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ARTURO Y YO ARTURO CARRERA

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ARTURO Y YO

ARTURO CARRERA

UN DIA EN "LA ESPERANZA"

a Esther y Martín Bruzzo

Martincho y Luciana

me tiraron pasto podrido

y después Juan me escupió

el agua verdinegra del mate

sobre la libretita y el pantalón

Esther (28 años) salió a defenderme.

¿Qué le hacen a Arturito?

No le tiren pasto a Arturito

que está escribiendo

Pero Arturito no sabe escribir.

Arturito es pasto de las llamas

de los niños

De todo podría decir él

que ha sido, que ya fue escrito

o apoyado todavía en una ciencia

que la naturaleza debería imitar

¿Echó a los niños?

Sólo les dijo: "vayan a la otra palmera

Aquí tengo que escribir".

"¿Molestamos? -dijo Luciana-. Y

agregó: "¡Tonto, vos no conocés todo

nuestro campo!"

Florecillas.

Círculos amarillos.

Los chiquitos bajo la palmera más amplia

y el dálmata sobre las manchas de luz en

copos que filtraban las lentísimas hojas

acribilladas

El gritito de Juan.

Los ojitos celestes;

la boca de viejita desdentada de Luciana.

Los niños como antídoto

después de una noche soñada

para la fatalidad del sufrimiento

¡El Campo!

Lo simple,

la gratuita espera,

el artificio remoto de un amor

que embauca la costumbre.

El paso veloz de los primatitos y

el tiempo detenido, indestructible

como el viento en los árboles

como el agua en la luz

Pasto de las llamas

De los niños.

Forzar

el ideograma de la alegría:

el cuerpo como único retrato,

único espejo, único pie de la temible

locura.

Forzar la música de los nombres que se

arrastran en la cacería de los estrechamientos

y besos y gestos del amor e innumerables

abrazos.

Forzar y destruir todo simulacro de Belleza y

atender el disimulo de estas bandadas de loros

querellando a lo lejos, en las nubes,

como ranas.

Faltaba esta maldita música country y toda la

demencia natural del atardecer: el sol obsceno

como una gorda rubicunda en el bañadero de los

patos

y las 28 jóvenes bestiales jugando al tenis

tan solas y tan tristes,

con sus 28 años de vida masculina;

con las 28 raquetas junto al caserío

del mar: es decir, del campo.

28 jóvenes y nade sale de mi deseo

28 jóvenes y ella va memorizando

en nuestro sexo mi aciago destino:

el disparate de no desear conocer

en el conocimiento con su deseo.

el sentido triturado

por las disparatadas risas de los loros;

el destino como una migración momentánea

hacia una noche acaso momentánea

con sus colores tenebrosos

sus faisanes degollados y sus cabizbajos

flamencos,

Fermín y Anita -dije anoche.

¿Cómo luciré ya para vosotros, con este

sombrerón fantasma y estos huesos porosos

con el ligero dolor del mundo: ¡bufón!

y con este bastón y esta caperuza y este

sonajero contra el rumor de una indestructible

carcajada

Es la madrugada y estoy sollozando todavía,

mordiendo la servicial almohada y

comprendiendo que ustedes no están para

saltar como monitos en nuestra cama

y yo buscando sobre la risa o red del circo

mi libretita de apuntes

con mi terco dolor en "la boca del estómago".

Pero esto es otra cosa: otro campo

donde la pesadilla apaciguada se enriquece:

malones de niños me atacan con pasto,

con yerba y agua lavada tratan de cegarme,

borronear las débiles comisuras de unos

débiles caligrafiados labios:

otro campo EL CAMPO.

con todo su escozor y todo su derroche

y toda la piratería

para los sueños del dolor:

¿ debo escribir?

O llorar, simplemente,

bajo el gentío de infantes y

toda la chatarra enigmática

de sus juguetes.

De los pelos van arrastrando unas muñecas

automáticas, con chupetes del tamaño

de un clavo para techos: si le quitan

"el clavete" las muñecas lloran con

sonidos y timbres indescriptibles: una

liebre agonizando imita con insensata

maestría el llanto de un niño.

¿Por qué no se sintetiza o pasa por

sintetizadores, para las muñecas, el llanto

de las dulcísimas liebres agonizadoras?

Oh Poeta,

el rayo de la pequeña confianza

te alimenta.

El Dolor y su Moral.

La desdicha de la antipatía.

Los ojos de una enigmática mujer

que crece en otros innumerables ojos

cada día.

La música y su sonrisa de cuartel,

sonrisa desvaneciéndose entre aplausos

y aplausos

besos y aplausos

Y el campo del Ser Humano,

el campo de su Eternidad: Tomábamos

el té y Martín dijo, como Séneca, la

vida es brebe.

Arturito asintió: tan breve,

tan dichosamente breve

tan brevísima hembra del colibrí

libando la risa de nuestra eficaz

confianza.

Oh poeta: la tormenta y la tierra

que avanza en virutas y los remolinos

a través del monte borrando el indeciso

arco iris.

Oh, confianza. Breve musiquita embustera

envuelta en la muerte.

Por vos este día sin mis hijos,

sin mi querida mujer

en la oscuridad de la piel terrosa

y perfumada

del campo nocturno

del campo de la diferencia

del campo de la repetición

Todo en un

instante

sumiyesco: "la centella entró

y los niños se aferraron a los

muslos delicados de la madre:

una pequeña y estática mujer:

una alegoría carnal de la distancia".

....................................................................................................................

está lloviendo

Martín guarda en su estuche

el arma que carga el diablo.

Las palomas se adormecen y pasa

tras la galería cerrada, Cora,

con las palomas doradas atadas

a la cintura.

Murmullo del agua.

Los juguetes enfriándose.

Las manitas de los niños

para la densidad del arco iris.

Los cuerpos de los niños veloces

ya en los bolsillos

de unas huestes marsupiales.

El poeta se encierra cómodamente

en el Fairlaine de Martín:

con la música altísima,

la refrigeración,

y hasta el perfecto anfitrión

le alcanza un trago largo

a través de la ventanilla baja.

Mamarrachea Arturito en ese navío

¿pampeano? ¿Anclado en La Esperanza?

Con sus canastas de lluvia y sombrillas

enceradas pasan las infantas empapadas;

los chiquitos ya bañados y listos

para la cena y el descanso y

la cocinera con señas silenciosas,

entre el barullo de los loros y los grillos

llama a comer

¿con una campanilla?

Esta ventanilla está empañada

No veo bien.

LA TARDECITA

Se acerca la primavera,

Marcia me odia, tanto

como yo amo a Lesbia, y

Catulo la amaba...

Ella dice que es obscena

la manera de referirme a mis amigos;

que soy, en resumidas cuentas de collar,

una máscara ya obscena y amenamente

indeseable

Una máscara del teatro de la infelicidad.

Pero estamos en el campo.

El sol alto y tardío.

El sexo en los cogollos del almendro.

La luna por despuntar...

...el durazno japonés relampagueante,

brillante rosado como nunca ví. Vacío,

vacío vertiginoso como tu voz brillante

contra el viento iluminado y el infierno musical

de tus estupideces.

Tu voz brillante. Tu voz ¡poética!

¿Recuerdas que dijiste que la prioridad del artista

estaba en hacerse reventar por los chongos

de Floresta y después "narrarlo" mientras

se posa, ante un pintor, como una mariposa

americana?

El cielo es una lámina que finge un color,

una desgracia, unos dibujos maravillosos para el

feliz

embaucamiento de unos niños que involuntariamente

suspenden la credulidad; coléricos.

Oh poeta,

el pequeño vestigio de una tormenta atormentadora

te alimenta con su rayo

Te arrimás a los pies de un fulgor que quema como

aquel

caballo blanco que veo, ahora, pegado a su destello

Estúpido caballo criollo del lenguaje.

Una mujer entrevé tu Vacío en su boca estrepitosa

Oh inebriante perrito faldero

llorando aún por la pérdida de su mamá

en las letrinas de Roma en una época cruel, en una

época

de niños Heligábalos tan putos como él,

tan degenerados superiores como él. ¿Debí decir que

citaba a Pessoa (mucho más, mucho más inteligente que

yo. Más claro y menos oscuro en las razones de la

amistad

obscena con la tierra y el aire y el sol y la

eternidad)?

¿se acerca la primavera?

Sí, se acerca la revolución

de las florecillas de la amable locura

con sus sospechas escarlatas, con su Rimbaud, con sus

mejores mujeres y sus lolitas en flor también

a la sombra de un despertar anaranjado del verano

en medio de cada insoportable estación.

De todas maneras,

una carcajada embrujada por la dicha "engama" los

[Image][Image][Image]colores;

unas manos frágiles precipitan la luz que sostiene

las formas de unas serranías y unos árboles

amarillos,

¿Vendrá?

Todas las formas en todas las formas y la cabeza en

la

pica de la certidumbre,

la angustiosa serenidad momentánea de la certidumbre,

Una cierta sombra en las fantasías del amor. Unas

[Image][Image][Image]sombrías

siluetas en la cabeza abigarrada y pulsante,

la cabeza, la cabeza del amante

sea quien sea. La primavera.

El cielo como una lámpara en la mesita de luz y

el día como una noche dispuesta para el obsceno Dolor

y siempre unos niños bailando en un claro de mi

sangre:

un arco iris del deseo en mis venas.

El cuerpo estratificado en el lecho ácido del pino,

las semillas turgentes bajo sus madres arraigadas;

el silbo de unas perdices mientras avanzo hacia la

casa

cerrada y el galgo y las tunas mordidas por los

toros.

El secreto en el aura de Alicia, la casera, que

espanta

las vacas con su Citroën amarillo y sus alaridos

expertos.

El celo. Tres rojas muchachas y yo. El celo sereno,

el celo en la cabellera solar de la mujer

¿El hombre de mármol

quejumbroso?

¿Vendrá?

Todas las parteras oirían su nacimiento

si se decidiera a verse nacer,

estímulo de la pintura. Estímulo de las

estéticas anarquistas de la pasión...

Confuso esclavo de la maldad evaporando en la sombra

toda la Literatura y todo el Mal.

-Pero no pronuncies esa palabra obscena, por favor,

Arturito...

Ni dispongas puntos suspensivos donde políticamente

no hay suspenso.

Estamos en el campo y aquí me quedaría hasta ver

amanecer y que la vaca me dé la teta con sus

innumerables

pezones...

Terco poeta como la luna en el agua que se agita,

el día se agita como yo.

Estamos en el campo.

-¿Qué somos?

-A-mi-gui-tos...

Sonrisa en el coral de las sonrisas que miradas

difícilmente se disuelven en el aire obsceno.

Obsceno el tacto del pico de los patos.

Obscena la algarabía de la quietud.

Obscena la tarde con sus mates lavados.

Obscena la invitación a la pintura en caballete.

Obsceno el caballete en el desván del campo.

Obsceno el diálogo más que el monólogo y más obsceno

que este coloquio entre perros de interior...

Obscena la mirada a la leña y el hacha,

obsceno el conejo con sus orejas enterradas en el

barro;

obsceno el juego de repetir

la hartura de la pintura...

Del campo.

¿Vendrá?

Su caballito volvió solo al lugar

Espacio perfumado

no importa con qué

Estiércol de la atención humeante y perfumada

La mirada bosta circular de las vacas

como un cráter lunar en el aire

en el verde del aire-césped

Sangre en la pared.

Sangre en la nariz de la niñita que sale del agua,

Sangre escondida en los hilillos equidistantes

de las venas poéticas

Y es todo lo que no nos debería faltar.

CREPUSCULO ARGENTINO

a Elina y

Alejandro Carrafancq

El campo,

un espacio donde los niños

confunden la belleza con la felicidad;

la luz los atonta, el flash doméstico

y natural los oculta en catacumbas, agujeros

negros, blancos conventos insonorizados,

sin follaje...

oh pequeños religiosos de la exigencia:

una sonrisita fosforescente y acústica

y un abracito afectado que se conoce

en esa especie de Vacío Mundo

en otra más lejana galáctica

insaciable risita que lucha.

Todas las astillas cósmicas.

Todos los hilos agámicos.

Todas las taciturnas

vocecitas en la luz amarilla,

intensa, de azufre fosforescente

y de luciérnaga que agoniza.

nosotros en ese campo expulsado

donde la fatiga es imprevista

con sus misteriosos eclipses...

La insistencia de un pánico silvestre

y los diminutivos con que Arturito recorre

su paciencia, su olvido en todo lo que se

afinca como parpadeo.

Las cajas del sueño donde el poder dormir

como volver a morir se precipita; el aire

se funde con la luz oscura y el agua con

los desplazamientos del rumor acuático

imanes, imanes de felicidades remotas mímicas

en los estados de belleza pura, y variaciones

mágicas con dedos de reptil, pero ese reptil

de miniatura africana

que salta continuamente en el hirviente

desierto de arena para no escaldarse y

vivir al unísono,

para que el día entre en él por todas sus

semejantes, ínfimas, innumerables huellas

para que la presencia insaciable del día

no lo adormezca;

sin embargo,

a ellos otros espero, anhelo,

anillo sus múltiples exigencias.

Puedo envejecer esperándolos en otra humanidad

y puedo otra vez nacer; estar como un fruto

en corona, esperando el picotazo de otros

mundos,

la vida de cada minúscula noche hacia el mar.

Ellos,

bienes dormidos bajo estatuas de olmos, gnomos,

tesoros en cofres de pirotecnias perpetuas,

aún en el vacío insonoro, atraídos como ranas

En la inquietud de los estanques o el mar,

sobre la vasta ola roma, sin cresta, alzándose

silenciosa sobre el amor:

minutos sin ley ni astros

tiempos sin cuerpo ni deseo

espacios donde se cortan los afectos

a cada exiguo pie de un hombre.

Son niños siempre y

niños en un festín donde

se desconocen los nombres

Niños arrancados del cuerpo y

del corazón, como raicillas que

ya hubieran echado en otros niños

su ligazón; en otros pensamientos

su dolorosa espesura.

Niños explosiones acústicas

Niños ortigas del verano; a un punto

en la seda

vienen a mirar faisanes;

un círculo luminoso donde caen

todas las remotas ideologías naturales

y todas nuestras cósmicas huellas

estrelladas: los niños.

Duelo de no pertenecer

duelo de las sabidurías desconocidas

sin órganos

sin ostentación y sin goces

duelo de apartarse dudando del patio

de la dicha: donde allí todo nos

sosegaba como sofocado dolor

aquí todo nos despierta

aquí somos el sobresalto del lince

aquí el sueño oculta

la alegría del secreto

Aquí la verdad solitaria derrumba

el placer

y el placer no sostiene

el secreto no sostiene

el despertar no me sostiene,

su realidad,

es más devastadora que el deseo

¿Qué es?

Es la desesperación

que nos impone como un sueño

el vacío, el campo...

Vaho amarillo y los diablitos

riéndose. Arrastran un perrito,

escriben una eme majestuosa;

las brujas-lolita con sus mechones

eléctricos y sus malcriadas muñecas,

la voz del perrito; los dientes de las cosas;

la acústica estirpe china del súbito día

(el té).

Los niños.

Sus rasos borran la única fiesta,

la única mentira, la única verdad,

la única risa.

No te alejes más.

No te alejes más.

¿Qué haré sin los ojillos de tu faisán?

Sin tus gestos como picotazos dorados.

Mi desesperación clavada en el deseo

como un colibrí salvaje en la

gigantesca flor acuática. La hipertrófica

magnolia del deseo:

un limón escarlata y óxido de hierro la van

centrando con sus suavísimos ganchos:

la abeja allí se empolva, los zánganos

conocen y reconocen: desconocen

El campo, la noche y

sus caretas de olores

que no enmascaran, los

mensajes cortados y los

gritos suntuosos;

la noche con sus señales

de amores de alfalfas y

alfabetos de sapos y

telarañas.

Magnolia del zorrino

con su chorro de humos acres

¿Nada sostendría?

¿Nada consentiría en su risa de chaparrones

de blancos y agrios fuegos

luminosos?

Es la madrugada: ¿pero cómo...?

Los niños se duermen:

fácilmente se duermen sobre estos clavos

de azúcar, fakires del infinito turbulento.

El campo tiembla.

El campo nuestro. (...el delirio, los surcos

de la lava del alba. El agua donde amanecemos.

Los terrores poderosos giran en torno a

objetos sin valor. ¿Te acordás? Fase del

desprecio, incluso por el no...

El No de un amarillo vibratorio,

los girasoles en el vozarrón del día

y el humo del atardecer, los ojos

en la cabeza leñosa

en el espumoso anaranjado del sol.

No te alejes más.

No te alejes más.

el deseo desdibuja en su plumosa tierra

un espacio: "que no te despierten todavía,

y que no hiervan la leche todavía".

Multiplicidades. Multiplicidades

secretas

Lo que pasa durante la tarde

como los pequeños frutos de las intensidades

se abre, como un último frutillo

en las fogatas anaranjadas

Deja que bajo nuestra incertidumbre

croe lo incierto: el agro de la espera,

la niñita que baila... la patria de San Juan

y esas inquisitorias cartas que quemaste

para cocer la langosta y las habas:

La pintura es la extensión más sutil

LA FAMILIA

Sobre la familia

de un dibujo cortado en

los colores

El vientre cortado,

los juguetes.

¿Para qué volver a la unidad?

La naturaleza era la imitación del padre,

la mirada ilimitada de la Madre: y el amor,

aunque probablemente no era el amor, reclamó

una breve caída sobre otros silenciosos

tiempos.

Reclamó los niños que se hundían

en el follaje estrenduoso,

en la espuma de las ramas. Reclamó todo

lo que fingía, para sí breves vidas, y

toda la pequeña presencia que ardía,

todas las misteriosas nominaciones, todas

las mentiras fugaces de unos gestos en púas:

el campo destruyó el dolor

y eso se percibía como prueba de soledad

en el paisaje.

Después el pisoteo,

la masacre del deseo: el no poder

reducir a común denominador materno

el padre malo y el abuelo tramposo.

La mirada dulcísima en esa noche

que sólo se abriría para dormir...

que acaso ya no sostenía

un ritmo: grillos esquizofrénicos.

¿Amantes?

Cuerpo fascinante y pequeña dominación.

Vibración de unas caricias que todavía crujen

en nosotros como suavísimos derrumbes de luz.

¿Amantes?

Y en la felicidad de los gritos

¿quién consintió apoderarse

de un nombre único pero querellante?

¿Quién, durante la vida,

en el vapor urticante

de todo un secreto?

EL AGUA ROSILLA

in memoriam Silvia Redondo

¿suena un teléfono?

Es imposible, aquí, en el campo.

A menos que obedezcamos

a otras razones, a otras malas costumbres

iconográficas.

Es un pájaro que suena igual;

o la mixtura informe de dos frases

trinadas, que saltan a la vez de un gaznate

abierto al cielo,

a otro...

volcando una materia multicolor y

tan densa en "estados" que...

Ningún orden nos vincula al pasado.

No obstante...Eramos el sentido

de una desaparición, la pérdida absoluta

del sentido: nos buscábamos como piedades

escondidas, todavía invisibles, todavía

impalpables.

feliz fue la noche confusa y feliz

el vaivén de nuestros cuerpos

alarmados por el último beso. El último beso

y mientras ella desenvolvía sus puntas de secreto

en la oscuridad lechosa él bebía Tang

y fue feliz la noche fue feliz

El último beso.

(no pudo disimularse en lo pequeño:

se simuló en lo más enigmático de

una ostentación: el humillo

de un nombre.)

Amantes confundidos. Amantes en el

agua del jardín de los deseos que se

bifurcan:

volados los cuerpos y

la utilería del amor

deseo pequeño

deseo pequeño

deseo pequeño

deseo y poder

y sumisión...

animal necesariamente

en la esponjosa sombra

de las miniaturas:

del brevísimo instante en que aparecemos

como títeres de la confusión alada entre

dichosos por hastío,

por hambre.

a cada paso nuestra secreta carga y

nuestro falso deber.

el hormiguero del sueño, el sueño

de tu hermosa tierra (dentro de lo posible)

el hormiguero y la desaparición:

El campo,

pasto o brizna de luz,

hormiga o escarabajo tanque

Y el perro Arturo que fue tu lazarillo

en Roma, y compartió las fugas en tu duelo

paterno, molecular: pasional, Arturo

¿dónde estarás, ahora? ¿Contra qué valla

de sombras sin espinas dejarás caer a tu

amo?

El sol se extingue bruscamente y un insectito

con lunares negros, bruscamente anaranjado

se posa en mi muñeca: "Mirá, papá. Una

vaquita de sanatorio." -dice Ana.

Más pequeño que nuestro retrato en la cerrazón

y más pequeño que el mundo sostenido por lo

que desaparece. La hierba, la luz, la piel, el agua.

Espacio con olor a vainillas.

espacio del vómito instantáneo de un niño

ácido del niño como esperanza: (secreto aliento

aplastado en la desesperación esperanzada...)

Espacio perfumado y espacio medroso

Espacio sombrío de las tímidas frutillas

Espacio de los tilos y las naranjas

espacio del cerezo escarchado picado por

los pájaros.

Espacio y espacio

donde tenso se abre el secreto

de una palabra y

de todas las deliciosas porquerías

de los niños.

Espacio para el barullo de lo pequeño

que no desaparecerá por el envión de la mañana

y espacio para la enumeración cada vez más simple y

más imperfecta

sintaxis de multiplicidades de olvidos

Atrajo para ellos

la vida para sí:

la vida-juguete

la vida-moscardón tornasol

zumbando en la viruta de otra luz

y las lisísimas hojas del verano

soplado en la luz

sonajero, sonajero

de un secreto mortal

que únicamente los niños comprendían.

Fuiste la risita contraída

en la recova del caracol

la risita de los niños del sol

y otro sol en otros niños mutantes:

la diferente paternidad pueril

de lo viviente

Con ellos, hacías, escribías

con abrelatas del deseo

esta vez cada vez más vivir

y en lo viviente, espacio,

cada vez más oir

el secreto de lo vivido

Oh,

por tu culpa debí enloquecer

puesto que vivir

es sólo presentir

el deseo.

los niños no lo saben

los niños lo presienten

en su rotunda sensatez de pequeños.

los gritos, las risitas,

las carcajadas en el agua porosa

y el sol en las piedras azucaradas:

Vos los obligabas a que saltaran la barrera

donde un señor estaba con su sombrero negro

y una señora posaba con su sombrilla salitrosa.

Mujeres, niñas, reinas:

todas con sus posesiones felices estentóreas.

¿Te acordás de los patos arlequinados?

¿Te acordás que hundí el dedito meñique en el tintero

el primer día escolar?

¿Y el día que me cagué encima, y corriste alertando

el aquelarre de las constantinoplas tías?

¡Oh madonas de una sombra cuadrada y aciaga!

[Image][Image](madaminas

del alba y del azar junto a los niños) Dueñas del

ocaso cuando las estrellas se preparan en vano, para

guiñarle el ojo a las gallinas.

¿Te acordás de Olga Rapún, los ataques en malón, el

vidrio en la Yale? ¿La envidia afrontada al miedo

de jugar?

el miedo a ser aun más niños, y a la usurpación de

ellos (sin vos), en una memoria enterrada que yo

exhumo en tiras, en franjas y en fragmentos para

vos.

Ya que con todas tus fuerzas comprendiste su energía,

la velocidad remota de sus guiños. Gritos y bailes.

Supiste separarte de lo pequeño perpetuamente un

momento

Separándote casi eternamente un momento

de toda tu muerte en llamas y separando con ellos

del orgullo reificado de lo grande,

la contaminación de lo pequeño y

los pequeños

los chicos gozaban

los chicos entraban en la boca del amor,

la boca del confín de los poderosos donde salta

la gran dentadura

de la locura...

¿Y aquellos novios en aras de un deseo inicial?

Todavía impalpables...

...invisibles todavías.

Demasiado correr hacia el extremo de la noche y

corriendo en tu horroroso silencio hacia

ningún extremo y en todos,

Todas las palabras

se deslizaban allí

los niños detienen esa escintilación de lo mundano

en su brevísimo pico de tristeza.

Saltando sobre la arena tiñen, borran, opacan

en la luz las formas y los efectos

Los niños pegados a la gran costa y a la

dulcísima espuma del Mal.

Anita dramatizaba el movimiento de una ola

avanzando y encrespando en su alegría

una mirada celeste turbulenta.

Fermín cortaba las olas más altas

con su pitito.

.........................................................................................

Estamos hechos para soportar el estallido

de la muerte en la infancia: Aún no,

no termines, no acabes, todavía

.........................................................................................

alguien quiso que todo quedara

al alcance de un pescador orgulloso

de su trabajo con el agua.

El silencio,

el silencio

el silencio del agua

cuando es presa

de los niños

El agua.

UN BALCON

Tomás tiene dos años,

vive en Buenos Aires

en un exiguo Dpto. de la calle

Defensa.

Cuando llegó al campo

dijo: "¡balcón, mamá, balcón!"

El campo como un balcón

infinito,

con sus terrones azules y sus pastos

infinitos,

con sus perfumes y sabores infinitos

y los enormes perros, los cañones

enterrados, las esfinges de piedra

entre los abedules y la casa de noche

con su galería encendida,

su resplandor de arroz en la humedad

de noche de caza acuática,

rosada

Pero llegamos casi al mediodía.

Los árboles arrojaban de sus copas

ácidos sagrados:

la untuosa fragancia de los verdes

vacíos

la luz en rayas frases de los gnomos

silenciosos,

en los baldíos inesperados,

en los incendios donde recorren niños

bajo el crujir del sol

las cenizas

que al llegar nos miraban...

Debería insistir.

Nos esperaban las flores dispuestas

en los candelabros de hielo,

las bolas de nieve siempre

nunca tan blancas sino ligeramente verdes

y aplastadas al tapiz donde cruzan un río

niños chinos

cotorras y cacatúas petrificadas,

lavadas en azul, los picos rojos, las crestas

como moños de niñas embalsamadas

-¿Puedo fumar? -dijo Alicia

Y así comenzaron a reir

los comensales

Tomás invadía la mesa. Jaime lo mimaba.

Tomás invadía lentamente las cosas indiferentes

y las muequeantes salas,

los retratos,

del comedor los retratos, las pinturas,

las piedras bajo la estufa, los preciosos

vacíos, caracoles, y los ojos de Pupa,

saltones y verdes como de libélula

espantada.

Las voces italianas, francesas, el inglés

de los huesos de las tentadoras

comidas, sustancias

almibaradas

Arturito comía y comía

levantando sistemáticamente su ceja casi

postiza y el rabillo ciliado,

el cristalino visor camaleónico

y el ojillo esmerilado

Sonar, radar del ojo

Y la nodriza elemental que allí guiñaba

Arturito sin escribir nada.

Hundido en los espejos.

Tendía el puente colgante de una complicidad

con ibis; pájaros y picos que picoteaban

el vidrio; el vitral del goce; goce...

En sobremesa más pequeña, redonda, y sobre

sillones de mimbre enfundados, chillones,

Jaime (50 años) se arrojó sobre

Tomás que se reía. Los rulos de

la ceniza de oro en la luz y los ojitos

sombríos: fuertemente iluminados por

otros ojazos que de adentro salían más locos,

chorrera de millones, hipnotizados niños,

celestiales, amarillos, verdes, el mar

junto a un gato zarco: y las manitas aferradas

a ese tumulto de falsas imágenes: las mismas

que leo: las velocísimas cruzadas por umbrales

y a la risa las manos de Jaime, otra vez,

"Aquí, aquí" -decía. Le hacía cosquillas en el

pitito, en las ingles, la pancita...

"Aquí, aquí" -decía. "Esto es la realidad. Esto

es la vida. Esto". Y señalaba acariciándole

la espalda al niñito que reía felicísimo,

"Está vivo, viviente..." -repitió, corrigió.

"Todo esto es la realidad" -repitió una vez más

y ajeno a todo estímulo

y a toda realidad gimió: "¡Viva!"

Un frío me recorrió ¿la médula?

Y me hundí un poquito

en el crujido de mimbre.

Tuve un raro pudor ante tanto reconocimiento.

Una nostalgia muy pueril y pétrea

me oprimía.

Y siguió murmurando, para su cabeza y la mía

(no recuerdo, no ví lo que hacían los otros

convidados...)

murmurando entre cortadas tiras un pensamiento

célibre, agudo, agrio, triste, sutil entre los

escombros de las palabras que metía,

y acaso harto triviales para él, que acaso

todo lo concebía (la apreciación es mía)

como Belleza: una aristocracia

de la cultura...

Nini miraba en Vogue los Rolls Royce japoneses.

Jaime pudo saltar de pronto, desprenderse,

y cayó como una brasa en la palma de un ciego:

"Son japoneses, y uno debería entrar y hacer

¡Tac! Y quedar sentado en ellos".

Las rimas internas, ía, ía

La pura monotonía de nuestra

enorme desdicha.

Enorme desdicha usada como se "usa"

el cuerpo.

Jaime y Nini que hablaban

dándose la espalda, súbitamente pálidos,

como adultos siameses. Que decían y amaban

con cascabeles e improntus de otros

idiomas de otras lenguas, sus chistes,

lapsus y bacanales, festines desnudos con

guiños y muchas mímicas y acertijos

cruzados, rebus,

donde cortaban pequeñas imágenes

las brevísimas encantadas, conductas fuga-

císimas o historiolas de la historiola

del Arte:

que leer a Gide o Dostoievsky, aburría

hoy.

que una obra alcanza el apogeo de su

trascendencia en la misma época en que

"trasciende". No va más allá.

¡No estoy de acuerdo! -dijo Nini. Yo ante

un Donatello... Y me miró guiñando...

Y Jaime se atrevió a decir: "En todo caso,

acepto hoy, la vigencia de los arcaísmos."

"Sos tarada -prosiguió- si te embelesás

con el Quijote: está escrito en un pésimo

castellano. No obstante, Shakespeare...

-dudó-.

"vengan -dijo-: en mi cuarto tengo todo

lo más arcaico que amo,

y todo lo que deseo."

Atravesamos una biblioteca escarlata:

los dos escritorios vestidos, de

brocato escarlata. Cortinados es-

carlata. Los libros encuadernados

color escarlata.

Toda la estética de la pieza se desmoronaba

ante una chimenea cuasi barroca, de piedra

peinada, herencia de unos huéspedes

arquitectos benedictinos.

-Es horrible -dijo Jaime-. Es del mismo

autor de San Benito, en Belgrano.

Los pájaros estrenduosos en el silencio

nublado de la siesta.

Nos alejamos con Alicia hacia una porqueriza

donde gozaban a los gritos dos animales

pintados o disimulados, los hocicos y los

flancos erizados de barro.

Hablábamos con Alicia,

de los mosquitos, que nos picaban, y en ese

ardor y sopor, de envenenados, todas las cursile-

rías de la ética y estética improbables

de los matrimonios...

Hacía 4 meses que ambos, por distintos motivos,

de nuestros amantes nos veíamos separados.

Tristezas y terrores, asperezas y esperanzas,

odiosos ojos y dudosas aserciones, acechanzas

de lo venidero como una epopeya inmóvil

bajo ámbar del deseo.

Invasora jerga de nuestra suspendida cháchara

también inmóvil.

Y la naturaleza como una alfombra voladora

detenida: balcón para las cinco mil Hetairas

que nos amedrentaban con sus vaselinas y

arpas y ese kool para cuervos en la laguna

fosca. De agua amarga.

Pupa -la condesa veneciana

que se casó con Jaime -me pregunta al servirme

una presa de pollo: "¿Prefiere negro o blanco?"

Blanco, dije, estimulado por mi lectura de la

mañana. Y ella agregó: "Claro, como buen descendiente

de italianos, gusta el blanco de pollo."

Señalando la carcaza dorada y crocante

del resto, Nini exclamó: "Yo amo, fijate,

el negro". Y añadió mirando fijamente

el dorado del plato: "¡Parece un transatlántico!"

El campo no. Ya. El mundo. Océanos.

Las palomicas no. Ya. Las cigüeñas y las garzas

plateadas.

Las calandrias tampoco.

Los ruiseñores al alba.

¿Se despierta, Pupa, entre ruiseñores?

No sé -dice Jaime-, si todavía quedan. Los he

escuchado. Preciosos, ¿no?

Nini con su dulzura habitual nos trae el

desayuno a la cama.

Alicia sonríe. Tomás refunfuña.

Me despierto a las risas.

Toda Nini invita a una noble y catártica

carcajada.

Desde muy temprano comienzan sus trabajos

con relatos de sueños, piezas de amena

conversación y ámbitos mágicos, embrujados.

¿Sarcasmos?

Imágenes del placer milenario apenas ella dice:

¡Qué placer!

Secreto triunfo de la risa

sin que en su aspecto feliz

nada de ella ridículo nos

invite a reir.

La simpatía crece en su boca. Su palabra

nos envuelve y nos llena de estupor y sorpresa,

como en el carnaval de antaño la ligera

serpentina.

Pero hay una palabra oscura que pasa por sus

labios y va penetrando como un fruto obsceno

en nuestra imaginaria boca: c o n g o j a.

Pero no esta congoja que notamos

una lentitud extrema en el desplazamiento del sol

y que el poeta Girri, señalaba como una "cualidad"

desde el tiempo...

Pues si de ella aprendí las mil maneras imposibles

de creer, de "esbozar", de inventar

para experimentar algo que fuera el modelo

o el mimo de otras congojas,

¿para quién retuve, entonces, la sordina

de la imaginación?

Nuestra amistad austera.

Nuestra congoja agámica.

El paso veloz sobre las piedras

de nada parecido al sexo, ni al amor,

ni al fuego de la irrisoria congoja.

La urticante y nocturna congoja.

La deliciosa piel de sabandija que deshace

los guantes de vivísimos élitros

en realidad. Y en deseo,

el paso de Tomás en el balcón de la hojarasca.

El oído de Minerva (la perra Dogo) y lo que de

sus pisadas escucha Tomy,

confundido por la infinita escala de murmullos

y de alas.

Y la Señora con su aire de domadora de jirafas.

¿Yo escribo en este claustro de muros encalados?

El cuadro que miro dice: Doménico Theotokopuli:

El Greco (1547-1614). En el espejo veo mis pies,

que los mosquitos deformaron: hormas gigantescas

y máquinas de planchar; esa misma ojiva metálica;

las variadas y envenenadas

manos tergiversadas,

efímeras formas:

el cuerpo

el espejo

El Greco.

los pies.

Oigo a Minerva que se arrastra por los pasillos

hacia otro claustro.

Alicia tose.

Nini duerme.

¿Sueña Tomás? Las hojas gigantescas

y los kinotos como turgentes tetillas pintadas,

mojadas naranjas... Mujeres anaranjadas

en los superpuestos e impalpables balcones

El pingüino de yeso que Nini trajo un día

del pueblo. Enano cabizbajo.

Tomás lo toca.

El olor lo sueña.

El agua cenagosa de la pileta y acaso mi cara

gorda y barbuda.

Mi horrible cara gorda y mi

terca sonrisa o

Acaso mi sonrisa sin cara pero barbuda,

suspendida allá en el claqueteo

de las hojas: Arturo...

El sátiro hipnotizado por las velocísimas

hojas

agitadas y rosigantes

con sus decibeles

y sus secretas acústicas

¡Oh, monjes y poetas!

Nini vuela alto, lejos,

en la escoba de Rauchemberg

con sus pajas ornamentales.

Jaime hojea Vogue y se detiene ante

la contessa Marta Marzzotto, fotografata

da R.Granata.

Arturito lee un libro que tomó

de la biblioteca luciferina: "A la sombra

de los monasterios tibetanos" -un libro

de Jean M. Rivière.

Jaime dormita, ahora, un poco.

Se sobresalta por la llegada de Tomás.

En el paseo Nini repitió "embaumée"

La tierra -el balcón ambomé... con

todos los estiércoles, con todos los

osarios de flores. Acacias, jazmines.

Contó una historia de merengues y otra

de profiteroles.

Pupa pasa silenciosa portando en sus

blanquísimas manos una llavecita y enredadas,

dos pequeñas copas de cristal ahumado

Forzado el ideograma de la alegría.

Forzada la faz silenciosa de la memoria

en este campo.

El ánade canta como un ventrílocuo en un

ejemplar "demasiado estudiado" de

Liquid Ambar. Todo lo que ellos conocen

acerca de él se va vidriando en mi resentida

memoria;

se va endurenciendo como un dulce que lentamente

decolora, azucara, envenena.

Hipóstasis de la perfección

del campo en su "paz", en su melancolía

focalizada...

Pero de pronto yo sé

que en todo este silencio no estás.

No están tus movimientos

secretamente envueltos en la impostura

de tu papel de caramelos

Y no sabemos por el sol

ni por el follaje plateado

en los árboles, donde tu risita

se expande y envejece y donde

despierta unánime tu alegría colmándome,

donde tus manos en la cabeza del amigo

celebran los trabajos y el amor como

los días sus noches

el campo.

donde la obligación con sus destrezas

parte de mí y te ocupa:

último secreto de la luz en la tarde

y último parte del secreto

en mí

sepultándote.

Olvido, pero intermitente.

De pronto tu mirada se enciende para mí

iluminando cada hoja de cada rama,

cada corteza de cada ramaje vacilante:

los árboles: los claros ínfimos donde

se abalanzan a besos las palomas

la mirada extraviada en el vapor

de los árboles celeste; celeste;

desconociendo para mí y

desconociendo todo en mí

para este campo

Una nueva manera de amarnos

arrojados por todos los convidados

incluido yo,

en el secreto que ya no nos escucha

que ya no retrocede

que ya no hiere

¿Más?

EL POTLATCH DE LAS SIESTAS

Un coloquio remoto se hundía en la exageración

(miniatura de una incertidumbre

que lo amparaba): Algo querrá ahorrarnos

siempre, la pena de la escritura

El campo.

Todas sus cruzadas de comadronas

invisibles.

La arena de oro el sentido y del sentido,

madres desaparecidas. Vuelvo a una patria

de terrores pueriles y asaltos

a la pequeña oscurecida urbe

de la memoria: Oh, tristeza

Me has enfrentado al lujo insoportable

de mi desnudez.

Aquí está el mapa de lo reído y de lo

por reir.

Los lugares que deslizan su ritmo reificado

en lo alarmante:

El tiempo

que contrae

el abismo

de los niños.

Hay que enfermarse.

Hay que enloquecer.

"Hay tres minas jugando

al Ludo, podés creer?"

-dijo Mariano.

"Parece que juegan y

cuando las mirás fijamente

desaparece el tablero".

"Estás en pedo -dijo Julio.

"Más borracho que ellas".

Busca el agravio de la alucinación

compuesta (se despereza en estos

campos)

Sus patios para dar mis vueltas.

Sus sótanos para retocar heroicamente

los homenajes al cuadrado.

El campo.

Unas cartografías silbadoras. Colores

repetidos en los timbres, oh, monjes:

Vosotros que de la plegaria hicisteis

una partitura, un mapa para el acting

de escoger de la luz la calentita sombra

quejumbrosa.

Vosotros,

para quienes el mal y el bien

son el paisaje: el paseo más puro

de la contemplación

Estamos en Indio Rico,

a escasos kilómetros de Pringles y

es la industria de los noveleros,

con sus flechas de macizo oro y sus

boleadoras de pepitas áureas forradas

de billetes de cuero...

Estas son dunas, dunas mínimal, y

estas son napas con láminas de mica

traspapeladas.

Ahora estoy en Pringles,

en la azotea de mi casa donde soy Vatek,

con mis astronomías lanares y gozo,

como también de día gozo, tendiendo

desnudo la ropa: paso por el silencio

costumbres que el almuédano corta

al llamar a la Meca: duda, por todas

sus geometrías secretas donde la luna

entierra unas cerezas frías...

Hijo,

y padre.

Pero con un juego limpio

bajo la nariz ganchuda: el amor,

el equilibrio tumultuoso del "galpón"

donde unos tumultuosos quemaban los

juguetes y el trigo.

Malones.

Malones señores pintados con su crueldad

que cunde como el fuego del deseo

en la pampa.

Pero hay el barullo de lo pequeño, aún,

cruzando el cielo matizado sobre

cardos y escobas albinas y estolas plateadas.

El brillo del panadero, erizo suavísimo

con su relámpago tieso de madrugada,

y también el llanto,

el llanto ameno del siringo, angustiante,

y prolongado...

Estímulo de la secreta alegría de la sensación

de simular tantos discursos y prometer más

mímicas,

más mordeduras.

Algo que quiere ahorrarnos

la pena de la escritura: No hace mucho le

dije a Emeterio: No he fundado ningún sistema

nuevo de lectura; nada original: ni siquiera,

volverme imperceptible... ahora enmascararnos

los brazos, las manos... (No dijo nada y después

pensando que iba al mar con los chicos dijo:

"Comprate una sombrilla, es algo que puede

durarte años").

Genet sabe que el goce le es negado por

principio -dijo Sartre.

¿Yo busco el agravio de la muerte?

No; enumero el sentido de una desaparición

escrupulosa:

el arco iris no.

los niños no.

un amor no.

un cuerpo que al pasar

deja que el deseo nómade se precipite en él

como una nevisca incandescente,

como una lluvia

fulminante. No.

una idea célibe no. viuda no.

una frase fastuosa que aparece

en la mitad de un ingenuo

momento,

de una ingenua desaparición

Del campo. No.

Del fauno o silvano que aflojó los cordones

soltó los ojos en los manojos de doradas

espigas. No.

Un sileno no.

Un coribante con su falo serruchado

en la mano,

bailando y restallando de dolor,

bailando y restallando. No.

Genet sabe que el goce

le es negado por principio:

Natachita me trajo su libro de cuentos

y Natacha, la madre, leyó en ruso.

Un cuento que no entendí, pero que

disfruté bestialmente

como una bestia que se sale de su ajustada

maya.

Natachita me miraba.

Liliana agachó la cabeza y alzó, imperceptiblemente,

los difíciles hombros: Ella también escuchaba...

Natacha cantaba, en realidad, ese cuento

maravilloso. Cuando terminó, alguien dijo: "¡Qué

lindo!"

Natacha se apresuró a explicarnos que era un cuento

que le leían asiduamente a Pushkin.

Me despedí de todos ellos, como siempre,

besando a cada niño: coronando con un acto de

malsana estupidez aquella estupenda "lección"

de poesía.

LA MAÑANA

a Chiquita Gramajo

Todo lo que deshaces en lo que oyes

te escucha: el aleteo de dormir...

Más que vivir el aleteo prohibido,

el escándalo disipado de un sueño:

Las voces,

los rostros borrados. Las bocas como esferas

y los ocultos ritmos, enterrados pasos

súbitos de un huésped auspicioso:

La noche en la casa vacía.

El sapo que en el umbral espera

el duro beso de la esponjosa luna.

El brazo cortado en lo lejano.

la mano que se hunde

en la cabeza que se va a despertar:

"colmame conociendo tu muerte,

enfrentame a tu infinita reducción".

Pero desnudo, de pie, bajo la ducha,

más ácido el rocío en las flotas de

la mañana;

desnudo, bajo la mueca imprecisa

de un gorjeo prolongado y la visita,

en la jactancia de la luz en la penumbra

ya es toda la mañana

ya es toda la repetición bulliciosa

de la colmada mirada enamorada

no contenida en la erudición de los

saberes, la obra, el creer conocer

y su "conciencia culpable".

Hay que conocer esta muerte.

Se amplía y se reduce

su infinito deseo: es el deseo

de la obra y la pequeña diferencia

de su duradera dureza...

Es la simulación de la amordazable

libertad, que nos impone como

en dos sueños sospechosos,

un breve y confuso reconocimiento

del caos: la mañana.

El déjà vu es la muerte,

una escena oscura recortada de sus

danzas; un cascabel que agita

para el halcón jactancioso,

una alarma obscena y brevísima

durante el pacto de mirar.

La muerte que sólo escucha y

desechando. Deshecha continuamente,

en lo que oye, en lo que escucha...

la muerte con sus jugueterías y

sus gatos.

Dijiste: "debo permanecer siempre

pequeña."

Más que el sueño:

nos impone a los bostezos el vacío,

La breve lluvia que nos abre una acacia.

Los duros hexámetros envarados por el sueño.

La pesadilla de la bruma recortada, donde

aparecen las miedosas geometrías de la sombra.

Los bailes y las máscaras de un finísimo

"óleo": la mañana.

Alguien declina el nombre de su gato y el

nombre del felino se encarama a la sombra.

¿Me despierto? ¿Tratas de despertarme con

un puñado de sílabas de cuatro hojas?

Alguien despliega en esta misma mesa donde

escribo,

un mantel crocante en la luz y los intactos,

pegajosos pliegues.

Y apoya una taza, un plato, una servilleta

de papel sobre las pequeñísimas,

pintadas flores.

¿Se inicia

la mañana?

¿O ella nos va desocultando otra vez

lo que para nosotros recomienza?

Los pequeños d'annunzzios,

brevísimos en su aparición,

en las veladas luces y vuelcos

de las vestidas de papel.

Desnudo bajo la ducha,

desnudo en el hilo que sostiene

las encantadas imágenes.

Desnudo en la única sucesión

presentida,

casi dolorosa. La insistencia

desgarradora de insolubles aspersiones

del deseo:

desnudo

y la mañana del verano frotándome.

Un gato viene a caer sobre mi pecho

como una lluvia de azúcar dorado,

impalpable.

Desnudo y para mirar

si "estableciera" desde afuera

otros vínculos.

Empapado de rocío avanza

en otra fiesta que no me excluye.

Los pliegues del agua en la piel,

la luz despertándose en las cribillas

del papel: gozo, solamente

el sonido puro que rapta al deseo.

Y yo iré,

con la lengua quemada por la lluvia

del sol: el vaivén del disco de carbón

de la comadre cocinera,

y yo también alejándome

a mil años luz

si este día me "retuviera".

Entorna los postigos para protegerme

de un resplandor naranja y dice,

murmura,

"ya está";

el tazón de leche perfumada con el

pintado café.

El gusto de la leche, el café.

Esfuerzo de reconocer los dos sabores

unidos para el sabor de la mañana.

La manteca fría y su rocío en la espiral,

el caracol con que la enervan bajo el

metal de unas grasosas formas.

El cuchillo apoyado en el frasco de miel

marcando con su resplandor sombrío

la distancia al primer parpadeo

ese "hoy".

Conoce tu muerte el agua,

el macareo del azúcar:

el cuerpo desnudo pasando por la voz

de mi lengua:

"Mientras escribo, todo se desvanece

menos lo que contemplo."

El que pasó por él traga la leche

y los sabores desconcertados.

Tendrás tu cuerpo colmado

por sus veloces huellas de pasante:

te busco y no estás,

oigo tu voz detrás de la bruma

bajo la mujercita de los pájaros:

"ser pequeña, quiero".

huésped de la mañana

(todavía secreta para mí) y

huésped desnudo

acribillado de certeza:

contemplo.

Escucho el molinillo de chocolate

del deseo,

y esa repetición en su nombre nombrado

¿dónde está?

El campo.