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BEATRIZ - Publicaciones recientes completosmerecieron el premio Pulitzer 1966, y el total de su obra le valió la entrada a la 4 ... 4 Véase Beatriz Espejo, op. cit., p. 13

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BEATRIZ ESPEJO

MIRANDA, EL ALTER EGO DE KATHERINE ANNE PORTER

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL

DIRECCIÓN DE LITERATURA

MÉXICO, 2015

Diseño de colección, nueva época: Mónica Zacarías NajjarFotografía de portada: Barry Domínguez (cortesía de la autora)

Primera edición: julio de 2015

DR © 2015, Universidad Nacional Autónoma de MéxicoCiudad Universitaria, Delegación CoyoacánC.P. 04510 México, Distrito FederalCoordinación de Difusión CulturalDirección de Literatura

ISBN: 978-607-02-6940-0

Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad NacionalAutónoma de México. Todos los derechos reservados. Prohibida la repro-ducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita deltitular de los derechos patrimoniales.

Impreso y hecho en México

MIRANDA, EL ALTER EGO DE KATHERINE ANNE PORTER

“Debe tener unos sesenta años, pero hay que ver quécoqueta es. Se comporta como una pizpireta quince-añera sureña. Es tan poco seria que resulta difícil decreer que escriba algo. Cree que soy un bailarín fan-tástico y me hace bailar con ella sin parar, y es ho-rroroso porque ella no tiene ni la menor idea; no sabedar un paso”,1 dijo Truman Capote, refiriéndose a Ka-therine Anne Porter, en la primavera de 1944, cuandocoincidieron en Yaddo, colonia de artistas próxima aSaratoga Springs, donde se admitía fácilmente a loshuéspedes presentando programas de trabajo. Les or-ganizaban horarios fijos y les propiciaban diversiones.Katherine, que en realidad tenía cincuenta y cuatroy aún era bonita, chispeante y admiradísima por elresto del concurso,2 consideraba a Truman un trepa-dor pegado a sus faldas. Y lo censuró nuevamente alaño. Guionistas en Hollywood, ella lo encontró en LosÁngeles —comisionado para un reportaje— ufanán-dose de que había almorzado con Greta Garbo y Char-lie Chaplin. No hubo simpatía entre los dos. Amboshicieron cuentos notables ambientados en el sur pro-fundo de los Estados Unidos; sin embargo, quizá enaquella ocasión robaban cámara y sin hacerse los in-telectuales ni empeñarse en filiaciones políticas o

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1 Gerald Clarke, Truman Capote. La biografía, traducción de VíctorPozanco, Ediciones B, Barcelona, 1989, p. 111.2 Carson McCullers intentó seducirla, con gran disgusto de Porter,que detestaba a las lesbianas. En Yaddo Katherine redactó su pró-logo a la segunda edición de Judas florido y otras historias paraModern Library, 1940.

Diseño de colección, nueva época: Mónica Zacarías NajjarFotografía de portada: Barry Domínguez (cortesía de la autora)

Primera edición: julio de 2015

DR © 2015, Universidad Nacional Autónoma de MéxicoCiudad Universitaria, Delegación CoyoacánC.P. 04510 México, Distrito FederalCoordinación de Difusión CulturalDirección de Literatura

ISBN: 978-607-02-6940-0

Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad NacionalAutónoma de México. Todos los derechos reservados. Prohibida la repro-ducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita deltitular de los derechos patrimoniales.

Impreso y hecho en México

MIRANDA, EL ALTER EGO DE KATHERINE ANNE PORTER

“Debe tener unos sesenta años, pero hay que ver quécoqueta es. Se comporta como una pizpireta quince-añera sureña. Es tan poco seria que resulta difícil decreer que escriba algo. Cree que soy un bailarín fan-tástico y me hace bailar con ella sin parar, y es ho-rroroso porque ella no tiene ni la menor idea; no sabedar un paso”,1 dijo Truman Capote, refiriéndose a Ka-therine Anne Porter, en la primavera de 1944, cuandocoincidieron en Yaddo, colonia de artistas próxima aSaratoga Springs, donde se admitía fácilmente a loshuéspedes presentando programas de trabajo. Les or-ganizaban horarios fijos y les propiciaban diversiones.Katherine, que en realidad tenía cincuenta y cuatroy aún era bonita, chispeante y admiradísima por elresto del concurso,2 consideraba a Truman un trepa-dor pegado a sus faldas. Y lo censuró nuevamente alaño. Guionistas en Hollywood, ella lo encontró en LosÁngeles —comisionado para un reportaje— ufanán-dose de que había almorzado con Greta Garbo y Char-lie Chaplin. No hubo simpatía entre los dos. Amboshicieron cuentos notables ambientados en el sur pro-fundo de los Estados Unidos; sin embargo, quizá enaquella ocasión robaban cámara y sin hacerse los in-telectuales ni empeñarse en filiaciones políticas o

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1 Gerald Clarke, Truman Capote. La biografía, traducción de VíctorPozanco, Ediciones B, Barcelona, 1989, p. 111.2 Carson McCullers intentó seducirla, con gran disgusto de Porter,que detestaba a las lesbianas. En Yaddo Katherine redactó su pró-logo a la segunda edición de Judas florido y otras historias paraModern Library, 1940.

tesis preconcebidas, construían cada uno a su manerapersonalidades que los convertían en mitos literariosfrente a sus respectivos entrevistadores. Nutrían unafrivolidad aparatosa que Capote debió haber repro-bado primero en sí mismo.

Ello no obstante, Porter sostuvo siempre que vivíacalladamente ajena a los pensamientos del públicosobre sus actitudes y su obra. Afirmaba que le preo-cupaba más descubrir sus emociones y propósitospara poder hablar de seres reales. Al revés de Capote,narrador talentoso y mago autopublicitario empeñadoen forjar frente a sus interlocutores frases brillantes,quien logró escribir A sangre fría con éxito clamoroso;Katherine Anne Porter, narradora talentosa y perio-dista distinguida desde los veinticinco años, repetíabanalidades en sus conversaciones cotidianas y nuncaconsiguió lanzar un best-seller ni ser una de las es-critoras más leídas de su país, aunque algunos textossuyos fueron llevados a la pantalla. Eso sí, recibió nu-merosos reconocimientos y, para vivir, múltiples ofer-tas de empleo que le robaron energías. En 1931 y1938, le concedieron la beca Guggenheim. En 1958,sucedió a William Faulkner como profesora residenteen la Universidad de Virginia, y de allí pasó a SantaBárbara y a Stanford,3 lo cual la volvió una maestrade las que llamamos con dispensa de grado, al carecerde títulos académicos, pero cuyos nombres enrique-cen las plantas docentes de las instituciones. SusCuentos completos merecieron el premio Pulitzer1966, y el total de su obra le valió la entrada a la

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3 Refiriéndose a tales circunstancias solía decir: “Nunca asistí ala universidad hasta que me presenté como maestra”. Véase Bea-triz Espejo, Palabra de honor, entrevistas con escritores, gobiernodel estado de Tabasco, ICT Ediciones, Villahermosa, 1990, p. 13.

Academia Americana de Artes y Letras y la conde-coración más importante que otorga el Instituto Na-cional de Artes y Letras de los Estados Unidos.

Nació bajo el credo metodista en una granja deIndian Creek, Texas, el 15 de mayo de 1890. Segúncomentaba, por su lugar de origen los europeos se ex-trañaban de que no llevara penachos de plumas.4 Lanombraron Callie Rusell por una amiga de su madremuerta muy joven. Tuvo cuatro hermanos, de los cua-les Johnnie falleció siendo bebé. Tuvo también el ca-bello negro y ensortijado que la distinguía del restode la familia, y una larga y tumultuosa vida exten-dida hasta el 20 de septiembre de 1980. Había cum-plido noventa años y padecía serios problemas desalud. Los estudiosos de su obra intentaron seguir suárbol genealógico, cosa importante para ella, empe-ñada en parentescos con el coronel Andrew Porter,cuyo padre llegó a Pensilvania el año de 1920. Inclusoen una tesis autobiográfica escrita para TwentiethCentury Authors (1940), afirmó que entre sus ances-tros favoritos estaba Daniel Boone, el notable pionerode Kentucky; sin embargo, después se convenció deque su descendencia no era directa. Hacía así unamezcla medio fantástica de sus antecesores y la creíaempeñosamente, sin importar que sus biógrafos re-velaran un comienzo triste gracias a la prematuramuerte de su madre víctima de tuberculosis o neu-monía o fatiga por parir cinco hijos en corto tiempo.El padre, Harrison Boone Porter, necesitó ayuda in-mediata de su propia madre, que ya había criado anueve muchachitos y, no obstante, se mostró “con-forme a su deber cristiano, genuinamente efectiva”.Vino a Indian Creek, se encargó de las obligaciones

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4 Véase Beatriz Espejo, op. cit., p. 13.

tesis preconcebidas, construían cada uno a su manerapersonalidades que los convertían en mitos literariosfrente a sus respectivos entrevistadores. Nutrían unafrivolidad aparatosa que Capote debió haber repro-bado primero en sí mismo.

Ello no obstante, Porter sostuvo siempre que vivíacalladamente ajena a los pensamientos del públicosobre sus actitudes y su obra. Afirmaba que le preo-cupaba más descubrir sus emociones y propósitospara poder hablar de seres reales. Al revés de Capote,narrador talentoso y mago autopublicitario empeñadoen forjar frente a sus interlocutores frases brillantes,quien logró escribir A sangre fría con éxito clamoroso;Katherine Anne Porter, narradora talentosa y perio-dista distinguida desde los veinticinco años, repetíabanalidades en sus conversaciones cotidianas y nuncaconsiguió lanzar un best-seller ni ser una de las es-critoras más leídas de su país, aunque algunos textossuyos fueron llevados a la pantalla. Eso sí, recibió nu-merosos reconocimientos y, para vivir, múltiples ofer-tas de empleo que le robaron energías. En 1931 y1938, le concedieron la beca Guggenheim. En 1958,sucedió a William Faulkner como profesora residenteen la Universidad de Virginia, y de allí pasó a SantaBárbara y a Stanford,3 lo cual la volvió una maestrade las que llamamos con dispensa de grado, al carecerde títulos académicos, pero cuyos nombres enrique-cen las plantas docentes de las instituciones. SusCuentos completos merecieron el premio Pulitzer1966, y el total de su obra le valió la entrada a la

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3 Refiriéndose a tales circunstancias solía decir: “Nunca asistí ala universidad hasta que me presenté como maestra”. Véase Bea-triz Espejo, Palabra de honor, entrevistas con escritores, gobiernodel estado de Tabasco, ICT Ediciones, Villahermosa, 1990, p. 13.

Academia Americana de Artes y Letras y la conde-coración más importante que otorga el Instituto Na-cional de Artes y Letras de los Estados Unidos.

Nació bajo el credo metodista en una granja deIndian Creek, Texas, el 15 de mayo de 1890. Segúncomentaba, por su lugar de origen los europeos se ex-trañaban de que no llevara penachos de plumas.4 Lanombraron Callie Rusell por una amiga de su madremuerta muy joven. Tuvo cuatro hermanos, de los cua-les Johnnie falleció siendo bebé. Tuvo también el ca-bello negro y ensortijado que la distinguía del restode la familia, y una larga y tumultuosa vida exten-dida hasta el 20 de septiembre de 1980. Había cum-plido noventa años y padecía serios problemas desalud. Los estudiosos de su obra intentaron seguir suárbol genealógico, cosa importante para ella, empe-ñada en parentescos con el coronel Andrew Porter,cuyo padre llegó a Pensilvania el año de 1920. Inclusoen una tesis autobiográfica escrita para TwentiethCentury Authors (1940), afirmó que entre sus ances-tros favoritos estaba Daniel Boone, el notable pionerode Kentucky; sin embargo, después se convenció deque su descendencia no era directa. Hacía así unamezcla medio fantástica de sus antecesores y la creíaempeñosamente, sin importar que sus biógrafos re-velaran un comienzo triste gracias a la prematuramuerte de su madre víctima de tuberculosis o neu-monía o fatiga por parir cinco hijos en corto tiempo.El padre, Harrison Boone Porter, necesitó ayuda in-mediata de su propia madre, que ya había criado anueve muchachitos y, no obstante, se mostró “con-forme a su deber cristiano, genuinamente efectiva”.Vino a Indian Creek, se encargó de las obligaciones

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4 Véase Beatriz Espejo, op. cit., p. 13.

cotidianas y de los nietos que luego acarreó consigo140 millas hacia el sur, hasta su propio hogar en Kyle,un poblado establecido apenas diez años antes comoparada ferroviaria entre San Marcos y Austin.

Idealizando a su difunta mujer, Harrison cayó enuna depresión que lo volvería un apático, un hombrecolérico y tiránico incapaz de resolver fuertes com-promisos. Le heredó a su hija el padecimiento crónicode su tristeza y fue una figura masculina lo bastanteabrumadora como para impedirle un futuro matrimo-nio estable. Al envejecer, Katherine, siempre vanidosay frívola, profundamente insegura de sí misma, dueñade una aguda sensibilidad crítica que demandaba de-vociones fanáticas, acentuó sus deficiencias tornán-dose hostil, violenta e incontrolable. Sin embargo,en el año de 1965, durante una entrevista que sos-tuvimos en dos cómodos sillones del Hotel del Prado5

—desaparecido después del sismo que en 1985 de-vastó el Distrito Federal—, me dijo que estudió conun profesor particular dentro de su casa, y pasó des-pués a escuelas privadas y a conventos en el sur delos Estados Unidos; y que desde los seis años descu-brió su vocación de niña prodigio redactando histo-rias e ilustrándolas con lápices de colores. Que leíaávidamente cuanto estaba a su alcance. Que sus fa-miliares no eran ricos pero tenían bibliotecas y amorpor los compositores de música clásica. Y que después

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5 La entrevista fue en inglés porque K.A.P. no hablaba español olo había olvidado, a pesar de que apareció como traductora de Elperiquillo sarniento, para el cual escribió un extenso prólogo ti-tulado “Notas sobre la vida y la muerte de un héroe”. La traduc-ción, dicen, fue realmente de Eugene Pressly. Consultar Ruth M.Álvarez, Katherine Anne Porter; un país familiar. Col. Miranda Via-jera, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1990,298 pp.

de los quince años decidió no explorar otras discipli-nas, como la danza o la pintura, para las que teníafacilidades. La cosa no fue exactamente así, pero re-conozco mi admiración por la escritora, célebre autorade notables narraciones. Porter era dueña de unacomplicada parafernalia: a las doce del día llevabauna enorme esmeralda en el dedo y se paseaba porlos vestíbulos y corredores del hotel con un vestidofloreado de gasa flotante y pamela en la cabeza, dán-dole órdenes a su obsecuente secretaria. Parecía unaScarlett O’Hara envejecida, desparramando las coque-tas gracias de las que hablaba Capote.

El camino para realizarse mostró veredas máscomplicadas. Callie, que posteriormente cambió sunombre como homenaje a su abuela, modificando laC por K, creció en un páramo desierto. Fue una de lasprimeras personas nacidas en Texas dedicadas a laprofesión literaria. Por alguna razón desconocida, supadre vendió las tierras y la familia quedó paupé-rrima, vistiendo casi harapos. Cuando pudo pagárse-las, eso fomentó, luego, cuando pudo pagárselo elgusto de Katherine por las habitaciones elegantes, laropa y las joyas costosas. Recibió una educación ca-sera puritana y represiva que provocaba pueriles te-mores a los castigos de Dios y salpimentaba suerotismo dejándose retratar desnuda por sus maridosy amantes. Soñaba con casarse y tener una educacióncomún y corriente desempeñando papeles femeninostradicionales; pero odiaba a los ángeles de la domes-ticidad y cambiaba frecuentemente ideas al imagi-narse convertida en abadesa, escritora o actriz,independiente y con perfecto control de su horizonte.

Tal vez su simpatía por México comenzó en un ofi-cio eclesiástico baptista. Entraron algunos miembrosde la colonia mexicana, vistos recelosamente por ser

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cotidianas y de los nietos que luego acarreó consigo140 millas hacia el sur, hasta su propio hogar en Kyle,un poblado establecido apenas diez años antes comoparada ferroviaria entre San Marcos y Austin.

Idealizando a su difunta mujer, Harrison cayó enuna depresión que lo volvería un apático, un hombrecolérico y tiránico incapaz de resolver fuertes com-promisos. Le heredó a su hija el padecimiento crónicode su tristeza y fue una figura masculina lo bastanteabrumadora como para impedirle un futuro matrimo-nio estable. Al envejecer, Katherine, siempre vanidosay frívola, profundamente insegura de sí misma, dueñade una aguda sensibilidad crítica que demandaba de-vociones fanáticas, acentuó sus deficiencias tornán-dose hostil, violenta e incontrolable. Sin embargo,en el año de 1965, durante una entrevista que sos-tuvimos en dos cómodos sillones del Hotel del Prado5

—desaparecido después del sismo que en 1985 de-vastó el Distrito Federal—, me dijo que estudió conun profesor particular dentro de su casa, y pasó des-pués a escuelas privadas y a conventos en el sur delos Estados Unidos; y que desde los seis años descu-brió su vocación de niña prodigio redactando histo-rias e ilustrándolas con lápices de colores. Que leíaávidamente cuanto estaba a su alcance. Que sus fa-miliares no eran ricos pero tenían bibliotecas y amorpor los compositores de música clásica. Y que después

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5 La entrevista fue en inglés porque K.A.P. no hablaba español olo había olvidado, a pesar de que apareció como traductora de Elperiquillo sarniento, para el cual escribió un extenso prólogo ti-tulado “Notas sobre la vida y la muerte de un héroe”. La traduc-ción, dicen, fue realmente de Eugene Pressly. Consultar Ruth M.Álvarez, Katherine Anne Porter; un país familiar. Col. Miranda Via-jera, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1990,298 pp.

de los quince años decidió no explorar otras discipli-nas, como la danza o la pintura, para las que teníafacilidades. La cosa no fue exactamente así, pero re-conozco mi admiración por la escritora, célebre autorade notables narraciones. Porter era dueña de unacomplicada parafernalia: a las doce del día llevabauna enorme esmeralda en el dedo y se paseaba porlos vestíbulos y corredores del hotel con un vestidofloreado de gasa flotante y pamela en la cabeza, dán-dole órdenes a su obsecuente secretaria. Parecía unaScarlett O’Hara envejecida, desparramando las coque-tas gracias de las que hablaba Capote.

El camino para realizarse mostró veredas máscomplicadas. Callie, que posteriormente cambió sunombre como homenaje a su abuela, modificando laC por K, creció en un páramo desierto. Fue una de lasprimeras personas nacidas en Texas dedicadas a laprofesión literaria. Por alguna razón desconocida, supadre vendió las tierras y la familia quedó paupé-rrima, vistiendo casi harapos. Cuando pudo pagárse-las, eso fomentó, luego, cuando pudo pagárselo elgusto de Katherine por las habitaciones elegantes, laropa y las joyas costosas. Recibió una educación ca-sera puritana y represiva que provocaba pueriles te-mores a los castigos de Dios y salpimentaba suerotismo dejándose retratar desnuda por sus maridosy amantes. Soñaba con casarse y tener una educacióncomún y corriente desempeñando papeles femeninostradicionales; pero odiaba a los ángeles de la domes-ticidad y cambiaba frecuentemente ideas al imagi-narse convertida en abadesa, escritora o actriz,independiente y con perfecto control de su horizonte.

Tal vez su simpatía por México comenzó en un ofi-cio eclesiástico baptista. Entraron algunos miembrosde la colonia mexicana, vistos recelosamente por ser

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católicos, comunicarse en español y comer platillosextranjeros. Fueron expulsados de la iglesia y laabuela Kathy salió indignada y en compañía de todasu tropa. Esa abuela, con sus normas y virtudes, re-presentó una figura sólida y amorosa en la infancia yle sirvió de modelo al escribir uno de sus mejorescuentos: “Calabazas para la abuelita Wheatherall”. Re-cordada en muchas entrevistas, al contarle anécdotasmoralizadoras, Kathy le sembró, además, semillas li-terarias que germinaron en su imaginación.

Sus tías fueron también personajes ficcionables.Una de ellas, llamada Laredo por el lugar de su naci-miento, encarnaba su modelo de belleza femenina porantonomasia: tenía suave pelo negro y cutis de mag-nolia, elegía palabras domingueras y movía unas her-mosas manos que en opinión de Katherine sólo seigualaban a las suyas. Por entonces era una especiede máquina fotográfica: almacenaba imágenes y sen-saciones en diferentes rincones de su memoria donde,como sucede casi siempre, las modificó para los finesy efectos de sus textos. Contra toda evidencia, al finalde sus días estaba convencida de que los Porter habíansido terratenientes aristocráticos. Aunque algún día leconfió a una amiga: “Fui una niña infeliz y solitaria yno guardo memorias placenteras… Pero realmente noimporta, porque mi infelicidad no venía de mis circuns-tancias sino de mí misma”.6 De cualquier modo, lamuerte de su abuela marcó el fin de su primera etapa.

A los once años de edad Katherine enfrentó nue-vos conflictos; nuevas experiencias hacia los trece.

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6 Carta a Erna Glover Johns, marzo 29 de 1937, en Joan Givner:Katherine Anne Porter: A Life. Revised Edition. The University ofGeorgia Press, Georgia (EE.UU.), 1991, 578 pp.

Harrison Porter recibió una pequeña herencia mone-taria de un primo y pudo inscribir a sus hijas en TheThomas School, establecida cerca de Woodlawn Lake,en San Antonio, que por entonces estaba lleno de po-líticos mexicanos exiliados. Katherine empezó a desa-rrollarse y a tener atractivos físicos. Actuó algunospapeles. Tomó lecciones de canto, base de un gustoque mantuvo toda su vida. A los catorce años, pa-gando veinticinco centavos, no perdía cuanto con-cierto daban los jueves las damas del club musical.Se embelesaba con las violas, los cellos y los segundosviolines que las señoras tocaban y con las melodíasque entonaban con habilidad. De ese colegio tomóademás noticias iniciales de los clásicos ingleses, leí-dos con gran reverencia. A los quince años conoció asu primer esposo, John Henry Koontz, de mirada in-expresiva y facciones regulares y sin chiste. A los die-ciséis años se casó buscando estabilidad financiera yemocional, porque el novio pertenecía a una estirpede rancheros tejanos, en una ceremonia civil y en unaboda doble. Su hermano Gay contrajo matrimonio esamisma mañana y de acuerdo con la fe de los Porter,ofició un obispo metodista.

Tal experiencia matrimonial duró alrededor denueve desdichados años,7 hasta que ella demandó porgolpes y malos tratos. No quedó embarazada, aunqueen sus diarios vinculaba la idea de fertilidad a la fe-minidad. Esta desencantada unión, en la que cadauno sacó lo peor de sí mismo, estableció el patrón delas relaciones amorosas de Katherine, la mayoría, ton-tas y humillantes. Vivieron en Houston, donde sebautizó católica el 5 de abril de 1910,8 y en Corpus

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7 Sólo siete vivieron juntos.8 En opinión de Joan Givner, Katherine adoraba el dramatismo de

católicos, comunicarse en español y comer platillosextranjeros. Fueron expulsados de la iglesia y laabuela Kathy salió indignada y en compañía de todasu tropa. Esa abuela, con sus normas y virtudes, re-presentó una figura sólida y amorosa en la infancia yle sirvió de modelo al escribir uno de sus mejorescuentos: “Calabazas para la abuelita Wheatherall”. Re-cordada en muchas entrevistas, al contarle anécdotasmoralizadoras, Kathy le sembró, además, semillas li-terarias que germinaron en su imaginación.

Sus tías fueron también personajes ficcionables.Una de ellas, llamada Laredo por el lugar de su naci-miento, encarnaba su modelo de belleza femenina porantonomasia: tenía suave pelo negro y cutis de mag-nolia, elegía palabras domingueras y movía unas her-mosas manos que en opinión de Katherine sólo seigualaban a las suyas. Por entonces era una especiede máquina fotográfica: almacenaba imágenes y sen-saciones en diferentes rincones de su memoria donde,como sucede casi siempre, las modificó para los finesy efectos de sus textos. Contra toda evidencia, al finalde sus días estaba convencida de que los Porter habíansido terratenientes aristocráticos. Aunque algún día leconfió a una amiga: “Fui una niña infeliz y solitaria yno guardo memorias placenteras… Pero realmente noimporta, porque mi infelicidad no venía de mis circuns-tancias sino de mí misma”.6 De cualquier modo, lamuerte de su abuela marcó el fin de su primera etapa.

A los once años de edad Katherine enfrentó nue-vos conflictos; nuevas experiencias hacia los trece.

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6 Carta a Erna Glover Johns, marzo 29 de 1937, en Joan Givner:Katherine Anne Porter: A Life. Revised Edition. The University ofGeorgia Press, Georgia (EE.UU.), 1991, 578 pp.

Harrison Porter recibió una pequeña herencia mone-taria de un primo y pudo inscribir a sus hijas en TheThomas School, establecida cerca de Woodlawn Lake,en San Antonio, que por entonces estaba lleno de po-líticos mexicanos exiliados. Katherine empezó a desa-rrollarse y a tener atractivos físicos. Actuó algunospapeles. Tomó lecciones de canto, base de un gustoque mantuvo toda su vida. A los catorce años, pa-gando veinticinco centavos, no perdía cuanto con-cierto daban los jueves las damas del club musical.Se embelesaba con las violas, los cellos y los segundosviolines que las señoras tocaban y con las melodíasque entonaban con habilidad. De ese colegio tomóademás noticias iniciales de los clásicos ingleses, leí-dos con gran reverencia. A los quince años conoció asu primer esposo, John Henry Koontz, de mirada in-expresiva y facciones regulares y sin chiste. A los die-ciséis años se casó buscando estabilidad financiera yemocional, porque el novio pertenecía a una estirpede rancheros tejanos, en una ceremonia civil y en unaboda doble. Su hermano Gay contrajo matrimonio esamisma mañana y de acuerdo con la fe de los Porter,ofició un obispo metodista.

Tal experiencia matrimonial duró alrededor denueve desdichados años,7 hasta que ella demandó porgolpes y malos tratos. No quedó embarazada, aunqueen sus diarios vinculaba la idea de fertilidad a la fe-minidad. Esta desencantada unión, en la que cadauno sacó lo peor de sí mismo, estableció el patrón delas relaciones amorosas de Katherine, la mayoría, ton-tas y humillantes. Vivieron en Houston, donde sebautizó católica el 5 de abril de 1910,8 y en Corpus

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7 Sólo siete vivieron juntos.8 En opinión de Joan Givner, Katherine adoraba el dramatismo de

Christi, que le gustaba por la situación de su bahíacon islitas, sus leyendas de tesoros enterrados en elfondo del océano y su atmósfera “latina” a causa deuna nutrida población mexicana. Procuró escribir poe-mas y concluyó un cuento primerizo titulado “El ani-llo de ópalo”. Además, leyó autores contemporáneoscomo Gertrude Stein, cuyos títulos encontraba en unalibrería donde la principal oferta eran los periódicosy revistas expuestos al frente. Finalmente, la separa-ción matrimonial, que su padre aprobó, le hizo ganarsu independencia con estrepitoso gancho al hígado desu golpeador marido y un papel firmado el 21 de juniode 1915. Divorciarse en aquellas épocas implicaba ba-tallas terribles de oscuras consecuencias. Katherinequería dormir diez horas diarias y tranquilizarse. Noregresó a su casa por carecer de ella. En Chicago sedesempeñó como extra de cine y, baja de defensas,sufrió una seria enfermedad bronquial de las que so-lían aquejar a su familia.9 La internaron en un sana-torio para tuberculosos, donde, para distraer susocios, contaba relatos maravillosos a las recluidas, ycon las reacciones observadas redactó su primer re-portaje.

Tales tormentas marcaron el inicio de una carreracuyos primeros pasos fueron notas sobre representa-ciones teatrales para la revista Crítica. A poco, juzgó

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las misas, la solemnidad litúrgica, los ritos en latín, la suntuosi-dad de las iglesias con sus ricos vitrales y sus altares recamados.Sus santas favoritas fueron Úrsula y Teresa de Ávila y hasta suvejez leyó Las Confesiones de San Agustín. Guardó un rosariosobre su buró (quizás el que le regalaron en México) y recibió laextremaunción. 9 Caía enferma de gripe en cada rompimiento o a resultas de lasdificultades que se le presentaban en su vida cotidiana.

saludable el clima de Colorado y decidió establecerseen Denver. Deseaba conseguir empleo, escribir cuentos,viajar fuera de los Estados Unidos, y entró a RockyMountain News, periódico de amplia circulación. Ahíredactaba una columna que iba de acuerdo con susinclinaciones, “Let’s Shop with Suzanne”, la cual leredituaba dinero extra y visitas constantes a los al-macenes de la ciudad. El ejercicio periodístico le diooficio y un estilo afinado; pero estaba convencida deque no importaban los hallazgos estilísticos sino lo queexpresaran. Las excursiones a las tiendas con su so-brina Mary Alice, a quien quiso maternalmente y cuyamuerte sufrió lo indecible, en diciembre de 1918, leinspiraron “Una historia navideña”, que la revista Ma-demoiselle publicó cuarenta años después, en 1958, enuna edición de lujo como regalo para sus lectores.

Durante toda esta temporada, inconsolable, Ka-therine ahorraba dinero dentro de un guante largo desoirée. Se proponía ir a Nueva York y escribir tan bieno mejor que cualquier otro norteamericano. En Gre-enwich Village encontró por primera vez a un con-junto de bohemios que desafiaban convencionalismossociales. Trabajó como publicista en Nueva Jerseyquejándose por bajar y subir tres horas diarias en sub-ways, trenes y autobuses; pero seguía acumulando vi-siones. Le servirían para publicar sus libros con lamayor hondura y profundidad que emplearía cuandoestuviera lista. Pensaba que sus experiencias no secomparaban a las de otros viajeros que andaban porEuropa y Oriente buscando temas fuera del entornoconocido y conforme a la moda del momento. PearlS. Buck, ganadora del Premio Nobel en 1938, es unamuestra entre los de habla inglesa y lo mismo se diríade Ernest Hemingway o Scott Fitzgerald. Referente alextranjero, Katherine sólo había mantenido contacto

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Christi, que le gustaba por la situación de su bahíacon islitas, sus leyendas de tesoros enterrados en elfondo del océano y su atmósfera “latina” a causa deuna nutrida población mexicana. Procuró escribir poe-mas y concluyó un cuento primerizo titulado “El ani-llo de ópalo”. Además, leyó autores contemporáneoscomo Gertrude Stein, cuyos títulos encontraba en unalibrería donde la principal oferta eran los periódicosy revistas expuestos al frente. Finalmente, la separa-ción matrimonial, que su padre aprobó, le hizo ganarsu independencia con estrepitoso gancho al hígado desu golpeador marido y un papel firmado el 21 de juniode 1915. Divorciarse en aquellas épocas implicaba ba-tallas terribles de oscuras consecuencias. Katherinequería dormir diez horas diarias y tranquilizarse. Noregresó a su casa por carecer de ella. En Chicago sedesempeñó como extra de cine y, baja de defensas,sufrió una seria enfermedad bronquial de las que so-lían aquejar a su familia.9 La internaron en un sana-torio para tuberculosos, donde, para distraer susocios, contaba relatos maravillosos a las recluidas, ycon las reacciones observadas redactó su primer re-portaje.

Tales tormentas marcaron el inicio de una carreracuyos primeros pasos fueron notas sobre representa-ciones teatrales para la revista Crítica. A poco, juzgó

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las misas, la solemnidad litúrgica, los ritos en latín, la suntuosi-dad de las iglesias con sus ricos vitrales y sus altares recamados.Sus santas favoritas fueron Úrsula y Teresa de Ávila y hasta suvejez leyó Las Confesiones de San Agustín. Guardó un rosariosobre su buró (quizás el que le regalaron en México) y recibió laextremaunción. 9 Caía enferma de gripe en cada rompimiento o a resultas de lasdificultades que se le presentaban en su vida cotidiana.

saludable el clima de Colorado y decidió establecerseen Denver. Deseaba conseguir empleo, escribir cuentos,viajar fuera de los Estados Unidos, y entró a RockyMountain News, periódico de amplia circulación. Ahíredactaba una columna que iba de acuerdo con susinclinaciones, “Let’s Shop with Suzanne”, la cual leredituaba dinero extra y visitas constantes a los al-macenes de la ciudad. El ejercicio periodístico le diooficio y un estilo afinado; pero estaba convencida deque no importaban los hallazgos estilísticos sino lo queexpresaran. Las excursiones a las tiendas con su so-brina Mary Alice, a quien quiso maternalmente y cuyamuerte sufrió lo indecible, en diciembre de 1918, leinspiraron “Una historia navideña”, que la revista Ma-demoiselle publicó cuarenta años después, en 1958, enuna edición de lujo como regalo para sus lectores.

Durante toda esta temporada, inconsolable, Ka-therine ahorraba dinero dentro de un guante largo desoirée. Se proponía ir a Nueva York y escribir tan bieno mejor que cualquier otro norteamericano. En Gre-enwich Village encontró por primera vez a un con-junto de bohemios que desafiaban convencionalismossociales. Trabajó como publicista en Nueva Jerseyquejándose por bajar y subir tres horas diarias en sub-ways, trenes y autobuses; pero seguía acumulando vi-siones. Le servirían para publicar sus libros con lamayor hondura y profundidad que emplearía cuandoestuviera lista. Pensaba que sus experiencias no secomparaban a las de otros viajeros que andaban porEuropa y Oriente buscando temas fuera del entornoconocido y conforme a la moda del momento. PearlS. Buck, ganadora del Premio Nobel en 1938, es unamuestra entre los de habla inglesa y lo mismo se diríade Ernest Hemingway o Scott Fitzgerald. Referente alextranjero, Katherine sólo había mantenido contacto

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con personas de la comunidad mexicana del Village,entre las que se encontraban el compositor Tata Nacho,pianista de un cabaret del rumbo, y el artista plásticoAdolfo Best Maugard, interesado en las culturas aztecay maya, cuyos rasgos ornamentales pretendía llevar asus dibujos. Porter incluso logró que Diaghilev montaraun ballet mexicano con la Pavlova como estrella, esce-narios de Best Maugard, música de Carlos Castro Padillay una historia de amor situada en Xochimilco escritapor la propia Katherin. A la Pavlova le agradaron losresultados e interpretó el ballet en diferentes teatros.Hubo una temporada triunfal en la Ciudad de Méxicoel año de 1923; pero la obra jamás se representó enNueva York. Katherine compensó este desencanto conun aprendizaje sobre historia y folclore mexicanos,ganó la simpatía de algunos hombres influyentes y ob-tuvo un puesto en Magazine of Mexico, una revista pa-trocinada por banqueros estadounidenses. Dichotrabajo le requería a Katherine cruzar la frontera.

En la década de los veinte, y un poco antes, Méxicoterminaba una guerra que pretendía transformacionessociales. Si conservaban la vida, los hombres que se ha-bían ido a la “bola” regresaban lentamente a sus pue-blos. Se organizaba el reparto de parcelas entre loscampesinos. Desde el Ministerio de Educación, José Vas-concelos —el agrarista, como lo llamaba Xavier Villau-rrutia— entregó muros a los pintores para hacer frescosextraordinarios. Se combinaron entonces el genio y laideología de intelectuales y creadores plásticos decidi-dos a cantar una Revolución triunfante explicando suscausas, efectos y resultados. Ocurrió una especie deeclosión cultural en que se valoraba la arqueología, lacomida y las artesanías mexicanas. Se encomiaban lasdecoraciones populares usuales en las fachadas e inte-riores de carnicerías y pulquerías, los juguetes de car-

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tón o lámina, los hierros forjados, la talla en madera,las capitulares de los libros de coro, las iglesias colo-niales, la orfebrería, los grabados de Manuel Manilla yJosé Guadalupe Posada, los tejidos y bordados indíge-nas, los retablos en hoja de lata, los Judas disfrazadosde generales cuyas cananas de cohetes estallaban el Sá-bado de Gloria, los títeres de barro, las máscaras, losmuebles inspirados en viejos diseños coloniales y pues-tos en circulación por Jorge Enciso. La arquitecturaproclamaba el hastío de la curva. Las publicaciones os-tentaban editorialistas como Diego Rivera, Gabriel Fer-nández Ledesma, Agustín Lazo, Carlos Orozco Romero,Roberto Montenegro, Miguel Covarrubias, filólogoscomo Pablo González Casanova, padre, arqueólogoscomo Enrique Juan Palacios, poetas como SalvadorNovo y Carlos Pellicer. Se fraguaba con optimismo unnuevo estilo de vida. Aparecieron mujeres que tomaronparte en las brigadas vasconcelistas de alfabetizacióny destacaron en distintos campos del quehacer nacio-nal. Llegaron algunos extranjeros (pongamos por casoa los fotógrafos Edward Weston y Tina Modotti, al mu-ralista Jean Charlot o al periodista Carleton Beals) atra-ídos por un movimiento tan rico y exultante, cuyospintores podían darse el lujo de proclamar en mediode alardes públicos la concepción del arte más grandey políticamente mejor encausado del mundo.

Katherine Anne Porter vino varias veces a México.La primera vez fue en 1920. Sus lazos con Adolfo BestMaugard la relacionaron con Manuel Gamio, Jorge En-ciso, David Alfaro Siqueiros y Felipe Carrillo Puerto;quien la llevó al Lago de Chapultepec y a bailar alSalón México.10 Entusiasmada con los cambios sociales

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10 La conoció en casa de los Haberman, durante las celebracionesnavideñas de 1920. Carrillo Puerto era un carismático delegado

con personas de la comunidad mexicana del Village,entre las que se encontraban el compositor Tata Nacho,pianista de un cabaret del rumbo, y el artista plásticoAdolfo Best Maugard, interesado en las culturas aztecay maya, cuyos rasgos ornamentales pretendía llevar asus dibujos. Porter incluso logró que Diaghilev montaraun ballet mexicano con la Pavlova como estrella, esce-narios de Best Maugard, música de Carlos Castro Padillay una historia de amor situada en Xochimilco escritapor la propia Katherin. A la Pavlova le agradaron losresultados e interpretó el ballet en diferentes teatros.Hubo una temporada triunfal en la Ciudad de Méxicoel año de 1923; pero la obra jamás se representó enNueva York. Katherine compensó este desencanto conun aprendizaje sobre historia y folclore mexicanos,ganó la simpatía de algunos hombres influyentes y ob-tuvo un puesto en Magazine of Mexico, una revista pa-trocinada por banqueros estadounidenses. Dichotrabajo le requería a Katherine cruzar la frontera.

En la década de los veinte, y un poco antes, Méxicoterminaba una guerra que pretendía transformacionessociales. Si conservaban la vida, los hombres que se ha-bían ido a la “bola” regresaban lentamente a sus pue-blos. Se organizaba el reparto de parcelas entre loscampesinos. Desde el Ministerio de Educación, José Vas-concelos —el agrarista, como lo llamaba Xavier Villau-rrutia— entregó muros a los pintores para hacer frescosextraordinarios. Se combinaron entonces el genio y laideología de intelectuales y creadores plásticos decidi-dos a cantar una Revolución triunfante explicando suscausas, efectos y resultados. Ocurrió una especie deeclosión cultural en que se valoraba la arqueología, lacomida y las artesanías mexicanas. Se encomiaban lasdecoraciones populares usuales en las fachadas e inte-riores de carnicerías y pulquerías, los juguetes de car-

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tón o lámina, los hierros forjados, la talla en madera,las capitulares de los libros de coro, las iglesias colo-niales, la orfebrería, los grabados de Manuel Manilla yJosé Guadalupe Posada, los tejidos y bordados indíge-nas, los retablos en hoja de lata, los Judas disfrazadosde generales cuyas cananas de cohetes estallaban el Sá-bado de Gloria, los títeres de barro, las máscaras, losmuebles inspirados en viejos diseños coloniales y pues-tos en circulación por Jorge Enciso. La arquitecturaproclamaba el hastío de la curva. Las publicaciones os-tentaban editorialistas como Diego Rivera, Gabriel Fer-nández Ledesma, Agustín Lazo, Carlos Orozco Romero,Roberto Montenegro, Miguel Covarrubias, filólogoscomo Pablo González Casanova, padre, arqueólogoscomo Enrique Juan Palacios, poetas como SalvadorNovo y Carlos Pellicer. Se fraguaba con optimismo unnuevo estilo de vida. Aparecieron mujeres que tomaronparte en las brigadas vasconcelistas de alfabetizacióny destacaron en distintos campos del quehacer nacio-nal. Llegaron algunos extranjeros (pongamos por casoa los fotógrafos Edward Weston y Tina Modotti, al mu-ralista Jean Charlot o al periodista Carleton Beals) atra-ídos por un movimiento tan rico y exultante, cuyospintores podían darse el lujo de proclamar en mediode alardes públicos la concepción del arte más grandey políticamente mejor encausado del mundo.

Katherine Anne Porter vino varias veces a México.La primera vez fue en 1920. Sus lazos con Adolfo BestMaugard la relacionaron con Manuel Gamio, Jorge En-ciso, David Alfaro Siqueiros y Felipe Carrillo Puerto;quien la llevó al Lago de Chapultepec y a bailar alSalón México.10 Entusiasmada con los cambios sociales

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10 La conoció en casa de los Haberman, durante las celebracionesnavideñas de 1920. Carrillo Puerto era un carismático delegado

y artísticos que estaban ocurriendo, halló asuntos vi-gorosos para cobrar aliento y redondearlos hasta elfinal. Sin contar numerosos artículos y apuntes concuya venta se mantenía;11 sin embargo, fueron variossus cuentos resultado de las primeras visitas: “MaríaConcepción”, “Violeta virgen”, “El mártir”, “Aquelárbol”, “Judas florido”, “Hacienda”, escrito ya en plenodominio de sus fórmulas narrativas, y algunos otros.

Por su época y sus concepciones estéticas, Kathe-rine no pensaba siquiera en el feminismo o la “lite-ratura femenina”. No hubiera entendido la concienciade género o la idea de que las mujeres escribieran deforma distinta. Creía que todo escritor produce obrasdesde lo que es: su lengua, sus sueños, su clase so-cial, sus lecturas, su pericia, sus vivencias, su maneraparticular de percibir las cosas. Consideraba, proba-blemente, que el género era un ingrediente más entrelos muchos que componen la mirada del artista. Res-pecto a ella, por ejemplo, sus cuatro fracasos matri-moniales podrían ser explicados como consecuenciade haber asumido un destino literario anteponiéndoloa cualquier otro con sinceridad, con el deseo de aden-trarse en situaciones y personajes para cumplir lospropósitos planeados antes de iniciar un relato. Porcasualidad, encontró en México los estímulos que ne-cesitaba para ser cuentista. Había hecho, sin éxito,numerosos intentos previos, hasta que descubrió unargumento rico y estimulante y la manera de tratarlo;pero nunca entendió realmente las complejidades de

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socialista que más tarde se convirtió en gobernador de Yucatán.En la misma fiesta estaba J. H. Retinger, consejero del líder la-boral Luis Morones y amante por un tiempo de Katherine. 11 “En un patio mexicano” permite adivinar a la excelente y sus-picaz escritora que sería.

una raza y una sensibilidad tan diferentes de lassuyas. Se mantuvo distante, a la expectativa, afilada,advirtiendo cuanto se le presentaba y sin aceptarlopor completo. Pero al contarlo reflejó la atmósfera deuna época que fijaría las evoluciones futuras de Mé-xico durante el siglo XX. Si Katherine conservó siem-pre su condición de extraña paseándose en distintosambientes de un país enigmático hasta para los pro-pios mexicanos, no olvidó sus vivencias juveniles nilos rostros de sus amigos. Guardó una de las cámarasfotográficas de Tina Modotti cuando ésta fue expul-sada al caer asesinado Julio Antonio Mella. Y en sumagistral y extensa novela La nave de los locos (1962),construye grandes metáforas de los seres humanossobre el planeta —quizás una alegoría de su propiodestino— y presenta protagonistas cosmopolitas queconviven durante una travesía marítima que parte deVeracruz hacia Alemania.

Su primer cuento publicado, el año de 1922, fue“María Concepción”. En él reconstruye una anécdotaque afirmaba haber presenciado cuando conoció a suprotagonista echando tortillas sobre un comal ca-liente, rodeada por una barda de órganos espinosos.Completó incidentes con la ayuda de un arqueólogoaficionado, dueño de una tienda en las afueras de laCiudad de México, William Niven,12 quien aparece enel texto con otro nombre. En su negocio, este perso-naje vendía cuentas de jade, pajaritos de barro, pun-tas de obsidiana extraídas de sus excavaciones,posiblemente de Teotihuacan —cosa que nos pareceindignante y que los comerciantes, principalmente

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12 En una reseña, “Entusiasta y aficionado”, afirma que ManuelGamio combatió a este extraño sujeto con fiereza, considerándolouna amenaza para la ciencia.

y artísticos que estaban ocurriendo, halló asuntos vi-gorosos para cobrar aliento y redondearlos hasta elfinal. Sin contar numerosos artículos y apuntes concuya venta se mantenía;11 sin embargo, fueron variossus cuentos resultado de las primeras visitas: “MaríaConcepción”, “Violeta virgen”, “El mártir”, “Aquelárbol”, “Judas florido”, “Hacienda”, escrito ya en plenodominio de sus fórmulas narrativas, y algunos otros.

Por su época y sus concepciones estéticas, Kathe-rine no pensaba siquiera en el feminismo o la “lite-ratura femenina”. No hubiera entendido la concienciade género o la idea de que las mujeres escribieran deforma distinta. Creía que todo escritor produce obrasdesde lo que es: su lengua, sus sueños, su clase so-cial, sus lecturas, su pericia, sus vivencias, su maneraparticular de percibir las cosas. Consideraba, proba-blemente, que el género era un ingrediente más entrelos muchos que componen la mirada del artista. Res-pecto a ella, por ejemplo, sus cuatro fracasos matri-moniales podrían ser explicados como consecuenciade haber asumido un destino literario anteponiéndoloa cualquier otro con sinceridad, con el deseo de aden-trarse en situaciones y personajes para cumplir lospropósitos planeados antes de iniciar un relato. Porcasualidad, encontró en México los estímulos que ne-cesitaba para ser cuentista. Había hecho, sin éxito,numerosos intentos previos, hasta que descubrió unargumento rico y estimulante y la manera de tratarlo;pero nunca entendió realmente las complejidades de

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socialista que más tarde se convirtió en gobernador de Yucatán.En la misma fiesta estaba J. H. Retinger, consejero del líder la-boral Luis Morones y amante por un tiempo de Katherine. 11 “En un patio mexicano” permite adivinar a la excelente y sus-picaz escritora que sería.

una raza y una sensibilidad tan diferentes de lassuyas. Se mantuvo distante, a la expectativa, afilada,advirtiendo cuanto se le presentaba y sin aceptarlopor completo. Pero al contarlo reflejó la atmósfera deuna época que fijaría las evoluciones futuras de Mé-xico durante el siglo XX. Si Katherine conservó siem-pre su condición de extraña paseándose en distintosambientes de un país enigmático hasta para los pro-pios mexicanos, no olvidó sus vivencias juveniles nilos rostros de sus amigos. Guardó una de las cámarasfotográficas de Tina Modotti cuando ésta fue expul-sada al caer asesinado Julio Antonio Mella. Y en sumagistral y extensa novela La nave de los locos (1962),construye grandes metáforas de los seres humanossobre el planeta —quizás una alegoría de su propiodestino— y presenta protagonistas cosmopolitas queconviven durante una travesía marítima que parte deVeracruz hacia Alemania.

Su primer cuento publicado, el año de 1922, fue“María Concepción”. En él reconstruye una anécdotaque afirmaba haber presenciado cuando conoció a suprotagonista echando tortillas sobre un comal ca-liente, rodeada por una barda de órganos espinosos.Completó incidentes con la ayuda de un arqueólogoaficionado, dueño de una tienda en las afueras de laCiudad de México, William Niven,12 quien aparece enel texto con otro nombre. En su negocio, este perso-naje vendía cuentas de jade, pajaritos de barro, pun-tas de obsidiana extraídas de sus excavaciones,posiblemente de Teotihuacan —cosa que nos pareceindignante y que los comerciantes, principalmente

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12 En una reseña, “Entusiasta y aficionado”, afirma que ManuelGamio combatió a este extraño sujeto con fiereza, considerándolouna amenaza para la ciencia.

extranjeros, explotaron como un negocio jugoso. Ka-therine terminó la redacción de su texto en diecisietedías de intensos esfuerzos, al cabo de cinco versionessucesivas, y lo publicó en la revista neoyorquina Cen-tury, de la que recibió un pago de seiscientos dólares.Desde entonces, aseguraba —faltando a la verdad,porque todavía tuvo tropiezos y rechazos—, los edi-tores ya no le presentaban problemas. Aceptaban,decía, una tras otra sus historias, incluso las que to-davía no terminaba.13

“María Concepción” nos involucra a las primerasde cambio retratando a una joven empeñosa, enérgica,religiosa y capaz de cumplir felizmente cualquier ne-gocio. Estimada entre sus vecinos al grado de que, lle-gado el momento, la defendieron formando un círculoen torno suyo. María Concepción no se doblegababajo el peso de doce gallinas vivas, amarradas por laspatas y colgadas sobre su hombro derecho. Pulcra, co-bijada con un rebozo azul, caminaba cargando ademáscanastas de comida para su marido y otros peones ocu-pados en cavar zanjas en una exploración arqueológicacomandada por un norteamericano. Estaba embara-zada, orgullosa de haberse desposado por la iglesia,pagando ella los costosos trámites y arreglos. No sabíaque le aguardaban el abandono, el odio y el crimen;aunque finalmente, con ayuda del pueblo entero, re-cuperó sus privilegios de esposa que ya había sufridola prueba del desencanto.

Katherine delinea a sus personajes en el momentopreciso y con la importancia adecuada para que su

16

13 Probablemente me dijo eso bajo la euforia de ver La nave delos locos en versión cinematográfica con un elenco internacional:Vivian Leigh, Simone Signoret, José Ferrer, Lee Marvin, OskarWerner, entre otros.

tensión narrativa no pierda fuerza. Alude a los alza-dos que todavía se incorporaban en las guerrillas,habla de los sorprendentes descubrimientos de nues-tras ciudades enterradas, critica la falta de leyes paraprotegerlas. Se involucra con curanderos y campesinosdescalzos que al parecer no temen morir. Intenta in-terpretar el inmenso enigma de espíritus y costumbresen su opinión “primitivos”. Es una visitante tomadapor la sorpresa. Y logra relatos lo suficientementeemotivos para sugerirnos varias interpretaciones.¿Había leído a Katherine Mansfield, aún poco conocidaen Norteamérica?14 De cualquier modo; con sus historiasambientadas en México abría, casi simultáneamente,las técnicas y lineamientos del cuento moderno.

En su primer viaje hizo amistad con el poeta nica-ragüense Salomón de la Selva, quien le dijo que habíaplaneado seducir a una jovencita. Katherine lo escuchodisgustada; pero alivió su molestia redactando “Violetavirgen”, publicado en Century, en diciembre de 1923.El relato describe interiores art-déco, jabones perfu-mados, el bosque de Chapultepec, automóviles transi-tando por la colonia Juárez y loros enjaulados en lospuestos de los mercadillos o directamente ofrecidos enventa por los indígenas que los atrapaban. Enfoca a laclase media mexicana, de ojos azules, piel blanca ynariz afilada, que inculca a las niñas de los años veinteatavismos religiosos de una educación monjil. Esa clasemedia permanece convencida de que cualquier mujercumple sus aspiraciones arrastrando velos blancosentre acordes nupciales. Katherine reconstruye incluso

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14 Hasta finales de los treinta escribió en The Southern Reviewuna reseña en la que aseguraba que la había hecho con dificul-tades porque admiraba tanto a Mansfield como detestaba a sugrupo de amigos.

extranjeros, explotaron como un negocio jugoso. Ka-therine terminó la redacción de su texto en diecisietedías de intensos esfuerzos, al cabo de cinco versionessucesivas, y lo publicó en la revista neoyorquina Cen-tury, de la que recibió un pago de seiscientos dólares.Desde entonces, aseguraba —faltando a la verdad,porque todavía tuvo tropiezos y rechazos—, los edi-tores ya no le presentaban problemas. Aceptaban,decía, una tras otra sus historias, incluso las que to-davía no terminaba.13

“María Concepción” nos involucra a las primerasde cambio retratando a una joven empeñosa, enérgica,religiosa y capaz de cumplir felizmente cualquier ne-gocio. Estimada entre sus vecinos al grado de que, lle-gado el momento, la defendieron formando un círculoen torno suyo. María Concepción no se doblegababajo el peso de doce gallinas vivas, amarradas por laspatas y colgadas sobre su hombro derecho. Pulcra, co-bijada con un rebozo azul, caminaba cargando ademáscanastas de comida para su marido y otros peones ocu-pados en cavar zanjas en una exploración arqueológicacomandada por un norteamericano. Estaba embara-zada, orgullosa de haberse desposado por la iglesia,pagando ella los costosos trámites y arreglos. No sabíaque le aguardaban el abandono, el odio y el crimen;aunque finalmente, con ayuda del pueblo entero, re-cuperó sus privilegios de esposa que ya había sufridola prueba del desencanto.

Katherine delinea a sus personajes en el momentopreciso y con la importancia adecuada para que su

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13 Probablemente me dijo eso bajo la euforia de ver La nave delos locos en versión cinematográfica con un elenco internacional:Vivian Leigh, Simone Signoret, José Ferrer, Lee Marvin, OskarWerner, entre otros.

tensión narrativa no pierda fuerza. Alude a los alza-dos que todavía se incorporaban en las guerrillas,habla de los sorprendentes descubrimientos de nues-tras ciudades enterradas, critica la falta de leyes paraprotegerlas. Se involucra con curanderos y campesinosdescalzos que al parecer no temen morir. Intenta in-terpretar el inmenso enigma de espíritus y costumbresen su opinión “primitivos”. Es una visitante tomadapor la sorpresa. Y logra relatos lo suficientementeemotivos para sugerirnos varias interpretaciones.¿Había leído a Katherine Mansfield, aún poco conocidaen Norteamérica?14 De cualquier modo; con sus historiasambientadas en México abría, casi simultáneamente,las técnicas y lineamientos del cuento moderno.

En su primer viaje hizo amistad con el poeta nica-ragüense Salomón de la Selva, quien le dijo que habíaplaneado seducir a una jovencita. Katherine lo escuchodisgustada; pero alivió su molestia redactando “Violetavirgen”, publicado en Century, en diciembre de 1923.El relato describe interiores art-déco, jabones perfu-mados, el bosque de Chapultepec, automóviles transi-tando por la colonia Juárez y loros enjaulados en lospuestos de los mercadillos o directamente ofrecidos enventa por los indígenas que los atrapaban. Enfoca a laclase media mexicana, de ojos azules, piel blanca ynariz afilada, que inculca a las niñas de los años veinteatavismos religiosos de una educación monjil. Esa clasemedia permanece convencida de que cualquier mujercumple sus aspiraciones arrastrando velos blancosentre acordes nupciales. Katherine reconstruye incluso

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14 Hasta finales de los treinta escribió en The Southern Reviewuna reseña en la que aseguraba que la había hecho con dificul-tades porque admiraba tanto a Mansfield como detestaba a sugrupo de amigos.

diálogos llenos de diminutivos que simulan una ex-quisita ternura ajena a cuanto ocurre fuera de la casa.Con perspicacia, malicia y sutileza, muy a lo Mansfield,prepara pausadamente su final abierto y construye unasunto soñado por muchas escritoras: “Plasmar lossentimientos de quinceañeras ardorosas, las apeten-cias femeninas despertando de sueños infantiles, losdesconciertos adolescentes ante el impacto del primerbeso amoroso”. Y, como sucede con “María Concep-ción”, el escrito es más rico e inspirador incluso quela idea original.

“El mártir” apareció también en Century, en 1923.Describe a un muralista enamorado de su modelo,15

por quien se mata comiendo desesperadamente paracalmar sus angustias, hasta que sufre un paro cardí-aco después de una tamalada en el café Los Mono-tes.16 Por su gordura y sus apetencias, el personajerecordaría a Diego Rivera. No por su desapego a lapropia obra y a otros rasgos de su genio. En cambioRamón, que hacía caricaturas de muchachas bonitasy las publicaba en revistas de modas, se basa clara-mente en Miguel Covarrubias, amante ocasional deKatherine —con quien, en compañía de Manuel Ro-dríguez Lozano, quiso organizar una exposición iti-nerante de nuestra plástica, aunque por falta defondos acabó por vender las obras en Los Ángeles, acoleccionistas particulares encantados de comprar

18

15 El renacimiento pictórico nacional —cuya manifestación másnotable eran los murales en edificios públicos, principalmente deMéxico y Guadalajara—, fue apreciado inicialmente por unoscuantos críticos, entre los que se encontraban: Anita Bremen,Walter Patch, Alma Reed, Bertram D. Wolfe y la propia Katherine. 16 “Los Monitos” en el texto. Decorado por José Clemente Orozco,a pesar de ser un lugar sencillo, tenía una nutrida clientela deesnobs e intelectuales.

cuadros que pusieran notas verdes y anaranjadas enlas paredes de sus nuevas mansiones.

Katherine partía siempre de experiencias perso-nales inmediatas y retrataba camaradas y conocidoscon mayor o menor fidelidad. Carleton Beals, captadopor la lente de Tina Modotti en su varonil y decididaapostura, inspiró “Aquel árbol”, cuya escena se sitúaen el restaurante del Hotel Regis y traza una imagenpsicológica: el dubitativo especialista en revolucioneslatinoamericanas, a pesar de matrimonios y amoríos,sigue anclado a su tonta mujercita oriunda de Minnea-polis, incapaz de entender nada de nada, con quienha vuelto a casarse porque él es igual. Beals no quedabien parado, en cambio la autora pone el dedo en lallaga de los extranjeros despistados ante nuestra ma-nera de ser y comportarnos.17

“Judas florido” le gustaba a Katherine por su valorautobiográfico. Descubrió el tema de manera sorpren-dente, según me dijo, y como ocurre casi siempre:

Contemplando a una muchacha norteamericana queenseñaba inglés a las afueras de la Ciudad de México.Era adorable, correcta en sus maneras y hermosa fí-sicamente. Trataba a los niños con cariño. Un hom-bre que se hallaba cerca la miraba con insistenciatocando la guitarra. A primera vista la escena pare-cía muy inocente; pero descubrí en ambos una seriede sensaciones complejas. “Judas florido” no pre-tende pintar México ni retratar a una sola persona.

19

17 Sobre ese tema K.A.P. publicó en New Republic una reseña ti-tulada ”Ay, qué Chamaco” al aparecer el libro The Prince of Walesand Other Famous Americans (1925), colección de caricaturas he-chas por Covarrubias, publicadas originalmente con éxito en Va-nity Fair y New Yorker.

diálogos llenos de diminutivos que simulan una ex-quisita ternura ajena a cuanto ocurre fuera de la casa.Con perspicacia, malicia y sutileza, muy a lo Mansfield,prepara pausadamente su final abierto y construye unasunto soñado por muchas escritoras: “Plasmar lossentimientos de quinceañeras ardorosas, las apeten-cias femeninas despertando de sueños infantiles, losdesconciertos adolescentes ante el impacto del primerbeso amoroso”. Y, como sucede con “María Concep-ción”, el escrito es más rico e inspirador incluso quela idea original.

“El mártir” apareció también en Century, en 1923.Describe a un muralista enamorado de su modelo,15

por quien se mata comiendo desesperadamente paracalmar sus angustias, hasta que sufre un paro cardí-aco después de una tamalada en el café Los Mono-tes.16 Por su gordura y sus apetencias, el personajerecordaría a Diego Rivera. No por su desapego a lapropia obra y a otros rasgos de su genio. En cambioRamón, que hacía caricaturas de muchachas bonitasy las publicaba en revistas de modas, se basa clara-mente en Miguel Covarrubias, amante ocasional deKatherine —con quien, en compañía de Manuel Ro-dríguez Lozano, quiso organizar una exposición iti-nerante de nuestra plástica, aunque por falta defondos acabó por vender las obras en Los Ángeles, acoleccionistas particulares encantados de comprar

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15 El renacimiento pictórico nacional —cuya manifestación másnotable eran los murales en edificios públicos, principalmente deMéxico y Guadalajara—, fue apreciado inicialmente por unoscuantos críticos, entre los que se encontraban: Anita Bremen,Walter Patch, Alma Reed, Bertram D. Wolfe y la propia Katherine. 16 “Los Monitos” en el texto. Decorado por José Clemente Orozco,a pesar de ser un lugar sencillo, tenía una nutrida clientela deesnobs e intelectuales.

cuadros que pusieran notas verdes y anaranjadas enlas paredes de sus nuevas mansiones.

Katherine partía siempre de experiencias perso-nales inmediatas y retrataba camaradas y conocidoscon mayor o menor fidelidad. Carleton Beals, captadopor la lente de Tina Modotti en su varonil y decididaapostura, inspiró “Aquel árbol”, cuya escena se sitúaen el restaurante del Hotel Regis y traza una imagenpsicológica: el dubitativo especialista en revolucioneslatinoamericanas, a pesar de matrimonios y amoríos,sigue anclado a su tonta mujercita oriunda de Minnea-polis, incapaz de entender nada de nada, con quienha vuelto a casarse porque él es igual. Beals no quedabien parado, en cambio la autora pone el dedo en lallaga de los extranjeros despistados ante nuestra ma-nera de ser y comportarnos.17

“Judas florido” le gustaba a Katherine por su valorautobiográfico. Descubrió el tema de manera sorpren-dente, según me dijo, y como ocurre casi siempre:

Contemplando a una muchacha norteamericana queenseñaba inglés a las afueras de la Ciudad de México.Era adorable, correcta en sus maneras y hermosa fí-sicamente. Trataba a los niños con cariño. Un hom-bre que se hallaba cerca la miraba con insistenciatocando la guitarra. A primera vista la escena pare-cía muy inocente; pero descubrí en ambos una seriede sensaciones complejas. “Judas florido” no pre-tende pintar México ni retratar a una sola persona.

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17 Sobre ese tema K.A.P. publicó en New Republic una reseña ti-tulada ”Ay, qué Chamaco” al aparecer el libro The Prince of Walesand Other Famous Americans (1925), colección de caricaturas he-chas por Covarrubias, publicadas originalmente con éxito en Va-nity Fair y New Yorker.

Para construir mi personaje recurrí a cinco o seismujeres distintas. Para el masculino a seis o sietehombres y mi cuento intentaba decir que debemosser fieles a nuestras convicciones, mantenerlas in-cluso por encima de todo. La muchacha de la queme ocupo no supo hacerlo y el hombre no conocíasiquiera sus ideales. Quería ser patriota y revolucio-nario siendo un explotador parásito de la sociedad.La joven a pesar de su buena fe no supo entenderlo bueno y lo malo que le brindaban un país y unacultura distintos a los suyos… Me caló la situación,me llevó a escribir y comprender que el valor es lamás importante de las cualidades en esta vida.18

De regreso a Nueva York, Katherine volvió a casarse.Esta vez con Ernest Stock, quien le contagió una go-norrea. Le extirparon la matriz y así acabaron sus es-peranzas de tener hijos, pero no su compleja vidasentimental. Se ligó a Matthew Josephson, once añosmenor que ella, que la admiraba y quien posterior-mente la describió —pequeña, de voz pausada, de an-tiguos modales efectistas— y le aconsejó reunir sushistorias mexicanas y mandarlas a un editor: Har-court Brace. Aunque Katherine aseguraba que habíaescrito varias de una sentada, solía reconstruirlas sindesanimarse, y logró terminarlas y enviarlas a la edi-torial. Después de algunas exclusiones y modificacio-nes,19 salió un libro limitado a 600 ejemplares que ledejaron 100 dólares de regalías.20

20

18 Beatriz Espejo, op. cit., p. 17.19 Se quitaron “Violeta virgen”, “El mártir” y “El ladrón” y seincluyeron: “Calabazas para la abuelita Weatherall”, “Él”, “Lacuerda” y “Mágico”, que pertenecen a otro ciclo.20 Porter no apreciaba el arte de William Faulkner, pero debió re-

A finales de abril de 1930 se embarcó en La Ha-bana rumbo a México. Se relacionó nuevamente consus amigos. Carleton Beals y su esposa la acompaña-ron a Xochimilco, Cuernavaca y otros lugares de in-terés turístico. Alquiló primero un departamento enel centro de la ciudad lleno de plantas y amuebladocon artículos comprados en el Monte de Piedad. Losresultados la entusiasmaron al punto de enviar cartasen las que invitaba a constantes huéspedes, multipli-cados al mudarse a una casa de Mixcoac, donde pararonHart Crane, poeta maldito víctima del homosexua-lismo y del alcohol, que se suicidó un año después, yEugene Dove Pressly, quien sería su tercer y mejor es-poso. Katherine cocinaba, ofrecía fiestas y duranteseis meses de esterilidad literaria se divirtió tomandoclases de música con Pablo O’Higgins y se angustiópor su indisciplina. En una de sus reuniones, MoisésSáenz le regaló un bello rosario de plata; en una más,conoció al director cinematográfico Serguéi Eisens-tein, quien filmaba ¡Qué viva México! (1931) y la in-vitó a la hacienda pulquera de Tetlapayac, en elestado de Hidalgo, para atestiguar los avances.

Katherine estuvo allí, pero, como acostumbraba,únicamente tomó notas y apuntes. Hizo una especiede reportaje cuentístico estructurado muy a la modaactual, en que los géneros se contaminan, y lo pu-blicó bajo el título de “Hacienda”. Tiene un interéshistórico porque aporta una visión subterránea du-rante el rodaje de la legendaria película, concebidaen cuatro episodios que pretenden la riqueza de unasinfonía o la monumentalidad de una decoraciónmural. Eisenstein se apoyaba en su ayudante Gregori

21

confortarse al saber que la misma casa editorial había rechazadoel manuscrito de El sonido y la furia.

Para construir mi personaje recurrí a cinco o seismujeres distintas. Para el masculino a seis o sietehombres y mi cuento intentaba decir que debemosser fieles a nuestras convicciones, mantenerlas in-cluso por encima de todo. La muchacha de la queme ocupo no supo hacerlo y el hombre no conocíasiquiera sus ideales. Quería ser patriota y revolucio-nario siendo un explotador parásito de la sociedad.La joven a pesar de su buena fe no supo entenderlo bueno y lo malo que le brindaban un país y unacultura distintos a los suyos… Me caló la situación,me llevó a escribir y comprender que el valor es lamás importante de las cualidades en esta vida.18

De regreso a Nueva York, Katherine volvió a casarse.Esta vez con Ernest Stock, quien le contagió una go-norrea. Le extirparon la matriz y así acabaron sus es-peranzas de tener hijos, pero no su compleja vidasentimental. Se ligó a Matthew Josephson, once añosmenor que ella, que la admiraba y quien posterior-mente la describió —pequeña, de voz pausada, de an-tiguos modales efectistas— y le aconsejó reunir sushistorias mexicanas y mandarlas a un editor: Har-court Brace. Aunque Katherine aseguraba que habíaescrito varias de una sentada, solía reconstruirlas sindesanimarse, y logró terminarlas y enviarlas a la edi-torial. Después de algunas exclusiones y modificacio-nes,19 salió un libro limitado a 600 ejemplares que ledejaron 100 dólares de regalías.20

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18 Beatriz Espejo, op. cit., p. 17.19 Se quitaron “Violeta virgen”, “El mártir” y “El ladrón” y seincluyeron: “Calabazas para la abuelita Weatherall”, “Él”, “Lacuerda” y “Mágico”, que pertenecen a otro ciclo.20 Porter no apreciaba el arte de William Faulkner, pero debió re-

A finales de abril de 1930 se embarcó en La Ha-bana rumbo a México. Se relacionó nuevamente consus amigos. Carleton Beals y su esposa la acompaña-ron a Xochimilco, Cuernavaca y otros lugares de in-terés turístico. Alquiló primero un departamento enel centro de la ciudad lleno de plantas y amuebladocon artículos comprados en el Monte de Piedad. Losresultados la entusiasmaron al punto de enviar cartasen las que invitaba a constantes huéspedes, multipli-cados al mudarse a una casa de Mixcoac, donde pararonHart Crane, poeta maldito víctima del homosexua-lismo y del alcohol, que se suicidó un año después, yEugene Dove Pressly, quien sería su tercer y mejor es-poso. Katherine cocinaba, ofrecía fiestas y duranteseis meses de esterilidad literaria se divirtió tomandoclases de música con Pablo O’Higgins y se angustiópor su indisciplina. En una de sus reuniones, MoisésSáenz le regaló un bello rosario de plata; en una más,conoció al director cinematográfico Serguéi Eisens-tein, quien filmaba ¡Qué viva México! (1931) y la in-vitó a la hacienda pulquera de Tetlapayac, en elestado de Hidalgo, para atestiguar los avances.

Katherine estuvo allí, pero, como acostumbraba,únicamente tomó notas y apuntes. Hizo una especiede reportaje cuentístico estructurado muy a la modaactual, en que los géneros se contaminan, y lo pu-blicó bajo el título de “Hacienda”. Tiene un interéshistórico porque aporta una visión subterránea du-rante el rodaje de la legendaria película, concebidaen cuatro episodios que pretenden la riqueza de unasinfonía o la monumentalidad de una decoraciónmural. Eisenstein se apoyaba en su ayudante Gregori

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confortarse al saber que la misma casa editorial había rechazadoel manuscrito de El sonido y la furia.

Alexandrov y en su camarógrafo Eduard Tisse. Sufama auguraba un prodigio fílmico. Agustín AragónLeyva y Adolfo Best Maugard fueron sus consejerosespeciales, y en viajes cortos y esporádicos disfruta-ban el apabullante escenario de vastas llanuras sem-bradas de magueyes, y se hospedaban en la casagrande, construida con amplias alcobas, patios gene-rosos y enormes galeras para los tinacales. Utilizaríantambién el abundante material tomado en Yucatán yel Istmo con intenciones de articularlo desentrañandonuestros complejos misterios arqueológicos que, bienlo sabemos, desconciertan a los viajeros por su natu-raleza variada y enigmática y por sus diversos tiposhumanos. Además de las costumbres, las tradiciones,los símbolos intrincados, quería consignarse el pasadoindígena y colonial, el deslumbrante barroco de án-geles, racimos de uvas y diablos estofados. No se omi-tían los complicadísimos elementos del mestizajemístico, ni el ceremonial precolombino salpicado desangre y muerte en los sacrificios ancestrales, en loscristos escarnecidos y en las corridas de toros. Se tra-taría de coordinar una gran cantidad de secuencias.

Nunca emplearían actores profesionales, sino per-sonas comunes y corrientes. Y planeaban terminaresa parte en tres o cuatro semanas viviendo en la ha-cienda hospitalaria, gozando de absoluta libertad. Sefotografiaba a pleno sol para conseguir claroscurosintensos y contrapuestos. Si amanecía nublado se sus-pendían las tomas; pero la temporada fue avara endías soleados. Y los cineastas aprovechaban las horasconsignando escenas en cientos de tarjetas con lasque se atestaba un archivero.

Localizaban elementos característicos de la viejaarquitectura rural, amplios portones, cocheras, alme-nas o modalidades interesantes del panorama árido

22

y agresivo. Por las tardes, la casa grande se llenabade visitantes, algunos huéspedes jugaban ajedrez oplanteaban discusiones estéticas. Alexandrov tocabaal piano canciones sentimentales y Eisenstein dibu-jaba exquisitos autorretratos encerrado en su habi-tación.21 Por supuesto, los costos estipulados antesde iniciar el rodaje subieron como la espuma, lo quedesesperó a los productores y el magnífico proyectoquedó en excelentes y dispersos fragmentos que nose orquestaron.

Katherine disfrazó los nombres. Hubiera sidomejor que no lo hiciera: el escrito tendría más valorhistórico contundente; pero dejó un sagaz testimoniode la locura en torno a esta notable filmación. Dis-puesta a fijarse en detalles pequeños y significativos,“Hacienda” fue una suma de sus experiencias sobreMéxico. Las demás historias concretaron aspectos mássingulares: “María Concepción” ahonda en el pro-blema de los indígenas explotados; “Violeta virgen”,en los ricos conservadores; “Judas florido” revive as-pectos ocultos del movimiento político posrevolucio-nario; “El mártir” enfoca con cierta ironía malasentada los mitos pictóricos; “Aquel árbol”, a los co-rresponsales de los que había montones trabajandopara publicaciones extranjeras. En “Hacienda” con-jugó todo. Como Eisenstein, que imitando un sarapede Saltillo se propuso franjas de colores chillones paracapturar diferentes estratos sociales casi imposiblesde juntar, Katherine Anne Porter sintetizó un micro-cosmos: la producción pulquera, norteamericanos

23

21 Véase, entre otros, el testimonio de Gabriel Fernández Ledesmaen: Judith Alanís Figueroa, Chavela Villaseñor. Exposición retros-pectiva, Gobierno de Jalisco, Secretaría de Cultura, Guadalajara,1998, pp. 33-37.

Alexandrov y en su camarógrafo Eduard Tisse. Sufama auguraba un prodigio fílmico. Agustín AragónLeyva y Adolfo Best Maugard fueron sus consejerosespeciales, y en viajes cortos y esporádicos disfruta-ban el apabullante escenario de vastas llanuras sem-bradas de magueyes, y se hospedaban en la casagrande, construida con amplias alcobas, patios gene-rosos y enormes galeras para los tinacales. Utilizaríantambién el abundante material tomado en Yucatán yel Istmo con intenciones de articularlo desentrañandonuestros complejos misterios arqueológicos que, bienlo sabemos, desconciertan a los viajeros por su natu-raleza variada y enigmática y por sus diversos tiposhumanos. Además de las costumbres, las tradiciones,los símbolos intrincados, quería consignarse el pasadoindígena y colonial, el deslumbrante barroco de án-geles, racimos de uvas y diablos estofados. No se omi-tían los complicadísimos elementos del mestizajemístico, ni el ceremonial precolombino salpicado desangre y muerte en los sacrificios ancestrales, en loscristos escarnecidos y en las corridas de toros. Se tra-taría de coordinar una gran cantidad de secuencias.

Nunca emplearían actores profesionales, sino per-sonas comunes y corrientes. Y planeaban terminaresa parte en tres o cuatro semanas viviendo en la ha-cienda hospitalaria, gozando de absoluta libertad. Sefotografiaba a pleno sol para conseguir claroscurosintensos y contrapuestos. Si amanecía nublado se sus-pendían las tomas; pero la temporada fue avara endías soleados. Y los cineastas aprovechaban las horasconsignando escenas en cientos de tarjetas con lasque se atestaba un archivero.

Localizaban elementos característicos de la viejaarquitectura rural, amplios portones, cocheras, alme-nas o modalidades interesantes del panorama árido

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y agresivo. Por las tardes, la casa grande se llenabade visitantes, algunos huéspedes jugaban ajedrez oplanteaban discusiones estéticas. Alexandrov tocabaal piano canciones sentimentales y Eisenstein dibu-jaba exquisitos autorretratos encerrado en su habi-tación.21 Por supuesto, los costos estipulados antesde iniciar el rodaje subieron como la espuma, lo quedesesperó a los productores y el magnífico proyectoquedó en excelentes y dispersos fragmentos que nose orquestaron.

Katherine disfrazó los nombres. Hubiera sidomejor que no lo hiciera: el escrito tendría más valorhistórico contundente; pero dejó un sagaz testimoniode la locura en torno a esta notable filmación. Dis-puesta a fijarse en detalles pequeños y significativos,“Hacienda” fue una suma de sus experiencias sobreMéxico. Las demás historias concretaron aspectos mássingulares: “María Concepción” ahonda en el pro-blema de los indígenas explotados; “Violeta virgen”,en los ricos conservadores; “Judas florido” revive as-pectos ocultos del movimiento político posrevolucio-nario; “El mártir” enfoca con cierta ironía malasentada los mitos pictóricos; “Aquel árbol”, a los co-rresponsales de los que había montones trabajandopara publicaciones extranjeras. En “Hacienda” con-jugó todo. Como Eisenstein, que imitando un sarapede Saltillo se propuso franjas de colores chillones paracapturar diferentes estratos sociales casi imposiblesde juntar, Katherine Anne Porter sintetizó un micro-cosmos: la producción pulquera, norteamericanos

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21 Véase, entre otros, el testimonio de Gabriel Fernández Ledesmaen: Judith Alanís Figueroa, Chavela Villaseñor. Exposición retros-pectiva, Gobierno de Jalisco, Secretaría de Cultura, Guadalajara,1998, pp. 33-37.

ricos exponentes del capital, artistas locales, a losque nombró Carlos y Betancourt, inspirados en Cas-tro Padilla y Best Maugard, intelectuales indiferentesque conservaban una actitud de no pertenecer a nin-gún lado.

“Hacienda” es uno de sus pocos cuentos escritosen primera persona; enfatiza sus últimas conexionescon México en un consabido ritmo rápido y brillante,una prosa astuta y un desencanto evidente al com-probar que la lucha armada no había tenido mejoresresultados. Los ricos continuaban gobernando propie-dades soberbias y los pobres seguían conformándosecon que las milpas crecieran para no morirse de ham-bre. Además, estaba harta, con los ansiados estímulosmomentáneamente agotados y sufriendo esa melan-colía que nunca la abandonaba e impulsaba a viajar ya no quedarse demasiado en un mismo sitio. “Era im-posible permanecer hasta mañana en aquel ambienteletal”, consignó en una de las frases finales propo-niéndose la huida.

En Veracruz, un norte iracundo derribó varios ár-boles y postes de luz e interrumpió el curso de loselevadores en los hoteles; pero no impidió que Kathe-rine, acompañada de Pressly, se embarcara en el SSWerra hacia Francia.

Cuando Katherine Anne Porter leía El segundo sexo,de Simone de Beauvoir, anotó en los márgenes dellibro las impresiones de una boda. Convirtió en con-cretas ideas abstractas y tesis que darían cuerpo yvoz a un movimiento feminista justo y necesariocomo el canon de la misa católica, pero aunque nadielo ignora, nunca fue una feminista ni convicta niconfesa y tampoco practicante. Procesaba mental-

24

mente conceptos filosóficos, los repensaba, y para ellaresultaba natural relacionarlos con los actores y deta-lles principales de la ceremonia a la que había asistido,en la que observó al novio radiante, el vestido de ladesposada, los padrinos de ambos y a una serie de ni-ñitas cargando canastas llenas de pétalos esparcidoscomo lluvia de rosas. El ejemplar del libro existe, juntocon los apuntes que inspiró, entre otros papeles con-servados en el fondo de manuscritos de su obra y queconsultan los estudiosos. Se llama Katherine PorterRoom y está en la Universidad de Maryland, dentrode la Biblioteca McKeldin, donde se encuentra tam-bién una serie de fotografías. Incluso muchas toma-das por ella misma durante su estancia en México conuna cámara que perteneció a su amiga Tina Modotti;además, hay retratos suyos de Henri Cartier-Bressony otros de George Platt; medallas, reconocimientos,doctorados honoríficos de otras universidades, actasmatrimoniales, avisos de divorcios y el conjunto ge-neral de sus papeles; pero esa boda y las notas almargen del volumen podrían descubrirnos los méto-dos que usaba para escribir. Era esencialmente unahacedora de cuentos que culminaron en su célebre no-vela La nave de los locos —traducida por algunos comoLa nave del mal, atendiendo a simbologías medieva-les—, que le valió su mayor éxito, el cual persiguiódurante 22 años trabajando a intervalos. Las primerascríticas periodísticas fueron adversas, y sin embargotriunfó definitivamente al sobrevenir la versión cine-matográfica y las múltiples ediciones subsecuentes.

Mientras esto ocurría, Katherine se mantuvo, dealguna manera ya lo dije, casi 60 años dando cursos,pergeñando reseñas, artículos políticos, páginas co-merciales, corrigiendo textos ajenos y dictando con-ferencias —como “Defensa de Circe”, ante un grupo

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ricos exponentes del capital, artistas locales, a losque nombró Carlos y Betancourt, inspirados en Cas-tro Padilla y Best Maugard, intelectuales indiferentesque conservaban una actitud de no pertenecer a nin-gún lado.

“Hacienda” es uno de sus pocos cuentos escritosen primera persona; enfatiza sus últimas conexionescon México en un consabido ritmo rápido y brillante,una prosa astuta y un desencanto evidente al com-probar que la lucha armada no había tenido mejoresresultados. Los ricos continuaban gobernando propie-dades soberbias y los pobres seguían conformándosecon que las milpas crecieran para no morirse de ham-bre. Además, estaba harta, con los ansiados estímulosmomentáneamente agotados y sufriendo esa melan-colía que nunca la abandonaba e impulsaba a viajar ya no quedarse demasiado en un mismo sitio. “Era im-posible permanecer hasta mañana en aquel ambienteletal”, consignó en una de las frases finales propo-niéndose la huida.

En Veracruz, un norte iracundo derribó varios ár-boles y postes de luz e interrumpió el curso de loselevadores en los hoteles; pero no impidió que Kathe-rine, acompañada de Pressly, se embarcara en el SSWerra hacia Francia.

Cuando Katherine Anne Porter leía El segundo sexo,de Simone de Beauvoir, anotó en los márgenes dellibro las impresiones de una boda. Convirtió en con-cretas ideas abstractas y tesis que darían cuerpo yvoz a un movimiento feminista justo y necesariocomo el canon de la misa católica, pero aunque nadielo ignora, nunca fue una feminista ni convicta niconfesa y tampoco practicante. Procesaba mental-

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mente conceptos filosóficos, los repensaba, y para ellaresultaba natural relacionarlos con los actores y deta-lles principales de la ceremonia a la que había asistido,en la que observó al novio radiante, el vestido de ladesposada, los padrinos de ambos y a una serie de ni-ñitas cargando canastas llenas de pétalos esparcidoscomo lluvia de rosas. El ejemplar del libro existe, juntocon los apuntes que inspiró, entre otros papeles con-servados en el fondo de manuscritos de su obra y queconsultan los estudiosos. Se llama Katherine PorterRoom y está en la Universidad de Maryland, dentrode la Biblioteca McKeldin, donde se encuentra tam-bién una serie de fotografías. Incluso muchas toma-das por ella misma durante su estancia en México conuna cámara que perteneció a su amiga Tina Modotti;además, hay retratos suyos de Henri Cartier-Bressony otros de George Platt; medallas, reconocimientos,doctorados honoríficos de otras universidades, actasmatrimoniales, avisos de divorcios y el conjunto ge-neral de sus papeles; pero esa boda y las notas almargen del volumen podrían descubrirnos los méto-dos que usaba para escribir. Era esencialmente unahacedora de cuentos que culminaron en su célebre no-vela La nave de los locos —traducida por algunos comoLa nave del mal, atendiendo a simbologías medieva-les—, que le valió su mayor éxito, el cual persiguiódurante 22 años trabajando a intervalos. Las primerascríticas periodísticas fueron adversas, y sin embargotriunfó definitivamente al sobrevenir la versión cine-matográfica y las múltiples ediciones subsecuentes.

Mientras esto ocurría, Katherine se mantuvo, dealguna manera ya lo dije, casi 60 años dando cursos,pergeñando reseñas, artículos políticos, páginas co-merciales, corrigiendo textos ajenos y dictando con-ferencias —como “Defensa de Circe”, ante un grupo

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de oceanógrafos encantados de oírla conjugar cienciamarítima con la poesía de los mitos griegos. Aceptó,además, varios empleos inexplicables. Fue actriz,maestra de baile, cantante de antiguas baladas esco-cesas. Por ello, cuando pudo, formó una pequeña fun-dación para ayudar a escritores serios que practicaranla literatura artísticamente y, a pesar de hacerlo,aceptaran encargos para sostenerse y pagar el pan decada día.

En un oscuro y difícil proceso, redactaba narra-ciones. Frente a ellas, todos sus demás esfuerzos, in-cluso algunos brillantes, perdían importancia y nuncale hubieran proporcionado el lugar que ocupa en laliteratura universal; porque en vez de ser una mujerde pensamiento filosófico era una narradora que res-pondía a intuiciones y estímulos. En sus entrevistasaseguraba que fraguaba tramas mentales hasta sinsaberlo.

Tenía un hambre insaciable de admiración y re-conocimiento, quizá porque nunca tuvo los hijos de-seados, todo lo apostó a la carta de su carrera y noestaba muy segura respecto de su propio genio; sinembargo, sabía crear atmósferas basándose en singu-laridades que cobraban importancia a la hora de plan-tear el desenlace, y parte fundamental de sus relatossalía en sucesivas ediciones. A manera de baraja, loscombinaba reuniendo unos y dejando fuera otros, asílo hizo desde su primer libro; pero seguramente porsus hondas raíces autobiográficas incluía siempre“Antigua condición mortal” y “El viejo orden”. Por fin,los Cuentos reunidos de Katherine Anne Porter, inte-grados al catálogo de Harcourt en 1965, los reúnetodos. En la presentación de esta edición dijo: “Des-pedirse es morir un poco (en todos los idiomas quelogro leer); sin embargo, mi adiós a estas historias

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resulta feliz, constituye una renovación de su vidadejarlas prolongar su tiempo bajo el sol, y eso es másde lo que cualquier artista espera”.22 Las consecuen-cias fueron los merecidos y ya citados premios.

Según ella, no se había propuesto una carrera li-teraria, pero paradójicamente fue obstinada y persis-tió, con intermedios y distracciones, hasta el 18 deseptiembre de 1980, cuando recibió, dos días antesde su muerte, los primeros ejemplares de su ensayosobre Sacco y Vanzetti, The Never-Ending Wrong, de-dicado a William Wilkins, su último secretario yamigo sentimental, cuarenta años menor, quien conuna enorme paciencia la ayudó a continuar su carrerao al menos a mantenerse con la ilusión de hacerlo.

Katherine Anne leía mucho y procuraba estar altanto de lo que publicaban sus contemporáneos; aun-que aceptaba pocas influencias y negaba las que leatribuían, citaba autores que había descubierto en labiblioteca de su familia: Dickens, Scott, Thackeray,Milton, Pope, Dante, Shakespeare, el diccionario deldoctor Johnson. En cambio, se consideraba deudorade Lawrence Sterne por Tristram Shandy y su virtuosapericia para que el gran estilo pareciera algo tan sen-cillo como una copa de agua bebida en una tarde ve-raniega; además, reafirmaba su inclinación por dosautoras alejadas de sus propias fórmulas, CharlotteBrontë y Virginia Woolf, con Cumbres borrascosas yAl faro, respectivamente, novelas, en su opinión, per-fectas. Perfectas también en la opinión de generacio-nes involucradas con las letras...

Convencida de que un profesional considera in-dispensable el dominio técnico, equilibraba la balanzaadmitiendo que el don literario es una predestinación

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22 Joan Givner, op. cit., p. 45.

de oceanógrafos encantados de oírla conjugar cienciamarítima con la poesía de los mitos griegos. Aceptó,además, varios empleos inexplicables. Fue actriz,maestra de baile, cantante de antiguas baladas esco-cesas. Por ello, cuando pudo, formó una pequeña fun-dación para ayudar a escritores serios que practicaranla literatura artísticamente y, a pesar de hacerlo,aceptaran encargos para sostenerse y pagar el pan decada día.

En un oscuro y difícil proceso, redactaba narra-ciones. Frente a ellas, todos sus demás esfuerzos, in-cluso algunos brillantes, perdían importancia y nuncale hubieran proporcionado el lugar que ocupa en laliteratura universal; porque en vez de ser una mujerde pensamiento filosófico era una narradora que res-pondía a intuiciones y estímulos. En sus entrevistasaseguraba que fraguaba tramas mentales hasta sinsaberlo.

Tenía un hambre insaciable de admiración y re-conocimiento, quizá porque nunca tuvo los hijos de-seados, todo lo apostó a la carta de su carrera y noestaba muy segura respecto de su propio genio; sinembargo, sabía crear atmósferas basándose en singu-laridades que cobraban importancia a la hora de plan-tear el desenlace, y parte fundamental de sus relatossalía en sucesivas ediciones. A manera de baraja, loscombinaba reuniendo unos y dejando fuera otros, asílo hizo desde su primer libro; pero seguramente porsus hondas raíces autobiográficas incluía siempre“Antigua condición mortal” y “El viejo orden”. Por fin,los Cuentos reunidos de Katherine Anne Porter, inte-grados al catálogo de Harcourt en 1965, los reúnetodos. En la presentación de esta edición dijo: “Des-pedirse es morir un poco (en todos los idiomas quelogro leer); sin embargo, mi adiós a estas historias

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resulta feliz, constituye una renovación de su vidadejarlas prolongar su tiempo bajo el sol, y eso es másde lo que cualquier artista espera”.22 Las consecuen-cias fueron los merecidos y ya citados premios.

Según ella, no se había propuesto una carrera li-teraria, pero paradójicamente fue obstinada y persis-tió, con intermedios y distracciones, hasta el 18 deseptiembre de 1980, cuando recibió, dos días antesde su muerte, los primeros ejemplares de su ensayosobre Sacco y Vanzetti, The Never-Ending Wrong, de-dicado a William Wilkins, su último secretario yamigo sentimental, cuarenta años menor, quien conuna enorme paciencia la ayudó a continuar su carrerao al menos a mantenerse con la ilusión de hacerlo.

Katherine Anne leía mucho y procuraba estar altanto de lo que publicaban sus contemporáneos; aun-que aceptaba pocas influencias y negaba las que leatribuían, citaba autores que había descubierto en labiblioteca de su familia: Dickens, Scott, Thackeray,Milton, Pope, Dante, Shakespeare, el diccionario deldoctor Johnson. En cambio, se consideraba deudorade Lawrence Sterne por Tristram Shandy y su virtuosapericia para que el gran estilo pareciera algo tan sen-cillo como una copa de agua bebida en una tarde ve-raniega; además, reafirmaba su inclinación por dosautoras alejadas de sus propias fórmulas, CharlotteBrontë y Virginia Woolf, con Cumbres borrascosas yAl faro, respectivamente, novelas, en su opinión, per-fectas. Perfectas también en la opinión de generacio-nes involucradas con las letras...

Convencida de que un profesional considera in-dispensable el dominio técnico, equilibraba la balanzaadmitiendo que el don literario es una predestinación

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22 Joan Givner, op. cit., p. 45.

divina y quizá un talento heredado. Afirmaba que ensu familia tenían notables escritores de epístolas ynarradores orales. En varias entrevistas sacaba a re-lucir esto en plural, no mayestático sino que abarcabauna tribu familiar. Su “nosotros” abrazaba a la paren-tela de la que formaba parte, se sentía orgullosa, yrepetía su historia en conversaciones íntimas y enmuchos cuentos. Decía que O. Henry (William SidneyPorter) era primo segundo de su padre, y presumía aHorace Porter porque durante sus ocho años de em-bajador en París buscó los huesos de John Paul Jones,héroe de la Independencia Norteamericana, pesquisasque le sirvieron para redactar un volumen curioso. Laampulosidad de Katherine en tal sentido estaba li-gada a su índole más entrañable, a pretensiones y fri-volidades nunca despreciadas, como si la sostuvierauna eterna y burbujeante conciencia de singularidad;como si haber crecido en la pobreza y en un clandonde se hablaba de tiempos gloriosos con caballoscepillados, algodonales, fincas y demás esplendores,la hubiera inclinado a las posesiones materiales y alboato. Eso explica su extravagancia al adquirir, tanpronto tuvo el dinero necesario, esa soberbia esme-ralda de veintidós quilates rodeada de brillantes quellevaba en el dedo. Lo había anhelado desde niñaviendo las joyas de su tía Ione. Aparte, montó unacasona llena de antigüedades en la que invirtió partedel éxito económico que le dio el cine.

Igual que otras literatas distinguidas, como casitodos los seres humanos, tenía virtudes y contradic-ciones. Le costaba mucho estar tranquila, no conser-vaba amistades profundas salvo, quizá, con algunosfamiliares. ¿Había idealizado al Adán de la vida realque inmortalizó en su novela corta “Pálido caballo,pálido jinete” con el que quizá pudo entenderse ver-

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daderamente? Resultaba imposible saberlo, inclusopara ella misma, porque las uniones de la vida realson más complicadas aún que las de papel y tinta.Quedó atrapada en un patrón emocional que se repe-tía cada cinco años y culminaba en relaciones conhombres que pasaban por su vida sin dejar en apa-riencia demasiada huella, pero sí el deseo de buscarun sustituto; lo cual duró hasta un último idilio pla-tónico con su abogado, Barrett Prettyman, que co-leccionaba autógrafos de autores famosos y la ayudóa redactar sus disposiciones testamentarias mientrasella le escribía cartas rubricadas “con amor y ansie-dad” antes de la firma. Incluso a los setenta y ochoaños le redactó estas líneas: “…Si te sientes inse-guro, lo tomo a desdén porque dices que no distingode otro a un hombre guapo apenas lo veo: para mí eresel más delicioso y atractivo que nunca he conocido yamo cada rasgo de tu rostro”.23 Creía que al enamorarsese experimenta un estado de elevación espiritual. Enconsecuencia, se volvía más fácil cualquier tarea, in-cluso escribir. Y con el mismo criterio tomaba deci-siones para resolver momentáneamente esa depresiónque arrastró toda su vida a pesar de que sabía ocul-tarla con una chispa aparente y actividades impara-bles ya aludidas: viajaba, cambiaba de domicilio,dictaba conferencias por las que cobraba tarifas irre-gulares, pues “según el sapo era la pedrada”, y solíaconformarse con cincuenta dólares. Quería mucho asus sobrinos, se empeñaba en inculcarles sus pasos yse enfurecía, por ejemplo, si a uno de ellos no ledaban en la representación escolar el papel de DanielBoone, el famoso colonizador del Oeste; empeñadacomo estaba, sin mucha razón y como recalcan todos

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23 Joan Givner, op. cit., p. 89.

divina y quizá un talento heredado. Afirmaba que ensu familia tenían notables escritores de epístolas ynarradores orales. En varias entrevistas sacaba a re-lucir esto en plural, no mayestático sino que abarcabauna tribu familiar. Su “nosotros” abrazaba a la paren-tela de la que formaba parte, se sentía orgullosa, yrepetía su historia en conversaciones íntimas y enmuchos cuentos. Decía que O. Henry (William SidneyPorter) era primo segundo de su padre, y presumía aHorace Porter porque durante sus ocho años de em-bajador en París buscó los huesos de John Paul Jones,héroe de la Independencia Norteamericana, pesquisasque le sirvieron para redactar un volumen curioso. Laampulosidad de Katherine en tal sentido estaba li-gada a su índole más entrañable, a pretensiones y fri-volidades nunca despreciadas, como si la sostuvierauna eterna y burbujeante conciencia de singularidad;como si haber crecido en la pobreza y en un clandonde se hablaba de tiempos gloriosos con caballoscepillados, algodonales, fincas y demás esplendores,la hubiera inclinado a las posesiones materiales y alboato. Eso explica su extravagancia al adquirir, tanpronto tuvo el dinero necesario, esa soberbia esme-ralda de veintidós quilates rodeada de brillantes quellevaba en el dedo. Lo había anhelado desde niñaviendo las joyas de su tía Ione. Aparte, montó unacasona llena de antigüedades en la que invirtió partedel éxito económico que le dio el cine.

Igual que otras literatas distinguidas, como casitodos los seres humanos, tenía virtudes y contradic-ciones. Le costaba mucho estar tranquila, no conser-vaba amistades profundas salvo, quizá, con algunosfamiliares. ¿Había idealizado al Adán de la vida realque inmortalizó en su novela corta “Pálido caballo,pálido jinete” con el que quizá pudo entenderse ver-

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daderamente? Resultaba imposible saberlo, inclusopara ella misma, porque las uniones de la vida realson más complicadas aún que las de papel y tinta.Quedó atrapada en un patrón emocional que se repe-tía cada cinco años y culminaba en relaciones conhombres que pasaban por su vida sin dejar en apa-riencia demasiada huella, pero sí el deseo de buscarun sustituto; lo cual duró hasta un último idilio pla-tónico con su abogado, Barrett Prettyman, que co-leccionaba autógrafos de autores famosos y la ayudóa redactar sus disposiciones testamentarias mientrasella le escribía cartas rubricadas “con amor y ansie-dad” antes de la firma. Incluso a los setenta y ochoaños le redactó estas líneas: “…Si te sientes inse-guro, lo tomo a desdén porque dices que no distingode otro a un hombre guapo apenas lo veo: para mí eresel más delicioso y atractivo que nunca he conocido yamo cada rasgo de tu rostro”.23 Creía que al enamorarsese experimenta un estado de elevación espiritual. Enconsecuencia, se volvía más fácil cualquier tarea, in-cluso escribir. Y con el mismo criterio tomaba deci-siones para resolver momentáneamente esa depresiónque arrastró toda su vida a pesar de que sabía ocul-tarla con una chispa aparente y actividades impara-bles ya aludidas: viajaba, cambiaba de domicilio,dictaba conferencias por las que cobraba tarifas irre-gulares, pues “según el sapo era la pedrada”, y solíaconformarse con cincuenta dólares. Quería mucho asus sobrinos, se empeñaba en inculcarles sus pasos yse enfurecía, por ejemplo, si a uno de ellos no ledaban en la representación escolar el papel de DanielBoone, el famoso colonizador del Oeste; empeñadacomo estaba, sin mucha razón y como recalcan todos

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23 Joan Givner, op. cit., p. 89.

sus estudiosos, en considerarlo su antepasado, sa-biendo que tal vez era una más de sus invenciones,pues no existían ni existirán pruebas al respecto. Asíestiraba las ramas de su árbol genealógico hasta GeorgeWashington y la sociedad de los Cincinatos. Y luego,con una sinceridad conmovedora olvidaba lo dicho yafirmaba que no tenía demasiadas ambiciones en nin-gún sentido.

La abuela que la crió ocupaba un sitio de honoren sus recuerdos. Sus cuentos varias veces giraron entorno a esta vieja matriarca, eje del grupo formadopor caballeros de levita y damas almidonadas. Y laabuela, con sus claros ojos hundidos en las cuencasde una calavera apenas revestida por restos de pielapergaminada y un cuello sostenido en un delgadí-simo resorte, sobrevive, entre otros documentos, po-sando vestida con cofia negra, enlutada y ostentandosu capacidad de mando gracias a la certeza del debercumplido, sin experimentar dudas, aferrada a la ideade que las normas establecidas le señalaban decisio-nes convenientes. Katherine dejó su versión de eseretrato al decir: “Debajo de aquel tocado, su ancianorostro pálido de rasgos firmes, mostraba una calmamajestuosa”.24 Tendía así las líneas necesarias parapintarnos una personalidad apegada a costumbresjamás quebrantadas y una firme voluntad capaz defincar tres ranchos en tres estados de la Unión Ame-ricana: Texas, Louisiana y Kentucky. Describía a unamujer de hierro que inspiraba en sus nietos emocio-nes complejas. En su relato “La fuente” se permitióconfesar sentimientos encontrados con habilidadesmuy suyas para mostrar ambas caras de una moneda.Dijo:

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24 Ibid., p. 19.

…era como la única realidad en un mundo que, fal-tando ella, les parecía desprovisto de orden y refu-gio, ya que su madre había muerto hacía ya tantotiempo que sólo la mayor de las niñas la recordabavagamente. Pero tenían también la sensación de quela anciana era tiránica y deseaban librarse de ella.25

A sí misma se consideraba vivaracha, berrinchuda, ul-trafemenina, preguntona, y redactaba estampas conuna prosa cuidada y eficaz. Decía convencida: “hayque hablar sencillamente en un lenguaje que en-tienda un niño de seis años y que sin embargo con-serve matices, implicaciones y atractivos para lainteligencia más elevada”.26 Recordaba a su difuntamadre, a su padre y hermanos, a su larga parentela.Se embarcaba en una ensoñación y reconstruía epi-sodios de su niñez destinados a la página literaria,alzando la vista en “El circo”, describió unos tablo-nes sostenidos por vigas transversales que formabanun óvalo. Luego, rindió su impresión periodística enun excelente texto de esas imágenes fotografiadas porTina Modotti, las carpas que tanto gustaron a los poe-tas estridentistas y que María Izquierdo pintó con susanimales y trapecistas.

Pero, el circo de sus primeros recuerdos confesabaque le había causado terror con sus payasos de cejaspicudas, cuya sonrisa fingida escondía la sordidez delmundo. La asustaron los alambristas que emocionabanal público amenazando con estamparse sobre la pista.Y la niña que generalmente amaba las sedas y los an-chos cinturones de satén abandonó el espectáculo agrito pelado; colgada del brazo de su criada negra,

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25 Ibid., p. 199.26 Beatriz Espejo, op. cit., p. 17.

sus estudiosos, en considerarlo su antepasado, sa-biendo que tal vez era una más de sus invenciones,pues no existían ni existirán pruebas al respecto. Asíestiraba las ramas de su árbol genealógico hasta GeorgeWashington y la sociedad de los Cincinatos. Y luego,con una sinceridad conmovedora olvidaba lo dicho yafirmaba que no tenía demasiadas ambiciones en nin-gún sentido.

La abuela que la crió ocupaba un sitio de honoren sus recuerdos. Sus cuentos varias veces giraron entorno a esta vieja matriarca, eje del grupo formadopor caballeros de levita y damas almidonadas. Y laabuela, con sus claros ojos hundidos en las cuencasde una calavera apenas revestida por restos de pielapergaminada y un cuello sostenido en un delgadí-simo resorte, sobrevive, entre otros documentos, po-sando vestida con cofia negra, enlutada y ostentandosu capacidad de mando gracias a la certeza del debercumplido, sin experimentar dudas, aferrada a la ideade que las normas establecidas le señalaban decisio-nes convenientes. Katherine dejó su versión de eseretrato al decir: “Debajo de aquel tocado, su ancianorostro pálido de rasgos firmes, mostraba una calmamajestuosa”.24 Tendía así las líneas necesarias parapintarnos una personalidad apegada a costumbresjamás quebrantadas y una firme voluntad capaz defincar tres ranchos en tres estados de la Unión Ame-ricana: Texas, Louisiana y Kentucky. Describía a unamujer de hierro que inspiraba en sus nietos emocio-nes complejas. En su relato “La fuente” se permitióconfesar sentimientos encontrados con habilidadesmuy suyas para mostrar ambas caras de una moneda.Dijo:

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24 Ibid., p. 19.

…era como la única realidad en un mundo que, fal-tando ella, les parecía desprovisto de orden y refu-gio, ya que su madre había muerto hacía ya tantotiempo que sólo la mayor de las niñas la recordabavagamente. Pero tenían también la sensación de quela anciana era tiránica y deseaban librarse de ella.25

A sí misma se consideraba vivaracha, berrinchuda, ul-trafemenina, preguntona, y redactaba estampas conuna prosa cuidada y eficaz. Decía convencida: “hayque hablar sencillamente en un lenguaje que en-tienda un niño de seis años y que sin embargo con-serve matices, implicaciones y atractivos para lainteligencia más elevada”.26 Recordaba a su difuntamadre, a su padre y hermanos, a su larga parentela.Se embarcaba en una ensoñación y reconstruía epi-sodios de su niñez destinados a la página literaria,alzando la vista en “El circo”, describió unos tablo-nes sostenidos por vigas transversales que formabanun óvalo. Luego, rindió su impresión periodística enun excelente texto de esas imágenes fotografiadas porTina Modotti, las carpas que tanto gustaron a los poe-tas estridentistas y que María Izquierdo pintó con susanimales y trapecistas.

Pero, el circo de sus primeros recuerdos confesabaque le había causado terror con sus payasos de cejaspicudas, cuya sonrisa fingida escondía la sordidez delmundo. La asustaron los alambristas que emocionabanal público amenazando con estamparse sobre la pista.Y la niña que generalmente amaba las sedas y los an-chos cinturones de satén abandonó el espectáculo agrito pelado; colgada del brazo de su criada negra,

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25 Ibid., p. 199.26 Beatriz Espejo, op. cit., p. 17.

Dicey, quien se fue enojada por dejar tan magníficasdiversiones, que constituían una oportunidad de es-parcimiento irrepetible, y la recriminaba por tomar enserio los alardes de cuerpos descoyuntados que sabíanequilibrar su peso desde el centro de la arena o por es-quivar a los enanos de barbitas lanosas y ojos doradosy mansos. Esta narración profundiza en el abismo delalma infantil con una segunda lectura.

Sureña por tradiciones, Porter no condenaba la es-clavitud o al menos la entendía de modo peculiar, cosaque la obligó a dar explicaciones sobre algunos cuentoscomo “El testigo”, cuyo personaje principal es un es-clavo convertido en criado, lo mismo que varios traba-jadores del rancho de su abuela; sin embargo, unpersonaje, tío Jimbilly, no olvidaba el esclavismo, losazotes con correas de cuero sobre las espaldas de los re-beldes, el pellejo y la carne separados de los huesos. Ka-therine exponía hechos sin dar juicios. Quizás asímanifestaba su opinión; pero jamás se hubiera imagi-nado que Obama llegaría a ser presidente de EstadosUnidos, y se preocupaba, más que por las injusticias co-metidas contra una raza, por la verosimilitud de los diá-logos a cargo de un viejo gastado y chocho. Sostuvosiempre que sus raíces familiares y parte del encan-tador ambiente en que se había criado y que le pro-porcionaba una veta invaluable de la cual extraíamotivos de inspiración para señalar algunas actitudesde sus personajes, la acostumbraron a ver el asuntoesclavista con naturalidad. Incluso por referirse en larevista Time (28 de julio de 1961) a los maravillososesclavos y compañeros, recibió una carta airada dePauline Young, perteneciente a la Organización Na-cional Pro Mejoras de la Gente de Color, señalándoleque no se reconciliaban ambos términos; sin em-bargo, en “El viejo orden” Katherine sintetizaba la

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vida de su abuela en unas cuantas líneas y enfocabasus lazos con Nannie, una negrita que le habían re-galado como compañera de juegos. Ambas mantuvie-ron lazos profundos y amamantaron a numerososhijos. Se vincularon entre sí guardando las distanciasconsabidas y compartieron penas y alegrías. Durantesu vejez disfrutaron ocios dedicándose a una labortradicional en esa parte del planeta: cortaban trozosde tela con formas de triángulos, tiras y cuadros paraunirlos luego a lienzos de terciopelo o tafetán. Laseda amarilla del forro constituía el final de una laborantes de guardarla en un baúl. Esa unión de parchesconvertidos en colchas o cojines era el pretexto coti-diano al invocar un destino que hubiera sido amargopara las dos de no haberse tenido una a la otra. In-dagaban causas que habían regido el desarrollo desus vidas sin rebelarse ni esperar respuestas. Mien-tras sus manos ensartaban agujas y elegían materia-les, reconstruían los momentos más sobresalientesrelacionados con amigos y conocidos. Aceptaban lainfancia como un periodo de preparación para la edadadulta, en la que se habían dedicado, sin desviacionesde ningún tipo, a educar hijos o nietos o cualquierinfante que hubiera quedado bajo su tutela. Comosubtema, en ese texto de gran aliento por su exten-sión y sus propósitos, surge un esclavismo “benévolo”y atroz con negros tendidos bajo los árboles, jugandoseven up y comiendo sandías durante el verano; conNannie, que se somete sin chistar a la voluntad de suama y la escucha reverente hasta el día en que la es-clava cayó muerta pisando el umbral de una puertacuando visitaba a su nuera.

Katherine describía las historias entrelazadasdesde la óptica de los hacendados sureños que per-dieron tierras y liberaron por ley a sus trabajadores,

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Dicey, quien se fue enojada por dejar tan magníficasdiversiones, que constituían una oportunidad de es-parcimiento irrepetible, y la recriminaba por tomar enserio los alardes de cuerpos descoyuntados que sabíanequilibrar su peso desde el centro de la arena o por es-quivar a los enanos de barbitas lanosas y ojos doradosy mansos. Esta narración profundiza en el abismo delalma infantil con una segunda lectura.

Sureña por tradiciones, Porter no condenaba la es-clavitud o al menos la entendía de modo peculiar, cosaque la obligó a dar explicaciones sobre algunos cuentoscomo “El testigo”, cuyo personaje principal es un es-clavo convertido en criado, lo mismo que varios traba-jadores del rancho de su abuela; sin embargo, unpersonaje, tío Jimbilly, no olvidaba el esclavismo, losazotes con correas de cuero sobre las espaldas de los re-beldes, el pellejo y la carne separados de los huesos. Ka-therine exponía hechos sin dar juicios. Quizás asímanifestaba su opinión; pero jamás se hubiera imagi-nado que Obama llegaría a ser presidente de EstadosUnidos, y se preocupaba, más que por las injusticias co-metidas contra una raza, por la verosimilitud de los diá-logos a cargo de un viejo gastado y chocho. Sostuvosiempre que sus raíces familiares y parte del encan-tador ambiente en que se había criado y que le pro-porcionaba una veta invaluable de la cual extraíamotivos de inspiración para señalar algunas actitudesde sus personajes, la acostumbraron a ver el asuntoesclavista con naturalidad. Incluso por referirse en larevista Time (28 de julio de 1961) a los maravillososesclavos y compañeros, recibió una carta airada dePauline Young, perteneciente a la Organización Na-cional Pro Mejoras de la Gente de Color, señalándoleque no se reconciliaban ambos términos; sin em-bargo, en “El viejo orden” Katherine sintetizaba la

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vida de su abuela en unas cuantas líneas y enfocabasus lazos con Nannie, una negrita que le habían re-galado como compañera de juegos. Ambas mantuvie-ron lazos profundos y amamantaron a numerososhijos. Se vincularon entre sí guardando las distanciasconsabidas y compartieron penas y alegrías. Durantesu vejez disfrutaron ocios dedicándose a una labortradicional en esa parte del planeta: cortaban trozosde tela con formas de triángulos, tiras y cuadros paraunirlos luego a lienzos de terciopelo o tafetán. Laseda amarilla del forro constituía el final de una laborantes de guardarla en un baúl. Esa unión de parchesconvertidos en colchas o cojines era el pretexto coti-diano al invocar un destino que hubiera sido amargopara las dos de no haberse tenido una a la otra. In-dagaban causas que habían regido el desarrollo desus vidas sin rebelarse ni esperar respuestas. Mien-tras sus manos ensartaban agujas y elegían materia-les, reconstruían los momentos más sobresalientesrelacionados con amigos y conocidos. Aceptaban lainfancia como un periodo de preparación para la edadadulta, en la que se habían dedicado, sin desviacionesde ningún tipo, a educar hijos o nietos o cualquierinfante que hubiera quedado bajo su tutela. Comosubtema, en ese texto de gran aliento por su exten-sión y sus propósitos, surge un esclavismo “benévolo”y atroz con negros tendidos bajo los árboles, jugandoseven up y comiendo sandías durante el verano; conNannie, que se somete sin chistar a la voluntad de suama y la escucha reverente hasta el día en que la es-clava cayó muerta pisando el umbral de una puertacuando visitaba a su nuera.

Katherine describía las historias entrelazadasdesde la óptica de los hacendados sureños que per-dieron tierras y liberaron por ley a sus trabajadores,

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manteniéndolos cerca como iletrados carentes de pri-vilegios. Esta situación vuelve a manifestarse en “Laúltima hoja”. Nannie, exhausta por haber asumidocargas cada vez más pesadas, solitaria, silenciosa yencorvada, se quejaba al anochecer pidiéndole a Diosel descanso eterno. Había obtenido una cabaña des-ocupada en la granja, allí fumaba una pipa de maíz yvendía sus costuras. De ser una esclava liberada pasóa ser una anciana bantú. Se mantenía sentada en lospeldaños de la entrada para respirar tranquila rehu-sando unirse nuevamente al tío Jimbilly, su marido ypadre de su prole por disposiciones de sus patrones.Y lo más curioso es que Katherine, una escritora tancapaz de adentrarse en los sentimientos humanos, seasombrara porque la anciana dispusiera sus últimosmeses como se le diera la gana.

“La sepultura” se basa en un juego compartidopor su hermano Paul, cuando la supuesta riqueza fa-miliar había desaparecido junto con algunas hectá-reas vendidas por necesidad. Vestían percales e ibanal cementerio familiar, que exhibía siniestros agujerosrodeados de rosales enmarañados y arbustos descui-dados. Se metían dentro de algunas tumbas excavadasy vacías y desmoronaban la tierra entre las manospara buscar tesoros. Katherine descubrió una palomade plata que había sido cabeza de tornillo de algúnataúd; Paul, un anillo barato. Los rifles Winchester,que desde temprana edad usaban para cazar animalesindefensos, reposaban cerca, dispuestos a tomar supapel decisivo en la anécdota desenlazada con el ase-sinato de una liebre encinta. Los gazapitos cubiertosde sangre no lograron nacer y los hermanos guarda-ron por años una vergüenza que los alejaba y uníacon un secreto compartido. Miranda, su alter ego, fuela manera como se autonombró repetidas veces; lo re-

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cordó mucho después en algún pueblo mexicano,cuando un vendedor le puso enfrente su charola llenade masitas azucaradas con forma de pájaros, corderos,cerditos y conejos. De clara índole autobiográfica, “Lasepultura” le sirvió para exorcizar esa experiencia.

Sostenía que un estilo se encuentra con reglasinventadas, sin imitar a nadie, porque las huellas di-gitales señalan el camino de una persona y no se pa-recen a las de ninguna otra. Estaba convencida deque sus contemporáneos eran —como ella misma loera— individualistas discutidores, siguiendo rutastrazadas en beneficio de su obra. Aseguraba que nose puede ser artista y trabajar colectivamente, queel creador enfrenta sus metas de manera personal.Afirmaba también que nada carece de significado yque debía ofrecer su propia idea del mundo, pues ensu opinión un buen cuento debe tener dos o más lec-turas, como lo demostró siempre: la escrita en letrasde molde y las que quedan revoloteando en el espí-ritu de quienes leen, que los detalles mínimos y fu-gaces inadvertidos para el común de las mortalesesconden sentidos ocultos y únicamente un artistalogra rescatarlos. Buscaba, pues, sus estímulos, suuniverso creativo, a pesar de conceder mucho tiempoa sus amoríos, fiestas y viajes. Por todo eso, no dio alas prensas escritos iniciales ni procuró que circularanentre allegados suyos, considerándolos carentes devalor. Hasta que publicó un primer cuento. Después—era otro de sus mitos— no cambiaba palabras y seatenía a los elogios o al rechazo. Detestaba que laconsideraran una estilista a pesar de su destreza. Ar-güía que el estilo es una emanación propia. Sus me-jores páginas demuestran una notable capacidad ydescriben sabiamente las muchas experiencias quele pertenecían y recreaba. En su infancia y primera

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manteniéndolos cerca como iletrados carentes de pri-vilegios. Esta situación vuelve a manifestarse en “Laúltima hoja”. Nannie, exhausta por haber asumidocargas cada vez más pesadas, solitaria, silenciosa yencorvada, se quejaba al anochecer pidiéndole a Diosel descanso eterno. Había obtenido una cabaña des-ocupada en la granja, allí fumaba una pipa de maíz yvendía sus costuras. De ser una esclava liberada pasóa ser una anciana bantú. Se mantenía sentada en lospeldaños de la entrada para respirar tranquila rehu-sando unirse nuevamente al tío Jimbilly, su marido ypadre de su prole por disposiciones de sus patrones.Y lo más curioso es que Katherine, una escritora tancapaz de adentrarse en los sentimientos humanos, seasombrara porque la anciana dispusiera sus últimosmeses como se le diera la gana.

“La sepultura” se basa en un juego compartidopor su hermano Paul, cuando la supuesta riqueza fa-miliar había desaparecido junto con algunas hectá-reas vendidas por necesidad. Vestían percales e ibanal cementerio familiar, que exhibía siniestros agujerosrodeados de rosales enmarañados y arbustos descui-dados. Se metían dentro de algunas tumbas excavadasy vacías y desmoronaban la tierra entre las manospara buscar tesoros. Katherine descubrió una palomade plata que había sido cabeza de tornillo de algúnataúd; Paul, un anillo barato. Los rifles Winchester,que desde temprana edad usaban para cazar animalesindefensos, reposaban cerca, dispuestos a tomar supapel decisivo en la anécdota desenlazada con el ase-sinato de una liebre encinta. Los gazapitos cubiertosde sangre no lograron nacer y los hermanos guarda-ron por años una vergüenza que los alejaba y uníacon un secreto compartido. Miranda, su alter ego, fuela manera como se autonombró repetidas veces; lo re-

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cordó mucho después en algún pueblo mexicano,cuando un vendedor le puso enfrente su charola llenade masitas azucaradas con forma de pájaros, corderos,cerditos y conejos. De clara índole autobiográfica, “Lasepultura” le sirvió para exorcizar esa experiencia.

Sostenía que un estilo se encuentra con reglasinventadas, sin imitar a nadie, porque las huellas di-gitales señalan el camino de una persona y no se pa-recen a las de ninguna otra. Estaba convencida deque sus contemporáneos eran —como ella misma loera— individualistas discutidores, siguiendo rutastrazadas en beneficio de su obra. Aseguraba que nose puede ser artista y trabajar colectivamente, queel creador enfrenta sus metas de manera personal.Afirmaba también que nada carece de significado yque debía ofrecer su propia idea del mundo, pues ensu opinión un buen cuento debe tener dos o más lec-turas, como lo demostró siempre: la escrita en letrasde molde y las que quedan revoloteando en el espí-ritu de quienes leen, que los detalles mínimos y fu-gaces inadvertidos para el común de las mortalesesconden sentidos ocultos y únicamente un artistalogra rescatarlos. Buscaba, pues, sus estímulos, suuniverso creativo, a pesar de conceder mucho tiempoa sus amoríos, fiestas y viajes. Por todo eso, no dio alas prensas escritos iniciales ni procuró que circularanentre allegados suyos, considerándolos carentes devalor. Hasta que publicó un primer cuento. Después—era otro de sus mitos— no cambiaba palabras y seatenía a los elogios o al rechazo. Detestaba que laconsideraran una estilista a pesar de su destreza. Ar-güía que el estilo es una emanación propia. Sus me-jores páginas demuestran una notable capacidad ydescriben sabiamente las muchas experiencias quele pertenecían y recreaba. En su infancia y primera

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juventud encontró repetidas veces motivos de ins-piración. “Antigua condición mortal” señala ya suincuestionable maestría. Dividido en pasajes, quecomplementan entre sí varias visiones sobre una detantas consejas familiares, cuenta primero (1885-1902), la breve historia de su tía Amy, una bellezacaprichosa muy celebrada por sus contemporáneosque casó con su eterno enamorado y primo segundollamado Gabriel y murió misteriosamente a las seissemanas de la boda —en la que no vistió de blanco.¿Suicidio? ¿Tuberculosis? ¿Descuido? ¿Pérdida de lainocencia? La pregunta queda en el aire, donde sedesvanece todo lo sólido. Nadie se ocupa de aclararlaporque las cosas son más fáciles cuando el tiempo lasdesdibuja lentamente y las disfraza. Lo fundamentales, tal vez, el contrapeso de los silencios. Lo que ex-pone y lo que calla consiguen la misma importancia,revelan un enigma y a la vez hablan de nuestra ine-vitable condición mortal; sin embargo, en los añosque el relato abarca, se entendía como regla de honorel cerrado panorama de las mujeres que debían ca-sarse vírgenes o tomar un compañero poco deseadocuando ellas ya no lo fueran. Todo se insinúa con pin-celadas tenues bajo la avidez de Miranda, que andabapor distintos lados, con su hermana cómplice, tratandode entender cuanto la rodeaba, de interpretar lo queoía, de aprender patrones de belleza y conducta.

Katherine permaneció fiel a esos primeros estí-mulos y pasó el resto de su existencia modificándolosen su fantasía, adaptándolos a sus necesidades esté-ticas, otorgándoles un aura, magnificando la riquezae importancia familiares desaparecidas casi por com-pleto antes de su nacimiento. Sus orígenes la marca-ron, aunque todavía siendo menor de edad se fugópara aceptar un matrimonio prematuro e inconve-

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niente del que pudo zafarse pronto y al que no se re-firió sino en “Antigua condición mortal”, porque tra-bajó ese cuento largo como una de las colchas cosidaspor su abuela, en la que en cada parche enfocaba asus parientes y el forro de seda amarilla representarala revelación final. Le permitió decir, hablando de símisma: “Sabía ahora por qué se había evadido haciael matrimonio, y sabía además que iba a evadirsetambién del matrimonio, y que no iba a permanecerjunto a nadie que fuese una amenaza de limitaciónpara sus propios descubrimientos…”.27 Los otros pa-sajes de este cuento ocurren en 1904 y 1912. El se-gundo tiene estructura circular. Miranda habíacumplido doce años y, junto con su hermana María,salió del colegio para ir con su padre al hipódromo.Entonces conocieron al comentado tío Gabriel, unmaltrecho jugador empedernido y borracho cuya apa-riencia rompía los esquemas románticos que se ha-bían hecho. Gordo, con los cachetes colgantes, ibamal trajeado y tenía ojos vencidos y risa melancólicaparecida a un lamento. Se había vuelto a casar. Año-raba a su esposa muerta, fabricaba la desdicha cons-tante de la segunda, y el día del encuentro ganó unacarrera que pagaba cien a uno las apuestas gracias alas patas heroicas de una yegua que terminó con he-morragia nasal y el corazón a punto de estallarle.Prueba de que a Gabriel los premios gordos se le pre-sentaban una sola vez y fugazmente.

En la tercera parte, Miranda había cumplido die-ciocho años y recorrido los primeros escalones de suvida adulta, usaba argolla matrimonial y viajaba paraasistir a las exequias del mismo tío que sería ente-rrado en Texas junto a su querida Amy, para rematar

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27 Joan Givner, op. cit., p. 188.

juventud encontró repetidas veces motivos de ins-piración. “Antigua condición mortal” señala ya suincuestionable maestría. Dividido en pasajes, quecomplementan entre sí varias visiones sobre una detantas consejas familiares, cuenta primero (1885-1902), la breve historia de su tía Amy, una bellezacaprichosa muy celebrada por sus contemporáneosque casó con su eterno enamorado y primo segundollamado Gabriel y murió misteriosamente a las seissemanas de la boda —en la que no vistió de blanco.¿Suicidio? ¿Tuberculosis? ¿Descuido? ¿Pérdida de lainocencia? La pregunta queda en el aire, donde sedesvanece todo lo sólido. Nadie se ocupa de aclararlaporque las cosas son más fáciles cuando el tiempo lasdesdibuja lentamente y las disfraza. Lo fundamentales, tal vez, el contrapeso de los silencios. Lo que ex-pone y lo que calla consiguen la misma importancia,revelan un enigma y a la vez hablan de nuestra ine-vitable condición mortal; sin embargo, en los añosque el relato abarca, se entendía como regla de honorel cerrado panorama de las mujeres que debían ca-sarse vírgenes o tomar un compañero poco deseadocuando ellas ya no lo fueran. Todo se insinúa con pin-celadas tenues bajo la avidez de Miranda, que andabapor distintos lados, con su hermana cómplice, tratandode entender cuanto la rodeaba, de interpretar lo queoía, de aprender patrones de belleza y conducta.

Katherine permaneció fiel a esos primeros estí-mulos y pasó el resto de su existencia modificándolosen su fantasía, adaptándolos a sus necesidades esté-ticas, otorgándoles un aura, magnificando la riquezae importancia familiares desaparecidas casi por com-pleto antes de su nacimiento. Sus orígenes la marca-ron, aunque todavía siendo menor de edad se fugópara aceptar un matrimonio prematuro e inconve-

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niente del que pudo zafarse pronto y al que no se re-firió sino en “Antigua condición mortal”, porque tra-bajó ese cuento largo como una de las colchas cosidaspor su abuela, en la que en cada parche enfocaba asus parientes y el forro de seda amarilla representarala revelación final. Le permitió decir, hablando de símisma: “Sabía ahora por qué se había evadido haciael matrimonio, y sabía además que iba a evadirsetambién del matrimonio, y que no iba a permanecerjunto a nadie que fuese una amenaza de limitaciónpara sus propios descubrimientos…”.27 Los otros pa-sajes de este cuento ocurren en 1904 y 1912. El se-gundo tiene estructura circular. Miranda habíacumplido doce años y, junto con su hermana María,salió del colegio para ir con su padre al hipódromo.Entonces conocieron al comentado tío Gabriel, unmaltrecho jugador empedernido y borracho cuya apa-riencia rompía los esquemas románticos que se ha-bían hecho. Gordo, con los cachetes colgantes, ibamal trajeado y tenía ojos vencidos y risa melancólicaparecida a un lamento. Se había vuelto a casar. Año-raba a su esposa muerta, fabricaba la desdicha cons-tante de la segunda, y el día del encuentro ganó unacarrera que pagaba cien a uno las apuestas gracias alas patas heroicas de una yegua que terminó con he-morragia nasal y el corazón a punto de estallarle.Prueba de que a Gabriel los premios gordos se le pre-sentaban una sola vez y fugazmente.

En la tercera parte, Miranda había cumplido die-ciocho años y recorrido los primeros escalones de suvida adulta, usaba argolla matrimonial y viajaba paraasistir a las exequias del mismo tío que sería ente-rrado en Texas junto a su querida Amy, para rematar

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27 Joan Givner, op. cit., p. 188.

a su viuda con el episodio postrero de la infidelidad.En el trayecto en tren, Miranda encontró a la solte-rona prima Eva Parrington, cuya desventura fue tenerdos enormes dientes frontales y una barbilla huidizaque intentaba contrarrestar convirtiéndose en maes-tra de latín y sufragista. Su apoyo al voto femeninole había valido cárceles y un resentimiento que bro-taba a la menor provocación. Los comentarios revelanque Amy había desposado a Gabriel porque ya no erauna señorita decente,y para suicidarse se bebió elfrasco de la medicina que tomaba contra la tisis. Es-tablece así un juego de espejos y curiosamente to-davía se dejan muchas interrogantes a cargo de loslectores. La figura de Eva es un estereotipo que albasarse en realidades de la época adquiere originali-dad. Originales son también los símiles; eficaces losdiálogos, preciso el lenguaje, atinada la síntesis conla cual Katherine Anne Porter plasma personajes de-senvueltos que transitan frente a nosotros converti-dos en figuras de carne y hueso. Encuentra la palabraexacta y se sirve de ella para el escueto trazo psicoló-gico o la pintura de escenarios. Un par de frases agudasy bien pensadas señalan el traqueteo de los vagones,los rechinidos de una tela, la humedad opresiva del pa-sillo, el diente mocho de una peineta en cuya cúspidetiembla una mariposa. El rechazo a su prima, vistacon antipatía, no le impidió luego aseverar que lamente femenina y la masculina por lo regular en-tienden las cosas de manera diferente, ni dolerse deque cuando criticaban sus desatinos la considerarantípicamente mujer, y al comentar sus aciertos dijeranque parecía hombre. Lamentaba la educación dis-persa que recibían las muchachas, la tendencia amostrarse disponibles y prestar servicios cada vezque eran requeridas, y atribuía al género que le había

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tocado en suerte el haberse llevado tantos años enterminar una obra extensa, refiriéndose a La nave delos locos. ¿Había ya leído entonces El segundo sexo?¿Quién podría saberlo? Pero su propia experiencia laimpulsaba a decir lo que decía.

Solía escribir de un tirón las primeras versionesde sus narraciones, esa sentada podía durar catorcedías en el caso de “Antigua condición mortal”; sin em-bargo, era imposible que se tratara de reglas matemá-ticas: algunos de sus relatos requirieron numerosastransformaciones y tardó en terminarlos, dejándolosolvidados antes de someterlos a cambios importantes.Finalmente, su novela le impuso de una vez por todasfórmulas lentas de acuerdo a los requerimientos de ungénero literario muy diferente al cuentístico.

“Pálido caballo, pálido jinete” es la joya de tresnovelas cortas (que solían publicarse juntas). Escritodespués de una catarsis, lo que los griegos nombran“día alumbrado”, descubre una relación ocurrida du-rante la Primera Guerra Mundial. A los veinticuatroaños, Miranda trabajaba como periodista haciendocrónicas teatrales en un diario de Denver. Desdehacía diez días estaba enamorada de Adán, un hom-bre sano que nunca había experimentado dolores fí-sicos ni enfermedad alguna. Hermoso dentro de suuniforme hecho por un buen sastre, se acababa de en-listar en el ejército y disfrutaba las semanas de asuetoantes de partir hacia el frente bailando en clubesdonde se escuchaba jazz y manteniendo un romancesin saber que la fortuna suele agazaparse para darnossorpresas.

El texto empieza con una especie de vigilia pa-recida al delirio que Porter empleó en “Calabazas parala abuelita Weatherall”, uno de sus mejores textos.El principio prefigura el fin; sin embargo, se desliza

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a su viuda con el episodio postrero de la infidelidad.En el trayecto en tren, Miranda encontró a la solte-rona prima Eva Parrington, cuya desventura fue tenerdos enormes dientes frontales y una barbilla huidizaque intentaba contrarrestar convirtiéndose en maes-tra de latín y sufragista. Su apoyo al voto femeninole había valido cárceles y un resentimiento que bro-taba a la menor provocación. Los comentarios revelanque Amy había desposado a Gabriel porque ya no erauna señorita decente,y para suicidarse se bebió elfrasco de la medicina que tomaba contra la tisis. Es-tablece así un juego de espejos y curiosamente to-davía se dejan muchas interrogantes a cargo de loslectores. La figura de Eva es un estereotipo que albasarse en realidades de la época adquiere originali-dad. Originales son también los símiles; eficaces losdiálogos, preciso el lenguaje, atinada la síntesis conla cual Katherine Anne Porter plasma personajes de-senvueltos que transitan frente a nosotros converti-dos en figuras de carne y hueso. Encuentra la palabraexacta y se sirve de ella para el escueto trazo psicoló-gico o la pintura de escenarios. Un par de frases agudasy bien pensadas señalan el traqueteo de los vagones,los rechinidos de una tela, la humedad opresiva del pa-sillo, el diente mocho de una peineta en cuya cúspidetiembla una mariposa. El rechazo a su prima, vistacon antipatía, no le impidió luego aseverar que lamente femenina y la masculina por lo regular en-tienden las cosas de manera diferente, ni dolerse deque cuando criticaban sus desatinos la considerarantípicamente mujer, y al comentar sus aciertos dijeranque parecía hombre. Lamentaba la educación dis-persa que recibían las muchachas, la tendencia amostrarse disponibles y prestar servicios cada vezque eran requeridas, y atribuía al género que le había

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tocado en suerte el haberse llevado tantos años enterminar una obra extensa, refiriéndose a La nave delos locos. ¿Había ya leído entonces El segundo sexo?¿Quién podría saberlo? Pero su propia experiencia laimpulsaba a decir lo que decía.

Solía escribir de un tirón las primeras versionesde sus narraciones, esa sentada podía durar catorcedías en el caso de “Antigua condición mortal”; sin em-bargo, era imposible que se tratara de reglas matemá-ticas: algunos de sus relatos requirieron numerosastransformaciones y tardó en terminarlos, dejándolosolvidados antes de someterlos a cambios importantes.Finalmente, su novela le impuso de una vez por todasfórmulas lentas de acuerdo a los requerimientos de ungénero literario muy diferente al cuentístico.

“Pálido caballo, pálido jinete” es la joya de tresnovelas cortas (que solían publicarse juntas). Escritodespués de una catarsis, lo que los griegos nombran“día alumbrado”, descubre una relación ocurrida du-rante la Primera Guerra Mundial. A los veinticuatroaños, Miranda trabajaba como periodista haciendocrónicas teatrales en un diario de Denver. Desdehacía diez días estaba enamorada de Adán, un hom-bre sano que nunca había experimentado dolores fí-sicos ni enfermedad alguna. Hermoso dentro de suuniforme hecho por un buen sastre, se acababa de en-listar en el ejército y disfrutaba las semanas de asuetoantes de partir hacia el frente bailando en clubesdonde se escuchaba jazz y manteniendo un romancesin saber que la fortuna suele agazaparse para darnossorpresas.

El texto empieza con una especie de vigilia pa-recida al delirio que Porter empleó en “Calabazas parala abuelita Weatherall”, uno de sus mejores textos.El principio prefigura el fin; sin embargo, se desliza

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subrepticiamente a la manera de una serpiente vene-nosa dejando signos de mal agüero escondidos en unencuentro afortunado. “Pálido jinete, pálido caballo”toma su título de un espiritual que los negros canta-ban en las plantaciones, habla de la muerte que cortacabezas con su filosa guadaña. Había una epidemiade influenza que, según rumores, llevó a Boston unbarco alemán. Por las calles pasaban entierros. Mi-randa se sentía agotada pero intentaba sobreponersea un profundo sopor ante la promesa de encontrarsecon Adán y disfrutar las horas que él tenía de per-miso. El espejo le presentaba una apariencia ojerosa;sin embargo, acopiaba fuerzas y acudía a una redac-ción descrita como película de Hollywood, con su te-mible jefe masticando puros medio fumados, gritandoa sus colaboradores, exigiendo mejores y más impac-tantes artículos. Junto a esto, surge el ambiente rei-nante encendido de patriotismo incluso en los teatros,los cafés, los Bonos Libertad comprados por múltiplesciudadanos, el racionamiento del azúcar y otros pro-ductos; las voluntarias de la Cruz Roja para repartirconsuelos entre soldados heridos, yacentes en camasduras, con brazos vendados y piernas sostenidas porpoleas. Miranda, que gracias a su enamoramiento ca-minaba por todas partes escondiendo sus agotadosesfuerzos, cayó enferma de gravedad antes de entrara un túnel negro. Adán la cuidaba, la asistía, la ali-mentaba con dulzura, y el resultado fue el contagiode la epidemia y la tragedia prematura. Entonces, elentorno quedó sumido en ese silencio sin ecos, emer-giendo de la tierra al terminar un amor y sobrevenirla muerte.

¿Tuvo que pagar estas páginas al precio de unapena insuperable y quizá con una idealización que leimpidió la felicidad al lado de otros hombres? Años

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después dijo: “Siempre he vivido por la ley del mila-gro”. De esa relación partió tal vez su indomableapego a los galanes, empeñada en hallar pareja. Yexisten testimonios diversos de que ya envejecida co-queteaba con jóvenes y los nombraba Adán, como suprotagonista.

“Pálido caballo, pálido jinete” se convirtió en elsólido escalón de un prestigio que había empezadocon sus cuentos inspirados en México, un prestigioque consolidaron estudios hechos en distintas uni-versidades. Sus métodos la obligaron repetidas vecesa empezar casi cualquier narración por el remate, talcomo lo demuestra el soberbio “Pálido caballo, pálidojinete”, que introduce escenas oníricas. No iniciaba susnarraciones hasta saber cómo terminarían. De acuerdoa sus propias confesiones, escribía el último párrafo yregresaba al principio buscando su meta, confiándoseen la ayuda divina porque el desarrollo permanecía enregiones nebulosas. Anhelaba, claro, ese prodigio queocurre cuando los cuentos se convierten en una espe-cie de reconciliación con algo difícilmente explicabley profundamente sentido. Hay que insistir en que par-tía de experiencias reales, suyas o ajenas, aprovecha-das al vivirlas o escucharlas. Las semillas germinabanobligándola a dejar su sociabilidad irredenta, a cam-biar vida por literatura, para dedicarse a escribirlaspasándolas de lo abstracto al párrafo concreto y esti-mulante. En “Pálido caballo, pálido jinete” desbrozóramas sueltas e innecesarias. Entró de lleno a la ac-ción con un tono, una estructura, una galería detipos perspicaces, una ambientación adecuada, sími-les novedosos y, sobre todo, pudo comunicar la sordatristeza que deja una ilusión destruida intempestiva-mente, una de esas paradojas de Dios apenas com-prensibles para quienes sufren las consecuencias de

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subrepticiamente a la manera de una serpiente vene-nosa dejando signos de mal agüero escondidos en unencuentro afortunado. “Pálido jinete, pálido caballo”toma su título de un espiritual que los negros canta-ban en las plantaciones, habla de la muerte que cortacabezas con su filosa guadaña. Había una epidemiade influenza que, según rumores, llevó a Boston unbarco alemán. Por las calles pasaban entierros. Mi-randa se sentía agotada pero intentaba sobreponersea un profundo sopor ante la promesa de encontrarsecon Adán y disfrutar las horas que él tenía de per-miso. El espejo le presentaba una apariencia ojerosa;sin embargo, acopiaba fuerzas y acudía a una redac-ción descrita como película de Hollywood, con su te-mible jefe masticando puros medio fumados, gritandoa sus colaboradores, exigiendo mejores y más impac-tantes artículos. Junto a esto, surge el ambiente rei-nante encendido de patriotismo incluso en los teatros,los cafés, los Bonos Libertad comprados por múltiplesciudadanos, el racionamiento del azúcar y otros pro-ductos; las voluntarias de la Cruz Roja para repartirconsuelos entre soldados heridos, yacentes en camasduras, con brazos vendados y piernas sostenidas porpoleas. Miranda, que gracias a su enamoramiento ca-minaba por todas partes escondiendo sus agotadosesfuerzos, cayó enferma de gravedad antes de entrara un túnel negro. Adán la cuidaba, la asistía, la ali-mentaba con dulzura, y el resultado fue el contagiode la epidemia y la tragedia prematura. Entonces, elentorno quedó sumido en ese silencio sin ecos, emer-giendo de la tierra al terminar un amor y sobrevenirla muerte.

¿Tuvo que pagar estas páginas al precio de unapena insuperable y quizá con una idealización que leimpidió la felicidad al lado de otros hombres? Años

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después dijo: “Siempre he vivido por la ley del mila-gro”. De esa relación partió tal vez su indomableapego a los galanes, empeñada en hallar pareja. Yexisten testimonios diversos de que ya envejecida co-queteaba con jóvenes y los nombraba Adán, como suprotagonista.

“Pálido caballo, pálido jinete” se convirtió en elsólido escalón de un prestigio que había empezadocon sus cuentos inspirados en México, un prestigioque consolidaron estudios hechos en distintas uni-versidades. Sus métodos la obligaron repetidas vecesa empezar casi cualquier narración por el remate, talcomo lo demuestra el soberbio “Pálido caballo, pálidojinete”, que introduce escenas oníricas. No iniciaba susnarraciones hasta saber cómo terminarían. De acuerdoa sus propias confesiones, escribía el último párrafo yregresaba al principio buscando su meta, confiándoseen la ayuda divina porque el desarrollo permanecía enregiones nebulosas. Anhelaba, claro, ese prodigio queocurre cuando los cuentos se convierten en una espe-cie de reconciliación con algo difícilmente explicabley profundamente sentido. Hay que insistir en que par-tía de experiencias reales, suyas o ajenas, aprovecha-das al vivirlas o escucharlas. Las semillas germinabanobligándola a dejar su sociabilidad irredenta, a cam-biar vida por literatura, para dedicarse a escribirlaspasándolas de lo abstracto al párrafo concreto y esti-mulante. En “Pálido caballo, pálido jinete” desbrozóramas sueltas e innecesarias. Entró de lleno a la ac-ción con un tono, una estructura, una galería detipos perspicaces, una ambientación adecuada, sími-les novedosos y, sobre todo, pudo comunicar la sordatristeza que deja una ilusión destruida intempestiva-mente, una de esas paradojas de Dios apenas com-prensibles para quienes sufren las consecuencias de

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un episodio similar, y que en este caso especial des-truyen sin remedio una promesa aceptada como re-galo afortunado.

Amiguera, buena anfitriona, capaz de agasajar asus invitados incluso en la vejez, con menús exquisitoscomplementados con frutos de horno (ocho clases debollos que al partirlos desprendían humillos olorososa hierbas finas), Katherine jamás perteneció a gruposni a capillas de ningún tipo, salvo quizás al empezarlos años veinte, en que la Revolución Mexicana cose-chaba triunfos y prometía un renacimiento social yartístico —sin que se la mencione demasiado en estesentido, K. A. P. participó en el movimiento revolu-cionario junto con otros compañeros atraídos por elmuralismo y las campañas de alfabetización empren-didas en el país. Entonces su tierno y joven amanteMiguel Covarrubias la caricaturizó acariciando a unsapito, arreglada a la última moda, inscrita en la van-guardia, el cabello corto ondulado y la naricita res-pingona.

Como su abuela, procuraba imponer su voluntaden cuantos la rodeaban. Cambiaba pretendientes, creíapor un momento que había encontrado el amor con elque sueñan las jovencitas. Después iba seis meses aParís para revisar su colección de ensayos titulada TheDays Before; se complacía entonces al pasearse nue-vamente por la orilla izquierda del Sena y recorrer laBastilla. Su renovado entusiasmo le duraba poco; peromejoraba su humor y mitigaba su ansiedad. Durantesu magisterio en la Universidad de Michigan, se des-empeñaba sin seguir normas académicas. El directordel Departamento comentó incluso que había sido unaequivocación aceptarla en el cuerpo docente porqueno era una scholar sino una escritora muy fina. Peroella tomó el trabajo gracias a sus eternas dificultades

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económicas y su tendencia al derroche. La docencia lepropiciaba, además, oportunidades de escaparse, eva-dir situaciones que por alguna causa volvía opresivas,entretenerse con sus discípulos. En la primavera de1953 se instaló en una suite de Angell Hall. Allí, abu-rrida de las sosas cafeterías disponibles y fiel a su pres-tigio de excelente cocinera, preparaba en la estufillacarnes sazonadas con cebollas y especias, cuyos oloresflotaban por los corredores y bajaban las escalerashasta llegar a salones donde impartían cursos otrosmaestros, que levantaron sus quejas. Los aromas lesimpedían concentrarse; pero ella, impávida ante talesinconvenientes, ejercía dotes de actriz e impartía cla-ses como representaciones teatrales. Encontraba re-compensas en el cariño de sus alumnos, por quienesse preocupaba maternalmente.

Sus rutinas eran bastante comunes: se levantabaa las cinco de la mañana con buen ánimo, bebía cafénegro y retomaba el párrafo inconcluso de la jornadaanterior en tanto no había ruidos y su espíritu per-manecía con la ebullición necesaria para desenrollarel hilo mientras se agotaba la madeja diaria. Buenaparte de su literatura recoge la idea de un orden uni-versal patente al contemplar las constelaciones y es-trellas iluminando la bóveda celeste. Sin embargo,cada quien adopta actitudes distintas, afirma sus de-rechos y comete errores al interpretar los motivos queguían a los demás. Esta parábola, analogía o comoquiera llamársele, surge claramente en La nave de loslocos, en “Pálido caballo, pálido jinete” y en otrosmomentos de su obra en que después de todo, comoen la vida misma, uno encuentra su destino.

Se le sitúa entre los escritores pertenecientes alsur profundo de los Estados Unidos gracias, por ejem-plo, a “Vino de mediodía” y a “Él”, en donde enfoca

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un episodio similar, y que en este caso especial des-truyen sin remedio una promesa aceptada como re-galo afortunado.

Amiguera, buena anfitriona, capaz de agasajar asus invitados incluso en la vejez, con menús exquisitoscomplementados con frutos de horno (ocho clases debollos que al partirlos desprendían humillos olorososa hierbas finas), Katherine jamás perteneció a gruposni a capillas de ningún tipo, salvo quizás al empezarlos años veinte, en que la Revolución Mexicana cose-chaba triunfos y prometía un renacimiento social yartístico —sin que se la mencione demasiado en estesentido, K. A. P. participó en el movimiento revolu-cionario junto con otros compañeros atraídos por elmuralismo y las campañas de alfabetización empren-didas en el país. Entonces su tierno y joven amanteMiguel Covarrubias la caricaturizó acariciando a unsapito, arreglada a la última moda, inscrita en la van-guardia, el cabello corto ondulado y la naricita res-pingona.

Como su abuela, procuraba imponer su voluntaden cuantos la rodeaban. Cambiaba pretendientes, creíapor un momento que había encontrado el amor con elque sueñan las jovencitas. Después iba seis meses aParís para revisar su colección de ensayos titulada TheDays Before; se complacía entonces al pasearse nue-vamente por la orilla izquierda del Sena y recorrer laBastilla. Su renovado entusiasmo le duraba poco; peromejoraba su humor y mitigaba su ansiedad. Durantesu magisterio en la Universidad de Michigan, se des-empeñaba sin seguir normas académicas. El directordel Departamento comentó incluso que había sido unaequivocación aceptarla en el cuerpo docente porqueno era una scholar sino una escritora muy fina. Peroella tomó el trabajo gracias a sus eternas dificultades

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económicas y su tendencia al derroche. La docencia lepropiciaba, además, oportunidades de escaparse, eva-dir situaciones que por alguna causa volvía opresivas,entretenerse con sus discípulos. En la primavera de1953 se instaló en una suite de Angell Hall. Allí, abu-rrida de las sosas cafeterías disponibles y fiel a su pres-tigio de excelente cocinera, preparaba en la estufillacarnes sazonadas con cebollas y especias, cuyos oloresflotaban por los corredores y bajaban las escalerashasta llegar a salones donde impartían cursos otrosmaestros, que levantaron sus quejas. Los aromas lesimpedían concentrarse; pero ella, impávida ante talesinconvenientes, ejercía dotes de actriz e impartía cla-ses como representaciones teatrales. Encontraba re-compensas en el cariño de sus alumnos, por quienesse preocupaba maternalmente.

Sus rutinas eran bastante comunes: se levantabaa las cinco de la mañana con buen ánimo, bebía cafénegro y retomaba el párrafo inconcluso de la jornadaanterior en tanto no había ruidos y su espíritu per-manecía con la ebullición necesaria para desenrollarel hilo mientras se agotaba la madeja diaria. Buenaparte de su literatura recoge la idea de un orden uni-versal patente al contemplar las constelaciones y es-trellas iluminando la bóveda celeste. Sin embargo,cada quien adopta actitudes distintas, afirma sus de-rechos y comete errores al interpretar los motivos queguían a los demás. Esta parábola, analogía o comoquiera llamársele, surge claramente en La nave de loslocos, en “Pálido caballo, pálido jinete” y en otrosmomentos de su obra en que después de todo, comoen la vida misma, uno encuentra su destino.

Se le sitúa entre los escritores pertenecientes alsur profundo de los Estados Unidos gracias, por ejem-plo, a “Vino de mediodía” y a “Él”, en donde enfoca

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el miedo al qué dirán, la doble moral y los prejuiciosabsurdos; plantean las necesidades de las granjas, sustareas cotidianas y las reacciones de los granjeros,que Katherine conocía a las mil maravillas por susprimeros aprendizajes en la propiedad de su abuela.Sus diálogos escuetos y eficaces, y la morosidad quetensa la acción hasta llegar al clímax, la agrupan dealguna manera —aunque ninguno de los dos le sim-patizara— con William Faulkner y hasta con TrumanCapote, que la consideraba banal no sólo por compor-tarse como si interpretara a la heroína de Lo que elviento se llevó, sino porque en su ensayo titulado Re-trato del viejo sur describió el matrimonio idealizadode su abuela en Kentucky con un lujo traducido eninmensos y pequeños ramos de flores, charolas deplata, candelabros de cristal con cincuenta velasprendidas y múltiples sutilezas por el estilo. Cierto ono, ese tipo de detalles la engolosinaban y formaronparte de su personalidad incluso artística. Una per-sonalidad que no cambió ni con sus noventa años acuestas, porque solía decir: “no hay que abandonarla fiesta hasta que la fiesta termine”.

Con su capital mermado debido a los dispendios,rodeada de enfermeras, en olor de celebridad, llenade visitas y curiosos admitidos sin complicacionespara contarles intimidades y darles regalos costosos,llegó solitariamente a un final —al que todos llega-remos. Una parte importante de sus anécdotas pasótransmutada a su mejor literatura. Y cuando las som-bras empezaron a cubrirla, su memoria le trajo, a ma-nera de breves relámpagos, los capítulos más intensosde su apasionada vida, los rostros amados, las cenasy comidas en que descollaban sus excepcionales vir-tudes culinarias, el gusto por los vinos que cataba ha-ciendo chasquear la lengua; las ceremonias en las

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cuales recibió doctorados honoris causa, aunque jamásasistió a una universidad, salvo, como presumía, paraenseñar su arte, la visita a su madre en Indian Creek,donde ella nació bajo el signo de Tauro, la terriblenoche en que, acompañada por otros colegas, esperóa las puertas de la cárcel la ejecución de Sacco y Van-zetti y vio apagarse la luz de la torre donde los ajus-ticiaron, sus varios matrimonios fallidos, sus paseoscon Felipe Carrillo Puerto por los alrededores de Cha-pultepec, la imagen de Adán oliendo a jabón y espe-rándola en un café mientras ella terminaba su artículo,sus incontables enredos de mujer eternamente juvenile invencible, que con la calidad de sus escritos escalóhasta el reino de los clásicos. O tal vez no recordó naday calladamente se entregó a la oscuridad del sueño.

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el miedo al qué dirán, la doble moral y los prejuiciosabsurdos; plantean las necesidades de las granjas, sustareas cotidianas y las reacciones de los granjeros,que Katherine conocía a las mil maravillas por susprimeros aprendizajes en la propiedad de su abuela.Sus diálogos escuetos y eficaces, y la morosidad quetensa la acción hasta llegar al clímax, la agrupan dealguna manera —aunque ninguno de los dos le sim-patizara— con William Faulkner y hasta con TrumanCapote, que la consideraba banal no sólo por compor-tarse como si interpretara a la heroína de Lo que elviento se llevó, sino porque en su ensayo titulado Re-trato del viejo sur describió el matrimonio idealizadode su abuela en Kentucky con un lujo traducido eninmensos y pequeños ramos de flores, charolas deplata, candelabros de cristal con cincuenta velasprendidas y múltiples sutilezas por el estilo. Cierto ono, ese tipo de detalles la engolosinaban y formaronparte de su personalidad incluso artística. Una per-sonalidad que no cambió ni con sus noventa años acuestas, porque solía decir: “no hay que abandonarla fiesta hasta que la fiesta termine”.

Con su capital mermado debido a los dispendios,rodeada de enfermeras, en olor de celebridad, llenade visitas y curiosos admitidos sin complicacionespara contarles intimidades y darles regalos costosos,llegó solitariamente a un final —al que todos llega-remos. Una parte importante de sus anécdotas pasótransmutada a su mejor literatura. Y cuando las som-bras empezaron a cubrirla, su memoria le trajo, a ma-nera de breves relámpagos, los capítulos más intensosde su apasionada vida, los rostros amados, las cenasy comidas en que descollaban sus excepcionales vir-tudes culinarias, el gusto por los vinos que cataba ha-ciendo chasquear la lengua; las ceremonias en las

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cuales recibió doctorados honoris causa, aunque jamásasistió a una universidad, salvo, como presumía, paraenseñar su arte, la visita a su madre en Indian Creek,donde ella nació bajo el signo de Tauro, la terriblenoche en que, acompañada por otros colegas, esperóa las puertas de la cárcel la ejecución de Sacco y Van-zetti y vio apagarse la luz de la torre donde los ajus-ticiaron, sus varios matrimonios fallidos, sus paseoscon Felipe Carrillo Puerto por los alrededores de Cha-pultepec, la imagen de Adán oliendo a jabón y espe-rándola en un café mientras ella terminaba su artículo,sus incontables enredos de mujer eternamente juvenile invencible, que con la calidad de sus escritos escalóhasta el reino de los clásicos. O tal vez no recordó naday calladamente se entregó a la oscuridad del sueño.

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Beatriz Espejo, Material de Lectura, serie El EnsayoContemporáneo en México, núm. 7, editado porla Dirección de Literatura de la Coordinación deDifusión Cultural de la UNAM, se terminó de im-primir el 25 de agosto de 2015. La composicióntipográfica, formación e impresión se hicieron enlos talleres de Impresos Trece, S. de R. L. de C.V.,Mar Mediterráneo 30, colonia Tacuba C.P. 14410,Delegación Miguel Hidalgo, México, D.F. Se tira-ron 1000 ejemplares en papel Cultural de 75 gra-mos. La composición se hizo en tipos Officina SerifBook de 8, 11 y 15 puntos. La edición estuvo alcuidado de la Unidad Editorial de la Dirección deLiteratura.