplastados por una tiranía múltiple, que usa para someterlos, desde la necesidad económica, hasta la crueldad física y la presión moral.

Existe en ella un núcleo central de soldados profesionales que no se ha corrompido, hermanos por ideales y honradez de otros soldados también de la misma Guardia, que dieron su vida combatiendo al tirano; pero los SomOv za cuidan su rebaño de esbirros y seleccionan siempre a quienes les sirven de mejor instrumento para tiranizar a los demás.

En la Guardia Nacional hay dos clases de hombres: los nicaragüenses que visten sus galones en nombre de la patria y los pandilleros cómplices de los Somoza, que roban y asesinan junto con ellos. Desgraciadamente, estos últimos han sido colocados con habilidad en los puestos principales, y no dejan respirar a los primeros.

En la pequeña glorieta del Campo de Marte, adornada de cañoncitos antiguos, no hubo visita para los presos, durante el juicio que precedió a la consolidación de la dinastía.

Entraban turbas de gentes pagadas por los hijos del Dictador, y llegaban oficiales del Ejército a repartir propaganda a las esposas de los enjuiciados, mientras aquéllas luego de ser registradas en la puerta de entrada, corrían a asomarse por una pequeña ventana de la sala de justicia, y rezaban llorando por sus deudos.

"Sala de Justicia" le llamaban al sitio que representaba más que ningún otro, a la gran ciudadela de la injusticia en que nació el poder de los Somoza, asentado en ía inmoralidad y el terror.

XXVII

BATALLA POR LA VERDAD

% Horacio Ruiz Solís se llama el muchacho. Es mayor de edad, casado, del domicilio de Managua y jefe de redacción del diario "La Prensa".

Entre él y yo, más que un vínculo de trabajo existe amistad, ahondada por mi admiración al hombre que se ha cultivado solo, lejos de colegios y universidades, hijo auténtico de su propio esfuerzo, luchando siempre contra el aplastante medio somocista que há negado la cultura al pobre.

El solo aprendió lenguas extranjeras, y sin ayuda de nadie llegó a perfeccionar su estilo de periodista limpio y sencillo, sentimental pero sereno. Apoyado en su incansable trabajo, formó un hogar y un porvenir.

No había universidades en Managua, porque Somoza suprimió la única desde el año de 1944, cuando se levantó erguida y viril-para denunciarlo como tirano y oponerse a su reelección; no había escuelas nocturnas porque el Gobierno, temeroso de la cultura del pueblo, siempre puso trabas para;su fundación; pero el muchacho compraba libros, preguntaba, indagaba por todas partes, y fue haciendo su propia cultura y logrando una educación bien formada.

¿Por qué tenían los Somoza que meterse con é l . . . ? Lo cogieron de su casa la noche misma del atentado; lo encerraron en la cárcel por una

buena cantidad de días,

Page 105: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

190 105

lo torturaron como a tantos otros, lo deshicieron, y por último lo obligaron a firmar una declaración de la cual se podía deducir perjuicio para un amigo suyo.

El amigo era yo, el director del diario en que Horacio trabajaba como jefe de redacción, su compañero de tertulias y consultas, el padrino de su hijita. Exprimieron el ce. rebro de Horacio en una horrorosa operación de alquimia psicológica y física dentro del "Cuarto de Costura" de la Casa Presidencial, hasta hacerlo caer como el de tantos otros en la inconsciencia y la locura. Pero los crímenes nunca son perfectos y siempre dejan una huella abierta, una puerta pequeña pero seguro por donde salta la verdad denunciante y firme, como una espada vengadora.

Después de hacer decir a Horacio que yo había recibido la visita de Ausberto Narváez (quien supo del atentado 10 días antes de consumarse) lo pusieron en libertad estrujado y triste. Pero entonces él contó lo ocurrido; narró los sufrimientos padecidos en el "Cuarto de Costura" y encontró con la ayuda de personas amigas la evidencia documental de que su dicho extraído a la fuerza, jamás podía ser cierto.

Esa evidencia constaba en un número de "La Prensa", en el cual se refería la visita de Ausberto muchos meses antes del atentado.

¿Que podían hacer los Somoza ante esa circunstancia . . . ?

La justicia normal rectifica, el hombre decente que busca la verdad, acepta el error, el juez que no pierde de vista la sagrada misión que tiene de esclarecer las cosas, concluye su investigación. Pero los que habían prostituido la justicia hasta el punto de hacerla instrumento de su propia venganza personal, y que estrujaban la dignidad del hombre con tal de no aceptar la comisión de un error, no podían dejar las cosas allí.

Horacio volvió a la cárcel, donde fue conminado severamente a que mantuviera lo dicho por la fuerza la primera vez, aún a pesar de que la verdad constaba en un testimonio escrito, apoyado en el cual hacía ahora una valiente rectificación. "Volvió a las celdas de "La Aviación" solitario y triste, y comenzó a padecer nuevamente la fuerza brutaPde los tiranos, encaminada a violentar su conciencia y a empequeñecer su alma grande de hombre luchador por una existencia digna.

La batalla por la verdad fue larga y dura, pero tuvo su desenlace cuando Horacio, llamado nuevamente al juicio por mi abogado defensor, fue presentado por quienes lo encarcelaron para acallar su conciencia.

Llegó una noche a la sala de audiencia de la Corte Militar, de cuerpo pequeño y delgado, con el semblante pálido. Se sentó fijando los ojos en la mesa que servía para declarar a los testigos, y asió con manos trémulas el micrófono que estaba trasladando sus palabras, hasta donde se hallaba Anastasio Somoza Debayle. ^

Habló pausadamente, mientras las ventanas de la sala de justicia dejaban asomar los rostros de Osear Morales y Lázaro García, rostros agrios y duros de los torturadores que llegaban como en una extraña cita, a ver también el desenlace de su criminal trabajo:

Horacio dijo:

—-"Es verdad que yo declaré antes eso que consta en el expediente; pero estaba enfermo y nervioso... los continuos días de angustia y de padecimientos trastornaron mi mente; yo dije efectivamente que el doctor Chamorro había recibido la visita de Narváez en los diez días anteriores al atentado, pero eso no es cierto, y puedo probarlo. Con los, números del diario "La Prensa" se demuestra la verdad de lo ocurrido y se esclarece mi equivocación debida a los nervios, a mis condiciones físicas debilitadas . . . "

Page 106: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

106193

El muchacho batallaba duramente contra el sudor y contra las agudas miradas de los acusadores; no podía decir que lo habían torturado, porque allí estaban los torturadores; no podía descubrir la intimidad y el horror de los padecimientos que lo llevaron a su primitiva declaración, porque ello significaba hundirse- él mismo y hundir a los otros; escogió con un valor digno de todo encomio el único camino que podía escoger. Acusarse él mismo, para salvarse y salvar a los demás; hablar de la natural debilidad de su cuerpo para establecer la inmensa fortaleza de su alma. Fue un discurso enorme y sereno que casi levantó de sus asientos a todos los presentes y que no fue obstaculizado una sola vez por la chusma que presenciaba la audiencia.

No pudieron contra él, porque sabía bien lo que se estaba jugando al decir la verdad; y la dijo de tal modo, que no provocó la ira, sino la admiración de quienes lo habían destruido.

—"Hace tiempo —siguió Horacio— que esperaba esta oportunidad, porque la situación a que me había inducido el estado de nervios en que estuve, me tenía todavía más nervioso y enfermo."

Sus ojos bajos y tristes permanecieron todo el tiempo clavados en la mesa; sus manos siempre asidas al micrófono y su cuerpo inclinado hacia adelante; cuando terminó, triunfante de quienes pretendieron torcer a la fuerza el camino honesto de su vida, un suspiro de alivio y satisfacción se levantó de su pecho cansado, de muchacho luchador, de hombre que busca desde niño la vida digna en las fuentes del propio esfuerzo; y volvió a la cárcel. . .

Anastasio Somoza Debayle comentó con sus íntimos después de oír la escena, trasmitida hasta los salones de su palacio:

—Ahora va a podrirse en la cárcel, por perjuro . . . ¿Qué otra cosa podía decir...? ¿Qué otra interpre-

tación de una acción buena, noble y valiente podía dar este hombre que pasó una vez 12 horas completas enterrando un alfiler torturante en las espaldas de Julio García...?

La justicia somocista tenía que funcionar bajo el signo de ese criterio, porque era una justicia vengadora, avasallante y podrida. ¿No sabía todo el mundo que por obra de las cortes civiles nicaragüenses bajo el régimen de So-moza, salían dé la cárcel los asesinos, a veces sin juicio...?

Cortes al mejor postor, magistrados que fallaban (como los de la ciudad de Masaya), a favor de quien les pagara más dinero. Jueces como el doctor Manuel Escobar, de ese mismo tribunal d e apelaciones, que pedía a los clientes dinero o ayuda en especies como whisky para "facili-tar" su trabajo. ¿No era acaso ese sistema de constante prevaricato y de perjurio el que prevalecía en todos los órdenes de la vida judicial somocista . . . ?

¿Por qué no iba a llamar Anastasio Somoza Debayle "perjuro" a un hombre honrado que estaba deshaciendo las intrigas, nacidas en la sala de tortura de su palacio . . . ?

Perjuro le llamó, pero el muchacho salvó su dignidad y su espíritu diciendo la verdad que los esbirros de la familia Somoza querían a todo trance tergiversar para hundir en su venganza a los inocentes.

Hubo también otro que a mí me tocó de cerca. Se llamaba Clemente Guido: era estudiante de medicina y se le obligó a decir que yo estaba al tanto del atentado contra el general Somoza.

En el expediente constaba su declaración de este modo:

P. — ¿Quién le comunicó a usted en la República de El Salvador, que se llevaría a cabo un atentado contra ía persona del señor Presidente de la República de Nicaragua...?

R. — Me lo comunicó AugtLsto Miranda Montes en presencia de un señor propietario del salón Gamboa,

Page 107: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

107 195P. — ¿Con qué objeto le comunicó a usted el señor Miranda

Montes que se llevaría a cabo el atentado...?R. — Lo que él quería era que yo fuera una especie de correo y

que trajera instrucciones para los jefes de oposición; quería que fuera una especie de notificador.

P. — ¿Comunicó usted esta información al doctor Pedro Joaquín Chamorro . . . ?

R. — Sí señor.P. — Diga qué le contestó el doctor Pedro Joaquín Chamorro.R. — Expresó el doctor Chamorro que hicieran lo que quisieran,

que él cooperaría, y que se iba a poner en contacto con ellos.

Durante el tiempo en que Clemente Guido rindió esta declaración, estuvo conviviendo en una de las jaulas del jardín, de los leones con una pantera. Una pantera negra cogida en las montañas nicaragüenses que llamó una vez la atención de los fotógrafos de la revista "Life", quienes la fotografiaron todavía pequeña, jugando en la puerta de su jaula con Somoza.

Guido estuvo allí varias semanas en compañía de Julio Velázquez, y al cabo de un tiempo fue puesto en libertad condicional, bajo requerimiento de ir nuevamente al tribunal si era llamado, a repetir lo que había dicho a la fuerza.

Pero no lo hizo.Pudo más su hombría de muchacho joven y con carácter, que la

presión ejercida por quienes lo obligaron a mentir en una declaración que complicaba a muchas personas, al general Emiliano Chamorro, a Pablo Antonio Cuadra, a Hernán Robleto Zelaya, cuyo único delito era ser hijo del periodista nicaragüense exilado, Hernán Robleto.

Guido fue citado nuevamente al- tribunal por nosotros; ocupó la silla de los testigos y contestó rápidamente sin

que los acusadores tuvieran í i r m p o siquiera para analizar lo sucedido.

—¿Conoce usted —le preguntó mi abogado defensor— al doctor Pedro Joaquín Chamorro . . . ?

—Sí —dijo el con voz fuerte— lo conozco bien.

Y entonces, mientras los fiscales sonreían como dando a entender que habían ganado la batalla, seguros de que la mentira sería mantenida, el muchacho agregó mirando a todos los acusados:

—Lo conozco porque lo he visto retratado en los periódicos, pero jamás en mi vida he hablado con él.

—Es suficiente —cortó secamente mi abogado y la sala quedó sumida por un instante en ese silencio de espec-tación que causa lo imprevisto, porque los Somoza habían hilvanado su madeja y ésta volvía a romperse.

El fiscal militar encendió un cigarrillo. Entre él y sus compañeros hubo una rápida consulta; revisaron el expediente, hicieron notas, y vovieron a preguntar al muchacho, pero éste contestó inflexivamente:

—Ya d i j e que nunca en mi vida he hablado con él.

El presidente de la corte tocó el timbre y notificó al testigo que podía retirarse.

La historia de las declaraciones arrancadas con tortura y de las mentiras o, i que se había tejido un juicio entero para colmar una venganza, contaba con un nuevo capítulo demostrativo.

Los crímenes nunca son perfectos y siempre existen hombres que a pesar de sentir su cuerpo pereciendo en el dolor, levantan el espíritu para dar testimonio de la verdad, aun sobre las brasas de la tortura.

Page 108: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

108 197

XXVIII

LOS DELINCUENTES

% La Corte terminó sus labores un día en que los jueces llegaron vestidos.de gala y la "chusma" pagada para insultar a los acusados llenó con más entusiasmo que nunca a sala de audiencias.

El fiscal militar levantó su voz hueca, y llena de falsa solemnidad en nombre de la verdad, de Cristo y de la Justicia; los detenidos hicimos declaraciones públicas en nuestro favor interrumpidos por resonantes gritos y los abogados concluyeron sus discursos, valientes, trémulos y de-safiantes.

A uno de ellos, el doctor Salvador Buitrago Aja, le dieron una pedrada en la cabeza y una puñalada en la espalda; a otro, el doctor Enrique Cerda, un golpe en un hombro; se multiplicaron los gritos, se aumentaron los centinelas y cerca de las 12 de la noche el presidente del tribunal, solemne y fríamente, hizo funcionar su.timbre para declarar cerrada la audiencia y concluida la primera parte del juicio.

Conforme a los reglamentos del ejército de Nicaragua, el veredicto de la Corte no debía ser notificado; simplemente después de esos remedos de proceso, pasan días y hasta meses enteros sin que los acusados sepan nada, sumidos en la incomunicación más completa. Cuando los ver-daderos jueces (que son los Somoza) han dispuesto qué van a hacer con los acusados, instalan el nuevo escenario, nombran un Consejo de Guerra y envían al fiscal militar a hacer las notificaciones del caso.

Por eso fue. que después de concluidas las labores de la Corte Militar de investigación, los presos retornamos al

silencio de nuestras celdas.

Allí nos llegó la navidad.

La navidad amarga, del que recuerda sin ver. Debe de ser la navidad del preso incomunicado como la del hombre que ha perdido la vista. Oscura, callada, esperando siempre los regalos que no llegan y recordando el pasado. Oyendo villancicos imaginarios, sintiendo el olor de las iglesias pobladas de gente, y esperando la ropa nueva para gozar ese raro deleite del tacto, con lo que se estrena.

Era mi seguida navidad en la cárcel y advertí a los compañeros más novatos:

—Cualquier día pueden dejar entrar algo que venga de la casa, menos hoy . . .

—¿Por qué. . . ?

—Porque así son ellos, simplemente.

Y efectivamente sucedió de ese modo. Nuestras familias enviaron regalos, mandaron canastas humildes o ricas con pavos y dulces; quisieron romper las puertas de la cárcel con frutas navideñas, con tarjetas y adornos; pero no llegó nada.

Para ese tiempo los guardianes se habían humanizado hasta el extremo de permitirnos algunas horas fuera de la incomunicación normal que el régimen ordenado por los Somoza prescribía, y como veían nuestra angustia natural en espera de algo, llegaban a vernos y a darnos esperanzas:

—Tal vez más tarde, muchachos; esperen un ratito más. . .

Pero no llegó nada porque en las oficinas de la Comandancia General que está situada en el propio palacio de Tiscapa, los altos oficiales detuvieron todo; lo botaron o se lo comieron . . . Fue un robo cruel y vergonzoso.

Yo recordaba mi otra navidad en la cárcel; en otro establecimiento penal más humano y más alejado también del palacio presidencial, que se llama "La Aviación".

Page 109: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

198 109

Allí sí habíamos comido pavo el año de 1954, y tuvimos también una pequeña fiesta a la que se asomaron algunos delincuentes comunes,

Maximón, se llamaba uno; el Chompipe, decían a otro; Zoropeta. . . "chavalos" vagos que vivían presos y que pasaban frente a nuestras celdas reclamando en nombre de la amistad que da la desgracia, algún sobren de lo que nos enviaban de nuestras casas.

Zoropeta era ratero, y el 24 de diciembre en la noche de navidad lo llamó hasta puerta de nuestra celda el doctor Emilio Alvarez Montalván para decirle:

—Zoropeta, ¿por qué robas . . . ? ¿No te das cuenta de que es mejor trabajar. . . ? Si te hubieras portado bien, estarías en tu casa . . .

—¡Ah doctor éste . . . —le contestó Zoropeta—. ¿Cuándo voy a ganar lo que puedo "alzarme" si me llevo un cajón de cigarrillos . . . ?

Esa vez estábamos presos por los acontecimientos de abril, fecha en que pasaron muchas cosas, entre otras el descubrimiento hecho por Somoza de un archivo privado y secreto que tenía en su poder el ex-presidente de Nicaragua don Adolfo Díaz.

Allí se encontró un expediente en que Somoza era enjuiciado por falsificación de monedas allá por los años de 1925^ cuando gobernaba al país don Diego Manuel Chamorro. Junto con él, los detectives del Dictador hallaron otros documentos que sirvieron a éste para publicar un libro que se llama Recuerdos de un pasado que siempre es de actualidad . . . pero desde luego, omitieron el expediente levantado por falsificación de monedas.

Él historiaba un juicio corto y rápido. Se le "echó tierra", como dicen en Nicaragua, porque el presidente de la República quiso hacer un favor al padre de Somoza, don Anastasio, un hombre honrado y bueno, y a la familia Debayle, con quien estaba emparentado por matrimonio del

Dictador. Había declaraciones y pruebas, la falsificación de monedas era evidente; pero en la sociedad de aquella época tenía más valor el respeto al hombre de los amigos y a la dignidad de una familia entera, que la urgencia de castigar a uno de sus miembros. Por eso se salvó Somoza . . . y desde allí arrancó su historia; su larguísima historia de constructor de capitales a costillas del bienestar y la propiedad ajenos. Su amistad con los delincuentes, a quienes trató más de una vez como compañeros, o al menos como eficientes colaboradores de sus empresas.

El mismo Maximón, y también el Chompipe, a quienes nosotros conocimos en la cárcel durante la temporada de 1954-1955, cayeron en esta línea. Porque esa vez, y poco después de pasada la navidad, cuando Somoza decidió invadir Costa Rica, Maximón y ei Chompipe fueron a la guerra como expedicionarios- de las fuerzas "libertadoras costarricences", organizadas por los Somoza en los cuarteles del Coyotepe.

En las cárceles de "LÍ Aviación" se hizo la recluta. Nosotros vimos salir de allí verdaderos contingentes de maleantes, muchos d e ellos condenados por un jurado y otros por decisión d< j ;a Comandancia General; les daban un pantalón kaky, unos cuantos pesos y los montaban en los camiones del ejército de Nicaragua para ir a combatir en "El Amo", o ¡lSanta Rosa" a las órdenes de Teodoro Picado hijo, compañero de Anastasio Somoza Debayle en la academia militar de West Point. Estados Unidos.

Allí murió el Chompipe en una escena que nos contó, ya de regreso, otro delincuente a quien llamaban Pasitos...

—Manos arriba le dije yo por broma, te tiro. . . y se me fue el dedo.

La bala dio en el estómago del Chompipe, y a Pasitos le hicieron un Consejo de Guerra sumario, después del cual volvió a su medio natural. . . la cárcel.

Page 110: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

110 201

El ambiente de Somoza durante su primera juventud, fue agitado y difícil. Jugaba "taba" en el parque San Marcos, era gallero y bebedor; después del caso de la falsificación de monedas juró llorando corregirse para obtener el perdón, y lo obtuvo, pero no se corrigió nunca.

Ya en- la presidencia mantenía, como una manifestación de su múltiple dominio tiránico sobre el país, abiertos los casinos de juegos prohibidos. Con una parte del producto ilegal que se obtenía de ellos pagaba a los oficiales de su ejército más fieles; y con otra engrosaba su propia bolsa; era en el fondo un hombre incansable de alegrías y placeres, los cuales barajaba en una personalidad graciosa, para hacer una imagen perfecta de ese viejo y atrofiado caudillaje criollo americano. Jugaba, reía, y bebía, dejaba jugar, beber y reír,- y su personalidad alegre y simuladora se servía de todos los vicios para gobernar, aplicando las reglas del juego a los negocios y al poder.

Se enteraba de todos los pormenores de esta pequeña banca del azar y sabía cuántas ruletas o mesas de dados explotaban sus subordinados en los más remotos pueblos del país.

Las cárceles mismas, cuando no eran las situadas fu el propio palacio presidencial (sagrados recintos de su poder manejados con el llavero de su bolsa), eran una fuente inmisericorde de explotación.

En "La Aviación", por ejemplo, el comandante Pablo Rivas ordenaba todos los sábados una patrulla que llamaba cínicamente de "los nacatamales" (como diciendo que le producía la comida) y bacía prender con ella a varias decenas de ciudadanos que transitaban por los alrededores, para arrancarles el dinero que tenían encima.

Los ponían a todos en una celda que se preparaba con anticipación, calabozo al cual llamábamos nosotros "La alcancía", porque iba recogiendo desde las primeras horas de ia tarde del sábado hasta las últimas del domingo, a

los que pagaban en ella, con dinero o en especie (ropa y zapatos), lo que el comandante exigía para dejarlos en libertad.

Pablo Rivas era como Zoropeta, el pequeño delincuente que prefería robar un cajón de cigarillos a trabajar, y Somoza era un aliado constante y un ejemplo eterno de esta clase de abusos.

¿Es que acaso no abusaba él también...?¿No compraba propiedades a la fuerza...? ¿No había organizado las

grandes compañías como el monopolio del cemento con la "ayuda" del Estado...?

Cuando a él le gustaba una finca, sus abogados llegaban en solicitud de venta ante el dueño, y si éste se oponía, le advertían claramente que de un modo u otro tenía que cederla. Al arzobispo de Managua le compró un diamante que una generosa dama había donado a la Iglesia; y le pagó después una suma menor que la pactada; en 1944 adquirió en una operación fabulosa los bienes de la firma alemana Julio Balhcke, intervenida por el Estado con motivo de la guerra mundial.

Fue muy simple:Llegó el coronel Camilo González con una valija llena de billetes y

un soldado armado de ametralladora a "pujar" al juzgado. Nadie dio más de lo que quiso dar el General... y las fincas, extensos cafetales, grandes porciones de tierras aledañas a Managua y potreros magníficos para ganado, pasaron a sus manos por una cantidd irrisoria de dinero.

Somoza corría detrás de las monedas con ese afán febril del jugador empedernido; pero jugaba siempre con las cartas marcadas y no permitía que alguien se le adel a n t a r a .

AI final de sus días no había una sola actividad mercantil de Nicaragua que no estuviera dominada por su capital: periódicos, emisoras, café, ganado, cemento, oro,

Page 111: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

202 111

plata, petróleo, compañías de aviación, marina mercante, establecimientos comerciales, edificios, casas residenciales, cnña de azúcar, cacao, maderas preciosas, siembras de agricultura, importaciones y exportaciones, bancos, acciones, etc. Su enorme capital obraba siempre como un monstruoso punto de apoyo para su tiranía; producía alcohol, permitía los juegos prohibidos, recibía participaciones ilícitas por dejar existir los monopolios; era el único exportador de ganado, el cual compraba a los productores del país a bordo, y vendía a los importadores extranjeros a bordo también; las empresas del Estado pagaban sus planillas de fincas y no entraba la renta debida a sus innumerables entradas, *x la tesorería de la nación. Además de eso, tenía sueldos por concepto de presidente, de jefe director del Ejército, de gerente general del Ferrocarril, y de un sinnúmero de puestos más.

Era aficionado también a los caballos de carrera, y para lucir los colores de su cuadra de pura sangre importados, mandó construir un hipódromo en las costa del lago de Managua.

El asunto fue fácil: la Junta de Asistencia Social declaró que el hipódromo era un gran negocio y sufragó su edificación con los dineros de todos los indigentes de Nicaragua.

Al cabo de dos años una crecida violenta del lago arrastró las construcciones y terminó con el hipódromo que siempre dio pérdidas, pero que sirvió de lujo y alegría durante los últimos años de su vida.

Los delincuentes que fueron a la guerra con Costa Rica salían en manadas de "La Aviación", gritando con alegría que iban a "cargarse'' allende la frontera; la movilización de la cárcel fue tan completa, que después de ausentarse "el ejército", quedó sumida en el silencio.

Eran los hijos del régimen mismo de Somoza los que iban a defender sus intereses en una de las operaciones más vergonzosas, pero más lógicas de la historia de Ni-

I caragua.Allí, en las cárceles donde los presos políticos estábamos sometidos

a un régimen mucho más duro que esos mismos delincuentes comunes, vecinos nuestros pero con más libertad de acción, se escucharon con verdadero entusiasmo los gritos que en las calles de Managua apenas podía producir la dictadura;

—¡Viva Somoooooozaaaaaa. .■.!De ese modo gritaba durante los primeros meses del año de 1955 la

parte nicaragüense del "Ejército Libertador de Costa Rica" y no podía gritar de otro, porque iba efectivamente a la defensa del ideal somocista, que es la delincuencia organizada y apoyada en la fuerza militar.

Testigos de ello fueron varias docenas de presos políticos, entre los cuales se cuentan personas de verdadero relieve en Nicaragua, médicos especialistas, abogados, agricultores bien conocidos y hombres humildes y honestos del pueblo.

En la navidad de 1957, frente a lá injusticia de una represión causada por el espíritu de venganza, estábamos alejados de esas escenas, porque vivíamos en el vientre mismo del poder somocista; en la agitación de los instrumentos militares, que aunados con ese espíritu caótico y arbitrario capaz de reclutar criminales para una empresa, nos presentaba ante el pueblo por la fuerza bruta de las armas, como criminales.

Era la consecuencia natural del sistema, o mejor dicho su paradójica formación, que había invertido la tabla de valores morales de la vida espiritual del país, para volver negro lo blanco, y viceversa.

La navidad y los días que siguieron hasta la nueva notificación del fiscal, en que se anunció la integración del

y

Page 112: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

204 112

Consejo de Guerra, fueron iguales a los días de un ciego. Sin luz y sin horizontes.

Una mañana nos llamaron para enfrentarnos nuevamente al sol del patio. Allí el fiscal militar nos leyó un extenso documento en que resultábamos todos los presentes remitidos a un Consejo de Guerra que nos iba a juzgar por los delitos de asesinato en la persona del presidente Somoza, rebelión contra el Gobierno de la República y atentado contra la autoridad.

—¿Y las pruebas, .de qué sirvieron las pruebas...? —preguntamos.

El fiscal levantó-los hombros despectivamente y dijo:*—Ustedes comprenden que ésta no es cosa mía.

XXIX "REALITO"

JUEZ

lí Era' mayor del Ejército y se llamaba Arnoldo García.Tenía un lejano pero nunca desmentido parentesco con los Somoza,

y le decían de apodo "Realito", diminutivo de "real", unidad monetaria .hispanoamericana. Manejaba las oficinas de migración de Nicaragua, y fuera de eso sus oficios principales eran; la importación de bailarinas de mala reputación, la explotación de cantinas con juegos prohibidos, la promoción de -encuentros de boxeo o béisbol y el financiamiento de algún espectáculo público de dudosa calidad moral.

En el extremo izquierdo de la mesa del Consejo de Guerra, en la cual estaban sentados seis oficiades más del Ejército, se sentó "Realito" en calidad de juez.

Bajo, grueso, casi calvo, ostentando en la mano un anillo vulgar con piedra roja, que daba tono a sus oficios,

miró, con expresión aburrida a los acusados que entraban a la sala del Consejo.

Junto a él estaba Roberto Martínez Lacayo, hombre de la vida civil que debía sus galones de coronel a las circunstancias, de haber sido durante la juventud amigo íntimo de Somoza. Grueso y con el cabello totalmente blanco, dedicó su tiempo durante las audiencias de la Cor-te Militar a ofender a los familiares de los presos, negándoles la cortesía debida a su sexo y alentando a la chusma para que las molestara.

Después había cinco más: el presidente del tribunal que era el coronel Matamoros, el mayor Román, el coronel Reyes Ruiz, un capitán de apellido Mena, apodado por sus compañeros "el Tigre", y un joven teniente, serio y minúsculo.

Era la nueva fachada que habían preparado los So-moza para dar remate a su gran obra judicial, digno pináculo de la destrucción consumada en todas las instituciones cívicas del país.

"¡Realito" juez...!Antes había ocupado el sillón de la Corte Militar Pablo Rivás, el

hombre que mató a garrotazos a una perra parida con todos sus cachorros, que asesinó en las cárceles a don Ramón, y que dejó morir a un preso sin darle atención médica. Ahora se sentaban en el mismo ,sítio para impartir justicia "Realito" y Roberto Martínez. Nicaragua estaba desquiciada. . .

La corrupción general del pueblo, lograda poco a poco por el régimen de Somoza, tenía este remate espectacular y definitivo en el momento culminante del proceso sustanciado con motivo de la muerte del Dictador.

Él había terminado con la justicia y con todas las instituciones autónomas del país. De su mano habían salido los decretos anulando los tribunales civiles, que aunque corrompidos en el noventa por ciento de los casos, no

Page 113: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

4.) /

113 207

tenían punto de comparación en cuanto a la personalidad de los jueces con los Consejos de Guerra hechos a base de militares adictos cuyos galones eran pioducto del parentesco, la amistad o el negocio.

Por eso, nada tenía de raro que a la hora de integrarse el tribunal que iba a conocer las causas de lh muerte de Somoza, lo formaran hombres como "Realito". Era una prueba más de la dura burla que el destino estaba jugando a la memoria del Dictador, cuyo nombre era mencionado en el salón del Consejo de Guerra por los fiscales militares para recibir estruendosas ovaciones que salían únicamente de la boca de una chusma pagada por sus hijos.La dignidad del tribunal estaba encarnada en la historia de sus componentes, que era la misma de Somoza. "Realito" lo había acompañado durante toda su epopeya de poder, había presenciado junto con él los golpes de Estado por el Dictador, había sido el cómplice perfecto y hasta su socio en algunos negocios, en los fabulosos negocios de Somoza que se extendían como un cáncer lleno de innumerables raíces, por el territorio nacional. Una vez "Realito" tuvo su noche triste. Sucedió cuando Somoza, cediendo al impulso violento de todo el país, abandonó la presidencia de la República y declaró electo en unos comicios que burló a la mayoría opositora al doctor Leonardo Argüeflo.

Arguello se hizo cargo de la primera magistratura con la complacencia de Somoza, pero desde el primer momento contradijo todos los pronósticos del Dictador e intentó echarlo de Nicaragua. Fue una conspiración que duró únicamente 27 días, porque al cabo de éstos Somoza sacó al Presidente q u e no se dejaba mandar por él y puso en su lugar a un verdadero monigote llamado Benjamín Lacayo Sacasa.

Durante la maniobra hubo u n momento en que buena parte del Ejército quiso impedir el golpe de Estado de

tribunal, en donde el fiscal leía un documento que los mí-Somoza manteniéndose fiel al presidente derrocado. Fue entonces cuando "Realito" estuvo prisionero de los rebeldes en una pequeña celda y lloró, lloró amargamente dando las excusas imaginables y diciendo que él estaba con los que mantenían al Presidente.. . contra Somoza.

Ahora "Realito" era juez y sus miradas abstraídas y llenas de aburrimiento se esparcían por la sala como denotando la inconformidad natural del hombre que no se siente cómodo en un lugar diseñado para otra clase de gente.

El juicio se inició con una especie de ceremonia en que se hacía desfilar a cada uno de los acusados frente al litares de Nicaragua llaman "cargos y especificaciones".

Por medio de él se nos conminaba a contestar si éramos o no culpables de los delitos de asesinato en la persona del Presidente de la República, de rebelión contra el Gobierno del país y de atentado contra la autoridad.

Cada uno de nosotros contestaba de acuerdo con las ordenanzas militares seca y simplemente:

—No, no soy culpable...Cuando me tocó ir al micrófono a repetir lo único que nos

permitían decir en nuestra defensa, grité con toda la fuerza de mis pulmones:

—¡No soy culpable! ¡Ni aquí ni delante de Dios...!El timbre del presidente del tribunal se escuchó claramente en la

'sala, y después la voz del militar que dijo:

—Se ruega a los señores acusados contestar escuetamente si son culpables o no. Luego tendrán oportunidad de decir lo que deseen en su propia defensa.

Y siguió la audiencia, siguió la procesión de hombres hasta el micrófono y frente a los jur-re , '■^.:.;:"h.,n todo en la misma forma en que se había arreglado el escenario de la recién pasada Corte Militar.

Page 114: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

114 209

Fue una simple formalidad; un juicio que se hizo a base de las mismas declaraciones que había recogido con el sistema descrito de torturas la corte investigadora; no hubo novedad alguna, ni se aportaron pruebas, ni se llamaron testigos.

El militar que ocupaba la presidencia procedía generalmente adornado de una gran compostura y suavidad, pero rechazaba sistemáticamente todas las peticiones importantes de los abogados defensores. Cuando una de ellas se producía en la sala, el tribunal acordaba deliberar en pleno, se retiraba a la augusta sombra de un cuartito contiguo y volvía'a sentarse minutos después ante la expectación de los presentes, para anunciar;

—El Consejo ha decidido mantener la petición del fiscal y desechar la de los defensores'.

Entonces estallaban los aplausos y el presidente, coronel Matamoros, se sonrojaba dignamente mirando de soslayo a sus compañeros.

Yo conocía a Matamoros desde el año de 1944, fecha en que llegó con numerosos soldados de su comando de policía a sacar a mi padre del periódico para llevarlo a la cárcel. Registró la casa, buscó debajo de todas las máquinas del taller de imprenta, pasó a las habitaciones de la residencia de mi familia, entró a nuestros aposentos, vació los estantes llenos de ropa y no encontró nada.

Esa vez había sido mandado por Somoza en busca de unas hojas sueltas aparecidas en Managua; eran unas hojas criminales y violentas en que se hacían alusiones calumniosas al honor de la madre de Somoza.

Matamoros registró nuestra casa y consignó en su informe que no había encontrado lo que buscaba, sino otros panfletos de propaganda completamente distintos de las bojas, pero Somoza nos acusó públicamente de ser 103

autores de la calumnia, clausuró el periódico de mi padre y echó a éste fuera del país.

Usó de un ardid sucio para silenciarlo; le achacó un delito que estaba muy lejos de conformarse con su personalidad y. su buen nombre y oyó referida por su hermano Julio Somoza una contestación que debe de haberle repicado en los oídos constantemente, por muchos días.

Porque cuando Julio Somoza, que siguió también parte de la investigación sobre las hojas, lanzó peregrinamente el cargo de ser su autor mi padre y le repitió palabra por palabra lo que decían, mi padre le contestó:

—Cállese, no puedo oir eso, y menos en la boca de usted, que es hijo de esa dama. Le debía dar vergüenza repetirlo.

Somoza -tuvo una crisis de poder en 1944, y una vez que pudo salvarla, se dedicó con inteligencia y sagacidad inescrupulosas a desarticular todas las instituciones que podían provocarle otra. Suprimió la Universidad, acabó con ¡a autonomía municipal, reforzó el Ejército en su propia guardia personal, corrompió la Corte Suprema de Justicia y los tribunales de apelaciones y comenzó a practicar en toda su extensión el principio de gobierno que basa el poder político en una gran riqueza personal y el capital personal en el poder político.

Matamoros, presidente del tribunal que juzgaba a las personas en que se había cebado la venganza de los hijos del dictador muerto, fue también su compañero y amigo, y como tal condujo el juicio a su término.

El Consejo de Guerra integrado por los oficiales más incondicionales de la dinastía, se reunía todos-los días después de las audiencias, en la Casa Presidencial, con Anastasio Somoza Debayle.

Desde los vehículos que nos conducían a la cárcel, podíamos nosotros ver cuando pasábamos frente al palacio de Tiscapa, las figuras gruesas de los componentes del

Page 115: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

115 211

Consejo, estiradas en uno de los iluminados salones con amplias ventanas a la carretera, haciendo rueda al nuevo dictador, quien explicaba lo que debía haceise.

Mientras el viento frío de la noche levantaba la carpa de nuestro camión y por las aberturas de ésta presenciábamos la escena, alguien invariablemente repetía las lamentaciones de Cristo frente aquellas ciudades que él señaló como peores que Sodoma y Gomorra:

—Cafarnaum, Cafarnaum...—Y tú, Corazaim. . .Era un diálogo que se repetía noche a noche, frente a las iluminadas

ventanas del palacio brillante, resguardado en todas sus puertas y esquinas por silenciosos hombres armados de ametralladoras.

Después, cuando llegábamos a nuestras celdas del Primer Batallón, sirviendo los brazos de los jóvenes como apoyo a los más viejos, repasábamos la jornada del día con el presentimiento de que era imposible salir absueltos por el tribunal sin que mediara para ello la voluntad omnímoda de los nuevos gobernantes.

"Realito" era juez... y el Consejo discutía todos los días sus actuaciones en presencia del mismo Anastasio So-moza Debayle.

Esa era la justicia en cuyas manos estábamos.

XXX

GRANDES Y PEQUEÑOS DRAMAS

% Las dilatadas pero escasas sesiones dieron lugar para hacer recuerdos y comentarios sobre los grandes y pequeños dramas que el país había vivido a través de los Consejos de Guerra organizados por Somoza.

Durante su largo gobierno, muchas veces los civiles fueron llevados a esos tribunales, sustraídos de su fuero

común y enjuiciados bajo eí ojo alerta del Dictador, quien ni siquiera abría las páginas del Código Penal para buscar una pena adecuada.

—A este j . . . —decía— le voy a poner dos a ñ o s . . .Y sus expertos en leyes militares corrían a todos los rincones en que

yacen los pretextos olvidados, para encontrar el modo de dictar la sentencia, más o menos disfrazada de legal. Un caso fue el d e los sobrevivientes de una rebelión en ía mina La India, q u e comparecieron a juicio y casi sin pruebas resultaron condenados por eJ tribunal.

A uno de ellos, Julio Aguilar, lo asesinó un sargento después del proceso y cuando ya había salido libre mediante una "generosa" amnistía otorgada por Somoza. Era hermano de un amigo mío que se líama Domingo y a quien naturalmente llevaban a la cárcel cada vez que ocurría algo en Nicaragua.

—Siempre estás vos metido en estas cosas —le decía Anastasio Somoza Debayle— no tenes composición...

—Lo que pasa es que ustedes siempre me meten ••—contestaba Domingo.

Caía, pero siempre se levantaba. Cuando abril, le cerraron un negocio q u e tenía en el mercado principal de Managua, y lo soltaron después de dos años de prisión, pobre y lleno de deudas; en setiembre volvió a caer preso y únicamente sufrió el torbellino de la venganza somocista por cuatro o cinco meses. Había tenido otro hermano, menor q u e Julio, muerto después de una dura prisión sin ningún motivo,

—Era u n chavalito —decía Domingo—, se lo llevaron a mi mamá después de tenerlo en la cárcel y al día siguiente de llegar a la casa m u r i ó . . . por eso mi mamá no quiere que sus nietos 'se llamen como nosotros: no quiere más Domingos n i más Julios... ¡ p o b r e c i t a . . . !

Page 116: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

116 213

Los que no se lucieron

En el curso del proceso se esclareció la-verdad en lo relativo a dos personajes que durante los primeros días aparecieron ante la opinión somocista como verdaderos "héroes", lanzándose sobre Rigoberto López Pérez para arrebatarle el revólver, con que disparaba contra Somoza. Se llaman ellos Camilo González Cervantes, íntimo amigo del Dictador y compañero suyo desde la infancia, y Amoldo Ramírez Eva, director de la oficina de "Construcciones Nacionales".

Los testimonios identificaron al teniente Pedro Gur tíérrez como el primero que había disparado con un revolver sobre Rigoberto López Pérez, y a González como uno de tantos que tiró sobre el cadáver del hombre ya muerto.

A Eva no lo vio nadie, al menos hasta después que hubo pasado todo. El drama de ambos f u e inmenso porque en la escuela del servilismo somocista, haber hecho algo por salvar la vida del Dictador, era como vivir eternamente en el corazón de quienes lo sucedieron.

Un drama ridículo y pequeño, pero intenso.

La bolsa y la estrella

Somoza decía que él tenía muy buena estrella, hasta que se le opacó. Cuando sus escasos partidarios quisieron saludarlo en el teatro de León que servía de escenario a la convención política que lo eligió candidato para un período más, el día del atentado, sus sabuesos impidieron que la gente se acercara, porque vieron a algunos campesinos armados'de revólveres, y cuando se disponían a requisar las pistolas, él se opuso diciendo que no los molestaran.

Se sentía seguro el día mismo en que la muerte lo rondaba de cerca, fría y certera. Más tarde, sobre el piso del salón de baile en que vivió su último drama, se hallaron también muititud de revólveres revueltos con toda ¿lase de utensilios. Carteras de señoras, zapatos de baile, pañuelos, etc., y los campesinos temerosos que habían llegado a escuchar de sus labios la "enorme plataforma", dejaron sus pertenencias en la calle... Por denuncia que hizo la jamilia Saravia —dice u n testigo— se halló en la puerta de su casa una bolsa vieja de mecate que contenía jocotes, un traje sucio, una botella vacía y un revólver' de quebrar 38 W.S.

Una pequeña tragedia campesina... Todos los avíos usados en el viaje desde la parcela de tierra cultivada, hasta la ciudad del atentado, en una esquina... botados.

£1 otro extremo

Rigoberto López Pérez sabía que iba a morir; tejió su drama solo y fue solo hasta el final. Sin embargo, no lo hizo por interés, por lucro, ni por exhibicionismo. Antes de tomar una decisión creyó cerciorarse de que con la muerte de Somoza las cosas iban a cambiar fundamentalmente en su tierra, y esperó una rebelión militar, que sólo existía en sú imaginación exaltada y grande.

También tomó una póliza de seguros para que beneficiara a su madre y para cubrir los estudios de una niñita, sobrina suya, a quien protegía en El Salvador. No se entrevistó con líderes políticos conocidos, no buscó más que a Somoza. Y.antes de hacerlo, selló su vida con el último detalle de sus aficiones: f u e a Masaya a presenciar un partido de béisbol.

Page 117: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

117 215Los que no delataron

Los que no delataron se llaman Emilio Borge González, Alonso Castellón, Benjamín Róbelo y Tomás Borge Martínez; los dos primeros son abogados de gran prestigio en Nicaragua; el segundo comerciante y el último estudiante de leyes.

A ellos les contaron que se planeaba un atentado contra Somoza, pero no hicieron caso, porque les pareció imposible. Eran hombres destacados en la oposición y no tuvieron la menor participación en los hechos que precedieron a la muerte de Somoza; simplemente oyeron decir que un sujeto a quien no conocían atentaría contra la vida del Presidente y no prestaron crédito alguno a las palabras de quien se lo dijo.

Para comprender este drama inmenso que tuvo su culminación en una condena de cinco años de cárcel, hay que hacer la advertencia de que en todo Nicaragua se decía siempre de Somoza:

—¡Algún día lo van a matar!Ellos no solamente rechazaron la idea baja de hacer una delación,

sino que no pudieron hacerla ¿Qué iban a delatar? ¿Cómo iban a decir a la autoridad que estaba a punto de ocurrir un atentado contra Somoza, si apenas lo sabían de oídas y no tenían de los hechos la más remota certeza?

Sus declaraciones, abultadas por la tortura y enredadas en la confusión de un juicio que seguía los lincamientos claros de la venganza, nunca tendrían en un tribunal honesto y competente valor de ninguna clase.

Desde hace dos mil años —dijo Emilio Borge González— se asoma a las puertas de la historia la estampa excecrable del árbol en que se ahorcó el traidor Judas Iscariote. ¿Cómo se puede pretender en un juicio sustanciado en nuestra época, el establecimiento del Instituto

de la Delación...? Y en el caso de que se nos exigiera esa inmoral actitud y que hubiéramos estado dispuestos a adoptarla... ¿qué íbamos a delatar nosotros...?

Los condenaron por encubridores. Sólo en raras legislaciones, como la nicaragüense, es encubridor el que "teniendo conocimiento de que puede cometerse un delito, no avisa a la autoridad".

Drama de la ley y drama del hombre que vive aplastado por una tiranía, en donde además de experimentar por la fuerza la sustracción del fuero natural de los tribunales comunes, cambiados por un juicio militar, se le exige delatar hasta lo que no le consta.

Meses después del juicio, el heredero del dictador fallecido dio una amnistía para los reos de delitos políticos. Ella no benefició a estos cuatro hombres, quienes al momento de ser juzgados fueron encasillados en la denominación de rebeldes políticos y llevados a un tribunal militar para salir condenados por un delito que a la hora de la amnistía debía clasificarse como común.

Ausberto

Ausberto Narváez se "llama.Lo invitaron a participar en el atentado y oyó la propuesta. Le

pidieron que al momento de verificarse el hecho, se colocara cerca, en un automóvil, y diera una señal con el objeto de que los demás apagaran las luces de la ciudad, causando confusión.

No hizo nada más que huir del lugar, pero lo clasificaron como co-autor y lo condenaron a 15 años de prisión.

Ausberto decía:—Al menos estoy satisfecho porque si hubiera aceptado el encargo,

hubiera muerto mucha gente. . .Tenía tres años de casado, acababa de ver morir a su hermano en un

accidente de automóvil, su esposa llevaba

Page 118: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

118 217al Consejo de Guerra los dos niñitos de su matrimonio, y él comentaba:

—¿Por qué habremos nacido en este p a í s . , . ?

Abrió las balas

Anastasio Somoza Debayle lo golpeó personalmente y mandó que le cruzaran las espaldas a chüillazos, porque confesó, después de estar en el pozo, que había abierto con una broca de un 16, finos hoyitos a las balas con que mataron a su padre, Se llama Juan Calderón, y su familia sufrió un indescriptible asalto de los oficiales de la Guardia Nacional, en León.

Es mecánico, hombre sencillo y humilde.

Si sabía o no para quién estaban destinadas las balas con los hoyitos abiertos, es un misterio, pero los oficiales que asaltaron su hogar sí sabían lo que estaban haciendo. Su drama debe tener el último desenlace en el corazón mismo de la justicia de Dios.

Enóc Aguado

Somoza le había arrebatado el poder birlándole unas elecciones que ^anó como candidato de los partidos Conservador y Liberal en 1948. Era destacado político de oposición y había ocupado muchos cargos importantes en gobiernos anteriores... Casi no veía y lo obligaban a sacar ya de 74 años de edad, una lata de excrementos hasta los inodoros de la prisión.

—Yo he sido maestro —decía—; si al menos me dejaran dar clases aquí en la cárcel, podría pasarme en ella el resto de mis escasos días.

Y cuando comprendía que jamás iban a permitir los dueños del país que tuviera un poco de descanso en su

ancianidad, volvía los ojos a los demás y suspiraba tranquilo:

—No a va ser mucho tiempo. Yo me voy a morir aquí y eso va a ayudarles a ustedes.

Los diplomáticos

La represión somocista no perdonó a nadie; pequeños dramas se tejieron alrededor de hombres públicos con inmunidad parlamentaria y aun de diplomáticos extranjeros, si bien es cierto que vinculados por razones especiales a la vida nicaragüense.

A don Aniceto Esquivel hijo, agregado comercial de la embajada de Costa Rica y hermano del canciller de esa república, lo sorprendieron en una lancha que navegaba sobre el río San Juan la noche del atentado.

Las ametralladoras de la Guardia Nacional funcionaron en toda la extensión vecina, donde el Dictador tenía una finca, y por tanto un resguardo militar; perseguían con sus miras bien afinadas la estela blanca que dejaba el bote, hasta que perforaron su popa.

El diplomático fué a la cárcel, donde estuvo recluido varios días, al cabo de los cuales le dieron 48 horas para sair del territorio nacional.

Cosa curiosa: los demás presos compañeros del señor Esquivel vieron con extrañeza cómo un oficial del Ejército llegó hasta su celda del Campo de Marte con un voluminoso escrito, a notificarle que había sido declarado "non grato" por el gobierno de Nicaragua.

No habían sido suficientes las ráfagas de ametralladora; había que poner al caso un punto final protocolario y diplomático. . . y el protocolo de las dictaduras se extiende hasta las cárceles.

Page 119: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

218 119

La niña de Tito

Este drama era viejo.Databa de los días de abril del 54, época en que el coronel Roberto

Martínez era, como en setiembre del 57, uno de los oficiales que comandaba las fuerzas acuarteladas en el Campo de Marte, en virtud de lo cual las esposas de los presos tenían que recurrir siempre a él para recabar autorización, cuando deseaban llevar comida a sus deudos, o conseguir una visita.

La niña se llamaba Claudia y era hija de Tito Chamorro, quien sufría condena de 19 años, impuesta por un Consejo de Guerra somocista.

Cuando la niña de seis años y su madre llegaron a ver al preso, el coronel del Ejército que debía sus galones a la amistad con Somoza, puso toda clase de pretextos para no conceder la visita; y llevando su actitud insolente y grosera para la madre hasta el extremo, dio a la niña una pelota de hule con una inscripción que decía: "¡Viva So-moza!". Pero la niña supo de qué se trataba y tiró el juguete diciéndole:

—No quiero a Somoza, porque es malo.Entonces el militar, encendido del respeto que loa más serviles del

Ejército sentían por el Dictador, contestó a la criatura:—No. El malo es tu papá. Y continuó iracundo, en una serie de

denuestos que hicieron a la madre salir del sitio llorando.

Tragedias grandes y pequeñas, dramas intensos en todos los órdenes de la vida, desfilaban en el recuerdo de los nicaragüenses mientras se reunía el Consejo de Guerra erigido en tribunal vengador de la muerte de Somoza.

Viudas afligidas, familias enteras con el corazón desolado, contemplaban la realidad de una tiranía de 29 años,

disfrazada con el manto de la democracia y esparciendo a los cuatro vientos la gran mentira de que el gobierno de Somoza había llevado la paz a Nicaragua.

—¡"El Pacificador"! —le decían...

Pero el pueblo entero sabía por experiencia propia lo cierto que resultaba aquella frase magistral, puesta por Quevedo en boca de Marco Bruto: "La tiranía no es más que una guerra civil triunfante".

¡Eso era precisamente la tiranía de los Somoza...!

XXXI

EL VEREDICTO

Más que al juicio de Nuremberg,. se parecía al proceso de Cristo.

La multitud vociferante que pedía una inmediata crucifixión; los jueces representando a la parte más corrompida de la población del país, y los acusados víctimas de la tortura o de los falsos testimonios. El escenario preparado y la construcción articulada del pretexto legal, daban la tónica farisaica, esencial para hacer un cuadro clásico de colores fuertes y vivos.

En la última noche se levantó sobre su asiento el fiscal, brillante de pequeñas placas que indicaban sus servicios en el Ejército, y adornados los hombros con el cordón de militar de carrera.

Con voz hueca y firme, que trasmitía una cadena de radioemisoras hasta los más lejanos rincones del país, excitó al Consejo de Guerra a dictar un fallo severo y justo, del cual, al -pasar por el tamiz de la filosofía de la historia, alejado de toda pasión y vehemencia, se pueda decir que los jueces que lo dictaron supieron envolverse

Page 120: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

218 120

Page 121: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

121 221

con dignidad en la toga de la justicia y sostener con pulso firme la balanza de la ley.

Alabó a Somoza y su sistema; gastó varias horas en decir denuestos de los "asesinos" que estaban sentados frente a él, gritó infinidad de pretextos legales que iba articulando en citas y pidió cobardemente y sin ninguna convicción moral, lo que le habían ordenado: que se condenara a todos los presentes a las máximas penas estipuladas.

Los acusados estábamos solos. De todos los abogados sólo concurrió. a la audiencia mi defensor doctor Manuel Morales Cruz, en tanto que los otros firmaban una exposición diciendo que por falta de garantías se veían precisados a no asistir al local de las audiencias; la "chusma" había .llegado vestida de gala y nosotros, inclinadas1 las frentes, escuchamos silenciosos el discurso basado en declaraciones que aún en ese momento fueron tergiversadas convenientemente en las conclusiones del fiscal.

Después de tres horas nos llevaron a un comedor que usaban los guardias nacionales del Campo de Marte, donde nos sirvieron la cena. Tres días antes nuestros defensores habían agotado el último recurso que la ley permitía en beneficio de nosotros: hacer uso de la palabra para demostrar la inocencia de sus clientes, combatiendo los argumentos de la fiscalía; pero esta última pidió un receso de 48 horas para preparar un nuevo discurso, rompiendo de este modo un precepto judicial sentado en la mayor parte de las legislaciones del mundo, donde siempre la defensa tiene la última oportunidad; aquí tenía que ser al revés: el fiscal debía de lanzar el postrer ataque.

En la mesa de aquel pobre comedor de cuartel rezamos juntos, y los soldados a cuyo cargo estaba nuestra custodia nos ofrecieron café negro de sus cantimploras; después nos llevaron en una larga fila de dos en fondo hasta la sala de audiencias, donde ya el tribunal había emitido Su veredicto.

Entramos a la habitación repleta de gente, llena de focos poderosos y cámaras de fotografiar, con la fila de jueces al fondo, cada uno metido en su guerrera de gala con todas las insignias de ~stí rango; callados, abstraídos en su pensamiento, habían estado deliberando junto a una botella de wisky, de la cual dieron también unos cuantos tragos a los componentes de la fiscalía militar.

No es que estuvieran ebrios, sino que la deliberación, obligadamente larga e inútil porque ya el veredicto estaba decidido de antemano, había sido rociada con el licor necesario para reponer el cansancio y alejar el tedio.

El presidente tocó su timbre y se puso de píe para que un silencio completo se esparciera por la sala, antes de dar comienzo a la ceremonia. Luego, el fiscal militar, a quien hubo que esperar unos minutos porque estaba en el palacio de Tiscapa, bebiendo también con Anastasio Somoza Debayle en celebración de su último discurso, ocupó su lugar y llamó en voz fuerte que se oyó aun lejos d e la sala:

—;José María Barrera!Desde el fondo del lugar que ocupaban los acusados se abrió paso un

obrero humilde que avanzó hasta la mesa del tribunal, desencajado y pálido, caminando junto con el capitán preboste, quien le indicó el sitio donde debía de pararse.

—Este Consejo de Guerra ha visto su causa y declara que la primera especificación en su contra no ha sido probada; que la segunda especificación no ha sido probada, y que. la tercera, no ha sido probada tampoco. Por lo tanto lo absuelve del cargo.

Absolvieron a José María Barrera, a Herminio Larios Silva, a Abelardo Baldizón Árauz, a Gabriel Urcuyo Gallegos y a Hernán Arguello Arguello de las tres especificaciones que implicaban: el asesinato del Presidente, el

Page 122: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

222 122

atentado contra la autoridad y el delito político de rebelión contra las autoridades constituidas. Llegaban junto al tribunal, se acercaban trémulos y nerviosos y escuchaban del fiscal militar las mismas frases que éste había dicho a José María Barrera, declarándolo inocente. Cuando pasaron los dos primeros, el público guardó silencio; cuando el tercero se acercó a la mesa, la inconformidad de la "chusma" comenzó a agitarse por mano de los directores de la misma, y cuando el cuarto recibió la absolución del tribunal, estallaron los gritos:

—Bueno . . ¿qué p a s a . . . ? ¿Este Consejo va a absolver a todo m u n d o . . . ?

—¡Queremos justicia, que los condenen...!

Y el embravecido mar de pasiones, agitado con el pago recibido de los mismos que estaban dictando la sentencia, se volvió un tumulto ensordecedor y ciego.

En ese momento pasé yo al tribunal para recibir mi sentencia; se me absolvía de las dos primeras especificaciones relativas al asesinato del Presidente de la República y el atentado contra la autoridad, pero se me condenaba por el delito de rebelión... Después pasó Francisco Frixione a escuchar el mismo veredicto, y una vez que hubo regresado a su sitio, el presidente del tribunal se recostó sobre su asiento y tomó con calma un legajo de papeles que había sobre la mesa. Eso quería decir que los otros catorce estaban condenados...

La gente estalló en estruendosos aplausos y comenzó a desalojar la sala. Nosotros permanecimos en los asientos y esperamos para ser conducidos nuevamente a la cárcel.

Condenados por rebelión. . .—¿Cómo iba a ser yo —dijo Frixione— que dormido en mí casa y

sin tener noticia de lo que ocurría a 90 kilómetros de distancia, estaba al mismo tiempo rebelándome contra el Gobierno... ?

¿Y Enrique Lacayo Farfán, a quien el tribunal había probado según las cuentas del fiscal "todas las especificaciones", sin que se adujeran en su contra más que dos declaraciones, cuya falsedad conocía todo el mundo...?

¿Y Tomás Borge, de quien constaba en todos los testimonios que jamás había creído lo que le dijeron...? ¿Y ¡los demás, condenados en un juicio llevado a efecto sin el debido respeto a las normas ordinarias que prescribe la civilización para procesar y condenar a u n ser humano...?

Sin pruebas, con base únicamente en lejanas presunciones, tomando como buenas las declaraciones de unos contra otros, extraídas por medio de la tortura, sin apego a la ley común y abiertamente en contra de las normas .fundamentales del país.

El colmo f u e que para instalar el Consejo de Guerra, forma de juicio que no podía llevarse a efecto sin suspender las garantías constitucionales, los Somoza dictaron un decreto, el 29 de octubre de 1956, en el cual declaraban sin-efecto aquéllas en los departamentos de León y Managua, con objeto de que las investigaciones y el juzgamiento de los "comprometidos" en el atentado contra su padre, pudieran seguir adelante. Era como decir que por tratarse de la muerte del César, debía crearse un nuevo sistema y una legislación diferente para el caso particular de los acusados.

Y así fue. La gran función organizada por ellos y titulada, para el efecto de la propaganda, de juicio legal y justo, tocó a su fin inesperadamente al darse cuenta todo mundo de que cuando parecía estar apenas comenzando, ya había terminado.

Era la segunda vez que un tribunal militar me condenaba por "haber tenido conocimiento de que iba a verificarse una rebelión contra el gobierno de Nicaragua y no dar aviso a la autoridad".

¿Pero de qué rebelión había tenido conocimiento yo.,.?

Page 123: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

123 225

Mis recuerdos se alejaron hasta los primeros días de la infancia, cuando Anastasio Somoza Debayle y su hermano Luis ocupaban los mismos bancos del colegio de los Hermanos Cristianos junto conmigo; el padre de ellos era ya jefe director de la Guardia Nacional y el mío dueño del periódico "La Prensa"; le hacía una constante oposición, justificada plenamente poco después, cuando So-moza se levantó en armas contra el presidente constitucional de la República, y lo echó del mando.

. Esa vez tuvimos un disgusto, porque un amigo mío que vive actualmente en Nicaragua preguntó al hijo del Dictador:—¿Y por qué quiere ser presidente tu p a p á . . . ? Teníamos más o menos 12 años los tres, Anastasio, mi amigo y. yo.

—¿Y la platita, pues...?Más tarde, y siempre en las mismas aulas del Instituto Pedagógico de

Managua, cuando su padre comenzaba a enriquecerse a la vista de todo el país, yo expresé mis dudas acerca de los negocios que hacía el General y el disgusto se tornó violento. Nunca se le' ha olvidado, y así me lo dijo casi a gritos cuando me torturaba en el "Cuarto de Costura" de su palacio, porque desde aquel momento arrancó una lucha a veces sorda y a veces abierta, desde • las dos posiciones que ambos manteníamos en Nicaragua; él, príncipe nacido en la cuna del poder, dueño de empresas fabulosas, siempre atrepellando la dignidad de los demás y tratando de conservar el imperio creado por su padre. Yo, luchando desde la llanura cpn un periódico independiente y libre que jamás se rindió a las amenazas o a los halagos del poder.

En los tribunales comunes me habían demandado ya tres veces sin resultado alguno; por mi, conocimiento de los sucesos de abril me tuvieron 13 meses en prisión y luego un año, con la casa por cárcel: me confiscaron un auto-

móvil; había vivido en el extranjero acompañando a mi padre en un exilio de dos años; me habían condenado a 38 meses de destierro y luego de 4 meses escasos de libertad, el día mismo del atentado contra Somoza, me hicieron, ingresar nuevamente a la cárcel.

No había participado en la rebelión, porque ésta no existió más que como un pretexto de los Somoza para organizar los tribunales militares dirigidos a ejercer la venganza en sus enemigos políticos por la muerte de su padre. Pero era un rebelde a la tiranía y a la explotación que ejercían ellos sobre el país.

Estaba recibiendo mi pago. ¿Qué otra cosa podía esperar?

XXXII

TRANSICIÓN A LA DINASTÍA

f Luis Somoza Debayle nombró a tres altos militares como sus delegados para que revisaran el proceso.

Nos llevaron ante ellos sólo para oir el fallo que iba desde 15 años de prisión para unos, hasta 40 meses de confinamiento mayor para Francisco Frixione y para mí; pero pasaron" varias semanas antes de que la sentencia, que implicaba en el último de los casos la libertad en algún remoto pueblo de Nicaragua, se cumpliera.

Un día, ya cuando la censura de prensa se había levantado y los diarios de oposición pudieron protestar por nuestras condiciones en la cárcel, nos cambiaron al establecimiento penal de "La Aviación", recluyéndonos por fin a todos juntos en la misma celda.

De allí salimos Frixione y yo por caminos diferentes, cada uno al lugar de su confinamiento: él a Santo Tomás, pueblecito frío del Norte de Chontales, y yo a San Carlos,

Page 124: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

124 227antigua población nicaragüense ubicada en las márgenes del río Desaguadero del Gran Lago. Del lago de los tiburones de agua dulce,

San Carlos estaba poblado de retratos de Luis So-moza. El país entero comenzaba en el mes de marzo de 1957 a despertar a la entronización de la dinastía de' los Somoza, afirmada con la muerte del gobernante padre y con la pacífica sucesión recaída en el hijo mayor de la familia.

¿Cómo había sido la transición...?Días después deí entierro de Somoza, la convención del Partido

Liberal Nacionalista, acordó volver a reunirse para designar un nuevo candidato, en vista del fallecimiento del escogido; se tomaron las medidas pertinentes del caso, se enviaron contingentes de la fuerza pública de la misma ciudad de León, que había sido sede del atentado y de ia convención anterior, y los principales elementos del Ejército plegados por entero a la voluntad de los So-moza, en cuya casa "vivían, insinuaron por mandato de Anastasio Somoza Debayle que no aceptarían otro candidato más que Luis. Lo dijeron en los corrillos oficiales que reunían a los convencionistas y éstos fueron a la ciudad de León en un tren que los esperó nada más el tiempo suficiente para decidir democráticamente que el único candidato aceptable era precisamente... Luis.

Los partidos Conservador y Liberal Independiente se abstuvieron, pero un grupo de disidentes organizó un nuevo partido político de "oposición" y fue a las elecciones presentando como candidato a un rico propietario "de Ma-tagalpa cuya principal propaganda (mezcla de broma y seriedad), fue que en caso de salir electo a la presidencia no se iba a reelegir.

El estado de sitio se levantó la noche antes de los comicios y nadie concurrió a las urnas a depositar su voto.

Luis Anastasio fue electo presidente y su hermano Anastasio recibió las estrellas de general ele brigada; las fotografías del nuevo presidente comenzaron a figurar profusamente en Nicaragua y se anunció al pueblo que había obtenido una fabulosa suma de votos, en tanto que el candidato contrario llegó nada más a la tercera parte del eómputo total.

Nicaragua seguía caminando por el surco profundo y duro que había trazado el viejo dictador fallecido; la represión de los primeros momentos hizo imposible la más pequeña protesta, el más minúsculo estorbo, y todo se consumó en calma. En los diarios que llegaban al lugar del confinamiento, yo iba viendo poco a poco el desenlace natural del drama monárquico en toda su rusticidad republicana. Primero la memoria del dictador fallecido ocupaba todos los ángulos de la prensa oficial; coronas depositadas en su tumba, manifestaciones de duelo que muchos meses después de su entierro seguían vivas y ardientes, artículos diarios recordando sus principales anécdotas, y panegíricos que trataban a todas luces de hacer pensar al pueblo que su espíritu de mando no había fallecido.

Después los herederos ocuparon el primer lugar de la publicidad y se comenzó a aceptar con un^ delicadeza sutil y bien delineada, que las cosas debían cambiar; que el nuevo reinado iba a ser diferente y que poco a poco los errores pasados se enmendarían con amplitud.

Era la transición, la traducción natural para la mente occidental y democrática que no había perdido en su totalidad el pueblo nicaragüense, a pesar de los 20 años últimos de opresión y tiranía, de la antigua sentencia monárquica: ¡El rey ha muerto... viva el rey...!

La propaganda hacía hincapié en que el nuevo rey era distinto del "rey muerto", y con la ascención ol generalato del hijo menor de Somoza, se comenzó a sustituir una figura muerta por otra viva en el mismo nombre. "El Ge-

Page 125: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

125 229neral", seguían diciendo familiarmente los fámulos guar-dias nacionales que durante tantos años habían estado dispuestos a obedecer a la consigna de ese nombre. "Somoz a " . . . gritaba simplemente el diario oficial de la familia, sin distinguir al principio en la pura conjunción del apellido, si se trataba de Luis Anastasio, de Anastasio simplemente, o del dictador fallecido. Fue una experiencia apasionante y extraña en el campo cambiante siempre de la concepción americana del poder; el mismo nombre, el mismo mito, el mismo gobierno... pero con personas distintas que sustituían la naturaleza humana muerta de un cadáver por los cuerpos vivos de dos hombres, herederos, en todo el sentido de la palabra, de su poder y de su nombre.

La propaganda de fuera contrastaba abiertamente con la verdad de dentro. Para el hombre de la calle, amordazado duramente por el sistema somocista, que estaba propalando a los cuatro vientos la posibilidad de una situación distinta, y que desconocía los primeros pasos de crueldad e injusticia andados por los dos herederos del poder, las palabras de la prensa oficial eran halagüeñas; pero para el hombre que venía de "adentro", de la cima misma del poder, del nido en que se incubaban las persecuciones y se tendían los cálculos, la cosa tenía que ser diferente.

Es curiosa la transición del poder en un sentido absoluto y monárquico, cuando el pueblo de un país ha sido educado en la posibilidad democrática durante siglos enteros. Nicaragua vivió esa experiencia con base en varios factores que bien podían servir para un estudio analítico del fenómeno dinástico, representado solamente dos veces en América: durante la época de los López en Paraguay y. con los Somoza de Nicaragua.

Primero y mientras amordazaban totalmente las fuentes de información pública que no nacieran del propio centro del poder, hicieron ver que aún después de la muerte, el hombre fuerte permanecía vivo; luego fueron trasladando

poco a poco su nombre llevado en andas del ritual sagrado de la dictadura a los hijos, que heredaron desde el inmenso capital personal del padre (que era apenas natural en nuestra concepción occidental de la testamentaría), hasta las costumbres, dichos, uniformes y tratamientos del mismo.

Cuando la herencia apareció consolidada y firme, se echó al "rey muerto" por la borda del olvido y los hijos, bebiendo champaña en recepciones oficiales y rodeados de un fausto todavía más reluciente que el de la corte anterior, aparecieron ante los ojos del pueblo como una in-novación, como algo distinto que podía ser una promesa para el pueblo.

No fue un fenómeno buscado adrede por ellos mismos, ni por sus consejeros: fue una natural consecuencia de las leyes de la herencia humana, llevada adelante por obra de la necesidad en que estaban de seguir mandando para salvar todo lo que tenían. Fue un reconocimiento tácito y profundo de que la tiranía paternal era la peor propaganda para el nuevo gobierno; los Sornoza de hoy pensaron desde el primer momento que debían desvincularse en su presentación al pueblo, del Somoza del pasado, pero íntimamente no podían dejar de seguir siendo iguales a So-moza. Lo copiaron en crueldad y en métodos, calcaron sus represiones para hacer con motivo de su muerte otra que íes asegurara el mando, pero se hicieron aparecer ante la opinión pública como una cosa distinta *de su padre, aunque identificada con este en el rito exterior de su gobierno. De allí la explicación de las dos cabezas sobre el "trono nicaragüense" y la leyenda bien difundida por cierto en el mundo norteamericano de que clon Luís Anastasio, heredero del otro que llevaba su segundo nombre, merece llamarse con cierto respeto monárquico y explicativo de su posición, Luis "el Bueno".

La personalidad del padre era bien definida. Hombre jovial, pero cruel; duro luchador sin escrúpulos por una

Page 126: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

230 126

existencia que comenzó con las balas y terminó con ellas, constructor de un imperio que se articulaba en la corrupción y en la modalidad nicaragüense del superficialismo; carácter emotivo y dúctil que apretaba y encogía el hilo con que ataba indefectiblemente a sus enemigos, dando y quitando, dejando vivir o matando, según las circunstancias. Su estampa venía en la historia del país á "saltos de mata", desde u n antecesor lejano q u e poco tiempo después de la independencia apareció por los campos nicaragüenses asaltando caminos y asolando poblaciones. Se llamaba Bernabé y le apodaban "Siete Pañuelos", usaba lanza, era alto y blanco, cantaba, bailaba bien y era aficionado a las juergas y serenatas como el mismo Somoza; su fuerza se medía en las páginas de la historia p a t r i a por una anécdota: una vez ensartó a una mujer con su lanza y la levantó en el aire con u n a mano.

Su fin estuvo de acuerdo con su carrera, lejana a la presidencia que consiguió su descendiente, pero cercana de todas ^us marrullerías y maldades: murió ahorcado por la justicia en una plaza pública, y cuando Somoza llegó al poder, hizo cambiar su historia reeditando la obra de don José Dolores Gámez, que lo presentaba como un feroz bandolero, y sustituyendo los episodios q u e demostraban éste carácter, .por otros en que se lo describía como un valiente y discutido guerrillero.

La personalidad, de los hijos del Dictador se bifurcó decididamente, pero no porque fueran guiados en ese destino por impulsos d e carácter incontrolable, sino porque la fuerza mayor de una herencia dinástica lo dispuso así desde el comienzo de su educación. Uno f u e a West Point y el otro comenzó a estudiar ingeniería en Luisíana; uno fue jefe del Ejercito 5' ol otro personaje civil del Gobierno, ocupando la presidencia del Congreso de la República. Después, a l a muerte del padre, ambos se repartieron el trabajo que había hecho aquél en una sola persona. Enterraron

al viejo dictador y dividieron sus aptitudes para seguir la misma política, pero delineada en dos personas distintas: uno ee dedicó al mando violento y cruel, el otro asumió los apelativos de generoso, comprensivo, inteligente, bondadoso, franco, etc. que la prensa oficial daba a su padre.

Bizarro general, generoso presidente civil. Arrojado militar, prudente magistrado, progresista ingeniero, aguerrido jefe del Ejército. El binomio resultó de la unidad del padre, que en vida f u e siempre para la propaganda y la prensa del Gobierno, bizarro y generoso, arrojado y pru-dente, progresista y aguerrido . . . todo al mismo tiempo.

En San Carlos del Río, a donde llegué después de haber estado tantos meses en la oscuridad absoluta de la cárcel, comencé a desentrañar el significado, d e l a dinastía como una herencia u n i t a r i a que se traslada a u n apellido completo y no a una persona en particular.

—Luis es distinto —decían los más serviles somocis-tas, cuando alguien criticaba al fallecido dictador.

Y en el peor de los casos, si la crítica a l sistema abarcaba también al nuevo gobierno, no tenían empacho en asegurar, como justificación a una tesis que era hija de su servilismo, o de su miedo:

—Eso es cuestión de Tachito. . . si dejara gobernar sólo a Luis . . .El m i t o de las dos cabezas reinantes, herederas ambas de la unidad

q u e habfe prevalecido en vida del padre y ungidas con el rito del mismo nombre, demostraba simplemente que alguna lógica tuvo el mundo antiguo para gobernarse por medio de la monarquía. Era una cosa repug-nante, algo que únicamente podía deducirse de la degradación de un sector del pueblo, sometido a la corrupción de sus instituciones por el término de una generación completa, pero que estaba indicando al mismo tiempo cómo, después de una dictadura, la historia tiene lógicamente que experimentar un cruel retroceso.

/ . .

Page 127: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

127 233

¿No eran acaso responsables de lo mismo Luis Anastasio y Anastasio. . . ? ¿No vivían en la misma casa donde se torturaba a los prisioneros . . . ? ¿No paseaban su vista todos los días por ei jardín de los leones del palacio de su p a d r e . . . ? ¿No dejaban a sus hijos correr por las es-. tancias donde los presos, barbones y sucios, esperaban la sentencia de la familia. . . ? Uno era presidente y el otro jefe del Ejército, pero ambos eran también hermanos; y lo habían sido con la misma intimidad de la sangre toda la vida, viviendo en el mismo palacio bajo las enseñanzas del mismo padre. ¿Acaso no fue precisamente Luis Anastasio quien justificó en el Congreso Nacional la muerte de todos los rebeldes de abril, asesinados por las fuerzas que mandaban su padre y su hermano, en los cafetales de Diriamba, diciendo que habían muerto en combate con pa-trullas de la Guardia Nacional. . . ?

Su hermano los mataba y él daba las excusas. Anastasio presenciaba los dramas terribles de la tortura y la muerte y Luis Anastasio daba las corteses explicaciones a los familiares de muertos y torturados.

Se complementaban los dos en el sistema y el apellido del padre, y entre ellos no había más diferencia que la dictada por las circunstancias y necesidades del oficio respectivo.

Decididamente, Luis Anastasio merecía llamarse Luis "el Cortés" con más propiedad que Luis "el Bueno", y ello resultaba un título suficientemente dinástico para dar carácter a su posición de heredero principal de la presidencia.

En la transición a la dinastía, que aparecía refulgente y firme meses después del entierro de Somoza y su nombre, efectuado por los hermanos, habían jugado papel importante muchas circunstancias: la prensa de oposición .padeció una censura atroz, sufriendo hasta la ocupación de sus oficinas por parte de oficiales del Ejército, allegados a las esferas principales del poder; los mandos de las fuer-

zas principales de la Guardia Nacional fueron celosamente entregados a los íntimos de la casa gobernante; oficiales destacados por sus años de servicio y por haber permanecido siempre guardando un equilibrio decente dentro de la dictadura del viejo Somoza, fueron retirados, hechos a un lado, sacados de sus puestos o enviados a la cárcel.

Para comprender ésto hay que recordar algo que ya dije al principio, y es que el poder combativo del ejército de Nicaragua está circunscripto a la loma de Tiscapa, residencia de la familia, que puede, aun por mano del más pequeño de sus miembros, desatar un poder de fuego incontrastable sobre el armamento de la mejor organizada guarnición del país.

Los jefes de la oposición permanecieron en la cárcel hasta la víspera misma de las elecciones, y el país entero, adormecido y acobardado por las represiones brutales que tuvieron lugar, despertó únicamente cuando ya el fenómeno había pasado su punto crítico,; cuando el rey muerto había sido definitivamente sustituido por el rey vivo.

San Carlos del Río San Juan quedaba a 20 minutos en bote de motor de Los Chiles, poblado costarricense que ha* bía padecido por lo menos en dos ocasiones las invasiones somocístas. Los habitantes del puerto recordaban haber escuchado en el año de 1955 las detonaciones producidas por las bombas de los aviones F-51 que el gobierno de Estados Unidos vendió a Costa Rica para defenderse.

El planeamiento de la invasión, fracasada en término de una semana, a pesar de contar con cerca de 1000 hombres entrenados durante seis meses y armados hasta los dientes por el dictador nicaragüense, había corrido a cargo de Anastasio Somoza Debayle y de su compañero de West Point, Teodoro Picado hijo. Los dos jóvenes militares estudiaron sobre el mapa las posibilidades de una invasión re-

1 ' C

Page 128: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

234 128

lámpago que entrara por la frontera Sur y llevara sus fuerzas blindada^ hasta la propia capital del país vecino, mientras un destacamento de tropas "anfibias" invadía el poblado de Los Chiles.

Sobre el mapa todo resultó perfecto; pero después, cuando el pueblo costarricense se levantó como un solo hombre para repeler, a los agresores y centenares de muchachos de toda condición social se enfrentaron a las tropas de los dos grandes técnicos militares centroamericanos, compuestas de costarricenses y de nicaragüenses sacados de la cárcel, Teodoro huyó y Anastasio Somoza Debayle tuvo una espantosa crisis de nervios.

Por San Carlos, en donde yo descubrí, ya libre de la oscuridad de la cárcel, el implantamiento del régimen dinástico que ahora gobierna a mi patria, pasaron de vuelta las tropas derrotadas dejando una estela de silencio y de sangre.

Sus pequeñas calles empedradas, que datan de los primeros tiempos de la colonia, cuando los españoles construyeron en sus vecindades fuertes y establecimientos militares para contener a los piratas, presenciaron la entrada de estos nuevos filibusteros derrotados por la decisión inquebrantable de un pueblo cuyo sentido republicano y demo-crático de la vida le impide aceptar imposiciones.

La misma noche q u e llegué allí, u n muchacho estu-diante de un colegio de la Costa Atlántica, y que pasabavacaciones en el pueblo, me pidió que escribiera algo ensu pequeño diario. . -

Le puse simplemente:

"En San Carlos del Río, puerto de entrada a Nicaragua, y de salida a la libertad".

Yo estaba dispuesto a irme.

XXXIII DE NOCHE Y EN EL

RÍO

$ Era un sábado santo a las seis y media de la tarde.Mi esposa Violeta había llegado a San Carlos para hacerme

compañía. Nos encontrábamos sentados en la pequeña acera del hotelito del pueblo, esperando el paso de un hombre, señal indicativo de que podíamos salir esa noche.

Al otro lado de la calle quedaba la administración de aduanas, a cuyo cargo se encontraba un capitán de la Guardia Nacional con varios soldados que rondaban las 24 horas del día.

Desde cualquier ángulo del edificio se podía vigilar perfectamente bien nuestros movimientos, y todos nuestros pasos en el pequeño pueblo eran controlados con sencillez y sin aparatos de ninguna especie.

Pasadas las seis y medio, llegaron el capitán y un amigo suyo, quienes me invitaron a tomar whisky de una botella que pidieron a la administración del hotel y colocaron en una mesita frente a nosotros, siempre sobre la pequeña acera que daba a la calle.

Yo no bebí.Mi esposa Violeta se había puesto debajo de las faldas unos

pantalones gruesos para el viajé y tenía sobre ellas un libro de misa y u n rosario.

—Dentro de un momento nos vamos-—dijo—. Vamos a los oficios religiosos y a la procesión.

Los instantes pasaron rápidamente mientras la conversación del capitán y su amigo sonaba a mis oídos distante y extraña.

Yo estaba intensamente nervioso. Mi esposa no.

Teníamos seis años de casados, en los cuales ella había experimentado en mi persona una vida extraña a toda su

Page 129: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

129 237educación apacible y ordenada. Prisiones, Consejos de Guerra, demandas en los tribunales de justicia; polémicas candentes, incidentes personales, abandonos forzados y engañosos como un día de abril del 54 en que la dejé en nuestra quinta de .Casa Colorada con una niñita de dos meses de nacida. De allí tuvo que salir hasta Managua en la camioneta de un amigo, dando, en los puestos militares que resguardaban la carretera un nombre distinto; esa vez estuvo aislada varios días, al punto de que recibió como "damnificada" de la guerra que desataron los Somoza contra nosotros, la visita de un grupo de esposas 'de empleados de la embajada norteamericana con una caja de botellas de leche para sus niños. Había sentido el abandono de muchos de nuestros amigos acobardados y el sufrimiento de las viudas de varios compañeros que en vida visitaban mi casa y a quienes ella conocía y quería tanto como yo; había sufrido humillaciones de toda clase cuando llegaba a las cárceles a dejarme los alimentos, o a implorar una visita de escasos minutos. Se arriesgó a pasar durante meses enteros en su automóvil las entradas de la loma de Tiscapa, para llevar hasta las dependencias de la Oficina de Seguridad, una canasta con alimentos q u e algunas veces me entregaban y otras saqueaban los soldados de esas dependencias, para decirle al otro día que enviara más comida, o mejor ropa. Muchas veces le dijeron en el lenguaje cuartelario y grosero que usan los esbirros más adictos a los Somoza, cuando enseñaba un telegrama o una orden permitiéndole la entrada a las cárceles.

—¡Ah. . . ! Chamorro . . . viene a ver a ese asesino. . .Y ella callaba, tranquila y confiada en una f e cristiana, respaldada

por el cariño que sentía hacia su esposo, confirmado en la seguridad absoluta de que era inocente y de que luchaba por una causa justa y grande; escribía cartas públicas en los periódicos, pedía entrevistas con los personajes del régimen, asistía (a pesar de mis instruc-

ciones en contra) a todas las audiencias de los Consejos de Guerra y permanecía impasible en el sol, situada detrás de una pequeña ventana, escuchando los insultos que profería la chusma pagada por los Somoza, y mendigando dignamente un poco de caballerosidad de los oficiales del Ejército que se especializaban en humillar a las señoras.

Nuestro último hijo nació, mientras yo pasaba un año preso,.en la casa de mi madre, sujeto a una condena ilegal dictada por los Somoza; fue sola al hospital y cuando regresó con su criatura enferma y hubo que llevar a ésta nuevamente a la sala de operaciones, quiso también asistir, a pesar de las indicaciones contrarias de los médicos.

Esa vez Somoza, enterado del asunto, permitió que yo saliera de mi encierro, y f u i a l hospital a presenciar la salvación de un niño, hijo de mi amor por una excepcional muchacha nicaragüense que, sin haber sido educada en el camino estoico de la lucha por la dignidad humana, supo adoptarlo en un ámbito integral de sufrimiento y de valor.

El sábado santo de 1957 en San Carlos, yo estaba intensamente nervioso, pero mi esposa no.

Eran las siete de la noche aproximadamente, cuando el hombre que debía pasar frente a l hotel se vislumbró en la oscuridad, con el sombrero bien calado. Esa era la seña.

El capitán y el amigo bebieron el último trago de la botella de whisky y mientras nosotros nos levantábamos advirtiendo que tornaríamos a vernos al día siguiente en la mañana, para estar presentes en una celebración que debía efectuarse en el pueblo, calculábamos q u e creyendo las autoridades y todo el mundo que íbamos a la procesión y luego a los oficios religiosos, nuestra ausencia no se notaría hasta la media mañana del domingo.

En San Carlos apagaban las luces del ,j|lumbrado a las 11 de la noche, y después de esa hora, el pueblo apacible y desconectado de todo el resto del país en los días de Se-

Page 130: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

238 130

mana Santa, no ofrecía llampo propicio a ninguna investigación. Todo estaba en llegar hasta el bote que nos esperaba y poder avanzar dentro de él las primeras quinientas varias.

Anastasio Somoza Debayle había dicho a un amigo mío q u e el objeto de ponerme en el pueblo de San Carlos era precisamente el de tentarme a que probara una fuga:

—Que se vaya —dijo—, para que le llueva plomo. . .La advertencia no era única. También en el "Cuarto de Costura" de su

casa de habitación hizo hincapié en el odio que le causaba mi persona, al decirme violentamente: "Si salís de aquí, podes tener la seguridad de que no das tres pasos fuera de la cárcel".

Pero tampoco podía yo quedarme, y por eso en aquella noche emocionante del sábado santo tomé a mi mujer del brazo y bordeando el camino de la iglesia nos dirigimos hasta las bodegas del ferrocarril, donde atracaba en los días hábiles de las semanas ordinarias, el barco "General Somoza"; pasamos las calles del pueblo, repletas de gente con trajes de domingo, caminamos por un pequeño puente de madera y nos encontramos frente a una mole de tablas y un extenso muelle lleno de barriles vacíos de gasolina.

La noche anterior llegamos hasta allí, siempre en busca de la oportunidad para irnos, pero esa vez no encontramos al botero que debía de hacernos compañía, porque él equivocó la cita y nos esperó en un lugar distinto.

El sábado santo a las siete de la noche no había salido la luna. Las orillas oscuras y extensas del río San Juan se dibujaban apenas, y cuando llegamos al extremo del muelle como lejano y perdido, Violeta distinguió la silueta de un bote con un hombre a bordo.

—Allí está —me dijo, y yo le grité la consigna que tenía para él, porque ni siquiera la conocía.

—^Callados. . . —dijo el campesino—. Vamos a un mundo libre. ¡Sin m i e d o . , . !

Y el chapoteo del bote se escuchó empujado suavemente por la pala de su canalete. Habíamos estado a punto de quedarnos, porque en el camino nos encontramos con muchas personas conocidas del pueblo, incluso con un sargento de la Guardia Nacional, pero ella dijo cuando le expresé mis dudas:

—Ahora tenemos que irnos.Y caímos rato después del incidente en el bote pequeño y celoso,

pero desafiante y firme, cuando las luces encendidas del pueblo nos estaban diciendo todavía de cerca que éste vivía con intensidad el comienzo de la noche.

La noche f u e larga.Primero la diminuta embarcación en donde escasamente cabíamos

los tres, se deslizó suavemente como una sombra larga y afilada por la orilla llena de pastizales y plantas acuáticas; luego el rítmico golpe del remo, legítim o canalete nicaragüense, lo f u e impulsando con más brío en el silencio de la noche, roto apenas por el croar de las ranas y el lejano sonido armónico y cansado de los motores eléctricos del pueblo. Detrás se veían las luces de éste y sus desvencijados - pero lindos muelles, bien recortados, rectos y silenciosos, sobre el río.

San Carlos se f u e haciendo pequeño y el río se volvió inmenso y oscuro. Detrás-, cuando volvíamos de vez en cuando la mirada aguzando los ojos para descubrir si alguien nos perseguía, veíamos únicamente una sombra de luz sobre el cielo; como una gran bóveda brillante que guardaba el recuerdo de toda la tragedia vivida durante tantos meses; adelante, sombras; enormes y monstruosas sombras que se acercaban a nosotros para ir tomando contornos bellos y definidos; árboles gigantescos, extensiones de tierra baja o de camalotes, como una línea interminable que daba al río más anchura y tamaño.

Page 131: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

131 241El río es bello. Lo descubrieron los españoles, cuando navegando

afanosamente por el Gran Lago de Nicaragua (Mar Dulce, le llamaron) trataban de encontrar una salida al Océano Atlántico; f u e la primera gran ruta interoceánica y siguió durante toda la historia de Nicaragua sufriendo el rastrilleo del paso que padecen los caminos fáciles, marcados entre mundos diferente^.

La Compañía del Tránsito, inaugurada a mediados del siglo pasado por una concesión que el gobierno de Nicaragua cedió al comodoro Vanderbilt, lo habilitó como un pequeño Mississippi donde los buques impulsados con ruedas llevaban pasajeros desde Greytown (ahora San Juan del Norte) en el Atlántico, hasta el puerto lacustre de La Virgeit. Allí tomaban muías para llegar a San Juan del Sur, en el Pacífico, y dirigirse a California, en busca de oro.

Esa era la ruta del Tránsito de Nueva York a San Francisco, pasando por las anchurosas aguas dulces del Río San Juan donde tantos estropiezos y eslabones había tenido la historia de Nicaragua.

Allí radicó su poder William Walker y esa fue su última arteria de comunicación y abastecimiento. Cuando los soldados costarricenses la cortaron en 1856 apoderándose de los vapores del río, y los nicaragüenses sitiaron la capital del filibustero que era Granada, éste se vio perdido y huyó a Rivas, para ser derrotado sin compasión ni remedio.

Le faltó la sangre para su empresa esclavizante, representada por innumerables aventureros que pasaban sobre el río, siempre armados de revólveres y rifles de cartucho contra nuestros fusiles de chispa.

Mi mujer y yo íbamos ahora en una noche oscura de sábado santo sobre la senda recorrida en tantas acciones bélicas y libertadoras, por los soldados de nuestra patria centroamericana.

Yo tomé un canalete del bote y ella comenzó a rezar; bregamos primero corriente abajo durante cerca de tres horas, angustiados siempre por la idea de q u e si notaban nuestra ausencia del pueblo, nos podían alcanzar en breves minutos con los botes de que disponía en San Carlos la Guardia Nacional, uno de ellos capaz de correr 30 millas por.hora, equipado con u n motor marino de 90 caballos.

Nuestro botero, cuya figura borrosa adivinábamos apenas en la oscuridad, llevaba la embarcación siempre por las orillas, explicando con seguridad de baquiano:

—Sí oímos el motor, nos "aventamos" a lqs pastizales. Allí nadie nos encuentra..

Pasaban los minutos y las horas; las. sombras de los árboles parecían a r r a n c a d a s de un panorama imposible que únicamente cobraba vida real cuando el botecito se acercaba a ellas, hiriendo l e n t a m e n t e el vidrio verdoso oscuro de las aguas, cuya apacible tranquilidad daba siem-pre la sensación de que no pasábamos del mismo sitio. Cambiábamos de lugar, el remero a la izquierda y yo a la derecha, yo a la derecha.y él a la izquierda; hacíamos la operación luego de advertirnos mutuamente el momento oportuno, porque la embarcación era tan pequeña que u n movimiento brusco podía echarnos a los tres al agua.

Al cabo de las primeras tres hora?, nuestro guía anun-ció que estábamos e n - la e n t r a d a de un afluente del SanJ u a n q u e se llama "Medio Queso"; casi frente a ella deja-mos una propiedad de los Somoza (las tienen en todas par-tes del país), de la cual salieron perdidos en la lejanía losladridos agudos de un perro. . . Tomamos precauciones, laembarcación se desvió ostensiblemente hacia la orilla con-t r a r i a y los remos impulsados por el temor y la necesidadde" salir adelante con m á s r a p i d e z , hirieron el agua convigor para darle una velocidad más de acuerdo con elpeligro. |

Pero no pasó nada.

Page 132: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

242 132

El "Medio Queso" es mucho más pequeño que el San Juan. Su topografía nocturna d i s t i n t a y los árboles, grandes en las orillas, habían dejado el campo a interminables extensiones de bajura plana y húmeda; semejaba un camino brillante y recto, un gran canal q u e en la noche parecía abierto por la mano del hombre, sin complicaciones ni curvas excesivas, obedeciendo el trazo de la inteligencia que suprime los obstáculos, pero oloroso a monte virgen y exuberante. El tránsito por él era mucho más fatigoso, porque navegábamos ahora contra la corriente y sobre la línea de nuestro esquife saltaban con una frecuencia alarmante, asustados por el ruido de los remos, multitud de "gaspares", despertados de su profundo sueño acuático.

El "gaspar" es u n pez raro cuya cabeza semeja la de un lagarto y cuyo cuerpo redondo, lustroso como un bolillo y sin escamas, flota suavemente en la superficie de los ríos deslizándose en una operación que parece el disfrute de una siesta nocturna.

Cuando el bote, urgido con suavidad por los remos chocaba inesperadamente con uno clís estos animales, la sorpresa del encuentro daba motivo a un salto repentino y violento, que levantaba surtidores de agua encima de nosotros. En la hora y media q u e duró la travesía sobre el "Medio Queso", fueron tantos estos incidentes, que al final de ella los tres estábamos empapados. Fuera de esto y de la continua preocupación que íbamos dejando cada vez más lejos, nuestro viaje, realizado en u n silencio casi absoluto, fue adornado únicamente con los ruidos de la mon-taña, el rumor del rosario y el susurrar del agua que se escurría en la pala de los canaletes, vibrando siempre suave y acompasadamente.

Pero tuvimos un momento de intensa angustia.Fue cuando pasamos por una finca en donde se nos había advertido

q u e de vez en cuando colocaban números de la Guardia Nacional, con objeto de estorbar el tránsito

d e contrabandos, cuyo paso natural había sido muchas veces el-río "Medio Queso" Al llegar allí, especie d e guardarraya- que divide las fronteras de Costa Rica y Nicaragua, nuestro guía alineó más su bote sobre la orilla contraria y remó con gran precaución para q u e ni siquiera el chocar del canalete con el agua pudiera delatarnos; pasamos frente a una casa s i t u a d a en una loma, vimos de lejos varias pequeñas embarcaciones como l a nuestra, corrales de ganado, alambradas de púas, lavaderos de piedra; todo en silencioso abandono. Remamos cien o doscientos metros más y cuando ya nos disponíamos a pensar con tranquilidad que estábamos a salvo, u n foco luminoso hirió las entrañas de la noche, buscando en las riberas negras del río.

—¡Reme ligero! —dijo el botero, y agregó—: ¿Tiene revólver?

—No.

Su canalete hendió las a g u a s con pasmosa velocidad; sus brazos y los míos se unieron en u n esfuerzo supremo para alargar la distancia y su pecho de hombre noble que se estaba arriesgando únicamente por l o convicción prof u n d a de sus ideales, gritó en la noche cálida donde ape-nas comenzaba a d i b u j a r s e el resplandor de la luna menguante.

—No nos pueden a l c a n z a r , y si nos alcanzan, nos vamos a defender con los remos.

Fueron cinco o diez minutos de a n g u s t i a , d u r a n t e los cuales toda la energía del cuerpo y del alma se desprendió sobre los remos l u c i o s y gastados; minutos en que el silencio mantenido hasta ese momento como una indispensable consigna, estaba roto y a un lado; instantes en que nosotros sólo veíamos adelante, mientras los ojos agudos y s i n expresión del campesino q u e nos c o n d u c í a , escrutaban la maleza para a v e r i g u a r en cualquier momento, dónde estaba el mejor puerto de escapada,

Page 133: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

133 245Por fin se apagó la luz y tomamos agua del río, en un huacal; nadie

nos seguía . . . En la oscuridad menos profunda de la noche, comenzó a abrirse u n a hendidura brillante y hermosa, al fondo y en la misma dirección de la proa de nuestra pequeña embarcación.

—Allá son Los Chiles, Costa Rica —musitó el hombre con calma.Y entonces seguimos conversando de otras cosas, ya fuera de toda

tensión nerviosa; nos dijo quién era, nos contó la historia de su familia, que había emigrado de Granada por "las circunstancias del gobierno" como decía él; dio su aporte campesino y honesto a la filosofía del enjuiciamiento de la dictadura, recordó las gabelas q u e imponían los pequeños comandantes de la Guardia somocista en los poblados remotos, cómo m a t a b a n a los humildes sin que nadie se diera cuenta, los robos de tierra, los engaños continuos, la explotación del pobre por quienes go-bernaban únicamente para enriquecerse.

El bote entró por un pequeño canal de metro y medio de ancho, lleno de troncos y maleza, que flotaban en el agua empozada, casi pútrida. Él rió y dijo;

—Aquí ya n o nos pueden seguir porque se les quiebra la propéla.

Por el canal enduvimos unos minutos, hasta que la embarcación encalló en u n a rada de lodo; amarramos el bote y mientras fumábamos un cigarrillo, iniciamos el camino a pie, cortando por la montaña desde el sitio q u e se llama "Los Robles", hasta el pueblo de Los Chiles. Era un oamino bueno y firme,' situado en medio de propiedades alambradas y por el cual, sin riesgo de ninguna especie, llegamos hasta la entrada del poblado costarricense en donde nos despedimos de él, q u e emprendió, ci-ico horas después de haber salido con nosotros de San Carlos, su regreso a Nicaragua.

Cuando se iba, y Violeta mi mujer quiso saber dónde estábamos, hubo un corto diálogo que marcó para nosotros definitivamente la diferencia entre el régimen de terror de los Somoza y el que gobernaba democráticamente a Costa Rica.

—¿Qué es ésto . . . ? —preguntó ella.

—El aeropuerto, señora —contestó él.—Entonces apague esa lámpara, señor. ¿No ve que pueden tirarnos

. . . ?

—Señora —dijo él riendo—; aquí no tiran a n a d i e . . ,

XXXIV

j; AL OTRO LADO DEL RÍO

íí Al otro lado del río, en Los Chiles, dormimos Violeta y yo en la casa del jefe del resguardo fiscal- costarricense, adonde nos fuimos a presentar. Nos recostamos en el suelo de tablas y pasamos encerrados en una habitación desde la una de la mañana del sábado santo hasta las tres de la tarde del domingo.

En San Carlos se dieron cuenta de nuestra huida a las nueve de la mañana, y desde ese momento comenzaron a llegar a Los Chiles en nuestra búsqueda, varios miembros de la Guardia Nacional de Nicaragua vestidos de civiles. Estuvieron frente a la puerta del escondite, y los pudimos identificar por las hendijas que formaban los tablones maLensamblados de la casa del jefe del resguardo; los vimos a un metro de distancia, indagando, buscado Una pista. . . pero en el pueblo nadie sabía de nosotros.

A las tres de la tarde, un avión DC-3, contratado por amigos nuestros en San José de Costa Rica, bajó en el pequeño campo de aviación de Los Chiles, y salimos del cuar-

m

Page 134: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

246 134

tot directamente hasta él seguidos a unas cincuenta varas de distái^ia por el jefe ciel resguardo.

Había un numeroso grupo de gente. Chiquillos, hombres y mujeres del pueblo se aglomeraron alrededor del aparato, extrañados de que aterrizara allí, en domingo y en plena Semana Santa. Cuando comenzaron a salir de su asombro, nosotros pasamos en medio del grupo y abordamos la nave; frente a la portezuela estaba, pálido, de mirada hosca y lejana, un sargento de la Guardia Nacional llegado esa misma mañana con objeto de investigar nuestro paradero. No se atrevió, sin embargo, a articular palabra.

Ya en la nave alguien de tierra se acercó a pedir papeles que nos identificaran, pero el piloto, consciente de su misión, por toda respuesta entró á la cabina y encendiólos motores del aeroplano.

El que pedía los papeles se bajó, y mientras el poderoso avión temblaba en el paroxismo de su potencia, detenido únicamente por los frenos de tierra, corrieron hasta su portezuela Ernesto Solórzano Thompson y los demás que habían llegado a recogernos y nos buscaban infructuosamente en el pueblo.

Juntos volamos en pocos minutos hasta San José de Costa Rica.Allí, inmediatamente después, se nos otorgó el asilo.

Nicaragua quedaba atrás, envuelta en su tragedia dinástica; la herencia desgraciada de un hombre que había mantenido su puño de hierro cerrado contra las libertades y abierto como garra para apoderarse de todas las riquezas del país, subsistía después cíe su muerte. La oscilante regla política latinoamericana, que va frecuentemente de la libertad al despotismo y viceversa, nu so había cumplido en Nicaragua.

Nuestro país salió de la democn;cia a fines "del siglo pasado, cuando los regímenes patriarcales derrocados por

el general José Santos Zelaya, que se hizo llamar "Reformador", fueron sustituidos por una dictadura castrense que dilató 17 años. Después hubo una nueva revolución y un período caracterizado por.etapas de libertad y de anarquía, hasta que caímos en el torbellino incontrastable de la política, en ese entonces interventora de los Estados Unidos, y nuestro pueblo fue hollado por una bota militar férrea que no obedecía a intenciones espirituales de reconstrucción, sino a la teoría del mando duro, del poder incontrovertible para afirmar la paz.

La paz... ¿qué paz había sido é s a . . . ?Había sido la paz de la inconformidad en los hogares humildes, la

paz del silencio, impuesto sin réplicas de ninguna clase, cimentada probablemente en el deseo de crear una fuerza contra la cual no valieran las protestas ni las revoluciones.

Después cambió la política norteamericana, pero el daño estaba hecho. Ejércitos fuertes y hombres fuertes educados en la escuela del mandato ilimitado, como Trujillo y Somoza (ambos hijos del mismo sistema) ocuparon los sitiales en q u e impartían iusticia los procónsules de ia nueva Roma, y actuaron como ellos. Recibieron el apoyo incon-dicional de sus primitivos tutores, les permitieron desvirtuar la esencia misma de la democracia y los vitales valores morales del mundo occidental cristiano; les dieron armas, dinero, simpatía, ayuda material y moral. Los políticos de Washington fueron creando alrededor de ellos una extraordinaria fama de amistad y comprensión que les permitió entronizarse definitivamente hasta el punto de llegar a l desenlace del drama con una familia bien crecida y educada en el cauce dinástico.

Los políticos d e Estados Unidos se equivocaron . . . pero eso no tiene nada d e particular. Lu inir-res.inte y cruel en el caso de Nicaragua es que todavía no han rectificado, o que la rectificación pretendida es una nueva equivoca-

Page 135: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

135 249ción, quizá más grave que la primera. Porque a su política interventora, que prohijó durante la década del 30, hijastros como Somoza y Trujillo, ha seguido una de no intervención llevada al extremo de prestar el apoyo incondicional a quienes estableció en el poder la política interventora . . . y eso es intervenir.

Intervienen haciéndose de la vista gorda en todas las depredaciones que sus herederos llevan a cabo; intervienen aceptando a esos hombres cuya moralidad es ampliamente conocida en toda América, como sus mejores amigos, o sus más respetables socios en los negocios del con-tinente; intervienen menospreciando la lucha de los ciudadanos que se levantan contra ellos amparados en la creencia que a todos los pueblos americanos debe ser simpática: una lucha por el verdadero establecimiento de la democracia en el continente. Dejan en sus manos llenas de sangre, mentira y desprestigio, la bandera de una democracia que necesita hombres puros y sinceros, en su legítima y grandiosa lucha contra el comunismo.

Y con eso no ganan amigos, sino que ios pierden; no solucionan problemas, sino que los difieren.

La consolidación de una dinastía en América, es un fenómeno q u e hiere profundamente la figura histórica de nuestro continente. Es cierto que los primeros culpables de haberlo permitido somos los nicaragüenses, pero e n a b o - no de nosotros hay q u e decir que las páginas de nuestra historia contemporánea rebasan de lucha y de heroísmo. _

Los Somoza son un fenómeno original y extraño, un caso arrancado de las épocas pasadas, como su jardín de los leones y los tormentos q u e se aplican en su propia casa de habitación, pero frente a ellos h a habido y habrá siempre un grito lejano y eterno de rebeldía.

Un grito americano que se escucha en todos los lugares que sirven de escenario actual a los viejos versos de Rubén Darío: ,

Cristo va por las calles flaco y enclenque, Barrabás tiene esclavos y charreteras, y las tierras del Cuzco, Chibcha y Palenque, han visto engalonadas a las panteras.

XXXV

LA LUCHA DEL FUTURO

(BREVE APÉNDICE)

1F A pesar de que el régimen de la dinastía Somoza parece haberse consolidado en Nicaragua, la reestructuración política de ese país, impulsada por fuerzas populares que siempre han mantenido la oposición a la dictadura, está en marcha.

. Centenares de jóvenes luchan en la actualidad por hacer que su Patria se encauce en el sendero de la democracia, y asuma los caracteres de una república, perdidos por el fenómeno dinástico de la sucesión hereditaria en el mando.

Son hombres preparados que han egresado de Universidades extranjeras, donde han podido mantener su mente alejada del clima distorsionante de valores morales que existe en Nicaragua; ellos a su regreso, han tratado po^ todos los medios a su alcance, de emprender una cruzada que determine la caída del régimen nefasto y vergonzoso que los gobierna. Pero la corrupción es mucha, y su tarea muy difícil.

Los nuevos nicaragüenses hemos basado nuestra idea en ciertos conceptos universales y muy simples, 1§we sirven de base a la oposición, iniciada ya, contra el mantenimiento de la dinastía..

Page 136: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

250 136

Estos conceptos van, desde el restablecimiento de los valores morales tradicionales en el mundo Occidental Cristiano en qgfe vivimos, hasta la expansión amplia y sincera de un sentimiento social que reivindique para los humildes, todos los derechos que les corresponden.

El pensamiento de las generaciones a que me refiero, puede resumirse en la siguiente síntesis:

Vida institucional

Rehacer nuestra vida institucional democrática y republicana, basándola en el respeto estricto a una Constitución, articulada en los principios generales de la democracia, que son: la libertad dé acción para el ciudadano, Xa alternabilidad en el poder, la representación efectiva en el Gobierno, y el sufragio efectivo. A ello hay que agregar la reconstrucción de nuestras municipalidades, fuente y semillero de la democracia, y la creación de entes autónomos §ue llenen a cabalidad las necesidades espirituales y materiales del pueblo, actualmente uncidas por Somoza al carro del Ejecutivo.

Derechos humanos

Lograr el respeto de los derechos del hombre, con la supresión de los encarcelamientos arbitrarios, los juicios ilegales, las policías represivas, las investigaciones y venganzas a base de torturas, el allanamiento de los domicilios, y los asesinatos.

Derechos civiles

Luchar porque el Estado se afirme, én un diálogo democrático efectivo, del cual pueda deducirse el respeto para los derechos políticos del ciudadano, que actualmente no

tiene en el Gobierno ninguna clase de representación, ya que este último se halla formado por delegaciones de grupos dominantes y tiránicos, que no se apoyan en la voluntad popular, ni toman en cuenta los dictados de la opinión pública.

Derechos sociales

Lograr que la acción del Estado se encamine" directamente al mejoramiento de las clases desheredadas, apartándolas de los intereses particulares de ciertas familias conectadas con la dinastía, y cuyos negocios han llegado a absorber, casi totalmente, la economía del país. Esta última, nunca ha reconocido la necesidad de encauzar sus sistemas y lincamientos hacía la consecución de un mejor standard de vida para el pobre, sino hacia el beneficio del rico. Por eso se ha dicho con certeza que el régimen de los Somoza ha hecho más ricos a los ricos, y más pobres a los pobres. El sentido social de la lucha que mantienen actualmente las nuevas generaciones nicaragüenses, está encauzado a romper el círculo de la reacción somocista, que representa a un capitalismo voraz y sin escrúpulos, para lograr que la potencia económica del país sirva al pobre, especialmente al obrero y al campesino.

En Nicaragua ha habido épocas de verdadero auge económico, pero jamás se ha logrado (al menos en la era de los Somoza), una verdadera bonanza. Quiero decir con esto que se ha producido a veces mucha riqueza en el país, causada especialmente por la buena producción agrícola y el alza de precios en ciertos productos básicos de la exportación nicaragüense, pero esa riqueza ha sido muy mal repartida.

Es cierto que el gobierno de Somoza dictó leyes de trabajo, y ha tratado de organizar un Seguro Social, pero. también es verdad que estos adelantos correspondieron

Page 137: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

137 253siempre a una necesidad política encauzada hacia la propaganda demagógica, y por lo tanto fueron realizaciones que no salieron del papel, en el 80 por ciento de los casos. Somoza como todo tirano, siempre caótico y contradictorio, aprobó leyes permitiendo por ejemplo la asociación sindical, pero durante su régimen, ésta f u e una fachada que obedecía a la necesidad de la propaganda. Lo mismo puede decirse de todos los lineamientos de su política social, cuya existencia en discursos y plataformas políticas dejaba en la práctica huecos inmensos, y la ansiedad natural que trae el incumplimiento.

Es por eso que las nuevas generaciones nicaragüenses, han tomado con todo éxito la bandera de la Justicia Social, Occidental y Cristiana, pero revolucionaria y amplia, como síntoma de oposición a una dictadura violenta y retrógrada, que usando el mismo lenguaje de la equidad y la justicia, escatima la primera, y pervierte la última.

Reforma moral

No puede concebirse la lucha del nicaragüense, sin tocar el punto de vista moral. Y ello se debe a que el poder de la tiranía de los Somoza, se ha asentado principalmente en la corrupción del hombre. En este capítulo los gobernantes han escrito páginas verdaderamente increíbles, que van desde los sistemas sanguinarios y amorales que se relatan suscintamente en este libro, hasta las más inescrupulosas concepciones de lo que significa el negocio con los bienes del Estado, y el aprovechamiento de los puestos públicos, como oportunidad para enriquecerse.

Solidaridad americana

Alejados del campo intervencionista que padecieron las generaciones anteriores, causado principalmente por la

ocupación del suelo Patrio, los nicaragüenses de hoy aceptamos con entusiasmo la necesidad de una solidaridad americana, quel principie con el reconocimiento de que la extensión en América de una verdadera democracia política, es indispensable para las buenas relaciones y la compacta-ción espiritual de nuestro Continente. Creemos además que ese reconocimiento debe, ser el primer paso hacia una integración social moderna y justa, única base en que puede afirmarse la lucha contra el comunismo internacional. Que cuando se hable de ía cortina de hierro y de los métodos brutales del comunismo, se comprenda la necesidad en que está América de expurgarse de dictaduras tan crueles y bárbaras como las que imponen los soviets en otras partes del mundo.

Nuestra campaña en el exterior va dirigida contra la falsa posición de quienes todavía dicen que los gobiernos como el de la dinastía Somoza, son factores importantes en la defensa continental, únicamente porque esos dictadores lo pregonan así, pagando en buena moneda los medios de propaganda a que tienen acceso.

Nosotros, por el contrario, estamos convencidos de que los métodos brutales y ausentes de moralidad, usados por los dictadores, desprestigian la posición de Occidente, y abren la puerta a las inconformidades populares, de donde nace la protesta canalizada y aprovechada más de una vez por el comunismo.

Vida intelectual

La concepción de la lucha contra ía tiranía de los Somoza, abarca también el campo de la vida intelectual, sofrenada por las continuas trabas de la dictadura, que h a impedido el libre desenvolvimiento de la mente, negando educación escolar, suprimiendo universidades, cercenando toda clase de expresión en el pensamiento y en la difu-

Page 138: Chamorro, Pedro J. .-. Los Somoza, Una Estirpe Sangrienta

138

sión de la palabra escrita o hablada, e impidiendo en suma, la elevación del nivel cultural del ciudadano, con lo cual hacen posible el mantenimiento de su poder feudal.

Nicaragua está retrasada cincuenta años respecto de los países hermanos de Centro América, pero su lucha, a veces con etapas de reveladora pujanza, continúa viva, y es ardiente.

Por eso los nicaragüenses hemos resumido, tanto la situación desgraciada en que se encuentra nuestra Patria, como la esperanza que tenemos acerca de su recuperación, en una .sola frase:

"NICARAGUA VOLVERÁ A SER REPÚBLICA"