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“Y CAMINAR HUMILDEMENTE CON TU DIOS” Miq. 6,8 Esta profecía de Miqueas responde al eterno interrogante humano: ¿Cómo me presentaré al Señor? El capítulo comienza con la conocida queja de Dios contra Israel: “Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿en qué te he ofendido? Respóndeme”. Y continúa el Señor recordando sus intervenciones históricas a favor de su pueblo. Israel reconoce su desvío y se dispone al retorno. Es en este momento cuando se pregunta cómo presentarse para contentar o desagraviar a su Dios. El listado de posibilidades que se le ocurren va en línea del culto y los sacrificios más costosos: “¿Complacerán al Señor miles de carneros e innumerables ríos de aceite? ¿Le ofreceré mi primogénito en pago de mi delito, el fruto de mis entrañas por mi propio pecado?” En ese momento se pronuncia la palabra luminosa: “Se te ha dado a conocer, oh hombre, lo que es bueno, lo que el Señor exige de ti. En esto: practicar la justicia, Amar la misericordia Y caminar humildemente con tu Dios” Bastante se ha hablado últimamente de la justicia y la misericordia como dimensiones esenciales a la fe cristiana, pero queda siempre en la penumbra el significado de esa última propuesta del Señor en la que se apoyan las dos anteriores:” caminar humildemente con tu Dios”. Un silencio ha envuelto, en los últimos años, la palabra humildad. Y se explica. El antropocentrismo de la cultura actual ha rechazado de plano aquel mecanismo que pretendía rebajar al ser humano para engrandecer a Dios. Con la entrada de las ciencias humanas en la teología espiritual, hemos comprendido la importancia de la autoestima para un sano desarrollo humano y cristiano y hemos echado por la borda aquella pretendida humildad a base de inhibición y encogimiento que nos enseñaron. Ha sido un paso más hacia un

Caminar Humildemente Con Tu Dios

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“Y CAMINAR HUMILDEMENTE CON TU DIOS” Miq. 6,8

Esta profecía de Miqueas responde al eterno interrogante humano: ¿Cómo me presentaré al Señor? El capítulo comienza con la conocida queja de Dios contra Israel: “Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿en qué te he ofendido? Respóndeme”. Y continúa el Señor recordando sus intervenciones históricas a favor de su pueblo. Israel reconoce su desvío y se dispone al retorno. Es en este momento cuando se pregunta cómo presentarse para contentar o desagraviar a su Dios. El listado de posibilidades que se le ocurren va en línea del culto y los sacrificios más costosos: “¿Complacerán al Señor miles de carneros e innumerables ríos de aceite? ¿Le ofreceré mi primogénito en pago de mi delito, el fruto de mis entrañas por mi propio pecado?”En ese momento se pronuncia la palabra luminosa:

“Se te ha dado a conocer, oh hombre, lo que es bueno, lo que el Señor exige de ti.

En esto: practicar la justicia,Amar la misericordiaY caminar humildemente con tu Dios”

Bastante se ha hablado últimamente de la justicia y la misericordia como dimensiones esenciales a la fe cristiana, pero queda siempre en la penumbra el significado de esa última propuesta del Señor en la que se apoyan las dos anteriores:” caminar humildemente con tu Dios”.

Un silencio ha envuelto, en los últimos años, la palabra humildad. Y se explica. El antropocentrismo de la cultura actual ha rechazado de plano aquel mecanismo que pretendía rebajar al ser humano para engrandecer a Dios. Con la entrada de las ciencias humanas en la teología espiritual, hemos comprendido la importancia de la autoestima para un sano desarrollo humano y cristiano y hemos echado por la borda aquella pretendida humildad a base de inhibición y encogimiento que nos enseñaron. Ha sido un paso más hacia un enfoque positivo de la fe como impulsora del crecimiento humano.

Pero la verdadera humildad, uno de los rasgos evangélicos más inconfundibles, ha quedado un poco relegada y, aún en día continúa, “bajo sospecha”. Por de pronto apenas se habla de ella, en todo caso se utilizan sinónimos como sencillez, actuar desde abajo, etc. Sin embargo la humildad es base y fundamento de todas las virtudes, ya que la raíz de nuestro pecado sigue siendo el orgullo, ese querer apropiarnos de aquello que hemos recibido como don. La autosuficiencia humana, que pretende negar u olvidar nuestra condición de criaturas, no es un defecto moral entre otras, sino que por ser una actitud relacional, conduce

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necesariamente al conflicto con Dios y a la incredulidad. En nuestro camino de fe la humildad es siempre una asignatura pendiente.

Jesús mismo nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras vidas” (Mt 11, 29). María canta con gran alegría: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva” (Lc. 1, 47)

Es un tema ciertamente central en la espiritualidad, pero necesitamos una mirada nueva para enfocarlo. “Buscad la humildad” decía sofonías” (So, 3) . Esa actitud de búsqueda orante es la que proponemos para este día de Retiro. En un primer momento haremos una relectura de la frase de Miqueas para enseñar, luego, los hitos principales de ese proceso hacia un corazón pobre y humilde.

Será bueno preguntarnos: ¿Qué pienso yo de la humildad? ¿La valoro, la deseo, la

suplico? ¿Conozco gente humilde y a la vez con alta autoestima y

grandeza de espíritu? En mi historia personal, ¿qué pasos he dado hacia la

humildad y qué circunstancias me han llevado a ello?

1. AHONDAR EN LA PALABRA

Caminar

Lo que se nos pide para agradar al Señor no es ofrecerle cosas valiosas y abundantes, que para nada necesita, ni grandes sacrificios, como si a Dios le agradara el sufrimiento, sino simplemente caminar, hacer proceso, avanzar hacia la plenitud para la que Él nos ha soñado.Tampoco se nos pide llegar a la meta pasado mañana y subirnos al podium, que es lo que a nosotras nos gusta, sino sencillamente caminar, el sencillo paso a paso de cada día, no a golpe de propósito, sino atraídos por la presencia de Jesús que dinamiza nuestro avanzar en su seguimiento.

En este caminar de la fe, la energía brota del Señor que va delante y al que nosotros decidimos seguir libremente. Él es el camino. Y este Jesús, a quien seguimos, vivió en itinerancia misionera, recorriendo las aldeas de Israel, sin hacer nido ni madriguera en ninguna parte.

Como el mendigo Bartimeo (Mt 10, 46-52), que de estar “sentado al borde del camino”, porque su ceguera justificaba que otros le resolvieran la vida, pasó a “seguirle por el camino”, una vez que hubo recobrado la vista. Descubrió a Jesús, creyó en Él (“Tu fe te ha salvado”) y se puso en marcha tras aquél que había llenado su vida de sentido.

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La fe es semilla y vivirla supone proceso. ¿Por qué tantos bautizados se estancan en una fe infantil mientras van madurando y creciendo en otras dimensiones de su vida? ¿Por qué tantos religiosos/as cumplen sus obligaciones, trabajan por el Reino, como si de una ONG se tratara, y no avanzan ni evolucionan en su relación con Dios?

Caminar humildemente

Hay muchos modos de caminar. Se puede pisar fuerte; se puede ir de puntillas para que no se nos oiga; los hay que se doblan o se arrastran ante los poderosos por sumisión o miedo. El caminar humilde es una actitud interior que implicar pequeñez aceptada, dignidad acogida; caminar en verdad, como diría Santa Teresa y con el corazón ardiendo y agradecido por su compañía en el camino.

Sólo contemplando la Kénosis de Jesús podemos barruntar algo de la verdadera humildad en su origen. Su encarnación fue un despojo de aquello que le era más propio: su ser de Dios; no se aferró a ello sino que se vació por amor, para comunicarnos a nosotros su filiación. De este modo no perdió el ser divino sino que asumió la condición humana. No se degradó, ni alienó, sino que expresó de modo inefable aquello que es la esencia misma de Dios: el amor.

Asumió la condición humana no sólo en la fragilidad de criatura sino también en una condición de lejanía de Dios, que San Pablo expresa como “semejanza de la carne de pecado” (Am 8, 3). Podemos decir que toda su existencia terrena fue un caminar humilde con su Dios, una expresión realizada de la verdadera filiación. A partir de la actitud de Jesús, nuestro caminar humilde se hace relación filial.

Caminar humildemente con tu Dios

Nuestro Dios no busca adoradores estáticos, fulminados por su grandeza. Nos ofrece presencia, relación personal y compañía en la construcción de este proyecto suyo de nueva humanidad que es el Reino.

En este caminar la meta no la fijamos nosotros, por mucho que nos gusten las programaciones y los proyectos. A Pedro, que intentaba rectificarle la ruta, le reprendió duramente: “¡Ponte detrás de mí Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (Mt 8, 33). La meta es Él mismo y no sólo la meta futura, sino también el camino de cada día. La vida eterna no es la llamada “otra vida” más allá de la muerte, sino la vida creyente, la que avanza caminando junto a Él.

Caminar humildemente con Dios, es no ir de protagonistas a la misión, sino con conciencia de ser instrumentos dóciles en sus manos; es avanzar con alegría y agradecimiento por esa permanente compañía que se nos ofrece y por la energía del Espíritu que se nos regala; es superar nuestra

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desconfianza e inseguridad con una gran confianza en aquél que es el Camino.

Caminar con Dios es vivir en continuo discernimiento, tratando de resolver a la luz potente y atemática de su voluntad las decisiones concretas y complejas de cada día.Si viviéramos con esta actitud, muchas de nuestras fatigas y ansiedades quedarían eliminadas. Nuestra vida está en sus manos, el Reino es suyo, ¿por qué tanta inquietud y dispersión de ánimo? Sólo una cosa es necesaria: avanzar humildemente con nuestro Dios.

Será bueno preguntarnos: En mi vida de fe y de relación con Dios, ¿me siento en

proceso o sentada al borde del camino? ¿Qué indicadores avalan la verdad de mi respuesta?

¿Quién dirige mi vida? ¿Mi autonomía adulta es absoluta o se mueve en el querer de Dios como horizonte? ¿Me valgo de las humanas mediaciones en esta búsqueda o pretendo mantener mi independencia?

En mi tarea apostólica, ¿actúo con protagonismo o con conciencia de ser instrumento en las manos de Dios?

¿A qué se deben la mayor parte de mis inquietudes y preocupaciones? ¿Las vivo en su compañía desde la fe o en solitario?

2. HACIA UN CORAZÓN POBRE

Cuando hablamos de pobreza enseguida empezamos a calibrar nuestras posesiones y descuidamos el corazón que es el motor de la apropiación. Lo que se opone a la pobreza, no es tanto la riqueza sino el orgullo. De ahí la estrecha relación entre pobreza y humildad. Veamos pues cómo ir haciéndonos pobres y humildes.

El presupuesto básico de este proceso es la conciencia clara de nuestro ser de criaturas. Criaturas frágiles, necesitadas, finitas, pecadoras y, a la vez, amadas, salvadas, soñadas por Dios para su plan. No se trata de empequeñecernos y disminuirnos, de negar lo positivo que hay en nosotros, sino de aceptar nuestra condición humana con todo lo que implica de grandeza y de limitación.

A partir de este sustrato de verdad, que la vida se va encargando de reforzar, podemos ofrecer algunos indicadores en el camino hacia el corazón pobre.

Agradecimiento

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Aprendemos de pequeños a dar las gracias por cortesía, pero el verdadero agradecimiento sólo brota de la conciencia de no merecer y de la evidencia de no poder pagar lo que recibimos. Parece fácil recibir regalos, pero en el fondo nos cuesta: preferimos no deber nada a nadie y tratamos de pagar con dinero o con otros valores. La auténtica gratuidad es difícil. Por eso tratamos también de pagar a Dios sus beneficios, sea con el culto, con limosnas o con un buena conducta. Nos sentimos tranquilas si cumplimos la ley de Dios.

No es raro encontrar personas “acostumbradas” al amor de Dios. Han crecido en un clima familiar positivo y les parece lo normal que Dios les haya creado y les quiera. No han experimentado aún el “sobresalto” por haber sido creadas a imagen de un Dios-Amor, porque nos ha amado hasta el extremo de darnos al Hijo y haber sido salvados por Él cuando aún éramos pecadores, porque nos ha dado su Espíritu, que nos capacita para una relación nueva con Dios, nuestro mayor deseo.

El agradecimiento brota de un corazón humilde, pero, al mismo tiempo, el habituarnos a dar gracias a Dios por todo puede ir haciendo humilde nuestro corazón. Al final de cada día nos hace bien entonar un cántico de acción de gracias por tantos bienes recibidos o mantenidos.

El Magníficat es la mejor expresión de agradecimiento y el mejor tratado de humildad. María se expresa rebosante de alegría por lo que Dios ha hecho en ella, porque se ha dignado mirar la pequeñez de su sierva. Reconoce las grandezas realizadas por el misericordioso y sabe que, por ello, la llamarán dichosa todas las generaciones. Su alabanza se dirige al Señor a quien glorifica y cuya actuación histórica recuerda: “Dispersó a los de corazón soberbio, derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada”.

Orar con el Magníficat (Lc 1, 47) ¿Vivo “acostumbrado/a” al amor de Dios hacia mí o me

estremezco ante sus dones? ¿Soy agradecida con la gente? ¿En que medida la

acción de gracias es parte de mi oración?

Confianza hasta el abandono

La inseguridad es consecuencia de nuestra fragilidad de criaturas. Y no me refiero a la inseguridad de personas inmaduras que han sufrido traumas en la infancia, sino a esa inseguridad existencial que a todos nos acompaña. Somos seres indigentes, carentes, necesitados de alimento, vestido, techo, cariño, respeto etc. Nuestra existencia es como un cono

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invertido que, al no conseguir sostenerse en sí misma, va buscando apoyos materiales y personales que le den cierta sensación de seguridad.

Si establecemos una cierta graduación en la confianza veremos como en un primer momento confiamos en la ayuda del Señor. Nos sentimos más o menos capaces de sostenernos y esperamos como un “plus” la mano del Señor. Poco a poco vamos viendo que es su amor fiel el que nos guía y desconfiamos, deja el volante en sus manos; es Él quién me conduce y yo colaboro y le dejo hacer.Hay momentos en la vida en que la existencia entera entra en crisis. Es la vida propia o de un ser querido que se nos escapa, o algo nos acontece que nos deja absolutamente en tinieblas. En esos momentos la confianza se nos torna abandono: “Padre, a tus manos confío mi Espíritu”. Sólo la confianza total en Dios puede aportarnos ese descanso que Jesús promete a los humildes de corazón. Pero confiar en Dios implica no apoyarnos en otros dioses.

“Como un niño en brazos de su madre” es la expresión genial con que el salmo 131 expresa esta confianza. Claro está que para poder llegar a este descanso el salmista ha tenido que renunciar a otros apoyos (grandezas que superan mi capacidad), su corazón ha dejado de ser altanero, ha asumido por fin su condición humana y aplaca y modera esos deseos de autosuficiencia que no dejan de asaltarle. La invitación es a confiar en el Señor ahora y por siempre.

Orar con el salmo 131 ¿Cuáles son esos deseos que debo aplacar y moderar

para confiar plenamente en el Señor? ¿Cuál es mi modo de confiar, pidiendo ayuda, dejarme

en sus manos, colaborar con Él?

Disponibilidad

Hemos visto como el corazón pobre da gracias al recordar el pasado y deja confiadamente en manos de Dios el futuro. Podemos añadir que los humildes viven el presente en actitud de “heme aquí”, de disponibilidad al querer de Dios.

Es la actitud del siervo: el Señor pronunció mi nombre, convirtió mi boca en espada afilada... Aunque yo pensaba que me había cansado en vano y había gastado mis fuerzas para nada, sin embargo el Señor defendía mi causa, Dios guardaba mi recompensa... Te convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra (Is 49).

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María es también la mujer disponible a los planes de Dios: “He aquí la sierva, hágase como has dicho” . Estar disponible tampoco es fácil. Nos inquieta firmar en blanco. Preferimos que se nos haga contrato y así saber a qué atenernos; trabajar mucho, eso sí, pero que no se nos pida nada fuera de lo acordado. Nuestro orgullo pone letreros de “no pasar”.

Estar disponible es dejar la puerta del corazón abierta para que los que necesiten algo se atrevan a entrar. Estar disponible es compartir mi tiempo con quien lo solicita. Estar disponible es hacer planes flexibles que puedan ser cambiados por otro “Plan” superior que no controlo yo. Estar disponible es arriesgarse a no disponer de la propia vida.

“Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante” (Jn 12, 24). La disponibilidad lleva necesariamente a caer en tierra y hacer que brote de nosotros una vida que jamás hubiéramos pensado.

¿Qué espacio tiene mi jornada para la disponibilidad? ¿Qué prevalece en mi planificación, el plan del Señor o

mis propios planes?

Servicio desde abajo

Servir a los hermanos es el camino más sencillo y más directo hacia un corazón pobre, según nos enseñó el Señor. Cuando el corazón no es pobre puede darse el servicio, pero desde arriba, de modo que se perciba nuestra magnanimidad. Entonces el que recibe el servicio se siente empujado a inclinarse hacia nosotros y nos vamos colgando medallas de mérito.

El servicio evangélico es un servicio sin gloria. Se prueba en el desinterés y el anonimato. Sólo creyendo que el Señor se ha solidarizado con todos los necesitados, nos será posible inclinarnos para “lavar los pies”. Podemos leer Juan 13 en paralelismo con Filipenses 2. En los dos textos encontramos a Jesús con clara conciencia de su condición divina; a partir de ahí, el despojo ( del rango o del manto), el asumir la condición de esclavo (ceñirse la toalla), el abajarse obedeciendo (agacharse para lavar los pies). Y por último el señorío de Jesús.

En Filipenses se trata de un himno cristológico que Pablo trae para animar a una actitud humilde y servicial. El texto de Juan concluye con la enseñanza de Jesús: “Si yo que soy el maestro y el Señor, os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros. Os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho con vosotros” (Jn 13, 13)

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¿Cómo son mis servicios? ¿Exijo reconocimiento? ¿Me glorío en mi generosidad?

Leer en paralelo el himno Filipenses 2 y el pasaje del lavatorio de Jn 13

Para entrar en el Reino de los Cielos no se nos exige que seamos humildes, sino que nos vayamos haciendo como niños (Mt 18, 3). Esto es precisamente “el caminar humildemente con tu Dios” que hemos tratado de profundizar. Un camino de filiación que dura toda la vida. Es verdad que la experiencia nos va enseñando nuestra justa medida, pero no basta con envejecer. Todo depende de la orientación de la mirada.: “Corramos con constancia en la carrera que se abre ante nosotros, fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe, el cual, animado por el gozo que le esperaba, soportó, sin acobardarse, la cruz y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Heb 12, )