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Asocial de Isabel MªAvila Aguera

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ASOCIAL

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ASOCIALIsabel Mª ÁvIla agüera

GEEPP Ediciones

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ASOCIAL de Isabel Mª Ávila Agüera

Colección DOCEO (Investigación Educativa)

1ª edición – julio 2011 © Isabel Mª Ávila Agüera

© de esta edición: GEEPP Ediciones

EDITA: GEEPP Ediciones

Gestión y Edición de Publicaciones Profesionales SL www.tueditorial.es – [email protected] 71

DISEÑO DE CUBIERTAS: Álvaro Tortosa Nadales

MAQUETACIÓN: Emiliano Molina – www.taskforsome.com

ISBN: ISBN-13: 978-84-92850-73-0

ISBN-10: 84-92850-73-6

DEPÓSITO LEGAL: SE-xxxx/2011

INFORMACIÓN PARA BIBLIOTECAS: CDU: 37.015 Psicología pedagógica. Sociología de la educación.

SIGNATURA: 37.015 – AVI – aso

IMPRIME: PUBLIDISA

Impreso en España

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Índice

Mayo 1966 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

Lucía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

María . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

Lucía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

María . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

Juana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31

Julia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

Juana (madre de María) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

María . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37

Juana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

Julia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41

Julia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

María . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51

Julia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53

Verano de1997 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59

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De una misma flor la abeja saca la miel

y la serpiente su veneno.Refranero

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Sabía que había diferencias. Conocía a chicas que hablaban de tal o cual camisa, falda u otro adorno, que, al

parecer, era de dominio público que estaba de moda. Ella nunca se había interesado en esas cosas, nadie le había orientado en un sentido u otro, simplemente, no le interesaban.

Cuando durante el recreo de su colegio, se iban a tomar algo de lo que sus madres les preparaban, las demás chicas la miraban, como las niñas pequeñas suelen mirar, con una mezcla de curio-sidad, desafío y descaro que afortunadamente va desapareciendo cuando van anidando en ellas nociones básicas de disimulo y respeto. Al menos en cuanto a la exteriorización y expresión de esta insolencia. A veces pensaba, “¿qué les extraña?”. Mi madre siempre me prepara una bebida caliente que a mí me encanta, sino fuera por el extraño sabor que el mismo contenedor le añadía a la bebida y que se unía a las miradas con cierto aire reprobatorio que manifestaban las demás chicas cuando veían que alguien se llevaba una merienda cuando, a lo sumo, iban a pasar un par de horas de clases privadas.

La escuela estaba dirigida y organizada por la maestra y su marido, militar y maestro de orden, a tiempo compartido. Las clases estaban establecidas de forma que por las mañanas comen-zaban a las nueve y se prolongaban hasta las dos, a continua-ción cada alumno volvía a casa con la opción de volver o no a las clases por la tarde. Durante la tarde, estas comenzaban a las tres y continuaban hasta las nueve, aunque este horario estaba a disposición de los padres. Pocos consideraban que sus hijos debían ir el horario completo. Gran parte de ellos asistían una o dos horas. La escuela que no era otra cosa que una casa que antes había tenido funciones de hogar y esto se dejaba ver en su distribución ya que aún conservaba una antigua cocina y unas habitaciones en las que se había substituido las usadas camas de

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hierro y latón , armarios, aguamaniles y otros enseres de la época, por desvencijados pupitres, sillas y pizarras que parecían haber sido utilizados por diferentes manos durante muchos años, ya que el pino utilizado y protegido por una pátina de aceites ape-nas dejaba entrever un resquicio de la madera original cubierta en esos momentos de suciedad, garabatos y nombres de alumnos que abandonaron su niñez hacía bastantes años. Como muchas viviendas de la zona, esta era una de las cinco que constituían un patio de vecinos y como tal el patio central era de uso común y con este la letrina que no era otra cosa que un habitáculo de un metro por noventa centímetros con un poyete de cemento donde se encontraba el agujero para realizar las deposiciones.

No sabía que les extrañaba. Quizás, que llevara la merienda preparada, que no hablara con nadie, que era la chica que siempre se sentaba allí aun sabiendo y temiendo día a día que le prestasen atención. Cuanto hubiese deseado que a esa hora del día, durante el descanso programado de las clases o para ser más exactos durante el cambio de turno de mañana, tarde o noche ya que en este tipo de escuelas no estaba establecido el recreo, ocurriera lo que siempre ocurría durante las demás largas horas del día. Pasar inadvertida, volverse invisible. Solo quería que jugasen, que cualquier otro asunto llamase su atención, un juego, otras niñas, cualquier cosa. Es curioso, aquello que tanto había temido durante meses, ahora, era lo que deseaba. Cuantas veces había necesitado la atención de sus compañeras, que las permitieran participar de sus juegos, aunque solo fuera partici-par, no se proponía ganar, o llamar la atención ni mucho menos rivalizar con las demás chicas.

Se devanaba los sesos por encontrar el motivo que llamaba la atención de sus compañeras. Quizás fuera el mismo aislamiento que ella provocaba, no se atrevía a iniciar una conversación ni tan

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siquiera un mero comentario. Ya lo había intentado en alguna ocasión y solo consiguió respuestas monosilábicas y nuevas mira-das extrañas y comentarios susurrados seguidos de algunas risas.

Intuía que algo la separaba de ellas, no era revoltosa, no nece-sitaba llamar la atención ni para bien ni para mal, se aburría en clase porque creía que no tenían tareas demasiado difíciles o que sus compañeras tardaban en asimilar los contenidos, de hecho era la alumna que servía de reclamo cuando algunos padres se acercaban a la escuela para seleccionar un lugar donde su hijo o hija recibiera la educación a la que la mayoría de ellos no habían podido optar. Pero no era nada de esto, sospechaba que había ciertos protocolos en las relaciones con los demás que ella no llegaba a asimilar.

Tan difícil era darse cuenta de que no sabía que decir, que solo hubiera necesitado un pequeño impulso o un hola, lo hubiera dado todo para no sentirse sola. Habría hablado de cualquier tema. Eso no es difícil, solo hay que empezar.

Provocaba sentimientos contradictorios en la gente. Por un lado los adultos reaccionaban con cierta complacencia, sobre todo aquellos que no pertenecen al círculo familiar, probable-mente, imaginando tener una hija de la misma educación, modo de estar y buenas maneras. Sin embargo, sus hijas sentían curio-sidad. Pero no la curiosidad que induce a una búsqueda, a una indagación, a un conocimiento, no, sin pasar por estos requisitos, su curiosidad conducía directamente al rechazo y a la burla.

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Mayo 1966

El lago en esta época del año empezaba a estar tran-sitado por la chiquillería del pueblo, necesitada de menos

requisitos en condiciones medioambientales. En meses como junio, que era el que transcurría, aún no hacia suficiente calor como para sentir necesidad de darse un remojón. Era suficiente que hubiera varios chicos o chicas reunidas y ganas de jugar.

El lago, que en realidad era un pantano, en esa época del año dejaba entrever un invierno escaso en lluvias y probablemente un verano con restricciones de agua. Aunque esto no significaba grandes problemas para la población, ya que debido a la cercanía al mar eran numerosas las viviendas que contaban con pozos que no presentaban ninguna dificultad para Señor Juan, el zahorí del pueblo, a la hora de encontrarlos.

El pantano situado en el centro de una gran planicie en la que desembocaba el agua que bajaba de las pequeñas sierras que rodeaban a este y que se encontraba en su recorrido con grandes y bellos alcornocales base principal de la economía de la zona.

La madera del alcornoque no es utilizada por su dificultad para trabajarla ya que se rompe con facilidad, sin embargo como leña es muy apreciada pues su combustión es lenta y además calorífica. Como consecuencia el carbón resultante es de muy buena calidad.

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El procedimiento de la saca del corcho varía bastante a lo largo del crecimiento del árbol ya que este debe dejarse crecer hasta los veinticinco o treinta años que es cuando se realiza el primer descorche, y este, no debe sobrepasar mucho más la altura de un metro. El segundo descorche deberá esperar hasta que el árbol tenga entre cuarenta y cinco y cincuenta años que será cuando el corcho producido será de buena calidad y apto para distintos usos. El clima de la zona debe ser cálido para que el árbol tenga un crecimiento y desarrollo óptimo con temperaturas templadas en invierno y calurosos en verano y con precipitaciones de lluvia en primavera y otoño.

En otros tiempos el alcornocal se utilizaba como lugar de pastoreo pero esto más tarde ha sido sustituido por la caza, que sale beneficiada del consumo, por la ganadería, del fruto del árbol: la bellota. Esta, que aunque de sabor amargo, los animales la consumen sin problemas e incluso en épocas de escasez abas-tecía al ser humano, aunque por su sabor era más apreciada la bellota fruto de la encina. Con ventajas como que este fruto está presente prácticamente casi todo el año, puesto que madura en el otoño dando lugar a tres cosechas distintas en el mismo año.

La corona de pueblos que circunvala al embalse tenía como sustento la producción propia de la población. Por un lado las mujeres criando y alimentando a todo tipo de ganado pequeño: gallinas, cabras, cerdos. A la conservación y producción del huerto cuyos frutos variaban desde tomates, pimientos, gui-santes o ¨chicharos¨, melones, sandias. Al cuidado de la casa, la preparación del pan, un pan que podía durar varios días sin que variara en ningún momento su estado.

Los hombres por otro lado, a la preparación del picón para braseros o del mismo carbón. Trabajos como jornaleros y muchas

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veces a la recolección furtiva de productos silvestres como los espárragos, el palmito o las tagarninas.

Estos mismos alcornoques reforzaban con sus ramas esa brisa fresca tan necesaria en días de intenso calor. De modo que las reuniones de grupos en torno al lago entre chicos y chicas eran continuas y se prolongaban durante horas.

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Lucía

Sabía que los chicos se reunían allí, había conseguido que su madre le diera permiso para ir, incluso le había dejado

creer que estaría acompañada cuando en realidad estaría sola.Después de oír todos los consejos que esta le dio conminán-

dola a ser prudente, recitando una retahíla de cuidados que debía tener fuera del agua y, continuando con otra retahíla, no más corta, de los cuidados que debía tener dentro de esta.

Ella tendría cuidado, no quería que su madre se enfadara y le prohibiera volver otro día. De todas formas era miedosa, se preocupaba en exceso, en todo caso, le hubiera venido mejor a su carácter que alguien le recomendase divertirse, relajarse y disfrutar.

Se quitó el top de tirantes rosa y los pantaloncitos cortos de color blanco con unas zapatillas a topos rosa y blanco, que le pidió a su madre que se lo comprase, el año pasado, para la feria del pueblo. Le gustaba esa combinación de colores.

Se metió en el agua, estaba lo suficientemente fresca para hacerte sentir bien. Era difícil que el agua de este embalse lle-gara a niveles de frialdad más altos. Dio unas brazadas, estaba satisfecha de esto, nadie le había enseñado solo tuvo que propo-nérselo un día y la verdad que no le había costado demasiado. Era cuestión de voluntad.

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Mientras jugueteaba con el agua, nadando, intentando hacer el pino o dar la voltereta, oyó unas voces de niñas que a juzgar por la claridad de sus voces no debían estar muy lejos. Y así era. Fueron apareciendo tras un montículo una detrás de otra char-lando, gesticulando y riéndose a grandes carcajadas. Entre ellas María, esa chica le gustaba, siempre estaba contenta, sonreía, jugaba, gritaba y las demás chicas disfrutaban con ella.

Aunque a veces también se la veía triste.

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María

Cómo le gustaba estar allí. Hablando con sus ami-gas, inventando juegos o jugando con algunos de los que

había aprendido. Bueno, alguno de ellos aún no lo había apren-dido bien, le gustaría tener más facilidad para aprender.

Por ejemplo, no conseguía aprender a jugar al ajedrez. No consistía solo en conocer las piezas, sus funciones y movimien-tos. Esto no bastaba, después había que continuar el juego que se basaba principalmente en planear jugadas y prever los movi-mientos del contrario. No conseguía ordenar todo esto en su cabeza.

Prefería otros juegos como aquel que le habían enseñado sus amigas y que consistía en repartirse cuatro o cinco niñas en las esquinas interiores, generalmente, de un patio, permaneciendo una en el centro, que es la que debía evitar que las demás inter-cambiasen las esquinas con sus compañeras o bien ser lo sufi-cientemente rápida para que durante el intercambio ocupase la esquina momentáneamente vacía. El juego le gustaba mucho, siempre y cuando no fuera ella la que ocupara el centro teniendo que vigilar el juego de las demás, para conseguir una esquina.

Tenía muy buenas amigas, ella las quería mucho y se porta-ban muy bien con ella incluso cuando jugaban. Algunas veces,

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si le tocaba quedarse en el centro, alguna de ellas le facilitaba de alguna forma, que pudiera conseguir la esquina.

También le gustaba hablar de¨ trapitos¨. Gracias a eso con-seguía combinar colores y aunque al principio le costaba, había llegado a gustarle. Pronto cumpliría doce años y tenía que con-seguir ir tan bonita como sus amigas iban.

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Lucía

En el colegio todo iba bien, le gustaba estar allí. Controlaba la situación, asimilaba rápidamente las explica-

ciones de la profesora. Incluso a veces se aburría. “Tardaban tanto en explicar nuevos temas”, ya fuera geografía, historia, lengua, le daba igual, solo deseaba que fuera más rápida.

Hoy hay castigo colectivo, alguien ha debido hacer algo que no debía y no es que no se sepa quien fue. Pero así funciona, cuando salgamos de clase, formaremos una fila y don Carlos ira golpeando uno a uno a todos los alumnos de la clase sin excep-ción, con una regla.

Evidentemente el castigo es inadecuado para el resto de los alumnos que no han infringido las normas de la clase. Inade-cuado por el mensaje que intenta transmitir, esto es el orden del aula, inadecuado porque quien lo administra es el marido de la profesora. Quizás incluso, inadecuado para el que ha infringido las normas. Por otro lado, lo que está en la mente de los alumnos es el cuarto de hora que probablemente eliminaran del horario escolar mientras se cumple el castigo.

Para Lucía esto significaba dejar de formar parte de un grupo. Para ella el término de las clases implicaba tener que enfrentarse al día a día de comer sola y esperar el comienzo de las siguientes clases, con alumnos distintos. Su madre y su maestra habían

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decidido que “teniendo en cuenta el trayecto que Lucía tendría que andar y desandar, mañana y tarde, todos los días incluido los sábados, sería más conveniente que la niña se trajera el almuerzo y la merienda a la escuela”. Un almuerzo que consistía, general-mente en un guiso de legumbres, potajes, algo preparado por su madre por la mañana temprano y que pudiera mantenerse caliente hasta la hora de comer en el colegio. Reto que escasas veces se conseguía.

Siendo la única chica que permanecía en el colegio durante esas horas, era fácil conseguir cierto grado de introspección. Pen-saba y pensaba mucho e imaginaba y jugaba sola y se acordaba de María. Esa chica le gustaba, se la veía una chica libre, emanaba alegría quizás ese era el motivo por el que nunca estaba sola. De esta forma fue pasando el tiempo hasta el momento en que según la maestra Julia, esta estaba preparada para presentarse a los exámenes de admisión en el instituto local.

El Instituto, una edificación dejando a un lado su inadecuada ubicación, tenía todas las clases orientadas al norte aunque esto no afectaba demasiado a sus moradores debido a que el pueblo se hallaba en una zona de clima cálido. Sin embargo el edificio sor-prendió en la época por su desmesurada dimensión conformada por cuatro enormes alas que vistas desde el aire nos mostraría una enorme hache donde los dos grandes patios eran el resultado de la formación de las dos alas más el pasillo central, añadiéndosele a estos todo el perímetro de terreno que rodeaba a la edificada gran hache. Este instituto, el primero de la zona, albergaba una alta cantidad de alumnos. La primera razón de esto se debía al lento resurgimiento de la sociedad, después de la posguerra hay una necesidad de dejar todo atrás, la economía mejora y la gente empieza a pensar en el futuro, sobretodo en el de sus hijos.

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La ley de Instrucción Pública, establecida a mediados del siglo diecinueve, favoreció una buena ordenación administrativa de la enseñanza. Hubo cambios significativos en la ordenación del ciclo escolar. Permitía el ingreso en el instituto de los alum-nos a partir de los nueve años previo examen de cultura general, al que habían sido derivados tanto alumnos que procedían de escuelas privadas como públicas.

Julia se presentó a este examen y lo aprobó, sin embargo, el cambio fue radical en cuanto a materias, profesorado, organiza-ción de clases, horarios, etc.

Los años que siguieron no le demostraron que estuviera en lo cierto. Fueron años aceptables desde el punto de vista académico no en relación con el social. Seguía suscitando miradas, era algo de lo que no lograba zafarse. La situación no había cambiado, incluso ahora en el instituto, si iba al baño la miraban. Al aula de deportes, la miraban, al entrar la miraban, al salir la miraban.

A veces, en momentos en que se sentía más optimista, más relajada, con momentáneos incrementos de autoestima creía que su hermetismo era el causante de su distanciamiento con cual-quier ser humano y que el desconocimiento de este ser humano a su vez era causa directa de su hermetismo. Y el paso de los años en este estatus solo lograba estacionar la situación. Esperaba que solo fuera una estación más en su vida, aunque tenía que recono-cer que duraba más de lo que hubiese deseado.

Lucía la conocía desde hacía algunos años y aunque siempre vio algo extraño en ella no podría explicar que era. La alegría y sobretodo la expresión natural de sus sentimientos derribaba cualquier barrera que se pudiera levantar entre un grupo de chi-cas preadolescentes. Iban al cine, al lago o simplemente a pasear por las calles del pueblo con el único fin de ver a los chicos. Había algunos bastante guapos y a ellas les gustaba coquetear,

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intercambiar miradas y al fin, pasar el rato porque no se trataba de llegar más lejos. En ninguna de ellas había anidado aún la idea de hacer planes más importantes o que alguno de esos chi-cos llegara a ser algo más que una forma de pasar la tarde de un domingo.

Lucía las veía salir, y a veces, de encaminarse de una casa a otra, tras la cual, el grupo se veía incrementado en una más. Pla-nes de fin de semana que se gestaban durante el transcurso de los días en el colegio. Durante la época estival hacían sus planes de un día para otro, con el picoteo que cada una de ellas se llevaba a media mañana de casa.

Lucía sin embargo, veía más obstáculos en las relaciones sociales.

Desde muy pequeña sus padres, quisieron que la vida y objetivos de ella fueran encaminados hacia el estudio y el perfec-cionamiento. Veían en ella unas aptitudes que no tenía, o bien, quizás ese perfeccionamiento además de no ser esencial para vivir era muy posible que necesitara algún que otro ingrediente más que el estudio y auto reflexión, y la huida de todo aquello que ellos pudieran considerar banal o superfluo.

Auto reflexión. Pasaba horas reflexionando. El resto del tiempo que no pasaba en clases, oía música y reflexionaba. Esto hizo que desarrollara una gran empatía hacia otras personas, llegó a ser un mecanismo automatizado, trasladaba su mente y conseguía ubicarla en el cuerpo de otra persona y de esta forma ocupar la situación mental de esta. Bastaba que esta se encon-trara frente a un dilema de cualquier índole para que este pasara automáticamente a ocupar la mente de Lucía y tratara de encon-trar las posibles soluciones. Esta capacidad que en principio, es necesaria e incluso esencial, para que una sociedad avance y eli-mine lacras que asolan el mundo, y que al menos se mitigarían,

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si la humanidad usara más a menudo la empatía como ejercicio mental sin importar si eres el vecino, el compañero de trabajo, un señor que va en autobús o el presidente de una nación.

Sin embargo a ella acabó provocándole falta de identidad, le creaba confusión, por ello, a veces no sabía dónde empezaban sus derechos y terminaba los derechos de los demás. No discernía entre la importancia que podía tener sus problemas y hasta qué punto parte de la solución de estos podía estar en las manos de otros.

Sus problemas y confusiones, empezaban y terminaban en ella. No sería hasta mucho más tarde que se daría cuenta que uno de los efectos de la falta de habilidades sociales en el ser humano es que el desconocimiento de ciertos modos y protoco-los de conducta, que no de valores, te lleva a la no sincronización de este con su tiempo.

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María

La ciudad amaneció bañada de ese tufillo que impreg-naba el aire de aquellas que se encontraban a orillas de un

mar y que después de una lluvia copiosa seguida de un par de días soleados, con emanaciones de metano que se infiltraban por cañerías y desagües, uniéndose a esto, el que los gobernantes de turno no cumplían con los requisitos mínimos de limpieza de estas.

Esa mañana se había levantado con la noticia que le había dado su madre de que tenían que asistir a la revisión que se hacía desde pequeña. Como cada seis meses iba al doctor, cuando preguntaba a su madre esta le contestaba que era para prevenir enfermedades y así siempre se encontraría sana.

Le hacían un montón de pruebas, análisis, Rayos X y cuando tenían los resultados y preguntaba a su madre sobre lo que había escrito en ellos, su madre se los enseñaba, aunque por mucho que los leyera, no entendía nada. De todas formas no creía que tuviera mucha importancia entenderlos o no. Al fin y al cabo su madre también se perdía, sobretodo, cuando observaba los datos de los análisis, llenos de números y porcentajes, algunos marcados con un símbolo que era como una cruz cruzada con otro guion.

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Ella explicaba que se llamaba asterisco y que destacaba que la cifra allí escrita debía ser modificada para que su salud no dejara de ser buena.

Siempre había algún asterisco, así que, siempre debía esme-rarse en mejorar alguna parte de su dieta. Aun así, María pensaba que su madre se preocupaba demasiado, consultaba a su médico constantemente. Es verdad que a veces no se encontraba del todo bien, pero eso le pasaba a todo el mundo. Incluso sus amigas a veces se quejaban de que le dolían las piernas, a otras les dolía la cabeza, en fin, no se podía sentir uno bien siempre.

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Juana

Había conseguido cita con el doctor. La mañana anterior consiguió hacerse la encontradiza con él. Estaba

preocupada con María, últimamente se fatigaba en demasía, a veces, se le notaba que le faltaba el aliento y esto debía de deberse a algo, quizás nimio, pero necesitaba que fuera el médico el que le confirmara esto último.

El centro de salud que trataba a una cuarta parte de la población, consistía en un edificio con forma de hangar donde se ubicaban los distintos departamentos que utilizaban los doc-tores que estaban en su horario laboral. Fue construido no hacía muchos años acorde a unos planos planteados por un arquitecto con, o bien, poca ilusión por su trabajo, o bien, con escasez evi-dente de nociones de cómo un edificio a la par de útil, podía ser acogedor, todo lo acogedor que podía ser un edificio dedicado a la enfermedad, al dolor y a la tristeza en la mayoría de los casos.

Con el paso del tiempo este edificio ha tenido que dar cabida a distintas dependencias que atienden a otras necesidades: asis-tencia social, laboratorios, urgencias y documentación necesaria para las prescripciones de ciertas medicinas que deben ser super-visadas periódicamente por el inspector de sanidad.

Juana accedió al cubículo destinado como sala de espera del doctor que cubría el turno de doce a dos de la tarde. La que

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encontraba su independencia gracias a unos tableros de aglome-rado colocados en paralelo y pintados en un gris metálico-mate que podía llegar a potenciar la tristeza que por diferentes moti-vos albergaba algunos enfermos que esperaban su turno, para ser atendidos.

Le informaron que había varias personas esperando su turno antes que ella.

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Julia

Acababa de salir del colegio. Ya se acercaban las vacaciones de verano y esperaba que estas fueran distintas.

No deseaba pasarlo como los anteriores, encerrada en casa u obligándose a salir con sus padres como único medio de dar un paseo. Ir a la playa, al cine, daba igual, aunque solo fuera dar una vuelta. A esa hora las calles se cubrían de una oleada humana multidireccional, de distintos colores y sonidos. La algarabía propiciada por el sonido de los distintos timbres que señalaban el final de las clases por ese día.

Julia caminaba por las anchas aceras, pavimentadas con placas de hormigón a la que habían añadido figuras geométricas que le restaban austeridad y que algunos chicos utilizaban a modo de rayuela, camino de casa.

Julia no, ella era demasiado seria y una chica seria no va dando saltitos por la calle.

–¡Hola! ¿Tú vas a tu casa? Y en seguida…–Algunos días te veo.–Sí, yo también te he visto antes.La desconfianza e inseguridad de Julia la hace no alargarse en

sus comentarios y sobretodo no dar demasiados datos, sobre su interior, su forma de pensar y sus intereses. Por alguna razón, a esa edad, intuye, que revelar sus intereses a otras personas

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significa quedarse sin protección, poner una diana donde esas personas pudieran practicar y hacerla daño. Y aunque esa chica le gustaba, era cierto que de esa forma había comenzado su con-tacto con otras chicas, que luego, le habían desilusionado de la peor forma que podían hacerlo.

Acto seguido a la presentación y después de cuatro comen-tarios banales, esta chica en la que había puesto sus esperanzas, se explayaba comentando con otra, con miradas de soslayo, esto o aquello de lo que habían hablado, la forma en que iba vestida o solo , la forma en que hacia su entrada al colegio; siempre mirando al suelo.

–¿Tú estás en otro colegio?–¿No? –dice María, seguido de otras pausas.–Me gusta más tu uniforme que el mío. Pausa. Me gusta más

el rojo. Pausa. Tengo muchas cosas rojas. Pausa. Sí, me gusta el rojo, confirma, como si alguien lo pusiera en duda.

–¿A ti te gusta el rojo? –pregunta María.–Sí me gusta, aunque estoy cansada de llevarlo todos los días

–contesta Julia.–¡Claroooo! ¡Es que todos los diaaaasss! ¡Uuufff! –contestó

María, subrayando con gestos el comentario.En ese momento, una mujer pequeña y regordeta que estaba

apoyada en el vano de la puerta, llama a María haciendo gestos. –¡Ahí está mi madre! ¡Adiós!Y reanuda sus saltitos, ora con una pierna ora con dos, hasta

llegar a donde estaba su madre.Julia también continúo su camino a casa pero ahora con un

ánimo distinto.

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Juana (madre de María)

Tenía una un terrible presentimiento, una pesadez interior que no lograba quitarse y esperaba que solo fuera

esa sensación que compartían muchas madres, un malestar del alma que les conducía a pensar constantemente, en aquello, que sería lo último en lo que quisiera entretener la mente. Pero como todo pensamiento desagradable este se abría paso ante cualquier otro agradable a pesar de los esfuerzos que se realizaran para evi-tar su paso a ese lado que parecía poseer muchas madres.

Su visita al doctor la dejo intranquila a pesar de la naturalidad con la que pronunció las palabras.- Esto no es significativo- y añadió – Tenemos que realizar algunas pruebas más para poder dar un diagnóstico definitivo-.

Y aunque ella intentó que el galeno, le diera al menos una pista, sobre lo que le sucedía a su hija, este la tranquilizó con frases hechas que había repetido en demasiadas ocasiones, como que, la etapa de la pre adolescencia a veces conllevaba síntomas de diferente etiología: cansancio, debilidad que podía ser conse-cuencia de otras enfermedades y que esto debía ser descartado.

Ya, pero mientras ¿qué hace ella? No hay nada peor para una madre que encontrarse en una situación de espera dilatada.

Espera para conseguir cita con otros médicos, espera mientras se desarrollan más pruebas y espera los resultados mientras no

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sabe que le está pasando a su hija, y si al menos el médico le diera algunas pautas mientras tanto. Si había algo que pudiera hacer, porque en estos casos, siempre se teme que este intervalo de tiempo, desaprovechado por parte de ella, pudiera ser de suma importancia, incluso definitivo.

En muchas ocasiones se sentía cansada, muy cansada. Llevaba demasiado peso sobre sus hombros. Jamás lo hubiese pensado cuando apenas era una niña y se veía arrastrada por sueños románticos sobre su vida futura. Sería la mejor ama de casa, le gustaba, aún de pequeña ayudaba a su madre y se imaginaba a sí misma en una agradable casa con un marido encantador al que ella trataría como su dios, porque si ella tenía algo que dar era mucho amor. Y sabía, que el día que se enamorase, su hombre jamás se sentiría solo, mal querido o abandonado.

¡Qué distinto había resultado todo! Era ella la que se sentía sola, mal querida y abandonada. ¡Qué ironía!

Se conocía muy bien y sabía que este era un bajón emocional, le había pasado otras veces y como otras veces pasaría. No tenía más remedio.

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María

Su madre estaba extraña, no puede explicarlo, pero está más seria, como preocupada, desde hace varios días. Pero

el problema no era con ella. Seguía permitiéndole salir con sus amigas. Incluso, a veces, la animaba. Tenía que haber otra causa.

–¡Pero mamá, siempre me dejas ir! ¡Andaaaa! ¡Porfaaaaa! –dijo María con expresión tan confundida como enojada.

Aprovechando el puente del uno de mayo, sus amigas habían decidido pasar un día de playa. El tiempo era bastante agradable aunque no lo suficiente para darse un baño, no porque el agua estuviera fría, sino porque el viento de la zona en esta época es fuerte y húmedo. Lo cual hace que los deseosos bañistas desistan y se limiten a tomar el sol.

María quería ir con sus amigas a la playa y no adivinaba por-que su madre no se lo permitía. No era la primera vez que iba, y no era solo por quedarse sin ir, es que si no iba se pasaría sola y aburrida todo el día. No le gustaba lo que le estaba pasando a su madre parecía que estuviera cambiando.

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Juana

El doctor la hizo pasar al despacho. Este hecho, sobrio y ceremonial incluso, solo agravaba la inquietud ani-

dada en ella desde hacía varios días.El doctor, especialista en cardiología, le explicó con expresión

hierática, que habían realizado algunas pruebas hasta encontrar el origen de los síntomas que manifestaba su hija. Al parecer, en los resultados de las pruebas de rayos X se observaba cierto engrosamiento compatible con un prolapso mitral. Que no era otra cosa que una sobresalida o descenso de una víscera, en este caso el corazón, en la válvula que separa el atrio izquierdo del ventrículo izquierdo. Algo que está presente en un 5-10% de la población mundial pero que en general no tiene un gran riesgo de complicaciones, lo cual no significaba que su hija no debiera guardar ciertos hábitos saludables.

Los avances en medicina, hasta el momento no ofrecen ni medios ni conocimientos suficientes sobre esta enfermedad. Aunque todo lo relacionado con el corazón debe ser controlado.

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Julia

El uno de mayo día del trabajo, iba unido al concepto “diversión”. Para la mayoría de la población, ese día transcu-

rría en la playa o en el campo. Autobuses llenos de gente carga-dos con sus bolsos donde llevaban desde una tortilla de patatas hasta unas naranjas pasando por refrescos y por supuesto por botellas de vino y cervezas. Aunque el trayecto no era largo este transcurría entre cantos y palmadas. Las mujeres pasaban el día anterior cocinando y preparando todo aquello que necesitarían al día siguiente, teniendo cuidado de no olvidar nada. Mantas para sentarse, manteles, cuerdas para columpios, balones.

Julia salió de su casa sin rumbo fijo, sabía que en algunos lugares, ese día la gente se divertía, reía, hablaba y compartía. Ella no estaba preparada para compartir. Este vocablo incluía vaciarse por dentro porque cuando ella hablaba comunicaba sentimientos, mostraba su forma de ser, de pensar y necesitaba que su mensaje llegara al receptor en las mismas condiciones que salía de su emisor. Creía que no era una exigencia suya, que esta idea era compartida por la mayoría de los seres humanos y no como comprobaría más tarde, una mera emisión de palabras que la mayoría de las veces no llega al otro interlocutor ya que ambos están concentrados en el mensaje que quiere transmitir.

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El hecho de haber pasado buena parte de su infancia creyendo que la vida era cuadriculada, organizada. Careciendo de rela-ciones que le hicieran ver que este mundo está compuesto de una variedad infinita de gente con gustos diferentes, diferente sentido común, diferente racionalidad, en suma diferente forma de encarar la vida. Todo aquello que permite a un individuo obtener las habilidades sociales que al mismo tiempo propician la consecución del auto concepto, primer paso para conseguir autoestima. Ella carecía de ambas…

Siguió caminando, a veces, se sentía impulsada por cierto espíritu aventurero que la llevaba a alejarse del perímetro de su casa. Caminos nuevos, un riachuelo que aparecía súbitamente entre unos cañaverales, gente distinta que por la zona y sobre-todo la construcción de sus casas, debían de vivir en condicio-nes paupérrimas. Sintió miedo, como ya le había ocurrido en otras ocasiones cuando se alejaba demasiado de su casa, aunque siempre se aseguraba de ir memorizando los distintos caminos y veredas que recorría.

Después de unos minutos entró en la zona que más conocía, el círculo donde ella solía moverse. Tomo uno de los muchos pasajes que conducía a su casa. Un túnel formado por una maraña de árboles que entrelazaban sus ramas hasta alcanzar las fachadas de las casas que situadas a un lado y de colegios y parques al otro. La zona que hoy en día podía considerarse una urbanización donde sus moradores fácilmente alcanzarían un nivel de vida medio-alto, en esos años cobijó a familias de muy diversa tipología: empresarios, peones, jubilados…personas con diferente estatus social y económico. Las casas que constituían la urbanización se clasificaban en dos categorías. Las más pequeñas con dos dormitorios, las siguientes con tres dormitorios al que se le añadía una sala de estar salón baño y un agradable patio.

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El número de dormitorios era la única diferencia entre unas y otras. Si nos situamos en la época, el problema surgía cuando había que situar en estas casas a una gran mayoría de familias numerosas, donde la media sobrepasaba la cifra de cuatro o cinco hijos, amén de otros miembros de la familia que compartían techo por variados motivos. Las casas estaban rodeadas de peque-ñas parcelas con cuidados jardines, donde estaba expresamente prohibido dejar caer pelotas, permitir entrar a los perros ni tan siquiera a los niños bajo pena de multa. Multa que nunca nadie oyó que alguien hubiera tenido que pagar pero que lograba el efecto deseado, ya que los jardines se mantenían muy cuidados. En general, era un lugar agradable y atractivo, afortunadamente también apartado y poco conocido con lo cual se mantenía con pocas influencias foráneas con excepción de los programas y noticias de la radio, ya que la televisión era aún un bien escaso.

Junto con la urbanización se había instituido, con el apoyo de la iglesia o congregación, un lugar programado con fines socia-les y que organizaba y dirigía con bastante eficacia sor Adela. Regordeta, permanentemente sonrosada y con expresión afable, se la veía siempre disponible. Su dedicación estaba dirigida a suavizar pequeños roces familiares, apoyar a aquellos con pocos o nulos ingresos incluso desavenencias conyugales.

En un sentido u otro era un puntal para los miembros de aquella comunidad. Su disponibilidad era a veces suficiente, alguien que escuchara sus numerosos problemas, que buscara ayuda entre los vecinos, que propiciara un ambiente comunita-rio en el que todos se sintieran integrados, con posibilidades de prestar ayuda o de ser ayudados cuando hubiera necesidad.

María estaba dando saltitos como el primer día que se cono-cieron, apoyando su pie ahora en un círculo luego en un cuadrado e intentando que este no sobrepasara las líneas geométricas.

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Julia, con disimulo, cruzo de una acera a otra con la intención de que María la viera, y acertó, María al verla se acercó a ella:

–¡Holaaa! –tarareó.–Hola –contestó Julia.Siguió un largo silencio, tan largo que Julia estaba a punto de

despedirse cuando María le preguntó: –¿Tú no vas con los demás?–¿Con quién? –le contestó Julia.–Con los demás al campo.–Mis padres no han ido y no me permiten ir con nadie más

–susurró Julia.–¡Qué tontos! Mi madre tampoco quiere que vaya a la playa

con mis amigas. No sé por qué siempre me deja ir y hoy no. Está muy rara y estoy enfadada con ella.

A Julia le sorprendió tanta despreocupación al hablar, incluso de un tema enojoso para María. La naturalidad con la que fluye-ron sus sentimientos, en una sola frase, expresó rabia, cuestión, decepción y enfado. Observándola de cerca hubiera dicho que esa chica también se la podía calificar de rara, pero su rareza no despedía a las demás personas, muy al contrario, estimulaba una relación. Si a ella también la calificaban de rara, entonces, donde estaba la diferencia. Porque la había. El léxico de María era extraño, la forma en que coordinaba las palabras no era orde-nada, repetía vocablos en una misma frase. Era unos años mayor que Lucía lo que hizo suponer a esta última que su madurez mental también fuera mayor. Sin embargo no se advertía una gran diferencia, en esto último, entre ambas.

–¿Jugamos a algo? –preguntó María.–Vale, ¿a qué? –dijo Lucía.–¿Tienes huesos? ¿Jugamos a los cinco? –volvió a preguntar

María.

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–Vamos a cogerlos –dijo, sin esperar a que Julia contestara.Acordaron que irían a casa a buscar los huesos y luego se reu-

nirían en uno de los bancos de piedra blanca cerca de la casa de María. Bancos que habían soportado años y años de chiquillería que utilizaban estos como soporte para muchos de sus juegos.

Julia regresó antes que María, se sentó a jugar con los huesos mientras la esperaba. El juego de los huesos, entre otros, como los cromos, el pincho o la rayuela, era uno de los más utilizados sobre todo entre las chicas y consistía en conseguir un total de cinco veces donde con una mano intentas introducir un hueso entre los dedos de la otra mano que en cada paso va formando distintas figuras con estos, mientras intentaba que con la otra mano que empujaba el hueso al mismo tiempo conseguía que no se le cayera el que a intervalos iba lanzando al aire. Esta era solo una variante del juego de los huesos.

Este juego de los huesos debía su nombre al hecho de que lo que era utilizado para él, eran huesos de albaricoque, en estos años no se perdía el tiempo poniendo nombres extraños a algo que se explicaba por sí mismo con solo nombrarlo. Una vez comida la fruta se lavaba y se ponían a secar, después de esto ya se podían utilizar para jugar.

Julia empezaba a temer que María se hubiera arrepentido de querer jugar con ella, tardaba mucho en venir y eso que su casa estaba muy cerca. En ese preciso momento apareció dando saltitos.

La decisión, de quien empezaba el juego, se tomaba lanzando diez huesos al aire y mientras estos inician su caída hacia, en este caso, el banco, se debía intentar dar un golpe abajo y acto seguido procurar coger en el aire el máximos de huesos. La chica que hubiera dejado caer menos huesos, esto es, la que hubiese

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cogido más en el aire, era la que iniciaba en primer lugar el ver-dadero juego.

Julia comenzó, ya que María dejo caer bastantes, y, estuvieron jugando un buen rato hasta que la madre de María apareció en el umbral de la puerta llamándola. Se despidieron y Julia se con-tuvo cuando pensó en quedar con ella para el día siguiente.

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Julia

La semana transcurrió, no volvió a ver a María y no porque no lo hubiera intentado. Buscaba excusas, aprove-

chaba cuando su madre la enviaba a comprar algo que había olvidado de su compra diaria y pasaba por los alrededores de su casa. Cuando no, abrigaba un sentimiento de anticipación por lo que podrían hacer si se encontraban, entendía que necesitaba dosis extremas de entretenimiento que paliaran todos los años de soledad.

Llego el sábado y decidió que se pasaría por el lago. Limpió su habitación incluso paso la escoba a la moqueta azul que su madre insistía que se fregara cada fin de semana, no quería que nada estropeara el proyecto que se había propuesto. Cuando hubo terminado se preparó la ropa que llevaría, unos shorts vaqueros, camiseta de rayas verdes y azules y unas manoletinas vaqueras, debajo llevaría un bañador todo fruncido de elástico color naranja que le había enviado su tía de Londres. De vez en cuando le enviaba cosas, sobretodo ropa, y a ella le encantaba, ya que siempre eran prendas que no se solían ver en las tiendas de su pueblo.

Le dijo a su madre que iba al lago y contuvo el aliento espe-rando su respuesta que era casi siempre cuestiones, hacia dema-siadas preguntas y remataba su exposición con alguna regañina.

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–“Lo que es menester es que no salgas tanto”. “A saber con quién te juntas”.

Lucía, aprovechando que de la boca de su madre no había salido un no rotundo, aligeró el paso y se marchó.

Se puso en marcha, sumida en pensamientos que progresiva-mente la iban hundiendo en una profunda amargura. Sentía que le exigían demasiado, obtenía buenos resultados en la escuela, ayudaba en casa, no daba problemas, obedecía, no porque enten-diera sus obligaciones, simplemente porque no quería problemas y odiaba las discusiones. Muchas de las chicas no pedían permiso para todo, apostaría que algunas de ellas no lo había hecho para ir al lago. Cuando llegó a este ya estaban allí las demás sentadas debajo de un alcornoque, era previsible habían terminado las clases y hacía calor. Agachó la cabeza y se dirigió hacia el lugar donde ella siempre se bañaba, se quitó rápidamente la ropa y se metió en el agua, sentía el peso de las miradas. Mientras nadaba, aprovechaba para observar lo que hacían las demás.

–¡Lucíaaaa! ¡Lucíaaaaaa!Miró hacia las chicas y vio a María dando saltos y braceando

al aire. Le devolvió el saludo con la mano, pero María siguió llamándola y diciéndole:

–¡Veeeeen!Con un sentimiento mezcla de confusión y cortedad se dirigió

hacia ellas, mientras salvaba la distancia intentaba pensar en algo que decir o decidir, qué postura tomar y la confusión inicial se tornó en alarma.

Cuando llegó se quedó de pie esperando saber para qué la había llamado. Sin hacerla esperar María le dijo que estaban hablando de chicos y en seguida:

–¿Tú estás en clase de Iván, no?

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–No sé, yo solo conozco los apellidos de los demás, pero no los nombres.

–¡Síííííi! Uno que es morenito y tiene en la cara unos hoyitos, con los pelos rizados y tiene una cazadora azul vaquera que lleva casi todos los días.

–¡Ah, sí!, ese es Aguilera.–¿Lo conoces? ¿Tiene novia?–Creo que no, en el recreo está con los demás chicos. Parece

simpático pero yo nunca he hablado con él. –Y ¿Rafa?, no, no, Miguel, no, no….Todas a la vez comenzaron a preguntar por el chico que les

gustaba, ya que solo los conocían por lo que veían cuando salían los fines de semana pero nunca habían hablado con ellos. La charla continúo durante un buen rato hasta que sintieron calor y se fueron al agua. Allí nadaron rieron e intentaron algunas pirue-tas: hacer el pino, dar volteretas, comparando sus logros entre ellas, mientras Julia a la vez que jugaba, observaba , no quería hacer nada que estropease ese estupendo momento, no quería compararse, podía molestarlas. Cuando sus padres hablaban de ella, de sus progresos en los estudios, de los comentarios de los profesores con los padres de las demás, sus hijas se retraían, no les gustaba y sentía su animadversión. Llegada la hora de comer se vistieron y emprendieron el camino a casa. Antes de despedirse quedaron en reunirse esa tarde y dar una vuelta o si conseguían dinero, irían al cine.

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María

Cuando María llegó a casa, su madre la estaba espe-rando preocupada.

–Es tarde, sabes que te espero para comer –dijo algo enfadada.–Es la hora de siempre, mamá.–Sí.. ¡Eh, no puedes estar todo el día saltando, después te

quejas de que estas cansada, además, mira que sucia vienes! Antes de comer te voy a dar un buen flete.

Mientras su madre la ayudaba a bañarse María le fue contando todo lo que había hecho esa mañana:

–Y hemos hablado de los chicos y mamá tengo una amiga nueva y esta tarde a lo mejor vamos al cine y también viene mi amiga nueva y…

–Más valdría que tuvieras cuidado –le decía su madre mien-tras le frotaba las piernas–. Mira, tienes las canillas con cardena-les ¿Cómo te has hecho esto?

–No sé –contestó María, mientras jugaba con las pompas de jabón.

Comieron en silencio y mientras su madre recogía la cocina María se quedó plácidamente dormida.

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Julia

El día fue espectacular. Jamás pensó que lo pasaría tan bien.

Cuando almorzó estaba deseando volver a reunirse con las demás, pero no quería parecer ansiosa, de modo que esperó a que dieran las cinco y se dirigió hacia la casa de María. Nadie le había dicho explícitamente que fuera pero ella lo iba a intentar sabía que si alguien se lo decía, esa, seria María.

Cuando llegó a su casa seguía durmiendo así que cuando pre-guntó por ella a su madre, esta pareció enfadarse.

–Está dormida –dijo.Desde el fondo del salón donde estaba echada María se oyó la

voz de esta:–¿Quién es, mamá?–Una amiga.Y al mismo tiempo, volviéndose, le indica con la cabeza y

cierta condescendencia a Julia:–Anda, pasa.Pasó y se dirigió al salón, no era difícil encontrarla ya que las

casas tenían, prácticamente, la misma distribución. María al verla se acabó de despertar y de un salto se puso de

pie.

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–¡Qué guapa estás! Ven a mi habitación te voy a enseñar mi ropa, verás que bonita.

Subieron las escaleras cogidas de la mano, acto que María realizó rápidamente sin que Julia se diera cuenta. Había anali-zado esta circunstancia en otras ocasiones ya que siempre había evitado el contacto humano. Analizando, analizando… sabía que no se trataba de escrúpulos, se sentía incomoda con el solo roce con otra persona, era una mezcla de inquietudes y creía que derivaba de una falta de expresión. El ser humano que no acostumbra a expresar sus sentimientos se pierde media vida y el esfuerzo que realice le recompensará el resto de sus días. Cuando los sentimientos son expresados el principal obstáculo que encuentra es la exhibición de estos y como consecuencia su inadecuada utilización. Si tienes plena conciencia de tu ser inte-rior y exterior, nada de esto quebranta tu grandeza.

Esto es algo que con el tiempo fue aprendiendo. Pero de momento seguía sintiendo esa incomodidad. En esto, como en muchas otras cosas, no sabía dónde estaban los límites de la actuación humana, por ejemplo, que signos indicaba que podía soltar su mano sin que resultara extraño. Con toda simplicidad María soltó su mano abrió su armarito y comenzó a sacar ropa con orgullo.

–Pruébate este. Todavía no lo he estrenado, mi madre me lo ha hecho para la feria, yo lo quería de color rojo pero ella dice que ya tengo muchas prendas rojas.

Julia se sorprendió ya que se veía a la legua que no tenían la misma complexión. Julia, aunque de menor edad, era más alta y delgada que María así que, como no entendía muy bien la situa-ción, rehusó probárselo con la excusa de que podría estropearlo.

Después de enseñarle toda su ropa, eligió el que se pondría esa tarde. Más tarde las dos salían y se dirigían a la casa de Ana

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y después las tres se dirigirían a casa de Lola y así sucesivamente hasta que todas estuvieron reunidas. De esa forma no iban solas y en algún momento podían hacer un poco de presión si algún padre se negaba a dar permiso, a alguna de ellas, para salir.

María no preguntó a Julia si pasaría la tarde con ellas y Julia no preguntó por miedo a que le dijera que no, por otro lado tampoco quería dejar ver la ansiedad y la necesidad que sentía ante la perspectiva de que algo saliera mal. De todas formas, las demás chicas no dijeron nada al ver a Julia con María.

El verano transcurrió para Julia dentro de una maraña de emociones que afortunadamente fueron diluyéndose conforme esta se iba sintiendo relajada, tranquila consigo misma, aliviada de cierto peso emocional.

Las demás chicas apenas salían, debido a los resultados del poco esfuerzo realizado durante el curso escolar, ya que la que menos, había suspendido dos asignaturas, de modo que ahora, les toca presentarse y superar los exámenes de septiembre. Para María y Julia las mañanas transcurrían casi siempre en una pequeña cala que se encontraba cerca de sus casas; claro que ésta carecía de espacio con arena, orilla o algo similar, a menos que se dieran condiciones en que la marea bajara lo suficiente para dejar al descubierto un trozo de arena. Como consecuencia, las piedras que rodeaban esta pequeña cala y que servían de muro de con-tención, durante el invierno cuando el oleaje llegaba a alcanzar la avenida anexa y principal del pueblo.

Las grandes piedras que con la subida de la marea y la bajada consiguiente favorecía la formación de líquenes, que hacían res-baladizas a muchas de estas y que a veces se tornaban peligrosas.

Durante el verano María y Julia consiguieron cierta habili-dad en las subidas y bajadas de las piedras. El lugar no ofrecía medios o facilidades para que se pudiera permanecer tumbada en

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una de estas ellas, a lo sumo aquel que daba con una de grandes dimensiones, tendía la toalla y permanecía a lo sumo media hora tendido, debido a la dureza de estas.

Durante estas horas charlaban, jugaban a la pelota e incluso Julia enseñó a nadar a María. Al menos lo suficiente, para man-tenerse a flote durante un tiempo. Por su parte Julia también había visto cambios en María, al principio de su relación observó que su amiga evitaba mirar a los ojos a las demás personas, ella atribuía esto, quizás, a la timidez, podría ser esto ya que poco a poco María fue admitiendo el contacto ocular con su amiga. Y esto fue de gran agrado para Julia porque observaba que esta conducta seguía manteniéndose con otras personas.

–Cuando empiece la feria ¿tú quieres venir conmigo? –pre-guntó María.

–¿Te permite ir tu madre? –contestó con otra pregunta Julia.–Sí, si vamos por la tarde y no se nos hace muy de noche

–contestó María, que recurrió a un movimiento que repetía compulsivamente. Cuando se sentía nerviosa por alguna circuns-tancia se mordía los puños, tanto que Julia no imaginaba como los mantenía sin heridas, al menos ella, no las veía. Adivinaba que esa zona debía estar encallecida desde hacía algún tiempo.

–Yo nunca he ido sola a la feria, quiero decir, sin mis padres.–¿Nooo? ¿Por quéeee?–No sé. Ojalá nos dejaran ir juntas.–Mira, mira que barco –dijo María–. ¡Qué grandeee!Cuando María hacía esto, es decir, salir por la tangente, hablar

de cualquier hecho que estuviera produciéndose en ese momento y que llamara su atención, Julia se desconcertaba, aunque, sin apenas tener conciencia de ello, fue una situación que se fue repitiendo y encajando en su relación si ningún problema.

–¿Se lo preguntamos? –dijo María.

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–Bueno, pero no creo que me dejen, tienen miedo de que me pase algo.

–¡Andaaaa! Igual que mi madre. Que está siempre asustada conmigo.

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Verano de1997

Hoy, casi cuarenta años después, volvía a pasear por aquellas calles. Los años, pese a la sucesión de dirigentes

de turno de indistinta opción política, habían ganado la batalla contra la inercia, desgana o dejadez de las gentes que se habían ido conformando con un estilo de vida que les otorgaba pocas opciones. Pese a esto el paso del tiempo había ido cambiando a trancas y barrancas, las gentes se implicaban en mayor medida y sobretodo sentían la ambición y aspiración de tener una par-ticipación más plena en la dirección y desarrollo de una ciudad con numerosas posibilidades que, anteriores mandatarios, no quisieron o supieron ver.

Ella que llevaba años viviendo en una gran ciudad, añoraba la vida que te ofrecía lugares como este. Catalogada como ciu-dad por el número de habitantes pero que conservaba todos los ingredientes que conformaban una vida pueblerina. No entendía que serie de concatenaciones habían dado lugar al significado degradado de este vocablo. Para ella este tipo de lugar mitad ciudad mitad pueblo reunía unas condiciones que te facilitaba la vida, distancias cortas trabajo-diversión-hogar. Nada de pasarse horas para ir al trabajo al cine o a cualquier lugar lúdico o necesitar horas para pasar un día de playa o campo. Las gentes de estos lugares muestran una mezcla entre recién abandonado

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carácter pueblerino y el recién adquirido estilo neo ciudadano que otorga a sus congéneres y al recién llegado, un ambiente ale-gre y familiar con las ventajas que te ofrece una gran ciudad. Al que había que añadir la preeminencia de las nuevas tecnologías y la propagación de medios, que sitúan cerca, ambientes que en otro tiempo no estaban al alcance de todos.

Necesitaba volver a este lugar, había capítulos que cerrar, lo que no significaba que al final, rompiera lazos con el lugar y las gentes de este. Había descubierto que lo importante era tener un lugar al que volver, un lugar que te ofreciera confortabilidad, en el que encontrar lo que necesitas.

Lugares sin igual hay muchos repartidos por todo el mundo y, por desgracia, el ser humano no tiene el don de la ubicuidad de modo que este debe aspirar a tener uno en el que ser feliz con las posibilidad de conocer todo lo que haya fuera de este. Pero antes tenía que hacer las paces con las gentes y sobretodo dar el lugar que correspondía a una chica de aspecto menudo, con una peculiar fisonomía; rostro alargado, frente amplia, mandíbula prominente, posición de las orejas más bajas de lo normal. No se podía decir que fuera bonita pero esto lo suplía con un pecu-liar sentido del humor y con un interior que pocas veces había encontrado. Expresaba los sentimientos de forma natural donde el receptor de estos sabía a ciencia cierta que fluían como fluye el cauce de un rio sin obstáculos. Y no es que no los hubiera, es solo, que el emisor no tenía en cuenta los recovecos emocionales, sentimientos reprimidos, miedos y en general la sensación de la existencia de un lado oscuro en la manifestación explicita de los sentimientos por parte de otras personas.

Después de terminar sus estudios en el instituto, se matriculó en la Escuela de Magisterio en la rama de Lengua Española e Inglesa y durante años se dedicó a esto; es curioso que un trabajo

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que la satisfacía plenamente hubiese tenido un comienzo tan inseguro. Que una infancia tan poco satisfactoria con infinidad de inseguridades la hubiesen dirigido a sumergirse en la edu-cación de niños de estas edades. Más adelante cuando se situó económica y familiarmente optó por seguir unos estudios que se interesaban en la educación, orientación y estudio de incidencias y problemática de niños y jóvenes en edad escolar. Era necesidad de saber. Esto la movía a estudiar y profundizar en la psicología del ser humano. Entonces, un buen día, tomó la decisión de vol-ver al pueblo.

Y lo primero que se propuso fue tener una charla con la madre de María. Por sus padres, se mantenía al día de las noticias que iban surgiendo día a día del pueblo. Se dirigió a casa de María, era el mismo hogar que había visitado tantas veces durante poco tiempo. Cuando pegó a la puerta tardaron al menos cinco minu-tos en abrirla, si hacia un buen cálculo la madre de María debía tener pasados los setenta y si había coincidido que se encontrara en la segunda planta, la pausa de cinco minutos resultaba poco cuando había que bajar unas escaleras especialmente empinadas y dificultosas.

Cuando Juana coloco su cara a través de una rendija que man-tenía la puerta entreabierta, parecía que no estaba acostumbrada a recibir visitas, de modo que su cara reflejaba expectación y temor.

–¿Juana? –era una pregunta retórica, por entre los pliegues de su cara, esa tristeza arraigada en años que solo había ayudado a dar un aspecto similar al que puede tener cualquier persona al borde del llanto, se adivinaba la cara de aquella mujer que cono-ció cuarenta años antes, una cara que aun mostraba un atisbo de esperanza, de alegría, en esa existencia monótona que ahora parecía haberse agravado.

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–Sí, ¿quién es? –preguntó Juana, ya que no podía encajar esa cara en el cuerpo de algún vecino o de alguna persona conocida.

–Me llamo Julia, hace unos años que no visito el pueblo, pero nací aquí, y aquí viví hasta que tuve edad para seguir mis estu-dios en la universidad.

–Sí ya, pero mire señorita, yo no voy a comprar nada y tengo otros menesteres que hacer.

Cuando la puerta casi había alcanzado el dintel Julia le con-fesó:

–Solo venía a hablar de María.Lentamente la puerta fue abriéndose y sobrepasando el límite

que antes había impuesto.–¿Conoció usted a María? –pregunto cada vez más confusa–.

Perdone pero no la recuerdo.–Entiendo. Fue hace muchos años y la época privilegiada que

viví con María duró menos tiempo del que hubiese deseado.–¿Cuándo fue eso? Juana necesitaba tanto hablar de María que no le importó

cuánto durara aquello ni quién era esa desconocida.–Yo tenía doce años y sé que María era mayor pero no llegue a

saber qué edad tenía, ni me importaba.Juana fue relajándose no sabía si era el tema de conversación o

la emotividad que mostraba esa chica al hablar de su hija. Hacia tanto tiempo que no oía hablar de ella. Qué desgracia perder un hijo y que no haya manifestación por parte de nadie de que este hubiera existido alguna vez. Sabio es el refrán que dice: “A los diez días de enterrado, ya el inolvidable, está olvidado”

Quizás fuera esto lo que la hizo mantener la puerta abierta aunque aún no confiaba en la extraña y no entendía para qué había venido.

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–Como le digo conocí a María cuando yo tenía 12 años, era una chica tímida, retraída, desconfiada e insegura. Mi niñez transcurrió entre libros y normas y hasta que conocí a María no conseguía encontrar otra forma de ver el mundo. Los libros y las normas son dos instrumentos que por sí solos no te otorgan libertad si no los combinas con juegos y relaciones sociales a ciertas edades. Tienes información pero no edad o modo de apli-carla. Esto es algo que aprendí después con el paso del tiempo. Cuando conocí a María porque la veía muchas veces con sus amigas en la calle paseando, en el lago en la playa, ella siempre iba acompañada. Me llamó la atención la primera vez porque me hizo fijarme en ella su risa. Estaba en el lago, jugaba y reía. Su risa era cristalina y se interrumpía a intervalos con unos hipidos tan sonoros como el cacareo inicial y sus amigas la acompañaban con sus risas. Después de esto coincidimos alguna vez a la salida de nuestros colegios y recuerdo aun con alegría la primera vez que se acercó a mí y me habló y su naturalidad me otorgó el empuje necesario para intentar otro día contactar con ella. Solo fue un mero intento ya que fue ella la que volvió a tomar la iniciativa. Pensé durante años cual era el motivo por el que me hubiera atraído ella.

»Yo la necesitaba, buscaba frugalidad, ligereza, desinhi-bición. No creo que ella supiera hasta qué punto, al igual que ella necesitaba divertirse, salir, también necesitaba las rutinas y necesitaba imitar a los que la rodeaban, en vestuario, modos de hablar, etc.

»Con el tiempo me dí cuenta que ella también era distinta tanto física como psicológicamente. Físicamente su cara mos-traba rasgos extraños, era más larga y estrecha de lo común, orejas grandes, debía tener algún problema físico en la boca y esto se correspondía con una deficiente pronunciación sobre todo

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en las consonantes palatales y siempre me llamó la atención la flexibilidad de sus miembros. Todo esto unido a ciertas caracte-rísticas psicológicas como su preferencia por rutinas, el desorden de ideas que se manifestaba en el habla, la impulsividad y cierto afán de imitación, la hacían diferente a las demás y esto me ayudaba ya que yo también me sentía diferente. No importaba las causas pero ver cómo reaccionaba ante esas diferencias con respecto a los demás, ver que no modificaba su conducta pese a saber que a veces no hablaba bien o no actuaba de acuerdo con ciertas actitudes sociales, me introdujo en la cabeza que yo también podría mostrarme como era o como siempre había que-rido ser, sin rigideces, sin el cumplimiento de ciertas normas de conducta de libro.

»Sin embargo sus actos eran espontáneos no necesitaba saber qué efectos provocaba en la gente se sentía cobijada y libre y así actuaba.

»Cuando me marché de la ciudad para estudiar aún no era consciente de hasta qué punto María había influido en mi vida.

»Más adelante continúe mis estudios y fue cuando fui dán-dome cuenta del problema real de María. Nació con un retraso mental hereditario de origen genético llamado síndrome de Martin y Bell y que hoy en día es más conocido como síndrome de XFrágil. Este fue descubierto en 1969 y desde entonces se han ido conociendo y estudiando las características y complica-ciones que pueden sufrir estos niños. Pero como le digo esto fue hace treinta años y entonces todas las enfermedades de origen psíquico se nombraban de la misma forma, se sabía que el indi-viduo sufría un retraso mental y poco más.

»Sin embargo recordando nuestros juegos, con pocas conver-saciones, si bien es cierto, las dos hacíamos lo que queríamos, divertirnos, correr, saltar y nada más.

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»Si hoy estoy aquí es porque quería decirle lo que significó para mí aquella época.

–A medida que hablas voy recordando a una chica con la que mi hija estuvo muy contenta, me contaba lo que hacíais, donde ibais y esa chica creo que eras tú –dijo Juana.

Y continuó:–Eras una chica con apariencia triste e insegura, me llamó la

atención tus buenas maneras. Nunca antes te había visto, pen-saba que probablemente acababas de mudarte a esta zona.

–No, nosotros ocupamos la casa desde el momento en que se otorgaron a todo el mundo. Es solo que como ya le digo no solía salir a la calle.

–¿Sabes? María estaba orgullosa de ti. Me contaba que sabías muchas cosas, que eras muy lista. Me contaba que a veces las demás niñas no podían salir o no las dejaban sus padres, pero que si tú prometías que vendrías al día siguiente a jugar, estaba claro que lo cumplías.

–Sí, a mí también me sorprendía que no me dejara plantada nunca. Incluso una vez que habíamos quedado, se presentó al día siguiente simplemente para avisarme que esa tarde no podría quedarse a jugar. Creo que tenía cita con el médico.

–Bueno, eso sería una de las muchas veces que fuimos para alguna revisión –aclaró Juana.

–Sí, creo que sí.–Por aquella época, yo la veía fatigada, no respiraba bien,

incluso se desmayó alguna vez.–¿Estaba enferma ya en aquellos días? –preguntó Julia.–Le hicieron muchas pruebas y no le encontraban la causa de

los desvanecimientos o del cansancio –dijo Juana, y continuó–; después de un tiempo de idas y venidas me dijo que pensaba derivar el caso al cardiólogo.

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–¿Conocía ella que estaba enferma? –preguntó Julia.–No, no lo sabía. Porque aunque siempre pensó que me

preocupaba mucho por ella, a veces me veía triste y me pre-guntaba que me ocurría. Pero yo nunca le expliqué nada; a lo sumo, le conminaba a que se cuidara y no se cansara demasiado jugando, aunque imagino que a la hora de entretenerse esto era en lo último que pensaba.

»Cuando pudimos hablar con el cardiólogo y después de hacerle una serie de pruebas que hoy en día pienso que fueron insuficientes, este me explico que todo lo que habían hallado en las pruebas, era un pequeño problema en el corazón.

–¿Qué problema era ese? –preguntó Julia.–Espera.Abrió la puerta esta vez completamente y la invito a pasar. La

casa era una réplica exacta a la que visitaba treinta años atrás. No había cambiado nada, limpia y ordenada como entonces, pero juraría que sin nada nuevo añadido.

–Siéntate, ¿quieres tomar algo? –le preguntó.–¿Quieres un refresco? O, ¿un café?–¿Prepara usted todavía esa leche con canela que nos tomába-

mos cuando éramos pequeñas? –se le ocurrió de repente a Julia.–Bueno, no la preparo mucho, pero es muy sencillo y alguna

que otra vez me preparo una para mí. ¿Cómo te has acordado de eso?

–No es la primera vez que lo recuerdo; es más, a veces, cuando estudiaba en la universidad y anochecía, antes de acostarme me preparaba un vaso. Y hoy en día sigo preparándolo para mis hijos.

–¿Tienes hijos?–Sí, dos, un chico y una chica.–¡Uhmmm! Claro, los años no pasan en balde.

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Se dirigió a la cocina y después de coger un cazo de porcelana blanca en el que se veían más desconchones que zonas esmalta-das, y añadiéndole un par de vasos de leche una rama de canela y dos cucharadas de azúcar, lo puso en el fuego, cuyo esmalte se emparejaba en desconchones al cazo.

Después se dirigió hacia un aparador de formica verde que conservaba tres cajones con dos pomos, probablemente el ter-cer pomo llevaba bastante tiempo en paradero desconocido y abriendo el cajón inferior cogió del fondo un grupo de tres o cuatro folios en los que se leía en el encabezado:

sección de cardiología dtor. argumosa

En él se describía las pruebas realizadas y sus resultados. Pruebas que se habían ido realizando a lo largo de varios años.

Juana miraba a Julia con cierta expectación, se hacía obvio, que a pesar del esfuerzo que hubiera podido realizar, no había conseguido entender lo que aquellos folios describían.

–Aquí dice que el doctor llegó a la conclusión de que lo que María podía padecer era un prolapso de la válvula mitral.

–Sí, pero no llegué a entender que era eso y porque lo sufría mi niña –resolló Juana, rememorando etapas que tiempo atrás se había esforzado en borrar.

–La válvula mitral está situada en el corazón, esta patología la sufren muchas personas sin que lleguen a enterarse nunca de que la padecen. El prolapso mitral se divide en varios tipos de categorías y el problema se presenta cuando aparecen complica-ciones.

»En cualquier caso el síndrome del que antes le hablaba está relacionado con algunas cardiopatías y en particular con el pro-lapso de la válvula mitral y este a su vez a veces se asocia a una insuficiencia mitral.

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–Si dices que hay gente que tiene ese problema y lo descono-cen, entonces, ¿cómo pudo matar a mi hija? –pregunto Juana.

–Con estas enfermedades el problema surge cuando hay com-plicaciones. Si María padeció insuficiencia mitral esto deriva en ocasiones hacia la muerte súbita.

–María sufrió un ataque de corazón. Eso me dijeron.–A veces hay síntomas no muy claros pero que pueden ser un

indicativo de que se sufre alguna enfermedad del corazón como disnea, edema pulmonar, cansancio, arritmia incluso shock car-diogénico. Estos síntomas no son decisivos y pueden pertenecer a otras enfermedades aunque en este caso fatídicamente están relacionados con el corazón. Esto hizo que María sufriera un paro cardíaco y muerte repentina.

Sumida en pensamientos errantes, con ojos identificativos de que su dueña no está en esos momentos en un lugar terrenal, pasaron minutos y Julia, consciente de esto, no quiso interrum-pir las divagaciones de Juana hasta que esta rompió el silencio con palabras cargadas de dolor:

–La quería muchísimo, era muy buena y me daba compañía, además era mi único objetivo en la vida –dijo.

»Cuando nació tuve un presentimiento, pero no le hice mucho caso, ni tan siquiera se lo comenté a mi marido. Pero la niña fue creciendo y al principio no nos dimos cuenta hasta que entró en la etapa en la que los niños comienzan a hacer otras cosas, andan, balbucean palabras.

–¿Y cómo era María? –pregunto Julia.–No hacía nada, no se la veía avanzar –contestó.–¿La llevaste al doctor?–Sí, me contestó que algunos críos son más lentos que otros y

que no significaba nada.–En la mayoría de los casos es así –dijo Julia.

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–Ya, pero hay algo que a las madres nos mantiene alerta y descubrimos cosas que no son normales y que no puedes explicar ante el doctor.

–Incluso su padre empezó a sospechar algo, aunque yo procu-raba no darle importancia, a veces desviaba la conversación hacia otro tema.

–¿Cuándo se hicieron realidad tus temores?–Más adelante, volví a llevarla al doctor y esta vez no estaba

dispuesta a que dijera que no había problemas. Le conté cómo estaba la niña, la observó detenidamente, le hizo algunas prue-bas que según su expresión le decían algo, y que me tenían el corazón en un puño.

»Al finalizar, me explicó que María había nacido con una deficiencia psíquica, aunque no me dijo cual.

–Probablemente no supiera cuál, este síndrome de XFrágil fue descubierto, al menos su origen genético, en el año 1969, en la actualidad se ha descubierto que es una de las causas más importantes de discapacidad –explicó Julia.

–Supongo, que ya han encontrado una cura para esta enfer-medad, ¿no? –preguntó Juana.

–En realidad no, esta enfermedad no tiene cura, pero se ha estudiado lo suficiente para saber que tiene un tratamiento que involucra a maestros de educación especial, logopedas, pedago-gos y a múltiples profesionales –contestó Julia.

–Es muy difícil criar una hija sola y aún más cuando esta hija tiene problemas y no sabes qué es lo mejor para ella, lo haces utilizando una única fuente, la intuición. Siempre tienes dudas sobre si debería dejarla salir ¿Y si se pierde? ¿Y si la engañan? ¿Y si se hace daño? Nunca estás tranquila, sabes que debes dejarla crecer, relacionarse, aprender de los demás. No limitarla a una única relación. La mía.

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–¿Qué pasó con su padre? –preguntó Julia.–¿Qué pasó? Lo que pasó con muchos hombres cuando

encuentran que en lugar de ese hijo sano que esperaban, ha nacido alguien que le dará problemas toda su vida. Porque no son capaces, ni tan siquiera lo intentan y estoy segura que muchos de ellos cambiarían de opinión si esperaran, si le dieran tiempo al tiempo. Una niña como María y como muchos otros con cuyas madres hablo, de vez en cuando aunque solo sea como desahogo, tienen una capacidad de amor sin barreras, sano, lim-pio, sin cortapisas, un amor alegre que suple en demasía cual-quier discapacidad y muchos padres pensarían igual si encarasen la situación con valentía.

»Para contestarte rápido, me abandonó. De la noche a la mañana. Durante días estuvo diciendo frases como: No voy a poder soportarlo, no será normal nunca. No se despidió apro-vechó la oportunidad que se le ofrecía, yo había salido y cuando regrese, no estaba en casa. Creo que en el fondo se sentía aver-gonzado de la decisión que había tomado.

–¿Qué sentiste? Quiero decir, cuando la única ayuda que tie-nes se va, sin dinero, cuando todo se viene abajo en poco tiempo –preguntó Julia.

–Creo que estuve en estado de shock varios días, pero cuando el hambre acucia, cuando sabes que solo tú puedes salir adelante, que puedes dejarte morir pero, ¿y la niña? ¿Quién cuidaría de ella?

»Curioso, ¿no? Lo que alejó a mi marido sería lo que me mantendría con vida a mí. Comencé a trabajar por las mañanas mientras ella estaba en el colegio. Nunca aprendería como las demás niñas, pero yo procuraría que adquiriera los conocimien-tos suficientes y que fuera feliz. Eran mis dos objetivos principa-les y conseguí que también lo fueran para ella.

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–¿Cómo? –preguntó Julia.–Yo soy una ignorante, ni siquiera aprendí a leer o escribir.

Conseguí firmar con mi nombre cuando mi marido se fue. Solo actué con mi corazón aún más que con lo que mi cabeza me decía. No podía ocultar que María era diferente; así que, hablando con ella, uno de los muchos días:

–Mamá la señorita me ha cambiado de sitio –dijo María.–¿Por qué? ¿Qué ha pasado?–Nadaaaa. No sé por qué. Me gusta mi nueva compañera. Pero no

entiendo lo que dice. Es muy lista –respondió María.–¿Y ella te entiende a ti? –preguntó Juana.–No sé –contestó escuetamente María.–Pues eso también puede pasar. Las personas hablamos y nos expresa-

mos de distinta forma. Unas hablan muy rápido, otras pronuncian mal alguna consonante, hay que tener paciencia y aprender a expresarnos mejor.

–¿Y si ella nunca me entiende? –replicó María.–Si no os entendéis bien, tu tendrás que aprender a entenderlas y

ellas a ti. Tú tienes solo que pensar en mejorar tu forma de hablar y ella se preocupara por la suya. Ya verás –sentenció Juana.

»Desde pequeña le expliqué que todos los seres humanos somos diferentes, unos más listos que otros, unos más divertidos, unos más sinceros, más guapos, más limpios, etc. Y que todo, todo, ser humano es más, en alguna cualidad, que otros y así el mundo queda compensado.

–¿Y si no le gusto? –expresó María con un mohín.–¿Qué tontería? ¿Por qué no ibas a gustarle?

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–Porque ella es muy lista y hace todos los deberes del colegio muy bien.

–Y tú eres muy buena y divertida –contestó su madre.–¡Síííííí!, y sé jugar muy bien a la rayuela.

»Desde pequeña le había permitido que jugara, saltara, con total libertad. A veces pienso que quería paliar de alguna forma su minusvalía.

»En una ocasión que observé que se había entristecido, le pregunté cuál era la razón.

–Mis compañeras dicen que no hablo bien –se quejó– y algunas además se ríen.

–Explícales que cuando naciste tuviste un problema que no te per-mitía hablar claro, pero que lo estás solucionando. Y si se ríen, ríete con ellas, al principio cuesta pero luego te acostumbras, de esta forma le demuestras que te aceptas como eres.

»Me he avergonzado toda la vida de haber sido una inculta, de no haberme exigido más, al menos, en lo relativo a la enfer-medad de María.

–De esto quería hablarte… –continuó Julia–. Lo que en un principio me movía a volver a esta ciudad fue tu hija, los años que pasé aquí y la convicción de que si hubiese estado en otro lugar, otra ciudad, habría podido escapar de ese encierro interior solo con la aparición y el conocimiento de un ser como María.

»Pero cuando pasa el tiempo, te haces mayor, eres madre y además tu profesión te hace relacionarte mayoritariamente con niños, entonces adquieres la conciencia de que todo esto es fruto tuyo. Pero, sobre todo, que si en algo eres ignorante, es en creer que esto hubiese sucedido sin tu comprensión y educación en

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valores, sin el conocimiento de nociones básicas incluidas en la atención a la diversidad, termino muy utilizado en estos días, y que tú ya usabas entonces, y que con tu actuación no había lugar a la discriminación.

»Con buena intención también se discrimina, para estar inte-grado debes tener la posibilidad de participar en todos los esta-mentos de la sociedad. Si para integrar hay que separar aunque sea en instituciones adecuadas y con los métodos y materiales necesarios, hay pocas posibilidades de que no exista discrimina-ción.

»Tú, con tu actuación, lograste lo que realmente necesitaba María: sentirse una más, participación e integración.

Julia y Juana continuaron hablando durante muchos minutos más y para cuando Julia se marchó, incluso en el aire se podía haber observado que cada una de ellas había aligerado el peso que llevaron durante tanto tiempo en sus corazones.

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Los síntomas descritos no son aplicables a todas las personas con el síndrome XFrágil. Otros síntomas, además de los descri-tos, varían del sujeto varón al sujeto hembra ya que esta última manifiesta una menor acentuación en ellos, esto es, en los varo-nes hay una mayor gravedad en los síntomas:

Hiperactividad, angustia, conductas de repetición que les sirve para tranquilizarse, evitación del contacto ocular, baja tolerancia a la frustración, estereotipias, conductas autistas sobre todo en los primeros años. En el lenguaje entre otros repetición de palabras, respuesta tangencial, aparición tardía del lenguaje. Sin embargo posee una gran facilidad para la adquisición de vocabulario, en la memoria a largo plazo y para la formación de frases entre otros.

El hecho de padecer este síndrome no implica que se mani-fieste en todos por igual, ya que en estos influye la situación social, familiar e incluso genética que les confiere rasgos únicos.

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Aclaración

En el presente libro se han incluido, tengo que reconocer que con cierta intención, vocablos que hace unos años se utilizaban con bastante normalidad y que han caído, a mi entender, desme-recidamente en desuso. Vocablos como:

Menester: Acción que debería ser realizada. Labores de una persona: MenesteresCanillas: EspinillasFlete: Lavar con energía.Y otras más que no deberían caer en el olvido. FIN

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