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ARTHUR CRAVAN, EL POETA-BOXEADOR por Antonio Ullén “Tenía treinta y cuatro años y era cigarro” A. Cravan Caballero de la industria, marinero en el pacífico, mulero, recolector de naranjas en California, encantador de serpientes, rata de hotel, sobrino de Oscar Wilde, leñador en los bosques gigantes, ex-campeón de Francia de boxeo, nieto del canciller de la reina, chófer de automóvil en Berlín, ladrón, etc., etc., etc... “Quizás no hemos nacido para un único yo” – afirmó en una ocasión Henri Michaux: he aquí el ejemplo vivo de tal aseveración. Si hubieramos de sortear, a modo de tómbola de feria, el sobrenombre de Legión, no cabe duda que Arthur Cravan tendría muchas, pero que muchas papeletas para llevarse el Gran Premio A La Alteridad. Fabian Avenarius Lloyd, verdadero nombre de este sobrinísimo, nació en 1887 en Lausana, Suiza, aunque ciertamente serán pocos los lazos que le unan al paraíso chocolatero de los cucos que huyen del fisco –cabe añadir que este hecho no vendría provocado por ningún gesto de menosprecio o animadversión hacia el país alpino, nada más lejos de la realidad; siendo justos, el poeta-boxeador jamás se sentirá ligado (en el peor sentido de la palabra) a bandera alguna-. Tras un breve tour europeo-americano, Cravan acabará estableciéndose en París, ciudad donde alcanzará notable fama. Ésta le llegará, en parte gracias a sus polémicas e irritantes declaraciones, lanzadas a diestro y siniestro contra los artistas de la época a modo de dardos envenenados – del judio Apollinaire dirá que “tiene una tripa muy gorda, se parece más a un rinoceronte que a una jirafa y que, en cuanto a la cabeza, más bien 1

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ARTHUR CRAVAN, EL POETA-BOXEADOR

por Antonio Ullén

“Tenía treinta y cuatro años y era cigarro”

A. Cravan

Caballero de la industria, marinero en el pacífico, mulero, recolector de naranjas en California, encantador de serpientes, rata de hotel, sobrino de Oscar Wilde, leñador en los bosques gigantes, ex-campeón de Francia de boxeo, nieto del canciller de la reina, chófer de automóvil en Berlín, ladrón, etc., etc., etc... “Quizás no hemos nacido para un único yo” – afirmó en una ocasión Henri Michaux: he aquí el ejemplo vivo de tal aseveración. Si hubieramos de sortear, a modo de tómbola de feria, el sobrenombre de Legión, no cabe duda que Arthur Cravan tendría muchas, pero que muchas papeletas para llevarse el Gran Premio A La Alteridad.

Fabian Avenarius Lloyd, verdadero nombre de este sobrinísimo, nació en 1887 en Lausana, Suiza, aunque ciertamente serán pocos los lazos que le unan al paraíso chocolatero de los cucos que huyen del fisco –cabe añadir que este hecho no vendría provocado por ningún gesto de menosprecio o animadversión hacia el país alpino, nada más lejos de la realidad; siendo justos, el poeta-boxeador jamás se sentirá ligado (en el peor sentido de la palabra) a bandera alguna-. Tras un breve tour europeo-americano, Cravan acabará estableciéndose en París, ciudad donde alcanzará notable fama. Ésta le llegará, en parte gracias a sus polémicas e irritantes declaraciones, lanzadas a diestro y siniestro contra los artistas de la época a modo de dardos envenenados – del judio Apollinaire dirá que “tiene una tripa muy gorda, se parece más a un rinoceronte que a una jirafa y que, en cuanto a la cabeza, más bien parece un tapir que un león...”-, y en parte debido a sus performances poético-pugilísticas celebradas en los cafés de moda, en las cuales el “poeta con los cabellos más cortos del mundo” disertaba sobre arte y literatura y bailaba la nueva “boxing-dance” –la very boxe-. Y será también en la capital francesa –abril de 1912- donde salga a la luz su revista literaria Maintenant, en cuya portada firmará como editor de la misma, en principio un gesto de lo más lógico si tenemos en cuenta que el proyecto nacía de su propia iniciativa. No obstante, quizá el asunto se vuelva algo enrevesado si a esto último añadimos que, además de figurar también como director y distribuidor, el nombre de Cravan –camuflado bajo un sinfín de pseudónimos- constaba a su vez como único articulista de dichas páginas. Múltiples yoes se escondían bajo aquella figura de casi dos metros, los cuales, graciosamente, sostendrían la revista durante cinco números.

Llegados a este punto, nos trasladamos de un salto –temporal y geográfico- a la Barcelona de 1916, celebrada fecha en la que la ciudad condal contemplará, in situ y en todo su esplendor, a ese showman multidisciplinar de espíritu inquieto. En esos días tomará contacto con gente como Marie Laurencin, Albert Gleizes, Max Goth o Francis Picabia, colaborando en la revista 391, editada por este último..

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“Plaza de toros monumental. Domingo, 23 de abril, a las tres de la tarde, Gran Fiesta de Boxeo, en la cual tendrán lugar 6 interesantes combates entre notables

luchadores 6; finalizará el espectáculo con el sensacional encuentro entre el campeón del mundo Jack Johnson, negro de 110 kilos, y el campeón europeo Arthur Cravan, blanco de 105 kilos. En este match se disputará una bolsa de 50.000 ptas. para el

vencedor”.

Llega la hora. La plaza está atestada de gente. El árbitro grita “¡go!” y Arthur se pone en guardia, mientras el negro avanza tres pasos y comienza a golpear el costillar del poeta. Pasan los segundos y Cravan no se mueve. En principio, Johnson se lo toma a broma e incluso se permite el lujo de darle una patada en el culo a su contrincante para que se suelte. Ha transcurrido un minuto de combate y Cravan mantiene su pose. Definitivamente, Big Jack se harta de la pantomima y le lanza un puñetazo a Arthur en plena oreja izquierda “digno de un matarife o un maleante”. Cravan queda K.O. y el gong suena. El espectáculo acaba con el público saqueando la plaza, el negro en la comisaria –llamando a gritos al poeta y jurando que lo matará- y los managers españoles buscando al púgil blanco de manera infructuosa por toda la ciudad: le beau Arthur hace ya tiempo que ha puesto pies en polvorosa.

A finales de ese mismo año los españoles vuelven a tener noticias de nuestro hombre. En esta ocasión, Cravan se planta en la ciudad de Bilbao, donde será detenido y encarcelado por las autoridades vascas por “propagar ideas falsas e injuriosas al honor de España” -¡una ironía de lo más cravaniana en nuestros tiempos zapateriles!-. Días después viajará hasta Sevilla con intención de embarcarse en el Montserrat. La Gran Guerra acecha tras el horizonte y la flamante ciudad de New York no se presenta como un mal destino. En el mismo barco viaja Leon Trotsky, quien recordará que Cravan “confesaba abiertamente que prefería destrozar las mandíbulas a los yankees, practicando un deporte noble, que dejarse hacer pedazos por un alemán”. Ya a salvo en la ciudad de los rascacielos, Cravan continuará ofreciendo su espectáculo físico-literario.

Estamos en 1917 y el Greenwich Village neoyorkino acoge la célebre Exposición de los Artistas Independientes. La flor (intelectual) y la nata (intelectual) del momento asoma por el lugar. Como es de suponer, Cravan aprovechará tan magnífica efeméride para dejar constancia de su altísima persona. El plato principal será servido bajo la forma de un caústico artículo en el que todos y cada uno de los artistas independientes caerá knockeado tras recibir en plena jeta algún metafórico gancho o upper-cut de su cosecha –irónicamente, el propio Cravan participaba en la exposición con un lienzo-. La guinda final llegará con su ponencia, in situ, anunciada a bombo y platillo, acerca de Los artistas independientes de Francia y América, la cual, por supuesto, no responderá ni por casualidad a las expectativas de los asistentes, como todo gesto cravaniano que se precie. En la misma, el bello Arthur se limitará a contemplar el gentío mientras se va desprendiendo lentamente de la chaqueta y el chaleco, para pasar en última instancia a proferir un grito atronador… ¡tras contemplar unos instantes un lienzo que ofrece un desnudo de mujer! Sin lugar a dudas, los librepensadores se vieron defraudados, pero nadie podía poner en entredicho que Arthur Cravan era todo un artista independiente.

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Y al genio le llegó su genia, quien respondía al nombre de Mina Loy –fotografiada en diversas ocasiones por el ojo surrealista de Man Ray-. En 1929, en un cuestionario publicado en The Little Review –ya con Cravan desaparecido en combate-, Loy afirmaría: “el momento más feliz de mi vida ha sido cada momento que he pasado junto a Arthur; y el más desgraciado, el resto del tiempo”. Fruto de la relación, en 1919, nacería Fabienne, a quien Cravan no tendría la suerte de conocer.

Los últimos acontecimientos concluyentes en torno a la figura de Cravan datan de 1918, cuando, junto a Robert Frost -ambos disfrazados de soldados… para no llegar a ser soldados- emprenderá una farragosa huída hacia México, donde se encontrará posteriormente con Mina. Durante algún tiempo tratará de ganarse la vida como profesor de cultura fisica en la Academia Atlética de la Ciudad de México. Mas, finalmente, ya con su esposa embarazada y al borde de la ruina económica, llega a la ciudad de Veracruz. Ante la imposibilidad de sacar adelante la situación, Cravan estima conveniente enviar a Mina a Buenos Aires, con intención de reunirse con ella en el momento en que disponga de suficientes medios económicos. A partir de entonces las sombras envuelven a Arthur Cravan y nada más vuelve a saberse de su persona. Numerosas son las versiones que circulan acerca de su incierto final, siendo la más aceptada la de su desaparición a bordo de un pequeño velero en las cercanías del Golfo de México; otros, por el contrario, continuarían atestiguando su presencia en Europa y Estados Unidos muchos años después.

Descarado, esquivo, inquieto, provocador, deslenguado y, por encima de todo, original Arthur Cravan haría de su vida el más maravilloso de los espéctaculos, ofreciendo, hasta el ultimísimo final, el más inesperado de los giros.

Notas:

No recuerdo si en la antología del humor negro de Breton aparecía algún texto de Cravan; no obstante, sí que podemos encontrar un gran estudio y numerosos textos del poeta-boxeador en una revista madrileña llamada “POESÍA” (nº 38, 1992).

También podéis echarle un vistazo a ese maravilloso (falso) documental del vasco Isaki Lacuesta llamado “CRAVAN VS CRAVAN”, en el que trata de reconstruir la vida de este sobrinísimo.

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