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BOREALIS (Airship II, 2012. 3:24) Rocío Cerón EDITORIAL PIEDRA CUERVO

Borealis

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Rocío Cerón Ilustración de portada: Amaranta Caballero Prado Editorial Piedra Cuervo y Ediciones de la esquina 2013

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BOREALIS(Airship II, 2012. 3:24)

Rocío Cerón

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Rocío Cerón

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BOREALIS (Airship II, 2012. 3:24)Rocío Cerón

Ilustración de portada: Amaranta Caballero PradoDiseño editorial: Gidi Loza

Editorial Piedra Cuervo es una alianza milenaria entre Sergio Brown y Gidi Loza.

Este libro ha sido realizado en coedición con Ediciones de La Esquina.

Impreso en Playas de Rosarito, Baja California, por Editorial Piedra Cuervo.

www.editorialpiedracuervo.blogspot.comwww.youtube.com/piedracuervo

Noviembre, 2013.

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[Fisura. Raya negra sobre opacidad. Nadie vuela a contracorriente. Nadie vuela, hoy. Objeto asido a punto cósmico. Casi inamovible el dromedario celeste —alboroto en tierra.

Decimo octava gota titilando. En los lindes de la montaña no quedan osos hormigueros ni narices empolvadas. La historia quiebra los huesos hasta del más adusto. Roce.

Proyectil en ruta. Flor el ojo. En redor formas vacías; luz sobre luz, estanque. Al naufragio en tierra decirle ocaso, mano que teje la gorra del naviero o cielo tin-tado de sangre. Aquieta, aquieta la mano que hiende el cuchillo.

Estación galáctica al interior de reloj inglés.Radiación, fondo transoceánico. Pulso de pies y manos (el más agudo en cada punta del cabello).

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A e r o s t á t i c o.

Un minuto cuarenta y siete segundos después, gorrio-nes en vuelo. Viejas tiras de algodón tintado en negro sobre copas de plumeria alba. Aleteo.

Pequeñas constelaciones de vereda celeste. Inmersión en nube repentina. Hombre lengua (con murmullo de cruces suásticas de fondo): premier de una película de moda con 14 muertos y 36 heridos.

Lluvia: voces giratorias bajo veneno.

Defensa aérea en pantalla mental, antes y hoy, sin guía. En los campos se alzan cuerpos, calcinados res-tos sobre ruinas. No importa cuántas aves de rapiña frecuenten la custodia, el atrio.

Capilar, el terror rebalsa capilarmente.

En la casa de junto, mientras en el cine (cielo) arrecian las balas, una niña sueña con aviones y piruetas cir-censes. Enjambre. Abejas solares. Dados seis pasos, cua-

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renta y siete segundos después, la ciudad queda atrás. 14 muertos han dicho los periódicos. Catorce. Podrían ser más. Podrían ser seis millones. Podrían ser más.

La niña se pregunta de dónde vendrán los autómatas. De dónde las constelaciones, las galaxias, los hombres lengua cerviz pleura pulmonar fémur, las líneas que precisan transformar lamentos en trigal.

A e r o s t á t i c o.

La nota roja se deleita. —Silencio, no decir que los cementerios están llenos de fantasmas que se comuni-can entre ellos. Volverse humo, baya de laurel, malla de púas. ¿Quién querría ser héroe de película? Mapas.

Cartografía de ciudad tentacular donde todos pier-den nombre, apellido. Anonimato en casa propia.

Queda el gris mineral de un silbido, trufas silvestres: piel de liebre ensangrentada sobre hombro. Fisura.

Resguardo y secreto: este hombre no se aventura a

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escalar una montaña. Y toda montaña es tan mínima.

Vocación estelar. Con los pies en el légamo, la mujer descubre que él no es quien dice ser.

Descubre el breve agujero en pecho, su cara, nombre: cejas pobladas, nariz recta, pómulos donde sobresale lunar en mejilla izquierda. Hombre lengua. Hombre ciudad. “No soy quien digo ser”.

Juego de máscaras, identidades reflejo. “Mira tu cuerpo cómo reluce en la arena. Mira tu cuerpo, tan opaco como vidrio estriado, impacto de bala o muer-tos en canto de grulla.”

Niebla. Raya oscura, gris Irlanda sobre opacidad azul celeste. Corona de mirlos cantando en las sienes. Enredaderas hilan y usurpan raíces de otras plantas.

Cántico religioso para celebrar pasos, puerto cuya intensidad estalla entre las manos. Fluctuaciones catódicas. De este punto hacia ti, flores.

Entonces la noche cantaba una sinfonía de retazos, hombres encapuchados salían por las calles a festejar,

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máscara o cabellera, lirio de pantano o jardín japo-nés, barrio chino y fiesta balcánica.

A e r o s t á t i c o.

Ese hombre trae bajo el brazo la clave de quién es. Un tatuaje por el nombre, otro por el apellido.

Cilindreros y botellitas de salsa, universo donde hay lirones, cebras, mujeres y un niño que hablan en sue-ños cifrados. Estrella del punk, hombre sin cifra y con cifra por su cabeza. Hombre ala. Alas para qué las quiero. Red de muerte para decir: nada ha cambiado desde la lanza en el costado que sangra.

A e r o s t á t i c o.

En esta ciudad (cielo), hay otra ciudad, cerca, más cerca de lo que se piensa. Mírala desde las colinas, desde lo alto del reloj inglés de maquinaria exacta —cuerpo

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máquina. Vista sin que nadie acepte que la mire.

Raya negra sobre opacidad. Arboladura del poder sin flores ni aura. Cadáveres. Babas, escupitajos y saliva por lindes de sus calles. Edificio con el peso de cientos, volumen y vuelo: muro infranqueable, puertas que abren sólo si hay un pulso. ¿Qué pulso ciñe la cintura? Fracción.

Parvada. Mancha de tinta oscura que nos devuelve hacia lo primitivo a contratiempo. Salivación de estre-llas, garganta abierta donde el cielo, dónde el cielo.

En los oídos se escucha toda la noche acampando. Viento.

Virutas de sonido salen de esta pantalla, de este salón para ir hacia callejones clandestinos (nube). Légamo de ciudad donde verter camuflajes, intenciones de radar: descolocación donde tu cuerpo es mío, el mío tuyo.

Pisada ligera de los que tuvieron nombre en el verano.

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¿Qué entra por las yemas de tus dedos?

Dagas. Césped cubierto de amapolas. Flores que se entretejen por las venas. Dagas. Circuitos de cuerpos. Golpe. Más. Dagas. Sonidos desde la intemperie.

A e r o s t á t i c o.

Cada vez crecía el número de animales disecados en museos. Esta ciudad (bombardeo, 1944-2014) habi-tada por espectros se sostiene frente al buró, frente a la pantalla. Mapas galácticos. Seres irreales. Seres.

¿Quién mira desde el navío de la última luna de Saturno? Fisura.

Esta ciudad, poblada por gritos y aves, cede la mar-cha a nutrias quitándose a jirones la piel. Destierra a quienes no escuchan música de címbalos.

Bailamos en la noche del Tropicana mientras todos

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miraban la luna. Viajamos hacia las solitarias playas de Tailandia. Bretaña nos era ya un nombre extraño.

Entre los que bailaban en la pista alguien pisó tu pie izquierdo:

surgieron desde ahí pirámides, ramilletes de lavandas; alisos y brezos nacieron desde los codos, árboles brotaron desde los pulmones, un punto negro comenzó a apoderarse de rodillas y corvas; guión o punto y coma, en segundos toda la materia:

las cosas nombradas y las que no, aullidos, can-tos, balazos, los 14 muertos y 36 heridos de la pelí-cula de moda, los seis millones calcinados, los cielos donde vuela la B61, toda la interferencia radial del mundo, los pies descalzos, los laberintos donde se per-dió el Minotauro, los gritos de las niñas a las que les jalaron las orejas, los caminos de los niños extravia-dos, las rudas, las mañas, las buenas intenciones, los pasajes donde se venden hojas y hierbas para curar mal de amores;

en un segundo fuiste un punto negro.

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Línea metálica atravesando paisaje hacia la muerte.

Fisura.

Quejidos, muerte súbita, fanfarrias, agua de parto, entonces nombres y apellidos del anonimato fueron imagen:

Mientras oscurecía la tierra en el cielo se trazaban

fugaces destellos de belleza.*

*Nota a pie con fondo de cama sonora (música instrumen-tal): Lo expansivo desde lo nuclear —capullo. Partículas. Sobre envolvente fecha desfasada. En la pantalla explota un planeta: pequeña flor de gravedad que previene. Partículas. Tan inventivo, tanto, ese punto de distancia que nos separa.

A la memoria de Axel Velázquez.

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Fotografías (autorretratos asistidos): Rocío Cerón, Ana Hop y Ari Chávez Chacón

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Playas de Rosarito, Baja California, México

Libro número: Versión electrónica.

Editorial Piedra Cuervo

Tiraje: 50 ejemplares 2013

Hecho a mano

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