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1 Lectio Divina, Solemnidad de la Ascensión del Señor, Ciclo ‘A’ Yo estoy con ustedesMateo 28, 16-20 Al comienzo del Evangelio según Mateo, Jesús fue presentado como el “Dios-con-nosotros” (1,23), y al finalizarlo, es Jesús mismo quien dice: “Yo-estoy-con-ustedes” (28,20). ¡En Jesús Dios se hizo visible a nuestros ojos! Al regresar a la casa de su Padre, Jesús no nos abandona, sino que nos da el mandato de integrar en su familia a todos los pueblos de la tierra. Nos promete su ayuda y su asistencia para que podamos enseñar el Evangelio a “todas” las naciones, en nombre de aquel que tiene “todo poder” y que está con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo. En el espacio y en el tiempo se ejerce el Señorío de Cristo. Es así como la Ascensión de Jesús no es ausencia del mundo, sino otra manera de estar presente en él. Jesús es para siempre el “Dios-con-nosotros”. El evangelio de Mateo termina con el fragmento que leemos hoy. Acaba así su gran proyecto en el que presenta a Jesús como un maestro que anuncia e inaugura el Reino de Dios. Mateo ha querido mostrarnos que Jesús viene como enviado de Dios, que fue anunciado desde antiguo en el judaísmo, aunque la mayoría de los judíos no han sabido reconocerlo, y que es ahora ofrecido a todos los pueblos, con la esperanza de que algunos lo acojan. Pero Mateo no lanza su mensaje solo a nuestras cabezas, quiere también tocarnos el corazón, por eso su final es tan solemne. No quiere que sus lectores dejemos su libro con melancolía, sino con la inmensa esperanza de que Jesús nos sigue acompañando, y seguirá con nosotros siempre. Él no ha escrito acerca de un personaje de ficción, ni siquiera sobre una figura del pasado. Mateo está convencido de que Jesús continúa con nosotros, resucitado, vivo, actuando, y que nos ha dejado una herencia fascinante y exigente a la vez, la misión más importante de la historia: anunciar a todos los pueblos el Reino. SEGUIMIENTO 16. Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. 17. Al verlo, lo adoraron; aquellos que habían dudado. 18. Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: “Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra. 19. Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, 20. enseñándoles a convertir en obras todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.

Ascensión del Señor ciclo A

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Lectio Divina, Solemnidad de la Ascensión del Señor, Ciclo ‘A’ “Yo estoy con ustedes”

Mateo 28, 16-20

Al comienzo del Evangelio según Mateo, Jesús fue presentado como el “Dios-con-nosotros” (1,23), y al finalizarlo, es Jesús mismo quien dice: “Yo-estoy-con-ustedes” (28,20). ¡En Jesús Dios se hizo visible a nuestros ojos!

Al regresar a la casa de su Padre, Jesús no nos abandona, sino que nos da el mandato de integrar en su familia a todos los pueblos de la tierra. Nos promete su ayuda y su asistencia para que podamos enseñar el Evangelio a “todas” las naciones, en nombre de aquel que tiene “todo

poder” y que está con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo”.

En el espacio y en el tiempo se ejerce el Señorío de Cristo. Es así como la Ascensión de Jesús no es ausencia del mundo, sino otra manera de estar presente en él. Jesús es para siempre el “Dios-con-nosotros”.

El evangelio de Mateo termina con el fragmento que leemos hoy. Acaba así su gran proyecto en el que presenta a Jesús como un maestro que anuncia e inaugura el Reino de Dios. Mateo ha querido mostrarnos que Jesús viene como enviado de Dios, que fue anunciado desde antiguo en el judaísmo, aunque la mayoría de los judíos no han sabido reconocerlo, y que es ahora ofrecido a todos los pueblos, con la esperanza de que algunos lo acojan.

Pero Mateo no lanza su mensaje solo a nuestras cabezas, quiere también tocarnos el corazón, por eso su final es tan solemne. No quiere que sus lectores dejemos su libro con melancolía, sino con la inmensa esperanza de que Jesús nos sigue acompañando, y seguirá con nosotros siempre. Él no ha escrito acerca de un personaje de ficción, ni siquiera sobre una figura del pasado. Mateo está convencido de que Jesús continúa con nosotros, resucitado, vivo, actuando, y que nos ha dejado una herencia fascinante y exigente a la vez, la misión más importante de la historia: anunciar a todos los pueblos el Reino.

SEGUIMIENTO

16. Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. 17. Al verlo, lo adoraron; aquellos que habían dudado. 18. Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: “Dios me ha dado autoridad plena

sobre cielo y tierra. 19. Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre,

al Hijo y al Espíritu Santo, 20. enseñándoles a convertir en obras todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy

con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.”

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LEER: entender lo que dice el texto fijándonos cómo lo dice “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes”: Ser discípulo no significa lo mismo que ser alumno. Un discípulo se relaciona con su maestro. El alumno se relaciona con su profesor. El discípulo vive junto al maestro 24 horas al día; el alumno recibe lecciones del profesor durante algunas horas, y después se va a su casa. El discipulado en relación a Cristo pide: 1º. Imitar el ejemplo del Maestro: Jesús era el modelo que se debía imitar y recrear en la vida del discípul@ (Jn 13,13-15). La convivencia diaria permitía una continua revisión. En esta Escuela de Jesús se enseñaba solo una materia: ¡el Reino! 2º. Participar en su destino: El que quería seguir a Jesús, debía comprometerse con Él: "estar con Él en las tentaciones" (Lc 22,28), e incluso en la persecución (Jn 15,20; Mt 10,24-25). Debía estar por tanto dispuesto a cargar con la cruz y a morir con Él (Mc 8,34-35; Jn 11,16). 3º. Poseer en sí mismo la vida de Jesús: Después de la Pascua, se añadió la expresión: "Vivo, pero no soy yo quien vivo, sino que es Cristo que vive en mí" (Gal 2,20). Los primeros cristianos intentaron identificarse profundamente con Jesús. Se trata de la dimensión mística del seguimiento de Jesús, fruto de la acción del Espíritu. “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”: Cuando Moisés fue enviado a liberar al pueblo de Egipto, recibió de Dios una certeza, la única certeza: "Ve, ¡Yo estaré contigo!" (Ex 3,12). Y esta misma certeza les fue dada a los profetas y a otras personas enviadas por Dios, para desarrollar una misión importante en su proyecto (Jer 1,8; Jue 6,16).

María la recibió cuando el ángel le dijo: "El Señor está contigo" (Lc 1,28). Jesús, en persona, es la expresión viva de esta certeza, porque su nombre es Emmanuel, Dios con nosotros (Mt 1,23). Él estará con sus discípulos, con todos nosotros, hasta el final de los tiempos. Jesús controla el tiempo y la historia. Él es el primero y el último (Ap 1,17). Antes del primero no existía nada y después del último no vendrá nada. Esta certeza es un apoyo para las personas, alimenta su fe, sostiene la esperanza y genera amor y donación de sí mismos. Juan quería que Jesús fuera sólo el Maestro del pequeño grupo, de la comunidad, pero Jesús le aclaro que su discipulado tendría que abrirse cada vez más (Mc 9,38-40). Al finalizar el primer siglo después de Cristo, las dificultades y las persecuciones fueron causa de que las comunidades cristianas perdieran algo de su fuerza misionera y se cerraran en sí mismas, como si fueran las únicas que defendían los valores del Reino; pero el Evangelio de Mateo, fiel a una larga tradición de apertura hacia todos los pueblos, les hizo saber que las comunidades no podían cerrarse ni pretender el monopolio de la acción de Dios en el mundo. Dios no es propiedad de las comunidades, sino que las comunidades son propiedad de Yahvé (Ex 19,5). En medio de la humanidad que lucha y resiste contra la opresión, las comunidades deben ser sal y fermento (Mt 5,13; 13,33). Deben hacer que resuene en el mundo entero, entre todas las naciones, la Buena Noticia que Jesús nos ha traído: ¡Dios está presente en medio de nosotros!

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Es el mismo Dios que, desde el Éxodo, se empeña en liberar a todos aquellos que gritan hacia Él (Ex 3,7-12). Esta es su misión. Si la sal pierde su sabor... ¿para qué servirá? "¡No sirve ni para la tierra ni para el estercolero!" (Lc 14,35). “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” Durante su ministerio terreno, la relación de Jesús con sus discípulos estuvo caracterizada por su presencia visible y viva en medio de ellos. A partir de la Pascua esta presencia no termina sino que adquiere una nueva modalidad. Jesús utiliza una expresión conocida en la Biblia. En el Antiguo Testamento la expresión “El Señor está contigo”, aseguraba a la persona que tenía una misión particular, que Dios la asistiría con su poder para que la realizara con eficacia. La expresión era sinónimo de la

presencia de Dios, ya que Él nunca abandona a la persona a sus propias fuerzas, sino que a la tarea que le encomienda, se le suman su presencia y su ayuda ¡siempre! Jesús, a quien se le ha dado todo poder, habló a sus apóstoles con potestad divina, asegurándoles su presencia y su ayuda. Quien al principio fue anunciado como el “Emmanuel”, el “Dios con nosotros” (1,23), muestra ahora la verdad de esta expresión: Él es la fidelidad viviente del Dios de la Alianza; “Dios-con-nosotros” es una expresión referida al “Yo soy su Dios y ustedes mi pueblo”, y les dijo con toda verdad que permanecería a su lado con todo su poder, interesado en todo lo que era suyo, asistiéndolos con el correr del tiempo.

MEDITAR: Aplico lo que dice el texto a mi vida Jesús dijo a los suyos que ya no estaría de forma visible en medio de ellos, pero les garantizó su presencia poderosa, “hasta el fin del mundo”, hasta que llegara a plenitud la obra que el Padre le había confiado. El pasaje comienza con una nota profundamente humana: ‘la duda’. Los once apóstoles acudieron al monte de Galilea. Ahí había comenzado Jesús su anuncio, y en esa región, había pasado mucho tiempo. Regresar era volver a los orígenes, al inicio de la construcción del Reino, para que, junto con Él, siguieran cons-truyéndolo. El monte, en la Biblia, es símbolo del encuentro con Dios. Fue en un monte donde Moisés recibió la Ley y la misión; fue en el monte Tabor donde Jesús se manifestó como el Hijo de Dios a Pedro, a Santiago y a Juan. El monte es sinónimo de la cercanía de Dios. Jesús atraviesa el tiempo hablando del pasado, del presente y del futuro. Del pasado porque recuerda que Dios le ha dado todo poder sobre el cielo, sobre la tierra y sobre el universo. ¿Por qué? Porque ha sido capaz de entregarse totalmente, dando su vida hasta la última gota. No hay triunfalismos en esta expresión. Los apóstoles no eran perfectos, y nunca lo habían sido, solo eran personas que se animaron a seguir a Jesús a pesar de sus dudas y Él quiso que dentro de sus límites, contaran con su presencia.

La celebración de la Ascensión nos coloca ante Jesús, como sus discípulos. Él se acerca a ellos, como se acerca a nosotros para dirigirnos también sus palabras. Nosotros entendemos el poder como dominación y opresión, Dios lo vive como amor gratuito y como donación. Nos pide que lo vivamos siguiendo sus pasos, haciendo lo que Él hizo.

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¿Hemos comprendido qué nos quiere pedir en este domingo, al haber caminado con Él estos domingos de Pascua?

Jesús dejó a los suyos una misión sencilla y complicada a la vez. «Hagan discípulos a todos los pueblos. Propongan mi camino y mi mensaje en el mundo entero, en la historia entera, para que, quien quiera, me siga» Jesús mismo indica tres pasos a vivir para ser discípul@s misioner@s; el primero es fácil de entender y difícil de cumplir: “Vayan”. Salgan de su tierra, de su comodidad, de sus esquemas, de sus ideas, de sus templos. Sean capaces de ir a sitios distintos, con personas distintas y hablen lenguas nuevas. Dejen lo que creen y saben y empápense de todas las culturas; descubran en ellas sus riquezas y sus sombras, ayúdenlas desde dentro a crecer, a purificarse, a ser cada vez más humanas, y por ello también, más evangélicas.

¿Qué necesitamos para vivir este primer paso: ¡Vayan!?

El segundo es: ¡Bauticen! Los seres humanos hablamos con símbolos, con ritos que significan mucho. Los primeros cristianos tenían gestos que significaban para ellos mucho, porque les hablaban de la presencia de Dios. Los sacramentos han sido siempre para la comunidad cristiana signos de esta presencia; por más de dos mil años, han sido para la Iglesia caudal de gracia divina.

¿Qué valor le damos hoy a los sacramentos y cómo son aprovechados por quiénes los recibimos? ¿Qué significa para nosotros esa expresión: ¡Bauticen! ?

Y el tercer paso es enseñar a vivir como Jesús vivió. Éste es el más difícil, porque no solo se enseña con las palabras, sino con el ejemplo, con la vida, con la coherencia. No somos mejores que los otros, pero nuestra misión es vivir como Él. ¿Soy consciente de lo que me pide ‘ser como Jesús’?

ORAMOS nuestra vida desde este texto

Dios bueno, el Evangelio de Mateo termina, pero nos toca a nosotros seguir escribiéndolo. Tenemos la hoja en blanco; nos espera el futuro; ese tiempo que nos has dado para que seamos capaces continuar la extensión de tu Reino. Tú ya hiciste lo que tenías que hacer, nos regalaste a tu Hijo, nos enviaste a tu Espíritu, formaste tu familia, ‘la Iglesia’.

Haz que seamos valientes para seguir tu obra, con María, tu madre, la Madre de tu Hijo y nuestra Madre. Que no nos quedemos mirando al cielo. Que venzamos nuestros miedos. Que comprendamos cómo se construye tu Reino, y que la evangelización y la liturgia, nos hagan verdader@s discípul@s misioner@s, ahora y siempre. ¡Así sea!