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Area de Arqueología Escuela de Antropología Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito Portada: Guerreros de la Edad del Hierro. Tomado de L’Homme Primitif, por Louis Figuier, Librairie Hachette, 1882, Paris. Apachita 3abril 2005 ___________________________________________________________ Boletín del ÁREA de Arqueología. Ernesto Salazar, Editor

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  • Area de ArqueologaEscuela de AntropologaPontificia Universidad Catlica del Ecuador, Quito

    Portada: Guerreros de la Edad del Hierro.Tomado de LHomme Primitif, por Louis Figuier, Librairie Hachette, 1882, Paris.

    Apachita 3abril 2005___________________________________________________________

    Boletn del REA de Arqueologa. Ernesto Salazar, Editor

  • APACHITA, N 3, abril de 2005Ernesto Salazar, [email protected]

    Indice

    La delegacin ecuatoriana de la PUCE en el III Congreso de Arqueologa, ColombiaCatherine Lara 3

    Tras las huellas del PaititiJos Luis Barrera. .. 5

    Connotaciones sociales del sacrificio humano en MesoamricaEstanislao Pazmio..... 7

    La cita de Apachita . 8

    La arqueologa como espacio de reflexin, legitimacin y reivindicacinJohana Caterine Mantilla .... 9

    Bibliografa para el arquelogo (Museo Weilbauer)Fernando Flores . . 10

    Siguiendo al cazadorErnesto Salazar 11

  • LA DELEGACIN ECUATORIANADE LA PUCE EN EL III CONGRESODE ARQUEOLOGA EN COLOMBIA

    Catherine Lara

    Terminal terrestre de Quito, madrugadadel 8 de diciembre del 2004. Soolientosan, pero entusiastas, catorce alumnos de laEscuela de Antropologa de la PUCE, diri-gidos por el Profesor Ernesto Salazar, esperanla salida del bus que los llevar a Tulcn, pri-mera etapa de su viaje al III Congreso de Ar-queloga, organizado por la Sociedad Colom-biana de Arqueologa, en Popayn.

    A pesar de un recorrido de 18 horasinterrumpido por pequeas complicacionesburocrticas en la frontera y no menospreocupantes fallas mecnicas durante el tra-yecto, nuestros antroplogos llegaron cansa-dos pero felices a la pintoresca ciudad blancade Popayn.

    Despus de una buena noche de descan-so, se cumpli con las formalidades de ins-cripcin al congreso, antes de asistir al actoinaugural del evento, en el majestuoso salnParaninfo Caldas. El presidente de la Univer-sidad del Cauca, anfitriona del congreso, es-pecific sus objetivos, luego de unas breves ycordiales palabras de bienvenida.

    El evento mximo de la Sociedad Co-lombiana de Arqueologa se propuso presen-tar un panorama general de la arqueologacontempornea en Amrica Latina, espe-cialmente en Colombia, en el marco de unareflexin sobre el significado de la identidadcultural y la importancia de la preservacin yestudio del patrimonio histrico local.

    Desde este punto de vista, la diversidadde simposios (divididos en ponencias), fueconsiderable:

    Pueblos y paisajes antiguos en la selvatropical amaznica, Escalas menores, pro-blemas mayores: perspectivas regionales,Hacia la creacin de la arqueologa posco-lombina, La arqueologa funeraria en Co-lombia, Arqueologa y bioarqueologa delsuroccidente colombiano: investigaciones re-cientes, Economa y poltica en las socie-dades precapitalistas, Avances en teora ymtodo, La sal: explotacin, valoracin eintercambio de un recurso ambiental signi-ficativo, La arqueologa en la construccinde historias locales, Arqueologa subacu-tica en Colombia, Poblamiento y domes-ticacin de los valles intra-andinos de la cor-

    dillera central y occidental de Colombia y,finalmente, Conservacin, investigacin ydifusin de colecciones arqueolgicas.

    Esta variedad permiti el desarrollo delos objetivos del congreso, los cuales cons-tituyeron el hilo conductor de este III Con-greso de Arqueologa en Colombia. De he-cho, a travs de la presentacin de mltiplesproyectos en desarrollo y de nuevas perspec-tivas de investigacin, se insisti en la nece-sidad de ir ms all de una simple descripcindel objeto de estudio.

    Valindose de la dimensin antropol-gica de la arqueologa, se plante la impor-tancia de una interaccin entre el arquelogoen cuanto ente cultural, y su objeto de estu-dio, fuera de una relacin unilateral sujeto /objeto pasivo.

    Dos consecuencias se desprenden deesta perspectiva. Considerando el registro ar-queolgico como materializacin de una ide-ologa, lo cual rompe la tradicional dicotomaentre ciencia y espritu, la arqueologa adqui-ri un papel preponderante en la conser-vacin y la promocin de la identidad.

    En otras palabras, se esboz una visinde la arqueologa como proyeccin sobre elpasado, el presente, y por ende, el futuro. Sesubray adems la necesidad de intercambiosinternacionales entre los investigadores delmundo arqueolgico, partiendo del hecho quetodos consultan a los mismos autores cl-sicos. Estas pautas se concretaron con ponen-cias sobre el impacto legal y actual de laarqueologa, particularmente en la proteccindel patrimonio cultural indgena en AmricaLatina.

    El encuentro tambin fue marcado porel lanzamiento de varias publicaciones, comola revista Arqueologa de Suramericana, y

    por la Asamblea General de la Sociedad Co-lombiana de Arqueologa. Concluy con laentrega de diplomas de participacin, las con-ferencias de clausura y una fiesta de des-pedida.

    La calidad profesional de las ponenciasy el excelente nivel de organizacin del con-greso permitieron a la delegacin ecuatorianadisfrutar a lo mximo del evento. Para losantroplogos ecuatorianos de la PUCE, estossimposios fueron la ocasin de descubrir elmundo de la arqueologa, de profundizar co-nocimientos ya adquiridos (en el caso de losestudiantes ms avanzados), o de familiari-zarse con el nivel regional de la carrera, al es-tablecer contactos y perspectivas de proyec-tos con algunos profesores y estudiantes dediversas ciudades de Colombia y de Amrica.

    Adems, se pudo experimentar la hos-pitalidad de la encantadora ciudad de Popa-yn, lo cual dio al congreso un carcter suma-mente agradable y festivo.

    Consiguientemente, quisiramos reite-rar nuestros clidos agradecimientos a losProfesores Digenes Patio y Cristbal Gnec-co, quienes hicieron posible nuestra partici-pacin en este congreso. A ms de haber enri-quecido nuestro conocimiento arqueolgico,regresamos a Quito cargados de buenos re-cuerdos y esperanzas de retorno

    Se aceptan pequeos artculos de difusiny comentarios de estudiantes, profesores

    y colegas arquelogos

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  • TRAS LAS HUELLAS DEL PAITITI

    Jos Luis Barrera

    Y Atahualpa fue ejecutado Enseguidavarios grupos de indgenas, amparados por laespesa niebla de los Andes peruanos y hu-yendo del dominio del conquistador europeo,se internaron en aquella regin que tan reaciales fue en sus deseos de expansin: la selva.Se establecieron supuestamente en algn lu-gar entre el Matto Grosso y las riberas delMadre de Dios, tributario del Beni, el cual,junto con el Mamor, forma el Madeira quellega hasta el Amazonas. Por estos lugareshabit, antes de la llegada de los incas, elpueblo de los Mojos, fundadores originariosdel Reino del Paititi, que aceptaron a losserranos, y juntos conformaron una de lasms poderosas y ricas naciones de la selva.

    Cunto de cierto hay en todo esto? Esuna pregunta que hasta hoy no tiene respues-ta, no slo porque la zona es de difcil acceso,sino porque la mayora de expediciones quehan emprendido la bsqueda del misteriosoreino se han perdido o han tenido que regre-sar sin culminar su empresa.

    Desde los tiempos de la colonia, elPaititi ha constituido una fascinacin rayanaen la demencia, tanto a ojos de hombres deciencia, como de aventureros y pblico en

    general. Son tantas las exploraciones que sehan emprendido en su bsqueda que resul-tara casi imposible hablar de todas ellas enun pequeo artculo, por lo que hemos optadopor mencionar las ms conspicuas, por lla-marlas de alguna forma.

    La primera data de 1537 y 1538 cuandoel capitn Pedro de Candia y Francisco deVillagra, por rdenes de Hernando Pizarro, seinternaron desde el Cuzco hacia el oriente. Laespesa vegetacin, y los indgenas que losatacaban o los desviaban de la ruta correcta,sumindolos en el hambre y las enfermedadestropicales, terminaron por hacer fracasar laexpedicin, conformada originalmente portrescientos soldados de los cuales sobrevi-viran menos de ochenta, todos en psimoestado de salud y con las ropas completa-mente destruidas.

    Juan lvarez Maldonado tambin inten-tara llegar al reino fabuloso a travs del Ma-dre de Dios, que segn l era el verdadero ca-mino hacia los Mojos del Paititi. Fracasaraen su intento al toparse con un cacique llama-do Tarano que, despus de masacrar a partede la tropa espaola, le ofreci su ayuda, perono para proseguir con la conquista, sino pararegresar al Per. Irnicamente, los indgenasque los guiaron en su retorno les mostraranun camino ms directo y menos peligroso queel que los europeos haban utilizado al inter-narse en la selva.

    Una de las jornadas de bsqueda delPaititi ms interesante, no por su xito sinopor el hombre que la inici, fue la de PedroBohorques, un pobretn aventurero espaolquien de una manera poco usual para la poca(s. XVII), consigui hacer amistad con elpueblo indgena de Calchaques de la serranavecina del Tucumn. Parece ser que Don Pe-dro convenci a los Calchaques que restau-rara el Imperio Inca y que los pondra a ellos

    como lite del nuevo orden. La idea les sonbien y lo auspiciaron en su sueo de buscarriquezas antiguas. Justo a tiempo, lleg a susodos el famoso Paititi y decidi emprendersu bsqueda, declarndose para ello comolegtimo heredero de la sangre real inca yorden a sus sbditos calchaques asesinar atodo espaol que tratase de acercarse a susdominios mientras estaba ausente.

    Se intern entonces en la selva, con unaescolta propia de su estirpe real, pero hallsolamente una tribu de indgenas, llamadospelados por los espaoles por su costumbrede quitarse toda la cabellera o porque no po-sean riqueza alguna. El Inca Bohorques lospersuadi de su sangre real e hizo que lo ado-raran como a un dios vivo y que le cons-truyeran un camino real, para poder pa-searse con sus porteadores y sus nfulas deemperador. Por desgracia, como su aventurano tuvo xito en lo que se refiere al Paititi, sevio obligado a regresar, llegando a tiempopara ver los frutos de la orden que haba de-jado a los calchaques de asesinar a cualquierespaol. Lo cierto es que el virrey de Limahaba mandado capturar a Bohorques y luegode ser trasladado a esa ciudad, fue ajusticia-do.

    Al contrario de lo que se pensara, esteincidente no hizo ms que encender el deseode buscar el reino fabuloso. Poco despus,apareci en Lima un misionero que no sola-mente haba escuchado hablar de l sino quelo haba visto con sus propios ojos, afir-mando que haba all riquezas incalculables, ymiles de almas para convertir al servicio deDios. Se organiz una expedicin y como erade esperarse no descubrieron nada.

    En el siglo XX hubo tambin variasexploraciones, algunas ms serias que otras.Una que avivara ms el mito estuvo confor-mada por dos franceses y un estadounidense;

    entraron en la selva, financiados por la revistaPeruvian Times, y desaparecieron misterio-samente. Ms tarde un explorador japons,Sekino Yoshiharu, penetrara por la mismazona para identificar unas supuestas pirmi-des descubiertas en fotos satelitales queresultaron ser formaciones naturales, trayen-do, a su regreso al mundo civilizado, unanoticia que estaba en boca de los indgenas detoda la zona del Madre de Dios: los extranje-ros haban sido asesinados por una tribu deindios machiguengas.

    La acusacin de asesinato sobre estegrupo no gust mucho, pues se argumentque como mantiene un contacto constantecon los occidentales (vaya garanta!), era ab-surdo imputrsele semejante delito, de mane-ra que la culpabilidad pas al enigmtico pue-blo llamado Pacoris que, segn la tradicinoral, sera lo que queda de una lite de gue-rreros incas que medan de dos a dos metros ymedio de estatura. Entre otras cosas este pue-blo sera una suerte de logia que ha manteni-do el gran tesoro del Paititi fuera de las ma-nos de los ambiciosos. Esta tribu no ha sidovista por nadie excepto por los otros poblado-res de la zona y por alguno que otro buscadorde extraterrestres.

    En los ltimos aos se ha empezado ahacer indagaciones ms concienzudas bus-cando evidencia sobre este mtico reino, y losresultados son prometedores. Restos de loque parece ser un camino y estructuras demanufactura parecida a la inca se han halladoen lugares de la selva que jams se pensaronllegaban a formar parte de los dominios delInca; sin embargo todava es mucho el trabajoque se tiene que hacer y lo nico cierto es quela riqueza que all se puede encontrar no tieneque ver con el oro o con piedras preciosas si-no ms bien con la historia

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  • CONNOTACIONES SOCIALESDEL SACRIFICIO HUMANO

    EN MESOAMRICA

    Estanislao M. Pazmio T.

    Mesoamrica fue el escenario de un am-plio desarrollo socio cultural que produjo unimportante incremento en la poblacin, y porlo tanto, el surgimiento de sociedades com-plejas. Dentro de este panorama, se formaroninstituciones religiosas que tuvieron grantrascendencia en los grupos tnicos que, juntocon la importante actividad cultural que sedesarroll en el rea, dieron paso a la consoli-dacin de algunos de los Estados que vio sur-gir el Nuevo Mundo.

    En este contexto se concibieron una se-rie de obras monumentales patrocinadas porla institucionalidad poltico-religiosa, comolugares destinados a prcticas rituales con lasque se sinti identificado el colectivo social.Mientras se dio el desarrollo de la ritualidad,los individuos vieron reproducirse sus rde-nes ideolgicos que reafirmaban su cosmo-

    visin. De este modo, el vnculo religioso conel poder constituy un eje importante para laconsolidacin de sus estructuras sociales,logrndose una correspondencia entre la mo-numentalidad de la obras y la magnificenciade los rituales escenificados en estos lugares.Los actos sacrificiales de personas, como loveremos ms adelante, pasaron a formar partede estos rituales de los cuales se vali la ins-titucin poltico-religiosa para conseguir di-versos beneficios.

    De acuerdo al trabajo de Monaghan(1990), en un primer momento, la actividadritual surgi frente a la mitificacin de lo na-tural; es decir, los primeros sacrificios huma-nos realizados en Mesoamrica estaran liga-dos con los comienzos de la actividad agrco-la y su intensificacin a travs del tiempo,crendose un vnculo entre las fuerzas extra-as que determinaban las cosechas (dioses) ylos seres humanos, por medio de un pacto desangre.

    Si bien este fue el primer momento delritual, en etapas posteriores, se desarrollaroncambios que lo alejaron de la relacin primi-genia con la agricultura: se produjo una evo-lucin que se fue complejizando con la incor-poracin de nuevos elementos, y nuevos ob-jetivos: Los rituales que involucran sacri-ficios, incluyendo sacrificios humanos, noson puramente de naturaleza religiosa. Estostambin involucran una reafirmacin pblicade poder y reflejan las prerrogativas de losestratos sociales (Wilkerson 1984). No obs-tante, el discurso implcito en el ritual siguisugiriendo una relacin con los dioses, ya pa-ra agradecerles, o para pedirles favores, se-llando as el pacto con sangre. La vctima pa-s a ser el vnculo entre lo humano y lo divi-no, por lo cual se construy todo un corpussimblico alrededor de su figura.

    El anlisis de las vctimas es un elemen-to muy sugestivo para comprender la cargasimblica y las implicaciones sociales que re-presenta. Es evidente que la seleccin de laspersonas para ser sacrificadas debi mane-jarse con mucho cuidado. Las variables de se-xo, edad y procedencia (tanto social comoespacial), debieron ser de gran importancia almomento de llevar a cabo el ritual. Una seriede elementos con diferentes connotaciones seconjugaron en el ritual, constituyendo cadauno de ellos un valor simblico trascendente.La vctima a su vez pasa a ser un elementoms del ritual con significados distintos enlos diferentes momentos de la ceremonia. Laforma de morir se conceba de acuerdo al ri-tual y a la persona: nios-adultos, hombres-mujeres, locales-forneos, donde tambin ju-gaba un papel importante el sector social alque pertenecan.

    La representacin de la vctima del sa-crificio en el colectivo social le dio un reco-nocimiento, que al final de cuentas no pudodisfrutar directamente (Schele, 1984). Muertala persona, las bondades del sacrificio recaansobre su grupo familiar, lo que ocasion quela familia se sintiera en conciliacin con losdioses, robusteciendo su estructura ideolgi-ca. En la misma medida, el tener un familiarque contribuy con su sangre en favor de losdioses, se convirti en una forma de ganarreconocimiento social, afianzando los vncu-los de respeto e individualidad para con elresto del conglomerado.

    Esto sin duda jug un papel importanteen la consolidacin de una ideologa basadaen las actividades religiosas, donde los diosesconstituan lo ms importante. Por ejemplo,George Cowgill (1992) seala que no se co-nocen en Teotihuacn representaciones del e-jercicio del poder por parte de algn persona-je de la lite poltico-religiosa; la nica subor-dinacin presente en la iconografa es la de

    los individuos a los dioses. Esto es muy inte-resante sobre todo si se ve que parte del xitofue crear un aparato religioso importante don-de lo sobrenatural ocult los intereses de losgrupos de lite.

    No obstante, pienso que uno de los as-pectos de gran trascendencia a la hora de ha-cer referencia a los sacrificios humanos es lamuerte. Si bien se ha atribuido a la sangre lacalidad de alimento de los seres omnipo-tentes, creo que es la escenificacin del rituallo que trasciende ms all del simple acto sa-crificial. Es decir, en ste queda al descu-bierto la vulnerabilidad del ser humano re-presentada en el derramamiento de sangre (l-quido vital) que causa la muerte. Esto nosconduce a pensar en la reaccin del pblicofrente a la ceremonia, cuya significacin defondo recordaba que el ser humano es vul-nerable y que slo los dioses pueden ampa-rarlo ante tal situacin (la muerte). De acuer-do con lo dicho, creo que la primera impli-cacin de los actos sacrificiales fue la de re-cordar la vulnerabilidad humana y por lo tan-to la subordinacin ante la presencia divina, ycomo segundo objetivo el consolidar un do-minio econmico y poltico a travs de la ins-titucin religiosa.

    La Cita de Apachita

    La arqueologa es la nica rama de la an-tropologa, en la que matamos a nuestros in-formantes mientras los estudiamos.

    Kent V. Flannery, 1982. The golden Mar-shalltown. American Anthropologist 84:275.

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  • LA ARQUEOLOGA COMO ESPACIODE REFLEXIN, LEGITIMACIN

    Y REIVINDICACIN POLTICADE LA HISTORIA

    Johana Caterina Mantilla O. *

    Casi de repente, y despus del recono-cimiento otorgado por la nueva constitucincolombiana de 1991 a las comunidades ne-gras o afrocolombianas como minoras tni-cas, se hizo evidente la falta de un conoci-miento ms detallado de su historia por partede la nacin en general.

    Dicho reconocimiento estatal se produjodespus de que varios trabajos de investi-gacin acadmica y el trabajo llevado a cabo,durante aos, por diversas organizacionesafros en el pas tuvieran eco en el interior dediferentes estamentos de la sociedad. Dentrodel mbito acadmico se cuentan los trabajos

    de Aquiles Escalante (1954; 1979), RobertoArrzola (1986), Nina S. de Friedemann(1986; 1987), que abrieron las sendas delanlisis del negro o afro en el pas. Fueron e-llos los primeros en hacer manifiesta la exis-tencia de un otro invisibilizado a lo largode la historia.

    Es evidente, pues, que el anlisis en tor-no a los descendientes de esclavizados africa-nos ha sido abordado principalmente desde laantropologa social, la historia, la lingsticay la sociologa. Sin embargo, en arqueologa,dicho trabajo analtico ha sido escaso o casinulo. Si bien se ha sugerido en varias oca-siones la necesidad de aproximarse a lo afrodesde una perspectiva arqueolgica, la faltade trabajo de campo ha impedido dar un pasoms all del mbito terico.

    Frente al problema de lo afro-americanolos procesos sociales y diferentes momentoshistricos vividos- en Colombia, la investi-gacin arqueolgica se encuentra en sus pri-meros momentos, por lo que las posibilidadesy perspectivas de trabajo siguen siendo anmuy amplias. El camino entonces est en ple-na construccin, y su esclarecimiento requie-re una aproximacin al recorrido que la Ar-queologa como ciencia, ha hecho en el pas,dando cuenta del panorama social, poltico ycultural en el cual se ha ido modelando.

    Como el inters est dado hacia una po-blacin que llega con los europeos, es decirdurante la poca de la conquista, su estudio seencuentra sujeto al mbito de la arqueologahistrica. Este espacio analtico sigue siendode relativa juventud en el pas, si se le com-para con los estudios realizados en torno a loprehispnico. Y es que la evolucin de la ar-queologa en Colombia, ha obedecido a dife-rentes momentos polticos, que han exigido

    de ella diversos anlisis dentro de los cualesel elemento afro no ha sido tenido en cuenta.

    Pero en este punto surge una duda. Sibien, las Ciencias Sociales son pensadas den-tro de un marco de lo poltico, es decir, comouna herramienta que no solo es influenciadapor este aspecto, sino que a su vez lo influen-cia, la arqueologa ha quedado, curiosamente,excluida de esta caracterizacin. Al contrario,se cree que esta goza de una neutralidad des-de la cual recapitula lo acontecido, y lo re-construye sin pensar demasiado en las im-plicaciones que trae el discurso en torno alpasado. Como ciencia que emplea herramien-tas numricas en cantidad considerable, laarqueologa pareciera estar ms cerca de laobjetividad anhelada por el pensamiento occi-dental; y as se cae en una falacia, donde losobjetos materiales se convierten en el alimen-to de la ilusin objetiva. En este contexto, sepuede realmente recrear un pasado sin queesta reconstruccin tenga implicaciones enlas poblaciones actuales?

    Dejando a un lado los matices dadospor el debate mismo que suscita el cuestio-narse el proceso de construccin de una na-cin, acaso la accin misma de pensar untiempo previo no le da al individuo o a unacolectividad un punto desde donde auto-referenciarse? Y si a esto se le suma el poderde legitimacin del pasado que tiene la arque-ologa en el pblico, al centrar su anlisis enobjetos tangibles, cmo dejar a un lado elaspecto de lo poltico? Bien seala CristbalGnecco, que la exterioridad descansa en eluniversalismo y en la objetividad que la ar-queologa pretende poseer y en la conside-racin de un sentido funcional y nico in-herente en los objetos, ignorando su polise-mia histricamente situada.

    Considero pues fundamental, desde elpunto de vista arqueolgico, abordar las po-

    blaciones afroamericanas, no tanto en trmi-nos de una reconstruccin de los antiguoslugares de habitacin de estos primeros cima-rrones y/o criollos, cuanto generando un acer-camiento, una problematizacin distinta a lasdinmicas sociales y sistemas culturales quecobraron sentido en un contexto tan particularcomo lo fue el sistema esclavista espaol.

    De esta manera, este breve escrito seconvierte en una invitacin y en un primer es-labn de muchos que permitan el fortale-cimiento de los canales de comunicacin alinterior de las de las comunidades hoy en daconstituidas tanto por sus directos descen-dientes como por el resto de los grupos so-ciales que conforman nuestras naciones ame-ricanas. Estamos entonces frente a un nuevombito analtico, desde donde se pretende re-tar al olvido.

    *(Universidad de los Andes, Maestra enAntropologa, Programa en Arqueologa)

    BIBLIOGRAFAPARA EL ARQUELOGO.

    Biblioteca del Museo Weilbauer (PUCE)

    Fernando Flores

    El Museo Weilbauer, ubicado en el edi-ficio del Centro Cultural en la PUCE, poseeuna pequea biblioteca formada por un re-manente de la biblioteca del fenecido arque-logo P. Pedro Porras y por donaciones de ins-tituciones culturales del exterior. El fondo bi-bliogrfico es de carcter arqueolgico, pre-dominando volmenes de arqueologa andina,mesoamericana, amaznica y del Caribe, ade-ms de obras de naturaleza terica y metodo-lgica. Es por lo tanto una instancia obligada

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  • de consulta para el estudiante de Arqueo-loga.

    En este Boletn ofrecemos un breve lis-tado de obras de arqueologa de las regionestropicales, prometiendo en nmeros subsi-guientes otras listas temticas de esta impor-tante biblioteca. Evans, C., y B. Meggers1960, Archaeological Investigations in Bri-tish Guiana, Smithsonian Institution, Bulletin177, Washington.

    Evans, C., y B. Meggers1968, Archaeological Investigations on theRio Napo, Eastern Ecuador, SmithsonianInstitution Press, Washington. Lathrap W. Donald1970, The Upper Amazon, Thames andHudson, Southampton. Meggers, B, y C. Evans1957, Archaeological Investigations at theMouth of the Amazon, Smithsonian Ins-titution, Bulletin 167, Washington. Meggers, Betty, et al.1977, Ecuador, Antillas y Tierras Bajas deSud Amrica, Universidad Catlica, Quito. Porras G., Pedro1974, Historia y Arqueologa de la CiudadEspaola Baeza de los Quijos, Centro de Pu-blicaciones PUCE, Quito.

    Porras G., Pedro1975, Fase Cosanga, Centro de Publica-ciones PUCE, Quito.

    Porras G., Pedro1987, Investigaciones Arqueolgicas a lasFaldas del Sangay, Artes Grficas Seal,Quito.

    Roosevelt C., Anna.1980, Parmana: Prehistoric Maize andManioc Subsistence along the Amazon andOrinoco, Academic Press, New York. Salazar G. Ernesto.2000, Pasado Precolombino de MoronaSantiago, Casa de la Cultura EcuatorianaBenjamn Carrin, Ncleo de Morona San-tiago, Macas.

    SIGUIENDO AL CAZADOR

    Ernesto Salazar

    Mientras arreglaba las cinchas de loscaballos o recoga lea para la fogata, DonCristbal oa los sonidos mnimos del pra-mo. Era un cazador hecho y derecho que adi-vinaba al venado en el aire y en las ramasquebradas. Y hasta calculaba cuando habapasado el animal con slo mirar en el lodo lashuellas de sus patas. Llevaba siempre una ca-rabina vieja con cartuchos peruanos y, paral, era tan importante cobrar su pieza comorecaudar el cartucho gastado para cargarlonuevamente.

    Subimos un da, muy por la maana, alfilo de Machipungo (Cordillera Oriental) paraexplorar una cueva, en busca de asenta-mientos arqueolgicos de cazadores recolec-tores. De pronto resbal y, al caer al suelo,

    percib en la hierba mojada el inconfundiblearoma del zunfo (Micromeria nubigena). Mequed un rato examinando el tapiz que for-maba, entre la paja, con sus hojas diminutas,y luego prosegu la penosa ascensin a lacumbre.

    Don Cristbal me aguardaba bastantelejos, sentado en un peasco, mientras escu-driaba el matorral con su carabina lista.

    -Le vio al venado? Pas justo delantede usted, cuando estaba en el suelo...

    Me dio rabia por tener los sentidos tanatrofiados y pens que, de cazador paleoin-dio, me hubiera muerto de hambre. Conti-nuamos la marcha medio agazapados y con lacara hacia arriba, como si tratramos de oleralgo en el aire. Don Cristbal se detuvo derepente y me dijo: -Aqu ha dormido.

    No pude contener la risa, ante la fanfa-rronera de mi compaero, pero me puse seriocuando comenz a explicarme cmo se vednde ha dormido un venado. En efecto, meacerqu cauteloso al lugar indicado, y pudedistinguir en el suelo una pequea depresincon las hierbas ligeramente aplastadas, en laque se observaban aqu y all los pelos de lapiel de un venado.

    -Hembra es..., dijo Don Cristbal, yante mi sonrisa incrdula, se volte hacia mcon unas bolitas de excremento en la mano:

    - Mire, la gama las tiene un poquitoaplastadas

    Y como presintiendo algo, se alejmirando al suelo inquisitivamente. Desde elmatorral me grit que el macho tambinandaba por all. Y esta vez pens que ms levala que me trajera mejor evidencia que unoscuantos pelitos. Regres con una sonrisa y

    me alarg la mano izquierda abierta con msbolitas en su interior.

    -Mire, las bolitas del macho son msredondas...., adems estn frescas, lo quesignifica que los venados no deben estar muylejos.

    Me pareci divertida esta leccin ex-crementicia a 4.000 m. de altura, pero no dejde sorprenderme la increible finura de sen-tidos que tena el cazador. Cada nuevo in-dicio era una ventana ms que se abra sobreel crvido, y una sugerencia ms para la es-trategia del cazador.

    El sol de las cinco de la tarde doraba elpajonal, cuando nos metimos por unos mato-rrales, en busca de la presa. Don Cristbal yano perteneca a este mundo. Con la carabinaen ristre y en silencio, avanzaba moviendo lacabeza de arriba abajo, perforando con sumirada el matorral. Finalmente, se detuvojunto a un arbusto.

    -Aqu ha descansado, dijo, mirandohacia adelante con aire derrotado. Me alarguna rama con la corteza algo raspada y meexplic que cuando los venados se detienen adescansar, juegan frotndose las astas contralas ramas.... No bien acab de hablar, vimos,a 100 metros de distancia, a dos venados quedaban un salto veloz y se perdan para siem-pre en la maleza...

    Recientemente, me enter que DonCristbal Columba ha viajado a la tierra sinmal. Pero dudo mucho que est descansando.Y mejor para l. Ya me contarn que le hanvisto tomando agua en alguna quebrada o sa-liendo de algn matorral en la Sierra de Gua-man. Mas bien, un rato de estos tendr quevisitarlo para dejarle unos cartuchos perua-nos por si los necesite.

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