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AUTODEFENSA PSÍQUICA INTRODUCCIÓN Existe el criterio entre los habituales escépticos en materia de comentarios ocultistas y parapsicológicos, de que textos de la naturaleza del presente sólo responden a oportunismos comerciales; la gente está sometida a presiones económicas, sociales y psicológicas tan propias de nuestra época que es difícil rastrear antecedentes en décadas anteriores, el estrés y la angustia resultantes de este juego de tensiones yuxtapuestas hacen desesperante la búsqueda de soluciones alternativas. Por otra parte, vivimos en una sociedad netamente fetichista; tal es el condicionamiento que se nos ha dado, que tomamos como una actitud usual buscar las “culpas” de nuestros problemas afuera de nosotros. Y, como cualquier practicante de meditación o Control Mental sabe, la verdadera raíz de nuestros conflictos está dentro de nosotros, tan dentro que anida en nuestro propio inconsciente. En consecuencia, cuando nos inclinamos a buscar a los culpables de nuestras desgracias “afuera” (la educación de papá, la sobreprotección de mamá, un gobierno descarriado...) también tendemos a buscar las soluciones “afuera”: así nos aferramos a símbolos religiosos –es indudable que la gente común siente más fe cuando puede tocar la imagen de una virgen que cuando tiene que visualizarla mentalmente o sentirla, experimentarla afectivamente– a “oraciones” cuyo profundo significado esotérico ignoramos (de hecho, suele no interesarnos) simplemente porque su carácter de rogativa, de pedido, alcanza para satisfacer las necesidades egoístas que nos llevan a acordarnos de Él sólo cuando estamos en apuros. Y cuando los problemas acosan, esta sociedad fetichista tiende a las soluciones mágicas. En este sentido, según los críticos exégetas, debería ubicarse este material.

Autodefensa-Psiquica

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Autodefensa psiquica.,es un compendio de técnicas de autodefensa.

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AUTODEFENSA  PSÍQUICA

INTRODUCCIÓN

 

            Existe el criterio entre los habituales escépticos en materia de comentarios ocultistas y parapsicológicos, de que textos de la naturaleza del presente sólo responden a oportunismos comerciales; la gente está sometida a presiones económicas, sociales y psicológicas tan propias de nuestra época que es difícil rastrear antecedentes en décadas anteriores, el estrés y la angustia resultantes de este juego de tensiones yuxtapuestas hacen desesperante la búsqueda de soluciones alternativas.

 

            Por otra parte, vivimos en una sociedad netamente fetichista; tal es el condicionamiento que se nos ha dado, que tomamos como una actitud usual buscar las “culpas” de nuestros problemas afuera de nosotros. Y, como cualquier practicante de meditación o Control Mental sabe, la verdadera raíz de nuestros conflictos está dentro de nosotros, tan dentro que anida en nuestro propio inconsciente. En consecuencia, cuando nos inclinamos a buscar a los culpables de nuestras desgracias “afuera” (la educación de papá, la sobreprotección de mamá, un gobierno descarriado...) también tendemos a buscar las soluciones “afuera”: así nos aferramos a símbolos religiosos –es indudable que la gente común siente más fe cuando puede tocar la imagen de una virgen que cuando tiene que visualizarla mentalmente o sentirla, experimentarla afectivamente– a “oraciones” cuyo profundo significado esotérico ignoramos (de hecho, suele no interesarnos) simplemente porque su carácter de rogativa, de pedido, alcanza para satisfacer las necesidades egoístas que nos llevan a acordarnos de Él sólo cuando estamos en apuros.

 

            Y cuando los problemas acosan, esta sociedad fetichista tiende a las soluciones mágicas. En este sentido, según los críticos exégetas, debería ubicarse este material.

 

            Pero lo cierto es que la realidad de este trabajo es exactamente lo contrario, porque como su propio título lo expresa, es un compendio de técnicas de autodefensa. Es decir, que alimentándose en el más fidedigno conocimiento ocultista, brinda técnicas personales para oponerse al ataque directo sobre nuestra mente. Lo cual equivale a afirmar que el enfrentamiento a la agresión subliminal no depende de mecanismos fetichistas sino de aquellos estrictamente psíquicos. En cuanto a la naturaleza de esos ataques ya nos referiremos a ello más adelante.

 

            Lógicamente, comentarios como los que espero de mis detractores caben en mentes que ignoren el gran arcano del Ocultismo: parten de la suposición de que como “no existen”

fuerzas psíquicas ni seres astrales o elementales, en consecuencia no pueden existir ataques de ese calibre.

 

            No es mi intención demostrar la existencia de esas fuerzas o esos seres. Supongo que quien lee este trabajo ya ha recorrido el suficiente camino como para descubrir cuánto hay de cierto en estas afirmaciones y, al lector interesado, recomiendo la lectura de algunos de los pasajes de mis ensayos sobre Ocultismo.

 

(Nota: Vea la serie de artículos “Fundamentos Científicos del Ocultismo” en la revista semanal “Al Filo de la Realidad”. Para solicitar números anteriores y/o para suscribirse, solicítelo gratuitamente a [email protected])

 

            Quizás sirva como reflexión saber que ni siquiera los detractores están a salvo de tales ataques: en el terreno de los principios y leyes esotéricas, aunque no creamos en ellas estamos inexorablemente sujetos a su devenir.

 

            Lo que tal vez deberíamos preguntarnos es, ¿por qué somos atacados?. Más allá de la respuesta obvia (“porque existe el Bien y el Mal, porque tenemos enemigos, porque ocupo el lugar, obtengo las cosas o conservo los afectos que otros desearían”) el fondo de la cuestión roza terrenos de naturaleza filosófica tan profunda como la del alcance del libre albedrío; o si el daño que se nos inflige tiene que ver o resulta ser el “pago” de deudas pendientes. De hecho, no somos perfectos, y nadie nos puede asegurar que en algún momento del pasado no nos hemos equivocado, o hemos dejado de actuar correctamente. En síntesis, que hemos obrado mal. Pero para nuestra mecánica de autodefensa, su primera regla, para efectivizarla, nos dice que: los miedos (y las culpas) abren agujeros en nuestra coraza mental, por donde se filtra la agresión.

 

            Por ello, debemos imponernos una revisión de nuestros conceptos de Bondad y Maldad y a la luz de estos enfoques reveer nuestra vida y nuestros actos futuros.

 

            El Bien, como Absoluto, no existe, como no existe el Mal absoluto. Quizás, ni siquiera valores intermedios. Si Dios es omnipotente, omnisapiente, omnisciente (Todo lo es, ya que es el Todo) entonces también es el Mal. Es Bien y es Mal (el “Abraxas” esotérico) y si existe algo de divino en cada acto de bondad, también existe algo de divino en cada acto de maldad. (“quien mata a un hombre es un asesino, quien mata miles, un conquistador. Pero quien mata a todos es un dios”).

 

            De otra forma, sólo sería “medio Dios”, y el poder de las tinieblas sería tan fuerte como El, con lo cual ambos se equilibrarían mutuamente y ninguno podría jamás prevalecer sobre el otro. No habría así Juicio Final alguno, y adorar a uno estaría tan justificado como postrarse ante el otro. Este equilibrio, o anulación mutua de fuerzas, sería totalmente pasivo, y ningún acto de Creación podría surgir de él, lo que precisamente no condice con nuestra imagen de Dios.

 

            Supongamos entonces que no existe ni el Bien ni el Mal, sino solamente “estados de consciencia”. Es decir, tomamos consciencia del hecho. Pero estos estados de consciencia son eminentemente, y por definición, receptivos. No son “actos”. Para que haya “acción” (por ejemplo la evolución del hombre, si queremos adjudicársela a un acto divino) debe existir alguna “fuerza” (en el sentido mecánico de la expresión).

 

            He aquí lo que debe reemplazar en toda doctrina al Bien y al Mal. Las “tendencias”, definibles como “impulsos”. En el caso referido hemos  de identificar al “impulso de Eros” (de vida) y al “impulso de Thánatos” (de muerte) que en Psicología definiera Freud. Pero no cometamos el error de tratar de identificarlos con el Bien y el Mal, ya que esos impulsos existen fuera del subjetivismo implícito en esos términos considerando que, verbigracia, pueden ser equivalentes. Como indígena antropófago, puedo matar a un hombre (Thánatos) para alimentarme, o para adquirir las cualidades de coraje o sabiduría del enemigo muerto (Eros) lo que, en última instancia, es un honor para el caído. Este hecho es, y no puede ser definido como “bueno” o “malo” por la limitada óptica de un marco cultural determinado (en este caso el nuestro, donde solo está “bien” matar cuando lo hacen quienes detentan un papel, visten uniforme u ocupan una circunstancia que los distingue como dueños de la vida y muerte ajenas).

 

            Como ejemplo, tomemos el caso de los seres humanos que asesinamos en las guerras: ¿cuántos se ocupan de sepultar al enemigo abatido?. Comparados con los caníbales rituales: ¿quién es más ético; ellos, que primitivamente le rinden un homenaje al contrincante al devorarlo, o nosotros, que tal vez ni siquiera le dediquemos una mirada al cadáver?.

 

            Podemos decir entonces que en el hombre actúan “impulsos asépticos”. ¿Y en el Universo?. ¿En la infinita mecánica celeste?.

 

            Quizás los mismos, con lo que concluiríamos que todo el Cosmos es un ser vivo: Dios, Abraxas, dios del Bien y el Mal. Del Todo y la Nada. De los extremos opuestos. En síntesis, Dios sería yin-yang.

 

            Estos cuestionamientos son de fundamental importancia a la hora de plantearnos si vamos a actuar “correcta” o “incorrectamente”. En el terreno en que nos desenvolvemos, esto hace referencia al efecto deseable (quizás distinto del esperable) en nuestras invocaciones de ayuda. En efecto, ¿podemos tener idea clara del alcance de nuestros actos “buenos” y “malos”?. Dada nuestra imposibilidad de juzgar la naturaleza ética de las acciones (si es que la tienen), la sola intención no basta para “erotizar” o “thanatizar” una acción.

 

            Las improvisaciones ocultistas llevan a los ingenuos no a manejar “fuerzas”, “santos”, “entes”, sino a crear las condiciones focales psicoespirituales necesarias para que “energías con motivaciones” (inteligencias) se den cita en el vórtice así creado. Esto es fácil de aceptar si no perdemos de vista la concepción de que el Universo es el todo físico, energético, mental y espiritual. Si hechos físicos pueden crear vórtices físicos (un potente campo magnético atrae todo objeto ferroso, un “agujero negro” atrae toda materia y energía) y crear efectos psicológicos o energéticos colaterales (el mismo efecto electromagnético), ¿acaso un hecho mental no puede movilizar consecuencias mentales?.

 

            En este sentido, obsérvese que personalidades sumamente poderosas (políticos, religiosos, deportistas o artistas) suelen nuclear alrededor suyo mentes quizás más débiles, aun cuando tomando individualmente cada una de esas mentes, las mismas tal vez parezcan rebelarse contra ese condicionamiento. Pero vueltas al “campo” de la personalidad potente, se sienten inexorablemente atraídas al vórtice. Volveremos más adelante sobre la cuestión de los vórtices.

 

            Ahora bien. Hemos deducido de todo lo anterior que actitudes inicialmente eróticas pueden devenir en thanáticas, y viceversa. Yo me pregunto, entonces: cuando por ejemplo encendemos velas para elevarnos, hacemos oraciones, rogamos en nuestra ignorancia creyentes de una respuesta “superior”, ¿quién nos asegura que no descompensamos algo en algún lugar?. Todo tiene su compensación yin y yang en el Universo, y aunque yo crea estar haciendo algo “bueno”, en algún lado se puede completar su opuesto, es decir, se tiene que detonar la polaridad complementaria, más aún cuando comprendo que si pido ayuda, es que soy incapaz de alcanzar naturalmente lo que deseo. Soy incapaz, reconozco mi inferioridad y la acepto, solazándome en ella.

 

            ¿A nadie le llamó la atención que en las últimas décadas, pese al “reverdecimiento” espiritual, la violencia y la muerte han avanzado hasta límites insospechados en el mundo?. ¿Cómo podemos estar seguros de que todo ello no es el resultado de la acumulación de polaridades opuestas resultantes de las “buenas intenciones” de gran parte de nuestros congéneres?. Ya lo dice el refrán popular: “el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones”.

 

            ¿Recuerdan el comentario al pasar sobre el libre albedrío?. Piensen en lo siguiente: ustedes pueden desear ayudar a alguien; un amigo, un familiar, enfermo o en dificultades. La intención es loable, qué duda cabe, pero el hecho de tratar de ayudar, vale decir, de intervenir para modificar una circunstancia ajena significa interrumpir dos cosas: por un lado, el propio devenir kármico de ese individuo, y por otro, su libre albedrío, pues si el esoterismo enseña que cada uno debe buscar individualmente su evolución (“al que tiene hambre no le des pescado; enséñale a pescar”) es él quien debe buscar la solución a sus problemas. Además no puede negarse que solucionarle los problemas a otro es una actitud marcadamente involutiva, ya que como enseña una de las leyes fundamentales del Universo, conocida como segunda ley de la Termodinámica o principio de Carnot, “el devenir de la energía y la materia va de lo más organizado hacia la desorganización o la desaceleración inercial” (también llamado principio de entropía) lo que significa que si ustedes dan la solución a otras personas, éstas, imbuídas de facilismo, optarán por depender permanentemente de que ustedes les provean las respuestas.

 

            Por otra parte, cuando ustedes ayudan a alguien o le dan un consejo, por ejemplo, sólo pueden estar seguros de una cosa: que la ayuda o consejo facilitados sólo serán aquellos que ustedes tomarían por convenientes en el caso de ser de ustedes el problema; pero como cada ser humano es un ente dinámico con contingencias muy propias, es dable observar que nuestro familiar o amigo necesita soluciones a sus problemas que, en el mejor de los casos, sólo se aemejarán a los nuestros en lo formal. En síntesis: ¿quién puede atribuirse la capacidad casi divina de saber qué es lo más conveniente para otra persona, cuando innumerables veces en la vida ni siquiera somos capaces de discernir qué es lo más conveniente para nosotros mismos?.

 

            El Tema de por qué aunque creemos actuar “bien” la vida sólo parece respondernos con disgustos y lágrimas, tiene, desde esta óptica y considerando las leyes kármicas, otro significado. En algunas oportunidades, algunos estudiantes de esoterismo se me han acercado acuciados por una pregunta común: ¿por qué la historia enseña que los “magos negros” (por llamarles de alguna forma) alcanzan el poder más fácilmente que los “magos blancos”?. ¿Y acaso no es lógico?. El brujo alcanza quizás el poder terrenal, dinero y ascendiente social (Dios llamó a Satanás “príncipe del mundo”, porque El le dio el reinado sobre la Tierra) pero indiscutiblemente pierde “posibilidades” espirituales. El mago blanco, en cambio, quizás oscilará más sobre la pobreza o el anonimato, pero en este caso el Reino de los Cielos es de él. Qué tanto le preocupe a estos estudiantes alcanzar (o no) logros materiales sólo indica cuán distantes están aún del sendero correcto. En el caso de quienes no son estudiantes esotéricos (el público en general) esa angustia es tan disculpable como condenable es en quien hizo sus primeros pasos en el territorio oculto. Un viejo adagio chino dice que tanto el imbécil como el sabio cometen los mismos errores. La diferencia es que el sabio los comete una sola vez.

 

            Finalmente, unas consideraciones para esos pobres seres que desesperan toda su vida en hacer las cosas perfectas (lo que por naturaleza es un despropósito), acumulando tanta frustración y angustia que al final del camino, sólo la infelicidad adorna su pasado. En

este sentido, la Filosofía Hermética enseña que el camino de superación espiritual no pasa por hacer todo “bien” (lo que sería igual a “ser perfecto”) sino por hacerlo “del mejor modo posible”... y no todas las circunstancias de la vida son iguales para todos. A veces es necesario actuar “mal” (para la moral de otros) para que la justicia pueda imperar, para que el efecto acumulativo de este acto beneficie a decenas o tal vez centenares de personas. Como decía swami Vivekananda: ser justo no significa ser perfecto; el “hombre justo” no es el que más medita, el que más trabaja o el que más ayuda. El “hombre justo” es el que medita lo justo, trabaja lo justo y (lo importante es este “y”) ayuda lo justo”. Es decir, el equilibrio.

 

            ¿Qué es más justo?. ¿Que una persona, por ejemplo, con la vocación de crear un albergue para pobres, o un comedor escolar o un templo, evite perjudicar a un usurero prestamista, con lo cual nunca llevará a cabo su proyecto (y centenares se perjudicarán) pero quedando su consciencia tranquila por no haber “perjudicado” a ése uno?. ¿O hacerlo, permitiendo así seguir adelante sus sueños?. Obsérvese que aquí lo único reprochable no es el acto en sí, sino el propósito: si el perjuicio al usurero se hubiera hecho con el objetivo egoísta de satisfacer un lucro personal, tal vez sí sería criticable, pero ¿puede criticarse cuando lo que se lucra es para el bien de los demás?. Y si agregué ese tal vez, es simplemente por el prurito de que me considero incapaz de juzgar las causas primeras de las acciones de los demás.

 

            Y yo pregunto: ¿quién puede?. No un juez, por supuesto; la capacitación universitaria no da la claridad espiritual verdaderamente necesaria para el discernimiento; sólo una preparación esotérica en ese sentido puede proveerlo.

 

            Dos aclaraciones finales. La primera: ¿Es magia lo que aquí enseñamos?. La respuesta es sí, siempre y cuando nos atengamos a la definición propuesta por el ilustre Vicente Beltrán Anglada: “Magia es la capacidad de llenar de ideas el vasto campo dinámico de la voluntad hasta convertirlas en formas objetivas que respondan íntegramente a los propósitos del espíritu, sin la acción directa resultante de la manipulación de medios fisicoquímicos o energéticos”.

 

            La otra pregunta que pueden hacerse mis lectores es: ¿de dónde provienen mis conocimientos?. Pues de donde deben provenir los conocimientos de todo ocultista: de la erudición libresca y el análisis sobre ello, de la práctica y de la intuición, los registros Akhásicos o la Cábala No Escrita (a este respecto aconsejo remitirse a mi libro “Fundamentos Científicos del Ocultismo”). Llegados a cierta altura del sendero, los esoteristas no estamos seguros de dónde provienen algunos de nuestros conocimientos: simplemente están ahí y luego resultan ser confirmados por el enciclopedismo. Es un proceso muy similar al del iluminismo. Si los escépticos desconfían de este mecanismo, sólo les opongo un encogimiento de hombros: problema de ellos.

 

            Mis conocimientos se deben también a mi meditación sobre algunos de los antiguos símbolos de nuestra filosofía. Como bien decía Dion Fortune: “cuando había dudas sobre la explicación de alguna cuestión obstrusa, solían remitirse  (los antiguos ocultistas) al jeroglífico sagrado, y al meditar sobre él se descubría lo que otras generaciones habían ocultado allí haciendo lo propio. Los místicos saben bien que si un hombre medita sobre un símbolo con el que otrora, mediante meditación, se asociaron ciertas ideas, obtendrá acceso a esas ideas, aunque ese jeroglífico jamás le hubiera sido explicado por quienes recibieran la tradición oral personal y explayadamente”.

 

            Llegamos así a una de las armas principales de la Autodefensa Psíquica o Mental: la Programación Mágica. Que consiste en el uso de símbolos –una figura con significante, también un mito, una imagen religiosa que sincretiza algo trascendente a lo que popularmente se le asigna, etc.– como codificadores. La codificación en matemáticas permite sintetizar datos en un símbolo. De hecho, códigos y símbolos conforman un metalenguaje capaz de decir muchas cosas en poco texto, o, mejor aún, directamente al inconsciente. Como dice mi colega el investigador Roberto Róvere: “La velocidad del desarrollo contemporáneo comprime el lenguaje llevándonos a expresarnos en símbolos. Así, encontrar en una ruta un cartel con un árbol al lado de un tenedor implica un conjunto de asociaciones inconscientes que se traducen en un mensaje tan largo como : “A-X-kilómetros-hay-un-lugar-apto-para-acampar-o-descansar-con-un-modesto-restaurante”. Quizás en esa misma dirección pensaba el psicoanalista argentino doctor Norberto Litvinoff cuando escribió: “un símbolo es una máquina psicológica generadora y transformadora de energías”. De donde concluyo que toda la información encerrada-codificada en un símbolo esotérico pone en marcha poderosas fuerzas mentales tras el objetivo a lograr. En ese sentido, una imagen de San Jorge, una vela, una fragancia, un pentáculo, una visualización psíquica determinada, una oración, son símbolos.

 

 

CONTRA QUÉ LUCHAMOS

 

            La experiencia diaria nos demuestra que, siendo el miedo hijo dilecto de la ignorancia, lo que atacándonos puede cruzar nuestras defensas y perjudicarnos, es aquello cuya naturaleza desconocemos. La primera condición para vencer a lo que nos ataca es conocerlo. En consecuencia, antes de estudiar las técnicas defensivas, analicemos cuáles son las naturalezas de nuestros atacantes.

 

Podemos distinguir las siguientes categorías:

 

1)     Larvas astrales

2)     Paquetes de memoria con alto contenido thanático

3)     Otras sectas esotéricas

4)     Técnicas mentales (vampirismo psíquico o energético)

5)     Vórtices psicoespirituales

 

 

Larvas astrales: así como la evolución de la vida en el plano físico nos muestra una increíble diversidad de niveles de complejidad biológica, así en otros planos constitutivos del Universo existe la misma multiplicidad. Un error común en que suele caer el estudiante de estas disciplinas, es suponer que los “seres” (por darles una denominación) que se mueven en el plano astral, son de condición necesariamente superior al hombre, o confundir los planos astrales con los esotéricos.

 

            En cada plano (quizás entendamos mejor este concepto asimilándolo a la idea cuasicientífica de “otras dimensiones”) también coexisten seres de distinto grado de evolución. Tomemos el ejemplo de la biología física (por buscar una expresión que designe al mundo percibido por los sentidos básicos) remitiéndonos a los parásitos, ya sean estos animales o vegetales. El parásito vive en condiciones de singularmente egoísta simbiosis, vive a expensas del organismo en que anida, fagocitándolo, creciendo y multiplicándose a su costa, pero siendo incapaz de perpetuarse fuera de él. Su primitivo grado de organización le impide la autosuficiencia o, en el mejor de los casos, sólo subsiste por sí mismo durante lapsos exangües de tiempo.

 

            En todos los planos y niveles del Universo existen parásitos; de hecho, deben existir ya que si proclamamos como una ley esotérica el Principio de Correspondencia, es necesario, para que éste exista, que se cumpla en todos los niveles; y cuando afirmamos que en todos los microcosmos existen equivalencias correspondientes a todo cuanto existe en el Macrocosmos, es que sólo este principio podrá afirmarse con validez universal, si precisamente, observamos sus efectos a nivel universal.

 

            Entonces tomemos un plano cualquiera. Por ejemplo, el mental o, más exactamente, el inconsciente personal de cada ser humano, para no confundirnos con el Inconsciente Colectivo, ese gran océano mental donde todos boyamos. ¿Es que acaso en el inconsciente personal de cada uno de nosotros puede desarrollarse algo que podamos llamar “parásitos mentales”?. Ya veremos que sí.

 

            Todos hemos oído hablar en Psicología de los “complejos”; ese conjunto de factores tanto congénitos como adquiridos que producen alteraciones de conducta. Ahora bien, ¿cómo es que se forma y, lo que es más importante e interesante, cómo se desarrolla?.

 

            Supongamos que tomamos un ejemplo a partir de un niño. Como en todo ser humano existen elementos en su personalidad que le son transmitidos genéticamente, formando un conjunto de factores psíquicos propios a toda la humanidad y que conforman lo que llamamos inconsciente colectivo. Esos factores son lo que llamamos arquetipos.

 

            El psicólogo suizo Carl Gustav Jung demostró que en realidad anidan en nosotros dos inconscientes; por un lado, el personal o individual, que es lo que define las particularidades tipológicas (carácter y temperamento) de cada uno de nosotros; es el que nos hace diferentes unos de otros. Pero, por otra parte, todos tenemos un inconsciente colectivo, o mejor aún, una parte de él, que compartimos con toda la especie humana.

 

            La afirmación de que “todos los hombres somos hermanos entre nosotros” encuentra en Jung una explicación psicológica. Todos integramos una memoria ancestral, racial, una gran mente mundial, como un gigantesco cerebro que se reparte en innúmeras células independientes. Cada uno de nosotros somos una de esas células. Esa mente omnipresente está en todos nosotros. ¿Y cómo sabemos de ella?. Muy sencillo.

 

            Todos los seres humanos somos diferentes por acción de nuestros inconscientes individuales. Pero, también, todos tenemos características comunes por nuestro inconsciente colectivo. Estas características son los arquetipos e integran algo así como una cédula de identidad del género humano. Son nuestros rótulos de identificación. Algunos de ellos son:

 

–        el arquetipo del Viejo Sabio (presente cuando afirmamos, por ejemplo, “tal cosa es así –no porque yo lo razoné o así lo concluyo– sino porque lo dijo Fulano de Tal (diplomado por una universidad X)”, o, en un nivel sociocultural menor, “tal cosa debe ser verdad porque lo dijo la radio (o la televisión, o el diario)”. Anteponemos un criterio de autoridad real o supuesto, delegando en un tercero la asunción de la responsabilidad por nuestros decires;

–          el arquetipo de la Gran Madre (la raíz de los cultos a la fertilidad y a la tierra como diosa madre, presente en los fundamentos de todas las religiones, aun las más modernas. Tal el caso del catolicismo donde encontramos una verdadera “raíz pagana” en el culto de la Virgen. Y aunque duela a más de un oído cristiano, debemos aceptar que esto es así, por varias razones: (1) porque el culto a la Virgen como Madre de Dios no es privativo del catolicismo sino, de hecho, anterior en milenios, tanto en oriente como en occidente; (2) porque las  Vírgenes adoradas en la Edad antigua y la Baja

Edad Media (es decir, cuando aún estaban próximos en el tiempo los orígenes del Cristianismo) eran negras –como las que aún subsisten en muchas partes de Europa, Centro y Sudamérica, como la Virgen de Caá Cupé en Paraguay– y está demostrado que es sólo una transposición cultural del culto a Isis y sólo pasan al “color” actual cuando en la alta Edad Media una bula pontificia, eminentemente racista, identifica al “negro” con el demonio (tal el caso de los gatos) para justificar el exterminio de musulmanes y africanos;

–         el temor a la oscuridad (obvio en todos los chicos –y otros que no lo son tanto–). El temor a la oscuridad es evidentemente ancestral, remontándose al tiempo en que los homínidos (futuros hombres) cazaban de día, reyes de la pradera, pero en las noches permanecían ocultos y aterrados, en árboles y cavernas, horas en que los animales de presa salían a buscar su alimento y los cazadores pasaban a ser cazados;

–         el temor a lo desconocido (todo ser humano tiene miedo a lo que no conoce, y por extensión puede interpretarse como el temor al cambio. ¿Cuántas veces nos han ofrecido empleos mejor remunerados que el que poseemos, mejor status social, más perspectivas y sin embargo... a último momento algo nos retiene, nos hace dudar, algo intangible...  Ya lo dice el refrán popular: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Si ustedes lo analizan, este dicho carece por completo de lógica y sentido. Pero es verdadero, en tanto es popular, inconsciente... y arquetípico);

–         el instinto sexual (obvio en todos los seres humanos);

–         el instinto de poder (también obvio en todos nosotros, así como su antítesis inmediata, el Complejo de Inferioridad);

–         la necesidad mágica (también llamada Necesidad Religiosa) que define esa “religión natural” que anida en el hombre, como en él anida una “moral natural”.

 

            El hombre es mágico, vale decir, religioso per se, aunque una educación racional lo convierta en “ateo”, o en lo que a él le parece que es ser ateo, pues siempre se ha formulado las preguntas básicas: ¿Existe Dios?. ¿De dónde venimos?. ¿Hacia dónde vamos?. ¿Hay vida después de la muerte?. Y, muy especialmente, ¿Cuál es la razón, la misión de mi presencia en La Tierra?.

 

            Ahora volvamos al ejemplo del niño al que hiciéramos referencia antes de esta digresión sobre arquetipos.

 

            En este chico anida, como en todos, el arquetipo del Miedo a lo Desconocido y el Temor a la Oscuridad. Cierto día (¿o deberíamos decir “cierta noche”?) regresa a su casa más tarde que de costumbre y ocurre que alguien, un amigo o familiar, para gastarle una broma pesada, lo espera agazapado detrás de un árbol, enmascarado... sorpresivamente salta a su paso, con el susto subsiguiente del niño.

 

            Ya se ha creado un complejo: el hecho traumático se incrusta en la vida psíquica de ese niño, queda allí fijado (del término “fijación”) como una espina que no es extraída. Al paso del tiempo ésta comienza a crear una infección que va extendiéndose, multiplicándose las bacterias que crecen lozanas porque nosotros las alimentamos. 

 

            Ahora bien. A medida que pasa el tiempo, ese “complejo latente” se va alimentando de las vivencias del sujeto, que tienen correspondencia con el shock inicial. Así el complejo va creciendo a expensas del deterioro de la esfera psíquica del individuo. En cierto modo el complejo comienza a adquirir independencia psíquica como si se tratara de un ser autónomo e infradotado. Así, si no hay tratamiento de por medio, ese complejo comienza a fagocitarnos psíquicamente, polarizando hacia sí todos aquellos elementos del inconsciente que sirvan a su crecimiento (¿recuerdan el comentario de los “vórtices” de la introducción?). Estos complejos son autónomos en cierto grado, dado que no pueden existir sin el sujeto que les dio vida.

 

            Estas extensas consideraciones deben sustentar el hecho plausible de aceptar que en el plano astral también existen “parásitos”, que en Ocultismo reciben el nombre de “larvas astrales”.

 

            Su origen se encuentra en la sustancia astral que puede constituirse en entidades psíquicamente independientes, constituidas de elementos mentales inferiores y empleando el “cuerpo de los deseos” o cuerpo astral como soporte, algo así como “animales” de otros planos, con cierto grado de malignidad o muy bajo nivel de evolución espiritual en cualquier punto del universo. También, aunque el cuerpo astral se desintegra después de un cierto tiempo de muerto el cuerpo físico que le dio sustento, es posible que algunas “larvas” estén conformadas por el remanente luego de la muerte de un ser humano particularmente thanático, y de hecho, si ese remanente “parasita” la materia astral de otros seres vivos, puede prolongar un cierto tiempo más su postexistencia.

 

            No debe confundirse con el “paquete de memoria”, al que nos referiremos más adelante, constituido por remanentes psíquicos; lo que nos enseña que las “larvas astrales” carecen de psiquismo o, en el mejor de los casos, éste no presenta grandes diferencias con el fetal.

 

            Esta sustancia astral vaga al azar en planos correspondientes con el nuestro, pero circunstancialmente se siente atraída por ciertas singularidades en su plano (el astral). Esas singularidades son la correspondiente astral de las perturbaciones físicas y/o psíquicas que los seres humanos sufrimos.

 

            Vale decir que la existencia de una “enfermedad” física o psíquica creará una discontinuidad en el plano astral que actúa como un señuelo, una llamativa señal para esas larvas que, inexorablemente, se sienten atraídas hacia ella.

 

            Así, se ubican en las proximidades del ser afectado, incrementando su propia vitalidad a expensas del cuerpo astral de ese humano, parasitándolo. La sostenida pérdida de materia astral tiene, obviamente, su contraparte en los otros planos del sujeto, incrementando sus problemas físicos o psíquicos, pudiéndole llevar a la muerte.

 

            Se generan así los cuadros de “obsesión” y “posesión” a que han hecho referencia todas las religiones. La diferencia entre una situación y otra es que mientras en la “obsesión” la larva astral simplemente consume progresivamente la materia astral de la víctima, en la “posesión” la larva pasa a ocupar el continuun espacio-temporal del sujeto.

 

            Entonces, ¿qué ocurre con la supuesta “personalización” en los cuadros de “obsesión” y “posesión”, es decir, cuando el ente adopta nombre o se expresa a través de la víctima?.

 

            En realidad, estos casos son mínimos, pero ciertamente graves, pues señalan que la larva astral “capturante”, por decirlo así, ha absorbido o ha sido absorbida por un paquete de memoria thanático o un elemental.

 

            Estas monstruosas simbiosis son, por desgracia, perfectamente posibles. En realidad, su existencia es finita, pues tarde o temprano uno terminará reabsorbiendo al otro (en estos casos, las larvas generalmente llevan las de perder), pero si en el ínterin caen en el vórtice generado por la perturbación de un ser humano, doble será el acoso que el mismo sufrirá.

 

            Recordemos que las larvas astrales carecen de consciencia o la tienen en un grado muy primario, mientras que los “paquetes” por citar un ejemplo, cuentan con remanentes de la misma, una consciencia-subconsciente casi crepuscular, pero carecen del medio (sustancia) idóneo para manifestarse. Cuentan, entonces, con tres formas de hacerlo. Y sobre esas formas hablaremos en el apartado siguiente.

 

 

 

Paquetes de memoria con alto contenido thanático

 

            Esas tres formas de manifestarse de los PMT (Paquetes de Memoria Thanáticos) son, respectivamente: (a) a través de la clarividencia de ciertos sensitivos o dotados que, racionalizando su percepción inconsciente a través de los filtros de sus condicionamientos culturales (generalmente bajos) creen ver “fantasmas”. Esos “fantasmas” sólo existen fuera de él o ella en forma de “potenciales energéticos” no visibles al ojo humano. Cuando cree “ver” un fantasma, en realidad lo que está haciendo es “hacer comprensible” lo que percibe inconscientemente (pero no sabe qué es) a través de los cristales de una educación o sistema de creencias determinado.

 

            En estos casos, el PMT se “enlaza” a la persona y, si ésta desconoce las técnicas de “desenganche”, corre el riesgo de quedar psicológicamente dependiente de este PMT cuyo “lapso de vida” es, obviamente, muy superior al del sujeto al cual adhiere.

 

            Las otras dos formas en que nos pueden perjudicar los PMT consisten en: primero, la consustanciación del PMT con “ectoplasma” emitido por sensitivos. Como todo estudiante de Parapsicología sabe, el ectoplasma es materia (lípidos, células epiteliales y tejido conectivo) que algunos sensitivos exudan por los orificios naturales del cuerpo, a expensas de una descarga de Enpsi (“ENergía PSÍquica”), también conocida como “telergia”.

 

            En ocasiones, este ectoplasma toma una forma definida: una mano, un rostro, un cuerpo humano, habiendo sido este un fenómeno muy común en las sesiones mediúmnicas de las tres décadas primeras de nuestro siglo. Este fenómeno recibe entonces el nombre de “ectocoloplasma” o “ideoplastia”.

 

            Finalmente, la tercera forma de problemática consecuencia de la acción de un PMT es cuando se asocia con una “larva astral” –situación ya comentada–. Ahora bien, ¿qué es exactamente un PMT?.

 

            La primera pregunta que debemos hacernos es obvia: ¿existe algo después de la muerte?. Y aquí voy a regresar a algunos conceptos vertidos en mi ensayo “Parapsicología Aplicada”, texto de estudio en los cursos de Parapsicología por mí dictados.

 

            Los parapsicólogos afirmamos que los fenómenos paranormales son producidos (a falta de mejor definición) por una energía no física. Como sabemos, toda energía física, para ser tal, debe cumplir varios axiomas, entre ellos los de que la suma de los efectos debe ser igual a la suma de las causas, y que el cuadrado de su coeficiente debe ser inversamente proporcional a la distancia y el tiempo en que se manifiesta.

 

            Veamos un ejemplo para este caso. Enciendo un mechero de gas. Aproximo mi mano. Percibo un determinado índice de calor. Comienzo a alejar mi mano. Cuanto más alejo mi mano, menos calor siento. La energía (calor) es inversamente proporcional a la distancia.

 

            Supongamos ahora que en ese mechero caliento un cuchillo, hasta que éste se pone al rojo. Apago el mechero. Cuanto más tiempo pasa, menos calor irradia la hoja. En este caso, la energía es inversamente proporcional al tiempo.

 

            Con la energía psíquica, o “enpsi” ello no ocurre. Las experiencias demuestran que el índice de resultados es independiente de la distancia entre los sujetos participantes; así, en una práctica de telepatía por ejemplo, los resultados son altos o bajos así medien cuatro metros o dos mil kilómetros entre ellos. Además, la existencia de los fenómenos de precognición (percepción del futuro) y postcognición (percepción del pasado) demuestra que la relación tiempo-enpsi es inexistente.

 

            De ello podemos deducir que esa “energía”, enpsi, se transforma, de alguna manera, luego de muerto el individuo. Si puede proyectarse al futuro, es porque se independiza de su entorno biológico (“nada se pierde, todo se transforma”).

 

            Adherimos entonces aquí a la hipótesis del biólogo Jean-Jacques Delpasse: “paquetes de memoria”, incluyendo los primitivos “núcleos de personalidad” del individuo (ya presentes en la gestación fetal), todo ello consecuencia de la transformación de las energías psíquicas a que hemos hecho referencia (enpsi y “libido”, o suma de impulsos eróticos y thanáticos), que luego de la muerte del individuo “escapan” al mismo y sobreviven, atravesando fases de transformación a los que oportunamente haremos referencia.

 

            La acción que estos PM por sí solos pueden ejercer en el mundo de los seres biológicamente activos es mínima, y siempre desencadenará en nosotros respuestas de la esfera subjetiva; dicho gráficamente, un “fantasma” no atentará contra nuestras vidas ni solucionará nuestros problemas, pero según priven en él impulsos eróticos o thanáticos actuará influyendo en un sentido u otro, siempre en relación directa y constante con el índice de armonía y equilibrio psíquico que en nosotros existe.

 

            De allí que las personas más inestables psíquicamente sean no solamente quienes más fácilmente detectan la presencia de estos “paquetes de memoria”, sino también quienes más sensiblemente son víctimas o beneficiarios de la acción de los mismos. Y aquí deberíamos retrotraernos al problema original de la existencia de Dios.

 

            Entiendo que antecede una aclaración: éste no es un tratado monotemáticamente teológico, por lo cual no acompaño esta monografía con todas las informaciones, documentos, juicios y razonamientos que obran en mi poder. Me bastará con exponer la teoría y acompañarla de algunos argumentos lógicos, a fin de hilar la temática. Oportunamente, he de regresar en extensión sobre el tema.

 

            Pocas dudas quedan actualmente sobre el origen del Universo. Hace unos veinte mil millones de años, todo se reducía a una inmensa masa de gas, polvo y energía latente. El “núcleo de personalidad fetal”, con sus impulsos primarios. Repentinamente ocurrió lo que los científicos conocen como el “Big Bang”: la primera Gran Explosión, que expulsó energía y materia en todas las direcciones del Cosmos; una indudable reacción erótica.

 

            A ello, debió oponerse su contrapartida thanática: la tendencia a la contracción del Universo, y entre ambos su justo equilibrio, lo que hoy llamamos principio de entropía, y que podría formularse (reelaborando el “principio de Carnot” o segunda ley de la Termodinámica) como “la tendencia de toda energía a distribuirse uniformemente en todos y cada uno de los puntos del Universo”. El Big Bang y la entropía son dos caras de la misma moneda. Principio y fin de un proceso que yo llamo de Gestación de Dios. Porque afirmo que Dios ni existe ni deja de existir: Dios está en gestación, re-creándose a sí mismo permanentemente, día a día, segundo a segundo, eón a eón, en cada punto del Universo. Porque cuando toda la materia del Universo se haya transformado en energía y toda esa energía se haya distribuido entrópicamente, el Universo se hallará perfecta y armónicamente equilibrado: el Universo será Yin Yang. Para ese entonces, los “paquetes de memoria” detonados por las criaturas pensantes, cualquiera fuere su origen en ese ex Universo, también se habrán distribuido entrópicamente.

 

            Por supuesto a estas consideraciones habría que agregar que dado que el Tiempo (o, para ser más precisos, “el paso del...”) es una concepción meramente humana (a nivel cósmico el tiempo es una energía que fluye en sentido contrario a la materia) el “futuro” o “pasado” de Dios son también el “presente”, lo cual equivale a decir que Dios se gesta (se gestó-se gestará) fuera del Tiempo tal como lo percibimos, ya que al ser el Todo, también Todo el Tiempo es parte de El.

 

            He allí el gran papel que hemos de desempeñar: evolucionar eróticamente hasta que, dentro de algunos eones, nos transformemos en Uno con el Universo. Nunca más cierto, entonces, que en cada ser humano anida una chispa divina. El Destino es ser Dios: cuando el Todo sea un Todo pensante, armónico, omnisciente, omnipresente, omnipotente, omnisapiente.

 

            Perfectamente fundamentados en la Física moderna, podemos suponer que los “paquetes de memoria” o “almas” eróticas (lo que la Iglesia católica, por caso, llama “almas justas”) impulsadas por una velocidad de escape mayor que las thanáticas (“injustas”) hacia el “borde” del Universo, esperan la dispersión entrópica de las demás. Estas últimas pueden perderse en “agujeros negros”, estrellas que estén colapsando u otros fenómenos cósmicos caracterizados por “capturar” energía, de donde tal vez nazca la primitiva concepción de “infierno”; o atrasando la transformación del “paquete de memoria” en energía entrópica. Puede ocurrir entonces que los paquetes eróticos polaricen la atracción de los paquetes thanáticos, “ayudándoles a evolucionar”, despegándolos de la tierra. He allí, tal vez, el origen del espiritismo, inexacto y plagado de malformaciones de contexto, y si aceptamos la posibilidad científica de que los agujeros negros sean el paso hacia una especie de “universo paralelo”, es posible concebir un co-Universo que sin ser el reducto de la “maldad” sí sería depósito de “paquetes de memoria” aferrados a la materialidad, involucionando.

 

 

Otras sectas esotéricas

 

            Tomando en cuenta la proliferación de movimientos, sociedades y agrupaciones espiritualistas, místicas o devocionales en los últimos años, uno tendría quizás la impresión de que, espiritualmente hablando, la humanidad se halla bien protegida. Asimismo, esa multiplicidad de búsquedas interiores parecería aparentar que sus cultores dejan discurrir sus vidas en transparentes intentos repartidos entre ampliar sus conocimientos y ayudar y orientar al prójimo.

 

            Pero la realidad es bien distinta: dejando de lado el cierto número de sociedades esotéricas que realmente están volcadas hacia la expansión y evolución espiritual, podemos considerar unas cuantas cuya actividad directa o indirectamente puede llegar a perjudicarnos. La mecánica de estas “agresiones psíquicas” de distinta naturaleza a las ya consideradas pueden dividirse en las siguientes categorías:

 

1)     Sociedades esotéricas de actividades vinculadas al Satanismo.

2)     Ídem, que tratando de hacer el Bien, sólo manejan conocimientos y técnicas incompletas, con lo cual el perjuicio es involuntario, pero tal vez más grave. Como dice el adagio popular: “No basta con querer ayudar, hay que saber cómo hacerlo”.

3)     Agrupaciones ocultistas que aun trabajando correctamente, ocasionan colectivamente en determinados pero extensos núcleos humanos un perjuicio, como consecuencia del “síndrome de polaridad”.

 

 

Discriminemos ahora estas tres divisiones:

 

4)     Son quizás las más peligrosas por dos razones fundamentales: por un lado, cuidan de permanecer convenientemente ocultas, con lo cual el proceso de identificación de sus integrantes y sus métodos se hace tedioso y desgastador. Un error en que suelen incurrir las personas que se sienten atacadas de esta forma, es malgastar sus esfuerzos (intelectuales, intuitivos o materiales) en localizar al agresor y tratar de neutralizarlo. Es decir, actuar directamente sobre quien parece ser el primer agente de nuestras perturbaciones. Porque aunque nuestro esfuerzo se vea coronado por el éxito, ello no bastará para acabar con el peligro, y esto por dos motivos: uno, que el agente agresor puede haber transferido su técnica así como la misión de atacar a un determinado objetivo a otro acólito, con lo cual sólo alcanzaremos un respiro momentáneo, tras lo cual deberemos ponernos otra vez en movimiento. Y dos, la propia discreción que saben guardar los verdaderos “adeptos del sendero izquierdo” es tal que nunca podremos estar seguros de haber agotado todos los riesgos. Y esa incertidumbre permanente es tan fatigosa desde el punto de vista psíquico que quizás así provocaremos nosotros mismos el resultado final que nuestro enemigo eligió.

 

En cambio, cuando el enemigo esotérico es fácilmente identificable –o se deja identificar, o hace gala de su poder– es cuando menos debemos preocuparnos; aquí vuelve a cumplirse la afirmación de que “el verdadero ocultista, oculto está”.

 

Generalmente, la acción perniciosa de estas sectas pasa por la detonación de los mecanismos de autodestrucción que anidan en el inconsciente de todos y cada uno de nosotros. En efecto, así como todos contamos con elementos de autoconservación o supervivencia, también existen sus antítesis. De esta forma, basta con saber qué tocar en el inconsciente de un enemigo para que el proceso mórbido comience por sí mismo. El ejemplo más claro de lo expuesto es la propia mecánica del vudú. Como afirman hasta sus propios sacerdotes y cultores, para que el ritual vudú de muerte ejerza efecto es necesario que la víctima se entere. Para eso, el muñeco preparado con elementos obtenidos de la víctima (cabellos, uña o sangre) y atravesado con alfileres, debe depositarse ante la puerta de la vivienda de aquélla o en su camino, de forma tal que

indefectiblemente lo encuentre. El “hechizo” se completa con un cartelito con el nombre de la persona sentenciada y el “plazo de vida” acordado.

 

Partiendo del hecho de que en Haití en particular (patria del “voodoo”) y en el Caribe en general, prácticamente la casi mayoría de la población cree en el poder de los hechiceros, es lógico deducir que la víctima se entere que ha sido condenada para que automáticamente se disparen en él o ella los elementos de autodestrucción. Así, en cualquier otro medio, basta con conocer los “flancos débiles” de la víctima, psicológicamente hablando, y presionar sobre ellos para que se reproduzca el mismo efecto.

 

En segundo lugar, debemos considerar que la acción  psíquica  perniciosa –una aspectación negativa de las “formas de pensamiento” a que nos referiremos próximamente– no muere con la neutralización del oponente, sino que persiste durante cierto tiempo (naturaleza y accionar al que en algún otro trabajo mío he referido con aquella anécdota conocida como “el fantasma de la guarnición” y que volveré a referir). Por esa razón el peligro persistirá y, si confiados en el triunfo nos desprevenimos, en algún momento la acción perjudicial se abatirá sobre nosotros.

 

Otras de las razones que multiplican el efecto a veces devastador de sus ataques estriba en la naturaleza fundamentalmente destructiva y belicosa del ser humano. Para el hombre poco evolucionado, es más fácil destruir que construir, odiar que amar. Recuerden el “principio de Carnot”: todo parece tender naturalmente a la destrucción. En consecuencia, inducir o provocar el Mal en un sujeto cualquiera es mucho más fácil que su contrapartida, o sea, motivarlo al Bien.

 

5)     Este segundo grupo no acusa menor peligrosidad potencial, ya que si el primero es temible por buscar el daño ex profeso, el segundo puede herirnos por distracción u omisión.

 

      Quizás el comienzo de esta situación encuentre su génesis en la popularización que en las últimas décadas ha obtenido el Ocultismo: libros, artículos, cursillos, conferencias, han hecho que centenares de miles de personas encontraran respuestas a preguntas trascendentales, sí. Pero también –considerando la particular psicología de algunos “adeptos” que canalizan en este sendero sólo sus frustraciones, su soledad o su ansia de poder– esa “vulgarización” ha hecho que conocimientos otrora considerados como dignos de recato hayan llegado a todos los públicos, entre los cuales existen aquellos con intenciones positivas y otros con intenciones negativas; si a esto sumamos el hecho innegable que más de una de esas hipotéticas fuentes de sabiduría sólo reconocen como motivación el afán de lucro de sus autores y una dudosamente aplaudible retórica verbal o

literaria para convencernos de sus bondades, terminaremos por comprender cuán precavidos hemos de ser en el manejo de la información (teórica y práctica) que obre en nuestro poder. Observemos que toda la literatura esotérica está plagada de comentarios referentes a las grandes vertientes espirituales permanentemente en pugna por conquistar el alma de los hombres: la Hermandad Blanca, o Sendero de la Mano Derecha, y la Hermandad de las Tinieblas, que se vale del Sendero de la Mano Izquierda.

 

Ahora bien. ¿Hasta qué punto podemos estar seguros de que todo autor o maestro que abunde sobre estos tópicos forzosamente ha de alinearse a la Derecha de ese espectro?. A fin de cuentas, ¿acaso el mejor truco no ha consistido, en toda la historia de la humanidad, en emular a los griegos y su caballo de Troya?. ¿Qué mejor que esconderse entre el enemigo para socavar sus bases?. Además, consideremos el tema de que muchos practicantes se limitan a perpetuar una enseñanza o continuar una práctica sin cuestionarse sus orígenes, ganados sus corazones por la confianza que les inspiraron sus guías o los antecesores de los mismos. Así, ¿cómo podemos estar seguros realmente de las causas primeras de las convicciones o las metodologías?. ¿Cuántos adeptos e incluso iniciados henchidos de buenas intenciones son apenas instrumentos en manos de inteligencias que les usan como portadores de sus programaciones psíquicas colectivas?. Y asimismo, ¿cuántas de sus actividades podemos afirmar que no ocasionarán daño a sus propias mentes o a las de las personas que se encuentran en sus adyacencias?.

 

Tomemos dos ejemplos: uno de ellos poco conocido pero de la más rancia escuela esotérica, y el otro de increíble expansión popular.

 

El primero de ellos hace referencia a la tradición que dice que en algún remoto y subterráneo paraje de Asia existe un pueblo, Agharta, en cuya capital, Agadir (también conocida como Shamballa o Shampullah) vive el Rey del Mundo, un soberbio maestro espiritual cuya misión y la de sus súbditos consiste en velar por el Bien y la Paz entre los hombres. Muchos filósofos esotéricos de cuya bondad no osamos dudar, incluso comentan que también este Rey es conocido como “el Señor de la Luz” o bien por su propio nombre: Sanat Kumara. Muchos autores se hacen eco, sí, de estos comentarios, pero ninguno de ellos parece advertir un razonamiento (mejor sería escribir “una cadena de pensamientos”) que comenzando por el hecho de recordar que Dios designa a Satanás como “Príncipe del Mundo” (pues sólo podrá gobernar entre los hombres) continúa por traducir del latín la etimología de uno de los varios nombres dados al Señor de las Moscas: Lucifer, que significa, precisamente, el “portador de la luz”. Y finalmente, sabiendo del valor e importancia que el Ocultismo da a los acrósticos (o sea, la combinación de letras de un nombre con el fin de transmitir una clave o un mensaje críptico) no puedo dejar de comprobar con un escalofrío que, moviendo las letras de lugar, “SANAT” se transforma en “SATAN” (Satanás o Lucifer). No he hallado hasta ahora traducción (si la hay) para “KUMARA”, excepto en el quechua andino, donde “UKAMAR” significa, literalmente, “de zonas escabrosas” (o “montañosas”).

 

Así, en el Norte argentino, el “Ukamar Zupai”, o “Diablo de las Montañas”, es aquel genio maléfico que congela las noches de luna con sus alaridos. Posiblemente algunos lectores consideren poco serio suponer que un relato esotérico de alcance mundial se identifique con un dialecto autóctono y regional, pero, después de todo, ¿porqué no?. Yo soy de aquellos que ciertamente creen que nada debe envidiarle el esoterismo americano al de otras latitudes y que tal vez, después de todo, quizás fue en éste continente donde todo empezó.

 

Afirma la coherencia de lo arriba expuesto el hecho de que, ¿casualidad?, Sanat Kumara en particular y Agharta en general suelen ser ubicados en zonas montañosas, como los Himalayas. Y reivindicando el idioma quechua, numerosos ocultistas de cuño (como Charles Leadbeater, entre otros) sostienen que era uno de los idiomas hablado en Mu o Lemuria.

 

El otro ejemplo al que hacíamos referencia pasa por un culto afrobrasilero que, hoy en Argentina, concita el interés de miles de adeptos: la Umbanda, Kimbanda y Candomblé. No voy a abundar en descripciones acerca de esta religión –no faltarán estudios sobre el particular– excepto señalar que existen oficiantes sinceros, cultos y teológicamente capaces, pero no son ciertamente la mayoría, lo que cualquier sujeto con mínima capacidad clarividente que haya asistido a algún “congal” o “terreiro” (lugar de prácticas) durante un ritual efectivo habrá advertido, además de observar que muchos de los entes que por allí pululan no pertenecen, precisamente, a los niveles más avanzados de la evolución.

 

Posiblemente esta reflexión pueda parecer intransigente, dogmática y sentenciosa. Sin embargo, la estructura del conocimiento que desde los cielos espirituales baja al Hombre es eminentemente jerárquica y espiritual; por consiguiente, no queda mucho espacio para las demagogias.

 

En cuanto, específicamente hablando, atañe a esta religión, consideremos que la realidad demuestra que el gran número de seguidores que tiene en realidad advierte que sólo un pequeño porcentaje son “hijos de religión”, esto es, practicantes litúrgicos; el resto, una inmensa mayoría, está constituida por aquellos que acuden a hacer “consultas”: problemas de pareja, de salud y trabajo constituyen los aglutinantes. Esas personas no son adeptos consuetudinarios a esta corriente, pero su desesperación por la obtención de soluciones, por un lado, y generalmente, por el otro, la carencia de un análisis frío de sus actos o la indiferencia por las últimas consecuencias los lleva a agigantar sus complicaciones. Observemos que “maes” y “paes” por lo general achacan todos los problemas que pueda sufrir un individuo a los “daños” o “trabajos” que terceros nos provocan. Más allá de si esto es así (que no lo creo), el nivel vibratorio con que trabaja esta gente nos hace sospechar que el precio pagado a cambio por el desprevenido consultante, no se cancela meramente con la bebida, los cigarros o el dinero depositados como “ofrenda”. Por algo, muchos ex seguidores de esta corriente nos han comentado que “a la Umbanda se entra, pero no se sale”.

 

Y si ustedes se preguntan porqué entonces cosecha tantos seguidores, la respuesta es sencilla: la gente es naturalmente fetichista (esto ya lo hemos comentado), sus rituales son psicológicamente impresionantes para las mentes débiles, el miedo a las “represalias” espirituales hace que no se tenga la valentía de “desengancharse” y, last but not least (como dice el bueno de Antonio Ribera) la aparente corrección de ciertos desequilibrios genera la aparición de otros por algún otro lado, cuya solución degenera en unos terceros, y así ad infinitum. Este cúmulo de afecciones psíquicas son contra las cuales debemos aprender a precavernos, ya que nunca perjudican sólo a sus víctimas en primer grado, sino, infección psíquica mediante, a todo su núcleo familiar.

 

 

6)     Este apartado me obligaría a repetir ciertas consideraciones que en algún párrafo ya hemos hecho.

 

      ¿Podemos tener una idea clara del alcance de nuestros actos “buenos” y “malos”?. Dada nuestra imposibilidad de juzgar la naturaleza ética de las acciones (si es que la tienen) la sola intención no basta para erotizar o thanatizar una acción.

 

Las improvisaciones ocultistas llevan a los ingenuos, no a manejar “fuerzas”, “santos”, “entes”, sino a crear las condiciones focales psicoespirituales necesarias para que “energías con motivaciones” (inteligencias) se den cita en el vórtice así creado. Esto es fácil de aceptar si no perdemos de vista la concepción de que el Universo es un todo físico, mental y espiritual. Si hechos físicos pueden crear vórtices físicos, y también generar efectos psicológicos o energéticos colaterales, ¿acaso un hecho mental no puede movilizar consecuencias secundarias o contraindicaciones mentales?. Ahora bien. Hemos visto que actitudes inicialmente eróticas pueden devenir en thanáticas, y viceversa. Y me pregunto: cuando prendemos velas, hacemos oraciones, elevamos pedidos, en nuestra ignorancia creyentes de una respuesta “superior”, ¿quién nos asegura que no descompensamos algo en algún lugar?. Todo tiene y genera su opuesto en el Universo (principio de Polaridad) y aunque yo crea estar haciendo algo “bueno”, en algún lugar se tiene que detonar la polaridad correspondiente, más aún, cuando comprendo que si pido ayuda es porque soy incapaz de alcanzar la solución naturalmente, soy momentáneamente inferior, reconozco esa inferioridad y la acepto, solazándome, en la oración-rogativa, con ello. Esto significa que los millones de personas que todos los días en todo el mundo piden, con distintos grados de devoción, ayuda, están generando en realidad mecanismos de dependencia más allá de los resultados.

 

Repetimos: ¿a nadie le llamó la atención que en las últimas décadas, pese al “reverdecimiento espiritual”, la violencia y la muerte han avanzado hasta límites insospechados en el mundo?. Es lo que llamamos efecto de acumulación.

 

En otro sentido, consideremos algo que a mucha gente bien intencionada suele escapársele. Algunas personas atraviesan problemas, y sus familiares y amigos acuden a estas disciplinas para ayudarle, pero, tal vez, a escondidas, porque la persona en problemas no gusta de las mismas. Por consiguiente, ¿acaso podemos estar confiados en no violar el libre albedrío de esa persona, ya que ella tiene derecho a elegir si quiere ser ayudada o no?. ¿Es que acaso no forzamos su karma y el nuestro al actuar contra su voluntad?. ¿Es que basta escudarnos en que “lo hicimos por su bien”?. ¿Es que acaso sabemos cómo ayudar?. Porque, además, la solución o la técnica que nosotros comedidos samaritanos seleccionemos será lo que nosotros elegiríamos en caso de ser nuestros esos problemas. Entonces, se presenta la misma situación que si diéramos un medicamento erróneo a una determinada enfermedad; seguramente la agravaríamos. Hora, entonces, de recordar otro refrán popular: el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones.

 

 

 

Elementales

 

Puede parecer ridículo estar escribiendo, a principios del siglo XXI, de “elementales”, los mismos seres que la leyenda y la historia han conocido como “duendes”, “elfos”, “hadas”, “gnomos”, etcétera. Pero lo cierto es que, literalmente hablando, desde Tolkien y su “El Señor de los anillos”, la afirmación milenaria de que la Tierra tuvo otros Amos antes que el Hombre ha adquirido otro sentido.

 

            Por supuesto, no creemos ciertamente en el hecho de que los elementales se presenten con bonetes rojos, zapatones puntiagudos, cinturones con hebillas o envueltos en tules celestes o rosas. En realidad, tendemos a considerarlos como habitantes inteligentes de dimensiones “paralelas” a la nuestra. El concepto de “universo o mundos paralelos” ha salido del resbaladizo terreno de la ciencia ficción para, a horcajadas de la moderna astronomía, matemática y física, hacer irrupción en la realidad.

 

            No voy a extenderme aquí en los fundamentos que prueban la existencia de esas otras “n” dimensiones, ya que lo he hecho en otros trabajos míos. Sólo baste recordar que, como el astrónomo británico Paul Davies informa, son ya once las dimensiones localizadas matemáticamente. Pero para que resulte más claro este concepto, resumamos diciendo que hablar de otras dimensiones implica considerarlas como un orden más amplio de la Realidad.

 

            Nosotros vivimos en un Universo de tres dimensiones: ancho, alto y profundidad (o largo). Como una dimensión es, ante todo, un patrón de medida, los científicos están de acuerdo en que el Tiempo es la cuarta dimensión. Así, nuestro Universo conocido es tetradimensional.

 

            Dado que no hay ninguna razón que impida que un sistema referencial contenga dentro de sí otro de menor gradiente, es dable suponer que en nuestro Universo puede estar contenido otro de sólo dos dimensiones. Para que todos los ejemplos sean claros vamos a suponer que estamos hablando de un planeta de dos dimensiones, o sea, bidimensional.

 

            Estamos viajando en una nave espacial por el cosmos, y de pronto nos tropezamos con este mundo plano. Como nuestro esquema mental está adaptado a pensar en tres (o cuatro) dimensiones, entonces somos capaces de percibir (y posteriormente comprender) este mundo de dos dimensiones. Pero si en ese mundo plano hubiera seres inteligentes (también planos), toda su inteligencia no les permitiría ni siquiera advertirnos (por lo menos en lo que somos en realidad) ya que están condicionados a pensar en dos dimensiones. Para ellos, entonces, solo seríamos una sucesión de fenómenos desconocidos e inexplicables, expresados como ilusorias y fantasmagóricas imágenes preceptúales. Todas las acciones que nosotros ejerzamos en su medio también serán erróneamente interpretadas: supongamos que realizamos una perforación de lado a lado en ese mundo; si uno de los seres que en él habitan cayera por el agujero habiendo otros testigos presenciales del suceso, como para éstos el concepto de “arriba-abajo” (alto) no existe, no percibirían una caída, sino una súbita desaparición del desgraciado congénere.

 

            Y si debajo de este mundo plano hubiera otro, y sobre éste cayera el sujeto del accidente, los habitantes de este segundo mundo plano no observarían una caída sino presenciarían cómo, insólitamente, un ser como ellos parece aparecer de la nada.

 

            Más aún. Si atravesamos ese mundo plano con una gigantesca torre (como si un lápiz atravesara una hoja de papel) e hiciéramos ascender y descender, rotando, la torre por la perforación, comprobaríamos que esos seres cuya inteligencia, insistimos, puede haber acumulado innúmeros conocimientos (quizás tanto casi como nosotros) empero no comprenderían que hay algo “subiendo” y “bajando” por su mundo, sino solamente percibirían un área del mismo que intermitentemente cambia de forma y color.

 

            Y recordando el ejemplo del ser plano que se cayó por el agujero (y especialmente recordando la “sensación”, la “impresión” o, mejor aún, el “concepto” que los otros seres tendrían del hecho), me pregunto: ¿cuántas extrañas desapariciones de personas, animales o extraños seres y criaturas, tal cual son relatados en numerosas leyendas y el folklore de todo el mundo antiguo y moderno, así como las no menos extrañas “apariciones” de estos seres,

nos ponen a nosotros, humanos testigos, en la misma situación de aquellos seres planos que no sólo no pueden comprender sino mucho menos aún, ni siquiera percibir la verdadera naturaleza de lo que ocurre ante sus ojos?. ¿Acaso si hay seres que existan en más de cuatro dimensiones simultáneamente, no es posible que estos seres hagan circunstanciales apariciones en la reducida “ventana” de nuestra percepción?.

 

            El término de “ventana” no es ocioso. Los parapsicólogos siempre afirmamos que los seres humanos percibimos la Realidad por una reducida “ventana” del espectro total. Tomemos dos ejemplos comparativos: por un lado, todos sabemos que nuestros ojos perciben una determinada gama de colores del espectro luminoso, más concretamente, del rojo al violeta. Sabemos, ciertamente, que existen “colores” (radiaciones, sería la palabra exacta) infrarrojos y ultravioleta: que no los veamos, no quiere decir que no existan.

 

            O el caso de los sonidos. Nuestro oído percibe en una determinada frecuencia de decibeles: existen “infrasonidos” y “ultrasonidos”; que no los escuchemos no niega su realidad, y de hecho, son capaces de excitar o enfurecer a ciertos animales.

 

            Lo mismo pasa con la percepción de la Realidad. Nuestra cultura, nuestras limitaciones pero, muy especialmente, nuestra rígida estructura mental no nos permite entender y antes aún, percibir, qué ocurre afuera de la ventana.

 

            Ahora bien. ¿Por qué los relatos fidedignos de las apariciones de duendes, gnomos o hadas las presentan ataviadas con las –para el gusto moderno– casi ridículas vestimentas que les conocemos?. Yo pienso que se trata de un fenómeno de la misma naturaleza que aquél que materializa los “paquetes de memoria” tornándolos “fantasmas”: la racionalización del esquema de creencias previo. Pero debemos hacer aquí un importante llamado a la atención: el sistema TAM (Técnicas de Autodefensa Mental) afirma que pocas cosas sabotean tanto el mecanismo de autodefensa psíquica como la incapacidad de percibir la naturaleza primera de los agentes agresores; la ignorancia engendra el miedo (que amplifica el efecto ya de por sí negativo de la agresión), la inseguridad en uno mismo (y si uno va al combate pensando que puede perder, ya ha sido vencido) y el facilismo y el quietismo (que pueden llevarnos a conformarnos con el daño que se nos produce). Esto permite enunciar otra norma de la autodefensa mental: la observación e identificación esencial del agente agresor.

 

            Empero, ¿por qué consideramos tan dignos de crédito los testimonios de observación de elementales?. Simplemente porque por absurdo que parezca la anécdota, históricamente la seriedad y credibilidad de los testigos de “duendes” no le va en zaga a la de los testigos de OVNIs, del Yeti o del monstruo de Loch Ness, para mencionar otros misterios contemporáneos que gozan de consenso científico. Además, las investigaciones llevadas a

cabo por magistrados y científicos en el pasado si bien no contaban con la parafernalia tecnológica con que se cuenta hoy en día, no eran menos rigurosas y serias que las del presente; quizás en realidad lo fueron mucho más, considerando que el juramento y la palabra de honor tenían, antaño, una firmeza y confiabilidad que hoy han perdido.

 

            ¿Cuál es, entonces, la verdadera morfología (forma) de paquetes de memoria y elementales, de manera que pueda servir como guía de identificación?. Pues su apariencia real es de figuras levemente humanoides, levemente elipsoidales, oscuras o levemente fosforescentes (en este caso, con aspecto de bruma) bastante más altas y delgadas que un ser humano adulto promedio, o muy bajas y rechonchas. El rostro parece un agujero en el aire... o en la nada.

 

            ¿Y porqué estos elementales nos agreden?. Vamos a aclarar que en realidad no lo hacen todos ellos. Pero ocurre que algunos habitantes comunes del plano astral y el etéreo, al ocupar ciertos lugares en la Tierra hacen precisamente eso: los ocupan, defienden un territorio que creen suyo (en realidad, el sector geográfico de nuestra Tierra implicado es sólo un tramo de un “territorio elemental” que interpenetra varias dimensiones).

 

            Pero su sutileza “material” no implica ni mayor grado evolutivo ni mayor inteligencia: también entre ellos hay individuos de naturaleza thanática (malignos), idiotas o insanos; también ellos están encadenados a la Rueda de las encarnaciones de lo inferior a lo superior. Entre ellos también los hay con tantas diferencias psicológicas como entre los seres humanos, y quizás en un futuro escribamos un tratado sobre “Psicología de seres elementales”.

 

            Por otra parte, e insistiendo en el mismo terreno, cabe acotar que se ha observado que su comportamiento refleja una psicología tan particular que podemos elaborar lo que técnicamente se llama un “perfil”, un verdadero “identikit” psicológico del Elemental. Sus puntos salientes son:

 

a)     Travieso y cruel.

b)     Bondadoso, pero sin que esto sea una constante ni responda a la conducta previa del humano implicado.

c)      Fácilmente irritable.

d)     Rencoroso, en caso de no demostrársele agradecimiento, cuantitativa y cualitativamente, como él esperaba.

e)     Inconstante en sus relaciones.

f)        Perseverante y tenaz en sus objetivos.

g)     Mente casi exclusivamente abstracta (las concreciones fácticas parecen responder a ciertos automatismos).

h)      Temeroso de sus congéneres.

i)        En consecuencia, poco sociable (sus apariciones en grupo parecen responder más a “alianzas” que a “amistades”).

j)        Intransigente con el humano ignorante o despectivo de su realidad o facultades.

 

 

Cabe destacar, sin embargo, que en una reducida estimación de casos, su agresividad es sólo una forma compulsiva de advertir o alejar a un ser humano de un riesgo, por lo que se impone desarrollar la sutileza perceptiva para detectar la “intención” que subyace detrás de su acto.

 

De continente obviamente contradictorio, nos hace, empero, comprender y compadecer a una raza, hoy quizás con escasos integrantes, otrora poderosa y dueña del mundo, hasta que la ola evolutiva levantó al hombre por sobre los mamíferos y le hizo imponer su poder, expandiéndose y cubriéndolo todo. Ocultos en las montañas, los bosques, las aguas, los espacios siderales y otras dimensiones, nos observan, comprendiendo y lamentando su decadencia sobre la materia terrestre, mientras pasan los siglos, los milenios o los eones para que una nueva ola espiritual los empuje más adelante aún, siendo quizás en ese entonces los descendientes de esta Humanidad (sumados a otras Humanidades del cosmos) los que pasen a ocupar su lugar, dejando un sitial vacío para otras formas biológicas (en la Tierra, ¿los delfines, quizás?) que entonces ocuparán el lugar que hoy por hoy es nuestro.

 

 

Técnicas mentales (Vampirismo psíquico)

 

            Vamos a ampliar las consideraciones ut supra indicadas con respecto a la percepción, porque serán válidas para observar en su justa perspectiva la totalidad de los fenómenos aquí descriptos.

 

            La percepción está disociada de la comprensión. Yo comprendo lo que veo no como lo percibo, sino como los esquemas de pensamiento me permiten verlo. Vemos “platos

voladores” porque antes del “volador” existió el “plato”. En épocas del Imperio Romano, se veían “clipei ardentes” (“escudos llameantes”). En nuestro proceso cognoscitivo, vamos de lo particular a lo general y tratamos de identificar las cosas mediante mecanismos de asociación. Pero estamos enfrentados a un problema del cual no tenemos puntos de referencia previos, por lo que nuestra psique busca desesperadamente encontrarlos. Y si no están allí, los fabrica.

 

            Ya hemos hecho oportunamente algunos comentarios sobre el “vampirismo psíquico”. De cualquier forma, volveremos luego sobre este particular, pues hemos descubierto que sus relaciones con otras disciplinas del conocimiento esotérico (el propio tema de los extraterrestres) es inmenso.

 

            En cuanto a la naturaleza de las otras técnicas mentales, recordemos que ciertos cultores de algunas escuelas de Control Mental alcanzan un grado de desarrollo capaz de permitirles minar la resistencia psíquica de otros (aunque no sé si “desarrollo” es la palabra adecuada).

 

            Es tal la difusión alcanzada por estas disciplinas, que muchos asiduos transeúntes del Sendero de la Mano Izquierda acceden a un conocimiento hábil a la hora de modular las conductas ajenas con el afán primitivo y egoísta del provecho y lucro propio.

 

            Empero, esta difusión (y la obsesión de la gente por buscar el-método-más-fácil-para-hacerlo-todo-en-la-vida), conduce a que muchas veces tales individuos se metan en camisa de once varas para transformarse sólo en unas piezas más del gigantesco tablero espiritual donde “blancos” juegan contra “negros” (y si alguien desconoce el origen netamente esotérico del ajedrez, aquí, en los colores asignados a los bandos, tiene una pista verdaderamente iniciática). Allá ellos en su imprudencia suicida: preocupémonos, en cambio, en ser capaces de detectar la naturaleza de sus acciones.

 

 

Vórtices psicoespirituales

 

            Hemos tocado tangencialmente ya la cuestión atinente a los vórtices psicoespirituales, y entendemos que es bastante clara su descripción: si hubiera que abundar en ejemplos, diríamos que estos vórtices son los “agujeros negros” del plano espiritual o astral.

 

            Como señala la moderna Astronomía, los “agujeros negros” son estrellas antiquísimas que, en lugar de terminar su período de vida desintegrándose en una monstruosa explosión (transformándose en lo que llamamos una “nova” o “supernova”) colapsan, en lo que podríamos definir como un proceso de “implosión”, reduciendo más y más su tamaño hasta que el mismo se aproxima al de una pelota de fútbol. Imaginen ustedes lo que significa que la totalidad de la materia de una estrella se comprima hasta alcanzar el sólo tamaño ya indicado.

 

            Ahora bien. El campo gravitacional de un cuerpo cualquiera es directamente proporcional a su volumen, pero sólo si entendemos el concepto “volumen” como una función de la masa (que a su vez es definible como la resistencia a la inercia que presenta un cuerpo), en el sentido de distancias interatómicas, y de las tensiones generadas en estos núcleos por lo que conocemos en Física como “interacción fuerte” e “interacción débil”.

 

            Así una estrella de la categoría de las “gigantes rojas”, con un volumen aproximado de cien mil veces el de nuestro sol, tendrá una masa mayor y, por ende, un campo de gravedad inmenso. Como todos sabemos, un mayor campo gravitatorio aumenta la “curvatura espacial” alrededor de este cuerpo. Pero si la estrella se comprime con las características que indicábamos líneas arriba, si bien su volumen (= tamaño) se reducirá, al no perder materia, aumentará su masa (las distancias interatómicas serán cada vez menores) aumentando así la potencia y extensión de su campo gravitatorio, que le hará capturar más materia, que también se comprimirá, aumentando su masa que... y así, ad infinitum.

 

            Como el lector comprenderá, un objeto del tamaño de una pelota de fútbol es, a escala cósmica, despreciable, por lo que en razón de los valores energéticos, podemos decir que es igual a cero. El incremento de masa (y de gravedad) es inversamente proporcional aquí al concepto de volumen, por lo que podemos expresar matemáticamente que la masa tiene un límite tendiente a infinito y lo mismo ocurre con la gravedad. Y si en un punto del espacio la gravedad, para ese punto, es infinito, también lo es por consecuencia la curvatura espacial, que ya no será tal, sino lo que geométricamente (o, mejor dicho, topológicamente) se describe como un “toroide”. Un túnel. ¿Adónde?. Seguramente a otra dimensión.

 

            Un agujero negro es llamado así porque nada escapa a su atracción. Ni siquiera la luz, que por extraño que parezca, en sus proximidades se “curva” para ser absorbida por el mismo. Un hipotético observador situado a cierta distancia del “agujero negro” vería la materia y la energía precipitarse hacia un punto... e interrumpir abruptamente su trayectoria, como si hubieran caído en una fisura invisible. Han sido capturadas por el “agujero negro”.

 

            Algunos teóricos, en tanto, afirman que todo “agujero negro” tiene en este Universo que conocemos su polo opuesto: un punto del espacio que “despide” energía que parece no provenir de ninguna parte: son los quasars (término que se forma por la contracción de los vocablos ingleses que definen a objetos cuasi estelares). El “quasar” sería, entonces, el punto donde aparece en nuestro Universo la materia y energía absorbida por el “agujero negro” de un universo paralelo.

 

            Regresando a los planos que nos interesan, podemos referir que en este caso los “vórtices” están creados por una concentración extremadamente densa de actividad astral o mental, especialmente ligada a los planos inferiores. Eso ocurre por ejemplo con ciertas congregaciones pseudo-religiosas, cuyos objetivos se centran más en el lucro económico, la perversión sexual o el control de sus desorientados fieles, que en acercarse a Dios. Decenas, centenares o miles de devotos, obligados a vibrar a determinadas frecuencias, crean las condiciones ideales para gestar un “vórtice” que a medida que pase el tiempo ampliará sus límites, con lo cual, todos los desprevenidos que se encuentren en su “periferia” (léase amigos y familiares de los “fieles”, por ejemplo) corren el riesgo de ser contaminados por aquéllos.

 

Un caso clásico es la historia –todavía fresca en la memoria del mundo– del “suicidio ritual” de 983 seguidores del “reverendo” Jim Jones, en Jonestown, Guyana, en 1978. Repasando las publicaciones de la época, uno no puede dejar de estremecerse al leer que hasta aquellos que viajaron al enclave ritual con el objetivo claro en sus consciencias de desenmascarar a Jones –resultando víctimas primeras de la demencia asesina que en pocas horas llevaría a la muerte a casi un millar de niños, mujeres y hombres– el diputado demócrata Leo J. Ryan, el camarógrafo de la NBC Bob Brown, el periodista Don Harris y el fotógrafo Greg Robinson declararían, poco antes de ser inmolados que... ”allí –en la colectividad– uno ingresa en una atmósfera tan densa, tan extraña, tan... pegajosa que, casi sin darse cuenta, todo lo que “ellos” hacen está bien, es “okey”. Uno siente simpatía donde antes estaba el recelo o el odio...”.

 

            Los vórtices no son únicamente tan reducidos en extensión –geográfica y temporal– sino que pueden persistir por años o siglos, alojados en el inconsciente colectivo de la Humanidad, para ser detonados cuando las circunstancias así lo exijan.

 

            Veamos un caso típico: el de los asentamientos religiosos.

 

            Poca gente sabe que un enorme número de lugares de culto cristiano (para referirnos a una religión que nos es próxima, pero atendiendo al hecho de que estas consideraciones pueden extenderse a cualesquiera de ellas) coinciden geográficamente con antiquísimos asentamientos de cultos “paganos”. Así, por ejemplo, las catedrales de Chartres y Notre Dame de París están edificadas sobre los puntos exactos donde la Historia ubica

emplazamientos dolménicos. La catedral de Cuzco (Perú) tiene como fundamento basal los cimientos del antiguo templo incaico elevado en honor de Inti Viracocha. El asentamiento de la Catedral de Luján, en la provincia argentina de Buenos Aires era, antes del milagro (tres veces quebró su eje la carreta que transportaba a la efigie de la virgen rumbo al norte del país, precisamente en ese lugar, lo que se interpretó como una “señal divina”) punto obligado de rituales de culto a la fertilidad por los aborígenes; y el lugar donde a fines del siglo XVI se observó numinosamente a la que sería después Virgen de Itatí (provincia argentina de Corrientes) era el lugar predilecto por los shamanes abipones primero y guaraníes después para efectuar sus ritos lunares. De hecho, recuerdo que durante mi propia visita a ese pueblo, la atmósfera mística, fácilmente perceptible, se me apareció como una cualidad propia del lugar geográfico, y no circunscripta exclusivamente a la basílica.

 

            Esa reiteración en la elección del lugar sacro (sobre lo que podríamos abundar en ejemplos) es un proceso totalmente inconsciente, ya que las más de las veces los modernos sacerdotes y constructores han ignorado por completo las referencias litúrgicas de la antigüedad atinentes a ese lugar en particular. Debemos concluir entonces que es el sitio geográfico el que posee un “aura” particular, permanente al paso del tiempo, que polariza las tendencias místicas y religiosas de las generaciones por venir, y que es amplificado cuando en ese punto se levantan construcciones que respetan determinadas proporciones sagradas.

 

            Y así como sobre el ser humano podemos dibujar un verdadero “mapa” de vórtices bioenergéticos, astrales o espirituales, lo mismo podemos hacer sobre la Tierra, ya que estos vórtices forman verdaderos tramados geométricos sobre la superficie del planeta. Esto nos demuestra que la aparición de “vórtices” no implica necesariamente una cumulación de fuerzas negativas. En realidad, es la intencionalidad subyacente lo que definirá la naturaleza del efecto. Veamos otro ejemplo de lo expuesto.

 

            Ya hemos hecho referencia a la posibilidad de aparición de un “vórtice” en concentraciones humanas psíquica o espiritualmente orientadas en determinado sentido. Esta concentración puede remontar el tiempo y subyacer en el Inconsciente Colectivo de la humanidad, manifestándose esporádicamente, cuando las circunstancias exteriores movilicen y convoquen las fuerzas que entran en su composición.

 

            La psicología denomina “complejo” al fenómeno consecuente con la aparición de hechos traumáticos en la vida de un individuo, que al correr de los años aglutina a su alrededor las vivencias existenciales de ese individuo que posean similar caracterología al trauma inicial. Ese complejo, habíamos dicho, puede adquirir cierta vida independiente, transformándose en un “parásito” de la vida mental del sujeto.

 

            A nivel de la psicología colectiva (espacial y temporalmente) también se generan complejos, cuando las razas y los pueblos sufren “traumas” que quedan fijados en el Inconsciente Colectivo. Hace algunos miles de años, determinadas circunstancias (nos extenderíamos innecesariamente detallándolas aquí) hicieron que la Ciencia y la Religión que hasta ese entonces habían formado un solo cuerpo (al punto que los sacerdotes eran también los científicos) se separaran abruptamente. Hoy todavía estamos sufriendo las consecuencias de ese hecho, pues muchos de los males del hombre contemporáneo nacen del divorcio de esas dos esferas imprescindibles en la realización física, mental y espiritual del hombre.

 

            Lo cierto es que la humanidad no pudo ignorar ese hecho, y algo quedó en sus substratos subliminales. Lo que llamamos “complejo arquetípico de San Jorge”, representa esa confrontación trascendental, donde el Dragón (que junto a la Serpiente, representa el Conocimiento Racional) cae abatido por el Santo, la Religión. Por supuesto, caben aquí dos consideraciones importantes: primero, tal confrontación es indudablemente muy anterior a la Edad Media (ambientación figurativa fácilmente observable en estatuillas y estampas) y si así aparece se debe exclusivamente a la costumbre típica de los imagineros de ese entonces que ambientaban “en presente” acontecimientos en algunos casos de la más remota antigüedad, sumada al sincretismo de la existencia histórica de San Jorge. Buen ejemplo de lo primero son los numerosos óleos existentes con representaciones del Antiguo y Nuevo Testamento donde los personajes protagónicos visten a la más pura usanza del siglo XIV.

 

            Segundo, si el Santo aparece venciendo, es porque la versión es litúrgica. Si la ciencia Ortodoxa, positivista, guardara recuerdo de este hecho, o dedicara parte de sus afanes y presupuesto a la alegoría, seguramente la versión sería muy distinta.

 

            Por supuesto, el “arquetipo de San Jorge” es sumamente positivo para los fines rogativos con que es usado por el hombre y la mujer comunes habitualmente. Pero, ¿imaginan ustedes qué sucedería si alguna inteligencia oculta en las penumbras lo usara para otros fines?. La gente es extremadamente fetichista, y muy fácil sería encolumnar detrás de esta imagen-símbolo a fanáticos anticiencia.

 

            Observen los efectos que siguieron a la manifestación de otro Arquetipo: el milenarismo (creencia fundamentalista de que el fin del Mundo ocurrirá en un año cronológico terminado en tres ceros). A fines del siglo X (se esperaba que todo terminara en el primer minuto del año 1000) hubo una explosión de santidad, de gestos piadosos, sí. Es cierto que muchos señores feudales repartían sus bienes entre los siervos (de lo que seguramente estaban arrepentidos a los pocos meses), que masas humanas hicieron acto de contrición de sus pecados públicamente (si habrá dado temas de conversación esto para los años siguientes entre las comadronas) y trataron de vivir en paz y con bondad esos hipotéticos últimos tiempos. Pero también es cierto que otras masas humanas se lanzaron a las orgías más desenfrenadas, al pillaje, al asesinato. El conjunto humano era homogéneo; lo que

determinó las diferentes conductas fue qué voz o inteligencia rectora los convocaba y exhortaba.

 

            Hoy, aunque nos consideremos más cultos y evolucionados que nuestros antepasados, el “milenarismo” acecha desde el fondo de nuestras mentes. Se habla y se escribe mucho sobre el Fin del Mundo. Las conductas –sobre todo las de los más jóvenes– se van modelando bajo estos signos. Y aunque cualquier adolescente rockero de nuestros días quizás se sonreirá con sarcasmo si le preguntamos sobre su opinión del Fin, ¿quién puede refutarme que la conducta que acusan la mayoría de los muy jóvenes hoy en día, donde libertinaje, drogadicción, cierta música capaz de inutilizar neuronas y, sobre todo, esa falta de fe en el futuro y de logros a concretar, no son distintas facetas de un mismo ente?. Reúnan una docena de esos jóvenes y tendrán un “vórtice” más. Estos últimos deambulan a nuestro alrededor, en el Tiempo y el Espacio, y nadie tiene la seguridad de escapar a su atracción.

 

            Veamos cómo queda conformado, finalmente, nuestro cuadro:

  

 

 

Algunas consideraciones finales

 

            Analicemos con mayor profundidad el tema del vampirismo psíquico, sus fundamentos y consecuencias.

 

            La Ciencia parece estar revirtiendo sus viejas posiciones o, cuanto menos, algunos de sus representantes, y corriendo a aportar pruebas a nuestras tesis. Así, con ayuda de sensitivos, la psiquiatra Sharika Karagulla, de la Universidad de Nueva York, confirmó la existencia de diversos campos de energía que se interpenetran, dentro y en derredor del cuerpo humano. Demostró que algunas personas –especialmente las excesivamente centradas en sí mismas– se alimentan de los campos energéticos ajenos (lo que nos diría que una buena forma de precaverse de tales ataques consiste en autoobservarse y desechar todo lo egoísta que exista en nuestra naturaleza. Bien dice el refrán que “en el pecado está la penitencia”.

 

            Después de haber leído un libro sobre Edgar Cayce, la doctora Karagulla sintió que estaba enfrentando un gran desafío. Edgar Cayce es conocido como “el mayor curador de

todos los tiempos”. Poseía el don de hacer diagnósticos precisos, en una especie de sueño, observando a sus pacientes a centenares de kilómetros de distancia. También prescribía el medicamento acertado para sus tratamientos.

 

            Este libro sobre Cayce abrió a la doctora Karagulla una puerta para una serie de encuentros sorprendentes. Inventó nuevos métodos de investigación, hizo experiencias con sensitivos, personas con dones especiales, capaces de percibir campos de energía alrededor del cuerpo humano. Jamás trabajó con médiums en trance , manteniéndose lejos de los llamados fenómenos espiritistas, y alejó de su laboratorio a las personas que usan sus dones para ganar dinero.

 

            Durante el transcurso de sus investigaciones, la doctora Karagulla se hizo acreedora de la confianza de muchos sensitivos, entre los cuales se encontraban médicos y también ejecutivos, físicos, químicos y artistas. Entre sus investigados la doctora Karagulla concedió gran importancia a un tal “doctor Dan”, conocido como “el médico de los diagnósticos infalibles”. Este tenía un cierto poder magnético para curar, haciendo verdaderos milagros con pacientes que habían sufrido de parálisis infantil. Explicaba que percibía un campo de energía que penetraba el cuerpo del paciente, esparciéndose en todas direcciones, algunos centímetros fuera del cuerpo. Por supuesto, se trataba de aquello que esoteristas y parapsicólogos conocemos desde siempre como “aura” humana, pero el mérito de este aparente “redescubrimiento” es el hecho de que ahora se trataba de científicos quienes transitaban el camino por nosotros hollado. El doctor Dan primero examinaba el campo de energía y después el cuerpo físico. En el cuerpo energético veía si los nódulos nerviosos estaban bien. Si no lo estaban, usaba métodos magnéticos para curar y podía ver inmediatamente los resultados. Percibía en el campo energético irregularidades que aún no se habían manifestado en el cuerpo físico, por eso podía profetizar cuándo y cómo la persona sufriría.

 

            Otra médica, la doctora Alicia, también veía cómo el campo energético penetraba a través del cuerpo físico, desparramándose hacia fuera de éste. Cuando un paciente entraba en su consultorio, ella sabía exactamente cuál era su mal, pues sentía los dolores del paciente en su propio cuerpo.

 

            La doctora Karagulla quedó muy sorprendida por el hecho de que tantos médicos tuvieran dones paranormales y los usaran para curar a sus pacientes. Sólo que ellos nunca comentaban con ella sus dones, temiendo ser objeto de crítica o burlas. Mientras tanto, estaban entusiasmadísimos con poder conversar sobre el tema con sus colegas de profesión. Se quedaban tranquilos con el simple hecho de que existieran otros médicos con los mismos dones.

 

            También hay un gran número de personas en puestos elevados (directores de empresas, altos funcionarios públicos, etc.) con dones paranormales; la mayoría de las veces ellas no tienen consciencia de esos poderes. No siempre eran capaces de ver dónde terminaban las percepciones normales de los sentidos y comenzaban las otras percepciones nada normales.

 

            La doctora Karagulla llegó a la conclusión de que, según las declaraciones de los sensitivos, nosotros vivimos y nos movemos en un enorme y complicado océano de energías. Escribe que ellos hablaban repetidamente de individuos succionadores, parásitos. La pregunta es, ¿por qué hacen eso?.

 

            Existen personas que no consiguen robustecer sus energías en el océano de energías que nos rodea. Buscan sus energías predigeridas en las personas que les rodean. Los sensitivos observan y describen este proceso. Después de muchas investigaciones en colaboración con psicólogos y psiquiatras, la doctora Karagulla descubrió que los parásitos son casi siempre personas egocéntricas.

 

            Los sensitivos constatan que los succionadores poseen campos de energía muy restringidos. Tales personas no son conscientes generalmente de que obtienen sus energías de los demás. Simplemente se sienten mejor cuando están cerca de personas vitales. Quien permanece cerca de un succionador durante un cierto tiempo comienza a sentirse cansado por motivos desconocidos. Muchas veces, la víctima siente ganas –por un profundo instinto de supervivencia– de alejarse del succionador. En cuanto está lejos, comienza a sentirse mejor, encontrando su comportamiento como algo inexplicable. Y, muchas veces, la persona vuelve con la intención de –desde allí en adelante– tratar mejor a su succionador, tolerarlo más, tener más paciencia con él. Y es de nuevo succionada, para volver a sentirse irritada y comenzar a culparse nuevamente. El individuo no entiende que aquella irritación y el deseo inexplicable de alejarse del succionador son, en realidad, el resultado de un grave agotamiento y que su propia naturaleza, viendo el peligro que corre, lo ayuda a huir.

 

            Cuando el succionador forma parte de la familia o del círculo de amistades, los problemas son más difíciles de resolver. El ciclo fuga-complejo de culpa-regreso es repetido centenares de veces por parte de la víctima. Ésta puede consultar a un médico y explicarle su agotamiento, su irritación cuando la situación se arrastra sin que nadie pueda hacer nada. El médico no consigue constatar dolencia alguna y no puede, por lo tanto, hacer nada por su paciente.

 

            Algunos succionadores sacan energía de todos los que le rodean. No siempre la persona egocéntrica, que quiere todo para sí y exige la atención de los demás, es un succionador. Puede agotar a los demás por otros motivos. Un parásito es un individuo tan

egocéntrico, cerrado en su propio mundo, aislado, que le falta la capacidad de dejar fluir su energía hacia el mundo y hacia los otros. Por alguna razón no tiene contactos con el océano de energías a su alrededor.

 

            Uno de los sensitivos describió a una persona de estas características como un parásito psicológico, que usa energías mentales, emocionales y vitales de otras personas.

 

            Una observación más detallada del problema del succionador mostró que este fenómeno tiene un efecto decisivo en la energía física. La doctora Karagulla pidió a los sensitivos que observasen los vórtices de energía (“chakras”) en el cuerpo energético. Se verificó entonces que la energía succionada salía siempre del lugar donde se encontraba el vórtice más débil. Un individuo con un vórtice de poca vitalidad en la región del corazón (chakra cardíaco o plexo solar) pierde energía de ese sitio específico. Una persona que tenga un vórtice energético a la altura de la garganta (chakra laríngeo) en malas condiciones perderá energía en ese lugar.

 

            Los succionadores tienen diversos métodos para sacar la energía a los demás. Algunos usan la voz. Un hombre muy egocéntrico, muy hablador, saca la energía a su víctima obligándola a escucharlo. Esta, obligada a escuchar sin parar, se sentirá cada vez más desanimada, sus campos vitales y hasta los emocionales y mentales se debilitarán, mostrando un estado general de agotamiento. Y, cuanto más cansada se siente aquélla, más difícil le es escapar del parásito. Existen también succionadores que usan los ojos, la mente, la imposición de las manos.

 

            La doctora Karagulla explica cómo trabaja un succionador. Una mujer llamada Carrie se quejaba de soledad, de falta de contacto social. Si invitaba amigos a visitarla, la gente se disculpaba y no aparecía. Quien salía con ella una vez, sistemáticamente rechazaba invitaciones posteriores. Ella discutió con sus amigos, y preguntó a un psiquiatra qué era lo que no funcionaba bien. ¿Porqué las personas no la querían?. Era una mujer cortés, bien educada, pero muy egocéntrica. En el período en que la doctora Karagulla y los sensitivos la observaban, uno de sus amigos, junto con su esposa, aceptó una invitación para una reunión. En grupo sería más fácil observarla. La esposa de ese amigo estaba convaleciendo de una grave enfermedad, pero él se encontraba muy bien. Los dos observadores también estaban bien de salud.

 

            Los invitados llegaron, todos estaban descansados, alegres, bien dispuestos. Pero al correr del tiempo la mujer convaleciente fue sintiéndose cada vez más deprimida, cansada y pálida. Los dos sensitivos observadores también hubieron de luchar contra el vampirismo de Carrie, pero incluso así se sintieron exhaustos. La noche siguió su curso, y finalmente la joven convaleciente se disculpó, afirmando que se sentía mal: su marido tuvo que ayudarla a

levantarse de la poltrona. El sabía de la experiencia que se estaba llevando a cabo y, a pesar de que nadie había mencionado el nombre de Carrie, llegó a la conclusión de que él y su mujer habían sido víctimas de una pérdida de energía.

 

            Quien ya se encuentra en un estado de debilidad se vuelve automáticamente presa fácil de un succionador. Varias observaciones probaron que Carrie era realmente una especie de vampiro. Ella no era consciente de su vampirismo, sintiéndose simplemente alegre y de buen humor después de haber pasado la noche con sus huéspedes. En cocktails y otras reuniones, ella nunca se relacionaba con los demás invitados. En lugar de eso, se instalaba confortablemente en un sillón, desde el cual pudiese ver todo lo que pasaba. Allí permanecía, con una mirada soñadora, buscando, con una calma intensidad, uno tras otro, a todos los convidados. Con el pasar de las horas se transformaba de una mujer pálida y desanimada, en una persona vital, con muchos colores, habladora y alegre. Y así se quedaba en su sillón, durante horas, sin aproximarse a nadie. Al finalizar la velada se la veía radiante, vibrante, contando a su anfitriona cómo se había divertido, ¡cómo la noche había sido maravillosa!. A pesar de tales elogios, rara vez era invitada nuevamente. Las anfitrionas no gustaban de ella porque Carrie jamás contribuía al éxito de las reuniones.

 

            Otro caso interesante es el de un paciente que también se convirtió en víctima de un succionador. Loraine era una joven llena de vitalidad y energía con una dosis más que media de entusiasmo. Súbitamente comenzó a sufrir de agotamiento físico, sintiéndose cada vez más cansada, llegando hasta no poder levantarse más de la cama.

 

            Su médico ordenó la internación en un hospital para observación, pero todos los exámenes practicados resultaron negativos: no tenía enfermedad alguna. Después de una semana en el hospital, Loraine comenzó a recuperarse, reencontrando su vitalidad perdida, y se le dio el alta. Pero unos meses más tarde estaba de vuelta en el hospital con un cuadro de agotamiento total. Nuevamente, los exámenes (inclusive psiquiátricos) no revelaron nada.

 

            La doctora Karagulla fue consultada al respecto, y decidió ir a observar a Loraine en su propia casa durante un largo fin de semana, terminado el cual había llegado a una conclusión sorprendente, más tarde confirmada por los sensitivos. La doctora Karagulla también se había sentido agotada durante su estadía en casa de la familia de Loraine. Una tía, que habitaba en la misma casa y siempre rondaba cerca de la muchacha, era un succionador. La doctora Karagulla habló francamente con Loraine, sugiriéndole que se ausentara más seguido de la casa, a fin de recargarse. El caso quedó definitivamente esclarecido cuando la tía de Loraine realizó un viaje a Europa: la muchacha se recuperó totalmente.

 

            Loraine nada tenía contra su tía. La doctora Karagulla explicó que su irresistible necesidad de abandonar la casa era un esfuerzo natural por salvarse.

 

            El sensitivo que observó a Loraine y su tía pudo ver claramente que los campos de energía de Loraine eran totalmente vaciados por aquélla. Uno de los sensitivos dio una buena descripción de la actuación del succionador, y otros dos hicieron observaciones semejantes sin conocerse. Todos ellos vieron una abertura bastante ancha en el campo vital del succionador, en el plexo solar. De los bordes de esa abertura surgían tentáculos en forma de ganchos, que se aferraban al campo de energía de quien estuviese cerca. Es curioso cómo aquí son confirmadas las declaraciones de investigadores teosofistas (particularmente Annie Bessant y Charles Leadbeater) siempre ridiculizados por la ciencia oficial.

 

            Muchas veces el succionador sentía deseos de tocar a la persona, queriendo estar tan cerca de ella como le fuera posible. Algunas personas quitan la energía a otros individuos solamente estando cerca de sus víctimas. Succionadores que chupan a sus víctimas a través de los ojos o la voz no precisan siquiera esta proximidad.

 

            Todo esto significa que las historias sobre vampiros no son tan insensatas. Vampiros psíquicos –y ellos no necesitan siquiera ser humanos– succionan la sangre del alma. Y tal vez esto suceda a una escala mucho mayor de lo que imaginamos. El poder de poseer a otra persona, succionándola, no se manifiesta solamente en el plano material sino, también, en el de las energías finas y sutiles, que existen mucho más allá de lo que los propios sensitivos pueden percibir.

 

            Los fenómenos y acontecimientos son manifestaciones de impulsos invisibles operando en el mundo físico y en el mundo espiritual. A través de estos impulsos se hace la Historia y ocurren los cambios. Cuando los hechos ocurren sin que se tenga consciencia de estos impulsos, el hombre se transforma en un fantoche, un títere. No es el hombre quien usa a las ideas. Son las ideas las que usan a este hombre.

 

            Éstos son nuestros enemigos. Pero, muchas veces y quizás sin saberlo, el peor enemigo que debemos enfrentar duerme dentro de nosotros mismos. Ciertos impulsos autodestructivos, de autosabotaje, crean las condiciones propicias para que esas agresiones se filtren en nuestro interior, perjudicándonos en las distintas formas que hemos visto. El descreimiento y el escepticismo también son formas adecuadas de boicotearnos, pues aquel que no cree en estas cuestiones (como si se tratara de una simple cuestión de fe, y no de necesaria información, observación y experimentación) obviamente nunca admitirá ser víctima de tales ataques, y adjudicará la causa de sus males y problemas a supuestas explicaciones autogratificantes de diversa índole que no harán más que confundirlo, alejándole de la realidad. Es el mismo caso del enfermo psicótico, a decir de los especialistas. El psicótico

puede ser definido como el individuo que no es consciente de su enfermedad, a veces con tendencia a creer que los locos son todos los demás, a diferencia, por ejemplo, del neurótico (una buena parte de nuestros contemporáneos) que es aquél que sí tiene consciencia de sus problemas y trata de hacer algo para solucionarlos. Se dice que el psicótico es incurable, y esto es lógico: si él no admite estar enfermo, tampoco admitirá someterse a tratamiento, que es lo mismo que decir que no quiere curarse. Y no se curará. Esto es lo que ocurre cuando un escéptico es atacado psíquica o astralmente.

 

            La inseguridad en nuestra propia capacidad es otro obstáculo. Si ustedes van a combatir pensando en la posibilidad de perder, en realidad ya están vencidos. Un buen ejemplo ocurrió hace unos años cuando un amigo mío a quien, por razones personales, sólo llamaré por su nombre de pila, Rafael. Pero tal vez algunos de mis lectores deduzcan a quién me refiero, pues supo ser un esoterista bastante respetado en nuestro medio. Buen astrólogo y profundo estudioso del I Ching, poco después de cumplir treinta y tres años enfermó gravemente. El diagnóstico fue terminante: de alguna forma, a una profunda “depresión psicológica” le había seguido, por una extraña degeneración metabólica, una forma poco común de leucemia.

 

            Se ensayaron –ésa es la palabra exacta– distintos métodos terapéuticos alopáticos, pero sin éxito alguno. Confinado a su cama de hospital, cierto día le visité junto a un compañero de estudios e investigaciones. Me reservo el contenido de la conversación que mantuvimos con él ese día, pero la idea fundamental podría sintetizarse en unas palabras que dije: “vos sabés que no hay cura convencional para tu enfermedad. Pero, porque buceamos juntos en los Arcanos, también sabés que hay otras formas de curarte”. Pero Rafael tuvo miedo. Dudó de sus conocimientos. Quizo confiar en la última posibilidad de los médicos de sala. Olvidó a la Gaya Ciencia, a la curación ocultista, al poder de la fe y la mente. Volvió su atención a la medicina ortodoxa, y a los psiquiatras ortodoxos que trataban de explicarle –y explicarse– el porqué de su permanente depresión, tan resistente a los químicos neurológicos. Murió dos semanas más tarde.

 

            Finalmente, recuerden que nosotros podemos, por extraña simbiosis, estar alimentando a diversos entes de planos inferiores, o crear verdaderas ideas forma que adquieren independencia psíquica, subsistiendo a expensas de nuestras energías.

 

 

 

¿EXISTEN LOS “HECHIZOS” Y “MALEFICIOS”?

 

Resulta tragicómico observar que colegas parapsicólogos de la más variopinta extracción, generalmente de posiciones encontradas en cuanto a su apreciación sobre aspectos si se quiere generales de estas disciplinas, parecen reaccionar comúnmente cuando, en cualquier conferencia o reunión de interesados, alguien del público hace la pregunta “maldita”: ¿Existe el “daño”?.

 

Y al hablar de daño, uno no puede dejar de pensar en los innumerables sinónimos con que se le conoce: hechizo, maleficio, brujería, “payé”, “gualicho”, trabajo, atadura, mal... Todos términos populares que podríamos reducir en el de “ataque psíquico”, definible como la posibilidad de que –consciente (ya sea a través de un “ritual” o técnica específica) o inconscientemente y movilizando energías psíquicas– se ocasione perturbaciones de cualquier índole (físicas, psíquicas, espirituales, emocionales, sociales, afectivas, económicas) a un individuo o grupo de individuos.

 

Ciertamente, en la actualidad puede parecer poco “serio” hablar de “agresiones psíquicas”. Empero, un simple –y terrible– razonamiento nos llevará a advertir que la cuestión no es tan sencilla de refutar y que puede fundamentarse científicamente.

 

Hoy en día, nadie niega en los ámbitos académicos vinculados a la Parapsicología la concreta existencia de dos específicos fenómenos paranormales: la telekinesia y la telepatía.

 

De la primera, recordemos que se define como “el movimiento de objetos inanimados por acción de la mente”. La telekinesia tiene, además, dos aspectos particulares: uno conocido como psicokinesis (en los diccionarios figura como “acción de la psiquis sobre sistemas físicos en evolución” y, para que esto sea más entendible, citemos como ejemplos de psicokinesis: alterar la disposición con que cae un grupo de dados sobre una mesa, o aquella situación que cualquiera puede experimentar en casa, de tomar dos plantas iguales y dedicar diez minutos diarios de atención y afecto a una, pero ignorar a la otra, observándose al cabo de un par de semanas que la primera se desarrollará algo así como un sesenta por ciento más que la “abandonada”), y otro como hiloclastia (rotura paranormal de objetos: un foco de luz que estalla acompañando el estallido de ira –o su represión– de un adolescente). Estadística y experimentalmente, todos estos fenómenos son parte del “hábeas” académico respetado hoy en día.

 

Ahora bien. Supongamos que una persona idónea en psicokinesis (voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente), así como provoca artificialmente una multiplicación en el crecimiento de una planta, puede provocar una multiplicación, anormal y descontrolada, en el tejido celular de un órgano específico, ¿no estaríamos en presencia de un carcinoma, una forma de cáncer, al que eufemísticamente podemos con toda corrección denominar como un “crecimiento anormal y descontrolado de células”?.

 

¿Y qué ocurriría si, contando con motivos para dirigir su odio, descargara esa energía “hiloclásticamente” sobre el cerebro de otra persona, provocando la rotura de una arteria?. ¿No moriría la misma por ese aneurisma?.

 

Y en el campo del “daño” sembrado voluntariamente, la repetición de un ritual (sea éste ocultista, una maldición gitana, o una oración pseudo-religiosa, en fin, cualquier intención mental cuantitativa y cualitativamente fuerte y sostenida), ¿no podría llevar a que una pulsión negativa sea “sembrada” en el área mental de otro individuo, impulsándolo a acciones erróneas?. Pongamos un ejemplo: si yo pienso repetida e intensamente en que “X se pelee con Z”, la emoción transferida (“odio a Z”) puede, telepáticamente, “ensuciar” los verdaderos sentimientos y pensamientos de “X” quien, al encontrarse con “Z”, y al sentir odio dentro de sí contra éste puede peligrosamente interpretar que ese odio es real, propio, justificado, y en consecuencia llevarlo al conflicto.

 

En resumen, si un individuo puede mover telekinéticamente un objeto, destruirlo o alterarlo en su naturaleza o comportamiento, también puede intervenir en el metabolismo de otro sujeto, alterándolo (perturbándolo así físicamente) o bien, por acción telepática, distorsionar su percepción de la realidad (endógena y exógena), desequilibrándolo en las demás áreas. Y convengamos en algo: reconocer la realidad de la telepatía, la telekinesis y sus variantes y empecinarse en no aplicar sus eventuales consecuencias sobre la vida humana como sustrato fenomenológico de los “hechizos”, responde más a personales prejuicios o anteojeras intelectuales que a una imposibilidad material.

 

Esas técnicas agresivas dependen más de la intensidad con que son ejecutadas (por ser las emociones no solamente el factor primitivo de la psiquis más poderoso sino también movilizadores naturales de poderosas fuerzas energéticas) que de lo ritualístico o litúrgico en sí: un “brujo” que clave agujas en serie en una cadena de muñecos tendrá, seguramente, menos éxito que aquél que, tal vez haciéndolo por primera vez, concentra toda su atención para no incurrir en errores y con ello, no sólo sus emociones, sino también su potenciallidad parapsicológica. Siguiendo esta corriente de pensamiento, hasta la simple, dominante y cotidiana “envidia” es una forma velada de ataque psíquico.

 

En consecuencia, todas las técnicas defensivas deberán acusar la misma correspondencia: no solamente repetir la técnica en sí (como enseñamos en nuestros cursos sobre “Autodefensa Psíquica”) sino poner en la misma toda la “fuerza interior” posible. Sintéticamente diremos que, siempre, la mejor defensa mental será lo que en Control Mental Oriental se denomina densificación del pensamiento. Y una buena dosis de sensatez: después de todo, no son brujas todas (o todos) los que dicen serlo.

LOS ARQUETIPOS PROTECTORES

            Los ejemplos dados hasta aquí nos han permitido ilustrar nuestra convicción de que esos “otros planos” de vibración de los cuales da abundantes referencias todo el Ocultismo, puede congeniar con la moderna teoría de los “universos paralelos”. Ya señalamos que el concepto de “otras dimensiones” adquiere verosimilitud si entendemos que dimensión es una palabra que hace referencia a un concepto de medida (alto, ancho, largo y tiempo, en el Universo físico que conocemos) y que la medida de la frecuencia en que vibra atómicamente una determinada materia también implica un cambio de “dimensión”. Si un ser, un planeta o un Universo todo vibrara a una frecuencia distinta de la del que conocemos, no sólo no sería perceptible por nuestros sentidos o nuestros aparatos (que sólo registran aquello para lo que fueron diseñados, es decir, lo que para la mentalidad del inventor puede entenderse como Realidad), sino que coexistiría con el Cosmos que conocemos, interpenetrándolo, sin afectarse mutuamente en absoluto.

            Se comprenderá asimismo que es sólo una cuestión de causalidad dimensional (es decir, de circunstancias espacio-temporales) que la irrupción del ente se haga ante nosotros (visualizaciones) o en nosotros (posesiones). Como cualquier estudiante de electrónica sabe, la multiplicación de dos frecuencias de distinta amplitud o longitud de onda genera un tercer tipo de onda producto de las dos primeras (donde la suma de los efectos es igual a la suma de las causas). En nuestro caso, la superposición de la conducta de la víctima humana con la del ente astral (aunque éste no sea necesariamente agresivo) genera una tercera conducta, atípica y visible, que es la que nos causa alarma.

            Pero no necesariamente todos esos seres son perjudiciales en sus manifestaciones. Existe un buen número de ellos cuyas acciones pueden beneficiarnos, y en el aprovechamiento de los mismos se basan algunos de nuestros mecanismos de protección. En este sentido, atiéndase que una vez que se ha descubierto cuál es la naturaleza de la agresión (ya sea por las descripciones de los mismos que hemos dado en la primera parte, como por observación directa o algunos de los métodos de detección que daremos en ésta) es fácil advertir cuál es el área (o las áreas) de nuestra vida (personalidad, actividad social o material, afectiva, etc.) que será inmediatamente susceptible al perjuicio de ese ataque para, a partir de allí, seleccionar el Arquetipo Protector que hemos de invocar en nuestra defensa.

            En líneas generales, y para ir entrando en materia, diremos que la identificación es el blanco seleccionado; el arquetipo protector el arma por la que optamos; los símbolos arquetípicos, la munición elegida y el ritual (mental o material) el propulsante que llevará el proyectil al blanco.

            A nuestro lado, si tomamos las debidas precauciones, habrá siempre un instructor de tiro: algún miembro de la policía oculta o policía astral. Y por si se generaliza un tiroteo entre ambos bandos, debemos llevar puesto un chaleco antibalas: la campana protectora.

            Debemos recordar también que si nuestro enemigo es suficientemente hábil puede aprovecharse del “efecto boomerang” de todas nuestras acciones, hiriéndonos con nuestra propia arma.

            Por supuesto, debemos tener muy en claro qué es lo que nosotros vamos a aprovechar como resultado de nuestras “invocaciones”. No se trata, precisamente, de que aquello llamado descienda a nuestro plano o se haga de alguna forma presente; sino que

cristalizaremos momentáneamente en nosotros algunos de los elementos que forman parte de ese Arquetipo, correspondencia macrocósmica de un elemento que, ya presente microcósmicamente en nuestro inconsciente, reaccionará por esa misma correspondencia. Así que repasemos algunos conceptos.

            Jung, principal discípulo de Freud y fundador de la corriente psicologista que lleva su nombre, afirmaba que podemos dividir nuestra esfera psíquica (para su mejor comprensión) en estratos, reconociendo los siguientes:

            En primer lugar, nuestro consciente. Es el yo soy, yo quiero, yo puedo,  el aquí y ahora de nuestra volición. Por debajo de él encontramos al inconsciente, que es en realidad el “gigante dormido” de nuestra mente. Entre ellos como una tenue línea divisoria, yace el preconsciente. Jung empleaba en este caso la imagen de un iceberg donde la “montaña” de hielo que divisamos por sobre el agua es el consciente, el monstruo sumergido, el inconsciente, y esa franja ambigua, que por momentos emerge y por momentos se sumerge, el preconsciente.

            El preconsciente define a ese estado de somnolencia inmediatamente antes de dormirnos o inmediatamente después de despertarnos. En el preconsciente se produce el fenómeno conocido como “déjà  vu” (en francés, “ya visto”) que es cuando, por ejemplo, al llegar a un determinado lugar, entrar en una habitación o vivir una situación específica, creemos o nos parece que lo hemos visto o vivido con anterioridad. Esto, que ha sido un campo fértil para las especulaciones baratas del espiritismo, donde prende fácilmente la suposición de una reencarnación u otras creencias, tiene una sencilla explicación neurológica.

            Supongamos que tratamos el caso de, por ejemplo, entrar en una vivienda y tener la sensación de que ya la conocíamos. Se trata, aquí, de información que ingresa visualmente y que luego de recorrer un intrincado camino neurológico, pero que podemos esquematizar como dos conductos de alimentación, llega al cerebro. Para que nuestra consciencia tome consciencia (valga la redundancia) de esa información, ésta debe “inundar” ambos hemisferios simultáneamente.

            Pero puede ocurrir que, disfunción mediante, la información que ingresa por uno de los conductos sufra un “retraso”, verbigracia, debido a una interrupción en las conexiones dendríticas de las neuronas (células nerviosas por cuyas prolongaciones –axones– y filamentos al extremo de los mismos –dendritas– se transmite la información). Así, lo visualizado llegará antes a un hemisferio que a otro. Entonces, cuando ingresa en el restante, la mente, al elaborar lo que debería ser la “toma de consciencia” (el “darse cuenta”), descubre que hay información previa en parte del cerebro, y lo elabora como “recuerdo”. Un recuerdo que sólo tendrá una milésima de segundo de antigüedad, pero recuerdo al fin, en lo que respecta a las funciones psíquicas.

            Algunos parapsicólogos un tanto desinformados aseguran que estos fenómenos de “déjà vu” son premoniciones, definibles como “clarividencia hacia el futuro” (si por “clarividencia” definimos el fenómeno mediante el cual accedemos a información o conocimientos por vías no directas y/o sensoriales). Pero la marcada diferencia entre premonición y “déjà vu” es que en el primer caso, antes del hecho sabemos lo que después va a ocurrir, mientras que en el segundo, después que ocurrió (o mientras lo está haciendo) creemos que lo sabíamos desde antes.

            Pero volvamos a nuestra clasificación de estratos psíquicos. Jung demostró que en realidad anidan en nosotros dos inconscientes: por un lado, el personal o individual, que es el que define las particularidades tipológicas (carácter y temperamento) de cada uno de nosotros. Es el que nos hace diferentes, unos de otros. Pero, por otra parte, tenemos un inconsciente colectivo o, mejor aún, una parte de él, que compartimos con toda la humanidad. Como escribiéramos, una gran mente mundial, un gigantesco cerebro conformado por innúmeras células independientes. Cada uno de nosotros somos una de esas células. Esa mente omnipresente está en todos nosotros.

            ¿Y cómo sabemos de ella?. Sencillo. Todos los seres humanos somos diferentes por acción de nuestros inconscientes individuales. Pero, también, todos tenemos características comunes por nuestro inconsciente colectivo. Es decir, que en todos se repiten determinados procesos o elementos. Ellos son los llamados arquetipos. Estos integran algo así como una célula de identificación de nuestro inconsciente colectivo. Son rótulos de identificación de todos los seres humanos.

            Existen numerosos arquetipos, y ya hemos enumerado varios de ellos, que fueron, respectivamente, el arquetipo del Viejo Sabio, el de la Gran Madre, el Temor a la Oscuridad, el temor a lo Desconocido, el Impulso Sexual, la Necesidad de Poder, la Necesidad Mágica (o Religiosa) y también podemos considerar los mandalas.

            “Mandala” es una palabra sánscrita que significa “círculo”. Podemos distinguir dos tipos de mandalas: los “materiales” u objetivos, y los “psíquicos” o subjetivos.

            Los primeros asumen la forma de un cuadro o relieve, tallado sobre cualquier material y pintado de brillantes colores, que es usado por los meditantes orientales como objeto de concentración. Es generalmente circular, concéntrico, y despierta en el individuo estados alterados de consciencia, tras una prolongada observación acompañada de ejercicios respiratorios adecuados. Su compleja elaboración actúa como un elemento inductor de estados semihipnóticos que responden a...

... mandalas psíquicos, imágenes oníricas que se manifiestan como círculos luminosos o llameantes de color verde, celeste o turquesa, giratorios y que traducen necesidades inconscientes. Son como un llamado de atención de nuestra psiquis exigiéndonos equilibrio, equilibrio y armonía que se puede alcanzar a través de la meditación con mandalas.

            Observen que, en las disciplinas de Control Mental Oriental, la imagen fosfénica productora de estados “alfa”, es decir, de estados de equilibrio y armonía, es un círculo brillante, verde, celeste o turquesa, brillante, giratoria... o sea, un mandala. Ello hace que sea precisamente la imagen con estas características la que señale el paso a “alfa” y no cualquier otra, un triángulo, una línea o un paralelepípedo.

            Los escépticos pueden desconfiar de la realidad objetiva de los grandes Arquetipos Protectores, así como sus adaptaciones culturales (arcángeles, ángeles, santos, kosmokratores, etc.), y seguramente explicarán tanto su presencia en el inconsciente individual de cada sujeto así como en el sustrato cultural de un pueblo en base a argumentos psicologistas convencionales. Pero en este terreno, como en el de toda religiosidad, debemos andarnos con cuidado.

            El sentimiento religioso tiene una génesis muy particular: Jung, por ejemplo, acepta inicialmente el punto de vista de Freud sobre el origen del sentimiento religioso: las representaciones de la divinidad tienen sus orígenes en la imagen del padre, que dotada de una fuerza extraordinaria influye desde el inicio de la vida psíquica del niño hasta su represión en el inconsciente al sucumbir el complejo de Edipo. Como consecuencia de la pérdida de la figura paterna, las virtudes se desplazan a la idea de un Dios Todopoderoso, y los defectos a la idea del Diablo. Pero, ¿cómo encauza el niño esta energía?. ¿Cómo se forma la imagen de Dios?. Jung considera que el padre, singularmente considerado, no basta para explicar esa imagen, sino que es mucho más importante para ello el esquema inconsciente que la constituye. Detrás de los recuerdos sumergidos en los acontecimientos de la vida individual, hay un patrimonio de la especie que se manifiesta en imágenes arquetípicas. De esta manera, para Jung, se abre el camino para la concepción de Dios, no ya como sustituto del padre, sino por el contrario, es el padre físico el primer sustituto que el niño encuentra de Dios.

            Como ya hemos visto, y basado en estas investigaciones, Jung concluye que el hombre posee una “función religiosa natural”, necesaria e inevitable expresión del dinamismo psíquico, cuya función es dar expresión consciente a los arquetipos.

            Los arquetipos aparecen de manera particularmente apremiante en la religiosidad. Por lo tanto, la religiosidad es una actividad psíquica normal y hasta tiene un cometido equilibrador indispensable. La neurosis estaría vinculada a un debilitamiento o a una expresión unilateral o tergiversada de ella. Jung insiste en que la salud psíquica y la estabilidad del ser humano dependen de la correcta expresión de la función religiosa natural del hombre, y establece una interesante relación entre salud psicológica y verdadera religiosidad.

            Debemos entender entonces que la relación que durante la “invocación” establecemos con un ente es sincrética; recordemos que fue Jung quien estableció la existencia de un “principio de sincronicidad”; es decir, la existencia de hechos simultáneos en esencia en puntos distintos del espacio-tiempo. Así, la telepatía se explicaría como dos hechos psicológicos idénticos sin relación causal directa que se hacen presentes simultáneamente en dos mentes. Y una premonición o precognición (percepción de un hecho futuro) sería el hecho práctico en sí que ocurre (ocurrirá) en un tiempo futuro, y su reflejo degradado ocupa el aquí temporal en nuestra mente.

            En síntesis, el resultado de las invocaciones no hará descender al ente convocado, sino que producirá en nosotros las cualidades distintivas del mismo que, en este caso, serán los Arquetipos Protectores dormidos en el inconsciente colectivo de la Humanidad. Las descripciones que daremos a continuación deberán ser adecuadamente memorizadas para el ritual subsiguiente.

 

LA POLICÍA OCULTA

            Diversos ocultistas, entre ellos especialmente Dion Fortune, se refieren numerosas veces a este “cuerpo de seguridad” astral. Esto engloba la multitud de casos en que un estudiante de esoterismo, ante una situación límite o de peligro, recibe la respuesta a sus interrogantes en forma de voces que susurran a su oído la respuesta (“clariaudiencia”), o en forma de figura estilizada, emanando firmeza y tranquilidad, en sueños o durante la meditación. Pero lo que más nos ha llamado la atención, y lo que nos evidencia que no se

trata de entes que actúen solitariamente, es que muchas logias ocultistas con distintos niveles de entrenamiento saben de su existencia o, en planos más avanzados de evolución, entran en contacto periódico con ella para apoyar sus fines que parecen ser los de impedir un avance de la Goética (vulgarmente, “magia negra”) en el mundo, y evitar que entes astrales inferiores sigan perjudicando a los seres humanos.

            Pero otra cosa que resulta distintiva es una especie de “emblema” que parece advertir su aparición. Efectivamente, cuando estamos sumidos en profunda meditación sobre nuestras angustias o problemas, es posible que aparezca como un relámpago la visión de un triángulo equilátero rojo inscripto en un círculo plateado: el símbolo de la Policía Oculta. Pero también podemos valernos de una técnica sumamente útil: si meditamos profundamente sobre ese símbolo cuando los problemas nos agobian, es posible que la Policía Oculta o Policía Astral se haga presente, ya sea en la forma de una respuesta susurrada o bien ocurriendo que los hechos comienzan a concatenarse de las formas más insólitas e inesperadas y los caminos se abren positivamente.

            Este tema de la Policía Oculta es realmente fascinante y por cierto dudaríamos de su realidad si no fuera que los testimonios de terceros y la experiencia personal demuestran lo contrario. Es creíble, como afirman algunos autores, que este cuerpo se encuentre estrechamente vinculado a la Hermandad Blanca, y se afirma que la hoy desaparecida FUDOSI (Federación Universal de Órdenes y Sociedades Iniciáticas, institución que desde mediados del siglo pasado a idéntica altura del presente nucleó con proyectos comunes a las más fuertes organizaciones esotéricas de ese entonces) era una corporación que en el mundo visible llevaba a cabo las directivas de la Policía Oculta.

            Además de concentrarnos en el símbolo ya mencionado, recomendamos efectuar las sesiones de meditación a la luz de una vela blanca y con el uso de incienso en grano en cantidad tal que nos permita saturar la habitación con su fragancia. Debemos concentrarnos sólo en el símbolo ya descripto, no siendo necesario formular preguntas o elevar ruegos, ya que nuestras necesidades, permanentemente presentes en nuestro inconsciente, teñirán nuestro aura con colores tan particulares, afectando incluso la forma del mismo, que aquélla, a manera de un mensaje simbólico, ha de hablar por sí misma

            Algunos síntomas indicativos de que estamos siendo objeto de violencia psíquica de origen sectario (esto es, cuando el origen del ataque reside en las artimañas más o menos mágicas o sencillamente psíquicas de un eventual enemigo) son, por ejemplo, la aparición repetida, en forma de fugaz pero contundente visión, del rostro de alguna persona conocida sobre un fondo negro o rojo, especialmente si tales imágenes fluyen en los momentos previos al sueño o apenas despertamos, es decir, en el estado psicológico conocido como estado hipnagógico y estado hipnopómpico, ambos propios del preconsciente, cuando el natural, espontáneo incremento en la producción de ritmos alfa por nuestro cerebro nos sensibiliza particularmente para este tipo de percepciones. Y, que duda cabe, tal certeza estará particularmente afirmada

si tal aparición (sobre todo si tenemos motivos para sospechar de tal persona) se sucede durante varias noches. El rostro de nuestro oponente aparecerá aun cuando hubiera “encargado” el trabajo a terceros pues, en última instancia y a los fines esotéricos, él mismo ha sido el impulso inicial que llevó a la gestación del acto, a los fines de sus consecuencias y, por extensión, a los fines kármicos.

            Las larvas astrales suelen dejar huellas físicas de sus ataques en una incipiente taquicardia, gran agotamiento al despertar y pequeñas heridas punzantes y sangrantes que, extrañamente, desaparecen a los pocos días y a veces simplemente en horas después de manifestarse.

            Los PMT, además de ser en ocasiones nebulosamente observables por personas particularmente sensitivas o incipientes clarividentes, nos señalan característicamente su presencia cuando las personas afectadas se muestran renuentes a dormir, y en ocasiones expresan hasta pánico de hacerlo.

            Otros buenos métodos de comprobación en cuanto a la existencia de un ataque, son: (a) encendido de sahumerios, conos defumadores y carbones inciensarios con incienso en grano y mirra (especialmente este último sistema): si se observa una marcada dificultad en la combustión de los mismos (desechándose toda explicación convencional como humedad en los elementos), especialmente en horas astrológicas de Saturno. Por el contrario, si su combustión es excesivamente veloz, o si bien los carbones literalmente estallan (llegando a dispersarse en distintas direcciones) podremos sospechar estar en presencia de un vórtice.

            Percibir olores nauseabundos sin razón aparente es otra importante señal, siempre y cuando este olor sea sentido por más de una persona presente; cuando lo percibe una sola, si esto se repite, como el olor de plástico quemado, puede ser indicio de afecciones cerebrales. Estos olores, muy semejantes a los de carne o flores en descomposición, tienen que repetirse diariamente pero no durar en su manifestación menos de diez minutos ni mucho más de treinta, corridos, para ser tomados en cuenta como indicativos.

            También en casos extremos, pueden aparecer extrañas manchas de suciedad (y a veces de barro o por lo menos, algo que se le parece mucho) en pisos, paredes y cielorrasos, quizás algún tipo de exudación ectoplasmática, pudiendo afectar forma de huellas de animales. En estos casos, su manifestación es permanente, y sólo cede a insistentes lavados.

 

PREPARACIÓN PARA LA DEFENSA

            Cuando somos conscientes de ser víctimas de un ataque psíquico y procedemos a defendernos, o si bien dicha protección hemos de ejercerla sobre otra persona que carece de nuestras técnicas, hemos de asegurarnos primero de que todos los recaudos que conllevan a feliz término nuestro trabajo han sido tomados; en estas lides, la improvisación es casi un suicidio.

            Para ello, y con veinticuatro horas de antelación, conviene comenzar cierta depuración consistente sólo en la ingestión, en cantidades moderadas, de arroz integral y agua mineral como único alimento. En este último caso, se hace uso del agua mineral “ionizada” (es decir, la proveniente de manantiales subterráneos con alto porcentaje de sales e iones, o sea,

altamente acumulativa de energías) en lugar de la que se obtiene de vertientes montañosas. En líneas generales, abundan más en el mercado las del primer tipo y por añadidura son más económicas.

            Todo esto es a efectos de depurar al máximo nuestro organismo para eliminar todo tipo de toxinas que alteren nuestro equilibrio físico, ya que, por aquél axioma de la Parapsicología que dice que “cualquier fenómeno que se produzca en uno de los tres campos del individuo (físico, psíquico y energético) producirá efectos semejantes en los otros dos”, ocasionaría perturbaciones energéticas que son más que inconvenientes a la hora de presentar batalla.

            Una vez ubicados (conviene hacerlo en un lugar tranquilo, con una ventana abierta frente a nosotros, de ser posible y mirando al Este) procederemos a encender la vela blanca (situada frente a nosotros) y tres carbones inciensarios con incienso, a nuestra izquierda, derecha y atrás, respectivamente. El encendido lo haremos en el sentido de giro de las agujas del reloj, es decir, dando fuego primero al de la izquierda, luego al de la derecha y finalmente al que se encuentra detrás nuestro.

            Antes de proseguir, dejemos adecuadamente aclarado que para efectuar estas operaciones hemos seleccionado correctamente el día y la hora para hacerlo. Si bien estas técnicas, efectuadas en cualquier momento, igualmente tienen su valor, debe entenderse que aprovechar la aspectación astrológica adecuada potenciará al máximo sus efectos.

            Así, cada día de la semana está regido por las vibraciones de un determinado cuerpo astronómico, cuyos efectos se dejarán sentir más sensiblemente sobre las siguientes áreas:

  

Domingo Sol Problemas físicos, desaparición de dinero, errores sociales.

Lunes Luna Cuestiones y problemas mentales o intelectuales.Martes Marte Falta de vitalidad y energía. Ira, violencia

injustificada. Problemas laborales.Miércoles Mercurio Asuntos comerciales y jurídicos.Jueves Júpiter Dificultades de todo tipo.Viernes Venus Cuestiones sentimentales.Sábado Saturno Ciencias ocultas.

   (Quede claro que aquí analizamos la correspondencia entre cada astro y el área problemática del individuo, dada la naturaleza de este trabajo. Incidentalmente, debe señalarse que el efecto de cada uno de ellos sobre la naturaleza humana, fuera del marco de una agresión psíquica y con el planeta bien aspectado será, por el contrario, absolutamente positiva sobre ese ítem de la vida del sujeto.)             Y así, las horas de un mismo día regido por los planetas, tomadas desde la salida del Sol a la puesta, período que dividido en 12 lapsos iguales llamaremos “Horas Planetarias Diurnas”, y el lapso que media entre la puesta y la salida del día siguiente, que nuevamente dividido en 12 períodos iguales llamaremos “Horas Planetarias Nocturnas”. Estas “horas”, lógicamente, no serán de sesenta minutos, y variarán de acuerdo a la época del año que son calculadas y la latitud geográfica:

 

  DOM LUN MAR MIÉR JUE VIER SÁB1 Sol Luna Marte Mercurio Júpiter Venus Saturno2 Venus Saturno Sol Luna Marte Mercurio Júpiter3 Mercurio Júpiter Venus Saturno Sol Luna Marte4 Luna Marte Mercurio Júpiter Ven Saturno Sol5 Saturno Sol Luna Marte Mercurio Júpiter Venus6 Júpiter Venus Saturno Sol Luna Marte Mercurio7 Marte Mercurio Júpiter Venus Saturno Sol Luna8 Sol Luna Marte Mercurio Júpiter Venus Saturno9 Venus Saturno Sol Luna Marte Mercurio Júpiter10 Mercurio Júpiter Venus Saturno Sol Luna Marte11 Luna Marte Mercurio Júpiter Venus Saturno Sol12 Saturno Sol Luna Marte Mercurio Júpiter Venus

              Para las horas Planetarias Nocturnas, el período de 12 de las mismas no comienza nuevamente con el planeta correspondiente a cada día, sino continúa con el que sigue en la secuencia natural SOL / VENUS / MERCURIO / LUNA / SATURNO / JÚPITER / MARTE

            En cuanto a la vestimenta, si bien no hay mayores objeciones en usar cualquiera, debe optarse preferentemente por aquella recién lavada o aún sin estrenar. Usar la misma que traemos de la calle puede implicar que al estar ésta impregnada por las remanencias energéticas de otros transeúntes, las mismas influyan desfavorablemente en nuestro trabajo. Personalmente, recomiendo hacerlo con ropa de algodón o lino en las condiciones descriptas, o bien desnudo.

            La elección de los sahumerios es importante, ya sean estos en forma de conos defumadores, palillos o en polvo. Las fragancias deberán ser acordes a la modalidad de trabajo, de acuerdo al Arquetipo Protector seleccionado, como veremos más adelante.

            Si estas tareas las efectuamos en horas diurnas, también bastará que nos iluminemos con la luz del sol, directa o indirecta. Si es de noche, velas blancas o de colores suaves, pues se las considera como concentradoras y potenciadoras del trabajo mental que hemos de desarrollar. Personalmente, he obtenido igualmente excelentes resultados iluminándome con una lamparilla eléctrica y el resto de la habitación en penumbras, y considero que el valor ritualístico de la vela pasa más por el aura de místico recogimiento que evoca en función de su uso y correspondencia religiosa, más que en las propiedades intrínsecas de la misma (excepto en el caso en que entran en juego en su fabricación sustancias, combinaciones y aspectaciones específicas, pero la complejidad de ese capítulo de la ceromancia escaparía a los alcances de este trabajo y de las necesidades de mis lectores). No olvidemos que el combate mental exige no sólo el empleo de velas en tanto y en cuanto entendamos que su efectividad no reside en la vela en sí (si es que hablamos de las fabricadas industrialmente) sino en su correspondencia simbólica con nuestro inconsciente.

            Si el lector prefiere el empleo de bombillas eléctricas, entonces, sí, puede resultarle útil seleccionar el color de las mismas. A esto lo llamamos cromoarmonización (o armonización mediante los colores) y, junto con la cromoterapia (o curación por los colores) forma la disciplina conocida como Cromodinámica.

            Estudiaremos entonces el efecto psicológico de cada color, como refuerzo a la autodefensa Mental, debiendo quedar bien en claro el concepto de que no se trata del color como pigmentación visible la que ejerce su efecto sobre nosotros, sino la particular vibración emitida por el mismo que, para este caso, equilibrará nuestro campo bioenergético o bioplasmático, armonizándolo, al entrar en resonancia el frente de onda de ese determinado color con el correspondiente al chakra afectado (inarmónico).

 

COLOR EFECTOROJO Vitalizante, energetizante. Indicado para cuadros depresivos.AZUL Sedante. Tranquilizante.

VIOLETA Armoniza nuestro ser espiritual. Refuerza el astral. Amplifica las facultades psi.

AMARILLO Incrementa nuestro intelecto, profundidad de análisis, velocidad de reacción.

VERDE Aumento de autoconfianza.  

            En todos los casos se debe emplear lamparillas de filamentos y nunca tubos fluorescentes, ya que en este último caso, como la luminosidad es producida por la activación de los gases contenidos en su interior, genera una descarga de frecuencias particularmente desasosegadoras para el ser humano. Obsérvese, en ese sentido, que toda persona que pase como mínimo ocho horas diarias durante años desenvolviéndose bajo tubos fluorescentes acusará, especialmente en la faz mental y cotidianamente, depresiones, obnubilaciones, fatiga intelectual, somnolencia inusitada, desgano, recelo hacia los compañeros de trabajo, etc.

 

ESQUEMA DEL RITUAL

Éste podrá ser considerado Pasivo o Activo. Llamamos Ritual Pasivo a la elaboración de una Campana Protectora (que actúe sobre nosotros o sobre terceros) cuyo efecto protector es limitado y temporal, por lo cual lo suministramos para aquellas personas que, en plan de entrenamiento, aún no dominan el Ritual Activo.

            Este último consiste en la evocación mental de determinadas figuras humanoides, muchas de las cuales son identificables en las iconografías de distintas religiones.

            ¿Por qué ejercen efecto?. Porque, según hemos visto, tales arquetipos son vórtices psicoespirituales con un gran potencial de energía latente. El punto pasa, en consecuencia, por evaluar de qué forma ha de manifestarse esa energía.

            Ya hemos visto que si trabajamos sobre simples imágenes exteriores (estatuillas o estampas) o simplemente seguimos mecánicamente la oración litúrgica o el rito dirigido por un tercero, esa pasividad, esa falta de iniciativa generatriz personal puede ser considerada como dotada de aspectos thanáticos en el sentido de que la pasividad significa involución, y veremos saboteados así sus verdaderos efectos.

            Pero (y atención a esto) si reconstruimos mentalmente al Arquetipo concentrando nuestra atención en él y su conducta, será tan poderosa la generación de energía mental que lograremos ampliamente los objetivos que nos hemos propuesto.

            Nótese que distintas escuelas de pensamiento oriental (incluidas algunas de Budismo Zen) tienen, como parte de su entrenamiento, el pasar horas pensando, imaginando, reconstruyendo mentalmente hipotéticas peleas con poderosos enemigos o contra animales. La experiencia de siglos ha demostrado que ese trabajo mental (que puede sorprender a más de un occidental convencido de que el desarrollo psíquico está, cuanto menos formalmente, reñido con la violencia aunque ésta sea imaginaria) desarrolla el chakra del entrecejo (vulgarmente conocido como “tercer ojo”) que pasa así a convertirse en el foco energético catalizador de nuestras intenciones.

            Por otra parte, alguien puede cuestionar la “realidad” de la visión arquetípica, alegando que al modelarla con la imaginación carece de identidad objetiva. Pero, como hemos visto, es tan ambigua la palabra “realidad” y tan discutible el concepto materialista que podemos tener de ella, que es observable la suposición de que aquello que existe sólo en nuestra mente ciertamente “no existe”. Recuerden al poeta chino: Anoche soñé que era una mariposa que volaba por el campo. Y hoy no sé si soy un hombre que ha soñado ser una mariposa, o una mariposa que sigue soñando que es un hombre”.

            ¿Qué es lo que asegura que nuestro estado de vigilia consciente es más real que el sueño?. ¿Acaso la materialidad?. Lo dudo. En nuestros sueños, los seres allí presentes (incluidos nosotros mismos) tenemos experiencias muy vívidas, aun sensorialmente hablando. Lloramos, sufrimos, gozamos, comemos, olemos, hacemos el amor... para comprobar, después, que todo ha sido un sueño. ¿Cómo puedo saber que en este mismo momento yo mismo –y ustedes– no somos un sueño de un ser infinitamente superior?. ¿Acaso la objetividad de las cosas que me rodean o la Historia pueden ser pruebas?. Racionalmente, en absoluto, ya que las “cosas” de nuestros sueños son igualmente tangibles, y los seres que por ellos pululan tienen su propio pasado e incluso viven días o meses de “sus” vidas en sólo segundos del “tiempo objetivo” del durmiente.

            Pero, por supuesto, todo esto es sólo una teoría. Casi una teoría.

            El hecho fundamental es éste: al recrear mentalmente los Arquetipos Protectores, siguiendo los pasos indicados para cada uno, en realidad estamos estableciendo sincretismos, una sincronicidad entre el Arquetipo Protector latente en el inconsciente colectivo de la humanidad y nuestro inconsciente personal. Este reflejo conlleva la transferencia de un cierto potencial energético, por supuesto menor que el que anida en el original (de todas formas, ninguna mente humana por sí sola puede almacenar siquiera un segundo toda la energía que duerme en un Arquetipo), de la misma forma que la imagen reflejada en un espejo lo es porque buena parte de la luz que enmarca al objeto se refleja sobre aquél, pudiendo a su vez a partir de este espejo hacer “rebotar” la imagen contra muchos otros, a sabiendas de que cada nuevo reflejo perderá buena parte de la luminosidad del anterior.

            Por supuesto, a cualquiera puede ocurrírsele variar las características del Arquetipo o del ritual, pero a tales experimentadores les comentamos que con ello sólo conseguirán agotar sus energías sin otros resultados (lo sabemos porque así lo hemos tratado): es la pureza del ritual la que asegura el mismo, porque es el ritual el que al conservarse y repetirse

a través del tiempo activó como un  feedback (un sistema de retroalimentación) del Arquetipo, fortificándolo. El ritual Activo será, entonces, algo así como un “transformador” que permitirá que la inmensa energía latente en el Arquetipo pueda ser transferida a nuestra persona sin “fundir” nuestros sistemas.

            Esta es la Teurgia con la cual nos defenderemos. Que, como corresponde a Iniciados, es Magia Mental. Pues, como el Kybalion enseña, todo es mental en el Todo, como expresión de una Consciencia Superior. En consecuencia, sólo nuestra mente (débil e imperfecta, sí, pero mónada al fin de la divinidad) nos permitirá entrar en sintonía con los niveles superiores espirituales y astrales.

 

CAMPANA PROTECTORA

            Quizás la expresión más fidedigna hubiera sido “esfera protectora”, si bien la costumbre impuso el término del subtítulo, por lo cual continuaremos refiriéndola así.

            Básicamente consiste en imaginarnos flotando dentro de una gigantesca esfera de color celeste brillante, que midiera algo así como cinco metros de diámetro. El ejercicio consistirá en permanecer sentados, bien sin cruzar piernas y brazos, bien en correcta posición de “medio loto”; ojos cerrados, manos sobre las rodillas con las palmas vueltas hacia arriba. Lentamente, siguiendo una respiración lenta y profunda, con cada exhalación de aire visualizaremos un efluvio nebuloso y rosáceo salir por las palmas de nuestras manos y flotar hacia arriba, hasta detenerse, formando una nube del mismo color, a unos dos metros por sobre nuestras cabezas. Luego de siete respiraciones profundas, recuperaremos el ritmo normal de respiración (en realidad, tenderemos a hacerla aún más lenta y suave de lo habitual) mientras la “nube” comenzará a expandirse, cambiando de color, primero como una tenue cúpula celeste brillante por arriba y a los costados y luego continuando hacia abajo hasta completar la esfera, atravesando, si es necesario, techo, mobiliario y piso.

            Luego, observaremos cómo lentamente todo comienza a oscurecerse por fuera de la esfera, hasta que más allá de ésta sólo observamos una negrura total. Dentro de la misma, también perdemos de vista el asiento, accesorios y hasta nuestra propia vestimenta y postura, hasta percibirnos a nosotros mismos flotando desnudos dentro de ella. Entonces, para aumentar nuestra resistencia y armonía psíquicas, expresaremos mentalmente (pero en forma potente) por tres veces la siguiente consigna: “Todo es paz y tranquilidad a mi alrededor. Paz y tranquilidad. Paz y tranquilidad. Mi cuerpo descansa. Mi espíritu descansa. Om y paz. Om y paz”.

            Om, es una sílaba sagrada sánscrita, un mantram, cuya vibración nos eleva y simboliza la inspiración de Brama (deidad suprema) que da alimento vital al Universo.

            Este ejercicio debe ocupar diez minutos aproximadamente, la mayor parte de los cuales, luego de la oración anterior, permaneceremos simplemente meditando sobre la imagen ya ilustrada. Finalizaremos con la repetición, por tres veces, de la siguiente frase: “Om, paz y tranquilidad, hûm. Om y paz, hûm. Om, hûm”.

            Hûm (pronúnciese “júm”, la “h” como una “j” aspirada) es la exhalación simbólica en la respiración de Brama. Si además queremos incluir en la protección a nuestros amigos y

familiares, procederemos de la siguiente forma: después de la primera oración, mentalizaremos a dichas personas aproximándose, flotando, por la oscuridad exterior en dirección a la esfera. Sus cuerpos serán tenuemente luminosos, y una larga prolongación brillante (el “cordón de plata”) veremos extenderse desde sus respectivas zonas umbilicales hasta perderse en la negrura del fondo. Lentamente se detendrán justo frente a la infranqueable esfera, y los recibiremos con la siguiente oración:

            “Yo te invito (aquí mencionaremos su nombre completo) a ingresar en mi esfera protectora, y a retornar a ella cada vez que yo (aquí nuestro nombre) decida construirla. Yo intercedo por ti, (nuevamente el nombre de la persona) ante la Consciencia Cósmica, fuente de toda Sabiduría y poder”.

            Y tras una breve pausa:

            “Yo (nuestro nombre) te ruego, Señor de la Sabiduría y Fuente de toda Razón y Justicia, me recuerdes como instrumento de Tu Poder, para bien de (nombre de la persona). Amén”.

            Y finalmente:

            “Yo (nuestro nombre) con el Poder que me ha sido conferido te protejo (nombre de la persona). Om y paz, om y paz”.

            Y finalizaremos con la oración de cierre. En todos los casos, las sesiones terminarán con las imágenes fundiéndose con la “reaparición” de nuestro entorno y, una vez hecho esto, abriendo los ojos lentamente. Fragancias que pueden acompañar la experiencia: incienso, mirra, sándalo o limón.

 

 

ARQUETIPOS PROTECTORES

            Los dividiremos en dos grandes grupos: los Arquetipos Personalizados  (que consisten en reflejar esquemas preexistentes) y los Arquetipos Idealizados (elaborados a partir de elementos de nuestro propio Yo). En ambos casos, alternativamente, corresponderán a algunos de los siguientes Arquetipos Simbólicos (o sea, la función que les es asignada): el Curador (para perturbaciones físicas provocadas por ataques psíquicos); el Triunfador (para sobrellevar las dificultades, especialmente en la vida material devenidas de esas agresiones); el Héroe (para desarrollar la templanza y entereza que nos permita socorrernos a nosotros y socorrer a los demás), la Fecundidad (para reconstruir sobre las ruinas, si es necesario) y el Consolador (para alcanzar paz y sosiego y llevársela a los demás)

 

Arquetipos personalizadosSANTA TERESA

Arquetipo Simbólico: El Curador.

Sahumerio: rosa.

Visualización mental: una joven monja con un ramo de rosas en su brazo izquierdo y extendiendo el derecho sobre nosotros (o la persona doliente) y de pie sobre una gran cruz latina hecha de pétalos de rosas.

Oración: “Santa Teresa de Jesús, protectora de doloridos y enfermos que en la hora crucial aún supiste anteponer el sufrimiento de los demás a tu propio dolor, te ruego intercedas por (aquí el nombre de la persona) para alejar de él (o de mí) aquello que alegra a las tinieblas. En el nombre del Padre, del Verbo y del Espíritu Santo, amén”.

 

 

SAN JORGE

Arquetipo simbólico: El Triunfador.

Sahumerio: lavanda, patchouli, musk.

Visualización mental: un joven vestido de caballero medieval, combatiendo previamente con un monstruoso reptil e hiriéndolo mortalmente con su lanza.

            El combate no debe durar menos de cinco minutos. Las figuras combatirán dentro de una estrella de cinco puntas el Santo, y fuera de ella el Dragón, esforzándose pero no pudiendo ingresar a la misma. Dicha estrella deberá ser llameante (de fuego) y nosotros ubicados a las espaldas de San Jorge, parados entre los dos extremos inferiores del pantáculo.

Oración: “Andaré día y noche con mi cuerpo cercado y circundado por las armas de San Jorge. Que no me vea preso ni mi sangre derramada. Andaré tan libre como Jesús nueve meses en el vientre de Virginis. Que mis enemigos, si tienen ojos que no me vean, si tienen oídos que no me sientan, si tienen boca que no me difamen, si tienen manos que no me tomen, si tienen pies que no me persigan y que todo mal que deseen vuelva contra ellos, amén”.

 

 

SAN LA MUERTE

Arquetipo simbólico: El Triunfador.

Sahumerio: violeta, frutilla.

Visualización mental: un esqueleto, de pie y apoyado en una guadaña, en un campo yermo. Por detrás de él y en el horizonte sale el sol. El viento, rugiente y arenoso, azota la escena. Aquí el esqueleto no simboliza la Muerte sino el Cambio (ya que esotéricamente el fallecer se considera sólo un cambio de estado) y en este sentido la interpretación es coherente con el simbolismo implícito en la carta XIII del Tarot. El Sol, al elevarse sobre el horizonte, deberá quedar enmarcado en el centro de un gigantesco triángulo rojo que poco a poco se plasmará contra el rojizo cielo de fondo.

Oración: “Señor La Muerte, espíritu esquelético poderosísimo y fuerte por demás como un Sansón en tu majestad, indispensable en los momentos de peligro, yo te invoco seguro de tu bondad. Ruega a Dios concederme todo lo que pido, mi abogado te nombro como el mejor y que todo se vuelva contra quien contra mí viene. Señor San La Muerte, mi ángel protector.

 

 

VIRGEN NEGRA

Arquetipo simbólico: La Fecundidad.

Sahumerio: jazmín, violeta

Visualización mental: las “vírgenes negras” se encuentran en templos del siglo VIII al XIII en Europa, y si bien se las identifica con la Virgen María en realidad se entiende que su origen es muy anterior, identificándose con los cultos a la fertilidad paganos, y sólo una transposición cultural las proyectó en la correspondencia que se les atribuye. Personalmente, creo que son un símbolo tardío de la diosa egipcia Isis, y hasta su color negro, es propio del concepto del barro del Nilo como fecundador. Recordemos que a ese barro le llamaban antiguamente en árabe al chem, de donde deviene alquimia y que tampoco es casual que la materia previa a la aparición del Huevo Filosofal es descripta como una “matriz negra”.

 

            Se la representa como una delgada mujer negra, con corona y actitud mayestática, con un niño sentado sobre la rodilla izquierda y la mano derecha elevada en actitud de bendición (pulgar sobre anular y dedos meñique y medio estirados hacia arriba). Tanto su cabeza como la del niño aparecerán orladas por los reflejos emanados de una cruz, lila, que refulge por detrás.

Oración: “Tú que gobiernas la Humanidad haciendo, divina Madre, descarga de sus cuerpos y sus mentes, limpiando los vientres e infundiendo en nuestros corazones el respeto y la veneración debidas a esa fuerza de la naturaleza que simbolizas, permite que tus dedos nos protejan y amparen. Te suplicamos, poderosísima, este ruego a conseguir: (aquí mencionamos nuestro deseo) y con todo amor y justicia dame luz precisa y fuerza necesaria para soportarlo todo. En armonía quiero vivir. Protege a mis seres queridos de todos los males y peligros. Salve, Reina”.

 

            Antes de continuar, un par de aclaraciones de interés. El mantram “om” podemos pronunciarlo de dos formas pero, en ambos casos estando debidamente conscientes de su significado simbólico. Papus nos enseña que OM simboliza las fuerzas solares como tales, movilizadoras del potencial consciente del operador, donde la “O” prolongada potencia la Mente Abstracta y la “M”, también prolongada, el Amor incluyente (a los demás) y la Voluntad del bien. En su defecto podemos trabar con “aum”, convocatoria de las fuerzas lunares, en este caso, movilizadoras del potencial inconsciente del operador, donde “A” es la Mente Concreta, la “U” el Poder Psíquico y la “M” la Vida Instintiva. Sea cual fuere la forma de nuestra elección, para que surta todo su efecto, en el momento de su pronunciación debemos estar simultáneamente concentrados en estas propiedades intrínsecas del sonido.

            Además, y cuando debamos repetir las sesiones de trabajo más de una vez (o trabajar con un mismo objetivo pero con distintas personas o grupos de personas) conviene tener entre las manos un trozo de plomo (o hacerlo circular entre los compañeros) porque (y aquí seguimos a Alejandro Hëgëdus) este material tiende a acumular la energía descargada por las manos que en todos los casos, y en virtud del ritual, estará conferido de una condición especial.

 

JESÚS

Arquetipo simbólico: El Consolador.

Sahumerio: rosa, sándalo, incienso.

Visualización mental: la imagen hagiográfica del Sagrado corazón, aquella en que se entreabre las vestiduras y muestra en su pecho la imagen de un corazón luminosamente envuelto en llamas que todo lo purifican y nada consumen, excepto la maldad y el dolor.

Oración: “Señor, tú que sufriste y entregaste tu cuerpo por Amor a los hombres, eres ahora Juez de mi corazón, mi mente y mi alma. Te ruego que lleves paz a mi espíritu y al de (aquí el nombre de quien queramos ayudar) y te reitero mis votos de fidelidad, por los siglos de los siglos, amén”.

 

 

Arquetipos idealizados            Estos serán el Sabio (Triunfador), el Sacerdote (Curador), el Guerrero (Héroe), y el Músico (Consolador). En todos los casos y tal como enseña Dion Fortune (si bien en su época no se había alcanzado el desarrollo de aplicaciones tan específicas y variadas como las que aquí señalamos), quien aparecerá investido con los atributos de cada Arquetipo seremos nosotros mismos, para operar en nuestro ser el cambio y los efectos emanentes de cada personalización.

 

EL SABIO

            Nos veremos (después del ritual de introducción ya señalado) de pie en un campo, bajo un cielo estrellado. Ubicaremos el Este y hacia allí nos volveremos, viéndonos vestidos con una larga túnica blanca. En nuestra mano portaremos una pequeña vara de madera de no más de treinta centímetros de largo (puede ser una corta rama de árbol) y, extendiéndola hacia delante y abajo, visualizaremos salir de su extremo un delgado haz de luz violácea, hasta hacer impacto en el suelo. Giraremos en el sentido de las agujas del reloj, trazando un círculo luminoso a nuestro alrededor, mientras pronunciamos la siguiente frase:

            “Yo (nuestro nombre) en el nombre del Ser Supremo y su Consciencia, trazo este círculo, para mantener a distancia a todos los elementos y a todos los entes que busquen dañarme, por la gracia de Su bondad y Su poder”.

            Luego, al completar el círculo, trazaremos un sello de Salomón, o estrella de David, sobre el suelo y dentro de aquél, primero el triángulo cuyo vértice superior apunte en este caso hacia el Este, y luego el otro, cuyo vértice apuntará, obviamente, hacia el Oeste, y sus ángulos tocando siempre la línea de la circunferencia, efectuando este paso con la pronunciación de la siguiente oración:

            “Yo (nuestro nombre) en el nombre del Ser Supremo y su Consciencia, me propongo y declaro Triunfador por sobre mis enemigos, Triunfador sobre sus actos y Triunfador sobre el Mal que me acecha. Yo, (nuestro nombre) soy un Triunfador y con la gracia de Dios y Su misericordia venceré todos los obstáculos y todas las barreras. En el nombre del dios del Universo y Su poder, amén”.

            En todo momento, usaremos frutilla y violeta como sahumerio. Repetiremos este ritual tantas veces como lo deseemos, y recordemos que si bien tanto la ambientación como los pasos a seguir deben ser ejecutados mentalmente, convendrá que tanto la orientación cardinal como la dicción de las oraciones sí sean efectuadas en realidad.

 

EL SACERDOTE

Nos visualizaremos en el interior de un templo, de la naturaleza, características e idiosincrasia que prefiramos. Cerca del altar o cabecera, nosotros de pie, cubiertos con un mantón púrpura o amarillo con una capucha sobre nuestras cabezas, ceñida nuestra cintura con un cordón dorado. Repetiremos, entonces, la siguiente oración:

            “Yo (nuestro nombre) invoco al Poder Celestial para que extienda sobre mí Su protección, om y paz, om y paz”.

            Luego nos visualizaremos encendiendo frente a nosotros tres velas blancas, dispuestas en triángulo sobre un candelabro, repitiendo la siguiente frase:

            “En el nombre del Padre (primera vela), del Verbo (segunda) y del Espíritu Santo (tercera) y con la luz material de estas velas, llevo luz espiritual a mi alma, la de los míos y a la de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Que las tinieblas retrocedan ante Su luz, como la oscuridad de esta sala frente a estas velas, amén”.

            Y para terminar:

            “Yo (nuestro nombre) me proclamo Curador de todos los males y dolores, materiales y espirituales, invocando la Protección Divina, amén”. Usaremos como sahumerio, jazmín y violeta.

 

EL GUERRERO

            Nos veremos de pie en una gran caverna, de espaldas a la boca de entrada y mirando hacia la negrura de las profundidades, cubiertos con el ropaje de un guerrero medieval, en su armadura.

            Extraeremos nuestra espada y trazaremos un círculo a nuestro alrededor, tal cual lo hiciéramos en el papel del Sabio, en el suelo, pero este círculo comenzará a llamear a medida que la punta de la espada avanza. Las llamas nos rodearán, mientras repetimos la siguiente oración:

            “Yo (nuestro nombre) me proclamo un héroe humano capaz de soportarlo todo, vencerlo todo y perdonarlo todo. Soy soldado del Señor del Universo, y en Su nombre enfrentaré todo, hasta imponer mi voluntad, que es sólo reflejo y expresión de la Suya. En Su nombre, Iod (nos tocamos la frente), He (el centro del pecho), Vau (el hombro izquierdo), He (el hombro derecho) no retrocederé ante nada, amén”.

            En este caso, sahumerio con fragancia lavanda o patchouli.

 

EL MÚSICO

            Los elementos para trabajar en este caso, además del ritual introductorio, deberán consistir en sahumerio de incienso, sándalo o rosa y una adecuada música de fondo. En este sentido, recomiendo la “Obertura 1812”, de Tchaikowsky, “La ciencia reveladora de Dios” del conjunto inglés Yes, “Háblame, respira” de Pink Floyd, “Los tres hados” o “Trilogía” de Emerson, Lake & Palmer, el “Himno a la Alegría” o “Aída”, de Verdi.

            Todo consistirá, entonces, en visualizarnos dirigiendo la orquesta o conjunto que ejecuta el tema elegido, teniendo como fondo un gigantesco eneagrama que, para el caso eventual que el lector ignore, es este símbolo:

            Antes de comenzar, ya de pie en el podio y frente al atril, en profundo recogimiento, pronunciaremos la siguiente oración:

            “Yo (nuestro nombre) elevaré a Dios la gratitud de mi corazón con estos acordes y, como mensajero de Su amor, rogaré para que Su benevolencia y Su magnificencia cubran a mis seres queridos como las notas de esta música me cubrirán ahora. Om y paz, om y paz”.

 

 

CONSIDERACIONES FINALES

            Es posible que algún lector aún se cuestione la efectividad de estos métodos, así como su fundamentación. Además del hecho incuestionable de que la mejor forma de juzgar una técnica es probarla sobre el terreno, el Ocultismo tiene raíces basadas en premisas y Leyes universales. Los métodos funcionan, porque por principio de analogía todo lo mental tiene su correspondencia en los otros planos, astral incluido. Dice Jesús Iglesias Janeiro (“La cábala de la predicción”, Editorial Kier, pág. 12): “Llámase Libro Akáshico al espacio interplanetario e intercelular ocupado por los siete éteres o principios que constituyen la “materia madre” que da forma a cuanto existe, éteres en que se reflejan las imágenes de lo que sentimos y pensamos y en los cuales toman forma etérea los seres, cosas y eventos antes de adquirirla en la realidad, algo parecido a lo que ocurre con una fotografía: que antes de impresionarse en la placa sensible es forzoso que tome forma en la luz que actúa en esa placa. En lo concerniente al Libro Akáshico, sin embargo, teniendo los eventos, cosas o seres apariencia distinta de la que asumen al materializarse, pero no sólo perfectamente identificable el total por cualquiera de sus partes, cual ocurre con el organismo físico, sino incorporado en cada característica todo lo relacionado con la imagen completa”. Dicho en otros términos, por correspondencia semejante es que la formulación mental y sus oraciones provocan reacciones sensibles en nuestro marco referencial, respondiendo así a pautas que verdaderamente nos permiten considerar este sistema como una real programación mágica.

            Así, todos los Arquetipos señalados lo son en virtud de reflejar contenidos propios del Inconsciente Colectivo que de esta forma pasan de ser una estructura latente a una dinámica, generando con este desplazamiento una forma de energía. En cuanto a los símbolos, advirtamos que es en realidad un signo depositario de una codificación; conlleva, por así decirlo, memoria (en el sentido cibernético de la expresión). Los místicos saben bien que si una persona medita sobre un símbolo con el que otrora, también mediante meditación, se asociaron ciertas ideas, obtendrá acceso a esas ideas, aunque ese jeroglífico jamás le hubiera sido explicado por quienes a su vez recibieron la tradición. Dicho de otra forma: un símbolo es una máquina psicológica transformadora de energía.

            Y en cuanto al efecto de las fragancias de los sahumerios, expliquemos su mecánica con la misma claridad meridiana que lo hiciera Iglesias Janeiro en su obra ya citada. “Como sabemos, en la composición de aquéllas son cuerpos que se forman por la combinación proporcional de carbono, hidrógeno, oxígeno, azufre y nitrógeno, llegando a constituir materias aromáticas específicas, los éteres, que son las bases en que tales materias adquieren cuerpo y poder volátil, impregnando otras sustancias y haciendo que, sin dejar de ser lo que son, participen de propiedades que no tenían. Estas propiedades son, por ejemplo, activar los centros psíquicos que desencadenan a su vez los automatismos que facilitan el afloramiento de las energías que laten tanto en nuestro inconsciente como en nuestro cuerpo etéreo. Además, así como ciertos olores repugnantes están asociados a la presencia de entidades negativas, determinadas fragancias, por la misma relación de correspondencia, alejan a tales o propician el acercamiento de otros entes, habitantes de planos superiores a aquéllos”.

            Es posible que algún lector que no comulgue con las religiones aparentemente citadas en el contexto a partir de sus elementos rituales (catolicismo, judaísmo, hinduismo) pueda suponer que en su caso particular estas técnicas no surtirán efecto. A esto podemos oponer las siguientes observaciones:

            En primer lugar, obsérvese que los elevados personajes ejemplificados, al margen de su realidad histórica, comparten una realidad mística: son verdaderos arquetipos porque, con diferencias en sus nombres, sus vestiduras y otros detalles de similar tenor, todos ellos aparecen en todas las mitologías y todas las religiones. Esta universalidad sólo puede explicarse en tanto y en cuanto admitamos que son arquetípicamente preexistentes; porque están en el inconsciente colectivo de la humanidad, a través de los tiempos, generan y acumulan una energía potencial que nosotros “evocamos” por un simple principio de reflexión (no en el sentido de “pensamiento profundo” sino de “pensamiento reflejo”). Aquello que existe en el Macrocosmos de la mente colectiva debe detonarse también en el Microcosmos de nuestro psiquismo individual. Así, las oraciones que acompañan a las técnicas tienen por objeto focalizar nuestra atención y concentrarse exclusivamente en lo que estamos haciendo.

            Recordemos, como punto fundamental, que el sistema TAM se basa en esa Ley Universal que nos dice que “Todo es mental en el Todo”. El Universo es mental. Lo conocemos como Principio del Mentalismo. Cuando decimos que Todo es Mente, es obvio que no nos estamos refiriendo a que ese Todo sea producto de “nuestra” psiquis, es decir, no cayendo en un mero individualismo subjetivista kantiano. Lo que llamamos en este caso Mente, es la Mente Universal, la Consciencia Cósmica. Dios. Todo lo que integra la naturaleza, las energías, la materia en sus distintas manifestaciones, nosotros mismos, no son (no somos) mas que órdenes o niveles inferiores, planos cada vez más densos de esa suprema sutileza que es la Consciencia divina. Quizás a nosotros, humanos mecanicistas, nos resulte difícil entender que inclusive aquello que tocamos con nuestras manos, que creemos tan seguro y concreto, podría desvanecerse en la nada si la omnisciencia divina así lo quisiera.

            Para ilustrar más fácilmente este concepto, imaginemos que el cosmos es como un río que fluye de una cascada hasta morir en los bañados campestres. A la altura de la cascada, el agua fluye rápida y cristalina. Llegada a la llanura, los meandros de su recorrido reducen su velocidad y la enturbian, para terminar estancándose en los bañados de la forma negra y espesa del lodo. Existen claras diferencias entre el agua transparente veloz de la cascada y el agua turbia y lenta del río, sí, pero ¿alguien podría señalar con certeza donde termina una y comienza la otra?. ¿Acaso no es cierto que todos son gradientes más groseros o sutiles de la misma cosa?. En nuestro Universo ocurre lo mismo; a fin de cuentas, si hoy sabemos que materia y energía son dos aspectos distintos de los mismos elementos básicos, y si la mente es una forma particular de energía, aplicando un carácter transitivo, ¿no es evidente que mente y materia son sólo diferencias de grado?.

            Por ello, el ritual mental que efectuaremos en Autodefensa Psíquica es “real” y no meramente “imaginario”. Todo lo que creemos “inventar” ya figuraba en el Registro Akáshico, o a partir de entonces queda plasmado en él.

            Hermes Trimegisto dejó escrito que “la imagen de Todo lo que ha de ser, ya está hecha”. Aristóteles llamó a esto “principio de las entelequias” y J. Iglesias Janeiro señaló que “las entelequias pueden suministrar las medidas de tiempo en que la materia que las llene ha de darles realidad”. Es por esto que sostenemos que la fuerza, la verdadera e increíble fuerza

del Ocultismo reside en que aunque ninguna de sus afirmaciones fueran “ciertas”, los siglos y la reiteración de sus creencias terminarán por hacerlas realidad, al transformarlas en entelequias.

            Todo ritual mágico (misas católicas incluidas) toman de estos principios todo su poder; aun los mecanismos más, digamos, costumbristas, tienen una gran operatividad. Decir una plegaria a la hora de sentarnos a la mesa, por ejemplo, elimina las bajas astralidades aún sujetas a la carne, ya que sabemos que los animales, muertos brutalmente en los mataderos, inmersos en el miedo, no liberan sus paquetes de memoria con la suficiente naturalidad.

            Todos los rezos, entonces, tienen su potencial y además un simbolismo implícito que devela su verdadera naturaleza. Empleemos entonces una fraseología meramente occidental o recurramos a terminología sánscrita, los arcanos revelados son siempre los mismos. En nuestros Padrenuestros y otras oraciones donde se menciona a la Trinidad, se encierra una verdadera lección de mecanismos cósmicos. En este sentido, Papus enseñaba, por caso, que la Cábala llama “Padre” al principio que actúa sobre la marcha general del Universo; “Hijo” (o “Verbo”) al principio en acción sobre la Humanidad, y “Espíritu Santo”, al principio de acción en la Naturaleza. ¿Comprenden ahora el tremendo poder que pueden concitar dentro de ustedes mismos?.