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( Capítulo 3. Escorzos animales: violencia hiperinflacionalia y hegemonia rl!enemista sobre la clase trabajadora, impulsan ciertamente procesos de mercantili- zación de relaciones sociales previamente estatalizadas. Aquellas políti- cas de dinero escaso impuestas en los mercados internos y respaldadas por las políticas de liberalización de los movimientos de capital dinero en el mercado mundial, apuntan a recomponer la capacidad del dinero de mediar las relaciones sociales y, complementariamente, una serie de políti!=as de desregulación y privatización amplían el espectro de esas relaciones sociales a ser mediadas por el dinero. Sin embargo, esto no significa necesariamente que esta recomposición de la mediación di- neraria de las relaciones sociales impulsada por las políticas neohbe- rales implique la simultánea descomposición de la mediación ciuda- dana de las mismas. Ante procesos de descomposición generalizada de las relaciones sociales capitalistas, con1o la crisis hiperinflaciona- ria que aquí nos ocupa, la recomposición de la mediación dineraria bien puede estar asociada con una recomposición de la mediación ciudadana. Y este será nuestro caso. 216 Capítulo 4 Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista lniciamos, en el capítulo anterior, el análisis propiamente dicho de la hegemonía menemista. Esta afirmación puede parecer excesiva en la medida en que, en verdad, nos limitamos a analizar la profunda modifi- cación de las relaciones económicas y sociales de fuerza inherente a los procesos hiperinflacionarios, es decir, antes las condiciones de posibili- dad para la constitución de la hegemonía menemista que esa hegemonía en si misma. Y, efectivamente, esta afirmación es excesiva en un sentido muy preciso: esa nwdificación profunda de las relaciones económicas y sociales de fuerza es una cosa y la constitución de una nueva hegemonía política a partir de la misma es otra cosa muy distinta. ha construcción de esta_hegemonía neoconservadora no puede entenderse como un res_uJta- .. -automático de aquella alteración de las relaciones de fuerza o, para decirlo con otras palabras, los procesos hiperinflacionarios de 1989-90 podían haber desembocado en una salida política muy distinta y, en los hechos, otros procesos hiperinflacionaríos latinoamericanos desemboca- ron en otras salidas políticas distintas. La historia nunca nos viene escrita de antemano, la escribimos cotidianamente en la lucha de clases. Resta explicar, entonces, la construcción de esa hegemonía neoconservadora. Sin embargo, esa afirmación de que ya empezamos a analizar la hegemo- nía menemista no es excesiva en otro sentido muy preciso: las caracterís- ticas decisivas de esta hegemonía menemista se explicarán a partir de las características de aquella alteración hiperinflacionaria de las relaciones. de fuerza. La hegemonía menemista, si hubiera que definirla en una sola frase, será el chantaje que impondrá la subordinación a cambio de que esa expropiación extraordinaria no vuelva a desencadenarse. Entonces, la vio- 217

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Capítulo 3. Escorzos animales: violencia hiperinflacionalia y hegemonia rl!enemista

sobre la clase trabajadora, impulsan ciertamente procesos de mercantili­zación de relaciones sociales previamente estatalizadas. Aquellas políti­cas de dinero escaso impuestas en los mercados internos y respaldadas por las políticas de liberalización de los movimientos de capital dinero en el mercado mundial, apuntan a recomponer la capacidad del dinero de mediar las relaciones sociales y, complementariamente, una serie de políti!=as de desregulación y privatización amplían el espectro de esas relaciones sociales a ser mediadas por el dinero. Sin embargo, esto no significa necesariamente que esta recomposición de la mediación di­neraria de las relaciones sociales impulsada por las políticas neohbe­rales implique la simultánea descomposición de la mediación ciuda­dana de las mismas. Ante procesos de descomposición generalizada de las relaciones sociales capitalistas, con1o la crisis hiperinflaciona­ria que aquí nos ocupa, la recomposición de la mediación dineraria bien puede estar asociada con una recomposición de la mediación ciudadana. Y este será nuestro caso.

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Capítulo 4 Escorzos humanos:

ideología y hegemonía menemista

lniciamos, en el capítulo anterior, el análisis propiamente dicho de la hegemonía menemista. Esta afirmación puede parecer excesiva en la medida en que, en verdad, nos limitamos a analizar la profunda modifi­cación de las relaciones económicas y sociales de fuerza inherente a los procesos hiperinflacionarios, es decir, antes las condiciones de posibili­dad para la constitución de la hegemonía menemista que esa hegemonía en si misma. Y, efectivamente, esta afirmación es excesiva en un sentido muy preciso: esa nwdificación profunda de las relaciones económicas y sociales de fuerza es una cosa y la constitución de una nueva hegemonía política a partir de la misma es otra cosa muy distinta. ha construcción de esta_hegemonía neoconservadora no puede entenderse como un res_uJta­dº .. -automático de aquella alteración de las relaciones de fuerza o, para decirlo con otras palabras, los procesos hiperinflacionarios de 1989-90 podían haber desembocado en una salida política muy distinta y, en los hechos, otros procesos hiperinflacionaríos latinoamericanos desemboca­ron en otras salidas políticas distintas. La historia nunca nos viene escrita de antemano, la escribimos cotidianamente en la lucha de clases. Resta explicar, entonces, la construcción de esa hegemonía neoconservadora. Sin embargo, esa afirmación de que ya empezamos a analizar la hegemo­nía menemista no es excesiva en otro sentido muy preciso: las caracterís­ticas decisivas de esta hegemonía menemista se explicarán a partir de las características de aquella alteración hiperinflacionaria de las relaciones. de fuerza. La hegemonía menemista, si hubiera que definirla en una sola frase, será el chantaje que impondrá la subordinación a cambio de que esa expropiación extraordinaria no vuelva a desencadenarse. Entonces, la vio-

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Capitulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

lenda h~~eri~flacionaria fue el mecanismo coercitivo que impuso la profun­da mod1flcaoón de las relaciones económicas y sociales de fuerza que senta­ria las condiciones de posibilidad de la hegemonía menemista, pero también será el mecanismo coercitivo subyacente a dicha hegemonía política.

Sin embargo, si la hegemonía menemista descansará sobre este chan­taje, sobre esta amenaza, permanentemente actualizada, de un desenca­denamiento de esos mecanismos coercitivos subyacentes, cabe una pre­gunt~: ¿dónd~ radicará su dimensión consensual, esa dimensión que nos pennlte considerarla como una hegemonía propiamente dicha? Una res­puesta provocativa a esta pregunta podría consistir en una proliferación de preguntas: ¿y si el consenso se identificara, simplemente, con esa coer­ción subyacente? ¿y si la ideología menemísta equivaliera a esa actualiza­ción permanente, que supone una racionalización, de esa coerción sub­yacente? ¿y si ambas nlitades del centauro no fueran sino dos escorzos de una misma anatomía? Estas preguntas, desde luego, son insuficientes para responder a aquella pregunta, pero señalan el camino que seguire­mos en este capítulo para encontrarla.

4.1. Consenso y coerción: segunda aproximación

Nuestro análisis de la relación entre violencia hiperinf1acionaria y hegemonía menemista requiere revisar la dupla coerción 1 consenso tra­dicionalmente asociada al concepto de hegemonía. El empeño gramscia­no en distinguir entre coerción y consenso permitió, indudablemente, un avance de la crítica marxista de la sociedad en la medida en que permitió la revalorización de los mecanismos consensuales de ejercicio del poder en las sociedades capitalistas avanzadas. 226 Pero esa distinción,

Revalorización cuya importancia debe apreciarse sobre el telón de fondo de la teoría marxista d::l. Estado preexistente, con su preocupación casi excluyente por los mecanis­mos coercmvos de ejercicio del poder de Estado, cuyas aportes más influyentes eran na_turalmente los del viejo Engels y de Len in. Como bien dice Thwaites Rey: "La amplia­non de~ concepto de Es~ado y la consiguiente refonnulación del concepto de hegemonía produCida por GramsCI es uno de los aportes más signifícativos a la teoría del Estado c~ntemporánea. Más allá de contradicciones y debilidades ya muy bien señaladas por dtve~sos .a~tores, es preciso destacar cómo, al indagar sobre el aspecto consensual de la dom~nac~~n, Gramsci realiza un_invalorable aporte para desemrafiar la complejidad de la ?ommacwn burgues_a en las soc1edades del capilalismo desarrollado, que a su vez provee mter~santes herramientas para analizar las sociedades periféricas como la nuestra. La relación ~ntre coe:ció~ y consenso, entre dirección intelectual y moral y dominio, entre hegemoma ~ ?ommaci_ón, in~isolublemente ligadas a las bases materiales de producción Y_ reproduccwn de la V1d.a soCial, constituyen los térininos nodales de la reflexión grams~ CJana de mayor relevanCia para entender nuestras sociedades" ( 1994, p.54).

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La hegemonía menemista

aún cuando conserve cierta utilidad desde un punto de vista analftico, puede originar dificultades si se emplea de una manera demasiado me­cánica. Más precisamente: puede volver invisibles ciertos mecanismos de ejercicio del poder capitalista que no se inscriben fácilmente en ninguna de ambas categorías, al menos en sus definiciones usuales.

Detengámonos un momento en este punto. Las referencias de Grams­ci a la dupla coerción 1 consenso son constantes, aunque no carentes de ciertas ambigüedadesY7 En sus notas acerca de Maquiavelo, Gramsci se refiere así a una "'doble perspectiva' en la acción política y en la vida estatal" o "doble naturaleza del Centauro maquiavélico" que consiste en la dualidad "de la bestia y del hombre, de la fuerza y del consenso. de la autoridad y de la hegemonía, de la violencia y de la civilización, del momento individual y del universal (de la '1glesia' y del 'Estado'), de la agitación y de la propaganda, de la táctica y de la estrategia, etc.'" (1975-80 1, p.62). Y más adelante contrapone entre "'fuerza y consenso; coer­ción y persuasión; Estado e 1glesia; sociedad política y sociedad civil; política y moral (historia ético-política de Croce); derecho y libertad; orden y disciplina; o con un implícito juicio de saber libertario, violen­cia y engaño'" (1975-80 1, p.l55). En estas series de duplas, sin embargo, las posiciones de los dos polos no parecen intercambiables sin generar ambigüedades. El Estado. por ejemplo, aparece en las mismas asociado con el polo de la coerción. Sin embargo, en su rescate del aporte hegelia­no a la teoría del Estado, Gramsci sostiene que "en la noción general de Estado entran elementos que deben ser referidos a la sociedad civil (se podría señalar al respecto que Estado ~ sociedad política + sociedad ci­vil, vale decir, hegemonía revestida de coerción)" (1975-80 I, p.l65). Y, en su rescate del aporte marxiano, en el mismo sentido, afirma que "en él está también contenido in nuce el aspecto ético-político de la políti­ca o teoría de la hege1nonía y del consentimiento, además del aspecto de la fuerza y de la economía" (1975-80 Ill, p.238). La noción de Estado, como Estado ampliado que incluye instituciones tradicional­mente atribuidas a la sociedad civil, ahora aparece asociada a la vez con ambos polos de la dupla. 228 La noción de hegemonía que, como

227 A propósito de estas ambigüedades, véase la minuciosa reconstrucción del empleo gramsciano de la noción de hegemonía -asi como su propia apreciación acerca de la importancia de ciertos mecanismos de coerción económica- por parte de Anderson ( 1987). w> A propósíto de esta concepción hegeliana del Estado ampliado, es decir, de la inclusión en el Estado de organízaciones tradicionalmente asociadas con la sociedad civil (como sucedía con las corporaciones en Hegel, sucede con los partidos políticos o los sindicatos en Gramsci), véase el ya clásico ensayo de Bobbio (1991).

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Capítulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía mene mista

veremos,_está inext_ricablemente vinculada con la de Estado, carga por ende con la mrsma ambrgúedad.

Por cierto, esta a1nhigüedad no resulta demasiado problemática en -. R mtsma, porque_ puede resolverse adoptando una decisión metodológica en favor, por eJemplo, de emplear las nociones de Estado y hegemonía como atravesadas por una doble dimensión coercitiva 1 consensual. Pero re~ordemos que ya el prímer Poulantzas reprochaba a Gramsci, en este mrsmo sentido, "el haber querido restringir el concepto de hegemonía y d.1~tmgu1r en ~JnnclplO, en las estructuras de dominación y de explota­cwn de la sonedad moderna, entre poder directo de dominación -fuer­za y coerción- ejercidos por el Estado y el gobierno jurídico' [ ... ] y po­der 1,nd1~ecto d~ di~ec~ión intelectual y moral y de organización-hege­moma. Este sena eJerCido por la clase hegemónica en la sociedad civil por medio del conjunto de las organizaciones habitualmente considera­das como 'privadas' (iglesia, ensefianza, instituciones culturales, etc.)" (l985c, p.65). Poulantzas indicaba así, correctamente, que la escisión del poder político en un poder institucionalizado vinculado con la coer­ció~ y un poder no-institucionalizado vinculado con el consenso, es deCir con la hegeinonía, no permitía apreciar la presencia de Jnecanis­mos de coerción no-institucionalizados (como el despotismo patronal en los lugares de trabajo o las prácticas disciplinarias en muchas institucio­nes privadas) así cmno de mecanismos de consenso institucionalizados (como las políticas sociales del Estado). Y el segundo Poulantzas profun­diza:a mcluso_ e_sas objeciones, planteando la necesidad de "superar la metafor~ a_nalogica de una simple complementariedad entre violencia y consentimiento, calcada de la imagen del centauro (medio bestia, medio hombre) de Maquiavelo" 0986, p.93) -y poniendo también en discusión la distinción althusseriana entre aparatos ideológícos y represivo de Esta­do Y la subestimación foucaultiana de la violencia de Estado como subs­trato permanente de sus dispositivos disciplinarios.

El problema radica, pensamos, en que acaso esas ambigüedades alre­dedor de la ubicación de los mecanismos coercitivos y consensuales de ejercicio del poder sean, a su vez, sintomáticos de limitacíones más pro­fundas de la propia dupla coerción 1 consenso. A propósito del derrote­ro de l~s regímenes parlamentarios de los Estados capitalistas europeos, GramsCl senala que ''el ejercicio 'normal' de la hegemonía en el terreno dev~~ido clásico del régimen parlamentario se caracteriza por la combi­n_acwn de la fuerza y el consenso que se equilibran en formas variadas, sm que la fuerza rebase demasiado al consenso, o mejor tratando de obtener que la fuerza aparezca apoyada sobre el consenso de la mayoría

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La hegemoní.a menemista

que se expresa a través de los órganos de la opinión pública -periódicos y asociaciones- los cuales, con este fín, son multiplicados artificialmen­te". A continuaci.ón agrega, empero, un tercer n1ecanismo de ejercicio del poder difícilmente clasificable en esa dupla coerción 1 consenso. "Entre el consenso y la fuerza -escribe~ está la corrupción-fraude (que es carac­terística de ciertas situaciones de ejercicio dificil de la función hegemó­nica, presentando demasiados peligros el empleo de la fuerza), la cual tiende a enervar y paralizar a las fuerzas antagónicas atrayendo a sus dirigentes, tanto en forma encubierta como abierta, cuando existe un peligro inmediato, llevando así la confusión y el desorden a las filas enemigas" (1975-80 1, p.l36). Consideraciones como éstas acerca de me­canismos de poder que escapan a la dupla coerción 1 consenso son más bien raras en el pensamiento gramsciano -aunque el mecanismo especí­fico considerado en este fragmento es clave para su pensamiento porque es constitutivo de sus nociones de transformismo y de revolución pasiva­y se encuentran asociadas a ciertas situaciones de excepcionahdad --en este caso específico, a un agrietan1iento del. aparato hegemónico de esos Estados capitalistas europeos cmno consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Pero creemos que esos mecanismos de ejercicio del poder que resultan difí.ciles de clasificar dentro de la dupla coerción 1 consenso son menos raros y excepcionales.

Consideremos, en efecto, el caso antes mencionado del ejercicio de la violencia hiperinf1acionaria en los orígenes de la hegemonía menemista. Esta violencia no pone en juego los mecanismos de persuasión ideológi­ca asociados con la noción del consenso -aunque sustentaría un ceñido consenso alrededor de la convertibilidad. Pero tampoco pone en juego los mecanismos represivos asociados con la noción de coerción -aunque no careció de efectos coercitivos que bien pueden equipararse a los resul­tantes de una violencia ejercida sobre l.os cuerpos tnismos. Esta violencia se diferencia además de la violencia pública relatívamente monopolizada por el aparato represivo de Estado -porque es una violencia privada des­encadenada en el mercado mis1no. Pero se diferencia también de los constreflimientos propios de los procesos privados de producción capi­talista -pues es una violencia extraordinaria que amenaza con interrum­pir el proceso de acmnulación en su conjunto. Y es importante atiadir que son estas mismas características de la violencia hiperinflacíonaria, como modalídad de violencia sin sujeto manifiesto o modalidad de vio­lencia del dinero mismo, las que la envuelven en un aura mística parti­cularmente eficiente en cuanto a sus efectos de poder. Pero la presencia de estos mecanismos de ejercicio del poder difíciles de clasificar dentro

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Capítulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía m enemista

de la dupla coerción 1 consenso, sin embargo, no se limita a estas condi­ciones, ciertamente excepcionales, de alteración radical de las relaciones económicas y sociales de fuerza que sientan las condiciones de posibi­lidad para la constitución de la hegemonía menemista. Ellos siguen operando posteriormente como elementos constitutivos de esa hege­monía. Y enfrentamos la misma dificultad de clasificacíón si conside­ramos otros mecanismos de ejercicio del poder asociados con el cita­do chantaje hiperínflacionario que sustenta a la hegemonía menemis­ta, como la violencia inherente al endeudamiento en dólares o al cre­ciente desempleo.

Aparentemente podríamos deshacemos de estas dificultades de clasi­ficación de los mecanismos de poder, inherentes a la hegemonía mene­mista, reconociendo sin más las limitaciones de la dupla coerción 1 con­senso. Las clasificaciones relevantes suelen no ser perfectamente exhaus­tivas y, en todo caso, la existencia de híbridos no inutiliza a las clasifica­ciones zoológicas. El problema radica en que quizás estas dificultades de clasificación sean, a su vez, sintomáticas de dificultades aún mayores, relacionadas así son los conceptos como con sus objetos. Detengamonos ahora en este punto.

El problema conceptual en cuestión remite a la manera en que Gramsci concebía la relación entre lo político y lo económico me­diante su asimilación de la problemática m.etáfora marxiana de es­tructura y superestructura, en términos de su propia noción de blo­que histórico y en el marco de su controversia con las vertientes eco­nomicistas del marxismo. La articulación entre estructura y superes­tructura implícita en la noción de bloque histórico suele aparecer en los escritos gramscianos de una manera n1ás o menos tradicional como, por ejemplo, cuando señala que "la estructura y la superestructura forman un 'bloque histórico', o sea el conjunto complejo, contradic­torio y discorde de las superestructuras es el reflejo del conjunto de las relaciones sociales de producción" (1975-80 Ill, p.48). Pero tam­bién aparece, naturalmente, de maneras que sugieren una interpreta­ción muy diferente. Tales son los casos en que aparece con1o una articulación entre naturaleza y espíritu, como cuando se refiere al "concepto de 'bloque histórico', es decir unidad entre la naturaleza y el espíritu (estructura y superestructura), unidad de los contrarios y de los distintos" (1975-80 l, p.34), o hien como una articulación en­tre contenido y forma, como cuando se refiere a ese n1ismo "concepto de bloque histórico en el que el contenido económico-social y la for­ma ético-política se identifican concretamente" (1975-80 111, p.202). 229

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La hegemonía menemista

E ta manera en que aparece la artículación entre estructura y superes-s . uuctura parece ratificada, ademas, por la manera en que GramsCl pre-senta el pasaje del momento económico-corporatívo al moment_o ético-

olítico. "Se puede emplear el término 'catarsis' -escribe, por eJemplo­para indicar el paso del momento 1neramente económico (o egoístico­~asional) al momento ético-político, esto es, la elaboración superior de 1 estructura en superestructura en la conciencia de los hombres. Ello s~gnifica también el paso de lo 'objetivo a lo subjetivo' yde la 'necesidad a la libertad"' (1975-80 lll, p.49). Ahora bien, estas drstmcwnes entre naturaleza y espíritu o entre contenido y forma: ¿son simplemente meta-

. fóricas o, por el contrario, cargan con importantes implicancias concep­tuales? Pensarnos que sucede esto último. Esta asimilación de la metafora marxiana de estructura y superestructura -e insistimos: una metáfora que consideramos problematica en sí misma- en términos de naturaleza y espíritu o contenido y forma sugiere la idea de que .estamos a~te rela­ciones técnicas de producción, por una parte, y relacwnes propwmente sociales, políticas e ideológicas, por la otra. La manera en que Grams~i define al marxismo es reveladora en este sentido: "La filosofía de la prax1s es igual a Hegel más David Ricardo" (\975-80 Ill, p.95). Tenemos relacio­nes técnicas de producción, por una pane, cuyo secreto ya habna desen­tranado la economía política ricardiana con su teoría del valor: "La rela­ción entre el trabajador y las fuerzas industriales de producción" (1975-80 lll, p.97). Y por otra parte relaciones propiamente sociales, políticas e ideológicas, 1notivo de reflexión ele la filosofía hegeliana -o en su caso crociana, cuya "historia ético-política", asimilada en términos de hege­monía-, consideraba Gramsci como fuente para una "renovación de la teoría de la praxis en nuestros días" (id., p.l97). 230

Wl Para las discusiones suscitadas por esta compleja noción gramsciana de blo~ue hist~­Iico véase el trabajo de Portelli (1983) -y para una interpretación .estructura~lsta Bun­G\ucksman (1985). Sospechamos que los esfuerzos por superar las mterpretacwnes eco­nomicistas del marxismo, sustentadas en nociones gramscianas organizadas alrededor c~e ésta de bloque histórico, como en Kohan (200 l ), conducen en definitiva a callejones 51~ salida. Pero <1 la vez estamos convencidos de que esos esfuerzos por superar el econonu­cismo -que Gramsci, con razón, consideraba como prioritarios ~n su momento- ya_ se encuentran superados por el desarrollo contemporáneo del marx1srno y, por esta razon, no nos detendremos demasiado en este asumo. lJo Esta remisión a Ricardo -y por ende a Marx como alguien que simplemente "univer­salízó los descubrimientos de Ricardo" (1975+80 !H, p.96)- acaso no sea ajena a la estrecha relación que mantuvo Gramsci con Sraffa desde que se conocieron en.l922 ,Y participaron conjuntamente de LOrdine Nuovo hast_a .s~ encarcelamiento y la as1stenoa que éste último le brindaría hasta su muen e. La rem1s10n a Hegel y a Croce, naturalmen­

te, no requiere mayores aclaraciones.

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Capítulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

El problema conceptual-radica en que las relaciones aquí asociadas con la esfera de lo económico y de la estructura no pueden entenderse como relaciones técnícas, que recién adquirirían una dimensión plena­mente social cuando sumamos la distribución del producto o aún de los medios de producción, como sucede ciertamente en Ricardo -y en Sra­ffa. Y también, como contrapartida, en que las relaciones asociadas con la esfera de lo político-ideológico y la superestructura tampoco pueden entenderse como relaciones inmediatamente sociales, en el sentido de un reino del espíritu y de la realización de la libertad, como sucede en Hegel -o en Croce. La crítica marxiana de las relaciones sociales capita­listas no puede entenderse, en síntesis, como una simple combinación entre las mejores expresiones de la economía y la filosofía políticas clási­cas. Y las pocas páginas de El capital dedicadas al fetichismo de las mer­cancías alcanzan para demostrarlo.

Si retomamos esos mismos pares conceptuales gramscianos, podría­mos entender esa crítica marxiana de la sociedad en los siguientes térmi­nos. No tenemos por una parte formas ético-políticas y por la otra conte­nidos económico-sociales, pues las formas son simplemente modos de existencia del contenido. Tenemos un contenido, unas relaciones socia­les capitalistas inherentemente antagónicas, cuya existencia asume dis­tintas formas, formas "políticas" co·mo el Estado pero también formas "económicas" como el mercado. La crítica marxiana es, precisamente, la crítica de esas formas fetichizadas de existencia. Tampoco tenemos por una parte un reino del objeto, de la naturaleza, de la necesidad, y por otra un reino del sujeto, del espíritu, de la libertad. La sociedad, es decir, la totalidad articulada por aquellas relaciones sociales capitalistas, es a la vez sujeto y objeto, espíritu y naturaleza, libertad y necesidad. La crítica marxiana consiste, precisarr1ente, en develar este doble carácter de la so­ciedad capitalista. La exigencia de Adorno (1986), de abordar la natura­leza como sociedad y a la vez la sociedad como naturaleza, apuntaba precisamente en este sentido.

Agreguemos ahora que este problema no se resuelve tampoco recu­rriendo a la manera en que el estructuralismo entendería más tarde la relación entre lo político y lo económíco, mediante su propia versión de esa misma metáfora marxiana de estructura y superestructura en térmi­nos de niveles con autonomía relativa, aunque determinados en última instancia. Es cierto que ya el primer Poulantzas es claramente consciente de este problema cuando, por ejemplo, advierte contra la tendencia a expurgar a las relaciones de producción en el nivel de lo económico respecto de unas relaciones de poder, de lucha y dominación de clase

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La hegemonía menemista

que, por consiguiente, quedarían desplazadas hacia los niveles de lo político y lo ideológico (1976, p.l20 y ss.). Y el segundo Poulantzas retomará esta advertencia, a la hora de discutir la concepción foucaultia­na y deleuziana de unas relaciones de poder situadas en una posición de exterioridad respecto de las relaciones de producción del nivel de lo económico y sus acusaciones de que el marxismo restringiría las relacio­nes de poder al Estado y al nivel de lo político (1986, p.35 y ss.). Pero el modo en que Poulantzas entiende las relaciones constitutivas del nivel de lo económico, siguiendo a Althusser, parece reinstalar el mismo pro­blema. Poulantzas define el nivel de lo económico como "la unidad del proceso de trabajo (concerniente a las condiciones materiales y tecnicas del trabajo, y más particularmente a los medios de producción, en suma, en general a las relaciones 'hombre-naturaleza') y de las relaciones de producción (concerniente a las relaciones de los agentes de la produc­ción y de los medios de trabajo" (1976, p.7l). Y distingue a continuación entre estas relaciones de producción y las relaciones sociales de produc­ción. Aquellas "no expresan simplemente relaciones de los agentes de la producción entre sí, sino también de tales relaciones en combinaciones específicas de esos agentes y de las condiciones n1ateriales y técnicas de trabajo"; estas "son relaciones de agentes de producción distribuidos en clases sociales, relaciones de clase" (ibídem). Las relaciones de produc­ción son en verdad las estructuras de un modo de producción y una formación social -el capital y trabajo- cuyos apoyos se distribuyen en relaciones sociales -los capitalistas y los trabajadores asalariados. Las cla­ses sociales serían entonces los efectos de aquella estructura -así como de las estructuras políticas e ideológicas- sobre las prácticas -así como sobre las prácticas políticas e ideológicas. 231 Parece quedarnos entonces una estructura abstracta constituida por relaciones de trabajo y de propiedad 1 posesión de los medios de producción y del producto, por una parte, y prácticas concretas de las diversas clases y fracciones de clase, por la otra. Parecemos volver a encontrarnos así con una definición de lo económico como constituido por relaciones tecnicas que adquieren dimensión so­cial apenas cuando consideramos la propiedad del producto y de los medios de producción, corno sucede, nuevamente, en la economía polí­tica. Y ahora, en añadidura, con una definición de las clases -aunque en la medida en que se definen como efectos de la instancia económica así definida sobre la práctica económica- derivada de esa propiedad de los

m Es importante advertir que Poulamzas no modificaría posteriormente esta concep­ción, aunque la matizaría enfatizando en la importancia de la división del trabajo (1979, p.l2 y ss.), de las relaciones de poder (1986, p.35 y ss.), etc.

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Capitulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

medios de producción y el producto, como sucede en la sociología. En este sentido, acordamos con Clarke cuando señala que tanto los marxis­tas althusserianos como los neogramscianos "toman como punto de par­tida la distinción entre relaciones de producción, vistas como las relacio­nes técnicas que combinan factores en la producción tnaterial, y relacio­nes de distribución, vistas como relaciones sociales constituidas por la propiedad de los medios de producción" y que su resultado "no es una teoría marxista de las clases, sino una teoría de las clases de la economía política clásica, tal como es modificada y desarrollada por la sociología burguesa contemporánea" (l995b, p.Sl; 91).

En este punto es necesario replantear nuestra discusión sobre las ba­ses de una interpretación diferente de la relación entre lo económico y lo político, a saber, sobre las bases de una interpretación de lo político y lo económico como formas de unas mismas relaciones sociales capitalistas. Nos referimos a una interpretación dialéctica de la crítica marxiana de la economía política que se remonta a obras pioneras como las de Pashuka­nis y Rubín y que, recuperación mediante del pensamiento dialéctico por parte de los fundadores del llamado marxismo occidental, como Lukacs y Korsch, y con sus continuadores frankfurtianos, como Adorno y Horkheimer, desemboca en la discusión de las relaciones entre lo eco­nómico y lo político encarada por el debate alemán de la derivación del Estado y sus seguidores.231 Las relaciones entre Estado y capital no deben entenderse ciertamente en términos de una determinación más o menos mecáníca de una superestructura político-ídeológica por parte de una estructura económica, ni de una integración de ambas en un bloque histórico, ni de una autonomía relativa de la primera respecto de la se­gunda como instancias de una estructura, sino en términos de formas diferenciadas y fetichizadas de unas mismas relaciones sociales capitalis­tas signadas por el antagonismo. Tal como sostienen Holloway y Piccio­tto, "lo económico no debe verse como la base que determina la superes­tructura política, sino que más bien lo económico y lo político son ambos formas de relaciones sociales, formas asumidas por la relación básica del conflicto de clase en la sociedad capitalista, la relacíón capital; formas cuya existencia separada emerge, a la vez lógica e históricamente, de la naturaleza de esta relación" (1978, p.l4).

232 No podemos siquiera presentar un esbozo de los aportes de esta tradición y de la importancia que reviste para nuestro análisis. Nos limitamos a remitir, específicamente acerca del debate de la derivación del Estado, a las introducciones a Holloway y Picciotto (1978) y a Clarke (1995a). BonTiet (2006b) contiene una síntesis de los debates suscitados alrededor de la derivación del Estado en Alemania y Gran Bretaña.

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No podemos profundizar aquí en estas consideraciones generales acer­ca de la relación entre lo político y lo económico -nos limitaremos ape­nas a poner en evidencia sus implicancias para el análisis específico de la mencionada relación entre los procesos hiperinflacionarios y la hegemo­nía menemista que nos incumbe. Es importante advertir empero, para evitar malentendidos, que esta interpretación de lo político y lo econó­mico como formas de las relaciones sociales capitalistas no conduce, de ninguna manera, a una interpretación economicista de dicha relación en general ni de la relación específica que nos incumbe. Las acusaciones de economicismo, que efectivamente suelen plantearse contra esta interpre­tación de las relaciones entre lo político y lo económico, responden a un malentendido en el que incurren sistemáticamente ciertas variantes del marxismo sobre la naturaleza misma de la empresa marxista de crítica de las relaciones sociales capitalistas. Consideremos por caso, en un extre­mo del recorrido teórico que delinearnos antes, la crítica de Poulantzas a la concepción del derecho de Pashukanis y Stucka: "A simple vista, su concepción permite establecer la relación del nivel jurí.dico estatal con la base económica. Sin embargo, reducen en realidad, según un economicis­mo simplista, el derecho y el Estado a esta base: rechazan su carácter específico de sistema coherente de normas y desconocen así, totalmente, su autonomía relativa" (Poulantzas l985b, p.l4). Y en el otro extremo de dícho recorrido considere1nos la crítica de Laclau a la concepción del Estado del debate alemán de la derivación: "El mérito del debate en tor­no a la derivación es que puso en el centro del análisis el problema de la locación estructural del Estado en la sociedad capitalista [ ... ] Las insufi­ciencias de la escuela lógica del capital no resultan por eso, sin embargo, menos evidentes. Ellas pueden reducirse a un becho central: el haber intentado resolver el problema dentro de un marco econmnicista que forzaba a hacer de la categoría capital el punto de partida del análisis" (Laclau 1997, p. 37).m El malentendido compartido que se esconde de­trás de estas críticas radica en que tanto la concepción del derecho de la escuela soviética como la del Estado, del debate alemán, no reducían lo jurídico-estatal -es decir, lo político- a lo económico, sino que apunta­ban a entender a ambos, lo político y lo económico, como sendas formas

m Véase asimismo la incomprensión de Poulamzas acerca de la naturaleza de la empresa mísma de derivación del Estado: "Se trata de hacer 'derivar' -digamos, deducir- las instituciones propias del Estado capitalísta de las 'categorías económicas' de la acumula­ción de capítal" (1986, p. 56). Véanse también las criticas dejessop, en el mismo sentido, a la concepción del derecho de la escuela soviética y del Estado del debate alemán (l990b, p. 37 y ss.; !990c, p.58 y ss).

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diferenciadas- de unas mismas relaciones sociales. Esta misma crítica con­tra el economicismo es correcta, por el contrario, cuando está dirigida precisamente)contra concepciones donde lo económico es entendido como la esfera de la economía en un sentido tradicional (como sucede en las críticas de Gramsci a Bujarin o Plejanov, 1975-80 lll, etc.). Pero, aún en estos casos, la respuesta a ese economicismo no puede radicar en una revisión de las relaciones entre estructura y superestructura destinada a encontrar una "locación estructural" para el Estado o el derecho que garantice sus "auronomías relativas". La respuesta a ese econmnicismo debe partir de la recuperación del significado de la critica marxiana de la economía política, no como un desarrollo de la economía política clásica ni como una nueva economía, sino como una crítica que apunta a eleve­lar las formas fetichizadas que asumen las relaciones sociales en el capi­talismo. Pues la propia separación de la esfera de lo económico respecto de la esfera de lo político y la reificación que rodea a sus respectivos objetos deriva de dicha fetichización de las relaciones sociales capitalis­tas. Debemos advertir fínalmeme que, una vez realizadas estas adaracio­nes, la interpretación de lo político y lo económico como formas distin­tas de unas mismas relaciones sociales que adoptamos podría suscitar la acusación contraria a la que venimos examinando, es decír, ser acusada de politicista. Esta paradoja resultaría de que nuestro argumento parece escapar a aquella acusación de economicismo, simplemente, reduciendo lo económico a lo político. Pero esta acusación descansaría precisamente sobre el mismo 1nalentendido que criticamos antes, aunque esta vez apunte contra la reducción inversa. Esta crítica de políticismo suele ser correcta, en cambio, justamente contra los mencionados intentos de superar el econonlici.smo ampliando la autonomía de la superestructura respecto de la estructura, como los gramscianos y los esrructuralistas.

Ahora bien: ¿por qué importa, en este contexto, detenerse en esta cuestión de las relaciones entre lo político y lo económico? La respuesta va de suyo: importa porque la posibilidad misma de entender el papel de los mencionados mecanismos de violencia económica en la constitución de la hegemonía política neoconservadora depende de que se reconozca plenamente la naturaleza social de esa esfera de lo económico. Dicho más precisamente: depende de que objetos usualmente clasificados como económicos, como el dinero, sean interpretados consecuentemente como formas de relaciones sociales capitalistas, y de que procesos normalmente considerados como económicos, como los procesos hiperinflacionarios, sean entendidos como situaciones en las que se expresa de manera privi­legiada el antagonismo inherente a dichas formas de las relaciones socia-

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les. Esto constituye sin más la condición de posibilidad para poder ana­lizar críticamente la relación existente entre esos objetos y procesos eco­nómicos y esta realidad política de la hegemonía que aquí nos incumbe -y es así como, en ausencia de dicha condición, esta relación resultó a la vez ampliamente reconocida y completamente inexplicable en los me­dios académicos y periodísticos argentinos de los noventa.

4.2. Saber, creer y votar: subjetividad escindida

Pero ya nos referimos antes a la violencia hiperinf1acionaria como el mecanisino por excelencia de ejercicio del poder que explica la modifi­cación en las relaciones sociales de fuerza, que se encuentra en los oríge­nes de la hegemonía menernista y que seguirá subyaciendo a la misma. Sel'íalamos entonces que las peculiaridades de esa violencia hiperinfla­cionaria, como modalidad de violencia sin sujeto manifiesto o violencia del dinero mismo, la envolvían en un aura mística paniculam1ente eficiente en cuanto a sus efectos de poder. Ahora debemos precisar la manera en que esa coerción subyacente deviene consenso propiamente dicho.

El análisis de la posición subjetiva que sustenta la renegación fetichis­ta del "ya lo sé, pero aún así..." propuesto por Zizek es un excelente punto de partida para nuestro propósito. Advirtamos para comenzar que esta posición subjetiva del "ya lo sé, pero aún así. .. " se encuentra de antemano en el centro de las nociones marxianas de fetichismo y de ideología. En efecto, la matriz de la crítíca marxiana del fetíchis1no de la mercancía es tripartito: la mercancía como cosa, como valor de uso 1 la mercancía como producto del trabajo, como valor 1 la adopción de la forma n1ercancía por parte de ese trabajo abstracto. Y, en esta tríada, el secreto del fetíchismo reside en la propia forma de la mercancía. "¿De dónde brota, entonces, el carácter enigmático que distingue al producto del trabajo no bíen asume la forma de mercancía? Obviamente, de esa forma misma" (Marx 1989 1, p.SS). Pero esta noción de forma debe entenderse como "ilusión objetiva" (gegenstándlícher Schein, según Marx mismo), como una "abstracción real" (das real e Abstrahtion, con Sohn-Rethell980), como "objetivamente subjetiva" (con el propio Zizek 1999). La abstracción inherente al intercambio se caracteriza por revestir la forma del pen­samiento, en tanto abstracción, pero a la vez por tener un origen aje­no al pensamiento, en tanto está ya inscripta en el intercambio mis­mo. En palabras de Sohn-Rethel: "La esencia de la abstracción-mer­cancía reside en el hecho de que no es un producto del pensamiento, que no tiene su origen en el pensamiento de los hombres, sino en sus

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actos" (1980, p.27) 234 Se trata de una abstracción real en tanto los indi­viduos proceden efectivamente, en sus actos de intercambio, als ob las mercancías fueran cosas no sometidas a cambios físicos: ellos "saben" que no es así, pero actúan "corno si" fuera así. Y aquí aparece ese "ya lo sé, pero aún así..." en toda su centralidad. Consideremos como ejemplo esa metamorfosis ulterior del valor que es la fonna dinero, resultante del "desdoblamiento de la mercancía en mercancía y dinero", que refuerza ese fetichismo y que viene desempeñando un papel clave en nuestro análisis. "Yo sé que el dinero es un objeto material como otros, pero aún así.. [es como si estuviera hecho de una sustancia especial sobre la que el tiempo no tiene poder]" (Zizek 1992, p.43). El dinero reviste así una doble cara, que en verdad no es sino la doble cara del trabajo, como trabajo concreto y abstracto, una material y otra sublime, un "cuerpo sublime dentro de otro cuerpo ..

Partiendo de esta consideración sobre el fetichist.no, introduce Zizek el propio concepto de inconsciente.235 Afirma que exi.ste una "homología fUndamental" entre los procedimientos de interpretación de Marx y Freud y sitúa esa homología en el hecho de que también la interpretación de los sueños de Freud responde a una matriz tripartita: texto manifiesto del sueño 1 contenido latente del sueño 1 articulación del deseo inconsciente en el sueño. La noción de forma, como abstracción real, provee así una definición del inconsciente: "La forma del pensamiento cuyo status on­tológico no es el del pensamiento, es decir, la forma del pensamiento externa al propio pensmniento, en suma, Otra Escena externa al pensa­miento con la cual la forma del pensamiento ya está articulada de ante­mano" (1992, p.44). Y el "ya lo sé, pero aún así..." permanece detrás de esta definición de inconsciente: "El inconsciente debe concebirse como una entidad positiva que sólo conserva su consistencia sobre la base de un cierto no saber: su condición ontológica positiva es que algo debe quedar sin simbolizar, algo no puede ser puesto en palabras" (2000, p.78).

234 Digamos de paso que es precisamente la incomprensión althusseriana de esta noción de "abstracción real'' lo que opera como un auténtico ''obstáculo epistemológico" en su asimilación del fetichismo y de la naturaleza de b clitica marxiana de 1a economía po1itica en general (véaseA!tbusser 1985, IU; Sohn-Rethell980, !, 3; Zizek !992, !, 1 y 1999, !1, 5). m Sohn-Rethel ya había puesto de relieve la exterioridad de las estructuras cognoscitivas del sujeto trascendental-las caregolias del sujeto cognoscente a la Kant- derivándolas de la abstracción inherente al intercambio de mercancías. Zizek puede así repetir su escan­daloso gesto a propósito de la exterioridad del inconsciente de ese sujeto -del orden simbólico a la Lacan. "Si esta tesis resultase convincente -escribía Sohn-Rethel al respec­to-, terminaríamos de una vez con 1a vieja idea de que la abstracción es un privilegio exclusivo del pensamiento; la mente ya no estaría encerrada en su propia inmanencia" (1980, p.17).

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El punto que nos interesa rern.arcar aquí reside en que esa posición del "ya lo sé, pero aún así..." ubica a la creencia fetichista en la exteriori­dad del hacer, convirtiéndola en una mediación constitutiva de las rela­ciones sociales y de la ideología. La ilusión resultante del fetichismo no está en el saber ("interior"), sino en el hacer ("exterior") de los agentes del intercambio. Los agentes del intercambio "saben que" las mercancías son cosas sensibles producto de su trabajo, "pero aún así" intercambian mercancias como si fueran entidades suprasensibles. Esta suerte de doble ilusión, desconocimiento del desconocimiento constitutivo de las rela­ciones sociales, es precisamente la fantasía ideológica que sostiene a la ideología en su exterioridad respecto del sujeto (Zizek 1992, !999). 236 Es por este motivo que puede emplearse la expresión "ellos no lo saben, pero lo hacen" (Sie wissen das nicht, aber sie tunes), del apartado sobre el feticbismo de El Capital, como definición sin más de la ideología. El su­jeto en cuestión queda escindido entre su saber y su hacer/creer, pues aquella escisión entre lo sabido y lo creído no puede tomarse simple­mente como una contradicción semántica, sino como una paradoja prag­mática que pone en juego la posición del sujeto de la enunciación, es­cindiendo a ese sujeto (Zizek 2000).

Ahora bien, debemos tener presente este estatuto objetivo de la creen­cia para aproximarnos a una explicación de los efectos ideológicos del 23

" Zizek se refiere en este sentido a "una ilusión, un error, una distorsión que actúa ya en la realidad social, al nivel de lo que los individuos hacen, y no sólo de lo que piensan o creen que hacen [ ... ] Son fetichistas en la práclica, no en la teoría. Lo que 'no saben', lo que reconocen falsamente, es el hecho de que en su realidad social, en su actividad social-en el acto de intercambio de mercancías- están orientados por una ilusión fetichista[ ... ] la ilusión no está del lado del saber, está ya del lado de la realidad, de lo que la gente hace. Lo que ellos no saben es que su realidad social, su actividad, está guiada por una ilusión, por una inversión fetichista. Lo que ellos dejan de lado, lo que reconocen falsamente, no es la realidad, sino la ilusión que estructura su realidad, su actividad social real. Saben muy bien cómo son en realidad las cosas, pero aún así, hacen como si no lo supieran. La ilusión es, por lo tanto, doble: consiste en pasar por alto 1a ilusión que estructura nuestra relación efectiva y real con la realidad. Y esta ilusión inconsciente que se pasa por alro es lo que se podría denominar !a fantasía ideológica" (1992, p .. S9, 60-61). O bien: "En la noción marxista de fetichismo, e1lugar de la inversión fetichista no radica en lo que la gente cree que está haciendo, sino en su misma actividad social {. .. ]1as personas están claramente conscientes de cómo son las cosas en realidad, soben muy bien que la mercan­eía dinero no es más que una forma establecida de las apariencías de las relaciones sociales, es decir, que tras las 'relaciones entre cosas' hay "relaciones entre personas' -la paradoja es que, en su actividad social, actúan como si no lo supieran, y siguen la ilusión fetichista" (1999, p.l26). "Es esta "sinceridad puramente material' del ritual ideológico externo, y no la profundidad de las convicciones y los deseos del individuo, lo que constituye el verdadero locus de la fantasía que sostiene la construcción ideológica" (1999, p.15).

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ejercicio de mecanismos de poder como la violencia hiperinflacionaria. El análisis de este problema, como otros que ponen en juego reacciones subjetivas ante determinados procesos histórico-sociales, enfrenta difi­cultades mayores y cuenta con menos antecedentes que el análisis de otros problemas que hen10s encarado hasta ahora. Aquí vamos a concen­trarnos en un fenómeno especifico: la escisión entre el hacer y creer políticos, por una parte, y el saber político, por la otra, que ponían de manifiesto los votantes de Menem y que puede sintetizarse en la paradó­jica expresión de que "nadie votó a Menem" (ver Bonnet 1999 para un primer análisis de este fenómeno). Hablamos de esa suerte de no-recono­cimiento del hecho de votar a Menem, particularmente arraigado en los sectores medios urbanos, que quedó registrado en numerosas encuestas de los noventa. 237 Este fenómeno, inicialmente, se registró como una di­ferencia entre los resultados favorables a Menem en las encuestas previas a las elecciones y en los cómputos posteriores a las mismas en las presi­denciales de 1995 (una diferencia que alcanzaría para desmentir los pro­nósticos de una segunda vuelta) y, después de las elecciones, como una suerte de evaporación del apoyo previo a Menem en diversas encuestas de opinión. Pero acaso su registro más interesante y cmnplejo se encuen­tre en las elecciones de abril de 2003, esto es, las inmediatamente poste­rim-es a la insurrección de diciembre de 200 l. Para entonces las en­cuEstadoras ya habían percibido este fenómeno, bautizado como voto vergonzante, y habían adaptado formularios y proyecciones para captar su incidencia. 138 Para entonces el propio equipo de campaña de Menem contaba con dicho fenómeno en sus estrategias, 1nagnificándolo hasta pronostiéar su triunfo en primera vuelta, mientras los preocupados equi-

:m Este fenómeno se convirtió en un lugar común en los análisis políticos de la época. Veamos apenas un ejemplo: "-La gente en la calle dice 'no voy a votar por Menem', pero cuando uno pregunta quién va a ganar, responden 'Menem'. ¿Por qué? -Es muy raro eso. Menem tiene un voto 'vergonzante', más que nada de parte de los sectores de clase media de la Capital. En el interior, la gente lo vota y lo dice. Ya pasó en otras elecciones. Cuando Menem ganó la reelección (1995), al otro día vos salías por la calle y nadie lo había votado; era increíble" (reportaje dej. Baig al periodista]. Lanata, en BBCMundo.com). Sin embargo, el único enfoque de este asunto que conocemos, emparentado con el nuestro, es el propuesto por Sotobno (2002; un intercambio que mantuve con O. Sotolano en el marco de la reunión del Foro Social Mundial en Buenos Aires, en agosto de 2002, me coníirrnó ese parentesco). 238 En verdad, de las diez encuestas de intención de voto previas a las presidenciales del27/4/03, sólo cuatro acertaron en el resultado de un ballotage entre Menem y Kirchner (Analogías, H. Haime, G. R6mer y E. Zuleta Puceiro) pero, salvo una de ellas (Equis, de A. López, vinculada con Kirchner), todas ubicaban a Mene"m en el primer puesto (Clarín 25/4/03).

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pos de los restantes candidatos se empeñaban en minimizarlo. 23>J El fenó­

meno de que "nadie vota a Menem", en síntesis, había sido asumido como un componente más de la escena política por los distintos actores intervinientes. Pero las presidenciales de 2003 agregaron dos nuevos in­gredientes a este fenómeno. El primero consiste en que las encuestas previas a las elecciones del 27/4 revelaban que, mientras que apenas una primera minoría de un 17 a 22,5 % (según las diversas encuestas) decla­raba que votaría a Menem, porciones mucho más amplias del electorado sostenían que nunca votarían a Menen y a la vez que Menem ganaría las elecciones (57 y 43% respectivamente, según encuestas de lpsos de Mora y Araujo realizadas a n1ediados de abril). Nadie votaría a lv1enem y, sin embargo, Mene m ganaría las elecciones .. El segundo ingrediente, acaso más sorprendente aún, se evidenció en las encuestas posteriores a propó­sito de las intenciones de voto en vistas del ballotage que debía realizarse el 18/5, pero se suspendería después de que Menem renunciara a parti­cipar. Las pocas encuestas que alcanzaron a realizarse antes de que se suspendiera indicaron que Menem, que había obtenido un 24,45% en la primera vuelta, obtendría en una segunda vuelta, en eltnejor de los casos un insignificante aumento de sus votos, y en el peor de los casos un descenso de sus votos (un 26,1% y un 20,6%, según OPSM de E. Zuleta Puceiro y Equis de A. López, respectivamente, en La Nación 5/4/03). No era sorprendente que la amplia 1nayoría de los votantes a candidatos que no entrarían en esa segunda vuelta se pronunciaran a favor de Kirchner (entre un 67 y un 78% según los casos), pero sí resultaba decididamente sorprendente que una porción de los votantes a Menem en la primera vuelta habrían dejado de votarlo en la segunda. Menem no había ganado las elecciones y, por consiguiente, nadie votaría por Menem.

Aquí nos concentrare1nos en este fenómeno de que "nadie vota a Me­nem" por dos razones: porque resulta un poco más sencillo de analizar pues contamos con mayor información sobre las conductas electorales que sobre otras conductas políticas y, fundan1entalmente, porque cree­mos que pone en juego de manera extrema esa escisión entre saber y creer que consideramos clave para explicar más ampliamente los efectos ideológicos de la violencia hiperinflacionaria. En nuestra paradoja de que "nadie votó a Menem", los ciudadanos "sabían que" Menem repre­sentaba íntereses ajenos a los suyos, ''pero aún así" votaban a y creían en

m El periodista]. Morales Solá escribiría: "Su equipo trabajaba convencido de que un supuesto voto vergonzante lo elevarla a Menem hasta un triunfo definitivo. El caudal de soberbia del menemismo tenía su raíz en esa convicción" (La Nacíón 28/4/03).

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Capítulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

Menem. Y era precisamente esa escisión entre su votar y creer fetichiza­dos y su saber efectivo la que se expresaba, de modo sintomático, en ese no-reconocimiento de su propio apoyo a Menem tanto antes como des­pués de las elecciones.H0 Ese no-reconocimiento implicaba una doble ilusión, un no-reconocimiento del no-reconocimiento que signaba la relación efectiva de estos ciudadanos con Menem, donde el segundo momento remite a aquella escisión fetichista entre saber y creer/hacer, mien­tras que el primero remite a la fantasía ideológica propiamente dicha.

Antes de proseguir con nuestro análisis, empero, debemos profundi­zar un poco en la naturaleza de esta conducta. Nuestro "ya lo sé, pero aún así..." C''je sais bien, maís quand mtme ... ") es la posición subjetiva que sustenta la denegación (Verleugnung) que apunta a evitar el encuentro con lo real traumático (de la ausencia de pene en la madre, del padre muerto, de la brecha en el Otro; Zizek 2000, p. 64 y ss). Y esta denega­ción está en el centro, no sólo de la noción marxiana, sino también de la noción freudiana de fetichismo (véase Freud l98la). La reacción inme­diata del niño ante la traumática constatación de la ausencia de pene en la madre es la denegación de ese saber y a la vez la conservación de la creencia en el falo materno: "Lo que ante todo es repudiado es el des­mentido que una realidad inflige a una creencia" (Mannoni 1997, p. lO). El resultado es un yo escindi.do (Freud 1981b). Pero es imponame ad­vertir en este punto que la denegación no es represión ni, por consi­guí.ente, es inconsciente la creencia resultante (aún cuando en esa dene­gación opera el deseo inconsciente asociado al falo materno y la castra­ción). Este caso de la denegación fetichista propiamente dicha es extre­mo, pues el fetichista ni siquiera conserva su creencia en el falo materno, sino que lo sustituye sin más por el fetiche mismo, pero Mannoni argu­menta que la denegación del falo materno puede considerarse como modelo, "como si la Verleugnung del falo materno trazara el primer mode­lo de todos los repudios de la realidad y constituyese el origen de todas las creencias que sobreviven al desmentido de la experiencia { ... ]la creencia

24u Conviene aqui agregar otra conducta, que aparece a primera vista como excepción a nuestro argumento pero que, en verdad, confim1a sus conclusiones: en varias movi.1iza­ciones durante el periodo de decadencia del consenso menemista, los militantes de la Juventud Radical-esos que después del triunfo alfonsinista de 1983 habian festejado al grito de "se acabó el reinado de los cabecitas negras"- recorrían las calles cantando "yo no lo voté". El canto, naturalmente, suponía el "nadie vota a Menem" que estamos analizan­do. Pero además es necesario anadir que estos jóvenes radicales no estaban escapando a su embrujo mediante su cántico: podían convertir su no-voto a Menem en consigna, en paz consigo mismos, porque habían podido votar a Menem en la figura de los dirigentes aliancistas.

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La hegemonía menemista

en la presencia del falo materno es la primera creencia repudiada, y el modelo de todos los otros repudios" (Mannoni 1997, p. ll, 15). 241 Una argumentación rigurosamente freudiana hasta este momento. Pero en este momento conviene introducir una precisión acerca de esta relación entre la denegación del falo materno y la denegación de otras realidades trau­máticas, precisión que supone un distanciamiento respecto de (cierta interpretación Jamiliarista de) esa argumentación freudiana. El elemento determinante en nuestra argumentación no será esa denegación origina­ria vinculada con la castración -como parece sugerir Mannoni-, de ma­nera que la denegación de otra realidad traumática posterior opera mera­mente como actualizadora de una potencialidad ya inscripta en una es­cena infantil previa. Antes bien, ese elemento determinante es esta dene­gación posterior, que actúa retroactivamente, dialécticamente, sobre el sentido de esta escena infantil previa. 242

Ahora bien, ¿qué acontecimiento traumático particular nos incumbe a nosotros? La respuesta remite, desde luego, a los procesos hiperinfla­cionarios. Hablábamos antes de una suerte de aura mística que envolvía a esos procesos hiperinflacíonarios, violencia sin sujeto manifiesto, violen­cia del dinero mismo, violencia anónima encerrada en el extremo feti­chismo inherente a la forma dinero, dotándolos de particular eficacia en cuanto a sus efectos de poder. 243 Ahora podemos relacíonar esa eficacia con su capacidad traumática y aquella naturaleza mística con la irracio­nalidad inherente a la ley y a su capacidad traumática. Nos referíamos antes a los procesos hiperinflacionarios como realidades históricas que se explicaban, a partir de la lucha de clases, como una ofensiva del capital contra el trabajo desarrollada bajo una modalidad inflacionaria en la

141 El propio Freud seti.alaba sugestivamente: "El proceso transcurrido consiste, pues, en que él niño rehusa tomar conocimiento del hecho percibido por él de que la mujer no tiene pene. No; eso no puede ser cierto, pues si la mujer está castrada, su propia posesión de un pene corre peligro [ ... ]. En épocas posteriores de su vida, el adulto quizá experi­mente una similar sensación de pánico cuando cunde el clamor de que 'trono y altar están en peligro', y es probable que aquél conduzca también entonces a consecuencias no menos ilógicas" (198la, p.2993-4, subrayado nuestro). No es precíso agregar nada a la metáfora freudiana. 242 Véase en este sentido Waisbrot et alii (2003). Alguna discusión en el seminario "La dimensión socio-histórica de la subjetividad" (Facultad de Psicología -UBA), dirigi­do por la Lic. A. M. Fernández, me ayudó significativamente a precisar este punto de mí argumentación. m Es importante aclarar que los procesos hiperinilacionarios no redundaron solamente en un ceñido consenso alrededor de la convertibilidad, que había permitido la estabilidad monetaria, sino también alrededor de muchas de las transformaciones que esa converti­bilidad enmarcó en la primera mirad de la década (véanse los estudios de opinión pública de Mora y Arauja 2003).

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Capítulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

esfera de la circulación. Y nos referiamos a sus antecedentes y a sus con­secuencias en términos, igualmente históricos, de la evolución de las relaciones de fuerza entre clase_s que desembocaría en la hegemonía me­nemista. Ahora debemos referirnos a esos mismos procesos como realida­des psíquicas colectivas que se inscriben en la conciencia social, en una historicidad que no se corresponde con la historia a secas. Las conse­cuencias de una catástrofe social, como sostienen D. Waisbrot et alii (2003), dependen entre otros factores "de las formas que el suceso vaya tomando en el imaginario colectivo y de las respuestas sociales que el conjunto pueda ir brindando frente a esa catástrofe" (p. 22).

En efecto, no basta con afirmar que esos procesos hiperinflacionarios significan de hecho una amenaza de disolución de las relaciones. socia­les, como afirmamos en el capítulo anterior, sino que es necesario aten­der a la manera en que fueron resignifícados, retroactivamente, como dicha amenaza en el imaginario social. En la medida en que se encontra­ba articulado por la matriz "yo o el caos", el discurso menemista los inscribía retroactivamente en el imaginario social como equivalentes del caos sin más, es decir, de la disolución de las relaciones sociales. Tampo­co alcanza con vincular esos procesos hiperinf1acionarios con otros epi­sodios históricos anteriores de la lucha de clases, sino que es imprescin­dlble rastrear la manera en que son asociados con los mismos en el ima­ginario social. Bien pueden establecerse estrechos vínculos históricos entre la violencia dineraria de 1989-90 y la violencia armada de la dictadura militar de 1976-83, en su calidad de momentos clave de una misma ofensiva de la burguesía destinada a modificar las relaciones de fuerza entre clases.H-+ Pero aquí nos interesa recordar que tambíén el discurso alfonsinista se encontraba articulado por esa matriz "yo o el caos", siendo el caos equivalente esta vez a las luchas sociales previas a la dictadura y a la posterior represión que habrían causado de parte de la propia dicta­dura, es decir, a una modalidad diferente de disolución violenta de las relaciones sociales. La violencia dineraría quedaría asociada entonces en el imaginario social con la violencia armada, actualizándola, potencián­dola, resultado del empleo de una misma matriz discursiva-'45 S. Bleich­mar describe el saldo de estas asociaciones con las siguientes palabras: "A

244 Como señalara P Anderson, "hay un equivalente funcional al trauma de la dictadura militar como mecanismo para inducir democrática y no coercitivamente a un pueblo a aceptar las más drásticas politicas neo liberales. Este equivalente es la hiperinflación" (1996). 245 Acaso los mejores aportes para analízar las implicancias subjetivas de esa violencia armada se encuentren en los trábajos de Rozitchner (l985a y varios artículos periodísti­cos reunidos en 1996).

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La hegemonía menemista

partir del '76, los argentinos ubicamos claramente. algo aterrorizante: el terrorismo de Estado, proceso que culminó organizándose como miedo a un nuevo golpe de Estado. Después tuvimos un nuevo terror: la hiperin­flación, que nos llevó a aceptar, defensivamente, modos de estructura-· ción que nos parecían más organizantes en relación con los terrores de base que nos constituían. Esto incidió en el modo como aceptamos una democracia empobrecida y toleramos la corrupción. Aceptamos las formas con las cuales se sostuvo la convertibilidad, sabiendo de hecho que esto en algún momento se iba a desmantelar" (en Weisbrot et alii, p.44).

Pero si "caos" remite a las violencias hiperinf1aci.onaria y armada ins­criptas en el imaginario como traumática disolución de las relaciones sociales, ¿a qué remite "yo", el otro polo de esa matriz? La respuesta más inmediata es, desde luego, que "yo" es el propio Menem, ya sea como candidato a presidente o como presidente en ejercicio. Pero ésta es una respuesta superficial que puede conducirnos a una fetíchización de la autoridad. El polo opuesto al "caos" es en realidad el "orden", es decir la propia ley, y la asociación circunstancial entre ese orden y la figura de Menem es secundaria. El orden es la hegemonía menemista articulada alrededor de la convertibilidad, que puso fin a aquellos procesos hiper­inflacionarios, y es un orden relativamente independiente de la adminis­tración de Menem. La irracionalidad traumática que caracteriza a este orden radíca, a su vez, en la irracionalidad traumática de su origen hipe­rinflacionario. Y es esta irracionalidad traumática de la hegemonía me­ne.mista la que signa la mencionada escisión entre el hacer/creer fetichi­zados y el saber. efectivo del ciudadano, escisión que se expresa sintomá­ticamente en su no-reconocimiento de su apoyo a Menem. Decíamos antes que el ciudadano "sabe que" Menern no representa sus lntereses, "pero aún así" vota a y cree en Menem. Podemos agregar ahora que ese saber es denegado porque el ciudadano, si actuara y creyera en conse­cuencia con el mismo, se vería enfrentado al abismo de la disolución de las relaciones sociales. Tiene. que votar a y creer en Menem. La naturaleza traumática de esta imposición del orden es precisamente la que signa la brecha entre su saber y su hacer/creer.

Ahora bien, esta escisión entre saber y hacer/creer debe ser entendida como una posición subjetivamente inestable que, por consiguiente, pue­de ser punto de partida para una conversión de ese hacer/creer fetichis­tas en una práctica ideológica plenamente asumida por el sujeto en cues­tión. Zizek anota que "si sigue una costumbre, el sujeto cree sin saberlo, de modo que la conversión final es sólo un acto formal por el cual re-

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Capítulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

conocemos aquello en lo que ya creemos" (1992, p.69) 2 " Es importante señalar que una escisión semejante subyace también a la consigna de "Razonad cuanto queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!", me­diante la cual Kant (1986) caracterizara a la política ilustrada y su impe­rativo categórico, modelo de la ley morai.2.,.7 Señalarlo es importante por­que pone de manifiesto la naturaleza irracional y por ende traumática del origen de aquella escisión. La ley externa es constitutivamente absur­da, carente de sentido, superyoica. La ley no impone su obediencia por­que sea justa, sino simplemente porque es la ley: "Lo que se 'reprime' no es un origen oscuro de la Ley, sino el hecho mismo de que no hay que aceptar la Ley como verdad, sino únicamente como necesaria -el hecho de que su autoridad carece de verdad" (1992, p.67).'"8 Y es precisamente la

246 La primera referencia obligada aquí es a la apuesta religiosa pascaliana: "Queréis ir hacia la fe, y no sabéis el camino; queréis curaros de la infidelidad, y pedís el remedio: aprended de quienes han Estado atados como vos, y que apuestan ahora todo cuanto tienen{. .. ]. Seguid la manera por la cual ellos han comenzado: haciendo como si creye­ran, tomando agua bendita, haciendo decir misas, etc. Naturalmente, eso os hará creer y os atontará" (Pascal 1971, I, p.17l-2). Y Ia segunda es a Ia concepción aithusseriana, inspirada en Pascal, de práctica ideológica normada por rituales e inscripta en aparar.os ideológicos de Estado. "Diremos entonces, tomando en consideración un sujeto (tal individuo), que la existencia de las ideas de su creencia es material en cuanto sus ideas son actos materiales insertos en prácticas materiales normadas por rituales materiales defini­dos por el aparato ideológico material del cual derivan las ideas de este sujeto" (Althusser 1986, p.l29). Sin embargo, tras emplear tan profusamente el adjetivo "marerial!es", Althusser desilusiona con un "dejamos en suspenso la teoría de la diferencia de las moda­lidades de la materialidad". Esta indeterminación del concepto de materialidad (¿esta presuposición de un concepto de materialidad tomado de las ciencias naturales?) respon­de en nuestra opinión a la incomprensión althusseriana de la noción de "abstracción real" ya mencionada. Adviértase de paso que una proto-noción, no sólo de práctica ideológica, sino también de materialidad de la ideología, se encuentra en los Pensees: "Nuestros magistrados conocieron bien ese misterio. Sus togas rojas, sus anniflos, con los cuales se envuelven como gatos enfundados, los palacios donde juzgan, las lises, todo este aparato augusto era muy necesario; y si los médicos no tuvieran sotanas y chapines, si los doctores no tuvieran tocas y togas demasiado amplías de cuatro partes, nunca hubieran engañado al mundo, que no puede resistir a una exhibición tan auténtica. {. .. }Sólo los militares no están disfrazados de ese modo, porque, en efecto, su función es más esencial: ellos se establecen por la fuerza, mientras que los otros por la mueca" (Pascall97l, l, p.l04). 247 Corno apuntaba el joven Horkheimer, ''es sabido que la burguesía puede 'discutir' sobre todo. Esta posibilidad forma parte de su fortaleza. En general defiende su libertad de pensamiento. Sólo cuando el pensamiento toma la forma de empujar inmediatamente a la praxis ... entonces se acaba la tolerancia amistosa" (1986, p.52). 248 Y como señalaba Horkheimer, a propósito del concepto de autoridad divina de Kier­kegaard, "preguntar si un rey es un genio, porque se lo quiere obedecer sólo en este caso, es, en el fondo, delito de lesa majestad, pues. en la pregunta está contenida una duda acerca de la subordinación a la autoridad". Estamos pues ame un concepto fetichiza­do de autoridad. "Incluso en la candencia del presente -agregaba Horkheirner-la autoridad

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La hegemonía menemista

naturaleza traumática de esta imposición de la ley la que signa la brecha entre saber y hacer/creer: "El predominio del superyó sobre la ley [esa irracionalidad] perturba la relación entre saber y creencía que determina nuestro horizonte ideológi.co cotidiano: la brecha entre el saber (real) y la creencia (simbólica). Podemos ilustrarlo con la conocida experiencia psicológica de decir acerca de algo, por lo general terrible, traumático, 'Sé que es así, pero no puedo creerlo': el conocimiento traumátíco de la realidad queda fuera de lo Simbólico, la articulación simbólica continúa operando como si no supiéramos, y para que este saber sea integrado en nuestro universo simbólico es necesario un 'tiempo para comprender'. Esta especie de brecha entre ei saber y la creencia, en cuanto uno y otra son conscientes, demuestra la existencia de una escisión psicótíca, una 'renegación de la realidad'" (Zizek l998a, p.3l4-3l5). 249

Pero esta escisión entre saber y hacer/creer es una posición subjetiva inestable, dijimos, que puede desencadenar un proceso de conversión de ese hacer/creer fetichistas en una práctica ideológica plenamente asu­mida por parte del sujeto. Esta asunción será una suerte de conversión forzada de la creencia en saber, o sea, una racionalización. Zizek afirma: "La 'solución' normal de esta contradicción consiste por supuesto en que reprimimos el otro momento, la creencia, en nuestro inconsciente. En su lugar aparece algún momento de reserva que no está en contradicción con el primero: ésta es la lógica de la denominada 'racionalización'" (1998a, p.315). La creencia es racionalizada a través de argumentos racionales que perrniten confrontarla con ese saber, en un misnw nível, para ratifi­carla plenamente. Es importante seüalar que esos argumentos pueden ser, y a menudo son, perfectamente racionales. Así, el ciudadano que racionaliza su creencia en Menem puede invocar una serie de argumen­tos perfectamente racionales para respaldar la conversión de su creencia en saber: la estabilización de la capacidad adquisitiva de su salario, la

tampoco aparece como relación sino como propiedad inca.ncelable del superior, como diferencia cualitativa. Puesto que la fomu de pensar burguesa no reconoce que el valor de los bienes materiales y espirituales, con los que los hombres tratan cotidianamente, sea una forma de las relacion~s sociales, sino que lo sustroe al aná1isis racional por considerar­lo propiedad natural de las cosas -o bien, al comrario, porque no ve en él sino puras estimaciones arbitra1ias-, también concibe a la autmidad como cualidad estable siempre que no la niegue totalmente en forma anárquica" (Horkheimer 1974, p.l28; véase asi­mismo Zizek l998a, p.304 y ss.). H 9 Ese "tiempo para comprender" puede entenderse asimismo como ''atenuación": "La clave de la atenuación parecería residir en la escisión entre el saber (real) y la creencia (simbólica): 'Sé muy bien (que la situacíón es catastrófica), pero ... (no creo en ella y seguiré actuando como si no fuera grave)"' (Zizek 2000, p. 54).

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Capílulo 4. Escorzos humanos: ideologia y hegemonía menemista

recuperación de su capacidad de ahorro y de consumo a crédito, su novedoso acceso a bienes importados o viajes al extranjero. Y, sin embar­go, está mintiendo con la verdad.

A esta altura de nuestra argumentación, acaso sea superfluo remarcar la pobreza de las interpretaciones de la hegemonía menemista, amplia­mente compartidas en los medios de izquierda, que durante una década entera invocaron la "traición" y/o el "engaño" perpetrados por Menem como argumento último. Pero no resulta superfluo recordar in extenso la manera en que Reich (Wilhem Reich, ya en 19331) desechaba semejantes interpretaciones. "El desprecio de la observación y la práctica psicológica en el seno de la política proletaria ha engendrado hasta la actualidad en las discusiones una problemática política improductiva. Así, por ejem­plo, los comunistas han explicado la toma del poder por el fascismo mediante la polltica ilusoria, engañosa de la socialdemocracia. Esta ex­plicación conduce finalmente a un punto muerto, pues ésta es precisa­mente la función de la socialdemocracia, en tanto que sostén objetivo del capitalismo, el propalar ilusiones. Mientras que exista no hará otra cosa. Esta explícación no engendra una nueva práctíca. Igual de improductiva es la explicación según la cual la reacción política habría, bajo la forma del fasci.smo, 'obnubilado', 'corrompido' e hipnotizado a las masas. Esta es y tal permanecerá la función del fascismo durante todo el tiempo que exista. No es productivo, porque no muestra ninguna vía de salida, el fundar la poiítica únicamente sobre la función objetiva de un partido capitalista, a sabiendas de que constituye un apoyo de la dominación capitalista. Es preciso, naturalmente, desvelar la función objetiva de la socialdemocracia y del fascismo. Pero la experiencia nos ensena que el descubrimiento bajo mil formas distintas de este papel objetivo no ha persuadido a las masas, y por tanto que la problemática socioeconómica por sí sola no basta. Nos sentimos llevados a preguntarnos qué ocurre en las masas para que no hayan querido ni podido reconocer este papel" (Reich 1972, p.33-34).

4,3. El acto menemista: algo sobre ideología

Ahora bien, los procesos de racionalización del hacer/creer en saber politico que mencionamos en el apartado anterior nonnalmente no al­canzan a cerrarse nunca sobre sí mismos y, por ende, sigue subsistiendo aquella escisión entre saber y hacer/creer que desestabiliza la posición subjetiva de los sujetos en cuestión. Alcanza con. detenerse en ese fenó­meno que podría denominarse "sobre-reacción del converso" y definirse

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La hegemonía menemista

como la reacción adversa excesiva de esos sujetos en proceso de raciona­lización cuando son confrontados por otro a sus propios saberes políti­cos subyacentes: ese exceso exterioriza simplemente la violencia que el sujeto ejerce sobre esos saberes. Esto será decisivo para entender los lími­tes que enfrentan estos mecanismos de ejercicio de poder que venimos examinando. Sin embargo, la plena manifestación de estos límites no puede entenderse como una mera crisis en la conciencia individual, sino como una crisis en la conciencia colectiva, i.e., una crisis ideológica pro­piamente dicha. Esto responde, simplemente, a que las creencias de las que venimos hablando son ellas mismas sociales, es decir, son ideología.

Detengámonos en este punto. Decíamos que la creencia fetichista se sitúa en la exterioridad del hacer, agreguemos ahora que supone siempre un soporte en un otro. la creencia es siempre reflexiva, es creencia en la creencia de los otros en algo, de manera que sólo podemos creer median­te otro y ese otro sólo puede creer mediante nosotros -y esto también lo diferencia del saber (véase Zizek 1999, p.l28 y ss.). El universo de las creencias aparece así como un misterioso universo de espejos. "Nadie cree en ella ... y todo el m.undo cree -escribe MannonL Como si viviéra­mos en un medio donde flotan creencias que en apariencia nadie asume. Se cree en ellas. Nada más trivial que este tipo de observaciones; y, no obstante, si uno se detiene en ellas, nada más asombroso" (1997, p.17). La pregunta es, entonces: ¿ante quién se cree y se racionaliza una creen­cia? Zizek provee algunos ejemplos para avanzar hacia una respuesta: el coro de la tragedia griega siente por nosotros, las plañideras lloran por nosotros, las risas enlatadas de la TV ríen por nosotros y otras sustitucio­nes semejantes, mientras que nosotros no nos reconocemos ahí como sintiendo, llorando o riendo (1999, p.l31 y ss.). La respuesta a aquella pregunta es, entonces, que creemos ante (el gran Otro de) la propia ideo­logía que nos interpela. 250 Se cree ante la ideología o, mejor aún, la ideo-

250 Zízek diferencia el gran Otro althusseri?no dellacaniano para precisar en qué sentido existe ese gran Otro. frente a la ya mencionada y sintomáLica insistencia de Althusser en el carácter material de la ideología y los apanuos ideológicos de Estado como modo de existencia del gran Otro, Zizek senala que "este 'gran Otro' es postulado retroactivamen­te, es decir, presupuesto, por el sujeto en el acto mismo por medio del cual es atrapado en la telarafia de la ideología. El sujeto, por ejemplo, (presu)pone al gran Otro disfrazado de Razón Histórica o Divina Providencia en el preciso momento y gesto de concebirse como su ejecutor, como su herramienta inconsciente. Este acto de (presu)posición que hace existir al gran Otro es tal vez el gesto elemental de la ideología" (1994, p.79). El gran Otro es así "una entidad que 'es' sólo mientras el sujeto crea (en la creencia de otros) en ella", invirtiéndose así el orden normal de la causalidad. Acaso ésta sea simplemente otra manera de indicar la incomprensión althusseriana de la noción de abstracción real.

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Capirulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemisla

l.ogia c~ee por mí, mediante una sustitución propiamente fetichista, en un sentldo a la vez mar:xiano y freudiano: "Cuando, mediante un fetiche el sujeto 'cree a través del Otro' (es decir, cuando el objeto-fetiche ere~ po~ é_l, en lugar de él), encontramos también esta 'extraña categoría de lo objet.lvamente subjetivo': lo que el fetiche objetiviza es 'mi verdadera creen­cia', el modo en que las cosas 'realmente me parecen', pese a que nunca las experimente efectivamente de esta forma; respecto del fetichismo de las mercancías, el mismo Marx utiliza el término 'apariencia objetiva­mente necesaria' [ ... ] Y en un nivel más general, ¿no es ésta la caracterís­tica del orden simbólico como tal? Cuando encuentro a un mensajero de la autoridad simbólica (un padre, un juez ... ), mi experiencia subjetíva referente a él puede ser la de un cobarde debilucho, pero sin embargo lo trato con el debido respeto porque así es como 'se presenta objetivamente ante mí'"(Zizek 1999, p.l44). El ejemplo de Casanova, recuperado por Man­nonr, es revelador: Casanova hace magia ante el otro (la campesina a la que pretende engañar y a través de la cual cree) y, cuando ese otro no está presente, pasa a ocupar su lugar el Otro (la torn1enta que se desencadena como castigo divino).

Tambíén las creencias políticas pueden ser endilgadas a otro: nuestro ciudadano endilga a otros ciudadanos sus propios voto a 1 creencia en Menem. Pero el asumo es más complejo, porque en realidad "nadie votó a Menem". El ciudadano deberá endilgar a Otro con mayúsculas, es de­cir, a la ideología mis1na, su propía creencia en Menem. Tras estas rela­ciones con los otros se esconde, naturalmente, el sentimiento de culpa de ese sujeto escindido que "sabe que, pero aún así...". Pero no noS referimos a una transferenda o proyección de la culpa en el gran Otro como ;ma manera de librarse de la responsabilidad (como la proyeccíón en la ngura del judío en la ideología nazi), sino a una asunción de la culpa como una manera de refugiarse en la misma que implica relacio­n~rse con la inconslstencia de ese gran Otro como con algo siniestro. Z1zek sintetiza: "El sujeto carga con la culpa: en tanto se sacrifica asu­miéndola, el Otro se salva del devastador conocimiento de su inconsis­tencia, su impotencia, su inexistencia. [ ... J La manera adecuada de de­terminar más estrechamente esta lógica de la culpa en su relación con ]a inconsistencia del gran Otro es mediante la naturaleza contradictoria de la noción misma del gran Otro" (1994, p.56). Es interesante observar en este sentido que esa asunción de la culpa explica una de las característi­cas decisivas de las denominadas sociedades de riesgo: la "transformación de las causas exteriores en culpa propia, de los problemas del sistema en fracaso personal", consistente en que "los problemas sociales se convier-

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La hegemonía menemista

ten inmediatamente en disposiciones psíquicas: en insuficiencia perso­nal, sentimiento de culpa, miedos, conflictos y neurosis. Surge (lo cual es muy paradójico) una nueva inmediatez de individuo y sociedad, la inmediatez de la crisis y la enfermedad en tanto que las crisis sociales aparecen como crisis indivi.duales y ya no son percibidas (o sólo de una manera muy mediada) en su socialidad" (Beck 1998, p. 128). Tenemos así losers y winners individuales ante un orden incólumne (véase en este sentido el excelente análisis de Bleichmar 2002).251

Ahora bien, ese gran Otro de la ideología está presente de dos mane­ras recíprocan1ente excluyentes en el discurso ideológico. Primero, como una agencia oculta y todopoderosa que mueve los hilos tras bambalinas ("sujeto supuesto saber" de Lacan). El orden de la globalización, que regiría en últl.ma instancia el orden doméstico de la convertibilidad, ocu­pa el lugar de esa agenda en nuestro caso. Esta presencia del gran Otro es ambivalente: puede ser un reaseguro tranquilizador (como el sentido de la historia en el discurso stalinista) o ser una agencia paranoica aterrori­zadora (como los judíos del discurso nazi): provee sentido al curso de los acontecimientos pero, a la vez, amenaza nuestro goce. Esta ambiva­lencia puede apreciarse, ciertamente, en el curioso isomorfismo existente entre los discursos neoliberales apologéticos del "modelo", que discurren en términos de una modernización acorde con los nuevos desafíos plan­teados por la globahzación, por un lado, y los discursos populistas críti­cos del neoliberalismo, que asocian ese "modelo" a una sumisión a las políticas imperialistas norteamericanas, por el otro. Aquella agencia oculta y todopoderosa que dirige la función es el anónimo funcionamiento del mercado global, en el discurso neoliberal, y las conspiraciones de un puñado de funcionarios del imperialismo en una oscura oficina de Was­hington, en el discurso populista. Segundo, este gran Otro también está presente en el discurso ideológico como una pura apariencia, aunque una apariencia esencial, que debe preservarse a cualquier precio (el "su­jeto supuesto al no saber", dice Zizek en lacanés). Los espectáculos ritua-

m El orden neoconservadoradquiere así rasgos socialdarwinistas (véase Kumitzky 2000). Pero es importante advenir en este sentído que esos losers ~cuya encamación por exce~ lencia son los desocupados- no son simplemente expulsados de ese orden neoconserva­dor -como podrian sugerir expresiones como las de "excluidos" o "marginalizados". Abal Medina (2004) sostiene con razón que estos losers son en verdad integrados en un dispositivo de inclusión-exclusión que apuntala la subordinación de losers y winners por igual-recuérdese que la legitimación neoconservadora de las políticas de precarización laboral descansa en la responsabilización de los empleados por la falta de trabajo de los desempleados. Este dispositivo se romperá, desde luego, cuando esos invisibilizados adquieren visibilidad autónoma como piqueteros.

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Capítulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

les del socialismo real en los que nadie creía realmente, más aün, en los que todos sabían que nadie creía, pero en los que la propia apariencia de creencia sostenía efectivamente a la burocracia, son su ejemplo predilec­to. Eran espectáculos escenificados ante la mirada del gran Otro, ante el que se ocultaba-la no-creencia, en una suerte de hechizo colectivo (véase Zízek 1999). Es precisamente en este hacer "como si" se creyera, cuando supuestamente nadie cree, ni nadie cree que alguien crea, donde radica la clave del hacer y la creencia fetichista en sentido estricto. Y pensamos que es precisamente este segundo modo de presencia del gran Otro en e! discurso ideológico el que nos permite aproximarnos, no ya a la matriz de esos discursos neo liberales y populistas relativamente articulados, que polarizaron en gran medida las disputas ideológicas de los noventa, sino a la matriz mucho más difusa de la manera en que se inscribió el mene­mismo en el imaginario social de esos anos.

Nuestro ciudadano es culpable y endilga a un otro su propio voto a¡

creencia en Menem, decíamos, pero al Otro con mayúsculas de la ideolo­gía. Nuestro ciudadano, entonces, vota a 1 cree en Menem introduciendo una distancia cínica, actuando como si ni él mismo ni los otros creyeran en ese Menem en quien, recordémoslo, efectivamente creen, prefiriendo cargar colectivamente con la culpa antes que dejar de creer en 1 votar a Menem. Sabemos que dejar de votar a 1 creer en Menem pondría a nues­tro ciudadano ante el abismo de la disolución de las relacione-.s sociales. Pero no se trata simplemente de la denegación de un saber por parte del ciudada­no ni de la escisión resultante entre su votar 1 creer y su saber. Se trata de una posición subjetiva mucho más compleja: la de un ciudadano que vota a 1 cree en Menem como si creyera en aquello que efectivamente cree!

Ahora bien, esta posición subjetiva remite a la propia inconsistencia de ese Otro, que debe ser preservado a cualquier precio mediante esta reduplicación de creencias. La fantasía ideológica, en oposición al sínto­ma, es precisamente el recurso de la ideología para cerrar esa brecha que signa su inconsistencia. Zizek escribe en este sentido que "el síntoma implica y se dirige a un gran Otro no tachado, congruente, que retroacti­vamente le conferirá su significado; la fantasía irnplica un otro tachado, bloqueado, cruzado, no-todo, incongruente -es decir, está llenando un vacío en el Otro. El síntoma (por ejemplo, un tropiezo en la lengua) causa incomodidad y desagrado cuando ocurre, pero acogemos su inter­pretación con placer; explicamos gustosos a otros el significado de nues­tros tropiezos; el 'reconocimiento intersubjetiva' de los mismos es con frecuencia· una fuente de satisfacción intelectual. Cuando nos abandona-. mos a la fantasía (por ejemplo, a soñar despiertos), sentimos un inmenso

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La hegemonía menemista

placer, pero en cambio nos causa una gran incomodidad y vergúenza confesar nuestras fantasías a otros" (1992, p.llO). Y la brecha que signa de inconsistencia a la ideología re1nite a su vez al antagonismo entre capüal y trabajo. "La noción de fantasla social es, por lo tanto, una con­trapartida necesaria del concepto de antagonismo: fantasía es precisa­mente el modo en que se disirnula la figura antagónica -escribe Zizek. Dicho de otra manera, fantasía es el medio que tiene la ideología de tener en cuenta de antemano su propia falla" (1992, p.l73). 252 En nuestro caso ambas, la brecha que signa de inconsistencia a la ideología y la fantasía ideológica que aspira a cerrarla, remiten pues a los procesos hiperinfla­cionarios. Pero, mientras que en el primer caso estamos ante los procesos hiperinf1acionarios como un modo inflacionario de desenvolvimiento de la lucha de clases (como antagonismo entre capital y trabajo), en el se­gundo estamos ante una catástrofe cuasi-natural, desatada por anónimos mecanismos monetarios y controlada gracias a la política monetaria de la convertibilidad (fantasma de la hiperin[]ación y fantasía ideológica de la estabilidad, propiamente dichos). m

La ideología menemíst.a descansa sobre la articulación de aquella lu­cha de clases como esta catástrofe precariamente controlada. "La fantasía sociopolítica por excelencia -sostiene Zizek- es el mito de la 'acumula­ción originaria'" (1999, p.20). La fantasía sociopolítica por excelencia es, en nuestro caso, una suerte de mito de la "acumulación originaria reite­rada" -más exactamente, una expropiación extraordinaria- que también en este caso esconde la violencia de los orígenes. En efecto, lo real y traumático del antagonis1no entre capital y trabajo se articula ideológica­mente como el fantasnu de la híperinflación y la fantasía de la estabili­dad monetaria. Ese antagonismo originario inherente a los procesos hi­perinflacionarios permanece siempre como brecha que signa de incon­sistencia a la ideología menemista. Pero regresa como fantasma de (la amenaza de una nueva recaída en) unos procesos hiperinflacionarios desatados por anónirnos mecanismos monetarios, disparando así la fan­tasía que aspira a cerrar esa brecha y dotar de consistencia a esa ideología,

252 La figura del judío de la fantasía antisemita es, por supuesto, el paradigma de esta fantasía ideológica: el antagonismo, lo real y traumático que signa de inconsistencia b ideología, regresa. a la manera de un espectro, el judío, que cierra la brecha (véase Zizek 1994, 1999) 253 La afirmación, aparemememe crítica, de que los procesos hiperinflacionarios se origi­naron en las acciones deliberadamente desestabilizadoras de cienos cuadros empresarios y/o politicos del establishment conspirados -una caracteristíca excusación alfonsinista-

. no implica sino poner en juego una fantasía diferente -curiosamente cercana a la de ese judío entre bambalinas.

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Capítulo 4. Escorzo.s humanos: ideología y hegemonía menemisra

a saber, la fantasía de la estabilidad monetaria. Ese fantasma de la hiper­inflación es pues una nueva versión del viejo y conocido fantasma de la lucha de clases. Y la fantasía ideológica de la estabilidad es, a su vez, una nueva versión de esa igualmente vieja y conocida fantasía de una socie­dad sin lucha de clases.

La consistencia de la ideología menemista depende así de una exclu­sión siempre renovada de ese fantasma de la hiperinflación a través de la fantasía de la estabilidad. Pero, para renovar la exclusión de un fantasma mediante una fantasía, es necesario renovar la invocación de dicho fan­tasma. Consideremos un eJemplo: en un spot de TV de la segunda cam­paña presidencial de Menem aparecía una fila de compradores aguar­dando ante la caja de un supermercado y, sonriente, uno de ellos comen­taba: "En 1989 los supermercados eran tomados por asalto, pero ahora lo hacemos con tarjetas de crédito". Aquí tenemos, en una de las expresio­nes más sintéticas posibles, el fantasma de la hiperinflación por un lado, en la figura de unos anónimos asaltos a supermercados ("eran tomados"), y la fantasía de la estabilidad por el otro lado, en la figura de nuestra compra de mercancías a crédito gracias a la estabilidad ("ahora lo hace­mos"). Veamos un ejernplo más: en otro spot televisivo de dicha campa­'ña, un joven intentaba convencer a otro de votar por Menem: "-No pue­do creer que todavía sigas dudando. la hiper. Las remarcaciones. ¿Ya te olvidaste? ¿Y tu hermano, que no va a tener que hacer la colimba? Ahora hay créditos. ¿O cómo te compraste el departamento? -Sí. Ahora hay estabilidad. Sí, ¿pero el efecto tequila? -¿El efecto tequila? Pará, pará. Imaginare esta crisis sin Menem, sin el plan económico, sin la posiblli­dad de que haya reelección" (de Borrini 2003, p.149, 155). Aquí tene­mos, en verdad, una doble invocación del fantasma de la hiperinflación: como fantasma en el recuerdo ("¿ya te olvidaste?"), como fantasma que amenaza con regresar ("imaginare esta crisis sin Menem").

Ahora podemos redondear nuestros argumentos previos acerca de cómo se cree (y se deja de creer) en Menem. Decíamos antes que nuestros ciudadanos votan a 1 creen en Menern introduciendo una distancia cíni­ca. Pero eso no significaba simplemente que actúan como si creyeran en aquello que no creen, sino como si creyeran en aquello que efectivamen­te creen. La diferencia es decisiva. Si nuestros ciudadanos actuaban como si creyeran en algo que no creían, entonces votaban a Menem pragmática­mente, en el sentido vulgar de la palabra: evaluaban racionalmente los costos y beneficios de votarlo, otorgaban un valor decisivo a la estabilidad monetaria en sus órdenes de preferencias, y decidían en consecuencia. Esto implica que nuestros ciudadanos actuaban de manera estrictamente

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La hegemonía menemist.a

no-ideológica --como esos agentes racionales caros al mainstream socioló­gico o politicotógico. Pero resulta que nadie votab~ a Mene m .. _. Si en cambio actuaban como si creyeran en algo que efecuvamente crewn, se-· guían votando a Menem pragmáticamente ... , pero ahora en el sentido estricto de la palabra: preferían cargar colectivamente con la culpa, antes que dejar de creer en 1 votar a Menem los arrojara nuevamente ante el abismo de la disolución de las relaciones sociales. Pero esto implica que nuestros ciudadanos, en su pragmatismo y gradas a su pragmatismo, eran presas de aquella fantasía ideológica de la estabilidad. Por eso nadie

votaba a Menem.25"'

Esta actitud pragmática de nuestros ciudadanos desnuda una de las claves para entender la ideología tnenemista -y acaso la ideología neocon­servadora en su conjunto- que podemos denominar como "cinismo pos­moderno"."' Sloterdijk (1989) analizó con detalle diferentes dimensio­nes de este fenómeno. 256 Pero fue nuevamente Zizek (1992) quien, recha­zando la naturaleza posideológica que Sloterdijk le atribuyera, sometió este cinismo posmoderno a la crítica marxista de la ideología. La razón de este rechazo va de suyo a esta altura de nuestra argumentación: la afirmación de que el cinismo posmoderno es posideológico reduce im­plicitamente la ideología al saber (en nuestro caso, al saber del votante acerca de que Menem es un representante de la reacción), ignorando así que la ideología sigue actuando en el hacer y el creer (su votar a 1 creer en Menem). "El nivel fundamental de la ideología, sin embargo, no es el de una ilusión que enmascare el Estado real de las cosas, sino el de una

;s,+ Zizek define el cinismo, en sentido lacaniano, de la siguiente manera: ''El cínico, a partir del hecho de que 'el Otro no existe' (el Ot.ro, el registro si~bólico, es sólo. una ficción que no pertenece a lo Real), llega erróneamente a la concluston de que el Ütl o no funciona, no tiene efectos." Y agrega: "La eficacia de la ficción se venga cuando se produce una coincidencia entre ficción y realidad: entonces él actúa como su propio incauto" (l998a, p.326-7). Nuestro cínico votante es, en este sen~~do, un discípulo perfe-~to de Casanova. l"

255 La máxima kantiana "razonad cuanto quera1s y sobre lo que quera1s, pero obedeced. , antes mencionada, ya instauraba un distanciamiento cínico en el corazón mismo de la ideología del liberalismo moderno. Si aquí le aüadimos el atributo de "posmodemo" a ese cinismo, es para referir una radicalización ultenor de ese componente moderno (como sucede, por Jo demás, con muchos otros componentes de las ideologías modernas en la

posmodemidad). . . I56 y ciertamente Adorno lo había anticipado. "El medio de la ironía -la drferenCia entre ide~logía y realidad- ha desaparecido y ésta se resi~na a con~ir:mar la.real~dad haciendo un simple duplicado de la misma -escribía a propóstto de la sama .. La rroma se expresaba de un modo característico: sí esto afirma ser así, es lo que es; hoy, sm embargo, el mundo, hasta en el caso de la mentira radical, simplemente dedara lo que es, y esta simple consignación para el coincide con el bien. No hay fisura en la roca de lo existente donde el irónico pueda agarrarse" (1987, p.213).

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Capímlo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

fantasía ~inconsciente) que estructura nuestra propia realidad social. y en e~te m~el, ~s-tamos, claro está, lejos de ser una sociedad posideológica. La dtstanna Clmca es sólo un camino -uno de muchos-- para cegarnos al poder estructurante de la fantasía ideológica: aun cuando no tomemos las cosas en serio, aun cuando mantengamos una distancia irónica aú.

así 1~ hacemos" (1992, p.61). Las expresiones de este cinismo anali~ada~ por Z1zek remiten mayormente a los regímenes stalinistas de Europa del Este, donde tanto los individuos de la masa como sus líderes conserva­ban la característica distancia "interior" respecto del rítual "externo" . l .p= 1gua _mente t~~.aban parte del mismo. Sín en1bargo, ese cinismo no pue-de Clrcun~cnb1rse a los aquellos regímenes, sino que se extiende a las democraCias capitalistas contemporáneas, y acaso se exacerbe en aquellas q~e. enmarcan hegemonías neoconservadoras. "En el hoy difunto 'so­Clahsmo realmente existente' de la Europa Oriental -escribe Zizek­la ~sci_sión e_ra l~ ~ue e~istia entre un ritual público de obediencia ; u_na distanCia cm1ca pnvada, en tanto en Occidente el cinismo, en Cierto modo, se redobla: públícamente simulamos ser libres mientras que ~n privado obedecemos. En ambos casos, somos víctimas de la a~tondad precisamente cuando creemos que la hemos embaucado: la d_Istancia cínica está vacía, nuestro verdadero lugar se encuentra en el ntual de la obediencia" (1994, p.10). Este distanciamiento cínico se con~le~te así en la "actitud ideológica predominante del sujeto en el capualrsmo tardío" (Zizek 1999, p.107).

Este distanciamiento cínico es clave para entender cómo se creía en Menem,_ ~s decir, para explicar esa peculiar modalidad del consenso que acampano al rr:enemismo y que en su momento fuera designado -aun­que nunca explicado- como "consenso pasivo". Es decisivo tener en cuenta aq~í que este llamado "consenso pasivo" era precisamente eso: una mo­dahdad específica del consenso. No es ausencia de consenso ni modali­dad disminuida de consenso -en este sentido el concepto gramscíano de consenso merece ser revisado, porque estas hegemonías neoconservado­ras no requieren necesariamente ese "consenso activo de los gobernados" del que nos hablaba Gramsci (1975-80 !, p.99). E incluso, en sentido estncto, no es ni síquiera un consenso pasivo, sino simplemente un con­s~nso asociado con prácticas y creencias ideológicas diferentes de las tradi­oonales -y en este sentido ese concepto de consenso activo es redundante po:q~e las creencias que constituyen un consenso siempre descansan e~ practiCas ideológicas. En muy pocas palabras: la adhesión de las masas a la natiOnalsozíalistische Weltanschaung en un acto fascista no es mejor indicador de consenso que el paseo de una familia en un domingo de shopping.

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La hegemonía menemista

Pero este distanciamiento cínico también es clave para entender cómo se deja de creer en Menem. Hasta aquí nuestros ciudadanos parecen encerrados en un hechizo colectivo que los condena para siempre a dan­zar, engañándose a sí mismos, ante su propio hechizo y para conservar la consistencia de su propio hechizo. Sin embargo, paradójicamente, en la misma solidez aparente de ese hechizo, radica su fragilidad·. Retomemos un instante los análisis de Zizek acerca de los regímenes stahnistas de Europa del Este. "¿El punto crucial de inflexión en la descomposición del 'socialísmo realmente existente' de Europa Oriental -se pregunta Zi­zek- no fue acaso la súbita conciencia de los sujetos de que, a pesar de la tremenda fuerza de los aparatos represivos, el Partido Comunista era en realidad impotente, de que sólo era tan fuerte como ellos, los sujetos, lo hacían, de que su fortaleza era su creencia en la misma? L .. ] La clave se encuentra en el status del 'gran Otro' como el orden de la 'apariencia esencial': si bien los sujetos 'nunca creyeron realmente en él', no obstante actuaron como si creyeran, como si el Partido gobernara con legitimidad plena, siguieron el ritual 'externo', pronunciaron las aclamaciones ade­cuadas cuando era necesario, etc. En otras palabras, lo que se pierde en la pérdida de lo que nunca poseímos es la 'apariencia esencial' que go­bernó nuestras vidas" (1994, p. 58-59).

También en nuestro caso la manera en que se creía en Menem deter­minará la manera en que se deja de creer en Menem. Y hay dos caracte­rísticas de esta manera en que se deja de creer en Mene m ~Le., en que se desenvuelve la crisis de la ideología menemista- que m.erecen subrayarse. La primera consiste en que la ruptura del hechizo se puso de manifesto como un estallido repentino. Esto quiere decir que la crisis de la ideolo­gía menemista, aunque resulte razonable suponer que fue gestándose en un prolongado proceso de rupturas graduales y subterráneas a nivel de la conciencia de individuos y grupos sociales diversos, estalló pública y colectivamente en unos pocos meses. Recordetnos, de m·anera ilustrativa, que la reasunción de Cavallo como ministro de Economía, hacia fines de marzo de 2001, fue acompañada por un notorio retroceso de las luchas sociales y un amplio apoyo en las encuestas. 257 Y recordemos que, ya en julio y agosto, las luchas sociales se habían agudizado hasta alcanzar un

257 Ese retroceso debe confrontarse con la amplia oleada de luchas sociales (cortes de ruta, paros docentes, huelga general de laCTA, CGT-Moyano y CCC) que días ames había derribado a su antecesor en el Ministerio, R. López Murphy, y su ajuste. Y ese apoyo en las encuestas ascendió a un 50% para Cavallo, a pesar de que apenas alcanzaba un 16% para el presidente De la Rúa. En el sexto capítulo, desde luego, volveremos sobre este proceso en detalle.

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Capítulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

nivel sin precedentes en la década de los noventa, que en octubre los niveles de ausentismo y voto en blanco e impugnado sumados se impu­sieron en las elecciones parlamentarias y que, en diciembre de 2001, las masas insurrectas exigieron "¡que se vayan todos!". En escasos meses pues, vertiginosamente, el hechizo parecía desmoronarse como una mera apariencia.

Lá segunda característica de la ruptura de este hechizo, que debemos subrayar, radica en la manera en que fue asumido retrospectivamente una vez que se rompió. Se trata, en verdad, de dos maneras distintas aunque perfectamente complementarias vistas a la luz de las característi~ cas del hechizo en cuestión. La una consiste en considerarse víctima de un engaño colectivo. El ciudadano, defraudado e indignado, se conside­ra engañado por otro y endilga a ese otro la culpa. El engaño en cuestión podría designarse como "la ilusión del uno a uno" y el artífice de ese engai'io como "la clase política". El escollo en el que naufraga esta manera de inscribir retrospectivan1ente el hechizo radica, por supuesto, en que este otro con minúsculas no existió nunca -en sentido estricto, se trataba del Otro con mayúsculas, que desnudó su inconsistencia en la ruptura misma de ese hechizo- y, por consiguiente, aquel supuesto engaño era en verdad un autoengaño. Nótese que la magnitud de la indigna­ción que acompaña esta inscripción retrospectiva del autoengaño como engaño es directamente proporcional al involucramiento previo en ese autoengano. Los movilizados detrás de la consigna de "¡que se vayan todos!" en los cacerolazos de diciembre de 2001 exigían, cen­tralmente, que se fuera "la clase política" antes mencionada. Los polí­ticos en cuestión incluían, por supuesto, a personajes a cargo de di­versas instancias de gobierno, sin distinción entre sus partidos de pertenencia. Y estos políticos, sus partidos y sus oficinas fueron mo­tivo de innumerables expresiones de repudio, desde escraches perso­nales hasta pintadas y apedreadas a edificios públicos y partidarios. Sin embargo, aquellos movilizados, en varias ocasiones, extendieron ese repudio a organizaciones sociales y políticas de izquierda a las que, más allá de sus particularidades, de sus acíertos y sus errores, no podía imputárseles responsabilidad ni complicidad alguna por el desas­tre reinante (véase Almeyra 2004). Los movilizados exígieron así, por ejemplo, que dichas organizaciones arriaran sus banderas durante las movilizaciones. ¿Qué representaban esas banderas? No ciertamente el poder repudiado, sino diversas manifestaciones de resistencias sociales y políticas ante dicho poder. ¿Qué significaba, entonces, exigir que se arria­ran dichas banderas? Una suerte de sobre-reacción de los arrepentidos:

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La hegemonía menemísta

esos sünbolos interpelaban involuntariamente su votar a 1 creer en Me­nem previos, desde una posición de no haber votado a 1 no _haber creído en Menem. La exclusividad impuesta de la bandera argennna (bandera de todos) ratificaba así que todos habían sido engañados por igual por un otro que no exíste~ cualquier otra bandera (una bandera de algunos) los hubiera enfrentado a su propio autoengaño. La agitación de banderas celestes y blancas, el canto del himno nacional y el grito de Ar-gen-tina, Ar-gen-tina! se impusieron: todos fuimos argentinos, es dec1r, hermana-

dos por un misn1o engaño. . Esto nos coloca ante la segunda manera en que fue asum1do retros­

pectivamente ese hechizo, que consiste justamente e~ asumir ~olectlva­mente la culpa. Pero esta segunda manera de asum1r el hech1zo no es simplemente la antítesis de la prímera. Es cierto que en este caso los ciudadanos asumen la culpa en vez de endilgarla a un otro, pero es justamente la empecinada inexistencia de ese otro la_ que les devuelve su culpa. También es cierto que en este caso ya no _se s1enten defraudad~s e indignados y ya no se movilizan en consecuenCia para que se vayan los políticos" que los habrían engai'iado; más _b.ien, se siente,~_completame~t_e desilusionados y resignados y no se mov1hzan porque tienen los pohn­cos que se merecen". Los ciudadanos, simplemente, se asumen como culpables de una eterna condición de engañados. Y, fundamentalmen~e, ser todos argentinos hermanados por un mismo engafl.o, o por u~a .mis­ma culpa de haber sido ·engañados, son apenas dos recursos d1st1ntos para esquivar la responsabilidad. "Todos somos culpables ... " Estas comu­niones en el engaño ("no sabíamos que había secuestros, torturas, ejecu­ciones, campos de concentración") y en la culpa de haber sido engaña­dos una vez que (el Nunca Más y el Diario del ]wcio se convierten en best­seller) se conoce el supuesto engaño ("todos somos culpables"), ya habían sido dos recursos para esquivar la responsabilidad a propósito del geno­cidio perpetrado por la última dictadura mihtar. 25

H Y volverían a ser re­cursos para esquivar la responsabilidad a propósito de los atropellos del menemismo. Estas cuestiones serán relevantes, ciertamente, para enten­der algunas dimensiones ideológicas de la insurrección de diciembre

que analizaremos en el último capítulo. . Decíamos antes que la manera en que se creía en Menem detenmna

sin resto la manera en que se dejó de creer en Menem. Se votaba a 1 se

25~ Como señala correctameme Sea vino: "La mayor parte de 1a geme descubrió la verdad porque las condicíones políticas del ~aís les pe~ítiero,~ disponerse a aceptarla. Porque en realidad no habían sido engañados smo aterronzados ( 1998, p.l26).

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Capítulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

creía en Menem, como sí se creyera en aquello que efectivalnente se creía ante una ideología de la estabilidad cuya consistencia debía preservarse ~ cualquier precío. Luego se deja de creer en 1 votar a Menem proyectando la culpa en los políticos que nos engañaron y/o asumiendo la culpa de haber sido engañado. Pero estas proyección y asunción de la culpa no son sino otras maneras de continuar preservando una ideología signada por su inconsistencia. ¿Quién es culpable? La proyección es endeble. ¿Ante quién se es culpable> Ante la ideología misma. En verdad sucede que la brecha que signaba de inconsistencia la ideología de la estabilidad había venido ensanchándose crecientemente durante los últimos tres anos de vigencia de la convertibilidad. Esta brecha remite siempre al antago­nlsmo entre capital y trabajo. Pero este antagonismo, durante estos años de crisis de la convertibilidad, mientras que seguía acechando como fan­tasma de la hiperinflación (la an1enaza de una recaída en los procesos hiperinflacionarios parecía más patente cuanto más notorios resultaban los límites de la propia convertibilidad), a la vez irrumpía desnudo en nuevas modalidades (de los recortes de salarios nominales a la expropia­ción de ahorros que se implementaron, justamente, para apuntalar a la convertibilidad). La fantasía ideológica de la estabilidad resultaba cada vez más endeble en la medida en que ese antagonismo retornaba bajo nuevas modalidades. Y además, baJO nuevas modalidades de expropia­ción extraordlnaria: ya no como expropiación hiperinflacionaria de los salarios reales, sino como expropiación de los salarios nominales y de los ahorros derivada de decisiones polítícas. 259

4.4. La fiesta menemista: más sobre ideología

Hasta aquí centramos la crítíca de la ideología menemista casi exclu­sivamente en la práctica ideológica de esos ciudadanos que votaban a ; creían en Menem. Ahora analicemos su contracara: la práctica ideológica de Menem y de sus funcionarios. Ese distanciamiento cíníco posmoder­no que regía la práctica ideológica de esos ciudadanos que votaban a J creían en Menem nos envía a una mutación ideológica, registrada en el capitalísmo contemporáneo, cuyo análisis excede enormemente estas páginas, pero que a la vez nos incumbe en la medida en que la ideología

259 De aquí la importancia ideológica decisiva que revistió el congelamiento de los

depósitos bancarios en la crisis de la hegemonía menemísta: el denominado "corralito" implicó nada menos que la violación de las reglas de juego consagradas en esa ideología de la estabilidad, por parte de poder mismo, a través de una nueva modalidad de expro­piación extraordinaria.

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La hegemonía menemista

menemista es inseparable de esa mutación ideológica. 260 Realizaremos, simplemente, algunas afirmaciones sumarias en este sentido. Nosotros venimos empleando las nociones de neoconservadwismo y de neoliberalis­mo, según los casos, para referimos a la dimensión ideológica de la polí­tica menemista. Pero ambas nociones remiten a estirpes diferentes. La primera remite a una doctrina que condensa concepciones culturales y retazos de concepciones de las ciencias sociales (crítica cultural conser­vadora, sociobiología, visiones elitista de la democracia y neoliberal del mercado, etc.) y que surge en los cincuenta (con las tesis del fin de las ideologías de R. Aran y D. Bell), para consolidarse desde los sesenta como reacción ideológica ante la oleada de luchas sociales de fines de la década y la siguiente (Crozier y Huntington, Ziehe y Lyotard, Hayek y Friedman) (véase Dubiel 1993). La segunda remite más estrictamente a un paradigma proveniente de la economía austríaca (Hayek, von Mises) y monetarista (Friedman, Becker) y sus derivaciones (el ofertismo de Laffer, las expectativas racionales de Lucas), cultivado desde los cuarenta en unas catacumbas excavadas por debajo del mainstream keynesiano (la Mont Pe­lerin Society o la Heritage Foundation) y que proveería los cuadros de la contrarrevolución de fines de los setenta (véase Anderson 1996). Ambas nociones, evidentetnente, se solapan en algunos de sus contenidos. Am­bas nos reenvían, además, a una misma intervención reaccionaria ante una misma oleada de la lucha de clases. Pero pueden diferenciarse -y nosotros las venimos empleando conforme dicha diferencia- en térmi­nos de una doctrina ideológica que enmarca una intervención política en la sociedad en sentido amplio y un paradigma ideológico, que guía intervenciones políticas puntuales en el 1nercado y el Estado. Así, en nuestro caso, nos referimos a políticas neoliberales de privatización o de

260 Esta mutación ideológica es adecuadamente descripta por T. Eagleton: "Hubo un tiempo, durante los días del capitalismo liberal clásico, cuando todavía era bastante posible y necesario justificar nuestras acciones de buenos burgueses con una apelación a ciertos argumentos racionales con fundamentos universales. Eran todavía plausibles cier­tos criterios comunes de descripción y evaluación, por lo cual se podían sacar algunos fundamentos persuasivos para la conducta de cada uno. Cuando el sistema capitalista evoluciona, empero -cuando coloniza nuevos pueblos, importa nuevos grupos étnicos a su mercado de trabajo, impulsa la división del trabajo, se ve obligado a extender sus libertades a nuevos espacios- inevitablemente comienza a minar su propia racionalidad uníversahsta. [ ... J El sistema es en consecuencia confrontado con una elección: seguir insistiendo en la naturaleza universal de su racionalidad, frente a la enom1e evidencia, o tirar la toalla y volverse relativista, aceptando con tristeza o alegría que no puede exl_1ibir fundamentos últimos para legitímar sus actividades. Los conservadores toman el pnmer carriino, mientras que los liberales actualizados toman el último. Sí la primera estrategia es crecientemente impracticable, la última es por cieno peligrosa" (Eagleton 1997, p.68-69).

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Capitulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemisla

convertibilidad específícas y a una hegemonía neoconservadora como marco nlás amplio de las mismas.

Esto constituye, simplemente, una decisión terminológica. El proble~ ma clave es entender la naturaleza de esos neoconservadurismo y neoli­beralismo. Y, dentro de este problema, la pregunta clave es: ¿estamos ante reformulaciones del conservadurismo, del liberalismo o de ambas tradi­ciones ideológi~as? La respuesta más sencilla consístíria en sostener que se trata de lo pnmero en el caso del neoconservadurisrno y de lo segundo en el caso del neoliberalísmo. Pero el inconveniente que enfrenta esta respuest~ es que_ ambo~ resultan indistinguibles en las prácticas ideológi­cas efectivas -mas preCisamente: que las prácticas ideológicas neoconser~ vadoras se asimilan en los hechos a las prácticas ideológicas neo liberales. En otras palabras: el neoconservadurismo no resulta antitético del neoli­beralismo, como sucedía con el viejo conservadurismo que apuntaba a restaurar valores ideológicos pre-capitalistas y pre-ilustrados antitéticos del líb~ralistno, si~.o que termina asimilándose al mismo. "Hoy, la suple­mentanedad reacnva, que caracteriza el viejo conservadurismo, respecto d~l. nivel ~e ~es~rrollo burgués conseguido, y que altnismo tiempo posi­bilita la dlstlnCión entre conservadurismo y liberalismo, ha terminado definitivamente. El viejo conservadurismo se había alimentado de los resentimientos frente a una emancipación burguesa llevada a cabo. El nuevo conservadurismo está en la base de legitimación de esta misma sociedad burguesa. Quien denomina liberales caídos a los nuevos conser­vadores no llega a la esencia del asunto. El conservadurismo intelectual­mente avanzado, más bien, ha alcanzado a la sociedad burguesa. Y eso, paulatinamente, k hace indistinguible del liberahsmo. De ahí que sea una distinción de palabras el que se ponga la etiqueta neoconservador 0

neoliberal a aquel conservadurismo intelectualmente avanzado" (Dubíel 1993, p.l39). Esta asimilación del neoconservadurismo al neoliberalis­mo tiene i·mplicancias decisivas para la crítica de la ideología neoconser­vad?ra y de la Inenemista en particular. Muchos motivos ideológicos pro­, vementes de la tradición conservadora siguen conviviendo con motivos provenientes de la tradición liberal en estas ideologías, pero subordina­dos a una dominante ideológica liberal, debidamente reformulada en términos posmodernos. Está plenarnente justificada, entonces, aquella afirmación de Zizek de que el distanciamiento cínico posmodermo (an­tes que una identificación fundamentalista pre-modema o una identifi­cación reflexiva moderna con respecto a Jos valores ideológicos) es la actitud ideológica subjetiva predominante en el capitalismo contempo­ráneo. Para valernos de un caso: desde la perspectiva de la crítica de la

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La hegemonía menemista

ideología, la especificidad del discurso que acompaña la política exterior de G. Bush jr. no se encuentra ni en que invoque un mandato divino ni en que vista sus intereses petroleros de misión democrática, cuando in­

. vade Ira k, sino en que sonría en el instante en que reconoce que no hallaron las armas de destrucción masiva de Hussein después de la inva­sión -y acaso hayan sonreído también sus televidentes y posteriores vo­tantes. Ni la fe fundamentalista cristiana ni la razón universalista ilustra­da son afines con esa sonrisa, síno la sospecha posmodema acerca de 1a verdad y la historia. 261

Ahora bien, el discurso menernista puede definirse, en primera ins­tancia, como una versión autóctona de este discurso neoconservador. 262

El discurso menemista, como cualquier discurso neoconservador, com­bina tópicos provenientes de la tradición liberal (la denuncia de la inter­vención del Estado en la economía como origen de ineficiencias, la de­fensa del derecho de los individuos a decidir a través del mercado sus modalidades de acceso a la salud, la educación o l.as jubilaciones, el ensalzamiento del empresariado exitoso, etc.), con otros provenientes de la tradición conservadora (el compromiso con los valores de la familia patriarcal cristiana en su lucha contra el aborto, la apología de la autori­dad y el orden social como valores absolutos en sus loas a Pinochet o Cedrás, etc.). Si estos tópicos tradicionales son tamizados a través de la tradición discursiva populista autóctona (por ejemplo, si ese ensalza­miento del empresariado revisr.e rasgos corporativos o esa lucha contra el abono invoca las virtudes de la 1nadre argentina), obtenemos una aproxi­mación muy cercana a la letra del discurso menemista. 26

} Y aquella acti­tud cínica posmoderna que hablamos empleado como clave para expli-

!M En este sentido puede afirmar Zizek, con razón, que "en contraste con aquello que los medios se esfuerzan desesperadamente por convencernos, el enemigo no es hoy el 'junda­mcntalista' sino el cínico" (1994, p. lO). Este cinismo es, como sabemos, la clave de bóveda de esta versión posmodema del liberalismo. 262 J. N un parece apuntar a algo semejante cuando intenta explicar el menemismo a partir de "cómo se refractan en un contexto como el argentino ciertos cambios contem­poráneos en los esülos de representación política asociados en el primer mundo con fenómenos que suelen definirse como posmodernos" e incluye en aquel contexto "tradi­ciones culturales sedimentadas" como el populismo y en estos cambios "pérdida de relevancia de los clivajes ideológicos y de las propuestas programáticas" (1995, p.69, 74, 75). Pero no precisa su argumento. 1113 Incluso pueden identificarse en el discurso menemista, mutatís mutandi, varias de las figuras identificadas por Sigal y Verón (1988) en el discurso de Perón: también Menem viene desde lejos (desde los márgenes riojanos del establishment pohtico) a interpelar a los argentinos sin distinéión (a todos los hermanos y hermanas de su patria) en un momento grave (1a crisis híperinflacionaria), etc.

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Capílulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

car la práctica ideológica de los sujetos que votaban a 1 creían en Menem nos servirá, asimismo, para explicar la práctica ideológica de Menem y sus funcionarios, asumiendo siempre que ella subyace a esta versión au­tóctona de la ideología neoconservadora, entendida a su vez como una reformulación posmoderna del liberalismo clásico.

Afirmamos que el discurso menemista se encontraba articulado por la matriz "yo o el caos". El "caos" remitía a una violencia hiperinflacionaria inscripta en la conciencia social como traun1ática disolución de las rela­ciones sociales y "yo" remitía a un orden, a una ley, a la propia hegemo­nía menemista, articulada alrededor de la convertibilidad, que había permitido dejar atrás Inomentáneamente esa violencia híperinflaciona­ria. La asociación circunstancial entre ese "yo" y la figura de Menem re­sultaba secundaria para nuestra argumentación hasta ahora, pero recu­pera desde ahora su importancia. Digamos que, en una primera aproxi­mación, la figura de Menem aparece como una figura de amo: un líder monolítico y autoritario, una suerte de fundamentalista, un "hombre de quebracho y algarrobo" -hermano sudamericano de la "dama de hie­rro".26"' "Este riojano está hecho de quebracho y algarrobo; no lo conocen quienes lo critican, así que castiguen nomás", sostenía Menem, en una reveladora tercera persona que contribuía a objetivar su figura, durante una importante cumbre del PJ (ver La Nación, Clarín, Página/12 y La Prensa 6/9/96). En efecto, Menem enfrentaba las coyunturas criticas presentán­dose a sí misino como un líder invencible e inflexible. "A Menem ya no lo pueden derrotar. Menem triunfó en todas las elecciones que intervino, desde hace ya no sé cuántos años", sostuvo cuando se vio forzado a re­tractarse de sus intentos re-reeleccionistas (Crónica 12112/96). "El país no va a cambiar aunque paren todo el tiempo que quieran, nosotros no vamos a ceder porque estamos seguros de que lo que hacemos es to mejor para el país", sostuvo ante el anuncio, a mediados de agosto de 1996, de la importante huelga general de las distintas centrales sindicales contra el primer ajuste implementado por R. Fernández tras su asunción (La Na­ción 19/8/96).265

u'" "The. Old Testament prophets did not say 'Brothers, l wam a consensus'. They say, 'this is m y faíth; thís is what I passionately believe: if you believe ir too, then come with me'", sostenía Thatcher contra Callagham en su campaña de 1979. El "síganme!" de Menem no rememoraba el "A va mi!" de Mussolini -corno algunos temieron en su momento- sino este "come \VÍ.th me" de Thatcher, que remite a una figura de lider monolítico y autoritario. 265 La huelga se concretaría el 26 y 2 719196 y seria la más exitosa durante su administra­ción. Menem insistiría entonces sosteniendo que "el paro fue un fracaso" (aún cuando su ministro de trabajo Caro Figueroa ya la había reconocido Como una huelga "iínportante" y "significativa") para terminar reconociendo que había tenido un "relativo éxito" (La Nación

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La hegemonía menemista

Menem no vaciló incluso en asociar a su figura de amo atributos de mando dictatoriales. Ante los masivos conflictos docentes de mediados de 1992, en conferencia de prensa en Tucumán, Menem alertó sobre el peligro de que ingresaran militantes de Sendero Luminoso al país. Afir­mó entonces: "Yo creo que es un pelígro latente y por eso llamo a la reflexión sobre estas movilizaciones, que son constitucionales y que están contempladas en ta Constitución, pero les digo a sus organizadores que son el territorio que aprovechan para infiltrarse los terroristas". Y agregó, advirtiendo a los padres de los alumnos de las escuelas en lucha: "No manden a sus hijos permanentemente a la calle, porque pueden ser víc­timas de estos subversivos y los argentinos ya. tenemos experiencia en la materia. En ese juego no se puede entrar. Yo los llamo a la reflexión. Que tengan cuidado. Que se manifiesten en libertad, pero que no exageren la cuestión, no vaya a ser cosa que volvamos a tener otro contingenle de Madres de Plaza de Mayo en la Argentina" (Página/12, 917192). Algo seme­jante afirmaria frente a la movilización estudiantil que rodeó y bloqueó el acceso al Congreso, impidiendo que se debatiera la Ley de Educación Superior, a mediados de 1995: "Quiero insistir en la recomendación a los padres de que tomen medidas firrnes para que sus hijos, en vez de hacer manifestaciones, se queden en la universidad, estudien y empiecen a producir para nuestro país y el mundo" (La Nación 3/6195). Estas adver­tencias de Padre a padres, de Autoridad del Estado a autoridades de familia, rememoraban las advertencias de las dictaduras a los padres de eventuales subversivos, que habían sido introducidas en una campaña gráfica de la Policía Federal durante la dictadura de Onganía ("¿sabe usted dónde están sus hijos en este momento?") y retomadas en los pro­gramas del periodista B. Neustadt durante la dictadura de Videla.

Estas advertencias contenían, naturalmente, la an1enaza apenas vela­da de que la violencia de Estado se desatara sobre los supuestos subversi­vos en caso de ser desoídas. Pero Menem avanzaría mucho más en este sentido. Frente al "santiagazo·' de diciembre de 1993, Menem sostuvo: "Los argentinos, a partir de la actitud de quienes no pudieron en otras épocas, a partir de la subversión, torcer la voluntad del pueblo argenti­no, no podemos tolerar que ahora por otros medios que incitan a la violencia se procure quebrar esta Argentína de desarrollo, crecimiento, paz y justicia [ ... ] Yo me pregunto si esto es producto de nuestros herma­nos o de agitadores profesionales que son los que incitan a la violencia"

y Cróníca 27 y 28/9, Clarin 27-30/9, !...a Prensa 26/9/96). Y Menemevaluaría como "una fantochada" y "un fracaso total" el masivo apagón dell2/9/96.

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Capítulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

(Clarín 18 y 19112, Página/12, 22/12/93). Frente a los enfrentamientos desatados en dos paros y marchas de los trabapdores públicos de Jujuy en 1995, Menem acusó de subversivo a C. Santillán, dirigente del sindi­cato de los municipales (SEOM), en los siguientes términos: "Mientras esté Santillán en esa zona siempre va a haber problemas" porque "un marxista no puede vivir en el ámbito de la democracia porque no es democrático" (Clarín, 22/3, La Nación 23 y 25/3/95). Un "marxista y pro­vocador de la violencia", precisaría más tarde (Clarín 1/12/95). Ante la segunda pueblada de Cmral-Có y Plaza Huincul, Neuquén, de abril de 1997, Menem afirmó que eran "muestras de intolerancia de algún minús­culo sector de la comunidad argentina que ya conocemos, movimientos que han actuado en otras épocas y que ahora están rearmándose en el ámbito de la subversión" (declaraciones para América 2 del 15/4/97). Menem acusó inicialmente de subversivas a las organizaciones Quebra­cho y MTP, pero otros funcionarios extendieron la acusación a1 sindicato de docentes ("ATEN es un partido trotskysta que está utilizando la meto­dología del foquismo", sostuvo el Secretario de Desarrollo Social E. Ama­deo en Página/12 16/4/97) y a todos los demás participantes ("los mani­festantes de las localidades neuquinas de Cutral-Có y Plaza Huincul de­sarrollan un accionar subversivo", sostuvo el Ministro dellnterior C. Co­racli en Página/12 y Clarín 18/4/97). Tras la huelga general de agosto de 1997, que fue acampanada por cortes de ruta, quema de colectivos y enfrentamientos con fuerzas de seguridad, Menem afirmó asimismo: "No queremos más subversivos ni salvajes en las calles de nuestra Patria, por­que ayer vímos a verdaderos cobardes tapándose la cara, para no mostrar­se ante el pueblo argentino" (La Nación 16/8/97). Menem no dudó, pues, en asociar a su figura de amo monolítico y autoritario atributos de mando propios de los dictadores militares.

En una segunda aproximación, sin embargo, la figura de Menem ya no aparece simplemente como esa figura de amo monolítico y autorita­rio, que entraba en escena en las coyunturas más críticas. Aparece pues como una figura mucho más ambigua: una figura que sigue siendo figura de amo, ciertamente, pero signada por un pliegue, un guiño, una actitud de distancimniento cínico respecto de sí misma, que espeja la actitud de dístanciarniento cinico de los otros respecto de ella misma, que ya exami­namos. Podría decirse que, así como los ciudadanos votaban a 1 creían en Menem como si creyeran en aquello que efectivamente creían, Menem gobernaba 1 creía como si creyera en aquello que efectivamente creía. Recordemos por un momento esos dos modos de presencia del gran Otro de la ideología: podía estar presente como agencia oculta y todopoderosa

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que mueve los hilos tras bambalinas o como una apariencía esencial que debe preservarse a cualquier precio. Tenemos, en el primer sentido, esa dimensión del discurso menemista -y del discurso neoconservador en general- que podría denominarse "discurso de la globalización". Menem solía presentarse a si mismo como un mero instrumento subjetivo de un orden objetivo de la globalizacíón, orden cuya expresión do·méstica era el orden de la convertibilidad. Un instrumento subjetivo que intervenía políticamente conforme la legalidad inmutable de ese orden global o que, en el mejor de los casos, sabía intervenir adelantándose a las sancio­nes impuestas por esa legalidad, pero que de ninguna manera pretendía incidir sobre la misma. Menem era papista, incluso más papista que el papa, pero no pretendía ser el papa mismo. Veamos un eJemplo signifi­cativo entre tantos otros. En un discurso en la sede de la Reserva Federal de Dalias, Texas, de marzo de 2000, Menem justificaba con las siguientes palabras su propuesta de dolarización: "Cuando, un año atrás, lancé la discusión sobre la estrategia de dolarización de nuestra economía, los argentinos dimos una respuesta adecuada a la situación del momento, apoyada en una visión de largo plazo sobre las grandes tendencias que determinan el proceso de globalización, del cual debemos aprovechar sus oportunidades en beneficio de nuestros países". La "situación del momento" consistía en la crisis financiera internacional que se había ini­ciado en 1997 en el sudeste asiático, las "grandes tendencias que deter­minan el proceso de globalizaci.ón" incluian una presunta tendencia ha­cia la unificación monetaria. Menem agregaba así que, "a medida que avanza la globalización de la econOinía mundial, las monedas nacionales tienden a ser incongruentes con un flujo de capitales que no reconoce fronteras. La enorme masa de 1noneda tnundial que emerge con inde­pendencia de la voluntad y la capacidad de control de los Estados, es un factor originario y al mismo tie·mpo hace irreversible la globalización de la economía mundial". Y, dentro de estos parámetros, definía la figura del estadista y líder polítlCo, su propia figura, con las siguientes palabras: "En una época caracterizada por la aceleración del tiempo histórico, cuan­do los cambios son cada vez más vertiginosos, el papel de los estadistas y los líderes políticos no consiste en esperar que las cosas pasen sino en adelantarse a los acontecimientos para poder conducirlos. La globaliza­ción financiera es ya un hecho estructural de la economía mundial y la dolarización es su consecuencia directa en el hemisferio americano. Lle-gó la hora de actuar. Hay que poner manos a la obra". .

La dimensión del discurso menemista puesta en juego en discursos como éstos reproduce sin más la manipulación neoconservadora del clá-

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Capítulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonia menemisla

sico expediente ideológico de la naturalización de los procesos histórico­sociales: es mera ideología TINA (there is not olternotive). Mucho más cmn­plejo y más importante, empero, resulta el ·análisis del segundo modo en que se presenta el gran Otro de la ideología en el discurso menemísta: como apariencia sostenida en un distanciamiento cínico. u;6 Detengámo­nos en algunas manifestaciones de este distanciamiento. El discurso me­nernista de una manera cuasi-orwelliana, mina activam.ente su propia pretensi~n de verdad e incluso de sentido. Las declaraciones de Menem que, retrospectivamente, pueden considerarse como acta de nacimiento del discurso menemista, fueron precisamente un acto de minar su pro­pia pretensión de verdad. Recordémoslas: "Las tres reglas de oro de la conducción son 1) estar perfectamente informado; 2) guardar en secreto esa ínformación; y 3) actuar de sorpresa. Es lo que yo hice toda mi vida. Si yo en la campana electoral le digo a la gente: 'vamos a reanudar las relaciones con Inglaterra', pierdo un 20% de los votos ! ... ] 'voy a privati­zar teléfonos, ferrocarriles y aerolíneas', tengo en contra a todo el movi­miento obrero" (Gente l/4/93). "Si yo llegaba a decir en la campaüa elec­toral todo lo que iba a hacer, la gente no me votaba" (La Maga 9/6/93) La pregunta a plantearse ante estas declaraciones no apunta a saber si de todas maneras lo hubieran votado --entre otras cosas, porque no puede suponerse que en 1989 Menem sabía efectivamente qué haría más tarde­sino a saber qué implican estas declaraciones para las características de su discurso ~y qué efectos tienen sobre sus seguidores. Estas declaracio­nes consagraron un distanciamiento cínico dentro del discurso mene­mista, un disr.ancimniento que sería ratificado de diversas maneras. Me­nem y sus funcionarios solían confesar cínicamente en público sus pro­pios pecados, minando así la pretensión de verdad de sus propios dis­cursos. L. Barrionuevo, ex director del PAM1 y senador, respondía a la pregunta de un periodista de Radio Mar del Plata acerca de si había forjado su fortuna personal como trabajador gastronómico, a fines de 1990, en los siguientes términos: "No, no la hice trabajando, porque es muy difícil hacer la plata trabajando". Y a continuación se explayaba sobre los negociados con estudios jurídicos y contables que reahzaba desde la conducción del sindicato gastronómico. A Vázquez, candidato a juez de la Suprema Corte cuestionado por sus vinculaciones con Me-

2M Aquí debemos reiterar, naturalmente, aquel tamizado de la ideología neoconservado­ra a travé.s de la tradición ideológica populista autóctona: el cmismo posmoderno de Menem es, en muchos aspectos, la versión posmodema del cinismo moderno de Per?~· Pero los guiños del líder, de ese vivo criollo como nosotros, adquieren una dimens10_n específica cuando el ciriismo deviene uno de los rasgos constitutivos centrales de la ideologta dominante.

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nem, declaraba en noviembre de 1995 que efectivamente era su amigo y que era lógico que el presidente pusiera a un amigo suyo en la corte. Menem confirmaba días después que "en Estados Unidos, casi todos los miembros de la Suprema Corte son amigos del Presidente" (Clarín 28/ll' l/12/95)

Menem. y sus funcionarios, asimismo, proferían disparates con una regularidad suficiente como para dar lugar a una suerte de bushism autóc­tono. Estos disparates eran acom.paflados normalmente por demostracio­nes de la capacidad de reírse de los mismos por parte de quienes los habían proferido, minando así, no ya la pretensión de verdad, sino la propía pretensión de sentido de sus discursos. En una ceremonia con motivo del comienzo del ciclo lectivo de 1996 en Tartagal, Salta, Menem anunciaba por ejemplo: "Dentro de poco tiempo se va a licitar un sistema de vuelos espaciales mediante el cual desde una plataforma, que quizás se instale en Córdoba, esas naves van a salir de la atmósfera, se van a remontar a la estratósfera, y desde ahí elegirán el lugar donde quieran ir, de tal forma que en una hora y medía podremos estar en Japón, Corea o en cualquier parte del mundo y, por supuesto, más adelante en otro planeta sí se detecta que hay vida" (Página/12, 5/3/96). Podrían citarse innumerables ejemplos de disparates semejantes, pero conviene centrar­se en un subconjunto especialmente relevante, a saber, aquellos que mi­naban el sentido del discurso tradicional del peronismo en panicular. Tras la muerte de su hiJO, en un acto de UPCN en mayo de 1995, Menem dijo: "Estoy aquí de pie, sin desfallecer. Es en n1emoria de mi hijo, en nombre de él y de todos los caídos por esta gran causa, que es la causa nacional y popular, que es el JUSticialismo" (Página/12, 20/4). Los asesí­naLOs políticos de militantes peronistas cometidos en el pasado eran así, arbitrariamente, asociados en su discurso con la muerte accidental de su hijo, un play boy ajeno a la política, mientras manejaba su propio heli­cóptero.267 Durante el escándalo desatado por la difusión periodística (en el programa "Sin Límites", Canal 2, 27/2/97) de las obras que realiza­ra en su mansión de Anillaco, La Rioja, que incluían una pista de aterri­zaje propia, Menem declaró que "los que vienen a La Rioja a ver qué es lo que tiene el presidente" son "los mismos que avasallaron el régimen cons­titucional en 1955 y que, aún después de muerta, no contentos con todo el daño que le hicieron, ultrajaron el cadáver de nuestra compaflera Evi-

1~>7 Hacia novíembre de 1995 su propia ex esposa, Z. Yoma, denunciaba que su hijo había sido víctima de un alentado (La Prensa 12 y 13/12/95), que más tarde vincularí3. con el accionar de la mafia y el narcotráfico.

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Capítulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

ta" (Página/12, 9/3/97). Los militares de la autodenominada Revolución Libertadora, que habían derrocado a Perón y perseguido al peronismo, eran arbitrariamente amalgamados con los periodistas que investigaban acerca de su fortuna. Ante la emergencia de la Alianza, en octubre de 1997, Mene m sostuvo: "La Alianza no puede ganar porque la gente no mastica vidrio, porque ofrece incoherencia, es un rejuntado de partidos políti.cos y se parece a la Unión Democrática de 1946" (La Prensa 23/10/ 97). La confrontación que había signado el ascenso del peronismo al poder en 1946, aquella de "Braden o Perón", era presentada así como equivalente de una alternativa entre dos administraciones neoliberales. Los mártires y los miLos constitutivos de la identidad histórica del pero­nismo devenían pues sínsentidos dentro de estos collages discursivos dig­nos del dogma posmoderno acerca del fin de las ideologías. No es sor­prendente entonces que, durante la mayor concentración realizada en favor del lanzamiento del proyecto de reelección de Menem (en Ces­quin, Córdoba, en julio de 1992), los participantes blandieran consignas como "luche y sigue" y "por Evita y por Perón, reelección ... " La primera remitía al "luche y vuelve" que exigía el regreso de Perón de su exilio, y la segunda a "por Evita y por Perón, revolución", consignas ambas de la izquierda peronista de los años setenta.

Menem y sus funcionarios, finalmente, formulaban declaraciones en las cuales Jos problemas más graves resultaban completamente banahza­dos. Menem, por ejemplo, enfrentó la información de la prensa acerca de los suicidios de jubilados y pensionados sumidos en ia miseria, en septiembre de 1992, declarando: "N o sé por qué se suicidan los jubila­dos. Soy presidente, no psicólogo" (Página/12, 17/9/92). Menem enfrentó la divulgación de imágenes, que mostraban a pobladores de las villas miseria rosarinas cocinando gatos para alimentarse, por un noticiero de TV en mayo de 1996, declarando sonriente que en verdad "habia un solo gato en una parrilla llena de pescados" (Página/12 12/5/96). Y Menem enfrentó un proyecto propuesto por diputados del Frepaso para derogar y anular las leyes de Punto Final y Obediencia Debida declarando, a comienzos de 1998, que esos diputados "presentan proyectos provocati­vos para derogar las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y luego desandan el camino, protagonizando un papelón y bastardeando un tema lacerante" (Página/12 17/2/98)268 Puede decirse incluso que el menemis-

2" 8 El proyecto de los diputados del Frepaso, encabezados por A. Bravo, había sido resistido por los propios jefes del Frepaso (C. Álvarez y G. Femández Meijide se habían pronunciado contra el proyecto, temerosos de que la burguesía los excomulgara ante la amenaza de

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mo reconoció casi explícitamente su predilección por esa risa, ese mofar­se de los propios disparates o de los asuntos más serios, que constituye uno de los recursos típicos del distanciamiento cínico. Para ilustrar este punto recordemos que, después de que el propio Menem declarara que con ningún otro presidente podrian divertirse tanto, Cafiero ironizaba: "¿Se imaginan un domingo lluvioso, frío, sin fútbol y con De la Rúa como presidente y Fernández Meijide de gobernadora? Es un aburri­miento total" (La Nación 2312198). Y recordemos la respuesta del equipo de campaña de De la Rúa, en abril de 1999, a través de aquel famoso spot televisivo en el que el adusto candidato sentenciaba mirando a la cámara·. "Dícen que soy aburrido .. aburrido ... ja! ¿Será que no m.anejo una Fe­rrari? ¿Será para quienes se divierten mientras hay pobreza? ¿Será para quienes se divierten mientras hay desocupación? ¿Será para quienes se divierten con la impunidad? Aburrido .. ¿Es divertida la desigualdad de la justicia? ¿Es divertido que nos asalten y nos maten en la calle? ¿Es divertida la falta de educación? Yo voy a terminar con esta fiesta para unos pocos. Viene una Argentina distinta, la Argentina del respeto, la Argentina de las reglas claras, la de la dignidad, la del trabajo, que va a educar a nuestros hijos, que va a proteger a la familia, que va a encarcelar a los delincuentes y corruptos.. Y al que le aburra, que se vaya. No quiero un pueblo sufriendo mientras algunos pocos se divierten, quiero un país alegre, quiero un pueblo feliz" (de Borrini 2003, p.298-9). Este duelo es interesante desde el punto de vista de su forma, pues el spot promocionaba su candidato a partir de un supuesto defecto suyo, y par­Licularm.ente desde el punto de vista de su contenido, pues planteaba explícitamente la oposición entre la risa cínica de Menem y la devota seriedad de De la Rúa. Pero el resultado de un duelo planteado en esos términos no podía darse por descontado de antemano: para entonces, ya había poco motivo para reírse en una fiesta de Menem que se hundía en la crisis, pero igualmente el spot rebotó en los televidentes como un hoo­merang convirtiendo a De la Rúa en motivo de burla.

En efecto, esta dimensión cínica del discurso menemísta, presente en ese minado permanente de sus propias pretensiones de verdad y sentido,

que anularan las privatizaciones si accedían al gobiemo). Mene m había sostenido inicial­mente que el proyecto em "deleznable", pero más tarde presentaría un proyecto alterna­tivo con el fin de profundizar esas diferencias dentro de la Alianza. El tratamiento de estos proyectos fracasaría el4/2/98, por falta de quorum, en medio de un escándalo. "Sólo espero que la próxima vez no se abuse de nuestro dolor, que no vuelvan a defraudamos" -declararía la madre de siete hijos desapareciclos y dirigente de derechos humanos, L. Bonapane, en aquella ocasión

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Capítulo 4 _ Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

no debilitaba la capacidad de construir consenso de la ideología mene­mista sino que la fortalecía, precisamente, como aquella apariencia esen­cíal cuya consistencía debía preservarse a cualquier precio. El cinismo del líder y de sus masas no eran sino dos caras de una misma moneda. Pero sabemos que la preservación de la consistencia de una ideología remite a la fantasía ideológica, al recurso de la ideología para cerrar la brecha que signa su inconsistencia y que, en este caso, consiste en la fanta­sía de la estabilidad. Es conveniente, entonces, analizar la manera en que esta fantasía de la estabilidad estaba presente en el discurso menemista.

Puede decirse, en una primera aproximación, que esta fantasía de la estabilidad estaba explícitamente asociada en el discurso menemista con el aumento del consumo que resultaría de la misma. La consigna de "ingresar al primer mundo", entendida corno sinónimo de acceder a los niveles de consumo propios de los países capitalístas más avanzados, puede servir para nombrar esa asociación. Consideremos, por ejemplo, la serie de spots televisivos lanzada durante la campaña presidencial de Menern de 1995 conocida como "trie-trae". Su nombre deriva de que los breves flashes que componían la serie, de apenas 10 segundos, eran abier­tos y cerrados por un sonido semejante al. que producen las tarjetas de crédito cuando pasan a través de las lectoras. La serie apuntaba a propa­gandizar 24 logros que habría alcanzado el primer gobierno de Menem, la mayor parte de los cuales remitía de una u otra m.anera a una misma fantasía de la estabilidad: "eliminó la innación", "restableció el crédito", "logró la estabilidad", "nos integró al mundo", "elilninó la indexación", etc. Consideremos, asimismo, la serie de afiches con interrogante (tea­sers) lanzada durante la siguiente campaña presidencial de Menem, en 2003: "¿con quién pudimos viajar y conocer?", "¿con quién teníamos estabilidad'", "¿con quién podías tener un proyecto?", "¿con quién sali­mos de la hiper?", "¿con quién podías pagar en cuotas?", "¿con quién teníamos acceso al crédito'", etc. (Borrini 2003, p. 153, 312). La fantasía de la estabilidad estaba asociada explícitamente, en el discurso menemis­ta, al aumento del consumo que dicha estabilidad garantizaría.

En una segunda aproximación, sin embargo, esta fantasía de un ma­yor consumo desnuda una mayor complejidad. No estamos simplemente ante un aumento cuantitativo del consumo, resultante ele una reconsti­tución del poder adquisitivo del salario y de un restablecimiento del crédito, pues el consumo es un componente decisivo de la cultura en una sociedad capitalista. Estamos, por consiguiente, ante un cambio cua­litativo en la posición que el consumo en general, y el consumo de ciertas mercancías y mediante ciertas modalidades en particular, ocupa entre los

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valores articulados en la ideología de una cultura. Estamos pues ante una ideología consumista, más específicamente, ante la versión autóctona de esa ideología hiperconsumista que radicaliza el consumismo del capita­lismo de posguerra y que constituye uno de los rasgos sobresalientes de la cultura posmoderna dominante en el capitalismo contemporáneo (en el sentido de Jarneson 1991 y Zizek 1998b). Un consumismo que impone nuevas normas de consumo que incorporan el acceso a algunas mercan­cías novedosas (desde las PCs o los celulares hasta las casas en countríes y barrios privados), pero que también amplían el acceso a mercancías más tradicionales, reprimido por una década de estancamiento (como los automotores o los electrodomésticos), nuevas normas de consumo que posicionan a los servicios en un puesto privilegiado (internet, telefonía inalámbrica, servicios bancarios, educación y medicina privadas, etc.) y que incluyen una amplia gama de bienes y servicios extranjeros antes inaccesibles (desde los alimentos, ropa o artículos de bazar más econó­micos hasta el turismo en el exterior). Se trata de un consUJnismo que se escenifica en nuevos espacios (desde shoppings, pasando por los hiper­mercados, hasta las tiendas de importados "todo x $ 2 ") y que se practica mediante instrumentos cuyo uso previo se encontraba mucho más res­tringido (como la tarjeta de crédito, el débíto automático o incluso el dólar). En pocas palabras: un consumismo que no significaba meramen­te acceder a un mayor consumo, sino a un consumo que aparece cmno propio de la cultura posmoderna del primer mundo. 269

En este punto, conviene añadir al análisis del discurso menemista en sentido estrecho (i.e., con1o un conjunto de enunciados) que veníamos haciendo, un análisis de dicho discurso en un sentido más mnplio (como din1ensión discursiva de un conjunto de prácticas cargadas de significa­ciones ideológicas). En efecto, Menern y sus seguidores más cercanos ponían en escena esa fantasía ideológica consumista en sus propias prác­ticas cotidianas. Nos referimos al estilo de vida de esa suerte de comparsa que encabezó el propio Menem e integró un vasto contingente de fami­liares y compinches recientemente enriquecidos. Unas pocas imágenes de este grupo, extraídas de las crQnicas periodísticas de la época, alcan­zan para mostrar la ideología que sus prácticas materializaban (véase por ejemplo Walger 1994) Los rostros de Menem, sus hijos Zulemita y Carli­tas, su esposa Zulema Yoma y su cuñada Amira, su secretario privado y ex agente de la dictadura R. Hemández, sus amigos de juerga procesados

269 A propósito del vínculo entte consumo y hegemonia menemista, véase Balsa, De Martinelli y Erbetta (2004).

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Capítulo 4. Escorzos humanos: ideología y hegemonía menemista

por corrupción A. Gostanian, M. A. Vicco y C. Spadone, los mediocres cómicos R. Puente y el Soldado Chamamé, algún periodista vinculado con la dictadura, como L. Beldi o M. Viale, el empresario de TV G. Sofovich, varios hombres de negocios de la farándula como G. Coppola, G. Armentano y G. Parisier, el futbolista D. Maradona, el viejo modelo A. Garmaz, unas cuantas vedettes, G. Alfano y A. González entre ellas, y

algunos otros. Las escenas nocturnas de reuniones en los boliches y res­taurantes de moda, New York City, Trumps, El Cielo, Hippopotamus, Fechoría, o en las más reservadas suites cinco estrellas de los hoteles Alvear o Bauen. Las fotografías, acaso autografiadas, de entrevistas en Casa Rosada o almuerzos en Olivos entre Menem y cuanto extranjero famoso visitara el país durante aquellos años: descubrimos a las actrices S. Loren, O. Mutti y G. Lollobrigida, los actores A. Quinn, A. Delon y O. Shariff, el futbolista Pelé, la modelo C. Schiffer o los cantantes M. Jack­son y Raphael. Tomas de escándalos de atcoba, aunque no indiscretas puesto que fueron escándalos públicos, que incluyen un operativo de desalojo de la residencia presidencial. montado contra la esposa del pre­sidente y unos cuantos amoríos de éste último. Cuerpos de mujeres que ya no pueden reconocerse ni diferenciarse entre sí, aunque algunos co­rrespondan a las Yoma, porque los cirujanos plásticos de la farándula las estandarizaron a fuerza de recortar pómulos y abultar labios. Almas cul­tivadas en el new age, la meditación y el control n1ental, el insight., los milagros, el tarot, el espiritismo y la astrología, por las sacerdotisas más reconocídas en los medios del esoterismo. Deportes y hobbies de lujo, automovilismo, pilotaje, navegación, hipismo, siempre con automóviles, helicópteros, cruceros y caballos propios, para el presidente, su hijo y los restantes varones del grupo. Alta costura de baja elegancia estilo Versace, en su versión italiana original o en traducción E. Serrano, ambas igual­mente kitsch, para las mujeres. Veraneo VJP en Pinamar o Punta del Este. Mansiones con decorados que revelan en igual medida la enorn1e riqueza y el diminuto gusto de sus propietarios, con sus infaltables chaise longue y yacuzzi, con sus maderas doradas, cortinados recargados, mesitas vesti­das, columnatas, tercíopelos y alfombras persas abigarrados, con su due­ño posando envuelto en una colorida bata en medio de la escena. Y, puesto que importa tanto el mensaje como el medio, agreguemos que estas imágenes pueblan las páginas a todo color de Gente, Siete Días, Caras o cual­quier otra revista dedicada a retratar la vida de ricos y famosos.

Atender a este estilo de vida de Menem y sus seguidores más cercanos, un estilo narcisista, frívolo, ostentoso, farandulesco, que fuera bautizado en su momento como la fiesta menemísta, es importante para completar el

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análisis de la práctica ideológica del menemismo. Este estilo de vida, naturalmente, escenificó de manera privilegiada ese consumísmo propio de la cultura posmoderna que asociamos con la fantasía ideológica de la estabilidad. Menem, junto a sus seguidores más cercanos, desempeñaba de esta manera su rol de amo gozador, es decir, de amo que ponía en escena explícitamente la realización de los deseos más íntimos de sus súbditos. Consideremos, por ejemplo, su relación con las mujeres. El Wa/1 Street ]ournal había calificado de "extravagante" su entrevista con la modelo C. Schiffer y, en una conferencia de prensa durante su viaje a EEUU de 1994, Menern respondió: "Esa foto en la que estoy con lamo­delo Claudia Schiffer... dígame la verdad: ¿a usted no le hubiera gustado estar ahí?". Menem asumia su rol de amo que puede gozar -en este caso, de la compañía de famosas modelos- en sustitución de sus súbditos. Era un vivo criollo. Y las modelos contribuían por su parte a sostener la fantasía. "El poder los hace líberar hormonas, oligoelementos, no sé qué cosa les da el poder que los pone muy atractivos", confesaba G. Alfana a propósito de los políticos en la revista Caras. "Un hombre que está rodea­do de mujeres, que se habla permanentemente de sus conquistas. Él mismo declara que es un seductor y que ama a las mujeres y pienso: la pucha, qué tipa afortunada soy!, qué cosas mágicas me pasan! Estar cerca de gente especial en la fantasía o en la realidad", confesaba A. González en Gente, a propósito de sus relaciones con Menem (Walger 1994, p. 256, 174-5). 270 Y las revistas de ricos y famosos hacían el resto. Es precisamen­te en ese distanciamiento cínico respecto de sí mismo donde la figura de amo de Menem desnudaba esa relación con el goce y, en la medida en que dicho dístanciamienr.o espejaba el distanciamiento cínico de los otros respecto de la misma, permanecía intacta la fantasía ideológica que ese goce sostenía.

li0 Menem había creado en octubre de 1992 una suene de gabinete paralelo -en realidad, un harem que nunca funcionaria como gabinete- integrado exclusivamente por muje~ res. Unas 3.000 mujeres habían asistido enfervorizadas al acto de constitución de ese gabinete y escuchado de boca del presidente: "Ustedes saben que la preocupación funda­mental de mi vida fueron siempre las mujeres" y-"las quiero a todas, a las peronistas y a las que no son peronistas" (Página/12, 22110/92).

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Capítulo S Anatomía de la bestia:

convertibilidad y hegemonía menemista

Todavía no comenzamos a analizar ·la hegemonía menemista propia­mente dicha. Esta afirmación puede resultar sorprendente. Dedicamos el tercer capitulo a analizar la violencia hiperinflacionaria que se encuentra en el. origen de, y siguió operando como mecanismo coercitivo subyacen­te a, esa hegemonía menemísta. Y dedicamos el cuarto a analizar las prác­ticas ideológicas que dotaron de consenso a esa hegemonía menemista. ¿En qué sentido decimos, entonces, que no estamos aún ante la hegemo­nía menernista? La respuesta podría plantearse de la siguiente manera: contamos con algunos escorzos del centauro, pero aún no conocemos su anatomía -y, para peor, tenemos razones para suponer que esa anatomía no consistirá en una mera yuxtaposición de una mitad animal que remite a la coerción sobre una mitad humana que remite al consenso. En efecto, los escorzos de esta bestia no sugieren una representación como aquellas de los realistas centauros neoclásicos (una cabeza y medio torso humanos superpuestos mecánicamente a otro medio torso y extremídades equinas) ni de los excesivos centauros románticos (con cabelleras al viento, que no alcanzan a ser crines). Los escorzos de esta bestia parecen reclamar una representación más ambigua -y más monstruosa. Los monstruos góticos que danzan desenfrenadamente en un escenario teatral sonados por Hye­ronimus Bosch quizás sean más adecuados. Pero más adecuados aún son los monstruos soñados por Picasso en los años treinta, con1o ese mino­tauro que acaso tenga de toro su cabeza y de hombre su cuerpo, o acaso sea un toro envuelto en las translúcidas pieles de un hombre, o viceversa; ese toro seductor y lascivo, ese hombre asesino y sanguinario, esa bestia feroz pero ciega que avanza conducida por una niña hacia una muerte

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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista

segura. Estos escorzos animales y humanos que poseemos no alcanzan para conocer a nuestra bestia: necesitamos conocer su anatomía. No pue­de haber hegemonía política burguesa sin cuerpo en el Estado y la acu­mulación capitalistas. A la forma de Estado y a la estrategia de acumulación que corporizan a esa hegemonía menemista dedicaremos este capítulo.

5.1. Hegemonfa: forma de Estado y estrategia de acumulación

Es necesario introducir en este apartado algunas precisiones 1nás acerca de nuestro empleo del concepto de hegemonía. Es sabido que, para Gra­rnsci y para muchos de sus seguidores, la constitución de una hegemonía política requiere la mediación del Estado. Este es un aspecto decisivo para entender la naturaleza de cualquier hegemonía política. Sin embar­go, esta relación entre hegemonía y Estado es sumamente compleja den­tro del pensamiento gramsciano, debido a la extensión que reviste el concepto de hegemonía en su seno. Esta complejidad deriva en su mayor parte, simplemente, de que Gramsci introdujo dícho concepto para li­diar con problemas de estrategia política revolucionaria antes que de dominación política burguesa.Vl En efecto, Gramsci introdujo el con­cepto de hegemonía, a mediados de la década de 1920, para referirse al papel del proletariado como la clase dirigente de una alianza revolucio­naria de clases. 272 Escribía entonces que "los comunístas turineses se plan-

m Nos referimos, naturalmente, a los problemas de estrategia revolucionaria suscitados por 'la derrota del movimiento de consejos obreros dei none de Italia de 1919-20, del que participara activamente el propio Gramsci (véase Samucci 1998). Ya en los escritos correspondientes de LOrdine Nuovo aparecía claramente, aunque en ausencia de la noción ele hegemonía, el papel de los consejos obreros, en su interacción con los sindicatos y el partido, como "modelo" o "cedula" de un futuro Estado obrero. "El Estado socialista­escribía Gramsci por entonces- existe ya potencialmente en las instituciones de la vida social característíca de la clase tmbajadora explotada. Unir entre sí estas instituciones, coordinarlas y subordinarlas en una jerarquía de competencias y poderes, centralizadas fuertemente, pero respetando las autonomíns necesarias y sus articulaciones, significa crear desde ahora una verdadera democracia obrera, en comraposición eficiente y a ni va con el Estado burgués, preparada ya desde ahora para sustituir al Estado burgues en todas sus funciones esenciales de gestión y de dominio del patrimonio nacional" ( 198 l , p.89·, véanse en conjunto los artículos de este Gramsci consejista reunidos en Gramsci 1973 y 1981). Esta misma problemática, aunque mucho más complejizada, será la abordada por Gramsci más tarde en términos de hegemonía. 272 Específicamente en La situación italiana y las tareas del PCJ, un documento para la discusión del Ili Congreso del PCl realizado en Lyon en 1926, y en Algunos temas sobre la cuestión meridional, escrito también en 1926 (ambos incluidos en Gramsci 1981). Éste es, naturalmente, el punto enfatizado en las lecturas más leninistas de Gramsci (por ejemplo Gruppi 1978).

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La hegemonía menemista

tea ron concretamente la cuestión de la 'hegemonía del proletariado', o sea de la base social de la dictadura proletaria y del Estado obrero. El proletariado puede convertirse en ciase dirigente y dominante en .la rnedi·d·a en que consigue crear un sistema de alianzas de clase que le permua moVIh­zar contra el capitalismo y el Estado burgués a la mayoría de la población trabajadora ... " (1981, p. 307). Pero en escritos posteriores, Gramsci empleó la noción de hegemonia tanto para continuar reflexionando sobre pro­blemas de estrategia política revolucionaria, como para reflexionar acerca de las características de la dominación política burguesa. Este empleo ampho del concepto de hegemonía, empero, complejizó enormemente su relación con el Estado, en la m_edida en que tanto la política de las clases dominantes (que detentan efectivamente el poder de Estado) como la política de las clases dominadas (que no detentan dicho poder de Estado) son analizadas en términos de políticas hegemónicas. Gramsci parecía entonces vacilar entre una asociación estrecha entre hegemonía y poder de Estado, como cuando identificaba ''el momento en que un gru­po subalterno se torna realmente autónomo y hegemónico" con el mo­mento en que "crea un nuevo tipo de Estado" (1975-80 lll, p. 85), y una sucesión cronológica entre hegemonía y poder de Estado, como cuando afírmaba que "un grupo social puede e incluso debe ser dirigente ya antes de conquistar el poder gobernante (esta es una de las condiciones principales para la conquista misma del poder)" (1975-80 VI, p.99). La consideración del Estado, en los térrninos heredados de Hegel de un Estado am.pliado a instituciones de la sociedad civil, permitió a Gramsci introducir cierta nexibilidad entre estas dos opciones, en la medida en

que los aparatos privados de hegemonía de la sociedad civil podían ser ámbitos de disputa hegemónica, pero no alcanza para precisar sin resto la relación entre hegemonía y Estado. Pensamos que, para precisar esa relación, conviene inclinarnos por la primera alternativa y asociar estre­chamente hegemonla y Estado, restringiendo por consiguiente el campo de aplicación de la noción de hegemonía a la dominación política bur­guesaY3 En este sentido, rescatamos a ,.P_oulantzas cuando precisa que el

m Aunque no podemos detenemos en este punto, considerJmos que esta opción no s.ólo es más adecuada desde un punto de vista teórico, sino también desde un punto de V1Sta político. En efecto, los análisis de la política dominante y de la política revolucionaria, indistintamente, en términos de política hegemónica, pueden conduCJmos a una concep­ción instrumentalista de la política. Acaso Gramsci, y acaso siguiendo los pasos de Lenin, no sea completamente ajeno a este instrumentalismo. Se trata en verdad de una expresión .de un problema crucial y mucho más amplio de la política revolucionaria, problema cuyo mejor planteo-aunque no acordemos con su solución-se encuentra en Holl~way (2~?2). Agregue­mos que el recurso de emplear la noción de contrahegemoma (nooon que, por

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CapílUlo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menernista

concepto de hegemonía "tiene por campo la lucha política de clases en una formación capitalista, y comprende, más particularmente, las prácti­cas políticas de las clases dominantes en esas formaciones" (!976, p.169).

Pero esta opción nuestra de asociar estrechamente hegemonía y Esta­do irnplica una segunda restricción en el uso del concepto de hegemo­nía, a saber, queda restringido a escala del Estado-nación. También en este sentido Gramsci solía emplear la noción de hegemonía de 1nanera más amplia. Afirmaba así que la hegemonía "se verifica, no sólo en el interior de una nación, sino en todo el campo internacional, entre com­plejos de civilizaciones nacionales y continentales" (1975-80 !1, p.34-5). La peculiar posición de la cultura italiana en el seno de la cultura euro­pea inspiraba este uso gramsciano del concepto de hegemonía a escala internacional. Por una parte, a raíz de la instauración de la sede papaL en la Roma del siglo XVI, el cosmopolitismo religioso de los intelectuales italianos revestía "un carácter estrictamente político, de hegemonía inter­nacional", cumplía una "función hegemónica mundial", se nutría de un "espíritu imperialista" (1975-80 VI, p.24). Por otra parte, corno contra­partida de ese cosmopolitismo, el atraso relativo en la construcción de una cultura burguesa nacional durante el siglo XlX conducía para Grmnsci a una hegemonía de la cultura francesa. "Todo pueblo tíene su literatura, más ésta puede venirle de otro pueblo, es decir, que el pueblo de referen­cia puede estar subordinado a la hegemonía intelectual y moral de otros pueblos. [ .. ] 1A qué se debe que el pueblo italiano lea con preferencia a los escritores extranjeros? Significa que sufre la hegemonía intelectual y moral de los intelectuales extranjeros, que se siente más ligado a los inte­lectuales extranjeros que a los 'paisanos', es decir, que no existe en el país un bloque nacional intelectual y moral, Jerarquizado y mucho menos igualitario" (1975-80 IV, p.103; 126). Estas afirmaciones parecen involu­crar de manera privilegiada la dimensión cultural, intelectual y moral, ideológica de la hegemonía en su extensión a una escala internacional -aunque la iniluencia del papado puede involucrar asimismo aspectos jurídico-políticos. El problema que plantean reside en la articulación entre este concepto de hegemonía ideológica -e incluso, en su caso, jurí­dico-política-, internacional y los Estados-nación que siguen operando como mediadores necesarios de la hegemonía a escala nacionaL Este es un problema importante -acaso más importante aún en el capitalismo

cieno, no se encuentra en Gramsci) para analizar la política revolucionaria, no resuelve de ninguna manera este problema en la medida en que la misma no sea definida como algo distinto de una mera contracar'a de la política dominante (véase, en este sentido, la discusión planteada por Hollowayen AAW 2002).

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La hegemonía menemisla

contemporáneo- y que incumbe direclamente a nuestro análisis de la hegemonía menemista.

En efecto, resulta evidente que las hegemonías neoconservadoras a escala de los Estados-nación particulares no pueden analizarse prescin­diendo de la existencia de una suene de "hegemonía neoconservadora" vigente a escala internacional. Las relaciones sociales capitalistas y el an­~gOr1lS'ffio que les es inherente son globales por definición y, además, devienen cada vez más globales conforme se desarrolla históricamente el capitalismo. Las clases, la lucha de clases y las relaciones de fuerza entre las clases son, asimismo, globales por definición y devienen cada vez más globales con ese desarrollo histórico del capitalismo (véase Holloway 1995). Hasta aquí presentamos la hegemonía como un fenómeno político regis­trado a escala de los Estados-nación paniculares, pero la misma no pue­de sino remitirnos a esa lucha y a esas relaciones de fuerza entre clases a escala internacional. La hegemonía a escala de los Estados-nación parti­culares debe entenderse entonces cmno la territorialización en términos políticos, en dichos Estados-nación, de una lucha y unas relaciones de fuerza entre clases vigentes a escala internacionalY~ La construcción de hegemonías neoconservadoras a escala de Estados-nación particul""res durante las décadas de 1980-90 remite así a un proceso global de recom­posición de la acumulación y la don1inación capitalistas, iniciado hacia fines de la década de 1970 y en respuesta a la crisis del capitalismo de posguerra, que reunió desde la reestructuración de los propios procesos de producción y acumulación a escala del mercado mundial hasta la mutación del sistema internacional de Estados derivada del derrumbe del bloque del este, pasando por la adopCión masiva de la doctrina neocon­servadora por parte de los cuadros intelectuales de la burguesía y un amplio espectro de procesos económicos, sociales, políticos e ideológicos relacionados. También en nuestro caso específico de la hegeinonía mene­mista, naturalmente, se conjugaron una serie de factores que remiten a ese proceso global de recomposición de la acumulación y la dominación capitalistas. La reestructuración del capital y la recomposición de las da-

lH Desde luego, esta terrirorialización supone una suene de "nacionalización" de esa lucha y de esas relaciones de fuerza entre clases, según las particularidades de las forma­ciones económico-sociales encuadradas en dichos Estados-nación. En este sentido, pode­mos acordar con Gramsci cuando afirma que "el concepto de hegemonía es aquel donde se anudan las exigencias de carácter nacional [ ... } Una clase de carácter internacional, en la medida en que guía a capas sociales estrictamente nacionales (intelectuales) y con frecuencia más que Í1acionales, particularistas y municipalistas (los campesinos), debe en cierto sentido 'nacionalizarse"' (1975-80 1, p.148).

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Capitulo 5. Anatomia de la bestia: convenibilidad y hegemonía menemista"

ses y fracciones de clase sobre las que descansó la hegemonía menemista fue parte de aquella reestructuración de los procesos de producción y acumulación a escala del mercado mundial. La reforma del Estado y la reorientación de sus intervenciones, o sea la creación de una fonna de Estado adecuada a esa hegemonía menemista, se encuadró asimismo en un proceso mundial de reforma de los Estados capitalistas de posguerra. La ideología neoconservadora que acampanó a la hegemonía menemísta constituyó, finalmente, apenas una adaptación de doctrinas neoconser­vadoras forjadas en los thinh-tanhs globales.

Todos estos elementos, que podrían abonar un empleo a escala inter­nacional de la noción de hegemonía, son decisivos para entender las característícas de la hegemonía menemista. Sin embargo, nosotros segui­remos restringiendo el empleo del concepto de hegemonía a escala del Estado-nación y seguiremos refiriéndonos a la hegemonía menemista como un fenómeno que tuvo lugar en el terreno del Estado-nación argentino. Nuestra decisión deriva, en definitiva, de la citada asociación existente entre hegemonía y Estado. Pero justifiquemos esta decisión. Recordemos, antes que nada, que nosotros aplicamos la noción de hegemonía a las relaciones políticas entre clases y no así a las relaciones entre Estados. En este sentido, no podemos extender la noción de hegemonía, como suce­de en algunas concepciones, para referirnos a las dimensiones ideológi­cas de las relaciones internacionales entre Estados-nación políticamente inclependientes. 275 La hegemonía, precisamente, territorializa a escala de esos Estados-nación políticamente independientes una lucha y unas re­laciones de fuerza entre clases vigente a escala internacional. Reconoce­mos ciertamente que instituciones extranjeras o internacionales (organis­mos financieros como el FMI, organizaciones como la OMC, institucio­nes que integran aparatos de Estado extranjeros corno la USFR, institutos privados como el Cato Institute y un amplio etcétera) desempeflan autén­ticas funciones hegemónicas a escala internacional: generan y divulgan discursos legitimadores acerca de las virtudes de la econornía de libre mercado, elaboran proyectos de reforma del Estado, proveen cuadros intelectuales para desempeñarse como funcionarios, ele. Esto es decisivo para entender la naturaleza de las hegemonías neoconservadoras en ge­neral, así como la hegemonía menemlsta en particular. Sin embargo, en la medida en que los Estados-nación no fueron relevados de su función de territorialización de las relaciones sociales capitalistas por una instan-

m Nos referimos, por excelencia, al empleo del concepto de hegemonía dentro de la denominada Escuela de Binghamton encabezada por l. Wallerstein y G. Arrighi.

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La hegemonía menemista

cia supranacional de soberanía, ~eguiremos restringiendo nuestro em­pleo de la noción de hegemonía a escala de esos Estac]_qs-nación. Las funciones hegemónicas desempeñadas por instituciones como aqudlas son complementarias respecto de las desempeñadas por los Estados-na­ción particulares pero, en la medida en que no existe ese Estado supra­nacional, no las reetnplazan.

Ahora bien, para profundizar en esta relación entre hegemonia y Es­tado conviene reparar en la doble dimensión que caracteriza al concepto de hegemonia. Ya rozarnos esta doble dimensión cuando rescatamos cier­tas afirmaciones gramscianas acerca de la integración de las viejas clases dominantes en los nacientes Estados burgueses alemán y británico o de las dificultades de la burguesía italiana para asumir su función dirigente respecto de los grupos sociales afines y aliados para la constitución de su propio Estado moderno (1975-80 V, p. 30 y ss.; VI, p.99 y ss). Pero esta doble dimensión reviste una mayor precisión dentro de la concepción específicamente poulantziana de la hegetnonía. Afirma Poulantzas en este sentido que "la clase hegemónica es la que concentra en sí, en el nivel político, la doble función de representar el interés general del pueblo­nación y de detentar un dominio especifico entre las clases y fracciones dominantes: y esto, en su relación particular con el Estado capitalista" (1976, p.175). Y, puesto que ambas funciones hegemónicas están media­das por el Estado capitalista, dicho Estado asumirá una doble función. "Respecto de las clases dominadas, la función del Estado capitalista es impedir su organización política, que superaría su aislamiento que es en parte su propio efecto [ ... ] Por el contrario, respecto de las clases domi­nantes, el Estado capitalista trabaja permanentemente en su organización en el nivel político, anulando su aislam.iento económico, que es, tan1bíén aquí, su propio efecto así como el de lo ideológico"' (1976, p.239).

Más adelante volveremos sobre esta doble dimensión de los conceptos de clase y Estado hegemónicos y de sus relaciones a propósito de la hege­monía menemista. Pero es decisivo advertir de antemano que nuestro empleo del concepto de hegemonía supone que el proceso de constitu­

cíón de una nueva hegemonía, i.e., __ ~_l_ .. PF.Ofé:.~.9. q¡¿~.-~qp_g_~f~--·~·_g:t;l.<;J.e_Slªs-~ .. a~f..C.P.~~ e,I .Estado capitalistas desemp_~ñ-~_[l ___ q!Jif'm.Jyp_~~_gnes __ ,heg~m.QI!~C:as, e§ en, rylidad un único proceso de desenvolvimiento de la lucha de clases .. Así como es importante entender que su contrapartida:~,..t;l,_p_r_Q_~S:-~9 9.~-~-<::~i;s~s,ch~-.~na }y;~gemonía, es un único proceso. de desenvolvimiento de la lucha de clases. E~.to sigflifica_.cu_atr() cqsas_~. ,la vez. Significa, en p[imer 1~$-_<:f, que las clases o fracciones de clases ecoilómica y sociahnente do­mínantes sólo pueden devenir políticamente hegemónicas gradas a la

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Capitulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía m enemista._

,_mediación del Estado capitalista. Luego veremos que fue precisamente la mediación del Estado argentino, a través de sus políticas de reestructura­ción capitalista enmarcadas en la convertibilidad, la que permitió que esa gran burguesía, que ya se había consolidado económica y socialmente como clase dominante en los procesos hiperinflacionarios, deviniera po­líticamente dirigente mediante la constitución de la hegemonía mene­mista. Significa, en segundo Jugar, que el Estado capitalista se recompo­ne a su vez, en un doble sentido de transformarse y fortalecerse, en la medida en que desempeña esa función de mediador de la hegemonía. El Estado argentino, sumido en la impotencia durante el proceso hiperin­f1acionarío que clausura la administración alfonsinista, quebrado econó­micamente y vacante políticamente, se recompone así adoptando una nueva forma neoconservadora de_ Estado acorde con su función como ri1edi3.dor de la hegemonía menemjsta, durante la primera administra­ción menemista. Significa, en tercer lugar, que las clases o fracciones de clases económica y socialmente dominantes sólo pueden ser políticamente dirigentes, es decir hegemónicas, respecto de las clases y fracciones de clases subordinadas a través de la conformación de un bloque en elpo:. d~r encabezado por su fracción hegemónica. Va de suyo que, inmersas· en esa suene de guerra de todos contra todos que caracteriza a los estalli­dos híperinflacionarios, ninguna fracción de la gran burguesía estaba en condiciones de desempeñar función dirigente alguna respecto de los tra­bajadores. La constitución de un nuevo bloque en el poder, dirigido políticamente por aquellas fracciones que se habían impuesto económica y socialmente en dicha guerra de todos contra todos, sería una condición para que la gran burguesía en su conjunto desempeñara esa dirección de los trabajadOres. Significa, en.cuarto lugar, que a su vez las clases o frac­ciones de clases eConómica y socialmente dominantes sólo pueden con­formar un bloque en el poder en la medida en que desempeñ.en esa dirección respecto _de las clases y fracciones de clase subordinadas. El carácter relativamente monolítico· que' adquirió el bloque en el poder menemista tuvo como condición suya la relativa subordinación de los trabajadores a la dirección política de la gran burguesía. El proceso de constitución de una _nueva hegemonía es, precisamente, este proceso de mediaciones recíprocas y simultáneas: la burguesía se recompone como clase hegemónica a través del Estado capitalista y el Estado capitalista se recompone como instancia de dominación a través de la recomposición de la hurguesía como clase hegemónica; la burguesía dirige a los trabaja­dores a través de su unificación política en un bloque. en el poder y se unifica políticamente en un bloque en el poder a través de la dirección

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La hegemonía menemista

de los trabajadores. Y son mediaciones recíprocas y simultáneas porque, 1

aunque podemos diferenciarlas analíticamente, históricamente son as­pectos de un único proceso de desenvolvimiento de la lucha de clases.

Finalmente, para profundizar nlás aún esta relación entre hegemonía y Estado, es conveniente precisar la manera en que se corporiza esa me­diación del Estado. Aludimos antes a que, en nuestro caso, fue la media­ción del Estado a través de sus políticas de reestructuración capitalista, enmarcadas en la convertibilidad, la que permitió que la gran burguesía conformara un nuevo bloque en el poder y deviniera hegemónica. La fórmula poulantziana para referirse a la función hegemónica del Estado, aquella de "desorganizar políticamente a las clases dominadas, organi­zando a la vez políticamente a las clases dominantes" (1976, p.239), es en este sentido demasiado estrechamente politicísta. La noción de estra­tegi(l5 de acumulación -relacíonada a su vez con la noción de pr?yectos h~ge­ITipnicos- introducida por Jessop es un punto de partida rrlás-·adec:Úado p~;a precisar este punto. Dice Jessop: "Una 'estrategia de acumulación' define un 'modelo de crecimiento' económico específico completo con sus varias precondiciones extraeco·nómicas y esboza una estrategia gene­ral apropiada para su realización" (l990f, p.l98-9). Serían eJemplos de estrategias de acumulación desde la Grossraumwirtschaft fascista, pasando por el fordismo norteamericano y la economía social de mercado alema­na de la posguerra, hasta la sustitución de importaciones y la promoción de exponaciories latinoamericanas. Detrás de la dirección de una frac­ción hegemónica, una estrategia de acumulación operaría como una suene de marco para una acumulación capitalista que íntegra al conjunto de las fracciones burguesas en pugna: "Un marco estable -en palabras de Je­ssop- en el cual la competencia y los intereses en conflicto pueden ser conducidos sin romper la unidad de conjunto del circuito del capital" (id., p.l99). Estas estraxegias de. acumulación se articulan a su vez con proyectos hegemónicos que, ejercicio del poder de Estado mediante, apun­t'3~ a resolver esos conflictos de intereses económicos inmediatOs entre la fracción dirigente y las restantes fracciones de la burguesía -e incluso de las clases subordinadas.

Las políticas de reestructuración capitalista enmarcadas por la con­~.r__tibilidad pueden entenderse com.o políticas que apuntaban a la con­soliCfadón de una determinada estrategia de acumulación, articulada a su vez con el proyecto hegen1ónico menemista, en un sentido semejante al planteado de Jessop. Dirigida por las fracciones de la gran burguesía más aperturistas, dícha estrategia de acumulación orientada hacia el mer-,_.,, .. __

S:2,~!? mundial operó durante la década de los noventa, efectivamente,

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Capítulo 5. Anatomia de la bestia: convertibilidad y hegemonia menemista_

como un marco para la acumulación capitalista conjunta de las distintas fracciones de la burguesía -mientras que la deserción respecto de dicho marco implicaba la recaída en las pugnas abiertas entre esas distintas fracciones de la burguesía que habían caracterizado los procesos hiperin­f1acionarios de 1989-90. Y esa estrategia de acumulación se articuló, a su vez, con el proyecto hegemónico rnenemista en la medida en que susten­tó materialmente, a la vez, la cohesión del bloque burgués en el poder, que encabezó la hegemonía menemista y la subordinación de la clase trabajadora a dicha hegemonía menemista. 276 Pero debemos precisar esta articulación entre estrategia de acumulación y proyecto hegem.ónico.

En efecto, estrategias de acumulación que apuntan a una reoriema­ción de la acumulación capitalista hacia el mercado mundial se imple­mentaron simultánearnente, aunque con distintos niveles de profundi­dad y modalidades de desenvolvimiento, en otros países latinoamerlca­nos durante !as décadas de 1980-90. Asimismo, se encararon proyectos hegemónicos neoconservadores, aunque con diversa suene, en otros paí­ses latinoamericanos durante esas décadas. Estas constataciones sugieren la conclusión de que estaríamos ante una detenninada articulación entre cierta estrategia de acumulación y cierto proyecto hegemónico, que po­dría generalizarse y emplearse como una suerte de modelo para la inter­pretación de una variedad de casos. El modelo en cuestión podría con­frontarse a continuación con un modelo previo, que artícularía una es­trategia de acumulación orientada hacia el mercado interno y un proyec­to hegemónico populista. Tendríamos así, además, un criterio de perio­dización para la historia latinoamericana contemporánea y, eventualmente, un punto de partida para explicarla en términos de sucesivas transicio­nes entre dichos modelos. En este sentido, precisamente, suelen em­plearse las nociones de fordismo oindustrializaci()n sustitutiva de importq­ciones para interpretar~-et' capitalismo de posguerra en los países cen­trales y periféricos, y las de posfordismo o industrializaci()n orientada aJa exporta~ión para interpretar el nuevo capitalismo, que resultaría a par­tir de un proceso de transición respecto de ese capitalismo de pos­guerra en dichos países.

276 En sentido estricto, Jessop distingue entre hegemonía y proyecto hegemónico. La hegemonía, sostiene, reúne una selectividad esLructural o estratégica consistente en los privilegios gozados por ciertas fuerzas sociales en una determínada forma de Estado; un proyecto hegemónico propiamente dicho consiste en un programa nacional-popular que integra a las fuerzas subordinadas y una estrategia de acumulación apropiada (1990[, p.205 y ss.). Aquí, sin embargo, sólo emplearemos las nociones de estrategia de acumu­lación y proyecto hegemónico.

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·~.··.··· •. ·.! r

1

1

La hegemonía mene.mista

Pero estaríamos avanzando demasiado deprisa. Estaríamos explican­do la historia mediante el uso de unos modelos de articulación entre _q¡;:umulación y dominación capitalistas que no se diferenciaría de un uso ~"5tructurallsta -sea inspirado en el estructuralismo marxista o, peor aún, ~n el estructuralismo cepalino, siempre más a mano para explicar la his­toria latinoamericana. La debilidad de semejante explicación residiría, precisamente, en que reduciría láS crisis capitalistas a procesos. de transi­ción entre modelos determinados por la funcionalidad 1 disf!-Jncionali­dad registradas entre sus elementos, conduciéndonos así a conceder una po~íción subordinada o incluso a no conceder posición alguna a la lucha di cl3.ses en dicha explicación. 277 La explicación en cuestión incurriría así en una auténtica felichización de los modelos que emplea. Las críticas en este sentido de Holloway, Bonefeld y Clarke a las interpretacíones de jessop y Hirsch de la crisis del capitalismo de posguerra, en términos de transición del fordismo al posfordismo, son concluyentes en general así como relevantes para nuestro análisis en particu1ar (véase Holloway y Bonefeld 1994). Los intentos de jessop de evitar el sesgo determinista de su aparato conceptual -en particular, el de presentar las estrategias de acumulación en términos de "resultados contingentes de una dialéctica de estructuras y estrategias" (1990[, p.205) y la articulación entre estrate­gias de acumulación y proyectos hegemónicos como derivada de "prácti­cas articulatorias contingentes" (1990e, p.80)~ se revelan como infruc­tuosos dentro del marco estructuralist.a de referencia de dicho aparato conceptual. Más exactamente: dichos intentos conducen, una vez más, a ese desconocimiento de las relaciones sociales capitalistas y de los anta­gonismos que les son inherentes que antes encontramos en Poulantzas. Dentro del marco estructuralista de Jessop, el Estado y el capital como formas de Iris relaciones sociales ~value-form y state-form, en sus térmi­nos- operan como estructuras subyacentes completamente vacías que re­cién adquieren contenido cuando descendemos a los proyectos hegemó­nicos y las estrategias de acumulación particulares.

Pero el Estado y capital no son meras estructuras vacías. Son formas, es decir, mOdos de existencia diferenciados de unas mismas re13c{ones sociales antagónicas. El antagonismo entre capital y trabajo está inscripto de antemano en dichas formas, pues, con independencia de su inscrip-

177 lncluso los análisís de N un (véase, por ejemplo, 1995) de la década de los noventa en términos de las relaciones entre "régímen social de acumulación" y "régimen político de gobierno", que acaso sean las mejores versiones locales de ese e tí pode· explicaciones, no evitan ese problema.

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Capítulo S. Anatomía de La bestia: convertibilidad y hegemonía menemista

ción contingente en una estrategia de acumulaci.ón y un proyecto hege­mónico particulares (véase jessop l990d y e). Vale recordar en este punto las conclusiones que Marx extrae de su análisis de la tendencia hacia la nivelación de las tasas de ganancia, es decir, del modo mismo de existen­cia del capital como relación social global: "Resulta que cada capitalista individual, así como el conjunto de todos los capitalistas de cada esfera de la producción en panicular, participan en la explotación de la clase obrera global por parte del capital global y en el grado de dicha explota­ción, no sólo por simpatía general de clase, sino en forma directamente económica, porque, suponiendo dadas todas las circunstancias restantes -entre ellas el valor del capital global constante adelantado-, la tasa me­dia de ganancia depende del grado de explotación del trabajo global por el capital global" (1990 lll, p.248). La tendencia a la constitución de una tasa n1edia de ganancia es, sin más, la tendencia a la constitución del capital como relación social global y, por supuesto, del antagonismo en­tre capital y trabajo inherente a dicha relación social como un antagonis­mo global. En ténnínos más sencillos: el proceso de constitución de una tasa media de ganancia opera como proceso de unificación de los intere­ses de las diversas fracciones del capital y de los diversos capitalistas individuales, en el interés común de un capital colectivo que explota a un trabajo igualmente colectivo. "Tenemos aquí, pues, la detnostradón mateinática exacta de por qué los capitalistas, por m_ucho que en su com­petencia 1nutua se revelen como falsos hermanos, constituyen no obStan­Le una verdadera cofradía francrnasónica frente a la totalidad de la clase obrera" (1990 Ill, p. 250). 278 El interés capitahsta colectivo en la explota­ción del trabajo colectivo es, entonces, una determinación más básica que la correspondiente a la medida en que los capitales individuales y las distintas fracciones del capital participan de esa explotación global, se­gún sus respectivas participaciones en la propiedad del capital global. Y la articulación de los intereses económicos inmediatos de las distintas fracciones de la burguesía y los distintos burgueses individuales en un interés económico (así como político) estratégico común, polarizada por la fracción hegemónica, descansa sobre ese interés capitalista colectivo en la explotación (y la dominación) de la clase trabajadora en su conjunto. Este interés capitalista colectivo subyace, en definitiva, a ese compromiso

m Y de aquí se deriva también, como señala Holloway, la unidad de intereses del trabajo global. "La unidad de la clase capitalista no está constituida por la simpatía general de clase sino por la unidad del proceso de explotación. La unidad de la clase trabajadora, lógicamente, está constitUida, no por la simpatía general (la solidaridad) sino por la misma unidad del proceso de explotación" (1992).

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La hegemonia menemista

que asume la burguesía en su conjunto ante la tarea de disciplinar a los trabajadores, de recomponer la acumulación y la dominación capitalis­tas, en los procesos de constitución de una nueva hegemonía. Este argu­mento no conduce, ciertamente, a rechazar el empleo de conceptos pro­pios de menores niveles de abstracción (como los conceptos de estrategia de acumulación, proyecto hegemónico y otros que venirnos empleando), puesto que ese interés capitalista colectivo se expresa históricamen,te de diferentes maneras conforme el desarrollo de la lucha de clasesY9 Este argumento impllca simplemente que no debemos fetichizar esos concep­tos propios de menores niveles de abstracción, es decir, olvidar que nom­bran modos de existencia de relaciones sociales antagónicas en sus ex­presiones históricas particulares.

Ahora bien, antes de cerrar este apartado, conviene explicitar dos implicancias de nuestra recuperación de estas nociones de estrategia de acumulación y de proyecto hegemónico. La primera radica en que, ex­tendiendo nuestras precisiones anteriores sobre el proceso de constitu­ción de una nueva hegemonía a esta dupla de nociones, la implementa­ción de una nueva estrategia de acumulación y de un nuevo proyecto hegemónico son sendas dimensiones de un único proceso de desenvol­vimiento de la lucha de clases. La convertibilidad operará entonces, si­multáneamente, como marco de una recomposición de la acumulación y Ia dominación capitalistas. Y la dinámica de esta recomposición no res­ponderá a la funcionalidad o disfuncionalidad entre una y otra, sino a las correlaciones de fuerza entre clases. La segunda radica en que, a su vez, esta relación entre estrategia de acumulación y proyecto hegemóni­co_, Como 'd~s dimensiones de un único proceso de desenvolvimiento de T~ lucha de clases, introduce una nueva restricción en nuestro effipleo aet concepto de hegemonía, ya no una restricción de tipo espacíal, a un Estado-nación particular, sí no una restricción temp()_ral, a_ .un pe­ríodo acotado en el desarrollo de esa ~currmlación capitalisp. La he­g;tnOnía no consiste pues en un consenso pasajero -como, por ejem­plo, el consenso alfonsinista que analizamos en el segundo capítulo­pero tampoco remite necesariainente a procesos de muy larga dura-

279 En este aspccw disentimos con Holloway y Bonefeld ( 1994) cuando, en la discusión sobre el posfordismo antes mencionada, se inclinan por rechazar sin más las denominadas "categorías intem1edias'". El problema no radica para nosotros en el empleo de dichas categorías intermedias en general-la distinción dialéctica marxiana entre d1stintos mve­les de abstracción permite su empleo en el plano analítico y la explicación de fenómenos como los que nos inCumben exige sin más su empleo en el plano histórico-, sino en el uso estructuralista de las mismas.

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Capitulo S. Anatomía de la bestia: convenibllidad y hegemonía menemista

cíón -como los conslderados por Gramsci a propósito de la constitu­ción del Estado-nación italiano.

5.2. Lucha de clases y conflictos interburgueses

Vayamos ahora al proceso histórico de constitución de la hegemonía menemista, cmnenzando por la integración de un nuevo bloque en el poder a partir de los conflictos interburgueses previos y la constitución de ese nuevo bloque, en dírigent.e de las clases subordinadas a partir de las luchas de clases previas. Poulantzas define la noción de bloque en el poder como la "unidad contradictoría particular de las clases o fraccio­nes de clase dominantes, en su relación con una forma particular del Estado capitalista" (1976, p. 303). El Estado medía la conformación de ese bloque en el poder porque permite alinear políticamente a las distin­tas clases o fracciones de clase económica y socialmente dominantes, pero en conf1icto, detrás de una clase o fracción dirigente: "La relación del Estado capitalista y de las clases o fracciones dominantes actúa en el sentido de su unidad política ba;o la égida de una clase o fracción hegemónica. La clase

0 fracción hegemónica polariza los intereses contradictorios específicos de las diversas clases o fracciones del bloque en el poder, constituyendo sus intereses económicos en intereses políticos, que representan el interés común de las clases o fracciones del bloque en el poder: interés general que consiste en la explotación económica y en el dominio político" (1976, p.309). Esta integración de esas distintas clases o fracciones de clase eco­nómica y socialmente dominantes en un nuevo bloque en el poder las redefine políticamente, pero a la vez redefine políticamente su relación con las clases y fracciones de clases subordinadas. Poulamzas escribe así que la lucha de clases "reviste, a nivel polílico de las relaciones de poder y por mediación de la institución objetiva del Estado, una forma relativamente simple de relaciones entre dominantes y dominados, entre gobernantes y gober­nados [ ... ] Esta simplificación de las relaciones de clase a nivel del poder político no es una simple reproducción de la contradicción económica 'simple' capital 1 trabajo. En lo relativo a las clases o fracciones 'dominan­tes', esa simplificación consiste en realidad en su polarización a nivel politico debido a los intereses 'específicos' de la clase o fracción 'hegemó­nica'. En el seno del Estado consl.ste, en cambio, en un 'bloque en el poder'. Situado a nivel propiamente político, este bloque en el poder constituye una unidad contradictoria 'con dominante' de la clase o fracción hegemónica" (l985c, p.68). La clave para entender el proceso de constitución de una nueva hegemonía radica, entonces, en entender este doble proceso de polariza-

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ción política de los intereses de las distintas clases a fracciones de clase económica y socialmente dominantes por la clase o fracción dirigente en un bloque en el poder (primera dimensión de la hegemonía), y de sub­ordinacíón política de las clases o fracciones económica y socialmente dominadas a ese bloque en el poder (segunda dimensión de la hegemo­nía). La concepción pluralísta del conflicto social, que ya criticamos a propósito de Poulantzas, sin embargo, dificulta dlcho entendimiento.280

En efecto, dentro de este doble proceso, la lucha de clases aparece como un momento, el conflicto interburgués aparece como otro momento, y, ambos momentos, se median recíprocamente. Pero a la vez, el proceso ·en su conjunto, es un proceso de adopción de un modo de existencia espe­cífica~ente político-hegemónico por parte de la lucha de clases. 281 La lucha de clases es, simultáneamente, un momento en este doble proceso y el proceso en su conjunto. / La mediación del Estado neoconservador argentino en la constitución

del bloque en el poder, que encabezó la hegemonía menetnista, decía­mos, descansó esencialmente en la implementación de las políticas de reestructuración capitalista enmarcadas por la .~? __ nvertibi~idad. Sin em­bargo, estas políticas de reestructuración y el prOpio marcü'~de''la conver­tibilídad suponían costos muy importantes desde el punto de vista de los intereses económicos inmediatos de las fracciones de la burguesía menos capaces de insertarse competltivamente en el mercado mundial, cmno las fracciones de la pequefi.a y mediana burguesía industrial, agropecuaria y comercial, e incluso aquellas fracciones de la gran burguesía previamente vinculadas de manera privílegiada con el mercado interno y con el Esta­do. El hecho de que ci.ertos empresarios pertenecientes a estas fracciones lograran adaptarse exitosamente a este curso (partlcípando de las privati­zaciones, conviniéndose en subcontratistas, desplazándose desde la pro-

260 Agreguemos que la supremacía que el segundo Poulamzas concede a la lucha de clases no alcanza para resolver este problema, ni en su definición del Estado como condensación matetial de las relacíones de fuerza entre clases y fracciones ni en su consideración de sus políticas como resultado de esas relaciones de fuerza. Escribe Poulamzas: "El Estado, capitnlista en este caso, no debe ser considerado como una entidad intrínseca, sino ~al igual que sucede, por lo demás, con el 'capital'- como una relación, más exactamente como la condensación matericd de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase, tal como se expresa, siempre de forma espcc({íca, en el seno del Estado \ ... ] E! estableci­miento de la política de Estado debe ser considerado como el resultado de las wntradiccwnes de clase inscriptas en la estructura misma del Estado" (1986, p.l54; 159). 2tll La específicidad de este modo de existencia político-hegemónico de la lucha de clases va de suyo: la lucha de clases no es sinónimo de lucha pohüca, ni la lucha política es sinónímo de lucha hegemónica. La imposición de un modo de existencia político-hege­móníco a la lucha de clases es a su vez un resuhado de la lucha de clases.

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Capitulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemísta

ducción hacia la importación o a través de otras estrategias semejantes) no desmiente esa afirmación. Más aún: esas políticas de reestructuración y ese marco de convertibilidad suponían incluso restricciones para ¡

05 intereses económicos inmediatos de algunas fracciones de la gran bur­guesía, que eran efectivamente capaces de insertarse en el mercado mun­dial, como la fracción industrial exportadora de la gran burguesía, com­puesta por algunas grandes empresas locales y foráneas, o la gran burgue­sía agropecuaria en su conjunto, principalm.ente a causa de la pérdida de competitividad de sus exportaciones resultante de la revaluación del tipo de cambio. El hecho de que los empresarios pertenecientes a estas fracciones lograran ventajas a cambio (como la de importar medios de producción e insumas más baratos) tampoco desmiente esa afirmación. En verdad, analizadas desde la perspectiva estrecha de los intereses eco~ nómicos inmediatos y diferenciales de las distintas fracciones de la bur­guesía, las políticas de reestructuración capitalista enmarcadas por la convertibilidad parecían favorecer a poco más que a la fracción financie­ra de la gran burguesía. Acaso podría argüirse que, precisamente, esta ~r~cción financiera de la gran burguesía se convirtió en la fracción -~~-gt­Inóníca dentro del bloque menemista en el poder. Pero ¿cómo se e~plica­ría la capacidad subyacente de esa fracción financiera para polarizar po­líticamente a las restantes fracciones burguesas convirtiendo sus propios intereses económicos en interés común de la burguesía en su conjunto? La respuesta rachea simplemente en que, más allá de los intereses econó­micos inmediatos y diferenciales de las distintas fracciones de la burgue­sía, los intereses económicos y políticos inmediatos de las fracciones di­rigentes de la gran burguesía fueron asumidos como sus propios intere­ses estratégicos, en la lucha de clases, por la burguesía en su conjunto. Digamos, de un modo preliminar y esquemático, que el disciplinamien­to de la propit;l burguesía, a través de los mecanismos díscipliriáfíOS .. iílhe­rentes a la competencia en el mercado mundial, se impuso en los hechos como condición de posibilidad ineludible para el disciplinamJt:nto de los trabajadores. Y que, si bien su alineamiento tras la dirección de las fracciones dirigentes de la gran burguesía acarreaba costos de disciplina­miento para las restantes fracciones, esos costos aparecían como supera­dos con creces por los beneficios de ese disclplinamiento de los trabaja­dores. Ese disciplinamiento involucraba a la vez una recmnposición .de la explotación y de la dominación de los trabajadores, que resultaba es­tratégica para el conjunto de la burguesía. Ese disciplinamiento era la condición para que, de una vez, la lucha de clases en la Argenti.na se inscribiera en una estrategia de acumulación y un proyecto hegemónico.

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La hegemonía menemista

En este último sentido, podemos decir que el proceso de constitución de la hegemonía menemista debe entenderse, en su conjunto, como el pro­ceso de adopción de un modo de existencia específicamente político­hegemónico por parte de la lucha de dases.

Pero vayamos a un análisis más detallado de ese proceso de constitu­,ción de la hegemonía menemista. Las distintas fracciones de la burguesía alcanzarían, durante la vigencia de la convertibilidad, un grado de cohe_­sión política que contrastaría de manera rotunda con los conflictos que mantuvieron durante la crisis que condujo a los estallidos hiperinOacio­narios de 1989-90 y a la implementación de la convertibilidad, por una parte, y, por la otra, durante la crisis que condujo a la devaluación ele 2001 y a la caída de la convertibilidad."' Este fenómeno, que conceptua­lizamos como constitución de un bloque en el poder, está ampliamente constatado: alcanza, para advertirlo, con revisar las posiciones adoptadas por las organizaciones representativas de las distintas fracciones de la gran burguesía ante las distintas coyunturas económicas o políticas que parecían críticas para el mantenimiento de la convertibilidad. Recorde­mos apenas el caso más relevante: la posición adoptada por la gran bur­guesía en su conjunto ante el Pacto de Olivos. Tras una reunión con Alfonsín realizada en noviembre de 1993, el entonces titular de la CAC, ]. Di Fiori, declaraba: "Nos pareció razonable transmitirle al jefe de la oposición lo mismo que le habíamos transmitido a Bauzá: la complacen­cia y el apoyo de los empresarios a la decisión política de buscar coinci­dencias en lo que hace a la vida institucional del país". A la reunión habían concurrido F Macri (grupo SOCMA), E. Fscasany (ABA),]. Blan­co ViUegas (UIA),]. Berardi (Bolsa de Comercio), M. Madcur (CC) y otros grandes empresarios (Página/12 19 y 20/11/93, Clarín 21/11193). La gran burguesía en pleno asumía así la continuidad de Menem, entonces considerada como inseparable de la continuidad de la convertibilidad y la reestructuración capitalista en curso, como asunto de Estado. Y am­plios sectores de la clase trabajadora se alinearon, durante la convertibi­lidad, detrás de la dirección política de ese bloque en el poder, en una medida que contrasta igualmente con la resistencia que desplegaron du­rante las crisis que condujeron a b implementación y la supresión de la

281 Decimos esto ciñiCndonos a nuestro periodo, pero es importante recordar quesem~-­j;g¡te.grado de coh~sión acaso nunca se había registrado en la historia argentina desde la crisis de la hegemonía de la burguesia agroexponadora alrededor de la crisis de 1930 o, en el mejor de los casos, desde la crisis del. primer experimento peronista a partir de comienzos de la década de 1950. Las hipótesis acerca de una endémica c"risis de hegemo­nía (como la clásica de Portantiero 1973) son muy pertinentes en este sentido.

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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista

convertibilidad. También este fenómeno, que conceptualizamos como hegemonía de ese bloque en el poder, está ampliamente constatado. Para retomar nuestro anterior ejemplo, recorden1os que también amplios sec­tores de la clase trabajadora asumieron la continuidad de Menem como una suene de asunto propio. Una encuesta publicada días después de la firma del Pacto de Olivos informaba que el 72% de los entrevistados apoyaba el contubernio y el 67% apoyaba específicamente la cláusula que habilitaría la reelección de Menem (67%) (Página/12, 17/ll/93).

Pero señalamos que la constitución de esta hegemonía, en su doble dimensión, no puede considerarse como resultado inmediato del proce­so que condujo al estallido hiperinf1acionario y al derrumbe de la admi­nistración alfonsinista durante el primer semestre de 1989. La profunda modificación en las relaciones económicas y sociales de fuerza preexis­tentes mediante la violencía hiperinflacionaria operó ciertamente como una condición necesaria, pero no operó ni podía operar como condición suficiente, para la constitución de esta hegemonía menerrüsta. La violen­cia híperinflaciona,r_ia reforzó la pc:sición de la gran burguesía como clase económica y socialmente dominante respecto de la clase trabajadora, así como reforzó la posición de sus fracciones más vinculadas con el merca­do mundial como fraccipf1es econónüca y socialmente d~~inarifé:s 'den­tro de ,~sa gran burguesía. Pero esto no significa que la violé:ncia hiperin­flacionaria per se había convertido a esa gran burguesía en una clase polí­ticamente dirigente respecto de la clase trabajadora, ni que la había cohe­sionado en un bloque en el poder políticamente dirigido por sus fraccio­nes más aperturistas. 2

H3 Esto carecería sin más de sentido porque tanto

analítlcamente, a la luz de la teoría de la hegemonía, cmno históricamen­te, a la luz de la experiencia de la hegemonía menemista, la constitución de una nueva hegemOnía es un proceso político que no se reduce ni puede reducirse a una rnodificación violenta en las relaciones económi­cas y sociales de fuerza. El período que se extiende entre la asunción de la administración menemista en julio de 1989 y la implementación de la convertibilidad en abril de 1991 sólo puede entenderse si tenemos en cuenta esta diferencia. 283 Salvando las diferencias que mantenemos con su interpretación, es correcta en este sentido la siguiente afinnación de Palermo: "Ocurre que tras una hiperinflación el miedo a que ésta vuelva es real. Esto condiciona el comportamiento de todos, pero no resuelv~ sus problemJ.s de acción colectiva. [ ... ] La cooperación social a favor de las reformas, que ningún 'fondo de pozo' por sí mismo es capaz de producir, debe ser políticamente gene­rada. S1 la hiperinflación crea un sentido de urgencia, sólo la acción político-estatal puede organizar la fuga" (1999, p.203-4 ). A propósito de la comparación entre distintas salidas de procesos hiperinflacionarios en América Latina, véase asimismo Torre (1998).

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La hegemonía menernista

Ya nos referimos a los conflictos interburgueses registrados durante el proceso que conduce al estallido hiperinflacionario de 1989, entre las fracciones más vinculadas con el mercado mundlal y alineadas con el viraje en la polltica económica impuesto por el Plan Primavera (los gran­des grupos económicos domésticos con más cápacidad de in~~rción en el mercado mundial, la mayoría de las transnacionales, igualmente capaces de inserlarse en el mercado mundial, los acreedores del Estado y otros inversores financieros y la banca extranjera) y las más vinculadas con el mercado interno y/o protegidas por subsidios, aranceles, cuotas de im­portación y compras del Estado (los grandes grupos económicos insertos en el mercado interno, algunas transnacionales y sectores de la banca local) que se les enfrentaron. Dijimos también que, durante la escalada hiperinflacionaria de febrero-junio de 1989, esos alineamientos se des­dibujaron y esos conflictos devinieron una suene de guerra de todos contra todos. Pero dichos alineamientos y con nietos retornaron a la esce­na tras la asunción de la administración menemista. El curso adoptado por la nueva administración implicó desde el comienzo una orientación hacia las fracctones de la gran burguesía más vinculadas con el mercado mundial. Las designaciones de Roig y Rapanelli a cargo del ministerio de Economía y de GC?nz~_le~ Fr~ga, a cargo del BCRA, significaron nombrar dos altos funcioñaflü"s. de Uno de los más grandes grupos exportadores y un asesor de los bancos extranjeros negociadores de la deuda externa en los puestos clave de política económica. Las primeras medidas económi­cas del nuevo equipo, eLPian.Bll de julio de 1989, consistieron en un severo shock antiinflacionario que contemplaba una enorme devalua­ción y fijación de un único tipo de cambio, un fuerte aumento de tarifas y de combust:ibles y un acuerdo de precios con grandes empresas. Este plan BB era un severo shock, ciertamente, aunque no se apartaba esen­cialmente de las medidas que se habían implementado bajo el plan pri­mavera y sus sucesivos reajustes. 28-t El nuevo equipo pondría en marcha también, mediante las leyes de Reforma del Estado y Emergencia Econó­.,~~ca y una batería de Ínedidas menores, la racionalización .'/_.P.r_ivcitiZa-

lH~ Es importante tener en cuenta que, ya para entonces, medidas mucho más radicales estaban en debate en la agenda del nuevo gobierno. Nos referimos a sancionar la conver­tibilidad del peso, en distintas variantes: una convertibilidad semejante a la implementJ­da más tarde (impulsada por D. Ca vallo, G. Di Tella, C. Rodríguez y otros), una conver­tibílidad dentro de un sistema bimonetnrio con imroducción de una nueva moneda convertible (el llamado "plan federal") y una convertibilidad restringida a los depósitos a interés (el llamado "plan Curia"). Y este debate recrudece1ia con los sucesivos fracasos del plan BB y los planes Erman (ver Graziano 1990).

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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menem1sta

ción de empresas públicas, la supresión de subsidios y el incremento del_. grado de apertura externa. El nuevo equipo retomaríá,·-nnalm-ente, las negociaciones con los organismos financieros internacionales. El curso adoptado por la nueva administración, asimisn1o, apuntaba a descargar sobre el salario y el empleo de los trabapdores su shock antíinflacionario.

El resultado inmediato de este shock fue un retroceso de las tasas de inflación, respecto de su récord del 196,6% registrado en el pico hiper­inflacionario de julio, a un 37,9% en agosto y a un promedio del 7,2% entre septiembre y noviembre. Pero los conflictos distributivos retorna­rían. Luchas salariales en algunas ramas clave del sector privado (meta­lúrgicos, automotrices, petroquímicos) se combinaron con las luchas de los trabajadores del sector público (subterráneos y ferrocarriles, docen­tes, telefónicos) amenazados en sus salarios y empleos por la reforma del Estado. Los salarios reales se mantuvieron en agosto en sus deprimidos niveles de julio, aunque se recuperaron entre un 20 y un 40% entre septiembre y noviembre, es decir, por encima de las previsiones del go­bierno, mientras la recesión seguía aumentando el desempleo, que al­canzó hacia octubre un 7% contra un 5,7% de octubre de 1988. Las presiones de las fracciones más protegidas de la gran burguesía se hicie­ron presentes asimismo, desde el comienzo, para reducir la tasa de inte­rés, reimplementar la promoción industrial y auxíliar financieramente a las empresas. Pero las fracciones más aperturistas también presionaban para elevar un dólar que, neto de retenciones, consideraban muy bajo. Ya hacia octubre de 1989 estas múltiples presiones se hicieron sentir sobre los precios acordados, los salarios y ei tipo de cambio.( Pero sería nuevamente una corrida cambiaria la que acabaría con este 'plan BB y volverla a desencadenar el proceso hiperinf1acionario.-, La creación de un nuevo régimen de depósitos en dólares, las ventas de dólares del BCRA y la colocación de títulos dolarizados resultaron insufiCientes para detener el ascenso del tipo de cambio. La brecha entre el dólar oficial, congelado en 655 australes desde julio, y el dólar libre, ascendí.ó a un lO% en octubre. Las autoridades dejaron de vender dólares y, durante la segunda semana de noviembre, ya había alcanzado los 900 australes, cerrando el mes con una brecha del 54% y amenazando con superar holgadamente el 100% durante el mes siguiente. El equipo económico decidió así desdo­blar el tipo de cambio oficial en un tipo comercial, devaluado y fijo, y uno financiero en flotación sucia. Pero la escalada hiperinflacionaria ya se había iniciado, el dólar alcanzaría los 1500 australes en tres días y las tasas de inflación alcanzarían un 40% en diciembre de 1989 y un prome­dio del 78%, entre enero y marzo de 1990.

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La hegemonía menemista

La previsión de esa inflación del 40% para c;!is;te.mhr~-' sin embargo, condujo a la caída del equipo económico encabezado por Rapanelli y a su reemplazo por un nuevo equipo encabezado por -~onzál~z a media­dos de dicho mes. La designación de González y el Ianzclrilit~rito de sus mucho más ortodoxas medidas antiinflacionarias (los llamados Planes Er­man) ratificaron con creces tanto aquella orientación en favor de fraccio­~~S burguesas más vinculadas con el mercado mundial, como aquella decisión de descargar sobre el salario y el empleo de los trabajadores su shock antiinflacionario. En efecto, el nuevo ministro, a través de sucesi­vas medidas, liberó los controles del tipo de cambio y de los precios, canjeó compulsivamente los plazos fijos por bonex restringiendo así la cantidad de dinero, aumentó y generalizó los impuestos, recortó los sala­rios públicos y pasó a disponibilidad a empleados públicos próximos a jubilarse, redujo las compras del Estado y suspendió los pagos a sus contratistas, mantuvo suspendidos los subsidios a las exportaciones y a la industria e incrementó el grado de .a:¡:;!er_tura externa., Acaso. nllnca se había implementado una política de ajuste,'monetario y fiscal más severa. PeiO, después de una brusca desaCelerati'ón inicial, alcanzada gracias a una depresión que derrumbó el producto y aumentó aún más los niveles de desempleo y de capacidad instalada ociosa, las tasas de inflación con­tinuaron fluctuando sin rumbo. En este contexto, naturalmente, tanto la lucha de los trabajadores como la presión de las fracciones de la gran burguesía más protegidas se incrementaron considerablemente. Téngase en cuenta que, cuando se detiene la escalada hiperinflacionaria hacia abril de 1990, después de cuatro meses de superávit fiscal, el gasto públi­co había caído un 44,5% y los ingresos públicos habían aumentado un 15,2% respecto de un afio antes. Y téngase en cuenta asimismo que, en marzo de 1990, el salario real había perforado su propio record de julio de 1989 y la tasa de desempleo de mayo de 1990 sería del 8,8% contra una del 7,7% en mayo de 1989. Las luchas de los trabajadores del sector privado impusieron aumentos de salarios que superaban las previsiones de las autoridades, como en el caso del aumento alcanzado por la UOM en enero, pero fueron las luchas de los trabajadores del sector público, cuyos salarios se encontraban más deprinüdos a raíz del severo ajuste fiscal en curso y cuyos puestos de trabajo se encontraban amenazados por la aceleración del proc~so de privatizaciones, los que se ubicarían en el centro de la escena. Las movilizaciones de febrero y marzo, encabeza­das por los trabajadores de los Ferrocarriles y de SO MISA, las prolonga­das huelgas de docentes y judiciales y la "Plaza del No" de mayo fueron los hitos de esta resistencia. Las pujas entre las distintas fracciones de la

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Capitulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista

gran burguesía se intensificaron asimismo porque, a las generadas por las radicales medidas de apertura externa y recorte del gasto público, se sumaron tas generadas por la licuación de pasivos públícos. La tremenda iliquidez resultante del llamado Plan Bonex condujo a los bancos a exigir la cancelación anticipada de sus crédítos en dólares, a las empresas a exigir que dicha cancelación se realízara en títulos y, por consiguiente, a las tasas de interés a montos siderales y a la supresión del crédüo. En este contexto, las tasas de inflación nunca llegarían a estabilizarse y, durante la segunda mitad del año, comenzó a generarse un nuevo retraso cambia­rio. Una nueva corricla cambiaría, a fines de enero y principios de febre­ro, redundaría en una tasa de inflación del 2 7% para febrero de l.?2.Ly. en la caída del ministro González. El lanzamiento dé! plan de converti­bilidad por el ministro que lo reemplazaría, D. Cavallo, detendría esta nueva escalada hiperinflacionaria.

Pero detengámonos en este punto. Este p::;Jí-Q .. clp_que se extiende entre la asunc~ón de la a_9.l!J-inistración menemistá e~).~\~9 de 1989. y el lanza.~­miemo de la convertibilidad en abril de 1991 puede parecer, a primera vista, una mera prolongación de la crisis que signó los últimos dos años de la administración alfonsinista. Un caos. Un prolongado período de profunda crisis económica y social que desemboca en recurrentes estalli­dos hiperinflacionarios y que conduce a no menos profundas crisis polí­ticas. Esta impresión está plenamente justificada. lncluso puede especu­larse, contrafácticamente, que la suene de la nueva administración me­nemi.sta no hubiera sido muy diferente de la suerte de su predecesora alfonsinista si este período no hubiera sido cerrado mediante el lanza­nüento de la convertibilidad y la consolidación de una nueva hegemonía alrededor suyo. Pero es importante no perder de vista las mutaciones económicas, sociales y políticas que se estaban registrando en medio de ese caos hiperinflacionario y que sostendrán el orden posterior de la convertibilidad. Ya nos referimos antes al impacto que tuvo la violencia hiperinflacionaria, desatada en la primera mitad de 1989, sobre las rela­cíones económicas y sociales de fuerza entre las clases y entre las distintas fracciones de clase. La violencia hiperinflacionaria desatada entre fines de 1989 y comienzos de 1990, y la inestabilidad permanente que caracte­riza al período en su conjunto, no harían sipo consolidar ese impacto. Pero aquí queremos detenernos en :tr~~ n·:m;tét,ci?_nes\.~specíficas de este período. La primera es una serie de i~p·¿~ta-~·te~"·d~rro"tas sufridas __ porJo.s.~ trabajadores en su ·resistencia a la ofensiva genefálizada encarada por la

'""administración menemista, y particularmente a sus privatizaciones. Va­rias grandes luchas de los trabajadores del sector público cóntia las pri-

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La hegemonía Jnenemista

vatizaciones terminaron en derrotas ejemplares durante este período (las luchas de los telefónicos en 1989 y los estatales de conjunto en 1990) y comienzos del siguiente (la gran huelga ferroviaria de 1991). Estas gran­des luchas, y en particular la ferroviaria, constituyeron puntos de in-11exión en el desarrollo de la lucha de clases, tanto porque desafiaron aspectos clave de la reestructuración capitalista que la administración menemista había puesto en marcha (el "déficit diario de un millón de dólares" causado por los ferrocarriles era el tópico por excelencia que invocaban sus cuadros para justificar su política privatizadora en su con­junto), como porque eran luchas lihradas "a todo o nada" por la admi­nistración menemista ("ramal que para, ramal que cierra", desafiaba y cumplía Menem) y por los trabajadores (que perderían 80.000 puestos de trabajo a causa de la privatización ferroviaria). 2

B5 Estas grandes luchas

se emparentaban así con las libradas por los 1nineros británicos contra el cierre de minas y los despidos de Thatcher en 1984, o por los controla­dores aéreos contra la política de Reagan para el sector en 1981: derrotas sindicales ejemplares que constituyeron puntos de inflexión para la lu­cha de clases en su conjunto dentro de los procesos de ascenso de polí­ücas neoliberales.

La .~.~gl!.:t!:_9.~ mutación que queremos remarcar consiste en el i~P.?.r.­t.~~~.SKr.acio de avance de la reestructuración capitalista emprendida por· la adminis~ración mene mista durante este período. Este avance es lá Con-· tracara de aquella derrota de los trabajadores, desde luego, pero merece ser considerado por separado debido a sus consecuencias en las pujas entre las distintas fracciones de la burguesía. Recordemos que, ya duran­te 1990 y con Gonzalez en el Ministerio de Economía, se privatizaron teléfonos, aerolíneas y líneas marítimas, correos y telégrafos, carbón, gas, agua y electricidad, subterráneos y acero y se concedieron derechos de explotación de áreas petroleras. Los elevados niveles de rentabilidad al­canzados por las fracciones de la gran burguesía doméstica más afectadas por la reorientación hacia el mercado mundial en curso, gracias a su

Jw; La particular importancia del conflicto ferroviario de 1990-1992 ciertamente no se restringe a estas cuestiones: fue además una lucha a escala nacional y de fuerte repercu­sión (recuérdense los ''trenes de la resistencia"), protagonizada por uno de los destaca­mentos más tradicionales de la clase trabajadora argentina (los hijos de los huelguistas de 1961) y dirigida por organismos de base amiburocrá[icos (la Comisión de Enlace y el Plenario de Delegados, con fuene incidencia del MAS y, secundariamente, de otras fuerzas de izquierda anticapitalistas): véase el excelente trabajo de Lucita ( 1999). Es importante tener en cuenta que la principal medida de este extenso conflicto, la huelga de 45 días de febrero-marzo de 1991, resultaría victoriosa en lo inmediar.o, aunque el conDicr.o en su conjunto acabaría derrotado.

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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegernonia menemista

participación en estas privatizaciones, compensaron en muchos casos sus pérdidas de rentabilidad originadas en la supresión de subsidios, aranceles y cuotas a la importaclón y en la mengua de los contratos con el Estado derivados de las propias privatizaciones y otras medidas. Las pri: vatizaciones. operaron así, aunque no sin disputas de propiedad y reor­ganizado~es generalizadas de negocios mediante, como una prenda de unidad entre las distintas fracciones de la gran burguesía alrededor del proceso de reestructuración capitalísta encarado por la administración ___ _ rnenemista .. Ellas operaron, en síntesis, como cimiento ecor:t_9_mi_co del nuevo bloque menemista en el poder. 286

Arites de seguir avanzando, sin embargo, conviene volver sobre una cuestión que puede suscitar malentendidos. Afirmamos antes que ciertas perspectivas althusserianas y neogramscíanas conducen a menudo a una concepción meramente sociológica de las clases -y, agreguemos por ex­tensión, de las fracciones de clase. Los análisis inspirados en estas pers­pectivas suelen recaer, retomando los argumentos de Clarke, en una "teo­ría pluralista del conflicto socíal como un conflicto entre grupos de inte­rés definidos de manera distributiva y organizados en grupos de presión y partidos políticos que buscan alcanzar sus objetivos organizándose mediante el poder de Estado" (l995b, p.92). Estos análisis fraccionalistas conducen, en el mejor de los casos, a la pulverización de las relaciones sociales capitalistas y de los antagonismos que les son inherentes en una multiplicidad sociológica de fracciones de clase en conflicto. Pero pue­den conducir incluso, en el peor de los casos, a la sustitución de estas fracciones de clase en conflicto por actores individuales o grupales en­vueltos en pugnas conspirativas.287 Es importante entonces, para evitar

286 "Las privatizaciones de empresas estatales significaron 1a Lransferencia de la explota­ción o la propiedad de las empresas de servicios públicos a una alianza formada por la fracción más concentrada del capital local y el capital transnacional. Esta integración capitalista fue establecida, mediante una ley, como requisito por el Estado, de manera que todas las empresas privatizadas contaron con la siguiente conformación: una empre­sa local (proveedora del poder de lobby en el sistema político), un banco internaciom.l (proveedor financiero de la operación) y una empresa extranjera especializada en el servicio correspondiente (que aportaba el Jmow how del servicio). Esta política del go­bierno peronista creaba una identidad objetiva de intereses emre el capital concentrado local y los acreedores externos" (Salvia y Frydman 2004). 211

;- Ya tuvimos ocasión de criticar este jraccionalismo a propósito del análisis de Basualdo (2000a) del proceso hiperinflacionario de 1989. El propio Basualdo parece deslizarse incluso en esta última senda cuando emplea la expresión "comunidad de negocios" pam referírse a los sectores económicos dominantes en la década de los noventa (véase Basual­do 2003). Esws análisis quedan instalados, desde un punto de vista teórico, en la peor tradición empirista de la sociología económica -o en las superficialidades del periodismo

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La hegemonía menemista

malentendidos, aclarar que nuestro propio análisis de los conflictos en­tre distintas fracciones de la gran burguesía y las consecuencias de las privatizaciones sobre dichos conflictos no se asienta sobre semejante frac­cionalísmo. La participación en las privatizaciones de las fracciones más protegidas de esa gran burguesía sustentó económicamente su integra­ción en un bloque en el poder dirigido por las fracciones más vinculadas con el mercado mundial. Pero, tanto el proceso de constitución de este nuevo bloque en el poder en su conjunto como el proceso de privatizaciones que cimentó su integración, no son sino resultados de la lucha de clases.

La.sercera muta~ión que merece ser destacada se registra en el Estado. Enseguida nos f€:-fE:~iremos a la metamorfosis que registraría la f¿rma cÍe· Estado con el proceso de constitución de la hegemonía menemista. Aun­que esta metamorfosis comenzó durante el período que nos incumbre, entre julio de 1989 y abril de 1991, vamos a limitarnos a señalar aquí un cambio puntual aunque importante para la posterior implementación de la convertibilidad. Nos referimos a una cierta recuperación presupuesta­ria del Estado. La contracción del gasto público condujo durante 1990, como ya seftalan1os, a un descenso del déficít no-financiero del gobierno central, que se reduciría en un 60% respecto del registrado en 1989. El Plan Bonex redujo por su parte el déficit cuasi~fiscal acumulado por el BCRA en un 90% y las compras de dólares incrementaron sus reservas en un 40%. 28

tl Desde luego, esto no significaba que el Estado hubiera recu­perado su plena salud financiera ni, por consiguiente, su capacidad de intervención. Significaba apenas que había quedado mejor posicionado para implen1entar una convertibilidad que requeriría, precisamente, una Significativa reducción del déficit fiscal y cuasi~fiscal y un aumento de las reservas para respaldar la base monetaria.

económico predominante en los medios de comunicación. Y, desde un punto de vista político, los análisis fracciona listas de las hegemonías neoconservadoras en particular -ya sea la thatcherista o la mene mista- remiten a orientaciones políticas populistas -ya sean nacidas en el laborismo británico o en el peronismo argentino (véase Clarke 1987). ~llH El llamado Plan Bonex constituyó un nuevo mecanismo de expropiación extraordina­ria: el Estado expropió los plazos fijos en dólares reemplazándolos por bonex 89 a lO anos, a valor nominal y a razón de 1830 australes por dólar -y estos bonex cotizaron en mercado a un 19% de su valor nominal inmediatamente después de la medida. El Plan Bonex evidenció la influencia de A. Alsogaray en el equipo económico en la medida en que reproducía su colocación compulsiva de bonos 9 de julio de 1960_ La base monetaria de abril de 1991 apenas sobrepasaba USD 5.100 millones al tipo de cambio vigente de 9.635 australes por dólar, de manera que las reservas acumuladas de USD 6.400 millones eran suficientes para respaldar la totalidad de esa base monetaria a la tasa de conversión de 10.000 australes por dólar contemplada en la convertibilidad.

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Capítulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía m enemista

5.3. El viaje de Odiseo: forma de Estado y hegemonía menemista

Afirmamos antes que las clases o fracciones de clase económica y so­cialmente dominantes sólo pueden devenir políticamente hegemóni­cas gracias a la mediación del Estado capitalista, pero que ese Estado debe recomponerse a su vez, en un doble sentido de transformarse y fortalecerse, para desempei\ar esa función mediadora. Sabemos que el Estado capitalista argentino había sido sumido en la más completa impo­tencia durante la crisis hiperinflacionaria de la administración alfonsi­nista: era uri Estado que no estaba en condiciones de mediar de manera alguna en la lucha de clases ni en los conflictos entre las distintas fraccio­nes de la burguesía, un Estado cuyas únicas respuestas ante la resistencia de los trabajadores había sido la represión y ante las presiones de las distintas fracciones de los capitalistas, la rendición incondicional. El Es­tado del Estado de sitio era, en verdad, un Estado sitiado. Ahora debe­mos examinar la recomposición de ese Estado. Pero sabemos también acerca de una serie de cambios que atravesó ese Estado argentino durante los noventa. Debemos entonces, más precisamente, re-examinar esos cam­bios a la luz de la relación entre Estado y hegemonía, es decir, re-exami­narlos como una metamorfosis en la forma de Estado (con las subsi­guientes metamorfosis en las funciones, el aparato y el régimen político de ese Estado) en mediación recíproca con el proceso de constitución de la hegemonía menemist.a.

Comencemos recordando que la separación entre lo político y lo eco­nómico es constitutiva del Estado capitalista en general, i.e., del Estado como forma diferenciada de las relaciones sociales capitalístas. La particu­larización (Besonderung) del Estado en los términos del debate alemán de la derivación (véase Holloway y Picciotto 1978). Pero recordemos tam­bién que esta separación, si bien se encuentra inscripta en los orígenes del Estado capitalista, debe reproducirse en un proceso permanente de separación entre lo político y lo económico (véase Holloway l994b). Esto implica que esa separación entre lo político y lo económico o, en otras palabras, entre Estado y mercado capitalistas, asumirá distintas modali­dades históricas. Y estas distintas modalidades históricas que adopta la separación entre Estado y mercado capitalistas son, precisamente, el punto de partida para analizar las metamorfosis históricas en las formas de Es­tado capitalistas. Esto impliCa a su vez que esa separación entre Estado y mercado capitalistas no es una característica de una forma de Estado en particular -digamos, de la forma de Estado liberal clásica- sino que es

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La hegemonía menemista

constitutiva del Estado como forma de las relaciones sociales capitalistas en general, mientras· que las distintas modalidades históricas que adopta esa separación sí son características de las distintas formas de Estado par­ticulares (del Estado liberal clásico, del Estado autoritario imperialista, del Estado reformista keynesiano, etc.) (véase en este sentido Clarke l995a). Desde este punto de partida podemos agregar con Poulantzas (1976), quien también vincula las distintas formas de Estado con los distintos tipos de relaciones entre lo político y lo económico, que esas cambiantes modalidades históricas adoptadas por la separación entre Estado y mer­cado capitalistas se expresan por excelencia en las distintas articulacio­nes entre poderes caracteristicas de !as distintas formas de Estado. 2M Para examinar la metamorfosis del Estado argentino en los noventa conviene, entonces, partir de la división de poderes.

Nuestra discusión en el primer capítulo sobre los cambios en la divi­sión de poderes durante los noventa revelaba, ciertamente, un mayor predominio del Poder Ejecutivo sobre los poderes Legislativo y judrcial. La práctica legisladora del Ejecutivo (a través de decretos y vetos) y su incidencia en la práctica juridica (a través de la ampliación de la Supre­ma Corte y otras medidas) expresan este predominio (que seria ratificado en la Constitución de 1994 ). La efectiva subordinación de las Fuerzas Armadas al Poder Ejecutivo (es decir, al presidente en su calidad de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas) también debe considerarse como una -expresión de ese predominio del Ejecutivo, en la medida en que esas fuerzas armadas habían funcionado en los hechos como una suerte de cuarto poder de tutelaje o sín más como un Poder Ejecutívo­legislativo unificado en las dictaduras. Pero estas expresiones del precio~ mínio del Poder Ejecutivo, aunque claves, no agotan nuestro examen de los cambi.os en la división de poderes. En efecto, nuestra discusión pre­via acerca de estos cambios se restringió a aquellos más vinculados con las discusiones sobre la naturaleza del régimen y del estilo de gobierno vigentes en los noventa, pero ahora debemos agregar otros cambios igualmente im­portantes para el examen de la forma de Estado. Nos concentraremos en dos de ellos.

289 El análisis de Poulantzas descansa a su vez en el análisis de Althusser (1974) de la doctrina de la división de poderes de Montesquieu y en el análisis de Soboul (1972) de la efectiva división de poderes en la revolución francesa, en el sentido de la naturaleza de clase de esos tres poderes, con la realeza en el Poder Ejecutivo, la nobleza en la cámara alta y la burguesía en la cámara baja. No se trata pues de una mera división funcional, sino de una división clasista de poderes.

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Capítulo 5. Anatomía ele la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista _

El primer cambio en la división de poderes que queremos agregar se relaciona con la llamada descentralización, es decir, la transferencia de la planificación, gestíón, obtención y empleo de recursos del gobierno cen­tral a otras instancias subordinadas de gobierno o incluso a organizacio­nes no-gubernamentales. El Estado argentino, aunque adoptó constitu­cionalmente una organización federal de 1853 en adelante, se caracterizó históricamente por un importante grado de centralización en el ejercicio efectivo de su poder. La última dictadura militar, sin embargo, comenzó a revertir ese centralismo transfiriendo la educación pre-prímaria y pri­maria a las provincias (con sus leyes 21.809 y 21.810 de 1978). Y las administraciones menemistas acelerarían desde el comienzo este proceso de descentralización.190 El Acuerdo Federal, suscripto entre la nación y las provincias en agosto de 1992 y sancionado mediante decreto 1602/92 y ley 24.130/92, se constituyó en marco de una extensa normativa que transfirió a las provincias y a los municipios el denominado "gasto so­cial". La atención en primera instancia de la salud, la educación en sus niveles secundario, normal y técnico, la construcción de viviendas, la provisión de agua, servicios cloacales y electricidad y el mantenimiento de la red vial fueron delegadas a las provincias y municipios (ver A López 1997). Esta transferencia apuntaba a recortar el gasto público del gobierno central (su participación en el total del gasto público descende­ría de un 72% en 1980-89 a un 59% en 1990-99) y, a través de la presión presupuestaria ejercida sobre los gobiernos provinciales y las municipa­lidades, a extender ese recorte hacia las provincias y municipios (vease Cao 2003). La política de descentralización consistió, desde esta pers­pectiva, en una correa de transmisión de la reestructuración capita­lista encarada por la administración menemista desde el Estado na­cional hacia los Estados provinciales y las intendencias. Y la presión ejercida daría sus frutos a partir de 1994-95: las provincias y munici­palidades se verían forzadas a reducir sus empleados, desmantelar sus cajas jubilatorias, privatizar sus bancos y empresas de servicios pú­blicos y endeudarse interna y externamente -aunque no sin el conse­cuente recrudecimiento de las luchas sociales registrado en el interior desde la segunda mitad de 1994.

Pero no es desde esta perspectiva que nos interesa aquí la descentrali­zación, sino desde la perspectiva de sus efectos sobre la división de po-

290 Las políticas de descentralización se inspiraron durante los noventa en las directivas del BM (véase su Informe sobre el Desarrollo Mundial de 1997) y se extendieron por América Latina en su conjunto (véase por ejemplo Di Gro pello y Cominetti 1998).

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La hegemonía menemista

deres. En efecto, no debemos restringir nuestro análisis de los cambios en esa división de poderes a los registrados dentro de la tradicional tría­da de los poderes Ejecutivo, Legislativo y judicial nacionales; debemos incluir asünismo instancias de poder sub-nacionales -e incluso otras ins­tancias de poder nacíonales- en la medida en que también en ellas cris­talizan modificaciones en las relaciones de fuerzas entre clases y fraccio­nes de clases.291 La descentralización es, desde esta perspectiva, un com­ponente de esta metamorfosis del Estado hacia una forma de Estado neoconservadora. Sin embargo, esta descentralízación no condujo sin más a una forma de Estado signada por una mayor descentralización de poderes y sustentada en una mayor descentralización del aparato y las funciones del Estado. Fue parte rnás bien de una reformulación de la relación entre centralización y descentralización de poderes dentro una nueva forma de Estado, que condujo a que cienos aparatos y funciones vinculados con sus políticas sociales se descentralizaran hacia instancias sub-nacionales, mientras que otros aparatos y funciones vinculados con sus políticas monetario-financieras y represivas de disciplinamiento se centralicen en sus instancias nacionales y, particularmente, en la instan­cia del Poder Ejecutivo nacional y, rnás particularmente, en determina­das instancias de este Poder Ejecutivo nacional. 1Y1 En otras palabras: se descentralizó el poder hacia los gobiernos provinciales y las intendencias en la medida en que se les transfirió la administración de la salud o la educación, pero se .centralizó el poder en el gobierno nacional en la medida en que este les impone sus ajustes presupuestarios -y les proveyó de sus gendarmes en caso de resistencia a dichos ajustes. Esta reformula­ción de la relación entre centralización y descentralización de poderes, propia de una nueva forma de Estado, es imprescindible para entender con n1ayor detalle la manera en que ese Estado ejerció su poder durante las administraciones menemistas.

:!\l\ Basta con echar un vistazo a la historia constitucional argentina de la primera mitad del siglo XIX pa.ra advertir que la mencionada tensión entre federalismo y centralismo es :::~penas un registro de la resolución favorable a la gran burguesía agropecuaria de la pampa húmeda de los conflictos registrados durante el período. m Orlansky escribe en este sentido que "mientras disminuyó el volumen del personal de la administración nacional (genuinamente) por efecto de las privatizaciones y (sólo nominalmente) por las descentralizaciones, la incidencia numérica del personal en fun­ciones polÍlicas aumentó, no sólo en términos relativos, sino lambién absolutos. Es decir, creció el volumen de cargos en las jurisdicciones más políticas de la administración y en las cúpulas del gobierno" (2000, p.J). Las principales jurisdicciones en cuestión son la presidencia y los ministerios de Interior y de Economía, es decir, las sedes de las políticas dinerarias y armadas de disciplinamiento.

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Capítulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista

En efecto, nosotros nos concentramos en todas estas páginas en meca­nismos de ejercicio del poder capitalista que podríamos calificar como macrosociales, como los de la violencia hiperinfiacíonaria ya vista o del disciplinamiento dinerario impuesto por la convertibilidad que ensegui­da veremos. Y nos concentrarnos en estos mecanismos macrosociales por­que, sencillamente, son los mecanismos decisivos para entender la cons­titución de una nueva hegemonía. Las relaciones de poder decisivas den­tro de una sociedad capitalista son las relaciones de poder de clase, rela­ciones de explotación (mediadas por la propiedad de los medios de pro­ducción) y relaciones de dominación (mediadas por la detentación del poder de Estado) que se extienden a la sociedad en su conjunto. 293 Y la hegemonía no es sino una peculiar relación de poder político. Pero de­bemos índicar que esos mecanismos macrosociales de ejercicio del poder conviven con mecanismos microsocíales. Y la hegemonía menemista, aunque articulada alrededor de ese mecanismo macrosocial de discipli­namiento dinerario impuesto a escala nacional por el gobierno central, recurrió asimismo a una amplia variedad de mecanismos mícrosociales de ejercicio del poder montados a escala de las provincias y municipios por los gobernadores e intendentes. Nos referimos a las prácticas de co­rrupción y clientelismo de los caudillos y punteros en cada provincia, municipio, pueblo o barrio, de las cuales las prácticas de los clanes Saadi en Catamarca o juárez en Santiago del Estero fueron quizás las tnás es­candalosas, pero las del aparato duhaldista en Buenos Aires, seguramen­te las más importantes para el sustento de la hegenwnía menemista (ver Auyero 1998 y 2003). Y la administración menemista supo apreciar la importancia de estos mecanismos microsociales de ej ercicío del poder otorgando, para continuar con nuestro ejemplo, un Fondo de Repara­ción Histórica del Conurbano Bonaerense que ascendió a más de USD 600 millones anuales, a ese aparato duhaldista, entre 1992 y 1996. Desde luego que elrnero agregado de todos estos mecanismos micro de ejercico del poder no resulta en la constitución de una hegemonía -se trata, en los hechos, de un conjunto de prácticas preexistentes a la constitución de la hegemonía menemista y relativamente independientes de la misma-, pero contribuyeron a sostener la hegemonía menemísta durante los noventa. Y la reformulación- de la relación entre centralizacíón y descentralización de poderes en la forma de Estado ünpuesta por el menemismo debe examinarse teniendo en cuenta estos mecanismos micro de ejercicio del poder.

293 Las relaciones de poder no son pues un mero agregado de micro poderes (y ni siquiera de micropoderes centralizados· por el Estado) como sostienen posestructuralistas como Foucault y Deleuze (y sigue siendo válida la crítico. a los mismos de Poulantzas 1986).

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La hegemonía menemista

El segundo cambío en la división de poderes que queremos agregar se vincula por su parte con la denominada independencia del Banco CentraU9 -t

La implementación de la convertibilidad en abril de 1991 fue acompaña­da, desde octubre de 1992, por una radical modificación de la carta orgánica del BCRA. La ley 24.144/92 declaró que el Banco Central era una entidad autárquica (art. 1) y definía esa autarquía de la siguiente manera: "En la formulación o ejecución de la política monetaria y finan­ciera el Banco no estará sujeto a órdenes, indicaciones o instrucciones del Poder Ejecutivo Nacional" (art. 3). Esta autonomía quedaba garanti­zada gradas a que sus autoridades (un directorio conformado por un presidente, un vicepresidente y ocho directores) eran designadas por el Ejecutivo con acuerdo del Senado con un mandato de 6 años y renova­bles por 1nitades (art. 6). La ley establecía asimismo como su "misión primaria y fundamental preservar el valor de la moneda" (art.3) y prohi­bía expresamente la concesión de préstamos a los gobiernos nacional, provinciales o municipales (art.10). El BCRA dejaba atrás su tarea origi­naria de "promover la liquidez y el buen funcionamiento del crédito" (según carta orgánica fundacional de ley 12.155/35) y su dependencia respecto del Poder Ejecutivo (según carta orgánica de su nacionalización ley 12.962/46)-'" El BCRA se convertiría, dentro del Estado, en una suer­te de instancia en manos de un directorio representante de la fracción financiera de la gran burguesía y encargado de imponer la disciplina dineraria sobre el conjunto de la sociedad. El BCRA se erigía así corno una suerte de cuarto poder junto a los restantes poderes de Estado: una suerte de Poder Ejecutivo paralelo, que no integra e1 Poder Ejecutivo ni responde al Legislativo. 296

294 También esta independencia de los bancos centrales es una política impulsada por organismos financieros imemacionales, esta vez particularmente por el FMI (véam;e los reite~ radas adordajes de este asunto en los números de Finanzas y Desarrollo de los noventa). 2

"'5 Los avatares del BCRA responden, naturalmente, a los avatares políticos. Su primera

cana orgánica de ley 12.155 había sido redactada en un espíritu keynesiano avant-la­lcltre por su fundador Prebisch en 1935, con justo como presidente y Pinedo como ministro de Economía, y como parte de la reformo. monetaria que suprímió la Caja de Conversión vigente desde 1899 en medio de las consecuencias de la crisis de 1930. La nueva· cana orgánica de ley 12.962, que lo nacionalizó en 1946 y que seria acampanada por la nacionalización de los depósitos de 1949, correspondieron al primer gobierno de Perón. Los vaivenes posteriores (la nueva carta orgánica ley 13.1.26 y la desnacionaliza­ción de lgs depósitos de la Libertadora en-1957, nueva carta orgánica ley 20.539 y la renacionalización de los depósitos de Cámpora en 1973, e1 reordenamiemo de la ley de entidades financieras 21.526 del Proceso de 1977), sin embargo, no modificaron los puntos antes mencionados. 296 Si alguna duda quedara acerca de la pertinencia de considerar que esta independencia de los bancos centrales afecta hdivisión de poderes, repárese en que su independización es llevada adelante mediante esos mecanismos de fragmentación del poder político propios

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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista.

Esta conversión del Banco Central en una suene de Poder Ejecutivo paralelo fue complementada a su vez, en la forma de Estado que nos incumbe, por el creciente peso del Ministerio de Economía dentro del Poder Ejecutivo. Téngase en cuenta que, dentro del conjunto de juris­dicciones de la Administración Pública Nacional, dependiente del Poder Ejecutivo, el Ministerio de Economía se ubicó en segundo lugar en pre­supuesto (detrás del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, encargado de pagar jubilaciones) y en tercer lugar en personal (detrás de los minis­terios de Defensa y de Interior, con su personal de Fuerzas Armadas y de seguridad; a partir de datos de Zeller 1997). En efecto, el Ministerio de Economía se convirtió durante los noventa en una suerte de megaminis­terio, con mayor presupuesto disponible, con atribuciones más amplias, con personal más numeroso y capacitado y con más independencia polí­tica que ninguno de sus pares.297 Téngase en cuenta además que el minis­tro Cavallo Con sus técnicos supo imponerse sobre los políticos de la admi­nistración menemista en muchos asuntos decisivos y supo cotizar más alto que el propio presidente Menern en las encuestas del período. 298 El poder alcanzado por este megaministerio de Economía dentro del Poder Ejecutivo resultó normalmente potenciado por el poder alcanzado por aquel Ejecutivo paralelo del Banco Central independiente: sobre este tándem descansó pues, en definitiva, la imposición de la disciplina de la convertibilidad.

Pero detengámonos un momento en el análisis de estos cambios regis­trados en la división de poderes. La separación entre lo político y lo económico consiste en la particularización del Estado respecto de la so­ciedad -i.e., del rnercado capitalista- y esta particularización redunda en una fetichización del Estado. Ahora bien, la división de poderes re­produce esa particularización fetichista del Estado respecto de la sacie-

de la tradición constitucionalista que antes analizamos: distinción entre poderes, multi­plicación de los niveles de delegación, desfasaje entre la duración de los mandatos de los gobernadores respecto de los ciclos polír.icos generales, modalidades de deliberación y decisión secreta semejantes a los secretos de Estado, etc. 197 Aunque no vamos a detenemos aqui en este punto, agreguemos las modificaciones en la burocracia de Estado registradas especialmente a partír de la denominada segunda reforma del Estado (Orlansky 1996) y, en particular, la implementación de modelos de gestión provenientes de las empresas capitalistas (i.e., el new public management·, López 2003 y 2005). 298 Sobre la relación entre técnicos y políticos véase Thwaites Rey (2002). Tal como ella señala, en esta relación se registraron tensiones originadas en los criterios mercantiles de aquellos vs. los criterios clientela res de los últimos, pero. condujeron en definitiva a una suerte de división del trabajo entre ambos sectores. ·

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La hegemonía menemista

dad al interior del propio Estado: el Poder Ejecutivo aparece como una instancia administrativa, mientras el Poder Legislativo aparece como la instancia propiamente politica. El rey administra mientras los burgueses discuten en el parlamento. "Así como la división del Estado y la sociedad es la clave de la distinción entre Poder Ejecutivo y poder Legislativo, esta distinción es la clave de la dicotomía política - administración" escribe en este sentido Guerrero (1991, p.l03). La administración aparece aquí fetichizada como "una actividad técnica, neuLral, aislada de contamina­ción política" (id., p.27). La concentración del poder en este Poder Eje­cutivo y, más específicamente, en intancias encargadas de la ejecución de la política económica que incluso guardan un importante grado de inde­pendencia respecto de ese Poder Ejecutivo, refuerzan esa fetichización. La política discutible en el parlamento se reduce así a una administra­ción de la economía ejercida por el Poder Ejecutivo y esta administración de la economía se reduce a su vez a una administración del dinero com­pletamente ajena a la política, porque se encuentra sometida a los cons­trefümientos de la convertibilidad y en manos de un Ministerio de Eco­nomía, con un importante grado de independencia frente al resto del Poder Ejecutivo, y un Banco Central estatutariamente independiente de ese Poder Ejecutivo. El fetichismo del Estado refuerza así el fetichismo del dinero. El dinero es sustraído de la lucha de clases para convertirse, más que nunca, en un arma capitalista en esa lucha de clases. La política monetaria, quintaesencia de las políticas clasistas neoconservadoras, apa­rece más que nunca como la administración de un instrumento neutro guiada por una racionalidad técnica. De Brunhoff decía, a inicios de los setenta, que la política monetaria eJemplificaba bien la función de cohe­sión que Poulantzas (1976) atribuyera al Estado: "administración econó­mica de un equivalente general, sanción política de una no reproduc­ción económica, papel ideológico de presentación de la moneda como neutra, en fin, política monetaria vista como acción del Estado encar­nando el interés general" (1984, p.163-4 ) 299 De Brunhoff tenía en mente las políticas n1onetarias de inspiración keynesiana, pero se quedaría cor­ta en relación con las políticas monetarias neoliberales que las reempla­zarían: éstas ni siquiera aparecerían corno políticas estatales que encar­

nen interés general alguno. Señalamos antes que el BC:RA independiente, dirigido por R. Fer­

nández entre febrero de 1991 y agosto de 1996 y por P Pou, entre agosto

299 De Bnmhoff (1975, l) sostiene, en verdad, que de la pro pía especificidad del dinero deriva la relativa independencia que normalmente reviste la política monetaria respecto del resto de las políticas estatales.

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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista

de 1996 y abril de 2001, hombres ambos provenientes del CEMA y rela­cionados con la banca privada, devino una instancia, dentro del aparato de Estado, representativa de la fracción financiera de la gran burguesía. El Ministerio de Economía a cargo de Cavallo y su equipo (proveniente en su mayoría de la Fundación Mediterránea) representó por su parte a las fraccíones de la gran burguesía industrial y exportadora. 300 Esta diver­sidad constituía simplemente una ilustración más del hecho de que el aparato de Estado capitalista siempre es un conjunto de aparatos y sec­ciones de aparatos. Esta diversidad entre distintos aparatos y secciones de aparatos reproduce, en el interior del Estado, la naturaleza anárquica y antagónica de la acumulación capitalista (véase Holloway 1982). Re­produce pues, en la estructura del Estado, la lucha de clases, los conflic­tos entre distintas fracciones de clase -e incluso la competencia entre capitalistas individuales (véase Poulantzas 1986). Esta diversidad, sin embargo, no implica necesariamente la disgregación de la unidad del Estado en una pluralidad de aparatos y secciones de aparatos de Esta­do. 301 Una disgregación semejante tiende a imponerse, ciertamente, en aquellos periodos de intensificación de la lucha de clases y de los con­flictos interburgueses, como el período de crisis de la administración alfonsinista. Pero la constitución de la hegemonía menemísta implicaría a su vez una reconstitución de la unidad del Estado, y esta reconstitu­ción sería comandada desde esas secciones del aparato de Estado vincu­ladas con la conducción de la política económica. Y el Estado resultante no se caracterizarla tanto por la heterogeneidad de los intereses represen­tados en sus distintos aparatos y secciones de aparatos, ciertamente, cuanto por la homogeneidad que le impondría ese comando, alineándolos cada vez más con los intereses de las fracciones más aperturistas de la gran burguesía. La forma de Estado neoconsetvadora que se asentó sobre esta

3~ Acercad~ esta Fundación Mediterránea, especialmente influyente durante el período, vease Ba.udmo (2004). A la mediterránea pertenecían, además del ministro Caval!o, el secretano de programación económica j . .J.Llach, los subsecretarios de Economía C.E.Sánchez, de transporte E. del Valle Soria, de seguridad social WShulthess, de energía C.M.Bastos, de planificación económicaJ.A.Cottani, el presidente y el vicepresideDLe del BCRA, A. Da done y E Murolo, y otros varios funcionarios. 301

Para :! caso particular de los bancos centrales es ilustrativo recordar el proceso de converswn del Banh of England de banco comercial privado financista del gobierno y la corona, en Banco Central público. Esta conversión resultó, en efecto, de la creciente incompatibili~ad entre sus intereses paniculares como banco comercial y su función co_~~ prestam~sta de última instancia y cabeza del sistema bancario, registrada en las cnsts monetanas del siglo XVIII. Algo semejante sucedió con el BCRA y otros bancos centrales.

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La hegemonía menernist.a

reconstitución de la unidad del Estado resultó, ciertamente, más mono­lítica que la forma populista de Estado que la precediera.

Ahora bien, cuando nos referimos más arriba al creciente peso del Ministerio de Economía dentro del Poder Ejecutivo reconocimos a la vez, irrtplícitamente, el peso alcanzado por los ministerios relacionados con las Fuerzas Armadas y la seguridad. Los ministerios de Defensa e Interior concentraban hacia 1997 el 14% del presupuesto de la Administración Pública Nacional (el 30% si descontamos el presupuesto del Ministerio de Trabajo y Seguridad social, en su mayoría destinado al pago de JUbila­ciones) y el 66% del personal de la misma (de Zeller 1997). Y es impor­tante advertir que cerca de la mitad de este personal, sumando a la poli­cía federal, la gendarmería y la prefectura, era una fuerza inmediatamen­te disponible para íntervenir en la represión interna y a las órdenes del gobierno central -es decir, sin contabilizar el. personal propiamente mili­tar ni el personal policial a las órdenes de los gobiernos provinciales.302

El peso relativo que alcanza el aparato estrictamente represivo dentro del Estado central aparece así como la contracara del peso alcanzado por aquellas secciones de su aparato vinculadas con la conducción de la política económica. Pero esto no significa, necesariamente, que la domina­ción de ese Estado descansara de manera privilegiada sobre la represión.

Precisemos entonces la posición que parecen ocupar esta represión, así como aquellla asistencia social antes mencionada, dentro de la forma y funciones del Estado menemista. A esta altura resulta evidente que, durante la década de los noventa, la forma y las funciones del Estado se modifican en un sentido profundamente reaccionario y orientado hacia el disciplinamiento de la clase trabajadora. Pero esto no implica que dicha modificación condujera a una nueva forma de Estado de corte autoritario ni a una intensificación de las funciones represivas del Estado -ni, como ya vilnos, a un régimen político de democracia restringida. La clave de ese disciplinamiento radica, en verdad, en la imposición de la disciplina dineraria sobre la clase trabajadora medi.ante la convertibili­dad. Las modificaciones en la forma, las funciones, el aparato y el régi­Inen político del Estado argentino durante los noventa deben examinarse sin perder de vísta esta centralidad de los mecanismos monetario-finan-

''-' 2 Esw no significa que el personal militar no pudiera ser usado en represión interna (ya vimos que hubo tentaciones en ese sentido) ni que fuera despreciable la importancia de algunas de esas fuerzas de represión interna J.escemralizadas (la pohcfa bonaerense tenía unos 45.000 hombres "-contra 30.000 de la federal- y entre ambas elevaron el número de muertos de unos 15 a unos 250 anuales durante la segunda mitad de los nOventa, según dawsdel CELS).

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Capitulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista

cieros de disciplinamiento. En pocas palabras: si afirmamos una relación de mediación recíproca entre estas metamorfosis del Estado y el proceso de constitución de la hegemonía menemista, y afirmamos que dentro de este proceso de constitución de la hegemonía menemista desempeña un papel clave el disciplinamiento dinerario impuesto por la convertibili­dad, debemos preguntarnos si esta centralidad del disciplinamiento di­nerario de reproduce dentro del Estado resultante de aquella metamor­fosis. Nuestras referencias a la posición alcanzada por las secciones del aparato de Estado vinculadas con la conducción de la política económica dentro del aparato de Estado en su conjunto parecen avalar una respues­ta positiva. Pero entonces: ¿qué posición ocupan aquellos aparatos y sec­ciones de aparatos de Estado vinculados con la represión y la asistencia sociales? Una posición importante, aunque subordinada.

A partir de estas consideraciones ya estamos en condiciones de pro­poner una aproximación a la forma de Estado en cuestión que, aunque esquemáticamente, integre las diversas metamorfosis que examinamos.303

El Estado menemista adoptó la forma de un triángulo en cuyo vértice superior se encuentra el disciplinamiento dinerario. La función de disci­plinamiento dinerario encabeza las funciones del Estado 1nenen1ista. Y la instancia de decisión y ejecución de la política económica y específica­mente de la política monetario-financiera se sitúa, dentro del aparato de Estado correspondiente a esta forma de Estado, en un Ministerio de Eco­nomía que alcanza un peso decisivo dentro del Poder Ejecutivo y en un Banco Central independiente que opera como Poder Ejecutivo paralelo. Se trata, por supuesto, de un disciplinamiento dinerario ejercido centra­lizado universalmente sobre la sociedad. Esta instancia ún.ica de discipli­namiento garantiza la unidad de la forma de Estado n1enemista. Esta instancia de disciplinamiento desempeña el papel decisívo en la relación de mediación recíproca entre la forma de Estado y la hegemonía mene­mistas, es decir, desempeüa el papel decisivo tanto en la cohesión de un bloque en el poder dirigido por la fracción más aperturista de la gran burguesía como en la dirección de la clase trabajadora. En los dos vérti­ces inferiores del triángulo se encuentran la asistencia y la represión so­ciales. Las funciones asistenciales y represivas del Estado menemista son ambas importantes, aunque subordinadas a aquella función de discipli-

301 Nótese que, salvando las distancias de rigor entre los Estados de los capitalismos más y menos avanzados, el siguíem_e esquema se emparenta en algunos de sus rasgos con los propuestos por Jessop (1999) y Hirsch (200 1) para caracterizar a la forma de Estado vigente en el capitalismo contemporáneo.

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La hegemonía menemista

namiento dinerario. Las instancias de decisión y ejecución de la asisten­cia social se sitúan en una diversidad de secciones del aparato de Estado en los niveles de gobierno nacional, provincialy municipal (e incluso en organizaciones no gubernamentales). Se trata de una asistencia social implementada de manera tendencialmente descentralizada y focalizada sobre aquellos grupos de la sociedad potencialmente más conflictivos. 30

-+

Las instancias de decisión y ejecución de la represión social se sitúan igualmente en diversas secciones del aparato de Estado en los niveles de gobierno nacional y provincial (como también en empresas de seguridad privadas). 305 Pero, aunque se trata igualmente de una represión ejercida de manera sdectlva sobre aquellos grupos de la sociedad que resultan efectiva o potencialmente conflictivos, no parece tender a descentralizar­se. La asistencia y la represión sociales del Estado menemista recaen, entonces, sobre grupos circunscriptos de la sociedad: mientras que los desempleados adultos Jefes de familia reciben algún subsidio, los adoles­centes que nunca consíguleron empleo y delinquen son asesinados, mien­tras los niños de las familias pobres reciben algún alimento, los chicos de la calle son encarcelados, pero siempre dentro de las classes dangereuses. La asistencia y la represión recaen juntas, precisamente, sobre esos gru­pos marginalizados respecto de la disciplina dineraria. Esto, por supues­to, no es sino la reproduccíón dentro de la forma de Estado de la duali­zación de la sociedad resultante de la reestructuración capitalista: los grupos sociales integrados son sometidos al disciplinamiento dinerario que sostiene a la hegemonía menemista, mientras que los grupos margi­nalizados son mantenidos a raya mediante la asistencia y la represión. 30

b

Pero sigamos ciñiéndonos aqui a la forma de Estado en cuestión, para retomar más adelante esta dualización de la sociedad y la dualidad resul­

tante de la propia hegemonía menemista. Recién ahora que contamos con una aproximación esque1nática a esta

forma de Estado menemista podemos volver a nuestro punto de partida para precisar la relación entre lo político y lo económico, entre el Estado y el mercado capitalistas, instaurada por esta forma de Estado (vease Bon-

J(H Esta modalidad de asistencia nos retrotro:~e así, en alguna medida, a la tradición p3 nicularista del "seguro social" bismarkiano (pre-keynesiano), rompiendo así con la trC1dición universalista de la "seguridad social" beveridgeana (y keynesiana, en el sentido

welfarist de posguerra). 3os Nos referimos a la extraordinaria expansión de la policía privada durante el período (véase entre otros Lazada 2000). 3D6 La noción de un "proyecto hegemónico de dos naciones" (two nations hegemonic project), que empleara jessop (1990) a propósito del thatcherísmo, resulta relevante en este sentido para el análisis de la hegemonía menemista.

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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía mcnemista

net 2004a). Es un verdadero lugar común de muchos análisis del Estado neoconservador el partir de una oposición ingenua entre Estado y mer­cado para concluir que la ampliación de las relaciones de mercado, im­pulsada por medidas desreguladoras y privatizadoras inherenr.es a las políticas neoliberales de reestructuración capitalista, reduce hasta la in­significancia la capacidad de intervención del Estado. A esta clase de análisis subyacen normalmente, aunque de manera implícita, sendas con­cepciones del mercado como una instancia en la que se impondrían unilateralmente los intereses de los sectores privilegiados y del Estado como un instrumento neutro que podría y debería emplearse para regular ese mercado en beneficio de Jos sectores popu.lares. 307 Y esla clase de análisis conduce a definir la forma de Estado en cuestión como una suerte de Estado mínimo, es decir, un Estado que habría sido reducido a su 1nínima expresión por el avance del mercado. 308 Ahora bien: rechazar completamente este tipo de análisis es una condición necesaria para poder avanzar hacia un análisis adecuado de la forma de Estado neoconservadora.

Estos análisis descansan sobre dos supuestos igualmente ingenuos. El primero consiste en la contraposición mecánica entre Estado y mercado como si se tratara de una suerte de par de protagonistas de un juego de suma cero, en el que los avances de uno (digamos, una mercantilízación de las relaciones sociales) conducen al retroceso del otro (a una des­estatalización de dichas relaciones sociales). La falacia de este supuesto radica en que tanto la estatalizacl.ón como la mercantilización de las rela­ciones sociales, es decir, la imposición de la ciudadanía y del dinero como mediadores de las relaciones sociales, son ambas estrategias de la burguesía en la lucha de clases. Si asumimos que estas estrategias de mercantilización y estatalización de las relaciones sociales son las únicas jugadas de nuestro juego de suma cero, entonces nos olvidamos de las .iugadas de un auténtico tercero en disputa: la lucha de clase de la clase trabajadora en contra de ambas estrategias de la burguesía. La rnercantili­zación y la estatalización no pueden ser consideradas como esas jugadas

307 Es virtualmente imposible atribuir estos argumentos a un autor o corriente en parti­cular en la medida en que, justamente, ya se integraron al sentido común. Pero pueden consultarse Barbeito y Lo Vuolo (1992) a propósito de la crisis del Estado populista argentino, así como los clásicos de Habermas (1975) y de Off e (1990) acerca de la crisis de los llamados weifare states europeos de posguerra, en términos de las relaciones entre los sub-sistemas sociales del mercado y del Estado regidos por racionalidades estratégica y comunicativa. 30

il La expresión Estado minimo también se encuentra ya incorporada en el sentido co~ mún, pero remite en definítiva a Novick (1990).

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La hegemonía menemista

enfrentadas entre sí en un juego de suma cero porque ambas son, en definitiva, procesos de subordinación de la clase trabajadora a las mis­mas relaciones sociales capitalistas. Salvo, claro, que supongamos que la clase trabajadora es completamente incapaz de insubordinarse ante esos procesos y, en particular, al proceso de estatalización. Pero este inte~to de sancíonar en la teoría la completa subordinación de la clase trabaja­dora en la práctica -en verdad, de encerrar la insubordinación de la clase trabapdora en los laberintos del reformismo de Estado a través de la fetichización del Estado capitalista- es desmentido históricamente en la lucha de clases. En efecto, ambas mediaciones de las relaciones sociales capitalistas suelen ser impugnadas por la lucha de la clase traba.iadora durante las grandes crisis -como sucediera en los países europeos duran­te los veinte- y ambas suelen ser reconstruidas por la burguesía en los procesos posteriores de recomposición de la acumulación y la: c~omina­ción capitalistas -como sucediera en los países europeos en los cmcuen­ta. Así sucede también en nuestro caso. La crisis que se extendió entre los últimos años de la administración alfonsinista y los primeros de la adini­nistración menemista, entre mediados de 1987 y comienzos de 1991, fue justamente una crisis generalizada de las relaciones sociales. Las media­ciones del dinero y la ciudadanía, ambas, colapsaron conforme el merca­do se disgregaba en los procesos hiperinflacionarios y el Estado quedaba reducido a la impotencia de la crisis de autoridad. Y la recomposición de las relaciones sociales iniciada a partir de entonces fue una recomposi­ción de ambas mediaciones, conforme se reorganizaban el mercado bajo la disciplina del peso convertible y el Estado bajo la hegemonía mene­mista. No hay, pues, juego de suma cero alguno entre Estado y mercado.

El segundo supuesto sobre el que descansan estos análisis consiste en una suerte de ecuación, según la cual la capacidad de intervención del Estado capitalista es función de su autonomía respecto del capital en su conjunto. Pongamos entre paréntesis, por un momento, las ambigüedades propias de nociones como autonomía o autonomía relativ_a del Est~do. La idea de que una creciente mercantílización de las relaciOnes sooales conduce a una reducción de la capacidad de intervención del Estado supone, además de esa contraposición ingenua entre Estado y mercado, que esta capacidad de intervención del Esta_do depende de su. ~uto~_Dmía respecto del capital en su conjunto. En efecto, esa mercanuhzacwn es concebida como el avance de un mercado regido por la racionalidad del capital por sobre un Estado regido por alguna otra racionalidad, que normalmente permanece indefinida. la reducción de la capae1dad de intervención de este Estado resultaría de la mengua de su autonomía

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Capítulo 5. Anatomia de la bestta: convenibilidad y hegemonía menemista_

respecto de aquella lógica del capital. Estado y capital guardarían entre sí una mera relación de exterioridad, en vez de una relación de unidad-en­la-separación, como formas analítica e históricamente diferenciadas de unas mismas relaciones sociales capitalistas y atravesadas por el mismo antagonismo entre capital y trabajo inherente a esas relaciones sociales.

Pero la idea de que la capacidad de intervención del Estado depende de su autonomía respecto del capital en su conjunto, es sencillamente un sinsentído. La noción de autonomía o de autonomía relativa del Esta­do adolece de serias limitaciones, provenientes de su origen estructura­lista, pero en cualquier caso pierde completamente su sentido si la em­pleamos para analizar la relación entre ese Estado capitalista y el capital en su conjunto. El Estado capitalista guardará distancia respecto de los intereses en pugna de las distintas fracciones del capital o de los distintos capitales individuales justamente en la medida en que, como Estado ca­pitalista, represente los intereses de conjunto del capital, pero carece de sentido decir que guarda distancia respecto de estos intereses de conjun­to de la burguesía. El Estado capitalista cohesionará políticamente a dis­tintas fracciones de la burguesía en un bloque en el poder, sacrificando algunos de sus intereses económicos más inmediatos, pero no ciertamen­te sacrificando sus intereses de conjunto y de largo aliento. Esto·significa, precisamente, que el Estado capitalista es un "capitalista colectivo en idea", para valernos de la expresión de Engels (1975, véase asimismo Alvater 1977). Pero esta idea de que la capacidad de intervención ele] Estado depende de su autonomía respecto del capital en su conjunto implica, además, incurrir de nuevo en aquel olvido fetichista de b lucha de la clase trabajadora. Impli.ca, más exactamente, olvidar que la capaci­dad de intervención del Estado capitalista debe medirse en términos de su capacidad de dominación sobre los trabajadores, no de su capacidad de regulación del mercado capitalista. Dijimos que la idea de que la capacidad de intervención del Estado capitalista depende de su autono­mía respecto del capital en su conjunto, carece de sentido sin más. Diga­mos ahora que, incluso la idea de que la capacidad de intervención del Estado capitalista depende de su autonomía respecto de los intereses en pugna de las distintas fracciones de la burguesía, sólo tiene sentido si consideramos dicha autonomía en su calidad de requisito y a la vez de resultado de su capacidad de dominación de los trabajadores.

309 Y no sin aclarar que dejamos para los siguientes apartados sobre la estrategia de

acumulación impuesta por la convertibilidad, el análisis de las funciones de este Estado neoconservador en relación con la acumulación capitalista, concentrándonos aquí en sus funciones de dominación.

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La hegemonia menemista

Y así, nuevamente, sucede en nuestro caso. Recién en este momento de nuestra argumentación podemos analizar adecuadamente las conse­cuencias que las políticas neoliberales de desregulación y privatización, examinadas en el primer capitulo, acarrean para la forma neoconserva­dora de Estado. 309 En efecto, nuestra argumentación anterior en su con­junto puede sintetizarse en la afirmación de que el punto de partida para el análisis de la relación entre lo político y lo económico, entre el Estado y el mercado capitalistas, inherente a la forma neoconservadora de Esta­do debe ser el antagonismo entre capital y trabajo y no una contraposi­ción ingenua entre Estado y mercado. Esto, sin embargo, no significa que ese análisis de las relaciones que guardan entre sí el mercado y el Estado capitalistas sea irrelevante, sino que dichas relaciones sólo pueden anali­zarse críticamente si partimos del antagonis1no entre capital y trabajo. Una vez que adoptamos este punto de partida debemos abordar el hecho de que, efectivamente, las políticas neo liberales de desregulación y priva­tización impulsan un vasto proceso de mercantilización de relaciones sociales previamente estatalizadas. La re-imposición de la mediación di­neraria, que encabezaba la forma neoconservadora de Estado, se combina así con una serie de políticas de desregulacíón (i.e., de supresión de ciertos modos de intervención reguladora del Estado sobre la acumula­ción capítalista) y de privatización (de cesión a la acumulación capi­talista de funciones desempenadas previamente por el Estado), que amplían el espectro de relaciones sociales a ser mediadas por el dine­ro, dentro de una estrategia más amplia de re-imposición de la disci­plína de mercado sobre la clase trabajadora. Esto no autoriza, empe­ro, a concebir la forma neoconservadora de Estado en términos de un Estado mínimo ni a concebir sus funciones en términos de una re­ducción de su capacidad de intervención. Se trata en verdad de una nueva forma de Estado capitalista con nuevas funciones -y que des­cansa sobre un aparato de Estado y recluta sus mandos mediante un régimen político igualmente rnodificados.

Para concluir que esta nueva forma y funciones del Estado capita­lista pueden concebirse en términos de un Estado mínimo de men­guada capacidad de intervención, se requerirla un complejo ejercicio que consistiría en comparar la forma y [unciones del Estado neoconser­vador con la forma y funciones del Estado populista previo y evaluar la importancia relativa de ambos, siguiendo como criterio sus capacidades relativas para la dominación de los trabajadores. Y no va de suyo, de ninguna manera, el resultado que arrojaría semejante ejercicio, ¿Resulta minimizado un Estado capitalista que resigna su función de decidir po-

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Capítulo 5. Anatomía de ta bestia: convertibilidad y hegemonía menemista_

líticamente los precios de un conjunto de servicios, pero adquiere su función de garantizar el poder adquisitivo del dinero de curso forzoso? La respuesta a preguntas como ésta depende, en definitiva, de la impar~ tanda relativa que revistan la integración de los trabajadores mediante el salario social y el disciplinamiento de esos trabajadores mediante el di­nero escaso, entre los mecanismos de dominación capitalista de un de­terminado período histórico de la lucha de clases. Y, como ya sabemos ese disciplinamiento dinerario de los trabajadores operó, en el caso ar~ gentino, como clave de bóveda para la construcción de una hegemonía política burguesa, que cuenta con muy escasos precedentes en la historia previa de la lucha de clases. La nueva forma de Estado correspondiente a esta nueva hegemonía difícilmente parece concebible en términos de un Estado mínimo con escasa capacidad de intervención.

Existen, por supuesto, ciertos criterios cuantitativos empleados usual­mente para evaluar la importancia relativa del Estado capitalista. Estos criterios no son concluyentes desde una perspectiva teórica rigurosa, pues se refieren a la magnitud del aparato de Estado antes que a la forma y funciones del Estado: presupuesto, cantidad de empleados y número de dependencias son los más usuales. Estos criterios constituyen, en reali­dad, un atajo para evitar un ejercicio mucho más complejo como el men­cionado. Pero incluso, sí adoptamos estos criterios, nada sugiere que la forma y las funciones del Estado neoconservador puedan ser considera­das, a la luz de la magnitud del aparato sobre el que descansan, como un Estado mínimo con escasa capacidad de intervención (véase Ouviña 2002 y López, Cerrado y Ouvir\a 2005). Así, el gasto público consolidado del Estado argentino, ascendió permanentemente durante la década de los noventa (salvo durante las secuelas de la crisis de 1995), ubicándose su promedio anual 1990-2001 un 19% por encima del registrado en 1980-89. Y ese mismo gasto público consolidado, como porcentaje del PB!, ascendió permanentemente en los noventa (salvo, de nuevo, en las se­cuelas de la crisis de 1995), ubicándose su promedio anual 1990-2001 un 6% por encima del registrado en 1980-89. Desde luego, la estruc­tura de ese gasto público cambió drásticarnente durante el período, siendo el aumento del peso de la deuda pública en el conjunto (que asciende de un ll ,4% del gasto total en 1980-89 hasta un 15,1% en 2001) uno de esos cambios. Empero, aún si deducimos este creciente peso de la deuda pública, el promedio del gasto anual asciende un 8,5% en térmi.nos absolutos y un 9,3% en términos relativos al pro­ducto, entre 1980-89 y 1990-0l. En realidad, el gasto público au­mentó en todos sus grandes rUbros entre ambas décadas, así en térmi-

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La hegemonía menemista

nos absolutos como relativos, con la única excepción de los llamados "servicios económicos", a causa de las privatizaciones. Tampoco la evolución del empleo público y de las dependencias del Estado abo­nan la idea de un Estado minímo con escasa capacidad de interven­ción. El empleo públíco sólo se redujo significativamente en la admi­nistración pública nacional a raíz de las privatizaciones de inicios de la década (los empleados de las empresas y bancos oficiales pasarían de unos 302.600 a unos 48.400 entre 1989 y 1996 -a 32.400 en 2000), mientras que los restantes cambios responden en verdad a una mera transferencia de empleados hacia las provincias y municipios resul­tanle de la descentralización (los empleados de la administración pública nacional pasarían de 571.500 a 447.700 entre 1989 y 1996-404.200 en 2000; Zeller 2005) Y las estructuras orgánicas del Estado se multíplicaron: las secretarías y subsecretarías se incrementaron de unas 65 a unas 124 entre comienzos y mediados de la década y las direcciones nacionales de unas 120 a unas 240, en igual período. La denominada segunda reforma del Estado (ley 24629/96 y decreto 660/ 96) suprimió algunas·dependencias durante 1996, aunque sería aban­donada y esa nl.uitip\icación de las estructuras orgánicas recomenza­ría en 1997 (véase López, Corrado y Ouvir\a 2005). Estos criterios cuafttitativos, en síntesis, tampoco permiten considerar a la forma y las funciones del Estado neoconservador en términos de un Estado mínimo con una reducida capacidad de intervención.

Pero antes de dejar atrás este análisis de la forma neoconservadora de Estado es conveniente someter a crítica otro de los lugares comu­nes de muchos análisis del Estado neoconservador, variante del ante­rior, consistente en partír de una oposición no menos ingenua entre el Estado-nación y el capital global, para concluir que es la denomi­nada globalización -asumida generalmente como una imposición polí­tica de parte de EEUU y los organismos financieros internacionales­la que reduce la capacidad de intervención de ese Estado-nación. La conclusión es la misma que antes: el Estado neoconservador sería un Estado mínimo con una reducida capacidad de intervención. Tam­bién las premisas pueden ser consideradas como las mismas que an­tes, pues aquella relación entre el Estado y el mercado es siempre, en última instancia, una relación entre el Estado-nación y el mercado mundial, pero suelen aparecer de manera diferente en el argumento en cuestión. En la medida en que este razonamiento es apenas una varíante del anterio.r, descansa sobre los mismos supuestos ingenuos, que deben ser rechazados por las mismas razones. El primero consiste

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Capítulo 5. Anawmía de la bestia: convertibilidad y hegemonía mene mista

ahora en la contraposición mecánica entre Estado-nación y capital global como si se tratara, nuevamente, de prot-agonistas de un juego de suma cero en el que los avances de uno conducen a retrocesos del otro. Y la falacia de este supuesto radica, nuevamente, en que tanto el Estado como el capital son formas de unas mismas relaciones sociales signadas por el antagonismo entre capital y trabajo. El segundo supuesto consiste ahora en una nueva ecuación según la cual la capacidad de intervención del Estado-nación es función de su autonomía respecto de ese capital global y la falacia de este supuesto radica en que, nuevamente, carece de sentido referirse a la auwnomía del Estado capitalista respecto del capital en su conjunto. Sin embargo, este razonamiento cuenta asi­mismo con algunas peculiaridades que merecen un análisis por separa­do. Si también en este caso asumimos el antagonismo entre capital y trabajo como punto de partida, el análisis crítico de esta relación entre el Estado-nación y el capital global se revela como decisiva para entender adecuadamente la forma y las funciones del Estado neoconservador. Sa­bemos, con Marx, que las relaciones sociales capitalistas son globales. Esto quiere decir, conceptualmente, que los diversos capitales individua­les en competencia son cuotas de un capital social total que explota a un trab~~o igualmente social y total, e históricamente, que ese capital socia! total constituye progresivamente un mercado mundial como terreno para su explotación de ese trabajo social total. La movilidad de los capitales, extrema para los capitales financieros, y la movilidad de la fuerza de trabajo, aunque condicionada por su inseparabilidad respecto de las mujeres y los hmnbres que la portan, son por consiguiente constitutivos de esas relaciones sociales capitalistas. El sistema internacional de Esta­dos, en este sentido, Lerritorializa esas relaciones sociales signadas por su movilidad dentro de las fronteras de los Estados-nación que lo integran (véase Holloway 1993 y 2001). Es así como, en el marco del capitalismo contemporáneo, una intensificada movilidad del capital, y en panicular del capital-dinero, sanciona diferencialmente las condiciones de explo­tación y dominación vigentes en los distintos territorios del mercado mundial, mediante los premios y castigos que conllevan sus flujos y re­f1ujos, mientras que los Estados-nación convalidan politícarnente esas sanciones en la medida en que esos distintos territorios siguen encon~ tr~1ndose regidos por sus soberanías nacionales (véase Bonnet 2003). Es cierto que, en ese capitalismo contemporáneo, esta convalidación políti­ca no descansa exclusivamente en los Estados ni opera exclusivamente a escala nacional. Las sanciones impuestas por los movimientos de capita­les son convalidadas políticamente también por institucíones interestata-

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les a escala supranacional. Pero, dado que los Estados-nación no han sido, ni parecen en camino de ser, efectivamente reemplazados en el ejercicio de su soberanía por una nueva institución o conjunto de insti­tuciones supranacionates, esos Estados-nación siguen siendo instancias decisivas para la convalidación política de esas sanciones impuestas por los flujos y reflujos del capital global. 310 El Estado, en la forma y las funciones que asume como Estado neoconservador, es por excelencia esta instancia de convalidación política.

Ahora podemos replantear nuestra pregunta: ¿los movimientos inter­nacionales de capitales y la influencia de instituciones imerestatales re­ducen, efectivamente, la capacidad de intervención de estos Estados­nación neoconservadores? La respuesta es negativa. Las ciegas sanciones de los flujos y reflujos internacionales de capitales, así como su convali­dación política por las imposiciones de las instituciones imerestatales que representan sus intereses, refuerzan en verdad la capacidad de do­minación de los Estados-nación neoconservadores sobre los trabajado­res. En otro trabajo sintetizamos esta relación entre las políticas neolibe­rales implementadas por los Estados-nación, por una parte, y los rnovi­rnientos internacionales de capitales y las políticas igualmente neolibera­les impulsadas por las instituciones interestatales, por otra, con la deci­sión de Odiseo de amarrase a sí mismo al mástil de su nave para evitar ser seducido por el canto de las sirenas, después de tapar los oídos de sus marinero5. 311 La adopción de políticas neoliberales por parte de los Est.a­dos-nacíón neoconservadores convalida ciertamente una restricción de la soberanía de los Estados nacionales en cuestión (y, naturalmente, de los trabajadores encerrados en sus fronteras en calidad de ciudadanos) ante los movünientos de capitales, así como una cesión parcial de dicha soberanía a las instituciones supranacionales (y a los gerentes que las dirigen). Poco importa en verdad que, en su origen, esta decisión pueda considerarse más o menos voluntaria o forzada por las circunstancias, porque su naturaleza y sus consecuencias son las mismas en ambos casos. En su naturaleza, como en la del héroe del mito, conviven a la vez la

m No casualmente b hipótesis clave en el sentido del advenimiento de una nueva forma de soberanía, del último Negrí, se desdibuja cuando trata de precisar la naturaleza de esa su puesta nueva forma de soberanía (véase Negri y Hardt 2002). De los excelentes análisis de la relación entre capital global y Estado-nacíón propuestos por Holloway, asimismo, tampoco se sigue la irrelevancia que él mismo parece atribuirle al Estado capitalista en sus últimos escritos (véase Holloway 2002). Para una critica de ambos enfoques véase Bonnet (2002b y 2006c). 311 Véase Bonnet (2004b). Nos vale"mos naturalmente de la lectura del mito de Odiseo propuesta por Horkheimer y Adorno en Dialéctíca del iluminismo.

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Capítulo 5. Anatomw de la bestia: conven.ibilicbd y hegemonía menemisw

debilidad y la fortaleza del Estado en cuestión. Su debilidad no radica en este caso en su tenlación por las sirenas, claro, sino en su incapacidad de mantener disciplinada a la clase trabajadora por sus propios medios a través de políticas que no impliquen aquellas restricciones y cesiones de su soberanía. Y su fortaleza no consiste tampoco en un reconocimiento de su debilidad por las sirenas, sino de su debilidad ante la indisciplina de la clase trabapdora. La adopción de políticas neoliberales por los Estados supone esta suerte de reconocimiento de la necesidad de ser disciplinados a sí mismos, como paso previo para disciplinar a los traba­jadores. Y esa necesidad de ser dísciplínados a si mismos supone una convalidación política de restricciones y cesiones de soberanía para ios Estados en cuestión. Pero resultaría tan errado concluir que las conse­cuencias de la decisión de Odiseo pueden resumirse en la impotencia, como que en la impotencia pueden resumirse las consecuencias de la decisión de nuestro Estado neoconservador. En realidad, ambos recons­tituyen su capacidad de mando a través de sus decisiones -y recordemos que es de la dominación capitalista sobre los trabajadores de lo que esta­mos hablando. Las circunstancias pueden ser extremas, como una crisis hiperinflacionaria. Las decisiones pueden ser igualmente extremas, como la renuncia a un componente clave de la soberanía del Estado nacional la soberanía monetaria, con la dolarización implícita en la convertibili~ dad. Pero la potencia del Estado capüalísta que resulta de esas decisiones deberá calcularse en referencia al patrón de medida de esa capacidad de don1inación sobre la clase trabajadora. Y, aún en este caso extremo, d resultado distará de cero.

5.4. La carrera de Aquiles: estrategia de acumulación y hegemonía menemista

Anahcemos ahora la estrategia de acumulación enmarcada por la con­vertibilidad, empezando con una presentación del propio régimen de convertibilidad. La Ley de Convertibilidad 23.928/91, sancionada por el Congreso el 27/3/91 y puesta en vigencia el l/4/91, declaró la convertibi­lidad de la moneda doméstica (por entonces aún el austral, a una parí-

. m La denominada Ley de Convertibilidad Ampliada 25-445/01 ampliaría esta conveni­bl_hdad con el dólar a una canasta de monedas equivalente al promedio simple emre l dolar y_l euro (an.l). No obstante, dejaremos de lado esta modificación debido a que no c~mbw la naturaleza de la convertibilidad y fue il1lroducida poco antes de que quedara s:n e~ec~o (recordemos que la convertibílid_ad sería abolida mediante" la Ley de Emergen­Cia Púbhca y Reforma del Régimen Cambiarlo 25.561/02 de comienzos del año siguiente).

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dad de 10.000 australes por dólar, reemplazado por el peso desde el l/1/ 92, a una paridad de 1 peso por dólar) a partir del 1/4/91 (art.l).m Estableció la obligación del BCRA de vender cuantos dólares le fueran requeridos a esa paridad (an. 2) y de mantener sus reservas de libre disponibilidad en oro y en divisas extranjeras en un monto equivalente a no menos del lOO% de la base monetaria (art. 4), definida a la manera estándar como la suma del circulante más los depósitos a la vista de las entidades financieras en el Banco Central (art.6). 313 Autorizaba finalmente la realización de cualesquiera contratos en divisas (an.ll) -aunque los depósitos a plazo en divisas ya estaban autorizados desde diciembre de 1989 por ley 23.578/89. El BCRA, como entidad autárquica que gozaba de un importante grado de independencia, se constituyó así en un cu­rrency board sui generis garante de la convertibilidad (véase Kiguel 1999). El sistema monetario argentino pasó en consecuencia a integrar un selec­to grupo de sistemas monetarios nacionales (y coloniales) sometidos a regímenes de convertibilidad. Las características de los miembros de este selecto grupo y de las circunstancias en las que adoptaron regímenes de convertibilidad, ciertamente, no servía demasiado a los fines de legitimar su implementación en nuestro casoY4 Pero la convertibilidad parecía actualizar, asimismo, esa tradición de los sistemas rnonetarios de patrón oro, que muchos neo liberales seguían presentando ideológicamente como aquellos años dorados en los que reinaba sin interferencias la milagrosa capacidad de los mercados de equilibrarse automáticamente -y que en los hechos habían sido esos negros anos, que duras luchas de la clase trabajadora parecían haber abolido para siempre, en los que los desequi­librios de los Inercados eran lnmedíatamente descargados sobre sus em­pleos y salarios nominales mediante feroces contracciones monetarías.

'13 La nueva carta orgánica del BCRA ley 24.144/92 (art.60), ya mencionada, autorizaría

más tarde al Banco Central a mantener un 20% (luego elevado a un 33%) de esas reservas en títulos de deuda pública nominados en dólares y computados a valores de mercado. La carta orgánica prohibia también que el banco otorgara crédilO a los gobiernos provincia­les y municipales, a las empresas públicas y al sector privado no financiero. 31

{ Este selecto grupo sumaría, significativamente, vestigios del sistema colonial (Hong Kong, Antigua y Barbuda, Bnmei, Djibouti, Dominica, Granada, St. Kins y Nevis, Santa Lucía! con vestigios del estallido de la ex URSS (Bosnia, Bulgaria, Lituania, Estonia) . m Dos casos muy relevantes son, respectivameme, Fernández (.1987) y Cortés Conde (1989): el historiador ensalzaba aquellos años dorados del patrón oro, mientras que el economista realizaba experimentos imaginarios de un regreso al peso convertible en oro de la ley 1130 de 1880 como unidad de cuenta de la moneda vigente. Para una mejor historia de la agitada vida del patrón-oro argentino de fines del.siglo XIX y comienzos del XX, véase Panettieri (1983).

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Capítulo 5. Anatomía de la besr.ia: convertibilidad y hegemonía menemisl.a

Los cuadros neo liberales, sus economistas e incluso sus historiadores, no se privaron desde entonces de mantener actualizada la mitología en cuestión_Jls

Pero, antes de seguir avanzando, es importante aclarar que la imple­Inentación de la convertibilidad no respondió, en el caso argentino, a una valoración positiva de su performance, en otros casos presentes 0

pasados, por parte de los ejecutores de la política económica. Los discur­sos en semejante sentido eran meras racionalizaciones del hecho de que dicha convertibilidad, de alguna manera, se habia impuesto a sí misma como resultado del grado de dolarización alcanzado por una economía que venía de dos años de hiperinflación y de quince de alta inflación. Llach, vicemínistro de Economia de Cavallo, reconocería así que "la ley de convertibilidad no fue, pues, la imposición antojadiza de un grupo de iluminados, sino la legalización de un comportamiento social ante­rior y muy extendido" (1997, p.l26). En efecto, la secuela de estos pro­cesos de hiperinflación e incluso de alta inflación, así en Argentina como en otros países de América Latina, había sido una dolarización no oficial bastante generalizada (véase Cintra 2000) e incluso de novedosas Inoda­lidades de dolarízación oficial más o menos completa. 316 La implernenta­ción de la convertibilidad en nuestro caso debe entenderse así corno la oficialización encubierta de una dolarización preexistente. Ese compro­miso del Banco Central de sustituir la masa monetaria en pesos por su equivalente en dólares, aunque permaneciera como una potencialidad, aunque el peso siguiera desempeñándose exitosamente como medio de pago de curso forzoso, no debe engan.arnos al respecto. El peso converti­ble revestía, por así decirlo, un status ontológico paradójico: sólo existía como dinero (esto es: contaba con al menos algunos de los momentos constitutivos del dinero) en virtud de su velada no-existencia como di­nero (de su convertibilidad en dólar). Y la dolarización oficial completa, que ingresaría en la agenda del establishment econórníco argentino y nor­teamericano a comienzos de 1999, no hubiera implicado en este sentido sino un desarrollo ulterior de esta dolarización encubierta inherente a la

31" Carchedi distingue en este sentido entre la dolarización no oficial (unofficial dollariza­

tion), cuando se mantienen activos fínancieros en dólares aunque el dólar no es medio de pago legal; la dolarización semioficial (semio.fficial dollarizat.ion o oificially binwneLa­ry systems), cuando el dólar oficia de medio de pago legal para algunas transacciones; y la dotarización oficial (oj)!cial o jull dol!arization), cuando el dinero intemo es reemplaza­do directamente por el dólar (el dólar representa aquí, por supuesto, cualquier divisa extranjera y ellénnino dolatización es genérico: de hecho, varios de los sistemas mone­tarios de moneda Convertible ames mencionados tenían como divisa de referencia el marco alemán) (Carchedi 2000b).

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convertibilidad. Los propios Hanke y Schuler sostendrían que la dolari­zación era "una extensión lógica de los principios que inspiraron la con­vertibilidad" (1999, p. lO). Pero más adelante volveremos sobre este pun­to. Digamos, por ahora, que ese curioso star.us ontológico del peso con­vertible siempre emergió, como un síntoma indomable, en las racionali­zaciones de los neoliberales alrededor de las virtudes del peso conveni­ble. El citado Hanke, el principal apologeta de la convertibilidad y más tarde de la dolarización, por ejemplo, sostuvo que "un sistema ortodoxo de conversión produce una moneda sana" porque, en caso de que en­frentara una corrida calnblaria, "la moneda en poder del públíco sería simplemente la rnoneda de reserva, el dólar en el caso argentino" (en Hanke et alii 1994). Así, el peso convertible demostraba su salud cuando se moría, es decir, cuando dejaba de desempeñar cualesquiera de sus funciones como dinero. 317 De la necesaria muerte del peso, la virtud del peso muerto, es una ilustración más del recurso ideológico por excelen­cia del neoconservadurismo.

La implementación de este régimen de convertibi.li.dad irnplicaba, en términos inmediatos, que el Banco Central renunciaba por completo a su facultad de crear dinero otorgando crédito al gobierno así cmno, en bue­na medida, a su facultad de crear dinero otorgando crédito al sistema bancario. La primera renuncia significaba que, en adelante, los déficit.s fiscales no podrían superar niveles financiables en los mercados de ca­pitales a una tasa de interés cercana a aquella de los títulos en dólares. Se seguían de aquí una necesidad imperiosa de un aumento del ingreso y/o una reducción del gasto público así como, en la medida en que resulta­ran insuficientes, una sostenida dependencia respecto del financiamien­to interno y/o externo, vía endeudamiento público y/o venta de activos públicos. La segunda renuncia significaba por su parte que, en adelante, la función del Banco Central, como prestamista en última instancia, se restringiría a la porción de sus reservas mantenidas en títulos de deuda (véase Canavese 2001).

Estas implicancias de la convertibilidad acarrearían, naturalmente, importantes consecuencias durante la década de los noventa. La conver­tibilidad desataría una suerte de triple carrera del peso detrás del dólar. La prhnera carrera, estrictamente monetaria, se relaciona con la mencio­nada r_enuncia del Banco Central a su facultad de crear dinero otorgando

Jll Esle sorprendente discurso de Hanke podría reinterpretarse en témlinos psicoanall.ti­cos de la siguiente manera: el peso, en verdad, estaba muerto de antemano, mientras que su sobrevida Como peso convenible era una vida entre dos muertes, su muerte real en la hiperinfiación y su muerte simbólica en una eventual nueva corrida cambiaría.

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Capítulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemisw

crédito al sistema bancario. El sistema bancario privado, entonces, pare­cía quedar librado a quemarse como fusible en caso de que se cuestionara la vigencia de la convertibilidad a través de una corrida especulativa. El equipo económico implementó una serie de medidas para suplir esta debilidad ya desde 1991: estableció requisitos de capitales mínimos de un 3% que aumentó paulatinamente hasta un 11,5%, a comienzos de 1995, y encajes bancarios que alcanzaron un 43% para los depósitos de ahorro y cuenta corriente y un 3% para los depósitos a plazo fijo, pero anuló las garantías a los depósitos con el argumento del moral hazat·d que introducían. La crisis de 1995, sin embargo, desnudó la fragilidad del sistema bancario regido por la convertihílidad: durante los primeros cin­co meses del ano huyó el 18% de los depósitos del sistema bancario -un sistema bancario, subrayemos, que ya antes de que se desatara la crisis contaba con un 70% de sus depósitos a plazo en dólares. 3 ~<' La crisis impuso así nuevas medidas. El equipo económico restableció entonces un sistema de seguros de depósitos para pequeños ahorristas con cuentas menores a USO/$ 20.000 (más tarde ampliado a 30.000), que cubría en la práctica a un 75% de los deposítantes y a un 25% de los depósitos, pero que sería financiado por los propios bancos. El pánico, así, pudo más que el moral hazard. El Banco Central, por su parte, creó un progra­ma contingente de pases que podría activar en caso de corridas especula­tivas, acordado con una docena de bancos intetnacionales y reforzado más tarde por sendas líneas de crédito del BM y el BID, que alcanzaría unos USD 7.100 millones. El BCRA recuperaba así capacidad de inter­vención como prestamista en última instancía. 319 Se crearon, finalmente, sendos fondos fiduciarios para privatizar los bancos púbhcos provincia­les y reestructurar y/o fusionar los bancos privados quebrados en b crisis.

Cavallo y Fernández se encargarían de propagandizar la incompara­ble solidez del sisten1a bancario resultante de estas medidas. Esos capita­les mínimos requeridos de un 11,5%, insistían, superaba el 8% recetado por el Comité de Basilea para la banca de los paises capitalistas más avanzados. Pero sus fichas estaban apostadas en otro número: la profun­dización del proceso de privatización y concentración del sistema banca­rio que ya estaba en curso. La crisis de 1995 aceleró este proceso: de los 167 bancos existentes en 1991 (35 de ellos públicos) quedarían 119 en

3111 Las reservas totales del BCRA se reducirían un 16% y la base monetaria un 24%, entre 1994y 1996(datosdel BCRA). 31

Y La suma entre aquel seguro de depósitos ·y esta capacidad de préstamo en última instancia resultaba en una cobertura de un tercío del monto de los depósitos totales.

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1999 (16 públicos). La mayoría de los bancos provinciales y el Banco Hipotecario Nacional serían privatizados y numerosos bancos privados pequeños y medianos serían cerrados o fusionados. Los grandes bancos internacionales alcanzarían así un predominio sin precedentes sobre el sistema bancario doméstico. Y la apuesta consistía, pues, en que la pro­pia solidez de esos grandes bancos internacionales sustentara la solidez del sistema bancario doméstico. Como señalaran Hanke y Schuler, "la extensa internacionalización del sistema bancario argentino facilita que las oficinas centrales de los bancos actúen en efecto como prestamistas de última instancia cuando sea necesario" (1999, p.l5).

Pero la crisis de diciembre de 2001 demostraría que la solidez finan­ciera no es precisamente una propiedad transitiva. Las fugas de depósitos diezmaron las cuentas, tanto en pesos como incluso en dólares, por un monto que ascendería a U$5 18.371 millones durante 2001 (21,5%) y a U$5 4.937 millones (7%) sólo durante noviembre310 Las consiguientes fugas de dólares hacia el extranjero se estimaron en unos U$5 15.000 millones durante 2001, un monto que superaba la base monetaria de entonces, y en unos 3.000 millones sólo durante noviembre. Mientras el sistema bancario se reducía de esta manera en más de una quinta parte, Cavallo se empenaba en asegurar que "el valor del peso" y "la intangibili­dad de los depósitos" seguían garantizados. Pero diciembre se abrió con un congelamiento generalizado de los depósitos, el corralito, y los depó­sitos devinieron efectivamente intangibles para un millón y 1nedio de pequeüos ahorri.stas. 321 Las filiales de los grandes bancos internacionales

320 Los depósil.Os totales pasaron así de U$S 85.308 a 66.937 millones entre enero y noviembre, esto es, de U$5 52.705 a 46.758 millones y de$ 32.603 a 20.179 millones. y esta fuga venia acelerándose: durante noviembre, los depósitos se redujeron de U$5 49.676 a 46.758 millones y de$ 22.198 a 20.179 millones (datos del BCRA). 321 Se trató de un congelamiento, inicio.lmente por tres meses, de los fondos depositados en los cuentas bancarias en su conjunto, incluyendo las de sueldos, con·un máximo de extracción de USS 250 y de giro al exterior de U$5 1.000 semanales en sus comienzos. m En este semi do es interesante atender a la intervención del Banco Central de Uruguay ame la crisis bancaria en ese p;:~ís, 01iginada en lll argcmina, en 2002. Ante la propuesta del Banco Galicia Uruguay (un auténtico banco o.ff slwrc de clientes argentinos, que consti­tuía el mayor banco extranjero de la plaza uruguaya y que había operado activamente en

. esa fuga de dólares de fines de 2001) de devolver la mayor parte de los depósitos en títulos, a la manera argentina, el BCU le exigió que incrementara el porcent;:~je cash recurriendo a los fondos de sus sucursales de Gran Caimán y Nueva York y que respaldara los títulos mediante garamias personales de sus accionistas o prenda de los créditos otorgados. Sin embargo, la exigencia no prosperaría y, dentro del marco de presiones desatadas por la catastrófica situación de la banca ponena, una mayo tia suficiente de sus acreedores terminaría aceptando la propuesta del banco (ver Bonnet y Grigera 2003).

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que operaban en la plaza doméstica, desde luego, resultaron diezmadas por la crisis bancaria, pero no recurrieron a sus casas matrices en busca de solvencia. Y las autoridades económicas no podrían -y ni siquiera intentarían- exigir ese respaldo. 322 En una profunda crisis bancaria cul­minó entonces la primera carrera del peso convenible. La convertibili­dad había suprimido la facultad del Banco Central de crear dinero otor­gando crédito al sistema bancario, dejándolo en gran medida librado a su propia suene en caso de una corrida especulativa contra el peso. Pero la convertibilidad había suprimido también la facultad de ese Banco Cen­tral de sostener la competitividad externa de los capitalistas devaluando la moneda y de esa competitividad externa -de los ingresos de dólares provenientes de las exportaciones, en ausencia de otros ingresos- depen­día su capacidad de crear dinero. Las reservas totales del BCRA se redu­jeron así un 43% a lo largo de 2001, debido a la reducción sostenida de sus reservas en oro, divisas y colocaciones a plazo asi como a la sangría de fondos depositados por la banca, mientras que la participación de los títulos de deuda dentro de dichas reservas ascendió de un 4 a un 23%. La base 1nonetaria, por su parte, se contrajo un 20%. El peso convenible babia corrido su carrera detrás del dólar. La base monetaria interna se había expandido con la expansión de las reservas en 1991-94 y 1997-98, pero se había contraído con la contracción de las mismas en 1995-96 y volvería a contraerse de 1999 en adelante. Sin embargo, el problema ra­dica en que los trabajadores no eran un objeto pasivo de semejantes ajustes deflacionarios, sino una clase con capacidad de resistencia. En el síguiente capítulo volveremos sobre la resistencia de los trabajadores a la dinámica de ajuste def1acionario que se desataría durante los últimos at1os de la década. Digamos por ahora que el peso convertible había corrido su carrera detrás del dólar, pero en el estadio de la lucha de clases, y en cierto momento de su carrera, quedaría exhausto en medio de una crisis bancaria sin precedentes.

Ahora bien, dijimos que la implementación del régimen de converti­bilidad implicaba también que el Banco Central renunciaba por comple­to a su facultad de crear dinero otorgando crédito al gobierno. Esto signi­ficaba que, en adelante, los déficits fiscales no podrían superar niveles financiables en los mercados de capitales a una tasa de interés cercana a aquella de los títulos en dcílares: se aumentaba el ingreso y/o se reducía el gasto público o bien se dependía del financiamiento interno y/o externo vía endeudamiento público y/o venta de activos públicos. Tanto los gas­tos como los ingresos públicos se recuperaron, respecto de sus niveles previos, durante la reactivación de 1991-1994. Se registraron entonces

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La hegemonía menemista

superávits primarios equivalentes a un 0,7% del PBI anual, que cierta­mente devenían déficits de un 0,9% una vez computados los intereses. Este resultado inicial, cercano al equilibrio, contrastó con los pesados déficits fiscales previos, que habían promediado un 7,7% del PBI entre 1980 y 1990. El ingreso y la repatriación de capitales resultante de las privatizaciones y una moderada emisión de deuda externa, en el contex­to de mercados financieros internacionales de bajas tasas de interés y alta liquidez y al amparo del Plan Brady, sostuvo la consistencia entre este resultado y la vigencia de la convertibilidad. La crisis de 1995 impuso, empero, una severa contracción en los ingresos públicos. 323 Aparecieron déficits primarios de un 0,9 y 1,2% del PBI, que se elevaban a 2,9 y 3,2% computando los intereses, en 1995 y 1996. La momentánea contracción de los mercados financieros internacionales a causa de la crisis mexica­na, combinada con la tendencia más duradera hacia un agotamiento de los ingresos provenientes de las privatizaciones, descargaría una parte del financiamiento del déficit de 1995 sobre el ahorro interno, con los consecuentes aumentos de la tasa de interés e iliquidez. Pero ya en 1996, aunque a un costo creciente, el Estado podría volver a los mercados fi­nancieros internacionales para financiarse. A partir de esta coyuntura de 1995, sin embargo, la consistencia entre las cuentas públicas y la vigencia de la convertibilidad se deterioraría. El gasto público se redujo, unos dos puntos del producto, entre 1994 y 1997, para recuperarse más tarde hasta alcanzar su máxima incidencía en el menguado producto de 200]. Los sucesivos paquetazos impositivos implementados desde entonces para reducir los déficits, por Cavallo en 1995, Fernández en 1996 y 1998 y Machinea en 1999, apenas si alcanzaron para mantener los ingresos pú­blicos en términos nominales. Así los pequeños déficits prin1arios regis­trados entre 1997 y 2001, de apenas un 0,25% del PBI en promedio, se convirtíeron en crecientes déficits secundarios, de un 3,75% en prome­dio y de un 7% en 2001, debido a la creciente incidencia de los intereses. En efecto, en un contexto de mercados financieros internacionales gol­peados sucesivamente por las crisis asiática de 1997 y rusa de 1998, con el sostenido incremento de spreads resultante, la emisión de deuda exter­na para financiar estos déficits ascendió a montos nominales anuales de USD 11.500 millones entre 1997 y 2000 (y a unos 32.500 millones, canJe mediante, en 2001). La incidencia de los intereses se incrementó así sos-

m La información oficial sobre las finanzas públicas fue motivo de controversias durante el penado, sospechadas de ocultar o subestimar los déficits existentes (véanse las oiticas, desde la ortodoxia monetarista, de Teijeiro 1999 y 2001). No obstante, nos basaremos aquí en los daws de los resultados de la cuenta ahorro-inversión-financiamiento del MEyOSP.

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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemist~

tenidamente, de un 2,3 a un 5,1% del producto entre 1997 y 2001, explicando en gran medida los déficits fiscales registrados durante esos años. La convertibilidad, en síntesis, impuso una intensa presión hacia el equilibrio fiscal, que resultó en un descenso del déficit promedio de ese 7,7% del PBI registrado en 1980-90 a un 2,6% en 1991-0l. Pero esto requiere ser precisado. Esa presión hacia el equilibrio fiscal inherente a la convertibilidad fue, en verdad, un prímer mecanismo de disciplina­miento de los trabajadores. Es cosa sabida que las políticas antiinflacio­narias inspiradas en las distintas variantes del neoliberalismo invocan la necesidad de suprimir el financiamiento inDacionario del déficit fiscal para proceder a ajustes de los ingresos y gastos públicos, que resultan normalmente en redistribuciones regresivas de ingresos. La especificidad de la presión hacia el equilibrio fiscal inherente a la convertibilidad radi­có en que la propia presión que ejercía la convertibilidad en el sentido de un aumento de la productividad y la competitividad del sector priva­do imponía, en buena medida, que el ajuste del sector público no se descargara sobre la rentabilidad de los capitalistas sino sobre los salarios de los trabajadores. Así pues, mientras se aumentaba el défici.t fiscal me­diante una reducción de aportes patronales a la seguridad social destina­da a sostener la rentabilidad capitalista, se incrementaban y generaliza­ban los impuestos al consumo para recuperar el equilibrio fiscal a costa del ingreso de los trabajadores. Una segunda carrera del peso converti­ble, una carrera fiscal, así se desataba. La convertibilidad había suprimi­do la facultad del Banco Central de financiar inflacionariamente al Esta­do y, por ende, o se alcanzaba un equílibrio entre ingresos y gastos de ese Estado o se financiaba el desequilibio colocando deuda. Pero la converti­bilidad había suprimido también la facultad del Banco Central de soste­ner la competitividad externa de los capitalistas devaluando la moneda y, por ende, ese equilibrio entre ingresos y gastos del Estado debía alcanzar­se a costa del ingreso de los trabajadores. El problema radica en que, desde luego, esos trabajadores tampoco son una masa de perceptores de ingresos expropiables, sino una clase con capacidad de resistir semejante expropiación. En el próximo capítulo veremos que la resistencia de los trabajadores a la dinámica de ajuste fiscal permanente, que se desataría durante los últimos años de la década, en el marco de una profunda depresión, sería un componente clave de la crisis de la convertibilidad. El peso convertible corría su carrera, nuevamente, en el estadio de la lucha de clases. Pero recordemos por ahora que, si. ese equilibrio entre ingresos y gastos públicos no podía alcanzarse a costa del ingreso de los trabajadores, el desequilibrio resultante debía financiarse endeudándo-

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La hegemonía menemista

se. ¿El déficit promedio registrado durante la década o, mejor aún, los crecientes déficits de los últimos años, resultaban demasiado elevados? La respuesta, salvo para el déficit del 7% del producto registrado en plena crisis de 2001, sería negativa, incluso a juzgar por los críterios de los propios organismos financieros internacionales. Pero la magnitud de estos déficits fiscales debe evaluarse en el contexto específico de las rela­ciones de fuerza existentes durante la segunda mitad de la década, es decir, de las relaciones entre las restricciones que la convertibilidad im­ponía sobre la política fiscal, por una parte, y la resistencia de los traba­jadores, por la otra. La respuesta parece entonces pasar a ser positiva: esos déficits resultarían inconsistentes con la vigencia de la convertibili­dad porque debían financiarse mediante emisión de deuda, en un con­texto de contracción de los mercados financieros intern-acionales y ex­haución del mercado financiero doméstico. 32-l El Estado entraría en dc­Jault y el peso convenible perdería así su segunda carrera.

En síntesis: la implementación del régimen de convertibilidad impli­caba por sí misma que el peso convenible se dispusiera a correr una doble carrera detrás del dólar, monetaria y fiscal, de cuyos resultados dependían la liquidez del mercado y las finanzas del Estado. La quiebra del sistema bancario y la cesación de pagos de la deuda pública eran, de antemano, !as modalidades que debía adquirir la crisis en caso de que ese peso convertible perdiera su carrera. Y el resultado dependía, como siempre, de la lucha de clases. Pero esta doble carrera del peso, así como esta doble modalidad que adquiriría su fracaso, descansaban sobre una tercera carrera. Esta carrera no debía desenvolverse en los estadios mone­tario y fiscal de la lucha de clases, sino en su estadio productivo. Y esta era la carrera decisiva. Esta era la carrera que hacía de la convertibilidad, no ya una mera política monetaria y fiscal antiinflacionaria, sino una política capaz de enmarcar una reestructuración capitalista que conduje­ra a una nueva estrategia de acumulación. Y del resultado de esta carrera dependía, en definitiva, el resultado que se alcanzara en las otras.

Recordemos, retomando nuestro esquema, que la única fuente para la creación de dinero en un régimen de convertibilidad era el sector exter­no. Ahora bien, puesto que la convertibilidad suprimió el recurso a las devaluaciones competitivas y se implementó en condiciones de una aper­tura casi irrestricta del mercado doméstico a la competencia intemacio-

3H La Argentina había colocado desde 1991 unos 185 bonos de deuda de mediano y largo

plazo en los mercados financieros internacionales, por un momo total nominal que sumaria unos USD"l 00.000 míllones y con rendimientos crecientes que alcanzarían un 15% promedio en 2001 (datos del MEyOSP).

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Capítulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista

nal y de desregulación generalizada de los flujos de capitales y mercan­cías en el mercado mundial, la inserción exitosa del capitalismo argenti­no en ese mercado mundial exigía una presión constante hacia el incre­mento de la explotación del trabajo. Sabemos que, desde una perspectiva marxista sustentada en la teoría del valor-trabajo, la capacidad de inser­ción de una economía nacional en el mercado mundial depende de su competitividad, entendida como sínónimo sin más de los costos labora­les unitarios de las mercancías producidas en su territorio en relación con idénticos costos de las mercancías producidas en los territorios de otras economías nacionales. 325 En la condición extrema de tipo de cam­bio fijo inherente a la convertibilidad, esto equivale a decir que dicha inserción depende exclusivamente de los niveles de salario y de produc­tividad del trabaJO. Pero salario y productividad del trabajo son, precisa­mente, los indicadores del grado de explotación del trabaJO o, en los términos de Marx, de la tasa de plusvalor vigente en una economía. La implementación de la convertibilidad implicó, así, una presión constan­te hacia el incremento de esa explotación del trabajo.

Es importante advertir, antes de seguir avanzando, que la tasa de ex­plotación del trabajo no determina solamente la capacidad de inserción de una economía nacional en el comercio internacional sino también, aunque más indirectamente, su capacidad de captación de flujos inter­nacionales de capitales productivos e incluso financieros. 326 La tasa de explotación del trabajo determina, por consiguiente, el balance de pagos de la economía en su conjunto. Y de este balance de pagos en su conjun­to dependería, desde luego, el ingreso de dólares que respaldarán la emisión de pesos convertibles. El peso convertible, mientras tanto, se devaluaría o revaluaría externamente, afectando así a la competitividad de la economía doméstica, en la medida en que fluctuara el tipo de cambio del dólar con respecto a monedas de terceras economías con las que nuestra econmnia mantuviera relaciones económicas. Y el dólar se

m En efecto, el costo laboral unitario relativo (CLUR) puede entenderse como un com­puesto del salario unitario (w!L), la productividad del trabajo (q!L) y el tipo de cambio (r), esto es, CLUR"" [(w/L).(q/L).r] y ser fácilmente reconducido a la teoría del valor­trabnjo (ve ase en este sentido Shaikh 1979; 1980 y Guerrero 1995). Nótese que esto también es así, aunque inconfesadamente, en buena parte de la literatura marginalista. '""Esta relación entre los niveles de explotoción del tmbajo y los movimientos interna­cionales de capitales reviste, naturalmente, una complejidad mucho mayor a la que podemos sugerir en estas páginas (véase Bonnet 2002a). Aquí basta con suponer que esos niveles de explotación del trabajo -no sólo en términos de plusvalor absoluto (de diferen­ciales salariales), sino también relativo (de diferenciales de productividad)- sigue operan­do como fundamenta/ de los flujos y reflujos de Capitales, incluso en el caso de los movimientos de capital-dinero.

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La hegemonía menemista

apreciaría efectivamente respecto de las principales divisas, el marco y el yen, desde mediados de los noventa. El peso se revaluaría además, inter­namente, como consecuencia del propio empleo de la fijación del tipo de cambio como recurso antiinflacionario. Siendo ya la paridad de 10.000 australes por dólar inicialmente fijada, algo superior al tipo de cambio vigente en el mercado, la inercia inflacionaria sobrevaluaría la moneda doméstica durante los meses subsiguientes .. H? Esta sobrevaluación del peso convertible intensificó aquella presión hacia el increm.ento de la explota­ción del trabaJO

La presión de la convertibilidad liacia el incremento de la explota­ción del trabajo se ejercía inmediatamente sobre los propios capitalistas, que se veían enfrentados a la alternativa de reconvertir sus empresas o quebrar, y los capitalistas descargaban a su vez esa presión sobre los tra­bajadores, que se veían enfrentados a la alternativa de aceptar una mayor explotación o resistirla bajo amenaza de quedar desempleados. Los dos polos de ambas alternativas se convienieron en realidades durante los noventa. Sin embargo, aún cuando en los comienzos de la convertibili­dad se registraron importantes luchas defensivas por parte de los trabaja­dores, el sometimiento a una mayor explotación se impuso paulatina­mente como el precio que los trabajadores con ernpleo del sector privado se dispusieron a pagar por la estabilidad, es decir, a cambio de que la burguesía no reiniciara sus expropiaciones hiperinflacionarias. 328 Y, a pesar de que la quiebra de empresas y aún el desmantelamiento de secto­res enteros del aparato productivo también estuvieron presentes, fue la re­conversión la dinámica predominante en los inicios de la convertibilidad. 329

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7 La estimación rigurosa de esta sobrevaluación inicial del peso es compleja. Digamos apenos que fue cstimoda entre un 2l (Gerchunoff y Torre 1996) y un 25% (Aronskid 2001). ns El promedio mensual de conflictos aumentó entre 1991 y 1994 (de 79 a 98), debido a bs luchas de los trabajadores del sector público, para retroceder luego hasta ubicarse en tomo J una media de 60 conflictos mensuales hasta el 2000. El porcentaje de los conflic­tos defensivos (por despidos, atrasos salariales) aumentó constantemente, por su parte, hasLa explicar entre el 80 y el lOO% de los mismos hacia el final del período (vease Gómez 1996; para la interpretación sobre la conflictividad obrera durante el periodo, vease Piva 2001). Más adelante nos referiremos J algunos indicadores de la tasa de explotación. 320 El número anual de concursos preventivos y quiebras casi se duplicó durante los primeros all.os de la convertibilidad, pasando de 772 en l. 991 (con 694 en l. 990 y 762 en 1989) a 1400 en 1994. La recesión de 1995 volvió a elevarlo abruptamente a 2279 y desde entonces hasta el200 1 el promedio anual de bancarrotas se estabilizó en tomo a las 2464 anuales (en base a datos del MEyOSP)." Más adelante nos referiremos a algunos indicadores de la reconversión productiva.

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Capítulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía rnenemista

En esta presión desatada por la convertibilidad hacia el incremento de la explotación del trabajo radica, precisamente, la capacidad de la conver­tibilidad de enmarcar una reestructuración capitalista que desembocara en una nueva estrategia de acumulación. Y esta presión es asimismo la matriz de ese disciphnamiento social que sustentaría la hegemonía me­nemista, en su doble dimensión de la polarización de las distintas frac­ciones de la burguesía dentro de un nuevo bloque en el poder y de la subordinación a dicho bloque en el poder de la clase trabajadora.

Detengámonos ahora un momento para indicar las principales dife­rencias entre nuestra interpretación de la convertibílidad y las interpre­taciones más extendidas en nuestro medio. Empecemos con la interpre­tación neopopulista, ampliamente dominante entre los críticos de la con­vertibilidad. Aunque esta interpretación reconoce, en términos de redis­tribución regresíva de ingresos, que entre las secuelas de la implementa­ción de la convertibilidad se encuentra el mencionado incremento de la explotación del trabajo, sitúa la clave para entender la naturaleza de la convertibilidad en otro punto, a saber, en la instauración de un supuesto "patrón de acumulación" dominado por la "valorización financiera". "Se entiende por valorización financiera -definen Arceo y Basualdo- a la colocacíón de excedente por parte de las grandes firmas en diversos acti~ vos financieros (títulos, bonos, depósitos, etc.) en el mercado interno o internacional. Este proceso, que irrumpe y es predominante en la econo­mía argentina desde fines de la década de los años setenta, se expande debido a que las tasas de interés, o la vinculación entre ellas, supera la rentabilidad de las diversas actividades económicas, y que el acelerado crecirniento del endeudamiento externo posibilita la remisión de capital local al exterior al operar como una masa de excedente valorizable y/o al liberar las utilidades para esos fines" (Arceo y Basualdo 2002, p.41). El argumento avanza del siguiente modo. La política económica de la dicta­dura militar, y en particular su reforma financiera de 1977, habría inicia­do una transición desde un patrón de acumulación dominado por la industrialización sustitutiva de importaciones, orientado hacia el merca­do interno y sustentado en una alianza policlasista entre los trabajadores y la burguesía nacional, hacia un patrón de acumulación don1inado por la valorización financiera, orientado hacia el mercado externo y sustenta­do en una alianza entre los acreedores externos y los capitales concentra­dos internos. La deuda externa, renegociada a través del plan Brady en 1992-93, y las privatizaciones, realizadas en su mayor parte en 1989-93, constituirían los pilares de este nuevo patrón de valorización financiera. En este sentido, escribe Basualdo que "la expansión del capital caneen-

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La hegemonía menemista

trado interno se sustenta en las ganancias extraordinarias obtenidas en los servicios públicos privatizados y la valorización financiera sustentada en el nuevo ciclo de endeudamiento extemo" (Basualdo 2000b, p.l6). Por consiguiente, la clave para entender la naturaleza de la convertibili­dad ya no radicaría en aquella presión que ejerce sobre los niveles de explotación de plusvalor en la producción, en condiciones de compe­tencia y por parte del capital global, sino en la redistribución de exce­dentes que permitiría canalizar hacia las finanzas, en condiciones mono­pólicas y por parte de las fracciones rentísticas dominantes del capital.

Esta interpretación neopopulista de la convertibilidad, a pesar de los aportes que sus mejores exponentes realizaron a propósito de algunas de sus dimensiones, debe ser descartada de conjunto por varias razones. Esta interpretación incurre en una auténtica fetichización de las finan­zas. La noción de un "patrón de acumulación", entendido como una suerte de modalidad más o menos duradera de funcionamiento de la acun1ulación capitalista, que se sustente en la "valorización financiera" constituye en realidad una contradictío ín termini. Si esa noción no es acom­pañada de una explicación satisfactoria acerca del origen de valor así acumulado, las finanzas son fetichizadas como una esfera que produce valor de la misma manera que, para valernos de la expresión de Marx, un campo de perales produce peras. El empleo de la noción de "excedente" para referirse al valor en cuestión es sintomático de esta dificultad .. :no La consideración de los dos pilares sobre los que se sustentaría este nuevo patrón de acumulación, a saber, la deuda externa y las privatizaciones, no ayuda a remover esta dificultad. En efecto, el endeudamiento externo opera con1o el mecanismo por excelencia a través del cual los países latinoamericanos endeudados, como el nuestro, se subordinaron al co­mando global del capital-dinero. Pero este comando no consiste en un misterioso predominio del capital financiero sobre el capital productivo sino, como señalarnos, en la modalidad específica en que se desenvuelve el antagonismo entre un capital y un trabajo igualmente globales, a través de las sanciones impuestas por los flujos y reflujos de capital-dinero, en el capitalísmo contemporáneo (remito nuevamente a Bonnet 2003). Las privatizaciones operaron por su parte, como también señalamos, aumen­tando las ganancias de la clase capitalista en su conjunto. La rentabilidad de las empresas públicas privatizadas fue superior a la de muchas empre­sas que operaban en otros sectores de la economía doméstica, pero la

'30 Esta noción de excedente remite ciertamente a la de renta. Pero pará un desarrollo

más minucioso de este punto conviene revisar los escritos de Nochteff (1994 y 1998).

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Capir.ulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía mene~ista

n1ayor parte de los grandes capitales locales participó de las mismas y se benefició de esa alta rentabilidad. La convertibilídad, en síntesis, no puede interpretarse como una suerte de estrategia de rapit'la perpetrada por una burguesía argentina endémicamente rentista, sino más bien como un caso más, aunque con sus peculiaridades, de las políticas neolíberales de dis­ciplinamiento dinerario características de las dos últimas décadas a esca­la mundial (véase Clarke 1988; Bonefeld 1993; HollowayyBonefeld 1995; Bonefeld, Brown y Bumham 1995). Es importante advenir que esta in­terpretación de la convertibilidad, a pesar de su apariencia crítíca, incu­rre en esa reducción fracciona lista de la lucha de clases a conflictos entre distintas fracciones de la burguesía, cuando no a pugnas conspirativas entre actores particulares, que ya criticamos.331 Y, tanto en la interpreta­ción de la convertibilidad como en las de otras políticas neoliberales implementadas en otras latitudes, de este fraccionalismo, resultan con­clusiones políticas populistas. 332 La historia económica argentina recien­te aparece aquí como la historia de una transición de un patrón de acu­mulación dominado por la industrialización sustitutiva de importacio­nes a uno dominado por la valorización financiera. Es evidente que el primero, sustentado en una alianza de clases entre la burguesía local, considerada como nacional y productiva, y los trabajadores, es apenas una mera descripción del proyecto populista tradicional. Tambi.én es evidente que el segundo, sustentado en una alianza entre los acreedores externos y una gran burguesía que, aunque local, es considerada como transnacionalizada y rentística, cuando no mafiosa, constituye a su vez una descripción remozada de la manera en que dicho populismo tradi­cional presentaba los proyectos oligárquicos tradicionales. El pueblo y el anti-pueblo, debidamente remozados, vuelven a ser los protagonistas de esle relato.

Una consecuencia paradójica de este relato, dicho sea de pa:o, con­siste en dejar a su narrador en una incómoda posición política. El puede refugiarse en la nostalgia y dedicarse a emitir habeas corpus morales acerca

331 Esta referencia a una dimensión conspiratíva no es amojadiza. La figura paranoica de! judío que mueve los hilos tras bambalinas deja indiscutiblemente sus huell~s en las peores versiones de esta interpretación: "Grupos delictivos ocuparon fuertes areas de poder económico; muchas empresas nacionales y multinadonales incunieron en prácticas ~o­rruptas. La corrupción envenenó la actividad productiva e implantó una forma de funCio­namiento económico" (Calcagno y Calcagno 2001). J>2 En esta interpretación de la estrategia de acumulación en cuestión descansó explícita­mente el discurso de laCTA y del FRENAPO, así como el discurso de los sectores más populistas de las coaliciones progresistas del FREPASO, del ~Rl y, en nuestros días, de la coalición de gobierno montada por Kirchner desde su eleccwn.

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La hegemonía menemista

de su burguesía nacional y productiva como el siguiente: "¿Desea la clase dirigente argentina recrear la sociedad, como lo hizo hace cien anos, y salvaguardar nuestra viabilidad como nación, o se trata de simples gru­pos hegemónicos que velan por la rentabilidad de sus inversiones, consi­derándose, a sí mismos, y a sus negocios, de paso en el territorio nacio­nal>" (Beremblum en AAVV 2001, p.212). O bien puede renunciar a su nostalgia intuyendo, de manera más realista, el hecho de que tanto aque­lla supuesta burguesía nacional y productiva como esta supuesta burgue­sía transnacional y rentística participan ambas, irremediablemente, de una única dín3.mica de acumulación comandada por un capital-dinero global. Intuir, decimos, porque su sociologia rraccionalista puede rendir cuenta de la residencia de los tenedores de bonos de la deuda externa o del grado de transnacionalización alcanzado por los grandes grupos eco­nómicos locales, aunque nunca explicar satisfactoriamente esta integra­ción de la burguesía doméstica en aquella dinámica única de acumula­ción comandada por el capital-dinero global Esta actitud más realista distingue, justamente, al neopopulismo de! populismo a secas. Pero este realismo se evapora cuando, privado de ese componente clave de la alianza de clases promovida por el populísmo tradicional y, por ende, privado de sujeto social alguno, nuestro narrador neopopu!ista desplaza hacia el Estado ese sujeto que no encuentran en la sociedad. Escribe Basualdo en este sentido ,que "la solución de la dramática problemática de la deuda externa se debería construir a partir de una acumulación de poder sus­tentado en los otros dos aspectos: restituyéndole autonomía a la política estatal respecto a las presiones de los organisn1os internacionales y 'disci­plinando' al capital concentrado interno a través de una drástica modifi­cación de las pautas de distribución del ingreso, de la reconstitución de la capacidad regulatoria y redistributiva del Estado y del desplazamiento de la valorización financíera como núcleo central del cornportamiento económico" (2000b, p. 63-64). 333 Pero va de suyo que este desplazamien­to, simplemente, desplaza el problema en lugar de solucionarlo. Sin contar siquiera con una alianza de clases que sustente políticamente esas su­puestas autonomía y capacidad reguladora -que aquí significan, vale re­marcarlo, una autonomí.a y una capacidad reguladora del Estado capíta-

313 Demás está decir que es[e viraje de la argumentación presupone una concepción sumamente ingenua, instrumentalista, del Estado capitalista.. "El Estado -puede leerse en un documento de laCTA- es una herramienta que no es ni buena ni mala en sí misma: un martillo puede ser usado para construir o para destruir, depende de quién lo utilice. Ahí se define la voluntad, la intención política. Este gobierno, no el Estado, tiene perfectamente definido cuál es el modelo de vida que alienta" (CTA-ATE 1997).

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Capítulo 5. Anatomía de la besiia: convertibilidad y hegemonía menemís_ta

lista respecto del capital en su conjunto, y ya no de sus fracciones pani­culares-, la supuesta solución se revela como una parte del problema mismo. Pero digamos que, aún en términos más generales, tanto aquella distinción entre supuestas fracciones burguesas nacionales y productivas y supuestas fracciones transnacionales y rentísticas (véase Clarke 1987) como aquella noción misma de un capitalismo dominado por las finan­zas (véase Bonnet 2003) son, incluso en sus mejores versiones e incluso en sus aplicaciones a otros casos de políticas neoliberales, expedientes populistas completamente ideológicos. 3·34

La segunda interpretación de la convertibílidad que debemos discutír es, desde luego, la interpretación apologética de los propios neoliberales. Pero la discusión de esta interpretación es mucho más compleja de lo que parecería a primera vista. Comencemos citando dos fragmentos del ministro Cavallo y su viceministro Llach. "Quiero explicar qué es la con­vertibilidad -decía Cavallo. Porque lo que se inició en 1991 no fue un cambio más de política económica. Se trató de un cambio de organiza­ción econóinica, de reglas de juego, casi un ca1nbio de sistema [ ... ] Así la convertibilidad tiene la virtud de llevar a los agentes económicos a ocu­parse de los verdaderos determinantes de la competitividad, que no son otros que los determinantes de la productividad en toda la economía. Al calcularse los costos, y al preocuparse todos por bajar los costos de pro­ducción, de inversión, de mano de obra, estamos llevando a que aumen­te la productividad de la economía. Y al aumentar la productividad au­lnenta de manera sostenible la competitividad externa [ ... 1 Pero para que se pueda abandonar el tipo de cambio fijo -que es lo que aparentemente molesta a muchos respecto de este régimen- y para que la gente siga utilizando voluntari.an1ente la moneda argentina, ésta tiene que ser mejor que -en este caso- el dólar. Mejor significa que en lugar de desvalorizarse tiene que valorizarse. Una valorización genuina, que tenga que ver con aumentos de productividad" (Cavallo en AAW 1996). "La opción por la convertibilidad -repetía Llach- es una opción por las reglas en mucha mayor medida que cualquier otro régimen monetario y cambiarlo, que siempre tienen componentes de discrecionalidad. ! ... ] El sistema de con-

'34 La mencionada critica de C1arke (1987) se refiere a los clásicos análisis dellhatcheris­

mo en términos de predominio de los intereses de la city financiera londinense, así como la nuestra (2002) a los mejores análisis franceses de la financi.arización en términos de la imposición de un modelo anglosajón de capitalismo. Pero las cosas son, ciertamente, más precarias en nuestro medio. Véase la narración del pasaje de un capítalismo productivo a un capitalismo rentístico en Calcagno y Calcagno (200lb), así como el dossier AAVV (2001).

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La hegemonía menemista

vertibilidad junto a la apertura de la economía tienen adosado un meca­nismo de crecimiento económico o sesgo productivista consistente en la instauración de una economía empujada desde la oferta y en la que to­dos están obligados a aumentar la productividad [. .. ] Esta presión com­petitiva y las oportunidades de inversión determinan que la productivi­dad crezca mucho más rápidamente en nuestro país, aproximándose así gradualmente a los niveles de productividad norteamericana" (Liach 1997 p.l27, 140).335 '

Una lectura atenta de estos fragmentos sugiere inmediatamente la pa­radójica pregunta: ¿son semejantes nuestra interpretación de la converti­bilidad y la interpretación de sus apologetas neoliberales? Y la paradójica respuesta a esta paradójica pregunta es: sí, son semejantes en algunos aspectos decisivos. Cavallo y Llach aciertan cuando afirman que la con­vertibilidad supone una orientación ofertista, en el sentido de que obliga a los capitalistas a ocuparse de los determinantes en última instancia de la competitividad, es decir, a no ocuparse del tipo de cambio sino de la productividad. A esto nos referimos, antes, diciendo que la convertibili­dad imponía una presión"hacia el aumento de los niveles de explotación del trabajo, así en términos de extracción de plusvalor absoluto como relativo, a partir de su supresión del recurso a la devaluación competiti­va. Cavallo y Llach aciertan asimismo cuando sostienen que la converti­bilidad por ley, por consiguiente, debería convalidarse mediante aumen­tos de la productividad del capitalismo doméstico superiores a los au­mentos de la productividad del capitalismo norteamericano que permi­tieran una genuina valorización del peso respecto del dólar. A esto nos referimos antes, precisamente, en términos de la carrera del peso conver­tible detrás del dólar -por supuesto que el optimismo de ambos acerca de las posibilidades de que el peso ganara dicha carrera es excesivo, delirante incluso, pero estamos analizando discursos de dos funciona­rios comprometidos en esa carrera. Todavía más. Cuando Cavallo procla­ma, en una suerte de entusista crescendo, que la convertibilidad implicó un cambio en la organización económica, las reglas de juego, el sistema, no encuentra la palabra o no puede decirla: se trata del dísciplinamiento dinerario generalizado que sostuvo a la hegemonía menemista.

Estas afirmaciones pueden sugerir a su vez otra pregunta: ¿nuestra interpretación de la convertibilidad consiste, entonces, en esa interpreta-

m Interpretaciones semejantes de la convertibilidad, naturalmente, se encuentran en el discurso de otros cuadros del neoliberalismo (véa~e por ejemplo Obschatko, Sguiglia y Delgado 1994, Sturzenegger y Sosa 1995, etc.). Aquí optamos, simplemente, por resca~ tar e1 discurso de sus propios responsables.

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Capitulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista

ción neo liberal en una jerga marxista? La respuesta a esta pregunta es aún más paradójica que la anterior -no, precisamente al revés-: esa interpre­tación neoliberal es una presentación mistifl.cada de la interpretación marxista. No estamos diciendo, naturalmente, que esos funcionarios neo­liberales sean marxistas encubiertos. Decimos que en este asunto nos enfrentamos, una vez más, con la consabida coincidencia entre los dis­cursos más conservadores y los más críticos. La razón de este encuentro es sencilla: ambas interpretaciones intervienen en un mismo terreno (de la lucha de clases), remiten a un mismo proceso (de desarrollo de esa lucha de clases) y asumen una perspectiva respecto de ese proceso (una posición de clase, aunque inversa). Las interpretaciones neoliberales de la convertibilidad se aproximan más a la verdad que las neopopulístas precisamente porque asumen una perspectiva de clase (inconfesa en prin­cipio, aunque la medida en que sea confesada depende a su vez de la medida en que las relaciones de fuerza entre clases les sean favorables), mientras que éstas no remiten a perspectiva de clase alguna (aunque, por supuesto, invoquen constantemente a las clases, fracciones, grupos, etc.). En pocas palabras: interpretar la convertibilidad desde el punto de vista de los intereses actuales de la gran burguesía en su conjunto permite -aunque ciertamente no garantiza- un acercamiento mejor a la verdad que interpretarla desde el punto de vista de los intereses virtuales de una burguesía nacional y productiva que simplemente no existe. Pero aquel encuentro entre los discursos conservadores y críticos no conduce, desde luego, a matrimonio alguno. La razón de esta ruptura prematura no radi­ca meramente en que ambos discursos se encuentran comprometidos con prácticas políticas mutuamente excluyentes. Radica en que ese compro­miso con distintas prácticas políticas no es contingente, sino constitutivo de ambos discursos, aunque esto de modos diferentes. El clasismo de la crítica marxista se encuentra en su asunción misma de que sus conceptos remiten a formas de relaciones sociales antagónicas. El clasismo de la apologética neoliberal se encuentra, en ca1nbio, en que sus conceptos son minados desde adentro por un antagonismo no asumido. El clasis­mo es constitutivo en ambos casos, pero como sustento de la crítica en el primero y de la mistificación en el segundo. Por este motivo afirmamos que la interpretación neoliberal de la convertibilidad es una presenta­ción mistificada de la interpretación marxista y no visceversa. En efecto, la interpretación neoliberal reduce de hecho la competitividad a la pro­ductividad y la productividad a los costos laborales unitarios, de acuerdo con la crítica marxista, pero contra sus propias mistificaciones teóricas sobre la diversidad de las ventajas comparativas del comercio internado-

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La hegemonía menemista

nal y la productividad multifactorial. La interpretación neoliberal vincu­la de hecho la evolución del tipo de cambio con la competitividad de la economía doméstica en el mercado mundial, de acuerdo con la critica marxista, de nuevo, pero contra sus propias mistificaciones teóricas sobre tipos de cambio de paridad de poder adquisitivo. Y así sucesivamente.

Volvamos ahora a nuestra interpretación de la convertibílidad. Sostu­vimos antes que la convertibilidad implicaba una presión hacia el incre­mento de la explotación del trabajo, que implicaba a su vez una presión hacia una reestructuración capitalista que impusiera una nueva est.rate~ gía de acun1ulacíón. La convertibilidad había desatado así una tercera carrera, la decisiva, del peso convertible. En efecto, los tipos de cambio son determinados por la competitividad de los capitales territorializados en las economías nacionales en cuestión en el mercado mundiaL a eco­nomías nacionales lideres, como seguía siendo la norteamericana, en el largo plazo tienden a corresponder altos tipos de cambio. 336 La converti­bilidad por ley, entonces, debía refrendarse en el futuro mediante un aun1ento de la competitividad de la economía argentina en el mercado mundial, es decir, a través de un aumento de la explotación del trabajo que sostuviera a su vez ese aumento de la competitividad. Esta carrera podía desarrollarse sobre dos senderos distintos conforme, precisamen­te, esos dos componentes de la tasa de explotación del trabajo antes men­cionados. En condiciones de auge de la economía, que en nuestro caso eran alimentadas por el ingreso de capitales desde el exterior, dicha ca­rrera descansaba en la capacidad de los capitalistas de aumentar la pro­ductividad del trabajo, empleando su capacidad instalada ociosa en pri­mera instancia, racionalizando la organización y los procesos de trabajo en segunda lnstancia y, una vez agotadas estas fuentes de aumento de la productividad, y en tercera fnstancia, invirtiendo en nuevas tecnologías. Por el contrario, en condiciones recesivas, en nuestro caso acompañadas por un reflujo de capitales externos que desencadenaba una espiral de­flacionaria, dicha carrera dependía de la capacidad de los capitalistas de reducir los salarios nominales. Esta posibilidad de reducir los salarios

''11 Remito nuevamente a Shaikh (1999a). Véanse asimismo, en nuestro medio, los interesantes aportes de Asta rita (2004, especialmente capítulo ll) en este sentí do. m Estas condiciones de auge y de recesión se veían <l su vez sobredeterminadas, como dijimos, por el comportamiento de la divisa de referencia en relación con otras divisas clave que tiene lugar durante la segunda mitad de los 90. En efecto, en 1995 se inició un proceso de revaluación del dólar respecto de las principales divisas que alcanzó sus puntos culminantes con un 48% respecto del marco en 2000 y un 39% respecto del yen en 1998 (en base a los promedios anuales de tipos de cambio provistos por el Pacifír Exchange Rate Scrvice de la University of British Columbia).

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Capítulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista

nominales se veía a su vez potenciada por los elevados niveles de desem­pleo generados en el propio período de auge, debido a la quiebra de empresas no competitivas y a la reconversión ahorradora de trabajo de las empresas sobrevivientes, y disparados en el período recesivo a raíz del aumento de esas quiebras y las reducciones de plantas. 337 Las interven­eíones del Estado neoconservador ayudarían a los capitalistas, por su parte, a correr en ambos senderos. El Estado implementaría una serie de medidas propiamente reaganianas de apoyo a la rentabilidad capitalista, como la reducción de aportes patronales a la seguridad social, las refor­mas tributarias regresivas y alicientes varios a la inversión, la generación de oportunidades de inversión rentable a través de privatizaciones y la legalizacíón de contratos y condiciones de trabajo precarizados, en los períodos de auge. 338 Y recurriría, en los períodos recesivos, a medidas incluso más ortodoxas, como los recortes salariales en el sector público que potenciaban los recorres impuestos por los empresarios en el sector privado. Acaso sea superfluo remarcar que esta carrera del peso converti­ble, en cualquiera de sus senderos, se correría en el estadio de la lucha de clases: su resultado dependería de la confrontación entre esa ofensiva de la burguesía que apuntaba a aumentar los niveles de explotación del trabajo y la resistencia de los trabajadores_ Pero menos superfluo es re­marcar que del resultado de esta tercera carrera, la decisiva, dependerían los resultados de las restantes. El respaldo en dólares de la expansión de la base monetaria en pesos convenibles dependería del ingreso de dóla­res a través de las exportaciones y/o el ingreso de capitales, es decir, de la balanza de pagos. Pero esta balanza de pagos dependía en su conjunto, como ya senalamos, de estos niveles de explotación del trabaJO que la burguesía lograra imponer internamente. El equilibrio fiscal dependería de la capacidad del Estado de incrementar sus ingresos y/o de reducir sus gastos pero, mientras que sus ingresos dependerían férreamente de los niveles de actividad interna y se contraerían en caso de una recesión originada en la insuficiencia de ese incremento en los niveles de explota­ción del trabajo, la reducción de sus gastos o el aumento de su presión lmpositiva resultarían en una profundización de la recesión misma. El financiamiento del desequilibrio fiscal dependería por su parte del acce-

Medí das como éstas se encuentran efecrívamente emparentadas con la doctrina ofer­~ista, ~~su vertiente más liberal (Laffer, Feldstein), que apunta a estimular el ahorro y la mverswn a través de la reducción de impuestos y la remoción de regulaciones que afectan la re~ta~ilidad ~apitalista. La primera traducción de esta doctrina ofertista a la política economJCa remne, desde luego, al programa lanzado por Reagan en EEUU a comíenzos de 1981 (véase Cleaver 1981).

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La hegemonía menemista

so del Estado a los mercados financieros doméstico e internacionales y, mientras que un deterioro de la balanza de pagos cerraría las puertas a éstos últimos, el recurso al primero profundizaría la recesión.

El resultado global de esta carrera del peso convertible entre 1991 y 2001 puede resumirse en una tasa de crecimiento anual promedio del PBI del 3,6% -el producto de 2001 equivalía asi a un tercio más que el correspondiente a 1991; una tasa promedio de aumento de la inversión interna bruta fija de aproximadamente el 6,6% anual- el stock de capital agregado de 200 l era, a precios constantes, alrededor de un tercio supe­rior al de 1991; una tasa de aumento de la productividad del trabajo que se habría ubicado en torno al 5,3% anual; la productividad de 2001 excedería en dos tercios la vigente en 1990; un salario real básicamente estancado y un nuevo piso para la tasa de desempleo por encima dell2% de la PEA. 339 Pero estos datos globales de desempeno de la economía argentina durante la década no alcanzan para entender adecuadamente la dínámica de la carrera del peso convertible. Si se analiza nlás deteni­damente ese desempeüo, en cambio, se advierte enseguida que fue alta­lnente cíclico. Mucho más importante aún: se adviene también que las recesiones fueron cada vez rnás profundas y duraderas; que paulatina­mente el sendero cleflacíonísta se impuso, en consecuencia, como sende­ro único para la carrera del peso; que, a pesar de la carrera, la posición de la economía argentina en el mercado mundial siguió deteriorándose; que la gran burguesía argentina, en síntesis, perdió poco a poco su carre­ra del peso convertible.

En efecto, la econmnia registró intensas fluctuaciones durante la dé­cada de los noventa. El producto se incrementó a una tasa del 14,8% y la ínversión a una del 42,9% anuales en la recuperación inmediatamente posterior a las crisis hiperinl1acíonarias, es decir, entre el primer trimes­tre de 1991 y el segundo de 1992. Pero ambos sufneron ya una breve desaceleración, con tasas anuales del 0,6 y 4,3% respectivamente, entre el segundo trimestre de 1992 y el primero de 1993. La recuperación posterior, que registró tasas del 10,9 y 33,3% anuales entre el prin1er trimestre de 1993 e igual período de 1994, fue cerrada por la denomina­da "crisis del tequila". En realidad, la recesión de 1994-95 se puso de manifiesto ya como una desaceleración del producto y la inversión antes

339 En base a datos del MEyOSP (PI3l e HBF; ésta última no incluye los datos correspon­dientes al cuarto trimestre de 2001, que registró un descenso mucho más profundo de la inversión que los ya registrndos en los tres trimestres previos), Boletín Informativo Tcchint 307, julio-septiembre 200 l ·(productividad, entendida como costos laborales unitarios, que no incluye datos de 2001) e lNDEC (desempleo).

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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonia menemista

de que se propagaran las consecuencias de la crisis mexicana de diciem­bre (en tasas anuales de 3,6 y 3,6% entre el primer y el cuarto trimestre de 1994), para convertirse en depresión abierta desde entonces (-lO y -30% entre el cuarto trimestre de 1994 y el tercero de 1995). La prolon­gada recuperación posterior (8 ,2 y 20,6% entre el tercer trimestre de 1995 y el segundo de 1998), finalmente, quedó clausurada con la depre­sión dentro de la que se derrumbaría la convertibilidad a fines de 2001."0

Pero, además de esta intensa ciclicidad, pueden constatarse algunas ten­dencias más duraderas que subyacen a esas fluctuaciones. Las recesiones fueron cada vez más profundas y duraderas. Mientras que la primera recesión (1!11992 a 1/1993) consistió en realidad en una breve desacelera­ción, la segúnda (l/1994 a lll/1995) fue más extensa y coronada por tres trimestres de depresión abierta y la tercera (ll/1998 en adelante) alcanzó el récord histórico de casi tres all.os de duración (sin cmnputar su pro­longación posterior a la caída de la convertibilidad). 341 Esto condujo a su vez a que, aunque la carrera del peso convertible se desarrolló en ambos senderos conforme esos períodos de auge y recesión, su modalidad de­Dacionaria fue imponiéndose paulatinamente como la única posible.

No podemos detenernos aquí en cada una de las vicisitudes que atra­vesó el peso convenible en su carrera detrás del dólar. Nos referiremos en cambio a su carrera en conjunto y a sus resultados: ¿en qué medida el peso convertible se aproximó al dólar, es decir, en qué medida la gran burguesía pudo imponer ese aumento de la tasa de explotación del tra­bajo que sustentara una mejor inserción del capitalismo argentino en el mercado mundial? Un primer acercamiento a esta cuestión decisiva pue­de realizarse confrontando simplemente la evolución de la magnitud de la fuerza de trabajo explotada y el producto producido, sobre la base de un salario estancado. Entre 1991 y 2001 el PBI se incrementó un 28% (y

J·m Los datos de producto e inversión, que reflejan las tasas de crecimiento equivalente anual entre exlremos, son de CEPAL (elaborados por Heymann 2000). 3 ~ 1 La desaceleración de ll/1992-l/ 1993 parece haber reflejado simplemente la finaliza­ción de un periodo de catch-up iniciado tras los procesos hiperinflacionarios. Entre.¡¡¡ 1991 (lanzamiento de la convertibilidad) y 11/1992 (inicio de esta desaceleración), b actividad industrial se incrementó un 20% y el uso de la capacidad instalada ascendió a un 74%, i.e., cerca de su máximo hístórico (datos FIEL). Esto sugiere que dicha desace­leración respondió al agotamiento de la utilización de la capacidad previamente instala­da, de modo que la subsumiremos de aquí en adelante dentro del período expansivo U 1991-IV/1993. }~l El incremento de la PEA empleada resulta de la aplicación de la tasa de desempleo promedio mayo-octubre de 1991 y 2001 a la PEA total informada por los censos nacio­nales de dichos años. El incremento del PBI está sometido a las consideraciones de rigor debido al cambio de la serie en 1993. Los datos provienen en ambos casos dellNDEC.

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entre 1991 y 1998, último año expansivo, casi un 40%), mientras que la PEA empleada se mantuvo prácticainente estable (se incrementó apenas un 2%, o un 3,4% entre 1991 y 1998).'"' Esta confrontación, aunque grosera, alcanza para sugerir un incremento importante en los niveles de explotación del trabajo a escala de la sociedad en su conjunto. Una con­frontación más desagregada entre la evolución del producto y el empleo durante la década ratifica esa sugerencia. La recuperación inmediata­mente posterior a las crisis hiperinflacionarias fue acompañada por un aumento del empleo (de 36,8% en junio de 1991 a 37,4% en mayo de 1993), derivado de un aumento de la tasa de actividad (de 39,5 a 41,5%) suficientemente intenso, a su vez, como para generar un aumento simul­táneo de las tasas de desempleo (de 6,9 a 9,9%). El empleo, empero, se redu¡o drásticamente entre mediados de 1994 y mediados de 1995, para esta~carse en adelante (véase Beccaría y López 1997). El empleo se redu­jo entonces, de ese 36,8% registrado en mayo de 1993, a un 34% en mayo de 1996, es decir, en el peor momento de la crisis de 1995-96. Pero el elemento decisivo radica en que el empleo ya había comenzado a con­traerse desde mediados de 1993 (a 37,1% en octubre de 1993 y 36,7% y 35,8% en mayo y octubre de 1994) y se estancaría durante la recupera­ción posterior (en un 35,35% entre octubre de 1996 y mayo de 1998). El aumento inicial del empleo se había evaporado -incluso más: ese au­mento inicial se había debido a un incremento del cuent.apropismo y la subocupaci.ón, puesto que el empleo asalariado de tiempo completo ha­bía Estado estancado desde un comienzo. En síntesis: mientras el pro­ducto se incrementó en casi un 40% entre 1991 y 1998, el porcentaje empleado de la población en condiciones de trabajar se mantuvo estan­cado en algo menos de un 37%. Este estancamiento tuvo como contraca­ra, dada una tasa de crecimiento vegetativo de la población relativamente baja (1 ,3% anual) pero un sostenido incremento de la tasa de actividad (que alcanza un 42,4% en mayo de 1998), un aumento sin precedentes históricos del desempleo y del subempleo. En efecto, el desempleo pro­medio durante el período inicial de auge ele la convertibilidad (1991-1993) se ubicó en un 7,6%, esto es, mayor al promedio registrado duran­te la recesJVa década prevía (5,5% para 1980-1990). Y el desempleo se disparó durante la recesión posterior, naturalmente, alcanzando un pro­medio del 15,4% (1994-1996). La fuerte recuperación posterior redujO ciertamente ese desempleo, pero sólo a un promedio de 13,85% (1997-1998), es decir, a un nivel muy superior al vigente durante el auge pre­vio. Y la recesión volvió desde entonces a elevar ese promedio a un 15,4% (1999-2001). La tasa de desempleo pareció haber encontrado así un nue-

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Capítulo 5. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemista

vo piso, ubicado arriba del 12% (octubre de 1998), y un nuevo techo, por encima del 18% (mayo de 1995 y octubre de 2001). El subempleo siguió de cerca a su vez ese comportamiento del desempleo, aunque su incremento resultó aún más sistemático: ascendió del 8,5% en 1991-93 al!l,Sen 1994-96,al13,3en 1997-98yal15,5en !999-0l. Ahora bien, estas tasas de subempleo deben añadirse a las mencionadas tasas de des­etnpleo, para nuestros fines, en la medida en que corresponden a moda­lidades de trabajo de baja productividad y excluidas en buena parte de la explotación capitalista propiamente dicha (doméstico, urbano informal, rural atrasado) que operan como mero refugio de los desempleados. Esto induce a pensar que los niveles de explotación de la fuerza de trabajo serían aún mayores que los sugeridos por aquella confrontación entre empleo y producto. Y, como contrapartida de este aumento del. subem­pleo, se incrementó asimismo el sobreempleo de los trabajadores plena­ntente empleados (véase Sanmanino 2004). La extensión de la jornada se incrementó así sistemáticamente, hasta alcanzar las 2040 horas anuales hacia el final del período (según datos de OIT). Y el número de trabaja­dores sobreempleados (i.e., empleados por encima de 45 horas semana­les) se incrementó significativamente, aunque fluctuando conforn1e las variaciones en los niveles de actividad: aumentó con el auge inicial (de 2,268 a 2,699 millones de trabajadores entre junio de 1991 y mayo de 1994), retrocedió levemente con la recesión (a 2,555 millones en octubre de 1995), volvió a ascender con la recuperación posterior (a un máximo de 3,253 millones en octubre de 1999) y retrocedió más marcadamente desde entonces (2,930 millones en octubre de 2001, según datos de lN­DEC). También esto induce a pensar que los niveles de explotación de la fuerza de trabajo serían mayores a los que sugiere la confrontación entre empleo y producto. Pero la consideración de esta evolución del mercado de trabajo en su conjunto sugiere una conc.\usión aún más precisa. La convertibilidad parece haber impuesto una presión, en ese sentido de un aumento de los niveles de explotación del trabajo, que desnudó una profunda brecha de empleo preexistente (véase Monza 1996). Se trata de una discrepancia entre. las dinámicas de la acumulación y del crecimiento de la fuerza de trabajo disponible, originada (por el es­tancamiento del producto) y a la vez escondida (por el estancamiento de la productividad) durante la década y media previa. La convertibi­lidad parece haber desencadenado así un cambio radical en el merca­do de trabajo en su conjunto.

Un segundo acercamiento a nuestra cuestión acerca de en qué me ... dida la gran burguesía pudo imponer un aumento de la tasa de ex-

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La hegemonía menemista

plotación del trabajo, que sustentara una mejor inserción del capita­lismo argentino en el mercado mundial, puede realizarse construyen·· do directamente un indicador de esa tasa de explotación. Gigliani (1998) proporciona en este sentido una estimación de la evolución del costo laboral unitario (un proxy inverso de la tasa de plusvalor) durante la década.H 3 Y apenas una mirada alcanza para encontrar en esta evolución las huellas de la carrera del peso convenible. Mientras el salario real permanece prácticamente estancado durante la década (aun­que con sus contracciones de rigor durante los períodos deflacionistas), el costo salarial y la productividad del trabajo tienden ambos a incre­mentarse sostenidamente. Esto significa, justamente, que la convertibili­dad presionaba sobre la competitividad de los capitalistas (dado el estan­camiento de los salarios, ese aumento de los costos salariales respondía a la presión que ejercía la convertibilidad sobre los precios de las mercan­cías sometidas a la competencia internacional) y los capitalistas enfrenta­ban esa presión aumentando los niveles de explotación del trabajo (sea extrayendo más plusvalor en términos relativos mediante el aumento de su productividad en los periodos de auge como, en su defecto, intentan­do extraer más plusvalor en terminas absolutos reduciendo salarios y estirando jornadas laborales en los períodos de recesión). 3"'"' Aquellos sa­larios resultaban pues, a la vez, demasiado bajos para los trabajadores, en términos de su poder adquisitivo, y demasiado altos para los capitalistas, en términos de sus costos salariales. La clave para la carrera del peso radica entonces en comparar las dinámicas de los costos salariales y la productívidad del trabajo. La evidencia muestra que los costos salariales aumentaron significativamente entre 1991 y 1994, aunque se redujeron

l-n Este costo laboral unitario es el cociente entre el costo sabrial por obrero y la produc­riv1dad por obrero, siendo el primero e1 salario medio industrial (el salario pagado por los capitalistas en la industria) deflactado por los precios mayoristas no agropecuarios (un proxy de los precios a los que venden sus mercancías esos capitalistas industriales), y la segunda, el valor físico de la producción industrial ajustado por la evolución ?e. lo: precios industriales por obrero ocupado, tal como es calculado por el INDEC (G1gham 1998). Ese costo laboral unitario podría tomarse entonces como la participación de los trabajadores industriales en el producto agregado de la industria y, por consiguiente, como un proxy inverso de la tasa de plusvalor (la metodología se aproxima a la expuesta en Shaikh y Tona k 1996, apéndice L)_ J·H La magnitud de esa presión sobre los precios de las mercancías sometidas a la compe­tencia internacional puede estimarse considerando la evolución de los precios relativos internos entre transables y no-transables o la evolución de los precios transables en relación con el dólar. La relación precios industriales 1 precios de servicios llegó así a deteriorarse en más de un 40%, así como el tipo de cambio real del dólar deflacta·do por los precios mayoristas un 25%, ames de que se iniciara la crisis (véase Gigliani 1998).

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Capitulo S. Anatomía de la bestia: convertibilidad y hegemonía menemist~

con la crisis de 1995-96 para estancarse durante el resto de la década. La productividad, en cambio, aumentó de una manera mucho más sosteni­da, registrando retrocesos muy leves durante los picos de las recesiones (1995, 1999 y 2001). El crecimiento de la productividad registró así una dinámica mucho más sostenida e intensa que el incremento del costo salarial. Y el costo laboral unitario, nuestro proxy inverso de la tasa de plusvalor, descendió durante la década. Novick (2004) estimó asi para el conjunto de la década incrementos anuales promedio del costo salarial de un 1,8% y de la productividad del 4,5%, que redundaron en un descenso del costo laboral unitario anual promedio de un 2,6% anuaP.,5

La conclusión que se sigue de estos argumentos es que la implemen­tación de la convertibilidad, no sólo desató una dinámica donde la inser­ción exitosa del capitalismo argentino en el mercado mundial exigía una presión constante hacia el incremento de la explotación del trabajo, sino que esta presión alcanzó resultados muy tangibles durante la década de los noventa. El peso convertible, en pocas palabras, corrió efectivamente detrás del dólar. Pero también sabemos que la convertibilidad acabó hun­diéndose a fines de la década en medio de una crisis sin precedentes. El peso convertible corrió detrás del dólar pero, como Aquiles a su tortuga en la célebre paradoja del eleático, nunca logró alcanzarlo. En efecto, la posicíón del capitalismo argentino en el mercado mundial fue deterio­rándose paulatinamente durante la década. A pesar de los aumentos de productividad y competitividad de ciertos sectores o empresas panicula­res (los complejos aceitero y lácteo, la industria de los fertilizantes y de los tubos sin costura, entre ellos), la posición de conjunto del capitalis­mo argentino en el. mercado mundial resultó den1asiado precaria com.o para convalidar la convertibilidad, cmno se aprecia a la luz de ciertos indicadores de productividad y competitividad comparativa y, en defini­tiva, a la luz de la persistente tendencia hacia déficits comerciales y de pagos. -H6 Las importaciones aumentaron de manera más dinámica que las

Hs Nos concentramos, por razones de espacio, exclusivamente en la dinámica de la productividad y la competitividad en la industria. Sin embargo es preciso tener en cuenta que el agrobusiness, la integración del campo en el complejo agroindustrial, la incorpo­ración de nuevas tecnologías ~agroquimicos, maquinaria, fitosanitarios, semillas trans­génicas, etc.~, la concentración de la propiedad y el incremento de la composición orgánica del capital en la producción agrarias, en fin, repercutieron en un igualmente importante aumento de la productividad y la competitividad agrarias, a pesar del estan­camiento de los precios internacionales que signa la segunda mitad de los noventa. 3~6 Consideremos, por ejemplo, las posiciones relativas de Argentina y Brasil. La mencio­nada tasa de aumento de la productividad del trabajo industrial debe1ía haber sido de un lO% anual para que la economía argentina mantuviera su competitividad vis a vis la

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La hegemonía menemista

exportaciones durante la década (145 y 114% respectivamente), en am­bos casos por aumentos más que proporcionales de las cantidades en un contexto general de precios a la baja, y acaso se haya registrado cierta primari.zación de éstas últimas (las exportaciones industriales en su con­JUnto retrocedieron del 68,9% en 1991 al 64,1% en 2001). Déficits y superávits comerciales permanecieron asociados, respectivamente, a pe­riodos de auge (1992-94 y 1997-99) y de recesión (1995-96 y 2000-01). Déficits sistemáticos y crecientes en los flujos de servicios y de rentas hicieron, en cualquier caso, que la cuenta corriente del balance de pagos permaneciera en rojo durante toda la década. Y fue el ingreso de capita­les el que compensó, salvo en los peores momentos de recesi.ón (en 1995 y 2000-0l), ese déficit corriente. La cuenta capital fue así sistemática­mente superavitaria hasta el derrumbe de la convertibilidad. En síntesis: se registró durante la década la dinámica característica de una economía con crecientes dificultades de inserción en el mercado mundiaL "El tra­yecto del héroe será infinito y éste correrá para siempre -escribió una vez ]. L. Borges-, pero su derrotero se extenuará antes de doce metros, y su eternidad no verá la terminación de doce segundos". El peso convertible había corrido, pues, aunque no lo suficiente.

brasileña durante la década (véase el Bolctin Informativo Tcchint 307 ames citado). El tipo de cambio sobrevaluado determinaba, por s~ parte, que a fines de la década los costos salariales promedio en la industria brasllena (incluyendo sueldo, aguinaldo, vacaciones, cargas sociales y premios), con el real a USD l ,9 resultante de la devaluación de 1999, fueran de USD 9.000 anuales cóntra USD 18.400 para la industria argentina (Página/12, 21111/99).

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Capítulo 6 La muerte de la bestia. Lucha de clases

y hegemonía menemista

En el capítulo anterior, aunque no sin recuperar muchos elementos avanzados en capítulos previos, analizamos la anatomía de esta bestia de la hegemonía menenTista. Pero toda anatomía organiza fortalezas y tam­bién deblhdades. Y la anatomía de esta bestia no es una excepción. En este capítulo debemos analizar la ansiada agonía de la hegemonía mene­mista durante el proceso de luchas sociales que se desenvuelve en las postrimerías de los noventa y su muerte en la insurrección de diciembre de 2001. Las repercusiones de estas jornadas de diciembre en el país, e incluso en el extranjero, fueron muy amplias -cada acto de rebeldla de los explotados y dominados, en cualquier rincón del planeta que sea su escenario, convoca a la esperanza- y ya son innumerables los inLenr.os de analizar sus características. Nosotros sostenemos que el proceso de ascen­so de las luchas sociales que culminó en esta insurrección de diciembre debe analizarse vis-a-vis las características, que venimos analizando en los capítulos precedentes, de la hegemonía menemista que agonizó y murió en el seno de dicho proceso. Y sostenemos, asimismo, que el aná­lisis de ese proceso de ascenso de las luchas sociales que culminó en la insurrección de diciembre ayuda, a su vez, a precisar y confirmar este análisis de la hegemonía menemisLa.

Puede plantearse una objeción ante esas afirmaciones: ¿suponemos enr.onces que las luchas sociales no son creativas, es decir, que son inca­paces de desenvolverse mediante modalidades ajenas a las sancionadas por la explotación y la dominación capitalistas? El corolario político de semejante ausencia de creatividad sería trágico: sería impensable, enton­ces, que una revolución acabara con la explotación y la dominación ca-

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