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    Pag. 195 AL CAMBIO PSQUICO SE ACCEDE POR LA RELACIN

    Al cambio psquico se accede por la relacin1

    Alejandro vila Espada2

    Se exponen una serie de cuestionamientos acerca de los elementos yprocesos nucleares al cambio que puede tener lugar en la psicoterapia.En el psicoanlisis se ha compartido una cultura en la que el concepto detransferencia ha sido el concepto organizador central de la teora del cam-bio. Pero conforme generaciones de clnicos y tericos han venido aquila-tando experiencia sobre el hecho psicoteraputico, comprobamos que elconcepto de Transferencia ha venido perdiendo poder explicativo, y a lavez hemos conocido otras muchas facetas de los procesos que intervie-nen en el cambio. Se revisan primero las implicaciones que tiene el con-cepto de Vnculo, subrayando la perspectiva de la tradicin vincular, don-

    de lo intrapsquico siempre fue entendido como reflejo y producto de lointersubjetivo. Sobre este contexto posicionamos la evolucin del con-cepto de transferencia, y su reinterpretacin desde los diferentes hallaz-gos clnicos y de investigacin, que han aportado diferentes escuelaspsicoanalticas, los investigadores del desarrollo y las neurociencias. Trasun recorrido clnico en el que nos encontramos de nuevo con Anna O. yDora, y algunos ecos de nuestra propia prctica, intentamos clarificar losdiferentes niveles y procesos implicados en el cambio. La teora de laespecificidad y los conceptos de responsividad ptima y deslizamiento/solapamiento afectivo nos ayudan a precisar nuestra propuesta. Si estaspropuestas son una nueva forma de concebir la Transferencia, o bien una

    restriccin del uso de este concepto, es una cuestin que ha de explorarseen la prctica y en los mbitos de discusin terica.

    A series of questions are discussed, regarding the nuclear elements andprocesses fundamental to the changes that can take place in psychotherapy.Psychoanalysis has shared a culture in which the concept of transference hasbeen the central organising concept of the theory of change. However,generations of clinicians and theorists have increased the experiencesurrounding the psycho-therapeutic happening. These have proven that theconcept of transference has gradually lost its capacity to explain change, whileat the same time we have become aware of many other aspects of the processesthat intervene in change. Firstly, the implications of the concept of Bonding areexplored, underlining the perspective of the bonding tradition, in which theintra-psychic aspect has always been understood as a reflection and a productof what is intersubjective. Regarding this context, the evolution of the conceptof transference is positioned and is re-interpreted from the viewpoint of variousdifferent clinical findings and investigations, offered by different schools ofpsychoanalysis, the investigators of development and neuroscience. After goingthrough the clinical case in which we meet again with Anna O. and Dora, andsome of the echoes of our own practice, we try to clarify the different levels andprocesses implied in change. The theory of the specific and the concepts ofoptimum response and sliding/overlapping of affect help us define our proposal.Whether these proposals are a new form of conceiving Transference, or arestriction of the use of this concept, that is a question that will have to beexplored in practice and as well as in the environment of theoretical discussion.

    INTERSUBJETIVO - DICIEMBRE 2005 - N 2, Vo. 7, Pags. 195-220 c Quip - ISSN 1575-6483

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    ALEJANDRO VILA ESPADA Pag. 196

    Palabras clave: Proceso de cambio, Psicoterapia, Relacin intersubjetiva,Transferencia, Vnculo.Key words: Change Process, Psychotherapy, Intersubjective Relationship,Transference, Bonding.

    English Title:Relation: The path to Psychic Change.

    Reflexiones iniciales

    Nuestro objetivo es conocer y comprender los fenmenos especiales quetienen lugar en la relacin especial que es la psicoterapia, y en el que intentare-mos no dejarnos atrapar ni por las exigencias del psicoanlisis3, ni por los numero-sos cantos de sirena reduccionistas que rodean el camino de la psicoterapia. Elfaro que marca el sentido de nuestra ruta es conocer y comprender la dinmica delcambio estructural, un cambio descrito como efecto del proceso teraputico. Aqu

    surge nuestro primer escollo terico. Necesitamos una teora y un criterio paraestablecer la calidad de los cambios. Y no nos interesan los cambios reactivos ola mera acomodacin o plasticidad de las conductas a los entornos, sino los cam-bios de patrn y sentido. Referido al mbito de la subjetividad, lo humano cambia endireccin a la integracin, la complejidad, la maduracin; tambin procede a usar ladesorganizacin, el desequilibrio, la simplicidad y la rigidez de ciertos mecanismos(p.e. los paranoides). Cambios de crecimiento-evolucin de la organizacin estruc-tural, tambin cambios involutivos, por deterioro. Estructuras deficitarias, fallidas oincompletas en su desarrollo, un desarrollo que puede continuar y completarse, oque requieren ortopedia. Tambin estructuras colapsadas total o parcialmente

    por conflictos. Llegado a este punto, se requieren definiciones que delimiten cadambito.

    Vnculo, Transferencia y Relacin implcita compartida

    Las teoras se desarrollan en sistemas que se auto-organizan y justifican. Elvalor y papel otorgado a las crisis mentales son un buen ejemplo. Las crisis puedenser vistas como fracaso funcional de la estructura, o como colapso de un funciona-miento anmalo, que abre as la posibilidad de reajuste y logro de un mejor nivel decalidad estructural. La cadena de significaciones que usamos para hablar del cam-

    bio implica una jerarqua de niveles, en que cada uno tiene implicaciones diferentes.Vista secuencialmente desde los niveles ms complejos hasta los elementales,los niveles de anlisis del cambio podran ser los siguientes:

    Cambio estructural > Cambio funcional > Cambio teraputico (en el marco deun tratamiento) > Cambio como consecuencia de la actividad de procesos >

    Procesos que se dan o se explican en un vnculo concreto > Vnculo queremite a series de vnculos > Vinculo como crisol de patrones relacionales,cognitivos y emocionales complejos > Transferencia de patrones a travs de

    vnculos de propiedades semejantes > Vnculos organizadores >Protovnculos.

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    En nuestra exposicin, vamos a recorrer algunos de estos niveles, porque elabordaje en profundidad de todos ellos excedera las posibilidades de este trabajo.Nos ocuparemos pues, en primer lugar, de efectuar ciertas clarificaciones sobre elvnculo, ya conocidas en nuestra cultura. El vnculo, trmino que viene del latnvinculum derivado de vincere (Atar, unin o atadura de una persona o cosa conotra), describe la construccin bsica en la formacin de la subjetividad, y es elconcepto fundante de lo intersubjetivo. Desde su base biolgica, tendencia filogenticaa la vinculacin, hasta su consideracin como estructura psquica que permite laorganizacin de la subjetividad en la articulacin de lo intersubjetivo como mbitode efectuacin y lo intrasubjetivo como mbito de representacin.

    Hace cinco dcadas Pichon-Rivire (1956-57) y Bion (1959), se refieren alvnculo en trminos tanto intra como intersubjetivos, apareciendo ya como un con-cepto ms especfico y organizador de lo pulsional. Libido da as paso a Vnculocomo articulador de la estructura de la subjetividad, puerta de entrada a sus desa-rrollos caractersticos. El sujeto de que nos habla Pichon es activo, creativo, trans-formador de su contexto sociocultural y el vnculo constituye la manera particularcon que cada sujeto se relaciona con otro creando una estructura particular paracada situacin vincular; las relaciones intersubjetivas se establecen a partir de ne-cesidades evolutivas en las que ya median principios organizadores inconscientes,que pueden expresarse como fantasa inconsciente, reguladora de su percepcin yde la ansiedad acompaante. Nos es bien conocida la definicin de Pichon, paraquien el vnculo incluye al sujeto y al objeto, su interaccin, sus modos de comuni-cacin y aprendizaje, configurando un proceso en forma de espiral dialctica. El

    primer vnculo comienza a integrarse (o reconocerse4) en el complejo sistema decomunicacin madre-beb que est ya presente en las fases avanzadas del emba-razo, momento a partir del cual no cesar de complejizarse y diferenciarse.

    Para nuestro compaero Rodrguez Sutil (1995a, 1998, 2002) el vnculo es elorigen de la diferenciacin psicolgica, merced a la introyeccin en el infante desus tres elementos: el self, el objeto y la relacin que se produce entre ellos. Esosprimeros vnculos son los vnculos fundantes, los vnculos posteriores sonreactualizaciones ms, o menos modificadas (como por ejemplo podemos observaren lo que se viene a llamar transferencia), de esos primeros, y que en conjunto

    forman la estructura de la personalidad con sus diferentes prototipos, entendidosstos como estructuras semi-permanentes, estructuras que incluyen los procesosy conductas automatizadas e inconscientes.

    Hechas estas precisiones, pasamos a revisar el concepto de transferencia.Desde la sorpresa por las manifestaciones del fenmeno, hasta las hiptesis sobresu valor en los tratamientos, discurri el pensamiento de Freud y sus interlocutoresdurante casi dos dcadas. Fue en la poca en que se dan a conocer los principalesescritos tcnicos (Freud, 1911, 1912, 1913) cuando disponemos de una teora dela tcnica en que el fenmeno de la transferencia cuenta con un lugar central. De la

    transferencia como resistencia, a la transferencia como proceso central del anli-sis, descrita como neurosis de transferencia, hay una secuencia lgica en la que

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    todo analista ha recalado en su formacin y en su experiencia. Como son concep-tos bien conocidos, podemos obviar su descripcin, y pasar a examinar la funcinque cumplen en la comprensin del proceso teraputico.

    Hemos asimilado en nuestra formacin como referente principal de la teora de latcnica, que marca nuestra cultura teraputica, lapretensin de neutralidadcomo hori-zonte tico que deriva de la imagen freudiana del fro cirujano que disecciona los proce-sos psquicos (inconscientes) para darlos a conocer; tambin la inevitable asimetraque traza la situacin analtica (asimetra fundada en la diferente regulacin de lasnecesidades de paciente y analista, y en los diferentes planos del deseo, toma decontacto con los propios deseos en el paciente, como paso previo a la renuncia a sugratificacin; mstica sublimatoria del deseo del analista que se convierte en seal de ladireccin de la cura). Ambos planos, neutralidad y asimetra, nos permiten usar elconcepto de transferencia para dejar fuera de nuestro campo de observacin a la rela-

    cin teraputica. En una lectura sesgada de los fenmenos del cambio, pasamos aconcebir un analista no presente en lo real, pero cuya presencia permite que se efec-ten procesos claves para la subjetividad: descubrimiento y cambio. Analista y pacien-te, gracias al concepto de transferencia, aparecen como entes flotantes que se influ-yen sin entrar en relacin. Pero se corresponde esto con nuestra experiencia?. YaSandler (1976) haba llamado la atencin sobre las formas sutiles en que analista ypaciente se inducen bidireccionalmente, cmo el paciente, sin conciencia de ello, indu-ce al analista a comportarse de un modo particular, examinndole inconscientemente yadaptndose a las percepciones que construye sobre las reacciones del analista. Larespuesta consciente del analista est determinada por su reaccin del self, una res-

    puesta de rol a lo que percibe. Analista y paciente, en esta concepcin se determinanrecprocamente, tanto a nivel de procesos que operan en y fuera de la conciencia, ycualquier aproximacin para explicar la mutua influencia requiere la consideracin detodos los planos de comunicacin presentes. En esta lnea, Hoffman (1988) consideraal paciente como intrprete de la experiencia del analista.

    Pero Sandler no fue el primero en introducir esta lectura. Dos dcadas antesPaula Heimann (1950) haba propuesto que considersemos al paciente como in-trprete de la experiencia del analista, pues si el paciente entra en relacin (o dichode otro modo, aparece susceptible de modificarse en la relacin) induce procesos

    recprocos que son clave para entender el proceso de cambio. Ms que valerse desu objetividad, el analista para Heimann se sirve del conocimiento que le brindasu percepcin del paciente, la experiencia que vive con l es una oportunidad decomunicacin, de conocer el mundo subjetivo del otro a travs de los procesos dela identificacin proyectiva. Ya hemos subrayado nuestra adhesin a la amplia vi-sin que aporta Margaret Little (1951, 1957) de la contratransferencia, y a la impor-tancia de su uso activo (Aburto et al., 1999).

    Lewis Aron (1996) nos ha facilitado una mejor comprensin de la influenciabidireccional paciente-terapeuta. Reconocer que se da una influencia mutua no

    implica que la influencia sea igual, la relacin analtica puede ser mutua sin sersimtrica. Toda relacin humana que merezca ese nombre implica esa

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    bidireccionalidad de influencia y regulacin, que se constata desde la observacinde los estados precoces del desarrollo, en especial en la mutua influencia madre-beb propuesta por Beebe y Lachmann (1988, 1994); Beebe, Lachmann y Jaffre(1997); Lachmann y Beebe (1996), en representacin de muchos otros investigado-

    res del desarrollo (c.f. Stern, 1985; Emde, 1988a, 1988b).

    Hemos pues de reconocer que los conceptos de Transferencia yContratransferencia, tal como se formulan y usan en general en el psicoanlisis,estn al servicio de negar esa bidireccionalidad, que proponen una descripcin delos procesos como s sucedieran en y entre mentes aisladas, que escogen cmoentrar en relacin, pero la experiencia subjetiva que tenemos de nosotros mismos ynuestras relaciones rechaza esa dicotoma mente-ambiente. Con Aron entende-mos que es crucial la perspectiva del analista sobre s mismo, como participanteque es de la relacin, la actitud del paciente hacia el analista, y tambin la conside-

    racin del paciente sobre la actitud del analista hacia el paciente. Hasta donde elanalista usa (consciente y no conscientemente) la experiencia de s mismo con elotro, se articula con el uso del analista como objeto que el paciente requiere pararestaurar los dficit o fallas ambientales (Winnicott) o las heridas narcisistas delself (Kohut). Las necesidades narcisistas de cada uno, paciente y analista, deter-minan las opciones de complejidad y los riesgos de este proceso. Los procesos dereconocimiento y destruccin que estn en el eje de la construccin de la matrizrelacional sobre la que se edifica el s mismo, abren al juego de la terceridad (Ogden,1989; Benjamn, 1988, 1995, 2004). Por ello, quizs no sea satisfactorio el escasopoder descriptivo y explicativo del proceso analtico y del cambio teraputico que

    alcanzamos con los conceptos de transferencia y contratransferencia.

    Qu alternativa tenemos?. Los investigadores del llamado Grupo de Boston(D.N. Stern et al, 1998; Boston Group, 2002, 2003) han propuesto que centremosnuestra atencin en el conocimiento relacional implcitoque est en la base delas formas de estar paciente-terapeuta que denominamos transferencia /contratransferencia. Lo esencial de este conocimiento relacional implcito, que tie-ne oportunidad de expresarse en cada nuevo vnculo posible, es que aunque noest representado simblicamente, tampoco est reprimido o filtrado por las defen-sas. Est, acta, tenemos algn nivel de experiencia de l (intuitiva?) pero no

    podemos formularlo como conocimiento declarativo, salvo a posteriori. Examinandola secuencia pasado-presente-posterior hallamos la constelacin de significacio-nes del vnculo. Se trata de la relacin implcita compartida,conocimiento impl-cito compartido sobre una relacin que se ha construido desde el vnculo, y quepuede reproducir o resonar otras relaciones, ms probablemente aquellas que handejado una huella por su pregnancia conflictiva o estructurante.Este es el nivel enel que se transfiere. Reproduccin o reconocimiento, pero de una relacin que seest dando realmente ahora. Transferencia como reconocimiento en la experienciadel vnculo actual del vnculo pretrito. Un proceso que se vive en el presente, quereproduce un proceso anterior, bien por sus contenidos o sus estructuras. Pasado

    y presente se solapan, se deslizan uno sobre otro en una experiencia compartida,co-construida por ambos partcipes, paciente y analista.

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    La cuestin central es que este fenmeno complejo es inevitable. La relacinimplcita compartida est siempre en funcionamiento. No es posible preservar alsistema emocional del analista de su contacto con los sentimientos del paciente(Stecheler, 1996; Clyman, 1991). La comunicacin entre ambos sistemas configura

    la relacin implcita compartida, una clase de compromiso personal entre los dosagentes, construida progresivamente en el dominio de la intersubjetividad y el cono-cimiento implcito. Este compromiso personal se construye a lo largo del tiempo yadquiere su propia historia. Comprende huellas de sucesos bsicos que existanantes y perduran ms que el impacto de las distorsiones (transferenciacontratransferencia) que puedan darse por transferencia de otras relaciones. Lotransferencial (del paciente o del terapeuta) impacta sobre este soporte que se haconstruido entre ellos. Se denomina relacin implcita compartida a los conoci-mientos implcitos estables entre analista y analizando, sus sensaciones mutuas ylo que captan el uno del otro. En esa relacin pueden tener lugar momentos deencuentro, un mbito que trasciende pero que no invalida los lmites de la relacinprofesional, y que pueden estar libres de connotaciones transferenciales o contra-transferenciales. Son encuentros intersubjetivos, que incluyen una secuencia afectivaunida al acto, que son posibles porque en esta relacin se da una base segura(Bowlby, 1973, 1989), y que volvern a ocurrir confirmando la posibilidad de unaconfrontacin segura y confiada con el mundo. Sander (1983) ha descrito que cuan-do ocurre un momento de encuentroen una secuencia de regulacin mutua, se daun equilibrio que permite una desvinculacin entre los que interactan y una disten-sin en la programacin didica (Sander, 1983, 1987, 1988, 1997; Nahum, 1994).Esta desvinculacin es un espacio abiertoen el cual el nio puede permanecer

    solo, en presencia del otro, ya que comparten el nuevo contexto (Winnicott, 1951,1957, 1971).

    Proceso teraputico

    Nuestro compromiso con la clnica nos confronta con el cambio. Es posibleel cambio? Qu hace posible que tenga lugar el cambio en el marco de la relacinteraputica? Cmo contribuye el terapeuta al cambio?. La experiencia del cambiopuede aprehenderse en el mbito de la relacin implcita compartida, inferirse de laobservacin de amplias secuencias, pero principalmente pertenece al conocimien-

    to construido por el sujeto a lo largo del tratamiento, y sobre todo a posterioridelmismo.

    Un sugerente trabajo reciente (Curtis, Field, Knaan-Kostman y Manis, 2004)recoge lo que 75 psicoanalistas consideraron ms valioso o ms perjudicial en suspropios anlisis. Ya no nos sorprender tanto constatar que las diez caractersticasms valoradas pueden ser agrupadas en torno a la idea de un analista que seimplica y compromete en una relacin, descrito por los analizandos como haberdispuesto de una relacin con un analista que se manifestaba genuino, abierto acompartir ideas, experiencias y sentimientos, que no era crtico ni juzgaba, que

    ayudaba a pensar y sentir de nuevas maneras, aceptante, discutiendo los pensa-mientos y sentimientos irracionales, que se mostraba clido y ayudaba a encontrar

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    nuevos significados a las experiencias, que estaba emocionalmente disponible yvalidaba nuestras experiencias. Este perfil lleva a un cambio significativo en elvalor transformador atribuido a las interpretaciones, bien transferenciales o extra-transferenciales, cuyo impacto en la experiencia del cambio es significativamente

    ms bajo. Los anlisis ms minuciosos de los datos que se aportan en este estu-dio confirman el valor de lo que ha sido antes descrito como relacin implcitacompartida y momentos de encuentro.

    Coinciden estos datos con los aportados por el Grupo de Boston (Stern et al,1998), que constatan que la mayora de los pacientes que han finalizado un trata-miento satisfactorio, tienden a recordar dos tipos de sucesos centrales que piensanson los que les han hecho cambiar: a) las claves interpretativas que reorganizaron sumundo intrapsquico; y sobre todo b) los momentos especiales de conexin autn-tica de persona a persona con el terapeuta, momentos que alteraron el sentido de la

    relacin analista-paciente, y que revirtieron en el sentido del s mismo del paciente.Hace ya tiempo que compartimos en distintos mbitos tericos y de investigacin laevidencia de que en el proceso teraputico operan dos agentes de cambio diferencia-dos: la interpretacin, y los momentos de encuentro. Aunque las interpretaciones ylosmomentos de encuentropuedan actuar juntos y uno hace posible que emerja o serefuerce el otro, ni el valor de la interpretacin puede explicarse por su relacin con losmomentos de encuentro, ni viceversa. Si bien se ha avanzado en la ltima dcada encorroborar la primaca en el cambio de los fenmenos de la relacin implcita compar-tida, frente a la aportacin de la interpretacin, la discusin prosigue.

    Podemos argumentar que los procesos que conducen al cambio no son lomismo que la experiencia del cambio, mxime cuando pretendemos reconstruirlaretrospectivamente. Efectivamente, no debemos dejarnos impactar porque lo quems se recuerde sea la atmsfera de una relacin en la que hemos estado, y ellono implica que el trabajo interpretativo no haga su labor de poner las piedras angu-lares all donde ha de reposar el edificio de la subjetividad. Pero solo tenemos dosopciones para matizar esta respuesta; la que deriva del conocimiento terico-clni-co de los procesos de cambio, y las aportaciones que la investigacin sistemticahaya efectuado sobre lo mismo.

    Los modelos tericos sobre el proceso de cambio, an basados en el hechoclnico, son siempre insatisfactorios. Hemos superado los modelos excesivamenteabstractos, que fuerzan al proceso para ajustarlo a la teora (incluso para validarla).As no nos han resultado especialmente valiosos los modelos que establecen unaanaloga entre las etapas del proceso analtico y las etapas del desarrollo psicosexual.En cambio, y a pesar de la imprecisa descripcin de los procesos, nos parecenms cercanas a la realidad clnica las ideas de Winnicott sobre segunda oportuni-dad para el desarrollo y nuevo comienzo (vila-Espada et al., 2002; 2003). Laarticulacin de ambas ideas, que vienen desde S. Ferenczi y M. Balint, integran lametfora que nos permite inferir la teora del proceso teraputico implcita en

    Winnicott, y que usamos en nuestra prctica clnica como esquema de referencia(vase tambin: vila-Espada, en prensa).

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    Tiene un objetivo el analista en su encuentro con el paciente? Puede en-trar en contacto con el verdadero Self del paciente, facilitando su desarrollo y expre-sin, con las ganancias estructurales que ese proceso bidireccional implica? Elanalista ofrece la necesaria constancia del objeto que hace posible el desarrollo;

    una presencia estable, predecible, que se preocupa realmente por el paciente, queexpresa su amor y su odio, no juzga moralmente el material que le es presentado,ni a la persona que se lo presenta. Es un encuentro con fuerte contenido no verbal,donde se activan procesos, capacidades, funciones psicolgicas y vectores deayuda que dotan al paciente de estructuras ausentes. Recuperemos aqu la visindel proceso analtico (teraputico) como espacio transicional que favorece el desa-rrollo, y en el que el analista est disponible como objeto transicional del paciente.Una zona de experiencia intermedia entre la realidad exterior (las relacionesinterpersonales) y la realidad interna, (el mundo interno), que se despliega comouna ilusin, de la misma manera que la madre/cuidador suministra el objeto justo

    en el momento en que el nio lo necesita, fomentando la ilusinde haberlo creadoel mismo. Este es tal vez el valor funcional de los momentos de encuentro, perosobre todo de los momentos ahora. Situemos estos aspectos, siguiendo de nue-vo las propuestas del Grupo de Boston.

    Es ya asunto compartido que en los tratamientos de orientacin psicoanalticase construyen y reorganizan al menos dos tipos de conocimiento, dos tipos de repre-sentaciones y dos tipos de memoria. Uno es explcito(declarativo) y el otro, impl-cito(procedimental). El conocimiento declarativo es explcito y consciente o puedehacerse consciente con facilidad (est representado simblicamente de forma icnica

    o verbal) y esperamos que ser el contenido de las interpretaciones lo que cambiarla comprensin consciente de la organizacin intrapsquica del paciente.

    En cambio, el conocimiento procedimental que se pone en juego en lasrelaciones, es implcito, y opera fuera de la atencin focal y la experiencia verbalconsciente. Es lo que antes hemos denominado conocimiento relacional impl-cito. Integra afectos, cognicin y patrones relacionales; puede permanecer fue-ra de nuestra conciencia como lo sabido no pensado(Bollas, 1987), o el pasadoinconsciente(Sandler y Fonagy, 1997), aunque puede ser representado simblica-mente en una etapa posterior. Probablemente la base del fenmeno transferencial

    est en este nivel y proceso de conocimiento, pero lo que se transfiere no seraentonces el contenido de conflictos sino el patrn relacional.

    Suponemos que en las transformaciones que pueden darse en el curso deun anlisis parte del conocimiento relacional implcitoir transcribindose, despa-cio y minuciosamente, a conocimiento consciente explcito. Esto no es lo mismoque hacer consciente lo inconsciente, como siempre ha afirmado el psicoanlisis.La diferencia es que el conocimiento implcito no se convierte en inconsciente debi-do a la represin y que no se hace disponible a la conciencia liberando la represin.El proceso de traducir a la conciencia el conocimiento reprimido es muy distinto al

    de traducir a la conciencia el conocimiento implcito. Requieren concepciones te-ricas diferentes y procedimientos clnicos distintos.

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    Volvemos ahora a estudiar la relacin entre momentos de encuentro y proce-so de cambio. El Momento de encuentrosera una pre-condicin del proceso decambio, pues al alterarse el ambiente intersubjetivo, se movilizara estructuralmenteel conocimiento relacional implcito. El momento de encuentro no surge sin ms,

    sino en una secuencia de momentos que han sido llamados momentos actuales(Stern et al, 1998). Estos momentos actuales se transforman, por la convergenciade ciertas condiciones no previsibles, en un momento de especial valor, el momen-to ahora, cargado afectivamente. Si atrapamos ese momento ahora, por ejem-plo respondiendo de una forma personal, especfica y autntica (por parte de pa-ciente y analista), puede convertirse en un momento de encuentro. Y ah radicarasu potencialidad transformadora, haber aprovechado la posibilidad de capturar elinstante que nos atraviesa a los dos. Quienes han explorado la profundidad de laescena dramtica en el encuentro teraputico (Pavlovsky, 1974) han descrito fre-cuentemente este fenmeno clave del cambio, aunque no lo hayan teorizado.

    Un momento ahoraque ha sido capturado en la escena teraputica yreconocido como tal mutuamente es un momento de encuentro. Dicho reconoci-miento es puramente experiencial, como sucede en lo sabido no pensado. Momen-tos de este tipo nos son conocidos en el entorno natural de las relaciones parento-filiales en los primeros aos, o en las situaciones intersubjetivas de borramiento delos lmites del s mismo, como sucede en la experiencia amorosa. En la relacinteraputica, cuando paciente y terapeuta se encuentran con el momento ahora, sise permiten sentirlo y lo exploran, puede llegar a ser un momento de encuentro.Ambos se encuentran, durante un momento, al descubierto como personas, en su

    genuina individualidad, y en la singularidad del momento. Predomina la sintonaafectiva sobre la comprensin de lo que est pasando. Es un suceder en el dominiode la relacin implcita compartida(vase Figura 1). Y este es el punto crucial queantecede al cambio, porque el contexto intersubjetivo se altera, cambiando as elconocimiento relacional implcito en la relacin terapeutapaciente. Por supuestola interpretacin puede estar en la periferia de esta secuencia, ms probablementedespus que antes, y en ocasiones como mediadores que permiten representar losucedido en el momento ahoray llevarlo al momento de encuentroya formuladocomo conocimiento declarativo. Aunque se pueda pensar que seran entonces inse-parables la sintona afectiva del momento ahora y el efecto cognitivo de la interpre-

    tacin, son procesos que se dan en niveles distintos. La sintona se da en el nivellocal, a la par que se da el solapamiento intersubjetivo de emociones y representa-ciones. El posible reordenamiento del conocimiento declarativo (integracin de afectoy representacin) que como efecto de la interpretacin reduce la tensin de ladisonancia que ha producido el nuevo conocimiento obtenido, ser importante sinduda en el proceso de subjetivacin, pero pertenece a otro plano.

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    Llamamos la atencin sobre el hecho de que los momentos ahoraestnrelativamente libres de contenido transferencial y contratransferencial. Si fueranestos procesos los que determinaran su contenido estaramos ante una actuacin(incluso compartida) que lejos de introducir una nueva experiencia sera mera repe-ticin de estructuras patolgicas. En el momento ahora, paciente y terapeuta seencuentran tal cual son, y este es precisamente el sentido de movilizacin y trans-formador del Enactment. Quizs la adecuada consideracin de un Enactmentre-

    quiera verlo en perspectiva. Cuando sucede no podemos asignarle dicho valor, solopodremos caracterizarlo desde su conexin ulterior con un momento de encuentrogenuino. Cabe mencionar aqu el concepto de Escenas Modelo (Lichtenberg,Lachmann y Fosshage, 2002), donde se hace una unin sincrtica del proceso quetranscurre del Enactment al Encuentro, y de este al Cambio.

    Hasta ahora hemos considerado procesos en un nivel de experiencia y es-tructura intersubjetiva que se dan en el nivel molar del encuentro. Pero convienerecordar que aunque la experiencia se procese desde una ptica globalizadora delsujeto, los procesos que la sustentan se dan en un micro-nivel, o como ha sido

    denominado, suceden en el nivel local (Tronick et al., 1998; Boston Group, 2002).Dicho nivel est constituido por los componentes elementales del sistema de sea-les compartido por paciente-terapeuta, infante-cuidador, p.e. las micro-expresionesfaciales, los moduladores del tono y timbre de la comunicacin vocal, los ritmos delos movimientos del cuerpo, las posiciones expresivas complejas del cuerpo, y sise da, el contacto piel a piel, Todas ellas estn presentes en una u otra medida enun progresivo proceso de ajuste mutuo, hasta lograr una sintona comunicacionalque se tie de afectos. La palabra, el lenguaje en su vertiente semntica no estincluida en este soporte, y por ello este registro de la comunicacin incide primaria-mente en el conocimiento relacional implcito en lugar de en el sistema de repre-

    sentaciones, que queda en otro orden de procesos.

    El escenario del cambioEl escenario del cambio

    Momento actual 1Momento actual 1

    Momento actual 2Momento actual 2

    Momento actual 3Momento actual 3

    Momento actual nMomento actual n

    ..Momento AHORAMomento AHORA

    Momento deMomento de

    encuentroencuentroCambio en la relacinCambio en la relacin

    implcita compartidaimp lcita compartida

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    Por otra parte, este nivel de comunicacin se da necesariamente en una rela-cin en la que hay interaccin continuada y a la vez suceden inevitables deslizamientos/solapamientos que introducen desencuentro, ruido, confusin en la relacin. Comosucede en la experiencia de cualquier relacin humana continuada, encuentros y

    desencuentros son parte de un ritmo inevitable, donde puede ser tan excepcionalentenderse genuinamente, como improbable encontrarse. La evolucin natural detoda interaccin tendera bien al desencuentro o a la alienacin del vnculo, y solopueden mantenerse las opciones de encuentro en una tensin en la que est com-prometida la angustia de la co-creacin, y quedemos comprometidos con la recupe-racin del espacio de juego compartido en el vnculo. Uno de los ltimos trabajos delGrupo de Boston (2003) subraya esta perspectiva, donde el escenario teraputico esconfigurado por una articulacin de momentos entre los patinazos o deslizamientosentre paciente y terapeuta (solapamientos, colusin), y las opciones de co-creativi-dad donde pueden empezar a efectuarse nuevos conocimientos relacionales implci-

    tos que se transformen en experiencia continuada de una relacin implcita comparti-da que abra nuevos horizontes al despliegue de la subjetividad de sus actores.

    Las dificultades de la clnica: Anna O. o el cambio donde no habaesperanza versus la menos afortunada repulsiva Dora.

    Comunicar la experiencia que tenemos en la relacin de trabajo con nues-tros pacientes adquiere frecuentemente una gran dificultad. La misma expresinrelacin de trabajo que acabo de usar, implica un esfuerzo ficticio, que hacemospor sealar que hay un trabajo en el que dejamos al margen la relacin personal

    directa, como si la clase de relacin que tuviramos con nuestros pacientes fuesesolo una relacin de trabajo en la que no estuviramos implicados real y directa-mente a diferentes niveles. Pero cualquiera que haya reflexionado mnimamentesobre su experiencia como terapeuta sabe que esto no es real. Operamos con unasutil mezcla, a veces indiferenciada, de los aspectos en los que estamos implica-dos de una manera profunda en nuestra propia subjetividad con aquellos otros enlos que estamos usando unos conocimientos y poniendo en prctica unos saberestcnicos y una capacidad de maniobra con los problemas clnicos que nos presen-tan los pacientes. Trazar diferencias sutiles entre unos y otros niveles puede, enocasiones, ser operativo para describir los procesos, aproximarnos mejor a la des-

    cripcin a aquellos en los que estamos implicados, pero no da cuenta de la comple-jidad de dichos procesos, ni de nuestra implicacin en ellos.

    Esta ha sido una diatriba que nos viene acompaando a lo largo de toda lahistoria de la psicoterapia contempornea. Y es una cuestin que ha dejado nume-rosas huellas en los escritos clnicos que se han venido produciendo desde hacems de un siglo. Encontramos la complejidad de estos procesos en las descripcio-nes clnicas que se han hecho de casos que hoy pueden ser vistos comofundacionales del esfuerzo psicoteraputico, del esfuerzo por comprender, explicary resolver los trastornos mentales con los que seguimos trabajando actualmente.

    No por muy citados, han sido suficientemente estudiados ni comprendidos algunosde nuestros casos fundacionales.

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    Y en esta oportunidad, voy a incorporarme a la ya larga lista de los quemencionan los casos de Anna O. y Dora, para ilustrar conceptos tericos clnicos,o relativos a la tcnica de tratamiento. Los numerosos estudiosos que se han ocu-pado de revisar estos casos, empezando por sus propios terapeutas, Joseph Breuer,

    y Sigmund Freud -y ms especialmente desde la sesgada descripcin que delcaso de Anna O. hace Ernest Jones en su conocida biografa de Freud- les haconcedido a estas personas, Berta e Ida, un lugar de objetos de convenienciaparala ilustracin de teoras y tcnicas. Ambas manifestaban, de acuerdo al uso de lapoca, caractersticas que clnicamente eran descritas como histeria. De mayorintensidad e interferencia para su vida diaria en el caso de Anna, o al menos enalgunas pocas, pero ambas compartieron muchos aspectos en su sintomatologay en los contextos familiares y sociales de los que procedan.

    Para una aproximacin ms completa y rigurosa sobre las caractersticas de

    ambas personas, de sus contextos y de la trayectoria de sus vidas, no hemoscontado con trabajos de verdadera calidad hasta casi el ltimo cuarto del siglo XX(Edinger, 1968; Ellenberger, 1972; Hircshmller, 1978; Rosenbaum, 1984; Decker,1997). En estos trabajos, junto con una variedad de pequeas contribuciones, seperfilan algunos datos esenciales de cmo pudieron ser los encuentros de ambaspacientes (Anna O., Dora) con sus terapeutas (Joseph Breuer, Sigmund Freud). Noes ste el lugar para hacer una exposicin detallada de datos y argumentos queestn en las obras de referencia. Pero s quiero subrayar las diferencias de enfoquetanto clnico como humano que ambos terapeutas desplegaron.

    Breuer acogi el caso desde su posicin de mdico especialmente dedicado aprocurar la cura del sufrimiento de sus pacientes, dedicando a ello tanto su capaci-dad humana como los limitados saberes tericos y tcnicos con los que se trabajabaen esa poca. Breuer no tena un especial inters ni daba prioridad al tratar a suspacientes, y en particular en el caso de Anna O. a la generacin de una nueva teora,ni a usar el trabajo con el paciente como una forma de poner a prueba la validez deuna teora o una tcnica particular. Entraba en un contacto profundo y delicado enconocimientos, esfuerzo y tcnica, as como de su tiempo personal, para atender lasnecesidades clnicas de su paciente. La trat en su consulta, en su domicilio, en eldomicilio de Anna y en el sanatorio en el que estuvo ingresada ms tarde. Estableci

    con ella una relacin de autntica dedicacin que inclua acompaarla en momentosde crisis, explicar con ella los posibles significados de todos los elementos verbalesque aparecan en los sueos y en la vigilia, aplicaba directamente los tratamientosfsicos e incluso en los momentos de afectacin mas extrema, se ocupaba de darleel alimento. Aunque Breuer realiz por s mismo y en discusin con Freud autnticosesfuerzos por entender el significado de los procesos que desplegaba Anna, pode-mos proponer que Anna se benefici mucho ms de la profunda implicacin y ampliadedicacin que le prest Breuer, que de la comprensin o control de los procesosmentales que se desplegaban en sus sntomas.

    Un aspecto adicional, pero no de menor importancia, es la actitud desplega-da por Breuer hacia Anna que implica la consideracin que ste tena de ella como

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    persona en su situacin y en su contexto. Breuer valoraba muy positivamente lascapacidades de Anna. La consideraba una mujer inteligente y capaz que habatenido que enfrentarse a situaciones difciles en relacin a su familia y en particulara la enfermedad de su padre. Valoraba su intuicin penetrante y le reconoca dotes

    y habilidades cognitivas y creativas. Podemos sostener, en base a los diferentesestudios que lo avalan, que Breuer tena esperanzas de que Anna fuese capaz desalir adelante, es decir, Breuer depositaba en Ana sus expectativas de curacin.Expectativas que no se derrumbaron ni en los momentos ms agudos de las crisis.

    Todos los datos fiables apuntan a que Breuer dej de atender el caso de Annadespus de una severa recada en la que pudieron tambin influir dificultades familia-res en el entorno de Breuer, por la especial dedicacin que ste prestaba a la pacien-te. Aunque sobre esta cuestin se ha vertido literatura tendenciosa, particularmentepor Ernest Jones, parece ms fundado entender que Breuer lleg a un momento en

    que se vio desbordado por la clnica del caso, y que su capacidad como persona ycomo terapeuta para seguir trabajando con l, qued agotada. Breuer obviamente noqued satisfecho con su intervencin global en el caso y solo accedi ms tarde aque se publicara el informe por la presin que el joven Freud hizo, a quien el relato delcaso convena en el hilo expositivo de sus nuevas teoras explicativas de la histeria.Finalmente aparecera en los Estudios de la histeria(Breuer y Freud, 1895) publicadoen 1895 y as pasa la historia del psicoanlisis y de la teora de la neurosis.

    Ms all del hueco que se le concedi en una de las obras fundacionales delpsicoanlisis, Berta sigui su propio camino, y tras la estancia en el sanatorio en el

    que pas la ltima larga crisis tras la que Breuer deja de llevar el caso, Berta iniciaotro camino. Emprende una trayectoria vital en la que la encontraremos haciendouna vida normalmente saludable en Frankfurt, ocho aos ms tarde publicar unlibro de cuentos estrechamente relacionado en su contenido con su historia infantil,aunque tratado de una manera simblica, y desde 1899 traducir y difundir obrasclaves del feminismo, escribir una obra sobre los derechos de la mujer y desarro-llar una destacada actividad en torno a los derechos sociales y a la creacin deservicios y centros comunitarios para las mujeres, defendiendo en especial losderechos de las mujeres judas, ayudando con sus actividades de amplia repercu-sin a las ms desfavorecidas de las diferentes comunidades con las que trabaj

    en toda Europa. Y hasta su muerte, en 1936, Berta despleg un extenso, dedicadoy admirable trabajo que ha sido reconocido por numerosas figuras de la poca, porejemplo Martin Buber, lo que le ha dado un lugar relevante, quizs central en lahistoria del movimiento del trabajo social en el mundo. Su contribucin fue recono-cida por el Gobierno alemn de la post-guerra, que le dedic un sello en su honor en1954. Los datos y evidencias sobre el recorrido vital de Berta, desde que sale delsanatorio en 1882 hasta su muerte en 1936, no permiten hacer una afirmacinconcluyente sobre su completo equilibrio psquico, pero s documentan una rica yactiva vida en la comunidad de la que existen muy abundantes testimonios.

    Es coherente con los datos y evidencias que para Anna, la relacin conBreuer en la gestin de sus crisis mentales, principalmente en torno a la muerte de

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    su padre, una figura en extremo idealizada, fue crucial para el despliegue de laidentidad que Berta asume ms tarde. La intervencin de Breuer es crucial al sos-tenerla como persona, atender a sus necesidades y darle los cuidados necesarios,contener sus crisis y sostener su identidad en conflicto, trasmitindole esperanza

    en el despliegue de sus propias capacidades para salir adelante: Cun crucial fueesto o no para la posterior identidad de Berta, no podemos afirmarloconcluyentemente, pero sin que podamos precisar cunto y cmo ayud Breuer aAnna, s podemos inferir que no la perjudic, siendo bastante obvios los posiblesbeneficios de una relacin teraputica en la que se concili la cura por la palabra, lacura parlante que deshollina la chimenea, y la funcin de objeto del selffacilitadapor Breuer, que prest a Berta la afirmacinque necesitaba para poder continuar laconstruccin de s misma.

    La historia de Freud y Dora transcurri de una manera diferente. La conoce-

    mos mejor porque el relato de Freud es explcito en algunos aspectos y por laatencin que el caso ha suscitado entre los psicoanalistas y los estudiosos. Siavanzar en el conocimiento psicoanaltico implica un compromiso con la verdad, notendremos demasiada dificultad en reconocer que para Freud, Dora fue solo unaoportunidad de desarrollar, poner a prueba e ilustrar su teora de las neurosis y enparticular del tratamiento de la histeria, y que fue incapaz de comprender todos losmatices del sufrimiento de Dora. E incluso si los comprendi, opt prejuiciosamentepor aliarse5 con las conveniencias perversas de la familia Bauer, dando prioridad asus propias necesidades como cientfico que quiere ante todo ilustrar y desarrollarsus teoras, en lugar de atender a las necesidades de su paciente.

    Dora no era del agrado de Freud, no se interes humanamente por ella, noconcibi ninguna esperanza en su propia capacidad, no se prest para ser usadocomo objeto por ella, sin embargo esos pequeos resquicios en los que Freudreconoci a Dora y le dio alguna experiencia afirmativa -al reconocer la realidad delas invasiones del Sr. K.- deben estar relacionados con la ganancia de autonomaque permiti a Dora primero interrumpir un tratamiento, que no la ayudaba, y des-pus no la impidi volver a pedir ayuda a Freud, sufriendo de nuevo el rechazo y laincomprensin. Finalmente Dora intent enfrentar las dificultades de su vida perso-nal y las derivadas de la difcil poca que le toc vivir, aunque con una trayectoria

    muy diferente de la de Berta. Desde el punto de vista de la trascendencia subjetivay social podramos decir que Berta sigui un desarrollo de su identidad claramentepositivo, mientras que Ida naveg entre grandes dificultades y muchas menos satis-facciones. Con todo, es difcil comparar y valorar la trayectoria de dos sujetos sin-gulares, que aunque compartieron muchos aspectos, los vivieron y enfrentaron des-de posiciones muy distintas.

    Si en ltima instancia no podemos afirmar que la ayuda de Breuer a Bertafuera decisiva para su evolucin positiva posterior, tampoco podemos decir que eldesencuentro y la incomprensin de Freud con Ida sea responsable de la dura vida

    que a Ida le toc vivir. Freud trat el caso Dora en una poca en que la necesidadque Freud tena de ilustrar y desarrollar su teora de la histeria y del mismo psicoa-

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    nlisis prevaleca sobre las exigencias de la clnica; unido a su concepcin jerrqui-ca de la ascendencia de su funcin mdica sobre el lugar del paciente, y su claraadhesin a la primaca del conocimiento cientfico sobre la ayuda teraputica. Co-nociendo en perspectiva, por numerosos testimonios posteriores, la forma de con-

    ducirse de Freud con sus pacientes a lo largo de ms de tres dcadas, podemosadmitir que la calidad y matices de la relacin que estableca con ellos se ajustabapoco quizs afortunadamente a sus propuestas de neutralidad y abstinenciaen la cura (Momigliano, 1987; Lohser y Newton, 1996).

    Dora no fue una excepcin, tampoco aqu hubo neutralidad, slo que con ellael caso se colore de un clima negativo, de rechazo e incomprensin de sus nece-sidades, lo que condujo al fracaso del tratamiento y dificult seriamente que Dorapudiera beneficiarse de la amplia ayuda que Freud podra haberle prestado.

    Estas situaciones de adversidad y desencuentro no solo se han dado en laactitud general de Freud con el caso o en el abandono final de Breuer, sino que talvez sea la experiencia ms comn que han compartido y compartimos todos losterapeutas.

    Puede ser tarea de los exgetas e historiadores freudianos clarificar las ra-zones de esta distancia entre las premisas tericas y tcnicas y la forma de condu-cirse en la prctica. Freud, de hecho, fue una prueba matizada del nfasis que yahaba puesto Sndor Ferenczi en adaptarse a las necesidades de los pacientesque atenda, y que continu en los desarrollos de Franz Alexander, Michael Balint,

    Donald Winnicott (primero con los nios, sus madres y los adolescentes y delin-cuentes deprivados) y Heinz Kohut (en el camino que va desde su comprensin deMiss F. a su relato sobre Mr.Z). Es esencialmente en estos dos autores donde seencontrar, mucho ms adelante, una articulacin entre teora, tcnica y clnicaque es diferente de la sustentada por Freud.

    Pero son las historias que vivimos con nuestros propios pacientes las quenos deben mover a la reflexin sobre la posicin que ocupamos en nuestro trabajoy en qu medida somos slo o principalmente instrumentos de una cura que operadesde la neutralidad o agentes imposibles6 de un proceso complejo que se desplie-

    ga en un horizonte de relacin, implicacin y mutualidad.

    Una alternativa: La teora de la especificidad y su propuesta tc-nica, la responsividad ptima

    La consideracin de todos los planos presentes en la relacin teraputicarequiere una formulacin terica sobre generalidad o especificidad de los procesosque intervienen en ella. Bacal y Herzog, (2003, p.639) proponen una teora de laespecificidad articulada con el concepto tcnico de responsividad ptima(Bacal,1998),como referente de la teora de la tcnica psicoanaltica. Parten de la hipte-sis de que las caractersticas especficas de una constelacin teraputica determi-nada ser siempre y esencialmente determinante de cualquier experiencia terapu-

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    tica til, y que, en la prctica psicoanaltica, esta constelacin constituye las capa-cidades y limitaciones para la relacin teraputica que aportan las dos personasimplicadas en el contexto de tratamiento. Lo conciben como un proceso de ajusteptimoentre ambos, donde puede tener lugar la relacin de objeto s-mismoque

    requiere el proceso de reconstruccin, en sus dimensiones fantasmticas yexperienciales.

    El potencial para la interaccin teraputica ptima depende de las caracte-rsticas especficas de cada miembro de la dada. No hay dos procesos teraputi-cos iguales, ni dos dadas idnticas, y en consecuencia no hay un mtodo ni tcni-ca singular que sea adecuada para todos los casos. Entre la rigidez de las propues-tas tericas convencionales, y la ambigedad de la ausencia de mtodo, se propo-ne cultivar la mxima flexibilidad de las dos partes hasta conseguir un ajuste pti-mo. Esta flexibilidad implica que todas las intervenciones que se dan el entorno de

    tratamiento son potencialmente beneficiosas si no alteran el funcionamiento profe-sional (tico) del terapeuta o la tolerancia personal del paciente. Por poco rigurosoque nos parezca, los buenos terapeutas saben intuitivamente lo que es teraputicoy lo que no en un caso y situacin determinada.

    El vnculo teraputico se configura como relacin de objeto s-mismo.Kohutdefini el objeto si-mismo como un fenmeno intrapsquico derivado de la experienciapositiva con los cuidadores, y necesario para lograr la cohesin del s mismo (Kohuty Wolf, 1978). Bacal (1990) ya haba subrayado que la capacidad del terapeuta parapromover cambios positivos en el paciente, a travs de la toma de conciencia de s

    como un nuevo objeto s-mismo, implica una experiencia de objeto s-mismo correc-tora (un concepto en parte basado en Alexander). Los psiclogos del self actualesasumen que las experiencias vitalizadoras se derivan continuamente de sucesosrelacionales que promueven el crecimiento personal a lo largo de toda la vida, dentroy fuera del anlisis. Cada vez que un analista responde de una manera que es sentidapor el paciente como una respuesta adecuada a su necesidad de objeto del self, elanalista provee potencialmente la experiencia de objeto si-mismo. Una serie de acon-tecimientos de este tipo fundamenta que se establezca la expectativa de que elanalista funcione como una fuente fiable de experiencias de objeto si-mismo, y talexpectativa es la que constituye la relacin de objeto si-mismo. Ms an, tanto la

    actividad del analista como su ausencia puede ser organizada potencialmente por elpaciente como alguna clase de experiencia teraputica (Lindon, 1994).

    El terapeuta que funciona en el registro de la responsividad ptima monitorizaintuitivamente tanto los marcadores o seales que el paciente da de lo que esperade las respuestas del terapeuta, como las reacciones del paciente a las respuestaspercibidas. Estas seales, presentes desde los primeros contactos, en el llamadonivel local, dan informacin muy valiosa sobre las necesidades de objeto s-mis-mo que no han sido satisfechas por los cuidadores anteriores. Los conceptos defantasa de objeto s-mismo y la fantasa de la relacin de objeto s-mismo(Bacal,

    1981, 1985,1990,1994, 1998) nos permiten entender el sentido que el pacientetiene de la responsividad de objeto si-mismo del terapeuta, que es un vnculo nuevo,

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    sobre el que el paciente no tiene experiencia directa. Ancladas en la imaginacincreativa, como fenmeno ilusorio, frgiles, especialmente en casos con severasdeprivaciones, inferir estas fantasas es crucial para evocar respuestasteraputicamente tiles. Ser la experiencia real que el paciente adquiere a travs

    de la respuesta del analista la que le permita transformar los componentes ilusoriosde sus fantasas en experiencia de objeto s-mismo vivida (Lenoff, 1998).

    Se propone pues la responsividad ptima como postura teraputica. Exa-minemos primero la responsividad: Si todas las interacciones en la dada terapu-tica son potencialmente beneficiosas, la aplicacin de la teora de la especificidadimplicar que el terapeuta se posiciona a s mismo observando la adecuacin detodas las interacciones a las necesidades teraputicas continuas del paciente. Esdecir, el terapeuta acepta como foco observar su funcin como otro significativoque responde al paciente. Todo lo que haga (y no haga) el terapeuta (incluyendo

    todos los planos de comunicacin y experiencia intersubjetiva) ser vivido como surespuesta a las necesidades del paciente. Esta formulacin es intrnsecamenteintersubjetiva y va ms all de la propuesta de Kohut que diferencia la inmersinemptica prolongada de la interpretacin (explicacin) de lo aprehendido. En lugarde la respuesta interpretativa, se produce una responsividad ajustada a las nece-sidades de objeto s-mismo del paciente. El concepto de enactment(matizado conlas propuestas de momentos ahora y escenas modelo) es ms clarificadorque la tradicional secuencia de la construccin del nuevo conocimiento en el anli-sis (clarificacin-confrontacin-interpretacin-elaboracin).Y por quptima?Valoramos nuestras intervenciones en base a su potencial teraputico ltimo. La

    meta es lo adecuado para un paciente dado en una situacin dada; la meta no es laperfeccin, sino lo til para abrir caminos sin cerrar otras posibilidades. Y habitual-mente esto slo puede valorarse a posteriori, por lo que se trata de trabajar unasecuencia de aciertos (respuestas ptimas) y errores (fracasos en comprender oresponder), cuyo reconocimiento y revisin facilitan nuevas experiencias.Para quesea posible el cambio teraputico, la responsividad ha de ser recproca. Ciertostipos de responsividad de un paciente determinado pueden constituir la base nece-saria para la responsividad ptima del terapeuta, y viceversa.

    Resumiendo la propuesta de Bacal y Herzog (2003), al aplicar la teora de la

    especificidad en el entorno teraputico, logramos:

    Minimizar los sesgos tericos Evitamos la retraumatizacin Nos acostumbramos a usar un enfoque multi-teortico Reconocemos que todas las interacciones tienen potencial teraputico Relacionamos la responsividad ptima y la espontaneidad Gestionamos los desencuentros y fallos de responsividad ptima Trasladamos esta perspectiva al enfoque de la supervisin.

    La responsividad del analista se construye mediante su toma de concienciade que el proceso teraputico comprende la operacin de un sistema relacional

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    complejo, nico y recproco, para cada dada analista-paciente. La tarea del analistaes ofrecer respuestas que, en consonancia con su capacidad para interactuar conese paciente concreto, facilitan las interacciones teraputicas que sern ptimaspara el progreso teraputico del paciente. La teora de la especificidad nos facilita la

    comprensin de que los modos de intervencin pueden ser muy variados, y que escrucial detectar cmo estamos ya respondiendo a las necesidades especficas deun paciente dado. Lo que tiene de potencialmente amplia esta perspectiva, tienetambin de limitada, puesto que en cada caso y en cada situacin habr que detec-tar de nuevo qu es lo pertinente. Pero una pertinencia que se inferir de las carac-tersticas de la dada singular en la que estemos incluidos y no de las premisas deuna teora particular.

    En cambio el trmino provisin ptima induce a confusin, porque el pro-ceso que estamos describiendo es de responsividad bidireccional, y no de un agente

    que provea a otro. Indudablemente estamos hablando de los fenmenos deresponsividad que tienen lugar en la matriz relacional terapeuta-paciente, donde laprovisin y la frustracin encuentran un punto ptimo de equilibrio en cada momen-to de la relacin, entre las necesidades del paciente y las posibilidades y lmites delanalista.

    Ilustraremos algunas de las ideas expuestas con una experiencia tomada dela clnica. Felipe entra en tratamiento a los 32 aos, lleno de dudas e incapaz dedecidir, en un momento en que las exigencias de profundizar el compromiso conuna relacin amorosa le llevan a confrontarse con los dficit del s mismo. Felipe

    porta una historia de duelo. Perdi a sus padres con solo 8 aos en un accidente detrfico en el que l mismo pudo ser vctima. Sujeto de un duelo nunca antes enfren-tado, Felipe tardar ms de un ao en poder relatar en primera persona su experien-cia, e iniciar la reconstruccin de unos padres internos que pueda usar en su proce-so de madurar como sujeto capaz de vincularse entre la dependencia necesaria y laautonoma posible. La relacin teraputica ser escenario privilegiado de sus avan-ces intersubjetivos, lugar en que constantemente comprobar si puede existir unvnculo seguro y confiable en el que fundar el proceso de maduracin de la subjeti-vidad que se expresa en el compromiso intersubjetivo. La comunicacin que se vaestableciendo entre paciente y terapeuta abarca numerosos planos, desde el inter-

    cambio de miradas y gestos en los momentos en que es posible, la especial aten-cin a los ritmos, tonos y timbres del intercambio verbal (Felipe es msico), y seincluyen pequeos ritos, como al conseguir hacer una escena del momento delpago. Todos los micro-momentos de la relacin son observados, incluidos, actua-dos y dotados de sentido, implcita y explcitamente.

    Tras usar la relacin teraputica para atravesar numerosas facetas del duelo,Felipe esbozar mediante el proyecto de un viaje real su recorrido hacia la madureza travs del pasaje por la aventura, donde l pueda arriesgarse a enfrentar las incer-tidumbres y riesgos de todo nuevo recorrido vital, y donde a la vez pondr a prueba

    si el terapeuta le acompaa con su confianza.

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    Hacia el tercer ao del tratamiento se produce una escena que llamaremosde la confianza ciega. A propsito de los preparativos y las fantasas sobre su viaje,en torno al cual le surgen muchas dudas e inquietudes, Felipe dice que nunca hasentido que confen en l del todo. Sin una estrategia preparada, como Enactment

    reactivo a un momento ahora, surge la intervencin del terapeuta: ste le expresade manera directa y clara que tiene confianza en l, que siente que puede llevaradelante sus proyectos y tener xito. Felipe se sorprende, se vuelve hacia su tera-peuta con actitud inquisitiva, y preguntaConfianza ciega?, t no puedes teneresa confianza en m!! Y al terapeuta le brota que s, que tiene una confianzaciega en l, solo que no es ciega del todo porque le conoce. Felipe se queda unosmomentos en silencio, emocionado, y finalmente dice: Es la primera vez queescucho algo similar, me siento bien, muy bien, cmo no me voy a sentir bien.

    Todo ha transcurrido en unos instantes. Felipe y su terapeuta han llegado a una

    escena en la que el terapeuta ha actuado el rol de padre que confa por encima de todo;y Felipe ha provocado en el terapeuta la respuesta de rol de una figura parental quebrinda una base segura para la identidad autnoma del hijo que podr aventurarse sinque los padres estn presentes. No es un juicio racional lo que ha surgido para respon-der a una pregunta, es una certeza emocional basada en la sintona de las identificacio-nes recprocas con una figura parental que confa ciegamente y un hijo que se apoya enesa confianza para explorar su autonoma. Solo en presencia del otro, pero una presen-cia que ya es simblica, y no necesariamente real. La intensidad de la escena marcaun antes y un despus para Felipe por la clase de experiencias a las que va a enfrentar-se, y tambin para el terapeuta que se ha visto llevado a una accin de salto en el vaco

    que contribuir a la individuacin. Una accin, quizs en el registro de la responsividadptima, y en el marco del concepto ferencziano de simpata7.

    El terapeuta se qued reflexionando tras la sesin por qu le pudo brindar aFelipe esa experiencia de confianza ciega, qu emocin le llev a compartir esaexperiencia y a responder mutualmente. Y hall en su historia vincular, especial-mente en las caractersticas del vnculo que tuvo con una de sus figuras parentales,la respuesta. Nada de la historia personal del terapeuta emergi como textoen laescena, pero la emocin y la accin expresaron una sintona de escenas pasadasy presentes, de Felipe con su padre, del terapeuta con sus figuras, y de ambos con

    el dolor vivido por las ausencias.

    Tras esta escena, Felipe pas a explorar momentos en los que haba desple-gado fantasas de omnipotencia en torno a ser el padre bueno de sus hermanas, tareaimposible de unas hermanas mayores, mucho ms mayores, y que han tomadorutas propias en su vida, pero que l las senta necesitadas y querra ser el padre quelas protege. Tambin est la fantasa reparatoria de devolver en reciprocidad aspectosdel vnculo protector que le dieron, y finalmente resta hacer crisis de su omnipotenciainfantil expresada en la creencia latente de que hubiera podido salvar a sus padres.

    Tres semanas ms tarde, Felipe ya retoma, a propsito de incidentes entorno a la preparacin del viaje, que finalmente va a realizar, el recuerdo de la esce-

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    na de la confianza ciega, que se usa ya en el trabajo teraputico como una escenaetiquetada, una escena modelo. Me gust mucho que me dijeras que teniasconfianza ciega en mi, me emocion, casi llor despus. Esto me ha permitidotomar ltimamente muchas decisiones, sin que me costara tanto como antes. Y

    Felipe, con los lgicos vaivenes de todo proceso de cambio, no dej ya de tomardecisiones, mediante las que adquiri compromisos consigo mismo y con las figu-ras de su mundo relacional.

    All donde fracasamos se abre una posibilidad de encuentro (ola quiebra de la omnipotencia teraputica)

    Ms de tres dcadas coincide con toda mi vida profesional llevamos ha-blando de las nuevas patologas o los nuevos pacientes del psicoanlisis; esa

    singular figura de lo nuevo que nunca se hace parte de nuestra identidad ni seincorpora del todo a nuestro acervo terico y tcnico; historia propia, que huele ya apodrido en nuestra Dinamarcapsicoanaltica. Podremos aceptar que la teora y elmtodo psicoanaltico clsico8 que permiti comprender hace ms de un siglo aspec-tos claves de las neurosis y de la naturaleza humana, resulta insuficiente para com-prender y explicar el complejo mbito de la clnica? Nuestra experiencia, forzosamen-te limitada, nos ha permitido descubrir que las teoras y la clnica caminan senderosdiferentes, y que la tcnica no traza los puentes que resuelven esa distancia.

    Los clnicos, si nuestra rigidez nos lo ha permitido, hemos acabado por apren-

    der del paciente, un aprendizaje-descubrimiento de la relatividad de las teoras, perosobre todo derivado de la experiencia de la relacin. Podamos ver a todos nuestrospacientes bajo el filtro de la neurosis histrica u obsesiva, o bajo el estigma de laperversin, incluso ignorar cualquier evidencia en contrario, pero finalmente, bien porla va de los abandonos (resistencias al anlisis), los impasse, o el acting outdelpaciente o del terapeuta, una realidad diferente saltaba inevitablemente ante noso-tros. Y ya no caban sutilezas de invocar la in-analizabilidad o la cesin de usarparmetros ortopdicos, hasta que fuese posible retornar a una tcnica pura. Larealidad se abra camino mostrando que las vas para el cambio estructural y profundorequieren apertura a la potencialidad teraputica de una amplia variedad de situacio-

    nes e intervenciones. Establecer por qu en un determinado caso el trabajo se estan-c, o por qu en otro se avanz, a pesar de la dificultad de relacionarlo con laspropuestas tericas o tcnicas convencionales. Estas preguntas han pasado a serun tema habitual de intercambio entre los colegas que no tienen que nadar y guardarla ropa al mismo tiempo. Son el caldo de cultivo en que se han desarrollado laspropuestas relacionales (Mitchell, 1988, 1993) e intersubjetivas (Stolorow et al, 1994;Stolorow y Atwood, 2004; Orange, Atwood y Stolorow, 1997).

    Mi perspectiva se ha ido perfilando como apertura a los matices de las diferen-cias, a la riqueza de la diversidad del otro. Si bien la experiencia que el otro nos brindacompartir mediante la identificacin y contra-identificacin proyectiva fue leda comosoporte de una posible contratransferencia til por su valor diagnstico de los proce-sos implicados o como vehculo de la empata, tambin implica los riesgos de la

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    contra-identificacin proyectiva determinada por las necesidades narcisistas del tera-peuta. El encuentro con el otro es pues un riesgo, en funcin de nuestra inmadurezyoica o nuestro narcisismo patolgico. Caminamos pues entre las oportunidadesestructurantes de la comunicacin emptica intersubjetiva y la derrotade los sende-

    ros de la colusin perversa, donde el uso del objeto que es propio del vnculo terapu-tico se subvierte. La mutualidad que requiere el encuentro teraputico, como se hasubrayado en otros trabajos, no niega la diferencia, no es una abolicin de los lmites,sino una apertura respetuosa con el otro, arriesgada en al auto-cuestionamiento,protegiendo al otro de nuestra vertiente de objetos voraces, aceptando la falta. Permi-timos que nos use como objetos s mismo, espacio potencial de su desarrollo, yrenunciamos a la reciprocidad en la intensidad de ese uso. Cedemos al otro en laexperiencia de mutualidad y renunciamos al goce del encuentro recproco.

    Esa imagen tan reiterada de la funcin teraputica como funcin materna,

    desde el sostenimiento, se complementa con la funcin paterna, que limita peroacompaa; y en ambos casos con la renuncia a la plena reciprocidad mutual.

    Reflexiones finales

    Bacal y Herzog (2003) nos han aportado una teora de la especificidadparasustentar las propuestas tcnicas de responsividad ptimay provisin ptima. Cadapaciente es un mundo subjetivo singular, que reproduce en el encuentro posible connosotros en la relacin teraputica una situacin singular e irrepetible en otro vncu-lo. Si se dan o no las condiciones para que cada vez un mayor nmero de terapeu-tas desplieguen una apertura de mente que les haga posible ir ms all de lasteoras y de las tcnicas con las que se han identificado, no nos corresponde anosotros valorarlo hoy. Pero si podemos confirmar que aventurarnos ms all de laneutralidad y la abstinencia, con el debido respeto a la individualidad de nuestrospacientes y de nosotros mismos, no solo no nos ha trado las nefastas consecuen-cias que pregonaba el psicoanlisis convencional, sino que por el contrario nos haabierto un escenario de gran riqueza terica, tcnica y humana.

    La relacin que puede tener lugar en el vnculo teraputico brinda la calidadde relacin de objeto-s-mismo necesaria a un paciente determinado, lo que facilitaque la experiencia de objeto s mismo sea correctora. Mediante la comprensin queel terapeuta logra de la fantasa de objeto s-mismo que le deposita el paciente, y desu despliegue en la relacin, puede llegar a dar respuestas ptimas, para un deter-minado paciente. Un escenario que no se podr extrapolar de un paciente a otro, deuna calidad de vnculo a otra.

    En consecuencia proponemos un terapeuta centrado-en el paciente, cuyaespecificidad determina lo que es necesario y adecuado al vnculo. Es, por tanto,una posicin exigente, que nos obliga a re-examinar la adecuacin de nuestra teo-ra y nuestra tcnica caso a caso, donde periclitan la universalidad de las teoras,donde ningn mtodo puede considerarse correcto por naturaleza, donde la adhe-sin a una tcnica estndar carece de sentido.

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    Neutralidad y abstinencia ya no son nuestros faros. Tampoco nos determi-nan los mitos de la asociacin libre y la atencin flotante, aunque usemos su poten-cialidad. Como quiera que aceptamos revisiones y matizaciones a la universalidady a la significacin misma del Edipo, y la investigacin del desarrollo nos ha coloca-

    do en una posicin relativista sobre la teora psicosexual freudiana9, ms de unorecobrar su aliento al comprender que, simplemente, no estamos hablando depsicoanlisis. Por esto hemos de callar? Tal vez convenga recordar en unamencin no exhaustiva que las piedras angulares que sostienen nuestra inesta-ble posicin son legtimamente psicoanalticas: lo inconsciente, que entendemosopera necesariamente en diferentes niveles (p.e. conocimiento relacional implcito bipersonal) ; el vnculo, que consideramos la estructura fundante de la subjetivi-dad; la relacin implcita compartida que puede efectuarse en la escena teraputi-ca; la sintona afectiva y el encuentro, preludio de la integracin de nuevos significa-dos, y nuestra aportacin al proceso teraputico, definida como responsividad pti-

    ma posible, donde puede emerger el nico sujeto posible, el social.

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    Notas1Versin levemente modificada del trabajo con el ttulo transferencia, vnculo y proceso teraputi-

    co, ledo como conferencia de clausura de las Jornadas En torno a las transferencias queorganizadas por Quip, Instituto de Formacin en Psicoterapia Psicoanaltica y Salud Mental, se hancelebrado en Segovia (Espaa), los das 11 y 12 de Noviembre de 2005. Agradezco a mis compae-ros del Colectivo GRITA las revisiones y comentarios recibidos a este trabajo, que me han ayudadoa expresar mejor algunas de las ideas expuestas.2Doctor en Psicologa, Especialista en Psicologa Clnica; Miembro titular con funcin didctica de

    Quip, Instituto de Formacin. Catedrtico de Personalidad, Evaluacin y Tratamiento Psicolgicosde la Universidad Complutense, Madrid. Direccin de contacto: Facultad de Psicologa Campus deSomosaguas. 28223-Madrid. E-Mail: [email protected] desde dnde y para quien se habla, cuando se toma la palabra en un foro psicoana-

    ltico. Si se hace desde la cobertura de una determinada posicin institucional, y teniendo en cuentalo que el pblico quiere escuchar o esta en condiciones de recibir, nos situaremos en el escenario delo que podemos llamar polticamente correcto o respeto a la audiencia. As, una intervencinsobre transferencia, vnculo y proceso teraputico habra de transitar principalmente por la obrade Freud, seguido de Klein, Lacan y sus epgonos. Tras las pertinentes citas de autoridad y precisio-nes, cualquier debate recorrera estos conceptos, deslindando qu es y qu no es psicoanlisis.Llegado a este punto resultara ms importante preservar el ncleo doctrinal del psicoanlisis quepensar con libertad acerca del problema que nos ocupe. Y ah nos confrontaramos con unaalternativa: pensar desde el psicoanlisis o acercarnos al objeto de nuestra pregunta sin restric-ciones, usando todos los conocimientos disponibles. Esta segunda opcin ser mi punto de partidaen este trabajo.4Admitimos la base filogentica, que aparece como proto-vnculos, y que se ir efectuando en

    diversos planos de comunicacin y experiencia relacional compleja. Determinaciones biolgicas de

    especie, proto-vnculos, progresiva diferenciacin de un sistema de seales y comunicacin entremadre y beb, hasta la organizacin de una matriz relacional que se efecta tanto a nivel depatrones de relacin diferenciados como de principios organizadores inconscientes en determina-cin recproca con ellos. Para Ren Kas (1972) la estructura de relacin bsica que sustenta elvnculo est constituida por los fantasmas originarios. Para Piera Aulagnier (1975) el vnculo establese construye en base a una compleja interaccin de diferentes niveles de representacionesvinculares: lo originario, lo inter-fantasmtico y lo ideico. Los espacios psquicos delinfans y de la madre se inscriben en una misma experiencia de encuentro. No son separables enprincipio. La subjetivacin y el desprendimiento del infans dependen del deseo de la madre de queste acceda a una cierta autonoma. La subjetividad adquiere carcter plural a travs de las distintasposibilidades de resolucin del enigma de la escena primaria, a travs de la inclusin del tercero parala madre y el infans. La negacin de la escena primaria a travs de la omnipotencia materna impide

    la autonoma y da paso a la psicosis (mitos de los orgenes que reniegan la escena primaria)..5No sostenemos que esta alianza fuese consciente o deliberada. Freud ha dejado de una largaestela de datos en que estaban presentes su ambivalente posicin entre la labor como mdico quequiere curar y ayudar, y la del analista que disecciona los procesos inconscientes. Una es la Ida,paciente real, con la que Freud fracas, aunque le brindase elementos de reconocimiento valiosos(confirmarle su punto de vista frente a las manipulaciones del Sr. K.) y otra es la Dora, construidapor Freud como oportunidad de ilustrar su teora de las neurosis, y en especial de la Histeria.6Imposibles en cuanto no somos los agentes decisorios del cambio, pero s partcipes necesarios

    para el mismo.7El concepto de simpata en Ferenczi (ver en el Diario Clnico) se refiere a que estn presentes y

    actuantes, en el encuentro intersubjetivo, todas las emociones que se dan en la escena teraputicaentre ambos partcipes.8Desvelamiento de lo inconsciente; teora de la libido y desarrollo psicosexual freudiano; relevancia

    central del conflicto edpico; neutralidad tcnica y prioridad de la interpretacin.

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    9Parafraseando a un colega de mi grupo de investigacin, la comprensin que Freud tuvo sobre el

    desarrollo infantil "el beb de Freud" se nos ha complicado notablemente con las aportacionesque han hecho en las tres ltimas dcadas los investigadores del desarrollo y los psicoanalistasclnicos que trabajan con nios. Nuestro beb es otro, y nos ha salido ms autnomo, proactivo yrespondn.