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Casquivana - 2 - ¿Qué hay donde se supone que no hay nada?

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¿Qué hay donde se supone que no hay nada?

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Revista Casquivana / Dirección: Carlos Calvo 2171 1° 9, C1230AAG, CABA, Argentina.

sumario

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StaffPropietaria: Clara I. AnichDomicilio Legal:Fraga 226, CABA. ArgentinaAño 2, Nº 2.

Director: Nicolás Hochman [email protected]:Clara [email protected]ñadora: Paula GerenaCoordinadora de ilustradores:Leticia Paolantonio [email protected] legal:Renata CardarelliEscriben:Pablo Amster

Celina Artigas Juan José Burzi María Sonia Cristoff Mario CroccoMarisa Do Brito Barrote Mariana Enríquez Camila Fabbri Laura Galarza Vivian García Hermosi Masako Itoh Lara LizenbergJoaquín Ludovicic Yair Magrino Gabriel Mesa Claudia Piñeiro Ricardo RomeroCarolina SborovskyDarío SztajnszrajberAlejo VillarinoMauricio Weintraub Germán WeissiIlustran: Juan Sebastián Amadeo Carlos Autieri (imagen de tapa)Sol Díaz Castillo Belén Echeverría Leticia Gómez Castro

Carolina Marcús Pablo MartínDaniel Montero Galán Laura Sereno Omar Turcios Hernán ZaccaríaAgradecimientos:Laura CampagnaCeleste GonzálezJulia HackerGuillermo Halpern Romina HochmanMaya KerschenDeborah LapidusAdrián LastraDaniela MorelMarcos MutuverríaGenaro PressVictoria RiobóEdgardo RussoTeodora ScoufalosISSN: 1853-2799 | Agosto de 2011“Es necesario ser inconcluso” (Mikhail Bakhtin)[email protected]

EditorialCosa jodida lo inconcluso

La propuesta de Bakhtin es realmente tentadora, pero terriblemente complicada. No saben cómo cues-ta esto de ser inconclusos. Debe ser de las cosas más difíciles que haya para sostener, más todavía cuan-do la consigna no viene de afuera, como algo impuesto, sino que uno mismo (uno como sujeto, uno comogrupo) se lo propone y se convence de eso.

A lo largo de estos meses, entre los números 1 y 2 de Casquivana, charlamos mucho sobre las posibi-lidades y los riesgos de ser inconclusos. Discutimos qué era eso, qué significaba para nosotros, por quénos tentaba tanto la idea. Creo que una de las pocas cosas en las que siempre estuvimos de acuerdo esque para que el deseo esté, tiene que haber espacio, un vacío. Y que ese espacio-vacío no aparece por-que sí, sino que uno lo construye, uno elige que esté ahí, y sobre todo, elige respetarlo y bancárselo.

Porque los espacios vacíos joden, verdaderamente joden.Algunos, que desde la cuna venimos con ese horror vacui que nos lleva a querer ver las cosas com-

pletitas, ordenadas, lo más controlables posible, nos espantamos un poco cuando algo falta. Y ojo, que elespanto aparece por más que se lo racionalice, y se discuta grupalmente sobre sus beneficios editoriales.

Jode, pero está bueno que aparezca, que lo inconcluso ande por ahí.Los que hacemos la revista estamos convencidos de la importancia de los espacios en blanco. Por eso,

en parte, Casquivana2 está llena de faltas. Faltan textos que algunos autores quedaron en mandar, y queal final nunca enviaron. Faltan ilustraciones que originalmente estaban previstas, pero que después no que-daron. Faltan publicidades. Falta plata. Faltan conexiones en algunas secciones. Falta definir criterios. Faltagente que quiera sumarse al proyecto. Faltan páginas para meter todo lo que nos gustaría que esté ahí.

Falta tiempo para hacer las cosas obsesivamente prolijas. Y de hecho, hasta faltan algunas faltas, quepor razones editoriales o prejuiciosas no quedaron para este número.

Lo que no falta son ganas. De hacer una revista, de juntarnos a discutir lo que viene, de contactar gentey compartir proyectos, de preguntarnos qué es lo que hay donde se supone que no hay nada.

El director

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¿En el principio fue la falta?¿Hay necesariamente algo? ¿Haynada? ¿Somos algo o no somosnada? ¿Somos un cero a la izquier-da? ¿Existe el 0? ¿Por dónde seempieza?

Para responder todo esto, quees mucho, convocamos a un mate-mático, un neurobiólogo, una psico-analista, una escritora, un filósofo,una actriz y un músico, y les pedi-mos que no nos contaran todo, sinoun poquito de qué es lo que entien-den o suponen ellos.

Una nota de tapa en perspecti-va, donde hay más preguntas querespuestas, donde parecen huellase indicios, pero no una autopistacon destino prefijado. Tal vez, por-que ese destino no exista, o seaimposible de precisar.

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¿Qué es lo que hay donde se supone que no hay nada?

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Alo largo de los últimos años,muchas veces me creí auto-rizado a parafrasear a

Carpentier al referirme a una pala-bra que sin duda es de mi vocabu-lario: el cero. Habiendo trabajado lamatemática, es cierto que la heusado más que los hombres deotros oficios y hasta podría decir:sé cómo se especula con el cero,cómo se lo mide y encuadra. Sinembargo, como matemático he vivi-do también ese asombro por elvacío que expresan los primerosversos del Génesis cuando dicen: latierra se hallaba tohu va bohu, sor-prendentemente vacía. Es que elcero tiene su origen en una idea que

es filosófica pero no matematizable:el vacío o quizás la nada. En esteartículo presentaremos algunosaspectos básicos de este “número”que muchos han pensado como no-número y comparte con el silenciomusical una propiedad extraordina-ria: el poder de expresar, en formapositiva, una ausencia.1. Lost in translation

En el siglo XIII, un sabio de laciudad de Pisa tradujo al latín lostextos del célebre matemáticoárabe Al-Khwarizmi, de cuyo nom-bre se derivaría, tiempo después, lapalabra algoritmo. Se encontró allícon un elemento desconocido en la

Europa medieval, que se designabamediante el término sifr; decidió lla-marlo zephirum, de donde surgiómás tarde el vocablo cero. Pero sifrsignifica vacío y está asociado a lavoz hebrea sefer (libro), que a suvez se conecta con las sefirot de lacábala y fundamentalmente conlesaper, que quiere decir “contar”,ya se trate de un cuento o simple-mente de números. A la luz de esteorigen no debe sorprender, enton-ces, que de la misma palabra quedenota la pura falta haya surgidotambién la denominación de aquelelemento que brinda la clave paraescribir de forma sencilla todas lascantidades: la cifra. Es que el cero

Texto: Pablo Amster / Ilustración: Pablo Martín

¿De dónde viene el 0? ¿Por qué no lo usamos cuando vamos al mercado?¿Por qué, sin embargo, su sola presencia tira por la borda los años y los

tomos de toda la literatura de Borges? El matemático Pablo Amster, muy sin-cero, se anima a responder.

Los avatares de la cifra

Silencio es palabra de mi vocabulario. Habiendo tra-bajado la música, la he usado más que los hombresde otros oficios. Sé cómo puede especularse con elsilencio; sé cómo se le mide y encuadra. Pero ahora,sentado en esta piedra, vivo el silencio; un silenciovenido de tan lejos, espeso de tantos silencios, queen él cobraría la palabra un fragor de creación. Siyo dijera algo, si yo hablara a solas, como a menu-do hago, me asustaría a mí mismo.Alejo Carpentier, Los pasos perdidos

-Bebe un poco más de té -le dijo a Alicia la Liebrede Marzo, muy seriamente.-No he tomado nada hasta ahora -replicó la niña conaire ofendido-, de modo que es imposible que tomemás.-Querrás decir que es imposible que tomes menos -dijo el Sombrerero-. Es muy fácil tomar más quenada.Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas

Faltaron tantos que si faltaba uno más no cabía.Macedonio Fernández, Papeles de Recienvenido

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permitió algo que la numeraciónromana no había previsto: reducirla escritura de los números a unsistema con finitos signos capacesde dar cuenta de su infinitud.

¿Cómo opera tal milagro? Elsecreto está en la posición: los sig-nos tienen distinto valor según ellugar que ocupan; mejor dicho,cuentan cantidades diferentes. Enuna expresión como 424, por ejem-plo, el primer 4 no tiene el mismovalor que el último, pues éste cuen-ta las unidades mientras que el otrocuenta las centenas. Los sucesivoslugares ocupados por los dígitos,de derecha a izquierda nos indicande cuántas unidades, decenas,centenas se compone el número. Yasí se puede continuar, de manerainagotable: las potencias de 10(pues de eso se trata, del sistemadecimal), combinadas de estamanera, permiten expresar cual-quier número. Esta vasta combina-toria es comparable con aqueltesoro intacto y secreto que Borgesdescribió en su Biblioteca de Babel:cualquier combinación de caracte-res proporciona la escritura de unnúmero.

Aun así, podríamos cuestionarla preeminencia del cero: ¿no leestaremos dando una relevanciaexcesiva? El matemático y filósofoA. N. Whitehead dijo una vez que elcero no es necesario en las opera-ciones cotidianas, pues nadie sale acomprar cero pescados. Esta situa-ción puede parecer enojosa para elpescadero, aunque en definitiva eslo que termina ocurriendo la mayo-ría de las veces en que uno sale ala calle. Pero más allá de nuestrasexperiencias en el mercado, el ceroes crucial para el sistema decimal,pues si queremos escribir un núme-ro como combinación de unidades,decenas, centenas, etcétera, debe-

mos tener preparado un signo queexprese la eventual falta de algunade ellas, por ejemplo:509 = 5 centenas + 0 decenas + 9unidades

Esto explica, al menos en parte,la etimología: según dijimos, delcero emana la cifra. Pero, a su vez,la cifra remite al cifrado y a la ope-ración inversa, el desciframiento: amodo de conclusión, podemosdecir que en todo desciframientohay algo -un presagio, acaso unanostalgia- del vacío. 2. El tesoro de Babel, versióncorregida y aumentada

Una conocida historia cuenta queuna persona se sienta en un bar y pideun café sin crema. Al cabo de unmomento, vuelve el mozo y le dice: “Losiento; crema no queda... ¿Es lo mismoun café sin leche?”.

Es justo admitir que no se trata deun asunto que nos haga caer al suelode la risa, aunque pone de manifiesto elaspecto esencial de la falta, que se dejaver en la mismísima mismidad (en lateoría de conjuntos, se trata de la exten-sionalidad). Un café sin leche es lomismo que un café sin crema, aunqueno suena igual, así como la obra 4'33''de John Cage (que mediante la palabraTacet indica al ejecutante que debe per-manecer sin tocar su instrumentodurante 4 minutos y 33 segundos) nosuena igual en su versión para pianoque en su versión orquestal.

Pero, siguiendo a MacedonioFernández, podríamos decir quehay una infinidad de cosas que elcafé no tiene: como hombre versa-do en temas gastronómicos, elmozo no habría tenido mayor difi-cultad en ofrecerle en un instanteuna amplia gama de variantes: cafésin licor, sin chocolate o inclusootras que en general uno no espe-ra encontrar acompañando unainfusión decente: café sin salsa osin aliño de ensalada.

Ahora bien, del mismo modo enque no “se espera” que un cafévenga con oliva y aceto, en unnúmero como 509 tampoco seespera que aparezcan potenciasde 10 mayores que 100; por eso ni

nos tomamos el trabajo de transcri-bir la larguísima -infinita- lista deausencias:509 = 9 + 0.10 + 5.100 + 0.1000 +0.10000 + …

Cabe mencionar, de paso, quelos términos que aparecen más alládel tercero han cobrado ciertapopularidad en determinados ámbi-tos: bien mirado, a cualquiera deuno de ellos corresponde aplicarleaquel celebrado concepto de ceroa la izquierda.

Pero ya se trate de términosinesperados o inútiles, la idea nosda pie para que la vastedad del“tesoro intacto y secreto” se puedamanifestar de modo aun más nota-ble: en efecto, basta ahora quepermitamos elaborar secuenciasinfinitas de dígitos ya no necesaria-mente nulos, para combinar laspotencias negativas de 10 y formarasí cualquier fracción decimal, v. g.0,23521789410043... = 2/10 + 3/100+ 5/1000 + 2/10000 + ...

Lo que se obtiene es un con-junto que ya no cabe en la bibliote-ca borgeana, ni aun bajo la “ele-gante esperanza” de suponerla ili-mitada y periódica. O, mejor toda-vía, de asumir que sus libros pue-den tener longitud arbitraria. Nitodos los libros del mundo, los quese han escrito y los que se escribi-rán, podrían cobijar el infinito de losnúmeros que hay entre 0 y 1, cono-cido como potencia del continuo.Que se obtiene, según vimos, de unmodo simple: basta seguir los ava-tares de la cifra.

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“El cero comparte con elsilencio musical una

propiedad extraordinaria:el poder de expresar, enforma positiva, una

ausencia.”

Una persona se sientaen un bar y pide un cafésin crema. Al cabo deun momento, vuelve elmozo y le dice: ‘Losiento; crema no

queda... ¿Es lo mismoun café sin leche?’”

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Como científico especialistaen neurobiología hallonumerosas y efectivas pre-

siones, que me exigen convencer acuantos pueda de que no somosmás que autómatas. El objetivo esquebrar la solidaridad, ya que si nosomos más que lo que hemoscomido, ahora transformado encuerpos y almas por mecanismosbiológicos y neuropsíquicos, notiene sentido amar en serio a nadie,la ética no puede ser fundamenta-da, la única doctrina social razona-ble es el egoísmo, y los ideales dejusticia social son puro delirioretrógrado de ilusos incapaces deentender que la historia no lahacen las intenciones –y que poreso la historia ya terminó, con lasociedad global reducida a un mer-cado financiarizado a ultranza.Mercado donde lo más piadoso,para los malos consumidores rotu-lados de "excedentes demográfi-cos", sería eliminarlos.

La doctrina religiosa otroramayoritaria en nuestro pueblohubiera obstaculizado que comprá-ramos tan ponzoñosa visión de unomismo. Reconocerle esa virtud noes maquinar el regreso a la "déca-da infame", no importa cuál elija-mos denominar así. Nuestra post-posmodernidad aflojó mucho lafusión de la antropología de basepaleocristiana, centrada en el igua-litario respeto a toda persona, conlas tradiciones y valores comparti-dos. Los mismos factores de opre-sión e inicua explotación, que antesaprovechaban los motivos religio-sos, ahora impusieron su debilidade ineficacia, exigidas por la guerracultural que libran. Como substitu-

to, nos promovieron a los científi-cos –sotana blanca, sotana negra,cantaría Iva Zanicchi– para decirlea la gente qué somos, apuntalandoese objetivo político de quebrarmundialmente la solidaridad y culti-var con fervor el egoísmo consu-mista. Por eso entre otras modestasacciones a mi alcance me decidí adesmontar también aquí la mentiraque se espera que propale.

El "verso" neurocientíficoempieza por invisibilizar la semo-viencia. Lleva un cuarto de milenioconsiguiendo que lo repitan –casisiempre con la mejor intención–espíritus progresistas que me dole-ría nombrar, lucidísimos en otrosaspectos. Semoviente es lo que semueve por sí mismo, insertando enel mundo nuevas series de accio-

nes. Para invisibilizar la semovien-cia, las neurociencias y muchasescuelas psicológicas afirman quelos semovientes, por ejemplo losseres humanos, solamente reaccio-namos. Que no somos capaces deiniciar acciones realmente nuevas.Eso contradice nuestra experien-cia, pero, para imponer el "verso",los neurocientíficos debemos"explicar" que se trata de una ilu-sión. Que nos parece que somosdueños de elegir nuestras conduc-tas, pero en realidad somos resor-tes complejos, determinados pornuestro pasado.

Además el "verso" niega lainhesión. Las cosas pensadas, lassensaciones y los objetos que soncontenidos del pensamiento, inhie-ren: son de una persona (animal o

Se espera de mí que les haga creer que son robotsTexto: Mario Crocco / Ilustración: Leticia Gómez Castro

Diciendo todo eso que no hay que decir, el autor comenta las mentiras que losgrandes juegos de poder insertan en el discurso de los científicos, para convertirlas enpartes del discurso que compramos cada día. A fin de que nos resignemos convienehacernos creer que somos una nada irrespetable, ineptos para cambiar el mundo.

Una cruda reflexión sobre la nada que no somos.

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humana) o bien de otra, pero nopueden ponerse encima de unamesa separadas de alguien que laspiense, como en cambio se puedenponer dos manzanas o tres cara-melos. Ignorar la inhesión de loscontenidos mentales o diferencia-ciones internas del psiquismo esreducir cada psiquismo a su mente.Y confundir mente y psiquismo esun arma política muy potente, yaque pocos intelectuales son capa-ces de disipar tal confusión.

Pero ocurre que el psiquismoobra y tiene entidad propia, apartede qué contenidos contenga; esdecir, aparte de cómo sea la menteen la cual ese psiquismo interna-mente se "cuartee" o se diferencie.Veamos un ejemplo: ¿cómo puedenexistir recuerdos?

Las formas se borran. Paraque duren, deben grabarse: aman-tes corazones en los árboles,leyendas en mármol, genes enADN y anexos, leyes y contratosen papel, videos en discos. Algoque dura sostiene las formas paraque el tiempo no las vuele ensegui-da. ¿Acaso el cerebro tiene otramanera de conseguir lo mismo? Lafísica dice que sí. Pero mientras ennuestro país los neuropsicólogosabarcan varias carreras, en ultra-mar muchos se especializan dema-siado y no suelen estudiar tambiénfísica. Por eso desde 1950 gastaronmás que nuestra actual deudaexterna en investigar la memoria,sin acertar, aunque vendieron mon-tos muy superiores en tónicos yremedios para desmemoriados.

Como no advierten que las per-sonas originamos acciones (semo-viencia), creen que los recuerdos

tienen que grabarse en el cerebro.Pero nuestros recuerdos estántodos de una vez porque las perso-nas somos causas: causamossemovientemente que nuestrocuerpo se mueva y así originamosactos, buenos o malos. Y las cau-sas que originan transformacionesfísicas no pueden demorar, princi-pio básico de la relatividad. Unrayo de luz tarda ocho minutos enllegarnos desde el sol. Años, envenir desde las estrellas a nuestrosojos; millones de años en llegardesde las galaxias a nuestrostelescopios. Pero ese largo viajepara el rayo de luz es instantáneo:todo el trayecto le ocurre simultá-neamente. Aunque desde afueraveamos a las causas físicas tardarsiglos en causar efectos, desde susitio el tiempo no pasa. Para quepodamos ser causas reales, comolo somos, nuestro psiquismo tieneque localizar su presencia operati-va en partes de nuestro cuerpo quefuncionen como tales. Por esonuestros recuerdos están todos deuna vez. Por eso las cosas que nosocurrieron una tras otra las tene-mos simultáneamente. No porquedejen huellas en el cerebro paravolverlas a ejecutar (como en undisco de computadora o de músi-ca), sino porque el lugar del cere-bro donde se asoma nuestra menteson partículas parecidas a las de laluz. Por eso el tiempo no pasa paranuestros recuerdos, de modo quenuestra biografía puede sumarse, yaprendemos, volviéndonos prácti-cos con las frustraciones que lascosas imponen a nuestros semo-vientes tanteos. Por eso hemosvisto restablecimientos tras veinteaños de coma, "vegetales" huma-nos que despertaron tras cincuen-ta, y no con mentes de lactante otravez, sino con sus propios recuer-dos. En eso vemos que el psiquis-mo es otra cosa que su mente ocontenidos mentales.

Estos se forman desde la cone-xión con el cuerpo. Pero el psiquis-mo no. Mientras los contenidosmentales provienen de la interac-ción causal con el mundo, el psi-quismo en el cual se diferencianeclosiona sin emerger de interac-

ciones causales colindantes, de lamisma manera directa en que apa-recen las partículas del vacío cuán-tico. Por eso los padres podemosformar el cuerpo de un hijo, y for-marlo más o menos como quere-mos (mulato, rubiecito, o incapazde digerir leche, según con quiénelijamos reproducirnos), pero noses imposible determinar quién, envez de otro, nos dirá "mamá" o"papá". Es que lo que nos hace ser"no otros" radica en el psiquismo,no en el montaje biomolecular delcuerpo. Y eso es lo que nos dejadescribir la naturaleza como unpalindrome, permitiéndonos funda-mentar una ética. Esto no lo inten-taré aclarar aquí, sino en algunaoportunidad futura — mientras,señalaré que hay algunos materia-les y referencias en http://electro-neubio.secyt.gov.ar/

En suma, las mentiras quedebemos propalar son ante todotres: que la semoviencia no existe,que cada psiquismo se reduce a sumente, y que somos no otros debi-do al montaje singular del cuerpoque en cada caso hallamos comopropio. Para propalarlas podemosagregar profuso detalle neurocien-tífico y biofísico, cuya certeza nodeja al destinatario pensar quepodamos engañarle en aquellascuestiones más amplias –las que,según se deja creer, dependen dela suma de todos esos detalles tanciertos. Esta conclusión falsa quie-re "vendernos" una identidadincompatible con el esfuerzo trans-formador de la sociedad, tambiénfalsa. A lo que rehúso, y contra ellome permito redactar humildescomentarios como este. Tómenlocomo una fraternal alerta, que megustaría ampliar algún día.

“Los neurocientíficosdebemos explicar que alos humanos nos pareceque somos dueños de

elegir nuestrasconductas, pero en

realidad somos resortescomplejos, determinadospor nuestro pasado.”

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Las calles del barrio son pro-pias, hasta que un sujeto lasdesconoce. Lee carteles pero

esos nombres no dicen nada.Intenta preguntar a algún transeún-te y las palabras no se articulan.

Las palpitaciones, la sudora-ción de las manos, la respiraciónentrecortada, llevan a alguien asentir la muerte en su cuerpo.Moderno ataque de pánico.

Otro sale de su casa y seahoga, retorna y se alivia. Va a tra-bajar y el ahogo insiste, con laúnica sensación clara de “quierosalir”. Casas de amigos, paseos,viajes, causan ese encierro que lacasa libera. Un día llega a suhogar, esperando el oasis. Porextraño que parezca las paredesse le vienen encima. Sabe que esono sucede, pero le sucede.

La presencia al menos por uninstante de todas las calles, todoslos lugares, todas las letras de susnombres, conlleva que no se puedaidentificar ninguna.

Tener la muerte demasiadopresente, no sólo saber de su exis-tencia sino sentirla cerca, hace queesté dentro de la vida misma y noal final de ella.

No tener límites claros sobre lopeligroso para cada quien, trans-forma al mundo entero en peligro,y entonces el encierro.

Hay presencia de lo que debe-ría faltar. El mundo se ordena entorno a eso. Si no, se desordena.El escenario humano se funda enun vacío, en lo que faltará parasiempre.

¿Qué es lo que hemos perdidopor no ser animales del instinto? Elsueño romántico de complementar-nos, de ser uno para otro, que hayaalgo o alguien que nos complete.Por eso no nos da lo mismo comercualquier cosa, estar con cualquierpersona, hacer cualquier actividad.

No hay un objeto específico para elsujeto, sólo una cantidad de objetossustitutivos, que funcionan comoseñuelo. El placer total, eterno, estáperdido. Nos queda contentarnoscon una parcialidad.

Ese sueño romántico tambiénes el fin. Si existiera ese objetoperfecto, ese que durante toda lavida uno busca para sentirse com-pleto, nada distinto al final delSenador Dupont al encontrar suhuapiti¹. Estaríamos muertos.

Presencia de nada Texto: Lara Lizenberg / Ilustración: Pablo Martín

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“¿Qué es lo que hemosperdido por no ser

animales del instinto? Elsueño romántico decomplementarnos, deser uno para otro, quehaya algo o alguien que

nos complete.”

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¹ Boris Vian. “La hierba Roja”.² Todo el desarrollo de este trabajo hace referencia sólo al campo de las Neurosis.³ La inscripción del borde depende de circunstancias de la primera infancia. Principalmente de cómo un sujeto fue esperado en el deseo de la madre y cómo hasido alojado por ella. Si la madre misma está marcada por un borde, si está limitada, enmarcada su necesidad de hijo, esto permitirá que el futuro niño no sea “todo” para ella, queesta mujer pueda a la vez enlazarse amorosamente a otra persona, su pareja, tener otros intereses, más allá del hijo. El niño deberá perderse como objetocapaz de colmarla por completo.

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Extasiados pero muertos. Ya nohabría más qué buscar. El deseohumano funciona porque falta laposibilidad en el Otro de darnosexactamente lo que necesitamos,de ser él mismo nuestro objeto-complemento. No escucha, des-atiende, entiende mal, está en otracosa, equivoca, no acude de inme-diato al llamado.

Se requiere una asunción, node la boca para afuera. Eso eshacer experiencia del inconsciente:adquirir convicción de las garantí-as que no existen, de la gananciaen el rango del deseo sólo a costade perder esa seguridad ya perdi-da, pero esta vez en carne propia.En síntesis, que el Otro ya no tienela verdad sobre quién soy.Vacío fundamental.

Esa convicción no va de suyo.La pérdida del Paraíso debe servivenciada por cada uno, a sumodo pero implicará en todos loscasos² que la satisfacción total esmás una promesa del Mercado queuna realidad posible para el serhumano, el amor no es hacer dedos Uno, y por ende, lo que restaes la soledad más esencial: ya nohabrá garante, ya no estaré unidaal otro en esto, no seguiré suspasos, me soltaré. Y sentiré comosi me soltara.

En ese proceso no sólo sepierde la seguridad que de niñospodíamos sentir, de lo cual el miedoa la oscuridad típico de los infanteshabla, sino además, el lugar queteníamos para el Otro. Y entonces:¿Quién soy que no sea esa que fuisegún sus ojos?

Mínimas nadas soportan alsujeto. Parcialidades, decía.

El ser humano se aferra apedazos de nada: síntomas corpo-rales, lazos afectivos dañinos, fra-casos. Repite al infinito esa por-quería que es el modo de tener almenos algo: malestares en el cuer-po que porta angustia cristalizada,restos de vínculos que aunque mal-

trechos en su tiempo, no nos deja-ban en la incerteza.

Fracasos en los que nos ase-guramos no avanzar, porque vivirde ese modo es tener la muertemás cerca.

Mejor demorarse.Pedazos. Delineados por un

borde. En circunstancias favorables³.El margen circunscribe. Y

entonces ya no es lo mismo la nada-toda que un poco de nada. Aunquesi el borde no es preciso, si quiebrapor alguna arista, si falla, entoncesel pedazo valdrá por el todo. Comosi ver el aleph fuera posible.

Podré soportar mejor que fal-ten la incondicionalidad del amor(no el amor) y la certidumbre de laexistencia de quien sabe la medidade las cosas, de mi propio ser, queestar en el desierto. Aunque laangustia tenga la habilidad dehacer sentir una cosa como sifuera la otra.

El desierto es siniestro porqueno está orientado, no hay límites nihuellas. No hay borde. Pero sipuedo llegar a él con alguna seña-lética, con al menos una brújula,entonces podré construir en esoscúmulos de arena, paisajes. Larealidad geográfica indicará siem-pre un desierto, pero que seavivenciado como un lleno de nada ocomo vacío generador, eso nodependerá de relieves y climas.

Eso propone el psicoanálisis.Dejar de transitar los caminos de la

nada para arribar a un vacío, ya nollenado de retazos atroces de his-toria, sino capaz de generar nue-vos mapas, inéditos, que nos con-duzcan a algún horizonte, lejano,asintótico.

Así se encontrará la experien-cia del caminante, que dirigido aalgún lado que no importa, sabeque la finalidad no es llegar.

Sino.Ser el andar.

“El ser humano seaferra a pedazos denada: síntomascorporales, lazosafectivos dañinos,fracasos. Repite alinfinito esa porquería

que es el modo de teneral menos algo.”

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La relación de la escritura conel vacío es ambivalente. Loque para otros puede ser inti-

midante, para los escritores puedefuncionar como motor. O las doscosas. El silencio y la página enblanco son el vacío en la escritura.Dos de los vacíos, no los únicos.Pero no un vacío en sentido estric-to, sino un desafío, un lugar a des-virgar con palabras. Y esa posibili-dad, ese poder de colonización dela palabra, intimida, produce miedo.Lo dijo George Steiner en su ensa-yo “El silencio y el poeta” incluidoen el libro Lenguaje y silencio:

Hablar, adoptar la singularidady soledad privilegiadas del hombreen el silencio de la creación, esalgo peligroso. Hablar con el máxi-mo rigor de la palabra, como haceel poeta, lo es más todavía. Asíincluso para el escritor, y quizásmás para él que para los demás, elsilencio es una tentación, es unrefugio cuando Apolo está cerca.

Queremos callar, pero a vecesno podemos a pesar del temor quenos provoca hacerlo. El silencio sevence porque hay algo más fuerteque ese temor mismo: la necesidadde escribir. Solamente escribir, noimporta qué, ni el tema. Escribir.

En El libro vacío, de la escrito-ra mexicana Josefina Vicens, elprotagonista, un escritor llamadoJosé García, escribe dos libros a lavez. Uno, el que quiere publicar, “elbueno”, no tiene ni una sola pala-bra, y lo justifica el personaje deVincens diciendo: “Yo no quieroescribir”. Pero para decirlo, paradecir “Yo no quiero escribir”, nece-sita el segundo cuaderno, ahídonde va volcando su vida cotidia-na y su angustia. Porque hay algoque José García sí quiere: “… quie-

ro notar que no escribo y quieroque los demás lo noten también (…)Es mucho más fácil: sencillamenteno escribir. Pero entonces quedaen la sombra, oculta para siempre,la decisión de no hacerlo”. Si JoséGarcía simplemente pone un puntofinal y no escribe más, nadie enten-derá qué sucede ni por qué. Y noes eso lo que quiere. Él quieredejar registro de su acto, y eseregistro sólo lo encuentra en laescritura.

Para algunos escritores elsilencio tiene algo de misterio. Oquizás no para ellos sino para quie-nes los admiramos. Como cuandonos preguntamos por qué no escri-bió más Rulfo. O por qué se reclu-yó Salinger.

Muchas veces a los escritoresnos preguntan por qué escribimos.

Hay distintos textos que dan cuen-ta de ello. Me gustan los de GeorgeOrwell y Reynaldo Arenas. Peromás allá de la belleza de esos tex-tos, creo que se trata de excusas,de buscar una razón para algo quees ontológico, que tiene que vercon el ser escritor, con su esencia.Porque escribir no parte de unmotivo sino de una necesidad. Ypara los que no pueden concebir elmundo sin escribir, hacerlo es casicomo respirar, o dormir, o comer.Si el escritor deja de hacerloempieza a sentir que perdió sucentro, que empieza a tener másvalor lo banal que lo rodea, la rea-lidad que lo agobia o que lo aburre.El verdadero vacío, la verdaderanada, es ésa. Porque lo real hacetiempo que dejó de ser ese mundoque gira alrededor, que nos rozapero no nos toca. El verdaderomundo es aquel el otro, el que elescritor se ganó, el que consiguiódesvirgando el vacío con palabras.

Desvirgar el vacíoTexto: Claudia Piñeiro / Ilustración: Carolina Marcús

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“El silencio se venceporque hay algo másfuerte que ese temormismo: la necesidad deescribir. Solamente

escribir, no importa qué,ni el tema. Escribir.”

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Hace algunos años, cuandoestudiaba Historia en Mardel Plata, empecé a trabajar

como adscripto para una cátedra.Parte de mis funciones consistíanen ir a un museo, revisar diariosargentinos de diferentes épocasque había en su hemeroteca yhacer una preselección para quedespués los estudiantes pudieranconsultar, confrontar, hacer rese-ñas y resolver guías de estudio. Enesas visitas hubo un hecho que mellamó deliberadamente la atención:a muchos diarios les faltaban hojas,o pedazos de ellas, o bien estabanausentes números completos enlos anaqueles del archivo. Me apa-reció entonces una actividad muchomás estimulante que la nunca tanbien definida tarea de ratón debiblioteca: preguntarme por quéhabía huecos en el archivo.

Lo primero que resolví, comoun detective que anda metido enchiquitajes, es que es muy comúnencontrar todas las ediciones delmes que se desee buscar, exceptoel día 1. El diario del 1 de julio se vemás amenazado que el del 17, por-que al estar ordenado arriba detodo está más expuesto a goteras,humedades, rasgaduras, manchasde café, golpes, etcétera. Si tene-mos en cuenta que esa fuentedocumental existe desde hacevarias décadas, la suma cuantitati-va de pequeños deterioros se vuel-ve cualitativa. Y eso hace que losdiarios del día 1 de cada mes seanverdaderas reliquias.

Lo segundo que pude constatares la incidencia directa del lector.Resulta muy emblemático que elgran porcentaje de ejemplares fal-tantes o páginas arrancadas orecortadas pertenezca al día des-pués de golpes militares, revolucio-nes o importantes acontecimientos

políticos que dieron un abruptoviraje a los asuntos nacionales.¿Podría suceder que el diarioingresara al archivo con ese faltan-te, y no que se perdiera años des-pués? Es poco probable, y lasfechas en que se producen loshuecos son más que sugestivas.

Tercero: ¿Por qué un tiporecortaría una noticia? Resolveresa incógnita es complicado.Podemos suponer, por ejemplo,que quien recortó el artículo teníapulsiones egoístas que lo llevaron aapropiarse del artículo para quenadie más lo viera. O bien que elsujeto en cuestión quiso atesoraraquel momento y hoy ese pedazode diario cuelga enmarcado en unapared, como un monumento o untrofeo. O podríamos considerar laposibilidad de que el impertinente

ladrón sea en realidad del club defans de un movimiento político, quequiso esconder esa noticia, esahistoria, esa realidad, para quenadie tuviera acceso a ella y nadiesupiera lo que sucedió.

En aquel momento, de manerapoco casual, yo empezaba un aná-lisis que ya lleva varios años, y meplanteaba que hay ciertos huecosque recuerdan, porque a veces laausencia se transforma en una delas tantas formas de la memoria.Creo que en parte los historiadoreselegimos esa carrera precisamentepara encontrar huecos, ausencias,faltantes, y después poder mos-trarlo, para que la memoria pesemás que el olvido. Tal vez por esomismo supongo que el historiadorsiempre acaba por construirmemoria, la suya o la de otros, yhasta reconstruye la que otrosescondieron antes. El historiador(como cualquier hijo del vecino)tiene prejuicios y enfrenta sus rea-lidades cotidianas modificándolas ycreando otras nuevas, más acor-des a sus intereses. Por eso loshuecos a veces hablan, y dicentanto.

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nota de tapaEl hueco que recuerdaTexto: Nicolás Hochman / Ilustración: Carolina Marcús

“Supongo que elhistoriador siempreacaba por construir

memoria, la suya o la deotros, y hasta

reconstruye la que otrosescondieron antes.”

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nota de tapa

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No somos nadaDarío Sztajnszrajber

¿Qué es lo que hay donde se supone que no hay nada? O más bien, ¿por qué la nada es impen-sable? O bien, ¿por qué suponer que tiene que haber algo donde no hay nada? O también, ¿por qué“se supone” que no hay nada? “Se supone” que no hay nada, porque si la pregunta primero senten-cia que algo hay, afianzamos la sustantivación de lo real que determina que lo que no es, no es; ypor ello, como sólo puede darse el “hay”, algo tiene que haber donde se supone que no hay nada.

Pero invirtamos la pregunta: ¿que es esa nada donde suponemos que tiene que haber algo?¿Cómo pensar la nada por fuera de la oposición con lo que hay?

Pensar es pensar lo que hay, y el hombre también piensa. “También” porque todo es también. Elproblema es creer que algún rasgo se vuelve único. Es creer que hay algo que no es rasgo. Tambiénpensamos porque también somos más. Si pensar es pensar lo que hay y lo humano “también” pien-sa, entonces “también” hay. No sólo hay. Es como si dijéramos que lo que hay no es todo lo que hay,sino que el primer hay es el pensable y el segundo nos abre a lo que el “también” posibilita. ComoSpinoza, que entiende que el hombre sólo viene accediendo a dos de los infinitos atributos de la sus-tancia infinita. Como Dios en el Éxodo, cuando se anuncia como siendo lo que también será. Comoen Tlon, el continente borgeano donde no hay sustantivos y las entidades se van conformando en laadición incesante y siempre diferente de adjetivos. Si lo humano nunca es, sino que es “también”, entonces lo que hay, siempre es más. Esa nada, yano es una nada absoluta que cristaliza lo real en una dualidad sustantiva. Esta nada, a la inversa,constituye el horizonte siempre abierto de posibilidades donde los haberes se muestran primero comoentrelazamiento de los rasgos que también podemos ser. No somos nada, porque somos siempremás.

El otro o la nadaMauricio Weintraub

“Amar es abrirme al ser del otro…y abrir mi ser al otro”Víktor Frankl, El hombre en busca del sentido

¿Qué es lo real en la imagen en el espejo?¿Deseamos ver verdaderamente al otro cuando lo miramos o solo ansiamos encontrarnos con nues-

tra propia imagen? Muchas veces actuamos en el encuentro con el otro intentando controlar, predecir cada movimiento.

Se da así lo paradójico: rechazar aquello que anhelamos, buscar al otro para no estar con él.Es que el verdadero encuentro nos obliga a habitar la diferencia, lo abierto. Para evitarlo hacemos de todo: nos enojamos, huimos, nos sometemos o sometemos, nos forzamos

o forzamos al cambio. De todo para evitar mirarnos a los ojos y comprender que aún no nos encontra-mos; y llorar el desencuentro, momentáneo o final.

Evitamos así el encuentro para evitar el dolor del desencuentro.Sin embargo, siempre hay un día (hayamos huido un minuto o mil vidas) en el que algo cede, se abre

y permite entrar otra luz. Allí comprendemos que ante un otro verdadero algo se mueve en nuestro inte-rior, nos trasciende y nos permite experimentar un lugar más pleno que la mera previsibilidad.Comprendemos que finalmente algo vibra, que es el encuentro o la rumiante masturbación del amor nodado, que es el encuentro o la nada.Quizá ese día nuestra alma comienza el viaje de retorno.

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Una mujer se esmera paraque la disposición de losmanteles individuales de su

mesa sea simétrica. Los observa,se aproxima, modifica varias vecesesas milimétricas disparidades. Unpoco más allá, un poco más acá.Plancha la ropa de su marido y sela deja colgada en el lugar de cos-tumbre. Esa misma mujer estudiatoda la tarde una revista buscandouna receta nueva; va al supermer-cado y compra esos ingredientes,verduras frescas, pescado, hon-gos, para esperar, aburrida, quepase ese lapso de tiempo hasta lallegada de un hijo y un marido quenunca notarán su presencia. Undía, dos años, nunca se sabe cuán-do ni cómo comenzó, pero sí que niel padre, ni la madre ni el hijo,están preocupados por la pobrezade sus vínculos, la soledad nimucho menos por el tiempo. Sobreesto habla el joven director japonésKohki Yoshida, cuyo segundo tra-bajo, “Household X” (2010), se

exhibió en varias salas de BuenosAires durante el XIII Festival deCine independiente de BuenosAires (BAFICI). Casi sin diálogos,esta obra realizada cámara enmano expresa, con esos saltos ytambaleos, toda esa emoción con-tenida, pero apunto de estallar,bajo la rutinaria y callada vida deuna familia de los suburbios deTokio. El tiempo, protagonista invisi-ble de esta película, es el oponenteprincipal de esta familia que no sóloha dejado de ser tal, sino que cadauno, en forma individual, se havuelto un autómata de su propiaexistencia. La ama de casa querepite una y otra vez los ritosdomésticos, pero que, más tarde,

deja pudrir los alimentos cuandocomienza a manifestarse su tras-torno compulsivo por la comida; elpadre de familia que trabaja en unaempresa en el área de sistemas,pero que, desactualizado, trata depaliar como puede la obsolescenciade sus propios conocimientos; elhijo único que salta de empleo tem-porario en empleo sin ningunamotivación concreta por nada ninadie. Cada uno, a su manera,viviendo en permanente lucha conel tiempo, el delator del vacío y lasoledad, el que con su simpletranscurrir va pesando sobre laconciencia de los personajes.Porque ante la nada, y en medio delo banal, lo único que puede reve-larse es el propio tiempo.

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nota de tapaLa lucha contra el tiempoTexto: Masako Itoh / Ilustración: Leticia Gómez Castro

Una película del nuevo cine japonés que muestra los pequeños y desesperantesvacíos de lo cotidiano, le sirve a la autora e intérprete de monólogos de stand up,

Masako Itoh, para reflexionar acerca de los límites del tiempo y la soledad.

“Ante la nada, y enmedio de lo banal, loúnico que puede

revelarse es el propiotiempo.”

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1. Está a dieta y pasa por elsupermercado para hacer un míni-mo abastecimiento del hogar.¿Cuál de los siguientes comboselige llevar?

a) 3 yogur Ser, 2 barritas decereal, 1 Coca Zero, 1 caja de mila-nesas de soja, medio kilo de cirue-las, 1 leche descremada. b) 2 bolsas de patitas de pollo, 6cervezas, 1 paquete de papas fritasde 150 gramos, 1 crema de leche,hamburguesas, salchichas, costilli-tas de cerdo, 1 vinito de $20, jamóncrudo, unos Adler, 3 litros de acei-te para hacer papas fritas, 1 sala-mín y Casancrem del verde. c) 2 zapallos (o calabazas, nuncaentendí la diferencia), 1 kilo depechugas de pollo deshuesadas, 5tomates, sal diet, edulcorante, 18paquetes de yerba (estaba barata),shampoo, perchas, jabón en polvopara el lavarropas de su vieja, nue-ces para Navidad, un whisky deregalo para Roberto, un DVD alque le cambió el precio por el de unrepasador y unas galletitas deagua sin sal.d) 2 lechugas.2. Todo su entorno lo apreciamuchísimo, y está dispuesto ainvertir en usted. Se acerca sucumpleaños, y la familia, los ami-gos y los compañeros de trabajo lepiden que haga una lista de posi-bles regalos que le gustaría recibir.¿Qué anotaría ahí?

a) Un viaje a Nueva Zelanda contodo pago en un All Inclusive, unLamborghini Murciélago verdelimón (o unos zapatos de Prada),un safari por Santiago del Estero,una Play3, un i-pad, una invitaciónpara la boda real del PríncipeMohamed en Bahrein y unos lentesde sol de u$s 7690.b) Unos pares de medias, unasfundas de nylon para los asientosdel auto, una planta, una remeralisa, una birome, unos guantes de

lana para el invierno o una sierritade mano.c) Nada, no hace falta que gastenen usted. d) Un gatito de Angora; una cam-pera de ese localcito de la calleGurruchaga medio escondido,sobre mano izquierda, que el otrodía pasó por ahí y le pareció queiba con usted pero justo andabacon el tiempo medio ajustado; elúltimo CD de Pocho La Pantera, no,ése no, se lo confunde con el otro,¿cómo se llama?, el de rulosnegros, ese que canta… bueno, nose acuerda pero estuvo muy demoda hace unos años y se bailabaen todos los boliches, pero despuéstuvo un problema con la merca,aunque hoy en día quién no lotiene, ¿no? Y si no, unas pantuflas.3. ¿Cuál es su número preferidopara jugar en la ruleta?

a) Prefiere jugar a color omayor/menor.b) 0.c) Todos. Pone fichas en cadacasillero que tiene cerca.d) El 5. No, el 18. Aunque si esmartes puede ser el 9, el 31 o el 46.No, ese no está. Aunque estaríabueno, ¿no? Sería divertidísimo. Ytambién trata de ponerle fichas alos números que mete el que vaganando y pinta que va a hacersaltar la banca, como en esas pelí-culas de casinos y ¿era la MonaGiménez el de los rulos negros quebailaba en los boliches?4. Lo invitan a una fiesta de dis-fraces. ¿De qué se disfraza?

a) De pitufo. No, eso es difícil por-que tiene que maquillarse de azul yno sabe cómo, aunque no debe sertan complicado, pero sí un pococaro, y tal vez tóxico, y ademáspuede que después no salga. Mejorde Papá Noel, aunque no es laépoca. ¿De policía? Puede ser,pero tiene connotaciones ideológi-

cas, y además siempre hay policíasen las fiestas de disfraces. Mejor lepregunta a su hermano, a ver quéle recomienda. ¿Lloverá? ¿Dóndedejó los documentos? Tiene queacordarse de llamar a Pepa.b) De futbolista, árabe o bruja.c) De usted mismo.d) Va con un traje de lentejuelas yleds, y en la mitad de la noche selo saca y queda desnudo, bailandoarriba de los bafles.

Test existencialTexto: Joaquín Ludovicic / Ilustración: Hernán Zaccaría

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nota de tapa

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Puntajes:1. a-0,1 / b-0,3 / c-0,2 / d-02. a-0,3 / b-0,1 / c-0 / d-0,23. a-0,1 / b-0 / c-0,3 / d-0,24. a-0,2 / b-0,1 / c-0 / d-0,3

De 0 a 0,3 A su vida le falta, básicamente, vida.Usted es la NADA MISMA. Con tantanadería en todo lo que hace, pasa des-apercibido adondequiera que va. Esfactible que su mamá no se haya dadocuenta que lo parió. Sus actitudes expli-can por qué su perro no lo huele, porqué se siente tan miserable y por quésu nombre nunca va a aparecer en loslibros de historia. ¿Qué le falta? Todo.¿Qué puede hacer ala respecto?Cualquier cosa. Total, menos de lo que es, difícil.De 0,4 a 0,6A su vida le falta un toque de onda.Usted es un CERO A LA IZQUIERDA.Digamos que no necesariamente estácondenado al éxito, pero por lo menossi fracasa, nadie se va a sorprenderdemasiado. Tal vez le convendría inten-tar sobresalir en algo, algo que lo iden-tifique, que le de un plus que nadie mástenga. Por ejemplo, entrar al Guinesspor ser quien pela papas más rápido enel barrio, o por tener la mayor cantidadde medias blancas iguales en el mundo,o por responder más test de este tipoque todos sus conocidos.De 0,7 a 0,9A su vida le faltan niveles mínimos deconcentración. Usted es el típico FAL-TAN DOS MONEDAS PARA EL PESO.Básicamente, si no presta atención a loque hace, le van a seguir ocurriendoesas cosas que le pasan todos los días,como olvidarse de lavarse los dientes,seguir llamando a su ex, trabajar en esaoficina desagradable o googlear you-porn en lugar de youtube. Hágamecaso: haga el servicio militar y vaya aluchar a Afganistán un par de años.Seguro volverá con menos incertidum-bres cotidianas.De 1 a 1,2 A su vida le falta un poco de fascismo.Usted es el EXCESO ENCARNADO. Noconoce el significado de la palabra Ley,o le importa muy poco. Eso no está mal,excepto que lo agarre la policía. Trate depasar desapercibido, o aprenda amanejarse con algunas sutilezas deíndole práctica. Si ve que no puede,relájese y asuma que en breve será unpsicópata, un político o terminará bailan-do por un sueño en Gran Hermano.

Descubra qué le falta a su vida

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En medio de la invasión norte-americana a Irak en busca delpeligrosísimo armamento

nuclear que nunca estuvo, llegué auna ciudad de un país próximo contodas las prevenciones del caso: lasde los diarios, a las que no sueloprestar atención por sus altos nive-les de prejuicio y de ignorancia, ylas de Edward Said, quien comonadie nos alertó contra los clichésdel orientalismo. Sin embargo, esta-ba obsesionada por viajar al desier-to y, como Bruce Chatwin, apoyarla nuca en la superficie helada del

terreno. Sin embargo, quiero decir,era víctima de uno de esos clichés,de esa pulsión por encontrar en ellugar lo que antes había leído en unlibro. Apoyar la nuca en la superfi-cie helada del desierto nocturno ysentir hasta qué punto las preocu-paciones de mi vida cotidiana eranpura nimiedad, eso era exactamen-te lo que yo quería, tal como locuenta Chatwin en uno de esosrelatos que en verdad son inmejo-rables construcciones de sí mismo -pero no quiero irme de tema. Sólocontar qué hago yo aquí, a los tum-bos en la parte trasera de unacamioneta toyota que avanza por el

desierto de Wadi Rum. Miro a mi alrededor y com-

pruebo que el paisaje se parecemenos a las colinas de arena dora-da de mi imaginación que a lasuperficie áspera de la mesetapatagónica en la que viví hasta elfin de mi adolescencia. Esto de iren la parte trasera y descubiertade una camioneta, de hecho, tam-bién me remite a la adolescencia.Vengo a encontrar lo conocido através de los libros, lo reconozco,pero jamás lo que me tocó vivirfuera de ellos. Intento que el vientodespeje un atisbo molesto.

Unas tres horas después,

camino un poco mientras el guíatermina de armar la carpa en laque pasaré mi noche en el desier-to. Tarda más de la cuenta, pienso,porque no deja de hablar con elotro guía, el que mi buen amigoasentado hace añares en MedioOriente ha decidido que debo teneren todo momento, aun dentro de laciudad en la que él me hospeda. Dequé hablarán con ese entusiasmo,pienso. Vuelvo cuando el sol yaestá cayendo. Me encuentro conuna carpa inmensa, plagada dealfombras y objetos, casi la antíte-sis del nomadismo. Al rato, uno demis guías interrumpe su conversa-

pasajeras

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crónica de viajes

Turista occidentalTexto: María Sonia Cristoff / Ilustración: Carolina Marcús

Ezeiza, Panamericana o el puerto en Buenos Aires, son sólo puntos de partida.Pasajeras es bien-inaugurada por María Sonia Cristoff, y espera que otros marquenel próximo destino. Crónicas de viajes, ficcionales o no tanto, nos harán levantar la

mirada de la página y encontrarnos en un escenario, acaso, desconocido.

“De qué hablarán conese entusiasmo, pienso.Vuelvo cuando el sol yaestá cayendo. Meencuentro con una

carpa inmensa, plagadade alfombras y objetos,casi la antítesis delnomadismo.”

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ción para explicarme que en esepozo tapado con papel metálicoestán cocinando, sobre piedrascalientes, un pollo con verduras. Seme cruza por la cabeza la puertade la heladera de mi casa, plagadade imanes pro delivery. Le estoypor preguntar algo, pero él ya havuelto a su conversación. Mejor,pienso: prefiero guardar mi curiosi-dad turística y escuchar las entona-ciones del árabe. Me siento en unrincón, me cuido bien de no recos-tarme. El momento de la nucasobre la superficie helada debeesperar hasta la noche, cuando elfrío verdadero cae sobre el desier-to.

Veo muchas, demasiadas man-tas a mi alrededor. Ahora sí inte-rrumpo: el guía local me dice queno me preocupe, que igual el fríolas traspasa. Pero no es lo mismoel frío directo que intervenido poruna manta, balbuceo. No tiene ni lamenor idea de qué le hablo, tampo-co le explico. Saca un cuaderno yme lo da para que lea, como a loschicos cuando se ponen molestos.¿Y los lápices de colores? No séqué hubiese dicho Said, pero estoes orientalismo al revés, pienso.Bufo y me pongo a leer. Soncomentarios de huéspedes anterio-res, como los de esos libros paravisitantes que hay en los museos.Con una caligrafía vital, optimista,personas de varios rincones delplaneta le agradecen la maravillosanoche en el desierto.

Me llaman a comer. Voy, comouna entenada. Ni el pollo ni yologramos amainar la conversaciónfebril. Parecen hermanos separa-dos al nacer que tienen solo veinti-cuatro horas para ponerse al día.No es que quiera que me hablen,quiero que se callen. La nuca y lasuperficie helada requieren silen-cio, indefectiblemente. Pero sitengo que pedirlo, estoy segura, segenerarán uno de esos silencios

cargados de tensión que tambiénme hacen acordar a mi adolescen-cia. Ellos tienen que darse cuenta,pienso, tienen que saberlo, tienenque conocer las necesidades desus clientes. Pero no. La chácharasigue. Por mi molestia creciente secuela una idea: les digo que, en mipaís, a la noche se reza y que,cuando se reza, se impone el silen-cio. Inmediatamente se callan. Yojunto las dos manos y sobreactúoun rezo, ya no como en la adoles-cencia sino como en la infancia. Novuela ni una mosca. Respiro hondo,escucho que afuera sopla un vien-to leve. Aprovecho para hacer misejercicios de respiración y prepa-rarme para el momento sublime.No sé qué hacen ellos mientrasporque tengo los ojos cerrados,pero evidentemente nada porque elsilencio es total. Me cruza unaráfaga de gratitud.

Me quedo así media hora, omás. Me estoy recuperando, pien-so. Despego las manos y, en esemismo instante, mis dos guías reto-man la conversación con el bríoidéntico, incluso renovado, como sipor un extraño mecanismo sehubiese apretado antes el botón depausa y ahora, con el primer milí-metro de aire entre mis manos,nuevamente el de play. Un entu-siasmo sin fin inunda a los herma-nos separados al nacer, que ahorase han puesto a comparar suscelulares. O a jugar, no sé ni meinteresa. Finalmente, el resultadoes que, a la conversación, se lesuman ahora sonidos de última tec-nología. Me voy a la manta que meseñalaron como mi cama y me dis-pongo a dormir. Presto especialatención a que mi cabeza quedeapoyada de perfil.

19

pasajerascrónica de viajes

“Mejor, pienso: prefieroguardar mi curiosidadturística y escuchar lasentonaciones del árabe.”

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Nos juntábamos en la piezadel piano, que era bastantetenebrosa a la antigua: piso

de madera sin encerar –las astillasse clavaban en las pies si unoandaba descalzo–, esculturas demadera que mi abuelo había traídodel Chaco –una Anahí envuelta enllamas, un indio enojado—y unamuñeca antigua de yeso, con lapintura de la cara verdosa. Lamuñeca era lo que más miedo nosdaba, ninguno de nosotros habíavisto un muerto todavía, pero nosimaginábamos a los muertos así,con el cuerpo relleno de lana, laspiernas flojas y los ojos de vidrio.

Las mejores historias las teníaGustavo y él contó la del ahorcadode la autopista. Decía que éraseuna vez un hombre que se negó aentregar su casa para que hicieranla autopista. Todos sabíamos dequé hablaba: veíamos las casas ylos edificios partidos por la mitad,nos quedábamos mirando los azu-lejos celestes al aire libre, los lava-torios flotantes, las duchas secasque salían de la pared como ador-nos. Las casas estaban cortadaspor cualquier lado pero nunca esta-ban tan partidas como cuando elbaño quedaba a la vista. No sabía-mos adónde se iba la gente que sequedaba sin casa, ni entendíamospor qué la autopista debía pasarpor ahí y no por otro lado, perosabíamos que entregarla era obli-gatorio y nos parecía injusto peronormal. Ninguno de nosotros teníamuy claro quién era el que pedíapero nos resultaba impensabledecirle que no.

Este hombre, entonces, noquiso entregar la casa. No quiso yno quiso hasta que vino la policía asacarlo y sacársela. Cuando llega-ron, lo encontraron ahorcado en elliving. Muerto antes que dejar lacasa donde había crecido. El casono salió en los diarios. Pero mesesdespués un vecino vio la sombradel ahorcado balancéandose, de

derecha a izquierda, de derechaizquierda, en la terraza vecina a lacasa demolida. Ahí terminaba lahistoria, sin resolución, como sueleocurrir con las leyendas.

Pero el ahorcado de la autopis-ta no es una leyenda urbana. Yo lovi. Su figura es la única imagensobrenatural que vi o percibí o intuíen mi vida. Lo vi por primera vezde chica, en un embotellamiento dela autopista. No recuerdo dóndeexactamente. Había una iglesiaenfrente. Una iglesia grande. Lo vi

en la pared, probablemente ilumi-nado por las luces de la calle.Estaba quieto, a diferencia de loque contaba Gustavo. Le dije a mimamá que mirara, nunca dudé, noera una ilusión óptica; pero ellajusto tuvo que arrancar, no podíadesviar la mirada, podía chocar.Más tarde le conté lo que habíavisto y me creyó. Es a la altura deBoedo o de Parque Chacabuco, medijo. Le pregunté a Gustavo dóndequedaba la casa del ahorcado,pero no tenía ni idea.

Nunca pude olvidarme delahorcado. Volví a escuchar su his-toria. Una casa en Villa Urquiza,otra en Constitución. Escuché ver-siones más escabrosas: inclusoque era un asesino, que tenía ente-rrada a su mujer bajo el parquet dela habitación de esa casa. Escuchéversiones románticas: que su mujerlo había dejado y él esperaba quevolviera; no quería mudarse por siella no lo encontraba. Con el tiem-

El ahorcado de la autopistaTexto: Mariana Enriquez / Ilustración: Leticia Gómez Castro

“Todos sabíamos dequé hablaba: veíamoslas casas y los edificiospartidos por la mitad,nos quedábamosmirando los azulejoscelestes al aire libre, loslavatorios flotantes…”

impertinentes

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narrativa

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po entendí cómo se habían cons-truido esas autopistas y sentí que elahorcado era heroico. Cada vezque volví a encontrarme con misamigos de la pieza del piano leshablaba de él, pero ninguno seinteresaba: Marina ahora teníahijos, Javier era un tarado con lacara llena de piercings y a Flavia lesalía todo mal y no tenía tiempopara historias de aparecidos.

Cuando me mudé a Caballitoempecé a pasar las tardes cami-nando hacia el Sur, desde PrimeraJunta hasta el Parque Chacabuco yla autopista. Hay un barrio precio-so ahí; no el Caferatta que esfamoso por un tango y por semimansiones clase media, sino otromás modesto, en pasajes con nom-bres fabulosos (De Las Ciencias,Del Progreso), antiguas casas deobreros. Algunas están modifica-das hasta lo irreconocible, confachadas de espeluznante ladrillo ala vista, o piedras blancas estiloandaluz o piedra laja marplatenseaños sesenta. Pero otras casasconservan la estructura original depuerta baja y pequeño patio ycuerpo de dos pisos, sin tejas, conenredaderas. De un lado, esebarrio está partido al medio por laautopista, que también tajea el par-que. Me encontré dejando caer elsol varias tardes, parada en lasesquinas, mirando para arriba.

Lo vi otra vez una noche, másbien tarde, en la terraza de unacasa preciosa, modificada pero condelicadeza. Estuve segura de queera el ahorcado, no era la sombrade una planta ni un truco. Estabaahí, alto y con las piernas separa-das y no se balanceaba ni estabaquieto: estaba vez giraba sobre símismo, como si estuviera sobreuna plataforma circular. Se le nota-ba la mata de pelo cayendo sobrela frente abombada. Parecía tenerpuesto un saco largo. La imagenera clarísima y no me daba miedo.Estaba perfectamente iluminado yno por las luces de la calle: estabailuminado desde la terraza, por unreflector. Alguien quería que lo vie-ran, resultaba obvio. Los vecinosque paseaban los perros o volvíana sus casas, que iban a la fábrica

de pastas o a la heladería no pare-cían ver nada. Algunos inclusomiraron para ese lado –los estudiéun rato—y ninguno se detuvo unsegundo en la imagen proyectadaen la terraza. ¿Estaban acostum-brados? ¿O alguien proyectaba elahorcado solamente para mí?

Dudé algunos días, pero nomuchos. Volví al barrio: una nochevi la terraza iluminada, otra no, otrasí. El que lo encendía no lo hacía adiario y, estaba claro, tampoco lohacía para mí –esa idea habíaresultado, al fin, un brote de narci-sismo. Vi a quien supuse el dueñode la casa una de esas noches,salió y caminó hacia la avenida,pasando por debajo de la autopista–el “bajo autopista” de esa zonaestá lleno de canchas de tenis, defútbol y de abandonadas canchasde paddle llenas de yuyos y sin luz.Era un hombre alto y algo gordo,vestido con un jardinero de jean,una prenda extrañísima para unhombre de esa edad y ese tamaño.Volvió en seguida. No me atreví atocarle el timbre esa vez, pero lohice la noche siguiente. La terrazaestaba a oscuras, pero él abrió lapuerta.

Me saludó muy amablemente.Otra vez tenía puesto el jardinero yllevaba un destornillador en lamano. Sonreía con dientes man-chados de nicotina y resultabaencantador.

Hola señor. Voy a pedirle algomuy raro.

No me asustes, dijo. Era muysimpático.

Me gustaría ver su terraza. Su sonrisa se amplió y se vol-

vió risotada, carcajada de PapáNoel. Pero cómo no, dijo. Paseseñorita, pase, ¿es señorita, no?Me parecía, me parecía.

La casa olía a pintura fresca ya metal. Había una moto en el patiode adelante y un perro mestizo,con algo de collie y algo de mantonegro, que nos observaba conpereza, con una actitud casi gatu-na. Subimos a la terraza por unaescalera externa, de piedra.Mientras subía, con el hombredetrás, tuve miedo. Nadie sabíaque yo estaba ahí. ¿Si era un loco,si me atacaba, si me violaba, si mesecuestraba? El piso de la terrazaera de baldosas rojas, estilo colo-nial. Había plantas y una regadera.Permiso, dije. Moví algunas de lasplantas y encontré el reflector. Yotenía razón, entonces. El miedo seme había pasado, pero me ahoratenía un gusto amargo en la boca,un principio de dolor de cabeza. Noquise saber nada más. Hay tantascosas que no se pueden arreglar.No se pueden tirar abajo las auto-pistas y reconstruir y devolver lascasas. Hay miles de ahorcados.Desde la terraza se escuchaba elpaso de los autos, como olas amotor. ¿Ya está?, preguntó elhombre. Le dije que sí. Bajamosjuntos y nos dimos la mano en lapuerta. Cuando quieras, tomamosunos mates, me dijo. Agradecí.

“…con las piernasseparadas y no sebalanceaba ni estabaquieto: estaba vez

giraba sobre sí mismo,como si estuviera sobreuna plataforma circular.”

impertinentes

21

narrativa

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Mi abuela era sorda. Tenía deesos audífonos que funcio-naban con tres pilas comu-

nes metidas adentro de una cajitaenganchada al corpiño. A veces, elaparato hacía un ruido agudo, metá-lico, parecido al de un micrófonocuando se satura. Un cable de colorpiel unía el tapón que iba adentro deloído, con la cajita de las pilas.

A la abuela le gustaba comer. Lanoche antes de morir se preparóunas papas fritas a caballo. Cuandomurió, estuvo dos días tirada en elpiso. La casa tenía signos de alguiendesesperado. De quien quiso afe-rrarse a los muebles y se cayó. Vivíaen una planta baja. Se quejaba delos vecinos que tiraban cosas a supatio. Como no conocía los preser-vativos, un día se sorprendió: hastaglobitos tiran, dijo. Le expliqué, comopude, lo que eran. Y ella preguntó,vos los usás. Dije que sí y fue la pri-mera persona de la familia que supoque me acostaba con mi novio. Enesa época, había llegado del pueblopara ir a la universidad. Mi departa-mento quedaba en Barrio Norte y sucasa, en Boedo. Tomaba el 128sobre Coronel Díaz a las docemenos cuarto. Con tiempo, porqueen ese entonces, podías estar espe-rando un colectivo quince, veinteminutos, fácil. Y la abuela quería quefuera puntual. Que la comida no sepasara. A veces, yo recién habíadesayunado. Pero comía igual. Latelevisión estaba sin volumen y cla-vada en el noticiero del once. El noti-cioso, lo llamaba. La abuela leía loslabios. Así que para cuando yo llega-ba, era capaz de comentarme las

primicias del día. Se inclinaba por lastruculentas, los detalles que revolví-an el estómago. O te lo dejabancomo piedra. Hasta que aparecíaGrecia Colmenares y su pelo dephotoshop. Entonces la abuelahablaba de papá. Maravillas. De latía, hablaba pestes. En cambio papápara ella, hacía todo bien. Como enesa época yo también estaba ena-morada de él, las dos contentas.Después me preguntaba por lafacultad. Por mi novio. Apurate nenaque quiero verte casada. Y yo siem-pre dubitativa, tardé. Y la abuela selo perdió.

Cómo fue que te quedastesorda, le pregunté una vez. Ese díalloró y tuvo que sacarse los anteojos

y secarlos con la servilleta. Lamadre le había pegado tanto esavez. Durante años y casi sin saber-lo, ambas padecimos ese pacto:comida a cambio de información.Tengo voracidad por las verdadesfamiliares. Si no salen a la luz meempecino. Sin importarme a quiénpuedo lastimar. Ni los muchos quenecesitan no saber todo. Y paracolmo de males, encima ahora, seme da por escribirlas.

impertinentes

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narrativa

NoticiosoTexto: Laura Galarza / Ilustración: Laura Sereno

“A la abuela le gustaba comer. Lanoche antes de morir se preparó unaspapas fritas a caballo. Cuando murió,estuvo dos días tirada en el piso. La

casa tenía signos de alguiendesesperado.”

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f ue a primera vista el ruidocuando era chiquita chiquita comoun día de invierno Isidora coleccio-naba boletos porque nunca viajabaen colectivo de esos grandes condoble asiento relleno de gomaplumao lo que sea con que se rellena losasientos de los colectivos viejosdonde van hombres colegialas niñosancianos colados barrabravas paje-ros mujeres con carteras blancasrojas con esmaltes con monedas condesodorantes uno nunca sabe lo que

puede encontrar ahí adentro las per-sonas van una al lado de la otra sinoes que no prefieren los individualesque van solos mirando por la venta-nilla como soñando o recordando aveces van llorando y están solossolos o están los que se duermen yse pasan cabecean babean se cho-can con el vidrio se despiertan seduermen cabecean se pasan y elchofer los despierta y están los queno escuchan los que se agarran losque escuchan música los que secaen está el ringtone están los quedespiertan a los que se pasan o elborracho o la manada de pibes de

las seis de la mañana que ya tienenlas zapatillas mojadas porque el por-tero ya riega la puerta de las casasdel día que ya empieza el día deinvierno que ya empieza y es chiqui-to chiquito como lo era Isidora cuan-do coleccionaba boletos Isidora queamaba los motores enormes conolor humo a nafta a veneno de loscolectivos de buenos aires quenunca había tomado por primera vez

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impertinentesnarrativa

Isidora coleccionista de boletos Texto: Vivian García Hermosi / Ilustración: Leticia Paolantonio

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impertinentesnarrativa

Bebé llora y llora el hambreque le cruje en el estómago.Su mamá no viene, no apa-

rece con su seno rebosante deagua blanca. No se asoma. Y bebéllora cada vez más fuerte, con lacara colorada y la campanilla bai-lándole de sed. Mamá no está, nollega como siempre que él la llamacon su canto de lágrima con sucara redonda como un sol de leche.

Sin embargo, Mamá está muycerca de él, sobre la misma cama.Duerme un sueño de miedo del queBebé no ha podido sacarla. Losberridos le llegan de lejos, de atrásde la espesura de los pajonales,del más allá, de la vigilia. Está tira-da en el suelo musgoso sin podermoverse, apretada por el abrazohúmedo de la carne fría, y se sien-te morir.

Ante su rostro se alza el de sucaptor. Le ve los ojos incendiados,los colmillos. Un hilo de saliva se lepega al cuello. Le ve las manchas,los arabescos del color de la casta-ña y el filete blanco que le viboreael cuerpo como ñandutí. Y lamueca, esa mueca venenosa de lasonrisa de Satanás.

El terror la llena y despierta deun salto, pero no puede mover-se…Todavía siente como clavos enel pecho. Abre los ojos y se mira…Mejor seguirse quieta… de piedraroca… Prendida a su pecho comouna sanguijuela hay una yarará.

Bebé ya no llora. Ella lo oyechupetear con ganas algo que tieneen la boca. Algo que calma sus ham-bres y lo entretiene como bálsamode la naturaleza. Y aunque aprietecon fuerza los ojos para no ver laboquita pura de su niño, aunque qui-

siera no oír el sonido que hace alsuccionar, ella sabe qué es. Estáunida a su cría por un cordón deodio. Su bebe chupetea del cascabelcon fuerza y a ella le sube a la gar-ganta una bocanada de vómito.

Entonces comienza a deshilva-nar un rezo para espantar a lavicha, un rezo capaz de despertaral nuestro Señor Jesucristo, y queasí se alce contra la serpiente y laaplaste con el cuero de su bota.

Dios te salve María, llena eresde gracia, el Señor es contigo…Aprieta los dientes con fuerza, paraque el Cristo la vea sufrir y bajepronto a socorrerla.

Bendita tú eres entre todas lasmujeres… Lo sabía de chica, por suabuela, que se esconden detrás dealgún cajón o bajo las tablas delsuelo, que las rondan de cerca alas recién paridas, para beberles laleche, para deleitarse con ellas.Pero no le creyó, no cerró la piezani las ventanas, es que el caloragobia y el mosquitero roto...

Y bendito es el fruto de tu vien-tre, Jesús… Y sabe que encantan alos niños, con su chupete delmiedo, para que no lloren, a cam-bio de robarles su alimento.

Santa María, Madre de Dios…Yella allí, la elegida de la bestia,absorta, sin poder mover un mús-culo ni lanzar aullido, a la esperade que la oración sea escuchada.Ruega por nosotros, pecadores,…Mientras siente cómo las fauces delreptil rozan su pezón con placer,amorosamente. Sin atinar más quea dejarse estar, a quedarse quiete-cita… Ahora y en la hora… que lavicha se irá sin lastimarlos, cuandoesté saciada, cuando de sus faucesrebose el blanco almíbar… paraquedar al acecho, de nuestramuerte… digiriendo su leche enalgún rincón del cuarto y parahacerse presente cuando le plazcael próximo festín. Amén.

El próximo festínTexto: Marisa do Brito Barrote / Ilustración: Belén Echeverría

“Ella lo oyechupetear conganas algo quetiene en la boca.

Algo que calma sushambres y lo

entretiene comobálsamo de lanaturaleza.”

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blasfemasLo malo de ser músico

es queAlejo VillarinoEl mismo día en que termina el colegio, desorien-tado, entre otros cuerpos que se confundendesparramados a lo largo del patio cubierto de

aquella casa vieja de Belgrano, con las baldosastranspirando alcoholes baratos, sudores usados,camisas húmedas por la noche húmeda que afueratodavía se arrastra con la lluvia y el calor, con la bocapastosa por todo lo que se traga uno en esos años (yen los que vienen después también, pero eso nadiete lo enseña a tiempo), tratando de recordar para quélado queda la salida, cómo ha llegado hasta allí, y siha traído consigo o no el walkman, averiguando lahora exacta en la muñeca dormida de alguno de loscuerpos desparramados por todo el patio, como elsoldado que en el campo de batalla recorre los cadá-veres de los que hasta hacía unos minutos eran suscompañeros de insomnio, miseria y dolor, buscandoun cigarrillo sano, con algún golpe de más en el torso,un golpe no recordado, con una sensación estableci-da de que cualquier cosa podría haber ocurrido fuerade su recuerdo, con una leve sospecha detrás de lanuca, latiendo rítmica y pesada, de no haberse por-tado del todo bien con alguna gente que conoce yotra que no, pensando en que ahora debe regresar asu casa (a casa de sus padres, a esa edad uno notiene casa), encerrarse en su habitación, intentarencontrar un rato de sueño reparador, antes de quesu padre le golpee la puerta para pedirle ayuda conalgo de la casa, una de las últimas ayudas antes deque todo cambie entre ellos, se da cuenta de que vaa ser arquitecto, que lo ve muy claro, y que, aunquetodavía no sabe si eso es lo que realmente le gusta,por lo menos sabe que nunca nadie le va a pedir,interesadamente, con desesperación, para levantaruna reunión o una fiesta que se cae, ante la miradavoraz de tres o cuatro individuos que desconoce:–Construite algo, Roberto.

Lo malo de leer suplementos culturales

es queJuan José BurziLo malo de leer suplementos culturales es que aveces me desalienta hacerlo.Es desalentador leer reseñas elogiosas y lauda-

torias escritas por amigos, conocidos o integrantesdel grupo de pertenencia del autor (taller literario,editorial independiente, grupo de lectura, etc.) Estodavía más desalentador leer el libro en cuestión yconfirmar lo que se sospechaba: la reseña erainexacta, esa “obra de ruptura” es en realidad unbodrio inflado y pretencioso; las notorias influencias yla “tradición literaria” a la que esa genialidad reseña-da adscribía, solamente existía en la afiebrada imagi-nación del reseñador; ni Carver, ni Bolaño, ni nada denada… Nunca, en estas “reseñas amigas”, hay ver-daderas objeciones o críticas serias. Da lo mismo quesea un libro aburrido, discreto o arriesgado.

También es desalentador el grado de coqueteocon algunas editoriales, que editen lo que editen,siempre estos productos serán “libros necesarios”,“merecidos rescates literarios” o “novedad imperdi-ble”. Las editoriales que gozan de estas ventajas porlo general son editoriales “independientes”, o “peque-ñas”, que por su condición parecen merecer otrotrato. O tal vez por amiguismo, nuevamente, o por lano tan lejana posibilidad de presentar un original,quién sabe (hay mucho periodista cultural que estáansioso por ver su obra publicada). O por una simplepose snob.

No merece la pena hablar de la parte más evi-dente y aburrida de todo suplemento cultural: el“acompañamiento editorial” a las empresas quepagan publicidad en esos medios, que por lo generalson las editoriales más grandes económicamentehablando.

De todos modos sigo leyendo suplementos cultu-rales, no todo es despreciable ni está teñido de sos-pecha: se pueden seguir descubriendo autores, sepuede seguir discutiendo con la nota o reseña que noestamos de acuerdo, y de última, ¿qué segmento deldiario vamos a leer? ¿El de economía?

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liberaditaspoesía

Selección de A cien mil watts

después de esa tarde nos cambió el ritmo cardíaconos llenamos de recuerdos criamos y cuidamos cosas juntosde ahí en más nos besamos todos los días del añodescubrimos una lista interminable de gente y gustos en comúnlanzamos un fanzine gratuito de poesía queerte acordás? probabas tu nombre más el mío en google a ver qué salíainvestigabas quiénes comentaban nuestra gestión cultural y militancia poéticay te volviste el crítico mimado de revistas literarias onlinedespués de unos meses suspendimos nuestro ciclo de lecturasquería irme de viaje a barcelona en busca de otra clase de sensualidadjuntamos plata trabajando en call centersyo junté más rápido vos tenías deudas con el bancoviajé primero me esperaste juntaste más plata trabajando doble turnome fuiste a buscar a la playa nos peleamos el día entero no sabíamos para qué nos estábamos viendo en vacacioneséramos una pareja de viejos que no se amabay seguía casada por compromisola plata te duró menos que a micogiste con un par de alemanes para juntar algunos eurosy tomarte un tren a andalucíaera la primera vez que decías me engañabas con otros regresaste a buenos aires a esperar mi vuelta un día te hartaste yo no volvía más me quedé un año estabas entre ordenarte sacerdote o entrar al chat para cambiar de noviocon aires de rebeldía propios de mi viaje te sugerí un amantealguien divertido para pasar el rato mientras preparabas finales y buscabas laburoalgún tarado que te invite al cine a ver de dibujitosprohibido que sea de la facultad prohibido que sea poeta si lo fuera solo toleraría algún poeta de blog pero ningún otro tipo de publicación

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liberaditaspoesía

para ese entonces yo hablaba solo no respondías ni enviabas emailsdesactivaste tu cuenta de skype

me ilusionó pensar que te hubieras muertochoreado en el bajo flores por haber ido a la villa a comprar merca

con la excusa de estar escribiendo tu primera nouvelleya no me esperabas más no cuidabas nuestras cosas

abandonaste tu ideal de sacerdote dotado te rendiste a la tentaciónabriste todos los perfiles de citas para conocer alguien fresco y sanar de mí

semanas más tarde volví rapado a buenos airesantes el rapado eras vos y a tus chicos los elegías rubios o pelirrojos

te llamé varias veces hasta que te encontréme advertiste estabas impedido de mantener amor conmigo

regalaste todas mis cosas con la excusa de que te mudabas a un depto más chicodejamos de vernos de escuchar la misma música nos dividimos las fiestas

y rompimos lazos entre amigos en comúnese mismo mes belleza y felicidad cerró su local

para tu cumple estaba armando una fiesta sorpresa con temática rafaella carráregalé las pelucas ya no supe dónde vivías ni si algún subte conectaba nuestras casas

me quedé nuestro fanzine de poesía y lo relancé sin vos fue un éxitohasta diana bellessi me dio poemas inéditos

Textos: Germán Weissi / Ilustraciones: Omar Turcios

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liberaditaspoesía

juré únicamente reencontrarnos en un entierro

o cuando uno de los dos se ganara el lotopocos meses después te encontré en facebookte habías trenzado el pelo estabas super gordo y usabas un apellido de mentiranuestra batalla de afectos no había perduradotodavía compartíamos más de 50 contactos en comúnempecé a preguntarles por vos a querer saber cosas escabrosastu nuevo novio también escribe poesía y tiene proyectos autogestionadosque lo ubican en la crema de la poesía actual y en el último número de plebellame llegó el chisme: querés que él y yo nos leamos y publiquemos en nuestros respectivos proyectos no es esa la ley primera de la última poesía argentina? hacernos amigos que nos publiquen plaquetas fundar fanzines con los que cogemos un proyecto de pareja cachorrito presentado a subsidios ganar un fondo nacional de las artes después deshacernos de todo oficializar por blog la ruptura dejar-lo en suspenso sacarlo de circulación reeditarlo edición super especial y limitada reemplazarlo por otrocon mejor arte de tapas junto a un nuevo editor más rubiocon su columna fija en radar que te coja más fuerte

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El principio del día era el doloren los huesos. Eso había decidido,porque después de ochenta añoscreía tener el derecho a determinara su antojo cuándo empezaban ycuándo terminaban las cosas.Aunque los ojos se le abrían inde-fectiblemente antes de que la pri-mera claridad se mostrara por laventana, alrededor de las cinco ymedia de la mañana; aunque sequedaba una hora y media con losojos abiertos mirando cómo la habi-tación cambiaba a medida que laclaridad crecía (y ése era el únicosueño posible, el único entramadoonírico que le quedaba luego de unsueño vacío de imágenes); aunquea la siete en punto oía entrar aMagdalena al departamento, bufarun poco y desplegarse por la casahasta el momento de entrar en lahabitación y despertarlo (y élcerraba los ojos para dejarse des-pertar, siempre de cara al techo);aunque luego le costara levantarsey demorara siempre buscando laspantuflas, el día no comenzabahasta que un hueso se decidía achillar. Nunca sabía en quémomento iba a ocurrir. Podía serante el primer esfuerzo paraerguirse en la cama o ponerse depie, podía ser más tarde, ya en elbaño, mientras se lavaba los dien-tes, durante el desayuno o cuandoluego volvía a la pieza para vestir-se, en el momento de calzarse losmocasines, o incluso podía demo-rarse media mañana y sacudirlo

mientras leía o hacía que leía, sen-tado en su sillón favorito, aletarga-do por el ir y venir de Magdalenaen el departamento, limpiando,ordenando y cocinando. Pero hastaque algún hueso cualquiera nodoliera él sentía que el día no habíacomenzado. Por eso esa mañanase sorprendió al sentirse requerido.

–Se olvidó de sacar la basura,don Antonio.

–¿Qué?–Que se olvidó de sacar la

basura.

De todas las tareas del hogar,ésa era la única que le correspon-día a él. No era un capricho deMagdalena, mujer de formasampulosas y movimientos medidosque hubiese considerado el antojocomo un gasto de energía innece-sario: si había que sacar la basura,ella la sacaba, si no había quehacerlo, no lo hacía. Era una dispo-sición de él, algo que le quedaba dealguna de sus vidas pasadas, nosabía si de la infancia, de sus añosde soltero empedernido o de algu-no de sus tres matrimonios. Sacar

la basura. Salir del departamento,encender la luz, recorrer el tramode pasillo hasta lo que alguna vezhabía sido la boca del incinerador yahora era un cuartucho maloliente,dejar la bolsa y retirarse llegandoindefectiblemente después de quela luz del pasillo se apagaba. Erasu excursión diaria. El momentopara respirar un aire distinto alsuyo, aunque fuera el aire de unpasillo desmejorado en un séptimopiso de un edificio que nunca habíaconocido épocas mejores.

Don Antonio levantó la cabezadel libro que estaba leyendo y miróa Magdalena arqueando las cejas.–La basura don Antonio, ¿quiereque la saque?

No, no quería, y tampoco queríaque le siguiera repitiendo que nohabía sacado la basura como si noentendiera. Su desconcierto veníade otra parte. Él recordaba, estabaseguro de haberla sacado la nocheanterior. Podía tener ochenta años,arrastrar los pies y no hablar mucho,pero eso no quería decir que nopudiera recordar. Al contrario, sumemoria era perfecta y detallista. Élhabía sacado la basura. Pero comolos años que lo habían vapuleado lehabían dejado algunas cosas a cam-bio, no intentó contradecir aMagdalena. Tal vez había sacado labolsa equivocada. Siempre habíademasiadas bolsas en la cocina.

–No gracias, Magdalena. Si yaterminó con la comida puede reti-rarse. Yo la saco más tarde.

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callejerasnovela

El corazón de la manzanaTexto: Ricardo Romero / Ilustración: Daniel Montero Galán

Un poco así, entre inconclusa y errante, es la propuesta de Callejeras. Esta sección, queinauguramos en Casquivana2, busca modelar con palabra, ese deseo latente, atravesado porlas contingencias, que es Casquivana. Entonces, surgió la idea de un juego, ni original ni pri-mero, la versión adulta del tomala-vos-dámela-a-mí. Un juego, casi podría decirse infiel. Unanovela que pasará, capítulo a capítulo, noche tras noche, por la mano de distintos escritores.Algunos buscados, otros sugeridos. Todos bienvenidos a continuar con este primer capítulode Callejeras, que inicia Ricardo Romero. Si sos vos quien quiere seguirla, escribinos.

1.

“…dejar la bolsa yretirarse llegandoindefectiblemente

después de que la luzdel pasillo se apagaba.Era su excursión

diaria.”

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Media hora después donAntonio estaba solo en el departa-mento. Era ya cerca del mediodía yla luz del sol caía a pique sobre elcorazón de la manzana. A donAntonio le gustaba mirar por la ven-tana del living el corazón de la man-zana, no porque hubiera algo espe-cial ahí, sólo un techo lleno deescombros y algunos gatos sagacescazando palomas, sino porque sellamaba corazón de la manzana. Sitenía fuerzas y era capaz de termi-nar la novela que tenía empezadadesde hacía varios meses, le pon-dría de título “El corazón de la man-zana”, aunque esa expresión notuviera nada que ver con lo queocurría en la novela. Pero era unafrase tentadora. Era un título exce-lente de lo malo que era. DonAntonio rió un rato, sin demasiadaconvicción. Estaba en una de esasetapas en las que su única relaciónentusiasta con los libros era armarpeligrosas torres sobre la mesa delcomedor. Una especie de jenga soli-tario. Se resignó, también, sindemasiada convicción, y se dispusoa resolver el misterio de la basura.Fue hasta la cocina y constató,efectivamente, que la bolsa todavíaestaba ahí. La intriga entonces secentraba en la bolsa que habíasacado el día anterior. Podía espe-rar hasta la noche, que era el hora-rio permitido para sacar la basura.Sabía que el portero sólo pasaba díapor medio y lo que fuera que hubie-se sacado todavía estaría ahí.Recordaba que era una bolsapequeña y liviana, porque a pesarde que en su trajinar diario donAntonio apenas producía algunossaquitos de té y sobras de comida,él se empecinaba en sacarla todoslos días. Un día no era un día si nodolía un hueso. Un día no era un díasi no sacaba la basura. Estaba yaencaminado hacia la puerta deldepartamento cuando lo asaltó lapregunta. ¿Entonces qué clase deunidad temporal había tramadosacando una bolsa que no era basu-ra, y cuál estaba provocando ahora,que sacaba una bolsa sabiendo quea la noche sacaría otra? Decidiópensar en eso después. Tenía todala tarde para hacerlo.

Abrió la puerta despacio, tra-tando de que las bisagras no sona-ran. Quería evitar, a toda costa,cualquier posible encuentro con losvecinos. De los otros tres departa-mentos del piso había uno deshabi-tado, y en los otros dos vivíanmujeres de mediana edad. Una deellas recibía hombres en su casa atoda hora, la otra, la única quehabía leído alguno de sus libros, oal menos eso decía, era la mástemible: una docente jubilada quedaba clases particulares.

Demoró unos segundos enencender la luz tratando de encon-trar una diferencia en la penumbradel pasillo, algo que lo distinguieradel que solía recorrer al anochecer,pero le pareció idéntico. Encendióla luz y avanzó. Al pasar junto alascensor, sobre la puerta metálicacerrada, volvió a leer el precariocartel escrito a mano: “El ascensorse encuentra descompuesto. Uselas escaleras”. Lo había visto lanoche anterior y no le había pres-tado atención. Hacía más de tres

meses que no salía del edificio,desde su última visita al médicopara un chequeo, y por lo tanto nole pareció que ese mensaje estu-viera dirigido a él. Pero ahora unmalestar lo invadió, algo imprecisoque lo acompañó hasta el incinera-dor, mientras revisaba las bolsasde basura para encontrar la quehabía dejado por la noche.Efectivamente se había equivocadode bolsa. La que había sacado con-tenía el último rollo de papel higié-nico que le quedaba. Tendría queavisarle a Magdalena que habíaque comprar más. Dejó la bolsacorrecta y con el papel higiénico enmano volvió a su departamento. Alpasar junto a la puerta del ascen-sor, se detuvo. Leyó el cartel otravez. Apoyó el oído para escuchar,se asomó por la rendija para ver.No se escuchaba nada y todo eranegro. ¿Cuánto tiempo estaría así?¿Es que en el consorcio nadie pen-saba en quienes no podían bajarescaleras? Se indignó, se mareó.Fue pensar eso y sentir, primeroen la planta de los pies y despuésen el resto del cuerpo, la imperiosanecesidad de bajar, de salir. La luzdel pasillo se apagó y la escalerarelució en la penumbra. Estaba elpapel higiénico en las manos y lapuerta entreabierta del departa-mento. Eso lo detenía. Pero enton-ces los huesos le dolieron y el díacomenzó inexorablemente.

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callejerasnovela

“le pondría de título “Elcorazón de la

manzana”, aunque esaexpresión no tuvieranada que ver con loque ocurría en la

novela. Pero era unafrase tentadora.”

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heterodoxasAutobiografía psíquica, de Hermann BrochLosada, Buenos Aires, 2010

Milan Kundera insiste en que los escritores que revolucionaron la literatura delsiglo XX fueron tres: James Joyce, Franz Kafka y Hermann Broch. Exiliado de suAustria natal durante el nazismo, Broch se refugió en Estados Unidos, donde con-tinuó con sus textos de ficción (que incluyen la trilogía Los sonámbulos y La muer-te de Virgilio) y con otros, de carácter más teórico. En esta línea se encuentra suAutobiografía psíquica, especie de autoanálisis freudiano que realizó después determinar su análisis con Paul Federn. En ella, Broch hace un verdadero estado dela cuestión de su vida, sus traumas, sueños, carácter y deseos, pero también unareflexión incisiva y detallista de su obra literaria, abordando uno por uno sus tra-bajos publicados.

Desalmadas, de María MartocciaLa Bestia Equilátera, Buenos Aires, 2010En un lugar donde alguien puede decir que “Por el viento se saben unmontón de cosas” y agregar “Mi madre olía las apariciones a kilómetros. Nacióun desgraciado, decía, o vino al mundo otra mujer tacaña”. Y donde los apareci-dos no causan sensación, allí, transcurre Desalmadas, con el humor del habla,de aquel que sabe escucharla, Martoccia le pone voz a la sierra. E imagina unamadre que pretende despojar a su hija del diagnóstico que la sentencia; ademásde tres viejas que, unas a sabiendas y otra no, buscan una herencia que lasrescate; junto a una curandera, un ladrón, una asesina y un comisario. Todos,sobre un escenario donde “el tomillo, más aguantador que la menta, florecedebajo de las rocas y crea refugios para los cuises y los sapos.”

El caballero que cayó al mar, de Herbert Clyde LewisLa Bestia Equilátera, Buenos Aires, 2010

Herbert Clyde Lewis fue un periodista newyorkino que nació en 1909 y murióen 1950. Trabajó como guionista en Hollywood para la MGM y Fox, y tras un viajepor Europa y China escribió ésta, su primera novela, en 1937, que hasta esta tra-ducción no había sido conocida en castellano. La historia se inscribe en la tradi-ción inaugurada por escritores como Kipling, Conrad o Defoe, y que luego fue con-tinuada por otros como Hemingway, García Márquez, o, más cerca en el tiempo,los productores de la serie “Lost”. Mezclando relatos de viaje con ficción y filoso-fía, Lewis le da forma a una novela breve que comienza con su protagonista, elrespetable Henry Preston Standish, cayendo de cabeza al océano Pacífico, mien-tras el barco en el que viajaba se aleja cada vez más.

Emaús, de Alessandro BariccoAnagrama, Buenos Aires, 2011

Emaús, del vocablo hebreo hammat, significa "primavera templada". Fue, ade-más, el nombre de un lugar al norte de Jerusalén que luego se llamó Imuas. Ellosson cuatro amigos, el Santo, Luca, Bobby y el narrador. Ella es una chica con nom-bre de hombre, Andre. Tienen dieciséis, diecisiete, dieciocho años. Ellos son cató-licos y creyentes y le dedican a su fe gran parte de su tiempo. Ella es más bellaque la belleza misma, que la inmaculada y que la que tiene mácula. Es de unabelleza desconcertante. Ellos son la banda de rock que toca en la iglesia, son elgrupo de jóvenes que visita a los moribundos en los hospitales para limpiarles sussuciedades. Ella ingresa a la vida de los cuatro y ya nadie será el mismo. Elloscomprenderán la diferencia entre el drama y la tragedia, entre la mesura de lasfrustraciones cotidianas y la fuerza desmedida que guía los destinos de los héro-es. Ella, al parecer, ya la conocía.

libros

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heterodoxaslibros

Los hijos únicos, de Manuel CrespoGárgola, Buenos Aires, 2010

Ganador del concurso literario de la Colección “Laura Palmer no ha muerto”(de claras alusiones a la serie de David Lynch, “Twin Peaks”), Manuel Crespo(Buenos Aires, 1982, periodista de profesión) presenta su primera novela, quetiene como eje a los amigos del narrador. Un hilo descriptivo coloquial, sencillo, defácil lectura, que fluye a medida que avanza el texto, como un dibujo de Escher ocomo si fuera un Ouroboros, esa serpiente que se muerde la cola y vuelve aempezar infinitamente. Fotografías mentales de momentos simples que quedaronen la memoria del protagonista, o que bien fueron transformados por el paso deltiempo, inventos posteriores de lo que podría haber ocurrido tiempo atrás. Retratosurbanos de algo que seguramente vos también habrás vivido, de un modo u otro,cuando todo parecía tan lejano e improbable.

Los límites de la cultura, de Alejandro GrimsonSiglo XXI, Buenos Aires, 2011Probablemente, uno de los libros más inteligentes del año, de esos que terminanconvirtiéndose en referentes ineludibles. Grimson, antropólogo argentino por laUniversidad de Brasilia, realiza una serie de reflexiones sobre las teorías de la iden-tidad, retomando las premisas posmodernas y multiculturalistas. Sin embargo, susopiniones son sumamente críticas al respecto, dedicando muchas páginas, ejemplosy argumentos para demostrar las falencias de un discurso que está en pleno auge ymoda. A través de una serie de artículos, conferencias e ideas sueltas, Grimson pro-pone abandonar ciertas etiquetas, estructuras y prejuicios, aprovechando las com-plejidades del ser humano para enriquecer sus estudios, y no reducirlo a una cate-goría cómoda para el investigador social, a partir del concepto de interculturalidad.

¿Qué es un autor?, de Michel FoucaultEl Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2010

Probablemente una de las obras más claras, concisas y provocativas de Foucault.¿Qué es un autor? es el título de una conferencia en la que este referente de los ’60y ’70 se enfrenta al público siempre problemático de la Sociedad Francesa deFilosofía, que tenía entre sus oyentes a hombres como Jean Wahl o Jacques Lacan.Básicamente, la propuesta de este Foucault (posterior al de Las palabras y las cosas,inmediatamente anterior al de La arqueología del saber) es discutir con algunas ideasde Roland Barthes y preguntarse qué importa quién habla, cuestionando toda una tra-dición basada en el dudoso criterio de autoridad. El texto (conferencia seguida dedebate, a veces ríspido) viene acompañado por comentarios muy pertinentes deDaniel Link, en formato de apostillas que ayudan a confrontar el material.

Riña de gatos, de Eduardo MendozaPlaneta, Buenos Aires, 2010

Ambientada en el Madrid de 1936, inmediatamente previo al estallido de laGuerra Civil Española, esta novela se convierte en un relato histórico de lo quefue, de lo que podría haber llegado a ser. Con el eje puesto en un grisáceo aca-démico del arte inglés, gran conocedor de los cuadros de Velázquez, la trama seva complejizando con la aparición un cuadro desconocido del gran pintor españoly de personajes, algunos ficticios y otros reales (Franco, José Antonio Primo deRivera, Queipo del Lano, Manuel Azaña), que por momentos se vuelven amena-zantemente simpáticos. El amor, la política, las teorías artísticas, el clima de épocade una España convulsa y la historia revisitada se mezclan en este libro, con elque Mendoza se hizo acreedor del Premio Planeta 2010.

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blasfemas

Si yo fuera superhéroeYair MagrinoPrimero debería elegir mi superpoder. Batman,

definitivamente no. El asunto con Robin es pococlaro. Pienso en los 4 fantásticos. Se me ocu-

rre una sola parte de mi cuerpo que quisiera alargar.De prenderme fuego lo único interesante es quepodría cocinar una entraña en el bolsillo. Con lamanía que tiene la gente de recolectar piedras, con-vertirme en La Roca sería un suicidio. Invisibilidad.Eso sería interesante, aunque los motivos son másbien pornográficos. Luego del análisis, concluyo queel único que vale la pena ser, es Superman: vuela avelocidades siderales, tiene fuerza extrema, visión derayos X (motivación pornográfica encubierta) y alien-to fresco (congela cualquier cosa de un soplido). Sinembargo, ¿perseguiría a Lex Luthor? Con lo mal queanda el mundo, ¿qué me importa si se apodera deuna represa hidroeléctrica para tiranizar a la pobla-ción entera? ¿No pasan esas cosas todos los días?¿Qué podría hacer? Ya sé: un superhombre con con-ciencia social. La naturaleza y Adam Smith serían misarchienemigos. De un soplido congelaría las lluviastorrenciales que caen en Brasil (con sus consecuen-tes inundaciones catastróficas) para llevarlas aCórdoba, dónde las sequías son recurrentes.Arrasaría los silos de Monsanto y repartiría las semi-llas robadas entre los pueblos hambrientos delmundo. ¡Dios me libre de la insatisfacción crónica delhombre! Los receptores de semillas, cansados decomer siempre lo mismo alzarían la voz pidiendovacas. Así que en sucesivos vuelos a la India raptaríamiles. ¡Superhéroe miope! Los indios me declararíanpersona no grata. La lluvia no caída en Brasil, seca-ría la Mesopotamia. Los bodoques de hielo desborda-rían los cauces de Córdoba arrasándolo todo. Y loscollares de kriptonita romperían records de venta enel mundo entero. Mejor de superhéroe nada. O sí, mecalzo la 10 de Independiente y lo llevo a la gloria. Queasí sólo sufren los de Racing, y total, ellos estánacostumbrados.

Así empecé yoCarolina Sborovsky

Amis nueve, durante las tórridas siestas deConcordia, asistía a un taller de costura en unlocal que en horario de trabajo funcionaba

como panadería. El taller lo daba una gallega entra-da en carnes, groupie incondicional de Isabel Pantoja,que antes y después del paréntesis de la siestaentregaba los facturines y panes de anís. Éramosseis nenas, entre los ocho y los once, y ninguna logrómás que alguna agarradera que después adornaría lacocina. Sin embargo, ese mundo de encierro (feme-nino, casi de secreto) tenía algo que me fascinaba.Para inocularnos fervor por la Pantoja, entre puntaday puntada, Tía Fina nos hacía repetir sus coplas hor-monales y desangradas. Eran canciones plagadas delugares comunes sobre el amor, que en sus encendi-das pero veladas formas de aludirlo nos hacían flotarde incomprensión, como si con el delay de cadaestrofa nuestro desarrollo púber se fuera abonando.Yo me dejaba ir con las que contaban la trágica his-toria de Pantoja y Paquirri, los dos mayores ídolospop españoles de entonces. Fue amor perfecto.Hasta que un toro ensañó sus cuernos en el hígadode Paquirri, mientras ella presenciaba todo en vivo yaún ignoraba estar gestando el hijo destinado a coro-nar su romance con el torero.

No lo toleré mucho tiempo, pero si me piden adju-dicar un origen a la literatura (la insatisfacción y elgusto por el reemplazo) tengo que decir que ella meseñaló una metáfora por vez primera. Además de sumaster class el día que una de las nenas dijo que elalgodón con que rellenaba un costurero olía a des-odorante para autos, y Tía Fina, después de mirarnuestras caras de acné, aclaró que aquél era unalgodón íntimo y nos explicó ciertas cosas que yatendríamos que haber sabido. Algunos días después,cuando anuncié que desistía del curso, me despidiócon un regalo: un diario, también íntimo, para que meayudara a entender mejor qué me está pasando.

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impúdicasmonólogo

Mi habitación más quieta,como si antes no lo hubieraestado tanto. Nunca así de

quieta. En realidad la quietud lacargo toda yo, acomodada en micama. Yo no me muevo, entoncesnada lo hace. Entra sol por la per-siana como si viniera a bailarse untema. Tiene rulos en la cabeza ella,y yo no. Me pregunto acerca de losgenes, lo hereditario y lo que here-do. ¿Por qué esto sí, y eso de losrulos, no? Lo único que veo en laoscuridad son sus rulos rojos y enla mano un palito brillante que ven-dría a ser el termómetro que nece-sito. Debajo de mi axila algo hierve,y es como si fuera a hervir parasiempre. Los rulos de mi mamá semezclan con la oscuridad y escomo si deseara, un ratito nomás,que desaparezcan y me la dejencalva. Odio los rulos. El termómetromarca, el mercurio sube. Dentro demi cuerpo algo bulle, y si cierro losojos Mickey Rourke entra a unlugar monumental, plagado deluces que lo iluminan y lo esperansólo a él. Camina por un pasillitomarcado justamente para eso, paraque él se luzca, y se le mezcla elsudor con el pelo largo en la espal-da formando un masacote violento.Mickey trae puesto una especie demameluco de cuero negro, quedeja partes de su tórax al airelibre, como para hacerlo un pocomás estimulante. Mickey caminapor el pasillito que no tiene alfom-bra, pero debería tener, porque escomo esos que tienen, y va salu-dando a muchas chicas. Una poruna las saluda. Les toca todo lo quesea la entrepierna, la cara, la nariz.Les tira del pelo a las chicas, comosi fuesen cachorros comestibles, yellas ríen como si nunca antes. Ahíes cuando yo pienso: ¿las chicasde verdad están disfrutando deMickey, o son extras y les pagaronpara estar ahí? ¿Temperatura?

De mañana mi mamá con pelomojado. Es como si algo en la axilase hubiera apausado. No tengohambre, no es fácil que entre boca-do cuando Mickey Rourke estuvorodeándolo a uno. Algo de los ruloscolorados de mi mamá se asimila ala cabellera rubia de hombre, esaque como característica principal

TemperaturaTexto: Camila Fabbri / Ilustración: Juan Sebastián Amadeo

“No tengo hambre, noes fácil que entre

bocado cuando MickeyRourke estuvo

rodeándolo a uno.”

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nos deja grasa y sólo grasa. Ledoy la mano a mi mamá y me lleva.El termómetro me cuelga del brazo.No sé de dónde se sostiene. Unavez en camilla de sala blanca, mepesa el cuello. Me pregunto unavez más acerca de los genes, comosi mi último residuo de baja tempe-ratura me dejara pensar en algo deeso. Pensar en lo verdadero.

Fuera de la habitación hayruido. Un hospital con alguiencomo yo, adentro. Si cierro los ojosuna enfermera gorda se acercacon una bandejita. En la camilla laespero yo sentada, con las pierni-tas adelgazadas colgándome.Tengo puesto un jardinero de jean,si yo no fuese esa, me enternece-ría con tal imagen de mí. La gordame mira seriamente a los ojos, melos clava. Tiene ojos claros lagorda, un atributo bastante envidia-do, pero para mí su gordura anulatodo lo otro. Porque su gordura esmaldad. Mientras me penetra conlos ojos me pregunta si voy a des-mayarme y le digo que no. Me res-ponde que por qué tengo esa cara.No sé qué le respondo, no es pro-blema suyo el gesto que tengopuesto en ese momento. Ademássacarse sangre no es el sucesomás feliz de una mañana. De labandejita saca una aguja, todo elarmado de la aguja me lo pierdo-no lo veo- y me clava nomás elpuñal en la venita. Mientras sacasangre hace fuerza para que salga,pareciera que la gorda nunca anteshizo esto de extraerle algo aalguien. Mientras me hace la activi-dad macabra, canta una canción.Unas estrofas conocidas. ¿Quién ledijo que puede cantar en un hospi-tal? Mal gusto la gorda. “Estoy ven-cida porque el cuerpo de los dos esmi debilidad. Esta vez el dolor va aterminar. Estoy vencida porque elmundo me hizo así, no puedo cam-biar. Soy el remedio sin receta y tuamor, mi enfermedad”. Oportuna,con su trajecito de enfermera,viene a cantarme “mi enfermedad”,justamente cuando estoy ahí averi-guando qué tengo. Termina laextracción y me corre un hilito desangre por el brazo que lo limpiacon un algodoncito. Me pone otro

sobre la herida y me lo aprietacomo si fuese un matambre: nopuede dejar de lado su condiciónde apriete. La ropa le aprieta,entonces hace que todo lo que larodea cumpla la misma función.Qué distintas que somos pienso,qué poco lugar ocupo en el espacioy cuánto ocupa ella. Pienso en lainjusticia de algo así. A las horas,mi brazo está morado. La gordaestará en su casa. Mi mamá meespera fuera de la habitación blan-ca, me hace abrirle los ojos. Le doyla mano y viajamos juntas. En undisco viejo que encuentro un tiem-po después, “Mi enfermedad” es laúnica canción que está rayada.¿Qué de la idea de lo hereditariohace que mi mamá, sea lo únicoverdadero cuando hay fiebre?

De noche me bajé la tempera-tura con pastillas. Me quedé sola.Me puse a ver videos de MarilynManson. También averigüé cosassobre él, sobre su vida amorosa.Me pregunto qué vida sexual puedetener un andrógino como Manson.Eso mismo me pregunto mientrasespero recomponerme de la fiebre.Manson en realidad se llama BrianWarner. Averigüé que tuvo dosnovias, las dos muy bonitas. Con lasegunda iba a casarse pero la cosano resultó, no se sabe bien porqué. Me cuesta tanto creer que esachica haya accedido a tal compa-ñía. También se dice que ahoraestá pelado pero no hay fuentesque certifiquen esa información.Pensaba en la idea que tuvo deponerse Marilyn, como la gran divafemenina de la historia, y Manson,un apellido común de los pagosnorteamericanos. ¿Qué dualidadhay ahí dentro, Marilyn? ¿Por quéte maquillás así? ¿O por qué exigísque tus representantes de imagenle hagan ese tipo de retoques a tu

cara en los videoclips? Llegué a laconclusión de que Marilyn Mansones un tipo que está angustiado,hace tiempo, hace años. Diría quedesde antes de comenzar su carre-ra. Pensaba que Manson es larepresentación vívida de la angus-tia, porque todavía no pudo resol-ver quién es ni por qué. Al lado deesta conclusión, mi fiebre parecieraser algo diminuto. Habrá que acu-dir a Manson para sentirse mejor.Habrá que inventarse historias. Yen un segundo, como si todo seaclarara, entiendo que la fiebre esel estado de mayor compañía.Cierro los ojos y todo se destruyeen un punto rojo gigante, hervido.Como un gran rulo de madre queno ahora no está, que salió.

Nadie trae termómetro y la his-toria inventada me consume.

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impúdicasmonólogo

“Me responde que porqué tengo esa cara. Nosé qué le respondo, noes problema suyo elgesto que tengo puestoen ese momento.”

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blasfemasQue hubiera pasado siGabriel Mesa

¿Qué hubiera pasado si Eva no hubiese mordidola manzana…?

Entre tantos cuentos que comienzan con el“Había una vez”… el caso paradisíaco de nuestros¿bienaventurados? Adán y Eva, escapa a la fórmulahabitual, quizás porque si damos crédito al chusme-río bíblico y nos ponemos en lugar hoy un tanto “vin-tage” de vestir a la hoja de parra… Ellos fueron la pri-mera pareja y por eso, ese cuento, debiera comen-zar con la frase: “Había por primera vez”, y, a decirverdad, gana en dramatismo pero le da un color algoegoísta que nos aleja de aquella de aquella primitivaIsla de Caras.

Dejando de lado discusiones más profundas, dar-winianas, con la que nos volveríamos monos, la cues-tión en este caso es que si tratásemos sólo por uninstante viajar mentalmente hacia el paraíso, en aquelmomento preciso en que la serpiente atenta y opor-tunista, decide tratar de convencer a Doña Eva, paraque cometa la primera de las infracciones; nos vemosen el irremediable ejercicio de reflexionar… Y si Evase hubiese dejado llevar por un espíritu más entrepe-neur, y en lugar de ver a un desagradable reptil, suimaginación le hubiera permitido reciclarla en un parde zapatos o en una cartera, la historia sería muydistinta.

Convengamos que de haber seguido las instruc-ciones precisas, de no comer del fruto prohibido enel Edén, absolutamente todos gozaríamos de losbeneficios de estar en el paraíso, sin depender demillas acumuladas, promociones bancarias o cuponesde descuento. Imagínense todos en el paraíso, viendomujeres y hombres completamente desnudos todo eldía, pero sin necesidad de tener que verlos bailar yser puntuados por un jurado. Estar todos en el Edénsin nada que hacer, esperando la voz del más allá,sin confesionarios, ni nominaciones. En fin, si Eva nohubiera dado ese mordisco, probablemente hoy esta-ríamos en bolas… ¡Igual que ahora!

El problema de las agendas es comprarse la prime-ra. Mientras se vive sin haber incorporado esa nece-sidad; sin planes y tiempos señalados, la existenciahumana puede parecernos feliz primero: porque unose salva de correr el día de navidad hacia la libreríaamiga y transpirar sobre el mostrador insistiéndole alempleado que chequee si esos son los únicos mode-los de tapa de la Rhein, mientras se soporta laembestida de la patota de otros compradores com-pulsivos de Rhein que quieren justo la que uno haelegido. Segundo, porque se ahorra una duda onto-lógica no recomendable para los primeros días deenero en paradores donde otra gente, sobre unpareo y a centímetros de la propia congoja, se arro-ja a tomar sol o margarita y a leer revista Pronto.¿Paso todos los teléfonos de la vieja agenda?Tercero, porque uno se embarca en una práctica quedurará el resto del año y dejará constancia por escri-to de nuestra peor burocracia interna –el bicicleteode actividades y decisiones varias de un día o sema-na o mes o trimestre al siguiente–. Al término del año,al releer –por puro placer morboso; está claro– enqué consistió el año, quedan en evidencia cartelesasí: “9 de febrero: ir a buscar título de grado aRectorado. Llevar 2 fotos carné blanco y negro yfotocopia dni”. “12 de febrero: título. Foto y dni”. “22de febrero: ojo, título; chequear 9 de feb”. Sobrevieneun breve lapso de olvido mientras uno está entreteni-do con otras actividades –“comprar cif”, por ejemplo–que son motivo de repetición y pueden encabezar lamañana de un lunes y terminar ensamblando con:“rueditas para la mesa de la t.v.” o “llamar a mi abue-la”, hasta que un martes 15 de julio, aparece otra vez:“Ojo: título. Averiguar en qué oficina se retira”. El 10de octubre, el mensaje se pone imperativo: “título YA!”y el 27 de noviembre, desesperado: “ME VAN ATIRAR EL TÍTULO!!!”. Pero aquí viene lo peor: la com-probación de que la organización del tiempo desde laépoca de los cristianos a la fecha y los términospasado, presente, futuro pueden ser burlados ilimita-damente y que la única esperanza de tiempo apre-hensible es la fragmentación. No quise desahuciarlos;sólo recomendarles: mejor, ahórrense esos pesospara el margarita.

Teorías cotidianasCelina Artigas

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ambivalenteshistorieta

Sol Díaz Castillo

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Juan Sebastián Amadeo Autodidacta. Dibujante,ilustrador y artistaplástico. Entre susmuchos trabajos como

ilustrador, fue contratado por elGrupo Norma y los suplementosComunidad y ADN de La Nación.expuso en Burdeos y Bazas(Francia) en Barcelona (España) ynumerosas veces en Buenos Aires,fue premiado por la municipalidadde Tigre con el primer premio endibujo en la fundación “Crecer contodos”. www.juanamadeo.com

Pablo Amster Doctor en Matemáticasde la UBA, en la cuales actualmente es pro-fesor, e investigador

del CONICET. Es autor de más desetenta y cinco artículos de investi-gación científica en el área deecuaciones diferenciales, y colabo-ra en diferentes proyectos con uni-versidades argentinas y extranje-ras. Recientemente ha publicado,entre otros, los libros ¡Matemática,maestro! Un concierto para núme-ros y orquesta (Siglo XXI, 2010).

Clara Anich (Buenos Aires, 1981)Licenciada en Psico-logía, integra el GrupoAlejandría. Publicó Juego

de Señora (El Suri Porfiado, 2008),y participó en antologías con cuen-tos, poesías y monólogos teatrales.También tiene obras de teatro brevey una novela en proceso. Hoy, eseditora de Casquivana. descalzaenlanoche.blogspot.com

Celina Artigas (Mar del Plata, 1981).Vive en La Plata desdehace once años. Esperiodista por la UNLP;

correctora y editora, por oficio.Publicó La Plata, ciudad inventaday además de su blog escritos (celi-naartigas.blogspot.com), publicó enlas revistas Lea, Veintitrés, DadáMini, Dulce Equis Negra y esactualmente columnista en DeGarage. Forma parte del ÁreaGráfica de la F.P.y.C.S.; es editora

free lance y dirige su sello PrimerPárrafo (www.primerparrafo.com.ar).

Carlos Autieri (1979). Artista Plástico.Fundador 3/3 de laAsociación de PoetasPetisos.

carlosautieri.blogspot.com; asociaciondepoetaspetisos.blogspot.com

Juan José Burzi (Lanús, 1976). Dirige larevista de opinión lite-raria Los AsesinosTímidos (www.losase-

sinostimidos.blogspot.com), y entre2004 y 2010 fue parte del GrupoAlejandría. Publicó Un dios dema-siado pequeño, cuentos, Edulp(2009); El trabajo del fuego,Nouvelle, Edulp (2006); y Miedo ala oscuridad, cuentos infantiles,Estrada (2005).

María Sonia Cristoff (Trelew, 1965). Entre sus libros figuranFalsa calma, crónica(2005), Desubicados,

nouvelle (2006), Idea crónica, litera-tura de no ficción de autores ibero-americanos (2006), Pasaje aOriente, narrativa de viaje de escri-tores argentinos (2009) y Bajoinfluencia, novela (2010). Escribe enmedios nacionales y extranjeros, ydicta una Clínica de Narrativa en laEscuela de Escritores del CentroCultural Ricardo Rojas.

Mario CroccoProfesor y doctor, prestóservicios desde 1984 a1986 a cargo de la Basede Datos de la Comisión

Investigadora de Ilícitos Económicosdel Senado. Desde 1982 es Directordel Centro de InvestigacionesNeurobiológicas en el Ministerio deSalud. Desde 1988 se desempeñacomo Jefe del Laboratorio deInvestigaciones Electroneurobiológicasdel Hospital "Dr. J. T. Borda". En 1976registró la primera patente mundial deun organismo vivo artificial, UK1.582.301.

Sol Díaz Castillo Estudió Diseño Gráficoen la Universidad deChile y actualmentetermina un diplomado

en Arte mención pintura en laUniversidad Católica de Chile.Autora del libro de humor gráficoBicharracas (2009), en estemomento publicado semanalmenteen la Revista M del diario Las Últi-mas Noticias. También es autora,entre otros, de ¿Cómo ser unamujer elegante? (2010), Sinnada(2010), Carlos cuadrado (2010),Ronda (2010 y “Cachipún” (2011).

Marisa Do Brito Barrote(Buenos Aires, 1970).Es poeta, narradora yeditora. Publicó cuen-tos en Una terraza

propia (Norma, 2006), La eróticadel relato (AH, 2009) y en sitiosweb. Su poemario Madamas(Alción, 2006) fue distinguido en losPremios Octubre. Entre sus obrasde divulgación para niños se desta-ca Con la cabeza en las nubes(pequeño editor, 2010 - WhiteRavens 2011). Fue Jefa deRedacción de revista Bocadesapo.

Belén Echeverría (Buenos Aires, 1981).Estudió en la EscuelaNacional de Bellas ArtesPrilidiano Pueyrredon

especializándose en grabado. Actual-mente se dedica a la ilustracióninfantil y al trabajo de obra propia.También da clases en su taller par-ticular.

Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973).Trabaja como subedito-ra del suplementoRadar de Página/12.

Publicó Bajar es lo peor (1995,Espasa Calpe, novela), Cómo des-aparecer completamente (2004,Emecé, novela), Los peligros defumar en la cama (2009, Emecé,cuentos) y Chicos que vuelven(2010, Eduvim, nouvelle). Fotografíade Paul Harper.

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Camila Fabbri (Capital Federal, 1989).Estudió actuación en elCentro Cultural RicardoRojas, artes dramáticas

en el IUNA y en la Escuela deEntrenamiento Actoral de JulioChávez. Trabajó en la obra “Lasamargas lágrimas de Petra Von Kant”y como asistente de dirección deRomina Paula en “Fiktionland”. Endramaturgia y narrativa se forma conRomina Paula, y escribe en Los ase-sinos tímidos y No retornable. En elaño 2011 estrenará la obra Brick, bajosu dramaturgia y dirección.

Laura Galarza (Buenos Aires, 1968).Psicopedagoga, psicó-loga y psicoanalista.Desarrolló carrera docen-

te en la Universidad del Salvador. Suscuentos han sido publicados enantologías, suplementos culturales,revistas literarias y de psicoanáli-sis. Coordina talleres literarios ycolabora para distintos suplemen-tos culturales y revistas literarias.Tiene una novela inédita y un librode cuentos en preparación.

Paula Gerena (Buenos Aires, 1983).Estudió Diseño Gráficoen la UBA, y desde el2007 se dedica a darle

forma a todo tipo de proyectos, encuanto a diseño editorial, control decalidad, diseño Web, creación delogotipos y marcas. Formó partedel staff de empresas como IBM,Reebok, J. Walter Thompson, yMySpace.com, así como tambiéndel diseño de congresos comoJuegos Bionianos. Fue diseñadorade la revista Prometheus, y es unade las fundadoras de Casquivana.

Vivian García Hermosi (Belén de Escobar,1979). Curiosa y multifa-cética, estudió Cienciasde la Comunicación en la

UBA y Dramaturgia en Argentores.Escribe, ama las TICs, el diseño y lapublicidad. Crea los contenidos ymaneja las redes sociales de los pro-ductos de Ciudad.com del Grupo Clarín.

Dirige la revista online para chicasVictoriaRolanda.com

Leticia Gómez Castro (Buenos Aires, 1977).Artista plástica, ilustra-dora, Licenciada enArtes Visuales. Trabajó

como docente de arte. Realizó cola-boraciones para Ciudad Abierta,Revista Genios de Clarín, Oblogo yRevista La Nación. Actualmente tra-baja en el departamento de arte yfotografía de la Editorial Santillana.www.flickr.com/photos/letigomezcastro/

Nicolás Hochman (Buenos Aires, 1982).Profesor y Licenciadoen Historia por laUniversidad Nacionalde Mar del Plata, doc-

torando en Ciencia Sociales por laUBA. Guionista y periodista, editóla revista Prometheus y dirigeCasquivana. Coordina el ciclo lite-rario Alejandría y el TallerHeterónimos. Escribió algunasnovelas, poemarios y libros de his-toria para escuelas secundarias.casquivanos.blogspot.com

Masako ItohAutora e intérprete demonólogos de stand up.Estudia Letras, se formócomo dramaturga con

Mauricio Kartun, y en la Stand upcomedy (monólogos de humor) conel comediante Diego Wainsten.Integró distintos elencos con textosde humor de su autoría:: “Todo pordecir” (2007), “Alto Stand up”(2007-2008), “Ay, ellas” (2008),“Poker de Reinas” (2008) y “De acáa la China” (2009).

Lara Lizenberg Licenciada en psicologíapor la UBA y docente de“Clínica psicoanalítica”,en la Facultad de

Psicología. Miembro de Investigaciónde “Sujeto y Discursividad”,UBaCyT. Supervisora externa deequipo de atención a adultos mayo-res, en el Centro de Salud Mentalnº 1. Miembro fundadora de equipode investigación Nous.

Psicoanálisis y discursos afines.Secretaria Académica del hospitalde día “Anclaje”.

Joaquín Ludovicic (Mar del Plata, 1984).Autodidacta, expulsadode dos universidades,ghost writer y casi

Profesor de Letras, escribe colum-nas de humor, guiones y discursospara empresas, políticos y mediosde comunicación. En estos momen-tos está trabajando en su primerlibro (poco) serio: Instruccionespara ser un intelectual.

Yair Magrino (Caballito, 1982). En2007 ganó el concursode cuento breve“Musas en el aire”. Ha

publicado en la revista literariaProyecto Sherezade (Canadá) y hasido traducido al inglés. En 2008comenzó a formar parte del ciclo denarradores Alejandría. En 2009 publi-có Porcelanas (Milena Caserola), suprimer libro de cuentos. Es cofunda-dor del ciclo Club Zuviría y colabora-dor en distintas revistas y sitios litera-rios y culturales.

Carolina Marcús (Buenos Aires, 1980).Es Psicopedagoga eilustradora. Cursa elposgrado en Arte

Terapia (IUNA). Trabaja comodocente y en discapacidad desde elaño 2000. Se formó en ilustracióncon Helena Homs. Participa demuestras colectivas e individuales.Pertenece al grupo de ilustradorasMisceláneas. En el 2010 ilustró paraEcuador. Junto a Marisa Chiquéforman una dupla muralista.

Pablo Martín (Buenos Aires, 1974).Artista visual, ilustradory diseñador web:

soypablomartin.tumblr.com. Participaen muestras individuales y colecti-vas. Junto a la artista FlorenciaFernandez Frank desarrolla el pro-yecto Periódica Venta de Arte(periodica.com.ar). Dirije el estudio240674 (240674.com.ar).

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Gabriel Mesa (1963). Comenzó sucarrera como guionistaen 1985, colaborandocomo coautor junto a su

padre Juan Carlos Mesa de cicloscomo: Mesa de Noticias, Stress,Brigada Cola. Años más tarde parti-cipó como director creativo y autorde ciclos como De La Cabeza,Brigada Cola, Agrandadytos,Sorpresa y ½, VideoMatch, LosRodríguez, Son de Fierro, Ciega aCitas; por el cual recibió el premioArgentores 2010.

Daniel Montero Galán (Madrid, 1981). Al prin-cipio trabajaba casitodo de forma digital,pero después de estar

diez horas delante de un monitorlos ojos comienzan a hacerte chiri-bitas, así que volví a retomar lospinceles. La técnica que más utilizoes la acuarela, aunque tambiéntambién suelo usar tinta china,rotuladores y anilinas, para con-cluir una ilustración suelo dar unospequeños retoques con photoshop.

Leticia Paolantonio (San Fernando, 1981).Profesora Universitariaen Artes Visuales, porla Escuela Nacional de

Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón”y el IUNA. Docente en diferentesinstituciones educativas, coordinatalleres de arte en distintos espaciosculturales. Artista plástica, expusoen diversos salones y obtuvo pre-mios en certámenes de pintura, gra-bado y fotografía. Es creadora ycoordinadora de Arte Andarín. leticiapaolantonio.blogspot.com

Claudia Piñeiro (Buenos Aires, 1960).Es escritora, guionista,dramaturga y trabajó enperiodismo gráfico.

Obtuvo premios nacionales e inter-nacionales en literatura, teatro yperiodismo, como Premio Clarín-Alfaguara, el LiBerture, el PremioIberamericano Fundalectura-Normay el Premio Sor Juana Inés de laCruz por Las grietas de Jara, que

será llevada al cine este año. Fuejurado de los premios literarios denovelas Alfaguara de España,Fondo Nacional de las Artes, LetrasSur, y de los concursos de cuentosde Clarín y de la fundación Avon.

Ricardo Romero (Paraná, 1976).Licenciado en LetrasModernas por la UNC,desde 2002 vive en

Buenos Aires. Entre 2003 y 2006dirigió la revista Oliverio. Entreotros libros, publicó Los bailarinesdel fin del mundo (2009) y Perrosde la lluvia (2011). Es editor deGárgola Ediciones y de NegroAbsoluto. Desde el 2006 es partede El Quinteto de la Muerte, grupocon el cual editó los libros 5 y Lafiesta de la narrativa. Fotografía deJosefina Heine.

Carolina Sborovsky Licenciada en Letraspor la Universidad deBuenos Aires. Desde2008 dirige el sello El

fin de la noche, dedicado a literatu-ra hispanoamericana. Integródiversas ediciones de la Clínica deNarrativa del C.C.R. Rojas, dondeluego trabajó como docente dentrode su Escuela de Escritores.Colabora para medios nacionales yextranjeros. Publicó su primeranovela, El bienestar, en 2010. Legusta bailar.

Laura Sereno “Hice jardín y preescolar yprimaria y secundaria enRafaela. Estudié pintura demuy chica. Me fui a

Córdoba a estudiar publicidad. De ahíme vine a Buenos Aires. Trabajé 3 añoscasi en JWT. Como redactora en eldepartamento creativo. Dibujé. Ahorahace casi 4 años que trabajo en DelCampo Nazca Satchi & Satchi. Comoredactora en el departamento creativo.Realicé algunos dibujos para Taragüi,Quilmes, Cadbury y algunas tapas derevistas.

Darío Sztajnszrajber Filósofo, es Profesor enFLACSO, en la UBA y enel Seminario RabínicoLatinoamericano. Es

miembro del Proyecto Cultural YOK ydel Consejo Directivo de la ULEJ. Hacompilado los libros Posjudaísmo Vol. 1y Vol. 2 (Prometeo), y Pensar lo judíoen la Argentina del Siglo XXI (CapitalInteletual) como co-compilador. Es elconductor, contenidista y co-guionistadel programa filosófico de televisión“Mentira la Verdad” (Canal Encuentro).

Omar Turcios(Corozal, Sucre, Colombia,1968). Artista gráfico ycaricaturista, expuso,dio conferencias y fue

jurado en Colombia, Brasil, México,España, Grecia, Irán y China. Viveen Madrid, donde recibió el título deProfesor honorífico de humor gráfi-co por la Universidad de Alcalá deHenares. Recibió además más de50 premios internacionales. turciosanimal.blogspot.com.

Alejo VillarinoMúsico, letrista, com-positor y cantante delgrupo Malyevados, conel que ha editado dos

discos: “Lisboa” y “Malyevados”.Integra además la banda deGuillermo Pesoa (ex PequeñaOrquesta Reincidentes).

Mauricio Weintraub Licenciado en Psicología ymúsico argentino. Dictaseminarios y conferen-cias en Argentina,

Colombia y Brasil. Autor de loslibros ¿Por qué no disfruto en elEscenario? y El Sentido del MiedoEscénico. Coordinador delPrograma de Salud Mental Barrialdel Hospital Pirovano, docente en laFacultad de Psicología de la UFLO ydirector general del ProyectoEncuentro del Collegium Musicumde Buenos Aires.

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Germán Weissi Editor del fanzine gra-tuito de poesía ColorPastel. Dirige la edito-rial independiente de

plaquetas de poesía y arte plegableProveedora de Droga ediciones.Coordina el proyecto de antologíasde poesía argentina contemporá-nea Poesía Manuscrita. Publicó lasplaquetas de poesía 1986, conHernán, Yudoka, Algo con tu olor, yel libro Cosas que planeamos jun-tos (Tocadesata, 2008). Los poe-mas aquí publicados pertenecen ala serie inédita a cien mil watts.

Hernán Zaccaría (Buenos Aires, 1980).Ilustrador y caricaturis-ta. Estudió durante unaño y medio en la

escuela "Sótano Blanco", dirigidapor José Sanabria, en el taller deProcesos Creativos. Trabaja a par-tir de una gran variedad de técni-cas, ya sean manuales o digitales.Es el caricaturista de las nochesdel ciclo literario Alejandría.

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disidente

Ilustrador: Daniel Montero Galán

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