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Breve y sustanciosa reflexión benjaminiana sobre la incorporación del hierro a la construcción urbana.
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El anillo de Saturno, o sobre la construcción en hierroWalter Benjamin*
{877} A principios del siglo diecinueve se hicieron los primeros ensayos de construcción en hierro,
cuyos resultados, junto con los de la máquina de vapor, tanto habían de cambiar la imagen de Europa a fin
de siglo. En lugar de trazar el desarrollo histórico de este proceso, queremos aportar unas cuantas
reflexiones a una pequeña viñeta sacada de mediados de siglo (como el grueso tomo en donde está) y que
indica, aun de modo grotesco, las ilimitadas posibilidades que se le veían a la construcción en hierro. El
dibujo1 proviene de una obra de 1884 –Grandville, Otro mundo-, y relata las aventuras de un fantástico
duendecillo que, estando precisamente aquí, quiere orientarse en el espacio cósmico: «Un puente del que
no se podían divisar a la vez ambos extremos, y cuyos pilares se apoyaban en planetas, conducía, sobre un
asfalto maravillosamente alisado, de un orbe a otro. El pilar trescientos treinta y tres mil descansaba en
Saturno. Vio entonces nuestro duende que el anillo de este planeta no era otra cosa que un balcón que
discurría a su alrededor, en el que los habitantes de Saturno tomaban fresco por la tarde».
También hay farolas de gas en nuestra ilustración. No se las podía entonces pasar por alto cuando se
hablaba de los brillantes logros de la técnica. Si la iluminación a gas nos causa hoy una impresión más
bien lóbrega y sofocante, en aquella época representaba el culmen del lujo y de lo festivo. Cuando se
enterró a Napoleón en la catedral de los Inválidos, no faltó sobre la tumba, junto al terciopelo, la seda, el
oro, la plata y las coronas de siemprevivas, una lámpara perpetua de gas. Las gentes consideraron un
absoluto prodigio el invento de un ingeniero en Lencastre, que había fabricado un {878} mecanismo
mediante el que los relojes de las torres resplandecían automáticamente a la luz de gas al caer la noche,
apagándose la llama también automáticamente con la salida del sol.
Por lo demás, se estaba acostumbrado a encontrar unidos el gas y el hierro colado en aquellos
establecimientos elegantes que surgieron precisamente entonces: los pasajes. Para los grandes
comerciantes de artículos de moda, los restaurantes elegantes, las buenas confiterías, etc., era una
condición indispensable de su reputación asegurarse un local en estas galerías. De aquí surgieron luego
los grandes almacenes, cuyo ejemplo pionero, el Bonmarché, fue proyectado con participación del
constructor de la torre Eiffel.
Con los invernaderos y los pasajes, esto es, con auténticos establecimientos de lujo, empezó la
construcción en hierro. Muy pronto, sin embargo, encontró su verdadero campo técnico e industrial de
* Libro de los Pasajes. Madrid, Akal, 2005. Entre llaves, el número de página de la edición impresa.1 Ilustración 16: Grandville [Ignace Isidore Gérard] , Le pont des planètes (El puente de los planetas),
1844. (Arriba.)
aplicación, y surgieron esas construcciones que no tenían modelo alguno en el pasado, y que provenían de
necesidades completamente nuevas: mercados cubiertos, estaciones, exposiciones. Los ingenieros fueron
los pioneros. Pero también entre los poetas hubo algunos de asombrosa clarividencia. Así dice el
romántico francés Gautier: «Se creará una arquitectura propia en el mismo momento en que nos sirvamos
de los nuevos medios que proporciona la nueva industria. El empleo del hierro colado permite e impone
muchas nuevas formas, como se puede observar en las estaciones, en los puentes colgantes y en las
cubiertas de los invernaderos». La Vida parisina de Offenbach fue la primera obra teatral que se
desarrollaba en una estación. «Estaciones ferroviarias» se solía decir por entonces, y se les asociaban las
ideas más peregrinas. Un pintor belga especialmente adelantado, Antoine Wiertz, se ofreció a mediados
de siglo para pintar al fresco los vestíbulos de las estaciones.
Paso a paso, la técnica conquistó por entonces (nuevos terrenos), contra dificultades y objeciones, de
las que hoy no podemos hacernos fácilmente idea. Así, en los años treinta se desató en Inglaterra una
enconada lucha sobre las vías del ferrocarril. Bajo ninguna circunstancia, se afirmó entonces, se podría
conseguir suficiente hierro para la red ferroviaria inglesa (por entonces proyectada, sin embargo, a una
escala mínima). Se decía que los «coches de vapor» debían circular por vías de granito.
Junto a los conflictos teóricos, se añadían los conflictos prácticos con la materia. La historia de la
construcción del puente sobre el estuario del Tay ofrece al respecto un ejemplo impresionante. Seis años
duraron los trabajos, de 1872 a 1878. Y poco antes de acabarlos, el 2 de febrero de 1877, un huracán (de
los que con inaudita violencia sacuden precisamente la desembocadura del Tay, y que también
provocaron la catástrofe de 1879) derribó dos de los pilares más gigantes. Y no sólo la construcción de
puentes planteaba semejantes exigencias a la tenacidad de los constructores: lo mismo ocurría con los
túneles. Cuando en 1858 se proyectó un túnel de 12 kiló{879}metros de largo a través de Mont Cenis, se
calculó que los trabajos durarían siete años.
Mientras que a gran escala se empleó un trabajo heroico en realizaciones ejemplares y pioneras, a
pequeña escala suele dominar aún, curiosamente, una confusión lúdica. Es como si la gente, y en
particular los «artistas», no se atreviera del todo a confesarse partidaria de este nuevo material y de todas
sus posibilidades. Mientras que hoy instalamos nuestros muebles de acero tal como son, desnudos y
limpios, hace cien años se desvivían pintando refinadamente los muebles de hierro, que ya se hacían por
entonces, para darles la apariencia de las maderas más preciosas. Por entonces empezó a ser de mucha
honra fabricar vasos que parecieran porcelana, adornos de oro que parecieran cuero, mesas de hierro que
parecieran cañas trenzadas, y cosas así.
Todo esto fueron ensayos insuficientes para cubrir la grieta que el desarrollo de la técnica había abierto
entre el constructor de la nueva escuela y el artista de viejo cuño. Por debajo, empero, se desencadenaba
la lucha entre el arquitecto académico, preocupado por las formas estilísticas, y el constructor,
preocupado por las fórmulas. Todavía en 1805 publica un líder de la vieja escuela un escrito titulado:
Sobre la incapacidad de las matemáticas para garantizar la estabilidad de los edificios. Cuando al fin,
acabando el siglo, se decidió esta lucha a favor de los ingenieros, vino el cambio: el intento de renovar el
arte desde el interior del tesoro de las formas de la técnica, y eso fue el Jugendstil. Al mismo tiempo, sin
embargo, esta época heroica de la técnica encontró su monumento en la incomparable torre Eiffel, sobre
la que escribió el primer historiador de la construcción en hierro: «De este modo calla aquí la fuerza
creadora plástica a favor de una inmensa tensión de energía mental... Cada una de las 12.000 piezas
metálicas está diseñada al milímetro, cada uno de los dos millones y medio de remaches... En esta fábrica
no resonaba golpe alguno de cincel que arranca la forma a la piedra; incluso allí dominaba el pensamiento
sobre la fuerza muscular, trasladándola a seguros andamios y grúas».
FUENTE
Copia mecanografiada del Archivo Benjamin, Ts. 2.774-2.778
Gretel Adorno escribió sobre una copia que hizo del Anillo de Saturno: «Si me acuerdo bien, es uno de
los primeros textos que Benjamin nos leyó en 1928 [recte: 1929] en Königstein». (Archivo Benjamin, Ts.
2.782) Benjamin mismo incorporó el texto a los Apuntes y materiales, en concreto al comienzo del legajo
G: Exposiciones, publicidad, Grandrille. Hay indicios de que Benjamiin pudo haber escrito el Anillo de
Saturno para sus emisiones de radio dedicadas a los jóvenes; sin embargo, no se pudo confirmar su
emisión. Al editor le parece, no obstante, más probable que el texto fuera concebido para un artículo de
periódico o para una revista, quedando inédito.