APOSTILLAS SOBRE LA RECEPCIÓN DEL TEATRO CALDERONIANO

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  • 8/8/2019 APOSTILLAS SOBRE LA RECEPCIN DEL TEATRO CALDERONIANO

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    APOSTILLAS SOBRE LA RECEPCIN DELTEATRO CALDERONIANO

    (a partir de un fragmento crtico de Antonio Regalado)

    El siguiente trabajo corresponde a un examen de Literatura Espaola de los Siglos de Oro, de 4Curso de Filologa Hispnica de la Universitat de Valncia. Durante el curso 1995-1996, lacatedrtica Evangelina Rodrguez Cuadros propona una seleccin bibliogrfica sobre el teatro del

    Siglo de Oro y el examen consista en enfrentarse de manera crtica a otro texto crtico. El alumnadodispona de cinco das para la realizacin de su propio texto, una vez conocido el texto de partida.En esta ocasin, el texto propuesto era una cita de la obra Caldern. Los orgenes de la

    modernidad en la Espaa del Siglo de Oro (1995), de Antonio Regalado. Aunque el trabajo serealiz en esos cinco das, es obvio que la labor de documentacin bibliogrfica ocup varios mesesde visitas a bibliotecas, de anotaciones breves y extensas, y de lecturas de clsicos y modernos.

    El resultado fue valorado con la mxima nota, y quiz por eso sale a la luz ahora casi quinceaos despus. Es probable que la bibliografa citada haya quedado obsoleta y que la redaccinresulte atrevida con la perspectiva de los aos, pero pienso que algunas de las afirmaciones que selanzaban entonces siguen vigentes, incluida la necesaria reparacin y revalorizacin de la figura deCaldern de la Barca.

    Antonio Solano. Noviembre de 2010

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    CITA DE ANTONIO REGALADO:

    Las alabanzas de Schlegel al gran poeta del honor, elamor y la religin adquieren en la Espaa de laRestauracin un cuo de tinte nacionalista, imagen deCaldern que ha llegado al gran pblico y que ha

    determinado opiniones ya favorables o adversasacomodadas a preferencias ideolgicas y religiosas. Elencomio de Menendez Pelayo encapsula esa imagen:

    La gloria de Caldern puede decirse que ms quegloria de un poeta, es gloria de una nacin entera, ymientras se hable la lengua castellana, mientras seconserve el espritu de nuestros padres; mientras lafe catlica no huya de las almas; mientras enCastilla quede un resto de honor de cortesa. Degalantera; mientras el amor se estime como unadevocin y un culto, y no como mero placer de lossentidos, mientras late, en fin, aunque sea en pocasy selectas almas, el fuego que arda en el pecho deEl prncipe constante, o la fervorosa devocin queanimaba al Eusebio de La devocin de la cruztendr Caldern admiradores, y ser consideradosiempre como uno de los ms gloriosos ornamentosque Dios quiso conceder a la raza espaola.

    La obra de Caldern, transformada en espejo fiel de lasvirtudes y vicios de una nacin y de una poca, se haprestado ms que cualquier otra a cargar con los gustos ydisgustos, fervores y anatemas de sucesivas generaciones.Sin embargo, esa obra desdbujada y desfigurada pormediaciones y tpicos ha tenido como pocas en la historiade la literatura europea la virtud de inquietar a futurosespectadores y lectores. ()

    El teatro de Caldern plantea precisamente la problemtica que supone la coexistencia de este dobleapetito de certidumbre en el primer siglo de la modernidad,confluencia que no ha dejado de confundirse con lasrespuestas de los numerosos intrpretes que han impuestocomo un a priori el antiguo principio de autoridad comodeterminante absoluto de la visin del mundo deldramaturgo, no sin dejar de expresar, en contradiccin conlas seguridades que le atribuyen el sentimiento de inquietudy desazn que les comunica su obra. Hoy da en que la

    desconfianza carcome las entraas de la humanidadoccidental y la apuesta por un progreso fundamentado en elclculo racional de todos los mbitos de la existencia se havuelto problemtica, quizs estemos ms dispuestos adejarnos convocar por la voz de Caldern y a revisar lasopiniones que se han sedimentado sobre su obra desde lasegunda mitad del siglo XVII, en tanto subrepticiamentehan llegado a formar parte de nuestros juicios yvaloraciones. Tendramos as que empezar con un primeraxioma, cuestionar radicalmente la ignorancia casi

    invencible que, como resorte secreto mueve el aparato derelojera de nuestros juicios y valoraciones y que suponeuna historia en la que se destacan como protagonistaslectores y textos, representantes, papeles, directores de

    escena y guiones dramticos.Entre las historias de la literatura barroca de amplia

    difusin que precedieron a la Segunda Guerra Mundialdescuella la de Ludwig Pfandl, Geschichte der spanischen Nationalliteratur in ihrer Bltezeit (1929),traducida al castellano en 1933. Pfandl, disparatada personificacin de la Grundlichkeit, o tesn de sus paisanos, propag sin humor adobndolopsicoanalticamente el viejo tpico sobre la sociedaddecadente de la poca de Felipe IV en relacin alsupuesto estilo calculado y glido de Caldern, cuyo artecortesano y jesutico le apart de las simples obraspopulares, en las cuales sobresali tanto Lope, tpicoque Jos Bergamn enunci de manera ms divertida enMangas y capirotes (1933) al acuar el aforismo Elteatro nacional en Lope se hace nocional en Caldern.Segn Pfandl, Caldern orient su arte hacia aquella fray rgida unilateralidad que tanto y tan desventajosamentela distingue de la clida y viviente diversidad de Lope.En sus dramas de historia y de sociedad, el amor ya noes una pasin, sino una enfermedad de moda, el honor noes un noble sentimiento tico, sino una degeneracin psiconeurtica, los celos, brbara venganza y no unsentimiento doloroso. (...)

    Pfandl, quien dedic cariosamente su historia aMenndez Pelayo, se sale con la idea de que Caldern esautor tendencioso que cuando le viene al caso utilizacomo argumentos los ms burdos episodios yejemplos, ndice no slo de la exageracin ilusionista ydesenfrenada en ideas, hechos y sentimientos, sinoconsecuencia de circunstancias, en tanto el nivel desentimiento colectivo haba descendidoconsiderablemente [...] y el idealismo del ltimoRenacimiento haba cado hasta el naturalismo barroco,que el desengao ya no dominaba como elevadosentimiento asctico sino como depresin moral, que elcaballero se haba convertido en pcaro. Caldern, bajoel influjo de su inclinacin, de su evolucin intema y de

    las circunstancias externas, se convirti en campen deesta reaccin sobre la escena. (...)Lo que quiso decir Pfandl sobre Lope y Caldern lo

    dijo con gracia barroca meridional Jos Bergamn en unode sus aforismos de Mangas y capirotes: Un pueblo seconoce cuando se verifica definindose por el teatro,cuando se teatraliza. Un teatro se verifica cuando sedefine conocindose por su popularidad, cuando sepopulariza.

    REGALADO, ANTONIO: Caldern. Los orgenes de la modernidad en la Espaa del Siglo deOro, Barcelona, Destino, 1995, vol.I, pp.138-142 (ver enGoogle books)

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    http://books.google.es/books?id=ZN56Rlwnq84C&lpg=PA44&ots=Wq9uhkOIXU&dq=alabanzas%20schlegel%20poeta%20honor&pg=PA44#v=onepage&q=alabanzas%20schlegel%20poeta%20honor&f=falsehttp://books.google.es/books?id=ZN56Rlwnq84C&lpg=PA44&ots=Wq9uhkOIXU&dq=alabanzas%20schlegel%20poeta%20honor&pg=PA44#v=onepage&q=alabanzas%20schlegel%20poeta%20honor&f=falsehttp://books.google.es/books?id=ZN56Rlwnq84C&lpg=PA44&ots=Wq9uhkOIXU&dq=alabanzas%20schlegel%20poeta%20honor&pg=PA44#v=onepage&q=alabanzas%20schlegel%20poeta%20honor&f=false
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    APOSTILLAS SOBRE LA RECEPCIN DEL TEATRO CALDERONIANO

    El problema con el que nos hallamos al realizar un comentario crtico del texto quenos ocupa es la escasez de argumentos propios del autor, Antonio Regalado, en elproblema de la recepcin crtica de Caldern. Hemos de suponer que rechaza la tradicincrtica anterior al siglo XX, pues se muestra a favor de cuestionar esa historia de laliteratura movida por el resorte de la ignorancia, y adems nos entrega dos joyas de esacrtica impulsiva y tpica como son los testimonios de Menndez Pelayo y Pfandl. As, eltexto se articula sobre estas dos bases crticas, que se prolongan retrospectivamentehacia el romanticismo alemn, con la mencin a Schlegel, y prospectivamente hacia lageneracin del 27, con los aforismos de Bergamn. Intercaladas, hallamos breves

    opiniones del autor, que nos guan en el texto hacia una lectura crtica de lo expuesto,hacia esa incgnita final que sera descubrir la obra de Caldern despojada de lasopiniones, prejuicios y valoraciones por lo general negativas sedimentadas sobre ella enel transcurso del tiempo.

    Acerca de las alabanzas de Schlegel, y en general de la recepcin de Caldern porlos romnticos alemanes, se ha escrito mucho y con un rigor aceptable. No es necesariodesarrollar en esta exposicin los trabajos de Durn y Gonzlez Echeverra (1976) o deMartin Franzbach (1982) entre otros, en los que se explica de manera detallada larecepcin de Caldern en Europa, pero s nos interesa rescatar algunas consideracionesque sern tiles para aclarar conceptos que desarrollaremos ms adelante.

    En primer lugar los romnticos alemanes reciben a Caldern en un momento clave

    de su historia artstica, del mbito alemn, en el que se valoran ciertos elementos y sedesdean -o al menos se pasan por alto- otros quiz ms importantes:

    Naturalmente son innegables los mritos de August Wilhelm von Schlegel en la asimilacin deCaldern en el mbito alemn. Mientras que la anterior recepcin se haba realizado casiexclusivamente en el teatro, Schlegel es el primero que intenta unir totalmente la actividad deltraductor con la de una determinacin terica y esttica de la obra de Caldern. (...)Con la cristianizacin de la mitologa antigua, con el misticismo religioso y el proceso dealegorizacin de Caldern realizados por los hermanos Schlegel y Adam Mller se inicia unacorriente de interpretacin que no tiene ya nada en comn con la interpretacin de Caldern durantelos siglos XVII y XVIII. (Franzbach, 1982)

    Si Caldern es aceptado con tanto ahnco, primero por Tieck y luego por losSchlegel, es porque se toma como ariete que ha de arremeter contra el academicismoilustrado que impregna con sus poticas neoclsicas la Europa del siglo de las luces.Caldern, poeta del claroscuro, de la ruptura de unidades, apologeta de una unidadpatritica -que, como veremos no lo es tanto-, servir a los romnticos alemanes en sucatecismo nacionalista particular. Si alaban los dramas de nuestro dramaturgo porquepresentan y resuelven enigmas de la vida, o porque, a travs del sufrimiento, el hroealcanza la transfiguracin espiritual, estn acatando unos condicionantes claramenteideolgicos, en detrimento de la dimensin teatral de conjunto en la que stos se hallabaninsertos (Durn, G. Echeverra, 1976). Eichendorff, poeta romntico alemn y traductor delos autos de Caldern, seala que la poesa cristiana tiene como finalidad la reconciliacin

    entre lo eterno y lo terrestre, y que para ello es necesario el simbolismo (Parker, 1983); los

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    romnticos alemanes han tomado la parte por el todo, la finalidad la han convertido enobjeto principal y han olvidado que el simbolismo religioso es orgnico en la obra deCaldern, que no es tan importante la consideracin religiosa del teatro de Caldern encuanto a su religiosidad como en cuanto a su teatralidad. Ferrater Mora (1983) lo expresade manera sencilla y eficaz:

    El mundo de Caldern es plena y casi exasperadamente teatral.(...) Para Caldern, si algo esteatral, es ipso facto real, y viceversa.

    Esa concepcin de Caldern como eminente dramaturgo parece haber quedadosepultada bajo la implacable losa de una carga ideolgica expurgada con tiento de loscontextos dramticos de sus obras, y que, a partir de la exgesis romntica alemana,aparece como perdurable fagocitadora de cualquier otro valor inherente a ellas.

    Y entra en escena don Marcelino Menndez y Pelayo, a quien llega la obra de losromnticos alemanes a travs de unos cauces previsibles y casi silogsticos, como bienexplica Max Aub (1966) en un manual de historia de la literatura sui generis :

    Las ideas de Schlegel (Augusto Guillermo), pretendiendo la unin de lo espaol y lo romntico,

    influido a su vez por la obra de los jesuitas exiliados en Italia, se fue imponiendo tarde peroeficazmente. Bhl haba empezado a difundirlas, Lista y Durn sirvieron el mismo ideario. Elromanticismo liberal triunfante lo fue por poco tiempo, como hemos visto. Las ideas de Lista influyenen Cnovas y en Menndez Pelayo, como las de Mil Fontanals en Valera; el erudito cataln recogetambin las ideas de A.G.Schlegel para oponerlas a las de Hegel y Heine que, a su vez, dejan suhuella en Clarn, Valera y Castelar. Mil enlaza sus ideas con las de los catlicos franceses(Ozanan, Lacordaire) que imprimen su jacilla en Menndez Pelayo y aun contribuyen alneorromanticismo de Maragall. La supervivencia de la idea romntica schlegeliana explicafenmenos extemporneos como el teatro de Echegaray.

    Si en la recuperacin romntica podemos atribuir cierto engorde pragmtico deaspectos tradicionales -o incluso abiertamente reaccionarios- de la obra calderoniana a

    intereses estticos, en la interpretacin de Menndez Pelayo existe ya un claroposicionamiento ideolgico conservador apriorstico que impregna cualquier valora-cindel insigne estudioso. En el fragmento seleccionado por Antonio Regalado en este textoapreciamos el lado cndido de esta crtica, que no olvidemos se inicia en el centenario dela muerte de Caldern, y por tanto debe un mnimo de consideracin al homenajeado.

    Ahora bien, el anlisis de este elogio nos confirma la herencia de los tpicosexaltados por los romnticos alemanes, a la par que manifiesta de manera difana eseposicionamiento ideolgico y crtico que ya hemos mencionado. El elogio se basa en lacalificacin de Caldern como gloria nacional, en funcin de su aportacin a la lengua,espritu tradicional, fe catlica, honor, cortesa, galantera y amor devoto, como elementosconfiguradores de la raza espaola. Y el Caldern dramaturgo? No es extraa la cita de

    El prncipe constante y de La devocin de la cruz, curiosamente dos de las obras msvaloradas por los alemanes Tieck y Schlegel, e incluso por Goethe, en las que el motor dela accin es la fe cristiana, pero en las que tambin existe una slida arquitectura teatral,consciente y planificada hasta el ltimo detalle (Parker, 1991), y de la cual nuestro crticono se siente movido al elogio. Quizs como insina Wardropper (Durn, G. Echeverra,1976) Menndez Pelayo sea un neoclsico reconvertido que se ve desbordado por laacumulacin de sugerencias de la obra de Caldern. Si, como indica don Marcelino,hemos de suponer que Caldern es un abanderado de la conciencia social de su tiempo,y su obra es un mero reflejo de esos vicios y virtudes de una poca, se nos hace difcilcomprender muchos aspectos de la obra dramtica de ste, que no encajan en la filiacindogmtica que le columbra aqul.

    Son muchos los crticos que en los ltimos aos han demostrado que la comedia

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    barroca en general, y la de Caldern en particular, no se puede considerar un espejo fielde la sociedad de su tiempo. Alineaciones hay para todos los gustos: Desde Maravall(1990) o Dez Borque (1975), que la suponen un elemento propagandstico dirigido desdelas capas altas del poder para ejercer un control de las masas por medio de la captacinextrarracional (Maravall, 1990); hasta Parker (1983, 1991), Salomon (1985), Bandera(1975), Varey (1987), Rodrguez Cuadros (1987) o Bennasar (1983), entre otros, que

    plantean un elemento distorsionador ms profundo, que debe ser des-cifrado siguiendolos silogismos racionales y la peculiar cosmovisin del autor que articulan sus dramas.

    A la tesis propagandstica cabra objetar ciertos olvidos, como puede ser laconstante puesta en entredicho de la moral teatral, as como las sucesivas prohibicionesde representaciones teatrales: si era un espectculo dirigido, por qu tanto miedo?Quiz no fuese tan dirigido, y s hayamos de buscar el elemento de transgresin que, portanto tiempo, ha sido enmascarado por una superficial aceptacin de la norma. Porque esevidente que existe en Caldern una aceptacin del orden, cmo no. Ahora bien, estaacomodacin a la moral imperante en la poca no impide que Caldern deslice en su obraplanteamientos que van ms all de lo tolerado ideolgicamente por la censura de los

    rganos de control (VV.AA., 1989), que presiden la produccin barroca. Dice Bennassar(1983):

    Yo estoy de acuerdo con Jean Vilar cuando se opone a una moda reciente y pretendidamentedesmitificadora que convierte a los grandes escritores del Siglo de Oro en servidores del sistema,turiferarios de los Grandes, propagandistas del orden seorial, auxiliares de la Inquisicin...(...) Elprimer contrasentido es que la literatura del Siglo de Oro fue considerada por un gran nmero desus contemporneos como anticonformista y no ciertamente como un coro de alabanzas a laatencin de los poderosos.(...) Resulta difcil(...) negar que Fuenteovejuna, de Lope de Vega, o Elalcalde de Zalamea, de Caldern, pertenecen al teatro de protesta.

    No olvidemos adems que, desde la Contrarreforma, se impone a los autores la

    conciencia de ser moralmente responsables de sus obras (Wardropper, 1992), por lo quelos mecanismos de subversin ideolgica hemos de expurgarlos con minuciosaatencin. Como ha analizado Parker (1991), en La cisma de Ingalaterra se puedeentender por analoga una crtica al creciente poder de los validos, con lo que eldramaturgo se hace eco de una crtica popular hacia el rey, crtica que recoge J.H. Elliot(Wardropper, 1992):

    V.M. no es rey, es una persona por cuya conservacin mira el conde (Olivares) para usar del oficiode rey; y es V.M. un rey por ceremonia

    De ah que Parker extraiga como conclusin que, en esta obra, Caldern, por

    analoga Inglaterra-Espaa, est lanzando una clara advertencia a los discretos: eldesastre se abate sobre el reino cuando el rey antepone sus intereses al bien comn(Parker, 1991).

    Cabra suponer tambin como indica Parr (VV.AA., 1991) la existencia de un doblemensaje, a travs del cual el autor se comunica con un pblico heterogneo, o aceptaruna pluralidad de sentidos que dieran satisfaccin al pblico diverso que conforma elcorral de comedias. Es innegable que en las obras de Caldern existe una vertiente queagrada y convence a un sector no acomodado de la poblacin, al cual se le entrega unobjeto, una ficcin teatral, que le subleva por unos instantes; y que, aunque al final todose restablezca a su orden, siempre permanece en el espectador esa ansia de conquistamomentnea de libertad (Olson, Wardropper,1978). As se explica el xito de pblico de la

    masacre antihidalgo, tipo don Mendo de El alcalde de Zalamea, o la conmocin trgica

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    que producan los ataques sexuales a las villanas (Salomon, 1985), o esa identificacintemporal con la clase pudiente (Dez Borque, 1975). Como dice Ortega y Gasset (Amadei-Pulice, 1990), en el teatro:

    somos, como pblico, hiperpasivos porque lo nico que hacemos es el mnimo hacer que cabeimaginar: ver y, por lo pronto, nada ms. Ciertamente, en el teatro tambin omos, pero...lo queomos en el teatro lo omos como dicho por lo que vemos;

    Caldern, desde su funcin de dramaturgo y de hombre profundamente reli-gioso,deba sentirse obligado a sacudir la conciencia de sus coetneos con dosis calculadas deconmocin ideolgica, ideologa encaminada no tanto a defender este o aquel orden, sinoms bien encaminada a hacer comprender a ese pblico hiperpasivo la existencia de unorden divino superior, que se filtra a todas las capas de la vida terrena. As se explicatambin el tratamiento de temas como el honor, el destino, el albedro, etc, y la ferozcrtica a aspectos mundanos como la concepcin social de la honra, la compra de ttulosde nobleza, los poderes sociales, civil o militar, la violencia, los atropellos de los dbiles,etc.

    Si, como hace Menndez Pelayo, olvidamos que Caldern presenta una realidadidealizada de acuerdo a su cosmovisin (Varey, 1987), que no corresponde a la realidadsocial del momento (Salomon, 1985) (Kamen, 1981), nos entregaremos a una crticapseudorrealista, que nos conducir a valoraciones de Caldern ms como historiador quecomo dramaturgo.

    Con lo expuesto hasta el momento podemos entender la crtica que deja caerAntonio Regalado casi de soslayo, presentando a Menndez Pelayo como pilar de esacorriente de crticos que han impuesto como un a prioriel antiguo principio de autoridadcomo determinante absoluto de la visin de mundo del dramaturgo, y tambinentendemos -y de lo dicho hasta ahora se desprende su solucin- esa paradoja entre laseguridad y las inquietudes que comunica la obra de Caldern: seguridad la que

    proporciona la slida arquitectura dramtica y el orden ideolgico que preside cualquierdrama suyo; inquietudes las que siembra en sus planteamientos polmicos, en sus finalesabiertos, en su racional indagacin en los enigmas humanos (Abelln, 1981). Dice Parker(1983) a propsito de esa incomprensin de Caldern por parte de la crtica filosficaposterior:

    De sus comedias y autos se deduce con claridad que Caldern poda sentir la angustia de la duda,pero lamentar que no se entregara a la incertidumbre, es tanto como lamentar, no ya que Caldernno fuera Caldern, sino que no fuera un hombre de nuestro tiempo.

    Y volvemos a toparnos con estos tpicos en la Geschichte der spanischenNationalliteratur in ihrer Bltzeit, de Ludwig Pfandl, en la que no nos extraa encontrar ladedicatoria a la figura de Menndez Pelayo. Creemos que la mencin a un estilocalculado y glido debe referirse a una lectura particular desde el positivismo erudito delsiglo XIX, que considera las pasiones humanas objeto de viviseccin y rigor cuasianatmico. No parece que los neoclsicos considerasen precisamente glido el estilo denuestro dramaturgo: Mayans, el gran polgrafo de nuestra tierra, en su correspondenciacon Voltaire opina lo siguiente de Caldern:

    Ce Calderon me parat un tte si chaude (sauf respect), si extravagante, et quelquefois si sublime,quil est impossible que ce ne soit pas la nature pure. (Lzaro Carreter,1985)

    As vemos que la idea que tenan de Caldern los neoclsicos, suena ms adivergencia de criterios estticos que a rechazo o crtica negativa. La frialdad no la

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    podemos achacar ni siquiera a los romnticos alemanes, que de otro modo no se habransentido atrados con tanta fruicin hacia un dramaturgo cortesano y jesutico. Pero, siseguimos un poquito ms los razonamientos de Pfandl, encontraremos la base de estasupuesta impavidez de Caldern. Dice a continuacin que Caldern orient su arte haciaaquella fra y rgida unilateralidad que tanto y tan desventajosamente la distingue de laclida y viviente diversidad de Lope. Apareci, pues, el fnix como referencia

    comparativa -en este caso con objeto denigratorio- de la obra calderoniana.Si ponemos en dos columnas las calificaciones asignadas a uno y otro poeta, nosencontramos con una malla antinmica de elementos que sirven de arrojadizos sobre elpobre Caldern:

    Caldern LopeArte cortesano y jesutico Obras popularesFra y rgida unilateralidad Clida y viviente diversidadAmor = enfermedad de moda Amor = pasinHonor = degeneracin psiconeurtica Honor = noble sentimiento ticoCelos = brbara venganza Celos = sentimiento doloroso

    Parece como si Pfandl hubiese acumulado todos los tpicos positivos sobre Lope, yde ah hubiese elaborado todo un sistema de oposiciones, con el nico objeto de ensalzarel prestigio del fnix a costa de hundir a Caldern en un lgamo de insensateces.Intentaremos brevemente desmontar esta cmoda falacia, analizando uno a uno cadaargumento.

    Decir que el arte de Caldern es cortesano, es abusar de una prcticareduccionista poco eficaz y fiel con la realidad. Caldern es dramaturgo de la Corte, perotambin conoce el xito en los corrales de comedias, y, an mucho despus de sumuerte, sus obras se siguen representando con un inters inusitado, incluso susjesuticos autos sacramentales, que gozaban de la exclusividad en las representaciones

    madrileas por exigencias del pblico (Parker, 1983). En cuanto al mrito de Lope, todoslos crticos coinciden hoy en destacar su labor sincrtica con el fin de ampliar el pblicoteatral (Aubrun, 1968) (VV.AA.,1984); no es que Lope fuese ms o menos popular queCaldern, sino que tuvo que captar un pblico con el que Caldern pudo ya contarplenamente:

    Cuando Caldern comienza su obra dramtica se encuentra con una riqusima herencia teatral, conuna formidable mquina en pleno funcionamiento, con unos escenarios y unas compaas decmicos que trabajan sin cesar, con un pblico entusiasta e insaciable, con un sistema dramticoque deja una gran libertad de eleccin y de realizacin al creador(...) Caldern abraza esa tradicinteatral, la asume e, instalndose en ella, como en un bien propio y, a la vez, comunitario, lleva a la

    perfeccin el sistema dramtico asimilado, en tanto en cuanto que sistema. (Ruiz Ramn,1992)

    Caldern no tena que esforzarse en buscar lo que ya tena desde los tiempos deLope, nicamente deba conservarlo y educarlo de la mejor manera que supiera, y es loque hizo. En cuanto a lo de jesutico, bien conocemos hoy las diversas fuentes deCaldern como para encasillar su arte en una de las mltiples tradiciones de las que senutre nuestro dramaturgo.

    Tampoco vemos la oposicin entre unilateralidad y diversidad, pues como yahemos explicado, esa unilateralidad es ms aparente que real, y Caldern trataprcticamente los mismos argumentos que Lope en sus comedias, prestando ms

    atencin el primero a lo filosfico y religioso, pero en el fondo con la misma pluralidad de

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    registros.El amor es pasin en Lope, s, pero tambin lo es en Caldern, y si no tmese

    cualquier monlogo femenino de las obras de ste, y se descubrir la profundidad ysinceridad con que este sentimiento se manifiesta.

    DOA MENCA (El mdico de su honra, I)

    (...)O quin pudiera, ah, cielos,con licencia de su honorhacer aqu sentimientos!

    O quin pudiera dar voces,y romper con el silencio

    crceles de nieve, dondeest aprisionado el fuego,

    que ya, resuelto en cenizas,es ruina que est diciendo:

    Aqu fue amor (...)

    Tampoco se nos olvide que muchas veces ese amor -o incluso el incesto (VV.AA.,1989)- es en Lope un mero vehculo de la accin, y que, en algunos finales, la pasin se

    sofoca en aras del convencionalismo teatral. Imputar a Caldern tradiciones heredadas esmanifiesto desconocimiento de esa tradicin. Lope posee, al igual que Caldern, plenaconciencia del artificio teatral que maneja en sus comedias (Froldi, 1973), y por tanto, laretrica persuasiva de la comedia barroca no debe ser considerada como un manierismodecadente de la poca de Caldern, sino como la prolongacin natural de un sistema quealcanzara su perfeccin con Caldern (Ruiz Ramn, 1992).

    El honor es un noble sentimiento tico en Lope, y en Caldern; quiz ms en esteltimo porque se atreve a extenderlo a estamentos sociales a los que pocas veces se leshaba reconocido (Salomon, 1985). Pfandl mezcla aqu lo que ms tarde se hadiferenciado metodolgicamente como honor y honra. Es este concepto, la honra -laopinin- lo que Caldern trata como degeneracin psiconeurtica, pues en el fondo lo era,como lo es toda convencin social que deposita un valor individual bajo custodia colectiva.Si Caldern lo retrata de esta manera no es porque l as lo juzgase, sino porque as lojuzgaba la sociedad. Como dice Wardropper, la comedia es:

    reflejo de la forma como el pblico entiende y malentiende los prejuicios, expectativas y mitossociales relativos a su sociedad (Olson, Wardropper, 1978)

    Finalmente, podemos aplicar la anterior argumentacin para el tema de los celos,otro de los convencionalismos teatrales que responde a una realidad social, pero que sehalla grotescamente desfigurado en la comedia barroca. En Caldern cobra una

    dimensin profundamente racional el tema de los celos, no por la mera ancdota delengao sentimental, sino como excusa para abordar la problemtica de la violenciahumana: Los celos, como la opinin, permiten indagar la fascinante presencia del otro enel seno de las relaciones humanas (Bandera, 1974).

    Pfandl, despus de vituperar con esmero a Caldern, concluye con unasvaloraciones de lo ms inapropiadas para el supuesto rigor crtico de un investigador de laliteratura: Caldern es un autor tendencioso que utiliza como argumentos los msburdos episodios y ejemplos, fruto del descenso del nivel de sentimiento colectivo, yconsecuencia de la depresin moral propia de la sociedad barroca.

    Aceptando una definicin propia de la palabra tendencioso, como sujeto inclinadohacia una tendencia, podemos asegurar que Caldern era tendencioso hacia su propia

    cosmovisin sin ninguna duda: Tendencioso convencido de que existe un orden ms all

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    de lo terreno, que regula y dirige las manifestaciones terrenas. No hay dobles sentidos niengao: la obra calderoniana puede tener polifona significativa, pero no trata de ocultarnada reprochable. Recordemos el xito de Caldern en su poca, y veremos que sihubiese existido manifiesta intencin de engao podramos hoy rastrear en losdocumentos crticas hacia Caldern en ese sentido, cosa bastante difcil de hallar. Si lovemos alineado en determinado bando, tambin lo estn otros autores de la poca a los

    que no se les ha colgado el sambenito de reaccionarios, verbi gratia Quevedo.Caldern emplea los argumentos y ejemplos que estima necesarios para su laborcomo dramaturgo, como rey Midas que toca y convierte en teatro. Muy a pesar deMenndez Pelayo, Caldern efecta una adaptacin libre de los hechos histricos conarreglo a un plan lgico, hasta llegar a la realidad modelada de sus dramas (Parker,1991). Qu argumentos son burdos? Los de la comedia de fantasa? Los de losautos? Los de capa y espada? Volvemos a la prctica reduccionista que pretendeencubrir tpicos bajo ms tpicos. De igual manera Pfandl ataca la exageracinilusionista y desenfrenada y, aunque no lo diga expresamente, podra oponerla a lasobriedad y espontnea claridad de Lope; curiosamente esa misma exageracin seatribua a Gngora, y casi el mismo artificio crtico se mont al respecto oponiendo

    conceptismo y culteranismo, hasta que Parker -el mismo que se entreg a la salvacincrtica de nuestro dramaturgo- desmont la falacia de tal oposicin. Slo podemos hablarde exageracin barroca si tomamos referencias extemporneas, hacia el Renacimiento yel Neoclasicismo; juzgar una obra en base a criterios que le son ajenos vuelve a llevarnosa una falta de rigor inconcebible en un trabajo crtico serio.

    Las referencias al idealismo del ltimo Renacimiento, y a la cada en elnaturalismo barroco no hacen sino apoyar lo que hemos argumentado en las lneasanteriores: Reduccin de las manifestaciones estticas de una personalidad deter-minada, a una simple ejemplificacin documental de periodos histricos ms o menosarbitrarios. Aun as Pfandl intenta salvar el tipo en sus descalificaciones, y arguye paradisculpar la denostada obra calderoniana una conjuncin entre su evolucin interna-suponemos que se refiere a su inclinacin hacia lo religioso- y las circunstanciasexternas, verdaderas culpables de ese reaccionarismo de Caldern, con lo que nospresenta la famosa mxima orteguiana de yo soy yo y mi circunstancia como explicacinfinal de cualquier desvaro -quizs en este caso ms del crtico que del criticado-.

    Y lo que tambin es grave es la incomprensin de Caldern por nuestra tambininventada generacin del 27. Es cierto que en esos momentos se lava la imagen deCaldern con los primeros estudios detallados de Valbuena Prat, y algunos ensayoscrticos de otros contemporneos, pero quedan como un bienintencionado intento derecuperacin de la tradicin sin una continuidad seria posterior, salvo en el caso de losValbuena (Abelln, 1981).

    Antonio Regalado ha elegido a un personaje del 27 estrechamente ligado a lacrtica literaria, y tambin ligado en cierta medida al catolicismo de Caldern, salvando porsupuesto las distancias temporales que separan a ambos. Bergamn recoge la pelotalanzada por los finiseculares y, quizs ms por alarde de ingenio que por reflexin propia-observemos si no, su ms serena reflexin en Wardropper (1983)-, mantiene el tpico deartificiosidad frente a espontaneidad, o como l dice, nocional frente a nacional. Max Aub,que para nosotros tiene el inters de ser coetneo suyo, nos dice de Bergamn:

    Quevedo, Caldern y Unamuno son sus maestros reconocidos y reconocibles a primera vista;frente a lo gongorino general de la poca, representa el conceptismo. Su aficin a acuar frases lellev primero por el camino del aforismo (...)(Aub,1966)

    Conceptismo y amor por los aforismos pueden explicar estas valoraciones de

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    Bergamn sobre Caldern. No debemos tomar estas afirmaciones como punto de partidapara una argumentacin completa sobre el punto de vista de Bergamn o de suscontemporneos sobre la comedia barroca. Lo que nos muestra Antonio Regalado es slouna pldora de pensamiento concentrado que reduce a una frase ingeniosa toda unavisin de un periodo complejo de nuestra literatura. Podemos adivinar por otros cauceslas opiniones de los del 27 acerca de Caldern, pero sera extenderse en variados puntos

    de vista segn autores, e incluso segn pocas.Con este honroso intento de reasumir los condicionantes del barroco, como basepreliminar del vasto proyecto de renovacin cultural y pedaggica que empren-dieron losdel 27, se recuperaron Gngora, Quevedo, Cervantes y Caldern. Pero ste siguicargando con su psima fama crtica -que le costara un nuevo olvido al otro lado delAtlntico- cuando la guerra civil llevara a gran parte de los intelectuales al exilio, y elregimen totalitario de la Espaa arraigada devolviera los fantasmas de un dramaturgo queelogiaba el poder divino, que promova el espritu de la cruzada, y que haca aparecer alrey como smbolo del orden restablecido.

    En fin, hemos podido comprobar que Caldern debe -o deba hasta mediados deeste siglo- removerse en su tumba, sintindose objeto de los ms furibundos ataques de

    personajes que, en el mejor de los casos, por su ignorancia, han vertido sobre su obra yfigura una serie de sinsentidos y tpicos negativos, de los que ha habido que despojar conesmero en estos ltimos tiempos. Tiempos que, como dice Antonio Regalado, por sertambin de desconfianza e incertidumbres, contribuyen a solidarizarnos con esas dudaslanzadas al aire por nuestro eximio dramaturgo. No es extrao que los periodos devaloracin positiva de Caldern coincidan precisamente con momentos histricos en losque se valora lo subjetivo; y viceversa, que los intentos de acercamiento desde laexclusividad racionalista hayan conducido al rechazo de su obra.

    Cerramos este breve ensayo pidiendo disculpas por la frivolidad con la quehayamos podido censurar a grandes figuras de nuestra crtica, a los que, en el fondo, slose pueda acusar de no haber podido compartir la capacidad ingente de informacin deque disponemos hoy da; y pedimos disculpas tambin por la acumulacin catica dejuicios, datos, citas y dems, que slo se justifican por la brevedad y premura con que hande ser abordadas las cuestiones que aqu nos ocupaban. La reflexin de Ferrater (1983)clausura esta exposicin:

    Si hubiera que resumir a la carrera el mundo de Caldern, dira lo siguiente:Primero, que es un mundo de contrastes: pompa y vanidad; exuberancia y miseria; crimen y castigo(...)Segundo, que el mundo de Caldern no es ni real ni ideal. Es un mundo mgico: un mundo de

    portentos, smbolos y reflejos (...)As como se ha dicho que Hlderlin fue 'el poeta para los poetas', cabe decir que Caldern fue 'eldramaturgo para los dramaturgos'.

    Antonio Solano CazorlaValencia, febrero de 1996

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