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Avery, el pirata afortunado Daniel Defoe Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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Avery, el pirataafortunado

Daniel Defoe

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Ninguno de estos atrevidos aventurerosdio tanto que hablar, durante algún tiempo,como Avery, quien produjo tanto revuelo comoahora Meriveis,1 y fue tenido por persona degran importancia; en Europa se decía que habíallegado a erigirse a la dignidad de rey, y quesin duda era fund ador de una nueva mo-narquía; que había apresado, según se decía,inmensas riquezas, y casado con la hija del granmongol, a la que había cogido en un barco in-dio que cayó en sus manos, y que había tenidode ella muchos hijos, viviendo con gran realezay pompa; que construyó fuertes, erigió almace-nes y fue dueño de una poderosa escuadra debarcos, tripulada por gentes hábiles y desespe-radas de todas las naciones; que ordenaba co-

1 Jefe local del Afganistán que encabezó larebelión contra la dominación persa en 1720.(N. del E.)

misiones en su propio nombre a los capitanesde sus barcos y a los comandantes de sus fuer-tes, y era reconocido por ellos como su prínci-pe. Se escribió una obra dramática sobre él,titulada Succesful Pyrate, y todos estos relatosobtuvieron tal crédito que fueron presentadosal Consejo varios proyectos para armar unaescuadra para prenderle, mientras otros se in-clinaban por ofrecerle a él y a sus compañerosun edicto de gracia e invitarles a regresar a In-glaterra con todos sus tesoros, no fuese que sucreciente poderío entorpeciera el comercio deEuropa con las Indias Orientales.

Sin embargo, todo esto no eran sino fal-sos rumores, aumentados por la credulidad dealgunos y el humor de otros, que gustaban decontar cosas extrañas; pues mientras se decíaque aspiraba a una corona, andaba sin un che-lín; y por el mismo tiempo en que contaban queposeía prodigiosas riquezas en Madagascar, semoría de hambre en Inglaterra.

Indudablemente, el lector tendrá curio-sidad por saber qué pasó con este hombre, ycuál era el fundamento de tantos falsos relatossobre él; así que, de la manera más breve posi-ble, referiré su historia.

Nació en el oeste de Inglaterra, cerca dePlymouth, en Devonshire; siendo educado parala mar, sirvió como piloto en un mercante du-rante varios viajes comerciales: sucedió queantes de la paz de Ryswick (1697), en que sefirmó una alianza entre España, Inglaterra,Holanda, etc., contra Francia, los franceses de laMartinica hacían contrabando con los españolesdel continente en la parte del Perú, cosa quepor las leyes de España no está permitido a losamigos en tiempos de paz, pues nadie sino losespañoles de nacimiento están autorizados atraficar en aquellas regiones, ni pisar tierra, sinexponerse en todo momento a ser detenidos yllevados prisioneros, por lo que mantienenconstantemente ciertos barcos vigilando la cos-

ta, de los llamados guardacostas, con orden deapresar a toda embarcación que sorprendandentro de las cinco leguas de la costa. Ahorabien, como los franceses se habían vuelto muyatrevidos en el comercio y los españoles anda-ban escasos de barcos, no siendo de ningunafuerza los que tenían, sucedía a menudo quecuando descubrían a los contrabandistas fran-ceses, no eran lo bastante fuertes para atacarles;así que España decidió alquilar dos o tres pode-rosos barcos extranjeros para su servicio; alsaberse esto en Bristol, algunos mercaderes deesta ciudad armaron dos barcos de treinta ypico cañones, con 120 hombres cada uno, bienprovistos de vituallas y munición y todos losdemás pertrechos; y habiéndose acordado elprecio por ciertos agentes para España, se lesordenó zarpar rumbo a la Coruña [la Groine], afin de recibir órdenes y tomar a bordo a deter-minados caballeros españoles, que debían ircomo pasajeros a Nueva España.

De uno de estos barcos, que según tengoentendido se llamaba Duke y estaba mandadopor el capitán Gibson, era primer piloto Avery,individuo de más astucia que valentía, quien secaptó la buena disposición de varios de los su-jetos más atrevidos que iban a bordo del otrobarco, así como de los que tripulaban el suyo, yhabiendo sondeado sus inclinaciones antes defranquearse, y hallándolas favorables para suplan, les propuso finalmente huir con el barco,contándoles las grandes riquezas que podíanalcanzar en la costa de la India; no bien lo hubosugerido, lo aceptaron, y resolvieron ejecutardicha conspiración a las diez de la noche si-guiente.

Debo indicar que el capitán era enor-memente adicto a la bebida, de modo que sepasaba casi todo el tiempo en tierra, en algunapequeña taberna. Este día no bajó a tierra comode costumbre; sin embargo, esto no malogró elplan, pues tomó su dosis a bordo y se fue a

dormir antes de la hora acordada para el nego-cio: los hombres que no estaban en el secreto semetieron en sus coys también, no quedando encubierta más que los conspiradores, quienes,efectivamente, eran la gran mayoría de la tripu-lación del barco. En el momento convenido,apareció la lancha del Duchess, y al saludarlaAvery de la manera usual, le contestaron loshombres que iban en ella: «¿Está el borrachínde vuestro contramaestre a bordo?», lo cual erala contraseña convenida entre ellos, y al repli-car Avery en sentido afirmativo, subieron abordo los de la lancha, dieciséis hombres forni-dos que se unieron a su compañía.

Cuando nuestra gente vio que todo es-taba despejado, cerraron firmemente los cuarte-les de las escotillas y pusieron en práctica elplan; no subieron el ancla, sino que la izaronpausadamente, y salieron a la mar sin confu-sión ni alboroto, aunque había varios barcosfondeados en la bahía, entre ellos una fragata

holandesa de cuarenta cañones, a cuyo capitánse le ofreció una gran recompensa para quesaliese tras él; pero Mynheer, que quizá nohabría deseado que le tratasen de ese modo aél, no se dejó convencer para dar tal trato aotro, y así, dejó que Mr. Avery prosiguiese suviaje adonde tuviera intención.

El capitán, que a todo esto se había des-pertado, bien por el movimiento del barco, bienpor el trabajo de los aparejos, hizo sonar lacampana; Avery y otros dos entraron en el ca-marote; el capitán, medio dormido, y presa deuna especie de sobresalto, preguntó:

—¿Qué ocurre?

Avery le contestó fríamente:

—Nada.

El capitán replicó:

—Algo pasa en el barco, ¿navega? ¿Quétiempo hay? —no pensando sino que se había

levantado temporal y que el barco había perdi-do las anclas.

—No, no —contestó Avery— estamosen alta mar, con viento suave y buen tiempo.

—¡En alta mar! —exclamó el capitán—,¿cómo es eso?

—Vamos —respondió Avery—, no osasustéis; poneos vuestras ropas y os contaré elsecreto: debéis saber que soy yo el capitán deeste barco, y que éste es mi camarote, así quedebéis salir, y voy a Madagascar, con el propó-sito de hacer mi propia fortuna y la de todos losvalerosos compañeros que se han unido a mí.

Habiendo recobrado un poco sus senti-dos el capitán, empezó a comprender el signifi-cado; sin embargo, su miedo era tan grandecomo antes; al darse cuenta Avery, le dijo queno temiese nada:

—Pues si tenéis intención de uniros anosotros, os acogeremos, y si dejáis de beber yno os metéis en lo que no os importa, tal vezcon el tiempo os nombre uno de mis lugarte-nientes; si no, hay un bote al costado, con el quepodéis volver a tierra.

El capitán se alegró al oír esto, y aceptóel ofrecimiento; y siendo llamada toda la tripu-lación, para saber quiénes deseaban regresar atierra con el capitán y quiénes buscar fortunacon el resto, no fueron más de cinco o seis losque desearon abandonar esta empresa; así quelos pusieron inmediatamente en el bote con elcapitán y les dejaron que se dirigiesen a tierralo mejor que pudiesen.

Prosiguieron el viaje a Madagascar, perono sé de que apresaran ningún barco durante eltrayecto; cuando llegaron a la parte noreste deesta isla, descubrieron dos balandras fondea-das, las cuales, al verles, largaron el cable, sedirigieron a tierra y desembarcaron todos los

hombres, que se ocultaron en el bosque; eranéstas dos balandras huidas de las Antillas; y alver a Avery supusieron que se trataba de unafragata enviada para detenerles, de modo que,al no tener fuerza para presentar batalla, hicie-ron lo posible por salvarse.

Adivinó Avery dónde estaban, y envió aalgunos de sus hombres a tierra para hacerlessaber que eran amigos y proponerles que seuniesen a ellos por la común seguridad; loshombres de las balandras estaban bien arma-dos, y se habían apostado en el bosque, concentinelas en el lindero, para observar si des-embarcaban hombres para perseguirles, y alver que sólo eran dos o tres los que venían aellos, y sin armas, no se opusieron, sino que aldarles el alto y contestar ellos que eran amigos,les dejaron llegar adonde estaba el grueso yentregar el mensaje; al principio creyeron quese trataba de una estratagema para atraerles abordo, pero cuando los embajadores propusie-

ron que el propio capitán y cuanta tripulacióndijesen se reuniese con ellos en tierra sin armas,se convencieron de que hablaban en serio, ypronto confiaron unos en otros, bajando a tierralos de a bordo y subiendo algunos de los detierra.

Los hombres de las balandras se alegra-ron de esta nueva alianza, pues sus embarca-ciones eran tan pequeñas que no podían atacara un barco de alguna fuerza, de manera quehasta aquí no habían cogido ninguna presa deconsideración; pero ahora esperaban lanzarse ala caza mayor, y Avery se alegró asimismo deeste reclutamiento, que les reforzaba para cual-quier valerosa empresa, y aunque el botín decada uno quedaría disminuido, al dividirse entantas partes, encontró un medio de que no leafectase a él, como se verá en su momento.

Habiendo consultado qué debía hacerse,decidieron zarpar y efectuar un viaje juntos, elbarco y las balandras; así que se dispusieron a

sacar las balandras, lo que no tardaron en con-seguir, y pusieron proa a la costa arábiga; cercadel río Indo, el hombre de la cofa avistó unavela, a la que dieron caza, y al aproximarsedescubrieron que se trataba de un barco de altaarboladura, por lo que supusieron que podíaser un buque indooriental holandés que iba deregreso; pero resultó ser una presa aún mejor;cuando le dispararon para obligarlo a ponerseal pairo, alzó los colores del mogol y parecióaprestarse a la defensa; Avery sólo cañoneó acierta distancia, y algunos de sus hombres em-pezaron a sospechar que no era el héroe porquien le habían tomado; sin embargo, las ba-landras aprovecharon ese tiempo, y viniéndoleuna por la serviola y otra por la aleta, trincaronla borda y subieron, a lo cual arrió bandera in-mediatamente, y se rindió; era uno de los pro-pios barcos del gran mogol, y había en él variosde los más altos personajes de su corte, entrequienes se dice que estaba una de sus hijas, queiba en peregrinación a La Meca, lugar que los

mahometanos se consideran obligados a visitaruna vez en la vida, y llevaban consigo ricasofrendas que presentar en el sepulcro de Ma-homa. Se sabe que las gentes orientales viajancon la mayor magnificencia, de modo que lle-vaban consigo a todos sus esclavos y criados,sus ricos atuendos y joyas, con vasijas de oro yplata, y grandes sumas de dinero para sufragarlos gastos de su viaje por tierra; así que no esfácil de evaluar el botín tomado a esta presa.

Habiendo trasladado todo el tesoro abordo de sus propios barcos, la dejaron ir, ydado que no le era posible ya proseguir su via-je, regresó; tan pronto como llegó la noticia almogol, y supo éste que eran ingleses quienesles habían robado, tronó grandes amenazas, ydijo que enviaría un poderoso ejército a sangrey fuego, que extirpase a los ingleses de todoslos asentamientos de la costa india. La compa-ñía indooriental inglesa se alarmó enormemen-te; sin embargo, poco a poco, hallaron el medio

de apaciguarle, prometiéndole hacer todos losesfuerzos por apresar a los ladrones y ponerlosen sus manos; no obstante, el enorme revueloque esto produjo en Europa, así como en la In-dia, dio ocasión a todas las historias románticasque surgieron en torno al poderío de Avery.

Entretanto, nuestros brillantes saquea-dores acordaron dirigirse nuevamente a Mada-gascar, con intención de hacer de ese lugar elalmacén o depósito de todo el tesoro, construirallí una pequeña fortificación y dejar a unoscuantos hombres en tierra para que lo cuidaseny defendiesen de cualquier ataque de los nati-vos; pero Avery rechazó definitivamente esteproyecto y lo consideró totalmente innecesario.

Mientras seguían este mismo rumboque se ha dicho, envió un bote a cada una delas balandras, con el ruego de que viniesen susjefes a su bordo, a fin de celebrar un consejo; asílo hicieron, y les dijo que tenía que proponerlesalgo en pro del bien común, que consistía en

prevenirse de cualquier accidente; les dijo quepensasen que el tesoro que poseían sería sufi-ciente para todos si podían guardarlo en algúnlugar de la costa; por tanto, todo lo que debíantemer era alguna desventura en el viaje; lespidió que considerasen las consecuencias sillegaban a separarse por mal tiempo; que cual-quiera de las balandras podía toparse con algúnbarco de fuerza y ser apresada o hundida, per-diéndose su tesoro para el resto; eso si no sufríaalguno de los comunes accidentes de la mar; encuanto a él, era tan fuerte que podía enfrentar asu gente con cualquier barco que quisiese abor-dar en estos mares; que si se topaba con uno defuerza tal que no lo pudieran apresar, tampocopodría ser apresado él, por estar muy bien tri-pulado; además, su barco era muy marinero, ypodía forzar la vela; por tanto, les proponíatrasladar el tesoro a su bordo, sellar cada cofrecon tres sellos, de los que cada cual tendríauno, y luego acordar una cita, en caso de que seseparasen. Tras deliberar sobre esta proposi-

ción, pareció tan razonable a todos ellos queaccedieron a hacerlo de buen grado, pues sedijeron a sí mismos que podía sucederle cual-quier accidente a una de las balandras, y esca-par la otra, de modo que era por el bien común.Lo hicieron tal como habían convenido: trasla-daron el tesoro a bordo de Avery y sellaron loscofres; siguieron juntos ese día y el siguiente,siendo el tiempo bueno; entretanto, Averyhabló a sus hombres, y les dijo que ahora teníanbastante para vivir todos con comodidad, y quenada les impedía marcharse a algún país dondeno fuesen reconocidos y vivir en tierra el restode sus días, en medio de la abundancia; enten-dieron lo que quería decir y, en suma, convinie-ron en traicionar a sus nuevos aliados, loshombres de las balandras; no sé de ningunoque sintiese la más mínima mordedura delhonor en el estómago, que le impidiese consen-tir en este acto de traición. En resumen, pusie-ron otro rumbo y por la mañana los habíanperdido de vista.

Dejo al lector que imagine los juramen-tos y la confusión que tuvo lugar entre loshombres de las balandras, por la mañana,cuando vieron que Avery se había largado;pues sabían por lo bonancible del tiempo y elrumbo que habían acordado, que sólo se debíaa un propósito: pero les dejaremos de momentopara seguir a Mr. Avery.

Después de deliberar Avery y sus hom-bres sobre qué hacer, tomaron la resolución deemprender rumbo hacia América, y dado queninguno de ellos era conocido en aquella parte,decidieron repartir el tesoro, cambiar de nom-bre, desembarcar unos en un lugar y otros enotro, comprar alguna tierra y darse la buenavida. La primera tierra que avistaron fue la islade Providence, entonces recientemente coloni-zada; aquí permanecieron algún tiempo, y con-siderando que cuando tuvieran que ir a NuevaInglaterra el tamaño del barco suscitaría mu-chas preguntas, y puede que alguna gente de

Inglaterra, que hubiese oído la historia del bar-co secuestrado en Groine, sospechase que eranellos los autores, tomaron la decisión de des-hacerse del barco en Providence: conque fingióAvery que había sido aparejado en corso y que,al no tener éxito alguno, había recibido órdenesde sus armadores de venderlo lo más ventajo-samente posible; encontró pronto comprador,y, seguidamente, compró una balandra.

En esta balandra embarcó con su com-pañía, tocaron varios lugares de América, don-de nadie sospechó de ellos, y algunos desem-barcaron y se dispersaron por el país, despuésde recibir la parte que Avery quiso darles; puesles ocultaba la porción más grande de los di-amantes, a la que en la primera confusión delsaqueo del barco no dieron mucha importanciaal ignorar su valor.

Finalmente, llegó a Boston, Nueva In-glaterra, y pareció tener deseos de asentarse enesa parte, y algunos compañeros desembarca-

ron también; pero cambió de parecer, y propu-so a los pocos que le quedaban dirigirse a Ir-landa, a lo que accedieron. Encontró que NuevaInglaterra no era lugar apropiado para él, dadoque gran parte de su riqueza estaba en diaman-tes, y de haberlos sacado allí a la luz, habríasido detenido con toda certeza como sospecho-so de piratería.

En su viaje a Irlanda evitaron el Canalde San Jorge, y navegando hacia el norte, entra-ron en uno de los puertos norteños de ese reino;allí vendieron la balandra, desembarcaron y sesepararon, yendo unos a Cork y otros a Dublín,dieciocho de los cuales obtuvieron después elperdón del R. Williams. Cuando Avery llevabaya algún tiempo en este país, tuvo miedo devender los diamantes, no fuese que al pregun-tarle el modo de obtenerlos tuviesen ocasión dedescubrirle; así que deliberando consigo mismoqué sería lo mejor, se le ocurrió que había cier-tas personas en Bristol en quienes podía arries-

garse a confiar; por lo que resolvió cruzar aInglaterra; así lo hizo, y yendo a Devonshire,envió recado a uno de estos amigos para que sereuniese con él en un pueblo llamado Biddi-ford; después de ponerse en contacto con suamigo, y deliberar con él sobre el medio devender sus efectos, acordaron que el métodomás seguro sería ponerlos en manos de ciertosmercaderes, quienes, siendo hombres de rique-za y reputación en el mundo, no darían lugar aninguna investigación sobre el modo como lle-garon a ellos; diciéndole este amigo que eramuy íntimo de algunos que serían las personasidóneas para tal fin, y que si les daba una buenacomisión, harían el negocio muy fielmente. Legustó a Avery la proposición, pues no veía otromedio de efectuar la transacción, ya que él nopodía aparecer; así que regresó su amigo a Bris-tol, comunicó la cuestión a los mercaderes yéstos hicieron a Avery una visita a Biddiford,donde, tras algunas protestas de honor e inte-gridad, les entregó su mercancía, consistente en

diamantes y algunas vasijas de oro; ellos le die-ron algún dinero para su presente subsistenciay se despidieron.

Cambió de nombre y vivió en Biddiford,sin dejarse ver mucho, así que no llamó gran-demente la atención; sin embargo, hizo saber auno o dos parientes suyos dónde estaba, loscuales vinieron a verle. Al poco tiempo se leacabó el dinero, y aunque no había tenido noti-cia de sus mercaderes, les escribió a menudo y,tras mucha insistencia, le enviaron una peque-ña cantidad, apenas suficiente para pagar susdeudas: en conclusión, las cantidades que leenviaban de tiempo en tiempo eran tan exi-guas, que no bastaban para pan; e incluso no selas mandaban si no era con grandes molestias einsistencias por su parte; así que, cansado deesta vida, fue en secreto a Bristol para hablarpersonalmente con los mercaderes, donde, envez de dinero, se encontró con la más hirienterepulsa; pues cuando les pidió llegar a un

acuerdo, le hicieron callar, amenazándole condescubrirle; de este modo, nuestros mercaderesfueron tan piratas en tierra como él lo habíasido en la mar.

Si se asustó ante estas amenazas, o si vioa alguien que podía reconocerle, es cosa que sedesconoce; pero se marchó inmediatamente aIrlanda, y desde aquí solicitó a sus mercaderes,con mucha insistencia, algún dinero, aunquesin resultado, viéndose reducido incluso a lamendicidad: en estos extremos, decidió volvery arrojarse sobre ellos, pasara lo que pasase.Embarcó a bordo de un mercante y trabajó paraganarse el pasaje a Plymouth, donde a los po-cos días cayó enfermo y murió, no encontrán-dosele ni para el ataúd.

He consignado cuanto puede recogersecon alguna certeza sobre este hombre, recha-zando los cuentos de viejas que se inventaronen torno a su fantástica grandeza, por lo queparece que sus acciones fueron más insignifi-

cantes que las de otros piratas anteriores a él,aunque dio más que hablar en el mundo.

Ahora retrocederemos y daremos anuestros lectores alguna cuenta de lo que fuede las dos balandras.

Hemos aludido a la rabia y confusiónque debió de embargarles al darse cuenta de ladesaparición de Avery; sin embargo, siguieronsu rumbo, algunos haciéndose ilusiones aún deque se habría desviado durante la noche y quele encontrarían en el lugar de reunión; perocuando llegaron allí y no pudieron tener noti-cias de él, perdieron toda esperanza; fue elmomento de considerar qué harían, con susprovisiones casi agotadas y, aunque había arrozy pescado y podían conseguir aves de corral entierra, éstas no podían guardarse a bordo si noeran convenientemente curadas con sal, lo queno tenían oportunidad de hacer; así que, comono podían volver a efectuar un viaje, les llegó elmomento de pensar en establecerse en tierra,

para cuyo fin cogieron todas las cosas de lasbalandras, hicieron tiendas de las velas'y acam-paron, teniendo gran cantidad de munición yabundancia de armas pequeñas.

Aquí se encontraron con varios compa-triotas suyos, la tripulación de una balandracorsaria que estaba mandada por el capitánTew y, ya que se trata de una muy breve digre-sión, daremos cuenta de cómo habían llegadoaquí.

El capitán George Dew y el capitánThomas Tew habían recibido comisiones delentonces gobernador de la isla de Bermudas dedirigirse directamente al río Gambia, en África;allí, con el consejo y asistencia de los agentes dela Royal African Company, intentaron tomar lafactoría francesa de Goorie [Goree], situada enesa costa. A los pocos días de zarpar, Dew tuvola mala fortuna, no sólo de que se le rindiera elpalo, sino de perder de vista a su consorte; con-que regresó a reparar, y Tew, en vez de prose-

guir su viaje, se dirigió al Cabo de Buena Espe-ranza y, doblando dicho cabo, puso rumbo alos estrechos de Babel Mandel [Bab el Mandel],que forman la entrada del mar Rojo. Aquí avis-tó un gran barco, ricamente cargado, que de lasIndias iba con destino a Arabia, con trescientossoldados a bordo, además de los marineros; noobstante, Tew tuvo ocasión de abordarlo, y notardó en apoderarse de él; y se dice que por estapresa se repartieron sus hombres cerca de tresmil libras cada uno: por los prisioneros tuvie-ron noticia de otros cinco ricos barcos que pasa-rían por allí, a los que Tew habría querido ata-car aunque eran muy fuertes, de no haberseimpuesto el cabo de mar y los demás... Estadiferencia de opinión creó cierta tensión entreellos, por lo que decidieron abandonar la pira-tería, y ningún lugar era más apropiado paraacogerles que Madagascar; se dirigieron allí,resolviendo vivir en tierra y disfrutar de cuantotenían.

En cuanto al propio Tew, él, juntamentecon unos cuantos más, llegaron en poco tiempoa Rhode Island, y a partir de entonces vivió enpaz.

Así, hemos dado cuenta de la compañíacon la que nuestros piratas se encontraron aquí.

Debe observarse que los nativos de Ma-dagascar son una clase de negros que difiere dela de Guinea en el pelo, que es largo, y su pielno es de un negro tan puro; tienen infinidad depequeños príncipes, los cuales están guerrean-do continuamente entre sí; a los prisioneros loshacen esclavos y, o bien los venden, o los ma-tan, según prefieran. Cuando nuestros piratasse asentaron por primera vez entre ellos, sualianza fue muy solicitada por parte de estospríncipes, de modo que unas veces se aliabancon uno y otras con otro, pero cualquiera quefuese el lado al que se inclinaban, estaban segu-ros de salir victoriosos; pues los negros aquí notenían armas de fuego, ni entendían su uso; de

manera que al final estos piratas se volvierontan terribles para los negros que, en cuantoaparecían dos o tres tan sólo en una parte, al ira entrar en combate, el bando opuesto huía sinhaber atacado una sola vez.

Por este medio no sólo llegaron a sertemidos, sino poderosos; a todos los prisionerosde guerra que cogían los hacían sus esclavos; secasaron con las mujeres más hermosas de losnegros, no con una o dos, sino con cuantas de-searon; de manera que cada uno de ellos teníaun serrallo tan numeroso como el gran señor deConstantinopla: a los esclavos los empleaban enplantar arroz, pescar, cazar, etc.; además deéstos, había otros muchos que vivían, por asídecir, bajo su protección y para estar a cubiertode los ataques de sus poderosos vecinos; éstosparecían rendirles un franco homenaje. Luegoempezaron a separarse unos de otros, viviendocon sus propias esposas, esclavos y protegidos,como príncipes independientes; y como el po-

der y la abundancia engendran naturalmentebelicosidad, a veces disputaban entre sí, y seatacaban unos a otros, a la cabeza de sus diver-sos ejércitos, y en estas guerras civiles murieronvarios de ellos. Pero sucedió un accidente queles obligó a unirse otra vez por su mutua segu-ridad.

Debe tenerse en cuenta que estos repen-tinos grandes señores habían utilizado su podercomo tiranos, pues se volvieron propensos a lacrueldad, y era corriente que, por el más ligerodisgusto, ordenaran atar a uno de sus protegi-dos a un árbol y pegarle un tiro en el corazón;ya fuera su crimen grande o pequeño, éste erainvariablemente el castigo; así que los negros seconfabularon para librarse de sus destructoresuna noche, y como ahora vivían separados, laempresa podía haberse llevado a cabo con faci-lidad de no ser porque una mujer, que habíasido esposa o concubina de uno de ellos, reco-rrió casi veinte millas en tres horas para reve-

larles el plan: inmediatamente alertados, corrie-ron a reunirse todo lo deprisa que fueron capa-ces, de forma que cuando los negros se aproxi-maron, les encontraron a todos ellos armados;así que se retiraron sin intentar nada.

Este lance les volvió muy precavidos apartir de entonces, y vale la pena describir laastucia de estos brutales individuos y las medi-das que adoptaron para protegerse.

Descubrieron que el miedo a su poderno podía defenderles contra las sorpresas, yque hasta el hombre más valeroso podía morir,cuando estaba dormido, a manos de otro muyinferior a él en fuerza y bravura; por tanto, co-mo primera medida de seguridad, debían fo-mentar la guerra entre sus vecinos negros,permaneciendo neutrales ellos mismos, porcuyo medio, los vencidos corrían a ellos cons-tantemente en busca de protección, puesto quede lo contrario podían morir o verse reducidosa la esclavitud. Fortalecieron su grupo, y los

unieron a ellos por el interés; cuando no habíaguerra, se las ingeniaban para suscitar privadasdesavenencias entre ellos, y en cada pequeñadisputa o disensión, empujar a una u otra partea la venganza; les enseñaron cómo atacar o sor-prender a sus adversarios, y les prestaron pisto-las cargadas o fusiles con que eliminarlos; laconsecuencia de esto era que el homicida seveía obligado a acudir a ellos en busca de segu-ridad, con sus esposas, hijos y parentela.

Estas gentes eran amigos fíeles, ya quesus vidas dependían de la seguridad de susprotectores; pues como hemos dicho antes,nuestros piratas se habían vuelto tan terriblesque ninguno de sus vecinos tenía la suficienteresolución como para atacarles en guerra abier-ta.

Merced a las argucias de este género, enespacio de unos años, el número de sus gentesse incrementó enormemente; entonces empeza-ron a separarse, y a irse a mayores distancias

unos de otros por la conveniencia de más am-plio espacio, y se dividieron como los judíos, entribus, llevándose cada uno a sus esposas ehijos (pues contaban ya con una numerosa fa-milia), como también su contingente de prote-gidos y seguidores. Y si el poder y el mando esalgo que distingue a un príncipe, estos rufianestenían todos los distintivos de la realeza, y aúnmás, les asaltaban los mismos temores que con-tinuamente inquietan a los tiranos, como puedeverse por la extrema precaución que adoptaronal fortificar los lugares donde habitaban.

En este plan de fortificación se imitaronunos a otros, siendo sus viviendas más bienciudadelas que casas; eligieron un paraje cu-bierto del bosque, y situado cerca de un río;construyeron un terraplén o zanja profundaalrededor, tan recta y alta, que era imposibleescalarla, especialmente por aquellos que nocontaran con escalas de mano; sobre esta zanjahabía una pasarela que comunicaba con el bos-

que; la vivienda, que era una choza, estabaconstruida en la parte del bosque que el prínci-pe que la habitaba consideraba idónea, pero tancubierta que no podía verse hasta que se llega-ba a ella; pero la más grande astucia estaba enel pasillo que conducía a la choza, el cual eratan estrecho que no podía avanzar por él másde una persona, y estaba trazado de manera tanintrincada que formaba un perfecto laberinto,dando vueltas y más vueltas, con varios crucesde senderos, de modo que una persona que noestuviera familiarizada con el camino, podíapasarse varias horas nadando y recorriendodichos senderos sin lograr descubrir la cabana;además, en ambos lados de estos estrechossenderos habían clavado en el suelo grandesespinos que crecen en un árbol de ese país, conlas puntas hacia arriba, y siendo el sendero tor-tuoso y serpeante, si un hombre intentaraaproximarse a la choza por la noche, se habríaclavado uno de estos espinos, aunque hubiese

contado con la clave que Ariadna dio a Teseocuando éste entró en la caverna del Minotauro.

Así es como vivía el tirano, temeroso detodos y temido por todos, y en esta situación lesencontró el capitán Woodes Rogers, cuando fuea Madagascar en el Delicia, barco de cuarentacañones, con objeto de comprar esclavos paravenderlos a los holandeses de Batavia o NuevaHolanda. Sucedió que tocó en una parte de laisla donde hacía siete u ocho años que no seveía un barco, y encontró a algunos de los pira-tas, de los que quedaban vivos once, quienespor entonces hacía más de veinticinco años queestaban en la isla, teniendo una numerosa ymultivaria progenie de hijos y nietos que des-cendían de ellos.

Al ver por primera vez un barco de estafuerza y tonelaje, supusieron que se trataba deun buque de guerra enviado para detenerles;así que se ocultaron en sus fortalezas; perocuando llegaron a tierra algunos del barco, y no

mostraron hostilidad, y solicitaron comerciarcon los negros, se atrevieron a salir de sus agu-jeros, escoltados como príncipes, y puesto querealmente eran reyes de fado, que es una espe-cie de derecho, debemos hablar de ellos comotales.

Dado que hacía tantos años que estabanen esta isla, es de imaginar que sus ropas sehabían estropeado hacía mucho tiempo, demodo que sus majestades iban extremadamentedesastradas; no puedo decir que andrajosas, yaque no llevaban ropas, y no tenían para cubrir-se más que pieles de animales sin curtir, aun-que con todo su pelo, ni zapatos o calzas, deforma que parecían otras tantas imágenes deHércules con la piel del león, y dado que teníanla barba muy crecida, y el pelo sobre sus cuer-pos, parecían las más salvajes figuras que laimaginación de un hombre es capaz de repre-sentar.

Sin embargo, no tardaron en ataviarse,pues vendieron a gran número de esas pobresgentes que tenían bajo su dominio por ropas,cuchillos, sierras, pólvora y balas, y otras mu-chas cosas, y llegaron a tomarse tanta familiari-dad que subieron a bordo del Delicia, y se ob-servó que eran muy curiosos, examinando elinterior del barco, logrando mucha confianzacon los hombres, a los que invitaron a bajar atierra. Su propósito con todo esto, como confe-saron más tarde, era comprobar si resultabafactible sorprender el barco por la noche, cosaque juzgaron muy fácil, en caso de que se man-tuviese poca guardia a bordo, ya que teníanbotes y hombres suficientes a sus órdenes; pero,al parecer, el capitán estaba al corriente dequiénes eran, y montó una vigilancia tan estre-cha en cubierta que consideraron inútil todointento; así que, cuando algunos de la tripula-ción bajaron a tierra, decidieron persuadirles einducirles a una conjura para apoderarse delcapitán y encerrar al resto de los hombres bajo

cubierta cuando entrasen ellos de guardia du-rante la noche, prometiendo que a una señalsubirían a bordo y se unirían a ellos; les propu-sieron, si lo conseguían, piratear juntos, con laseguridad de que con un barco así podríanadueñarse de cuanto se topasen en la mar; peroel capitán, al observar la creciente intimidadentre ellos y algunos de sus hombres, pensóque de ello no podía salir nada bueno; conquela atajó a tiempo, no consintiéndoles que si-guieran hablando, y cuando envió un bote atierra con un oficial a tratar con ellos sobre laventa de esclavos, la tripulación permaneció abordo del bote, y no se permitió que ningúnhombre hablase con ellos, sino la persona dele-gada a tal propósito.

Antes de zarpar, y viendo que no podí-an hacer nada, confesaron todos los planes quehabían urdido contra él. Así, les dejó como loshabía encontrado, en medio de su sucia digni-dad y realeza, aunque con menos subditos que

antes, al haber vendido a muchos, como yahemos dicho, y si la ambición es la pasión favo-rita de los hombres, no hay duda de que fueronfelices. Uno de estos grandes príncipes habíasido antes barquero en el Támesis, donde trashaber cometido un homicidio, escapó a las An-tillas, y fue uno de los que huyeron en las ba-landras; los demás habían sido todos hombresde cubierta, y no había entre ellos uno sóloque supiese leer y escribir; por otra parte, sussecretarios de estado no tenían más instrucciónque ellos. Esto es todo lo que puedo facilitar deestos reyes de Madagascar, algunos de los cua-les aún puede que sigan reinando hoy.