29

ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

  • Upload
    others

  • View
    8

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar
Page 2: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

ANTON ARRIOLA

El caso Newton

31

cosecha roja

Page 3: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

1.a edición: abril 2018

Diseño de la colección y portada:Cristina Fernández

Maquetación:Itxaropena

© Anton Arriola© EREIN. Donostia 2018

ISBN: 978-84-9109--303-9D.L.: SS - 381/2018

EREIN Argitaletxea. Tolosa Etorbidea 10720018 Donostia

T 943 218 300 F 943 218 311e-mail: [email protected]

www.erein.eusImprime: Itxaropena, S. A.

Araba kalea, 45. 20800 ZarautzT 943 835 008

e-mail: [email protected]

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

La edición de este libro ha sido subvencionada por el Departamento de Cultura y Política Lingüística del Gobierno Vasco.

Page 4: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

ANTON ARRIOLA

El caso Newton

Page 5: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

I could stand in the middle of 5th Avenue and shoot somebody and

I wouldn’t lose voters1.

Donald Trump, presidente de EE.UU.

1 “Podría pararme en mitad de la 5ª Avenida y disparar a alguien y no perdería votos”.

Page 6: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

9

Bilbao, noviembre de 2001

Días después lo recordaría vivamente. El profesor Ariza acababa de entrar en mi despacho. Apenas fran-queada la puerta, había soltado aquella sentencia intem-pestiva:

“Azurmendi, tengo algo muy grande entre manos”. Vaciló un instante, como impactado por sus pro-

pias palabras, y luego se sentó y fijó una mirada ausente en la pared. Transcurridos unos segundos pasó a adoptar una expresión extraña. Diríase que por una vez, sobre-cogido por la importancia del asunto que se traía entre manos, le había abandonado su habitual suficiencia y parecía incluso asustado. Esperé con expectación a que retornara, y cuando lo hizo repitió la frase, todavía me-dio ausente. Esta vez lo dijo más despacio y otorgando peso a las palabras, de una forma solemne que en aquel momento, y a pesar del respeto que yo le profesaba, me había parecido ridícula.

Desde entonces, sin embargo, he tenido amplia oportunidad de corregir mi escepticismo. El discurrir de los acontecimientos ha conferido a sus palabras esa cua-lidad, inquietante y fatalista, de los vaticinios de índole trágica.

Page 7: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

10

–Enhorabuena, Arcadio –había exclamado por de-cir algo, interpretando que tal vez esperaba una reacción por mi parte.

Fijó su mirada en mí. Me escudriñó, como inten-tando discernir si merecía la pena compartir sus asuntos conmigo, o si podía fiarse de mí. Pero más bien parecía no estar seguro de que aquello tan importante fuera ma-teria a compartir con nadie.

–Ayer volví de Londres, ¿sabe?… –pronunció la frase mientras seguía elucubrando, probablemente no muy consciente de lo que había dicho. Debía necesitar unos segundos más para decidirse a hablar, ya que tras darme aquella información había vuelto a fijar la vista en la pared.

Decidí aprovechar que tenía bajada la guardia para observarle con cierto detenimiento. Ariza era una de esas personas que exudan tal intensidad que no pa-recen estarse quietas un segundo, lo que hacía difícil hacerse una foto fija. Por otro lado, cuando por unos instantes centraba su atención en ti, esa misma intensi-dad te obligaba a clavar tus ojos en los suyos, ardientes como brasas. De tal manera que yo no había logrado todavía establecer una opinión de conjunto. Su carác-ter extravagante se mostraba de forma más inmediata en la vestimenta, insólita entre los sobrios catedráticos de la Universidad de Deusto. Aquella mañana lleva-ba un traje color caqui con unos vistosos zapatos gra-nates, pañuelo estampado y la camisa y la corbata en

Page 8: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

11

distintas tonalidades del morado. Sorprendentemente, aquel atuendo resultaba elegante y bien conjuntado, realzando su buena planta; aunque en realidad era de estatura mediana –yo le debía sacar una cabeza–, pero se trataba de uno de esos hombres a los que el caris-ma o el status social acrecientan de alguna manera la altura meramente física. Es decir, tenía lo que se suele denominar empaque. Su caballera era poblada y muy rizada –pequeños rizos negros–, y aquel pelo, junto a la nariz larga y ganchuda, y los ojos también negros y permanentemente inquietos, le daban un cierto aspec-to de mercader judío, de esos que imaginamos astutos y algo mezquinos en lo referente a los asuntos munda-nos. Y era aquel aspecto de comerciante (o de tratante de arte) el que no acababa de cuadrar con su condición de erudito. Porque Arcadio Ariza ostentaba cátedras en Historia del Pensamiento y en Literatura, y era un experto de renombre mundial en lo concerniente a los siglos que van del Renacimiento a la Ilustración.

–Me he traído un tesoro de Cambridge –había di-cho entonces de improviso, deteniendo mi exploración antes de que ésta pudiera llegar a su conclusión–. Un libro de enorme importancia, créame que se quedaría usted impactado.

Volvía a mirarme, pero sin su intensidad habitual, parecía haber hablado más para sí mismo, por lo que no me vi impelido a responder de inmediato. Por tanto aquello tan grande que tenía entre manos era un libro.

Page 9: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

12

No me sorprendió, ya había oído que Ariza era tam-bién un reconocido bibliófilo, poseedor de una nota-ble colección de ediciones antiguas. Podía en ese caso entender que estuviera excitado con su nueva adquisi-ción, incluso sobrecogido por la importancia de aquel raro ejemplar, pero me seguía sin cuadrar la expresión de alarma que dejaba traslucir a cada rato. De alarma y también de responsabilidad, como si tuviera por delante una tarea que le sobrepasara.

–¿Literatura o teoría social? –dije, pareciéndome lo propio dar hilo a la conversación con una pregunta vaga que no cayera en la indiscreción.

–No, no –contestó, y por un momento esbozó una media sonrisa–. Se trata de algo muy diferente esta vez, un enfoque novedoso en mis investigaciones, pero pri-mordial en la configuración del hombre moderno.

Asentí interesado. El objeto principal de las inves-tigaciones de Arcadio era en efecto la configuración del hombre moderno, a partir del antropocentrismo inicia-do en el Renacimiento. Un asunto manido, pero con ramificaciones todavía interesantes. Yo mismo había colaborado en su proyecto de investigación mediante el análisis de las transformaciones religiosas de aquella época, en la que se había comenzado a gestar la iden-tidad moderna. A pesar de que los jesuitas me habían asignado a la sección de Antropología, y por mucho que mi carrera como sacerdote se hubiera visto abruptamen-te interrumpida dos años atrás, el doctorado en Teología

Page 10: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

13

y los veinte años de cura a las espaldas seguían hacien-do de mí un candidato idóneo para cualquier estudio que tuviera que ver con la religión. Además, hacía ya un tiempo que los propios jesuitas escaseaban en su univer-sidad, y en el área de Humanidades que dirigía Ariza y englobaba a mi sección tan solo quedaba un miembro de la orden, un viejo profesor de latín.

Mi jefe me miró en ese momento con un brillo intenso en sus ojos; aquella sí era una mirada recono-cible. De un instante a otro, parecía haberse recom-puesto del extraño sobrecogimiento que durante unos minutos le había embargado. Recordé que al entrar en el despacho tenía una disposición muy animosa, y solo al sentarse había cambiado de actitud. Ahora volvía a mostrar su seguridad habitual, el susto fugado o ausen-tado de su rostro. Movió un par de veces la barbilla ha-cia arriba, sutilmente, como interpelándome. Apenas intenté discurrir un instante a qué podía referirse, no tenía sentido hacer cábalas; o quizás encontraba algo humillante jugar a acertar, como se les suele obligar a hacer a los niños. Realicé un gesto similar al suyo, devolviéndole la pelota.

–Física –dijo entonces, tras vacilar todavía un ins-tante. Después concretó por fin de qué se trataba, di-sipando de un plumazo todo el misterio anterior–. Azurmendi –recalcó–, el libro que me he traído de Cambridge es una primera edición del Principia Mathe-matica de Isaac Newton.

Page 11: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

14

Pensé de inmediato que aquello era una mezcla de bravuconada y extravagancia, una boutade como dice la gente fina. No era que dudase de que Ariza tuviera en efecto aquel libro en sus manos, alguna razón habría para que lo hubiera adquirido, pero la pretensión de que un libro de física pudiese ser parte de sus investiga-ciones sobre la configuración del hombre moderno era insostenible. Éramos gente de letras, yo no era capaz de interpretar la ecuación más sencilla, y estaba seguro de que mi jefe tampoco.

–¿Matemáticas? –pregunté, más haciéndome el sor-prendido que realmente interesado.

Ariza me había mirado con una suficiencia rayana en la pedantería, habitual en él cuando se entraba en materia académica.

–No sea excluyente –contestó–, usted debe sa-ber que no se trata tan solo de matemáticas, sino más propiamente de los principios matemáticos de la filosofía natural. Philosophiae Naturalis Principia Ma-thematica, ese es su título completo. Imagino que sa-brá también que Newton escribió mucho más sobre alquimia y religión que sobre argumentos científicos, y que sus creencias en dichos apartados eran tan radicales como sus aportaciones a la ciencia.

Asentí dubitativo. Algo había oído, pero realmente conocía muy poco la obra de Isaac Newton. Como digo, soy un hombre de letras. Tampoco me encontraba muy predispuesto a recibir una lección sobre el tema en aquel

Page 12: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

15

momento. Soy una de esas personas que se despiertan algo aturdidas y necesitan comenzar el día al ralentí, sin que las importunen los que por contra se alzan de la cama repletos de energía, Ariza por ejemplo. Además, faltaban solo diez minutos para la primera clase del día. De tal manera que opté por una pregunta evasiva.

–¿Lo ha comprado? Debe costar una fortuna.Me miró con fastidio. No era de eso de lo que le

apetecía hablar. Pareció ir a decir algo y después cambiar de opinión. Seguidamente se alzó de la silla.

–Hay todavía mucho que desentrañar en los escri-tos de Newton –señaló–, tal vez le pida su ayuda más adelante… estoy seguro de que no me concederán mu-cho tiempo.

Me había extrañado el tono misterioso de aquellas palabras, que esta vez no parecían ser un artificio –una boutade–. Mostré mi disposición a colaborar en lo que fuera que se traía entre manos. Ariza movió ligeramente la cabeza en un gesto de agradecimiento y entonces, en un súbito destello, el temor había vuelto a sus ojos fe-briles, turbando su rostro. Seguidamente se había girado para salir huidizo del despacho.

Page 13: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar
Page 14: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

17

1

&

No tuve ocasión de prestarle mi ayuda, no hubo lugar, yo no volví a hablar con Arcadio, es decir, no volví a hablar con él en su estado de plena consciencia, an-tes del fatal incidente. Ocurrió unos días más tarde, aquella mañana al entrar en el claustro yo era de los pocos que no se habían enterado todavía, no soy de los que escuchan los informativos a primera hora, pero el revuelo de los habitualmente pacíficos profesores anunciaba algo muy grave. Me pusieron al tanto con presteza: Ariza había sufrido un terrible accidente en su biblioteca, no había muerto, pero tenía heridas de extrema gravedad y se encontraba en estado de coma, ingresado en la UCI del Hospital de Cruces. Al pare-cer una pesada estantería de roble cargada con cente-nares de tomos se le había desplomado encima. No hubo tiempo para más explicaciones, en realidad poco

Page 15: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

18

más se sabía, pero en cualquier caso comenzaban ya las clases y casi todos teníamos que pasar antes por nuestros despachos. Terminada mi primera hora me dirigí de nuevo al claustro, donde Miren Elejabeitia pudo contarme algún detalle adicional. Fue una suer-te encontrármela, nadie iba a haber recabado más pormenores que aquella hiperactiva mujer. Yo no te-nía clase hasta las doce, y ella también estaba libre –era profesora de Historia Contemporánea–. Nos sen-tamos en un sofá apartado para hablar con tranquili-dad.

Me aclaró que el percance había ocurrido el día an-terior, después del mediodía. Se lo había encontrado la encargada de la limpieza al pasarse esa tarde por la bi-blioteca.

–La señora se topó al povero Ariza con una mitad del cuerpo aplastada bajo la estantería y un charco de sangre alrededor de su cabeza… por lo visto tiene la tes-ta rota –Acompañó esta última afirmación con el gesto que se hace para señalar que alguien está loco, quería decir que aquella cabeza no iba a volver a funcionar. En cuanto a los vocablos italianos, era una costumbre que mantenía desde que realizara estudios doctorales en Bolonia, quince años atrás.

–Qué ironía, qué muerte ridícula, aplastado por los libros que amaba, te imaginas, el azar que se burla de nosotros –señaló–. No somos nada, Azurmendi, non siamo niente.

Page 16: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

19

Le recordé que Ariza no estaba muerto y que no había que descartar su recuperación. La medicina podía hacer milagros.

–¡Milagros! No te hagas el cura conmigo, que nos vamos conociendo –exclamó, y seguidamente comenzó a contarme chismes sobre el accidentado. Me asaltó la noción de que no estaba bien hablar de la vida privada de Ariza mientras él yacía en la UCI, pero no puedo argüir que no disfrutara del recuento de intimidades. Al fin y al cabo, el gusto por el cotilleo es uno de los atributos más unánimes entre los miembros de nuestra tantas veces des-preciable especie. Y el instinto de conservación es otro de ellos: lo cierto es que en nuestra pequeña charla no dejaba de intuirse un soterrado alivio porque lo que le había pa-sado a Ariza –accidentado o moribundo en el Hospital de Cruces– no nos hubiera ocurrido a ninguno de los dos.

–Por lo visto su biblioteca vale millones –decía ella–. Contiene incontables manuscritos del XVI al XVIII y unos cuantos incunables de relumbrón. Ya sabes, lite-ratos y pensadores: Orlando Furioso, los Essais de Mon-taigne, la Utopía de Moro, La vida es sueño… En casi todos los casos primeras ediciones. Una fortuna. No sé qué acuerdo tendrá con la universidad, pero me consta que la Compañía de Jesús le apoya con lo de la biblio-teca, y además muy arriba; sé de buena fuente que tiene línea con el jefe supremo, ya sabes, il Papa nero…

Al hacer esta confidencia bajó la voz y se acercó a una distancia que se me hizo embarazosa, mi sistema

Page 17: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

20

olfativo inundado por un perfume de almizcle sensual y sofisticado, mi mirada irremediablemente insertada en su sujetador de encaje color hueso. Al separarse con un movimiento ágil y enérgico, sonaron sus brazaletes dorados y el sutil frufrú de su blusa de seda. Miren era la indiscutida venus del claustro: rostro exótico, espe-sa melena de un color rubio tostado, figura incitante, ademanes desinhibidos… una mujer muy atractiva, no cabía duda. Al levantar la mirada constaté que esperaba una respuesta. Podía optar entre la fortuna de Ariza o su relación con los jesuitas; elegí lo primero.

–Tengo entendido que Arcadio es un hombre rico de familia.

Movió la mano por encima de su cabeza en un rá-pido remolino.

–Riquísimo, y desde hace generaciones –sus ojos color miel brillaron ahora con más intensidad–. Una fa-milia de las de alta alcurnia del Bilbao de toda la vida, de las pocas anteriores a las minas y a todo lo que vino después. Arcadio es el último de la saga, por ahora sin descendencia, y no creo que se le ocurra a estas alturas… grande peccato. Lo que sé es que tiene varios inmuebles en el centro de Bilbao y una fortuna invertida en su biblioteca, y que ostenta un título de marqués. Pero sos-pecho que eso no es más que la punta del iceberg. Y lo que no sabemos –bajó la voz de nuevo, pero esta vez no se acercó tanto, debía haber percibido mi timidez ante-rior–, es a quién le va a caer el…

Page 18: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

21

Realizó entonces ese gesto universal que señala al dinero, frotando los dedos índice y pulgar de su mano derecha como el que cuenta monedas. Asentí levemente con la cabeza –mi testa por fortuna todavía entera– para señalar que había comprendido.

–¿No tiene pareja? –pegunté.Miren se tiró para atrás elevando mucho el mentón

y sacando hacia fuera sus finos labios.–Un ejército, o más bien habría que decir un ha-

rem. Nuestro doctísimo Arcadio es un mujeriego, un verdadero donjuán.

Aquella aseveración me sorprendió. Y no voy a negar que la sorpresa viniera acompañada de un fugaz brote de envidia, como imagino que les ocurra a casi todos los hombres cuando oyen de uno que triunfa con facilidad con las mujeres. Sospecho que a la generali-dad de los varones el del galanteo nos parece un arte insondable, y sin embargo hay unos pocos tipos que, sorprendentemente, lo dominan con total naturalidad. En cuanto a la envidia, hay que entender que nuestro instinto más poderoso es precisamente ese que nos in-cita al galanteo; además, había que tener en cuenta que, en lo que a mí respecta, tenía mucho tiempo perdido que recuperar. Por otro lado, en el caso de Ariza existía un motivo adicional para la sorpresa, porque a mí per-sonalmente se me hacía afeminado.

–Imagino que será por su dinero… –aventuré mez-quino, y de inmediato me arrepentí.

Page 19: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

22

Miren me miró con una sutil sonrisa irónica, y no pude evitar ruborizarme. Giré unos segundos la cabeza hacia el grupo de profesores que charlaban al lado de la ventana, como interesado o sorprendido por alguna palabra suelta que hubiera llegado hasta nuestro rincón, y al volverme de nuevo ella se estaba levantando.

–Tengo que irme, ya seguiremos charlando –dijo, mientras apoyaba la palma de su mano sobre la mía–. A ver cuándo te vienes a tomar algo con mis amigas, que están deseando conocerte –añadió, ya marchándo-se, con un guiño coqueto de su ojo izquierdo.

Me quedé todavía un rato en el mismo rincón del claustro. Meditaba impresionado sobre el infortunio de Arcadio: la pesada estantería, su cuerpo atrapado, el charco de sangre, el traje claro manchado. La testa rota y el empaque perdido. Pero por debajo de estas imáge-nes circulaba otra turbación, provocada en este caso por Miren Elejabeitia. ¿Había coqueteado conmigo? ¿Tenía posibilidades? Me excitaba la oportunidad, a la vez que me azoraba no saber qué hacer con la ocasión, no saber aprovecharla; pertenecer a esa generalidad de hombres torpes en el galanteo de la que ahora había que excluir a Ariza. Pero eso no evitó que fantaseara con los posibles matices de un encuentro con mi compañera de claustro. Un rato después, al ir agotándose la fuerza de tales elu-cubraciones, me vinieron a la cabeza, inevitablemente, imágenes de Ane. Lo que en los últimos tiempos me solía incitar a realizar una reflexión de conjunto.

Page 20: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

23

Llevábamos ya dos años juntos, pero ese juntos ha-bía ido derivando hasta enmarcar una relación líquida, inasible como una anguila. Muy pronto, ella me había pedido que mantuviéramos un cierto grado de libertad. De saque aquel concepto me había parecido no solo inapropiado, sino incomprensible, sobre todo vinien-do de una mujer. Sin embargo, no lo había catalogado nunca de inasumible. Por un lado, yo había llegado a conocerla en profundidad, y sabía que era un espíri-tu que necesitaba respirar libre, sentirse joven y con el mundo por descubrir: conservaba ilusiones de adoles-cente que yo no deseaba marchitar. Me había relatado el desenlace de algunas de sus experiencias sentimentales, su desencanto al sentirse atada y oprimida, y su amar-gura y desesperación al hallar sus alas definitivamente cortadas. Quería evitar caer en el mismo error. Por otro lado, el sentirme plenamente libre tras más de dos déca-das reprimiendo mis instintos naturales, había supues-to para mí una conmoción que al inicio subestimé. Lo cierto es que yo también tenía un mundo por descubrir, y la curiosidad y el arrojo se habían ido acrecentando según me iba acostumbrando a esa nueva realidad.

En la práctica nuestro acuerdo significaba que yo mantenía mi piso en Sopelmar y pasaba dos o tres noches a la semana en el caserío de Ane; que los dos podíamos salir y entrar por nuestra cuenta sin dar explicaciones; y que no hacíamos planes para un futuro conjunto. Dentro de estos parámetros intentábamos pasarlo lo

Page 21: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

24

mejor posible. Hasta entonces yo no había aprovechado la laxitud de nuestro acuerdo para establecer relaciones con otras mujeres; si ella lo había hecho o no, lo desco-nocía. Creo que no soy una persona particularmente ce-losa, más bien al contrario, aunque esta condición esta-ba todavía por probar. La realidad es que no sabía cómo reaccionaría de llegar a saber que Ane me era infiel.

Por otro lado… ¿acaso alguien lo sabe? ¿Acaso sabía yo cómo reaccionaría la propia Ane, de

conocer el detalle de mi ensoñación apenas perpetrada con la venus de la universidad?

Poco antes de las doce abandoné el claustro para diri-girme al aula. Por los pasillos seguía meditando sobre nuestra relación. Ella solía decir que admiraba en mí esa necesidad imperiosa de embarcarme en cruzadas de la más diversa índole (incluidas unas cuantas cau-sas perdidas que me habían hecho sudar sangre, algu-na de ellas literalmente). Opinaba también –de forma quizás algo contradictoria– que con frecuencia me ex-cedía; que dejara por favor de intentar arreglar el mun-do. Fuera como fuera, podía decirse que había hecho progresos significativos en ese sentido: en aquellos días centraba mis anhelos redentores en algo tan ordinario como tratar de insuflar en mis alumnos el interés por la Antropología Social y Cultural. Una tarea ciertamen-te inofensiva, quizás algo frustrante, pero exenta de grandes peligros, fuesen físicos, éticos o emocionales.

Page 22: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

25

La siguiente hora dediqué mis energías a debatir con ellos sobre las nuevas formas de colonialismo. Más tar-de, terminada la clase, me refugié en mi despacho, un pequeño cubil al que se llegaba después de atravesar un laberinto de pasillos en la cuarta planta de unos de los patios centrales de La literaria. Un lugar aislado y re-moto, donde dedicaba las horas centrales del día a mis lecturas, con las solas interrupciones de un paseo a la cafetería para comer y las visitas de los estudiantes que querían consultarme algo y no se perdían por el camino.

Pero en esta ocasión, la llegada de un bedel inte-rrumpió mi solaz: el rector de la universidad quería ver-me, algo que no había ocurrido en los seis meses que llevaba de profesor. Caminé de nuevo por los pasillos detrás del bedel, un hombre inclinado, pequeño y algo dejado, al que el traje oscuro y la corbata no conseguían realzar. Creo que se llamaba Julián, en caso de que así fuese, Julián me guio por el laberíntico edificio hacia la zona noble, donde se encontraban, al lado de la capilla, la gran biblioteca y el rectorado. Esperé en la antesala a que el rector me recibiera, una espartana habitación forrada de maderas nobles y cuadros de santos. Me pre-guntaba si se trataría de una reunión protocolaria, tal vez el rector quisiera darme la bienvenida, aunque hasta entonces, habida cuenta de las circunstancias que me habían llevado hasta allí, yo había asumido que prefe-ría evitarme. Resumiendo mucho lo que fue un proceso tortuoso, me había visto forzado a dejar la parroquia de

Page 23: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

26

Berango por mi relación con Ane, y solo gracias a las gestiones del que fuera director de mi doctorado en Teo-logía, a la sazón provincial de la Compañía, los jesuitas me habían recogido en su universidad. Esta nota biográ-fica me otorgaba una evidente pátina de incorrección, aunque tampoco es que llegara a ser un apestado; al fin y al cabo, el abandono de los votos por causa de relaciones sentimentales ha sido muy habitual entre los propios jesuitas. Pero digamos que era lo suficientemente ina-propiado para justificar que el rector no me recibiera con grandes alharacas. Elucubraba qué otro motivo po-día haber para convocar aquella reunión.

Por lo que había oído el rector Plazaola era el típico jesuita. Gesto cordial y bondadoso, combinado con una mirada inteligente y calculadora. Seriedad en los prin-cipios –obediencia absoluta, misión dirigida a la mayor gloria de Dios, despreocupación con los éxitos munda-nos–, pero flexibilidad en los métodos. Una de cal y otra de arena. Y la marca de la casa: la retórica elaborada y enrevesada, a veces retorcida, las medias palabras y las medias sonrisas. También los engaños y los tapujos si el caso los requería. En definitiva, nuestro rector era un pragmático, eficaz y apreciado siervo de Dios.

Me recibió afable y sonriente, orondo y sonrosado, pleno de salud. Detecté el contraste de sus ojos incansa-bles, atentos a cualquier señal de interés.

–Ya era hora, Azurmendi, ya era hora. ¿Qué tal el aterrizaje? ¿Nola hago? –saludó.

Page 24: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

27

Hablamos un poco de las clases y de mi integra-ción en el claustro de profesores. Fue una conversación superficial, al parecer no había queja de mí, y comencé a intuir que el objeto de su llamada no era académico. Tardó unos minutos en ir al grano.

–Sé que ha establecido una buena relación con el pobre Arcadio –avanzó–. Esperemos que se recupere, Jaungoikoaren laguntzaz.

Asentí mientras el rector alzaba mínimamente los ojos hacia lo alto.

–Pero por desgracia eso no está en nuestras manos –afirmó categórico, a la vez que juntaba las suyas–. Te-nemos que tomar cartas en el asunto y necesitamos su ayuda.

Ofrecí mi disponibilidad para ayudar en lo que fue-ra, expectante. Tras agradecérmelo entró en materia.

–Verá, quizás sepa ya que su biblioteca es de las más importantes del país, y posiblemente de Europa también, desde luego en Renacimiento. Un tesoro. La universidad ha colaborado en diversos proyectos y ha tenido… tiene intereses comunes con Arcadio.

Recordé la conversación con Miren y su indecorosa pregunta: quién se iba a quedar con el tesoro.

–Ahora que Arcadio está como está –prosiguió– necesitamos cuidar de esa que ha sido la ilusión de su vida –aquí el rector hizo una última pausa antes de ir al meollo de la cuestión–. Me han llamado esta mañana de la Ertzaintza, que quieren hacer unas comprobaciones

Page 25: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

28

en la biblioteca, dicen. Nosotros hemos enviado ya a dos bibliotecarios nuestros a revisar el catálogo. Si la Ertzaintza tiene que ir, no sé para qué, que vaya.

Asentí. Pensé que si la Ertzaintza tenía que ir iba a ir en cualquier caso, pensara lo que pensara el rector, y que lo relevante era el porqué de ese interés. Plazaola me lo aclaró acto seguido.

–Me gustaría que usted les recibiera esta tarde, en la misma biblioteca, en el Casco Viejo. Vea cuál es el asunto, dicen que no es fácil que una estantería de esas se desplome, no sé…

Le miré sorprendido. ¿Podía no haber sido un acci-dente? Tampoco entendía por qué me enviaba precisa-mente a mí.

–Tengo entendido que usted tiene cierta experien-cia, conexiones en la Policía –añadió entonces, aclaran-do también esto último–. Por el asunto aquel, cómo le llamaron los periódicos, lo del castrato de Sopelana. Por poca que sea, más experiencia que ninguno de nosotros. Además, me han informado de que conoce personalmente al subcomisario Barrutia, que está encar-gado de… las diligencias. Seguro que no es nada, com-probaciones rutinarias, pero me tranquiliza que esté us-ted allí. Por supuesto, no tiene obligación alguna.

Me quedé pensativo un instante, mientras el rector esperaba mi respuesta con un cierto apremio en la mirada. Las menciones al castrato y a Barrutia me traían recuerdos que estaban imbuidos de un aire irreal, novelesco, que no

Page 26: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

29

casaba con la sobriedad, el aire grave de la rectoría. Resol-ví centrar mi mente en los aspectos prácticos del asunto; mientras el rector hablaba, acuciado por la fama de intri-gantes de los dirigentes jesuitas, había intentado desen-mascarar dobles sentidos o intenciones ocultas. Pasé en-tonces a barajar los elementos delicados del asunto: la po-sibilidad de que lo de Ariza no hubiera sido un accidente, la probable pretensión de la Compañía de quedarse con la millonaria biblioteca, y, subterráneamente, la mirada asustada del propio Arcadio, pocos días atrás, cuando vol-vió de Cambridge con una primera edición del Principia de Isaac Newton. Ahora, yacía accidentado y moribundo –la testa rota y el empaque perdido–. Pero, a pesar de que mi mente se afanaba en buscar motivos de prevención, lo que sentía en realidad era esa excitación jubilosa que viene con la novedad, ese impulso a la acción que provocan los acontecimientos. Asentí con un gesto de mi cabeza, acep-tando implícitamente el encargo.

Por pura precaución no había mencionado mi última conversación con Ariza, pero fue el rector quien se encargó de sacar el tema a continuación.

–Tal vez Arcadio le mencionara una reciente ad-quisición para la biblioteca –avanzó, y tras titubear un instante se decidió a nombrarlo–. Nada menos que una primera edición del Philosophiae Naturalis Principia Mathematica de Isaac Newton.

Había utilizado un tono solemne al nombrar el libro, parecido al de Arcadio unos días atrás, y yo

Page 27: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

30

correspondí con gravedad similar que efectivamente estaba al tanto de esa compra. Añadí que el profesor Ariza me había parecido preocupado por la importan-cia de aquella adición a su biblioteca, quizás responsa-bilizado fuese la palabra correcta.

El rector me observó entonces con un brillo espe-cialmente intenso de sus ojos de reptil –así me lo pa-recieron por unos instantes, no hasta entonces ni des-pués–. Parecía querer determinar cuánto sabía. Pero ¿cuánto sabía de qué?

Suavizó entonces la mirada, volvió su rostro afable.–Verá, el Principia no está en la biblioteca. Es lo

primero que hemos comprobado. No sabemos si Ar-cadio lo dejó en su domicilio, o quizás en algún otro lugar… pero por ahora preferiría que no lo mencio-nase.

Reaccioné con perplejidad. El rector carraspeó, por un momento pareció perder parte de su aplomo. Me decidí a poner encima de la mesa lo que sin duda estaba en la mente de los dos.

–Pero la Ertzaintza querrá saber…Él se repuso. Juntó de nuevo las manos.–Hay detalles de esa adquisición que estamos inten-

tando aclarar. Le pido que por ahora mantenga el Prin-cipia al margen… ya veremos qué hacer cuando esté todo más claro. No tendrá problemas, al fin y al cabo, Arcadio no lo había incorporado todavía al catálogo de la biblioteca.

Page 28: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

31

Mantuve un gesto dubitativo mientras hacía cál-culos mentales. Por algún motivo que yo desconocía pero que parecía importante el rector estaba pidiendo tiempo, y por ahora no veía motivos insalvables para negárselo. Significaba ocultar información a la Ertzaint-za, pero al menos se trataba de una información que yo no tenía por qué poseer. Y en cualquier caso, era una petición a la que no me podía negar después de que la orden me hubiera acogido bajo su protección.

–De acuerdo –concedí–, no mencionaré el Prin-cipia. Pero le ruego que me mantenga al corriente de sus indagaciones. Tenga en cuenta que este asunto va a pasar a ser muy serio si la Policía determina que el acci-dente de Ariza no ha sido tal accidente.

El rostro del rector se ensombreció en un gesto de alarma.

–Estoy seguro de que ha sido un accidente –rebatió, con un ademán que pretendía ser taxativo. Después re-cuperó su tono cordial, aunque de una forma que se me antojó forzada. Tras darme la dirección de la biblioteca, expresó un agradecimiento por mi colaboración que pa-reció sincero y dio por terminada nuestra conversación.

Me dispuse entonces a levantarme, aparentando una seriedad acorde con la gravedad del asunto, aun-que en realidad sintiera cierto júbilo. Me satisfacía poder serle útil al rector de mi universidad –en gene-ral me satisfacía serle útil a cualquiera, y el rector no era solo cualquiera–. Y en cuanto a mi disposición a

Page 29: ANTON ARRIOLA El caso Newton · autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar

32

verme involucrado en un affaire potencialmente es-cabroso, constaté algo sorprendido que era excelente, hubiera gato encerrado o no. Todo aquello no solo no me retraía, bien al contrario, estaba deseoso de ver en qué acababa. Mientras salía del despacho medité que las clases de Antropología me debían de estar aburriendo más de lo que pensaba, a pesar de mis denuedos; o tal vez fuera que mi involucración con el submundo cri-minal, a través del notorio asunto del castrato, me ha-bía cautivado más de lo que creía. Sacudí la cabeza mientras abandonaba la zona noble del rectorado, re-conviniéndome por la medida en que se estaba desbo-cando mi imaginación. Pensaba ya en rivalidades entre coleccionistas depravados, en ávidos bibliófilos sin es-crúpulos. Pero entonces mi gesto se torció: Recordé que Arcadio yacía moribundo en la UCI de Cruces, y esa imagen hizo que mi cabeza volara a una caseta desvenci-jada del desierto peruano, en la que yo mismo me había visto obligado a confrontar a la muerte cara a cara. En realidad, sabía bien que la textura de los misterios crimi-nales no suele corresponder con las versiones noveladas de nuestra imaginación. Evoqué sus aderezos habituales: Angustia. Sufrimiento. Muerte.

Con todo, al llegar un rato después a mi despacho había recuperado el ánimo travieso. El caso Newton, cavilé, mientras tamborileaba con los dedos sobre el es-critorio.