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Resistir juntos, crear juntos, actuar juntos: autoeducarnos juntos en las luchas sociales Jorge Riechmann No se improvisa una cultura alternativa ¿”Ya no hay pensamiento de las derechas en el poder”? Ay... Igual que no debemos confundir la vigencia de contravalores con la ausencia de valores, declarar que el pensamiento de derechas es un no-pensamiento constituye un terrible autoengaño. La ideología de la muerte de las ideologías… Pero cómo se puede estar tan despistado. La tragedia es que son los idearios de izquierda los que gozan de muy mala salud: los de la derecha están fuertes y rozagantes... Y por supuesto no es sólo que tengan dinero --que lo tienen a espuertas: por ejemplo la Cámara de Comercio de EEUU, con sede en Washington, emplea cada año más de 150 millones de dólares para su propaganda neoliberal/ neoconservadora 1 --, tienen también ideas. Cómo sigue minusvalorando eso la izquierda, convencida de que “la derecha no piensa”. Puede servir como ejemplo un buen artículo del economista Antonio Mora Plaza 2 , con propuestas de mucho interés… Pero lo que deprime es cómo se acoge al tópico antes mencionado: “...se impone un minuto de reflexión [tras la huelga del 29-S de 2010] por parte de la izquierda no gubernamental y los sindicatos; en cambio, no exijo la reflexión a la derecha --en concreto al PP-- porque nunca han tenido esa capacidad como colectivo. En la derecha, el último que pensaba o reflexionaba fue quizá Cánovas del Castillo y de eso hace tiempo...” Qué sandez. Pero si tienen varias veces más gentes y recursos invertidos en pensamiento que nosotros... La vía más rápida para ser derrotado es infravalorar al adversario. En su libro El pensamiento secuestrado, la ensayista y activista Susan George muestra cómo los círculos dominantes en EEUU comprendieron que la batalla decisiva por el poder no es la que se libra por el control del Estado (poder ejecutivo y legislativo, ejército, policía, prisiones, sistema fiscal...) sino la batalla por la cultura en su sentido más amplio 3 . “Es la tarea de construir un sentido común interiorizado y compartido por la mayoría de las personas. El título del primer capítulo de este libro resulta significativo: ‘Fabricar sentido común, o hegemonía cultural para principiantes’. ¿Suena todo esto a Gramsci? ¡Precisamente!” 4 La autora lo dice con claridad: “La derecha estadounidense ha realizado (...) precisamente esta ofensiva gramsciana” (p. 110). Esta derecha neocon/ teocon emprendió una ofensiva cultural en toda regla para construir primero, y mantener después, su hegemonía ideológica. La izquierda no supo hacerlo... 1 Antonio Caño: “Dólares contra votos”, El País, 13 de octubre de 2010 2 Antonio Mora Plaza, “Lo que sí puede hacer el Gobierno a pesar de los mercados, Bruselas y el PP”, 7 de octubre de 2010. Puede consultarse en http://www.nuevatribuna.es/noticia.asp?ref=40598 3 Susan George El pensamiento secuestrado. Cómo la derecha laica y la religiosa se han apoderado de Estados Unidos, Icaria, Barcelona 2007. 4 José Luis Acanda, “Cuando la derecha lee a Gramsci”, reseña del libro de Susan George, Casa de las Américas 253, La Habana 2008, p. 148. 1

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Resistir juntos, crear juntos, actuar juntos:autoeducarnos juntos en las luchas sociales

Jorge Riechmann

No se improvisa una cultura alternativa

¿”Ya no hay pensamiento de las derechas en el poder”? Ay... Igual que no debemos confundir la vigencia de contravalores con la ausencia de valores, declarar que el pensamiento de derechas es un no-pensamiento constituye un terrible autoengaño. La ideología de la muerte de las ideologías… Pero cómo se puede estar tan despistado. La tragedia es que son los idearios de izquierda los que gozan de muy mala salud: los de la derecha están fuertes y rozagantes... Y por supuesto no es sólo que tengan dinero --que lo tienen a espuertas: por ejemplo la Cámara de Comercio de EEUU, con sede en Washington, emplea cada año más de 150 millones de dólares para su propaganda neoliberal/ neoconservadora1--, tienen también ideas. Cómo sigue minusvalorando eso la izquierda, convencida de que “la derecha no piensa”. Puede servir como ejemplo un buen artículo del economista Antonio Mora Plaza2, con propuestas de mucho interés…

Pero lo que deprime es cómo se acoge al tópico antes mencionado: “...se impone un minuto de reflexión [tras la huelga del 29-S de 2010] por parte de la izquierda no gubernamental y los sindicatos; en cambio, no exijo la reflexión a la derecha --en concreto al PP-- porque nunca han tenido esa capacidad como colectivo. En la derecha, el último que pensaba o reflexionaba fue quizá Cánovas del Castillo y de eso hace tiempo...” Qué sandez. Pero si tienen varias veces más gentes y recursos invertidos en pensamiento que nosotros... La vía más rápida para ser derrotado es infravalorar al adversario.

En su libro El pensamiento secuestrado, la ensayista y activista Susan George muestra cómo los círculos dominantes en EEUU comprendieron que la batalla decisiva por el poder no es la que se libra por el control del Estado (poder ejecutivo y legislativo, ejército, policía, prisiones, sistema fiscal...) sino la batalla por la cultura en su sentido más amplio3. “Es la tarea de construir un sentido común interiorizado y compartido por la mayoría de las personas. El título del primer capítulo de este libro resulta significativo: ‘Fabricar sentido común, o hegemonía cultural para principiantes’. ¿Suena todo esto a Gramsci? ¡Precisamente!”4 La autora lo dice con claridad: “La derecha estadounidense ha realizado (...) precisamente esta ofensiva gramsciana” (p. 110).

Esta derecha neocon/ teocon emprendió una ofensiva cultural en toda regla para construir primero, y mantener después, su hegemonía ideológica. La izquierda no supo hacerlo...

Y para ello promocionó a todo un conjunto de “intelectuales orgánicos” (otra categoría gramsciana) afines a sus intereses: líderes políticos, telepredicadores y pastores religiosos, investigadores científicos y divulgadores, personajes mediáticos, periodistas... Así como una tupida red de instituciones generosamente financiadas.

“Las características principales de este sistema [neoliberal anglosajón] son conocidas: vínculo social basado en la competencia de todos contra todos, privatización de los bienes públicos, competencia comercial ‘libre y no falseada’, mercantilización de las relaciones sociales, flexibilidad y precariedad del mercado laboral, inversiones especulativas a corto plazo con tasas de rendimiento elevadas. Trasfondo del cuadro: provecho máximo para una minoría, endeudamiento generalizado para la mayoría. (...) El principio de competencia se ha convertido en el prêt-à-penser del conformismo triunfante. El hundimiento del pensamiento crítico, progresista, ante ese modelo de gestión del vínculo social, ha sido impresionante.”5

1 Antonio Caño: “Dólares contra votos”, El País, 13 de octubre de 20102 Antonio Mora Plaza, “Lo que sí puede hacer el Gobierno a pesar de los mercados, Bruselas y el PP”, 7 de octubre de 2010. Puede consultarse en http://www.nuevatribuna.es/noticia.asp?ref=405983 Susan George El pensamiento secuestrado. Cómo la derecha laica y la religiosa se han apoderado de Estados Unidos, Icaria, Barcelona 2007.4 José Luis Acanda, “Cuando la derecha lee a Gramsci”, reseña del libro de Susan George, Casa de las Américas 253, La Habana 2008, p. 148.5 Sami Naïr, “Las elites ante la crisis”, El País, 7 de marzo de 2009.

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No se improvisa una cultura (tampoco una cultura política). Tras el crash financiero de 2008, en un primer momento, muchos gobiernos del mundo emprendieron políticas económicas de estímulo más o menos keynesianas, de forma muy contradictoria.

Pero la cultura neoliberal/ neoconservadora, con sus valores y sus prácticas profundamente sesgadas a favor de la clase dominante, ha impregnado profundamente el mundo entero durante tres decenios. Hoy ya estamos en otra fase: como decía con gracia Joaquín Estefanía hace algún tiempo,

“Alguien dijo que el sistema necesita un infarto para que, si lo supera, afronte los desequilibrios y adopte un estilo de vida más saludable. El infarto ha llegado [con la crisis que empezó en 2007] pero el capitalismo, en vez de protegerse, se ha dado de alta en el hospital y corre a festejarlo con un cartón de Marlboro, una botella de ginebra y un Big Mac con patatas fritas en la mano.”6

No se improvisa una cultura alternativa... No hay atajos. Socialismo o barbarie, decía Rosa Luxemburg (y lo recogió entre 1948 y 1965 la importante iniciativa de marxismo crítico impulsada por Cornelius Castoriadis, Claude Lefort y otros). Lo que vino fue la barbarie del siglo XX (y ella fue asesinada).

Afinidades selectivas

El físico estadounidense Amory Lovins –uno de los pioneros de la conciencia ecologista en los años setenta del siglo XX— ha sugerido, parafraseando a Edwin Land, que “la invención es el cese repentino de la estupidez (…). La gente que parece haber tenido una idea nueva, en realidad ha dejado de tener una idea vieja”7. Ahora bien, para la mayoría de la gente resulta muy difícil –por no decir casi imposible— liberarse de “ideas viejas” cuando sus ingresos, su puesto de trabajo, su posición social o la estima y el reconocimiento que merecen a los otros dependen precisamente de que sigan fieles a las ideas viejas. Resulta plausible la sugerencia del sociólogo Max Weber: las concepciones del mundo (compuestas por ideas y valores) actúan como una suerte de guardagujas, marcando las vías ferroviarias por las que se encauza la acción humana (impulsada por dinámicas de interés). A partir del concepto de afinidad electiva de Goethe, Weber sugiere que las personas practican una “afinidad selectiva” cuando adoptan ideas y valores que encajen con sus intereses.8

El teórico –y militante— comunista Antonio Gramsci vio que la principal táctica del poder es crear hegemonía para garantizar la dominación: que los dominados interioricen la cultura y el “sentido común” de los dominadores, extender un sentido común que descanse sobre la aceptación de la obediencia y la naturalización de la injusticia. Como señala Juan Carlos Monedero:

“Cuando los intereses de la minoría se logran presentar como los intereses de la mayoría, la dominación ha avanzado buena parte de su camino. Los habitus (en expresión de Pierre Bourdieu) son esos comportamientos cultural e institucionalmente sancionados que orientan la acción individual y colectiva. Son el baúl de donde se nutren los hábitos sociales, fuera de los cuales los comportamientos se interpretan como ajenos y extraños. Vienen con la educación, con las metáforas de cada sociedad, con los premios y recompensas sociales asimiladas en un grupo. (...) Hay que entender de una vez por todas que todo ser humano es intelectual (aunque no todos tengan la función de intelectual), que todo ser humano piensa y con su pensamiento escudriña posibles escenarios de libertad.”9

El director del diario Público, tras apuntar la paradoja de la crisis actual (que comenzó en 2007): que una crisis sistémica del capitalismo coincida con el hundimiento generalizado de la

6 Joaquín Estefanía, reseña en Babelia.7 Lovins citado en Carl Fussman, “Te energizer”, Discover, febrero de 2006. Nota al margen: el pensamiento oriental –por ejemplo, el budismo y el vedanta advaita— ha insistido hasta la saciedad en la primacía de desembarazarnos de nuestra ignorancia, deshacernos de las “ideas viejas” para ser capaces de ver con ojos nuevos.8 Tony Watson, Trabajo y sociedad. Ed. Hacer, Barcelona 1994, p. 84. 9 Juan Carlos Monedero, Claves para un mundo en transición. Crítica y reconstrucción de la política, libro + DVD, edición del autor, Madrid 2010, p. 26.

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izquierda, señala: “El poder del miedo, esa doctrina del shock que Naomi Klein supo denunciar antes de la hecatombre de 2008, tiene mucho que ver con lo que está ocurriendo. (...) La secuela más grave del crash económico consiste en esa debilidad patética de la política frente a los mercados. (...) Hacen falta alternativas realistas que respondan sin complejos (y sin miedo) al dominio conservador en la economía, en los medios, en el lenguaje y hasta en la forma de explicar el mundo”.10 Pues bien, habría que insistir en que sobre todo hay que rechazar esa forma asentada, hegemónica, de explicar el mundo. Sólo desafiando el “sentido común” que han logrado imponer las fuerzas que hoy gobiernan el mundo podremos hacer frente a la crisis ecológico-social.

Contra la desesperanza, pero sin autoengaños

No debería uno discrepar de sus maestros. ¿O quizá sí? Podemos y deberíamos recordar aquí la que fuera la máxima favorita de Karl Marx: De omnibus dubitandum. Hay que dudar de todo. Del propio Marx, claro está. O de la voz conjuntada de dos grandes maestros, un gran historiador y un gran poeta.

Josep Fontana, al final de una conferencia dirigida a estudiantes universitarios, animado por el comprensible deseo de infundir ánimos a su joven público en un tiempo sombrío –“no es verdad que el mundo no pueda mejorar: hay muchas cosas que podéis cambiar entre todos”11--, apeló a un verso de Miquel Martí i Pol que dice: que tot està per fer, i que tot és posible.

“Todo por hacer, y todo es posible”: pero las dos sentencias, unidas por la conjunción copulativa, son falsas.

No todo está por hacer porque nunca partimos de cero: no deberíamos ceder a la tentación del adanismo. No hay tabula rasa, edificamos a partir de los escombros del pasado.

Y no todo es posible porque el pasado limita las posibilidades del futuro: “history matters”. Construimos a partir de lo dado, vivimos desde situación que han configurado otros, y con las que a nosotros nos toca bregar. Desconfiemos, en este caso, de la euforia del poeta, transmitida por la voluntad de esperanza del historiador. Contra la desesperanza, pero sin autoengaños.

Se puede aquí recordar aquel chiste irlandés que evoca Zygmunt Bauman. En algún remoto lugarejo un forastero detiene su coche y pregunta a un lugareño: ¿por dónde se va a Dublín? Éste lo mira con cierta guasa y responde: si yo quisiera ir a Dublín, no se me ocurriría empezar desde aquí. Comenta Bauman: “Hay mucha verdad en este chiste. Estoy de acuerdo (…) en que éste es un mundo muy poco propicio para iniciar el camino, sería mejor otro mundo, pero no hay otro mundo que éste. No podemos renunciar a llegar a Dublín sólo porque no estamos en el punto de partida idóneo.12” Partir de donde estamos, entonces (¿y cómo podríamos empezar desde otro lugar?), aunque ese lugar nunca será el idealmente idóneo.

La diferencia esencial, para los seres humanos, casi nunca es la que se da entre todo o nada. The best or nothing es el lema publicitario de una conocida empresa fabricante de automóviles (alemana por cierto, aunque hable en inglés) –y es una consigna nihilista. La diferencia esencial –para nosotros humanos, no para las máquinas que sí que sueñan con la perfección-- es la que se da entre mucho y todo, o entre casi nada y nada… Ahí es donde nos la jugamos. En muchos sentidos, en estos años que vienen se trata de evitar lo peor.

Caminar erguidos

Dicen que hay que evitar el pesimismo porque desmoviliza –y suelen llamar pesimismo al tipo de análisis que trata de mirar la realidad de frente, sin autoengaños--. Pero lo que de verdad desmoviliza, y desmoraliza (en todos los sentidos de la palabra moral), es el divorcio permanente entre lo que se dice y lo que se hace que caracteriza a buena parte de nuestro discurso público.

10 Jesús Maraña, “El miedo exige respuestas”, Público, 9 de enero de 2011.11 Conferencia de Josep Fontana reproducida en El Viejo Topo 280, de mayo de 2011. Cito aquí de la p. 13.12 Zygmunt Bauman: Múltiples culturas, una sola humanidad. Katz/ CCCB, Buenos Aires/ Madrid/ Barcelona 2008, p. 59.

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Norman Geras ha denunciado y analizado el tácito “contrato de indiferencia mutua” que impregna la textura moral de nuestras sociedades, muy corrompidas por más de tres decenios de hegemonía neoliberal. Esto nos remite a los lúcidos análisis de la ceguera voluntaria y el autoengaño humano por parte de Primo Levi, en las condiciones extremas de los campos de exterminio (y los guetos que constituían su antesala). “El género humano, es decir nosotros, éramos potencialmente capaces de causar una mole infinita de dolor; y el dolor es la única fuerza que se crea de la nada, sin gasto y sin trabajo. Es suficiente no mirar, no escuchar, no hacer nada.”

No cometamos el error de pensar que nos hallamos existencial o moralmente lejos del universo sobre el que se reflexiona en Si esto es un hombre o en Los hundidos y los salvados: ni siquiera políticamente estamos tan lejos como quisiéramos. Los exterminios de mañana –que tendrán que ver con problemas como el calentamiento climático y el peak oil— se están preparando hoy, ahora; la decisión de afrontar los problemas –en vez de “no mirar, no escuchar, no hacer nada”— tendría que ser la nuestra.

Frente a esa inveterada tendencia al autoengaño, recordemos más que nunca las palabras de Bertrand Russell en Por qué no soy cristiano: “Tenemos que mantenernos en pie y mirar el mundo a la cara: sus cosas buenas, sus cosas malas, sus bellezas y sus fealdades. Ver el mundo tal cual es y no tener miedo de él.” Esto es exactamente lo mismo que propone el pensamiento budista: no exagerar, tratar de vernos a nosotros mismos tal y como somos, sin añadir ni restar13.

Frente al fondo de pereza atávica que es tan humano –demasiado humano--, frente a la tentación de seguir la corriente y dejar hacer, frente al dejarse caer hacia lo bajo de nosotros, es tiempo de resistencia.

La idea de caminar erguidos –no en sentido absoluto, claro, sino lo más erguidos que resulte posible, habida cuenta de la existencia de la fuerza gravitatoria y de la natural tendencia de las columnas vertebrales humanas a la escoliosis— sigue conservando todo su sentido, al menos en dos sentidos. Primero, acercarnos a la tumba en las mejores condiciones de lucidez y agilidad alcanzables. Segundo, no perder la dignidad moral ni dejar de luchar por una sociedad decente (“una humanidad libre en una Tierra habitable”).

Para los privilegiados que vivimos en sociedades ricas, donde nuestras necesidades están bien cubiertas, éste es en verdad el mínimo exigible.

“Responsabilidades comunes, pero diferenciadas”

Cuando nos preguntamos qué puedo hacer, es fácil caer en uno de los dos polos de una familiar y paralizante oposición bipolar. Por una parte, a veces nos situamos dentro de esa fortísima tendencia de la cultura capitalista dominante que transforma todas las cuestiones sistémicas y problemas colectivos en desazones individuales. Me refiero a esa cultura –vehiculada por ejemplo a través de una miríada de discursos de “autoayuda”— que repite machaconamente: “no cuestiones el sistema, transfórmate a ti mismo”. Por esta vía, cuando encaramos el callejón ecológico-social sin (aparente) salida donde nos encontramos, fácilmente podemos incurrir en una sobrerreponsabilización del individuo que desemboca en sentimientos de culpa paralizantes.

Por otra parte, resulta demasiado fácil deshacerse de nuestras responsabilidades individuales aludiendo al carácter incontrolable, acumulativo y anónimo de los procesos que están en juego. Al fin y al cabo, sólo soy una gota de agua dentro del océano, una hormiga en el hormiguero, un vecino en la inabarcable megalópolis: los resultados de mi acción individual se perderán en lo que resulta de la composición de billones de otras acciones. Mis emisiones de gases de “efecto invernadero” –o de cualquier sustancia contaminante— se diluyen entre las causadas por otros siete mil millones de seres humanos, y de varios miles de millones más que emitieron en el pasado. No resulta difícil reconocer aquí otra tendencia humana que aparece y reaparece bajo disfraces diversos: el miedo a la libertad sobre el que nos ilustró Erich Fromm, y que siempre va de la mano de un rechazo de la responsabilidad (la responsabilidad de cada uno y cada una).

13 Juan Masiá, El otro Oriente, Sal Terrae, Santander 2006, p. 228.

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Hay que situarse fuera de esa bipolaridad paralizante, porque no responde a la realidad. Escribía Keith Farnish: “Conducir un todoterreno gigante, volar por placer al otro confín del mundo o comprar los resultados de la devastación de los bosques tropicales porque nuestra cultura considera aceptables tales actos no absuelve al usuario –hemos de asumir alguna responsabilidad, porque sin aceptar nuestro papel en este sistema no tenemos ni la menor opción de liberarnos del mismo. Eres parte del sistema. Acostúmbrate a ello.”14 Debemos en efecto acostumbrarnos a ello, sin olvidar nunca que la desigual distribución de poder conduce a responsabilidades también desiguales: cuando más puede uno mayor responsabilidad hemos de atribuirle, y viceversa. De ahí que la fórmula responsabilidades comunes, pero diferenciadas (mayores las de los más poderosos, aunque no insignificantes las de cada uno y cada una de nosotros) resulte útil más allá de los debates sobre respuestas sociales al calentamiento climático donde primero apareció.

¿Seguiremos creyendo en los Reyes Magos?

Salvar la Tierra, se titulaba dramáticamente el número de junio de 2010 de Investigación y ciencia (la versión española de Scientific American). Pero la cuestión es: o salvar la Tierra, o hacer buenos negocios. Se trata de una disyunción excluyente: ambas propuestas no son viables a la vez.

El desajuste último, el que condena de forma inapelable a este sistema económico –el capitalismo que precisa una expansión constante, aunque se encuentra dentro de una biosfera finita--, es una idea errónea: tratar de vivir dentro de un planeta esférico y limitado como si se tratase de una Tierra plana e ilimitada.

Como si los recursos naturales fuesen infinitos, como si la entropía no existiese, como si los seres humanos fuésemos omnipotentes e inmortales.

Blas de Otero –de quien por fin se han publicardo los poemas póstumos agrupados en Hojas de Madrid, con la galerna-- quería escribir “la poesía en los siglos futuros con el pan en medio de la mesa y un avión a Marte todos los miércoles”. No llegó a intuir –como le pasa a la mayor parte de nuestra izquierda— que el esfuerzo por inaugurar la línea aérea a Marte (que no se inaugurará jamás, dicho sea de paso) es una de las causas que impiden que haya pan encima de cada mesa.

Basta hacer números durante diez minutos para saber que esta civilización está condenada. Incluso la devolución de la deuda, el prerrequisito del capitalismo, resulta matemáticamente posible sólo a corto plazo. En un cálculo al que me he referido otras veces (y que recuerda el buen George Monbiot), Heinrich Haussmann mostró que un simple pfennig --un céntimo de marco alemán-- invertido al 5% de interés compuesto en el año cero de nuestra era habría sumado en 1990 ¡un volumen de oro equivalente a 134.000 millones de veces el peso del planeta!

Y el capitalismo persigue un valor de producción conmensurable con el reembolso de la deuda... Puro wishful thinking: pero a semejantes disparates se subordinan las políticas y las vidas humanas (así como las no humanas, claro está) bajo la dominación del capital.

Endeudarse para crecer, y crecer para pagar las deudas: así se ligan capitalismo financiarizado y devastación ecológica.

No hay en el planeta Tierra recursos naturales suficientes para pagar la deuda emitida, acumulada, aceptada. Esa montaña de dinero virtual ha de ser denunciada (la banca privada es una de las instituciones que no podemos permitirnos en una sociedad sostenible).

Seguir pensando hoy en términos de business as usual –más crecimiento del consumo para que tire de la producción; más aumento de la producción para incrementar el consumo; más endeudamiento para crecer más; más crecimiento para pagar la deuda— resulta equivalente a

14 El notable libro de Keith Farnish A Matter of Scale puede descargarse online en http://www.farnish.plus.com/amatterofscale/. Por otra parte, la edición en papel es: Time’s Up, Chelsea Green 2008.

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ser niños de 35 años que patalean en el suelo: ¡no es verdad, no puede ser, los Reyes Magos existen, no son los padres!

Pero ya vamos siendo mayorcitos, ¿verdad? ¿Ya se nos puede decir que los Reyes Magos son los padres? ¿Y que el “desarrollo sostenible” basado en un supuesto desacoplamiento (decoupling) entre crecimiento económico e impacto ambiental es, o bien engaño de los poderosos, o bien autoengaño?

Volver a situar la acción sociopolítica colectiva en el centro

El doble impacto de las ofensivas neoliberales (1979 como fecha emblemática) y el fracaso de la experiencia soviética (1989, si hace falta ponerle fecha) pareció laminar el espacio para la política en sentido fuerte: las luchas por “una humanidad justa en una Tierra habitable”.

Pero sin volver a situar la acción sociopolítica colectiva en el centro, sin reactivar esa política en sentido fuerte que es la de los movimientos sociales emancipatorios, no podemos confiar en evitar el desastre.

El mensaje de fondo del liberalismo/ neoconservadurismo es: interioriza tu impotencia. Un gigantesco aparato de propaganda martillea sin cesar inculcando los contravalores siguientes: desconfianza en lo público, ineficacia de la acción colectiva, o eso que el marxista británico Norman Geras llamó “contrato de indiferencia mutua”15. Mike Davis:

“[Hemos de] reconocer que no hay soluciones realistas a la actual crisis planetaria. Ninguna. Una transición pronta y pacífica hacia una economía de bajas emisiones de carbono y a un capitalismo de estado racionalmente regulado no es, ahora mismo, más probable que la realización de un anarquismo barrial capaz de conectar espontáneamente y a escala planetaria las distintas comunidades. Quien se limite a hacer extrapolaciones a partir de la actual correlación de fuerzas, lo más probable es que llegue a un bárbaro equilibrio de triaje [selección en situación de catástrofe], fundado en la extinción de la parte más pobre de la humanidad.”

Por mi parte, estoy convencido de que el socialismo/anarco-comunismo –el imperio del mundo del trabajo a escala planetaria— es nuestra única esperanza. Pero es condición epistemológicamente necesaria para que se produzca un debate estratégico y programático serio en la izquierda la elevación de la temperatura en las calles de todo el mundo. Sólo la resistencia puede despejar y aclarar el espacio conceptual que se precisa para sintetizar el significado de las utopías de pequeña escala y sin estado [como las que propugna Rebecca Solnit] con la grande, confusa y enlodada pero heroica herencia legada por dos siglos de luchas obreras y anticoloniales contra el imperio del capital.”16

La invitación a trocear todos y cada uno de los asuntos que nos importan para dejar cada pedazo “en manos de especialistas” es, en nuestras sociedades, constante y pesada. (Y eso que sabemos que los supuestos especialistas, en el mejor de los casos, dominan parcelas de realidad cada vez más pequeñas, sin que existan las adecuadas instancias de recomposición de los saberes y las prácticas17: ése es sin duda uno de los males mayores de nuestra época.) Pero ni la democracia puede ser asunto de políticos profesionalizados, ni la sostenibilidad cabe dejarla en manos de ecologistas e ingenieros ambientales: son los asuntos básicos donde nos va la vida, donde nos jugamos el todo por el todo; se trata de los que nos atañe a todos y todas. Tiene que ser objeto de una política avecindada con la ética y practicada desde la base.

15 La cosa viene a ser así: para sobrevivir moralmente en medio de la injusticia y la violencia que se producen todos los días y ante las que no hacemos nada, necesitamos reducir la disonancia cognitiva que ello genera. Norman Geras señala que no podemos aceptar nuestro comportamiento indiferente como moral o racional sino presuponiendo (falsamente, claro está) que existe una suerte de pacto o “contrato de indiferencia mutua” por el que cada uno renuncia a ser ayudado por los demás, a cambio de quedar aliviado de la obligación universal de ayudar. Así salvamos la buena imagen ética que tenemos de nosotros mismos...16 Mike Davis, “Debate sobre el futuro del socialismo: necesitamos la elocuencia de la protesta callejera”, sin permiso, 3 de mayo de 2009. El artículo de Solnit al que se refiere puede consultarse en http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=254417 Una interesante reflexión al respecto en Bertrand Saint-Sernin, “La racionalidad científica a principios del siglo XXI”, dentro de Juliana González (coord.), Filosofía y ciencias de la vida, UNAM/ FCE, México 2009, p. 94 y ss.

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Estamos todos en peligro

“Estamos en peligro”, dice el desesperado grito de alarma que desde hace cuatro decenios vienen lanzando los movimientos sociales críticos. “Goza de tu propia destrucción”, responde incesantemente el sistema. (“Siamo tutti in pericolo” se titulaba –como es sabido-- aquella última entrevista a Pier Paolo Pasolini que L’Unità publicó el 1 de noviembre de 1975.)

La globalización no significa mayores oportunidades para todos, ni nada parecido. Significa lucha de clases a escala mundial, con condiciones estructurales mucho mejores para el capital, que no ha dejado de aprovecharlas en los últimos tres decenios. En esa lucha mundial, trabajo y naturaleza no han dejado de retroceder.

Hizo falta un seísmo político del tamaño de la Revolución Rusa (y luego la segunda guerra mundial que consolidó el “imperio” de la Unión Soviética) para posibilitar reactivamente, en algunos países, ese capitalismo medio domesticado que hemos llamado Welfare State. En ausencia de algo así, ¿cómo podría la crisis que comenzó en 2007 haber llevado a una “refundación del capitalismo”?

Se nos propone una identidad basada en el consumo y en el miedo. Debemos construir una basada en el trabajo y en el amor. En el fondo, no se trata sino de la opción básica que se presenta al ser humano desde el origen de los tiempos: favorecer a Tánatos, o trabajar para Eros.

Resistamos ahí

La dinámica del capitalismo es convertir todo en mercancía. La dinámica de la tecnociencia es realizar todas las posibilidades. La suma de ambas dinámicas dibuja el desastre –para los seres humanos y para la biosfera. (Porque personas y ecosistemas tienen consistencia estable, naturaleza propia, estructura compleja: no pueden tratarse como una amorfa papilla de posibilidades, de la que se extraen cucharadas para venderlas con beneficio.)

Una expresión consagrada en la jerga economicista de nuestro tiempo es “encontrar un nuevo modelo de negocio”. En la “sociedad líquida” del tardocapitalismo las oportunidades económicas cambian constantemente y las empresas –así como los individuos instados a transformarse en empresas unipersonales-- tienen que “reinventarse” una y otra vez.

La economía ecológica, junto con otras corrientes de pensamiento crítico, plantea una enmienda a la totalidad: hace falta otro modelo de negocio, en efecto –para la humanidad en su relación con la naturaleza. Un modelo de negocio que reduzca drásticamente el papel de los negocios, del bisnes que hoy lo penetra todo. Desmercantilizar.

Los intereses comunes sobre el beneficio individual; el largo plazo antes que el corto; la inclusión del “prójimo lejano” en la comunidad moral. Ésta es la inversión de perspectiva ético-política por la que luchamos.

El poder del capital es abrumador. Pero esa fuerza de dominación triunfa de verdad sólo si tiene éxito en el más secreto de los movimientos que trata de imponer: la interiorización de la impotencia en todos y cada uno de nosotros. Resiste ahí. Resistamos ahí.

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