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Cada vida conlleva una llamada de Dios. Cada - DPVdpv.archimadrid.es/images/La-locura-de-Dios/LA-LOCURA-DE-DIOS... · Pietro Molla, marido de Santa Gianna Beretta. Dios llama a cosas

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Cada vida conlleva una llamada de Dios. Cada vida es, ella misma, una llamada de Dios; y en-cuentra su sentido cuando acierta a escuchar esta llamada personal. Nuestra vida no es una sucesión de días sin dirección, como si hubié-ramos sido arrojados a este mundo para nada en particular. ¡Alguien me llama! Me llamó a la existencia, a nacer, y me llama hoy, de continuo, a una Vida más alta, con una forma concreta. Encontrar esa voz, y decirle que sí, es encontrar mi sitio, el sentido de mi vida, y el descanso de mi corazón. Por una llamada de Dios comenzó nuestra vida; por su llamada también crece y en-cuentra su forma definitiva.

Edita:© Archidiócesis de Madrid, 2017

Delegación de Pastoral VocacionalCl. San Buenaventura, 928005 MADRID

[email protected]éfono: 913 652 941

Diseño: www.christianhugomartin.comImprime: Taller Imagen / Impreso en España (CE, 2017)

Querido lector: La exposición que estás visitando nos recuerda de una forma sencilla la verdad de nuestras vidas. No estamos en la vida fruto del azar. No somos abandonados a cualquier suerte, no estamos solos en la aventura de la vida. Somos vocación. Hay sentido para vivir. Hay alguien que ha pen-sado en cada uno de nosotros desde un amor primero, providente, incondicional, gratuito, eterno. Y nos llama y acompaña en el camino de plenitud. Es la locura de un amor que nos invita a responder. En la respuesta está nuestra alegría. Alguien nos llama.

Delegación de Pastoral Vocacional

Toda la vida es vocación. La vocación es la clave más profunda de mi identidad. Es mi razón de existir. No hay ninguna existencia dejada al azar, olvidada o sometida a un destino ciego. Las palabras del salmo 138 cantan llenas de alegría, admiradas por el Amor gratuito de Dios que, sin tener por qué, nos creó y nos escogió, llenando así de sentido todo nuestro existir. Todo tiene un sentido. El hecho de haber sido creados, también. La exposición se abre, en este primer panel, con la llamada de Dios, que está en el comienzo de nuestra existencia, y acompa-ña toda la vida, como una propuesta de pleni-tud. Las palabras de Jeremías presentan a Dios como el que desde el principio nos conoce, for-ma y consagra. Todo parte de aquí. Traídos a la vida por Dios, estamos hechos para Él, y su corazón es nuestro hogar. El que nos hizo; ¿no sabrá hacernos felices? Vivir con mayúscula: amar, encontrar la alegría y la comunión, ser de verdad útiles… ¿No es por eso que nos gustan las películas e historias de vi-das grandes? La frase de la Santa Teresa de Calcu-ta nos habla de este horizonte de Amor: «Hemos sido creados para grandes cosas, para amar y ser amados». El niño recién nacido quiere ilustrar la belleza de la vida que nace, valiosa y santa, llamada por Dios al mundo, y llena por ello de sentido.

La llamada que Dios me hace a la plenitud en-cuentra obstáculos en diversas parálisis, dos de las cuales denunciaba el Papa Francisco en la vi-gilia de la JMJ de Cracovia 2016: la que provoca el miedo (o la falta de confianza), y la que provo-ca confundir la felicidad con el bienestar. El mie-do, mal consejero, conspira contra la esperanza. Frente a él, afirma San Juan (1 Jn 4,18): En el amor no hay temor, el perfecto amor echa fuera el temor. La segunda parálisis es sutil: fácilmente se con-funde felicidad con bienestar. Podríamos des-enmascarar el engaño aludiendo a ejemplos de vidas cristianas felices a la vez que incómodas, donde la cruz no impide la alegría. Una vida her-mosa y feliz tendrá luchas. ¡Nadie escribe histo-rias ni hace películas de gente que vive existen-cias cómodas y sin problemas!

Este panel pretende hacer notar que cada uno es demasiado importante como para gastar la vida en cosas sin valor, o para vivir por inercia o por miedo. Somos inmensamente valiosos, y sólo vamos a vivir una vez esta vida. En el fondo, ¿no nos gustaría Vivir con mayúscula? Amar, en-contrar alegría, comunión, ser útiles de verdad… ¿No es por eso por lo que vemos películas con las que soñar? Dios es el que más nos quiere, y está más in-teresado en nuestro bien que nosotros mismos. Estamos hechos para Él, y con Él estamos ver-daderamente en casa. Si Él me hizo, ¿no sabrá hacerme feliz? La frase de Madre Teresa es muy sintética, la del Papa está llena de confianza en los jóvenes. La que el mundo no les da, repitiéndoles que no se puede hacer nada, que les espera un futuro peor, que el amor, al final, siempre fracasa…

Este panel nos servirá para hablar de la Gracia. ¿Cómo proponer horizontes grandes, cuando a menudo nos sentimos incapaces incluso en nuestra sencilla vida cotidiana? Pero el Señor, con su Gracia, ayuda nuestra po-breza. Amigo de los débiles, hace llano el camino escarpado, y nos conduce a fuentes tranquilas. Es nuestro Buen Pastor. La vida cristiana no es heroísmo, es docilidad a Jesús. Confianza en Él, sabiendo que nos cuida y no va a abandonarnos.

Hablemos de la Iglesia. En ella, pese a los pe-cados de sus hijos, Cristo nos tiende la mano; en ella escuchamos su Voz, algunas veces distorsio-nada, pero a veces también nítida y hermosa. La primera frase la adaptamos de una célebre de Benedicto XVI en Deus caritas est, y pretende recordar que la fe se hace de encuentros, y por eso, vivirla sin la Iglesia es imposible. La Iglesia es como un río, un río que nace del cuerpo de Jesús, lleno de miles de peces que nadan juntos, en el agua común del Espíritu. Hay una parte de la Iglesia que son los santos canonizados, cuyas vidas son una enseñanza. Po-nemos algunas frases luminosas suyas, mostran-do así a la Iglesia como maestra de vida. Quien quiere otra cosa que no sea Cristo, no sabe lo que quiere; quien pide otra cosa que no sea Cristo, no sabe lo que pide; quien no obra por Cristo, no sabe lo que hace.

San Felipe Neri

Jamás creí estar viviendo con una santa. Mi es-posa tenía infinita confianza en la Providencia y era una mujer llena de alegría de vivir. Era feliz, amaba a su familia, amaba su profesión de médi-ca, también amaba su casa, la música, la monta-ña, las flores y todas las cosas bellas que Dios nos ha donado.

Pietro Molla, marido de Santa Gianna Beretta

Dios llama a cosas concretas, a un modo de vida concreto. La propia entrega encuentra su lugar en la vida de los esposos, en los consejos evangé-licos vividos con radicalidad, en la vida apostólica ungida con el sacramento del Orden… Diversas formas de seguir a Jesucristo y hacer-le presente en el mundo, distintos miembros del cuerpo de la Iglesia, que se sirven unos a otros en profunda comunión. Y no menos el matrimonio que la vida consagrada y el sacerdocio: el matri-monio es una llamada de Dios a la santidad. Encontrar mi vocación concreta, encontrar mi camino, es encontrar un gran Tesoro: entender mi vida en Cristo. Uno puede suplicar claridad en el corazón para reconocer a qué le llama el Señor. Por eso pro-ponemos una pregunta final, hecha con hones-tidad: ¿Le has preguntado alguna vez a Dios qué quiere Él que hagas con tu vida?

El sacramento del matrimonio no es una con-vención social, un rito vacío o el mero signo ex-terno de un compromiso. El sacramento es un don para la santificación y la salvación de los esposos, porque «su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cris-to con la Iglesia. Los esposos son por tanto el recuerdo perma-nente para la Iglesia de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes» El matrimonio es una vocación, en cuanto que es una respuesta al llamado específico a vivir el amor conyugal como signo imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia. Por lo tanto, la decisión de casarse y de crear una familia debe ser fruto de un discernimiento vocacional Amoris laetitia 72

La vocación al sacerdocio ministerial se inserta en el ámbito más amplio de la vocación cristia-na bautismal, mediante la cual el Pueblo de Dios, constituido por Cristo a través de «una comunión de vida, de amor y de unidad, es asu-mido también como instrumento de redención universal y enviado a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra» (cfr. Mt 5,13-16)

Madeleine Delbrel, conversa del ateísmo a la fe católica, decía que «la ausencia de un verda-dero sacerdote en una vida es una miseria sin nombre; es la única miseria». Partía de su pro-pia experiencia, cuando, al atravesar una dolo-rosa crisis existencial en plena fase de ateísmo, encontró en algún sacerdote la luz y la fuerza necesarias para superarla. Un sacerdote es una gracia especial de Dios para el hombre, porque, según una clásica definición, el sacerdote es, a pesar de sus propios pecados, «otro Cristo». En él, Cristo se hace presente de un modo misterio-so pero real para realizar su propio oficio de pas-tor que sana, consuela, fortalece y santifica. Su ausencia en la vida de una persona supone, en cierto sentido, la del mismo Cristo que ha venido a compartir su vida con nosotros para llevarnos a la plenitud de la felicidad, que es Dios mismo.

César Franco

Evangelio. La vida consagrada es «memoria viviente del modo de actuar y de existir de Jesús» (VC 22), sabi-duría de vida en la luz de los múltiples consejos que el Maestro propone a los discípulos (cfr LG 42) El Evangelio da sabiduría orientadora y gozo (EG 1)

Profecía La vida consagrada indica el carácter profético que se configura «como una forma de especial participación en la función profética de Cristo, comunicada por el Espíritu Santo a todo el Pue-blo de Dios» (VC 84). Es posible hablar de un autén-tico ministerio profético, que nace de la Palabra y se alimenta de la Palabra de Dios, acogida y vi-vida en las diversas circunstancias de la vida. La función se explicita en la denuncia valiente, en el anuncio de nuevas visitas de Dios y «en el escu-driñar nuevos caminos de actuación del Evange-lio para la construcción del Reino de Dios». EsperanzaLa vida consagrada nos recuerda el cumplimien-to último del misterio cristiano. Vivimos en tiem-pos de extendidas incertidumbres y de escasez de proyectos de amplio horizonte: la esperanza muestra su fragilidad cultural y social, el horizon-te es oscuro porque «parece haberse perdido el rastro de Dios» (VC 85). La vida consagrada testimo-nia en la historia que toda esperanza tendrá la acogida definitiva y convierte la espera «en mi-sión para que el Reino se haga presente ya aho-ra» (VC 27). Signo de esperanza, la vida consagrada se hace cercanía y misericordia, parábola de futu-ro y libertad de toda idolatría.

Seamos concretos. Si no, hablar de vocación y de vida cristiana es ocioso. Bonito, pero estéril. Traducir la exposición en decisiones puede ser útil. Al menos, si las decisiones están inspiradas por la Gracia… La importancia de la llamada de Cristo, y de la propia vida, reclama tomar resoluciones. Éste puede ser un momento de diálogo con el grupo, de completar la lista, de compartir qué queremos hacer, o también qué nos ha resulta-do nuevo o valioso en la exposición. Te sugerimos terminar la exposición con ora-ción, pidiendo a María docilidad y apertura para conocer y acoger la propuesta de Jesús, que nos llene el corazón de confianza.