B I B L I O T E C A D E L N lÑ O M EX IC A N O

MAUCCI H.os — MÉXICO

B I B L I O T E C A D E L N lÑ O MEXICANO

MAUCCI H.os — MÉXICO

BIBLIOTECA DEL NIÑO MEXICANOTercera serie. — Después de la conquista

EL PALACIO DE COYOACANó

LOS TESOROS DEL IMPERIOPOR

H E R I B E R T O F R IA S

MÉXICOMaucci Hermanos. —Primera del Relox, 1

1900

EL PALACIO DE COYOACAN

¡Qué alegría hay en el palacio donde descansa de sus fatigas y proezas m ilita res el famoso y tr iu n fa n te cap itán H ernán Cortés!

Nos encontram os en u n magnífico banquete; es u n festín donde todos los oficiales y soldados q u e están vivos después de las ú ltim as bata­llas, se dedican á celebrar su s v ic torias.

Ya la ciudad de Tenochtitlán, an tes ta n o rg u ­llosa, ta n ex tensa y tan poblada, puesto qu e ten ía cerca de ochocientos m il h ab itan tes , y a la orgu llosa capital del Im perio m exicano, se en ­c u e n tra reduc ida á cenizas... ¡Sus ú ltim o s es­com bros fueron arrojados al lago!

¡Todo lo que significaba un m onum ento a r ­

tís tico , u n a obra de m érito en los teocallis, en los colegios ó en los palacios, era quem ado ó arrojado al agua!

L os españoles, en su fu ria de com pleta des­tru cc ió n , lo redu je ron á polvo, lanzando al v ien to del olvido los m onum entos de una civ i­lización tosca y sem ibárbara, pero llena de pre­ciosidades ex trañ as y curiosas, con d ignas be­llezas q u e dem ostraban qu e la raza natural era de g ran d es alcances y q u e podría te n er un magnífico po rven ir......

¡Todo fué arrojado al ag u a , al fuego, al a ire convertido en polvo!

¡La laguna tragó de repen te á la g ran c iu ­dad ... E l día 13 de Agosto de 1521, en que. por fin en tra ro n hasta el centro de Tenochtitlán los españoles, fué el ú ltim o d ía de u n im perio , del famoso im perio ezalteca, que habia sido an tes tan poderoso, qu e había ten ido su je tas á le ja ­nas provincias y m u y vastas reg iones, desde Xalisco hasta lo que ahora c o n s titu y e H ondu­ras y G uatem ala, abarcando su s dom inios las playas de los dos Océanos!...

¡Todo se había derrum bado!...

Después de sus ú ltim as v ic torias el caudillo conqu istado r H ernán Cortés m andó levan tar una hoguera inm ensa, una verdadera m ontaña de troncos de árboles, de pinos, encinas, oya­

cu e le s , ocotes, a h u chuetes y cuantos trozos de v ig u e ta s y m aderas labradas se encon traron en los tem plos y palacios derru idos, hallados en los despojos de la ciudad de Tenochtitlán!...

¡Qué m ontaña, qué p irám ide fu é aquélla! Ocupaba en su base como el doble de la pla­zue la de Santiago Tlaltelolco, y e ra tan a lta como dos ó tre s veces m ás que ten ían de al­tu r a las to rre s superiores de «Río-Verde»!...

Im ag inaos, a m ig u ito s m íos, qué espectáculo el de aquella form idable hoguera , levan tán­dose como un a m ontaña ard iendo , ilum inando rep en tin am en te todo el cen tro del Valle de Mé­xico, cual si fuera u n colosal candelabro de fuego , ilum inando con espectrales llam aradas ro jas todas las llanuras y flancos de las m on­ta ñ as , toda la ex tensión colosal del Valle!...

¡Parecía u n rápido volcán que súb itam en te se hubiese erig ido allá en Santiago Tlaltelolco , mascando el sitio en qu e m ás feroz había sido la contienda y m ás san g rien ta y form idable la batalla!...

A quella p irám id e , aquel enorm e cono de fuego, de brasas y de sangre , coronado por to r ­bellinos de legiones de chispas ro jas, cu y o ch isporroteo se escuchaba á leguas de leguas de d istanc ia y cuyos resplandores m aravillosí­sim os y fantasm agóricos realzaban pabellones inm ensos de v ivas escarlatas... para d ilu ir en segu ida, de u n toque á o tro , la cascada de flo­res de lum bre . ¡Oh! aquella p irám ide d e san­g re , —sangre lum inosa y centelleante, ilu m in ó el barrio de Tlaltelolco, a llá hacia el N orte de la capital!...

E l fuego color de san g re de aquella g ig a n ­tesca hoguera anunció en todo el Valle de Mé­xico q u e el Im perio del Anahuac, el im perio M éxico, te n ía su tu m b a y q u e aquel hacina­m ien to de llam as era la b u g ía form idable que ard ía en aquella tu m b a colosal!...

Y tre s días después... sólo tin ieb las y trá g i­cas soledades se ex tend ían en lo que fuese en u n tiem po alegre cen tro de com ercio y de pe­renne anim ación; eterno lu g a r de algazara y p un to de c ita de toda la g en te de in te reses y de negocios, colosal herv idero de com erciantes, artífices y soldados!

¡Mas todo h ab ía m u e r to ya!... ¡Q ué desiertas, q u é obscuros y tr is te s los canales qu e an tes eran conductos por cuyas aguas p a rtían come fi echas las canoas llevando el com ercio, la in ­d u s tr ia y la v id a !... ¡Qué soledad y qué lobre­g u ez allá en el fondo!... ¡Las ráfagas del N orte pasaban y a por lo que había sido la opu len ta y g ra n Tenochtitlán, haciendo el an tig u o Tlalte­

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loteo, an tes tem erizado de herm osos palacios e n tre los qu e se encontraba el del invencible príncipe Cuanhtemoctzin!...

¡Y ahora la noche, la soledad y el desierto!...¿Qué había sido de Tlaltelolco?¿Qué era de C uauhtem oczin?...Y ... la m ism a enorm e Tenochtitlán; la m ism a

capital del im perio azteca donde se hallaban?...¡Desolador y tr is tís im o era el espectáculo ...

la laguna se ex ten d ía redeada por p u en tes ro­tos, calzadas con g ra n d e s cortes, negros es­com bros y algo como m ontañas que eran las ru in as de la a n t ig u a c iudad !...

¡Parecía que para siem pre había volado el águ ila que d u ra n te cua tro siglos hizo llover rayos de prosperidad y g lo ria sobre el pueblo m éxica!...

Y m ientras todo era tr is te za y soledad en lo q u e an tes era Tenochtitlán, a llá hacia el S u r , en ligerísim a colina poblada de h u e rto s y flo­ridos ja rd in es , em balsam ada región deliciosí­

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sim a. Coyoacán abrigaba al palacio de H ernán C ortés.

En aquel palacio se disponían preciosidades para el t r iu n fa n te conqu istado r... ¡Sus cap ita­nes estaban tam bién contentísim os y por donde q u ie ra brillaba la alegría!...

A H ernán se le veía con su m ejor y m ás lu ­joso tra je de gala; brocados, terc iopelos, finos encajes, hebras de oro, hebillas de plata, jo y e ­les preciosos y engarces de p iedras fin ísim as d e las ú ltim as que acababa de recoger de sus aztecas... ¡E staba como nunca de ga lla rdo y ostentoso; pero tam b ién su tr is te z a era como nunca!...

¿En qué m editaba el caudillo? ¿No todo era g lo ria , placer, felicidad y esperanzas de g ra n ­des d ichas para el feliz conquistador?

¡Qué!... ¿No había conquistado ráp idam en te con solo u n puñado de hom bres a v e n tu re ro s y decididos como él, sin m ás elem entos qu e los m ism os suyos, no había realizado con todo éxito la conqu ista de un extenso, fé r ti l , po­blado y riqu ísim o te rr ito r io que form aba par­te de g ran d e im perio?...

¿No todo aquel im perio , con sus d iversos pueblos, sus lejanas y varias p rov incias, su s lagos, sus bosques, sus m ontañas, sus c iuda­des y h ab itan tes y fuen tes de oro y p la ta , d ia­m antes y opales, no todo era de él?

¿Qué m ás podría am bicionar hom bre a lg u no en la tie rra? ...

¡Y sin em bargo H ernán C ortés estaba tr is te allá en su palacio de Coyoacán cuando su s ca­p itanes y soldados lo adm iraban y lo env id ia­ban como á u n sem idiós!...

—¿En q u é pensaba?... Nadie podía ad iv in ar­lo y nadie se a trev ía á p re g u n ta rle palabra al­g u n a , re la tiv a á su tr is te z a , pues era siem pre m u y reconcentrado y hosco el conqu istador, m ás cuando se tra ta b a de asu n to s graves.

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E n u n pequeño cu a rto , aislado y casi secre­to , se in te rn ó el caudillo , m ien tras afuera en los patios y ja rd in es , en los salones y corredo­res todo era algazara.

Cortés se puso á pasear de u n lado al o tro del pequeño cuarto . Por fin en tró por un a p u e rta secreta que ocultaba u n petatatl de Tlaxcala de palm illa de d iversos colores, u n a joven de herm oso aspecto, de ojos viv ísim os, in te lig e n te s y de andar rápido y donairoso....

La joven se puso de rodillas, m u rm u ran d o : —¡Por fin, señor, por fin estás servido á tu

g u s to , oh m i buen amo!—¡Ah M alinche!... ¡ah Marina! ¿conque y a

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sabes dónde es tán los tesoros? ¡L im e, dímelo p ro n to !...

—No, señor... eso no... pero puedes saberlo... He arrancado á C uanh temoc el ju ram en to

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d e que te d irá donde ocultó todos los inm en­sos tesoros del Im perio , sólo conque tú con­sien tas en u n a pequeña licencia que le has de d a r para ver á u n a joven á qu ien am a!...

—¿Y si se la concedo, m e d irá dónde están lo s tesoros? —p reg u n tó ansioso el caudillo.—¡Me lo ha prom etíllo! —contesto M arina.

— ¡Que tra igan á C uauhtem oc! —g r itó en ton­ces H ernán C ortés. —¡A ver, Sandoval, trae d ­m e á ese joven!...

Clavó sus pup ilas fieras en C ortés, y lanzan­do u n a sorda im precación, rug ió :

—¡Ya sé lo q u ieres!... Los tesoros ¿no es verdad? pues óyelo bien ... ¿me perm ites que e sg rim a u n a macana, cu a lq u ie ra , y tú s acar la tu y a , esa tan herm osa qu e llevas... y me dejas que te derribe ... ó qu e tú me derribes?... Y si e so log ras, te prom eto por lo que m ás amo, d ec irte dónde están los m aravillosísim os teso­ros del Im perio azteca, a d v irtién d o te que en o los hay m ucho oro... Hay cuevas llenas de te juelas de oro; hay m ontones de esm eraldas, perlas y opales. ¡Jam ás sus rey e s habrán v isto ta n ta m arav illa , si como dices tú , lo m ejor para ellos es el oro!... ¡Dame u n a m acana, que qu ie ro pelear contigo!

M arina, la esclava in té rp re te de Cortés, fué traduc iendo estas palabras, á m edida q u e las iba pronunciando con a l t iv a cólera el te rr ib le prisionero.

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Cuando te rm in ó , M arina dijo á su amo H er­nán:

—Señor, no accedas, este méxica es u n a ág u i­la , y cu e n ta n que arm ado con m acana no hay hom bre que le resis ta !...

¡Nunca hubiera oído Cortés sem ejantes pala­bras! Inm ensa cólera le hizo sa lta r, g ritan d o : — ¡Dos macanas!

—¡A ver!... ¡E h !... traed ó este mozo una dé­las m ejores m acanas que hayam os recogido... ¡Voy ó dem ostrarle m i p u jan za , porque le voy á com batir con su s m ism as arm as.

Ya se iban á d isponer á un desafío, cuando de nuevo la voz de M arina le dijo:

—¡Ay de t í , señor!... Jam ás entables lucha con este hom bre porque es sagrado y tiene la fuerza in fernal de su dios H uitzilopucht l i . por­que es rey !... ¡Los reyes son sagrados y tienen­g ran poder!...

Tembló H ernán , mas no fué de m iedo. ¡Era qu e sen tía en su enem igo la soberana fuerza de su ju s tic ia ! ... ¡Veía en él al rey que había vencido por conquistar, ayudado por la tr a i­ción de pueblos cobardes y rebeldes á ú ltim a hora!

A sí fué q u e arro jó las m acanas, g ritan d o :—Sé que eres valiente; doy por te rm inada

la lid ; d im e, C uanhtenoc, ¿dónde están los te ­soros del Im perio?

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—¡Jamás te lo d iré , si no te bates conm igo, adalid blanco!

—¡Eso no puede ser!... Mi re y me ordena sa­ber dónde tienes los tesoros, q u e y a son su ­y o s ... Mi rey es el de t u pueblo , q u e va á ser feliz porque así lo dispone N uestro Señor... ¡Los tesoros!

—¡Jam ás!... ¡Jamás!...

*

* *

Sombrío, lú g u b re , H ernán Cortés s in tió un arreba to de rab ia viendo la tr is te sonrisa de­safiadora de Cuanhtemoc. qu ien le dijo:

—¡Ah, M alitrin! Sé qu e tú qu ieres las r i ­quezas del Im perio de m is padres... ¡Sólo dos personas saben dónde están !... ¡Pero t ú no lo sabrás nunca!

—E stá b ien—contestó H ernán C ortés. —A l­g ú n día el fuego te hará hablar.

—¡No m e im porta á m í el ag u a n i el fuego! ¡Haz lo que tú q u ie ra s , cruel T a lin tz in !... ¡Yo g u ard a ré el secreto den tro de este pecho, que te odia, enem igo de m i patria!...

Varios so ldados condujeron á C uanhtem oc á su cu a rto , en el m ism o palacio de C ortés, en C oyoacan, y poco después el festín , la s m úsi­cas y algazara, festejando la soldadesca en su

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tr iu n fo con tra la agobiada ciudad de Tenochi­tlan! ..................................................................................

Sólo, t r is te , pero a ltivo como siem pre, el

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g ra n C uauh tem octz in esperaba el in s ta n te de su m u e rte , d ispuesto á sucum bir con g lo ria , com o el ú ltim o rey de los aztecas.

Y allá la org ía se desencadenaba celebrando la v ic to r ia de un a fácil conquista sobre aquella heroica raza, q u e había expirado con ta n ta no­bleza, sobre las cenizas de su s tem plos y de su s palacios...

P rincip iaban con aquel banque te en el pala­cio de Coyoacán las fiestas de lo que se iba á llam ar «La Nuera España»... !.

F IN

B arce lo n a . —Im p. de la C asa E d ito r ia l M aucci.

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