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RICHARD FISCH KARIN SCHLANGER

CAMBIANDOLO INCAMBIABLE

La terapia breve en casos intimidantes

Herder

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Título original: Brief Therapy with Intimidating Cases. Changing the Unehangeabl

Traducción: Isabel Ferrer

Diseño de la cubierta: Ariannc Faber

© 2002, Richard Fiscb , Kann Schlanker © 2012, Herder Editorial, S. L., Barcelona

2' ' edición

ISBN: 978-84-254-3051-0

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de ios titulares

del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Imprenta: Reinbook

Depósito legal: B-82-2012

Printed in Spam - Impreso en España

Herderwww.herdercditorial.com

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PRESENTACIÓN

MARCELO R. CEBERIO

Frecuentemente, muchos prólogos suelen encabezarse enunciando:

«En general los prólogos no son leídos...» Esto sucede en la realidad,

cuando un lector abre con avidez una obra tentadora y halla en la antesala

un prefacio extenso y tedioso. Resulta más intensa esa sensación de

zambullirse de pleno en la lectura, que merodear en la presentación del

texto. Me sugiero, entonces, ser sintético y claro. Escribir unas palabras

acerca de una obra, cuyos autores conozco y reconozco como

profesionales y amigos de alta talla e intentarles transmitir el afecto y la

valoración por la difícil labor de escribir un libro. Evitando, por tanto,

caer en la trampa del tedio y eludiendo mis ganas de expandirme, trataré -

siendo consecuente con el modelo que propugnan los autores - de ser

breve.

La obra Cambiando lo incambiable. La terapia breve en casos

intimidantes recoge la experiencia de aplicar este modelo de psicoterapia

en aquellas situaciones terapéuticas tildadas como graves o difíciles, tales

como depresión, anorexia, psicosis, alcoholismo, etc. En este sentido,

desmitifica dichas construcciones semánticas que revisten a estos

trastornos (y eso son, construcciones). Es decir, a lo largo del texto se

entiende que no existen casos intimidantes, sino que éstos son juicios de

valor que atribuyen los terapeutas sobre algunas conductas sintomáticas

de los pacientes. Esto coloca en la palestra la figura del terapeuta frente a

su supuesto del caso a tratar y la emoción subsecuente que del supuesto

emerge.

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Mas allá que, de manera recursiva, las interacciones con el paciente

pautan las intervenciones del profesional y tales intervenciones reglan

dichas interacciones, el adjudicar significados sobre los comportamientos

llevan montadas diferentes sensaciones en el terapeuta. Sensaciones que

se traducen en acciones en el seno de la sesión. Si el caso es atribuido a

la categoría de difícil, complicado, grave, siempre provocará temor,

exceso de responsabilidad, será visto como demasiado grave para la

experiencia que posee el profesional, intimidará, etc. Si el terapeuta

afronta el caso desde tal cúmulo de sentimientos, corre con desventaja no

solo en la relación sino en la planificación del tratamiento, sumiéndose

en confusiones o en un estatismo que lleva a la involución del trabajo

terapéutico.

Pero los autores, no reniegan de la existencia de conductas catas-

tróficas, pero en cualquier caso no dejan de ser conductas, señalan. El

rótulo surge del sistema de creencias del terapeuta: los comportamientos

no son en sí mismos, sino que entran en las categoriza- ciones del

universo cognitivo del profesional.

Se encargan, entonces, de remarcar la importancia de trabajar con

conductas y no con diagnósticos. En cierta manera, se oponen al proceso

tradicional en el que el terapeuta primero elabora un diagnóstico y luego

planifica una estrategia. Fisch y Schlanger, por el contrario, remarcan:

evaluamos con cuidado la conducta problemática y después tratamos esa

conducta. Los etiquetamientos y rótulos de patologías son

categorizaciones y, como tales, son construcciones de segundo orden.

El hecho de trabajar terapéuticamente con conductas, es una de las

premisas básicas del modelo de Terapia breve del MRI. La exploración

exhaustiva de los comportamientos problemáticos y de las soluciones

intentadas fracasadas para resolverlos, son pasos del proceso organizador

de la terapia en pos de la posterior planificación y aplicación de tácticas y

estrategias.

El libro es eminentemente práctico. Recorre una serie de casos

tildados como dificultosos, que utiliza a modo de ejemplos ilustrativos de

la aplicación del modelo. Realiza una breve descripción del caso y

acentúa algunas sesiones transcribiendo diálogos terapéuticos.

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Presentación

Ingeniosas llaves verbales, paradójicas acciones, creativas intervenciones

y prescripciones, típicas del modelo, son implementadas por Schlanger y

Fisch en el intento de transmitir la experiencia.

Muestran que el modelo de Terapia Breve es idóneo en este tipo de

casos, razón que justifica ampliamente su aplicación, más aún cuando ha

sido blanco de críticas desde otros modelos, imputándosele que solamente

resultaba efectivo en situaciones de problemas concretos, acotados y de

relativa simplicidad.

El comentario y la transcripción de las principales partes de la sesión,

suministra estrategias y planificaciones de acción. O sea, la obra no se

queda anclada en la descripción y la teoría, sino que proporciona

herramientas para el trabajo terapéutico.

La redacción del texto es sumamente clara y con la misma claridad se

expresa que: si no hay queja no hay problema. A pesar de parecer una

conceptualización ingenua, poco de inocencia tiene, en tanto que la queja

no solamente es la expresión del problema sino que muchas veces se

constituye en el mecanismo que atenta contra el cambio y la solución.

Ahora, algo acerca de la persona de los autores. En mi primera

residencia en el MRI -precisamente en mi primera jomada de traba jo -

desde mi oficina del primer piso seguía el trayecto de una per sona muy

bajita y sumamente simpática que, apurada, regresaba a su consultorio

mientras me escudriñaba de reojo cómo lo estaba observando. No entendí

que esos ojos picaros, eran el preludio de un tropezón ficticio que me

detonó en carcajadas que por supuesto reprimí.

Así conocí a Dick Fisch. Describirlo, es hablar de su humor que

algunos definieron como una brizna de humor judío; característica que

introducida como recurso terapéutico transforma la sesión en un ambiente

distendido favoreciendo la apertura en la comunicación. Dick, también, es

un exquisito de la retórica y extremadamente hábil en la interacción con

los pacientes en la búsqueda de complementa- riedad, evitando la

confrontación. Cálido, solícito y riguroso, son características que se

hallan en él, dentro y fuera de la sesión.

Pero mi primer encuentro con Karin Schlanger, tampoco fue muy

convencional. Nadie puede entender que tras esa rubia de ojos celes-

/

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tes con evidentes rasgos austríacos, se encuentra una argentina de Buenos

aires, que mantiene el acento porteño y saluda diciendo un enérgico

¡Hola che! !. En aquellos años, era directora de trainning del MRI y

puede afirmarse que en la actualidad es una de las pocas herederas del

modelo de Terapia Breve en su expresión más pura.

Unas de las particularidades más acentuadas en ella, son su fuerza y

su capacidad de trabajo, su iniciativa y la cantidad de recursos a la hora

de intervenir terapéuticamente y en la institución a la que pertenece.

Por último -y a pesar que los autores le tributaron su libro reco-

nociendo y valorando su labor - no quiero dejar de mencionar a uno de

los mentores del modelo sistèmico en la comunicación humana: John

Weakland.

Tal como ellos lo afirmaron, John.no dejó de trabajar hasta sus

últimos días. En mi estancia en el MRI del año 1994, dos veces por

semana conjuntamente con Karin Schlanger y Barbara Anger-Diaz,

asistíamos a que nos supervisara nuestra labor clínica. Casi cotidia -

namente, recibía en su oficina a los residentes que venían desde dife -

rentes partes del mundo a formarse en el instituto y no abandonó nun ca

su humor ingenioso y su sonrisa cálida. Su casa, de claro estilo oriental,

poseía la impronta de Anna Wu, su esposa china. Su antiguo Mercedes

Benz, modelo pagoda de colección, blanco e impecable se hallaba

rigurosamente aparcado en la puerta del garaje. En su oficina, solía

sentarse en un butacón a espaldas de la ventana y mientras recordaba

anécdotas floridas de su historia -en donde corrían personajes como

Gregory Bateson y Milton Erickson, entre otros - expulsaba el humo que

entre frase y frase se escapaba de la pipa que preparaba lenta y

morosamente.

Bien merecido, el tributo de este libro hacia un maestro y pionero de

la terapia familiar en el mundo. Obra-tributo que por su calidad y

desarrollo se halla a la altura de los textos que son de consul ta

permanente y que se constituyen en la guía del profesional para

enriquecer su labor terapéutica. ;

Roma, 2001

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ÍNDICE

Presentación ................................................................................................. 7Prólogo ..................................................................................................... 13

Introducción................................................................................................ 21

Ideas subyacentes

Depresión profunda..................................................................................... 29

Delirios y paranoia...................................................................................... 57

Anorexia...................................................................................................... 67

Alcoholismo................................................................................................ 99

Problemas incapacitantes...........................................................................125

Múltiples problemas .................................................................................135

No puedo parar de mutilarme ...................................................................163

¿Adonde vamos a partir de aquí?..............................................................181

Referencias y lecturas recomendadas .......................................................187Indice analítico ..........................................................................................191

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PRÓLOGO

Desde hace treinta años, hemos organizado numerosos talleres y

seminarios sobre cómo tratar a pacientes con problemas en poco tiem po.

En estas presentaciones, los participantes suelen plantear una pregunta

retórica, aunque también perspicaz: «He empleado su método y suele

funcionar muy bien. ¿Pero de verdad se puede usar en casos graves como

las psicosis?».

Al principio la pregunta nos sorprendió, porque hemos empleado

nuestro método con éxito en casos que podrían calificarse de graves y que

muchos terapeutas consideran intimidantes. Después nos dimos cuenta de

que para que se entendiera bien nuestro método, los ejemplos que

dábamos siempre eran de problemas menos espectaculares: conflictos

matrimoniales, problemas parentales, ansiedad, depresión moderada,

fobias y demás. También vimos que las tradiciones de la terapia

convencional son muy tenaces, en particular el punto de vista de la

psicopatología individual. Creimos que había llegado el momento de

aclarar que, fuera cual fuera la conducta no deseada, y por muy

intimidatoria y grave que fuera, no deja de ser una conducta. Fue así

como nació la idea de escribir este libro.

EL CLIMA PARA LA TERAPIA BREVE EN LOS AÑOS 60

Es posible que muchos lectores no recuerden cómo era el clima para

la psicoterapia breve hace treinta o más años. En gran medida con motivo

del desarrollo y éxito del psicoanálisis, la psicoterapia (es

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decir, una «conversación que cura») se había establecido como un medio

legítimo de aliviar la angustia personal. Si bien al principio el

psicoanálisis era un tipo de tratamiento relativamente breve (no era raro

que un análisis con Freud y sus contemporáneos durara seis meses), con

el tiempo se fue volviendo cada vez más complejo y al final evolucionó

hasta convertirse en una actividad bastante larga para el paciente,

generalmente de varios años de duración.

Preocupados por esa tendencia, varios analistas (Alexander y French,

Malan, Sifneos) intentaron buscar maneras de abreviar el tratamiento.

Como se consideraba que el modelo psicoanalítico era el legítimo para

abordar los problemas, los innovadores intentaron acortar la terapia

abreviando la técnica psicoanalítica, pero sin dejar de aplicar sus

premisas fundamentales. Una premisa básica era que, fuera cual fuera la

dolencia del paciente, ésta no era más que una manifestación superficial

de una situación bastante compleja que se había ido desarrollando en la

psiquis. Asimismo, el paciente no era consciente de esta situación; sus

elementos se hallaban en las profundidades del inconsciente. Por lo tanto,

sólo un ingenuo o un charlatán podía pretender aliviar la angustia del

paciente sin intentar reordenar esta situación inconsciente.

Ése era el clima que predominaba en la psicoterapia de hace trein ta

años. En los casos en que un terapeuta daba a conocer un caso resuelto

con éxito en el que sólo había tratado la dolencia del paciente, se

menospreciaba ese éxito de diversas maneras: el cambio no duraría y el

síntoma original volvería; aparecería otro síntoma sustituto, puede que

incluso peor que el original (me acuerdo de que cuando hice la residencia

hace unos cuarenta años, alguien me dijo: «¡Donde antes había un

paciente histérico verás un esquizofrénico!»); en realidad la dolencia

original no era una fobia (o lo que fuera), sino algo más superficial, que

se podía tratar con una terapia «de apoyo». Así, se creía que el terapeuta

no debía centrarse exclusivamente en la causa de la angustia o en el

problema del paciente; en pocas palabras, la terapia centrada en un

problema concreto era sospechosa y se hallaba en la periferia de la

psicoterapia o bien se despreciaba por completo.

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ORÍGENES TEÓRICOS DE LA TERAPIA CENTRADA EN

LOS PROBLEMAS

Cuando en 1966 iniciamos nuestro proyecto, el Centro de Terapia

Breve (a veces llamado el Grupo de Palo Alto), sabíamos que íba mos en

contra de las ideas convencionales al centrar la terapia en la dolencia

expresada por el paciente, sin buscar las causas «más profundas» de su

aflicción. No nos pareció una insensatez, dado que estábamos siguiendo

los pasos de una serie de personas innovadoras muy sólidas e

imaginativas.

Varías décadas antes, Harry Stack Sullivan abrió nuevos caminos

cuando consideró la enfermedad mental como un fenómeno ínter-

personal. (Véase la Introducción de H.S. Perry en Sullivan, 1962.) En los

años cuarenta, Gregory Bateson, junto con el psiquiatra Jur- gen Ruesch,

se había interesado por el abordaje de los problemas psiquiátricos desde

un punto de vista comunicacional (Ruesch y Bate- son, 1951). Bateson,

junto con Don Jackson, Jay Haley y John Weakland hicieron nuevas

aportaciones al estudiar los modelos comunicativos en las familias de

personas diagnosticadas como esquizofrénicas. Su trabajo fue precursor

de la terapia de familia.

Antes del trabajo de Bateson y sus colegas, Milton Erickson, un

psiquiatra de Phoenix, había trabajado varios años con pacientes de una

manera que excluía el concepto de psicopatología individual. Enfocaba

los problemas de sus pacientes de una forma más humana, concibiéndolos

como esfuerzos en la vida cotidiana comprensibles pero que les habían

salido mal (Haley, 1973).

Por lo tanto, lo que estamos describiendo es una larga lista de per -

sonas que se dedicaron a investigar los problemas humanos y que se

fueron alejando de las tradiciones de la psicopatología para introducirse

en el campo más amplio de la interacción social. Conside ramos que

nuestro trabajo también siguió esa vía y partió de las contribuciones de

muchas otras personas. De todos, diríamos que el que más nos influyó fue

el trabajo de Erickson. Nos atrajo su costumbre de asignar tareas o

«deberes» a los pacientes y el hecho de que entablara un diálogo activo

con ellos. También nos atrajeron, aunque tam

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bién nos desconcertaron, los giros inesperados y únicos de las tare as que

asignaba a la gente (por ejemplo, le pidió a un joven al que le daba miedo

entrar en un restaurante que eligiera el mejor lugar para desmayarse).

En 1966, se creó el Centro de Terapia Breve para investigar un

método centrado en los problemas del paciente y para evaluar los

resultados por medio de entrevistas de seguimiento tres meses y un año

después de la última sesión. Este libro refleja nuestra labor con pacientes

aquejados de problemas a menudo intimidantes para los terapeutas,

algunos supuestamente graves, pero también en otros casos los pacientes

estaban tan afectados por sus problemas crónicos que parecían no tener

remedio. El tratamiento se vuelve más difícil cuando los pacientes no

poseen los recursos adecuados para realizar una psicoterapia, ya sea

porque tienden a ser demasiado concretos y carecen de la capacidad de

«introspección» o bien porque tienen que luchar con los problemas

básicos de la vida impuestos por la pobreza.

LA TERAPIA BREVE EN LA ACTUALIDAD

Hoy en día se considera que la terapia breve es un logro válido. De

un modo irónico, a menudo se ha atribuido la introducción de la terapia

breve a la asistencia gestionada. Sin embargo, más que ser creadora del

tratamiento abreviado, en realidad la asistencia gestionada se ha

beneficiado de esos primeros intentos de acortar la terapia. En cierto

modo, la asistencia gestionada favorece y al mismo obstaculiza los

tratamientos breves. Por un lado, favorece la psicoterapia breve, pero lo

hace parcelando las sesiones terapéuticas y cuestionando las solicitudes

de sesiones adicionales al exigir una justificación. Por otro lado, fomenta

los tratamientos a largo plazo al favorecer la medicación de los pacientes.

Así, la asistencia gestionada considera útil algunos modelos, sobre todo

los bioquímicos y genéticos, porque permiten un tratamiento menos

costoso; la medicación de seguimiento requiere mucha menos dedicación

profesional que una psicoterapia. Según estos modelos, algunos

problemas son

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de por vida y nunca se resolverán de un modo permanente (por ejemplo,

el desorden bipolar) y, por lo tanto, el tratamiento puede durar toda la

vida del paciente. A corto plazo, la administración de medicamentos

puede aumentar los beneficios, pero que esto se sostenga a largo plazo ya

es otra cuestión.

Aunque la terapia breve ocupa una posición respetable, muchos

terapeutas la consideran limitada porque creen que, aunque puede servir

para resolver los problemas cotidianos (problemas matrimoniales, con la

educación de los hijos, de sueño o de alimentación, incluso fobias y

estados de ansiedad, etc.), no puede tratar de un modo eficaz los

problemas «serios» (esquizofrenia, alcoholismo, profunda depresión,

paranoia, etc.). Para estos problemas supuestamente serios, resultan más

atractivas las explicaciones biológicas y se ha generalizado la práctica de

derivar estos casos a los psiquiatras, lo que implica el empleo de la

medicación como tratamiento principal.

UNA PERSPECTIVA GENERAL DEL CONTENIDO

Este libro se centra en el reto de resolver los problemas serios o

intimidantes con una terapia breve y representa para nosotros un modesto

intento de responder a dicho reto. Más que una demostración de su

indiscutible éxito al tratar todos los problemas serios, se trata de una

explicación de nuestras experiencias para mostrar que «es posible» y para

animar a los investigadores y clínicos con ideas afines a seguir

explorando a partir de nuestra labor.

Para ilustrar cómo un método para resolver problemas puede fun-

cionar en los casos intimidantes, presentamos casos resueltos con éxi to y

explicamos cómo lo conseguimos. Tal vez habría sido mejor incluir

algunos de los numerosos casos en que fracasamos, junto con una

evaluación de las razones de dicho fracaso, pero creimos que eso sería

material para otro libro.

Para los lectores que desconozcan nuestro trabajo anterior (sobre

todo Watzlawick, Weakland y Fisch, 1974; Fisch, Weakland y Segal,

1982), en el primer capítulo incluimos un breve resumen de nuestras

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principales ideas, aunque también les aconsejamos remitirse a las obras

citadas. Los siguientes capítulos, del dos al ocho, presentan diferentes

tipos de problemas intimidantes que hemos tratado, tanto en el Centro de

Terapia Breve como en nuestras consultas individuales. En el capítulo

nueve analizamos el futuro e incluimos algunas ideas sobre cómo será y

hacia dónde se dirigirá la investigación en el futuro.

UN TRIBUTO A JOHN WEAKLAND

Tenemos otra razón para escribir este libro. John Weakland, cofun-

dador del Centro de Terapia Breve, falleció en 1995. Además de ser su

cofimdador, este hombre aportó al proyecto una imaginación única y una

gran fuerza. En ningún momento se dejó intimidar por los retos y en sus

investigaciones siempre se enfrentó a ellos con rigor.

La variedad de sus intereses era notable. Empezó como ingeniero

químico, pero tras darse cuenta que eso no era para él, dejó la profesión

para volver a la universidad a estudiar nada menos que antropología.

Mientras estudiaba en Nueva York conoció a Gregory Bateson y éste lo

invitó a trabajar con él en California, donde quería estudiar la

comunicación entre las familias que contaban con un miembro

«esquizofrénico». Así, Weakland y su esposa Anna hicie ron las maletas y

se fueron al Oeste. Fue al realizar ese proyecto cuando Weakland se

comprometió con el concepto de interacción.

Después, entre otros proyectos, realizó un estudio de las películas de

la China comunista para ver los cambios producidos en el desempeño de

los roles que se esperan de los miembros de una familia. Su interés en la

interacción abarcó otros ámbitos, como los problemas de la tercera edad,

de salud (para lo cual acuñó el término somática familiar), con la

organización administrativa y los diferentes esti los de cada país en la

negociación diplomática. Poco antes de morir, empezó a estudiar a las

personas con incapacidades de desarrollo que participaban en un

programa de readaptación ocupacional.

Weakland era muy generoso con su tiempo. La puerta de su ofi-

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ciña estaba casi siempre abierta y sus colegas podían consultar o con -

versar con él con toda libertad. Incluso en los últimos años de su vida,

cuando ya no podía ir a su oficina, recibía a sus amigos y colegas y siguió

atendiendo en su casa. No dejó de escribir hasta que ya no pudo sostener

el lápiz, aunque siguió desarrollando ideas y dictándoselas a su secretaria.

Lo más probable es que nunca llegue a apreciarse del todo el inco-

mensurable legado que dejó Weakland. No era lo que se diría un per-

sonaje carismàtico; más bien era modesto, quizá demasiado, y siempre

dedicó toda su energía a su trabajo y a explorar ideas nuevas. Rehuyó la

tentadora búsqueda de una imagen en un mundo orientado cada vez más

hacia lo exterior en lugar de hacerlo hacia el contenido.

Este libro es un pequeño tributo a Weakland y a su tenacidad para

desafiar lo «imposible». Él se definía a sí mismo como un hombre

curioso, y en sus concienzudos esfuerzos por encontrar una descripción

clara de los problemas exactos de la gente, desmitificó esos pro blemas,

dando opciones que los demás nunca habían imaginado.

AGRADECIMIENTOS

Como ocurre con muchas obras, este libro no es sólo fruto de nuestra

mente. Deseamos expresar nuestra gratitud a los innumerables

profesionales cuyo interés en nuestro trabajo dio pie a plantear su

retadora pregunta sobre su aplicación en los casos intimidantes o serios.

Sobre todo, deseamos agradecer la tenaz colaboración a nuestro

trabajo en el Centro de Terapia Breve de Barbara Anger-Diaz, que

también es una leal amiga; a Paul Watzlawick, que ha estado a nues tro

lado desde que se creó el Centro, tanto en los buenos como en únalos

ratos; a Lucy Gilí, que amplió nuestros horizontes al enseñamos el campo

de la organización administrativa (Gilí, 1999). También queremos dar las

gracias a Teresa García y Jean Jacques Witte-

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zaele del Instituto Gregory Bateson en Lieja, Bélgica; a muchos otros

colegas en el extranjero; y a Steve de Shazer e Insoo Kim Berg, que

aplicaron con éxito nuestro método en distintas culturas. Damos las

gracias a Wendel Ray, un hombre de una energía inagotable que nos

animó a seguir trabajando a lo largo de los años. Tampoco podemos

pasar por alto los pacientes esfuerzos de Phyllis Erwin, administra dora

del Instituto de Investigación Mental, que nos facilitó las cosas al

ayudamos a superar las frustraciones cotidianas de las cuestiones

organizativas. También apreciamos el cuidado y los esfuerzos de nuestro

editor, Alan Rinzler, que nos alentó y nos dio consejos muy úti les para el

original. Por último, uno de nosotros (R.F.) desea expresar su profunda

gratitud a un leal amigo, Larry Spector, que me cedió su tiempo y energía

desinteresadamente para ayudarme a aclararme con el ordenador y los

laberintos del procesador de textos y cuyos ánimos constantes fueron un

acicate para, finalmente, sentamos a escribir.

RICHARD FISCH, KARÍN SCHLANGER

Palo Alto, California,

enero de 2001

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INTRODUCCIÓN

¿Cómo se decide que un problema es intimidante o serio? La opinión

tradicional es que, por su propia naturaleza, ciertos problemas se resisten

de un modo inherente a métodos que han funcionado al tratar problemas

«no serios». Las explicaciones de esa diferencia parten de que los

elementos del problema se encuentran en el propio individuo cuya

conducta se cuestiona. No es raro que un terapeuta que cree en la utilidad

de los conceptos interactivos (por ejemplo, la terapia de familia) renuncie

a ellos cuando se topa con un problema serio y que defienda el punto de

vista tradicional de la psicopatología individual, que es una explicación

monadista.

Si, por ejemplo, un terapeuta intenta intervenir en conductas que se

consideran extrañas y sólo trata a la persona que padece la afección (el

paciente), y esa persona no pide ayuda para cambiar, entonces, cuando la

terapia fracasa, se dice que el paciente tiene un problema serio, un

problema imposible de resolver con una psicoterapia. Se atribuye el

fracaso al paciente, no a la manera de abordar el tratamiento.

Asimismo, se considera que el individuo con un problema inti-

midante es significativamente diferente de las personas «normales»

porque padece una patología persistente, ya sea por factores genéti cos, un

estado de ánimo firmemente arraigado, una manera de pensar defectuosa

que se desarrolla con el tiempo o una peculiaridad inexplicable pero

física en la mente de la persona (por ejemplo, la vulnerabilidad al

alcohol, el estrés o cualquier otra cosa). Todas estas

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etiquetas dan al problema un aura de inmutabilidad y desaniman de un

modo implícito al terapeuta cuando establece el primer contacto con el

paciente al prever un cambio benéfico. Un terapeuta que se enfrenta a una

esquizofrenia, por ejemplo, tenderá a ser pesimista respecto al éxito de la

terapia, y, por supuesto, ese pesimismo puede ser peijudicial para el

tratamiento, igual que el optimismo es beneficioso.

Hay otras características que contribuyen al concepto de gravedad.

Una importante es que la conducta problemática tenga un efecto

potencialmente catastrófico. Se puede decir que un paciente sufre una

ligera depresión cuando no pone en peligro su propia estructura

económica o la de su familia porque no trabaja o cuando no expresa la

intención de suicidarse. En caso contrario, se le diagnosticará una

depresión grave.

Así, el término grave tiende a ser empleado para diagnosticar una

conducta que es algo más que molesta, inconveniente, vergonzosa y

demás, y que por el contrario conlleva amenazas de suicidio, homicidio,

agresión, inanición o de un desastre económico. Los terapeutas también

considerarán que un problema es grave cuando el paciente está tan

dominado por él que está prácticamente incapacitado. Por otro lado, los

pacientes que presentan múltiples problemas o que manifiestan

«síntomas» extraños (como la automutilación) también intimidan a

muchos terapeutas.

* * *

Aunque pueda parecer ingenuo, consideramos que es mejor definir

los problemas como conductas que causan angustia a alguien que desea

un cambio; en esos casos, la persona presenta una queja. Las

características de la conducta pueden diferir según la persona, y la

conducta que es motivo de queja puede variar en función de una serie de

factores. Los síntomas de una dolencia pueden ser muy idiosincrásicos: lo

que para una persona puede ser un problema, para otra puede ser algo

muy normal. Para nosotros, si no hay queja, no hay problema. Esta idea

se aleja del punto de vista tradicional de que los rasgos de una conducta

problemática reflejan un estado anormal,

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Introducción

una enfermedad o un trastorno que se etiquetan con un diagnóstico.

Eso no significa que algunas conductas no hayan sido o no puedan

ser catastróficas, pero éstas, en cualquier caso, no dejan de ser conductas.

Según el punto de vista tradicional, el terapeuta tiene que reunir la

información para realizar un diagnóstico porque lo cree necesario para

saber cómo debe intervenir, y después tratará el diagnóstico. Por el

contrario, nosotros evaluamos con cuidado la conducta problemática y

después tratamos esa conducta. Por ejemplo, el terapeuta tradicional

pregunta: «¿Qué hacen con el desorden obsesivo compulsivo?», mientras

que nosotros preguntamos: «¿Qué hacen con una persona que mira si el

horno está encendido diez o más veces antes de salir de casa?».

* * *

En el primer capítulo, analizamos las ideas subyacentes a nues tro

trabajo y cómo éstas determinan nuestra manera de abordar el tra tamiento

de las dolencias. Para una explicación más detallada de la lógica

subyacente, recomendamos la lectura de The Tactics of Chan- ge: Doing

Therapy Briefly (Fisch, Weakland y Segal, 1982).

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John H. Weaklandy

Joyce Emanjomeh antigua

administradora de MRI

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IW UNA TERAPIA BREVE PARA CASOS INTIMIDANTES

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IDEAS SUBYACENTES

Para abordar un problema, para intervenir, un terapeuta tiene que

basarse en una serie de ideas, en un modelo. El modelo puede ser sen cillo

o complejo, pero, en cualquier caso, debe ofrecer una serie de directrices

que indiquen tanto lo que hay que hacer como lo que no hay que hacer.

En el ámbito de la psicoterapia, estas ideas suelen ser una «realidad»

construida para explicar en qué consisten los problemas; en cierto modo,

el modelo es una explicación de por qué la gen te tiene problemas o

ciertos tipos de problemas. (Algunos terapeutas dirán que ellos no parten

de ninguna teoría, pero lo más probable es que no sean conscientes de las

directrices que dictan sus «movimientos» en una terapia.) A continuación

explicaremos nuestras ideas sobre los problemas y sus implicaciones en

una intervención.

SI NO HAY QUEJA, NO HAY PROBLEMA

Para nosotros, un problema es una conducta que el paciente considera

claramente indeseable, más que la manifestación de una patología. Así, si

la persona no se queja por una conducta, no tiene ningún problema. En

ese sentido, nuestras ideas se alejan de los conceptos de normalidad y

anormalidad y, en cambio, se basan en la queja.

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No juzgamos la legitimidad de una queja; cada uno tiene su propia

escala de valores para definir lo que es una conducta aceptable o

inaceptable. Aunque, en tanto individuos, no podemos compartir muchos

de los valores de nuestros pacientes, los respetamos y los consideramos

caprichos de las prioridades y sensibilidades de cada cual. Una queja que

para nosotros podría ser trivial es tan legítima en una terapia como otra

que nos pueda parecer catastrófica; igualmente, aceptamos la palabra de

un paciente cuando sostiene que cierta situación, por muy terrible que

nos parezca, para él o para ella no representa ningún problema. Así,

como verán en los siguientes capítulos, salvo raras excepciones, al

principio de la primera sesión siempre preguntamos: «¿Cuál es el

problema que le ha traído aquí?». La pregunta también sirve para

demostrarle a la persona que su problema es lo primero y, por lo tanto, lo

más importante, centrándose así la terapia en el presente.

LA SOLUCIÓN INTENTADA FORMA PARTE

DEL PROBLEMA

A nosotros no nos importa cómo se inició un problema, pero sí

creemos que es básica para nuestro modelo la idea de que, sea cual sea la

manera en que se hayan iniciado, los problemas persisten debido a la

insistencia con la que la persona intenta resolverlos; a esa actitud la

llamamos la solución intentada. Este es el elemento principal de nuestras

ideas o de nuestro modelo. Así, el objetivo de la terapia 110 es conseguir

que la persona haga algo, sino más bien que deje de hacer lo que hacía

para resolver el problema. En cierto modo, la solución consiste en

conseguir que el problema se disipe en lugar de hacer un esfuerzo por

superarlo. En ese sentido, diríamos que lo que tratamos no son los

problemas, sino las soluciones intentadas. Sin embargo, también

ofrecemos alternativas partiendo de que no se puede dejar de hacer algo

sin intentar hacer otra cosa. (¡Prueben dejar de sentarse sin emprender

otra acción!)

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Partimos del supuesto de que una persona que persiste con una

actitud contraproducente no tiene nada de especial. Si intentamos ave-

riguar cuáles son las soluciones intentadas, en general, salvo raras

excepciones, vemos que suelen ser fruto de la lógica cotidiana o del

sentido común; por ejemplo, si a una persona le da miedo realizar una

actividad habitual, por ejemplo, entrar en un edificio grande, la gente que

quiere ayudarla suele decirle: «No hay nada que temer; todo el mundo lo

hace». Como parece que eso es lo único razonable que se puede decir, la

familia o los amigos insisten y quizá intenten expresar lo mismo de

diversas maneras: «Mira. ¿Qué va a pasar? ¡Nada!»

Creemos que sería interesante realizar un estudio de la lógica común.

¿Cómo es que la gente se queda atrapada en una sola opción? A la gente

parece costarle cambiar su marco de referencia y pasar de preguntar

«¿Qué es lo lógico?» a «¿Qué funciona?». De un modo concomitante, lo

más frecuente es que no se den cuenta de que están repitiendo lo mismo

una y otra vez y de que lo único que varía es la forma.

Por ejemplo, una conocida nuestra había sido contratada por una

familia para dar clases a su hijo de diez años. Al principio, el niño se

mostró dispuesto a trabajar, pero poco a poco fue perdiendo interés y

buscando todo tipo de maneras para resistir o sabotear los esfuer zos de la

profesora. Sólo mostraba interés cuando hacía algún juego, pero no

cuando la profesora quería que se concentrara en el trabajo requerido. La

profesora se sintió cada vez más frustrada y empezó a aborrecer ir a esa

casa. Pensó en dejarlo, pero necesitaba el dinero, (’reía que lo había

intentado todo y estaba a punto de rendirse. Había probado poner un

límite a los juegos con lecciones; le había explicado que el juego

interfería en el trabajo y que no era bueno para él. Intentó motivarlo

ofreciéndole la actividad lúdica como recompensa al final de las clases

más formales. Ninguna de esas tácticas funcionó.

Aunque creía que lo había probado todo, en realidad sólo estaba

haciendo una cosa, si bien de diferentes formas, todas ellas basadas en el

mensaje: «¡Tienes que ponerte a trabajar en serio!». Nos contó que en

una ocasión, en medio de una clase, harta de intentar captar su atención,

interrumpió la lección y le dijo: «Has tenido un día muy

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largo y creo que debes dejar de trabajar y ponerte a jugar». El niño

enseguida aceptó su ofrecimiento, pero al cabo de diez minutos vol vió a

la mesa donde trabajaban y quiso reanudar la lección. En lugar de seguir

con lo que funcionó —«No deberías trabajar en serio»—, la profesora

hizo lo que, para ella, era lógico: atribuyó su renovado interés en el

trabajo a que el niño vio su mueca de desaprobación, y ella volvió a la

actitud de «Bien, sigamos trabajando». Con este comentario no consiguió

el esfuerzo continuado que ella había esperado y de nuevo se sintió

impotente.

Nosotros le señalamos claramente lo que no funcionaba y lo que sí

funcionaba y le hicimos una serie de sugerencias sobre cómo podía

probar una táctica diferente, que consistía básicamente en: «Te veo

cansado [o parece que has tenido un día muy duro], ¿por qué no te vas a

jugar?». Aunque la profesora nos contó que el chico trabajaba mejor que

antes y en algunas clases rendía bastante más, dijo que le costaba

mantener esta actitud con él porque le parecía tan ilógica; además,

atribuyó su mayor concentración en los estudios a que el chico por fin se

dio cuenta de la cantidad de trabajo que tenía y de lo necesario que era

hacerlo. Teniendo en cuenta que esta mujer no es en absoluto estúpida ni

tozuda, atribuimos su dificultad para desviarse de un camino

contraproducente a la dificultad para cambiar de marco de referencia; es

decir, para cambiar de «realidad».

LA INTERACCIÓN ES BÁSICA

Creemos que es inevitable que las personas que están en contac to

continuo se influyan las unas a las otras. Esta creencia es un elemento

básico en el pensamiento interactivo, un pensamiento que es intrínseco a

nuestra visión de la persistencia de los problemas. Así, mientras que una

persona puede considerar que la conducta indeseable de su hijo refleja un

fenómeno interno o intrapsíquico, nosotros analizamos la interacción

entre el padre o la madre y su hijo, sobre todo las interacciones que giran

en tomo a la queja manifestada.

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Por ejemplo, un padre dice que su hijo es un mentiroso. Al analizar el

contexto en el que ese niño miente, vemos que suele ser cuantío se

enfrenta a una acusación directa o indirecta del progenitor, un

enfrentamiento al que el niño responde negando su culpa. Como el

progenitor sospecha o cree que el niño es culpable, el interrogatorio

continuará, a menudo con palabras acaloradas, y al final el progeni tor

usará ese episodio como otro ejemplo de que el niño es un men- I i roso.

En general, el que presenta la queja adopta el punto de vista lineal de

que el niño miente sólo porque tiene esa tendencia, en lugar de adoptar el

punto de vista interactivo de que el niño miente en respuesta al

interrogatorio del progenitor. Al progenitor puede confundirlo que el

terapeuta resuma el intercambio diciendo que el niño miente cuando lo

interrogan y que, hipotéticamente, no mentiría si no lo interrogaran.

Muchos padres contestarán que, si bien eso es verdad, es necesario

interrogar «para conseguir que el niño reconozca su culpa», ya que creen

que su confesión es necesaria para legitimar el castigo que le impongan.

El punto de vista interactivo desempeña un papel decisivo cuando la

queja tiene que ver con otro, como en el ejemplo del niño que miente, y

cuando el otro no reconoce la existencia de un problema. Una vez más,

los padres piensan que el niño mentiroso necesita una terapia, en lugar de

pensar que tienen que dejar de interrogarlo y buscar otras maneras de

justificar la imposición de las consecuencias.

HL CAMBIO FAVORECE MÁS CAMBIOS

Como consideramos que los problemas requieren un esfuerzo

continuo (la solución intentada) para persistir, cuando hay un cambio

mínimo pero estratégico, creemos que se producirán más cambios en

forma de una onda expansiva o del efecto dominó. Es decir, en cuanto la

persona deja de realizar lo que hace que persista el pro

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blema, empezará a ver un resultado positivo, y eso, a su vez, la animará a

desviarse un poco más de la solución intentada, y así sucesivamente. Esta

reacción de onda expansiva es uno de los elementos que permiten que el

tratamiento sea breve. A menudo, no es necesario que la terapia recorra

toda la distancia, sino que basta con poner la pelota en movimiento.

UNA DESCRIPCIÓN, NO UN DIAGNÓSTICO

Aunque este modelo tiene una estructura sencilla, en la práctica su

ejecución contrasta con su simplicidad. El modelo es contrario a la

intuición; es decir, básicamente se desvía de las tradiciones de la

psicoterapia. En la mayoría de las terapias, es necesario hacer un diag-

nóstico para poder determinar el tratamiento adecuado: ¿corresponde la

conducta del paciente a una «depresión», «ansiedad», una «depresión

agitada», «obsesiva compulsiva» o...? Por el contrario, nuestro modelo

requiere que el terapeuta piense en términos de una descripción de la

conducta del paciente y de los intentos de llegar a una solución.

Supongamos, por ejemplo, que un padre con un hijo que no ha ido un

día entero a la escuela porque cada mañana, antes de salir, llora

desconsoladamente. Cuando lo obligan a ir, se pone a dar patadas y a

chillar y, si el padre consigue llevarlo, el crío se las arregla para que la

escuela pida que lo vayan a buscar porque su angustia perturba el resto

de la clase. La etiqueta habitual (diagnóstico) para esta conducta (según

el DSM-IV) es la de desorden de ansiedad por separación. Esta etiqueta

tiende a reducir el centro de intervención al niño, a menudo

involucrándolo en un intento de averiguar por qué se angustia. Así, no se

intenta adquirir una visión más amplia de la conducta que provoca la

angustia; por ejemplo, ¿en qué contexto el niño empieza a gritar, a dar

patadas o a perturbar la clase? ¿Lo hace en respuesta a cuando el padre le

asegura que no tiene nada que temer y que se lo pasará bien? Debido a

los episodios anteriores, ¿es posi

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r

ble que la maestra haga o diga algo previendo sus acciones perturbadoras

y que su conducta sea una respuesta a eso?

Asimismo, las etiquetas de diagnóstico pueden conducir a la creencia

implícita de que es imposible cambiar y a cierta actitud pesi mista, tanto

por parte del paciente como del terapeuta. La etiqueta «alcohólico»

implica que el individuo debe realizar cambios fundamentales, mientras

que la frase «Bebe más de lo que debiera» evita una expectativa tan

intimidatoria. En el primer caso, el paciente desea convertirse en otra

persona; en el segundo, necesita encontrar la manera de dejar de realizar

una acción no deseada.

Básicamente, nuestro modelo evita poner una etiqueta a una conducta

no deseada y, en cambio, pretende averiguar cómo y en qué contexto se

lleva a cabo la conducta no deseada. Los profesionales tienden a pasar

por alto esta última idea porque las tradiciones de los métodos de

curación occidentales han establecido los diagnósticos (o cajas) como una

condición sine qua non para poder actuar.

* * *

En el capítulo 2, ilustramos la aplicación de estas ideas analizando un

tipo de problema que suele considerarse intimidante porque conlleva un

estado en el que la vida del paciente corre peligro y en el que pierde la

noción de la realidad. Se trata de la depresión profunda.

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DEPRESIÓN PROFUNDA

En general, los terapeutas no suelen sentirse intimidados cuando se

enfrentan a casos en los que el paciente se queja de una depresión pero

sigue trabajando o funcionando a un nivel razonable, aunque sea un nivel

inferior al deseado. Sin embargo, incluso en esos casos, si la terapia no

tiene los efectos deseados, el terapeuta derivará el paciente a un

psiquiatra, que seguramente lo medicará. Si encima el paciente amenaza

con suicidarse, es casi seguro que lo derivará. (A veces, si aún así el

paciente no mejora, el terapeuta pensará que la dosis o el tipo de

medicación es insuficiente, mientras que es posible que el psiquiatra

cuestione la terapia. Lo más probable es que el psiquiatra ajuste la

medicación y que la terapia siga igual que antes.)

Cuando el terapeuta cree que el paciente está muy deprimido, es

posible que el caso le parezca intimidante; seguramente lo derivará a un

psiquiatra y lo hará nada más empezar la terapia. El tera peuta también

puede decidir que hay que aplicar medidas más severas; las más

habituales en estos casos son la medicación, la hospitalización y la

administración de electrochoques. Este abordaje se ve reforzado cuando

el paciente amenaza o intenta suicidarse.

Al hablar de depresión profunda nos referimos a episodios en que un

individuo, además de decir que está bajo de moral, se conduce de una

manera que interfiere de un modo significativo en sus actividades

fundamentales, como el trabajo o la escuela, o hace peligrar su salud por

la falta de sueño, la pérdida de apetito y de peso o por des-

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hidratación. Empleamos esta definición para diferenciar estas conductas

de las de las personas deprimidas pero que consiguen llevar a cabo

actividades importantes y que cuidan de su salud básica. Esta distinción

es fundamental, porque el empeoramiento de la salud y la disminución de

las actividades que definen el rol de una persona pueden a su vez

intensificar sus sentimientos de depresión. Un individuo puede dejar de

trabajar porque se siente deprimido, pero el solo hecho de dejar de

trabajar también puede ser deprimente, creándose así un círculo vicioso.

Cuando un individuo se comporta de una manera que hemos descrito

como característica de una depresión profunda, el que presenta la queja

suele ser un pariente, como el cónyuge, más que la per sona deprimida.

Tal es el caso presentado en este capítulo; el equipo de tratamiento vio al

marido sólo una vez. (Este caso se atendió en el Centro de Terapia Breve,

donde el terapeuta principal suele trabajar conjuntamente con los

miembros del equipo, que observan por un espejo unidireccional. Debido

al elemento de investigación del trabajo realizado en el Centro, nuestros

tratamientos tienen un límite de diez sesiones.)

Tradicionalmente, incluso cuando el terapeuta se entrevista primero

con el cónyuge, se considera que éste es una especie de transeúnte, una

víctima indefensa de la «enfermedad» de su pareja. Se valora la

información que da para poder hacer o confirmar un diagnóstico antes de

tratar al paciente. Como ya hemos dicho, para nosotros la persona que

presenta la queja es fundamental para la terapia: es la que realiza el

mayor esfuerzo para cambiar la situación a pesar de que sus esfuerzos,

sin saberlo, mantienen el problema que intenta cambiar. Lo volvemos a

mencionar aquí para que no piensen que nos centramos en Miriam en

lugar de Al porque éste estaba ingresado, y para que no se extrañen de

que tuviéramos tan poco contacto con el «verdadero paciente». (Como en

todos los casos de este libro, los nombres e identidades de los

participantes son ficticios.)

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MIRIAM Y AL

Miriam acudió al centro preocupada por su marido Al, que, según

ella, estaba profundamente deprimido. Al tenía sesenta y cinco años y

Miriam, sesenta y dos. Al se había retirado de su negocio tras un infarto y

ambos se habían trasladado a esta zona porque su hija y su yerno vivían

aquí. Al había tomado antidepresivos, pero no le ayudaron, y tras insinuar

que quería suicidarse, su psiquiatra decidió ingresarlo. Cuando se celebró

la primera entrevista con Miriam, hacía una semana que estaba en el

hospital. Miriam contó que tenía la depresión desde hacía un año, había

estado ingresado seis semanas y en esa ocasión le habían administrado

electrochoques. Dos años antes había sufrido otra depresión y lo habían

ingresado entre tres y cuatro semanas, aunque esa vez no le administraron

electrochoques.

Miriam dijo que sus depresiones parecían coincidir con su pre-

ocupación de que no les alcanzara el dinero para vivir; temía que los

desahuciaran del piso en que vivían y que acabaran en la calle junto con

todas sus pertenencias. Ante la tenacidad de esa creencia y la

omnipresencia de su preocupación, Miriam estaba muy asustada.

Primera sesión

En la primera sesión, nos reunimos con Miriam y su hija, Sara. Fn

total, el tratamiento consistió en nueve sesiones, una semanal.

TERAPEUTA: (A Miriam) ¿Cuál es el problema?

MIRIAM: Bueno... empezó después del infarto. El tenía su

propio negocio donde tenía que hacer un trabajo físico muy duro,

de modo que después del infarto tuvo que dejarlo. En realidad se

alegró de dejarlo y de venir a California porque nuestra hija vive

aquí... Alquilamos un piso en San Francisco y, durante un

tiempo, parecía estar bien, hasta que empezó a preocuparse por

el dinero. «Ah -decía—, nos hemos equivocado. Aquí todo es

muy caro. No nos alcanzará el dinero.»

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Yo le aseguraba que sí que nos alcanzaría. Y últimamente no

quería gastar en nada porque decía que no nos lo podíamos

permitir. Ése es su mayor problema, que teme que no nos

alcance el dinero. Pero yo le decía que con su Seguri dad Social,

la mía y unos pequeños ahorros, todo iría bien. Le insistía. Y mi

yerno se lo explicó sobre papel varias veces, y cada vez él decía:

«No podremos pagar el alquiler y entonces rescindirán el

contrato de arrendamiento y nuestros muebles acabarán en la

calle.» No paraba de decirme cosas horribles. Y yo le decía que

no era verdad. (.Miriam también había mencionado que, cuando

estaba ingresado, Al había dicho que le habían intervenido el

teléfono.')

TERAPEUTA: ¿Y supongo que las cosas fueron a peor?

MIRIAM: SÍ, fueron a peor.

TERAPEUTA: ¿Qué fue lo que provocó su ingreso? Me refiero

a esta vez.

MIRIAM: El miércoles pasado fuimos de compras y compré

muy pocas cosas. Él parecía muy enfadado por lo que había

comprado. Y luego, cuando llegamos a casa, ni siquiera se quitó

el abrigo. Después, por la noche, quiso salir, y yo le pregunté:

«¿Adonde vas?» Él me contestó: «No lo sé. Sólo quiero salir.»

Así que llamé a mi hija y a mi yerno, y mientras hablaba con

él, mi hija cogió el teléfono y llamó al doctor M. que dijo que lo

lleváramos al hospital. Después Al me dijo que pensó que si se

iba, quedaría bastante dinero para mí, y le pregunté: «¿Y adonde

pensabas ir?» Me contestó que no lo sabía.

TERAPEUTA: ¿Y eso le preocupó?

MIRIAM: SÍ.

TERAPEUTA: Así que deduzco que para él, el problema es la

falta de dinero y el futuro incierto. Veo que tiene sesenta y cinco

años.

SARA: Tiene muchos... si me permiten intervenir, tiene los

síntomas típicos de una depresión... sentimientos de inutili-

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dad, mucha ansiedad, mucha angustia. Le da miedo conducir;

además de la situación económica hay muchas otras cosas que lo

angustian.

Este último comentario muestra la importancia de reconocer la

posición de la persona que presenta la queja. El terapeuta acababa de

resumir el problema de Al al decir que consistía en una preocupación por

el dinero y el futuro. Al parecer, eso a la hija le pareció una visión

demasiado superficial del estado de su padre y creyó necesario corregirla,

lo que llamaríamos la expresión de una posición; en este caso, la hija

expresó una posición pesimista para corregir el optimismo del terapeuta.

Por regla general, sobre todo en los casos graves, la persona que

presenta la queja tiende a sentirse intimidada por el problema y también

indefensa cuando no desesperada; es importante prestar atención a la

expresión de ese pesimismo. Difícilmente el terapeuta se equivocará si

adopta una postura igual de pesimista o más. El mayor peligro está en

adoptar lo que parecería una posición optimista, pues la persona que

presenta la queja puede quedarse con la sensación de que el terapeuta no

entiende la gravedad de la situación y eso puede reducir enormemente su

credibilidad.

El terapeuta quiso averiguar cuál había sido la solución intentada de

Miriam y Sara. Definimos las soluciones intentadas como los esfuerzos

que hace la gente para lograr el objetivo específico de aliviar el problema.

Aunque Miriam y Sara ya habían dado varios ejemplos de sus esfuerzos,

la mayoría consistentes en asegurarle que tenían suficiente dinero,

preferimos que nos lo confirmaran y que nos lo presentaran de un modo

explícito como un intento de cambiar las cosas.

TERAPEUTA: (A Miriam) ¿Cómo se ha enfrentado al problema

hasta ahora? ¿Cómo ha intentado ayudarle?

MIRIAM: En general he sido paciente. Le decía que no se

preocupara por nada, que ya nos las arreglaríamos. Intenté

animarle a ir al club de jubilados. Allí me dijeron que se

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iban de viaje a Monterey, y pensé que le iría bien ir. Pero él dijo

que no nos lo podíamos permitir, yo insistí y al final fui mos. En

el viaje le comenté lo hermoso que era el paisaje y él dijo que no

lo disfrutaba. Pensé que le iría bien, pero él dijo que no le gustó

nada.

TERAPEUTA: (A Sara) ¿Y usted cómo intentó ayudarlo?

SARA: Bueno, hemos intentado darle todo nuestro apoyo. Mi

marido habló con él de las cuestiones de dinero que le preocupan

con mucho cariño y energía. Papá le respeta mucho porque es

muy hábil en los negocios y todo eso, siempre le pide consejos

para cuestiones relacionadas con el dinero, así que John intentó

repasar su situación económica y mostrarle cómo era en realidad.

Al ver que seguía igual, me dediqué a leer un poco, hablé

con unos cuantos amigos psicólogos, para intentar informarme

un poco más y no sé... parece que casi todo lo que hemos hecho

es lo que se considera en general como lo más útil y terapéutico.

A veces creo que nos equivocamos al intentar mostrarle la

realidad de su situación cuando quizá eso era demasiado

estresante para él.

De un modo muy sucinto, la hija expresó el dilema de muchas

personas. Es decir, hacen lo que suele considerarse correcto (lógico,

realista, terapéutico, adecuado), a pesar de que no es eficaz o de que

incluso empeora la situación. Insisten en ello porque creen que es lo

correcto. Ese es su marco de referencia, su realidad. (Uno de los autores,

R.F., recuerda que, en el instituto, en una clase de biología sobre los

instintos, el profesor dio un ejemplo de un tipo de avispa que seguía

construyendo laboriosamente un nido a pesar de que la mitad inferior

estaba destruida. Cuando acababa de construir el nido, lo abandonaba.)

TERAPEUTA: ¿Como qué tipo de realidades?

SARA: Bueno, conducir le causa una gran ansiedad... Hasta

hace muy poco yo me limitaba básicamente a escucharle,

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apoyarle y entenderle, y me di cuenta de que eso no le servía de

nada, así que una vez que estaba sola con él decidí mostrarme un

poco más enérgica y le insistí en que estaba segura de que él

podía conducir. Intenté rebatir cada una de sus razones. Me dijo

que el coche necesitaba una revisión, y yo le repliqué que incluso

una chatarra el doble de vieja podía dar la vuelta a la manzana.

¡ Sólo tenía que poner la llave de contacto, dar la vuelta a la

manzana y aparcar! Ese tipo de discurso realista.

Es habitual que las personas que presentan la queja crean que han

cambiado de actitud porque dicen lo mismo pero de un modo más

enérgico o más suave. Durante todo ese tiempo, tanto Miriam como Sara

habían adoptado la actitud de «No te preocupes, puedes hacer lo». En

general, lo habían hecho con suavidad: razonando con Al, animándolo e

instándole. Lo que Sara acaba de describir es lo mismo de antes, pero a

ella le pareció sustancialmente diferente porque se había expresado de un

modo más enérgico.

TERAPEUTA: Deduzco que él consigue que ustedes tres [con

ello incluyo al yerno] sean más optimistas de lo que tal vez

serían en otras circunstancias... que, de algún modo, consigue

que las dos le digan que las cosas, al fin y al cabo, no están tan

mal... me refiero a cuando le da por hablar de lo mal que está

todo y de que pronto acabarán en la calle...MIRIAM: Sí, yo siempre le digo que se equivoca.SARA: SÍ, su pesimismo no se justifica.

A estas alturas, para el terapeuta ya era evidente que sus esfuer zos

bien intencionados para ayudar a Al no surtían efecto y que ali mentaban

su depresión. También era obvio que esos esfuerzos bien intencionados

se basaban fundamentalmente en animarle a sentirse mejor y a rendir

más. Aquí, el terapeuta intentó volver a definir los esfuerzos como parte

de una interacción repetitiva entre las dos mujeres y Al, en la que Al era

un participante tan activo como ellas.

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Éste es un ejemplo de una intervención de «prueba», que sirve para

ver si la persona que presenta la queja aceptará la redefinición y, por lo

tanto, si cuestionará la oportunidad de sus esfuerzos. Sin embargo, en

este caso, tanto la esposa como la hija siguieron empleando su marco de

referencia original, reiterando su justificación de lo que habian hecho. El

terapeuta enseguida dejó de aplicar el nuevo marco de referencia y pasó a

otro enfoque:

TERAPEUTA: ¿Qué les aconsejó el doctor M? Me refiero sobre

todo a cuando Al salga del hospital y vuelva a casa.MIRIAM: No nos ha dicho nada.

SARA: Al parecer, cree que papá tiene que mejorar antes de poder

hacer una terapia.

Al final de la primera sesión, el terapeuta pidió a Miriam y Sara que

le preguntaran al psiquiatra si Al podía ir al Centro. Dijeron que lo

harían.

Segunda sesión

La segunda sesión también se hizo con Miriam y Sara. Como era

evidente que su solución intentada consistía en asegurar a Al que no tenía

que preocuparse por el dinero y que debía ser más activo porque así se

sentiría mejor, el terapeuta sentó las bases para que cambiaran de táctica.

Definió las afirmaciones pesimistas de Al como metáforas; como tales,

los razonamientos de Sara y Miriam no podían ser eficaces, El terapeuta

les recomendó que desistieran de hacer esa clase de comentarios.

TERAPEUTA: Hemos trabajado mucho con familias en las que,

además del plan de tratamiento que se le hubiera asignado al

paciente, buscamos maneras en que las familias pudieran usar

recursos que no se les habían ocurrido emplear... En general el

individuo que padece una depresión se siente mal

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consigo mismo, pero las extrañas afirmaciones de su marido

parecen contener un elemento que es algo más que auto-

denigrante... Es posible que esté intentando comunicarse, pero de

una manera y a un nivel que si intentan contestarle de un modo

razonable, creo que lo que ocurre es que se produce un cruce de

comunicaciones en el que nadie escucha a nadie... Lo que quiero

decir es que para hacerse una idea más clara, en términos más

comprensibles, de lo que le preocupa, es posible que ustedes

tengan que dejar de razonar del modo más habitual y lógico

cuando le dé por decir esos disparates.

SARA: Ya.

La hija había aludido antes a los «demás miedos» del padre. Aunque

Al los expresaba mucho menos, habían sido un importante motivo de

preocupación para Sara y Miriam. Una cosa es hablar insistentemente de

la falta de dinero, pero se considera ominoso que una persona se ponga a

acusar a desconocidos de que la persiguen, actitud que suele tacharse de

delirante.

TERAPEUTA: ASÍ que, en vez de decir, como haríamos en una

situación normal: «Lo dudo», cuando él dice: «Me han

intervenido el teléfono...», piensen en otro tipo de pregunta que le

incite a reflexionar un poco más, como: «¿Qué te crees? Si te han

intervenido el teléfono, ¿qué tiene tu conversación de tan

interesante o importante como para que los demás la escuchen?»

SARA: Ya le pregunté algo parecido: «¿Por qué te elegirían a

ti?»

Es muy frecuente que la persona que presenta la queja interprete un

comentario del terapeuta de acuerdo con su propio marco de refe rencia y

sin ver la diferencia esencial. En este caso, en su comentario, el terapeuta

no puso en duda que hubieran intervenido el teléfono, sino que preguntó

qué tenía su conversación que pudiera interesar

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a los demás, mientras que el comentario de la hija cuestionaba la idea

«delirante» de Al.

TERAPEUTA: Puede que suene muy detallista en términos de

comunicación, pero si usted expresa una duda sobre lo que él

dice y después le pregunta: «¿Por qué habrían de hacer lo?», es

casi igual que decir «No lo creo».

SARA: SÍ, es verdad.

TERAPEUTA: En cambio, le darán a entender algo muy distinto si le

dicen: «¿Qué tienes de tan especial para que quieran intervenir tu

teléfono?»

MIRIAM: Entiendo.

TERAPEUTA: Así se muestran intrigadas. Ya sé que lo que les

pido no es fácil.

Tercera sesión

En la tercera sesión, el terapeuta se entrevistó con Sara y su marido,

John. La semana anterior le habían dado el alta a Al en el hospi tal, que

atribuyeron a los efectos de un nuevo antidepresivo. El terapeuta insistió

en seguir con la táctica anterior, pidiéndoles que se desviaran de los

anteriores intentos de mostrarse optimistas y que en cambio se mostraran

pesimistas y cautos.

TERAPEUTA: Les habíamos pedido que hicieran una cosa. Me

gustaría saber cómo ha ido.

JOHN: LO intenté y dijo lo de siempre, lo de sus sospechas y

tal. Siempre fue un poco así, y cuando estuvo ingresado creyó que

lo estaban poniendo a prueba para ver qué era real y qué no lo era

porque había hablado de suicidarse. En cuanto al dinero y los

teléfonos, no es que pretendieran hacerle daño, sino que querían

averiguar si de verdad estaba loco.

SARA: Casi fue como una muleta en tomo a la cual pudo girar

la conversación. Me resultó muy útil.

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JOHN: Seguramente habría sido mucho más perjudicial

intentar ganar la discusión, y eso nos permitió conversar más.

Sentí que no le sermoneaba tanto.

El terapeuta pasó a crear un nuevo marco para el problema a fin de

darle una perspectiva nueva, una en la que se viera lo ilógico y

contraproducente que sería seguir animando a Al.

Para animar a la gente a desviarse de sus esfuerzos habituales, no es

fácil indicarles qué otra táctica deben emplear. Como dijimos antes, la

gente persiste en sus acciones porque cree que es lo único razonable, lo

único correcto. Sugerir otra cosa es cuestionar su realidad. Así, es

necesario enmarcar cualquier otra táctica o dirección, o envolverla por así

decirlo, con una explicación que a la persona le resulte agradable. Esto

puede parecer extraño o artificial, pero enmarcar y volver a enmarcar

forma parte de la mayoría de las terapias. La diferencia está en que en las

terapias más tradicionales, el terapeuta cree que lo que dice es «verdad»,

que está «enfrentando al paciente con la realidad».

Por ejemplo, si después de unas pocas sesiones de un análisis un

paciente le dice a su analista que siente que ya ha resuelto su pro blema y

que cree que ha llegado el momento de terminar el tratamiento, el analista

enmarcará ese anuncio como una «fantasía de salud» o bien como algún

tipo de resistencia. Básicamente lo que hace el analista es volver a definir

la mejoría como un obstáculo esperado para mejorar más o «de verdad».

Para él el hecho de enmarcar no significa que esté inventando una

historia, porque refleja su sistema de creencias. Ya sea creyendo en él o

creándolo a propósito, el efecto de crear un marco nuevo es el de inducir

al paciente a seguir el tratamiento.

Nuestro trabajo y el de otros terapeutas con una orientación estra-

tégica ha sido criticado porque el resultado de un nuevo marco, por muy

beneficioso que sea para el paciente, pierde legitimidad si el terapeuta no

cree lo que dice. Sin embargo, éste es un debate que está fuera del

alcance de este libro.

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TERAPEUTA: Permítanme que les diga una cosa, porque creo

que los pondrá en una posición que les servirá para ayudar tanto

a Miriam como a Al, sobre todo a Al. Creo que la decisión de

venir a vivir aquí ha sido difícil, pues su padre prefería no

hacerlo y su madre lo deseaba mucho. En cierto sentido, en lugar

de convencerse, llegó un punto en que su padre se vio ante la

siguiente opción: si sigo en mis trece, Miriam será infeliz y yo

no quiero eso. Así que aceptó algo que habría preferido no hacer.

Supongo además que a su madre también le costaba ver que

su padre era desgraciado y puede que, a sabiendas de que él

había tomado la decisión por ella, ella intentara que él también

se sintiera feliz por haberla tomado.

SARA: ¡Hummm!

TERAPEUTA: Y a lo mejor se pasó de la raya. Es posible que le

hubiera dado a entender que si bien ella tenía sus reservas acerca

de venir aquí, podía ser bueno para su padre, que podría ser

beneficioso para él.

SARA: Estoy segura de que nosotros también participamos en eso.

Aquí el clima es mejor...

TERAPEUTA: A lo mejor exageró su entusiasmo sobre lo

maravillosa que es California porque quiere hacerle creer que

esto tiene que ser bueno para él. En ese sentido, su padre la está

decepcionando porque no se está beneficiando.

SARA y JOHN: SÍ.

TERAPEUTA: Como las dos cosas que he mencionado se

apoyan en la discrepancia entre la idea de su padre de: «No estoy

muy contento con California y tampoco estoy tan contento como

debiera estar», creo que él se relajaría si esa discrepancia

disminuyera. De modo que habría que hacerle ver que, en primer

lugar: «No sé muy bien hasta qué punto mamá es feliz en

California, creo que tiende a exagerar»; y, en segundo lugar: «Es

un poco difícil acostumbrarse a un lugar como California.» Es

decir, «Si te cuesta sentir la alegría de vivir, papá, es porque es

un cambio difícil, y si estás con la moral

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baja, deprimido, tienes derecho a estarlo.» Como tipo de men-

saje, es el efecto terapéutico de «al sufrimiento le gusta estar

acompañado», es decir, «no estoy solo».

Cuarta sesión

En la cuarta sesión, el terapeuta volvió a reunirse con Sara y John.

Aunque hasta entonces habían seguido sus consejos, también expresaron

su preocupación por tener que adoptar una postura claramente pesimista.

Así, gran parte de esta sesión se dedicó a enmarcar la dolencia del padre

y sus intentos anteriores de tranquilizarlo para que la táctica terapéutica

les resultara más aceptable.

La sesión concluyó con ejemplos concretos de cómo podían ayudar

dando la impresión de que querían convencer a Al de que no hiciera

determinadas actividades, en lugar de animarlo como lo hacían antes.

Tengan en cuenta que creimos que el dar ánimos era el ele mento

pernicioso en el medio interpersonal de Al y, por lo tanto, por muy raro

que parezca, la dirección diferente y obvia que había que seguir consistía

en «desanimarlo».

TERAPEUTA: El hilo común es que la postura terapéutica que

hay que adoptar consiste en que cualquiera de ustedes dos se

interponga en su camino; es decir, tienen que contenerlo...

«¿Debería hacer mi testamento?» «Es demasiado complicado. Yo

de ti no lo haría.» «¿Debería coger el autobús?» «No, creo que

no.»

JOHN: {Ríe) De acuerdo.

TERAPEUTA: «¿Y si voy a dar un paseo?» «Es un esfuerzo

demasiado grande, papá.» Porque es que hay una parte dentro de

él que quiere estar bien, que quiere volver a la normalidad, y que

necesita presión para ir acumulándose. Básicamente lo que

ustedes tiene que hacer es construir un dique y crear esa presión,

y la primera señal importante de éxito es cuando él se enfade

porque ustedes se interponen en su camino y les diga: «¡Qué

narices! ¡Pienso hacerlo!».

Page 45: Cambiando lo incambiable.docx

Quinta sesión

El equipo de tratamiento vio que a Miriam le costaba dejarse con-

vencer y desviarse de su costumbre de tranquilizar a su marido y que

nuestros esfuerzos por crear un nuevo marco no habían sido eficaces. Por

lo tanto, en la quinta sesión nos centramos en un marco nuevo:

básicamente que la dolencia del marido se debía a su inseguridad (con lo

que ella enseguida se mostró de acuerdo) y que podía ayudarlo

devolviéndole esa seguridad (con lo que también estuvo de acuerdo); le

sugerimos que una manera de lograr ese objetivo era evitando corre gir

sus percepciones «falsas» y, en cambio, respondiéndole diciendo «puede

que tengas razón», es decir, no discutiéndole. También lo aceptó.

Cuando la persona que presenta la queja está asustada o angustiada,

nos resulta muy útil dar ejemplos concretos de cómo debe proceder. Por

supuesto, lo hacemos sólo después de que la persona haya aceptado

seguir la táctica general que sugerimos. En este caso, le propusimos que

cuando su marido dijera, como solía hacer: «No sé si nos alcanzará el

dinero», ella le contestara: «Yo tampoco». Con ello le demuestra que se

compadece de él y, lo más importante, le permite desviarse de su

tendencia habitual a discutir al replicarle: «Claro que sí; no te

preocupes».

Sexta sesión

En la sexta sesión, volvimos a ver a Miriam a solas. Como seguimos

el principio de que la única intervención correcta es la que funciona,

solemos esperar a ver si la persona que presenta la queja ha acatado

nuestra anterior sugerencia y, si es así, qué ocurrió.

Miriam explicó que cada vez que Al expresaba sus preocupaciones,

ella coincidía con él en lugar de discutir y que la táctica parecía

funcionar. Por ejemplo, unos amigos habían venido de Los Ángeles y Al

se lo había pasado muy bien con su visita.

Aunque Miriam dijo que su marido había mejorado, seguía pre

Page 46: Cambiando lo incambiable.docx

ocupada por su persistente resistencia a continuar con el tratamien- U>

psiquiátrico. Cuando Al expresaba su renuencia a seguir con el psiquiatra,

Miriam solía contestarle que debía hacerlo, con lo que él siempre

disentía, de modo que su temor de que Al fuera a abandonar el

tratamiento iba en aumento. Aunque nosotros no le dábamos la misma

importancia a que su marido prosiguiera con el tratamiento, nos dimos

cuenta de que Miriam se angustiaría más si lo dejaba. Tratar la ansiedad

de la persona que presenta la queja tiene, como ya hemos resaltado, una

importancia vital en los casos de problemas serios.

En cuanto la persona que presenta la quej a ha aceptado una tác- tica

terapéutica, la ha llevado a cabo y visto los resultados positivos, no es

necesario crear tantos marcos para dirigir sus esfuerzos hacia otras áreas

de la solución intentada. Así, en esta sesión, pudimos hacer sugerencias

más rápido. Una vez más, las enmarcamos de un modo que permitiera a

Miriam responder a Al de un modo que no diera lugar a una discusión:

por ejemplo, cuando él dijera: «No creo que el doctor M. me haga bien»,

o «No creo que necesite al doctor M.», ella debía contestarle: «No sé si

necesitas al doctor M. ni si te hace bien, pero convendría que sigas

viéndolo para no herir sus sentimientos.» (Además de evitar una

discusión, con su afirmación también dio otra razón para seguir el

tratamiento psiquiátrico, al pasar tic una posición negativa —«Sigues

enfermo; necesitas la ayuda de un médico»— a una posición positiva:

«Sigue el tratamiento para que el médico no se sienta herido». Ese tipo de

cambio puede aportar otra ventaja: es la capa que cubre el pastel de la

compasión,

También empleamos otro marco: que la depresión de Al se debía a un

sentimiento de culpa porque no podía expresar el placer que se esperaba

de él cuando su mujer le pedía que participara en determinadas

actividades, como los viajes de placer, y que era esa culpa lo que ponía el

mayor obstáculo a que él aceptara hacer las cosas. Como Miriam

enseguida aceptó este nuevo marco, le sugerimos que cuando propusiera

una actividad o salida añadiera: «Me apetece hacer tal o cual cosa, pero

no creo que a ti te guste.» De ese modo, la ayudarnos a desviarse de sus

habituales intentos de motivar a su marido como si fuera una animadora.

Page 47: Cambiando lo incambiable.docx

Séptima sesión

Decidimos concertar la siguiente cita para al cabo de dos semanas y

que también vinieran Sara y John. Creimos que como ellos también

habían intentado ayudar a Al, convenía hablar con ellos; al mismo

tiempo, su presencia en la terapia podía servir para que Miriam se sintiera

apoyada al tratar con su marido.

Los tres contaron que Al iba bastante bien a pesar de que el psi-

quiatra quería seguir viéndolo otros seis meses. Miriam le había dicho a

su marido que debía seguir yendo al médico, aunque por la razón que

dimos en la sexta sesión, y añadió que no parecía haber surtido efecto.

Sin embargo, comentó que desde entonces él no había vuelto a expresar

su deseo de dejar de ver al doctor M. (Eso es normal; es decir, algunas

personas esperan ver los resultados inmediatos de una intervención y, si

no son obvios, creen que lo que hicieron no funcionó. Cuando sí se

produce un cambio, a veces lo atribuyen a otra influencia o incluso ni

siquiera lo ven, como ocurrió en este caso.)

Aunque los miembros de la familia veían que Al iba mejorando de un

modo continuo, parecían creer que todavía no había salido del bache, lo

que dio pie a una discusión sobre cómo iban a saber que había salido. El

terapeuta sugirió dos posibilidades: una, que una señal podía ser que el

propio Al manifestara que se le habían pasado las preocupaciones y el

retraimiento, y la otra era que si ellos adoptaban la misma posición

conservadora que él -diciendo, por ejemplo, «No sé si estás en

condiciones» para hacer cualquier actividad que ellos o él proponga—, Al

tendría la oportunidad de decir si realmente lo estaba o no. Vemos aquí

otro paso para dejar de tranquilizarlo y para adoptar otra actitud que,

aunque a primera vista parezca desalentadora, no es obstructiva.

Page 48: Cambiando lo incambiable.docx

Octava sesión

En la octava sesión el terapeuta vio a Miriam sola y ésta contó que

todo había ido bastante bien salvo en lo relativo al coche. Pese n que su

marido había mejorado bastante, ella seguía dándole importancia al

hecho de que él no quisiera conducir y algo menos a su deseo de no

seguir con el psiquiatra. Gran parte de la sesión se dedicó a las diversas

opciones relacionadas con el coche y la conducción: Miriam podía

proponerle vender el coche, o decirle que había decidido apren der a

conducir para que él no tuviera que hacerlo. Para la siguiente sesión le

dijimos que queríamos verla con su marido.

Novena sesión

Fue el propio Al el que sacó el tema del coche y, más adelante en la

sesión, el de seguir viendo a su psiquiatra. En las dos cuestiones se

mostró bastante categórico: quería vender el coche e interrumpir el

tratamiento con el psiquiatra, pero añadió que le costaba hacerlo porque

Miriam se oponía. Enmarcamos esas decisiones como importantes, unas

decisiones en las que él necesitaba sentirse firme.

Para ayudarle a tomar una decisión independiente y definitiva, nos

volvimos hacia Miriam y le preguntamos si se opondría, porque si daba

su aprobación, él sentiría que sólo habría podido actuar con su apoyo y,

de ese modo, se sentiría menos seguro en el momento de lomar una

decisión. (Éste es un ejemplo en que el terapeuta parece apoyar una

acción que preferiría ver eliminada, en este caso, que Miriam discuta la

preferencia de Al, pero al enmarcar su oposición como un intento de

poner a prueba la resolución de Al, el terapeuta anula su electo

contraproducente. En este caso el nuevo marco sólo es para Al; así,

cuando Miriam exprese su habitual oposición a sus deseos, él no lo

interpretará como su postura «real» sino como un intento mecánico de

poner a prueba su determinación.) Al contestó diciendo: «¡Así que soy yo

el que tiene que decidir si se lo digo al doctor M.!».

En nuestro proyecto de investigación clínica, nuestros tratamientos

Page 49: Cambiando lo incambiable.docx

tienen una duración de un máximo de diez sesiones. Les dijimos a

Miriam y Al que como todavía les quedaba una última sesión, podían

concertar otra cita o bien dejarla pendiente (es decir, según vieran la

necesidad). Los dos enseguida acordaron dejarla pendiente.

Seguimiento

Como en todos los casos que tratamos en el proyecto, siempre

hacemos evaluaciones de seguimiento tres meses y un año después de la

última cita. Como nuestro modelo se basa en la queja (a dife rencia de un

modelo normativo o basado en una enfermedad), juzgamos el resultado a

partir de lo ocurrido con la queja original.

Así, en la sesión de seguimiento celebrada a los tres meses, pre -

guntamos a Miriam y Al si creían que Al había salido del bache en cuanto

a la depresión. Los dos coincidieron en que Al estaba mucho mejor,

aunque todavía no había salido del todo del bache. Miriam contó que

estaba más activo y que leía y veía la televisión. Él estaba de acuerdo en

que no estaba ciento por ciento mejor, pero que iba haciendo cosas, como

salir a pasear y buscar trabajo de voluntario.

Seguía sin conducir, pero dijo que no había renunciado a la idea y

todavía no había vendido el coche. Iba a ver al doctor M. porque el

médico parecía insistir en ello, al menos para controlar la medicación.

Por último, los dos dijeron que Al ya no se preocupaba por el dinero y

creía que tenían suficiente para vivir.

En la sesión de seguimiento celebrada al cabo de un año, Al dijo que

seguía viendo al doctor M. alrededor de una vez al mes para controlar la

medicación, pero «lo importante es que me siento bien». La situación de

Al ilustra un problema habitual en la gente que se está medicando: es

fácil empezar pero es muy difícil saber cuándo hay que parar. El

paciente, el psiquiatra, o ambos, temen que al interrumpir la medicación

vuelva el trastorno anterior. Por desgracia, el hecho de continuar con la

medicación es una manera de decirle al individuo y a su familia de un

modo implícito que sigue «enfermo». Aunque Al y Miriam se sentían

aliviados por la mejoría, es posible que creyeran

Page 50: Cambiando lo incambiable.docx

que Al no había salido del bache debido a la necesidad implícita de

que todavía necesitaba tratamiento.

Al había vendido el coche unos seis meses antes, tras tomar la fir me

decisión de que no quería conducir. Al y Miriam trabajan juntos de

voluntarios en un centro comunitario. No habían tenido más problemas y

la pareja dijo que todo les iba bien.

* * *

En resumen, las características fundamentales de este caso podrían

definirse de la siguiente manera:

1. La persona que presentaba la queja era la esposa.2. Su queja era por la depresión de su marido, manifestada

mediante su temor a una ruina económica, amenazas de suicidio

y un retraimiento de las actividades.

3. Su principal intento de corregir la situación consistía en tran -

quilizar a su marido diciéndole cosas como: «Tus preocupaciones

son absurdas», al igual que lo hacían su hija y su yerno.

4. El principal esfuerzo terapéutico consistió en desviarla de esa

tendencia a tranquilizarlo para que adoptara una postura de «Tus

preocupaciones son razonables».

Sin embargo, la aplicación de la estrategia terapéutica no fue tan

sencilla. Había que tener en cuenta lo intimidada que se sentía Miriam

¡míe la «gravedad» del estado de su marido. Por ese motivo, nuestro

equipo tuvo que proceder con cautela y lentitud para que ella sintie ra que

pisaba fuerte cada vez que daba un paso y adoptaba una nueva actitud

frente a su marido. También tuvimos que recurrir a la ayuda de su hija y

su yerno, así como apoyar el tratamiento de Al con el doctor M. En

general, nuestro enfoque ilustra la utilidad de identificar la posición de la

persona que presenta la queja y encauzarla en la dirección que el

terapeuta quiere que esa persona siga.

* * *

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Los «delirios paranoicos» de Al de que le habían intervenido el

teléfono y de que lo estaban poniendo a prueba para ver si estaba loco

eran relativamente leves y sólo los expresaba a los miembros de la

familia. En casos como el del tercer capítulo, los principales sínto mas de

los pacientes eran unos delirios más exagerados, del tipo que pueden

disuadir al terapeuta de practicar una psicoterapia y, desde luego, de creer

que su caso puede tratarse en un breve periodo de tiempo.

Page 52: Cambiando lo incambiable.docx

DELIRIOS Y PARANOIA

Cuando un paciente expresa ideas que van más allá de lo que cree la

gran mayoría de las personas y, sobre todo, cuando se muestra totalmente

convencido de ellas, se considera que el problema es grave. Se le asigna

la etiqueta de «grave» de acuerdo con el concepto tradicional de que unas

expresiones tan extremas representan una patología de ideas fijas; la

situación del paciente es tanto más grave si el delirio consiste en que lo

persiguen, pues con ello surge la amenaza implícita de que el paciente

puede tomar algún tipo de represalia o inten- lar defenderse de un modo

drástico. En cualquier caso, se considera que el paciente está fuera del

alcance de la lógica o del discurso normal, y el terapeuta suele creer que

está tratando con una persona trastornada y posiblemente peligrosa.

En general, al tratar los delirios, se evitan los enfrentamientos

directos, del tipo: «¿Conque crees que eres Jesús? ¡Pero qué locura!». I

in cambio, los terapeutas intentan convencer a sus pacientes de que sus

delirios no son reales presentándolos de un modo implícito como

productos de una enfermedad mental, una actitud que se refleja en

preguntas como: «¿Cuándo empezó a pensar que...?», acompañadas de

otras acerca de acontecimientos estresantes o excepcionales ocurridos en

el momento de su aparición. Otras preguntas pueden cuestionar el delirio

de un modo más explícito: «Cuando se lo contó a otras personas, ¿sintió

que lo miraban de un modo extraño?» «¿Por qué cree que lo ingresaron?

¿No sintió que le pasaba algo?» ¿Por qué está tan seguro de que...?».

Page 53: Cambiando lo incambiable.docx

Así, en general, los métodos tradicionales ponen en entredicho el

delirio, ya sea de un modo explícito o implícito. La mayoría de los

terapeutas cree que una terapia no puede ser productiva hasta que el

paciente reconoce que su creencia no tiene ninguna base razonable. Si, al

enfrentarse al reto, el paciente persiste con su delirio, el tera peuta suele

pensar que dicha persistencia es una señal de la gravedad del caso en

lugar de demostrar la inutilidad de su procedimiento.

Como con cualquier otro tipo de problema, nos interesan más los

intentos fallidos, aunque persistentes, para cambiar una conducta inde-

seable. Sin embargo, los siguientes casos que presentamos como ejemplo

comparten una serie de características que deben tenerse en cuenta. En

primer lugar, estos casos se atendieron en una consulta privada por lo que

no se grabaron las sesiones. Por lo tanto, en algunos casos hemos

resumido los diálogos y en otros los hemos simulado. En segundo lugar,

a diferencia del caso del capítulo dos, en el que la solución intentada está

claramente delimitada, aquí no ocurre lo mismo. Los terapeutas partieron

de suposiciones, basadas en su propia experiencia, de lo que no funciona

cuando se intenta disuadir a un paciente de sus ideas «locas». Como ya

explicamos, en un tratamiento tradicional -en el que se intenta poner en

entredicho la creencia del paciente—, básicamente se le dice: «Lo que

usted cree no es válido. Es un producto de una mente trastornada.»

Para desviarse de esa solución intentada, la alternativa principal del

terapeuta es la de adoptar la postura: «Lo que usted cree sí que es

válido.» Veremos este razonamiento en todos los ejemplos de los casos

presentados aquí. Puede que cueste mantener esta postura, sobre todo

cuando el delirio se expresa de un modo amenazador y cuando el

paciente se muestra capaz de emprender una acción drástica para

protegerse de la persecución. Conviene tener en cuenta que intentar que

el paciente acepte que su creencia es infundada es lo mismo que discutir,

y que lo más probable es que una discusión polarice la situación.

Page 54: Cambiando lo incambiable.docx

SÍ-; QUE HAY UN MICRÓFONO ESCONDIDO

IÍNLA OFICINA

Este primer ejemplo es de un caso que trató Don Jackson (fundador y

guía espiritual del Instituto de Investigación Mental) a principios de los

años sesenta. Nos lo presentó como una manera innovadora de tratar a un

paciente diagnosticado como paranoico. Su intervención también influyó

mucho en el método empleado en el tercer ejemplo de este capítulo.

El paciente era un hombre casado de cuarenta y pocos años que había

ocupado un cargo de responsabilidad y al que le habían sugerido que

pidiera la baja por enfermedad cuando insistió en decir a sus compañeros

de trabajo que una organización gubernamental -la CIA, d FBI u otra por

el estilo— lo espiaba y lo seguía, le vigilaba la casa y 1c había

intervenido los teléfonos. Tras mucho insistir, la empresa lo convenció de

que pidiera ayuda psiquiátrica y al final lo derivaron a Jackson.

Poco después de dar los habituales datos personales, el paciente dijo

con toda naturalidad: «Ya sé que esta entrevista está siendo grabada,

pero, de todos modos, sigamos.» En lugar de poner en entredicho su

afirmación (por ejemplo, diciendo: «¿Qué le hace pensar eso?» o «¿Ha

pensado lo mismo en otras situaciones?», etc.), Jackson se irguió y, con

una expresión de clara preocupación e irritación, exclamó: «¡Caray, no

permitiré que nadie invada la privacidad de mi Ir abajo con mis

pacientes! ¡No seguiremos hasta que no hayamos encontrado ese

micrófono y lo hayamos quitado!» Acto seguido, se puso a buscar en los

cajones del escritorio, a palpar debajo de la mesa y a examinar el

teléfono. El paciente, que seguía sentado, se sorprendió al ver la reacción

de Jackson y la intensidad de su búsqueda.

Jackson se volvió hacia él y le dijo: «¡Pero no se quede allí sentado!

¡Ayúdeme a encontrar ese maldito micrófono! No seguiremos hasta que

no lo hayamos encontrado.» Jackson se lo repitió al ver que el paciente

vacilaba, hasta que al final el hombre se levantó y, titu

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beante, hizo esfuerzos por buscar debajo de las sillas, sin dejar de mirar a

Jackson para ver qué hacía. De vez en cuando, Jackson le preguntaba:

«¿Lo ha encontrado?» y cuando el otro le contestaba que no, le decía:

«De acuerdo, siga buscando. No vamos a seguir hasta que no la hayamos

encontrado,» Al cabo de un rato, el paciente se sentó, pero Jackson le

insistió en que siguiera buscando el micrófono.

Al final, el paciente dijo en tono cansado: «Doctor Jackson, olvídese

del micrófono y del FBI. No es eso lo que me importa. Necesito hablarle

de mi matrimonio. Se está viniendo abajo.» Al oírlo, Jackson paró de

buscar, se sentó y preguntó: «Muy bien, ¿qué le pasa a su matrimonio?»

Tanto esa sesión como las sesiones posteriores transcurrieron de la

misma manera, sin que el hombre volviera a mencionar el FBI ni los

teléfonos intervenidos.

Lo que nos llamó la atención de la intervención del doctor Jackson

fue que evitó la habitual solución intentada de cuestionar el deli rio y, en

cambio, lo aceptó como válido. Con ello, señaló de un modo implícito la

incoherencia del paciente que se quedó sentado sin hacer nada cuando se

disponía a tener una sesión privada con un psiquiatra que tenía un

micrófono oculto en su oficina.

FIDEL CASTRO ESTÁ ENAMORADO DE MÍ

Unos años después, la oficina de bienestar social me envió (a R.F.)

una mujer (a la que llamaremos Janet) de treinta y dos años, soltera y en

paro. Vivía de ayudas públicas porque la consideraban una discapacitada

psíquica. Cuando le pregunté por qué acudía a mi consulta, contestó que

no sabía como responder a los intentos de acercamiento que le hacía

Fidel Castro. Tras recordar el caso de Jackson y el trabajo que habíamos

hecho en el Centro de Terapia Breve, comprendí que no tenía sentido

poner en entredicho lo que decía.

R.F.: ¿Qué tipo de intentos de acercamiento?JANET: Bueno, es que está enamorado de mí.

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R.F.: ¿Y cómo se lo ha hecho saber? Al fin y al cabo, Fidel

Castro está en Cuba.

JANET: No, está en San Francisco.

R.F.: ¿Ah, sí? Me sorprende, porque no se puede decir que

en este país lo quieran mucho. Pero con los gobiernos nunca se

sabe lo que pueden llegar a hacer. ¿Así que cómo le expresa su

amor por usted?

JANET: NO lo hace directamente; siempre es a través de sus agentes.

R.F.: Ah, ¿y eso cómo es?

JANET: Bueno, cuando voy por la calle paso al lado de dos o

tres hombres que están hablando, y me doy cuenta por lo que

dicen de que es un mensaje de Castro de que me quiere.

R.F.: ¿Alguna vez ha sido lo suficientemente hombre como

para decírselo directamente a la cara?

JANET: No, siempre lo ha hecho a través de sus agentes.

R.F.: Hum. Dado que la quiere, ¿la ha invitado alguna vez a

cenar?

JANET: No.

R.F.: ¿Nunca? ¿Ni siquiera una vez?

JANET: No.

R.F.: ¿Y al menos la ha invitado al cine, aunque sólo fuera

para ver una película mala?

JANET: No, tampoco.

R.F.: ¡¿Me está usted diciendo que ese hombre dice que la

quiere pero no se atreve a decírselo directamente a la cara y que

tampoco se gasta ni un duro en usted?!

JANET: Bueno, supongo... sí, así es.

R.F.: Janet, usted no quiere perder el tiempo con esa cla se de

hombre; es demasiado buena para alguien así. (Janet sonríe y se

muestra satisfecha.) Piénselo, ¿y qué le parece si nos volvemos a

ver la semana que viene?

JANET: (Sin dejar de sonreír.) De acuerdo.

Page 57: Cambiando lo incambiable.docx

Janet empezó la siguiente sesión diciendo: «¿Se acuerda de lo que le

conté de Castro? Pues eso se acabó; no es importante. Le diré para qué

necesito ayuda. Llevo mucho tiempo sin trabajar, y ya estoy har ta de

vivir de la caridad. Quiero volver a trabajar, y la idea me ate rroriza. Nada

más pensarlo se me pone la mente en blanco. ¿Puede ayudarme con este

problema?

Le expliqué a Janet que también me dedicaba a ese tipo de pro-

blemas. El resto de las sesiones las dedicamos a hablar de eso. Aca bó la

terapia tras imciar un programa de formación profesional con el que tenía

además muchas posibilidades de encontrar un empleo.

EL HOMBRE QUE DIJO QUE

YO NO ERA DEL FBI

Una mañana recibí (R.F.) una llamada en mi oficina. Era de un

pastor; uno de sus parroquianos, Jerry, había ido a verle en un estado de

gran agitación. Jerry le dijo que necesitaba ayuda porque en su trabajo

manejaba información confidencial y el FBI lo estaba vigi lando. El pastor

creyó que Jerry estaba muy necesitado de ayuda psiquiátrica y me

preguntó si podía verlo lo antes posible. Le contesté que podía recibirlo

esa misma mañana y concertamos una cita. Me explicó que como Jerry

estaba muy angustiado no querría acudir solo a mi consulta y me pidió

permiso para acompañarlo. Le contesté que no había ningún problema.

Jerry tenía casi treinta años, estaba casado y tenía un hijo. Cuando

salí a la sala de espera, el pastor y él ya estaban allí. Le indiqué a Jerry

que pasara al despacho y él me preguntó si lo podía acompañar el pastor.

Acepté enseguida. Jerry se sentó en el borde de la silla y se le veía tenso.

Cuando empecé a pedirle los habituales datos personales, Jerry enseguida

me interrumpió.

JERRY: ¿Puede enseñarme algo que le identifique?R.F.: Claro, ¿qué quiere ver?

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JERRY: ¿Qué le parece su carnet de conducir?

R.F.: Muy bien. {Me levanto, me acerco a Jerry y abro mi

billetero para enseñarle el carnet. El se lo mira por encima y yo

vuelvo a mi silla.)

JERRY: Gracias. Está bien.

R.F.: ¿Está usted seguro de que soy el que se supone que

debo ser, el doctor Fisch?

JERRY: Sí.

R.F.: ¡Caray! Pero si apenas lo miró; sólo le echó un vistazo.

Así es imposible saberlo. Tome, mírelo bien. (Me acerco otra vez

y le muestro mi carnet. Esta vez lo mira con atención, observa la

foto, me mira otra vez a mí para asegurarse y luego vuelve a mirar

la foto.)

JERRY: De acuerdo, está bien.

R.F.: {Regreso a mi silla) ¿Ya está satisfecho?

JERRY: Sí, está bien.

R.F.: ¡Dios mío! Su pastor me dijo por teléfono que tiene

problemas porque el FBI lo está siguiendo ¡y resulta que acepta

que soy yo sólo con ver mi carnet de conducir!

JERRY: Bueno, tiene los diplomas y el título en la pared.

R.F.: Jerry, al FBI no le cuesta nada falsificar cualquier tipo

de documento. Incluso podrían montar una oficina entera en un

santiamén. No, 110 basta con eso. No quiero que me cuente nada

sobre usted hasta que^o esté convencido de que usted está seguro

de que soy quien se supone que debo ser.

Se hizo un largo silencio mientras Jerry miraba desesperado a su

alrededor buscando algo que corroborara mi identidad. Miró una o tíos

veces al pastor, aparentemente con la esperanza de que lo sacara del

apuro o le sugiriera algo que él había pasado por alto. Sin embargo, el

pastor permaneció impasible, dejando que Jerry se las apañara solo. Por

fin, Jerry dijo: «Doctor Fisch, olvídese del FBI. No estoy aquí por eso.

Mi mujer dice que quiere divorciarse; estoy aterrorizado. Por favor,

necesito que me ayude en eso.»El resto de esa sesión y las demás se centraron en el problema

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matrimonial. Jerry nunca volvió a mencionar el FBI. En ese caso con-

creto, «seguir la corriente del delirio» tuvo un efecto interesante: rápi -

damente se invirtieron nuestras posiciones originales. Al principio, Jerry

me pidió que lo convenciera de mi identidad, pero yo le di la vuelta a la

situación de modo que él tuvo que convencerme a mí de mi identidad.

* ¡t¡ *

El lector habrá advertido en estos ejemplos que aceptar el delirio en

lugar de ponerlo en entredicho conlleva cierta picardía. Se puede evitar la

triste lucha para conseguir que el paciente reconozca que sus ideas no son

reales y que se basan en algún tipo de psicopatología y, en cambio, se

pueden buscar las contradicciones internas en el propio delirio. De hecho,

a menudo el paciente que supuestamente tiene delirios no actúa de un

modo coherente con el delirio en cuestión.

Por ejemplo, Jerry, aunque decía que el FBI lo tenía bajo cons tante

vigilancia, no hizo nada para comprobar si había agentes espiándolo en la

puerta de mi oficina, lo que habría sido muy lógico. En el caso de la

mujer que decía que Castro estaba enamorado de ella, ella no se preguntó

hasta qué punto él era un hombre adecuado para ella, lo que habría sido

normal en una mujer que habla de un hombre que dice que la quiere pero

que nunca le ha hecho caso de un modo tangible.

Las intervenciones no se basaron tanto en lo que hizo el terapeuta

como en el hecho de que consistieron en una desviación de las maneras

habituales de enfrentarse al fenómeno cuando alguien expresa una idea

extraña o extravagante. A veces cuestionar una idea puede dar lugar a que

el individuo se retracte de ella, pero en el caso de alguien con delirios

paranoicos, cuestionarla hace que la persona se mantenga en su posición

con mayor firmeza. Esa conducta no plantea la pregunta: ¿es la

persistencia de una idea extraña una manifestación de una paranoia fija o

una respuesta a los continuos desafíos a esa idea?

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Nosotros tendemos a actuar de acuerdo con esta última explicación. Ya

hemos dicho que en nuestro trabajo no tratamos los problemas sino que

tratamos las soluciones intentadas. Este enfoque permite intervenir de un

modo que puede provocar un cambio rápido, como veremos en el

siguiente capítulo, que analiza nuestra manera de abordar algo que se

está convirtiendo en un problema muy serio: los tras- lornos en la

alimentación.

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ANOREXIA

La anorexia se considera un problema grave porque conlleva una

umcnaza inminente de muerte por inanición. El hecho de que una persona

persista en no comer hasta el punto de hacer peligrar su salud c incluso su

vida hace que el problema sea mucho más intimidante para el terapeuta.

Asimismo, además de negarse a reconocer que hay silgo que no funciona

en su «dieta», ¡el paciente tiene la extraña sensación de que sigue estando

gordo!

Como en otros problemas graves, la persona en cuestión rara vez os

la que presenta la queja por su conducta; más bien suele ser un padre o

un familiar cercano. Todos estos factores contribuyen a la idea de que el

tratamiento será largo. En estos casos, como en todos los demás, nos

interesa saber sobre todo lo que hacen las personas t|tie presentan la

queja para provocar un cambio en el problema que las angustia, ya que es

el cese de esos intentos lo que puede alterar la situación en un breve

periodo de tiempo.

IIKNRY, SILVIA Y SUSAN

En el siguiente caso, los que presentaron la queja fueron los padres.

La hija estaba casada y trabajaba en la empresa familiar, con unos

resultados bastante buenos. En todo lo demás, tenía el aspecto y se

comportaba tal y como lo hacen las personas supuestamente anoré-

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ticas. Estaba muy delgada y se la veía frágil, y era increíble que pudie ra

trabajar día tras día. Como muchos anoréticos, se quejaba de su peso y

de que tenía que hacer un esfuerzo constante para no engordar e

hincharse. Ante semejantes afirmaciones, evidentemente, sus padres le

replicaban que en realidad estaba demasiado delgada, a lo cual ella

respondía con toda naturalidad que bastaba con mirarse en el espejo para

saber cómo estaba. Entonces sus padres, frustrados, callaban y se

rendían.

Como este caso se trató en la consulta privada, el siguiente diá logo

es una simulación resumida del tratamiento en sí ya que no se pudieron

grabar las sesiones ni transcribir el material.

La primera llamada la hizo Henry, el padre de la «paciente». Quería

que la entrevista se celebrara con él, su mujer Silvia, su hija ano- rética

Susan y las otras dos hijas más pequeñas. Las dos hermanas, explicó,

estaban dispuestas a recorrer una larga distancia para poder asistir porque

estaban preocupadas por Susan. Aunque en general yo (R.F.) prefiero

celebrar las sesiones sólo con los «personajes» principales (en este caso,

habrían sido los padres, dado que cuando hablamos por teléfono me

enteré de que Susan no presentaba una queja y que las dos hermanas

tenían un contacto muy esporádico con ella), enseguida acepté el

encuentro.

Primera sesión

Henry y Silvia estaban en la cincuentena, llevaban un pequeño y

próspero negocio desde hacía varios años y Susan ocupaba un cargo de

responsabilidad en la empresa desde hacía cinco. Tenía veintinueve años,

estaba casada y no tenía hijos. Su marido trabajaba en una empresa que

no estaba relacionada con el negocio familiar. En ese primer encuentro,

se hizo evidente que Susan era el centro de todas sus preocupaciones; sin

embargo, todos se esforzaron para no ponerle la etiqueta de paciente.Los padres y las hermanas dijeron que estaban allí para hacer una

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terapia de familia. Susan pareció adivinar la intención oculta tras sus

Inlontos de ser diplomáticos y replicó que a ella no le pasaba nada y que

lamentaba que todos se hubieran tomado tantas molestias para organizar

el encuentro.

HENRY: Bueno, querida, ya sabes que estamos preocupados

por ti y creemos que nos ayudaría si, como familia, pudiéramos

entender lo que te pasa.

SUSAN: A mí no me pasa nada. Estoy bien, y ojalá dejarais de

preocuparos por mí.

SILVIA: Susan, estás demasiado delgada; apenas comes y no

podemos evitar preocupamos por tu salud.

SUSAN: ¡Dios mío!

HERMANA: Ya sabes que siempre te estás resfriando, y a veces

también tienes gripe. Estás agotando tus resistencias. ¿Es que no

lo ves?

SUSAN: Oye, yo ya sé cuidarme. ¿Es que queréis que parezca

un zepelín sólo para no preocuparos?

El resto de la sesión siguió igual: los miembros de la familia inten -

taban convencer a Susan de que se estaba dejando morir de inanición y de

que «necesitaba ayuda» y Susan respondía que «A mí no me pasa nada;

sencillamente no quiero estar gorda».

Segunda sesión

Como las hermanas tenían que volver a sus casas y era evidente que

Susan no presentaba una queja, para la siguiente sesión pedí ver sólo a

los padres.

R.F.: En la otra sesión vi que todos intentabáis convencer a

Susan de que estaba poniendo su vida en peligro porque no

comía, pero ella no parecía querer reconocerlo. Sólo respondía

que a ella no le pasaba nada. Para ahorrar tiempo,

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¿podrían decirme si ese tipo de diálogo es un ejemplo de las

otras ocasiones en que han intentado ayudarla?

HENRY: Sí, ¡es una locura! Está como un palo y, sin embargo,

insiste en que está gorda.

SILVIA: ¿ES que no ve lo que se está haciendo? Tiene cuatro o

cinco resfriados al año; tiene problemas para encontrar ropa de

su talla y siempre está palídisima. No paramos de decírselo, pero

ella nos contesta que estamos haciendo una montaña de un grano

de arena.

HENRY: ES muy frustrante. Trabaja con nosotros todos los

días, y trabaja mucho; a menudo se salta la comida para quedarse

en la oficina mientras Silvia y yo nos vamos a comer.

R.F.: ¿Le dicen algo cuando se salta la comida?

HENRY: Claro. Le pedimos que haga una pausa y que vaya a

comer con nosotros.

SILVIA: ES muy tozuda e insiste en que no tiene hambre y que

quiere acabar lo que está haciendo. «Vosotros id a comer. Yo

estoy bien.» Entonces le preguntamos si al menos podemos

traerle algo.

HENRY: Suele contestar que no, que en realidad no tiene

hambre; pero de todos modos siempre le llevamos algo. Si es un

emparedado de carne, ella se la quita, le da un mordisco, lo deja

a un lado y sigue trabajando. Al final del día, prácticamente no

lo ha tocado. ¡Me vuelve loco!

SILVIA: Las pocas veces que nos pide que le llevemos algo

para comer, pide algo absurdo, como una ensaladita o unas

cuantas galletas saladas del restaurante. Cosas así. Intentamos

llevarle algo más nutritivo, un emparedado o algo así. Pero

entonces ella ni lo toca.

R.F.: Señores, voy a hacerles una pregunta. Ya sé que están

muy preocupados por ella y tienen razón para estarlo. Pero

supongo que también están confusos. Al fin y al cabo, es una

mujer inteligente y muy capaz. Dicen que trabaja muy bien en la

empresa. Me gustaría preguntarles por qué creen que se

comporta así.

Page 66: Cambiando lo incambiable.docx

Con esta pregunta, lo que pretendía era averiguar el marco de refe -

rencia de los padres para Susan y su problema; es decir, su postura.

HENRY: Sé que puede parecer una locura, pero Susan siempre

se ha enorgullecido de responder a los desafíos y de hacer lo sin

ayuda de nadie; siempre ha sido importante para ella poder

enfrentarse a las cosas por su cuenta. Es muy competitiva. Sus

hermanas han luchado para no engordar y, como habrá visto, no

les ha ido muy bien. No me extrañaría que ella se haya

empeñado en demostrarles lo que puede hacer. Pero eso sólo es

una suposición.

Esta es la explicación que dio Henry y posiblemente también es la de

Silvia. Lo que sigue a continuación es un ejemplo de cómo se puede usar

su realidad para ayudarlos a cambiar la postura de «Por l;ivor, tienes que

comer más» y aceptar la alternativa lógica de «No deberías comer tanto».

En determinados casos, la persona que presenta la queja está dis-

puesta a cambiar de posición cuando se da cuenta de que lo que ha hecho

hasta entonces sencillamente no funciona. Pero en los casos ¿través, hace

falta algo más que darse cuenta de que una táctica no funciona, porque

las personas se sienten intimidadas por el estado del paciente y por el

terrible riesgo que entraña equivocarse en la manera de tratarlo. Así, si

trabajan con algo que tiene sentido para ellos pero con un marco nuevo, a

lo mejor consiguen vencer la intimidación que los paraliza.

En el siguiente diálogo, hemos puesto determinadas palabras en

cursiva para mostrar que, al motivar al familiar, no basta con transmitir

una idea, sino que también es importante la manera en que se transmite

esa idea.

R.F. (continuación del diálogo anterior): Bueno, es una

suposición, pero podría ser. Así que no descartaría esa idea de

entrada. Si ése es el tipo de cosas que la motivan, ¿significa eso

que no le interesaría esforzarse en algo si recibe ayuda?

Page 67: Cambiando lo incambiable.docx

Henry: Seguramente. Es muy independiente. {Silvia asiente.)

R.F.: ¿Es posible que ésa sea la razón por la que han fra-

casado al intentar convencerla de que coma? ¿Que sin darse

cuenta ustedes la hayan motivado a actuar así como respuesta a

un desafío?

Cuando se pretende que una persona considere una premisa nueva y

desconocida, el hecho de preguntar si algo es posible resalta el esfuerzo,

porque las personas aceptarán que la mayoría de las cosas sí que son

posibles. A partir de ahí se puede continuar como si la premisa fuera

probable.

HENRY: Sí, podría ser. ¿Pero qué íbamos a hacer? No pode-

mos quedamos allí viendo cómo se deteriora sin hacer nada.

R.F.: No, claro que no. Pero tampoco se trata de seguir

realizando determinado esfuerzo que no funciona o bien de no

hacer nada. Lo que hay que hacer es aprender por medio de la

experiencia a actuar de una manera que sí funcione. Una y otra

vez, han visto que intentar ayudarla a comer más ha fracasado.

¿Eso les sugiere algo?

La palabra fracasar es más contundente que no funcionar, ya que

este último verbo puede sugerir que los esfuerzos de las personas sólo

son ineficaces, mientras que fracasar implica que son contraproducentes

y perjudiciales. Asimismo, vemos que procedí con cautela al preguntarles

si lo que les dije les sugería alguna idea. La gente está más dispuesta a

aceptar una táctica hueva si es ella la que sugiere su dirección en lugar de

creer que se la impone el terapeuta.

SILVIA: ¿Se refiere a que deberíamos dejar de insistirle en que coma?

R.F.: No sé si bastará sólo con dejar de insistirle. Hay un

riesgo demasiado elevado de que ella interprete su silencio como

un paréntesis temporal en su actitud habitual; seguramente

esperará que le digan todo lo que le decían antes. No,

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creo que tiene que ser algo que le dé a entender que han cam-

biado de chip.

HENRY: Supongo que tendría que ser algo como desanimarla

a comer.

R.F.: Sí, eso creo... ¿Seríafactible? Cuando, por ejemplo, los

dos estén a punto de salir a comer, pregúntenle si no le

importaría quedarse a trabajar. No le ofrezcan traerle nada. Si lo

pide, y sólo si lo pide, digan: «Claro». Pero, al volver, se darán

cuenta de que lo han olvidado, se desharán en disculpas y le

dirán: «¿No puedes esperar a la hora de cenar?»

SILVIA: ¡ES todo lo contrario de lo que hacemos! (Ríe)

HENRY: ¿Y si se enfada porque nos olvidamos de llevarle la

comida?

R.F.: ¿Alguna vez se ha enfadado porque no la obligan a

comer? (Los dos niegan con la cabeza) Entonces, si lo hace,

sabrán que están siguiendo la táctica adecuada.

Miren, sé que esto seguirá pareciéndoles raro a pesar de las

experiencias que-han tenido con ella. No les pido que se

precipiten. Convendría que se lo pensaran bien antes de inten-

tarlo. Y como no saben cómo reaccionará, sería conveniente que

se lo tomen como un experimento.

Preferimos cometer el error de ir demasiado despacio al de ir

demasiado rápido. En este caso les hice una sugerencia concreta, basada

en el marco de referencia de los padres y cuya dirección fue definida por

ellos. Sin embargo, en los casos graves, tenemos en cuenta que a las

personas que presentan la queja suele asustarles cambiar de ¡ictitud por

su temor a cometer un error peligroso. Por lo tanto, preferimos decirles

que se lo tomen con calma.

Proseguí con lo que parecía un eco de esa idea —«piénsenlo con

calma»—, pero después añadí un calificador que implicaba que después

de pensárselo, lo harían (le agradecemos este tipo de «sugerencia» a

Milton Erickson).

Por último, para disipar más su temor a intentar una táctica diferente,

les urgí a que la probaran como si fuera un experimento. Un

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experimento permite que el que lo realiza sienta curiosidad, y

curiosidad tiende a desplazar la angustia. La etiqueta de experimento

también implica que la nueva táctica puede descartarse si el

experimento no funciona; se puede hacer y deshacer en función de 1a

necesidad.

Tercera sesión

La tercera sesión se celebró al cabo de dos semanas.

R.F.: La última vez que nos vimos les sugerí algo y les pedí

que se lo pensaran, así que me interesa saber qué pensaron.

Nótese que no les pregunté si se lo habían pensado. De haberlo

hecho, y si ellos hubieran dicho que no, tanto ellos como yo nos ha -

bríamos encontrado en una posición incómoda. Pero al preguntarles lo

que habían pensado, les permití expresar su aceptación o rechazo de la

idea y dar sus razones. Así, al formularlo de este modo, me puse en una

posición de aceptar lo que pensaron. Al final resultó que esta precaución

no fue necesaria, pero, como hemos dicho antes, es mejor proceder

despacio que precipitarse.

HETMRY: ¡Lo hemos hecho! La semana pasada, antes de salir

a comer, le preguntamos a Susan si no le importaba quedarse a

trabajar a la hora de comer para terminar un asunto pendiente.

Dijo que sí, pero que le lleváramos un emparedado o una

ensalada ligera, y nosotros le contestamos: «Claro».

Cuando volvimos con las manos vacías, nos preguntó dónde

estaba su comida. Le dije: «Ah, Dios mío. Lo siento mucho,

cariño, se me pasó por completo.» No me ofrecí a salir a bus-

cárselo, aunque debo confesar que me sentí tentado. Ella no

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se enfadó, pero se mostró decepcionada, y el resto del día

transcurrió sin incidentes.

SILVIA: Al día siguiente nos llevamos una sorpresa. Pensamos

que todo iría como siempre. Sin embargo, a la hora de comer,

¡Susan nos preguntó si podía ir a comer con nosotros! (Henry

sonríe. )

HENRY: Puede que parezca una tontería, pero nunca nos lo

había pedido. Siempre le preguntábamos si quería venir y ella se

negaba. Y, a la hora de comer, dijo que tenía hambre. Eso

tampoco lo había dicho nunca y esta vez no comió desganada.

¡Se zampó todo el emparedado!

Henry y Silvia estaban a todas luces satisfechos con el resulta- iln del

«experimento». En estas circunstancias, para el terapeuta es muy tentador

felicitarles por lo que han hecho y sugerirles que sigan mídante con la

nueva táctica. Teniendo en cuenta que la eficacia de l¡i icrapia depende

de la desviación de la táctica anterior, cualquier éxito inicial que se

perciba como un cambio significativo, por pequero que sea, es una ayuda

para proseguir con esa nueva actitud y evitar volver a lo que se comprobó

que era contraproducente.

Por regla general, cuando las personas cuentan algo que parece

señalar una mejoría, preguntamos si se trata de un cambio en el pro blema

antes de confirmar su éxito. Si, como a veces ocurre, nos dicen que no

creen que se haya dado un cambio significativo, sabemos que no

debemos felicitarlos y nos limitamos a asentir. A veces, podemos

preguntarles cómo sería un cambio significativo y así obtenemos

información muy útil sobre hacia dónde hay que dirigir las ave-

riguaciones e intervenciones.

Page 71: Cambiando lo incambiable.docx

Sesiones cuarta y quinta

Vi a Henry y Silvia otras dos veces, con intervalos de dos y tres

semanas. Me contaron que Susan salía con regularidad a comer, menudo

con ellos. También observaron que la comida que elegía era cada vez

más variada y que tenía más apetito, y esos cambios empezaban a

reflejarse en su aspecto. Los tres acordamos no concertar más citas a

menos que ellos lo consideraran necesario.

* * *

En este caso, se dio una serie de factores favorables que creemos que

facilitó la tarea de persuasión. En primer lugar, la hija de las personas

que presentaban la queja era una mujer adulta, no una adoles cente. En

segundo lugar, era una persona que había demostrado ser formal, al

menos a los ojos de sus padres. Trabajaba de un modo cons tante y

productivo, y sus padres valoraban su presencia en la empresa. Estaba

casada y su matrimonio era estable.

Como ya hemos dicho, el reto táctico al intentar intervenir en los

problemas graves no tiene tanto que ver con la naturaleza de la persona

que presenta la queja ni con la identificación de los esfuerzos de esa

persona para mantener el problema. El problema radica más bien en

conseguir que las personas que presentan la queja acepten desviarse de

esos esfuerzos. (Salvo excepciones, lo habitual es urgir al anorético a

comer más.) A menudo nos hemos sentido frustrados cuando hemos visto

claramente lo que había que hacer y después nos hemos dado cuenta de

que no hemos sabido motivar a la persona para que aceptara nuestra

sugerencia.

Por ejemplo, en otro caso, la anorética había sido tratada por un

internista, y aunque no se había producido ningún cambio, los padres

confiaban en él. Sin embargo, no nos pusimos en contacto con él. En

retrospectiva, es posible que si hubiéramos hablado con él y pedido su

apoyo, se habría dado una diferencia estratégica.

En otros casos de anorexias, así como en otros casos graves, hemos

adoptado, sin saberlo, una postura demasiado optimista y hemos dado

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I lit familia la impresión de que no estábamos tomándonos a su hijo in

suficientemente en serio; en esos casos, los padres ven a su hijo uní no un

ser enfermo y desvalido, víctima de una peculiaridad psicológica interna.

Los padres también se sienten intimidados por la Míe/.a de la

«enfermedad». Como ya hemos dicho, hay menos posibilidades de

equivocarse si uno procede demasiado despacio que si v» demasiado

deprisa, porque a los padres les preocupa mucho «equivocarse». En otros

casos, nos hemos precipitado al intentar conseguir que los miembros de

la familia cambiaran de actitud antes de darles I lempo a comprometerse

con el beneficio potencial.

El siguiente caso comparte una serie de características con el de i

lenry, Silvia y Susan. La anorética era una mujer adulta y casada que li

abajó hasta que estuvo demasiado enferma. Decidimos incluir este raso

por un rasgo sorprendente. En la primera sesión, debido al método

extremadamente minucioso y lento de averiguar los detalles bási cos del

problema y, lo más importante, la solución intentada de los ¡ladres, la

inutilidad de esos esfuerzos se hizo tan evidente para los I»adres que

ellos mismos decidieron cambiar de táctica y el terapeu ta no tuvo que

hacer nada para convencerlos de que se desviaran de lo que habían hecho

hasta entonces.

Este caso lo trató John Weakland (J. W.) en el Centro de Terapia

llrcve, por lo que podemos presentar los diálogos reales. Hemos incluido

gran parte del diálogo de la primera sesión para que vean cómo J.W.

obtuvo información relevante de un modo tan claro que el caso se

resolvió mucho antes de lo previsto; sólo se necesitaron Ires sesiones.

Resulta irónico que hayamos desarrollado un método de terapia breve

y que hayamos dedicado más de treinta años a perfeccionar y aplicarlo y

que, a pesar de ello, a veces todavía nos sorprenda la rapidez con la que

mejoran algunos casos. Unos años antes, poco después de abrir el Centro,

en una ocasión nos pusimos a repasar los «casos fallidos», en los que

estaban incluidos pacientes que habían

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abandonado la terapia a medias. Habíamos clasificado como tal a una

dienta que no se había presentado a la tercera cita. Sin embargo, cuando

do escuchamos la cinta de la segunda sesión, todos la oímos decir, un

modo muy claro y enfático, que lo que había conseguido con tratamiento

excedía de lejos sus expectativas; ya no se sentía

ofuscada por su problema (una depresión) y describió las acciones

concretas que estaba realizando y que reflejaban su mejoría

espectacular. Al oírla, perplejos, paramos la cinta. Todos -su terapeuta y

cinco observadores— habíamos asistido a esa sesión y, sin embargo,

nadie se acordaba de que hubiera dicho eso y, cuando seguimos

escuchan* do la cinta, oímos que el terapeuta decía: «Muy bien, ¡nos

veremos la semana que viene!». La única conclusión es que no supimos

escuchar sus comentarios porque seguíamos obcecados por el concepto

psicoanalítico de la falsa mejoría: que la mejoría descrita no era real y,

por lo tanto, no había que tenerla en cuenta. Eso para que vean el poder

del marco de referencia.

LA NIÑA NO COME Y PAPÁ TIENE LOS NERVIOS

DESTROZADOS

Nos llamaron Jack y Peggy, los padres de Janice, una mujer casa da

de treinta y un años que al parecer tenía anorexia. A diferencia de Susan

en el caso anterior, acababan de ingresarla. Sólo los vimos a ellos, tanto

en la primera sesión como en el resto de la terapia. Nunca conocimos a

su hija, lo que puede sorprender a los lectores que se sienten más a sus

anchas con la terapia de familia tradicional, cuyo modelo parte de que la

conducta sintomática de cualquier miembro de la familia representa una

«homeostasis disfúncional» subyacente a toda la familia.

De acuerdo con ese modelo, lo lógico sería pensar que, para aliviar la

conducta sintomática, habría que analizar la manera de comunicarse de la

familia, lo que significa que todos los miembros debe-

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fililí participar en la terapia. Nuestro modelo, aunque también incluye un

punto de vista interactivo, es diferente. Es decir, para nos- nlros la

conducta sintomática es algo que básicamente sz mantiene por medio de

los intentos que hacen las personas que presentan la t|ueja de solucionar

esa conducta; sus intentos tienen, de hecho, un vl'ccto de

retroalimentación positiva, creándose un círculo vicioso. Así, un cambio

en los esfuerzos repetitivos por parte de cualquiera ilc los miembros

puede revertir el efecto de retroalimentación, eliminando así las acciones

que mantienen el problema.

I'rimera sesión

J.W. inició el caso con nuestra pregunta de siempre.

J.W.: ¿Cuál es el problema?

PEGGY: ES nuestra hija. Tiene treinta y un años y no come. A

los doce años ya tuvo un problema con la alimentación, pero

enseguida se le pasó. Después lo volvió a tener cuando iba al

instituto. Se quejaba de que le dolía el estómago. Ahora está

casada... desde hace cinco años... y tiene un hijo, de tres años y

medio. Además está sometida a mucha tensión en el trabajo.

J.W.: ¿Sigue ingresada?

PEGGY: No, sólo estuvo tres semanas, pero no querían darle el alta si

no prometía que iría a la clínica dos o tres veces a la semana... Es muy

pequeña, mide menos de metro cincuenta, y pesa unos treinta kilos...

Esperamos que usted nos ayude a hacer frente a esta situación.

Mientras Peggy hablaba, Jack estaba muy tenso. Se hallaba sen- lado

con las manos dobladas como si rezara, la cabeza gacha y mirando hacia

abajo, como un oyente que espera con ansiedad que le llegue el turno

para decir algo importante. Por el contrario, Peggy se mostraba mucho

más serena y hablaba con claridad y coherencia. Se

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notaba que no había perdido la calma a pesar de que también ella cre ía

que la situación era desesperada.

PEGGY: (Sigue hablando) Dijeron que a lo mejor tenía cán-

didas. En cuanto come algo tiene náuseas. Le da miedo vomi tar.

Dice que prefiere no comer a arriesgarse a vomitar. Yo le digo:

«¿Qué tiene de malo vomitar?», pero igualmente le da miedo...

estamos destrozados y él [Jackj está muy disgustado. Es una

carga muy grande.

J.W.: Veo que lo que hace Janice no es eficaz. (Los dos

asienten.) Explíquenme un poco más eso de que es una carga

muy grande.

PEGGY: A veces nos llama por teléfono para decirnos lo mal que se

siente. Son unas llamadas terribles. Casi no quiero hablar con ella.

JACK: Sí, es muy duro oírla hablar de su estado, de que le

duele el estómago, de que no come.

PEGGY: Y (refiriéndose a Jack) cuando salimos del hospital él

no para de decir: «¿Qué vamos a hacer?»

Ya se habrán dado cuenta de lo aterrorizadas que estaban estas dos

personas: Jack apenas era capaz de controlar su pánico y sensación de

impotencia, mientras que Peggy se controlaba en un intento de mantener

un mínimo de equilibrio para los dos.

PEGGY: Ella dice que quiere comer... Cree que es algo físi -

co... pero también podría ser emocional. Alguna vez ha dicho

que fue muy difícil criarse en nuestra casa.

JACK: (Explica) Yo trabajaba en [un entorno peligroso]... Eso

de por sí ya era malo, pero encima me llevaba el maldi to trabajo

a casa...

J.W.: Debe de ser agotador para usted (A Peggy). Ir al hos-

pital, cuidar del bebé.

PEGGY: (con debilidad y tristeza) Sí .

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Le contaron a J. W. la atención médica que Janice había recibido, en

parte para informarle y en parte para justificar su frustración y des -

esperación.

JACK: En el hospital XYZ [otro], el médico era un hombre

muy estrecho de miras. Janice le había preguntado por las

cándidas y él le soltó: «¿Pero de dónde sacó esa idea? ¡Yo no

creo en esas cosas!» ¡La mandó callar! (En ese momento, Jack se

lanza a hablar muy rápido y se pone muy tenso.) No me parece

mal que lo piense, pero hay otras maneras más diplomáticas de

decirlo... ¡No tenía que soltárselo directamente a la cara! [Jack

procedió a contar que cuando consultaron con otro médico de ese

hospital ocurrió lo mismo, lo que aumentó su frustración.]

J.W.: Parece que esta situación tan difícil presenta tres

aspectos... y da la impresión de que Janice no está recibien do una

atención médica competente y útil.

Al mencionar los «tres aspectos», J.W. se refería a las especulaciones

sobre las cándidas, los factores «emocionales» y los factores «físicos»

vagos y no identificados. Sin embargo, el principal objetivo de J.W. al

hacer este comentario fue el de demostrarles que se daba cuenta de que se

sentían impotentes, perdidos y asustados,

JACK: ¡Exacto! ¡Exacto!

PEGGY: Ha visto a varios médicos, y ahora está viendo a un

médico holístico, así que esperamos que esta vez...

J.W.: Ya pueden cruzar los dedos. Más vale no hacerse

ilusiones para después no sufrir una decepción.

Con este comentario el terapeuta también mostró que se apiadaba de

su situación. Lo importante aquí es que, ante un pesimismo tan evidente

por parte de los padres, J.W. quería evitar adoptar una pos tura optimista,

al menos de un modo explícito.

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PEGGY: (Asintiendo) Hay que ser realistas, sí.J.W.: (Volviéndose hacia Jack.) ¿A usted qué es lo que más

le preocupa?

JACK: ¡Que coma! Si no engorda, se morirá. Y yo no quiero

que ocurra eso... (Jack resta importancia a sus emociones para

hacer hincapié en la seriedad de sus preocupaciones. Sin

embargo, es incapaz de mantener esa calma fingida, y continúa.)

Pienso que debería hablar con ella, pedirle que coma, si no por

ella, al menos por el niño, esa monada que la necesita (Rompe a

llorar)... Pero no sé si debo decírselo.

J. W.: Bueno, es demasiado pronto para aconsejarles algo,

pero por regla general más vale tomarse el tiempo, no obligarla a

responder... No se precipiten; el hecho de que no esté seguro

significa que no está convencido y que interviene una serie de

factores muy complejos.

Sin preguntarlo directamente, J. W. podía deducir sin temor a equi -

vocarse a partir de lo dicho que Jack había intentado ayudar a Janice

urgiéndola e incitándola a comer y que estaba pensando en volver a

intentar otro aldabonazo similar. Tras enmarcar el problema como

desalentador por su complejidad, el terapeuta aconsejó a Jack que

«actuara despacio» para que cediera en sus intentos de incitarla a comer.

JACK: De acuerdo, de acuerdo... [Pero vuelve a sumirse en un

estado de agitada desesperación al pensar en los efectos

catastróficos para su nieto si Janice se muere de inanición.] Ves

a madres que harían cualquier cosa por su hijo; a veces me

pregunto si Janice lo quiere lo suficiente; si lo que pasa es que el

vínculo con él no es lo suficientemente fuerte.

J.W. pasó a preguntarles por sus intentos de resolver el problema.

Por supuesto, se trata de una información muy importante: según nuestro

modelo, es la piedra angular que mantiene el problema.

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J.W.: Me sería de gran ayuda saber cómo han intentado

ayudar a Janice, cualquier cosa que hayan hecho.

PEGGY: Hemos hablado en serio con ella, de que tenía que

hacerse mayor.

J.W.: ¿Cómo eran esas conversaciones?

Las personas suelen dar información de una manera abreviada,

haciendo un breve resumen o dando una etiqueta. Pero la ausencia de un

diálogo concreto oscurece el mensaje enviado, de modo que sólo queda la

intención del mensaje. Eso forma parte de la complejidad de la

comunicación verbal humana: no se trata únicamente de que el mensaje

enviado no siempre es el mensaje recibido, sino también tic que el

mensaje que se pretende enviar no siempre resulta ser el mensaje

enviado. Así, a menudo el terapeuta tiene que preguntar por el mensaje en

sí, por el diálogo literal. (En este caso, no incluimos la respuesta de los

padres.)

J.W.: ¿Qué otras cosas han hecho para mejorar la situación?

PEGGY: Yo le hacía la comida. Pero entonces ella nos decía:

«Ah, eso no lo puedo comer», y yo le preguntaba: «¿Y qué

puedes comer?» Sólo verduras, pero cuando se las hacía, no las

quería... (Se inclina hacia delante) Sabe, es como alguien que se

tira desde un avión. No sé cómo darle el empujón.

J.W.: ¿De qué manera lo ha intentado?

PEGGY: Ofreciéndole comida, cosas que creo que le gustarán.

A veces dice: «Ojalá pudiera comer eso, comer de todo», y yo le

digo: «A mí también me gustaría, y creo que lo harás.» Más allá

de eso, no sé qué hacer para convencerla.

Lo que de verdad me gustaría saber es si deberíamos expli -

carle cómo nos sentimos. Por dentro estoy deshecha, pero cuando

estoy con ella guardo la compostura. El [Jack] tiende a mostrarlo

más. Está siempre encima de ella: «¿Y esto te gus ta? ¿Quieres

aquello?» En medio de tanto nerviosismo, ella se pone aún más

tensa.

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J.W.: ¿Algo más?

PEGGY: ¿Para ayudarla? Pensé que lo mejor sería ayudarla a

relajarse, no darle importancia a la comida; a lo mejor dejar que ella la

pida en lugar de ofrecérsela. O sea, ignorarla. Ya empecé a hacerlo este

fin de semana.

JACK: (Expresando su frustración en su intento de ayudar)...

¿Cómo podemos ayudarla? ¿Cómo demonios podemos llegar

hasta ella?

J.W.: (Prosigue con la solución intentada) ¿Y usted cómo lo

ha intentado?

JACK: Estoy cerca de ella, le insisto. Si come poco, la animo.

Y ella me dice: «No quiero que me animes.» Pero yo le contesto:

«Me estás haciendo feliz, y eso ahora es lo único que importa.»

J.W.: ¿Le insiste y la anima a comer?

JACK: Eso es lo que intento; procuro hacerla comer. Es como

una visión al final de un túnel, lo único que veo. Que coma.

Tras una llamada de los observadores del equipo, J.W. preguntó por

la cuestión de las cándidas, en concreto si se podía confirmar el

diagnóstico y cómo se podía hacer. Jack explicó que el médico que la

llevaba en ese momento le pidió un análisis de heces; ya habían enviado

una muestra a un laboratorio, pero no les darían los resultados hasta al

cabo de dos semanas. Por último, antes de dar por terminada la sesión,

J.W. les presentó una agenda nueva.

J.W.: Antes de acabar esta sesión, me gustaría que pensaran

en cómo sería una primera señal de mejoría. Digo una «primera

señal» porque es una situación muy seria, y a su hija todavía le

queda un largo camino por recorrer. Por lo tanto, es importante

que piensen en algún tipo de indicador por el camino. ¿Qué es lo

primero que verían? Piensen en detalles pequeños y concretos.

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J.W. asignó a los padres esta tarea para que se lo pensaran antes de la

siguiente sesión. Dicha tarea puede proporcionar información útil (por

ejemplo, mostrar cómo una persona define un cambio), pero es, al mismo

tiempo, un tipo de intervención. La pregunta incluye la premisa de que

las cosas pueden cambiar, de que pueden mejorar. Al formular la

pregunta, la persona acepta la premisa y así actúa con la sensación de que

puede hacer algo. Esto es tanto más útil cuando las personas que

presentan la queja, como en este caso, sólo ven desesperanza. A su vez,

este «optimismo terapéutico» puede ayudarles a relajarse y ceder un poco

en sus intentos desesperados de resolver el problema.

Segunda sesión

Peggy y Jack volvieron al cabo de una semana. Como el terapeuta

original, John Weakland, estaba fuera, yo (R.F.) me encargué de la

sesión. Dado que había asistido como observador a la sesión anterior, mi

sustitución no representó ningún problema. Se lo expliqué a Jack y Peggy

nada más iniciar la sesión y los dos lo entendieron perfectamente.

Nos llamó la atención que en la primera sesión apenas se había

hablado del marido de Janice: de cuál era su papel, si tenía alguno, en el

problema, así como de su postura. Como para nosotros es muy importante

establecer quiénes son las personas que presentan la queja de un

problema, lo mencioné en esta sesión.

R:F.: Teniendo en cuenta que el que vive con ella es su

marido, ¿qué pinta él en todo esto?

PEGGY: Según él, Janice está bien. Eso no significa que no

se preocupa, sí que se preocupa. Lo que pasa es que no es tan

sofisticado, no entiende lo grave que está. Para él es algo

pasajero.

R:F.: ¿Quiere decir que no está alarmado...?

Page 81: Cambiando lo incambiable.docx

JACK: (Interrumpe) No se le ve muy alarmado. Es que no lo

entiende... no sabe lo que puede pasar.

PEGGY: ... Janice estará bien; se pondrá bien.

R:F.: ¿Representa su actitud despreocupada un problema

para ustedes?

Los dos dijeron que no. Por lo que contaron de la actitud del mari do

hacia el estado de Janice, éste no parecía presentar ninguna que ja. No

estaba angustiado y, como para él era un «problema pasajero»,

seguramente no veía necesaria la intervención de expertos. En caso

contrario, habríamos querido verlo. Jack pasó entonces a explicar otro

enfoque.

JACK: Soy como un espejo, me cuesta disimular lo que

siento, mientras que a Peggy se le da muy bien. Así que he visto

que lo mejor era mantenerme alejado y dejarla sola... y está

funcionando. Así él [el marido de Janice] puede estar más

tranquilo, y eso le está haciendo más bien que mal.

R.F.: Si lo he entendido bien, el hecho de que él esté más

tranquilo la ayuda.

Además de aclarar lo que dijo Jack, este comentario también sirvió

para reforzar los beneficios de un desvío de la solución intentada,

consistente en presionar a Janice para que comiese.

R.F.: Esto es una pequeña digresión (A Jack), pero ha dicho

que como se lo toma todo de un modo demasiado intenso y se

pone muy nervioso, ha tendido a alejarse y a dejar que Peggy se

ocupara de todo... No sé qué quiso decir con eso. ¿Qué clase de

contactos ha tenido con ella?

JACK: Cuando Janice viene a casa, evito entrar en la cocina o

el comedor. Ya no le pregunto cómo se siente ni si ha comido lo

suficiente; sólo la abrazo y salgo de la habitación o me voy a la

tienda. Intento no hablar con ella... Si empiezo otra vez [a

presionar a Janice], Peggy me hace una señal. Tie

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ne sentido porque se empiezan a notar los efectos... De momento

va bien.

R.F. ...¿Y cómo se miden los efectos?

Pedir detalles concretos puede servir para varias cosas. En primer

lugar, sirve para que las personas den una descripción más clara de lo

ocurrido, ya que les permite pasar de lo vago a lo concreto. En segundo

lugar, el terapeuta se hace una idea de cómo estas personas miden el

cambio, de sus prioridades. Por último, al explicar los deta lles del

cambio, la persona se da cuenta de que el cambio es más real, más

significativo.

JACK: Por el hecho de qué está comiendo un poco.

PEGGY: Está comiendo más...

JACK: (Interrumpe) Está comiendo más... Esta comiendo

alimentos más sólidos.

R.F.: ¿Y eso desde cuándo?

Se lo pregunté porque a veces, en la primera sesión, las personas no

dicen que se ha producido una mejoría antes de acudir al terapeuta. O

bien la mejoría puede reflejar el impacto de esa primera sesión. Es

importante saber si fue por eso, porque hay que destacar cualquier

mejoría definible; también permite averiguar concretamente cuál fue la

causa de esa mejoría.

PEGGY: Desde esta última semana... El domingo hice el

desayuno: tostadas con canela y huevos escalfados. Comió bas-

tante bien. Empieza a comer un poco más. Al final de la semana,

ya no necesitaba la bolsa de agua caliente. (Peggy había

mencionado antes que Janice se quejaba de un dolor abdominal

después de casi cada comida y que lo aliviaba con una bolsa de

agua caliente.) Pero todavía se preocupa por lo que come y sigue

anotando la cantidad de calorías que ingiere.

R.F.: Bueno, eso no me extraña, porque está muy grave, es

una situación muy seria. Por eso ni siquiera se me ocu

Page 83: Cambiando lo incambiable.docx

rrió preguntar si se había producido algún cambio a lo largo de

esta semana. Pero estoy sorprendido. Sin duda no ha salido del

bache, pero según ustedes está comiendo más y ya no necesita la

bolsa de agua caliente. No puedo atribuir la mejoría a algo que

hayamos hecho aquí. Lo único que hicimos fue preguntar.

Esta respuesta a la afirmación de Peggy de que Janice sigue fijándose

en las calorías que ingiere tiene varias implicaciones. Tenía menos

posibilidades de equivocarme si suponía que los padres seguían con una

actitud pesimista y asustados por la fragilidad de Janice. Al hacerme eco

de su actitud, conseguí que mis comentarios posteriores fueran más

creíbles. Después empleé ese «pesimismo» para decir que me sorprendía

la rapidez de la mejoría; ni siquiera se me había ocurrido preguntar si se

había producido. Sin embargo, de todos modos dejé claro que se había

producido un cambio deseable y antes de lo previsto. Así, al empezar

diciendo «Todavía 110 ha salido del bache», aludí a una mejoría. Por

último, al negar todo mérito por el cambio, sugerí que habían sido ellos

los que habían hecho algo, que no eran observadores desvalidos.

JACK: Bueno, me ayudó a sentirme menos tenso, me hizo

pensar... El [John Weakland] me alivió de mucha tensión. No

podía pensar... no me pregunte por qué... me ayudó a ir por buen

camino.

PEGGY: Esa sesión fue muy útil.

R.F,: ¿De veras? Saben, cuando uno está muy concentrado

en lo que hace, a veces no sabe cómo lo hace. Así que me

gustaría saber dos cosas, y permítanme abordarlas una por una.

¿Qué fue lo que se dijo que...?

JACK: No sabría decirlo con exactitud...

PEGGY: Era algo que necesitábamos desesperadamente. La

situación para él (Señalando a Jack) era terrible, había perdido el

control... cada minuto del día. Y tras venir aquí y hablar con el

doctor Weakland... las preguntas que hizo...

Page 84: Cambiando lo incambiable.docx

R.F.: Eso me lleva a la siguiente pregunta. Es posible que

tampoco puedan dar una respuesta exacta... ¿Saben qué hicieron

esta semana que fuera distinto de lo que hacían antes?

PEGGY: Fuimos a su casa, que está tranquila, en calma, nadie

pregunta nada, nadie la presiona. No la agobiamos, sino que la

ayudamos a relajarse. Fue como unas vacaciones para mí...

porque Jack, que Dios lo bendiga, es un puro nervio, con una

tensión que rebota por las paredes.

R.F.: ¿Se refiere a que es como el famoso presentador de

televisión Ed Sullivan? Podría iluminar una habitación sólo con

irse. (Jacky Peggy ríen.)

PEGGY: En este caso, la tranquilizó yéndose.

Aunque hay que usar el humor con cuidado, a veces es bueno para

ella que con ello la intensidad del problema pasa de lo patológico a un

contexto humano familiar; es una ayuda porque normaliza un problema y,

de ese modo, sugiere una situación menos misteriosa y más cambiable. La

gente tiende a estar más receptiva a las ideas nuevas cuando está relajada.

R.F.: (A Jack) Como se sintió más relajado después de la

sesión con Weakland, cuando fue a ver a Janice... ¿llegó a...?

JACK: No fui a verla. Así que ella no se sintió presionada por

mí. (Señaló a Peggy.) Me quedé en casa.

R.F. ¿De modo que la ayudó pero no de una manera muy

halagadora?

A primera vista, se podría interpretar el comentario como una manera

de menospreciar el papel de Jack. Pero me interesaban más las

implicaciones de que había sido un apoyo: que lo que hizo fue

estratégicamente útil para Janice pero que yo entendería que no le

atribuyeran el mérito que merecía. Sí él hubiese interpretado mi comen-

tario de otra manera, le habría aclarado mis intenciones, pero resul tó que

110 le molestó en absoluto. Jack dijo alegremente: «Hoy cuan

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do la vi, su rostro, su actitud eran totalmente distintos. Tenía una vita -

lidad que no tenía la semana pasada. Se reía.»

El resto de la sesión, Peggy y Jack reiteraron lo valiosa que había

sido la primera visita para ellos. Al hablar de la solución intentada

siempre lo hacían en pasado: «Antes, solíamos...» Sin embargo, como

vimos antes, hablaban de la mejoría de Janice con salvedades, lo que

dejaba abierto el interrogante de si veían la necesidad de recibir más

ayuda. Por un lado, no queremos proponer concluir el tratamiento si la

persona no se siente preparada; por el otro, tampoco deseamos prolongar

una terapia que la persona no cree necesaria. Esta última postura puede

tener una influencia negativa ya que, sin querer, puede dar a entender que

lo conseguido no es suficiente, que es insignificante. La descripción de

Jack y Peggy del cambio en Janice era, para nosotros, una mejoría

significativa y cualitativa. Pero nos interesa más saber si la persona que

presenta la queja cree que el cambio ha sido significativo y, en caso de

que lo crea así, hasta qué punto. Se lo planteé.

R.F.: Como los dos han dicho que se sienten más tranquilos

después de la sesión con Weakland, no sé si han conseguido lo

que deseaban. Al fin y al cabo, sólo han tenido una sesión. ¿O

creen que todavía no han salido del bache?

PEGGY: Janice podría recaer en cualquier momento, y todavía

no ingiere suficientes calorías... lo cual la asusta. Tengo que

tranquilizarla. No engorda, pero está comiendo alimentos

sólidos. Antes sólo tomaba líquidos. Ésta es la táctica correcta,

aunque sólo avancemos un poquito cada día.

R.F.: De modo que si les dijera que quiero verles otra vez,

¿no sentirían que sería una pérdida de tiempo?

JACK: En estos momentos, no lo sé. No quiero interrumpir algo que le

va bien.

PEGGY: ¿Usted cree que es necesario hacer más sesiones?

Les propuse dos posibilidades. Podían dejarlo ahora y que el resto de

las diez sesiones quedaran pendientes por si más tarde veían

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la necesidad de volver o podían seguir hasta sentirse más seguros de que

podían dar por terminado el tratamiento. Como siguieron eludiendo dar

una respuesta, les dije: «Permítanme proponerles un término medio. Sé

que John vuelve la semana que viene. Me gustaría pedirles que lo vean.»

Tanto lo que diga el terapeuta como la manera de decirlo siempre

debe tener en cuenta la posición de las personas que presentan la que ja.

Esta vez, su posición era ambigua, ya que no era ni muy pesimista ni muy

optimista. En esos casos, el terapeuta tiene menos posibilidades de

equivocarse si adopta una posición pesimista. Si se equivoca, y resulta

que subestimó el optimismo de las personas que presentan la queja, éstas

tenderán a corregir su impresión. Pero si se equivoca con la postura

contraria, subestimando el pesimismo de las personas que presentan la

queja, corre el riesgo de que éstas sientan que el terapeuta no entiende la

gravedad de la situación, que la está trivializan- do. Así, ante la

posibilidad de que Jack y Peggy se equivocaran, sugerí que volvieran

aunque sólo fuera una vez. Al final resultó que estaban más tranquilos de

lo que parecía a primera vista:

PEGGY: ¿Y si venimos dentro de un par de semanas? ¿Es posible?JACK: Sí, así tendríamos más cosas que contar.R.F.: Muy bien. Será dentro de dos semanas.

Tercera sesión

Al final, la tercera y última sesión se celebró tres semanas más tarde,

de nuevo con John Weakland.

J.W.: Han pasado tres semanas desde que vieron al doctor

Fisch y entonces las cosas habían mejorado tanto que, a decir

verdad, he estado un poco preocupado, así que me pregunto qué

habrá pasado en este tiempo.

Page 87: Cambiando lo incambiable.docx

Este marco, que podíamos definir como preocupación por la rapidez

de la mejoría, permite que las personas que presentan la queja se relajen

al margen de lo que tengan que contar. Por ejemplo, si por un lado dicen

que no ha cambiado nada desde la última visita o que las cosas han

empeorado, el terapeuta podrá respirar aliviado y las per sonas no temerán

que el terapeuta los castigue por no haberlo hecho mejor. Por otro lado, si

las cosas han seguido mejorando, semejante noticia compensa fácilmente

cualquier preocupación por el «nerviosismo» del terapeuta. Al fin y al

cabo, son las personas que presentan la queja las que viven con el

problema.

PEGGY: Ha progresado. De una manera lenta pero constante.

Janice está mejor. Come, aunque no ha engordado porque su

dieta es muy limitada. Le han diagnosticado cándidas en un

estado muy avanzado. Eso significa que no puede comer azúcar

ni levadura, lo que incluye pan, pasta y todo lo que engorda; así

que come verdura, pollo,.pescado. Con esa dieta no puede

engordar, pero yo siempre le digo: «Al menos vas por buen

camino; estás comiendo alimentos sólidos, no sólo líquidos.»

J.W.: Por lo que recuerdo que me contaron la otra vez, aun

cuando lo máximo que se pueda decir es que la situación se ha

estabilizado, de todos modos sería un paso positivo, y Janice está

comiendo de una manera limitada sin necesidad de pelearse con

ella ni de insistirle en que lo haga.

PEGGY: Exacto. Nadie le insiste. Tiene muchas molestias

después de comer. Pero no cada día. Antes comía un poco y

necesitaba la bolsa de agua caliente porque le dolía mucho.

Ahora sólo la necesita una o dos veces a la semana. Sigue viendo

a distintos médicos que a lo mejor pueden ayudarla. Eso ha

costado mucho dinero, pero también le ha ido bien.

J.W.: ¿Ha tenido más éxito a la hora de encontrar com-

prensión y buenos médicos?

PEGGY: Sí, encontró a uno que le diagnosticó las cándi

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das. Se mostró muy comprensivo pero también fue muy vago, y

ella quiere algo más tangible.

JACK: Ahora ha encontrado a un médico especializado en esta

enfermedad.

J.W.: Es muy difícil encontrar a una sola persona que vaya

bien para todo.

PEGGY: Tiene muchas alergias alimenticias, lo que le dificulta

comer. Aunque está mejor, sigo un poco recelosa. Tengo miedo

de que ocurra algo que la haga recaer y que se deprima otra vez.

J.W.: Antes que nada permítanme que les diga que teniendo

en cuenta lo grave que ha estado creo que es mucho más sensato

adoptar una actitud recelosa que cantar victoria y gri tar: «¡Viva!

¡Viva! ¡Ya está todo arreglado!» Eso no sería una actitud muy

realista. Es más seguro ser un poco escéptico y cauto y esperar a

ver cómo se desarrollan los acontecimientos.

PEGGY: Eso es lo que hago.

J.W.: Muy bien.

Una vez más, J.W. mantuvo la credibilidad haciéndose eco del

pesimismo de las personas que presentan la queja, pero también inclu yó

una implicación optimista al sugerir que es posible o probable que las

cosas «sigan su curso» y que su hija mejore. Esto se parece, en principio,

al uso de la implicación en la hipnosis: «Sentirá su mano más ligera antes

de empezar a levantarla.» Esta postura contrasta de un modo notable con

la terapia tradicional, en la que se consideraría que el pesimismo de la

persona que presenta la queja es una señal negativa. En ese caso, el

terapeuta intentaría acabar con su pesimismo: «¡Fíjese en el lado más

alegre y esperanzador!»

JACK: También la he animado a que viera a un buen nutri-

cionista. Le he concertado una cita con dos de esta zona y ella

tendrá que elegir.

J.W.: Espero que le vaya bien, pero según recuerdo de su

entrevista con el doctor Fisch, si no me equivoco, y corríjan-

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me si lo hago, usted había adoptado una actitud de observa» dor

y no intervenía o bien había reducido su participación activa en

la situación, dejándolo todo en manos de ella. PEGGY: SÍ.

JACK: A la larga Janice tendrá que hacerse cargo de su vida, así que

fue una buena manera de salir de ella.

J.W.: De modo que a menos que haya visto algo que le haga

cambiar de opinión, en general lo mejor sería seguir con la

misma táctica.

PEGGY: De momento sigo en su casa. La ayudo con la compra

y estoy allí para apoyarla. Veo que poco a poco va haciendo más

cosas.

J.W.: De acuerdo. No me refiero al ritmo en el que se ale jan

y la dejan sola, porque eso no puedo juzgarlo de lejos. Sólo

puedo opinar sobre la dirección general de su actitud.

JACK: Ésa ha sido la dirección general, y lo hemos hecho despacio en

lugar de echárselo todo encima y decirle: «Aquí tienes. Es todo tuyo.»

PEGGY: Y como se siente mejor, está diciendo cosas que me

parecen fantásticas. «Si sigo sintiéndome así de bien, podré ir

sola en coche a ver al médico.» Empieza a pensar cosas así.

J.W.: Eso es alentador, pero una vez más, es importante no

obligarla a ir demasiado rápido ni esperar demasiado. Creo que

lo mejor que pueden decirle en una situación como ésta es: «Me

parece muy bien, pero no te fuerces. Puede que tardes un poco

más de lo que crees.» De lo contrario, si le da por tener

expectativas poco realistas o el ritmo de su mejoría...

JACK: Me ha dicho que supone que tardará alrededor de un año, y

sólo han pasado dos o tres meses.

J.W.: Eso está bien. Lo que quiero decir es que deben seguir

igual en lugar de intentar hacer que las cosas vayan más deprisa

de lo que deberían.

JACK: Básicamente, la dejamos a ella que vaya marcando el

ritmo y nosotros la seguimos, sin dejar de animarla.

J.W.: Hum, eso es exactamente lo que quiero decir. No

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dejen de animarla. ¿Pero la están animando o la están empujando

un poco más de lo que deberían?

JACK: Yo no la empujo. Me mantengo alejado y no me meto

con ella, la dejo tranquila.

J.W.: De acuerdo. Entonces, ¿cómo la anima?

JACK: Por ejemplo, cuando hablamos por teléfono, no le

pregunto cómo se siente. Es lo peor que puedo hacer.

J.W.: ¡Muy bien!

JACK: Cuando la veo, le digo que tiene muy buen aspecto y

que la veo muy activa. Y ella me contesta: «Sabes, ya me lo han

dicho otras personas.» Así que sabe que se lo digo en serio, y ella

responde a mis comentarios con una sonrisa, mientras que antes

me gruñía o pasaba de mí.

J.W.: Mientras sonría cuando se lo diga, está bien, pero si ve

que se muestra escéptica... No hay que esperar una mejoría

constante, sino que avanzará dos pasos y retrocederá otro

mientras sigan produciéndose cambios. Todavía cabe la posi-

bilidad de que un día esté así y le diga lo de siempre y ella le

conteste que no está de acuerdo. Así que les aconsejo que man-

tengan los ojos bien abiertos por si eso ocurre y, si ocurre, inter -

prétenlo como una señal y retrocedan porque están yendo más

allá del punto para el que está preparada, al menos ese día.

JACK: Siempre la observo antes de decir nada. Pienso antes

de hablar.

J.W.: Muy bien, ¡pero ya sé que es difícil!

Cuando estaba a punto de concluir esta última sesión, J. W. preguntó

sí había algo más que les preocupara de Janice. Los dos con testaron que

no, que sólo les preocupaba su alimentación y los efec- los que podía

tener la enfermedad en su salud y su espíritu. Reiteraron que creían haber

entendido cuál era el camino más efectivo a seguir y que de momento se

sentían animados con los resultados. Entonces J.W. sugirió que

interrumpieran la terapia pero con la opción de volver si en algún

momento lo consideraban necesario y ellos enseguida aceptaron dejar

pendientes el resto de las sesiones.

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Seguimiento

Como es habitual en el Centro de Terapia Breve, realizamos una

entrevista de seguimiento por teléfono con Jack y Peggy, la primera seis

meses después de la última sesión. Los dos dijeron que se sen tían menos

preocupados por Janice, que ésta progresaba lenta pero gradualmente.

Como ejemplo, Peggy mencionó que Janice había empezado a vestirse en

lugar de estar todo el día en bata. Añadió que planeaba volver al trabajo

la semana siguiente.

Realizamos la segunda entrevista de seguimiento cerca de un año

después de la última sesión. En cuanto a su preocupación por Janice, dijo

Jack, había disminuido mucho. Contó que le había empezado a crecer el

pelo otra vez, que trabajaba fuera de casa, conducía y comía con

regularidad. Los dolores de estómago eran menos frecuentes y Peggy ya

no sentía tanta necesidad de ayudarla. Peggy repitió lo mismo. «Se vale

más por sí misma.»

* * *

Al revisar este caso, parecería que el principal impacto terapéutico

tuvo lugar en la primera sesión. En ese momento, las preguntas que

solemos hacer para averiguar el problema y, de ese modo, obtener una

imagen clara de la solución intentada tuvieron un efecto estra tégico

inesperado. La discusión puso de relieve, de un modo evidente, que

insistirle a Janice para que comiera no era, como mínimo, productivo, y

posiblemente empeoraba las cosas. No era evidente hasta qué punto los

padres lo habían entendido, pero por poco que lo hubieran hecho, lo

llevaron a la práctica a su manera y el hecho de que evitaran forzar a su

hija tuvo un efecto positivo y duradero.

Como ya hemos dicho, el terapeuta se siente intimidado cuando

intenta tratar una conducta «anoréxica», en gran parte debido a sus

efectos en la salud y a que conlleva un riesgo de muerte. En el próximo

capítulo, trataremos otro tipo de amenaza, más frecuente que la

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anorexia; a saber, el problema de la bebida. A diferencia de la ano- rexia,

cuyo impacto rara vez se extiende más allá de la familia, la bebida puede

tener.consecuencias más amplias para la población en general. Uno de los

ejemplos más dramáticos es el conducir bajo los efectos del alcohol,

junto con la estrecha relación entre la bebida y los delitos violentos. Nos

pareció que el problema de la bebida merecía a todas luces ser incluido

en una obra que trata de los problemas intimidantes.

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ALCOHOLISMO

Las etiquetas alcoholismo y alcohólico, dos términos con una gran

carga emocional, reflejan un punto de vista muy distinto del nuestro. De

un modo más acorde con nuestra manera de ver las cosas, hablaremos de

la tendencia indeseable a beber o, más concretamente, de la tendencia a

beber que es motivo de queja. Debido al componente emocional asociado

al problema del alcoholismo, creemos necesario aclarar que, aunque

nuestro enfoque a este problema difiere del modelo más habitual,

reconocemos que beber en exceso puede tener y tiene un gran efecto en

la salud y la supervivencia del bebedor y a menudo efectos catastróficos

en los demás. Lo que pretendemos en este libro no es minimizar la

gravedad de ese impacto, sino ofrecer un enfoque alternativo, capaz de

abordar ese tipo de problema de un modo más eficaz y eficiente. No

pretendemos tener un método infalible para tratar la tendencia indeseable

a beber, pero el caso descrito en este capítulo es un claro ejemplo de

cómo las intervenciones breves pueden provocar cambios duraderos en

las personas que beben.

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UNOS CUANTOS CONCEPTOS

SOBRE LA BEBIDA

Las actitudes hacia la bebida en exceso siempre han tenido con

notaciones moralistas. Suponemos que tiene que ver con el hecho de que,

a diferencia de la mayoría de los demás problemas sociales, cuando uno

bebe exhibe a sabiendas una conducta imprcdecible e irresponsable; es

decir, cuando bebe hasta emborracharse. (Por supuesto, en esto 110 se

incluyen las celebraciones de Noche Vieja y algunas formas de beber de

los grupos masculinos, por ejemplo, las despedidas de solteros, aunque

algunos sostienen que beber en exceso en esas situaciones también es un

tipo de alcoholismo.)

Antaño, se consideraba que beber en exceso era señal de debilidad de

carácter o una prueba del mal del bebedor, que había sucumbido a las

tentaciones del diablo, el «Demonio de la bebida». Más recientemente, la

bebida en exceso se ha definido como una enfermedad, lo que ha

ayudado a aliviar al bebedor del tradicional oprobio moral infligido al

borracho. La etiqueta de enfermedad implica que la persona en cuestión

es víctima de un estado no deseado. Uno de los inconvenientes

inherentes a estas etiquetas es que conllevan la imposibilidad relativa de

cambiar: se centran en lo que es una persona en lugar de en lo que hace.

ALGUNOS OBSTÁCULOS

QUE HAY QUE CAMBIAR

Una de las constantes en nuestro trabajo en el Centro de Terapia

Breve es el tema del cambio, lo que significa que somos sensibles a los

supuestos sobre las personas y sus problemas que impliquen la

imposibilidad de cambiar, la fijación, el «así son las cosas». Estos

supuestos pueden ser tan sencillos como decir que «Él es un...», en lugar

de decir «Él actúa de tal manera...». Es más difícil pensar en

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cambiar el modo de ser de una persona que cambiar lo que esa per sona

hace. Para una serie de problemas humanos, a menudo se atribuye la

imposibilidad de cambiar a algún factor biológico, como una

predisposición genética o alguna anomalía inexplicable del metabolismo.

La medicalización de los problemas humanos se ha ido poniendo cada

vez más de moda. Así, se tiende a relacionar problemas como el suicidio,

la depresión, los cambios drásticos de humor y, por supues- !o, la bebida

en exceso, con la familia de origen o el clan familiar del paciente. La

suposición implícita en semejante actitud es que si cualquier de esos

factores están presentes en la familia nuclear o extensa, entonces el

paciente tiene cierta predisposición a tener esos problemas. Se da menos

importancia a los factores sociales, económicos y culturales que a la

genética.

Este enfoque también tiende a oscurecer el papel de las decisiones y

la conducta personales. Al absolver a las personas de la influencia que

ejercen sobre sí mismas y sobre los demás, define al paciente como

víctima, con todo lo que eso conlleva: impotencia y limitaciones en la

capacidad del paciente para cambiar su situación. Como este punto de

vista parece haberse impuesto como una verdad incuestionable, se

considera una herejía investigar la bebida en exceso desde cualquier otra

perspectiva. Los terapeutas que cuestionan la visión prevaleciente se

arriesgan a que los acusen de trívializar el dolor y el sufrimiento de los

miembros de la familia del bebedor.

El problema con la visión actual es que un «tratamiento» dura toda

una vida y aísla al bebedor de la sociedad. Este no sólo tiene un

problema, sino que él es un problema en el sentido de que su trastorno

constituye un componente importante en la definición de quién es. El

coste de la solución es que esa persona acepte que su identidad gira en

torno a su estigma. Lo que ha disuadido a muchos bebedores de pedir

ayuda ha sido la estricta observancia de la abstinencia y el consiguiente

compromiso que se les obliga a adquirir. Algunos también se sienten

alienados por el énfasis que pone Alcohólicos Anónimos en la aceptación

de un poder mayor como una necesidad de su programa (véase Shute,

1997).

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¿QUIÉN PRESENTA LA QUEJA?

Como con todos los problemas, consideramos que la tendencia no

deseada a beber es una conducta por la que alguien presenta una queja.

Como en una serie de problemas, la persona que provoca la queja, el

bebedor, a menudo tiene menos motivos de queja que un miembro de la

familia, un jefe o un agente de control social (el funcionario encargado

de la libertad condicional, el personal de los Servicios de Protección a la

Infancia, la policía y demás). Muchos de los individuos que deciden ir a

ver al terapeuta no están descontentos con su conducta, sino que los han

coaccionado a realizar una terapia: son pacientes involuntarios. Esto lo

vemos nada más empezar la primera sesión, cuando le preguntamos al

paciente qué le ha impulsado a pedir ayuda. Una respuesta característica

es: «Bueno, es que este fin de semana cogí una cogorza de aúpa y el

domingo por la noche mi mujer me dijo que iba a ver a un abogado para

pedir el divorcio si no buscaba ayuda por lo de la bebida. Así que el

lunes los llamé.» En un caso así, querríamos ver a la mujer del paciente,

dado que es bastante evidente que la que presenta la queja de que él beba

es ella, no él, y necesitaríamos saber qué ha hecho para intentar que él

bebiera menos.

Si bien las soluciones intentadas pueden ser de distinta índole -como

buscar todas las botellas y tirarlas a la basura, exhortar al mari do a asistir

a AA, hacer comentarios críticos cuando él se sirve otra copa, pedir a sus

amigos que «razonen» con él, etc.—, salvo raras excepciones, siempre

reflejan la misma idea: «¡Debes y puedes parar de beber!». Hemos

desarrollado la hipótesis de que este enfoque a menudo no funciona

porque consiste en una orden de «No hagas esto», en oposición a la orden

de «Haz aquello». El caso que presentamos ilustra esta idea.

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«QUIERO CONTROLAR LA BEBIDA»

Teniendo en cuenta el modelo prevaleciente para tratar la bebida en

exceso, Judy despertó nuestro interés cuando nos pidió ayuda porque

bebía y dijo que esperaba poder beber de un modo «normal» (es decir, de

un modo controlado, social y sin problemas). Esta mujer de treinta y un

años, casada y con dos hijos pequeños, había sido una profesional que

trabajaba fuera de casa, pero en los últimos años se había dedicado

exclusivamente a cuidar de su familia y la casa. Su marido, George, era

consultor. Judy había estado viendo a un terapeuta que había aceptado

ayudarla a beber como una persona «normal», pero como al cabo de un

año no se había producido ningún cambio, su terapeuta nos la había

derivado.

Su primera terapeuta había intentado transmitirle la idea de que ella

siempre tenía una opción en cuanto a la bebida; es decir, podía elegir si

bebía o no bebía, del mismo modo que podía elegir detenerse tras beber

un número determinado de copas. Basándose en esa idea, ta terapeuta le

pidió a Judy que planificara el número de copas que podía tomar así

como los periodos de abstinencia. Durante ciertos periodos, Judy se

abstenía de beber, pero en cuanto concluía la «condena», volvía a

excederse en lugar de planificar el número de copas. Así, aunque su

terapeuta intentó fijar un objetivo distinto, aplicó una de las soluciones

intentadas más habituales: «¡No bebas!»

Como verán, Judy resumió el problema de un modo muy sucin to: la

bebida. Como con cualquier problema, no pensamos en términos

normativos; es decir, no nos planteamos si una conducta se desvía de un

modelo de normalidad; en cambio, lo que nos interesa es lo que la

paciente considera que es un problema para ella. Así, le preguntamos por

detalles como la cantidad de alcohol que bebe, no para determinar si Judy

es alcohólica, sino para averiguar qué es lo que representa un problema

con la bebida para ella. Nos parecen más pertinentes sus comentarios de

que el alcohol le afecta el hígado, interfiere en su vida sexual y la vuelve

más irritable con los niños. Por

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supuesto, gran parte de esta información se habría podido conse con

la sencilla pregunta: «¿De qué manera la bebida es un prob ma para

usted?»

Primera sesión

En la primera sesión, el terapeuta vio sólo a Judy. En la prim parte,

Judy dijo que quería cambiar la manera de beber y aprender controlar el

alcohol en lugar de dejarlo por completo.

TERAPEUTA: ¿Cuál es el problema?

JUDY: La bebida.

TERAPEUTA: ¿Puede explicarse un poco más? ¿Por qué,e un

problema?

JUDY: El problema es que... supongo que... Bueno, supon» go

que siempre tuve una tendencia a ser... no una gran bebe- dora,

pero yo siempre quería salir y pasármelo bien, y siempre me ha

gustado ir de copas. Pero empezó a ser un problema hace un par

de años, cuando empecé a beber sola o a sentir que tenía que

tomar unas cuantas copas cada noche, y hace alrededor de un

año llegué al punto en que me di cuenta de que necesitaba ayuda.

El médico me dijo que la bebida empezaba a dañarme el hígado.

TERAPEUTA: ¿Le explicó cómo?

JUDY: Sólo me dijo que tenía grasa en el hígado. Me hizo

análisis de sangre y dijo: «Usted no tolera el alcohol. No debería

volver a beber. Si tiene problemas para dejarlo, vaya a ver a un

terapeuta.» ¡Y adiós muy buenas! Me hizo mucho daño y me

quedé muy resentida, pero no dejé de beber.

TERAPEUTA: Cuando dice «bebo mucho», ¿qué significa?

JUDY: Bueno, bebo cada noche. Alrededor de una botella o

más de vino cada noche. En realidad, el problema no es la

cantidad, sino el hecho de que está afectando mi vida, la relación

con mi marido. Desperdicio las noches. No soy

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productiva. Antes tenía otras prioridades que... he dejado de leer.

TERAPEUTA: Ha dicho que la bebida está afectando su vida y

su salud. ¿Puede explicarme de qué manera?

JUDY: Cuando una noche bebo mucho, a la mañana siguiente

me duele la zona alrededor del hígado. Tenía que hacerme otro

chequeo pero no volví. Desde hace dos años que mi

menstruación se ha vuelto irregular. También sé que le molesta

mucho a mi marido. Tampoco es lo mejor para nuestra vida

sexual. Y creo que como me siento mal conmigo misma soy más

dura con los niños.

TERAPEUTA: ¿Por qué ahora?

JUDY: Hace poco fui a ver a mis padres y una noche bebí

demasiado. Fuimos a dar un paseo después de cenar y yo no

podía caminar en línea recta, me tambaleaba y se me traba ba la

lengua. Ya me había ocurrido otras veces estando con ellos, pero

esta vez ellos me obligaron a enfrentarme al problema. Les conté

lo que hacía para dejarlo, y me dijeron que eso no funcionaría.

«Tienes que entender que no puedes volver a beber.» Fue una

verdadera conversación de padres a hija.

TERAPEUTA: Como nuestros tratamientos son relativamente

cortos, ganaríamos mucho tiempo si pudiéramos saber lo que

usted o George han hecho que no ha funcionado o bien que no ha

funcionado lo suficientemente bien para resolver este problema.

Es decir, si desde el principio averiguamos cuáles son las cosas

que ni siquiera valen la pena intentar, ganaremos mucho tiempo.

Así que repasemos todo lo que usted o cualquier otra persona

preocupada por el problema ha hecho, por ejemplo, ¿dar

consejos?

JUDY: Ya, de acuerdo. En suma, uno siempre tiene una

opción. Lo que intentaba mi terapeuta era que yo eligiera. Me

decía: «Sal y elige no beber. O, si has tomado una copa, eli ge si

vas a tomar otra o no.» Básicamente, yo elegía, ¡y elegía beber!

Mi terapeuta también decía que bebía para ayu-

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darme a relajarme y me aconsejó que comprara una infusión de

hierbas en una tienda de dietética, pero eso no sirvió de mucho.

(Se ríe.) También le decía a George que se comportara como si

fuera mi problema y no el suyo. Que saliera de la habitación o se

marchara cuando le molestara que yo bebiera. George ha hecho

todo lo posible. Es muy comprensivo. Incluso se ha enfadado

conmigo.

TERAPEUTA: ¿La terapeuta le dijo o aconsejó que hiciera algo

más para conseguir que esto fuera un problema exclusivamente

suyo?

JUDY: Sólo le dijo que intentara no fijarse en lo que yo hacía.

Desde entonces, ha adoptado distintas actitudes. Ha hecho de

todo, desde no decirme nada hasta enfrentarse a mí.

En la actitud de «Ha hecho de todo, desde no decirme nada has ta

enfrentarse a mí» hay un malentendido muy habitual en las personas que

creen que no decir algo es un cambio, un cambio importante. Para

nosotros, semejante conducta no representa en absoluto un cambio.

Cuando otra persona ha adoptado una postura concreta, en este caso:

«¡Has bebido demasiado!», el hecho de que no diga nada no dará a

entender que la posición de esa persona ha cambiado, sino que está

simplemente a la espera: «Aunque no lo diga, sigue pensándolo. Seguro

que tarde o temprano me reñirá porque bebo.»

TERAPEUTA: ¿Qué le dice cuando se enfrenta a usted?

JUDY: Suele hacerlo por la mañana. Dice algo sarcástico

como «Anoche te luciste» o «¡¿Qué bebiste?! ¿Cómo pudiste

emborracharte tanto?» Algo así.

TERAPEUTA: ¿Ha hecho algo más para beber menos o para

dejarlo?

JUDY: Pensé que quería intentar sentirme bien conmigo

misma, sentir que controlaba la situación. Lo que yo pretendía

era decidir que un mes no bebería y beber al mes siguiente, o dos

semanas o lo que fuera. Quería fijarme unos objetivos a corto

más que a largo plazo. Lo conseguí alrededor de

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una semana y media. Hasta que una noche salimos y me tomé

unas cuantas copas, y después lo volví a intentar, aguanté un par

de días hasta que me dejé llevar otra vez. «¡Tienes que acabar

con esto, tienes que acabar!». Y todo esto me asusta todavía más

de modo que al final casi bebo más, porque pienso que será la

última vez. «Mañana ya 110 beberé, así que esta noche puedo

beber todo lo que quiera.» ¿Me entiende? Ese ha sido el mayor

problema que he tenido.

En esta parte de la sesión, el terapeuta averiguó detalles de la solu -

ción intentada de Judy. Antes siempre preguntábamos: «¿Qué es lo que

no funciona?», pero pronto nos dimos cuenta de que esa pregunta podía

implicar que otras cosas que el paciente había probado sí que habían

funcionado.

Consideramos que la eficacia parcial o temporal pertenece a la

categoría de lo que «no funciona» porque creemos que si un pacien te

busca ayuda profesional significa que, sean cuales sean los cambios

aparentemente positivos que se han producido, han sido insuficientes

pues es evidente que el paciente sigue teniendo una queja. Los pacientes

también creen que, sea lo que sea que hayan hecho y lo que haya

conducido a una mejoría temporal o parcial, han seguido una dirección

útil y fiable, una idea que puede interferir con la opción de seguir una

dirección muy distinta. Por lo tanto, ahora preguntamos: «¿Qué es lo que

no funciona o lo que no funciona lo suficientemente bien?»

Hemos visto que en los métodos en los que los individuos tienen que

luchar contra la tentación de tomar lo que sea que les preocupa (bebidas

alcohólicas, caramelos y otros dulces «prohibidos», drogas de la calle),

estos en general al final acaban cediendo. Hemos especulado que la

acción aparentemente tan sencilla de luchar con la tentación tiende a

abocar al fracaso porque expresa una orden de «No lo hagas» para resistir

la tentación mientras que al mismo tiempo se transmite otra orden de

«Hazlo», expresada por la propia substancia no deseada; es decir,

creemos que uno no puede acatar una orden de «No lo hagas» a menos

que haya otra alternativa de «Hazlo».

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Así, es difícil que surta efecto el eslogan de Nancy Reagan «D que

no a las drogas» a menos que también haya un «En cambio di que sí a

[otra cosa que no sea la droga].» En la lucha entre «Siento 1a tentación»

y «pero no debo ceder», la tentación es, lógicamente, un orden mucho

más fácil de seguir. Uno no puede dejar de estar sentado si no hace otra

cosa, ya sea ponerse de pie, tumbarse, tirarse al suelo o lo que sea, como

acción alternativa.

Nuestro colega John Frykman, que hace unos años trabajó con

adictos a la heroína en la sección de Haight Ashbury de San Fran cisco,

desarrolló este principio al tratar a sus pacientes con resultados

sorprendentemente eficaces y duraderos. De hecho, les proponía realizar

una sencilla acción alternativa cada vez que se enfrentaban a la tentación

de inyectarse. Primero, Frykman resumía gráficamente todos los factores

que antes habían impulsado al paciente a volver a consumir heroína:

pérdida de trabajo, presión de los padres, la noticia de la muerte de un

amigo íntimo por sobredosis, pedir consuelo a un novio o a una persona

cercana que le ofrece una dosis gratis de heroína. Después, Frykman le

pedía al paciente: «Si, en el momento en que la tentación es más fuerte,

hubieras dicho: “No, gracias” a tu amigo, te hubieras dado la vuelta y

marchado, ¿eso te habría enseñado algo sobre tu resistencia a volver a

tomar?». Aunque esta pregunta se formuló como una manera de que el

«adicto» determinara si había superado su «hábito», contiene la

sugerencia implícita de una acción alternativa: di «no, gracias» y después

da media vuelta y márchate; si lo haces, controlarás la tentación.

Atribuimos la eficacia del enfoque de Frykman a que ofrece al «yonqui»

una alternativa sencilla e inmediata a ceder a la tentación.

Judy menciona otra sugerencia: beber infusiones de hierbas para

sustituir el alcohol. Esto podría bastar como acción alternativa, pero es el

tipo de alternativa que tiende a mantener la lucha con la tentación

porque, en tanto que sustituto, puede reforzar el deseo de lo «auténtico».

Al mismo tiempo, no es una alternativa fácilmente disponible. Podría ser

más eficaz si se pudiera acceder a una taza o a una tetera con la infusión

de un modo fácil e inmediato. Otra alternativa más eficaz sería

determinado tipo de acción; por ejemplo: «Cuando

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sienta la tentación, salga a la calle y dé una vuelta a paso ligero para

fortalecer su cuerpo en lugar de debilitarlo.» Además de evitar enmarcar

un sustituto, esta alternativa pone el énfasis en hacer algo para el propio

cuerpo y no sólo en huir del impulso.

En principio, el consejo de la terapeuta al marido de Judy -que se

comportara como si el problema con la bebida era de Judy y no de él—-

podía ser útil y eficaz. Sin embargo, al sugerirle que se marchara de la

casa, se anulaba su eficacia porque con ello se corría un riesgo demasiado

elevado de que Judy lo interpretara como una expresión de condena por

verla beber y, por lo tanto, ella seguía creyendo que él se sentía molesto.

Asimismo, sugerirle que actuara como si no se diera cuenta de que bebía

es otro tipo de orden «No lo hagas», lo mismo ocurre si opta por «no

enfrentarse» y «no decir nada». Desde un punto de vista empírico,

nosotros y otros terapeutas hemos comprobado que intentar hacer caso

omiso de un hecho desagradable rara vez funciona. En cualquier caso,

estas sugerencias no perjudicaron sus «enfrentamientos» bien

intencionados, que consistían en comentarios de enfado o retóricos.

Los propios esfuerzos de Judy por controlar la bebida, la mayo ría

basados en fijarse periodos de abstinencia, tampoco funcionaron, creemos

que por las razones que comentamos antes. Una vez más, se trata de

diferentes formas de intentar imponer una orden de «No» o «No lo

hagas», que hacen que persista la lucha hasta que la persona, agotada,

cede a la orden de «Hazlo» y bebe. No nos sorprendió que tras estos

tremendos esfuerzos, Judy acabara bebiendo más. Según los enfoques

tradicionales del problema, estas sugerencias se consideran sumamente

razonables, y si el bebedor no consigue llevarlas a la práctica significa

que es un adicto. Para nosotros, pese a la «sensatez» y lógica de estos

métodos, son una manera de mantener el problema.

Como veremos en el siguiente diálogo, Judy explicó además su

dilema para resolver su problema. Por un lado, sentía que no podía rebatir

los consejos que le daban de que iba a tener que abstenerse por completo;

por otro lado, «emocionalmente», seguía pensando que podría controlar

la bebida. Como no compartimos los conceptos

Page 105: Cambiando lo incambiable.docx

tradicionales de que beber es una enfermedad, podemos creer que lo que

ella pretende es posible.

Judy: (Reanudando el diálogo anterior)...ÉSQ ha sido el

mayor problema que he tenido.

TERAPEUTA: ¿NO conseguir los objetivos que se ha marcado?

JUDY: Exacto. Eso ha sido un verdadero problema. Sé,

racionalmente, que para resolver el problema yo sola tendría que

dejar de beber por completo pero, emocionalmente, no quiero

aceptarlo porque soy fuerte, y siempre he pensado que si he

podido controlar otras cosas en mi vida, también puedo controlar

esto. Nunca he querido reconocer que tenía que dejarlo por

completo.

Éste es un claro ejemplo de lo que llamamos la posición del cliente.

Para nosotros, el principal objetivo de la terapia es conseguir que las

personas se desvíen de la manera en que intentan hacer frente a su

problema, aunque no sea fácil conseguirlo, porque tanto ellos como la

mayoría de la gente creen que lo que hacen es lo único razonable. En

cierto sentido, lo que pretendemos es que la gente se desvíe de lo lógico,

de lo razonable, de lo cuerdo, por así decirlo.

Hemos visto que va muy bien enmarcar la alternativa «ilógica» de

una manera que incluya la manera en que la paciente se ve a sí mismo y

el problema. Judy expresó clara y tajantemente que se consideraba una

mujer fuerte, capaz de controlarse a sí misma y su vida. El terapeuta

aprovechó esa idea que tenía Judy de sí misma para ofrecerle otra manera

de controlar la cantidad de alcohol que deseaba beber.

Terapeuta: Algunas personas que han tenido problemas para

controlar la bebida lo han conseguido hasta tal punto que han

llegado a convertirse en bebedores sociales, pero para hacer eso

hay que ser muy fuerte. En general, la mayoría de las personas

no lo consiguen. Sólo quiero decir que usted

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siente que realmente tiene que dejarlo por completo porque ha

sido muy difícil reconocer que...

JUDY: Exacto. Ésa tiene que ser la respuesta.

TERAPEUTA: ...que usted no es una de esas personas excep-

cionales que son capaces de tener un control absoluto.

Las palabras en cursiva se hacían eco y reflejaban la posición de la

propia Judy. Enmarcaban la realización de sus deseos como si se tratara

de un reto; en cualquier caso, instarla a abstenerse no ha servido de nada.

JUDY: Sí, supongo que lo que busco son las herramientas para

controlarme; sentir que no necesito beber para ser sociable, para

estar con gente. Para tener la sensación de que controlo la

situación no necesito beber.

Segunda sesión

En lugar de esperar, creimos que era importante involucrar a Geor-

ge en la terapia antes de volver a ver a Judy y, como es habitual, en la

segunda sesión lo vimos a él solo. George definió el problema igual que

Judy y procedimos a preguntarle qué había hecho para conseguir que su

mujer dejara de beber.

TERAPEUTA: Le agradecería me explicara cómo ve usted el

problema. ¿Cómo lo describiría?

GEORGE: Bueno, en pocas palabras, es casi tal y como usted

lo acaba de explicar; que Judy ahora tiene una tendencia, en

primer lugar, a beber sola; en segundo lugar, cuando lo hace con

más gente, se excede, casi siempre, y creo que cuando se dio

cuenta de que tenía un problema, se sintió más presionada con

respecto al alcohol, y en lugar de beber menos o de dejarlo, se

pasó al otro extremo. Es posible que la mayor consecuencia es

que me enfado; he intentado controlarme y

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ser comprensivo, pero es imposible. Me altero mucho y eso lo

expreso enfadándome.

TERAPEUTA: Cuando se enfada, ¿cómo lo demuestra? ¿Qué

hace, qué dice?

GEORGE: Antes solía hacer un par de comentarios maliciosos,

cosa que no era muy propio de mí. Ahora ya no lo hago tanto.

Veo que no me hace ningún bien meterme con Judy, sobre todo

si ha estado bebiendo. Sólo consigo sentirme más frustrado.

Ahora lo que hago, la mayoría de las veces, es marcharme a otro

sitio, me voy a otra habitación, me siento a leer o a escuchar

música o algo así. Todo esto empieza a repercutir en mi

confianza en Judy. En ese aspecto, ya no puedo confiar en ella.

Sé que es capaz de esconderse para beber, así que siento que

tengo que vigilarla. Me preocupa mucho que beba y que

conduzca sola o, peor aún, que coja el coche con los niños.

Siento que la confianza en nuestra relación ha disminuido

bastante.

TERAPEUTA: Ha dicho que cuando está en casa, de pronto abre

un armario y encuentra una botella escondida; ¿es ésa una de las

cosas que intentó? ¿Buscar botellas escondidas? ¿Qué hace con

ellas? ¿Las tira?

GEORGE: Sí, sí, claro.

George describió con claridad cómo había intentado influir en Judy

para que dejara de beber. El lector verá lo fuerte que puede ser esa

influencia. Con el tipo y la frecuencia de sus comentarios, su sola

presencia era un recordatorio crítico de que ella bebía. Aunque se daba

cuenta de que sus esfuerzos habían sido inútiles, si no contraproducentes,

George insistía porque no sabía qué más podía hacer. Esencialmente, le

daba a entender una y otra vez: «¡Debes parar de beber!» al adoptar una

actitud de vigilancia y control. (Podríamos decir que sus esfuerzos tenían

el efecto contradictorio de «Debes olvidar lo que voy a estar

recordándote continuamente». Por supuesto, esto es una conjetura, y

tampoco creimos que el problema se mantuvo por culpa de esta

contradicción. Preferimos partir de que, sea

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cual sea el intento persistente de solucionar el problema, eso es lo que

mantiene el problema. En ese sentido, el «porqué» del mismo no es

relevante.)

Antes de la siguiente sesión, vimos que disponíamos de suficiente

información como para centrarnos en la solución intentada de Geor- ge y

creimos que ésta desempeñaba una función importante en el problema de

Judy con la bebida. Teniendo en cuenta que George dudaba de que Judy

fuera capaz de controlar la bebida y que Judy se aferraba a ese objetivo,

pensamos usar el escepticismo de George para tentarla a beber,

desviándolo así de la solución intentada.

Tercera sesión

En la tercera sesión vimos a Judy y George juntos y les propusimos

una tarea para poner a prueba la capacidad de Judy de con trolar la

bebida. Les explicamos que el objetivo de la «prueba» era ver si de

verdad Judy podía hacerlo o, en caso de no conseguirlo, que se

comprometiera con la necesidad de resolver el problema a través de la

abstinencia, en lugar de vacilar entre las dos posturas. Tal y como

esperábamos, este marco satisfizo a George. Como siguiente paso...

TERAPEUTA: (A George) Al margen de lo que usted piense, lo

mejor que puede hacer para tratar el problema es no facilitarle las

cosas. De lo contrario, no podríamos estar seguros de la validez

de lo que ella haga.

Como George y Judy aceptaron ese papel, les explicamos los deta lles

de la prueba. Judy tenía que marcarse sus propios límites, a diario, de lo

que significaba controlar la bebida. Sin embargo, como no debía

facilitarle las cosas, George tenía que animarla a beber más allá del límite

que ella se había fijado; le dijimos que podía hacerlo de un modo

explícito («Veo que necesitas relajarte; ¿no te apetece una copa?») o

implícito.

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Al permitir que George le pusiera las cosas difíciles a Judy de un

modo implícito, lo que pretendíamos era impedir que ella interpreta ra una

mirada de impaciencia o desaprobación como un intento de desanimarla a

beber planteándole la duda de si la mirada de George formaba parte de la

estrategia para animarla a beber. Pensamos que sería importante darle

alguna manera de evitar ser provocada de un modo implícito a beber más

allá de su objetivo.

Decidimos usar lo que en retrospectiva vimos que era un tipo de

prueba similar a la empleada por Milton Erickson y Jay Haley en su

trabajo clínico. Es decir, si algún día Judy sobrepasaba su límite, George

y ella estaban obligados a beber el fin de semana. Nos sentimos

optimistas con esta idea porque George iba a encargarse de llevarla a

cabo (él tenía que servir el vino en dos copas e instar a Judy a beber, una

copa tras otra) y, de ese modo, se desviaría claramente del «Debes parar

de beber». Sin embargo, al final no tuvimos ocasión de ver los resultados

de esta idea.

JUDY: Parece un juego, y ni George ni yo somos jugadores. Si

él decide que lo quiere hacer, creo que yo también lo haré,

aunque, supongo... ya sabe... sí que es un poco extraño. Pero hay

muchas cosas...

TERAPEUTA: Claro que el juego de esconder las botellas no es

extraño. (Judy se ríe)

TERAPEUTA: Tiene razón, es un juego, y (a George) usted ha

estado jugando al juego de intentar vigilarla. Pero éste es

distinto.

Después, en esa misma sesión:

GEORGE: Sí, estoy claramente dispuesto a hacer cualquier

cosa que pueda provocar un cambio, a hacer lo que sea que valga

la pena probar. Desde luego, estoy dispuesto a probar lo. Veo que

hasta ahora 110 ha funcionado nada más.

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Cuarta sesión

En la cuarta sesión la pareja nos contó que no habían cumplido con el

programa porque habían confundido las señales y al final lo habí an

dejado. Atribuimos su confusión a que habían intentado actuar sin antes

prever las posibles desventajas que conllevaría resolver el problema; en

lugar de culparlos por no haber cumplido con el programa, definimos su

error como una señal de alarma legítima sobre esas posibles desventajas.

Así, les pedimos que pensaran y discutieran entre ellos de qué modo les

afectaría la solución del problema, sobre todo si la solución consistía en

que Judy lograra controlar la bebida.

Plantear la pregunta acerca de las posibles desventajas de una

mejoría tiene varias funciones. En primer lugar, los clientes tienden a

pensar que la solución de sus problemas tendrá sus pros y sus contras, y

eso les permite prever la posibilidad de que se produzcan acontecimientos

desagradables debidos al cambio, aun cuando el cambio sea deseado. No

creemos que un problema tenga una función necesaria para el individuo o

la familia, sino más bien que cuando algo cambia, ese cambio puede

provocar otros en las vidas de las personas. (Por ejemplo, cuando la

conducta de un adolescente se vuelve más aceptable para los demás, el

adolescente puede adquirir más compromisos con otras personas ajenas a

la familia, de modo que disminuirá su participación en la vida familiar,

algo que los padres no habían previsto.)

Quinta sesión

El terapeuta volvió a ver a Judy y George juntos en la quinta sesión.

TERAPEUTA: Bueno, me interesa saber qué han pensado.

GEORGE: Yo lo anoté. En lo primero que pensamos, y esto es

lo más importante... creo que a los dos nos preocupa que si Judy

deja de beber, eso podría, de algún modo, restringir

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nuestra vida social, porque nuestra vida social tiende a girar,- de

una manera u otra, en torno a la bebida... Nos da miedo que

salgamos menos... o que no nos lo pasemos tan bien o algo así...

Ésa es una de las posibilidades que incluimos en la lista.

Usted nos pidió que hiciéramos una lista de todo lo que se nos

ocurriera, y nos preguntamos si a lo mejor no estamos los dos

conformes con mi papel de vigilar a Judy y con el de Judy de

dejarse vigilar. Si Judy deja de beber o controla la bebida y

resuelve el problema, ya no tendríamos los roles que hemos

desempeñado este último par de años... La desventaja sería que

los dos nos sentimos a gusto con estos roles; no tendríamos

ningún rol que asumir o bien tendríamos que asumir otros

distintos.

Otra razón es que, cuando bebemos juntos, cuando bebemos

los dos, no sé por qué, nos comunicamos mucho mejor; tras

cuatro martinis, o tras un par de copas de vino, los dos tendemos

a salir del cascarón en el que nos metemos en la vida cotidiana, y

ahora nos da miedo que si uno lo deja, que surjan problemas de

comunicación, que ninguno de los dos salga del cascarón y nos

pasemos las noches sin cruzar palabra.

También hemos pensado que a lo mejor tengo miedo de que

si Judy deja de beber o si consigue controlar la bebida, yo tendría

que cuidarla de otra manera. Para mí es mucho más fácil que

Judy beba y no tener que preocuparme de que beba que tener que

vigilarla constantemente, que tener que estar siempre alerta.

TERAPEUTA: ESO no acabo de entenderlo, George.

GEORGE; Si ella lo deja, la desventaja para mí es que otras

veces que lo ha hecho, yo siempre me preguntaba: «¿Estará

bebiendo? ¿Lo hará a escondidas en la fiesta?». Dice que va a

controlarlo, y yo no paro de vigilarla, y eso la vuelve loca.

También me vuelve loco a mí. Además las otras veces que dejó

de beber, ella siempre estaba de mal humor; en general suele

estar de buen humor, pero estoy seguro de que si lo deja,

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al principio no estará muy animada. Lo que no sé es si el mal-

humor le durará veinticuatro horas, veinticuatro días o vein-

ticuatro meses. Pero hasta ahora ha sido así.

TERAPEUTA: (Contestando una llamada de la sala de

observación) Sí, John Weakland decía que hay un problema

contrario, o que podría haber un problema... Si usted creyese que

ella no está abusando del alcohol, al discutir tendría que hacerle

más caso que antes, y eso para usted podría ser un problema.

Más adelante en la sesión, el terapeuta mencionó una hipótesis del

equipo de que si ella resolvía el problema controlando la bebida «por la

vía más difícil», se alteraría el equilibrio de la relación de superioridad e

inferioridad que habían establecido a lo largo de los años: que el hecho

de que ella bebiera era una especie de «operación de rescate» de ese

equilibrio. (Con este comentario se podría pensar que defendemos la idea

de que un problema tiene una función necesaria. Sin embargo, se

comentó esta posibilidad sólo para confirmar la validez de la pregunta

por los problemas que podrían surgir ante un cambio en la forma de beber

de Judy.)

JUDY: De hecho, siempre me ha parecido interesante que

usted quisiera vernos juntos, dado que es mi problema, no el de

George. ¿Por qué tiene que dejar su trabajo y venir aquí? Creo

que usted ha expresado lo que he estado intentando decir desde

que empezamos con todo esto. La semana pasada yo estaba en un

bar y se pusieron a hablar de un programa para adelgazar. Una de

las premisas es que uno se pone en la posición de decir <¿Ahora

estoy demasiado gordo», y eso acaba dominando la vida de esa

persona. Yo no paro de pensar en la bebida y en el peso.

Al concluir está sesión les recomendé que pensaran en cuál sería el

impacto de cambiar de problema y si querían o no intentar solucionarlo.

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Sesiones sexta a novena

Supusimos que George y Judy querrían seguir adelante con la prueba

que les habíamos asignado, pero en la siguiente sesión, Judy nos dio una

sorpresa. ¡Estaba embarazada! No se le había retrasado la menstruación

por un trastorno del metabolismo, al menos patológico, sino por una

causa natural. Tras consultar con su obstetra, decidimos renunciar a la

prueba, dado que hacerla beber más podía hacer peligrar todavía más la

salud del feto.

Seguimos creyendo que George tenía un papel fundamental en el

problema, y para la siguiente sesión lo vimos a él solo (la séptima). No es

que decidiéramos centramos por defecto en la participación de George en

el problema en lugar de trabajar con Judy, sino que creimos que él era el

participante más activo en los intentos de cambiar la conducta de Judy

frente al alcohol y que, por lo tanto, era el que tenía más influencia a la

hora de intervenir en el círculo vicioso.

Como vimos sólo a George en las sesiones séptima, octava y novena,

repasamos con él, directamente, los efectos contraproducentes de que se

comportara como un perro guardián. Resumimos las diferentes maneras

en que lo hacía y cómo aliviaba a Judy de la responsabilidad de beber al

darle a entender que el problema era de él. El se mostró de acuerdo y dijo

que intentaría desviarse de ese rol. Sin embargo, no estábamos seguros de

hasta qué punto entendía la importancia de dejar de vigilarla ni de si lo

ejecutaría de un modo coherente.

GEORGE: Sigue controlando mucho más que cuando vinimos

por primera vez, pero las últimas dos semanas no le ha ido tan

bien; es decir, controlaba mucho mejor cuando se marcaba un

objetivo cada día y lo mantenía. Eso no significa que lo

consiguiera, al menos no todos los días. Esta semana, hubo una

noche en que estaba claramente bajo los efectos del alcohol.

Salvo esa noche, le ha ido bastante bien todo el mes de enero,

pero no tanto como hasta hace dos semanas... hasta entonces, se

controlaba bastante. No se emborrachó ni una sola vez hasta esa

vez que fuimos a la fiesta de Navidad.

Page 114: Cambiando lo incambiable.docx

TERAPEUTA: Dice que en el mes de diciembre se notó que

bebía menos. Me pregunto si en ese tiempo usted se desvió de su

habitual manera de enfrentarse al problema.

GEORGE: ¡Ah, sí! Por supuesto.

TERAPEUTA: Él [un observador del equipo] dijo que usted

comentó que estas últimas dos semanas, cuando Judy lo está

controlando bastante bien, no han ido tan bien como las otras dos

semanas anteriores y que eso le ponía a usted nervioso. Se

preguntaba si es que con su nerviosismo no habrá usted vuelto a

su actitud de antes.

GEORGE: Sí.

TERAPEUTA: Muy bien.

GEORGE: ...Sí, intento evitarlo, pero me cuesta. Las recaídas

no son ni mucho menos tan fuertes como... ocurren mucho

menos... que antes y los momentos buenos duran mucho más...

así que se ha producido una clara mejoría.

El terapeuta y el equipo de tratamiento decidieron que el elemento

más estratégico en la terapia era el cambio en la manera en que Geor ge se

enfrentaba al problema de Judy con la bebida, en concreto, en que

abandonara su habitual actitud de perro guardián. En retrospec tiva, nos

dimos cuenta de que lo habíamos subestimado. Habíamos planeado verlo

en la novena sesión porque creimos que no había entendido que su

actitud con Judy tenía una función estratégica en la conducta de ella con

la bebida. Sin embargo, nada más empezar la sesión nos informó de que

lo había «captado» muy bien y que durante todo ese mes ella había

controlado la bebida. Eso significaba que empezó a mejorar antes de

enterarse de que estaba embarazada. Casi como un experimento

accidental, cuando él se asustó después de que ella se emborrachara en la

fiesta de Navidad y retomó su antigua actitud de perro guardián, Judy

controló menos la bebida, al menos de un modo temporal, a pesar de que

para entonces ya sabía que estaba embarazada.

Vimos que George había entendido el proceso bastante bien. Espe-

rábamos que como había comprendido su papel y las razones por las

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que podía volver a caer en él, sería capaz de mantener una actitud más

constante. Quedaba una sesión del límite dé las diez sesiones, y George y

nosotros decidimos no usarla y dejarla pendiente por si él o Judy sentían

la necesidad de volver a vemos.

Seguimiento

Como solemos hacer con todos los casos, a los tres meses hicimos

una evaluación de seguimiento. En lo que se refería a su preocupación

por la bebida, Judy dijo que se había reducido y George añadió: «El

problema parece haber disminuido bastante». George había abandonado

su actitud de perro guardián y usó el calificador de «en gran medida».

Como ejemplo, dijo que antes contaba el número de copas que ella

tomaba y siempre vigilaba el mueble-bar, mientras que ahora casi nunca

lo hacía. No surgieron problemas nuevos y ninguno de los dos quiso

reanudar la terapia.

Un año después realizamos otro seguimiento. Entonces la preo-

cupación de Judy por la bebida había disminuido todavía más y lo

atribuyó al hijo recién nacido.

La versión de George fue un poco más ambigua. Por un lado, expresó

su preocupación de que, a veces, ella se escondía para beber y

emborracharse, pero aclaró que no lo hacía tan a menudo ni de un modo

tan exagerado como antes. En general, creía que iba mucho mejor.

Cuando se le preguntó si había dejado de vigilarla, contestó que

«bastante, pero no del todo, no tanto como debería, supongo». Creía que

alrededor del sesenta por ciento. No habían surgido problemas nuevos y

ninguno de los dos había pedido proseguir con la terapia.

Como parecía que le costaba dejar de comportarse como un perro

guardián, le preguntamos a George si quería usar la última sesión que

había quedado pendiente. Contestó que no lo creía necesario. Es posible

que lo mejor habría sido pedirle directamente que viniera para que él y

nosotros pudiéramos ver qué era lo que le hacía tener esos «deslices» y

para establecer otra manera de abordar el problema.

Page 116: Cambiando lo incambiable.docx

Tendemos a evitar pedirle a la gente que venga a vemos, sobre todo

si la iniciativa no parte de ellos o, como en este caso, si se resis ten a

hacerlo. Queremos evitar dar a entender de un modo implícito que la

continuación de la terapia pueda beneficiarnos a nosotros en lugar de al

cliente: que nos hemos «apropiado» del problema. George dijo que no lo

veía necesario, pero si las cosas se ponían mal lo tendría en cuenta.

* * *

Como el Centro de Terapia Breve es, sobre todo, un proyecto de

investigación clínica más que un proyecto de servicios, en nues tra

experiencia con Judy y George se dieron una serie de caracterís ticas que

nos interesaron. La principal fue la influencia estratégica ejercida al

desviar a George de su habitual manera de enfrentarse al problema de

Judy con la bebida, de su solución intentada. Aunque Judy también

presentaba una queja por la bebida, George tenía un impacto más

significativo en el problema. En segundo lugar, habríamos estado más

seguros de un éxito continuado si el cambio no hubiese sido descrito de

un modo cuantitativo (con expresiones como «menos a menudo», «mejor

que antes»). Igualmente, el cambio en la solución intentada de George

también fue cuantitativo («Lo hago menos», «el sesenta por ciento»).

Una desviación evidente de la solución intentada de un paciente suele

ir acompañada de una conducta nueva. Partimos de la base de que una

persona no puede abandonar una conducta sin emprender una conducta

alternativa y que sea, preferiblemente, cualitativamente distinta. Si el

diseño de nuestra investigación no impusiera un límite de diez sesiones,

lo más probable es que habríamos alargado la terapia para dar «vacunas

de recuerdo» a George y para ayudarlo a desviarse de un modo más

inequívoco de sus intentos anteriores, encauzándolo en la dirección de

animar a Judy a beber.

Como dijimos al principio de este capítulo, al presentar este caso no

pretendemos dar una fórmula para solucionar rápidamente los problemas

con la bebida, sino más bien ofrecer un indicador de quepue-

Page 117: Cambiando lo incambiable.docx

de producirse un cambio importante en un plazo de tiempo relativamente

corto y sin necesidad de abstenerse por completo. Consideramos este

trabajo como el punto de inicio de una investigación de este tipo de

problemas espinosos (véase Shute, 1997). También creemos que hay que

seguir investigando para integrar las experiencias y pers-« pectivas de los

terapeutas con otros expertos en ciencias sociales, como sociólogos y

antropólogos. Por ejemplo, se puede estudiar de qué manera se ha

convertido en una costumbre el alcohol como introducción a un

encuentro social (por ejemplo al ofrecer una copa a los invitados, o el

empleo del café y el bar como centros de sociali zación); las diferencias

en las distintas culturas y si esas diferencias se reflejan en la incidencia

de la bebida en exceso.

* * *

Hasta ahora los casos que hemos visto en este libro tienen en común

que muchos terapeutas consideran que los problemas son serios o

intimidatorios porque tienen resultados potencialmente catastróficos y

porque se resisten a los tratamientos psicoterapéuticos. Muchos creen

que dedicar poco tiempo a esos casos es, como mínimo, una ingenuidad.

Los casos presentados en los próximos tres capítulos son diferentes

en el sentido de que los problemas suelen conllevar pocos o ningún

riesgo potencial de que se produzca una catástrofe espectacular. Sin

embargo, los incluimos en este libro porque tienen un pro fundo efecto en

la vida de los pacientes. Sus «síntomas» acaban dominando la vida

cotidiana de los individuos, tanto en el plano económico como social, así

como en el establecimiento y el mantenimiento de sus relaciones. Estos

factores tienden a hacer que el terapeuta considere estos problemas

intimidatorios. En el primer caso, la vida del paciente se había convertido

en una ciénaga sin rumbo fijo ni significado alguno; psicológicamente, el

paciente era víctima de compulsiones casi continuas que lo obligaban a

realizar una serie de rituales paralizantes; físicamente, tenía la casa llena

de pilas de papeles sin ningún valor. En el segundo caso, la paciente

había tenido problemas

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con las drogas, había estado en la cárcel y su matrimonio había fra-

casado; tras todos esos desastres, se había convertido en una reclusa, sin

apenas salir de casa, se pasaba cuatro días a la semana durmiendo y

recibía una ayuda económica que le daba lo justo para sobrevivir. Según

la nosología tradicional, le habrían diagnosticado una depresión, fobia y

probablemente esquizofrenia, junto con un trastorno de la personalidad

subyacente. El último caso trata de una joven que se desfiguraba de un

modo compulsivo, lo que amenazó seriamente su carrera así como sus

relaciones personales y su salud.

Aunque cada uno de estos casos es cualitativamente diferente de los

anteriores, son, de todos modos, ejemplos de problemas que pueden tener

un efecto catastrófico en la lenta degradación de la capacidad del

individuo para sobrevivir. Esta clase de problemas también suelen

intimidar al psicoterapeuta. Por lo tanto, creimos que serían buenos

ejemplos de cómo se puede provocar un cambio duradero con una terapia

breve.

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PROBLEMAS INCAPACITANTES

Conducta obsesiva compulsiva

Presentamos este tipo de problema no porque tienen los mismos

efectos catastróficos que los otros que ya hemos tratado, sino por su

capacidad de incapacitar al paciente y porque muchos terapeutas no

confían en su experiencia para tratarlos y acaban derivando a los

obsesivos compulsivos a psiquiatras para que los mediquen.

Para nosotros, la mayoría de los problemas son conductas no dese-

adas por el paciente, y, por lo tanto, consideramos más pertinente tratar

esas conductas que preocuparnos por poner una etiqueta. Las etiquetas de

diagnóstico también tienden a desanimar a los terapeutas y a teñir la

terapia de un pesimismo implícito. En la actualidad el TOC (trastorno

obsesivo compulsivo) es un acrónimo que está muy de moda.

KIRK

Kirk era un biólogo soltero de treinta y cinco años que pidió ayuda

porque tenía grandes dificultades para escribir.

Page 121: Cambiando lo incambiable.docx

Primera sesión

El terapeuta inició la sesión con la pregunta de siempre:

TERAPEUTA: ¿Cuál es el problema? ¿Qué le ha traído aquí?

KIRK: He dejado mi empleo de profesor y estoy desempleado

a propósito porque quiero dedicarme a escribir artículos

científicos para revistas especializadas y para eso tengo que

investigar en las bibliotecas por mi cuenta. Estos artículos

también van dirigidos al gran público. Quiero ser mi propio jefe

y escribir, pero siempre me distraen otras cosas. Me pongo a leer

el Boletín del club de la naturaleza en el periódico; me voy a

correr y tardo una hora y cuarto; a lo mejor hablo con alguien

por teléfono o me pongo a leer el correo comercial, como las

revistas o algo que me permita decirme a mí mismo que estoy

ocupado cuando en realidad sólo estoy haciendo el ganso o

leyendo correo comercial. Parece que necesito hacer cosas que

tengan muy poco o nada que ver con mi objetivo. Me engaño a

mí mismo.

TERAPEUTA: ¿Y su objetivo es investigar?

KIRK: Sí, y escribir. Escribir sobre lo que investigo. Pierdo el

tiempo y al final ya ha pasado el día, y entonces juro que no

volveré a hacerlo, pero al día siguiente vuelvo a las andadas.

Tengo una tendencia a perderme en los detalles. Soy un obsesivo

compulsivo. Cuando empiezo a leer, digo la palabra «bien», y

entonces leo la primera palabra de la frase. Por ejemplo, si es

«el», digo «bien, el, bien, el». Lo hago varías veces antes de leer

la frase. O bien hago otras cosas por el estilo. Eso sólo es un

ejemplo.

O hago cosas que creo necesarias para sentirme cómodo, y si

no las hago me siento mal.

TERAPEUTA: ¿Como decir la palabra «bien»?

KIRK: ESO sólo es algo que inventé. Si cierro la puerta, la empujo

tres veces para asegurarme de que está bien cerrada, aunque ya sepa que

lo está. Me siento mal si no me ocu

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po de los detalles de estas cuestiones secundarias. Si me enví an

algo por correo, siento que tengo que leerlo, aunque sepa que es

una pérdida de tiempo.

Éste es un buen ejemplo de las ventajas de no emplear una etiqueta -

TOC—, sino de centrarse en la pregunta: «¿Cuál es el problema?». Si le

hubiésemos preguntado al principio, como solemos hacerlo: «¿De qué

manera eso es un problema para usted?», él entonces habría hablado de su

profundo deseo de investigar y escribir y de su incapacidad de hacerlo.

En ese caso, su discurso sobre su conducta obsesiva compulsiva habría

sido una explicación del problema, no un problema en sí. Si escribir o

cualquier otra actividad no fuera importante para él, lo más probable es

que no hubiese tenido ningún problema con sus rituales.

Con el tiempo, nos fuimos dando cuenta de que muchas personas

interpretan que la pregunta «¿Cuál es el problema?» significa que esta -

mos preguntando por la razón o explicación subyacente a la dificul tad

con la que están luchando. Ahora solemos preguntar: «¿Cuál es el

problema, es decir, qué dificultad tiene que le ha traído aquí?», por que

así queda claro a qué nos referimos. La pregunta a los pacientes de cómo

una situación que parece adversa es un problema para ellos a menudo

puede mostrar o definir exactamente con qué están teniendo la dificultad.

A veces dará una nueva opción para resolver el problema que no

habríamos visto al centramos en la situación en sí.

Nuestro colega John Weakland entrevistó a una mujer que dijo que su

problema era que acababa de enterarse de que su marido, en lugar de ir a

trabajar como ella pensaba, se veía prácticamente a diario con una vecina

con la que tenía una aventura. Cuando Weakland le preguntó de qué

manera eso era un problema para ella, la mujer contestó que la familia

estaba pasando por apuros económicos y, como los ingresos del marido

dependían directamente del tiempo que trabajaba, «¡Está perdiendo el

tiempo y el dinero con esa fulana de la esquina!». Tras seguir

interrogándola, confirmó que, efectivamente, lo que la preocupaba era

eso y no el hecho de que su marido corriera tras otra mujer. «Si no fuera

por el dinero, no me importa-

Page 123: Cambiando lo incambiable.docx

ría que él quiera perder el tiempo con ella. Tengo otras cosas

mejores que hacer.» Esta aclaración aportó más opciones para dar

con una solución que no fuera la de que el marido acabara con la

aventura Por ejemplo, podía llegar a un «acuerdo» con él para

equilibrar tiempo que pasaba con la otra mujer y en el trabajo: «¿Y

si le dedica a ella los miércoles y los fines de semana?»

Esta manera de definir el problema también refleja la diferencia entre

un modelo basado en la queja y uno normativo. Un diagnóstico coincide

con los modelos que reflejan un concepto de lo que es normal y anormal,

por lo que esos modelos tienen el potencial ampliar los parámetros de la

terapia y, por lo tanto, de alargarla. Un modelo basado en la queja no

incorpora ese punto de vista, sino que basa la terapia en tomo a las

conductas no deseadas por el inviduo, sin juzgar si esa queja es legítima

o no. Por lo tanto, lo que en otra situación se consideraría anormal, para

nosotros es irrelevante, lo que constituye un elemento importante para

que la terapia pueda ser breve. *

TERAPEUTA: Al definirse a sí mismo como un obsesivo compulsivo,

¿cómo lo relaciona con su incapacidad de centrarse en las lecturas que

necesita hacer y en la escritura?

KIRK: En primer lugar, tardo mucho más de lo que debería en

leer algo porque sigo unos rituales para leer, como el que le

expliqué, o bien vuelvo a leer un párrafo para asegurarme de que

lo entendí bien. Eso hace que trabaje muy despacio. Me gustaría

resolverlo en este programa. Pero además no es que me pierda en

los detalles, es que eso forma parte de mi compulsión obsesiva.

Siento una necesidad compulsiva de leer cosas que en realidad

no me hacen falta. Si es algo mínimamente interesante, si me lo

han enviado y lleva mi nombre escrito, siento la obligación de

leerlo. O si encuentro algo relevante en el periódico, por poco

que sea, tengo que dedicarle mi tiempo. Y cuando salgo a correr,

no puedo correr sólo cuarenta y cinco minutos; tiene que ser una

hora y cuarto.

Page 124: Cambiando lo incambiable.docx

TERAPEUTA: Dice que ha sido así desde hace un tiempo. ¿Qué

ha hecho para intentar cambiar la situación? Sobre todo nos

interesa saber lo que no ha funcionado.

KIRK: He hecho muchas terapias diferentes y he sacado muchas cosas

buenas, pero esto no me lo han resuelto.

TERAPEUTA: ¿No ha logrado sentarse a leer y escribir?

KIRK: No, no han funcionado en absoluto. Hice varias cosas

con la esperanza de que me ayudaran. Intenté hacer meditación

trascendental o como se llame. Probé la hipnosis, aunque no para

esto; he leído libros como el de Laken Control Your Time and

Life; también intenté cosas como hacerme calendarios y listas de

actividades cotidianas y eso funcionó un poco. Creo que lo que

no funcionó fue porque en realidad no lo llevé a cabo. Lo de fijar

plazos y seguir los calendarios no lo intenté en serio a pesar de

que empezó a funcionar un poco.

Cuando un paciente dice que algo empezó a funcionar o funcionó

parcialmente pero que no siguió practicándolo, es fácil deducir que es

que no se ha esforzado. También se puede pensar que el pacien te en

realidad no quiere resolver el problema en cuestión: que hay una especie

de agenda oculta o que el problema tiene una función necesaria para el

individuo o la familia.

Preferimos asumir que el plan, por muy lógico que parezca, sen-

cillamente no funciona para ese paciente en particular y en cambio puede

formar parte de su solución intentada. No excluimos la necesidad de estar

alerta por si el paciente está iniciando una terapia de una manera

meramente formal. Pero en esos casos, suele haber información que lo

corrobora. Por ejemplo, el paciente dice que la idea de hacer una terapia

no es de él sino de otra persona, como la pareja o un agente de control

social. El paciente también dará respuestas mínimas a preguntas

destinadas a obtener información, contestando a menudo «No sé» o «No

me acuerdo».

Algunos pacientes, cuando les preguntamos cómo han intentado

resolver el problema, dirán que han hecho una terapia. En gene

Page 125: Cambiando lo incambiable.docx

ral (como en el caso del capítulo cinco), les preguntamos qué han hecho

o sugerido los terapeutas para resolver el problema a fin de obtener una

imagen más completa y clara de los intentos de dar con la solución. Sin

embargo, en este caso, el terapeuta no lo preguntó.

TERAPEUTA: ¿De modo que no hizo lo que haría una persona

típica, que es hacer una lista muy larga de modo que le sería

imposible hacerlo todo?

KIRK: Sólo un poco. Me ayudó a centrarme más. Pero incluso

así (Ríe), tendía a anteponer el correo comercial a la biología. O

bien ponía la biología, pero al final nunca lo hacía. Desde que

me licencié sólo escribí un artículo, a pesar de que soy muy

creativo en lo que se refiere a las ideas, así que me siento muy

frustrado. Me siento como si una parte de mí no quisiera hacerlo.

Hay una parte que quiere y otra que parece resistirse.

TERAPEUTA: ASÍ que intentó distintos tipos de terapias y hacer listas.

¿Qué más?

KIRK: Creo que lo que me ayuda un poco, a veces, es pensar

que me voy a morir y que tengo un tiempo limitado. Eso parece

ponerme en marcha. También me han dicho que cuando yo

estaba en la universidad era productivo y trabajaba bien, que

cuando me siento obligado, trabajo. Es verdad. Cuando tengo

que hacer algo, aunque sigo siendo un obsesivo compulsivo, lo

hago.

TERAPEUTA: Si yo tuviera una cámara de vídeo en su casa,

¿qué vería?

KIRK: Primero me iría a un embalse y me llevaría allí el

trabajo. Correría una hora y cuarto, iría al coche, tomaría una

bolsa llena de correo comercial o los periódicos y me insta laría

en un lugar agradable para leerlo todo, o quizá incluso un libro

que no tuviera nada que ver con mi trabajo, pero sobre todo el

correo.

Me quedaría allí unas tres o cuatro horas; me olvidaría por

completo de mi objetivo, volvería a casa y comería una

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buena comida y miraría la televisión, no de una manera com-

pulsiva; algo como un documental de ciencias o de la naturaleza.

Después leería más correo comercial, hablaría con mi novia, me

cepillaría los dientes y a lo mejor orinaría, pero como no me

quedaría satisfecho, esperaría cinco minutos para asegurarme de

que habría acabado de orinar, olvidándome por completo de mi

objetivo. Después, al final del día, me castigaría, me recordaría o

me juraría a mí mismo que al día siguiente no lo volvería a hacer.

TERAPEUTA: Parece que si no se pone a investigar y escribir es

por una combinación de al menos dos factores: por las cosas que

se siente obligado a hacer, como leer el correo comercial, y luego

por las otras que disfruta y que prefiere a investigar.

El terapeuta disponía de suficiente información sobre la solución

intentada; básicamente, consistía en ia orden «¡Tengo que ponerme a

trabajar!». Aunque Kirk la expresaba de muchas maneras diferen tes, eran

todas variantes del mismo tema: se marcaba plazos, se hacía calendarios y

listas de tareas, buscaba la inspiración en la meditación y la hipnosis y se

prometía que «mañana sería distinto». Los amigos le habían ofrecido

variantes parecidas: «Cuando ibas a la universidad, lo hacías. ¡Cuando te

sientes obligado, trabajas!»

Teniendo eso en cuenta, el terapeuta enmarcó las actividades del

paciente como un conflicto entre emplear el tiempo en cosas que prefería

hacer en contraste con las que tenía que hacer. En problemas como el de

Kirk, por muy necesaria que sea la tarea, a menudo también es aburrida,

laboriosa y poco atractiva, de un modo parecido a otras tareas más

comunes como pagar facturas, contestar cartas, hacer los deberes y

limpiar la casa, Según nuestra experiencia, suele ser este aspecto poco

atractivo de las tareas lo que las convierte en una barrera para mucha

gente.

La manera en que Kirk intentó solucionar el problema es bastante

común. El paciente intenta vencer la barrera forzándose a sí mismo y al

mismo tiempo «espera que le venga la inspiración» para abordar

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su trabajo, intentando conseguir que le apetezca hacerlo. (En una oca-

sión, uno de los autores, R.F., le preguntó a un amigo guionista de

televisión cómo hacía para inspirarse y entregar buenos guiones semana

tras semana. Su amigo contestó: «No tiene nada que ver con la ins -

piración. Cada mañana, me arrastro desde la mesa del desayuno hasta mi

máquina de escribir y me siento. Ésa es la parte más dura. Después de

sentarme, no tengo nada que hacer salvo ponerme a escribir. Si uno tiene

talento, le sale un buen guión, y si no lo tiene, lo que tiene que hacer es

dedicarse a otra cosa. Lo increíble es que después de un día de haber

escrito mucho y bien, de apenas haber tirado papel, al día siguiente me

cuesta lo mismo llegar a la máquina de escribir. Creo que eso es lo que

llaman el «bloqueo del escritor», la incapacidad del escritor de derribar

ese muro inicial cuando se acerca a la máquina de escribir y se sienta.»)

Sesiones segunda a séptima

Durante el resto de la terapia se aplicó la estrategia de sustituir la

solución intentada de Kirk por la contención o el aparente bloqueo de sus

esfuerzos para dedicarse a la investigación.

El terapeuta tuvo en cuenta el peligro de instar o de animar a Kirk a

ponerse a trabajar, ya que eso sólo tendría el efecto contraprodu cente de

reforzar lo que ya se había intentado y había fracasado. La manera más

sencilla de evitar ese mensaje era adoptando una postura de contención.

Así, en la segunda sesión, el terapeuta sugirió que «ponerse a trabajar»

podía tener desventajas y que había que explorarlas antes de trazar un

plan para abordar el problema.

Tras la tercera sesión, cuando Kirk empezaba a mostrarse impaciente

y deseoso de resolver el problema, el terapeuta le propuso llegar a un

«acuerdo». Kirk «podría» trabajar, pero sólo un poco. En concreto, el

terapeuta le dijo que debía sentarse en el lugar donde solía trabajar,

anotar la hora a la que se sentaba y, tras no más de una hora, debía

levantarse y no volver a trabajar durante el resto del día. Además, debía

hacerlo sólo dos veces a la semana.

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En la cuarta sesión, Kirk dijo que estaba siguiendo el programa pero

encontraba maneras de «hacer trampa» y de trabajar más de la cuenta. El

terapeuta se mostró preocupado de que procediera demasiado deprisa y le

dijo que era importante ir despacio. Kirk le preguntó si se podía ampliar

el límite de tiempo de modo que pudiera trabajar diez o quince minutos

más. El terapeuta se mantuvo firme y no le dio más de media hora y

concertó la siguiente cita para al cabo de tres semanas.

En la quinta sesión, Kirk contó que en las últimas tres semanas había

trabajado media hora todos los días. Añadió que, aunque le costaba parar,

había conseguido mantener el límite de media hora. Leía mucho más y

escribía un poco, lo que incitó al terapeuta a recordarle las desventajas de

una mejoría.

En la séptima sesión, Kirk dijo que le costaba menos mantener el

ritmo de las lecturas y escribir y que aprovechaba más el tiempo «por que

se ha convertido en una costumbre». De nuevo, el terapeuta le advirtió

que debía ir despacio.

Seguimiento

En la sesión de seguimiento tres meses después de la última, Kirk

dijo que ya no le preocupaba tanto su productividad. Seguía dedi cando

media hora cada día a la investigación.

En la segunda sesión de seguimiento, un año después de la última,

Kirk mantenía el cambio: escribía más y le habían publicado un artículo.

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MÚLTIPLES PROBLEMAS

Los terapeutas pueden desanimarse cuando se encuentran con un

paciente con múltiples problemas, todos aparentemente graves y «cró-

nicos». Es posible que el terapeuta se sienta todavía más pesimista si el

paciente pertenece a un estrato socioeconómico bajo. La psicoterapia

contemporánea sigue reflejando las tradiciones de los modelos orientados

hacia la introspección, para los cuales el paciente tiene que tener

aptitudes verbales y estar acostumbrado a manejar ideas abstractas. Y

como la psicoterapia ha sido y hasta cierto punto sigue siendo un proceso

largo, también requiere que los pacientes puedan pagar la. Los «pobres»,

con su escasa educación, son considerados candidatos poco aptos para

una psicoterapia, algo atribuido a las limitaciones del paciente más que al

método psicoterapèutico.

El lector conocerá la etiqueta «familia con múltiples problemas».

Dicha etiqueta connota que semejante familia es de algún modo dife rente

de otra en que uno o varios de sus miembros sólo tienen un pro blema. La

diferencia implica, entre otras cosas, que los miembros de la familia

tienen recursos intelectuales y motivacionales limitados, que están de

algún modo enredados en una maraña de disfunciones, en un lío. Para

nosotros no existe ninguna diferencia entre tratar con una familia o con

un individuo; se trata más bien de que los pacien tes simplemente tienen

más de un problema.

Creemos que tratar un problema, el más perjudicial para el individuo, le

aliviará de una cantidad desproporcionada de angustia mien

Page 131: Cambiando lo incambiable.docx

tras que, al mismo tiempo, aumentará las posibilidades de aliviar lo

demás trastornos. Hay que resistir la tentación de decidir por el paciente

cuál es el primer problema que tiene que «solucionar». Para

nosotros lo importante son sus valores y prioridades.

JUNE

Este caso ilustra la utilidad de centrarse en el problema principal al

tiempo que se desmitifica la jerga pesimista tan habitual cuando se

emplean etiquetas psicológicas. Decidimos presentar este caso por dos

razones. Primero, la paciente presentaba múltiples dolencias que la

habían mantenido en un estado crónico de aislamiento social y pobreza:

depresión, fobia y un historial de consumo de estupefacientes. Poco

antes, había estado varios años en la cárcel. Para muchos tera peutas, se

trata de un cuadro desalentador. En segundo lugar, la terapeuta que llevó

el caso no era uno de los autores, sino uno de los miembros más recientes

del Centro de Terapia Breve. Este caso representó para ella, por decir

poco, un reto. (Como con todos los pacientes que se atienden en el

Centro, los demás colegas pueden telefonear y hacer comentarios o

preguntas al terapeuta; en los siguientes diálogos, las llamadas

telefónicas constan bajo la etiqueta de «equipo CTB».)

Primera sesión

June era una mujer de cincuenta y tres años que estaba en el paro y

separada desde hacía varios años. Vivía con una hija de treinta años en la

casa de ésta. Sobrevivía a duras penas vendiendo artesanía, pero, como

verán, hasta eso se había convertido en un problema para ella.

TERAPEUTA: ¿Cuál es la dificultad o el problema que la ha

traído aquí?

Page 132: Cambiando lo incambiable.docx

JUNE: (Larga pausa) Muchas cosas. Estoy deprimida, y tengo

muchos miedos. Tengo que controlarme mucho, porque puede

llegar a ser insoportable. Como con el correo; me da miedo abrir

mi correo. No tengo trabajo, no tengo dinero.

TERAPEUTA: ¿Es porque en el correo puede haber facturas?

¿Es eso lo que quiere decir?

JUNE: ¡Exacto! ¡Exacto! Cualquier cosa que se supone que

hay que atender me da miedo.

TERAPEUTA: Creo que es muy lógico tener esos miedos.

Este comentario es un ejemplo de la necesidad de normalizar: es

decir, de enmarcar la experiencia de la paciente, aunque sea indeseable,

como una reacción humana normal. Es una manera implícita de darle a

entender: «Muy bien, usted tiene esos problemas, pero el hecho de

tenerlos no significa que le pase nada malo.» La normalización puede

infundir esperanza a la paciente en lo que se refiere a la solución de sus

problemas y, a su vez, le permite disminuir la intensidad con la que ha

intentado aplicar la solución intentada.

JUNE: Son insoportables. Como una profunda ansiedad.

Tengo que prepararme dos semanas antes de ir a buscar el correo

porque sólo consigo ir una vez al mes. Eso es una muestra de...

mi experiencia anterior con una terapia fue positiva, no tenía el

miedo, la angustia, por la anticipación de llegar a tiempo y todo

eso.. Intento ser puntual porque soy muy disfuncional. Tardo

muchas horas en hacer las cosas.TERAPEUTA: Entonces, ¿cómo consiguió venir hasta aquí?

Sólo con esa pregunta, la terapeuta sugirió que aunque la paciente se

definió como disfuncional, de todos modos era capaz de superarlo, de

emprender una acción; vemos aquí otro ejemplo del uso de la implicación

para infundir optimismo en la paciente.

Page 133: Cambiando lo incambiable.docx

JUNE: Porque me mentalicé. No puedo lanzarme a hacer

todo lo que hacía antes. Primero tengo que mentalizarme para

que el miedo no me venza.

TERAPEUTA: ¿Y cómo se mentaliza?

JUNE: Pienso en ello todo lo que puedo para que las cosas

sean lo más fáciles posible. Pierdo el tiempo. La razón por que

pierdo el tiempo es que estuve en la cárcel, ¡y allí se aprende a

perder el tiempo!

TERAPEUTA: ¿Por qué estuvo en la cárcel?

JUNE: Por vender marijuana. Sabía que tardaría en recu-

perarme, y mi marido no fue capaz de seguir a mi lado y de

ayudarme a superar el bache. Me dejó. Le dije que tenía un

problema y le pregunté qué podíamos hacer. No me contes tó.

Nos fuimos a dormir y él me dio la espalda. Le dije que me iba a

dar una vuelta con el coche y que volvería pronto,

Cuando regresé, él ya no estaba, y ya no lo volví a ver nunca

más. Eso fue hace cinco años. En la cárcel aprendí infor mática.

Aproveché la situación. Entonces pasaba mucho tiempo con el

ordenador, pero ahora no tengo uno, Después do la cárcel trabajé

durante tres años, pero ahora estoy en el paro, y no sé cómo ni

dónde encontrar las normas.

Han pasado siete años y he perdido la seguridad en mí

misma. Capto las vibraciones de la gente y no estoy segura de lo

que siento, así que me asusto y no puedo preguntarle a la gente

qué le pasa; es incómodo. Por eso me quedé en el paro justo

antes de separarme.

EQUIPO CTB: LO primero que hay que hacer es identificar el

problema. Empezó diciendo que tenía muchos miedos, que estaba

deprimida y ahora habla de la cárcel, del paro, de su marido.

Como tenemos que centramos en el tema que vamos a trabajar,

empezó diciendo que tenía miedos. ¿Es ése el principal

problema?

TERAPEUTA: Nos gustaría saber qué le gustaría resolver

porque es lo que más le molesta.

JUNE: El miedo a buscar trabajo. Si encuentro algo, me

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sentiré más segura y se me irán los miedos, creo. Habré dado

otro paso para cambiar mi vida. Ya he dado cuatro, pero ahora

tengo que dar otro y siento que podría ir a cualquier sitio.

¿Cómo... qué hago?

TERAPEUTA: ¿Y eso sería un cambio de qué a qué?

En retrospectiva, habría sido mejor si la terapeuta se hubiese ate nido

al problema concreto que mencionó la paciente, su miedo a buscar

trabajo. En cambio, llevó la conversación hacia el tema más abs tracto de

un «cambio de vida». Sin embargo, esto es un buen ejemplo de lo difícil

que puede ser conseguir una explicación clara del problema del paciente.

En este caso, June definió su problema pero enseguida lo adornó con

otras cuestiones interesantes pero tangenciales.

JUNE: ... adonde quiero estar.

TERAPEUTA: Ha hablado de sus miedos y, sobre todo, del

miedo a cambiar...

JUNE: Pero es que, verá, tardé seis meses en darme cuenta de que lo

que me pasaba era que estaba angustiada. No sabía cómo identificarlo.

TERAPEUTA: ¿Diría que ésa es la cuestión principal?

JUNE: SÍ, SÍ.

TERAPEUTA: Así que si la he entendido bien, el principal

problema parece ser su angustia.

JUNE: SÍ.

TERAPEUTA: Cada persona siente la angustia a su manera, y

estoy intentando entender cómo es para usted. Así que,

permítame que le pregunte, ¿de qué modo esa angustia es un

problema para usted?

Los sentimientos, como la angustia, son abstracciones y para

los pacientes son más difíciles de cambiar que su impacto

concreto y tangible. En este caso, la terapeuta pretendía traducir

la vaguedad de la «angustia» en elementos más concretos y

fiables.

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JUNE: ES como cuando, por ejemplo, me preparo para venir aquí. Lo

hago con angustia. O cuando voy a buscar el correo. Mi estómago, los

miedos, los temblores, no puedo pensar o no pienso con claridad, lo veo

todo negro. Todo pasa por lo que identifico con ansiedad.

TERAPEUTA: Y... ¿qué es lo que le da miedo?

JUNE: La gente.

TERAPEUTA: ¿Puede darme un ejemplo?

JUNE: Me siento quemada por la gente. No confío. No quiero

exponerme. ¿Por qué voy a permitir que me hagan daño si no es

necesario? (Se pone a llorar)

TERAPEUTA: ¿Entonces qué hace?

JUNE: LO que hago ahora; arreglármelas para que nadie me

haga daño. No quiero conocer a nadie. Quiero saber cómo puedo

seguir adelante sin tener problemas. Ahora mismo podría seguir

cualquier dirección. Podría salir a trabajar. Con lo que tengo no

me da para vivir.

Así que tengo una posibilidad: o salgo a la calle y me pongo

a empujar un carrito, o salgo a la calle y lucho por ser feliz, gano

dinero y consigo seguridad en mí misma. Pero no sé cómo

hacerlo. No estoy preparada. Necesito mucha preparación para

poder hacerlo.

TERAPEUTA: En su opinión, ¿qué necesita para prepararse?

JUNE: Tengo que tratar la angustia, mi miedo a la gente.

Estoy atrapada. Aunque sé que hay que salir, coger el periódico,

leerlo, recortar los anuncios, que hay cursos para buscar trabajo.

Aunque lo sepa racionalmente, no consigo obligarme a hacerlo.

No soy feliz con mi vida.

TERAPEUTA: ¿Está diciendo que le gustaría encontrar un

trabajo pero no sabe cómo hacerlo?

JUNE: NO sé si estoy diciendo que necesito un trabajo.

Necesito sentirme segura. No tiene que ser un trabajo estable.

Siempre me salen cosas cuando ando por ahí, conozco a gente,

me llegan cosas positivas. Ahora estoy en plan nega-

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tivo. No me gusta, pero no sé cómo volver a ser positiva. He

perdido la chispa. (Vuelve a llorar.)

TERAPEUTA: Debe de ser muy difícil mantener la chispa

cuando uno ha tenido malas experiencias.

JUNE: A mi marido le diagnosticaron esclerosis múltiple. Hice

lo que tenía que hacer. Soy una persona espontánea. Yo salía y

siempre me llegaba lo que necesitaba.

TERAPEUTA: ¿Desde cuándo tiene esta actitud negativa?

JUNE: Desde que salí de la cárcel, hace siete años. Tengo un

plan que consiste en usar mi propia licencia comercial para

conseguir dinero y si alguien quiere referencias, pueden

pedírselas a otros vendedores. Pero para eso necesito ropa, y

necesito energía. También tengo problemas con mi cuerpo. He

engordado, se me está cayendo el pelo por el estrés...

EQUIPO CTB: ¿Entonces está claro que su principal problema

es que no se gana la vida? Mencionó unas cuantas cosas que le

impiden ganarse la vida: no se atreve a llamar a ciertas personas

para pedirles referencias, no tiene la ropa adecuada. ¿Son esas las

cosas que la frenan o hay otras?

TERAPEUTA: Mis colegas dicen que usted ha mencionado unas

cuantos obstáculos que le impiden ganarse la vida: no se atreve a

llamar a la gente para pedirle referencias, no tiene la ropa

adecuada. ¿Es eso lo que la frena?

JUNE: Sí.

TERAPEUTA: No estamos seguros de qué es lo que usted

considera el principal obstáculo.

JUNE: Ponerme en marcha; reunir la fuerza necesaria para salir a la

calle.

TERAPEUTA: En general, cuando uno tiene un problema,

incluso si tiene muchos componentes, tiene que empezar por

algún sitio, ¿no es así?

JUNE: SÍ.

June y la terapeuta siguieron dándole vueltas a lo mismo: la terapeuta

intentaba sonsacar concretamente qué era lo que le impedía a

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June buscar trabajo mientras que June replicaba con abstracciones y

generalidades. En general, la conversación se resumía de la siguien te

manera: ¿Qué le impide buscar trabajo? -Tengo miedo — Explí- queme

esos miedos. Esto es un ejemplo de lo que llamamos «el terapeuta

presiona demasiado». Como se ve en el diálogo, la terapeuta pregunta

algo para aclarar el problema, pero la paciente elude la pregunta y añade

información más vaga, que la terapeuta de nuevo intenta aclarar.

En este caso, los observadores llamaron para sugerir una táctica

diferente que consistía en que la terapeuta la desanimara aparentemente a

«salir allí fuera». En este caso el equipo sirvió para romper esta espiral

tan poco productiva, aunque se puede hacer lo mismo trabajando solo, en

general reconociendo antes que se está presionando demasiado y que eso

no conduce a ninguna parte. De ese modo, es más fácil abordar la tarea

desde una perspectiva o táctica diferente.

TERAPEUTA: Uno de mis colegas está confuso porque usted

dice que necesita acabar con sus miedos y su angustia, pero ¿de

qué le serviría si de todos modos no tiene ropa y si dedica toda su

energía tan sólo a sobrevivir?

JUNE: ¡Tiene razón! ¡Eso mismo me pregunto yo! Por eso

estoy aquí. (Se ríe.) Porque me dará la energía para ponerme en

marcha.

TERAPEUTA: ¿Pero cómo lo hará si no tiene ropa?

JUNE: Seguramente me pondría en marcha con lo que tengo y

vería hasta dónde llego.

TERAPEUTA: ¿O sea que lo de la ropa es una excusa?

JUNE: Sólo sería un obstáculo. Lo que pasa es que no quiero

salir ahí fuera y enfrentarme al sistema.

TERAPEUTA: ¿ASÍ que ponerse en marcha puede significar que tiene

que enfrentarse a ese sistema, y no quiere hacerlo?

JUNE: Si soy bastante fuerte, ¡puedo pasar de todo! Puedo

salir ahí fuera y encontrar el lugar al que pertenezco. Pero con

esta negatividad, no iré a ninguna parte.

Page 138: Cambiando lo incambiable.docx

TERAPEUTA: Ahora tenemos que dejarlo, pero como ésta es

una situación muy difícil, nos gustaría que pensara en cuál es el

primer obstáculo que quiere superar en el cambio de esta manera

de pensar negativa. Ganaremos tiempo si se lo piensa entre hoy y

la próxima sesión.

Como para nosotros es importante que el paciente describa el pro-

blema con claridad, ésa fue la principal tarea en la primera sesión. Para

ello dedicamos toda la sesión porque la paciente tendía a expresarse con

metáforas, ideas abstractas y con reparos. Esta conducta es muy común,

sobre todo con pacientes que han hecho otras terapias. Aunque el

problema general parecía bastante claro -el temor a enfrentarse a las

tareas necesarias para conseguir un empleo—, June seguía contestando a

las preguntas de un modo disperso y vago cuando éstas podían convertir

el problema en elementos tangibles y concretos, en contraste con sus

«Ponerme en marcha, reunir la fuerza para salir allí fuera». Seguía

creyendo que el problema era el de no tener el espíritu adecuado o

suficiente: «Si soy bastante fuerte, puedo pasar de todo». Así, la terapeuta

le asignó una tarea antes de terminar la sesión con la esperanza de que

June pensara en términos de dar pasos pequeños pero concretos.

Segunda sesión

Nada más empezar, la terapeuta preguntó por la tarea que le había

asignado a la paciente.

TERAPEUTA: La última vez hablamos de los obstáculos que le

impedían ponerse en marcha, y creo que le asigné la tarea de

pensar en cuáles eran los obstáculos que más la presionaban.

¿Pudo hacerlo?

JUNE: ¡Ah, sí! Lo pensé mucho. Ya mencioné varios la última

vez y siguen allí, pero puedo manejarlos. Sé cómo manejarlos.

Pude eliminar muchos de ellos. Pensé en la segu

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ridad, la edad, la confianza. Son cosas que están allí subyacentes

y que tengo que trabajar o tratar de alguna manera.

TERAPEUTA: La seguridad, la edad y la confianza. Supongo

que estarán relacionados, ¿de qué manera?

JUNE; Confío en mi juicio.

TERAPEUTA; ¿Y la edad?

JUNE: Tengo muchos miedos que me frenan. Veo cosas que

me molestan y quiero aferrarme al pasado. El tiempo vuela, y

también veo lo que está pasando con la informática. Además, yo

no tengo familia, no tengo a nadie. Pero no quiero ponerme a

recordar porque entonces me deprimo. Me asusta envejecer. Pero

si pudiera resolver lo de la seguridad y la confianza en mí

misma, lo de la edad no me importaría.

TERAPEUTA: ¿Significa eso que si tuviera que dar prioridades,

la cuestión de la seguridad sería lo primero porque, si resolviera

eso, podría resolver todo lo demás usted sola? No sería tan

amenazador.

JUNE: Exacto.

Aquí, como antes, la terapeuta hizo unas cuantas afirmaciones

aclaratorias. Hacía casi todos sus comentarios en forma de preguntas,

que, al mismo tiempo, definían y concretaban el problema. Es importante

ir verificando las cosas con el paciente, paso a paso, para evitar que el

paciente diga más adelante en la terapia: «Pero ése no es el problema»,

por lo que se perdería mucho tiempo.

TERAPEUTA: En lo que se refiere a la confianza y la seguridad,

¿eso cómo se manifiesta? Cuando no se siente segura.

JUNE: NO intento hacer cosas que podría hacer.

TERAPEUTA: ¿Podría darme un ejemplo?

JUNE: ES difícil porque sólo puedo pensar en ejemplos de

situaciones en las que me sentiría segura. Pero estoy funcio-

nando con cinco cilindros a pesar de tener un motor de seis. Ya

tengo un ejemplo. La semana pasada, cuando venía aquí, me

puse a buscar la calle. Crucé la calle que viene después

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y ni siquiera me di cuenta de que ya había pasado la que buscaba.

No pienso en términos más generales; eso es algo que me

molesta. Tengo que cubrirme las espaldas sobre todo si estoy

trabajando. Tengo que encontrar una manera de sentirme más

segura. Funciono sólo porque me fijo en lo que me rodea.

EQUIPO CTB: Supongamos que lo de la seguridad dejara de

ser un problema, eso significaría que para conseguir un trabajo

usted tendría que hacer algo. ¿Qué tendría que hacer para, en

última instancia, encontrar trabajo? Lo que pretendemos es

alejamos de la seguridad como una idea abstracta. Pasar de

«sentirse bien antes de hacerlo» a «¿Cómo lo hago para

conseguirlo?».

TERAPEUTA: ¿Cuál sería el primer paso que tendría que dar

para encontrar un trabajo?

JUNE: Salir de casa. Acercarme a la gente y volver a sonreír.

Reaccionar. Estar en la calle. He dejado casi todo en la calle. En

cuanto a un empleo, conozco a varios vendedores a los que

tendría que dar referencias. Supongo que los abordaría desde

distintos ángulos. Además de hablar de ello, iría a oficinas de

empleo temporal, me prepararía.

TERAPEUTA: Eso no sería lo mismo que trabajar con los

vendedores.

JUNE: Exacto.

TERAPEUTA: ¿Cuál sería el primer paso hacia los servicios de

empleo temporal?

JUNE: Caminar. He intentado obligarme a caminar más. Antes

lo hacía mucho y me gustaba. Mi barrio no es un lugar seguro

para pasear, así que ahora voy a casi todas partes en coche.

EQUIPO CTB: Si vino aquí en coche, ¿significa eso que

cuando va a un sitio tiene la opción de caminar o de ir en coche?

Si la respuesta es que sí, en lo que se refiere al primer paso,

puede ir a pie o en coche a una oficina de empleo temporal. (La

terapeuta le transmitió el mensaje a June.)

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JUNE: Ah, eso sería fácil. Antes de conducir, tenía que llamar a todas

las agencias de empleo temporal, les preguntaba qué tenían, si tenían algo

en lo que yo encajara, que pudiera convenirme, a lo mejor concertaba una

cita, salía y los veía...

June parecía descartar la idea de que dar un primer paso podía ser ir

a una agencia de empleo temporal a pie o en coche —¡Ah, eso sería

fácil!—, pero entonces hizo una lista de todo lo que necesitaría hacer

previamente. Sin embargo, la terapeuta persistió en sus esfuerzos de

convertir lo «descomunal» en un paso alcanzable.

TERAPEUTA: ASÍ que el primer paso sería coger el listín y buscar los

números de teléfono.

JUNE: (Se echa a reír) Ya tengo los números en mi escritorio.

Eso ya está.

TERAPEUTA: ¿Entonces el siguiente paso sería coger el teléfono y

marcar los números?

JUNE: Sí, y aceptar que no me pasará nada. (Ríe)

TERAPEUTA: Bueno, basta con que no lo haga en medio de una

tormenta eléctrica.

JUNE: Tendría que llamar a la gente a la que usaría como referencias

cuando rellene las solicitudes. Es lo primero que tendría que hacer.

TERAPEUTA: ¿Las agencias de empleo temporal piden referencias?

JUNE: Ah, sí.

TERAPEUTA: O sea que el siguiente paso sería llamar a alguien que

conoce en lugar de llamar a un extraño de la esquina para pedirle que dé

referencias.

JUNE: Exacto.

TERAPEUTA: ¿De modo que el primer paso sería coger el teléfono

para llamar a esa persona?

JUNE: SÍ, eso es lo que he estado pensando esta semana, si antes no

tendría que enviar una carta a esa persona. Costaría tanto como una

llamada a larga distancia, de modo que

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tendría que ser corta para que no cueste tanto. Si se lo explicara

todo por carta podría hacerlo. Incluso podría pedirles que me

llamaran.

TERAPEUTA: De modo que el primer paso sería enviar esa

carta.

JUNE: Sí, aunque sólo tenga una, una buena referencia puede bastar

para empezar.

TERAPEUTA: He pensado que mientras usted intenta resolver

su problema de la seguridad, etc., a lo mejor le convendría ir

realizando los trámites para buscar trabajo. Dar pequeños pasos,

incluso ir cumpliendo con las formalidades. De modo que de

momento, le diría que escriba la carta, pero no la envíe. Sólo es

para que vea cómo se siente al volver a las andadas.

JUNE: ¡Ya lo entiendo!

TERAPEUTA: ES como un simulacro, por decirlo de alguna

manera. Creo que es mejor cometer el error de ir demasiado

despacio que el de ir demasiado deprisa.

JUNE: De acuerdo. Eso lo resuelve todo. Porque, verá, con-

seguí una referencia, pero pensé: «No puedo hacer nada porque

no estoy lista.» Ahora, con esto ya tengo la manera. Per fecto, lo

he entendido. (Sonríe de oreja a oreja) Eso es lo que haré.

¡Gracias, gracias!

Cuando a la gente le da miedo hacer algo (como en los estados

«fóbicos») o, igualmente, cuando les intimida la magnitud o el tedio que

supone determinada tarea (como cuando van postergando las cosas), la

manera más habitual de hacerle frente al problema es «esperar a sentir

que estoy listo para abordarlo. Ahora mismo no estoy lis to; éste no es un

buen momento.» A esto lo llamamos esperar la inspiración (como vimos

en el caso de Kirk en el capítulo seis). Vemos que el obstáculo

estratégico es ponerse en marcha, dar el primer paso y que, en cuanto la

persona empieza a actuar, prevemos que a partir de ese momento seguirá

esforzándose automáticamente. Así, de una manera u otra, intentamos

conseguir que los pacientes den ese pri

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mer paso, al tiempo que les facilitamos las cosas para que puedan

hacerlo. Como vimos en el diálogo anterior, para ello a veces tenemos

que conducir al paciente para que lo haga, pero enseguida ponemos un

límite al esfuerzo: «Siéntese y escriba la carta pero no la envíe.» En esta

sesión, la terapeuta pudo ayudar a June a definir los obstáculos en forma

de tareas pequeñas y concretas y proponerle un paso concreto para

emprenderlas.

Tercera sesión

En general, cuando el terapeuta le asigna una tarea a un paciente, lo

primero que hace en la siguiente sesión es preguntar si la ha hecho. Sin

embargo, de camino a la sala de terapias, June le dijo algo a la terapeuta

que señaló un cambio en su problema. Como siempre damos prioridad a

los cambios en el problema, la terapeuta enseguida le preguntó por él.

TERAPEUTA: Cuando veníamos hacia aquí, me dijo que se

sentía mucho mejor. ¿Podría explicárnoslo? ¿Qué ha pasado esta

última semana?

JUNE: NO ha pasado nada, sólo que he pensado. De acuerdo,

tenía que escribir una carta al salir de aquí, en algún momento de

la semana, lo que no suponía ningún problema. Eso lo hice.

TERAPEUTA: ¿De veras?

Preferimos expresar nuestra aprobación sorprendiéndonos en lugar

de recurrir a los medios convencionales y alabar al paciente de un modo

explícito. Con las alabanzas se corre el riesgo de que el paciente las

interprete como una señal de condescendencia, realizadas desde una

posición de superioridad en la que se le dan palmadas en la cabeza. Así

el paciente parece ir por delante del terapeuta y, por lo tanto, siente que

está en una posición de superioridad. También implica que el paciente ha

dado un paso importante,

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JUNE: Pero al hacerlo, me di cuenta de que yo sé hacer esas

cosas, ¿así que por qué no me pongo en marcha?

TERAPEUTA: ¿Cómo pudo ponerse en marcha para escribir la

carta?

JUNE: Bueno, tenía un objetivo, así que lo hice. Pero antes

había tenido otros objetivos y no ocurrió lo mismo. ¿Por qué?

TERAPEUTA: Entonces, ¿cómo lo consiguió?

JUNE: Fue nada más irme de aquí. Lo que pensé fue... ¿por

qué no hago lo que sé que tengo que hacer?

TERAPEUTA: Retrocedamos un poco porque estoy confusa.

Usted salió de aquí. ¿Después se fue a su casa, se sentó y

escribió la carta?

JUNE: Sí. Fue muy fácil. ¿Por qué no puedo ponerme a hacer

las demás cosas que necesito para avanzar?

EQUIPO CTB: Esta vez escribió la carta. Pero dice que ya se

había fijado objetivos en el pasado y que no los había cumplido.

La pregunta es, pues, ¿cuál fue la diferencia que le permitió

hacerlo esta vez?

Con este mensaje, lo que se pretende es que la paciente deje de

centrarse en la pregunta: «¿Por qué no puedo hacerlo?» para pensar:

«¿Qué hago para poder hacerlo?». También ayuda a pasar del «Por qué»

al «Qué».

TERAPEUTA: Mis colegas querrían saber por qué esta vez pudo

hacerlo.

JUNE: Seguramente porque me comprometí con ustedes. Soy

así: cumplo con los compromisos. Es una de las cosas que me

gustan de mí. Sigo adelante y no dejo a la gente colgada. Cuando

venía hacia aquí me di cuenta de que me he rodeado de una capa

de protección por algo que ocurrió en mi vida. Ahora tengo que

empezar a quitármela. Lo primero era hacer algo propio de mí:

sentarme a escribir una carta forma parte de lo que es propio de

mí. Pero al principio me costó. Así que puedo recuperar muchas

de las cosas positivas que

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tengo y que me gustan, y eso me ayudará a sentirme otra vez

entera.

TERAPEUTA: ¿Esa es la diferencia con las otras veces en que no

hace lo que tiene que hacer? Al salir de aquí se fue a su casa y

escribió la carta sin pensárselo demasiado, ¿mientras que cuando

no consigue hacer algo es porque se lo ha pensado mucho?

JUNE: SÍ, ésa es la diferencia. Escribí la carta sin pensar en

todo lo demás que me da miedo. Fue todo junto. Mientras le daba

vueltas a lo que iba a escribir, empecé a pensar que tenía que

volver a ser más sólida. Cuando lo consiga, las cosas saldrán

solas. Puedo ir a por ellas.

TERAPEUTA: Si usted va a por ellas, las cosas saldrán solas,

JUNE: SÍ. Tengo que salir a la calle, preguntar, consultar, y en

general así me llega todo lo que necesito. Pero para eso tengo que

sentirme segura. Ha llegado el momento de quitarme la capa de

protección e ir a por ello. Tengo que hacerlo.

TERAPEUTA: Eso es lo que parece estar haciendo, sólo que usted

misma se pone trabas cuando le da por rumiar sobre todo lo que puede ir

mal.

JUNE: Sí. La única manera de promocionarme para conseguir

un empleo es sintiéndome bien conmigo misma. Tengo que

superar la depresión y sentirme más positiva, mejor conmigo

misma. Cuando vine aquí, me pasaba prácticamente cuatro días

seguidos durmiendo, desde el domingo hasta el jueves. Ahora

intento que el lunes por la tarde se me haya pasado la depresión,

y eso lo consigo a través de una serie constante de cambios.

Antes me moría de miedo; ahora, estoy haciendo cosas diferentes.

TERAPEUTA: Parece que el cambio se ha producido muy

rápido. Estoy un poco preocupada. ¿Dice que antes dormía cuatro

días y ahora sólo duerme un día y medio?

JUNE: Sí, porque ahora están pasando otras cosas. He

empezado a moverme, a ir a sitios. Como esta noche. Tengo

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un lugar al que puedo ir, donde seguramente podré ganar dinero.

TERAPEUTA: ¿Ah, sí? ¿Adonde?

JUNE: Hay una exposición en el centro que se inauguró hace tiempo,

así que allí seguro que no me quemaré.

TERAPEUTA: ¿Cómo ha conseguido salir, enterarse de la

exposición y meterse en ella?

June manifestó una mejoría notable: en lugar de pasarse casi toda la

semana durmiendo y esperando a sentirse lo suficientemente fuerte para

enfrentarse al mundo laboral, había decidido actuar saliendo de su casa.

En el siguiente diálogo, cuenta cómo ese paso condujo a otro, y eso le

permitió encontrarse en una posición de ganar dinero. Ante esa clase de

información, es posible que el terapeuta quiera animar a la paciente a dar

otro paso, o que al menos la anime a seguir diciéndole: «¡Ve cómo puede

hacerlo!». Pero eso sería invertir la estrategia que había funcionado:

convertir las tareas en pasos pequeños y manejables y después imponerle

una restricción para que no siga avanzando. Igualmente, queríamos darle a

entender que el logro era de ella y no nuestro. De esa manera, la terapeuta

no pasó por alto lo que consideramos un paso significativo por parte de la

paciente, sino que lo reconoció de una manera diferente de como se hace

normalmente.

Por lo tanto, la terapeuta siguió centrándose en lo que la pacien te

podía hacer, expresándolo en general en forma de preguntas. En la

pregunta estaba implícita la suposición de que la paciente hizo algo de un

modo activo y a propósito, lo que hasta entonces había sido imposible.

Así, la terapeuta confirmó la capacidad de la paciente de un modo

implícito y no explícito.

JUNE: Bueno, andaba por ahí haciendo lo que podía y me

encontré con una amiga a la que no había visto desde hacía ocho

años. Empezamos a hablar, y mencionó la exposición. Así es

como suelen sucederme las cosas. Estoy por ahí...

TERAPEUTA: ¿Cómo es que salió y fue a una zona distinta?

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JUNE: Me la jugué. Me invitaron a vender en un sitio al que ya

había ido y acepté. Tengo que ganar dinero, y algo así puede

ocurrir una de cada cincuenta veces que salgo.

TERAPEUTA: Puede que sólo ocurra una de cada cincuenta

veces, pero si usted no saliera, no ocurriría nunca.

Este comentario se hace eco de la idea de que se puede lograr el éxito

dando un solo paso.

JUNE: ¡Exacto, exacto! Por eso quiero salir. (Sonríe de oreja a

oreja) ¡Cuanto más me gusto a mí misma, más sé que no voy a

perder algo por ahí! Porque lo hago bien. Por primera vez, me

paraba y usaba las habilidades que sé que tengo.

TERAPEUTA: ¿O sea que además de salir, también había

cambiado su manera de pensar en cómo iba a enfrentarse a las

cosas para que salieran mejor?

JUNE: Sí, pensé en cómo hacer para que ocurrieran las cosas.

TERAPEUTA: Parece que tuvo un papel muy activo cuando le

preguntó a su amiga: «¿Dónde hay exposiciones a las que puedo

ir?», y entonces recibió la información.

JUNE: SÍ.

La terapeuta decidió acabar la sesión asignándole a June una tarea.

TERAPEUTA: ¿Cuál sería el equivalente de la carta para esta

semana? Algo pequeño, por favor.

JUNE: Acabar mi calendario para los próximos ocho meses.

TERAPEUTA: ESO es demasiado.

JUNE: No, no. Ya lo tengo en la cabeza. Puedo hacerlo en

media hora.

TERAPEUTA: ¿Cuándo? ¿Esta tarde o esta noche?

JUNE: Hoy no, porque tengo que dedicar toda mi energía a

ganar dinero esta noche. Pero mañana, sí.

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TERAPEUTA: ¿Más o menos a qué hora?

JUNE: Alas dos.

TERAPEUTA: Por favor, ¿estaría dispuesta a prometemos a

nosotros y a sí misma que mañana a las dos se sentará delan te de

su calendario y que terminará cuando den las dos y media, al

margen de lo mucho o lo poco que haya hecho? No debe trabajar

más.

JUNE: SÍ.

TERAPEUTA: Gracias. La veremos la semana que viene a la

misma hora.

Este es otro ejemplo de la asignación de una tarea a una pacien te al

tiempo que se le impone una limitación. Es una manera de conseguir que

la paciente se desvíe de la práctica habitual de intentar forzarse pero por

miedo. De este modo, la paciente supera la barrera del miedo porque la

tarea se limita a un paso pequeño. Una vez que haya dado ese primer paso,

la paciente planea dar otro al día siguiente o a lo mejor «desobedece» al

terapeuta yendo más allá de la limitación. En cualquiera de los dos casos,

el impulso hacia delante es obra de ella.

En general, cuando un paciente vuelve y cuenta que se ha producido

una mejoría significativa, terminamos esa sesión empleando la restricción

de una manera diferente. Adoptamos la postura de que la mejoría fue

mayor de lo esperado y, por eso, definimos el cambio como una mejoría

demasiado rápida. A lo mejor decimos: «Más vale ir demasiado despacio

que demasiado deprisa». De acuerdo con esa premisa, terminamos la

sesión insistiéndole al paciente que no haga nada para seguir mejorando

«al menos hasta que nos volvamos a ver». En algunos casos podemos

añadir que nos sentiríamos más tranquilos si el paciente intenta provocar

una recaída «porque ha ido tan deprisa». A veces concertamos la siguiente

cita para al cabo de dos semanas en lugar del paréntesis habitual de una

semana. Le explicamos que si nos vemos demasiado pronto, corremos el

riesgo de que mejore demasiado deprisa. De acuerdo con ese marco, no

asignamos una tarea que le muestre cómo puede seguir avanzando.

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Si examinan lo que podría considerarse una actitud desalentadora,

verán que en realidad tiene una serie de implicaciones positivas. En

primer lugar, estamos dando a entender que se ha producido una clara

mejoría. En segundo lugar, estamos mostrando que la mejoría es obra del

paciente, no nuestra. En tercer lugar, estamos transmitiendo la idea de que

el paciente está siguiendo un curso ascendente, en el cual tiene que hacer

un esfuerzo para ir más despacio; además, el paciente tiene el control para

mejorar las cosas (¿de lo contrario por qué se le iba a pedir que no hiciera

nada para seguir mejorando?). Por último, es un pacto en el que el

paciente no tiene nada que perder.

Prevemos que, en cualquier caso, es posible que la mejoría no siga un

curso sin incidentes y en continuo ascenso. No queremos que los

pacientes sientan que han fracasado si vuelven y dicen que no han mejo-

rado más o que incluso han empeorado. Este riesgo es aun mayor si el

paciente desea agradar al terapeuta dándole más buenas noticias. El marco

impuesto por el terapeuta protege al paciente de ese riesgo; así es

imposible que pierda. Aunque diga que no se han producido más cambios

o que ha empeorado, lo que sí ha conseguido es obedecer al terapeuta. Si,

en cambio, el paciente cuenta que ha mejorado más, el alivio de su

problema compensa la «decepción» del terapeuta. Como es lógico, no

decimos «gran» decepción, sino que más bien expresamos una vez más

nuestra preocupación de que el paciente avanzara demasiado deprisa y le

insistimos con más fuerza en retrasar la mejoría.

Cuarta sesión

Como ya hemos dicho, aunque a veces se hacen excepciones, cuando

el terapeuta le ha asignado una tarea al paciente en la sesión anterior,

siempre le pregunta por ella nada más empezar la siguiente, sobre todo

para ver si el paciente la ha hecho, cómo la ha hecho y, en caso de que la

hubiera hecho, cuál ha sido el resultado. En esta sesión, la terapeuta

empezó con una pregunta demasiado general pero, por suerte, la paciente

la interpretó como si le estuviera preguntando por la tarea.

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TERAPEUTA: ¿Cómo han ido las cosas esta semana?

JUNE: Bueno, hice lo que tenia que hacer. Al día siguiente,

entre las dos y las dos y media, me senté y terminé mi calendario,

que ya lo tenía pensado y básicamente ya estaba hecho; así que

me ocupé de eso. También hice unas cuantas llamadas, sólo

para...

TERAPEUTA: Se sentó entre las dos y las dos y media, ¿y qué hizo en

ese tiempo?

JUNE: Abrí el calendario, miré las fechas que tenía libres. Sentí

curiosidad por unas actividades anunciadas en unos folletos que tenía pero

de las que no sabía gran cosa, así que llamé a un par.

TERAPEUTA: ¿Todo eso en media hora?

JUNE: Sí, porque ya lo tenía todo en la cabeza. ¡Es eso! Ése es

el problema. ¡Puedo tener las cosas en la cabeza, pero no las

hago!

TERAPEUTA: ¿Entonces cómo consiguió hacerlo?

JUNE: ¡Porque dije que lo haría!

TERAPEUTA: ¿Así de fácil?

JUNE: Sí, no habría sido tan fácil si no hubiese sabido por

donde empezar. Pero ya lo tenía todo en la cabeza. Sólo era

cuestión de ponerme.

TERAPEUTA: Por lo que veo, cuando hablamos de las difi-

cultades de ponerse en marcha, parece que a lo mejor a veces

usted sabe lo que tiene que hacer, pero le cuesta hacerlo. ¡De

modo que me pregunto cómo demonios lo consiguió!

JUNE: Como me comprometí con usted, lo hice. Y después,

también cuando salí de aquí, había decidido probar un sitio nuevo,

así que fui el miércoles por la noche; no gané mucho dinero pero

los resultados fueron muy positivos.

TERAPEUTA: ¿Un lugar nuevo para vender su artesanía?

JUNE: SÍ, pero el refuerzo positivo que recibí...

TERAPEUTA: ¿En qué sentido?

JUNE: Sólo por los comentarios de la gente, cosas como: «¡Es

fantástico!» «¡Tiene que volver!» «Ahora no tengo dine

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ro. ¿Cómo puedo ponerme en contacto con usted?». Eso sólo fue

el principio, después volví a salir el sábado y el domingo, que es

cuando suelo hacerlo. No cambió nada; fui a los mismos sitios a

los que habría ido el mes pasado o éste, pero la respuesta fue

diferente.

TERAPEUTA: ¿De qué manera?

JUNE: Fue positiva.

TERAPEUTA: ¿Qué le han dicho?

JUNE: «Si quiero comprar grandes cantidades, ¿puedo

ponerme en contacto con usted? ¿Tiene una tarjeta?» Pensé...

¿dónde está la diferencia? ¿Dónde está la diferencia? Y me fijé en

que sonreía, con los ojos y con la boca. Cada vez que iba a una

tienda de comestibles, sólo entraba y salía, era diferente. Como

dije, intenté ver qué había cambiado. Lo único que se me ocurrió

era que mis ojos sonreían, todo mi cuerpo sonreía, no sólo mi

cara.

TERAPEUTA: ¿Y cómo consiguió que todo su cuerpo sonriera?

JUNE: Viniendo aquí. Pudiendo aclarar ciertas cosas; sin-

tiendo que estoy avanzando. El hecho de que el fin de semana las

cosas fueran bien. Alguien vino a hablarme de un problema que

tenía, de que estaba en el paro. Se ha enterado de una cosa, va a

hacerla, verá cómo le va y después me lo explicará, me dirá si

hay alguna posibilidad de que encaje con lo mío. Eso sería un

trabajo. Eso, a su vez... llegó solo. Era una persona con la que no

había hablado desde hacía años, pero de repente...

TERAPEUTA: ¿Y cómo es que habló con esa persona?

JUNE: Se acercó y se puso a conversar conmigo.

TERAPEUTA: Ah, ¿o sea que no le había hablado antes y esta vez lo

hizo?

JUNE: Sólo me saludó y de repente se lanzó a explicarme su

vida.

TERAPEUTA: ¿Vio qué era lo que usted hacía de diferente?

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JUNE: NO, sólo que mis ojos sonreían. Creía que me com-

portaba igual que siempre y me quedé de piedra cuando un tío que

estaba a mi lado desde hacía dos meses se acercó y me dijo cómo

se llamaba, quién era... En general, te despides de la persona que

se coloca a tu lado; esta vez, él se presentó, me pasó un dato de un

sitio al que podía ir. «Esto es algo que puedo decirte», me dijo.

Me dijo a dónde podía ir a vender.

Y, como dije, pensé que estaba muy abierta. Pero muchas

veces creo estar abierta, cuando en realidad estoy cerrada, aunque

yo no me dé cuenta. Debe de ser porque...

TERAPEUTA: Creo que sería muy útil saber qué es lo que hace

ahora para estar abierta.

JUNE: Sí, bueno, lo único que se me ocurrió es que mis ojos

sonreían. Parecían felices. Y eso pasa cuando uno crece, porque

yo soy una persona que necesita crecer, moverse, hacer cosas. De

lo contrario, me quedo estancada; me deprimo, estoy triste.

TERAPEUTA: ¿Según usted, qué fue lo que la hizo crecer en esa

situación?

Como se habrán fijado, June tendía a insistir en que la clave para salir

de la ciénaga y lograr el éxito era «que sentía lo correcto». Se trata de una

idea muy común, de que uno tiene que sentir lo correcto (sentirse seguro,

sin miedo u optimista) antes de poder actuar. En general, es difícil evocar

de un modo espontáneo un sentimiento «correcto», mientras que es más

fácil emprender una acción, y es el hecho de emprender una acción y los

consiguientes resultados lo que inspira un sentimiento «correcto».

Normalmente, es más fácil que el hecho de realizar una tarea inspire

seguridad en una persona que intentar sentirse seguro para poder realizar

esa tarea. La terapeuta insistió con «¿Qué hace...?», centrándose en la

acción.

JUNE: Supongo que sólo es el hecho de hacer algo. De

conseguir algo.

TERAPEUTA: Ajá.

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La terapeuta no cuestionó esa respuesta. En cambio, la confirmó de

un modo implícito.

JUNE: Por ejemplo, sé qué haré a partir de ahora hasta finales

de año. Pensé en las distintas opciones. Sé que tengo las bases

cubiertas, Ahora sólo tengo que mantener los ojos bien abiertos,

ver si puedo encontrar una situación mejor que la que ya tengo.

TERAPEUTA: Debe saber que cuando empieza a progresar,

siempre es peligroso ser demasiado optimista.

JUNE: ¡Ah, sí! Eso me asusta.

TERAPEUTA: Porque el progreso nunca es rectilíneo. Más bien

consiste en dar dos pasos hacía delante y un tercero hacia atrás.

Le advierto que le ocurrirá algo así. Me sentiría más tranquila si

usted contara con una recaída en un momento dado. Ya lleva un

tiempo mejorando.

Como hemos explicado antes, ésta es la manera más habitual de

contestar a un paciente cuando dice que ha mejorado. El resto de la sesión

se dedicó a hablar de cómo sería una recaída. Cuando June expresó su

preocupación por la perspectiva de una recaída, la terapeuta, en lugar de

asegurarle que era poco probable que le sucediera, la instó a que la

planeara. «Es una manera muy útil de poner un freno cuando el progreso

ha sido tan rápido.»

A primera vista, parecería que la terapeuta la estaba desanimando,

que estaba siendo muy «negativa», y que eso mermaría la seguridad de la

paciente. Sin embargo, el lector se habrá fijado en que el lenguaje

empleado no transmitía una advertencia de una recaída, sino que la

preveía y la definía como algo normal. La terapeuta reforzó la idea

recomendando una recaída y diciendo que la paciente debía planearla.

La siguiente sesión solemos concertarla para al cabo de dos o tres

semanas. Decir: «Muy bien, nos vemos otra vez la semana que viene»

puede trivializar la mejoría. En este caso, la siguiente cita se cele bró tres

semanas más tarde.

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Quinta sesión

Como ya hemos dicho, lo primero que hacemos es preguntar por la

tarea asignada. Sin embargo, cuando la tarea tiene que ver con un posible

cambio en el problema, lo que pretendemos no es averiguar si la han

realizado, sino si se ha producido una mejoría.

TERAPEUTA: En nuestra última sesión le pedí que se abstuviera

de seguir mejorando. Me pregunto si lo habrá conseguido.

La terapeuta se expresó así a propósito. No preguntó si había

mejorado más, sino que le recordó a June que le había pedido que «se

abstuviera» de seguir mejorando y se preguntaba si había <<podido

hacerlo». Los dos comentarios daban a entender que la paciente con-

trolaba su problema. Era un marco en el que no había nada que perder,

porque si la paciente decía que no había progresado, había hecho lo que la

terapeuta le había pedido. Sin embargo, si decía que había progresado, su

satisfacción con la situación habría compensado la idea de que no había

cumplido con la tarea.

JUNE: NO. (Ríe) Sucedieron cosas.

TERAPEUTA: ¿Qué cosas?

JUNE: Cuando vine aquí, no tenía esperanza, ni sueños. No

podía, era incapaz. Ésa era una de las razones por las que vine. Y

gracias a estas sesiones, lo he recuperado un poco. Me he vuelto

más extrovertida, que era una de las cosas que quería. Pasé por

unas situaciones bastante tensas y pude arreglármelas y eso, a su

vez, desencadenó la mejoría que necesitaba.

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Sexta sesión

En la sexta sesión, June decía estar aun mejor: había trabajado más y

empezado a hacer ejercicio, un motivo de preocupación para ella desde

hacía cierto tiempo. La terapia se terminó con esa sexta sesión; las otras

cuatro sesiones quedaron pendientes por si ella veía la necesidad de

volver.

Como la estrategia de «ir despacio en el proceso de mejoría» no hizo

ningún daño y es probable que hubiera realzado o reforzado el cambio, la

terapeuta concluyó advirtiendo a June que no progresara «demasiado» ni

«demasiado deprisa». (Las dos frases son tan vagas que permiten que la

paciente las interprete como quiera.)

Seguimiento

En la evaluación de seguimiento realizada diez meses después de la

última cita, June dijo que había conseguido «unas cuantas cosas más».

Estaba haciendo obras en su casa para una empresa de limpieza en seco,

pero seguía con miedo a la gente y a salir.

«Me ha ido bien. Estoy ganando dinero; tengo una tintorería», pero

seguía con miedo a buscar trabajo. Quiso localizar a su ex marido y volver

a asegurar su coche y lo consiguió. Añadió que seguía intentando

entenderse y que se vigilaba a sí misma. Por ejemplo, se daba cuenta de

que cuando estaba ocupada no lloraba siquiera por el recuerdo de la

muerte de su hija y su madre. Por último, añadió que no había querido

hacer otra terapia.

Cuando evaluamos los resultados de una terapia, a menudo se

produce un conflicto entre el uso de las medidas empleadas en los

modelos más tradicionales, en los que se consideran importantes los

factores normativos (es decir, una desviación de la conducta «normal»), y

las empleadas en nuestro modelo, que no es normativo. Nuestro modelo se

basa en la queja y, como tal, no tiene en cuenta el concepto de lo normal o

anormal.

En este caso, June contó que seguía con miedo a la gente y a salir.

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Sin embargo, no sabemos si eso constituía un problema para ella. Habría

sido mejor preguntárselo de un modo explícito en la evaluación de

seguimiento en lugar de basamos en el hecho de que no había intentado

hacer otra terapia. Los miedos de los que habló eran un poco

contradictorios; por ejemplo, el ejercicio que hacía consistía en caminar y

para eso tenía que salir; para poder trabajar en casa también tenía que

relacionarse con gente, sobre todo cuando requería llamar por teléfono.

Habría sido útil pedirle que aclarara esas contradicciones, ya que

habríamos visto hasta qué punto se habían resuelto sus quejas originales.

La gravedad se puede definir de muchas maneras. Solemos pensar en

lo más obvio, como el suicidio, homicidio o la muerte por inanición. El

siguiente caso presenta un problema que, si no se resuelve, puede

destrozar la carrera del paciente y, probablemente, todo su futuro social.

Aunque las consecuencias no tienen el carácter dramático del suicidio, por

ejemplo, para nosotros no deja de ser un problema grave. Este tipo de

casos también es intimidatorio para muchos terapeutas, no sólo por las

complicaciones médicas que se pueden originar, sino también porque la

conducta de la paciente invita a diagnósticos desalentadores, como la

psicosis.

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8

NO PUEDO PARAR DE MUTILARME

A un terapeuta le cuesta menos identificarse con los problemas que

podríamos considerar habituales, problemas que sólo son excesos de

actividades o funciones normales, como lo son el insomnio, los conflictos

matrimoniales, las dificultades en la educación de los hijos, las fobias y

las obsesiones.

Sin embargo, no es tan fácil identificarse con los problemas que van

más allá o que están fuera de la gama de la actividad humana habitual y

que se consideran extraños. El hecho de considerarlos extraños dificulta su

solución; no es inusual que los terapeutas deriven a estos pacientes a un

psiquiatra para que los mediquen. Uno de esos problemas es la

automutilación: la compulsión de lesionarse y herirse repetidamente.

LAURA

Laura era una estudiante universitaria de veinticuatro años muy

entregada a su carrera profesional. Estudiaba en una universidad de alto

nivel y además trabajaba a tiempo parcial en una empresa relacionada con

sus estudios. El trabajo en sí también le exigía mucho, y las dos

actividades juntas le generaban mucho estrés. Otro motivo de

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tensión era que para la carrera que eligió y para la vida social a la que

aspiraba necesitaba tener buena presencia. La razón por la que pidió

ayuda fue por sus dificultades en esa cuestión.

Primera sesión

El terapeuta empezó con la misma pregunta de siempre.

TERAPEUTA: ¿Cuál es el problema? ¿Cuál es la preocupación que la

trajo aqui?

LAURA: En los últimos años he tenido un problema de piel

muy serio. Como mucha gente, tengo un acné residual de la

adolescencia. No es que sea grave, pero es que tengo la cos-

tumbre compulsiva de rascarme la piel, de toquetearla y herirla, y

cuando empieza a cicatrizar, me arranco las costras. Estoy

siempre con costras e infecciones de tanto tocarlas y mani-

pularlas. A veces me entretengo tanto y me cuesta tanto con-

centrarme que me paso horas, como cuando estoy en el baño, me

toqueteo la piel y me la dejo fatal. En ocasiones me sangra y se

me híncha la cara, y mi dermatólogo me riñe y me dice que no lo

haga, pero es que no puedo evitarlo.

TERAPEUTA: Dice, lo siento pero necesito concretar, que se pasa

horas. ¿Son realmente horas o sólo unos minutos de vez en cuando?

LAURA: A veces son literalmente horas. No más de dos. Y a

veces lo hago con interrupciones. Por ejemplo, me siento a leer

unos cinco minutos...

TERAPEUTA: ¿En casa? ¿No en el trabajo?

LAURA: En casa. Es que me da un poco de vergüenza social

hacerlo delante de la gente. Pero cuando estoy en casa y tengo

que estudiar y ando con mucho trabajo, no puedo pensar en nada

salvo en ir corriendo al baño cada dos por tres para comprobar si

me ha salido un grano y para ver cómo es. ¿Está más rojo y más

hinchado que antes? Y entonces, cuando por

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fin paro de tocarme, lo tengo tan rojo e hinchado que no puedo

salir de casa con ese aspecto. Entonces me pongo hidro- cortisona

y todo tipo de lociones antiinflamatorias.

TERAPEUTA: ¿Lo sabe su dermatólogo?

LAURA: ¡No, no! Ni siquiera le he dicho que lo hago. Le digo

que se me ha pasado, pero por supuesto, cuando me ve la piel, se

nota que me la he toqueteado, así que siempre tengo hielo en el

congelador y me pongo cortisona. Va por fases. Hay épocas en

que no lo hago tanto, pero de pronto empiezo otra vez y acabo

peor que nunca. Por desgracia, me lastimo mucho la piel e incluso

aunque lo haga un solo día, se me infecta hasta tal punto que

después tarda semanas en curarse. Entonces tengo que andar todo

ese tiempo con la cara desfigurada. Está afectando mucho mi vida

social, mi capacidad de estudio y la atención que dedico a la

universidad y a salir con los amigos. Este problema me tiene muy

preocupada.

TERAPEUTA: ¿Qué le ocurre justo antes de toquetearse la cara?

LAURA: No sé. La última vez que me pasó, no recuerdo

exactamente en qué pensaba. Me acuerdo de que estaba de buen

humor y me preparaba para irme a la cama. Iba a lavarme la cara y

todo eso. Cuando me miré en el espejo del baño, pensé: «ah,

tengo cara de cansada y la piel seca porque me pongo una loción,

una especie de gel, que hace que a veces parezca que se me pela

la piel. Y empecé a quitarme la piel muerta que de todos modos se

me estaba pelando y entonces pensé que parecía que también me

habían salido granos en la barbilla; algo así, y al final acabé con

un ataque de preocupación por mi aspecto.

TERAPEUTA: ¿ASÍ que no fue al baño a toquetearse la cara, lo que,

según entendido, suele hacer?

LAURA: SÍ, a veces lo hago.

TERAPEUTA: ¿Puede darme un ejemplo de cuando va al baño

con la intención de toquetearse la cara?

LAURA: Parece ocurrir cuando estoy haciendo cualquier

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cosa y, por ejemplo, de pronto apoyo la cara en mis manos y

siento una especie de bulto o mancha y me obsesiono con querer

ver cómo es, qué tamaño tiene, y me preocupo porque está allí. Y

es que tengo la piel muy sensible. Siempre siento como una

especie de hormigueo o que me salen sarpullidos.

TERAPEUTA: Se ha convertido en una experta.

LAURA: ASÍ que cuando me ocurre eso, ya no puedo seguir con lo que

hacía, ya sea leer o lo que sea. Da igual dónde esté, aunque esté en la

biblioteca o un sitio así, tengo que ir corriendo al lavabo. Pero como en el

de la biblioteca la iluminación es muy mala, allí no me toqueteo porque no

veo nada.

TERAPEUTA: Dice que hay épocas en que se toquetea menos.

¿Y eso a qué se debe?

LAURA: Supongo que es cuando estoy muy ocupada. Voy de

clase en clase, al trabajo, hago los deberes, voy a la biblioteca, al

grupo de estudios, y estoy tan ocupada que no pienso en mí

misma. Y a veces cuando las cosas me van muy mal o estoy muy

estresada, ando preocupada por cualquier otro problema y ni me

acuerdo. Pero en cuanto puedo darme un respiro o tengo tiempo

libre, es como si no hiciera otra cosa.

TERAPEUTA: ¿Por qué cogió el teléfono y nos llamó ahora en

lugar de hacerlo hace una semana o un mes?

Siempre solemos preguntar a los pacientes «¿Por qué ahora?» después

de que nos hubieran explicado su queja por varias razones. Primero,

queremos saber si el paciente acude a nosotros para que lo ayudemos -si

es un paciente voluntario o el que presenta la queja, o si no ha venido en

busca de ayuda sino coaccionado o a instancias de otra persona y, por lo

tanto, es un paciente involuntario.

Con la pregunta «¿Por qué ahora?» se puede conseguir información

en la fase inicial de la terapia. Si la paciente responde explicando cómo el

problema se ha vuelto insoportable para ella, que ha llegado a afectar su

vida de una manera cuantitativamente dolorosa, da a entender que ha

venido por su propia voluntad. Sin embargo, si

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responde que alguien la ha instado a pedir ayuda en ese momento,

significa que no es voluntaria. A esta respuesta solemos contestar con la

pregunta: «Si esa persona no le hubiese sugerido (instado, exigido) que

viniera, ¿estaría aquí, al menos ahora?». Si dice que no, confirma que ha

venido bajo coacción.

En ese caso, es poco probable que procedamos diciendo: «Muy bien,

sigamos con la terapia», porque eso sería hacer caso omiso de la postura

del paciente: «No estoy aquí para hacer una terapia». Laura habría podido

decir, por ejemplo: «Bueno, el problema no me ha molestado tanto, pero

mi dermatólogo me ha dicho que no seguiría atendiéndome si no pedía

ayuda. Éso fue la semana pasada, así que al día siguiente llamé aquí.»

Sin embargo, Laura respondió de la siguiente manera:

LAURA: Hace alrededor de un año estaba tan mal que tenía

problemas incluso para ir a trabajar porque siempre tenía la piel

hinchada, roja y llena de manchas. Por las mañanas tardaba horas

en arreglarme para salir. Tenía que ponerme hielo para rebajar la

hinchazón. Parecía que había sufrido un accidente o que alguien

me había pegado porque estaba toda llena de magulladuras.

Estaba muy mal y la gente no paraba de preguntarme: «¿Qué te ha

pasado?» y yo estaba muy acomplejada, tanto que no quería salir

ni que me vieran.

Así que llegué al punto en que sentí que mi vida se venía

abajo, y no quería perder mi trabajo, pero ni siquiera podía

concentrarme en él por culpa de mi piel. Así que decidí buscar

ayuda, y me enviaron a una agencia cerca de mi casa. Uno de los

problemas que tenía para hacerme una terapia es que mi economía

es muy limitada. He tenido muchos problemas económicos que se

han agravado desde que volví a la universidad. Pero como los

honorarios que tenía que pagar eran muy reducidos, por fin pude

hacerme una terapia. Mi terapeuta hizo todo lo que pudo para

ayudarme a resolver el problema, pero tendía a creer que era

sintomático de otros problemas, así que intentó tratarlos. Hemos

hablado de unas

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cuantas cosas, y creo que me ha ayudado a enfrentarme mejor a

una serie de problemas, como cuestiones relacionadas con mi

familia, pero el hecho es que he seguido con esta conducta,

aunque no tanto como antes; en cualquier caso, nos habíamos

fijado un plazo de un año y esta semana terminamos, así que

como no hemos resuelto el problema, me sugirió que hiciera otra

terapia.

TERAPEUTA: Permítame que cambie de tema y le pregunte otra

cosa. Usted hace un tiempo que tiene este problema y supongo

que habrá hecho cosas para no rascarse. Para ganar tiempo, me

gustaría saber qué ha intentado hacer para resolver el problema

que no ha funcionado o que no ha funcionado lo suficiente,

porque de lo contrario no estaría aquí.

LAURA: He intentado hacer otras cosas, como salir a pasear, salir de

casa o llamar a gente por teléfono para distraerme. Pero no funcionó; a

veces, en medio de una llamada de larga distancia, era capaz de dejar a la

persona esperando mientras me iba al baño a toquetearme y luego volvía.

TERAPEUTA: ¿Qué les decía?

LAURA: «Espera un momento, que el gato quiere entrar», y

entonces dejaba el teléfono. No me puedo creer que hiciera algo

así. ¡En medio de una conferencia! También tapé todos los

espejos de mi casa con periódicos para no mirarme. Intenté llevar

siempre guantes, incluso en casa, pero eso tampoco funcionó. No

puedo estar siempre con guantes porque no puedo pasar las

páginas de los libros y cosas así. Intenté ver la televisión o

escuchar música y tampoco funcionó.

TERAPEUTA: De modo que parece que las distracciones no funcionan.

LAURA: Exacto. Lo que sí me va bien es el ejercicio físico,

sobre todo porque me hace sentir mejor; pero esto lo hago por la

noche, en general antes de irme a dormir, y en mi barrio es

peligroso pasear sola por la noche. Así que no he podido explorar

esa opción en serio.

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La terapeuta le preguntó a Laura qué había hecho para resolver el

problema; es decir, cuál era su solución intentada. Laura mencionó una

serie de cosas que la mayoría de la gente habría considerado lógicas y

apropiadas, sobre todo para evitar toquetearse la cara, pero no le sirvieron

de nada. Y aunque el ejercicio la ayudaba, tenía pocas posibilidades de

practicarlo y, lo que era más importante, su beneficio sólo era temporal.

Bajo esas circunstancias, los pacientes tienden a sentirse impotentes

ante lo que consideran una fuerza inconquistable e irresistible. Sin

embargo, el comentario de la terapeuta: «Parece que la distracción no

funciona», sugirió que Laura había dependido de una sola vía para

solucionar el problema y le dio a entender que a lo mejor había otra que sí

podría funcionar. Esto es un ejemplo de una intervención con la que se

sugiere que hay opciones no exploradas, opciones que contienen la

promesa de un cambio.

TERAPEUTA: ¿Algo más?

LAURA: La medicación. Mi terapeuta es asistenta social, así

que me derivó a un médico que me recetó Valium, y no tuvo

absolutamente ningún efecto. Creo que no hice nada más.

TERAPEUTA: Permítame que vuelva a algo que no sé si entendí

bien. Según lo que dice parece que se toquetea en diversos

grados.

LAURA: Sí, a veces me saco sangre y otras sólo me toqueteo.

(Laura hace un gesto de rascarse ligeramente la cara.) A veces

tengo una cita al cabo de un par de días y me digo a mí misma

«de verdad que no puedes hacer esto».

TERAPEUTA: ¿Y eso qué tal funciona?

LAURA: A veces va bien porque me siento tan mal cuando sé que voy

a ver a gente un día y a una hora concreta. La gente me pregunta qué me

ha pasado.

TERAPEUTA: ¿Y usted qué dice?

LAURA: Bueno, tengo preparadas varias respuestas. A veces

digo que fue un accidente. O que es una alergia o un eccema. No

parece acné normal, así que la gente no se que

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da convencida si le digo que es eso. Se quedan mirándome a

pesar de que ésa es la raíz del problema.

TERAPEUTA: Supongo que hay otras personas que conocen el

problema. ¿Qué le han aconsejado?

LAURA: Siempre me dicen que deje de hacerlo. Creen que es

voluntario. Bueno, supongo que sí lo es.

TERAPEUTA: Y la terapeuta con la que ha trabajado, ¿qué le ha

dicho?

LAURA: NO hemos hablado mucho del tema porque, como dije,

ella cree que tiene que ver con otros problemas más profundos.

Así que dice que tendría que hacer cambios en mi esti lo de vida.

No se ha centrado en el momento concreto, en cuando me entran

las ganas de hacerlo. Dice que necesito salir más, tener más vida

social, no aislarme. Cree que tiene mucho que ver con el

aburrimiento.

TERAPEUTA: ¿Y sólo se toquetea la cara?

LAURA: Sí, las erupciones sólo me salen allí.

TERAPEUTA: (Un colega de la sala de observación llama al

terapeuta.) Mis colegas dicen que tienen la impresión de que

estar así, con la cara sangrando, debe de ser terrible. Quieren

saber qué sería peor, ¿qué podría hacerse a sí misma que sería

peor que eso?

LAURA: NO lo sé, supongo que otra cosa que me preocupa es mi peso,

engordar mucho... Me daría mucha vergüenza.

TERAPEUTA: Bueno, vamos a tener que acabar la sesión, así

que me gustaría pedirle que piense en una cosa hasta la próxima

vez que nos veamos. ¿Cómo sería un cambio pequeño pero

significativo que le indicaría que, aunque no haya salido del

bache, empieza a moverse en la dirección adecuada? Un cambio

pequeño pero significativo que le demuestre que ha mejorado. No

tiene por qué estar relacionado con su cara.

El hecho de pedirle a la gente que sólo piense en las señales de un

cambio, incluso de un cambio pequeño, puede ser una interven

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ción útil. Porque si la paciente piensa en una mejoría, significa que ha

aceptado la premisa de que las cosas pueden cambiar o de que cambiarán;

eso a su vez le permite tener una visión más optimista sobre el resultado

de la terapia. Cuando la gente está más esperanzada u optimista, a veces

reduce los esfuerzos desesperados que hacían para luchar contra el

problema y eso puede provocar un cambio en el problema.

Segunda sesión

Como en casi todas las sesiones en que se hicieron sugerencias y se

asignó una tarea en la sesión anterior, iniciamos ésta preguntando a la

paciente qué había hecho. En este caso, nos interesaba saber cómo

respondía Laura a la insinuación de que su problema tenía solución.

TERAPEUTA: Le hemos pedido que pensara en algo. ¿Ha podido

hacerlo?

LAURA: Sí, aunque me costó mucho pensar en términos de

algo pequeño. Para mí es un problema ser puntual porque tardo

tanto en disimular las manchas y hacer todo lo que tengo que

hacer antes de salir. Así que ojalá pudiera seguir toda la rutina de

las mañanas y levantarme y ser puntual, aunque tenga granos, me

gustaría salir de casa a tiempo sin volver mil veces al lavabo para

ponerme más potingues en la cara. Creo que entonces sentiría que

quiero salir en lugar de intentar hacer ver que no tengo nada.

Ahora no puedo salir de casa. Me siento paralizada por el

problema de la piel.

Creo que no funciono igual de bien cuando me siento menos

presionada. Soy más eficaz, más rápida, cuando estoy sometida a

mucha presión. Es muy extraño, y no quiero vivir estre- sada.

Después de toquetearme la cara, me siento tan mal y avergonzada,

que no quiero salir, y creo que tengo una razón para no querer ver

a la gente. Si tengo granos y la cara hinchada,

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puedo decirme a mí misma que ese día no veré a nadie porque

tengo tan mal aspecto. Si, por otro lado, decido que no veré a

nadie, entonces pienso que soy antisocial y me siento fatal.

TERAPEUTA: (Atiende otra llamada de los colegas en la sala de

observación) Es lógico que le preocupe toquetearse la cara y, por

supuesto, su aspecto. Es una preocupación muy realista, sobre

todo en la profesión que eligió y porque estará muy expuesta a la

mirada del público. Lo que quieren mis colegas es que, antes de

nuestro próximo encuentro, piense mucho en esta preocupación.

Al pensarlo, puede elegir un día para pensar en ello más que el

resto del tiempo, para preocuparse por su aspecto y decidir

libremente que ese día se toqueteará la cara. Podrá pensar en esta

preocupación realista que tiene. ¿De acuerdo?

LAURA: ¿Y qué pasa con los demás días?

TERAPEUTA: Bueno, pensará en ello en general y elegirá

libremente un día en el que lo hará más a fondo.

LAURA: Pero no estoy obligada a toquetearme la cara.

TERAPEUTA: Queremos que piense en esta preocupación tan

realista que tiene, y es posible que un día quiera toquetearse la

cara. Sus amigos le dicen y usted a veces también se dice a sí

misma que no es tan grave, y nosotros no estamos de acuerdo. Es

una preocupación muy válida.

Aunque las instrucciones a Laura pueden parecen extrañas, encajaban

perfectamente con nuestro modelo. Como creemos que la solución

intentada del paciente es el principal factor que mantiene el problema que

intenta resolver, la solución requiere una desviación de ese esfuerzo. Así,

Laura describió sus esfuerzos con toda claridad, y estos, a pesar de que los

ejecutó de diferentes maneras (riñéndose, intentando distraerse del

impulso de toquetearse, diciéndose «¡Basta ya!»), eran todas variaciones

del tema: «¡Debes parar de toquetearte la cara!». Por lo tanto, una

desviación clara de la «solución» sería: «\Debes toquetearte la cara!». La

manera concreta de llevar a cabo esta orden era pidiéndole que eligiera un

día para toquetearse la cara adrede.

Page 168: Cambiando lo incambiable.docx

Tercera sesión

La sugerencia que se le hizo a Laura al concluir la sesión anterior -que

eligiera un día para toquetearse la cara— era fundamental, dado que se

basaba directamente en su solución intentada para evitar esa conducta. Nos

interesaba mucho saber cómo respondió a esa propuesta.

TERAPEUTA: La última sesión le pedimos que hiciera algo. ¿Ha

tenido ocasión de hacerlo?

LAURA: SÍ.

TERAPEUTA: ¿Y cómo fue?

LAURA: Creo que me ayudó mucho. Me dijo que eligiera un

día en que pudiera preocuparme y toquetearme la cara, así que

elegí el lunes porque de todos modos es un día que odio, (Ríe) y

me fue muy bien para no toquetearme todo el fin de semana,

porque me dije que ése no era mi día para preocuparme así que no

debía ni pensar en ello, y me ayudó a controlar el impulso, la

intensa necesidad de toquetearme. El lunes ni siquiera me

apetecía, y lo hice un poco por la noche. Por desgracia, seguí un

poco el martes, pero realmente sentí que había un límite. Me fue

bien.

TERAPEUTA: ¿Y qué pasó los dos días antes del fin de semana,

después de la sesión?

LAURA: No me toqué. Enseguida elegí el lunes, así que no me

toqué. Lo hice un poco, pero no tanto como antes. Me dije a mí

misma que el lunes era el día para preocuparme y que no debía

hacerlo entonces. Así que no lo pensé, y no fue perfecto pero

hubo una clara mejoría. En general suele cos- tarme más no

toquetearme los fines de semana, porque estoy mucho más

pendiente de mí misma y veo a la gente cuando quiero y no estoy

obligada a ver a nadie. Puedo quedarme en casa cuarenta y ocho

horas y toquetearme cuando quiera, y este fin de semana apenas lo

hice.

Page 169: Cambiando lo incambiable.docx

TERAPEUTA: De hecho, me alegro de que el martes haya

podido toquetearse y de que no haya dejado de hacerlo por

completo, salvo el lunes.

Un terapeuta convencional siente la tentación de felicitar a la paciente

cuando ésta le cuenta que ha mejorado. Sin embargo, este terapeuta

resistió esa tentación, porque al alabar a la paciente por no toquetearse se

habría puesto el énfasis del tratamiento en «No debes toquetearte». En

cambio, el comentario del terapeuta es consecuente con la dirección que

dio resultados; es decir, se aplicó la estrategia de «No abandonar nunca

una partida ganadora». También de un modo consecuente con la

intervención, el terapeuta pasó a hablar de la importancia de mejorar poco

a poco, explicando que es más probable que el cambio dure si se produce

lentamente.

Laura también dijo que sintió que ese fin de semana fue menos

estresante de lo habitual y que supuso que eso podía explicar que se

toqueteara menos. Recordarán que esta explicación contradice lo que

había dicho antes, que cuando estaba estresada se toqueteaba menos y que

los fines de semana eran peores por la ausencia de exigencias. Es posible

que ella no hubiera previsto un cambio tan rápido en su problema y que no

lo relacionara con una tarea aparentemente tan inocua, por lo que atribuyó

el cambio a la idea lógica de que estaba menos estresada.

Uno de los observadores, John Weakland (J.W.) entró en la sala para

comentar su explicación.

J.W.: Me alegro; de hecho todos los de la sala de observación

nos alegramos porque ha mitigado el cambio drástico producido

en la intensidad con que se toquetea la cara al decir que se han

dado circunstancias poco habituales y ha tenido altibajos, así que

puede que la mejoría no haya sido tan grande como parece, puede

que sea algo temporal. Eso está bien. Aunque al mismo tiempo,

no me cansaré de insistir en que corre el peligro de ir demasiado

rápido, y es importante que lo tenga en cuenta para no dejarse

llevar por las prisas. Así

Page 170: Cambiando lo incambiable.docx

que creo que nunca está de más insistir en ello pues es algo que la

gente tiende a pasar por alto por su esperanza de progresar. En

cambio, si usted quiere algo lo suficientemente sólido y no sólo

una fachada para después sufrir una decepción, tiene que

controlarse y proceder despacio.

LAURA: De acuerdo.

La explicación de Weakland a Laura sobre la necesidad de mejorar

poco a poco era una reiteración del comentario de la terapeuta, una

continuación de la estrategia de «Debes toquetearte la cara». Ese tipo de

intervención también dio a entender a la paciente que lo que había hecho

era poner en marcha una «curación» que proseguiría sola y que iba a

requerir su atención constante para contenerla. Era una inversión de la

orden habitual de que el paciente debe luchar continuamente para superar

el problema, lo que es una idea más pesimista.

LAURA: Creo que es lógico ir poco a poco porque he tenido

este problema desde hace años. Es posible que me haya protegido

de otras cosas, pero ha llegado el momento de dejar lo. Uno de los

problemas que voy a tener que resolver es el de mi inseguridad,

que es algo que, en mi trabajo, tendré que dominar, Es

importante, sobre todo para una mujer.

TERAPEUTA: Después de todo lo dicho, no queremos asignarle

otra tarea. Ni siquiera queremos que repita la última.

LAURA: (,Sorprendida) ¡Ah! Bueno.

TERAPEUTA: Sin embargo, si cree que sería útil y no excesivo, podría

repetirlo sólo una vez.

LAURA: De todos modos, sólo puedo hacerlo una vez a la semana,

¿no?

TERAPEUTA: Usted misma tendrá que decidir si no será ir

demasiado deprisa y si le será útil. También queremos que

observe de qué manera, concreta, le cuesta adoptar una actitud

enérgica. Una vez más, es usted la que tiene que decidir en qué

contexto quiere realizar la observación, si en el traba

Page 171: Cambiando lo incambiable.docx

jo o en su propia vida. Esto no tiene nada que ver con lo de

toquetearse la cara.

LAURA: De acuerdo.

Cuarta sesión

TERAPEUTA: Le habíamos dejado que decidiera por su cuenta

si quería mejorar un poco más o quedarse así. ¿Cómo le fue en

estas dos semanas?

LAURA: Bueno, estaba un poco preocupada porque tenía dos

semanas. La última vez que lo vi, tenía la piel bastante bien, pero

me daba miedo rascarla y volver a estropeármela. Y después, me

pasé diez días casi sin tocarla, aunque me preocupaba por ella.

Tenía miedo de que me salieran granos, así que estaba muy

angustiada, pero estuve varios días con muy buen aspecto y no

me toqué. Al final, el sábado, me la rasqué pero al hacerlo me

sentí mucho mejor. Creo que es que estaba tan preocupada que

después de hacerlo me di cuenta de que no era tan malo como

creía. Me sentí aliviada. Y a los pocos días la piel volvió a

cicatrizar. Me la toqueteé muy poco, no me rasqué como hacía

antes, y ahora ya casi no se nota. De modo que en estas dos

semanas sólo tuve algún que otro episodio. Sí que me sentí muy

angustiada pero no respondí a muchos de mis impulsos.

TERAPEUTA: ¿ESO es diferente de lo que habría hecho antes?

LAURA: SÍ.

TERAPEUTA: ¿Sabe cómo consiguió hacerlo?

Nótese que el terapeuta no preguntó: «¿Cómo consiguió hacerlo?». Si

planteara la pregunta de esa manera correría el riesgo de que el paciente

respondiese negando que hubiera hecho algo de un modo activo y

diciendo quizá que había sido el receptor pasivo de una influencia

externa: «Ah, si no hice nada. Ocurrió solo.»

Page 172: Cambiando lo incambiable.docx

Sin embargo, decir «¿Sabe cómo...?» convierte una respuesta negativa

en positiva, en el sentido de que «Sí que hice algo pero no sé cómo»

(queremos agradecer a Milton Erickson por esta forma tan útil de emplear

el lenguaje influenciable).

LAURA: Me esforcé mucho por seguir un horario y tener que

ver gente, y eso me ayudó a no rascarme la cara. Pensaba: «Ya

sabes que mañana tienes que ver a Judith», o tenía una reunión de

trabajo y tenía que hacer una presentación delante del presidente

y pensaba que no quería estar en esa sala con toda la cara llena de

manchas. ¡Pero me angustiaba tanto que casi me sentía tan mal

como si lo hubiera hecho!

TERAPEUTA: Esto le parecerá extraño, pero me alegro de que

todavía se angustie por rascarse la cara. Al menos no va tan

rápido tanto en lo que se refiere a su conducta como a la ansiedad.

LAURA: ¡Ah! Claro.

TERAPEUTA: ES una manera de poder controlar la velocidad a la

que resuelve el problema. Hay que ir poco a poco. Usted ha

decidido empezar por la conducta, dejar de hacerlo, y después ya

pasará a resolver la angustia.

LAURA: Comprendo. En lugar de pretender controlar si me

rasco se trataría más bien de controlarlo más o menos; no es una

cuestión de controlarlo todo o no controlar nada. Eso estaría bien.

Porque me he fijado en que tengo el problema de que si sólo

tengo un grano y me lo rasco, me siento muy mal, como si

hubiera hecho algo horrible; para mí todo es blanco o negro, y eso

afecta mi estado de ánimo y cómo lo veo todo. ¡Basta con una

tontería y ya se me ha estropeado el día!

De hecho, muchos días me levanto y me siento muy aliviada,

veo que tengo un aspecto normal y que todo va bien. No tengo la

cara mal ni necesito hacer cosas extrañas por la mañana para

rebajar la hinchazón. Es una vida muy distinta, casi. Es muy

reconfortante. Es agradable poder salir a correr

Page 173: Cambiando lo incambiable.docx

y encontrarme con gente conocida y no tener miedo ni tener que

taparme la cara.

Avanzada la sesión, Laura habló del problema de su inseguridad.

Contó que, sin venir a cuento, llamó a su madre, que había amenazado con

ir a verla en un futuro próximo sin previo aviso o avisando con muy poco

tiempo de antelación. Laura explicó que en otras ocasiones escuchaba

pasivamente y no decía que quería que su madre la avisara cuando iba a

verla. Esta vez, se sorprendió a sí misma diciendo que no quería que

llegara de improviso y que necesitaba que la avisara con al menos dos

semanas de antelación en lugar de recibir una llamada inesperada desde el

aeropuerto anunciando su llegada.

Una vez más, cuando la paciente informó de que había mejorado, el

terapeuta reaccionó mostrándose preocupado de que mejorara demasiado

rápido. Laura contestó diciendo: «Bueno, esto va a requerir cierta práctica,

¡y más vale que empiece pronto!».

El resto de la sesión la dedicaron a analizar dónde radicaba el pro -

blema en ese momento; este tipo de discusión tiene lugar cuando un

paciente manifiesta un cambio definitivo y notable. En muchos casos, el

paciente da a conocer el cambio a pesar de que el problema, desde un

punto de vista objetivo, no ha desaparecido por completo. Lo que nos

interesa es que el grado de mejoría satisfaga al paciente, no a nosotros; en

otras palabras, ¿considera el paciente que lo que queda de su trastorno es

un problema o no? Si es así, proseguirá con la terapia; si no es así, nos

planteamos si el paciente está en condiciones de concluir la terapia. Si el

paciente desea concluirla, lo aceptamos sin problemas, aunque, siempre

que sea posible, le dejamos la puerta abierta para que pueda volver.

Laura estaba encantada de poder salir de su casa por la mañana sin

tener que realizar los molestos y largos rituales relacionados con su

aspecto. Para ella, ése era el criterio que definía el éxito y, por lo tanto, el

terapeuta y ella acordaron concluir la terapia. Como sólo había hecho

cuatro sesiones, se le comunicó que le quedaban seis sesiones pendientes

y que podía hacer las que quisiera si lo veía necesario.

Page 174: Cambiando lo incambiable.docx

Seguimiento

Como siempre, hicimos un seguimiento tres meses después de la

última sesión de Laura. En esa ocasión dijo que no se toqueteaba tanto la

cara, como mucho una o dos veces al mes y a veces incluso menos. Añadió

que había adelgazado y, en general, sentía que había mejorado mucho. Se

había mostrado más firme con su familia, imponiendo reglas a su madre

que la hacían sentirse más cómoda.

En un seguimiento realizado un año después de la última cita, Laura

contó que todavía se toqueteaba un poco la cara pero no hasta el punto de

que tuviera problemas para salir de casa. Se pasaba varías semanas

seguidas sin tocarse en absoluto. Se sentía más segura de sí misma y, como

prueba de ello, ya no evitaba a sus amistades. Creía que su relación con su

madre había mejorado bastante. Por último, 110 había sentido la necesidad

de hacer otra terapia.

* * *

Con Laura y muchos pacientes, no ha sido muy difícil motivar los a

cambiar. En general nos esforzamos mucho para ver el marco de referencia

del paciente e incorporar esa perspectiva en el marco que presentamos para

explicar por qué un alejamiento de lo que han estado haciendo es una

necesidad lógica y, por lo tanto, requiere abordar sus problemas de un

modo que, aunque no sea ortodoxo, tiene sentido.

Sin embargo, hay una serie de pacientes que han supuesto un reto

importante a este aspecto de nuestra terapia, el de conseguir que hagan

algo diferente de lo que han hccho para resolver el problema. Un por-

centaje importante de fracasos se debe a nuestra incapacidad de convencer

al paciente de realizar dicho cambio.

El siguiente capítulo trata de nuestra incapacidad de convencer a

algunos pacientes de seguir un camino distinto del que habían seguido en

sus esfuerzos inútiles para resolver su problema.

Page 175: Cambiando lo incambiable.docx
Page 176: Cambiando lo incambiable.docx

¿ADONDE VAMOS A PARTIR DE AQUÍ?

Tenemos por costumbre revisar los casos que no se resolvieron para,

en caso de que hubiera que repetirlos, ver qué otra cosa habríamos podido

hacer. Tras realizar una evaluación de los fracasos, hemos visto

determinados elementos que parecen destacar por encima de los demás.

¿CUÁL ES EL PROBLEMA?

Al principio, cuando empezamos a trabajar, nos costaba conseguir que

el paciente explicara con claridad su problema. Se dieron casos en el

Centro de Terapia Breve en que, por el diseño de la investigación,

llegamos al final de las diez sesiones sin tener una idea clara de cuál era el

problema del paciente... Por lo tanto, no conseguíamos que el paciente

explicara cómo se enfrentaba a su problema ni intervenir en él.

Con el tiempo, aprendimos a sonsacar información precisa, y ese

factor se ha reducido de un modo considerable como razón del fracaso. La

mayoría de las veces averiguamos el motivo de la queja en la primera

sesión.

Page 177: Cambiando lo incambiable.docx

¡ESCUCHA!

Había y sigue habiendo otras razones por las que determinados casos

no se resuelven: a veces nos hemos precipitado y sugerido una acción a

los pacientes antes de enteramos bien de lo que ya habían hecho; también

no hemos reconocido o averiguado cuál era la postura del paciente o su

marco de referencia en relación con el problema. Estos factores se han

vuelto menos problemáticos con el tiempo, sobre todo porque nos

recordamos continuamente que hay que escuchar al paciente.

CONSEGUIR LA CONFORMIDAD

Por último, se dieron casos en que fracasamos no por los factores

antes mencionados, sino porque no conseguimos que el paciente aceptara

cambiar la manera en que había abordado el problema para intentar

resolverlo.

En términos vulgares, no conseguimos «vendemos» al paciente. En

los casos graves en que la terapia no funcionó, ése fue el tipo de fracaso

más frecuente; también es la experiencia más frustrante para nosotros.

Con la mayoría de los demás tipos de casos, hemos obtenido una

información clara sobre el problema y la solución intentada del paciente;

hemos podido formular una sugerencia y después encontrar una

explicación creíble para conseguir que el paciente se desviara de sus

intentos habituales y que emprendiera una acción alternativa adecuada.

Sin embargo, en lo que hemos llamado problemas graves o intimidatorios,

este último paso es más problemático. Nuestra frustración se debe a que

tenemos toda la información que creemos necesitar para hacer una

intervención eficaz. Sabemos, de un modo bastante exacto, que si

consiguiéramos que los pacientes realizaran el cambio, cuál sería el

resultado de la mejoría de sus problemas; sin embargo, por desgracia,

vemos que somos incapaces de conseguir que lo hagan.

Page 178: Cambiando lo incambiable.docx

Nuestra frustración se hace todavía más grande cuando, después de

haber enmarcado con cuidado las razones para modificar sus esfuerzos, los

pacientes aceptan muy bien ese marco y, además, acceden a seguir

determinada sugerencia, pero en la siguiente sesión dicen que no lo han

hecho.

A menudo las razones que dan para no hacer lo que se les sugiere son

vagas, o bien no dan ningún tipo de explicación. Sin embargo, en unos

cuantos casos, los pacientes han sido explícitos y sus explicaciones suelen

coincidir. Todos creyeron que si daban un paso distinto, se arriesgaban

demasiado a agravar el problema y a provocar una catástrofe.

Por ejemplo, los padres de un joven diagnosticado de esquizofrénico

lo trataban como si fuera un niño. No pretendían hacerlo, pero creían que

el muchacho necesitaba sentirse querido, que «formaba parte de la

familia». Intentaban demostrarle su amor retrasando la cena hasta que él

se dignara a ir al comedor y a sentarse a la mesa con ellos. A veces podía

tardar media hora o más, y en ese tiempo su madre iba varias veces a su

habitación para recordarle cordialmente que la cena estaba lista.

Les explicamos que, por muy considerada que fuera su actitud,

corrían el riesgo de cargarle con una responsabilidad y también de generar

sentimientos de culpa por retrasar la cena. Ellos se mostraron totalmente

de acuerdo y lo entendieron. El terapeuta entonces les indicó que le

recordaran que la cena estaba lista sólo una vez, que esperaran cinco

minutos y, si para entonces no había ido al comedor, que empezaran a

comer. Les preguntamos si tendrían algún problema en intentarlo y

enseguida contestaron que no. Sin embargo, en la siguiente sesión,

confesaron tímidamente que no lo habían hecho. Explicaron que si comían

sin él, temían que el chico lo interpretara como una señal de rechazo y que

eso le provocara un brote psicòtico. Añadieron que ya había tenido un

brote un año antes y tuvieron que internarlo durante un largo periodo; en

esa ocasión creyeron que fue porque él había sentido que ellos lo

rechazaban.

Sabemos que en los casos intimidatorios hay una preocupación

realista de que se produzca algún tipo de catástrofe. Cuando se trata

Page 179: Cambiando lo incambiable.docx

Cambiando lo incambiable

de una depresión profunda, esa preocupación se traduce en el temor al

suicidio o a la ruina económica; en la anorexia, en el temor a la muerte

por inanición o algún otro tipo de problema de salud grave; en la paranoia

puede ser el miedo a una acción impredecible o escandalosa. Como

mínimo, cuando un adolescente o joven adulto tiene un problema grave,

los padres temen que su hijo se margine y fracase en la vida. Para los

padres es una tragedia ver sufrir a su hijo, ver cómo se aparta de sus

padres y cómo amenaza con ser un lastre el resto de sus vidas. Para ellos,

es una catástrofe.

Los pacientes a veces pueden expresar emociones intensas: hablan

rápido, lloran, se retuercen las manos, miran al terapeuta con ojos

suplicantes; en esos momentos a veces es difícil recordar que su sufri-

miento procede del problema no resuelto y que nuestro trabajo consiste en

ayudarlo a resolverlo. En cambio, puede ser fácil dejarse atrapar por sus

emociones y centrarse en ellas. Eso no significa que haya que proceder

con brusquedad, haciendo caso omiso de la angustia del paciente. Se

pueden reconocer sus sentimientos al tiempo que se le recuerda el

principal objetivo del encuentro: «Está comprensiblemente alterado. ¿Está

demasiado alterado para seguir donde lo dejamos? Podemos volver a ello

la próxima vez.»

EL PACIENTE INTIMIDADO

Al menos de momento, hemos decidido que un factor estratégico para

motivar a las personas que se enfrentan a problemas graves es que les

intimida la supuesta fragilidad del miembro de su familia (en general un

hijo o un cónyuge). Para ellos, adherirse a sus intentos de solucionar el

problema es más que «lo único razonable»; es el tenue hilo que previene

las catástrofes. Aunque hemos logrado desviar a muchas personas, todavía

tenemos que encontrar una manera más sistemática y segura de conseguir

ese cambio en todos los casos graves.

* * *

Page 180: Cambiando lo incambiable.docx

Para nosotros, el reto consiste en lo siguiente: ayudar a los pacien tes a

superar o a manejar lo que los intimida para poder desviar sus esfuerzos

habituales. Hay varios otros contextos en que los agentes del cambio

realizan ese desvío; esas personas también necesitan que alguien se desvíe

de lo más lógico e intuitivo en situaciones en que hay razones para temer

un resultado catastrófico. Por ejemplo, en la instrucción de vuelo, el

«instinto» te dice que levantes el morro del avión para ganar o mantener la

altura, pero eso puede hacerle entrar en pérdida y provocar una caída

repentina y terrible. Para corregir la pérdida, lo que hay que hacer es bajar

el morro. (En algunos tipos de aviones, basta con soltar la palanca para

corregir la pérdida, porque al tirar de ella, el estudiante la mantiene y, por

lo tanto, provoca la caída.) El estudiante se enfrenta a lo que parece una

muerte inminente pero tiene que aprender a prescindir del instinto y hacer

lo que parece ilógico.

Otros ejemplos de actividades que conllevan un gran peligro son el

esquí y la equitación. El esquiador principiante, temeroso de caer de

cabeza por una pendiente empinada, tiende a inclinar el cuerpo

«instintivamente» y así se arriesga a caer. El jinete principiante, para

prevenir una caída del caballo, tenderá a inclinar su cuerpo «instin-

tivamente» hacia delante, hacia el cuello del caballo, y así, al alte rar su

centro de gravedad, se arriesga a caer. Sin embargo, en estas actividades,

los estudiantes aprenden a proceder en contra de su instinto y a confiar en

lo ilógico ante la posibilidad de una catástrofe.

Creemos que sería útil aprovechar las experiencias de estos otros

agentes de cambio, personas que se enfrentan a diario a tareas parecidas a

las nuestras. ¿Cómo consiguen que personas aterrorizadas sigan

instrucciones contrarias a la intuición? ¿Cómo hicieron para diseñar esos

métodos? ¿Adaptan sus métodos a cada estudiante individual? Como

mínimo, estas preguntas producirían un interesante intercambio de

historias.

Page 181: Cambiando lo incambiable.docx

?

Page 182: Cambiando lo incambiable.docx

REFERENCIAS Y LECTURAS RECOMENDADAS

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Hypothesis of Schizophrenia and Three Party Interaction.» En D. D. Jackson

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Doing.» En R Papp (ed.), Family Therapy: Full Length Case Studies. Nueva York,

Gardner Press, 1977.

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Nueva York, Guilford Press, 1988.

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Briefly. San Francisco, Jossey-Bass, 1982.] La táctica del cambio. Cómo abreviar la

terapia, 3a ed. Herder, Barcelona 1994 Gill, L. Stop-You ’re Driving Me Crazy! Nueva

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Schlanger, K. «Looking Back, Looking Forward: Reflections in the MRI Mirror.»

En W. Ray y S. de Shazer (eds.), Evolving Brief Therapies: Essays in Honor of

John H. Weakland. Atlanta, Geist and Russel, en prensa.

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Problem?» AFTA Newsletter, primavera 1996, pp. 10-13.

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Formación y solución de los problemas humanos, 10a ed. Herder, Barcelona

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realidad? Confusión, desinformación, comunicación, 7a ed. Herder, Barcelona

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Berger (ed.), Beyond the Double Bind: Communication and Family Systems,

Theories, and Techniques with Schizophrenics. Nueva York, Brunner/Mazel,

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Psychotherapy.» En D. M. Ross y S. A. Ross (eds.), Hyperactivity: Research,

Theory and Action. Nueva York, Wiley, 1976.

Weakland, J. H., and Fisch, R. «Brief Therapy-MRI Style.» En S. Budman, M. F.

Hoyt, y S. Friedman (eds.), The First Session in Brief Therapy. Nueva York,

Guilford Press, 1992.

Weiner-Davis, M. Divorce Busting. Nueva York, Simon & Schuster, 1992.

Wittezaele, J. J., y Garcia, T. A la Recherche deLEcole de Palo Alto. Paris, Éditions

du Seuil, 1992.

Page 184: Cambiando lo incambiable.docx

INDICE ANALÍTICO

Abstinencia: frente al uso controlado,

103-122 -programada, 103 Acciones:

alternativas para conductas adictivas,

106-109, 121

- para la bebida en exceso, 106-

109, 121

- creencia en “sentirse bien”

como

clave para, 157

- cuando hay gran peligro, 185

~ definir lo pequeño y concreto, 145-

147

- la mejoría a través de lo

pequeño

y concreto, 148-154 Actividades

fundamentales, declive de: en la

conducta obsesiva compulsiva, 131

- en la depresión grave, 37-38

Actividades peligrosas, 185

Adolescentes, problemas graves en,

184

Aislamiento social, en caso de múltiples

problemas, 136-161 Alabanzas, 148,

174-175 Alcohólico, etiqueta, 34-35, 100

Alcohólicos Anónimos, 101-102

Alcoholismo, 97, 99-123

- etiqueta de, 100

- gravedad de, 99-100

Alcoholismo, problema de, definición,

99-100 Alexander, 14 Anorexia, 67-97

- aspectos graves e

intimidantes de,

67, 96

- estudios de casos de, 67-97

- personas que presentan la

queja

en, 67, 78, 85

- preocupación por catástrofe

en,

184

- primera sesión en casos de,

68-69,

79-85, 96

- segunda sesión en casos de,

69-74

- tercera sesión en casos de,

74-75,

91-95

- cuarta y quinta sesión en

caso de,

76-78

- seguimiento de caso de, 96

Anormalidad, irrelevancia de, 127-

128, 160

Ansiedad: en estudio de un caso con

problemas múltiples, 137-141

- traducida en factores

concretos,

Page 185: Cambiando lo incambiable.docx

r

Automutilación, métodos tradicionales

para, 163

- definir un cambio pequeño

pero

significativo en, 170-172

- gravedad de, 161

- mejoría en, 171-179

- soluciones intentadas para,

168-

170

- primera sesión en caso de,

164-

171

- segunda sesión en caso de,

171-

172

- tercera sesión en caso de,

173-176 -cuarta sesión encaso de, 176-

178

- seguimiento de caso de, 179

Bateson, G., 15

Bebida en exceso, 97, 99-123

-acciones alternativas, 106-109

- caso de, 103-122

- control frente a abstinencia,

103-

122

- definir el problema de, con

pacien

te, 103-105

- elegir cuándo beber, 103-107

- enfrentamiento de, 105-109

- evaluar las ventajas y

desventajas

de una mejoría, 115-117

- hacer caso omiso, 105-109

- modelo de enfermedad de,

100-

Bebida en exceso, socializar y, 121

- soluciones intentadas para,

103,

105-113, 121

- primera sesión en caso de,

104-111

- segunda sesión en caso de,

111-113

- tercera sesión en caso de,

113-114

- cuarta sesión en caso de, 115

- quinta sesión en caso de,

115-117

- sesiones sexta a novena en

caso

de, 118-120

- seguimiento de caso de, 120-

121

Cambio: como mayor prioridad, 148-

154

- conseguir que los pacientes

se

fijen, 86-90

- definir uno pequeño pero

signifi

cativo, 170-172

- evaluar el impacto potencial

nega

tivo de, para pacientes, 115-117,

129-130, 133

- experimental, 74-75

- motivar a los clientes, 75, 84-

85,

91, 178, 184-185 -obstáculos para,

178, 181-185

- en caso de problemas

múltiples,

141-148

Page 186: Cambiando lo incambiable.docx

Centro de Terapia Breve: acuerdo para

el tratamiento en, 38, 136

- caso de anorexia llevado en,

77-

96

- caso de bebida en exceso

llevado

en, 103-122

- caso de depresión grave

llevado

en, 39-46

- caso de problemas múltiples

lle

vado en,163-179

- fracasos en, 181-185

- tema del cambio en, 100

Círculo vicioso, romper, 142

Comunicación oral: mensajes inten-

cionados frente a mensajes enviados en,

83

-ocultación, 105-109 Conducta

catastrófica, 22-23, 122- 123

-preocupación por, 183, 185 Conductas,

como soluciones contraproducentes, 29-

32, 34

- contexto de, 35

- de la bebida en exceso, 100-

102

- descripción de, frente a

etiquetas

de diagnóstico, 34-35, 100-101,

125-128

- en la depresión severa, 37-38

- interacción como esencial

para,

32-33

- problemas definidos como,

22-23,

127-128

- reacción en cadena de

Crear y volver a crear un marco:

- de delirios como producto de

enfermedad mental, 57 -de mejoría, 153-

158, 173-176

- dentro de la normalidad, 137

- en caso de bebida en exceso, 113

- en caso de conducta obsesiva com

pulsiva, 132

- en caso de depresión grave, 45-47,

53-54

- en casos de anorexia, 71,91

Credibilidad del terapeuta, posición

optimista frente a pesimista y, 50,

93

Deberes: comprobar si se han hecho en

la siguiente sesión, 148, 154, 159

Delirios, 57-67

- abordaje de la terapia breve con,

57

- abordajes tradicionales para, 57-

58

- aceptar frente a cuestionar, 56-58,

60, 64-65

- buscar incoherencias internas en,

64

- casos de, 59-64

- de persecución, 57-58

- casos de, 59-60, 62-64

- en caso de depresión profunda, 45,

56

Depresión, en caso de problemas

múltiples, 136-161

- grave, 37-46

- características fundamentales en

caso de, 55

- caso de, 39-46

Page 187: Cambiando lo incambiable.docx

Depresión, grave, definición, 37-38

— derivación en, para una inter-

vención drástica, 37

— ideas tradicionales de, 37

— personas que presentan la queja

en, 38-39

— preocupación por catástrofe en,

184

--primera sesión en caso de, 39-44

— segunda sesión en caso de,

44-46

— tercera sesión en caso de, 46-

49

— cuarta sesión en caso de, 49

— quinta sesión en caso de, 50

— sexta sesión en caso de, 50-51

— séptima sesión en caso de, 52

— octava sesión en caso de, 53

— novena sesión en caso de, 53-

54

— seguimiento del caso de, 54-

55 Desempleo: en caso de problemas

múltiples, 136-161

— problemas múltiples y, 135-

136 Desorden de ansiedad por separa-

ción, 34

Desorden obsesivo compulsivo (DOC),

125 Diagnostic and Statistical Manual

of Mental Disorders (DSM-IV), 34

El terapeuta empuja demasiado, pro-

blema, 142 Emociones, intensas, 184

Enfermedad mental: visión de asis-

tencia gestionada de, 16

— visiones interactivas de, 15

Enfrentamiento, de la bebida en

exceso, 105-109 Erickson,

M., 73, 114, 177

Esquizofrenia, caso de, 183

Esquizofrenia, caso de, pesimismo

sobre, 22-23

- visión interpersonal de, 15

Etiquetas de diagnóstico: desanimar,

161

- descripciones de conductas frente

a, 34-35, 100-101, 125

- foco en el problema frente a, 125-

128, 136

- imposibilidad de cambiar de, 100-

101- modelo normativo de, 127-

128 Experimentación, 73-75

Familia, multiproblema, 135

- terapia de, 15, 78-79

Familiares como personas que pre-

sentan la queja: en anorexia, 67

- en bebida en exceso, 102

- en depresión severa, 38-39

Fidel Castro está enamorado de mí,

caso (delirios), 60-62, 64 Fisch, R.,

17, 60-64, 68-76, 85-91 Fobia, en caso

de problemas múltiples, 136-161

Fracasos, casos: factores en, 181- 185

- falta de conformidad y, 181 -

184 French, 14

Freud, S., 14 Frykman, J., 108-109

Hacer caso omiso de las conductas

adictivas, 105-109 Haley,!, 15, 114

Henry, Sylvia y Susan, caso (anorexia),

67-77

Page 188: Cambiando lo incambiable.docx

Hipnosis, 93

Hombre que dijo que yo no era del

FBI”, caso (delirios), 62-64 Humor, 89

Implicación, uso de, para generar

optimismo, 93, 137 Inconformidad, 182-

184 Inconsciente, 14 Indecisión, 132

Inspiración, esperar, 132, 146 Instituto

de Investigación Mental, 59

Instrucción de vuelo, 185 Interacciones,

básicas para los problemas, 32-33 - en

caso de depresión profunda, 55

Interactivos, métodos, 15

Intervenciones tipo “prueba”, 114

Jackson, D.D., 15, 59-60 June, caso

(problemas múltiples), 136-161

Kirk, caso (conducta obsesiva com-

pulsiva), 125-133

Laura, caso (automutilación), 163- 179

Lógica frente a “lo que funciona”, 31-

32, 57-58 - en caso de anorexia, 71 -

encaso de bebida en exceso, 103,

110-111

Lógica frente a “lo que funciona”, en

caso de depresión grave, SO- SI- en delirios, 57-58, 60, 64-65

- en problemas intimidantes, 184-

185

Malan, 14

Marcos de referencia, 73

- comentarios del terapeuta y, 55

- en caso de anorexia, 69-71

- en caso de depresión profunda,

51,

55

- sonsacarlo, 51, 69-71

Medicación: derivación de pacientes

con trastorno obsesivo compulsivo

para, 125

- derivación de pacientes deprimi

dos para, 37

- derivación de rareza para, 163

- promoción de la asistencia gestio

nada de, 16 Medición de

resultados, normativas y basadas en la

queja, 54 Miedos: explorar, en caso de

problemas múltiples, 137-143

- superar a través de tareas peque

ñas y limitadas, 153 Miriam y Al,

caso de (depresión grave), 39-46

Modelo(s): de terapia breve, 29-35

- psicoterapia y, 29 -

bioquímicos, 16 Motivación al paciente,

75, 84-85,

93, 184

Normalización, 137

Page 189: Cambiando lo incambiable.docx

Obsesiva compulsiva, conducta,

122- 123, 125-133

- caso de, 125-133

- qentrar el problema en,

frente a eti

queta de diagnóstico, 125-128

- marco de, 132

- posición de restricción para,

132-

133

- soluciones intentadas para,

128-

131

-primera sesión en caso de, 125-132

- sesiones segunda a séptima

en caso

de, 132-133

- seguimiento del caso de, 133

Obstáculos, definir los principales,

en caso de problemas múltiple,

141-148

Optimismo, usar la implicación para

generar, 93, 137 -posición: evitar,

46,76-77,81,91,

92- 93, 158

- posición: usar, para motivar

a

pacientes, 85, 92-93 Ordenes “No

lo hagas”” frente a “Hazlo”, 107-108.

Véase también Restricción

Pacientes con desventajas socioe-

conómicas, 135 Pacientes voluntarios

frente a involuntarios, 166-167

Paranoia: abordaje de la terapia breve

para, 58

- abordajes tradicionales

para, 57-

58. Véase también Delirios

Perry, H.S., 15

Personas que presentan la queja:

aspectos emocionales de, 184

- como personas estratégicas

en la

terapia, 29, 38, 50, 78

- de la bebida en exceso, 102,

121

- en anorexia y casos de

anorexia,

67, 78, 85

- en depresión profunda, 38-

39 Pesimista, posición: en caso de

depresión grave, 51, 55

- en casos de anorexia, 81, 87-

88,

91-93

- reconocer la de la persona

que pre

senta la queja, 51, 55, 81, 87- 88,

91-93 Por qué ahora?, pregunta, 166

Posición del paciente: en caso de

bebida en exceso, 110-111

- en caso de depresión

profunda, 51,

55

- en casos de anorexia, 69-71,

81,

87-89, 91

- incapacidad de reconocer,

182-

183

- reconocimiento e

incorporación,

51,55,81,87-89,91, 113, 182- 183

Preguntas de “Cómo”, 176-177

Preguntas, uso de, frente a afirma-

ciones, 144 Problemas incapacitantes,

122-123

- de la conducta obsesiva

Page 190: Cambiando lo incambiable.docx

Problemas múltiples, centrarse en el

principal problema del paciente

en, 135-136

- definir el principal obstáculo

en,

141-148

- definir las acciones concretas

para,

145-147

- describir el principal

problema del

paciente en, 136-143

- familia de multiproblemas,

135

- mejoría en, posición del

terapeu

ta frente a, 148-158

- pacientes con desventajas

socioe

conómicas y con, 135

- posición restrictiva en caso

de,

153-158

- primera sesión en caso de,

136-143

- segunda sesión en caso de,

143-148

- tercera sesión en caso de,

148-154

- cuarta sesión en caso de,

154-158

- quinta sesión en caso de, 159

- sexta sesión en caso de, 160

- seguimiento en el caso de,

160-

161

Problemas serios e intimidantes: de la

bebida en exceso, 97,99-123

- conveniencia de la terapia

breve

Problemas serios e intimidantes:

modelo de terapia breve y, 29-35 -

múltiples, 135-161

- patología duradera y, 21-23,

29,

100-101

- potencial catastrófico en, 21-

23,

122-123, 183-184

- soluciones intentadas como

parte

de, 29-32

- visiones de, 21-23. Véase

también

Enfermedad mental Psicoterapia:

métodos centrados en el problema para,

16

- métodos interactivos para,

15

- métodos psicoanalíticos

para, ix,

135

- modelos y, 29

- pacientes con desventajas

socioe

conómicas y, 135

Quejas: centrarse en, frente a las eti -

quetas de diagnóstico, 34-35, 125-

128

-definir el centro de, 137-143, 181

- incapacidad de definir, 181

- legitimidad de las de los

pacien

tes, 29, 137

- mantenimiento de las

funciones

de, 115-117, 129, 133

- mejoría de, postura del

Page 191: Cambiando lo incambiable.docx

Reagan, N., 108

Realidad, de las personas que pre-

sentan la queja, 31-32

- en caso de depresión grave,

53 Recaída, prever, 158 Relajación, 88-

89

Ritmo: determinación del paciente de,

93-95

- rápido frente a lento, 73-74, 77,

153-158, 174-176

Ruesch, J., 15

Salud, puesta en peligro; en anorexia,

67, 96

- en automutilación, 161

- en bebida en exceso, 118

- en depresión grave, 37-38

- miedo a, en problemas serios, 183-

184

Sé que hay un micrófono escondido en

la oficina, caso (delirios), 59- 60

Seguimiento, de caso de anorexia, 96

- de caso de automutilación, 179

- de caso de bebida en exceso, 120-

121- de caso de conducta obsesiva com

pulsiva, 133

- de caso de depresión grave, 54-55

- de caso de problemas múltiples,

160-161

Sentirse bien, creencia en, como clave

para actuar, 157 Shute, N., 101, 122

Sifneos, 14

Socializar, beber y, 122 Soluciones “no

funciona”, 72

Soluciones “no funciona”, soluciones

temporales o parciales como, 107-109,

128-129. Véase también Soluciones

intentadas Soluciones intentadas:

cambio, en caso de automutilación,

171-176

— en caso de conducta obsesiva

compulsiva, 132

— en caso de depresión grave, 51, 55

— en caso de bebida en exceso,

111-122

— en casos de anorexia, 72-77, 86-

91

— como manera de mantener el

pro

blema, 29-32, 34, 82-84

— éxito parcial o temporal con,

107-

109, 128-129

— para delirios variados, 57-58

— para la bebida en exceso, 103

— sonsacar, en caso de bebida

en

exceso, 105-110, 111-113

— en caso de caso de automutila-

ción, 168-170

— en caso de conducta obsesiva

compulsiva, 128-131

— en casos de anorexia, 69-71, 82-

84, 85, 96

Sorpresa, expresión de, mejoría del

paciente, 148 Suicidio: derivación para

una intervención drástica en, 37

Suicidio: temor de, 183-184 Sullivan,

H.S., 15

Táctics of Change: Doing Therapy

Briefly (Fisch, Weakland y Segal),

23

Page 192: Cambiando lo incambiable.docx

Tentaciones, luchar con, frente a

alternativas a, 108-109 Terapia breve:

asistencia gestionada y, 16

- fracasos en, factores en, 181-

185

- orígenes teóricos de, 15

- para anorexia, 67-97

-para la automutilación, 163-179

- para la bebida en exceso,

100-123

- para la conducta obsesiva

com

pulsiva, 125-133

- para la depresión grave, 37-

46

- para los delirios y la

paranoia, 57-

64

- para los problemas graves e

Terapia breve: propiedad de los

pacientes de, 120-122

- resultados rápidos de, 77-78

- sesiones de seguimiento en, 120-

121- situación actual de, 16-17

- suposiciones subyacentes a, 29-

35, 78-79 Terapia centrada en el

problema: orígenes teóricos de, 15.

Véase también Terapia breve

- clima para, en los sesenta, 15

Visión lineal, visión interactiva frente

a, 32-33

Watzlawick, P., 17 Weakland, A., 18

Weakland, J.H., 15, 17, 18, 77-97, 117,

127, 174-175