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Angel Gonzales, Espiritu y Vida Msc

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ESPIRITU Y VIDA(Escritos de los Padres Fundador y Generales M. S. C.)

Verba quae Ego locutus sum vobis spiritus et vita sunt. (Joan. 6, 64)

Edición preparada por

ANGEL GONZALEZ GARCÍA M. S. C.

Ad modum manuscripii

Canet de Mar 1965

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INTRODUCCION

N o t a s p a r a u n a e s p ir it u a l id a d M.S.C.Verba quae Ego locutus sum vobis spíritus et vita sunt. (Joan. 6, 64)

Estas palabras, que el Discípulo Amado dijo haber pronun­ciado Cristo en el sermón desconcertante de la promesa euca- rística, dan título a estas páginas. Quise en ellas sintetizar un largo razonamiento. Espero que nadie me lo reproche. Las pa­labras de los que Dios llamó para orientarnos y dirigirnos im­pulsan la actividad y la orientan, dándole color y calor. Quien impulsa es el espíritu. El cadáver no tiene ni color ni calor por­que le falta vida. Las palabras de nuestros Guías son, pues, vida y espíritu. Meditándolas sentiremos su impulso y su calor, y sa­bremos andar mejor nuestro camino. Son norma siempre; a ratos, también historia.

La norma y la historia son los elementos que componen es­píritu. La norma rigió el comienzo y el desarrollo de la Con­gregación; la historia refleja, completando, la vida de sus miem­bros.

Ambos elementos deben marchar acordes e influirse. Ambos se apoyan en principios generales básicos, alma auténtica de todo movimiento eficaz. La vida irá encauzada por la norma. Suce­derá, no obstante, que aparecen situaciones nuevas, necesidades no previstas con las que la vida ha de enfrentarse, exigencias apostólicas, que no admiten demora. Será el momento en que la vida, moviéndose en la línea del principio general, desborde a la norma, provocando la aparición de otra nueva, que abarque la situación creada, que hasta el momento no había sido nece­sario tener en cuenta.

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La norma, de origen capital, la da el que gobierna, el que tiene misión impulsora. La vida se asienta en los miembros, que han de moverse a impulsos de la cabeza, llevando a la práctica sus directrices.

¿Qué normas han inspirado la actividad de la Congregación?¿Cuál ha sido la vida de sus miembros?Del doble examen surgen, según mi modo de ver, unas cuan­

tas propiedades, que entretejen e l ' espíritu de la Congregación.Anotemos dos hechos fundamentales: Primero, el P. Funda­

dor sueña, desde el comienzo de su vida levítica, con la salva­ción del mundo a través de la devoción al Sdo. Corazón.

Segundo, él mismo, desde el principio, pone la fundación y el incremento de la Congregación en manos de María. A Ella acude en la doble novena celebrada para obtener los medios necesarios y con ellos la aprobación cardenalicia de la funda­ción, con Ella establece el pacto, que esboza las líneas funda­mentales de la Congregación. Muy pronto, 1857, hallará la co­nexión ideal de ambas devociones en la expresión feliz: “Nuestra Señora del Sdo. Corazón’.

Este doble hecho influirá todo el desarrollo posterior de la Congregación. Flotará en el ambiente la impresión de hallarse en manos de la Virgen para procurar sin cansancio la gloria de su Hijo. La confianza en María será filial y absoluta. Su pro­tección se sabe cierta y la esperanza del milagro, si fuera nece­sario, se hace casi natural. Es una confianza agradecida. La Vir­gen ha demostrado su asistencia continua y la Congregación se mueve bajo la impresión reconocida y gozosa de su patrocinio. La Congregación hablará de la Virgen, pregonará su gloria, en sus capillas y santuarios tendrá siempre un altar, sus revistas ha­blarán de sus bondades. Tanto que, a veces, el título mismo de la Congregación lo cambiarán los fieles, dándole color ma- riano.

Apoyada en el fervor mañano, la Congregación buscará el triunfo del Sdo. Corazón en un doble sentido. En el de su rei­nado universal y en el de la reparación por las ofensas que re­cibe. Los miembros escucharán con frecuencia la necesidad de una dedicación plena al Sdo. Corazón para lograr que el mundo sea suyo y de todo corazón buscarán con sus ministerios el triun­fo del Sdo. Corazón sobre las voluntades de los hombres. Se mantendrá viva la impresión de la multitud y gravedad de los

■pecados con que los hombres ofenden a Dios y se buscará el modo de lograr —con el trabajo del ministerio— disminuir el nú­mero y la gravedad de los pecados, y desagraviar al Corazón de Jesús con el cuidado en la observancia regular y con sacrificios, oraciones y ofrecimientos varios.

La invención y adopción por la Congregación del Culto Per­petuo encauzará la actividad conquistadora y el pensamiento re­parador. Se señalarán cada día las metas a conseguir por el triunfo del Sdo. Corazón y se especificarán las ofensas particulares que la malicia, la indiferencia o la negligencia de los hombres infie­ren al Corazón Sagrado y que habrán de ser reparadas por sus misioneros.

Gran hallazgo el del Culto Perpetuo. Bien vivido constituye el medio ideal para llenar cumplidamente la vocación del Mi­sionero del Sdo. Corazón.

La ambición por el triunfo del Sdo. Corazón motiva otra ca­racterística que las normas y la historia señalan: El Misionero del Sdo. Corazón no retrocede ante las pruebas, ni desmaya ante el trabajo. La prueba la considera necesaria para la purificación propia y como elemento adecuado de reparación, el más indica­do, puesto que es Dios mismo quien lo señala al enviar la prueba o permitir que aparezca.

El trabajo no cesa, aunque el enemigo lo destruya. Si suce­de, se comienza con renovado vigor. Si alguno se ve forzado a abandonarlo, el hermano más próximo tomará sobre sí el propio y el ajeno abandonado y la obra continuará. Pienso en la igle­sia ,recién construida y aún no pagada, reducida a escombros en la semana trágica barcelonesa, y en aquella proclama entusiasta del P. Vicente Casas: “Volveremos a comenzar y la levantaremos más preciósa’\ Realizado el sueño, nuevamente conoce el fuego y los escombros en 1936 y vuelve a levantarse más espléndida que en todas sus ediciones anteriores. Y pienso en aquella obser­vación del P. Meyer, tras la guerra del catorce-. “Las misiones... se vieron expuestas a los mayores peligros, ya por haberles sido arrebatados los misioneros, forzados a las armas, ya por la im­posibilidad de enviarles nuevos operarios... Los misioneros, que quedaron, suplieron a los ausentes, tomaron sobre sí el trabajo de otras estaciones y Dios duplicó su protección sobre los fieles ■servidores” (cf. infra, pág. 141 W). Y pienso también en la con­signa de Mons. de Boismenu a sus misioneros: Es necesario

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/aguantar. De Europa no podemos recibir ayuda, ni en hombres ni en subsistencias (eran los años de las guerras). No importa, nos contentaremos con lo que encontremos y trataremos de rea­lizar nuestra labor con entusiasmo. Si es necesario multiplicarse para cubrir necesidades, nos multiplicaremos.

Las dos últimas citas han tenido realidad en las misiones; pero no guardan ellas la exclusiva del tesón y la constancia en él trabajo y frente a las dificultades. Se cumplió el consejo de Cristo: “Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra (Mt. 10, 23). Nuestros mayores, en afán conquistador, no pararon mientes en la dificultad de los medios o en la selección de mi­nisterios. Lo que sirviera para procurar el triunfo del Sdo. Co­razón y salvar las almas era campo adecuado. Nunca hicieron téma por un ministerio determinado, ni se sintieron desocupados cuando las circunstancias les prohibieron su desempeño. El ejem­plo lo dió, en primer término, el P. Fundador. Se dijo que fundó la Congregación en afán de ayuda al Clero francés para recris- tianizar Francia por medio de la devoción al Sdo. Corazón. Se dijo que él pensó en una Congregación de Misioneros populares. Nada más ajeno a su mentalidad tomado en sentido restrictivo. Las restricciones no dicen bien con su espíritu. El pensó única­mente en fundar una Congregación que inflamara al mundo en el amor del Corazón de Jesús. Los medios no le importaban: Los que en cada ocasión y para cada circunstancia fueran más aptos. De ahí que le veamos predicando y enviando a los suyos a pre­dicar por las campiñas; le veamos organizar el culto en su igle­sia, confesar, fundar cofradías para estímulo de la piedad; le vea­mos escribir libros, propagar estampas, recabar firmas de digna­tarios eclesiásticos y de simples fieles para conseguir la consa­gración del mundo al Sdo. Corazón; le veamos fundar colegios y dedicar sus religiosos a la enseñanza; le veamos enviar sus misioneros a los países de infieles...

Subrayamos: No el instrumento, sino la idea preocupa al P. Fundador y, en consecuencia, a la Congregación. La idea del triunfo del Sdo. Corazón. El instrumento ,^-este o aquel minis­terio— será más bien dictado de las circunstancias.

No pretendemos con la afirmación estampada desconocer la preponderancia especial de uno de esos ministerios. Es evidente que las misiones entre infieles han ocupado las mejores energías de la Congregación y llenado su historia. El desconocimiento o

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supresión de cualquier otro apostolado de la Congregación ten­dría escasa resonancia. El desconocimiento o supresión de nues­tra faceta misionera equivaldría a desconocer o suprimir en parte notabilísima nuestra historia. Pero quede bien sentado que cuan­to pueda servir para lograr el triunfo del Sdo. Corazón entre los hombres puede ser aceptado como propio por la Congrega­ción. Esa ha sido la norma. Son muchos los ministerios que se han ido adoptando. Nunca se ha rechazado ninguno por incom­patibilidad con el espíritu de la Congregación. Y, si aparecen ministerios nuevos y eficaces, hallarán puesto adecuado en el marco de la Congregación.

Hay, sin embargo, condiciones para el desempeño de cual­quier ministerio. Condiciones que afectan a la forma. Condicio­nes substanciales. Si faltan, está dispuesta la Congregación a de­clarar espúreo el ministerio. Son las siguientes: El misionero del Sdo. Corazón debe cultivar con predilección en su vida y en su actividad externa la humildad, la sencillez, el espíritu comu­nitario y la adhesión al Papa. Admito que podrían señalarse va­rias más. Del examen atento de los documentos creo poder con­cluir ser las consignadas las de mayor relieve. Son dictado de las Constituciones y recuerdo perenne en las normas. “Nuestra pequeña, nuestra humilde Congregación’, “los hombres deben ver en nosotros la sencillez y la humildad de Cristo’’, “para ser considerados discípulos de Aquel que a Sí mismo se proclamó manso y humilde”, “que por nada se aparten de la obediencia al Sumo Pontífice”, “pónganse siempre de su lado, con él estarán en la verdad”, “dándonos de lleno a procurar el bien común, cumpliremos la voluntad de Dios, le daremos gloria y llenaremos eficazmente el fin de nuestra vocación”: Son pensamientos ha­bituales en las normas. Y la historia nos habla del óbolo de San Pedro, hoy adoptado por tantos Institutos eligiosos, invento del amor de la Congregación al Santo Padre. Y nos refiere cómo el Osservatore Romano destaca en ocasiones, como nota caracterís­tica, la adhesión de la Congregación a la Santa Sede, la fidelidad en servirla, la abnegación por sus intereses. Nos habla del tra­bajo callado de los misioneros y nos sorprende agradablemente con la constatación de que el pueblo llano sienta facilidad en acercarse porque... “los misioneros son asequibles y le escuchan c •nid'.

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Quiero poner fin a estas notas resumiendo brevemente mi pensamiento, que se me antoja reflejo de cuanto el lector puede encontrar en las páginas que siguen:

El M.S.C. busca, apoyado en María, Ntra. Sra. del Sdo. Co­razón, el triunfo del Sdo. Corazón. Busca ese triunfo en sí y en los demás. En sí por la consagración y el espíritu de reparación. En los demás con su apostolado. El apostolado, en su forma con­creta, lo dictarán las circunstancias. No se excluye ninguno, ha­biendo prevalecido siempre la preferencia por las misiones entre infieles. El M.S.C. confiará siempre en María, no se arredrará ante las dificultades, ni abandonará el trabajo por duro. Su ac­tuación ostentará carácter comunitario y se producirá de tal ma­nera que él mismo desconozca si tiene algún relieve y cuidando de nunca establecer barreras que dificulten el acercamiento de los sencillos. Y siempre y en todo, al lado del Papa y con el Tapa.

O O *

Las páginas que van a continuación abarcan la mayor parte de la literatura espiritual-normativa emanada de nuestros Pa­dres Fundador y Generales. He procurado recoger en su totali­dad la de los Padres Fundador, Lanctin y Meyer. En ocasiones añado introducciones o acoto algunos pasajes en notas en pie de página. Para evitar confusiones he procurado usar letra cursiva en lo de mi cosecha y poner en pie de página sólo mis notas para que el lector pueda fácilmente distinguir el texto de la mera acotación, evitando el tener que firmar cada una de ellas.

A n g e l G o n z á l e z G a r c ía M.S.C.

EL PADRE JULIO CHEVALIER(8 de diciembre 1854 - 3 octubre 1901)

Dominus lux mea et salus mea: quem timebo? Dominus praesidium vitae meaé: a quo trepidabo?

(Ps. 26, 1),

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SEMBLANZA

—A pesar de todo, yo seré sacerdote.Lo dijo con firmeza, dando a entender que las dificultades

presentes no le preocupaban. Hablaba con su madre, que tra­taba de disuadirle.

—Nosotros no podemos. Apenas si tenpmos lo suficiente para salir adelante malamente. Pensar en afrontar los gastos de tus estudios en el seminario... No, no, imposible. Mira, es mejor que pienses en aprender un oficio. Deja lo demás en las manos de Dios. Si El te quiere sacerdote, habrá de proporcionarte los medios.

Julio no estaba convencido. Sus fogosos doce años no le per­mitían comprender la dolorosa razón de las palabras maternas.

La familia Chevalier era una de tantas familias humildes, que ganaba el sustento diario merced a un trabajo duro y constante. La panadería del padre y su comercio de cereales ofrecían esca­sos recursos. Lo justo para atender a las necesidades de la familia, el matrimonio y tres hijos. Les estaba vedado lo que puede auto­rizar el desahogo económico.

Julio insistió, lloró. Todo inútil.—Está bien n—dijo por fin—, aprenderé un oficio, trabajaré,

juntaré mis ahorros, suplicaré me admitan en un convento, y por este medio seré sacerdote.

La madre narró las incidencias del diálogo en reunión familiar. Poco después lo sabían también los vecinos.

—Qué, ¿cuándo te vas al convento? ¿Aún no has ahorrado bas­tante? —habrán de decirle con frecuencia en tono de rechifla.

—Reíros, si queréis, pero yo seré sacerdote.

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Aprendió, en efecto, un oficio. Se hizo zapatero. En el cajón, entre leznas y cuchillas guardaba su libro de latín para aprovechar los tiempos libres.

Las bromas de sus compañeros se sucedían pesadamente siem­pre sobre el mismo tema. Incluso la hija del patrón, una niña de corta edad, fue entrenada por ellos en el juego. Aprendió a lla­marle “cura fracasado” .

—Espera un poco, pequeña —contestó en cierta ocasión Ju­lio—. Cuando llegue el momento, verás si soy un cura fracasado. Deja que la masa cuezca despacio. Cuando esté cocida la come­remos con gusto. Estoy cierto que se cumplirán mis propósitos. Yo seré sacerdote.

Cinco largos años acariciando su propósito con horizontes ce­rrados. Cinco años de serena paciencia, de firmeza inquebranta­ble. Y el seminario le abrió sus puertas. Tenía diez y siete años. Sus compañeros once y doce. No importa, las dificultades no eran nuevas en el espíritu de Julio.

Seminarista inteligente, aplicado, piadoso. Compañero decidor y alegre. Responsable en sus actos y con meta en sus pensamien­tos: La salvación del mundo por medio del Corazón de Cristo.

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Qué, ¿continúas opinando como antes?La joven se sonrojó un tanto.■■—¡Oh, no! Aquello ha pasado. El pan se ha cocido. Ya no po­

dré llamarle cura fracasado. Julio Chevalier tenían veintisiete atos. Pocos días antes había recibido el sacerdocio. Era él triunfo de su voluntad tesonera, secundando la gracia.

« « «

—Eminencia, mi compañero y yo, de acuerdo con el Sr. Pá­rroco, deseamos fundar una Congregación de Misioneros del Sagrado Corazón. Vengo a solicitar su aprobación.

-—Magnífico. Un excelente propósito. Estoy dispuesto a apro­barlo. Pero, dígame. ¿Cuentan con medios de subsistencia sufi­cientes?

- —Poseemos nuestros emolumentos de Vicarios, las limosnas de Misas, los posibles estipendios de nuestras predicaciones y, sobre todo, la Providencia Divina.

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—La Providencia... Bien. Hay que contar con Ella; pero tam­bién es necesario no tentarla. Vuélvase a Issoudun. Pida a la Virgen que les envíe las medios de subsistencia y cuando lo‘ haya logrado, vuelva. Entonces aprobaré sus planes y les daré permiso para reunirse en Comunidad.

A Julio Chevalier no le asustaba pedir milagros a la Virgen. Sabía que le era fácil hacerlos. El era testigo de más de uno, Volvió a Bourges al poco tiempo con el problema resuelto. La Virgen lo había escuchado, satisfaciendo la condición del Car­denal.

—Eminencia, otra vez aquí. Misión cumplida. La Virgen nos ha escuchado de nuevo.

El Cardenal no salía de su asombro. “El dedo de Dios está aquí”, repetía.

—Propondré a mi Consejo vuestro plan. Cuando haya fallado os lo comunicaré.

El Consejo rechazó de plano la propuesta.—Amigo mío —le decía a Julio un miembro del Consejo—,

debéis renunciar a vuestro proyecto. Está muerto antes de nacer. Ha sido bombardeado durante más de media hora.

—¿Se ha pronunciado el Cardenal?—Lo ha aplazado para otra sesión; pero no decidiré en contra

de su Consejo.—No tan de prisa. Cuidado. La Virgen no ha dicho todavía

la última palabra. La invocaremos nuevamente, poniéndolo todo en sus manos.

La posición del Consejo no se modificó en un ápice; pero él Cardenal habló muy pausadamente como en los momentos de mayor solemnidad:

—Señores, saben ustedes que nunca decido en contra de su parecer. Permítanme, sin embargo, que esta vez sea excepción. He reflexionado, he orado con insistencia. Compartir su opinión me parece ir contra los designios de la Providencia. En conse­cuencia, yo autorizo a los dos Vicarios para reunirse y echar lo? cimientos de la nueva Congregación.

Nueva victoria del tesón de un hombre, plenamente confiado1 en el poder maternal de María.

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Las dificultades se sucedieron ininterrumpidamente. La con­fianza de Julio Chevalier en la protección de lo alto no sufrió por ello quebranto. Medio siglo de pruebas de todo género:

—“Dios ha permitido que las más rudas pruebas interiores y exteriores me zarandeasen”, confesará él en arranque confidencial ante la hora suprema.

Medio siglo capaz de atenuar el vigor del más esforzado cam­peón; pero insuficiente para abatir el tesón de Julio Chevalier ante lo que creía obra de la gloria de Dios. La Virgen era su apoyo; el Sdo. Corazón, la meta de sus desvelos.

Prueba terrible la separación, por fuerza, de su primer com­pañero. Principio de una crisis interior dolorísima:

—Estáis al principio de las pruebas. Os vendrán aún muchas y muy sensibles. El infierno hará lo posible por destruir vuestra obra, que está llamada a salvar muchas almas y procurar a Dios altísima gloria. Concitará contra ella tempestades tan furiosas, que habréis de creerlo todo perdido; pero intervendrán el Sdo. Cora­zón y la Madre buena y la confusión será para vuestros enemigos.

Las palabras del Cura de Ars, como las de Jesús en el lago, calmaron la tempestad en el ánimo del Fundador.

Angustiosas incertidumbres, defección de varios de los más íntimos, oposición sistemática de algunos elementos eclesiásticos, dispersión dos veces consecutivas de todos sus Religiosos, estre­checes económicas. Todo lo afrontó con entereza aquel espíritu gigante, que, purificado en la prueba, surgió siempre con reno­vado vigor.

Aún en el último año de su existencia tuvo valor para reve­larse contra el decreto injusto del Gobierno sectario, que le arro­jaba de su casa, la Rectoral de Issoudun. Se encerró dentro con sus Vicarios y un par de seglares incondicionales. La puerta no se abrió ante las reiteradas llamadas de la policía. Hubieron de echarla abajo. Le encontraron sentado en su despacho:

—Protesto de la injuria que en mi persona se hace a la Igle­sia. No saldré de aquí voluntariamente. Si queréis que salga, ha­bréis de usar la fuerza, como ya lo habéis hecho.

Dos policías le levantaron transportándolo en su sillón hasta dejarlo en la acera, delante de la casa. El pueblo de Isooudun allí apiñado le aplaudía.

El P. Chevalier toleraba, mejor, no le preocupaban las inju­rias hechas a su persona; pero no podía pasar en silencio el des­

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acato a la Iglesia. Era en él convicción antigua y tenía sensibilidad exquisita para percatarse de lo que pudiera apartarle de su devo­ción acendrada.

—Bailly —decía el Profesor de Teología Fundamental en el seminario de B o u rg es , es un autor práctico y es seguro en sus opiniones. Pueden ustedes seguirlo con toda tranquilidad e in­corporarse su doctrina.

—Perdón, señor Profesor; pero yo no puedo compartir la apre­ciación de usted. Yo considero a Bailly galicano. Examinad sus opiniones sobre los Concilios Ecuménicos, sobre el Papa y decid­me si pueden estar de acuerdo con la doctrina de la Iglesia.

El seminarista que se permitía opinar contra el Profesor, pero defendiendo la doctrina de la Iglesia, era Julio Chevalier. Y no se equivocó: El libro de Bailly fue incluido en él Indice de libros prohibidos del año 1852.

Su adhesión a la Sede de Pedro era inconmovible. El más mí­nimo deseo del Papa lo acató siempre y enseñó a los suyos a aca­tarlo como signo de la Voluntad de Dios. En el ocaso de su vida escribirá para sus Religiosos las siguientes líneas:

“Que se atengan siempre a la doctrina de la Iglesia... que se pongan decididamente y siempre al lado del Papa... Debemos prestarle acatamiento en todo y defender su autoridad por en­cima de todo y contra todo”.

El ardor en el trabajo de Julio Chevalier era proverbial —No es exageración decir que él solo realizaba cada día la

labor que hubiera ocupado fácilmente a cuatro hombres.La afirmación es del P. Piperón, su compañero inseparable

desde los primeros tiempos. La prueba es, por otra parte, fácil: La Congregación; las Hijas de Ntra. Sra. del Sdo. Corazón; la organización y dirección de las tres Archicifradías; la Asociación de sacerdotes seculares con toda la correspondencia, que le exi­gía; la Tercera Orden de seglares acogidos, viviendo en el mun­do, al espíritu y norma de la Congregación; las continuas nuevas construcciones materiales en Issoudun y otras regiones; la pro­paganda escrita enviada constantemente hasta las más apartadas regiones del mundo; la preparación, organización y realización de las magnas peregrinaciones a Issoudun; sus predicaciones por el Berry y por Francia con la preparación meticulosa a que so­metía cada uno de sus sermones; el conjunto del ministerio parro quial en una feligresía de más de quince mil almas; sus numerosos

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artículos en los Anales y en otras publicaciones católicas; sus li­bros, de abundantes páginas, que conquistaron el favor del pú­blico, como prueban las repetidas ediciones, etc. Advirtamos que en Issoudun, durante bastantes años, contó con muy escaso nú­mero de ayudantes. Añadamos sus viajes por el continente euro­peo para establecer, consolidar, abrir brechas a la expansión de la Congregación y habremos trazado un cuadro ciertamente so­brecargado de trabajo y poco adecuado para espíritus débiles; mas el cuadro no sería obra de nuestra inventiva, sino trazos vi­vos de la existencia de Julio Chevalier en un trasfondo de con­fiada esperanza en María y una luz en el horizonte, el Sdo. Co­razón, polarizando el conjunto.

Cierto, su meta única, a lo largo de su vida, fue el Sdo. Co­razón. Todo, en su mente, en su actividad, en sus realizaciones, le estaba consagrado. Su pensamiento fijo: Buscar la salvación del mundo por el Sdo. Corazón. Su actividad: Adoptar los medios más adecuados para difundir la devoción al Sdo. Corazón. Sus realizaciones: Fueron muchas, desde la fundación de la Congre­gación hasta las estampas repartidas a centenas de millares. Todas las obras llevaron el mismo distintivo: Eran “del Sdo. Corazón

Lo hizo todo sin darse la más mínima importancia, sin pensar jamás en sí mismo.

Cierto día exponía a un numeroso auditorio los progresos de la Archicofradía de Ntra. Sra. del Sdo. Corazón, el favor que María dispensa a quienes la invocan bajo esta advocación. El co­razón del orador se percibía latir en sus palabras. Pero ni un, gesto, ni una alusión pasajera, nada pudo hacer entrever que él mismo había sido el instrumento escogido para obrar tantas ma­ravillas. La atención de los oyentes ni por un momento quedaba desviada de su dirección a Dios y a su Madre bendita.

—¿Habría hablado de modo diferente si hubiera narrado he­chos acaecidos hace siglos o en regiones remotas?, comentaba a la salida el P. Piperón con uno de sus compañeros.

—Ciertamente, no; el Padre ha hecho la narración de sus obras como si se tratase de cualquier extraño.

“En este punto jamás le he sorprendido en falta”, anota el Padre Piperón.

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Ni él hablaba de sí mismo, ni toleraba los elogios. En la inti­midad los dirigía invariablemente a Dios y desviaba hábilmen­te la conversación a otros asuntos. En público, le dolían y no po­día disimular su descontento.

—Este Padre ha perdido la cabeza. Jamás volverá a predicar en nuestra iglesia. No se puede profanar de este modo la palabra de Dios.

Hablaba a la salida de una función vespertina, en que él pre­dicador, un religioso de talento y gran celQ, llamado para una no­vena solemne en el santuario, creyó oportuno, en el último de los sermones, dirigir unas palabras de elogio al autor de tantas obras, que estaban patentes a los ojos de todos.

Cumplió su palabra. Aquel religioso no volvió a ocupar el pùl­pito en la basílica de Issoudun.

Así era Julio Chevalier, el Fundador de los Misioneros del Sagrado Corazón. Pocos más autorizados ,que él para hablar del espíritu religioso, del amor al trabajo, al silencio, al olvido de sí propio, de la dedicación plena al Sdo. Corazón y de la confianza filial en María.

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PACTO ENTRE LA SMA. VIRGEN Y DOS SACERDOTES DEL SAGRADO CORAZON

A c l a r a c ió n in t r o d u c t o r ia

Dos son las versiones que de este pacto se conservan. Las dos de puño y letra del P. Fundador. La primera está contenida en un manuscrito del año 1859 y la segunda en “La première partie des Annales de la petite Société”, un artículo escrito alrededor de 1872.

Las diferencias entre ambas versiones son muchísimas, pero no afectan en nada a la substancia. Se reducen a cambios, su­presión o adición de alguna palabra, dejando intacto el sentido.

Ninguna de las dos parece la original. El P. Fundador debió escribirlas confiando en su memoria. De estar tomada de un ori­ginal escrito la de 1859, no habría motivo para las pequeñas al­teraciones introducidas en 1872.

En la página 223 de los Analecta, ser. prima, se halla una tra­ducción latina, que parece estar hecha sobre el escrito de 1872.

Preguntado en 1908 el P. Maugenest sobre sus recuerdos al respecto, los resumía en la forma siguiente:

“El pacto fue escrito para la segunda novena. No recuerdo cual fuera el texto literal de sus artículos; pero estoy seguro de (/ue su cláusula central contenía la promesa hecha a María In-

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maculada, si atendía nuestro ruego, de considerarla fundadora y trabajar de modo peculiar en la extensión y difusión de su culto. En cuanto al tema del cuadro central, me parece que debía ser el Corazón de Jesús, revelándose al mundo para salvarle por in­tercesión de María Inmaculada”.

Los recuerdos del P. Maugenest coinciden plenamente, como podrá apreciarse, con la idea fundamental expresada en los ma­nuscritos del P. Fundador. La presente traducción sigue, acomo­dándose a los Analecta, el manuscrito de 1872 (Cf. H. Vermin, Le Pére Jules Chevalier, pág. 115-119).

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TEXTO DEL PACTO

Compromiso sagrado asumido por nosotros a los pies de nues­tra buena Madre y depositado en su Corazón Inmaculado con una confianza absoluta.

Si la Santísima Virgen, nuestra Reina, nuestro refugio y nues­tra única esperanza, triunfa de todas las dificultades, que el in­fierno suscita contra nosotros, y realiza en este año la obra con­cebida, nos obligamos por nosotros y por los miembros futuros ■de la Congregación a lo siguiente:

1.° Los sacerdotes, que habrán de integrar nuestra pequeña 'Congregación, tomarán el título de Misioneros del Sdo. Corazón y se esforzarán en hacer verdad su contenido.

2.° Tendrán especial amor y devoción particular al Sdo. Co­razón y trabajarán con empeño por que sea amado y glorificado por sacerdotes y fieles y por reparar los ultrajes, que le son in­feridos.

3.° En testimonio de gratitud hacia María la considerarán ■como su fundadora y su reina, la asociarán a todas sus obras y promoverán su culto de modo peculiar. Honrarán su Corazón Inmaculado. A ser posible, en sus sermones añadirán siempre algunas palabras en honor de Jesús y de María, como asimismo procurarán en todas las confesiones inculcar el amor y la invo­cación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.

4.° El cuadro que habrá de colocarse en el altar mayor de la capilla representará el Corazón adorable de Jesús, revelándose al mundo para salvarle por intercesión de María Inmaculada (1).

5.° Habrá en la capilla:a) Una estatua del Corazón de Jesús.b) Otra del Corazón Inmaculado de María.

(1) Los artículos 4.° y 5.° se refieren sólo a la capilla de la primera Comunidad.

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c) Un exvoto, que perpetuará el recuerdo del favor obtenido.6.° La fiesta patronal de la Congregación será la del Sdo.

Corazón, las secundarias la de la Inmaculada Concepción, la del Corazón Inmaculado de María, la de San José, la de S. Juan Evan. gelista, la de S. Ursino, primer apóstol del Berry... Las fiestas de la Sma, Virgen revestirán especial solemnidad. '

7.° Los sacerdotes del Sdo. Corazón, en el silencio del con­vento, imitarán preferentemente la vida oculta de María en el templo y en Nazaret. En su vida apostólica imitarán su celo por la salvación de las almas y su misericordia para con los pecadores.

Issoudun, 18 de enero de 1855. — J. Ch. y E. M.

EL CULTO PERPETUO DE HONOR, REPARACION Y ORACION AL S. C.

Ac l a r a c ió n in t r o d u c t o r ia

La práctica del Culto Perpetuo de honor, reparación y oración al Sdo. Corazón nació en la Congregación por inspiración del Pa­dre Francisco Miniot, hombre de profunda humildad y de piedad sincera y ardiente. Atendiendo al fin de la Congregación, hubiera deseado que en todas las Comunidades se designase cada día un número determinado de religiosos, que se encargasen oficialmen­te, en nombre de la Congregación, de ofrecer el homenaje de su adoración, reconocimiento, amor y reparación al Sdo. Corazón. Comunicó su idea al P. Fundador, que la aceptó gustoso y, tras madurarla convenientemente, le dio forma práctica e incluso la extendió a los fieles, fundando en 1874 la Asociación del Culto- Perpetuo, elevada más tarde al rango de Archicofradía. La prác­tica del Culto Perpetuo se mantuvo desde entonces en la Congre­gación. Recibió formas diferentes dictadas por diversos Capítulos Generales. Incluso, guardando la unidad prescrita en la “Preces Communes”, vigentes desde 1920 hasta el Cap. Gen. de 1964, al­gunas Provincias o casas de las mismas siguieron costumbres par­ticulares muy cercanas a la idea original del P. Francisco Miniot.

La presente carta (Anal. 1889, pág. 164 ss.), escrita en latín, la dirige el P. Fundador a cada Superior de la Congregación. Las acotaciones que siguen a la firma están asimismo en latín e inser­tas en la misma página, en que termina la carta. Son también del P. Fundador, que las completa con el texto de las oraciones del Culto Perpetuo, que aquí se omiten. (Cf. P. Meyer: Culto Perpe­tuo, pág. 137 p, sobre todo la nota de la página 138 q.)

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Rvdo. Padre: Hay algo que constituirá siempre para nosotras xin timbre de gloria, un consuelo profundo, un fuerte impulso íia- cia la perfección: El haber sido elegidos para hacer de nuestra vida alabanza perpetua del Corazón Sagrado de Jesús e inequí­voco testimonio de su gloria.

Al ser esta la Voluntad del Salvador respecto de nosotros, no podemos esperar su protección sobre cada uno de los miembros, ni sobre la Congregación, si no tratamos de llenar cumplidamente nuestro sublime cometido. Si falta o languidece en nosotros la •devoción al Sdo. Corazón, nos emplazamos fuera del orden esta­blecido por Dios; seremos en el jardín de la Iglesia una flor sin ■color especial, ni olor definido.

Nos convienen a nosotros especialmente estas palabras: «¿Quién no volverá amor a quien amor le da?» ¿Quién de nos­otros podrá escuchar indiferente estas palabras del Señor: «Bus­qué quién me consolase y no lo hallé»? A nosotros, Misioneros del Sdo. Corazón, nos incumbe mostrarnos sus devotos, conocer sólo a Jesús y su Sacratísimo Corazón, además de abrazar los diversos ejercicios de devoción hacia aquel Corazón adorable.

Pero, entre todos, hay uno que debe sernos especialmente caro, por haber nacido en nuestra Congregación, título que le hace par­ticularmente nuestro. Se llama Culto Perpetuo del Sdo. Corazón. Es una práctica de devoción acogida con calor por la Santa Sede, que le otorgó un rescripto, enriqueciéndola con indulgencias.

Nos corresponde a nosotros ejercitarnos en este culto y de todo ■corazón pedimos a los Superiores y Directores de nuestras obras que lo introduzcan entre sus alumnos y entre los seglares piadosos.

Nos ha parecido conveniente darle una forma distinta, de suer­te que los sentimientos principales, expresados en cada ejercicio, no se propongan, como antes, de una manera sumaria y concisa, sino íntegramente y en forma de coloquio con el Sdo. Corazón. Bastará muy poco tiempo para la lectura de los mismos, a hora ■oportuna para cada uno, mientras la mente permanece ocupada con los sentimientos correspondientes cada día.

Presentamos, asimismo, otro modo más perfecto de desarrollar este culto: Cada uno de los componentes de los siete conjuntos de siete personas hace diariamente un ejercicio, de suerte que, entre todos, se hagan los siete en el día. Al siguiente, hace cada uno el ejercicio que sigue y así en adelante, sin interrupción. De ese modo se completa cada día el culto íntegramente.

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No obstante, podemos quedarnos con la primera forma, según la cual el culto se completa en el espacio de siete días, ya que cada día se realiza un solo acto por una de las personas del con­junto. En el rescripto de Roma no se prescribe ninguna forma obli­gatoria.

Los nuestros habrán de abrazar el modo más perfecto, para llenar más cumplidamente las exigencias de su vocación. Con ello agradaremos más al Sdo. Corazón y, tributándole mayor honor, abriremos aquella fuente de la que manan favores inestimables. Sepan todos que es nuestro más ardiente deseo el que el Culto Perpetuo se realice entre nosotros de esta forma.

Nada somos jai seremos en el futuro, si no .somos sinceramente devotos del Sdo. Corazón.

Pido al Sdo. Corazón que copiosamente te bendiga, Rvdo. Pa­dre, y podéis estar seguros tú y los tuyos de mi paternal afecto en C. J.

Ju l io C h e v a l ie r M. S. C ., Sup. Gen.

Issoudun, 15 de abril de 1899.

La finalidad del culto que debemos tributar al Smo. Corazón de Jsús, es la siguiente:

1. Honrar al Sdo. Corazón con obsequios internos y externos, principalmente en el Smo. Sacramento de la Eucaristía, donde está realmente presente.

2. Ofrecer al Sdo. Corazón, ya sea por medio de actos pecu­liares, ya con un mayor interés por la perfección en toda nuestra vida, la reparación justa por las injurias que le infieren los hombres ingratos.

3. Obtener de este tesoro divino con asiduas preces las más abundantes gracias tanto para los vivos como para los difuntos.

Se pretende que el Culto sea perpetuo. Por lo mismo, se pro­ponen tantos ejercicios cuantos son los días de la semana. El obje­to de estos ejercicios es vario, expresando la diversidad de sen­timientos que nos relacionan con el Sdo. Corazón. Los principales son: Adoración, súplica, reparación, amor, compasión, unión, gra­titud. Para realizar este culto basta que algunas personas se pon­gan de acuerdo entre sí, de suerte que una de ellas realice un día

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un acto determinado, otra, al día siguiente, el acto que va a con­tinuación en la serie, y así, hasta haber completado todos los actos. El culto se completa en una semana. Sin embargo, el modo mejor de realizar el culto parece ser el siguiente: Siete personas, de común acuerdo, comienzan el mismo día los diferentes ejercicios, uno cada una. Al día siguiente realiza cada una el ejercicio si­guiente. Se consigue de esta forma que el culto sea, no sólo per­petuo, sino completo cada día.

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EL ESPIRITU RELIGIOSO (1)

Issoudun, 15 de agosto de 1900, Fiesta de la Asunción de la Sma.Virgen María.

Venerunt autem mihi omnia bona pariter curtí illaMe vinieron con ella todo género de bienes.

(Sap. VII, 11)

Muy queridos y amados hermanos: Podemos aplicar al espíritu religioso lo que el espíritu Santo dice acerca de las ventajas que procura la sabiduría eterna a quienes la poseen. El espíritu reli­gioso es, en efecto, la sabiduría por excelencia que hace conver­ger todo hacia el fin supremo de nuestra creación, que es el cielo. Deber esencial nuestro es sacrificarlo todo por alcanzarlo, porque, si, desgraciadamente, lo perdemos, todo está perdido: Nos aguarda el infierno con todos sus tormentos. ¡ Terrible alternativa!

Nosotros lo hemos comprendido. En consecuencia, descon­fiando de nuestra debilidad y hallando en el mundo demasiados obstáculos para nuestra salvación, nos hemos propuesto caminar tras las huellas de Cristo, imitar sus virtudes y tender cada día a la perfección por la práctica constante de los tres votos de po­breza, obediencia y castidad. Sólo después de madura reflexión nos hemos decidido a enarbolar el estandarte del Sdo. Corazón, a colocarnos bajo su poderosa protección y enrolarnos en la Con­gregación, que le está consagrada.

(1) Escrita en francés, Analecta, 1900, pág. 27.1-276.

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Antes de asumir compromisos tan sagrados, hemos advertido la magnitud del sacrificio. Después, sin vacilar, inmolamos en pre­sencia del cielo y de la tierra lo más caro, íntimo y personal: nuestra voluntad, nuestra libertad, nuestro espíritu, nuestro co­razón y nuestro cuerpo con todas sus apetencias.

Nos hemos despojado de nosotros mismos para revestimos de Cristo crucificado. Y, si queremos mantenernos en estas disposicio­nes, debemos, so pena de perjurio, conservar hasta la muerte el espíritu religioso. Es nuestra salvaguarda y el medio más seguro de conseguir nuestra salvación.

Mi intención, en esta conversación íntima de un padre con sus hijos, es la de hablaros de la importancia del espíritu religioso, de las causas de su debilitamiento y de la necesidad de mantenerlo en todo su vigor.

Quiera el divino Corazón bendecir mis palabras y nuestra Seño­ra del Sdo. Corazón obtenernos la gracia de ser todos perfectos religiosos.

I. _ IMPORTANCIA DEL ESPIRITU RELIGIOSO

Debemos aclarar, en primer término, qué se entiende por espí­ritu religioso.

Espíritu religioso es, ante todo, estima de la vocación.La adhesión a algo está en función del aprecio. Ahora bien,

los motivos de aprecio, estima y amor de la vocación son numero­sos. Es, en primer lugar, una gracia de elección la que de Dios hemos recibido al llamarnos a su servicio. «Non fecit taliter omni nationi (Ps. 147, 20).» ¿Por qué precisamente nosotros con prefe­rencia a tantos otros? ¿Cuántos jóvenes más piadosos y con mé­ritos más crecidos han quedado en el mundo por no habei oído el llamamiento de Dios? ¿Qué hemos heco nosotros que nos hi­ciera dignos de tan inmenso favor? ¡Absolutamente nada, quizá, incluso, más de lo necesario para ser abandonados!

¡Misterio insondable! ¡Misericordia infinita del Corazón de Jesús!

Debe aumentar nuestra estima por la vocación y ahondar más nuestro amor hacia ella el hecho de haber sido llamados a la vida religiosa en una Congregación dedicada enteramente al Corazón de Jesús, fuente de toda gracia y bendición. Este Divino Corazón, que quiere abrasar la tierra en el fuego de su amor, «ignem veni

mitere in terram, et quid volo nisi ut accendatur» (Luc. 12, 21),. nos ha escogido para ser sus misioneros y extender su reino por todo el mundo: Ametur ubique terrarum Cor Jesu Sacratissimum! ¡Qué gloria y qué honor!

El espíritu religioso no consiste únicamente en la estima y amor de la vocación, sino también en la obligación rigurosa de- tender a la perfección siempre, en todo y por doquier. Es el fin propio de nuestro estado. Quien lo olvida, más que miembro inú­til, se convierte en peligroso por el mal ejemplo, esparce en torna suyo no sé qué olor pestilencial, como haría un cadáver en trance de descomposición. Quien, por el contrario, posee auténticamente el espíritu religioso encuentra satisfacción en su estado y se so­mete gozoso a todas las prescripciones del Directorio y de las Constituciones (1). Halla la obediencia dulce y fácil, cumple con exactitud las menores prácticas de 1% vida regular, nada le parece pequeño, lo eleva todo hacia Dios y le sirve para santificarse. Goza de una paz inalterable y adelanta rápido de virtud en vir­tud. Trabaja cada día en su perfección y aumenta sus méritos. Así edifica a sus hermanos, les lleva a su imitación y se convierte en fuente de bendiciones para su comunidad.

He aquí los bienes principales que reporta el espíritu religioso- Veamos ahora las causas de su debilitamiento.

(1) En el Capítulo celebrado en Issoudun en 1897 se aprobó el texto de un Directorio Común, cuyo fin era «interpretar auténticamente y adaptar a cada caso particular las Constituciones» (Dir. 3). Se hjibia pensado en Direc­torios Particulares para regular determinadas actividades y ministerios; pero so contentaron por entonces con nombrar una comisión encargada de redac­tarlos y presentarlos al próximo Capítulo, que tuvo lugar en 1900. Aun no estaba terminada la labor para esas fechas y el Capítulo se limitó a ampliar­la comisión con nuevos miembros. En el Capítulo de 1905, a intancias de la Santa Sede, se trató de la reforma de las Constituciones, que cuidadosa­mente elaborada por una comisión, se aprobó finalmente en 1907. Esta nueva redacción de las Constituciones hacia innecesarios los Directorios. Particulares tal como se habían concebido en un principio.

El Directorio Común era más amplio y detallista que los actuales Es- Uitutos del Capítulo General. Regulaba cada uno de los actos del religioso y explicaba su sentido, fin, conveniencia u oportunidad. Algunas de sus normas pasaron luego a las Consituciones, otras fueron recogidas en los Kstatutos. En unas y otros se omitieron las explicaciones casi en su tota­lidad.

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II. — CAUSAS DEL DEBILITAMIENTO DEL ESPIRITURELIGIOSO

¡Felices los Institutos donde reine el espíritu religioso! Dios reside allí y todo se desenvuelve en el orden más perfecto. En el interior se respira calma y alegría. Se exhala un perfume de piedad, que embriaga y reconforta el alma. Fuera gozan de la estima general. Las vocaciones, impulsadas por soplo divino, se dirigen con preferencia hacia ellos. De esta forma crecen rápida­mente. Mas, si por desgracia, la falta de espíritu religioso hace su aparición en cierto número, se declara un malestar general y el sufrimiento, el hastío y el disgusto cunde entre los mejores; en breve llega la decadencia y la estirilidad. Se relaja la disciplina y «1 espíritu mundano termina invadiendo la comunidad.

j Espíritu mundano! ¡ Qué Dios nos preserve de tal peste! Es nuestro más peligroso enemigo. Tanto más se desconfía de él, cuanto se dirige a la parte débil de la naturaleza. Es hábil e in­sinuante, se desliza poco a poco; después, cuando ha logrado es­cudarse en algunos sujetos, comienza su acción deleterea. Les ins­pira antipatía por la vida regular, les da gustos en oposición a los -de su estado, les inclina a la molicie, al bienestar, a la sensualidad, a buscarse a sí mismos, a la vanidad, a la emancipación. La con­ciencia se obscurece y terminan por no poseer de religiosos más -que el nombre.

La observancia de los votos se les hace penosa. Ya no les mue­ve la gracia, sino la naturaleza. En este estado, la obediencia es carga pesada y cede pronto al espíritu de crítica, de indepen­dencia, de insubordinación incluso. Tienen horror a la mortifica­ción, buscan en todo sus comodidades y cuanto puede halagar a la naturaleza. Rehuyen el trabajo serio y son poco serviciales. Si :se les pide un favor, rehusarán de ordinario, alegando sus ocupa­ciones, que sabrán muy bien dejar de lado cuando se trate de algo que les agrada.

Si alguna vez experimentan los efectos de la pobreza, se que­jan o murmuran. La regla, como todo lo demás, es para ellos, carga insoportable. Se eximen fácilmente bajo fútiles pretextos o Tjien llegan casi siempre retrasados a los ejercicios de comunidad. ¿Faltan a la oración, al examen particular, a cualquier otro ejer­cicio de piedad? No harán nada por suplirlo durante el día. Se dedican de buen grado y sin escrúpulo a lecturas ligeras, incluso

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peligrosas, por no decir obscenas, que se procuran a escondidas,o bien envían cartas o las reciben, sin conocimiento de los supe­riores, sabiendo perfectamente que son caso de expulsión. Vivien­do ordinariamente al margen de la disciplina motejan de cortedad de espíritu a los hermanos que tienden a la perfección por la prác­tica de los consejos evangélicos.

De donde se desprende que tales individuos llevan una vida ■desordenada; diré más, criminal, a causa de los estragos que cau­san en su derredor. Deber suvo es cambiar o retirarse, porque es preferible ser menos y tenei consigo sólo hombres piadosos, ab­negados, sumisos, que aman y practican su regla con fidelidad.

He aquí a donde conduce la falta de espíritu religioso.¿Cuál es el remedio para un mal tan grave? Es lo que nos falta

por examinar.

III. — NECESIDAD DE MANTENER EN TODO SU VIGOR EL ESPIRITU RELIGIOSO

El remedio a un mal tan considerable se encuentra de inmedia­to en la sumisión plena y entera a los superiores, sean quienes sean. Una comunidad religiosa es un ejército especial. Marcha a la conquista del cielo. Es imprescindible tomarlo por asalto. Los que la componen tienen numerosos enemigos que combatir. Será necesario abatirlos para conseguir la victoria. ¿Cómo podrán ven­cerlos? Permaneciendo unidos en torno a sus jefes, establecidos por Dios para conducirles, escuchando su voz y ejecutando fiel­mente sus órdenes sin discutirlas. Su triunfo será seguro; Vir obe- diens loquetur victoriam. Pero si cada cual quiere marchar a su aire, hacer cuanto le agrada, sin tener en cuenta los mandatos y Jos consejos dados para desenmascarar al enemigo, descubrir sus planes y tornarle impotente, sobrevendrá la derrota con todas sus consecuencias.

Los superiores tienen conciencia de su responsabilidad. Saben ique Dios les pedirá cuenta un día de las almas que les han sido <oonfiadas: «Ipsi enim pervigilant quasi rationem pro animabus vcstris reddituri» (Hebreos, 13, 17). Si por ventura se muestran oxigentes y severos para hacer observar la regla y mantenernos rf't) el cumplimiento del deber, lejos de lamentarnos, debemos feli­

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citarles, puesto que así son fieles a sus obligaciones y nos presta» un señalado servicio. ¿Qué diríais si no mostrasen interés alguno» por lo disciplina y perfección religiosa? ¿Si dejasen marchar a sus hermanos por el sendero de la relajación y vivir según su ca­pricho sin tener el coraje de reprenderlos, si cerrasen los ojos a los abusos para evitarse el trabajo de reprimirlos? Seríais los pri­meros en censurarlos y con razón.

Por tanto, muy queridos y amados hermanos, no nos lamente­mos si los superiores exigen la observancia rigurosa de la regla y mantienen entre nosotros el espíritu religioso. Es su deber. Hacién­dolo así trabajan, sobre toda ponderación, en la consolidación y progreso de nuestra amada Congregación. Facilitaréis su tarea, en sí misma tan desagradable, mostrándoos religiosos sumisos y obedientes, siguiendo el consejo del Apóstol: «Obedite praepo- sitis vestris et subjacete eis» (Heb., 13, 17).

Si alguna vez, encontráis hermanos poco edificantes, que no» dan ejemplo de regularidad y que están en vías de perder el espí­ritu religioso, os conjuro que reaccionéis contra esa relajación con una conducta irreprochable. Testigos de vuestra piedad y de vues­tra exactitud en todas las cosas, reflexionarán y, con la ayuda de la gracia, se darán cuenta que comprometen no sólo su vocación: y salvación, sino también el buen nombre de la Congegración. Tendréis entonces el consuelo de haber contribuido a volverlos al camino de la virtud.

¡Qué bello espectáculo el de una comunidad en que reina el espíritu de fervor y donde cada uno se esfuerza en vivir como- auténtico religioso!

Nada podrá quebrantarla. Afrontará todos los peligros. Salva­rá todas las pruebas. Superará todas las crisis. El mundo y el infierno podrán desencadenar contra ella su furor; si Dios la- protege, no tiene que temer: «Si Deus pro nobis, quis contra nos?» (Rom. 8, 31). Se desarrollará, a pesar de los obstáculos, y llenará, cumplidamente la misión que la divina Providencia se ha dignada confiarle.

Yo espero, muy queridos y amados hermanos, que tal será, nuestra Congregación. Trabajemos por conseguirlo con todas nues­tras fuerzas, manteniendo siempre entre nosotros el espíritu reli­gioso. Es el deseo de la Santa Iglesia y el nuestro propio más firme.

Este retiro nos fortificará en esta resolución. No olvidemos; que somos los primeros ol^^ros de este edificio, que elevamos en.

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honor del divino Corazón de Jesús. Su solidez y su porvenir des­cansarán enteramente sobre las bases que nosotros les demos. Si están cimentadas con la fe y la piedad, la dedicación plena y la abnegación, desafiará las tempestades y vivirá para la gloria de Dios, la salvación de las almas y el triunfo del Sdo. Corazón. Su suerte está en nuestras manos. No lo olvidemos.

Corazón adorable de Jesús, derramad en abundancia sobre nos­otros los tesoros de vuestro amor. Iluminad nuestra inteligencia para que mejor conozca el bien supremo y se le una irrevocable­mente. Dirigid nuestra voluntad, tomadla generosa para que siga sin resistencia los impulsos de vuestra gracia. Haced, en fin, detodos nosotros santos que os amen en el tiempo y os glorifiquen en la eternidad.

Hoc fac et vives.

J. C h e v a l ie r Sup. Gen. de los M.S.C.

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TESTAMENTO ESPIRITUAL

A c l a r a c ió n in t r o d u c t o r ia

Largo y doloroso martirio constituyó para el P. Fundador la enfermedad, que le llevó al sepulcro. Contraída en 1898 durante su estancia en Hiltrup, alternó las crisis de dolor agudo y gravedad extrema con períodos de molestias tolerables y calma relativa. En noviembre de 1904 parecía haber llegado el momento definitivo; pero una novena o Mons. Verius logró el favor apetecido. El en­fermo recobró las fuerzas y volvió, totalmente olvidado de sí pro­pio, a sus trabajos habituales. Su primer cuidado consistió en re­dactar para los miembros de la Congregación un conjunto de con­sejos espirituales, que les ayudasen en su perfeccionamiento. Cons­tituían su testamento espiritual. Lo firmó el 25 de diciembre de 1904, mes y medio después de haber alcanzado la milagrosa cu­ración. Habían sido concebidos ante la visión de la muerte, sentida muy próxima. Aquel testamento tenía tres partes; la primera, que es la que aquí se reproduce, se destinaba a todos los miembros de la Congregación, la segunda, al Superior General y a sus Asis­tentes, y la tercera, al Capítulo General, que estaba convocado para 1905.

El P. Fundador escribió, además, otros dos testamentos, refle­jo de su bondad paternal y de su larga experiencia en el trato con las almas. Eran destinatarios las Hijas de Ntra. Sra. del Sdo. Co­razón y los feligreses de Issoudun (1).

(1) Cf. Le T. R. P. Jules Chevalier par le P. C. Piperón, pág. 195-206 y Analecta Societatis, 1907, pág. 257-262. La traducción está hecha sobre ('l texto francés contenido en esas páginas de Analecta.

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TEXTO DEL TESTAMENTO ESPIRITUAL

Dios, a pesar de mi indignidad, ha querido servirse de mí, como de vil instrumento, para fundar la pequeña Congregación de Misioneros del Sdo. Corazón. He recibido en abundancia ías gracias más preciosas, pero, ¡ ay!, no he sabido aprovecharlas como debía... Así, para castigarme, Dios ha permitido que fuera combatido por las más dolorosas pruebas de fuera y de dentro. Las más sensibles han sido estas últimas. De todo corazón perdono a quienes, más o menos conscientemente, han sido la causa. Hoy parece que todos mis hermanos están animados de los mejores sentimientos y nuestra pequeña Congregación continúa su misión con piedad, celo y abnegación. La persecución, lejos de quebran­tarla, la ha reafirmado en el espíritu religioso. Los miembros han partido al destierro con resignación y plena conformidad a la voluntad santísima de Dios. ¡Sean mil y mil veces benditos!

Permítanme los miembros de nuestro amado Instituto, que tan bello porvenir tiene en perspectiva, si se mantienen en el fervor y en la regularidad, darles unos consejos, después de una experien­cia de cincuenta años, que habrán de serles útiles.

1.° Que estén siempre unidos entre sí por los lazos de in­tensa caridad. La división dentro de una sociedad la conduce a la ruina, dice el Señor. Es, pues, necesario evitar, a cualquierprecio, esta desgracia.

2.° Que observen con inviolable fidelidad, cueste lo que cues­te a la naturaleza, sus Constituciones y sus Reglas. El relajamiento en la disciplina es siempre nefasto. Lo prueba la experiencia.

3.° Sea regla de su conducta la obediencia más estricta a los Superiores. La obediencia es el alma de la vida religiosa y la seguridad de los individuos. Sin ella sobreviene el malestar, la desintegración, la muerte. Su ausencia engendra, de inmediato, la indisciplina, la crítica, las murmuraciones y la insubordinación. Después, se debilita poco a poco la vocación, vacila y termina naufragando.

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4.° No tengan más contacto con el mundo que aquel a que les -obligue su ministerio o la caridad, pero siempre con permiso de los Superiores. Desconfíen de las personas de otro sexo, aún de las piadosas; su trato demasiado frecuente es peligroso. «Lo que comienza por el espíritu termina a menudo por la carne.- Conser­ven siempre, en toda su integridad, la virtud angélica y eviten con cuidado cuanto pueda comprometerla o empañar su her­mosura.»

5.° Reine entre ellos el espíritu de pobreza, rehuyendo la vanidad, el lujo, las cosas superfluas, los gastos inútiles, conten­tándose siempre con lo necesario en todas las cosas.

6.° Aléjense de aquellas doctrinas atrevidas, de aquel neo- cristianismo, que quiere conciliar el error con la verdad, so pre­texto de llevar las almas a Dios. Error profundo, que desemboca en el protestantismo y en el racionalismo. Guárdense, asimismo, de aquellas interpretaciones modernas y caprichosas de la Sagrada Escritura, que restringen su inspiración y tienden a destruir su autoridad divina. Aténganse siempre a las enseñanzas de la Iglesia; con ellas estarán en la verdad. En las discusiones pónganse siem­pre con energía al lado del Papa. Su palabra es la de Jesucristo, a quien representa en la tierra. Es nuestro jefe y nuestro guía. Debemos obedecerle en todo y defender su autoridad en todo y contra todos.

Que la congregación inculque más que nunca la más acendrada devoción al Sdo. Corazón, nuestra suprema esperanza, como tam­bién a Ntra. Sra. del Sdo. Corazón, nuestra celestial fundadora, y a San José, nuestro poderoso protector.

Si se ponen en práctica estos consejos de un padre a sus hijos, la Congregación nada tiene que temer ni de la malicia del demo­nio, ni de la perversa voluntad de los hombres. El Sdo. Corazón derramará sobre ella las más abundantes bendiciones.

Ahora bien, carísimos hermanos, en el transcurso de mi larga administración, no me he visto exento de cometer faltas y de dar í1 algunos ocasión de descontento, de quejas y de murmuraciones. Os ruego que me perdonéis y encomendéis a Dios mi alma, en (ranee de presentarse al supremo Juez. Creo poder declarar aquí que no he buscado en todas las cosas más que la gloria del Sdo. Corazón y el bien de nuestra pequeña Congregación y de sus miembros. Pude, en más de una ocasión, engañarme y acarrear sobre mí y mi gestión serios perjuicios. Confieso humildemente no

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haber estado a la altura de la misión, que me fue confiada. El abuso de la gracia y mis numerosos pecados han paralizado mu­chas veces la acción de la Divina Providencia.

Sin duda habré escandalizado y dado mal ejemplo; pido hu­mildemente perdón; suplico, de nuevo, a todos mis hermanos que también me perdonen y rueguen a Dios que se digne usar conmigo' de misericordia y admitirme un día en el cielo, a pesar de mi indignidad.

Les agradezco sinceramente su afecto, de que siempre me han dado pruebas; su valiosa colaboración, su perfecta compe­netración con la Congregación, su abnegación nunca desmentida en favor mío y de nuestras obras. Es un gran consuelo, que me acompaña al sepulcro. Desde el cielo, si tengo la dicha de poseerlo un día, les bendeciré sin cesar y pediré al Sdo. Cora­zón y a Ntra. Sra. que les protejan siempre.

Les dejo en herencia las Hijas de Ntra. Sra. del Sdo. Corazón- tan buenas y tan abnegadas. Tenemos la misma cuna; como nos­otros, han nacido del Sdo. Corazón por la poderosa intercesión de María. Las pongo, pues, bajo su protección. Les ruego atiendan, sus intereses, les sirvan de Padres, las guíen, las sostengan, velen por ellas y les presten cuantos servicios esté en su mano prestarles,, según las leyes de la Iglesia. Que reine siempre entre las dos co­munidades la unión más perfecta, en el grado admitido por los Sagrados Cánones.

Issoudun, 25 de diciembre de 1904. — Julio Chevalier, sacer­dote indigno.

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EL PADRE ARTURO LANCTIN(Vicario General: 23 abril 1900. Superior General: 3 octubre

1901 -15 agosto 1905)

Vir fidelis multurn laudábitur.(Prov. 28, 26}

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SEMBLANZA

En el hogar de los Lactin la puerta estaba siempre abierta para los eclesiásticos. Durante los años difíciles de la Revolución, mu­chos sacerdotes encontraron allí su refugio frente a la persecución. Eran pobres, como la inmensa mayoría de los feligreses de Issou- dun y pertenecían al escaso grupo de observantes de los preceptos religiosos en aquella parroquia descristianizada.

La madre, de salud delicada, salía poco de casa. Una vez por semana recibía la visita del P. Mouseaux, que la consolaba, recrea­ba su espíritu con lecturas espirituales y enseñaba el catecismo a los dos pequeños de la casa, una niña dulce y sumisa y un niño inteligente y bueno, que soñaba con ser sacerdote mientras ayu­daba la misa al P. Mouseaux. Se llamaba Arturo.

El P. Mouseaux era misionero del Sdo. Corazón y ejercía las funciones de capellán de la cárcel. La casa de los Lanctin quedaba de camino. Un día llevé a la casa una buena noticia. Era un hecho la fundación de la P.O. Los PP. Chevalier y Vandel lo habían decidido. Se calculaba que podría comenzar en octubre de 1867. El P. Mouseaux había pensado en Arturo Lanctin para for­mar parte del primer grupo de aspirantes.

La P.O. habrá de constituir el gran amor de Aarturo Lanctin, aquel niño de doce años, que un día de octubre de 1867, unido a un reducido —muy reducido<— número de muchachos forma en Chezal-Benoit el primer plantel de futuros misioneros del Sdo. Corazón (1).

(1) No especifico día de entrada, ni número de alumnos. Ciertamente no fue el dos de octubre, ni eran doce los aspirantes, como se ha venido repitiendo. Debió ser hacia el diez y sobre el número de los aspirantes es imposible decidir con certeza (Vide P. Vermin, 298-299).

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Lo demás todo es... normal, aunque no fácil. No corren tiem­pos de bonanza. Primero la guerra franco-alemana del 70 obliga a los aspirantes a regresar a sus familias. Después, reanudado el curso, la salud de Lanctin se resiente y ha de guardar reposo. No obstante, sentado en su silla de enfermo repasa los libros. Ya empieza a saber que el misionero no puede perder tiempo. Lue­go el noviciado y la profesión religiosa del 20 de septiembre de 1878, ante el altar de la basílica de Issoudun. Allí está el P. Julio Chevalier y en torno los otros Padres y los aspirantes. Son las primicias de la P.O. Aquel día prometió Arturo Lanctin entrega completa a la Congregación, que le recibía por suyo. Y a fe que supo cumplirlo. Su adhesión al Fundador no sufrió jamás quebran­tos, su interés por las obras de la Congregación parecerá reno­varse otra vez. A su lado estaba aquel día, protagonista en la misma ceremonia, un joven sacerdote, poco después formador de generaciones de novicios m.s.c., el P. Celestino Ramot. Los dos, pasados cincuenta años, rememorarán la ceremonia, renovando también en ambiente de fiesta sus votos religiosos. Estamos en 1924. Quisieron juntarlo sotra vez ante el altar de la basílica de Issoudun; pero los años no habían pasado en vano. El P. Ramot estaba en Assche de Bélgica y su salud no ofrecía garantías. Se quedó en Assche. Ante el altar de la basílica apareció sólo Arturo Lanctin. Cuatro años más tarde, en 1928, con cinco semanas de diferencia, ambos eran llamados al premio perdurable.

A la profesión sucedió un corto período de profesor en la P.O. y luego otra vez los estudios hasta recibir el sacerdocio el 15 de junio de 1878. Tiene veintitrés años.

Muy pronto, en el curso inmediato, comienza la plena dedica­ción a la P.O. del P. Lanctin. Ya está al frente de la misma. Con dulzura y con firmeba, tal como aprendiera en otro tiempo del P. Vandel,, conduce a los niños, les hace amable el estudio y agra­dable la disciplina. No es fácil ver al P. Lanctin separado de los niños de la P.O. Con ellos marcha a Tilbourg cuando son expul­sados de Francia los Religiosos en 1880. Con ellos vuelve a Issou- dun y, tras un breve período de capellán en un colegio de París, nuevamente es nombrado Superior de la P.O. del 87 al 90. Resi­de en Holanda durante tres años y en el 93 le encontramos una vez más al frente de la P.O., situación que se prolonga hasta el 'año 1900, en que, nombrado Vicario General con derecho a su­cesión, ha de dedicar sus desvelos a ios asuntos del gobierno de

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la Congregación. Superior General en 1901, al renunciar el P. Fun­dador, ha de salir hacia el destierro, fijando la sede de la Curia Generalicia en Saint-Remy-lez-Chimay (Bélgica).

Cuando en 1905 renuncia su cargo de Superior General, torna a la preocupación por la P.O. Ahora será Director General de la misma. Su cometido es la administración y organización general. Se encargará de dar normas para la recluta de aspirantes, para allegar los medios económicos, para la formación de los alumnos. Este cargo, hoy desaparecido o repartido en sus funciones, era una especie de Consejero Provincial especialmente encargado de los asuntos concernientes a la P.O.

Sin abandonar el puesto de Director General rige la comunidad de Issoudun desde 1908 para ser puesto tres años después al fíente de la Provincia Francesa. La guerra del catorce hizo que se prolongara su mandato, con los indultos oportunos, hasta 1920.

Desde la Dirección General orientó su actividad a crear sim­patías para la P.O. Quería que todos los bienhechores la sintieran más cerca. Estaban en la línea iniciada por el P. Vandel. Formó nuevas secciones de celadores y amigos. Desde el rincón del bo letín que a la P.O. dedicaban los Anales, agradecía, mostraba su admiración, contaba las alegrías y tristezas comunes, despertaba buenas voluntades generosas, lograba crear entre bienhechores y protegidos clima de familia. Reunía a celadores y bienhechores en asambleas periódicas para hablarles de la P.O., de las misio­nes, ilusionándoles por colaborar en dotar de sacerdotes a la Igle­sia. A él mismo le llenaban de entusiasmo y alegría aquellas reu­niones. En contrapartida hablaba a los niños de la P.O. de la generosidad, simpatía, caridad sobrenatural de aquellos buenos amigos, impulsándoles a orar y sacrificarse por ellos. Recorrió Francia en todas direcciones y, merced a tanto desvelo, pudo la P.O. mantenerse abierta aún durante los años particularmente di­fíciles de la primera guerra europea.

En el P. Lanctin hay que destacar su gran corazón. Era el Pa­dre bondadoso, amable, querido por todos. De inteligencia despe­jada, supo mantenerse a la altura exigida en los distintos puestos directivos que le fueron confiados. En su renuncia de 1905 alega motivos de salud. Es cierto que nunca le sobró. Pero, sin duda que intervino su humildad profunda y su ánimo sencillo, temero­so de las complicaciones que el creciente desarrollo de la Con­gregación imponía.

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Testigo fiel y tenaz mantenedor de las antiguas tradiciones de la Congregación, se mostró siempre modelo de respeto y reveren­cia hacia los Mayores y de solicitud paternal hacia los jóvenes. ¡Cuánto era el aprecio, diré mejor la devoción, que sentía por el Padre Fundador! Se echa bien de ver en sus cartas.

Pero su interés se extendía a todos. Las dos circulares con mo­tivo del cincuentenario de la Congregación ponen de manifiesto su preocupación por resaltar la labor común, en la que todos se sienten comprometidos, aunados y mutuamente apoyados. De todos se acuerda y con todos quiere gozarse en las bendiciones del cielo.

La Congregación era la señora de sus pensamientos, cuya dig­nidad había de ser mantenida a salvo, so pena de infidelidad y de ruina de los individuos. De ahí la necesidad del cultivo esme­rado de las virtudes religiosas, que él preconiza en la circular sobre nuestra vocación de misioneros del Sdo. Corazón.

EL P. LANCTIN, SUPERIOR GENERAL

I n t r o d u c c ió n

Ante el rebrotar de la persecución en Francia, nuestras casas se vieron nuevamente clausuradas y los religiosos pisaron, otra vez, caminos de destierro, el P. Fundador quedaba en Issoudun al frente de la parroquia y creyó oportuno dimitir su cargo de Superior General. El P. Arturo Lanctin, Vicario General desde 1900, es el llamado a sucederle. Comienza su gestión el 3 de oc­tubre de 1901, Dirige una carta a la Congregación, expresando sus temores ante el cargo en tan calamitosos tiempos, que obligan a la dispersión de los Religiosos. La carta apenas transciende la circunstancia. Cabe destacar los párrafos siguientes, cuyo valor y aplicación son permanentes.

Tengo confianza, mis amados hermanos, de que todos os mos­traréis sumamente diligentes en hacer mi tarea más fácil por vues­tra fidelidad en el cumplimiento de las obligaciones religiosas y los deberes de vuestro cargo. Nos lo impone el Sdo. Corazón. Es a El a quien hemos prometido obediencia. El es el Superior de todos nosotros, el mío y el vuestro. Por tanto, si en nuestras co­munidades todos ponen interés en observar fielmente las Consti­tuciones y las Reglas, podemos tener por cierto que el Sdo. Cora­zón nos bendecirá y nos hará triunfar de todas las persecuciones,, que puedan levantarse contra nosotros.

Os conjuro, pues, a todos, superiores y súbditos, que unáis vuestros esfuerzos en apuntalar la disciplina y el espíritu religio­sos, en poner un pronto remedio a los abusos que hayan podido deslizarse entre nosotros y en reafirmarnos más y más en la ob­servancia de nuestros santos votos.

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En una de las últimas sesiones, que tuvo con los miembros de •su Consejo el P. Fundador, entre las recomendaciones que les hi­zo para el bien de la Congregación, insistió vivamente sobre este punto: «Sed inflexibles —nos dijo—, en la exacta observancia de los votos. Inútil buscar en otra parte una prenda de prosperidad real».

Insisto en estas palabras de nuestro Padre. Si son bien com­prendidas y practicadas por todos, nuestra Congregación será fuer­te y producirá abundancia de frutos en las almas.

A r t u r o L a n c u n , Sup. Gen. de lo s M.S.C.

NUESTRA VOCACION DE M. DEL S.C. (1)

Saint-Remy-lez-Cmimay, 6 de junio de 1902, Fiesta del SagradoCorazón de Jesús

Rvdos. Padres y amados Hermanos: Según las confidencias que me fueron hechas por buen número de vosotros, ya durante las visitas canónicas, ya en las cartas que me fueron escritas, he constatado la existencia entre nosotros de una necesidad real y apremiante de corresponder de modo más perfecto a nuestra her­mosa vocación de misioneros del Sdo. Corazón, sea logrando que reine cada vez más en nuestras comunidades la devoción al Sdo. Corazón, sea propagándola lo más posible en nuestro apostolado.

Nada más agradable para mí.Quisiera favorecer tan laudable disposición y darle, si cabe,

un impulso más vigoroso. No persigo otro fin al dirigiros, el día mismo de nuestra fiesta patronal, la circular presente, que nos re­cordará nuestros deberes principales hacia el Corazón de Jesús y nos impulsará a mostrarnos verdaderos discípulos y apóstoles dig­nos de El.

Espero este resultado, no ciertamente de mis palabras, sino de la bendición con que Dios se dignará fecundarlas.

# # #Conocemos todos el papel importante de la devoción al Sdo.

Corazón en nuestra época. Es, sin lugar a dudas, la gran devo­ción de los tiempos actuales. En la segunda mitad del pasado si­glo conoció maravillosos progresos y todo induce a pensar que en

(1) Escrita en francés, Analecta, 1902, pág. 409-417.

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el presente siglo se desarrollará aun más. La consagración del mundo a este Sagrado Corazón hecho por el Jefe Supremo de la Iglesia, es una garantía. ¿No es precisamente del Sdo. Corazón, de Ntro. Señor Jesucristo de quien esperamos el remedio a los in- conmesurables males, que afligen al mundo, a los horrorosos es­tragos del racionalismo y del sensualismo?

El gran Pontífice Pío IX lo ha dicho a nuestro venerado P. Fun­dador y todos nuestros religiosos deben conocer sus palabras: «La Iglesia y la sociedad no tienen más esperanza que el Corazón- de Jesús. El curará todos nuestros males.»

Por otra parte, su ilustre sucesor León XIII ha pronunciado las siguientes palabras, que han hecho estremecer al mundo por la confianza y el amor: «En la época en que la Iglesia, aún muy cerca de sus orígenes, gemía bajo el yugo de los Césares, un joven emperador divisó en el cielo una cruz, que anunciaba y pre­paraba una próxima victoria. He aquí que hoy se ofrece a nues­tras miradas otro emblema bendito: «El Corazón de Jesús, sobre el que se levanta la cruz y que brilla con resplandor admirable en medio de las llamas. En El debemos depositar todas nuestras: esperanzas. Debemos pedirle y esperar de El la salvación.»

Por otra parte, la devoción al Sdo. Corazón es, en cierto sen­tido, la perfección de nuestra santa Religión. Es la base, la sínte­sis del Cristianismo, la «quintaesencia», según la fuerte expresión del Cardenal Pie. Y Mons. Baunard ha podido decir con verdad: «No es una simple devoción de sentimiento, no es un dogma espe­cial e independiente, es la síntesis de toda la doctrina católica, de toda la moral católica, resumida en el amor de Jesucristo por nosotros y de nosotros por Jesucristo.»

De ahí su grandeza, su importancia, su eficacia.Los fieles no temen extraviarse al abrazarla. Saben que ha

sido revelada por Ntro. Señor mismo a Santa Margarita María y aprobada por los Sumos Pontífices. Quieren participar de las mag­níficas promesas, que Ntro. Señor nos ha hecho y recibir las gra­cias de amcr y d ° tricordia, de luz y de salvación, de que te­nemos tanta necesidad.

Razón por la cual les vemos acudir con diligencia al Corazón- de Jesús.

Asimismo, vemos surgir por todas partes en su honor un nú­mero considerable de asociaciones, institutos diversos, congrega­

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ciones religiosas, comunidades de hombres y de mujeres, que se consagran a su servicio, se ponen bajo su protección, felices por llevar su nombre.

En este glorioso ejército del Sdo. .Corazón, aunque los más pequeños de todos, nosotros tenemos un rango aparte, lo digo de buen grado, un puesto de honor, por el título oficial que Roma nos ha dado y que otras Congregaciones nos envidian.

Con nuestro nombre de «Misioneros del Sdo. Corazón», he­mos recibido la misión de «glorificar al Sdo. Corazón, manifestar los tesoros de que está lleno, reparar los ultrajes que los hombres le infieren» (Const., II, 6).

En los decretos de aprobación de nuestro Instituto y de nues­tras Constituciones, se dice y se repite que «los miembros d,e nuestra Congregación deben dedicarse, además de a la propia santificación, a excitar, mantener y aumentar, sobre todo, la dev voción al Sdo. Corazón de Jesús».

Esta misión nos ha sido asignada por la Santa Sede; nosotros la hemos aceptado por nuestra profesión religiosa; el Sdo. Cora­zón espera de nosotros que sepamos cumplirla.

* # #

¿Cómo seremos fieles a ella? , ,El capítulo II de nuestras Constituciones, titulado «Fin de la

Congregación de Misioneros del Sdo. Corazón», nos lo dice clara­mente. Llamo vuestra atención sobre este capítulo y, en particular, sobre los números 7, 8 y 9, que nos imponen un triple deber al indicarnos nuestro fin (1).

Nuestro primer fin, como nuestro primer deber, consiste ,„en que estemos penetrados de la más profunda veneración y del miís ardiente amor hacia el Corazón de Jesús, que le glorifiquemos,, tributándole un culto peculiar en la Sda. Eucaristía; que nos esr forcemos en reparar las injurias, que le son inferidas por la ingra­titud de los hombres. En dos palabras, que seamos para el Sdp,. Corazón consoladores y reparadores. (Const. II, 7.)

El Corazón de nuestro Divino Maestro se nos muestra coro­nado por la cruz y desgarrado por las espinas.. A ejemplo suyo de­

(1) Tengo a la vista un ejemplar de las Constituciones con fecha de edición 1891. El Capítulo II, a que alude el P. Lanctin, está contenido, en los Capítulos I y II dé las actuales (Edición 1955). Los números expresados corresponden al 3-a, 6, 7, 8, S-b y 4. - ;

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bemos abrazar la mortificación y la penitencia, desear que entre los nuestros haya muchas de aquellas piadosas víctimas que, a imitación de Mons. Verius, expíen las iniquidades de los hombres y reparen todas nuestras indiferencias y nuestras faltas.

Nos aplicaremos, en nuestros ejercicios de piedad, a las prác­ticas en honor de este Sdo. Corazón, a las plegarias y a las invo- cáciones, que eleven nuestros corazones hacia El; a la santificación del viernes, especialmente del primer viernes de mes; a las co­muniones reparadoras; a las visitas al Smo. Sacramento.

Insisto sobre el ejercicio del Culto Perpetuo. Nuestro Padre Fundador nos lo ha recomendado a todos en una carta que en­contraréis en los Analecta (año II, junio 1899, fase. II) y en la que, entre otras cosas, nos dice: «Uno de los ejercicios de piedad al Sdo. Corazón de Jesús, que debe sernos querido entre todos, por haber nacido en nuestra Congregación, es el Culto Perpetuo. La Santa sede se ha dignado aprobarlo y enriquecerlo con indul­gencias. Nos corresponde abrazar ese culto. Por lo demás pedimos insistentemente (vehementer efflagitamus) a los Superiores y Di­rectores de nuestras obras que lo introduzcan entre sus alumnos y lo difundan entre los seglares.»

Este llamamiento de nuestro Padre no ha sido hecho en vano. Todas nuestras casas, poco más o menos, han adoptado esta piado­sa práctica. Yo os pido, a mi vez, muy queridos hermanos, que perseveréis y consagréis toda vuestra vida al Corazón de Jesús por un culto verdaderamente perpetuo de amor, honor y repara­ción.

El segundo fin de nuestra Congregación y, en consecuencia, nuestro segundo deber, como Misioneros del Sdo. Corazón, es que todos, con la ayuda de los medios que proporciona la vida religiosa, tomemos por modelo al Corazón de Jesús y, apoyándo­nos en su omnipotente protección, unamos nuestros esfuerzos para progresar cada día más en las virtudes que El ha enseñado. (Const.II, 8.)

En la oración estudiaremos todos los ejemplos que nos ha dado el Sdo. Corazón; a la oración confiarán nuestros religiosos todos sus cuidados. Dejando de lado las materias de simple curiosidado de piedad insípida, tomarán el Evangelio para copiar en El al Divino Modelo Jesucristo. Penetrarán hasta su Corazón Sagrado: Allí está el secreto de la perfección de cada uno de nosotros. Allí estará la fuerza viva de nuestra Congregación y de nuestras obras.

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, Creamos el testimonio de la Bienaventurada Margarita María : «Procurad —dice ella— que las personas religiosas abracen la devoción al Corazón de Jesús, pues sacarán de ella tanto provecho, q,ue no será necesario otro medio para restablecer el primer fervor y la más exacta regularidad en las comunidades menos observan­tes y para hacer llegar a la cumbre de la perfección las que viven en la más exacta regularidad.»

Contemplando, todos los días, este Sagrado Corazón en la ora­ción y guardando su recuerdo en medio de nuestras ocupaciones a lo largo de la jornada, aprenderemos a observar fielmente nues­tros santos votos y a practicar las virtudes religiosas, cuyo per­fecto modelo encontraremos en El.

El culto externo rendido al Corazón de Jesús no basta. Se requiere el homenaje íntimo, que consiste en la santidad de la vida y, por consiguiente, en la imitación de este Corazón infinita­mente perfecto.

Padres y Hermanos muy queridos, yo pido a Ntro. Señor que encienda en nosotros este vivo deseo de ayudarnos mutuamente a volver nuestro corazón semejante al suyo. Que lo dicho del Apóstol: Cor Pauli, Cor Christi» pueda decirse de cada Misionero del Sdo. Corazón.»

Finalmente, nuestro tercer deber consiste en trabajar en la santificación de las almas por medio de la devoción al Sdo. Co­razón de Jesús, manifestando los tesoros de gracias, de que está lleno, y extendiendo cada día más lejos su culto tanto entre los sacerdotes seculares, como entre los fieles de uno y otro sexo. (Const. II, 9.)

Nuestro Señor tiene gran deseo de ver predicar por todas par- tés la devoción a su Sagrado Corazón. Podemos bien tomar para nosotros las palabras que El dirigió a Margarita María: «Publi­cad por todas partes —le dijo—, inspirad, recomendad esta devo­ción a la gente del mundo, como un modo seguro y fácil de alcanzar de mí un verdadero amor de Dios; a los sacerdotes y religiosos, como un medio fácil para lograr la perfección de su estado; y, en fin, a todos los fieles como una devoción sobrema­nera apropiada para conseguir la victoria sobre las más fuertes pasiones, para asegurar la paz y la unión en las familias divididas, para resarraigar las imperfecciones más inveteradas, para obtener el más ardiente y tierno amor hacia mí, en fin, para llegar en poco tiempo y de la manera más fácil a la más sublime perfección.»

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' A los sacerdotes, a los misioneros que prediquen esta devoción, el Salvador hace una promesa muy consoladora: «Nuestro divino Salvador —dice la Beata— me ha hecho entender que cuantos trabajen en la salvación de las a l m a s tendrán el arte de conmo­ver los corazones más endurecidos, y trabajarán con éxito admi­rable, si están ellos mismos penetrados de una tierna devoción a su divino Corazón.»

He aquí los predicadores que necesitamos, verdaderos apósto­les del Corazón de Jesús, sencillos y piadosos, ardientes y celosos.

El espíritu de oración es ya la mejor preparación. Debe jun­társele el estudio, a fin de ofrecer una doctrina sólida, clara y precisa.

En el último Capítulo General, el R. P. Guyot nos ha dado so­bre este particular excelentes consejos. Se encuentran en los Ana- lecta (1).

Ruego a mis hermanos que se inspiren en ellos.Los libros que yo recomiendo son, ante todo, el Evangelio y

especialmente el Evangelio de S. Juan; los escritos de Sta. Mar­garita María con las revelaciones que ella ha recibido de Nuestro Señor y que han sido aprobadas por la Santa Sede; los diversos tratados que vemos aparecer cada día escritos por doctos teólogos, sabios religiosos. Conviene hacer una selección adecuada. Con­cederemos lugar aparte al libro del muy Rvdo. P. Chevalier, «Le Sacre Coeur de Jesú», libro que debe sernos muy querido a to­dos, ya que ha sido compuesto por nuestro Padre y ha recibido las más encomiásticas aprobaciones.

Este apostolado de la devoción al Sdo. Corazón no es única­mente función de predicadores, sino de todos nuestros misioneros. Los Padres encargados de nuestras obras: escolasticados, novi­ciados, escuelas apostólicas; los Directores de nuestras asociacio­nes de terciarios; los Superiores; los profesores en los colegios; los Padres que dan ejercicios espirituales, etc., todos se constitui­rán en el deber de enseñar la devoción al Sdo. Corazón de Jesús y de hacer conocer sus saludables prácticas.

Del conjunto de deberes, que acabo de indicar, surgirá un es-

(1) Anno III, oct. 1901, fase. II, Mémoire sur l’enseignement de la dévotion au S. C.

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píritu propio de nuestra Congregación. No seremos simples sa­cerdotes, ni religiosos ordinarios, seremos, en verdad, Misioneros del Sdo. Corazón.

Permaneceremos más unidos a nuestra Congregación, la ama­remos más porque estará mejor caracterizada y recibirá más co­piosas bendiciones en sus miembros y en sus obras.

Haremos mayor bien a las almas, no sólo por las particulares ayudas prometidas por Ntro. Señor, sino también porque estare­mos mejor formados, más unidos y más fuertes.

# # #

Esto me lleva, para terminar, a llamaros la atención sobre un punto de nuestro Directorio, que tiende, al menos en algunas casas, a caer en desuso, y que, sin embargo, no podemos descui­dar sin abrir una brecha sensible en nuestras Reglas, sin establecer entre nuestras casas una diferencia, que rompe la unión y el es­píritu de familia, sin destruir una institución de nuestro venerado Fundador, institución en la cual tiene él sumo interés; y, por todos estos motivos, sin contristar a nuestro Divino Maestro. Este punto consiste en llevar nuestro hábito religioso, y, particular­mente, la imagen del Sdo. Corazón sobre el pecho (1).

Pido, por tanto, a nuestros Rvdos. PP. Superiores Provinciales y locales que pongan en vigor, en todas partes donde sea posible, este artículo de nuestras Constituciones (IV, 40) y de nuestro Di­rectorio (II, 3, II).

Dentro de casa llevaremos nuestro emblema de manera visi­ble. Para los Hermanos Cuadjutores especialmente, no hay nin­guna dificultad en ninguna de nuestras casas.

(1) El artículo del Directorio a que se refiere el P. Lanctin decía lo .siguiente: «El hábito de los Misioneros del Sdo. Corazón es de color negro y se compone del traje talar con las insignias hoy en uso en toda la Congregación» (n.° 42). Las Constituciones, en el n.° 40, precisaban que este hábito era el que se venía usando desde .1874. Cuando el Cap. General extraordinario de 1907, se redactó de forma nueva el texto de las Constitu­ciones, la prescripción sobre el hábito quedó en la fórmula que actualmente conocemos y no se volvió a mencionar la obligación de la insignia del Sagrado Corazón sobre el pecho. En Capítulos Generales posteriores hubo intentos de resucitar el uso; pero no prevalecieron como imposición general. Se accedió al deseo de alguna Provincia, en concreto la Australiana, que le venía, bien usar circunstancialmente el distintivo del Sagrado Corazón en algunas ceremonias religiosas de carác^’' oficial.

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Fuera de casa obraremos de la misma forma, mientras no haya una dificultad seria. Será a la vez una piadosa predicación y una excelente manera de dar a conocer nuestra Congregación.

En los países donde a causa de la persecución religiosa, sea imposible llevar ostensiblemente nuestro distintivo, tenderemos, al menos, a guardarlo bajo nuestras vestiduras.

Con razón quiere la Iglesia que los sacerdotes lleven el hábito eclesiástico. Vemos a las otras Ordenes Religiosas llevar el hábito- que les distingue. Amemos también nosotros el nuestro y sintá­monos orgullosos y felices llevándolo.

Pido al Sdo. Corazón y a su divina Madre, Nuestra Señora del Sdo Corazón, que nos bendigan a todos y continúen derramando sobre nuestra humilde Congregación las gracias y favores, con que la han colmado desde sus orígenes, sobre todo en las circuns­tancias más difíciles.

Recibid, mis Reverendos Padres y carísimos Hermanos, la se­guridad de mis más afectuosos sentimientos in Corde Jesu.

A r t u r o L a n c t in , Sup. Gen. M.S.C.

Nuestro venerado P. Fundador, a propósito de esta circular,, ha tenido a bien escribirme las siguientes líneas, que le dan ma­yor autoridad.

1 de septiembre de 1902 Querido y Rvdo. Padre: He leído con placer vuestra Circu­

lar sobre nuestra vocación de Misioneros del Sdo. Corazón. Deseo vivamente que todos nuestros hermanos se conformen a los pun­tos que usted señala. Son para mí de capital importancia. Sólo con esta condición podremos contar con las bendiciones del cielo y llenar con fruto la sublime misión que nos ha sido confiada. Debemos estar orgullosos de llevar visiblemente sobre nuestra pecho la imagen del Sdo. Corazón, con la que nos ha conde­corado un santo Pontífice, el gran e inmortal Pío IX.

Ju l io C h e v a l ie r

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A LOS CINCUENTA AÑOS DE LA FUNDACION (l,i

Saint-Remy lez Chimay, 25 de marzo de 1904, Fiesta de la Anun­ciación de la Sma. Virgen.

Muy Rvdos. Padres y amados Hermanos: El ocho de diciem­bre próximo, aniversario del día por siempre glorioso en que fué proclamada Inmaculada en su Concepción la Sma. Virgen María,, es también el cincuentenario de la fundación de nuestra amada Congregación.

Participando en la común alegría de los hijos de la Iglesia y uniéndonos a las solemnidades que se celebren en honor de la augusta Madre de Dios, se nos permitirá, además, gustar un gozo especial y tributar al Sdo. Corazón y a Ntra. Sra. del Sdo. Corazón el más vivo y sincero reconocimiento por la gracia de la fundación de nuestra Congregación y por todos los demás fa­vores que nos han sido concedidos.

Vengo, pues, carísimos hermanos, a invitaros a este gozo y estos sentimientos de gratitud, al poner ante vuestros ojos breve­mente las circunstancias de nacimiento y desarrollo de nuestra Congregación. No tendréis dificultad en reconocer conmigo que lleva ostensiblemente el sello de las obras divinas, a saber: De una parte, las pruebas sin número, que debieran haberla hecho desaparecer en más de una ocasión; de otra parte, su rápida ex­pansión a través del mundo. Después, también vosotros diréis: «Sí, el dedo de Dios está aquí. Es El quien ha realizado las maravillas que contemplamos». — «Digitus Dei est hic. A Domino factum est istud, et est mirabile in oculis nostris.»

(1) Escrita en francés, Analecta, 1904, pág. 557-573.

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Todos vosotros conocéis el origen de nuestra Congregación. No tememos afirmar que ha sido providencial.

Hace medio siglo, dos jóvenes sacerdotes se sienten impulsados de un ardiente deseo de propagar la devoción al Sdo. Corazón. Están convencidos de que debe ser la devoción de los tiempos modernos y el remedio de los males que afligen a la Iglesia y a la Sociedad. Hace tiempo que acarician el pensamiento de fundar una asociación de sacerdotes con esta finalidad. Para no obrar a la ligera, habían orado, solicitado consejo, madurado su proyecto durante largo tiempo.

Ahora, el 8 de diciembre de 1854, el día mismo de la promul­gación del dogma de la Inmaculada Concepción, después de una fervorosa novena para conocer la voluntad de Dios, obtienen una señal evidente de que su oración ha sido escuchada y pueden echar los fundamentos de una Congregación, cuyos miembros llevarán el nombre de Misioneros del Sdo. Corazón y cuyo fin consistirá en propagar la saludable devoción al Sdo. Corazón y tributar a la Madre celeste un culto especial.

Nuestro Padre Fundador ha narrado con lujo de detalles este importante acontecimiento en el capítulo primero de su obra so­bre Ntra. Sra. del Sdo. Corazón y nuestras Constituciones nos recuerdan en su primer número, con palabras conmovedoras, este nacimiento bendito de nuestra familia religiosa (1).

Era, pues, agradable a Nuestro Señor y a su Santísima Madre la nueva Congregación, ya que de manera tan extraordinaria fa­

(1) El capítulo primero de las Constituciones anteriores a la reforma de 1907 fue suprimido. Su título era: «De hujus Societatis origine et no­mine.» Lo copio a continuación: «Nuestra pequeña Congregación comenzó el ocho de diciembre de 1854, el mismo día en que fue proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción de la Sma. Virgen María, tras una novena en la que solicitábamos esta gracia del Sdo. Corazón, por interce­sión de la misma augusta Virgen, como primer fruto de la gloria con que iba a ser adornada por el Decreto Pontificio. Se le prometió a la Virgen que los nuevos sacerdotes, si alcanzaban lo que pedían, habrían de llamarse Misioneros del Sdo. Corazón, difundirían la devoción al Sdo. Corazón de Jesús, tributarían un culto especial a la celestial Madre y procurarían que también otros se lo tributasen.

2.° La gracia impetrada les fue concedida de modo admirable aquel mismo día. Así se formó la pequeña Congregación, cuyos miembros, según lo prometido, adoptaron el nombre de «Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús».

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vorecieron la fundación. Pero está escrito en los Libros Santos: «Porque érais agradables a los ojos de Dios, fue necesario que la tentación os probase.» Estas palabras tuvieron plena realización en nosotros.

Desde el comienzo Dios nos ha enviado pruebas en abundan­cia; después se renovaron sin cesar, bajo todas las formas, hasta hoy. Lo mismo sucederá en el futuro. Lejos de lamentarnos, te­nemos que dar gracias a Dios, que las permite, y suplicarle que sepamos aprovecharlas para nuestro bien, tanto particular, como colectivo.

Además, el demonio, que preveía el bien que estaban llamados a hacer nuestros misioneros en la Iglesia, no podía menos de ingeniarse para suscitar contra nosotros dificultades insuperables, dentro y fuera.

Los primeros Padres podrían narrarnos las increíbles dificul­tades de los primeros años. Fue necesario todo su intrépido cora­je, toda su invencible confianza en la Santísima Virgen, que invo­caron como la Patrona de las causas difíciles, para perseverar, a pesar de todo, en un designio atacado por el demonio, a la vez que combatido por los hombres; pero que sabían aprobado por Dios.

Después de varios años de esfuerzos y de trabajos inútiles en apariencia, la obra parecía al fin comenzar a desarrollarse, cuando de repente se desencadena una tempestad, que amenaza aniqui­larla. Era la guerra franco-alemana de 1870. Hacía sólo tres años que existía la P.O., creada para proporcionarle candidatos. Fue necesario suprimirla antes de que hubiera dado ni un sólo sacer­dote y sin saber si sería posible reconstruirla en el futuro. Asi­mismo, el noviciado, que acababa de constituirse, se vió forzado a desaparecer.

Pasa, no obstante, la borrasca. Se recogen los despojos. Se procede a levantar las ruinas. Durante una decena de calma rela­tiva, algunos padres realizan una obra de gigantes. La humilde Congregación se viste, al fin, de largo, crece, busca llenarse de una vida más libre, más activa y emprender su vuelo. Interviene entonces el demonio con nueva rabia y dicta por medio de sus satélites los demasiados y tristemente famosos decretos de 1880, que, en Francia, condujeron al exilio o a la muerte a las Congre­gaciones Religiosas.

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Eramos entonces muy débiles, muy poco numerosos, Desde un punto de vista puramente humano, una vez más parecía todo enteramente perdido. Issoudun queda, a poco, desierta. La Basí­lica de Nuestra Señora del Sdo. Corazón es sellada y así permane­cerá durante largos años. Algunos Padres, obedeciendo la voz del Soberano Pontífice parten para ensayar la fundación de una Mi­sión en Oceanía; otros buscan un refugio en Holanda, España, Inglaterra. Es difícil, por no decir imposible, prever el porvenir.

En medio de tan terribles ansiedades, el muy Rvdo. P. Gene­ral nos recomienda con las más vivas instancias conmover los Sdos. Corazones de Jesús y de María con nuestras oraciones fervientes y con la fidelidad redoblada a nuestros deberes religiosos. Nos pide en particular que pongamos todas nuestras casas y nuestras obras bajo la protección especial de S. José, Guardián y Padre nutricio de la Sagrada Familia.

El glorioso Patriarca se mostró favorable a nuestras súplicas y no nos abandonó en medio de las dificultades del exilio. Gracias a su poderoso auxilio, la persecución, que hubiera podido aca­rrear la ruina total, significó, en cambio, el medio escogido por la Providencia para hacer conocer y extenderse a lo lejos nuestras obras.

Fue una época verdaderamente memorable. No olvidaremos los buenos ejemplos de que hemos sido testigos. Si la Congregación no contaba entonces más que un puñado de miembros, todos a porfía la testimoniaron la más sincera fidelidad y la dedicación más absoluta. El Sagrado Corazón bendijo tan buenas disposicio­nes. Todo recobró una vida nueva y bien pronto amaneció la- esperanza de un porvenir mejor.

Ello no significa que desde entonces no haya habido dificul­tades. No, surgirían nuevamente a su tiempo. Yo no las conozco todas, aunque sí muchas y no de las menores. Sin embargo, no juzgo oportuno detenerme en ellas. Cuanto acabamos de decir y cuanto cada uno puede conocer por su experiencia personal, es. más que suficiente para demostrar que nuestra querida Congrega­ción ha nacido y se ha desarrollado en medio de tribulaciones de todo género. Nuestro venerado padre Fundador, a semejanza del Divino Maestro, ha bebido el cáliz más amargo y lo ha apurado hasta las heces.

A veces, preciso es reconocerlo, estas pruebas han detenido el desarrollo de la Congregación e impedido el bien que hubiera po-

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•dido realizar en mayores proporciones. Admitamos, por otra parte, que han provocado abnegación y virtudes que yo no dudo en •calificar de heroicas. Ciertamente poseemos una bella falange de santos en el cielo. Es un hecho innegable que todos los religiosos que hemos visto morir entre nosotros han tenido una muerte delo más edificante.

Podemos considerar ahora cómo el árbol plantado hace cin* cuenta años ha enraizado profundamente; cómo, a despecho de borrascas y tempestades, ha crecido y extendido sus ramas a lo lejos y cómo se encuentra hoy desbordante de savia y de vida.

Bien humildes fueron los comienzos de nuestra pequeña Con­gregación: «Párvula societas nostra» (1) son las primeras palabras de nuestras Constituciones; y —si conviene guardar siempre tan modesta denominación, que sienta bien a los discípulos del Sdo. Corazón—, no podría designársela de manera más justa.

Dos o tres Padres la componen desde el principio y permane­cen solos durante largo tiempo. De vez en cuando se presentan algunos postulantes atraídos por el hermoso título de Misioneros del Sdo. Corazón o por la devoción a Ntra. Sra. del Sdo. Corazón, cuya aparición fué saludada con entusiasmo en todas partes. Pero, los unos no tienen vocación religiosa, los otros se desaniman y se retiran al darse cuenta de que la Congregación cuenta con muy pocos miembros y que hay que hacerlo aún todo.

Sin embargo, suena la hora de Dios. El Sdo. Corazón escoge y envía para sumarse al pequeño rebaño, varios sacerdotes, que a una piedad profunda unían preciosas y raras cualidades. Yo era entonces un niño y su recuerdo me es de sumo agrado. Sus nombres venerados me vienen del corazón a los labios y yo dirijo a todos, a los que aun viven y a los que están en el cielo, la expresión de mi vivo y filial reconocimiento. Entre estos últimos citaré sólo al P. J. M. Vandel, que fué, junto con el muy Rvdo. P. Chevalier, el fundador de la P.O. Que el recuerdo de este au­téntico sacerdote según el Corazón de Dios, y, sobre todo, su espíritu viva y se desarrolle siempre entre nosotros.

Con estos hombres de Dios, la obra, de vida tanto tiempo lánguida, se establece por fin. La P.O., que ha sobrevivido a las tempestades, ve poco a poco madurar sus frutos. Echa aquí y allí sus retoños. Es la esperanza del porvenir: Spes messis in semine.

(1) Vide nota, pág. 58.

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Después de ella vienen el noviciado y el escolasticado, que ella alimenta en gran parte. Finalmente están preparados algunos nue­vos sacerdotes, algunos misioneros para la enseñanza, para la pre­dicación, para los diferentes ministerios apostólicos.

Constatando estos progresos, la Santa Sede da su aprobación y la estimula. El Papa Pío nono demuestra una benevolencia ex­traordinaria hacia nuestra Congregación naciente; multiplica so­bre ella sus paternales bendiciones; se declara Padre, Protector y Superior oficial. ¿No se descubre aquí una prenda de porvenir seguro y de prosperidad? León XIII tiene por nosotros la misma afección; nos confía la Nueva Guinea y quiere que levantemos en Roma mismo un santuario a Ntra. Sra. del Sdo. Corazón, que será el centro de la Archicofradía universal.

Mas ¡ay! ¡Ahora llegan las pruebas y las cruces! ¡Las potes­tades infernales se desencadenan para oponerse a los designios de Dios! Dios por su parte vela por todo, lo conduce todo y será El quien dicte.

« «Después de haber examinado estos lentos y penosos comienzos,

echemos ahora una mirada sobre el conjunto de la Congregación.Hace diez años, aun no teníamos ninguna Provincia. Hoy po­

seemos varias, que funcionan regularmente, y varias más, que están en vías de formación y que, lo esperamos, no tardarán en recibir su organización canónica (1).

La Provincia de Holanda, que comprende también Bélgica, cuenta con cuatro casas importantes donde se prepara una nume­rosa juventud para los futuros trabajos apostólicos. La Misión de Nueva Guinea Holandesa, que acaba de serle confiada, ha des­pertado en todos nuestros hermanos de los Países Bajos vivos y nobles ideales. Además de algunos de sus misioneros, que están en Nueva Pomerania, ha dado muchos otros a Nueva Guinea In­glesa y a las Islas Gilbert. Nuestros Vicarios Apostólicos saben apreciarlos y gustosos claman con San Francisco Javier: «Mitte Belgas»!

(1) La Congregación estaba, a la sazón, dividida en tres Provincias: La Septentrional, que después se llamaría Holandesa, erigida canónicamente el 5 de mayo de 1894; lji Germánica, más tarde Alemania Inferior, erigida el 1 de septiembre de 1897; y la Meridional, luego denominada Italiana, erigida el 12 de agosto de 1900. Estaban a punto de alcanzar la plenitud canónica las Provincias Francesa (25 de agosto 1905) y Australiana (8 de- diciembre 1905).

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La Provincia Alemana no es menos floreciente. La Pequeña Obra de Hiltrup y la de Salzburg cuentan en conjunto más de ciento cincuenta aspirantes a misioneros. Añadid los novicios y los escolares, numerosos en la misma proporción: ¡Qué magnífico batallón para extender el reino del Sdo. Corazón! Los bienhecho­res y los recursos económicos aumentan a medida que Dios va suscitando las nuevas vocaciones. Es una bendición evidente, sin. duda recompensa a los trabajos y méritos de nuestros Padres, pero que debe, al mismo tiempo, reavivar su reconocimiento y su celo apostólico para corresponder dignamente a tantos beneficios.

La Provincia de Italia es aún más reciente. Sólo tiene tres años. El R. P. Provincial nos escribía recientemente que contem­plaba el porvenir con confianza, porque cada año, desde ahora, el escolasticado proporcionará algún nuevo sacerdote. A medida que se vayan multiplicando los obreros se dedicarán a afianzar las- obras establecidas y, con el tiempo, a la fundación de otras nue­vas. Italia ha dado ya a Nueva Guinea varios excelentes misione­ros. El sumo Pontífice Pío X se ha mostrado muy benévolo con nuestra pequeña comunidad de Roma. Sus preciosas bendiciones le reportarán ventura a ella y a toda la Congregación.

Los otros países donde tenemos algunas residencias tienen que sobreponerse a mayor número de dificultades para llegar a formar Provincias regulares. Sin pretender forzar los designios de la Providencia, debemos, no obstante, trabajar y hacer cuanto esté de nuestra parte para secundar sus miras.

Son de sobra conocidos los tristes sucesos que han impedido la fundación de la Provincia Francesa (1). Queríamos, a pesar de todo, constituir esta Provincia, pero Roma ha autorizado sólo una

(1) En 190.1 se había votado en la Cámara Francesa la llamada Ley de Asociaciones, trampa legal para borrar todo vestigio de cristianismo en; Francia. Se imponía a las organizaciones religiosas, so pena de destierro, pedir autorización al Gobierno para seguir afianzadas en suelo francés desarrollando su ministerio. La obtención de la licencia suponía sujeción a unas leyes tiránicas concebidas en el odio a la Iglesia Católica. Los Con­sultores del P. Fundador fueron de parecer contrario a la demanda de autorización. En consecuencia, casi todos nuestros religiosos abandonaban Francia en octubre de aquel año, 1901. En Francia quedaban sólo algunos Padres, viviendo privadamente. Quedaba también el P. Fundador que, en momentos tan graves, no podía abandonar la parroquia de Issoudun. Además, decía: «en el destierro, más que una ayuda, constituiría para los demás una- pesada carga a causa de la avanzada edad y de las enfermedades».

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«Circunscripción, mientras sus diferentes casas estén en el extran­jero y permanezcan dispersas sus obras. Puede decirse que, prác­ticamente, esta Circunscripción equivale a una verdadera Provin­cia. Hasta aquí, gracias a la poderosa intervención de Ntra. Sra. ha podido sostener mejor o peor sus obras. También ella, en estos últimos años, ha visto aumentar el número de sus jóvenes sacer­dotes e ir muchos de ellos a prestar gustosamente su concursó a Monseñor Navarre y a Mons. Leray. Nuestros hermanos de Fran­cia testimonian su agradecimiento a nuestras Provincias y a nues­tras diferentes casas, que les han demostrado su fraternal simpa­tía y suplican que continúen proporcionándoles la ayuda carita­tiva de sus oraciones, de las que tan necesitados están para salir de la actual prueba.

España, donde Ntra. Sra. del Sdo. Corazón es muy particular­mente venerada, verá sin duda, gracias a la protección de la buena Madre, aumentar muy pronto el número de sus miembros. Ya la P.O., que el pasado año ha dado varios novicios, prepara al­gunos otros para el próximo. Sus escolares son más numerosos que nunca. En esta nación católica se presenta al celo de los misio­neros un campo de acción de prometedor porvenir. Pero es ne­cesario multiplicar los obreros: «Crescite et multiplicamini.»

•Hacemos idénticos votos por Inglaterra. Espera los refuerzos para establecer sólidamente sus tres casas. Hasta el día en que pueda velar por sí misma, gustosas le prestarán las otras provin­cias algunos de sus miembros. Varios jóvenes escolares, ingleses e irlandeses, llegarán muy pronto al sacerdocio. Podrán ayudar a sus hermanos mayores a extender nuestra Congregación por la Gran Bretaña y preparar Misioneros para las islas lejanas.

En América, los Estados Unidos crecen poco a poco. La casa •de Watwrtown ha enviado este año a Roma varios escolares, que serán muy pronto una fuerza para ella. La pequeña comunidad de Nativk ha aumentado y dirige obras importantes. Sería nues­tro deseo que, a poco, gracias al concurso de estas dos casas, surgiera una tercera, ya sea una residencia, ya una P.O., novi­ciado o escolasticado, de suerte que los Estados Unidos pudieran tener su Provincia canónicamente erigida.

Quebec se presenta de manera más atrayente cada día. Los Anales de Nuestra Sra. del Sdo. Corazón han obtenido éxito maravilloso y han creado una corriente de preciosas simpatías hacia nuestra casa apenas fundada. No habrá pasado desapercibi-

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«da en el último número de los Analecta (diciembre de 1903) la hermosa carta que el S. Arzobispado, tan benévolo y compla­ciente con nosotros, ha dirigido a nuestros Padres, permitiéndoles la fundación de un noviciado canadiense. Su Excelencia «se re­gocija de habernos acogido en su diócesis y espera que Dios es­cogerá de entre la población católica del Canadá, apóstoles, que constituirán su gloria». Nosotros compartimos la esperanza del venerable Prelado. ¡Dígnese Ntra. Sra. del Sdo. Corazón, que tan visiblemente ha presidido esta fundación, protegerla y des­arrollarla más y más!

Nuestras casas de Sydney forman una quasi-Provincia y el R. P. Superior de la casa de Randwick tiene el título y los poderes de quasi-provincial. Comprende la doble paroquira de Randwick y de Botany, y la casa de Kensington con su noviciado y su esco­lasticado, Serios proyectos de expansión dejan entrever para un futuro próximo, una Provincia completa y regular. De la obra australiana, que aun no cuenta más que pocos años de existencia, han salido ya varios sacerdotes y varios misioneros, preparados, es cierto, por Issoudun, pero cuya instrucción y formación ha completado ella. A partir de este año contemplará a varios de sus hijos llegar al sacerdocio. Todo conduce a pensar que el árbol irá creciendo y proporcionará cada año frutos más abundantes cada vez.

# # #

Llego con verdadero placer a tratar de nuestras grandes mi­siones oceánicas. Son una de las obras más importantes de la Congregación. Han contribuido de manera sorprendente a nuestro desarrollo. Nos han atraído las delicadezas y Bendiciones del Corazón de Jesús.

Veamos cómo han crecido bajo el impulso del soplo divino, qué hermosos frutos han producido hasta el momento y qué espe­ran zador as perspectivas ofrecen.

Cuando en 1881, el Soberano Pontífice llamó a nuestra Con­gregación para fundar una misión en Nueva Guinea, rio pudimos enviar más que tres Padres. ¿Qué podrían hacer, sin experiencia, sin recursos, con un clima mortífero, en medio de la población más salvaje del mundo? No me paro a describir sus aventuras*, sus trabajos, sus sufrimientos. Dejo de lado este período de veinte

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años y os digo: Ved qué resultados han obtenido nuestros misio­neros durante este tiempo, o mejor, ved lo que el Sdo. Corazón ha hecho por su medio.

En nuestro «Estado del personal» encontramos cifras y de­talles precisos dados por nuestros Vicarios Apostólicos. No haré más que ponerlos ante vuestros ojos:

Nueva Guinea tiene a su venerable arzobispo, Mons. Navarre, el fundador de la Misión, que, después de veinte años de fatigas y pruebas de toda clase, está siempre preparado, fiel en su puesto. Tiene para ayudarle a su digno Coadjutor, Mons. Alain de Bois- menu, al P. Andrés Jullien, superior, 24 Padres, 20 Hermanos y 37 hijas de Ntra. Sra. del Sdo. Corazón.

La misión cuenta con 27 estaciones, 25 iglesias o capillas, 21 escuelas, de las cuales una es de catequistas, 2 orfelinatos, 1 pen­sionado.

Nueva Pomerania con las Islas Marshall, misión hábilmente administrada por su valiente Vicario apostólico, Mons. Coupé, cuenta actualmente 30 Padres, 38 Hermanos, 27 Hermanas, 38 ca­tequistas indígenas, en total, 133 personas.

Son 65 las estaciones; las escuelas, 54 con 2.325 niños; 12 los orfelinatos con 311 pequeños.

Hay una escuela de catequistas con 42 alumnos y un pensio­nado para niños blancos o mestizos con 26.

La cifra de bautismos desde el comienzo de la misión se eleva a 12.120. La de bautizados aun vivos a 10.378.

El Vicariato Apostólico de las Islas Gilbert nos muestra sus islas diseminadas como otras tantas pequeñas misiones aparte. La administración es allí difícil y nuestros misioneros, en su aisla­miento tienen particular mérito. Mons. Leray se consagra a su: misión con celo admirable. Está secundado por 16 Padres, 13. Hermanos, 17 Hijas de Ntra. Sra. del Sdo. Corazón, 82 catequistas.

El Vicariato comprende 11 estaciones, 12 iglesias, 67 capillas, 93 escuelas.

La misión de Nueva Guinea Holandesa está aún en vías de formación; pero todo hace prever que tendrá, con el tiempo, personal bastante abundante de Padres, Hermanos e Hijas de Ntra. Sra. del Sdo. Corazón y obtendrá, por lo que a conversiones se refiere, idéntico resultado que las misiones precedentes. Nues­tras oraciones y votos acompañan a su piadoso y ardiente Prefecto Apostólico, P. M. Neyens y a su alegre y abnegado compañero.

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Una observación altamente consoladora, que hemos escuchado repetidas veces de labios de nuestros Vicarios Apostólicos, es que, según cálculos oficiales, el número de bautismos y de conversiones es relativamente más elevado en las Misiones que la Santa Sede ha confiado a nuestra Congregación que en otras misiones cató­licas.

Por lo demas, si se tiene en cuenta que los pueblos evangeli­zados por nuestros Misioneros son más salvajes, el clima más mortífero, las dificultades suscitadas por los protestantes y por el demonio más numerosas y temibles; dado, por otra parte, nuestro escaso número y nuestra debilidad, nos veremos obligados a con­cluir, que Nuestro Señor, conforme a su promesa, concede ayuda más eficaz a los apóstoles consagrados a su Divino Corazón. A El habremos de atribuir la gloria de todo, diciendo: «Non nobis, Domine, non nobis; sed nomini tuo da gloriam.»

Sin duda ninguna que os satisfará saber, queridos hermanos, que las noticias que a todo lo largo de este último año hemos recibido de nuestras misiones, hacen concebir las más halagüeñas esperanzas para el futuro. Júzguese por las siguientes citas:

Desde Nueva Guinea nos escribía hace muy poco tiempo Mons. Navarre: «Creo que en ninguna época de mi vida misionera he experimentado tanto consuelo. Entre los miembros de la misión reina la más completa paz y la más absoluta concordia. Todos es­tán animados del mejor celo. Los progresos son sensibles. La con­versión de las almas continúa.» Las cartas de Mons. de Boismenu, del P. Jullien y demás misioneros respiran idéntica satisfacción y confianza.

Por su parte, Mons. Coupé nos envía un largo informe, del que resulta que la Misión de Nueva Pomerancia está en vías de franca prosperidad: «Todos nuestros Padres, Hermanos y Her­manas, están llenos de un espíritu verdaderamente religioso y apostólico y se muestran sumamente abnegados; su ministerio como puede usted comprobarlo en el informe anual, obtiene re­sultados altamente satisfactorios... Todos, execpto el P. Gouthe- raud, disfrutan de una salud excelente. Es digno de notarse que, si exceptuamos la muerte del P. Vatan, llegado en 1886, ningún Padre ha muerto aquí por enfermedad. Sólo hemos perdido al P. Helfer por accidente marinero... Yo mismo me asombro de mi salud, que se mantiene sobre toda esperanza, pese a los viajes,

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trabajos y ansiedades de mi oficio pastoral. Hay gracias de esta­do...» Siguen minuciosos detalles sobre recursos materiales qu© abriga la esperanza de obtener la misión de la serrería y de las- plantaciones.

Finalmente hemos recibido de Gilbert numerosas, largas e in­teresantes cartas de Mons. Leray y de varios Misioneros, en las' que nos narran con mucho entusiasmo la visita canónica y el bien que ha producido. «Nuestra misión, no lo dudamos, dice el venerado Vicario Apostólico, tomará nuevos bríos después de esta reunión general... Ciertamente que este año 1903 es el año que’ ha hecho para nosotros el Señor: Exultemus et laetemur in eo. Hemos estado todos reunidos por espacio de tres semanas aproxi­madamente. El Visitador nos ha dado los ejercicios de S. Ignacio. El resto del tiempo se empleó en las sesiones del Sínodo y tam-; bién en las del Consejo local. Todos se han mostrado satisfechos! porque se hizo la luz sobre muchos puntos: «Per lucem ad pacem.»

El P. Cochet nos escribe por su parte: 1«Nuestra reunión habrá de producir los más halagüeños y1

perseverantes frutos. Ha sido una lucha terrible la que hubo de; desarrollarse durante los años que acabamos de pasar. Ahora se abre un período de organización y consolidación metódica. La mies hace concebir las más bellas esperanzas... y he aquí qué justamente, en tan venturosa coyuntura, la Providencia nos perJ mite reforzarnos con la llegada de nuevo personal. No obstante, nuestros cuadros no quedan aún completos, hay puesto para nue- vos candidatos.»

Esta carta estaba firmada por todos los Misioneros de Gilbert. Nos emocionó vivamente ver reunidos los nombres de todos nues­tros hermanos, cuya vida transcurre en el más completo aisla­miento.

Los Rvdos. Padres Meyer y Merg, que en nuestro nombre han, hecho la visita canónica a todas las misiones, nos han ponderado, asimismo, en su informes, todo el bien que se ha realizado, gra­cias a la abnegación admirable de nuestros Padres, nuestros Her­manos y las Hijas de Ntra. Sra. del Sdo. Corazón.’ Tantos trabajos, sufrimientos y sacrificios obtendrán una co-* piosa recompensa, estoy seguro, no sólo para nuestros valientes misioneros, sino también para la Congregación entera. ' i

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Buen número de ellos ha recibido ya en el cielo esta recom­pensa.

Elevemos un momento nuestras miradas y nuestros corazones hacia esta Patria Celeste, donde ellos con Mons. Verius y los demás hermanos, que nos han precedido en la bienaventuranza, forman la más bella comunidad de nuestra Congregación. Allí, estemos seguros, no nos olvidan, ruegan por nosotros, están con nosotros y trabajaban aún y con mayor éxito que aquí abajo por las misiones, que tanto amaron y por las cuales dieron su vida.

En unión con esta falanje santa, enviamos el homenaje de nuestra respetuosa admiración y de nuestro afecto más sincero a sus dignos sucesores, los venerados Vicarios Apostólicos y nues- tross Miioneros de Oceanía.

Será un bello capítulo de nuestra historia el del establecimien­to de la devoción a Ntra. Sra. del Sdo. Corazón. Se comprende que yo no pued.a hacerlo aquí. Me contento con señalarlo, al menos.

Este título nuevo dado a María por nuestro P. Fundador, este nombre tan dulce de Ntra. Sra. del Sdo. Corazón, conocido y venerado hoy en toda la tierra, es y será siempre la mayor gloria de nuestra Congregación.

Al invocar a la Sma. Virgen y al hacerla invocar con este nombre bendito, llenamos el compromiso solemnemente tomado de honrarla y hacerla honrar con un culto especial.

¡Cuántos homenajes le han tributado y cuantas plegarias le han dirigido los millones y millones de asociados de su Archico- fradía! ¡Y cuántas gracias, en retomo, ha obtenido a sus hijos! ¡Cuántos corazones ha ganado para su Divino Hijo! Por Ella he­mos triunfado nosotros de todos los obstáculos de que hemos hablado.

Es Ella quien nos ha dado a conocer por todo el mundo, favo­recido nuestra difusión, bendecido nuestras misiones y todas nues­tras obras.

En una palabra, según una célebre frase, es Ella quien ha he­cho todo en nuestra Congregación.

No repetimos en vano cada díha su Acordaos y sus invoca­ciones.

Deberíamos amarla más y más y merecer que Ella sea siempre nuestra abogada y mediadora ante el Corazón de su Divino Hijo.

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II I

Es tiempo de concluir esta carta, en la que, sin embargo, ape­nas si he esbozado mi intento.

Termino formulando votos por que este año sea veradera- mente para nosotros un año jubilar. Es decir, un año de gozo, de gracias y de favores excepcionales.

Que despierte en nuestros corazones un gran amor hacia nues­tra Congregación, un deseo generoso y sincero de trabajar por su prosperidad, a fin de que ella procure cada vez con mayor ahínco la gloria del Corazón de Jesús y la salvación de las almas. Que nos afirme en nuestra santa vocación y nos conceda nuevo impul­so para la práctica de todos nuestros deberes religiosos.= Para alcanzar esta meta, pondremos doble empeño en la ob­servancia de nuestras Constituciones y de nuestras reglas y ofre­ceremos al Sdo. Corazón y a Ntra Sra. nuestras más fervorosas plegarias, nuestros sacrificios, nuestras victorias sobre el demonio y sobre nosotros mismos.

Suplicaremos con gran instancia a la Virgen María y a San José que intercedan por nosotros ante el Corazón de Jesús.\ Al pedir por nuestra Congregación, tendremos un recuerdo

especial para el venerado y muy querido Padre, que la ha funda­do, a fin de que el Señor nos lo conserve y le conceda todas las gracias que necesita.

Yo pido, a este fin, que en todas nuestras Comunidades se conformen a las siguientes prescripciones:

1-A partir de la recepción de la presente carta hasta el 8 de diciembre inclusive, el P. que preside las oraciones antepondrá al Acordaos a Ntra. Sra. del Sdo. Corazón y al Ecce fidelis a S. José la fórmula siguiente: «Por las intenciones del M. R. P. Fundador y de toda la Congregación.» Y ésto, tanto en las oraciones, que preceden al examen de mediodía, como en las de la noche.

Se hará lo mismo en nuestros noviciados y en todas las Peque­ñas Obrás.

2-Además, antes de la fiesta de la Inmaculada Concepción, ha­remos en toda la Congregación una Novena solemne en honor de la Virgen Inmaculada, que ha presidido nuestro nacimiento y

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nos ha asistido hasta el momento presente de manera maravillosa.El día de la fiesta del 8 de diciembre será un día santo, en el

que nuestros corazones se unirán con el Corazón de Ntro. Señor en el gozo y la plegaria, en la gratitud y el amor.

Recibid, mis Rvdos. Padres y muy queridos Hermanos, la seguridad de mi sincero y religioso afecto in Corde Jesu.

A r t u r o L a n c t in , Mis. del S. C., Sup. Gen.

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EL DIA DE NUESTRO CINCUENTENARIO (1)

Amado sea en todas partes el Sdo. Corazón de Jesús. Nuestra Sra- del Sdo. Corazón, rogad por nosotros.

Casa Generalicia, 8 de diciembre de 1904, Fiesta de la Inmacula­da Concepción y cincuenta aniversario de la Congregación.

Muy Rvdos. Padres, muy amados Hermanos: En la tarde de nuestro jubileo me siento obligado a deciros que mi corazón y mi pensamiento han estado con vosotros a todo lo largo de este día bendito.

Hubiera constituido para mí un gozo inenarrable la celebración de esta solemnidad en compañía de la Congregación entera. Pero esta reunión de todos no es posible en la tierra. Unicamente lo será en el cielo.

Pero no, yo estoy convencido de que todos nos hemos encon­trado en el Corazón de nuestro Divino Maestro. Nos hemos es­tremecido de alegría al pensar que somos sus hijos y formamos su familia privilegiada. Le hemos pedido por nuestras comunes in­tenciones y le hemos rogado nos concediera las virtudes que hacen al verdadero religioso y al santo misionero. Le hemos dado gra­cias por los innumerables e inapreciables beneficios, con que ha colmado nuestra Congregación desde su fundación y le hemos suplicado que continuase sobre ella su protección, a fin de que se desarrolle más y más y pueda realizar su hermosa y noble divisa: «Amado sea en todas partes el Sdo. Corazón de Jesús.»

He aquí lo que me han dicho la mayor parte de nuestros her­manos, en las cartas, llenas de afecto y de piedad, que yo he recibido de nuestras diferente residencias y de las lejanas misio-

(1) Escrita en francés: Analecta, 1904, pág. 628-631.

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nes. Estoy vivamente conmovido por estas seguridades que me han dado y por los sentimientos que me han manifestado en esta ocasión. Les doy las gracias de todo corazón.

Por mi parte, no me he olvidado de pedir a la Virgen Inmacu­lada, Nuestra Señora del Sdo. Corazón que nos presente a su Divino Hijo, y nos coloque en su Sagrado Corazón; que conceda a cada uno de nosotros las gracias y bendiciones, de que tiene ne­cesidad para llevar dignamente el bello título de misionero del Sdo. Corazón y que haga reinar siempre entre nosotros el espí­ritu religioso y el celo apostólico.

Al rogar por todos vosotros, mis queridos hermanos, he reser­vado el puesto principal, como es justo y según se lo había pro­metido, a nuestro venerado y muy querido P. Fundador. Trans­cribo a continuaciónó la respuesta, que ha dirigido a la carta de felicitación, que en mi nombre y en el de los Asistentes le hice llegar. Ella nos pondrá de manifiesto los íntimos deseos de su corazón y nos estimulará en nuestra santa vocación:

Issoudun, 24 de noviembre de 1904Querido y venerado Padre: De todo corazón agradezco a

usted y a los miembros del Consejo, los sentimientos que me ex­presáis. No he sido nada más que un indigno instrumento en todo cuanto se ha hecho: «A Domino factum est istud» ! A Dios, pues, y a la Sma. Virgen debemos dirigir el testimonio de nuestro reconocimiento. Hagámonos dignos de nuevos favores por nues­tra piedad, nuestra abnegación, nuestra regularidad, nuestro espí­ritu de disciplina, nuestra obediencia a las Constituciones. Si so­mos lo que debemos ser, el cielo bendecirá nuestra pequeña Con­gregación, a la que tan excelente porvenir le aguarda.

Mi salud, tan arruinada y comprometida, parece querer mejo­rar un poco.

Gracias por vuestras oraciones. No os olvido en las mías, como tampoco a vuestros muy amados colaboradores, que tan gene­roso concurso os prestan.

El ocho de diciembre tendré un recuerdo especial para vos­otros y para todos los miembros de la Congregación.

Recibid, querido y venerado Padre, el testimonio de mis mejo­res sentimientos hacia usted y hacia sus amados hermanos.

Os bendigo a todos en el Corazón de Jesús.J. C h evauer

He subrayado, queridos hermanos, los puntos hacia los cuales reclama nuestro Padre nuestra atención.

La piedad hará de nosotros hombres de oración, de vida inte­rior y, por consiguiente, hombres de Dios, preocupados única­mente de Su gloria.

La abnegación nos dará el celo de las almas, el amor del tra­bajo y del sacrificio y nos hará menospreciar la vida muelle y fácil.

La regularidad, el espíritu de disciplina, la obediencia a las Constituciones harán a nuestra Congregación fuerte como un ejér­cito en orden de batalla y la harán triunfar de todos sus enemigos y de todas las persecuciones.

Dóciles a las exhortaciones de nuestro venerado Fundador, re­doblaremos el ardor y la energía para conformar nuestra conducta al programa, que, en pocas palabras, nos ha trazado, a fin de atraer sobre la Congregación y sobre todas sus obras, las bendi­ciones del Sdo. Corazón, que le asegurarán éxito y prosperidad.

Otro recuerdo precioso de nuestro jubileo es la bendición que acaba de concedernos S. S. Pío X y la amable carta que se ha dignado dirigirnos por medio de su Ecia. el Cardenal Merry del Val. Habréis leído esta carta con sentimientos de gozo y orgullo muy legítimos. Os habréis conmovido sobre todo por la delicada atención con que S. Excia. hace mención de nuestros misioneros, que, recientemente, han derramado su sangre por la causa de Jesucristo. Por lo que a mí se refiere, carísimos hermanos, debo manifestaros que me siento confuso por los elogios que nos dirige el Vicario de Cristo y quiero ver en tan amables palabras, sobre todo, un estímulo para conseguir méritos mayores.

Debemos dar gracias al Romano Pontífice por este nuevo favor, dirigiendo al Sdo. Corazón las más fervorosas plegarias por todas sus intenciones, y mostrándonos siempre hijos fieles y servidores abnegados.

Al terminar estas líneas, pido al Sdo. Corazón y a Ntra. Sra., Madre suya y nuestra, que nos bendigan una vez más y nos guar­den siempre como hijos, apóstoles y misioneros suyos.

Recibid, mis Rvdos. Padres y amados Hermanos, la seguridad de mi afecto en el corazón de Jesús.

A rturo L anctin, Sup. Gen. Mis. Sdo. Corazón

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EL PADRE EUGENIO MEYER(15 agosto 1905-18 agosto 1920)

Ponunt earn super candelabrum ut luceat omnibus, qui in domo sunt.

(Mt. 5, 15)

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SEMBLANZA

Eugenio Meyer parecía haber nacido para llenar con su nom­bre los catálogos de bibliotecas. Era el intelectual elevado siempre a la consideración de los principios, entre los que se movía con naturalidad y soltura. Su vida, en forzosa concesión al marco cir­cunstancial, tuvo, empero, derroteros de acción. Fue el estratega que supo planificar y dirigir, apoyando sus normas en los postu­lados más puros de la filosofía y teología católicas. Honró con su inteligencia a la Congregación que lo formó, y a su servicio puso en todo instante su gran capacidad. A él le debe, en considerable porción, la plena organización y asentamiento sobre inconmovibles bases teológico-canónicas.

Estudiante excepcional, le resultó fácil el encuentro con las hu­manidades clásicas en la P.O. de Chezal-Benoit, a donde llegó en 1873 desde Selestat (Alsacia), que le había visto nacer el tres de julio de 1861. Allí encontró a Enrique Verius, sólo un año su­perior en edad. Juntos realizarán los estudios humanísticos, juntos harán el noviciado, juntos realizarán la profesión religiosa el 15 de febrero de 1878 y juntos se encontrarán más tarde en Roma durante los años de los estudios teológicos.

La decisión de los Superiores llevó a Roma a Eugenio Meyer a poco de su profesión para cursar la filosofía y la teología. Duran­te cerca de siete años permanecerá en la Ciudad Eterna, frecuen­tando las aulas del Apolinar .Bien pronto se convertirá en estrella de primera magnitud en el cielo de aquel ateneo pontificio, junto a Julio Vandel, m. s. c. como él y Juan Genochi, que lo será más tarde.

Recibe la ordenación sacerdotal el 24 de febrero de 1884.

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Roma ganó enteramente al joven estudiante y le colmó de admiración. No podrá olvidarla nunca. Allí modeló su fe profunda y su amor inquebrantable a la Santa Sede.

Vuelto a Francia se gradúa en París en estudios de ciencias exactas, pasa fugazmente por el cuadro de profesores de la P.O. para anclar en el del Escolasticado. Sus características son pro­fundidad y claridad.

Nombrado superior de Issoudun, dirige el Colegio del Sdo. Co­razón. Se muestra experto conductor de hombres e impulsor de energías. Sabe mantener su autoridad sin herir, creando en torno suyo una atmósfera de amistad sincera. La mayor parte de sus discípulos le guardarán fiel recuerdo por su abnegación, su bon­dad, y sus cualidades espirituales, que lograban imponerse a todos. Sus compañeros hallaron en él al guía de sabios consejos', al amigo que sabe alentar y consolar, al colaborador activo y abnegado.

Elegido Asistente General en 1898 y reelegido en 1900, marchá con todos los demás al destierro. Por el momento reside en Seint Remy (Bélgica); pero bien pronto marcha a visitar las misiones de Oceanía, comisionado por el Superior General. Recorre esta­ción por estación, comprueba satisfactoriamente los progresos rea­lizados, alienta y conforta a los misioneros, les reúne para concer­tar juntos planes de mayor eficacia, toma apuntes —muchos apun­tes— que le permitirán exponer con claridad la situación al Su­perior General. Sus artículos en los Anales son modelo de obser­vación.

Ante la renuncia del P. Lanctin en 1905, el Capítulo General le nombra para sucederle, encargándole que acelere el traslado de la Curia Generalicia a Roma. Nada podía serle más grato, dada la veneración, que, desde los años de estudiante, profesó a la ciudad de los Papas.

Su preocupación primera como organizador quedó cifrada en la reforma de las Constituciones pedida por la Santa Sede para acomodarlas a las necesidades de los tiempos nuevos. La comisión encargada, presidida honoríficamente por el propio P. Fundador, daba cima a su labor en 1907.

El P. Meyer había sido elegido, según el texto de las Constitu­ciones antiguas, para un período de doce años. Las nuevas lo li­mitaban a seis, pero sin efecto retroactivo. Al P. Meyer le corres1 pondía, por lo tanto, prolongar su mandato hasta el año 1917. El

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prefirió presentar su dimisión el año once para más perfecta aco­modación. La Santa Sede aceptó la renuncia, aunque especifican­do en el rescripto que había de conservar la voz pasiva en el pró­ximo Capítulo General.

Como era de esperar, fue reelegido y, esta vez, la primera guerra europea prolongará su mandato hasta 1920, fecha en que pasó a sustituir, al frente de la Provincia Francesa, al mismo a <quien había sucedido como General, él P. Lanctin. Provincial has­ta 1929, es nombrado aquel año superior de la residencia de París, que sólo contaba un año de existencia. El planeó la cons­trucción de la basílica de Santa Juana de Arco en París, a la que nuestros Padres franceses dan en la actualidad los retoques pos­treros.

La labor del P. Meyer, en los diferentes cargos desempeñados, fue ingente. Era de los hombres, que nunca creen haber hecho bastante. Fue necesaria toda su sabiduría, caridad y paciencia para gobernar la Congregación entera durante período tan aciago en la historia del mundo, y reconstruir después la Provincia Fran­cesa, reparando los estragos de la gran guerra.

Cuando el 12 de mayo de 1931 abría sus ojos a la eternidad; bien podían afirmar quienes le conocieron que desaparecía un sacerdote auténtico por su santidad, la pureza de su doctrina, la devoción hacía la Santa Sede y el celo de las almas.

Su vida no se concretó a las tareas de gobierno. Desarrolló un activo ministerio personal desde el pulpito y el confesionario. Du­rante los años de su generalato se hicieron famosos sus frecuentes predicaciones de retiros espirituales y fueron muchos los conven­tos de religiosos que reclamaron su asistencia como confesor.

Las cartas que dirigió a la Congregación muestran la profundi­dad del teólogo, la visión del estratega, la caridad del sacerdote, la comprensión del padre, él celo del apóstol y la preocupación del hijo amante por la prosperidad de la Congregación.

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OBOLO DE SAN PEDRO (1)

Saint Remy (Bélgica, 8 septiembre 1905,Fiesta de la Natividad de la Sma. Virgen

Muy amados Padres y Hermanos: Con singular alegría os da­mos a conocer algunos decretos emanados del último Capítulo General, que fueron no sólo aprobados, sino especialmente reco­mendados por la Santa Sede.

Nadie ignora que e) Sumo Pontífice se encuentra, particular­mente en estos últimos años, sumido en absoluta pobreza, ya que se halla desprovisto de toda ayuda temporal. Es, pues, lógico que los hijos pobres, tengan gran interés en socorrer al Padre, más pobre que ellos. En consecuencia, nos ha parecido oportuno, ofre­cer a nuestro amadísimo Padre, según nuestras escasas posibili­dades, una humilde prueba de profunda devoción. A cuyo fin el Capítulo General por acuerdo unánime y espontáneo, ha dictado los siguientes decretos:

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1. Cada sacerdote celebrará una Misa al mes a intención del limo. P. General, quien se encargará de hacer llegar los estipen­dios al Sumo Pontífice.

2. Los Hermanos Coadjutores y los Escolares, como también nuestros alumnos, ofrecerán por la misma intención una limosna espiritual, es decir, comulgarán y ofrecerán todas las buenas obras tic un día.

(1) Escrita en latín. El trozo del Cardenal Secretario de Estado está cu italiano. Es la última carta del P. General escrita desde fuera de Roma. Annlecta, 1905, pág. 44-46.

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Los Hermanos Coadjutores, Escolares y alumnos, en confor­midad con su afecto hacia el Padre común, pueden abstenerse libre y espontáneamente de alguna cosa, cuyo valor se destinará al Sumo Pontífice.

3- Trabajaremos con suma diligencia para lograr por medio del ejemplo o de la palabra que los religiosos y especialmente las religiosas se adhieran a tan santa obra.

Lo prescrito en el número 1.° practíquese a partir del día primero de octubre próximo.

I I

Apenas fueron dados a conocer al Papa los anteriores decretos, el Emnmo. Sr. Cardenal Merry del Val, en nombre del mismo Santo Padre, tuvo a bien dirigirnos la siguiente respuesta:

Reverendísimo Padre: El devoto y reverente documento fir­mado por V. P. y por vuestros Asistentes Generales ha sido del agrado del Santo Padre, que ha encontrado en el filial homenaje un motivo de consuelo y un feliz augurio para el desempeño de la delicada misión, que, recientemente, le ha sido confiada. Con este nobilísimo acto y con los generosos propósitos aceptados unánimemente por cada uno de los miembros del Capítulo Gene­ral, V. P. se ha dignamente preparado para gobernar a la Con­gregación y, al mismo tiempo, ofrece un ejemplo hermoso y re­comendable a los fieles, especialmente a los religiosos y a las religiosas.

El Santo Padre se lo agradece de corazón y le augura la ben­dición copiosa del Señor sobre su gestión para provecho de la Congregación y para que tenga el consuelo de ver copiosos frutos. Como prenda de las mejores gracias de lo alto el Santo Padre envía de todo corazón a V. P., a cada uno de los Asistentes y a la Congregación entera la bendición apostólica.

Al comunicárselo, me es grato manifestarle mi sincera estima.De V. P. Rma. affmo. en el Señor.

R. Card. M e r r y d e l V a l Roma, 30 de agosto 1905

Rmo. P. Superior General de los Misioneros del Sdo. Corazón- Lovaina.

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III

Aún me queda algo que añadir: A fin de evitar que todo el peso de este compromiso recayera sobre la administración provin­cial, ya excesivamente cargada con multiplicidad de atenciones y para no privar a los Padres de una ocasión de sacrificio y gene­rosidad por el Santo Padre, los miembros del Capítulo de común acuerdo, añadieron a los precedentes decretos las siguientes pa­labras : «Para que el sacrificio resulte más voluntario, espontáneo y agradable a Dios, el Capítulo General espera que los Padres ce­lebren por esta intención alguna de las Misas, que, según las Reglas, pueden reservarse.»

Ninguno habrá que no acepte con agradecimiento este deseo del Capítulo, ya que sabemos con certeza que nada perdemos con esta liberalidad, según la opinión piadosa y altamente probable, que afirma que el incruento Sacrificio, de valor infinito, vale igual­mente para las intenciones secundarias, que por piedad o por cari­dad, añade el sacerdote. Quienes, por tanto, estén dispuestos a ofrecer al Romano Pontífice tal testimonio de afecto, comuníquen- selo al Superior Local.

Pertenece al Superior Local determinar qué día del mes debe la comunidad ofrecer por este fin sus obsequios espirituales.

Determinen los Directores de los Escolares, Coadjutores y alumnos, de acuerdo con el Superior local, qué puedan ofrecer sus súbditos, si lo desean, en provecho de la Santa Sede.

Es incumbencia del Provincial enviar al General estas ofrenda®, a una con el número de misas celebradas.

Dios habrá de bendecirnos en el tiempo y en la eternidad, con todo género de bendiciones por este humilde y filial obsequio a nuestro Padre.

Vuestro affmo. Padre y siervo in Corde Jesu.E. M eyer, M .S.C. Sup. Gen

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LA POBREZA RELIGIOSA (1)

Roma, 25 de diciembre de 1905, Fiesta de Navidad

Muy amados Padres y Hermanos: A fin de cumplir el deber, que el Capítulo General, recientemente celebrado, nos impuso de recordar a todos las excelencias de la pobreza y sus frutos, aprovechamos la ocasión que nos ofrece la Natividad del Señor, que quiso que la pobreza fuera la primera virtud por El practi­cada desde la cuna, pues «por vosotros, siendo rico se hizo pobre, para que con su pobreza os enriqueciérais» (II Cor., 8, 9); que, más adelante, cuando por vez primera se puso a enseñar, señaló a modo de primer precepto «Bienaventurados los pobres de espí­ritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mat. 5, 3); que, finalmente, de aquellos que desean seguirle más de cerca exige, en primer término, el voto de pobreza.

Ahora bien, dos hechos atrajeron la atención y conmovieron el ánimo de los Padres Capitulares:

Primero: Habiéndose examinado convenientemente y puesto de manifiesto el modo cómo se atiende a la sustentación de los alumnos de la Congregación en el mundo entero y la forma de adquisición de cuantas cosas son necesarias para el desarrollo del ministerio e incremento de la Congregación, todos hubieron de admirar, con sincero reconocimiento, la munificencia de la Pro­videncia Divina, que quizá nunca como en nuestro caso comprobó de hecho la verdad de las palabras de Cristo: «No os angustiéis pensando en qué comeréis, ni os preocupéis con la idea de con qué habréis de vestiros... sabe vuestro Padre Celestial que tenéis necesidad de todas esas cosas» (Mat. VI, 25, 31). A través de

Q) Escrita en latín, Analecta, 1905, pág. 95-fV*

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circunstancias de lo más calamitoso, siempre y en todas partes, atendió a las necesidades de modo admirable. Tan constante y solícito cuidado del Padre Celestial por nosotros nos inspira una confianza inquebrantable para el futuro.

Por otra parte, para que la confianza no se transformase en in­curia y nos fuéramos paulatinamente apartando del espíritu de pobreza, abusando de los dones de Dios y permitiéndonos goces superfluos, Dios, «que ama las almas» quiso avisarnos seriamente, permitiendo que varias de las Provincias y casas de la Congrega­ción se vean agobiadas con deudas y cargas, que constituyen no pequeño impedimento para el incremento del Instituto y son fuente de dolorosa solicitud para los Superiores.

Debemos escuchar el aviso de Dios, cuyos dones hemos re- cibido con largueza, y abrazar la auténtica pobreza, por la que, desligados de impedimentos terrenos, nos hacemos más aptos para procurar la gloria de Dios y el bien de las almas. Por lo cual:

1.° A nadie permitan los Superiores, ni nadie se permita a si mismo el uso independiente de ningún bien temporal, especial­mente dinero. Esta práctica lesiona el voto. Todos deben apartarse con gran cuidado, de tal infidelidad, pues, «es preferible no hacer votos, que, haciéndolos, dejar de cumplirlos» (Eccle. 5, 4). Menos aún será lícito recibir objetos o dinero de parientes o amigos y reservárselo como propios. Todas estas cosas son para la Comuni­dad y sólo el Superior puede disponer de las mismas.

2.° Cuando con permiso usemos de cosas temporales, mostré­monos de tal manera parcos y circunspectos, que resplandezca en nuestra vida la auténtica pobreza apostólica, no avergonzándonos de la pobreza, sino abrazándola gustosamente en la comida, ves­tido, utensilios, libros, vacaciones, etc. Los religiosos, que suspi­ran por lo superfluo o viven como los ricos, no son discípulos de Cristo, sino de los fariseos.

3.° Examinemos a menudo cuidadosamente la conciencia para poder arrancar de nuestro corazón cualquier apego a las cosas te­rrenas y ejercitarnos eficazmente en el desprecio de las riquezas y en el amor de la pobreza. Así nuestra pobreza no será sólo una virtud negativa, sino positiva.

4.° Recuerden, en primer término, los Superiores que no tan­to son administradores de bienes temporales, cuanto custodios y maestros de la pobreza. Por tanto, olvidándose de sí mismos, pon­gan su solicitud en procurar a tpdos las cosas necesarias. Deste*

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rrando las costumbres superfluas y contrarias a la pobreza, hagan parcos a los demás, siéndolo ellos más aún. Atiendan a inculcar el espíritu de pobreza a los otros y redoblen la vigilancia en lo que a sí propios se refiere. Prevean el futuro para no dejar a sus sucesores una triste secuela de deudas. Finalmente, observen cui­dadosamente respecto de sus Superiores la dependencia que, con derecho, exigen de los demás, rindiendo fielmente las cuentas exi­gidas y manteniéndose dentro de los límites de su administración.

Si todos, unánimemente, nos adentramos por este camino de la pobreza cierto que no brillaremos al momento en todo género de virtud, pero sí lograremos un sólido fundamento de perfección. Los del mundo construyen sus familias sobre las riquezas; las familias religiosas edifican sobre la pobreza. Por lo cual no son pocas las órdenes regulares que han perecido por las riquezas y ni una, en cambio, por la pobreza.

Que la Santísima Virgen, nuestra Madre María, interceda por nosotros para que conservemos el espíritu del Hijo, que hoy nació de ella en pobreza. Estos sean los votos pascuales de vuestro» affmo. Padre y siervo en el Corazón de Jesús.

E. M e y e r , M.S.C. Sup. Gen.

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CELO APOSTOLICO (1)

Muy queridos Padres y Hermanos: Dios, Creador y Gober­nador de los individuos y de las sociedades, dió a éstas un fin pe­culiar, natural a las civiles, sobrenatural a las religiosas. Determinó que el fin prefijado constituyera de tal manera la razón de ser y de obrar de las mismas, que cuando de El se apartasen, perecie­ran abandonadas a sí mismas: «Todo árbol que no produce fruto bueno, será cortado y arrojado al fuego» (Mat. 3, 10).

En consecuencia, al fundar y desarrollar nuestra Congregación, le propuso un fin y nos lo impuso a nosotros para que con todo ahínco lo siguiéramos. La amplitud de este fin podremos medirla por los beneficios incontables con que quiso favorecernos la divina Bondad. Consiste en un culto peculiar de honor, amor y reparación al Corazón de Jesús y, además, en procurar el bien de las almas. Ambos elementos se entrelazan de tal manera en nuestra vida que lo uno no podemos conseguirlo sin lo otro. Así pues, hermanos carísimos, cuando todos vosotros os preocupáis de la salvación de las almas, honráis dignamente al Sdo. Corazón de Jesús.

«De todas las cosas divinas ostenta la primacía el cooperar con Dios en la salvación de las almas» (Dions., de coel. hierarchia. III). Por lo cual difícilmente hubiera podido conferirnos el Todopo­deroso una dignidad mayor, de suerte que nos sentimos forzados a decir con el Profeta: «Has honrado excesivamente a tus amigos, Señor» (Ps. 138).

Pero al honor corresponde una obligación, y obligación grave: «Si no hablas para que el impío recapacite, ciertamente morirá en su iniquidad; pero a ti te haré responsable de su muerte»

(1) Escrita en latín. No lleva fecha ninguna, ni lugar de origen: Ana­lecta, 1906, pág. 169-172.

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(Ecep. 33). Pena doble añadida a la ley: Perdición de las almas, y daño propio. ¿Quién será tan cruel que permita por culpa pro­pia la ruina eterna de un alma? ¿Quién tan nefasto para sí y para la Congregación que se atreva a provocar la ira del Dios vengador de las almas?

Animado, pues, cada uno por el amor y el saludable temor, trabaje de continuo por la salvación de las almas, dispuesto a no perdonar ningún trabajo a fin de alcanzarla: «¿Qué otra cosa es. el celo, sino un impulso de caridad que nos lleva a procurar pia­dosamente la salvación del hermano?» (Bern. hom. 38 in cant.). Nadie, satisfecho con una vida tranquila, busque únicamente la suyo; nadie trabaje solo para sí, olvidado de los demás. Por el contrario, todos, olvidados de sí mismos, procuren el bien del pró­jimo con el deseo, con oraciones, con el ejemplo, con obras.

Mientras reine en la Congregación un celo apostólico autén­tico, sincero, ardiente y sobrenatural, habrá prosperidad y descen­derá copiosa sobre nosotros la bendición del Señor. Por el contra­rio, si desaparece de la Congregación esta virtud, se vería privada de la asistencia divina y desprovista de la propia vida. Por lo tanto:

1) Todos los Superiores de cualquier categoría, consideren muy propio de sus sagrados deberes el proporcionar a cada una de sus súbditos un ministerio apto y útil. Es mucho más impor­tante emplear para el bien sabia e ingeniosamente a los que ya forman parte de la Congregación, que añadirle indiscriminada­mente nuevos miembros. Al Instituto no le aprovecha el número, sino la calidad de sus miembros.

2) Los religiosos estén dispuestos, a su vez, a abrazar vo­luntariamente y llevar adelante cualquier clase de ministerio, por humilde que sea e ingrato a la naturaleza. A ejemplo de Cristo Jesús, que durante la mayor parte de su vida se ejercitó, no sin gran provecho de las almas, en el humilde oficio de artesano, dediqúese con el mayor entusiasmo a cualquier cometido, en la casa, en un despacho, en la iglesia, en un colegio, en las misiones rurales, etc. Quien esté adornado de estas disposiciones nunca le faltará ocupación, ni dejará de producir fruto. En cambio, el que ambiciona un ministerio, excluyendo los otros, a menudo se verá ocioso y sin tener que hacer. Cada cual, pues, de tal manera debe estar dispuesto para los ministerios que le han confiado, que el Superior deba más bien frenarle que estimularle.

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3) De ahí que tampoco los Hermanos Coadjutores queden dispensados de practicar el celo apostólico : Ofreciendo sus cuida­dos domésticos por la conversión de los pecadores y de los infie­les y dándose asiduamente a la oración derramarán lluvia saluda­ble sobre los campos de las almas, pues, como asegura S. Ber­nardo (Ep. 202): «disponemos ahora de estas tres cosas: la pa­labra, el ejemplo, la oración; de las tres, la mayor es la oración, ya que ella alcanza la gracia y la eficacia para las palabras y para las obras».

4) Preocúpense los formadores de imbuir del celo apostólico a los novicios y a los alumnos de las escuelas apostólicas. Ensé­ñenles a ambicionar la salvación de las almas, dejando de lado la preocupación por sí mismos. Es más, tengan como signo cons­picuo de vocación la voluntad decidida de arriesgarlo todo por la salvación de las almas.

5) Puesto que nuestros carísimos hermanos, que viven entre infieles tomaron sobre sí la parte mejor, pero también la más costosa, todos habrán de honrarlos con peculi ai' dilección y ayu­darlos incondicionalmente, en especial, con oraciones y asidua co­rrespondencia epistolar, fundada en la caridad.

Si alguno, habiendo puesto su mano en el arado se siente tentado de mirar atrás, reflexione sobre estas palabras de S. Juan Crisòstomo (Liber III, de Lázaro) : Así como los manantiales con­tinúan manando, aunque no venga ningún aguador, y las fuentes envían constantemente sus ondas, aunque nadie saque el agua; y los comerciantes permanecen en sus puestos, aunque no vengan compradores; de la misma forma el que se preocupa por la glo­ria de Dios y la salvación de las almas, pondrá a contribución todo su esfuerzo, aunque le parezca conseguir fruto menguado.»

Lean los Superiores a sus religiosos esta carta, si es preciso traduciéndola a la lengua vernácula, y a menudo con estas o semejantes palabras, procuren encender a todos en el celo de las almas. Vayamos unidos a la consecución de nuestro fin.

Vuestro afectísimo Padre y siervo en el Corazón de Jesús, que desea «emularos con santa emulación».

E u g e n io M e y e r , M.S.C. Sup. Gen.

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LA PERFECCION DE NUESTRO ESTADO (1)

Muy amados Padres y Hermanos: Según nuestras Constitu­ciones, «el fin general de la Congregación es la santificación de sus miembros, principalmente por la observancia de los tres votos simples de pobreza, castidad y obediencia y de las Constitu­ciones».

En pocas palabras, el fin primario de la Congregación consiste en preparar y formar verdaderos y auténticos Religiosos; por tan­to, el fin correlativo de cada uno de sus miembros consistirá en mostrarse ante Dios Religioso, sincero y santo.

Nadie dejará de advertir la relevante dignidad que tal fin con­fiere a la Congregación, pues nada hay de más precio que dar al cielo santos y justos.

El mismo nombre «Religioso» suscita la idea de algo consu­mado y perfecto. No es el hombre unido simplemente con Dios, sino religado con El con vínculo nuevo. Cosa de suyo más exce­lente.

Cristo, nuestro Señor, que vino al mundo para consumar la obra de Dios, se esforzó en reducir a los hombres y unirlos con Dios por doble vía. Primero, por la vía de los Mandamientos, que es el camino común de la salvación eterna. Por lo cual, perfec­cionando la ley antigua, instituyó la cristiana que, promulgada por doquier, impuesta a la conciencia de todos los hombres, es norma para todos, es vida y es prenda de eterna gloria. De ella se dice «la ley del Señor es inmaculada, convierte las almas», ya que procediendo de un amor purísimo, conduce a los hombres con seguridad hacia la vida eterna, sin imponerles nada especial­mente alto y perfecto, sino sólo aquello que todos pueden realizar,.

Escrita en latín: Analecta, 1908, pág. 309-313.

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va que no prohíbe ni la posesión de los bienes temporales, ni el matrimonio, ni el uso del honor, ni el de la libertad, sino que se limita a encauzarlo todo. Esta es pues, la vía común de salva- •ción.

No obstante, como sabía que en todo tiempo habían de apa­recer almas, que emulando los carismas mejores, desearían se­guirle más de cerca y alcanzar mayor perfección, el Señor mismo, para no dar la impresión de que no le importaban, les mostró un camino especial y las formó, confirmó y dirigió por los consejos evangélicos. Es la vía de los Consejos o camino de perfección. A ella tocan las palabras del Señor: «El que quiera venir ei¡ pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mat. XVI, 24).

Más claramente establece la gran diferencia existente entre las dos vías cuando llegó hasta él aquel joven preguntando: «Maes­tro bueno, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?» Clara es la respuesta del Señor: «Si quieres conseguir la vida eterna, guarda los mandamientos.»He aquí la vía común de salvación por medio de los mandamientos, que Cristo esclarece aún más enu­merando los preceptos principales. Pero el joven insta: «Todo ésto lo he cumplido desde mi adolescencia, ¿qué me falta aún?» Movido de caridad inefable, responde Jesús: «Si quieres ser per- jecto, vende cuanto posees, dalo a los pobres, y... ven, sígueme.» He aquí la vida de perfección por medio de los consejos evangé­licos. Están claros el fin y los medios: Intima y perfectísima unión con Dios por medio de la renuncia completa de los bienes y placeres terrenos y negación de sí mismo. ¡Fin altísimo, camino áspero!

Sin embargo, a nadie se obliga, a nadie se grava con nuevos preceptos; se atrae el corazón invitándole, se rige la vida por medio de consejos. «Muchos son los llamados, pocos los escogidos», ■que de todo corazón emprenden este camino. No obstante, la gracia de Cristo no permanece infructuosa, y, entre los que se ven forzados a vivir en medio de las seducciones mundanas, se hallan no pocos que cultivan con tal fidelidad la pobreza volunta­ria, la vida inmaculada, la propia abnegación, que provocan de ordinario la admiración y ruborizan a los mismos religiosos.

¿Qué tiene, pues, de más encumbrado el estado religioso? Una perfección, si cabe, más alta, ya que es un estado permanente en el que los consejos pasan a ser ley propiamente dicha. Es cierto que el ingreso por este camino es enteramente libre, de tal suerte

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que ¿cualquier violación de la libéjtad en ¡ este punto,; haría invá­lida la profesión. Pero cuando unoilibremente emitió sus, votos, ya no permanece libre, sino que está’ obligado a entrar y , seguir por ía vía de la perfección, L,á vidái religiosa és, pu§s, un ©stSfilp •quy¡as, leyes son los consejos evangélicos y los religiosos están fe» estado de tendencia a la perfección, 'sin que pueda» dejarlo si» .culpa. • , ,, ■ ■1' :

Justamente, pues, nos enseñan unánimemente los Santos Pa­dres que nada hay en la tierra más sublime, nada más perfecto que;la, vida religiosa, ya que és como la coronación de la obra de Cristo. Citemos por todos a S. Gregorio Nacianceno: «Todas ¡lfes; ¡órdenes religiosas son el cielo terrestre, todas son las primicias de la grey divina, las columnas y coronas de la fe, la'piedra pré- ciosa, las piedras de aquel templo, cuyo fundamente y piedra angular es Cristo» (Orat. ult, in Jul.).

Y ahora aparece con claridad cuanto importa a la Congrega­ción y a nosotros mismos el que seamos todos y cada uno autén­ticos y genuinos religiosos. Se pueden distinguir dos clases de religiosos: Aquellos que conservan el hábito y las formas externas, pero carecen del espíritu interior de su estado; y aquellos, que unen a las formas externas la preocupación asidua por la perfec­ción. Los primeros quizá disfruten de las ventajas de la vida re­ligiosa y del céntuplo prometido en esta vida, pero se engañan miserablemente a sí mismos, desprecian el camino y los ejemplos de Cristo, se muestran cual sepulcros blanqueados a la manera de los fariseos, y si no se enmiendan, obtendrán el premio de los hipócritas. ¡Ojalá permanecieran en el mundo los que llevan vida mundana bajo el hábito religioso!

El otro grupo de religiosos nada más ambiciona, siguiendo los pasos de Cristo, que negarse a sí mismos, tomar su cruz y mostrar­se ante Dios, como aparecen ante los hombres. Con mano maestra los retrató S. Gregorio: «Sus riquezas consisten en la pobreza, su descanso en caminar, su gloria en el desprecio, su fuerza en la enfermedad, su fecundidad en el celibato. Tienen sus delicias en no buscar delicias. Son humildes con la gracia del reino celeste. Nada tienen en el mundo y viven por encima del mundo. Viven en la carne, cual si no la tuvieran. Tienen a Dios por herencia, viven en privaciones por el reino de los cielos y reinan a causa de sus privaciones» (Orat. XII).

Alcáncenos 1q Virgen María del dulcísimo Corazón de Jesús,

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bajo cuya protección hemos abrazado nuestra vida religiosa, la gracia de que ninguno de nosotros sea religioso únicamente de hábito y apariencia, sino que todos animosa e infatigablemente corramos por la vía de la perfección y en ella perseveremos hasta el fin. La Congregación no sería entonces higuera infructuosa, sino que los buenos frutos le acreditarían de árbol bueno.

Esto pide para vosotros de todo corazón vuestro affmo. siervo en el Corazón de Jesús.

E. M eyer , M.S.C. Sup. Gen.

Roma, 8 de diciembre de 1908, en la fiesta de la Inmaculada Concepción.

LA VIDA COMUN (1)

Así como el alma está unida al cuerpo, de la misma forma el espíritu religioso debe revestir una forma externa. Esta forma externa del estado religioso no puede ser otra que la vida común- De tal manera que, sin ella, el religioso no puede alcanzar su fin adecuadamente, ni llenar plenamente sus deberes, ni disfrutar de las ventajas que debe procurarle su profesión. Así es en nuestra pequeña Congregación. En efecto, el culto que espera de nosotros el Corazón Sagrado de Jesús, no es un homenaje individual, sino común, en conformidad con las palabras del Evangelio: «Allí donde dos o tres se junten en mi nombre, estaré yo en medio de ellos» (Mat. XVIII). No hemos sido llamados a pelear solos contra los enemigos de Dios por la salvación de las almas. Debemos mar­char al combate, en líneas compactas «como ejército dispuesto en orden de batalla».

Apenas podemos practicar ni la pobreza, que exige constante dependencia en el uso de los bienes temporales, ni la obediencia sobre todo, que debe someter libremente nustra voluntad a la de los Superiores, sino vivimos vida común.

Finalmente, el mismo Espíritu Santo se encargó de enseñamos la gran utilidad de la vida de comunidad para perseverar: «Me­jor es estar dos, que permanecer solo, pues tienen la ayuda de su unión: Si el uno cae, es sostenido por el otro. Desgraciado de

(1) Publicada en latín y francés: Analecta, 1909, pág. 393-402.; La circular está evidentemente inspirada en la necesidad de mantener la cohesión de la Congregación en medio de la dispersión impuesta por las angustiosas circunstancias políticas de diferentes naciones, sobre todo Fran­cia, que amenazaban con dar al traste con la vida misma de la Congregación. Como los avisos aportados tienen valor universal por los principios en que se apoyan, tiene la circular aplicación perfecta en los tiempos actuales.

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aquel que está solo, pues si cae, nadie le levantará... Un lazo triple con dificultad se rompe» (Eccle. IV). No es de maravillar que en el correr de los siglos, la yida de comunidad se haya con­vertido en toda la Iglesia en la forma esencial del estado religio­so, a la que nadie puede impunemente sustraerse.

Para comprender su importancia que mediten nuestros reli­giosos a menudo en las singulares ventajas, que reporta. En pri­mer término en orden a la Propia santificación. He aquí lo que pulcramente escribe Tomás de Kempis: «En la vida de comuni­dad, las obligaciones son múltiples y muchas las delicadezas de la caridad. Cada cosa tiene su tiempo, y cada cual atiende a su ocupación guiado por la, obediencia. El enfermo es atendido por el más fuerte. El sano, al visitar al enfermo se goza de servir al mismo Cristo. Cuando uno falla, otro asume su puesto. Los miem­bros sanos se esfuerzan-en favor de los débiles. El uno trabaja por el que reza, el otro reza por el que trabaja. El hombre encuentra allí muchos que oran por él y le defienden contra el demonio en el momento postrero. Tiene tantos auxiliares como compañeros» (Tom. Kempis, serm. II).

De modo aún más elocuente escribe el Papa San León acerca de las ventajas que la vida de comunidad ofrece en orden al ministerio apostólico: «Aunque el soldado de Cristo pueda lu­char solo con éxito, sin embargo, estará- más seguro y será más fuerte frente al enemigo, sí, unido con todos-sus hermanos bajo las banderas del Rey invencible, se empeña en una batalla orga­nizada. Es menor el riesgo de los que combaten, pues protegidos con el escudo de la fe, cada uno queda resguardado por la fuerza de todos. El esfuerzo de todos, conduce a una victoria común» (S. León, serm. IV, mens. VII).

Nuestros carísimos hermanos, que con tan denodado esfuerzo trabajan por la salvación de las almas entre los infieles podrían expresarnos de manera elocuente cuán grande son la tristeza y peligro de la vida aislada y cuantos los consuelos y las fuerzas que procura la vida de comunidad.

De esta forma podemos concluir con varios autores de Vida espiritual que el amor y la práctica de la vida de comunidad son uno de los signos más ciertos de vocación religiosa; mientras que tíl disgusto y el abandono de es.tas,prácticas abocan a serio pelU gro de no perseveraihcia,, 0 : , ..........

Para aumentar entre nuestros religiosos el espíritu de comuni­dad, les recomendamos con sumo interés y prescribimos la ob­servancia de los siguientes puntos:

I. Que aquellos que tienen la suerte de vivir en comunidades regularmente constituidas, no busquen únicamente las ventajas de la vida de comunidad, sino que se preocupen también de asu­mir las obligaciones y deberes. Que todos se esmeren en ofrecer ejemplo de regularidad, obediencia y silencio; que se muestre,» siempre caritativos, amables, pacientes; sean los primeros en I¿ abnegación y solicitud por los demás; ayúdenles con sus oracio­nes. El modo ideal de gustar las delicias de la vida de comunidad consiste en olvidarse de sí mismo para preocuparse de alcanzar todo lo bueno para sus hermanos. Si todos marchan animados de estas disposiciones, nuestras comunidaidés ofrecerán muy pronto la semblanza de la primitiva iglesia, donde pensamientos y afectos eran comunes. Nuestro Señor tendría en ellas sus divinas compla­cencias.

II. Desgraciadamente, las circunstancias políticas y religiosas de algunos países y las necesidades creadas por el ápóstolado, principalmente en nuestras misiones, no siempre permiten el es­tablecimiento de comunidades regulares. Al menos debemos no perdonar esfuerzo alguno a fin de procurar a los religiosos, que se ven forzados a vivir en estas condiciones, las ventajas que re­porta la vida de comunidad. Solicitud, que incumbe de un modo especial a los superiores, que deben velar para que se reúna número suficiente para poder practicar en común los ejercicios principales de la regla. Así pues, que nunca quede solo ninguno de los nuestros, raramente dos, siempre, al menos, tres. No tienen los superiores responsabilidad más grave que ésta. A ella tienen áplicación las palabras de S. Pablo: «Sean vigilantes, pues tienen que rendir cuenta de las almas confiadas» (Hebreos XIII, 18). Si nuestros religiosos se ven forzados a vivir aislados y separados, a manera de sacerdotes seculares, pronto vendría abajo la vida religiosa con daño seguro del ministerio apostólico.

A cuantos de nuestros padres se vean precisados a vivir así en pequeños grupos, les suplico por el Sdo. Corazón de Jesús, que se ájusten a las observancias comunes con tanta mayor fidelidád cuanta mayor sea la dificultad. Si viven cuatro o tres juntos, así

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mismo, si por necesidad viven sólo dos, por ejemplo: un Padre y un Hermano, que no se abstengan jamás de los puntos siguientes, que se propondrán observar cueste lo que cueste:

a) Levantarse a la hora fijada por la Regla. Es de una impor­tancia capital comenzar bien la jornada.

b) Recitarán en común, dialogando, las preces de Ja mañana y de la noche.

c) Harán en común la meditación entera, el examen de con­ciencia y la visita kl Smo. Sacramento.

d) La comida sea en común, precedida y seguida de las pre­ces habituales y de una corta lectura de la Sagrada Escritura o de la Imitación de Cristo.

e) Los recreos tómenlos en común.f) Asimismo el retiro mensual para mutua edificación.g) El retiro anual, finalmente, que nadie, bajo ningún pretex

to, lo omita o lo abrevie. Es la salvaguarda del fervor y de la perseverancia.

El Divino Maestro dará a todos cuantos se mantengan fieles a este común obrar la corona de gloria prometida a los que perma­neciesen fieles hasta el fin en el interés y cumplimiento de sus obligaciones.

III. Puede suceder, sin embargo —y el caso es desgraciada­mente demasiado frecuente en los calamitosos tiempos por los que atraviesa la vida religiosa en Francia— que alguno se vea pre­cisado a permanecer aislado en el cumplimiento de determinado cargo o ministerio. Siendo como son, religiosos, no pueden verse totalmente privados de las ventajas de la vida de comunidad. Que los Superiores les asistan con particular solicitud y abnegación constante. Visítenlos o, al menos, escríbanles, anímenles y ayú­denles de todas las formas posibles. Que ellos, por su parte, se unan sentimental y afectivamente con sus hermanos lejanos, cum­pliendo a las mismas horas los ejercicios que otro tiempo ¡Ay! fueron comunes. Que continúen siendo para ellos la manifestación de la divina voluntad las observancias comunes; aténganse cui­dadosamente a las prescripciones del número anterior; de esta forma, no estarán, en realidad, totalmente alejados de sus hermas

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nos. Hacia ellos irá la oración emocionada y fervorosa de los her­manos que viven en comunidad y cada tarde les enviarán el con­movedor saludo:

« ¡ Por nuestros hermanos ausentesSalva, oh Dios mío, a tus siervos, que esperan en tí!»Si todos nuestros religiosos permanecen fieles a este espíritu

y a estas prácticas, lejos de temer una disolución de la Congre­gación, la veremos más fuertemente unida y más vigorosa para trabajar por la gloria de Dios y la salvación de las almas.

Instantemente os pedimos, amados Padres y Hermanos, que unáis vuestras fervorosas oraciones a las nuestras para obtener del Corazón de Jesús esta preciada gracia por medio de Nuestra Señora.

E. M eyer , M.S.C.

Roma, 8 de diciembre de 1909, en la Fiesta de la Inmaculada Concepción.

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PRIMER FIN ESPECIAL DE NUESTRA CONGREGACION (1)

Todos los institutos religiosos coinciden en un fin general, la' santificación; pero se diferencian en el especial, que es propio y característico de cada uno. Género próximo y diferencia última,, que rotularían los escolásticos, ya que ambos pertenecen a la esencia del Instituto y lo constituyen. Los mismos ángeles se divi­den en el cielo en nueve coros¡ con función determinada cada uno,, pues no hay entendimiento creado capaz de abarcar por sí solo lodás las facetas de alabanza divina. Es mucho más lógico si cabe, que los hombres débiles e imperfectos, queden encuadrados en el cumplimiento de un determinado cometido. El fin especial de tal manera está entrañado en el espíritu de cualquier instituto íeligioso que quien quisiera alcanzar la perfección por la obser­vancia común de los tres votos, pero prescindiese del fin especial, sería quizá religioso, pero no pertenecería a ninguna de las familias' religiosas establecidas.

Aparece con claridad la necesidad de que los nuestros conoz­can y con todas sus fuerzas traten de alcanzar el fin especial de nuestra Congregación. Tanto más cuanto que nuestro fin especial contiene cuanto el espíritu más sensible y exquisito puede exigir, ya que abarca lo más elevado y de valor eterno, Dios y las almas.- Meditemos juntos la primera parte de ese fin especial. Lo que

hace referencia a Dios. Es lo más íntimo, pues se oculta en nues­tros corazones ; pero es también lo de mayor relieve.1 Es de admirar por cierto, el celo desplegado por los nuestros- én el apostolado, procurando la salvación de las almas; pero, aún en él ejercicio del ministerio conviene recuerden que ante todo

(1) Analecta, 1910, pág. 486-498. Publicada en latín y francés. He seguido, de ordinàrio, el léxto francés, que es fácil suponer sea el original.

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se deben al directo e inmediato servicio de Dios, teniendo además presente que el culto divino es fuente perenne de auténtico celo apostólico. :

Nuestro fin especial, «en relación con Dios, consiste en que sus miembros den un culto del todo peculiar al Sdo. Corazón, especialmente en el Sacramento de la Eucaristía, se esfuercen en desagraviar con obsequios y obras dignas las injurias que le son inferidas por los hombres ingratos, y, tomándolo como modelo, imiten con todo ahínco sus virtudes» (Const. 3-a).

Por elección divina y vocación particular nuestra estamos ads­critos al servicio del Verbo Encarnado, Cristo Señor nuestro. Ho­nor insigne, responsabilidad máxima. Nadie piense que es menos honorable el Servicio de Cristo que el de la Majestad Divina. Cristo es verdadero Dios, Hijo de Dios, co-partícipe con el Padre de la misma naturaleza divina. Quien fielmente sirva a Cristo puede gloriarse de auténtico siervo de Dios.

Servidores de Cristo, llamados a desempeñar junto a él fun­ción especial, conviene ante todo que le seamos presentados y tomemos contacto con El. Encontramos a Jesús, todo El, nada se nos escapa: Es Dios con sus infinitas perfecciones y poderes, es el Dios a quien le es debido el honor, la gloria, la alabanza, el amor, el servicio; pero ha tomado la naturaleza humana y nos encontramos frente a la humanidad de Cristo, con su cuerpo, su alma, su corazón, formando un todo vivo y operante, desde la •cuna al Calvario, desde el Cielo al Tabernáculo de los altares. Nada de cuanto le afecta puede sernos indiferente.

He aquí nuestro Maestro: El Hombre-Dios. Adscritos a su .servicio personal e inmediato, no debemos abandonarlo, sino per­manecer en su presencia, con los ojos, el corazón y el alma fijos •en El, poniendo a contribución por El todas nuestras energías. Somos sus religiosos, es decir, estamos vinculados a El enteramen­te y por siempre para llenar nuestra misión, para ser sus misio­neros. Y para que no erremos el camino en la búsqueda de nues­tro Maestro, nuestras Constituciones nos advierten que le sirvamos de modo especial «en el Smo. Sacramento». Está presente en cada una de nuestras casas, está muy cerca de nosotros. No es difícil encontrarle. Sea, pues, ante el Sagrario, nuestra morada preferida.

El servicio especial que de nosotros espera es «un culto pecu­liar a su Sagrado Corazón», que es lo más íntimo, profundo y

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amable en El. Nos lleva de inmediato hacia su Corazón en pri­mer . lugar para que le conozcamos. Mirémosle: Es un corazón de carne, pero informado por la más bella, excelente y poderosa de las almas y además unidos real y substancialmente a la Divi­nidad del Verbo. Es un Corazón abrasado en inmenso amor de Dios y de los hombres. Hoguera de amor encendida el día mismo de la Encarnación, avivada de continuo durante los años de su vida mortal, no pudo apagarse ni siquiera con la muerte en Cruz y durará perpetuamente en la Eucaristía y en el Cielo. Brota ese ardentísimo amor del Corazón y alma de Cristo, sin que deje de ser acto del Verbo Encarnado y, por tanto, en perfecta conformi­dad con el amor de Dios. He aquí los tesoros de amor que habre­mos de investigar, si queremos conocer al Sdo. Corazón de Jesús.

Mas no basta con conocerle: Es necesario reconocerle, es decir, aceptarle, complacernos en El, admirarle, confundirnos en su presencia. Es necesario amar a quien puede y quiere darnos un amor de tal naturaleza; pero es necesario amarle con locura, con un amor que arda hasta el agotamiento para surgir con más fuerza, sin extinguirse jamás; con un amor, que apague todo otro amor y quede solo en nuestro corazón, aumentándole conti­nuamente la fuerza de amar; con un amor que envuelva todos nuestros actos y los dirija eficazmente hacia el Corazón de Jesús.

Finalmente, es necesario imitar su vida y sus virtudes; no vivir ya en nosotros, sino en El, de suerte que nuestro Corazón se transforme en el suyo y se haga uno con El: Cor Unum. He aquí el oficio que el Divino Maestro quiere que desempeñemos en su presencia. He aquí cuál debe ser nuestro pensamiento ha­bitual. Cumpliéndolo seremos servidores fieles, verdaderos reli­giosos de nuestra Congregación. Todos nuestros ejercicios de pie­dad deben tender a crear, mantener y consumar este estado de ánimo. Adquieren así su genuino sentido y conquistan el puesto de preferencia entre nuestros deberes, hasta el punto que descui­darlos significa prácticamente el abandono de nuestra vocación.

Hay que tener en cuenta otro elemento: Jesús ama, pero no es amado. Más aún, es odiado, ultrajado, abandonado, blasfemado, maltratado, traicionado. Por doloroso que resulte es necesario cons­tatar este hecho: Es larga la letanía de ingratitudes e infamias con que los hombres corresponden al Corazón de Jesús. No habla­mos aquí más que de los ultrajes, que son directamente infligidos a la Humanidad santa de Nuestro Señor Jesucristo. Como hombre,

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tiene derecho a la reparación que la ley de Dios exige para todo hombre despojado, golpeado, calumniado, injustamente tratado. Mientras que El, verdadero Cordero dé Dios, ha venido a la tie­rra para reparar todos los ultrajes cometidos por los hombres conr tra la infinita Majestad de Dios, ¿quién reparará las injurias, los abandonos, los sacrilegios, las profanaciones, de las que ha sido y es objeto cada día su Humanidad santísima, sobre todo en la Sagrada Eucaristía? El alma sinceramente amante no podrá me­nos de impresionarse ante el hecho del abandono de Jesucristo por los hombres, por los que El se ha desvivido. Por ello habrá de sufrir necesariamente, y, encontrando expedito el camino, se dará de lleno a la reparación. Aquí tenemos definida la reparación es­pecial y peculiar, que forma parte esencial de la devoción al Sagrado Corazón y que puede formularse así: «Ser para el Co­razón de Jesús lo que El ha sido durante su vida mortal para el Dios, su Padre; y, en consecuencia, tomar sobre sí los ultrajes a El inferidos para expiarlos, como El expió las ofensas dirigidas a Dios.»

Nuestro amor personal hacia Cristo es suficiente para hacernos abrazar esta reparación. Pero estamos asimismo obligados por el título de nuestra vocación. En efecto, por encargo de la Iglesia,' que es tanto como decir por encargo de Dios, estamos obligados a tomar sobre nosotros la representación de los pecadores y expiar ante Jesús los pecados contra El cometidos. Hemos aceptado esta misión el día de nuestra profesión Religiosa. Somos, pues, repara­dores por deber de estado, como por ese mismo estado nos llama­mos y somos religiosos.

Para cumplir dignamente con esta misión no basta amar, es necesario sufrir. Es necesario compartir los ultrajes hechos a Jesucristo, sobre todo en la Eucaristía, sentirlos y mirarlos como hechos a nosotros mismos, llevar en nuestra propia alma toda la tristeza, todo el dolor, toda la amargura, que ha experimentado el Corazón de Jesús a causa de estos ultrajes y, finalmente, conso­lar, vivir más asidua y obsequiosamente en .su presencia, prodi­garle amor más continuo, más puro, más delicado; desear amarle por los que no le aman, honrarle por los que le blasfeman, ser­virle por los que le atacan, serle fiel por los qué' le odian, sé# todo para El por los que no quisieren ser nada. La reparación

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■constituye de este modo una fuerza que alcanza la suma de la perfección y del amor. Una vez que el alma ha penetrado por este camino, ya no se detiene.

Ahora vemos con claridad cuál debe ser nuestra vida inte­rior, cuál nuestro estado de ánimo: Ser uno con Jesús en el amor, la reparación, el sufrimiento. Nada más profundo ni su­blime. ¡Cuán lejos está de la superficialidad y apego a las cosas del mundo común a tantas almas!

Todos nuestros religiosos deben poner sumo interés en alcan­zar esta meta. Sin ella todo lo demás será vano e inútil. Nuestra misma vocación quedará vacía de sentido y privada de mérito. Ella, en cambio, lo vivificará todo, hará fecundo nuestro apostola­do, ya que le son perfectamente aplicables las palabras de la Escritura: «Mittet radices deorsum, et faciet fructum seorsum»: Cuanto más profundamente penetre en nosotros, más abundantes serán los frutos exteriores (IV Reg. XIX).

Tal fue la vida de la bienaventurada siempre Virgen María, nuestra Madre: Comenzó en su concepción inmaculada esta unión con Dios. Más adelante se asoció a todos los cuidados y todos los dolores del Corazón de Jesús. Que sea ella, por tanto, nuestro modelo y que en este día de fiesta, que es también el aniversario de nuestra fundación, obtenga del Corazón de Jesús para cada uno de nosotros el espíritu de amor y de reparación, que es el fundamento de nuestra vida religiosa.

Es lo que sinceramente le pide vuestro affmo. en el Sdo. Corazón.

E. M e y e r , M . S. C.

Roma, 8 de diciembre de 1910, en la fiesta de la Inmaculada Concepción.

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LAS ARCHICOFRADIAS (1)

Me complazco en comunicaros la gracia nueva e insigne que S.S. Pío X, movido por su paternal benevolencia para con nosotros,, ha concedido a nuestra Congregación y a las Achicofradías que le están encomendadas.

El texto del rescripto lo encontraréis en la primera parte de este fascículo (2). No juzgamos oportuno darle publicidad ni en los Anales, ni en otras publicaciones, por hacer sólo referencia al régimen interno de la Congregación o de cada una de sus casas. Basta que sea conocido y puesto en práctica por los nuestros. Debe estimularnos a nueva y más ferviente adhesión al Sumo Pontífice y a intensificar el celo por la propagación del culto al Sdo. Corazón, y de la devoción a la Virgen Santísima y a San José. Por lo cual deseamos explicar mejor el sentido del Rescripto y dar las normas oportunas para su ejecución en la Congregación entera.

1. En cuanto a la Archicofradía de Nuestra Señora del Sdo. Corazón conviene recordar el Decreto de 28 de abril de 1879, en el que se afirma que la Sede Apostólica declaró que la Con­gregación de Misioneros del Sdo. Corazón «estaba unida con¡ vínculo indisoluble con la Archicofradía de Ntra. Sra. del Sdo. Corazón... y decretó el Sumo Pontífice que la Archicofradía es­tuviera totalmente sometida al cuidado y régimen de la Con­gregación de Misioneros del Sdo. Corazón». Es más, la misma existencia y desarrollo de la Congregación estuvieron tan vincula­dos a Nuestra Sra. del Sdo. Corazón, que tuvieron pleno efecto las palabras de S. Juan M.a Vianney dirigidas a nuestro Fundador: «En este instituto la Sma. Virgen lo hará todo.»

(1) Escrita en latín, Analecta, 1912, pág. 119-126.(2) Analecta, 1912, pág. 114.

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Lo que sucedió hasta ahora, sucederá también en el futuro, pues Dios no cambia el orden de sus gracias. Por lo cual ponemos confiadamente en la devoción a Ntra. Sra. del Sdo. Corazón la esperanza del incremento futuro, de la perseverancia en el fer­vor, del fruto copioso. Para no frustrar esta esperanza todos los nuestros deben propagar el culto de nuestra Madre y Reina con todo el fervor y con todas las fuerzas que su amor les inspire. Nos ayudará eficazmente el nuevo rescripto que hace más sólido aún aquel lazo indisoluble, al extenderlo a todas las casas de la Congregación.

En efecto, cualquier casa de la Congregación, en virtud del nuevo privilegio, una vez erigida, se hace partícipe de todós los -derechos pertenecientes a la Archicofradía y se constituye en centro para la región en que radica, de suerte que todos aquellos cuyos nombres, no importa de qué modo, sean enviados a la casa, quedan inscritos en la Archicofradía y participan de todas sus indulgencias y demás privilegios que le fueron concedidos. Por lo cual nos ha parecido bien determinar que en las casas que •disponen de iglesia o de oratorio público, se erija, con la auto­rización del Ordinario, una cofradía local de Ntra. Sra. del Sdo. •Corazón, y sea agregada con documento auténtico a la Archico­fradía Universal de Roma, para los fieles de aquella región, que podrán reunirse en días determinados para practicar en común algunos ejercicios piadosos. En estas casas, al igual que en todas las demás, haya un registro en el que se inscriban todos aquellos fieles que, aunque estén ausentes, desean ser admitidos en la Ar­chicofradía para participar de sus privilegios. Procuren nuestros religiosos, cuando dan misiones o ejercitan otros ministerios, ex­hortar a los fieles a dar su nombre a la Archicofradía y los con­tarán entre sus miembros, comunicando los nombres al Superior Local. Este Superior habrá de tener estampas o cédulas de agre­gación, que él mismo podrá firmar para todos aquellos fieles que se inscriben en su propia casa, cuidando de que les sean en­viadas a los nuevos inscritos. Cúidense los Provinciales de que liayá siempre abundancia en todas las comunidades de tales es­tampas o cédulas de agregación y traten por todos los medios de estimular el celo de los Padres para conducir a los fieles a la piadosa familia de Ntra. Sra. del Sdo. Corazón.

2. A fin de dar mayor incremento a las Archicofradías para recoger frutos más copiosos, se estableció con la aprobación de

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la iglesia el cargo de celadores y celadoras. Pero conviene expli­car la razón de este cargo. Los celadores y celadoras de la Archi­cofradía no tienen nada que ver con los de la P.O. Estos son títu­los honoríficos, mientras aquéllos llevan consigo autoridad recono­cida. Tienen el derecho de recibir, reunir e inscribir los nombres •de los fieles que quieran pertenecer a la Archicofradía, de suerte que cualquiera puede disfrutar de todas las indulgencias y privi­legios de la Archicofradía desde el momento de su inscripción por el celador. Aparece con claridad la gran importancia de este puesto, tanto para el incremento como para salvaguardar el orden en la Archicofradía. Celadores y celadoras pueden constituirse en ayudantes preciosos de nuestros Padres en la propagación del culto a la Madre buena y pueden excitar en muchos fieles la confianza en la segura intercesión de María ante el Corazón de su hijo.

Para la legítima investidura con el cargo de celador o celadora se requiere y basta ser nombrado explícitamente por el Superior General de la Congregación, que es al mismo tiempo Director General de la Archicofradía, o por alguno de aquellos que él de­legare. Por las presentes letras delegamos permanentemente en todos y solos los Superiores Provinciales, pro tempore existentibus, y durante su mandato, la facultad de nombrar, cada cual en su provincia, los celadores y celadoras de la Archicofradía de Ntra. Señora del Sdo. Corazón, y de revocar su nombramiento por causa justa. Pero les rogamos encarecidamente y les imponemos que procedan con máxima prudencia en tales nombramientos, pues de la misma manera que los celadores verdaderamente capaces pue­den ser de gran ayuda para la Archicofradía, pueden constituir grave detrimento e incluso escándalo, los indignos o ineptos, Por lo cual elegirán para estos puestos, tras informes fidedignos, a fie­les piadosos de ambos sexos, notorios por su integridad, probada virtud, piedad, juicio recto y sereno, y por la estima de los de­más. Cuiden de que todos estos sean bien instruidos en sus derechos y obligaciones, y que, por lo menos, dos veces al año envíen los nombres de los inscritos a cualquiera de las casas de la Provincia. Pueden extenderles un diploma acreditativo de su nombramiento. El Provincial ha de tener un registro especial con sus nombres, comunicarse frecuentemente con ellos ya por car­tas, ya de otro modo cualquiera, y vigilar para que todo proceda ordenada y prudentemente.

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Conviene también recordar tanto a los nuestros como a los celadores, que inscriben a los ausentes, que la Sda. Congregación de indulgencias y reliquias, advirtió en 1880 que «también pueden inscribirse los ausentes en estas piadosas asociaciones, pero guar­dando la mente, el espíritu y la finalidad del decreto, de suerte que no sólo se busque aumentar el número, sino que se atienda también a la devoción del que se inscribe; no se proceda im­prudente y superficialmente, amontonando nombres, sino con dis­creción, de suerte que, en cuanto sea posible, se inscriba sólo a quienes, aunque ausentes en cuerpo, están presentes en espíritu y quieren ser inscritos en la pía asociación, cumplir sus obligaciones y lucrar las indulgencias». Estas sabias palabras definen bien las obligaciones de los celadores. De ahí que haya de procurarse con interés no dejar solos a los nuevos inscritos, sino procurar que participen en la vida y en las obras de la Archicofradía por medio de la lectura de los Anales, la recitación cotidiana de las preces, etcétera. Por este medio aumentará sin cesar la familia de Ntra. Señora.

4. Pío X ha extendido idénticos favores a Jas otras dos Archi- cofradías confiadas a nuestra Congregación, a saber, la de S. José, Modelo y Patrono de los amantes del Sdo. Corazón y la del Culto perpetuo de honor, reparación y súplica al Sdo. Corazón de Jesús. Con esta gracia nos ofrece el Sumo Pontífice un medio para mejor alcanzar el fin de nuestra vocación. Ciertamente que ahora podrán nuestros religiosos con más facilidad en cada una de nuestras, casas promover el culto de honor, reparación y súplica al Sdo. Corazón y de este modo impulsar a las almas hacia ese divino Corazón, fuente de todas las gracias. Además, como en la vida escondida de la Sagrada Familia en Nazaret estuvo S. José tan íntimamente unido con Jesús y con María, la Congregación, re­cordando los muchos beneficios que a San José debe, se esforzará en la propagación de su culto, tan acepto al pueblo cristiano. En consecuencia, todo cuanto arriba dejamos dicho sobre la Archico­fradía de Ntra. Sra., lo hacemos extentivo a las otras dos. Vigilen todos los Superiores locales para que sus comunidades respectivas se conviertan en centros activos y eficaces, a los que converjan los fieles, que desean honrar al Sdo. Corazón y de los que irradien las gracias, que muevan los corazones a más alta virtud. Asimismo, facultamos a todos los Superiores Provinciales, pro tempore exis-

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tentibus, y durante su mandato, para nombrar celadores y cela­doras de estas dos Archicofradía.s con las mismas condiciones y normas señaladas para la Archicofradía de Ntra. Sra. del Sdo. Corazón.

5. Me complazco en recordar a todos el privilegio concedido a todos nuestros sacerdotes de poder bendecir e imponer el es­capulario del Sdo. Corazón y también la facultad otorgada al Superior General de delegar idéntica potestad a los sacerdotes pertenecientes a la Archicofradía de Ntra. Sra. del Sdo. Corazón. Tenemos hojas de esta delegación y con gusto las enviaremos a cuantos las soliciten.

6. Finalmente, para salvaguardar la unidad y precaver erro­res, decretamos que en el futuro no se envíe a la imprenta antes de su aprobación por el Superior General cualquier folleto, hoja suelta, manual, que contengan los estatutos de cualquiera de las tres Archicofradías o traten exprofeso de las mismas.

Sólo nos queda desear que estos insignes privilegios concedi­dos por el Sumo Pontífice y las normas aquí expuestas tengan efecto pleno para la gloria de Dios y de Cristo, Señor nuestro, para el incremento del culto a Ntra. Sra. del Sdo. Corazón y a San José y para la salvación y santificación de las almas. Que cada uno de los nuestros se esfuerce en lograrlo según sus fuerzas. Con esta intención pide al Sdo. Corazón su gracia, vuestro humil­de y devoto siervo in C. J.

E. M e y e r , M . S. C. Sup. Gen.

Roma, 8 de diciembre de 1912, en la fiesta de la Inmaculada Concepción.

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ADMINISTRACION DE LOS BIENES TEMPORALES (1)

Reverendos y amados Padres: Es para mí una satisfacción presentar y recomendar a la atención de todos cuantos tengan alguna parte en el gobierno de la Congregación, las páginas si­guientes, en que el P. Linckens ha resumido los principios y las reglas prácticas, que deben presidir la administración de los bie­nes temporales de nuestra Congregación (£). Como dice muy bien él mismo, no ha pretendido hacer un curso de teología o de de­recho canónico, ni un tratado de contabilidad y, menos aún, un código oficial de leyes y obligaciones, que rija Ja materia, sino sólo una exposición clara y precisa de la manera cómo habrán de comportarse aquéllos a quienes incumbe la obligación de adminis­trar los bienes temporales de una comunidad, de suerte que cual­quiera que vaya animado de buena voluntad pueda encontrar allí una guía fácil y segura para el desempeño de los deberes de su cargo. El lector atento habrá de reconocer que el autor ha conse­guido plenamente su propósito, pues encontrará en pocas páginas, sencillas y claras, cuanto precisa saber en esta importante materia.

Hay que reconocer que este trabajo responde a una auténtica necesidad. Constatamos en nuestros días en los países más adelan­tados, una doble corriente contradictoria. Mientras para ejercer las más humildes funciones públicas, se exigen largos y minuciosos

(1) Escrita en francés, Analecta, 1913, pág. 207-2.10.1 (2) La exposición del P. Linckens, a la sazón ecónomo general, es

un trabajo profundo y claro. Ofrece orientaciones precisas en los asuntos financieros. Da aclaraciones concretas sobre el modo de hacer los iaports anuales. Explica los apartados del Compte Rendu. Es de muy útil, incluso diría que necesaria, lectura para Superiores y Administradores. Ocupa 31 páginas de apretado texto francés en los Analecta de 1913, pág. 211-242.

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estudios, avalados con numerosos títulos, se confían los más ele­vados e importantes puestos del Estado a hombres carentes de toda preparación específica. Se improvisará en un abogado un ministro de la guerra o de la marina. Las sociedades religiosas no siempre escapan a este doble extremo y, a veces, por impera­tivo de las circunstancias, aquel que jamás ha salido de entre sus libros de filosofía se encuentra de pronto investido del gobierno temporal y espiritual de una gran comunidad o de una importante provincia. Y sin embargo, si bien pueden improvisarse los hombres en un cargo, nada duradero nace de la improvisación. He ahí por qué constituye un deber elemental para cualquiera que sea llamado a desempeñar un cargo, estudiar muy seriamente y en detalle las nuevas obligaciones que se le imponen. Esto es par­ticularmente cierto referido a la administración temporal, pues mientras que nuestra vida de oración, de estudio, de ascetismo nos prepara para el gobierno y dirección de las almas, estamos por el contrario, por la dirección misma de nuestros estudios, apartados de todo cuanto toca la administración temporal.

Y nadie ose decir que esta materia no exige un estudio tan profundo, ni una atención tan constante, por ser mucho menos importante que el trabajo espiritual para la salvación de las almas, al cual está subordinada. El autor del opúsculo proclama tal subordinación; pero podemos citar aquí las palabras del Di­vino Maestro: «Conviene hacer ésto y no omitir aquéllo» (Math. 23,23).

En efecto, Dios mismo ha querido tutelar y defender esta ad­ministración temporal con dos virtudes, de las cuales una, la jus­ticia, se cataloga entre las más universales, y la otra, la pobreza, constituye el primer voto de religión. Ha demostrado, pues, con suficiente claridad la importancia que le atribuye y los lazos con que la liga a la conciencia. Dios se ha encargado de ofrecer los recursos materiales necesarios a cuantos a El se consagran por entero y nosotros seríamos tan ingratos como ciegos si no recono­ciéramos que El ha obrado con nuestra Congregación con una bondad, abundancia, delicadeza y constancia capaz de confundir­nos. Jamás padre alguno ha hecho por sus hijos lo que Dios ha techo por cada uno de nosotros.

Pero esta paternal bondad de Dios, que nos provee de cuantó tenemos necesidad, nos obliga con mayor rigor a no abusar de eStos bienes ya no derrocharlos. Nos los da para que usemos

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■de ellos según su santa Voluntad, es decir, conformándonos a las normas de la justicia, de la obediencia y de la pobreza. ¿Con qué derecho podrá un superior decirse el siervo fiel y el adminis­trador de Dios, si no tiene en cuenta más que las propias ideas y con desprecio de reglas y Constituciones, se lanza a gastos y quizá a deudas, que pesarán durante largos años sobre una comunidad, impidiendo su progreso? ¿Cómo puede un superior decir que procura el bien espiritual de las almas, si bajo pretexto de otros ministerios, descuida la administración, tolera gastos inútiles y malgasta el dinero con el que fácilmente se hubiera podido alimentar un alumno más en nuestras escuelas apostó­licas o atender a una estación de nuestras misiones? ¿No es ésto traicionar la obra divina y faltar a su Santa Voluntad? Lejos de mí ■el inspirar a uno solo de nuestros religiosos el más m ín im o apego íi los bienes temporales; por el contrario, debemos todos procurar tener bien libre el corazón. Pero constituye mi más ardiente deseo que cada uno de nosotros cumpla las obligaciones que Dios le impone, sin sacrificar ni una sola jota. Nada hay pequeño en la Voluntad de Dios porque es en todo adorable.

En tanto que este trabajo mostrará a cada uno qué deba hacer y cómo proceder en esta materia, pedimos al Sdo. Corazón que inspire a cada uno de los nuestros la buena, sincera y leal vo­luntad de llenar sus deberes. De esta forma se evitarán muchos de los inconvenientes que hubimos de deplorar en tiempos pasa­dos e incluso recibirá incremento el mismo bien espiritual de las almas.

Afectísimo en el Corazón de Jesús.

E. M e yer , M.S.C. Sup. Gen.

Roma, 1 de mayo de 1913.

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SOLICITUD POR EL BIEN COMUN (1)

En tanto que las Constituciones ponen ante nuestros ojos un> fin sublime, el de procurar la salvación de las almas por todos los medios que el apostolado y la devoción al Sdo. Corazón pueden ofrecernos, la Providencia Divina señala a nuestra Congregación una porción escogida de la Viña del Señor,, de suerte que la invo­cación con tanta frecuencia repetida «amado sea en todas partes el Sdo. Corazón de Jesús» ya no expresa sólo un deseo o una petición, sino que indica el objeto al que deben concurrir todo el esfuerzo de los nuestros.

En realidad, todos nuestros termanos, distribuidos por el orbe entero, se afanan en el ministerio apostólico. Mientras unos se esfuerzan en nuestras casas por formar a la juventud y preparar nuevos misioneros, otros, ya en los rigores del norte, ya en loff climas agobiantes del sur, sea entre fieles, sea entre infieles, van consumiendo su vida generosamente por la implantación del reina de Cristo. No falta la mies. Es cierto que en muchos lugares aún no ha llegado el tiempo de la cosecha: «Euntes ibant et flebant, mittentes semina sua»; pero otros sembrados están ya preparados- para la siega y nuestros misioneros «venientes autem venient cum exultatione portantes manípulos suos», gavillas de almas reunidas en los graneros del Padre celestial «para alegría común del que siembra y del que recoge». Quizá no sea aventurado pensar que Dios, que sabe sacar bien de las maquinaciones torcidas de los- hombres, haya permitido la persecución y dispersión de los Re­ligiosas para que se esparciera más lejos la semilla de la palabra divina.

(1) Escrita en latín: Analecta, 19.13, pág. 269-276.

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No es lícito gloriarnos de los frutos alcanzados. Son mérito de la gracia divina, no de nuestro esfuerzo: «Non nobis, Domine, non nobis; sed nomini tuo da gloriam», debemos repetir con el Profeta. Conviene, sin embargo, alegrarnos y dar gracias a Dios porque se dignó escoger nuestra pequeña Congregación para tra­bajar y cosechar fruto incluso entre los más abandonados y aleja­dos de la fe.

Para que el fruto perdure y crezca cada día, conviene que •cada uno de los operarios no actúe en nombre propio, sino en nombre y bajo el impulso de la Congregación. Así como las dife­rentes obras y ministerios no fueron confiados a los individuos, sino a la Congregación, de la misma forma la labor realizada por cada uno de los nuestros no debe atribuírseles a ellos, sino a la Congregación. Tal es el fin y la fuerza de la vida religiosa, que •da unidad a los esfuerzos individuales para conseguir éxito mayor.

Para la mejor inteligencia de este pensamiento no está de más subrayar que toda sociedad, especialmente la religiosa, for­ma un organismo, cuyos componentes son auténticos miembros adecuadamente unidos entre sí. Ahora bien, las funciones y actos de un miembro no terminan en sí mismo, se orientan al fin y bien de todo el organismo. De lo contrario sobrevendría el desorden y la ruina del cuerpo mismo. Sea que el estómago trabaje perezo­samente, sea que los nervios se dejen llevar de actividad excesiva, todo redunda en perjuicio del organismo, entorpece su labor y prepara su destrucción. Asimismo, ningún órgano es inútil en el cuerpo. Todos tiehnen su función propia, que converge al bien del todo.

Lo propio debe decirse de cualquier sociedad religiosa, donde muchos miembros se reúnen para la integración de un cuerpo único. Ninguno carece de utilidad. Todos, cada uno en su orden, deben contribuir a la constitución y eficacia de la sociedad. El Hermano Coadjutor, que desempeña oficios humildes en la casa y el misionero que, solitario en su estación, instruye a los infieles, ponen su parte en la obra total de lo Congregación. La razón está en que no realizan un cometido propio, sino de la Congregación, parte del cual se lo ha confiado a ellos.

Ahora bien, mientras en el cuerpo humano, cada uno de los miembros realiza su función impulsado por una ley necesaria de la naturaleza, contribuyendo al bien del conjunto, en la sociedad religiosa los miembros deben hacerlo consciente y libremente.

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Por lo cual, cada uno debe conocer a la perfección lo que se le asigna para el bien común y darse de lleno a su realización. El auténtico religioso procura no tomar ni dirigir obra alguna en nombre propio. Es ajeno a la mentalidad de quien pospone astu­tamente las obras de la Congregación y la autoridad de los Su­periores, a fin de quedar libre de hacer lo que más le agrade. No trata de imponer su manera de pensar, ni busca la propia satisfac­ción. Aspira con todas sus fuerzas a llenar convenientemente la misión que la Congregación le confía. Está incluso preparado a verse desocupado por obediencia, antes que tomar, por disposi­ción propia, las obras más encumbradas. Pone todo empeño e in­terés en la realización del ministerio confiado, .sin considerarlo jamás como independiente, absoluto o puesto bajo su exclusivo cuidado; lo mira más bien como parte de una obra mayor, con la que debe conformarse plenamente. Acepta, por tanto, las di­rectrices y consejos de los Superiores y busca con interés su pa­recer sobre los medios y métodos para la mejor realización. Obran­do así, rehúye el peligro señalado por S. Pablo: «Todos buscan los propios intereses, nadie los de Cristo.» El que, renunciando a sí mismo, se afana por el bien común, busca ciertamente los intereses de Cristo.

Dirá alguno: Si tal es la condición del religioso, pierde la fuerza estupenda del propio pensamiento e iniciativa y expone a peligro cierto de esterilidad los talentos que Dios le dió. La fuerza de este argumento se desvanece si se tiene en cuenta que únicamente es buena la potencia ordenada. El fuego, tan útil en aplicaciones domésticas, abandonado a sí mismo, provoca incen­dios desastrosos. Cuando hicimos la profesión religiosa sometimos a la obediencia y al bien común libre y espontáneamente nuestra voluntad, nuestros actos y nuestra vida misma. No nos es lícito alterar este orden, ni recusar la subordinación. Somos miembros y, dentro de los límites de la función confiada a los miembros, la obediencia permite y estimula el uso de «aquella fuerza sor­prendente que lleva a excogitar y realizar iniciativas, ya que la obediencia mueve a toda voluntad ordenada a la mejor conse­cución del bien común. No hay por qué temer: Dios, autor y distribuidor de talentos, no permitirá que permanezcan inutiliza­dos. Los Superiores se sentirán felices de poder confiarnos las obras y cargos, que corresponden a nuestras facultades, mientras no nos engañemos tomando por cualidades lo que no pasan de ser

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veleidades nuestras. Una experiencia constante demuestra que quien, animado de buena voluntad, está siempre dispuesto a se­cundar los deseos de los Superiores, más que verse sin ocupación, se encuentra, de ordinario, sobrecargado. Dándonos, pues, de lleno a procurar el bien común, cumpliremos la voluntad de Dios, le daremos gloria y llenaremos eficazmente el fin de nuestra vocación.

Para conseguirlo con mayor perfección y seguridad, habremos de tener presente lo que sigue:

1.° Amen todos a la Congregación como a una madre, medi­tando las palabras de las Constituciones: «La Congregación, al aceptar la profesión religiosa, acoge a sus miembros como hijos carísimos, y se propone como madre cuidarlos y alimentarlos espi­ritual y corporalmente. Estos, a su vez, como hijos sinceros, co- rrespóndanla con amor y, aunque deben apreciar mucho a las otras, amen sobre todo a la suya, y procuren engrandecerla por todos los medios, principalmente con la santidad de vida, cien­cia y celo de las almas» (n.° 109. De las actuales, el 104).

2.° Oren instantemente a Dios, al Sdo. Corazón y a la Virgen Santísima por toda la Congregación, por sus miembros y por sus obras. La oración mutua liga mente y corazones. Procure, además, enterarse cada uno de cuanto se refiere a las obras de la Congre­gación, ya sea en las provincias, ya en las misiones, leyendo con atención las narraciones de los diferentes Anales, de las Analectas, incluso de las cartas que se reciben. El que ama investiga y es­cucha con gusto las cosas del amado.

3.° Que nuestros hermanos presten a los Superiores una obe­diencia pronta, alegre y perfecta, especialmente en los ministerios que desean confiarles: «Persuádanse todos de que no puede lla­marse verdadero obediente quien, esclavo de sus propias conve­niencias, intenta atraer directa o indirectamente la voluntad del Superior a la suya, pues con este modo de obrar se altera por completo el orden y suele uno engañarse a sí mismo» (Const. 75- actuales 77). Si, por el contrario, todos los miembros actúan a manera de dóciles instrumentos en manos de los Superiores, la obra de Dios se realizará prósperamente en todas partes para salvación de las almas. Si ejercen algún ministerio en lugar apar­tado de la residencia del Superior, recaben su dirección y con­sejos por medio de cartas frecuentes y explícitas.

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4.° En el desempeño de los ministerios y cargos confiados por la obediencia, imbuyanse los nuestros del genuino espíritu de la Congregación, es decir, «de un amor sincero y siempre ferviente a! Corazón del Verbo Encamado, el cual sea el sello de su santi­dad y los estimule a revestirse con singular empeño de los senti­mientos del mismo Sagrado Corazón» (6). El espíritu es lo que da vida a las obras y ministerios, como el alma al cuerpo. Quienes poseen el espíritu de la Congregación, participan de su alma.

Asimismo, aquellos de entre los nuestros que tienen que per­manecer solos, ya sea excepcionalmente en algún viaje o ministe­rio, ya de modo permanente, como en las estaciones misionales entre infieles, sean fieles en el cumplimiento de los ejercicios comunes prescritos. Si ese misionero se levanta a la hora estable­cida, hace la meditación durante una hora, recita las preces de antes y después de cada ejercicio, así como las demás preces comunes, participa de la vida de la Congregación no sólo de mente y corazón, sino también con la disciplina externa y se constituye en miembro vivo y eficaz, añadiendo a los méritos de la Congregación, los méritos personales.

5.° No hay que olvidar que la Congregación, además de las ¡obras externas,1 debe también Sostener y aumentar la vida inte­rior. A lo cual deben concurrir todos los miembros. Quienes van movidos por la solicitud por el bien común lo harán espontánea y eficazmente. Les será grato edificar a sus hermanos dentro de casa con sus ejemplos, oraciones y enseñanzas, y fuera, en el ejercicio de su ministerio, aprovechar la ocasión para suscitar vocaciones, aquí un alumno para la escuela apostólica, allí un candidato para Hermano Cuadjutor; asimismo propagar los Ana­les y las Archicofradías confiadas a la Congregación; hallar nuevos celadores para las escuelas apostólicas y nuevos bienhechores para las misiones; si él mismo es misionero entre infieles procurará fo­mentar el celo de los miembros de la Congregación, de los alum­nos, de los bienhechores con cartas y otras noticias, en una palabra, contribuirá con todo cuanto pueda conducir al bien e incremento de la Congregación. De. esta suerte no sólo serán comunes las obras, sino también será una la vida de la Congregación.

6.° Finalmente, recuerden los Superiores que a ellos corres­ponde la parte principal en la solicitud por el bien común. Pues deben, en virtud de su cargo, no sólo consagrar sus fuerzas y des­velos a procurar directa e inmediatamente el bien común del

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Instituto, dejando de lado cualquier obra o ministerio que sirva de impedimento, sino también unir, coordinar y dirigir eficaz­mente al mismo fin a todos sus súbditos. Transmitirán a sus súb­ditos el impulso que reciben de la autoridad superior. Procurarán por todos los medios, con autoridad, prudencia, enseñanza, ejem­plo, caridad, mansedumbre y fortaleza impulsar la mente y co­razón de todos a la consecución del fin de la Congregación. Orde­narán los actos externos, confiando a cada uno el oficio o ministe­rio, que más en consonancia esté con sus cualidades y con el bien común. Obrando de esta forma se guardará en todas las casas una perfecta unidad y concordia; las casas se unirán estre­chamente entre sí para constituir la Provincia y las Provincias con fin, autoridad y espíritu comunes formarán la Congregación dis­puesta para toda obra divina como «ejército en orden de batalla.

Que el divino Corazón, fuente de todo bien, conceda estas gracias a cada uno de los nuestros y a la Congregación entera. Así lo desea y pide ardientemente vuestro humilde siervo en el Corazón de Jesús.

E. M eyer , M . S. C. Sup. Gen.

Roma, 25 de diciembre de 1913, en el día de la Natividad del Señor.

ANTE LA GUERRA DEL CATORCE (1)

En el sesenta aniversario de la fundación de la Congregación' bajo la protección de María, mientras que con profundo agradeci­miento recordamos los beneficios innumerables concedidos al Ins­tituto por el Sdo. Corazón y su Madre divina, dispensadora de las gracias de Dios, no podemos menos de sentirnos agobiados de tristeza por los dolores, ansiedades, peligros, que en este año oprimen a la sociedad civil, a la Iglesia, a las familias, a los Institutos religiosos, a cada uno de los individuos, y por los males* quizán aún mayores, que les amenazan. Después de la más pro­longada paz, que recuerda la historia, he aquí una guerra, que supera en crueldad y en sangre derramada a todas las anteriores; después de la calma, que permitía a los ciudadanos llevar una existencia tranquila y les ofrecía los medios adecuados para aumentar los bienes materiales, he aquí una conflagración uni­versal, que trae la muerte a muchos, devasta las ciudades, asóla regiones enteras, cubre de ruinas incluso los mismos mares. A nadie perdona: Mientras jóvenes y adultos, doctos e indoctos, ricos y pobres, padres de familia y sacerdotes son llevados a la guerra, las madres y las esposas, los hijos y las hijas se consumen; de ansiedad y cada día crece el número de viudas y de huérfanos con el número de los caídos. Nadie puede gozarse; todos, tam­bién los que han salido ilesos, tienen que conmoverse con las mi­serias de los otros.

Pero los cristianos, especialmente los religiosos, debemos mi­rar más alto. No nos paremos en los sucesos bélicos, volvamos los ojos hacia Dios, que gobierna los corazones de los reyes y dirige

(.1) Escrita en latín, Analecta, 1914, pág. 368-374.

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los destinos de los pueblos. Más que nunca en nuestros tiempos «son inseguros los pensamientos de los mortales y nuestros cálcu­los muy aventurados» (Sap. 9, 14), pero las disposiciones de Dios son firmes y su brazo es poderoso. El, como causa primera de todas las cosas, dirige todos los acontecimientos y permite los males que de ellos provienen. Investigar las disposiciones divinas es hoy no sólo lícito, sino incluso santo, para acomodarnos más y más a su divina Voluntad. Fácil es conocerlas, si nos guiamos por la Sa­grada Escritura. Contemplamos hermanadas la obra de la justicia y de la misericordia. Dios quiso castigar los pecados de su pueblo, ¿quién se atreverá a tildar de severidad excesiva su justicia? Cada uno de los hombres y también los pueblos convierten la paz no en búsqueda de la gloria de Dios, sino en la entrega a los bienes temporales y a los placeres de la carne. Muchos niegan a Dios, innumerables son los que le abandonan. De ahí la multitud de pecados. Las iniquidades de la tierra se elevan hasta el cielo. De­masiado ha aguantado el Señor; pero, quien dijo: «A mi la ven­ganza, yo haré justicia» (Rom. 12, 9), la aplica ahora a la tierra prevaricadora. Pero Dios castiga a los hombres no para perderlos, sino para salvarlos: «Por mi vida, dice el Señor, Yavé, que yo no me gozo en la muerte del impío, sino en que se retraiga de su camino y viva» (Ez. 33, 11). Muchos de los que en la prosperidad apartan su corazón de Dios, vuelven a El en la tribulación. Es ésta obra magnífica de la misericordia divina, cuyos efectos con­templamos ya en muchas regiones devastadas por la guerra.

De ahí nacen también nuestras obligaciones. Debemos adorar la justicia divina, que castiga los pecados de los hombres: «Eres justo, Señor, y son rectos tus juicios» (Ps. 118). Debemos conver­tirnos de todo corazón al Señor, llorar nuestros pecados, abrazar una vida más santa, renunciar de modo más perfecto a todas las cosas del mundo para lograr más íntima unión con Dios, pues «ha llegado el tiempo de que comience el juicio por la casa de Dios» (I Pet. 4, 17); y, para que brille en el mundo la obra de la misericordia, debemos realizar en nosotros la obra de la justicia, dándonos a una vida perfecta. Finalmente, a la penitencia debe­mos unir la oración, elevando día y noche nuestras manos y nues­tras voces al Señor para que perdone a los hombres, borre los pecados y conceda otra vez la paz. El deber de aplacar incumbe especialmente a los religiosos, y en especial a los sacerdotes, ya <que «todo pontífice, tomado de entre los hombres, en favor de los

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hombres es instituido para las cosas que miran a Dios, para ■ofrecer dones y sacrificios por los pecados» (Hebr. 5, 1). Démonos, por tanto, con todas nuestras fuerzas, al cumplimiento de tal deber.

Pero vengamos a lo que toca más de cerca a nuestra Congre­gación, ya que es mucho lo que ella misma directamente sufre a causa de la guerra. Muchos, Hermanos Cuadjutores, Escolares, Sacerdotes, arrancados de sus comunidades fueron llevados a Ja güerra y, apartados de su oficio de hombres de oración, se ven forzados a participar en obras de muerte. De ellos, algunos ya han sido muertos, otros heridos; todos están expuestos a los peligros, privaciones y angustias de la guerra; de algunos no hay la más mínima noticia. Los que permanecen en las comunidades se ven oprimidos por la desgracia de los hermanos, y, además, las mis­mas obras de la Congregación, que se sostienen principalmente con la caridad de los fieles, se hallan en peligro ya por falta de operarios, ya por escasez de medios. ¿Qué diré de las misiones entre infieles? Es incierto si tendrán alimento para mañana, in­cierto el trabajo comenzado o dispuesto para comenzar, incierto el futuro, incierta quizá la misma vida: Separados del resto del mundo, parecen abandonados a sus propias fuerzas.

¿Qué haremos rodeados de tantas calamidades? En primer lugar, pondremos nuestra confianza únicamente en el Sdo. Cora­zón y en su Madre Santísima: Los que nos han favorecido indefectiblemente hasta el presente, no nos abandonarán ahora; los que nos han sacado de tantos peligros, nos sacarán también de los presentes, los que muy a menudo nos han convertido los males en bienes, los convertirán una vez más. Por lo cual, nadie desconfíe, nadie se amedrente; quien tiene puesta en Dios su es­peranza, con razón se muestra impávido en los mayores peligros.

En segundo lugar, conviene que cada uno estreche más, si cabe, sus vínculos de caridad con la Congregación y con cada uno de sus hermanos. Esta es la virtud de la profesión religiosa que de tal manera une a los individuos provenientes de todas las naciones que constituyen una familia con «un solo corazón y una sola alma». Esta fuerza de. caridad debe especialmente dis­tinguirse entre nosotros, que estamos unidos a través del Sagrado Corazón, fuente del amor. Permanezca, pues, intacto entre nos­otros el espíritu de caridad ,aumente y hágase cada día más eficaz. Los que están en el ejército, no se sientan separados de la

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familia, sépanse amados por todos y presente siempre en las ora­ciones, de modo especial en el Santo Sacrificio; escriban a los superiores o a los hermanos; conserven el verdadero espíritu de- su vocación; sean auténticos misioneros entre los demás soldados, como si estuviesen en las misiones de Oceanía y sírvanles de- ejemplo de piedad, modestia, y de todo género de obras de cari­dad. Los Superiores preocúpense de ellos con especial solicitud, sosténganlos con cartas, exhortaciones y socorros. Los Superiores locales pidan con frecuencia el consejo y la dirección del Superior Provincial y éste los del General. Con ello la Congregación for­mará un ejército espiritual perfectamente ordenado para acometer las batallas de Dios.

En tercer lugar, cultive cada uno, puesto que así lo exigen las circunstancias históricas y la escasez de elementos, la pobreza efectiva y, si Dios determinare imponernos la pobreza más es­tricta, que nos encuentre preparados y alegres. Ninguno de los nuestros puede permitirse lo supérfluo cuando son tantos los que carecen de lo necesario. Seguiremos con gusto, siendo pobres, al (Maestro Pobre.

Finalmente, todos, superiores y súbditos, trabajarán para sos­tener nuestras principales obras, ya sea en las provincias, ya en las misiones, para que los estragos de la guerra no sean irrepa­rables. Si ahora se requiere trabajo doble, doblemente nos esfor­zaremos. El premio será inmediato: Cuando vuelva la paz, puri­ficada y renovada la Congregación en cada una de sus provincias por las tribulaciones, reanudará con mayor brío sus ministerios para la gloria de Dios y la salvación de las almas. Así los males que nos afligen elevarán nuestros corazones hacia Dios.

Aún tenemos que recordar nuevos motivos de dolor. Apenas comenzada la guerra, consumido por la tristeza, abandonó esté mundo Su Santidad Pío X. Todos los nuestros conocen con cuánta benevolencia nos honró y de cuántos beneficios le es deudora la Congregación. Mientras la Iglesia entera llora al Pontífice, cuyas virtudes refulgen espléndidamente, nosotros lloramos además al \Padre, cuyo nombre por siempre será bendito. Pero Dios que consuela a los que lloran, no dejó huérfanos a sus fieles y les ha dado otro Pontífice, verdaderamente Bendito, cuyo corazón ha modelado con mano maestra para que pueda atender convenien­temente a las extraordinarias necesidades de la Iglesia. Nuestra Congregación le es conocida desde Hace mucho tiempo y nos

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distingue con la misma benevolencia que para nosotros alimentó su santo predecesor. Nuestra Congregación en retorno, mostrará en cada uno de sus miembros, sin excepción alguna, perfecta obe­diencia, dedicación plena, sumisión total al Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra. Somos hijos y soldados de la Igle­sia: Oiremos la voz del Padre y del Capitán, recibiremos su di­rección, acataremos su voluntad, seguros de no seguir la voluntad de un hombre, sino la de Dios.

Al Sumo Pontífice, padre bueno, le siguió en la muerte nuestro Cardenal Protector, el Emmo. Sr. Domingo Ferrata. Ejerció du­rante más de once años con auténtica solicitud el cargo de pro­tector, siempre dispuesto a recibimos y escuchamos y a interponer su autoridad por el bien de la Congregación.

Por lo cual, así como durante su vida recibimos del eminen­tísimo varón tantos beneficios, ahora, después de su muerte, habrán de acompañarle nuestras oraciones más fervientes. Si pudiésemos solicitar su consejo, sin duda que él mismo nos señalaría para sucesor a su gran amigo el Emmo. Cardenal Felipe Giustini, va­rón de incomparable ingenio, gran ciencia y eximia bondad, a quien cualquiera que le conozca no puede menos de estimarle y amarle. El Sumo Pontífice Benedicto XV, como una muestra de su benevolencia para con nosotros ha nombrado a este Emmo. Príncipe Protector de nuestra Congregación por rescripto del 3 de noviembre de 1914. Nos apresuramos a comunicar a todos, Padres y Hermanos, tan fausta nueva. Que todos den gracias a Dios y oren por el Emm. Cardenal.

De todo corazón ruego cada día y especialmente en este tan señalado que el Sdo. Corazón, por intercesión de María Inmacu­lada, se dígne proteger contra los males presentes a la Congre­gación y bendecirla abundantemente.

Affmo. en el Sdo. Corazón.

E. M e y e r , M . S. C. Sup. Gen.

Roma, 8 de diciembre de 1914.

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CULTO PERPETUO (1)

I. En la carta, que, el pasado año, en este mismo día de la Inmaculada, os escribíamos, nos manifestábamos abrumados de ¡angustia y de tristeza por los males que a la Iglesia y sociedad oprimen y que no han perdonado tampoco a nuestra Congrega­ción. Los males, que durante el año nos acarreó la guerra, han superado a los que temíamos: De tantos hermanos como nos habían arrebatado para alistarlos en el ejército, apenas uno que otro pudo regresar por quebrantos en su salud, mientras muchos otros, principalmente de los jóvenes, se vieron forzados a dejar­nos; otros fueron muertos, de algunos sabemos que han sido he­ridos o hechos prisioneros; todos están sometidos a continuos pe­ligros. De ahí nace que nuestra mente y nuestro corazón están más íntimamente unidos con nuestros amados hermanos. No pasa día sin que, recorriendo mentalmente cada provincia, cada casa, noviciado, escuela apostólica, las lejanas misiones, los mismos Padres, Hermanos, alumnos, les encomendamos fervorosamente al Sdo. Corazón y a la Virgen Santísima, recordándoles indefec­tiblemente en la santa Misa, para que, libres de todo peligro, puedan, salvos e incólumes, regresar en breve. Nunca como ahora hemos comprendido el valor y la extensión de esta oración.

« ¡ Por nuestros hermanos ausentes!¡ Salva, oh Dios mío, a tus siervos, que esperan en tí!»

1 Así, con la ayuda de Dios, la guerra que separó los cuerpos e hizo difícil el comercio epistolar, aproximó los corazones, los unió más íntimamente e hizo continua su presencia.

No fue vana la esperanza que ciframos en el Sdo. Corazón. Pues, en medio de tanto contratiempo y ansiedad, no podemos

(1) Escrita en latín: Analecta, 1915, pág. 434-440.

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menos de darle rendidas gracias por los beneficios innúmeros con que nos distinguió. Con justicia se ha dicho que toda la historia de la Congregación no es más que un tejido admirable de gracias y dones divinos. Tampoco en estos calamitosos tiempos se ha roto la serie de sus bondades, más aún, se aumentó y se hizo más patente. Sepan todos nuestros hermanos que no ha perecido ninguna de nuestras casas, ni tampoco ninguna de las obras confiadas a la Congregación. Se conservando cuanto había sido fundado anteriormente y florecen las obras, que preparan el fu­turo. Todas las escuelas apostólicas conservaron sus alumnos, cuy,> número, disminuido apenas en algunas, creció en otras, de suerie que nunca fueron tan numerosos como ahora, i También los noviciados recibieron algunos candidatos y ade­

más se crearon dos nuevos noviciados, uno para Irlanda y el otro para España. Los Anales de Nuestra Señora del Sdo. Corazón se publican en varias provincias o casas, sin que haya disminuido el número de suscriptores. Contribuyen poderosamente a aumentar la fe y la devoción del pueblo. Los Padres que quedaron en las diferentes casas trabajan más de lo común en diversos ministerios apostólicos. Los misioneros entre infieles han sufrido mucho. No obstante, a pesar de no haber recibido refuerzos de Europa, pre­firieron abnegadamente someterse a todo género de males y pri­vaciones, antes que abandonar la obra emprendida. Se ha com­probado el auxilio del Sdo. Corazón y la ayuda poderosa de María. En ningún sitio faltó el pan cotidiano, el Señor se encargo de alimentar a sus humildes siervos como a hijos muy amados. Podemos añadir con profunda satisfacción que no decreció la caridad entre los miembros de la Congregación: La unión de rigentes y corazones se fundamenta en el Corazón de Jesús, donde no podía sufrir ningún detrimento. Convénzanse, pues, todos nuestros hermanos, cuántas gracias debemos dar a Dios y dén­selas de corazón. Esta serie admirable de beneficios recibidos debe incrementar más y más la confianza que hemos puesto en el Sdo. Corazón. Dejemos de lado toda duda, todo temor: La Congregación posee una segurísima prenda de salvación tanto para el presente como para el futuro.

II. • No podemos pasar por alto que tantos y tan grandes benefi­cios nos imponen serias obligaciones. El Sdo. Corazón se esfuerza con sus gracias por elevamos a una santidad mayor y así como la dificultad de los tiempos le ofrece ocasión de concedernos ma­

yores beneficios, también le cabe mayor derecho a esperar de nosotros las obras de satisfacción y de amor, con las que llegue .antes el fin de tanta calamidad. Cierto que nunca fue tan ur­gente la necesidad de conseguir el primer fin especial de la Con­gregación, a saber que (dos miembros den un culto del todo pecu­liar al Sdo. Corazón de Jesús, especialmente en el Sacramento de la Eucaristía, se esfuercen en desgraviar y reparar con obsequios y obras dignas las injurias, que le son inferidas por los hombres ingratos y, tomándolo como modelo, imiten con todo ahínco sus virtudes». De este preclaro fin de la Congregación os hemos Jiablado en otra ocasión (1); pero las presentes circunstancias nos fuerzan a exhortar a todos para que con todo empeño tiendan hacia él. Nadie puede dudar que esta guerra ha sido permitida por Dios para castigar los innumerables pecados de los hombres. Los hombres, también los cristianos, despreciaron la misericordia •de Dios y los méritos de nuestro Señor Jesucristo y provocaron contra sí la justa ira de Dios.

La pena debería regularse por la multitud y gravedad de los crímenes; pero Dios, Padre piadoso, en la aplicación de su justi­cia, se deja conducir por la misericordia. Por lo cual acepta benignamente las satisfacciones, penitencias, lágrimas y oraciones •de sus fieles y llega a deponer su ira. ¿No confesó él mismo que no destruiría las ciudades de Sodoma y Gomorra si en ellas hu­biera encontrado diez justos? Luego no sólo de los mismos peca •dores, sino principalmente de los justos espera El la conveniente satisfacción y la oración eficaz. Uno es el pecador y otra la víc­tima propiaciatoria por los pecados. ¿A quién, pues, habrá de volverse el Señor, sino a sus sacerdotes, religiosos y hombres fie­les, para que ellos, junto con Cristo, su amantísimo Hijo, le tri­buten tales obras de satisfacción y expiación? ¿Cuántos justos se requieren hoy para que el Señor perdone a todos por ellos? El número de justos requerido por Dios para apartar los estragos de Ja guerra no lo conocemos, pero sabemos muy bien que cada uno de nosotros debe ser uno de estos justos. Ved, pues, hermanos, la urgencia de nuestra vocación. Desempeñamos ante Dios en nom­bre de todo el pueblo cristiano, una función altísima: Somos portadores de la misericordia divina y mediadores de la paz.

(1) Vide la carta del 8 de diciembre de 19.10 sobre el primer fin es- - pecial de nuestra Congregación, pág. 105 ss.

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Para desempeñar eficazmente cometido tan elevado, se requiere diligencia exquisita y aplicación máxima. Es verdaderamente «maldito el que realiza fraudulentamente la obra de Dios». Sí un príncipe de este mundo nos encomendara el difícil asunto de tratar con las otras partes las condiciones de paz, ¿quién se atre­vería a acometer ligera y perezosamente tal empresa? Sería reo» de todos los males causados por la prolongación de la guerra y atraería sobre sí justamente la maldición de todos los ciuda­danos. Al religioso y al sacerdote tibio, negligente, inactivo, le dice ahora el Señor: «Tú eres aquel varón», que pudiste apartar tantos males y no lo hiciste. ¿Quién no temerá ante tales pa­labras, quién no querrá apartar de sí tan tremendo juicio?

Así pues, hermanos carísimos, dediquémonos a una vida santa y penitente, que sea suficiente no sólo para satisfacer nuestros pecados pasados, sino también atraer la misericordia de Dios sobre su Iglesia y sobre los pueblos cristianos. Abstengámonos cuidadosamente de toda culpa, incluso leve, y caminemos inmacu­lados por las vías del Señor, observando con fidelidad todas las obligaciones de nuestro estado religioso. Instemos al Señor con oraciones, ayunos, vigilias, penitencias, según nuestras fuerzas y las prescripciones de la obediencia y ofrezcamos todo, en unión con la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, por los pe­cados de todo el pueblo cristiano. Haciéndolo así completaremos: pronto el número de justos, en cuya atención depondrá Dios su ira, trocándola en efusión de infinita misericordia. Tengamos en cuenta que nos corresponde parte principal en esta obra de repa­ración y satisfacción. No podemos dudar que entre los pecados que más provocaron la indignación divina se cuentan especial­mente aquellos que se dirigen contra la Santa Humanidad de Jesucristo, contra su presencia eucarística, contra su Iglesia y contra la fe en El. El odio a Cristo y la persecución violenta con- ltra El son los crímenes más notorios y más continuos de los; tiempos modernos entre los mismos pueblos cristianos. El Divino Corazón de Jesús espera de nosotros, que le estamos especialmen­te consagrados, la satisfacción plena de tan graves ofensas, que le son directamente inferidas a El. ¿Quién de los nuestros le negará este obsequio? Sea, pues, nuestro más vehemente deseo y preo­cupación «ofrecer al Corazórj de Cristo por estos pecados la,misma

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satisfacción que El, durante su vida en la tierra, ofreció al Eter­no Padre por los pecados del mundo». En la carta del 8 de diciembre de 1910 ya hemos dejado extensamente expuesta la doctrina de la reparación general a Dios y particular al Corazón' de Jesús (1). Rogamos a los superiores que tengan a bien incul­carla instantemente a nuestros religiosos.

III. Para alcanzar con seguridad este fin y mover a los fieles a conseguirlo también ellos disponemos de un medio muy opor­tuno y eficaz en la Archicofradía del culto perpetuo de honor, reparación y súplicas al Sdo. Corazón, cuyo régimen fue confiado por la Santa Sede a nuestra Congregación. Propagar este culto entre los fieles e inculcarles el espíritu de esta devoción está en consonancia admirable con nuestra vocación de Misioneros del Sdo. Corazón. Para que nuestra propaganda sea eficaz conviene que vayamos por delante con el ejemplo, practicándolo del modo más perfecto posible.

Para lograrlo nos ha parecido oportuno revisar los estatutos de dicha Archicofradía, unificarlos y establecer algunas cosas: nuevas (2). Para que todo proceda con orden y fruto, nos queda únicamente rogar a los superiores de cualquier rango, a los Pro­vinciales en su Provincia, a los Superiores locales en sus casas, a los Directores del Escolasticado o colegios en su comunidad, a los Maestros de Novicios en su noviciado, etc.,' que adopten esta piadosa práctica, la promuevan, la fomenten por los medios más aptos, de suerte que por todos sea alcanzado su elevado fin. Pón­gase en cada comunidad, en lugar bien visible, un cuadro que señale para cada día los diferentes cultos a tributar, injurias que han de ser reparadas, e intenciones a encomendar particu­larmente; los miembros de la comunidad pueden distribuirse en varias partes, que vayan realizando por orden los diferentes actos

(1) Cf. Primer fin especial de nuestra Congregación, pág. 105 ss.cu (2)1 ,'ELP. Meyer promulga los nuevos estatutos, dando nueva forma al

Culto Perpetuo en las págs. 440 y ss. de Analecta, 1915. Su pensamiento- <©stá \casi) literalmente'1 recogido en las oraciones del Culto Perpetuo, que vienen empleándose en la misma forma desde 1921 por acuerdo del Capí­tulo General celebrado el año anterior y que son las que aun hoy están en uso en nuestra Provincia.

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del culto. Pronto percibirán todos, superiores y súbditos, como esta práctica contribuye a aumentar el espíritu de nuestra vo­cación (1).

Recordamos, además a los Superiores, los privilegios, que el Sumo Pontífice Pío X, de feliz memoria, concedió a esta Archi- cofradía el 9 de julio de 1912 y de que ya os hablamos en nuestra carta del 8 de diciembre del mismo año (2). Lean nuevamente este documento y procuren llevar a la práctica cuanto allí se se­ñala. El Sdo. Corazón les bendecirá y nos bendecirá a todos y nos preparará la «corona de gloria, que prometió a quienes le amen».

Nada os deseo con mayor interés, mis carísimos Padres y Her­manos.

Vuestro affmo. siervo y hermano en el Corazón de Cristo,

E. M e y e r , M . S. C. Sup. Gen.

Roma, 8 de diciembre de 1915.

(1) En el Escolasticado de Logroño se mantuvo, por lo menos hasta 1952, un cuadro diseñado según el pensamiento del P. Meyer. También en la P.O. de Valladolid se leía por la mañana y se explicaba periódicamente a los niños el tema asignado cada día al Culto Perpetuo. En el Escolasticado alemán de Oeventrop cada noche, antes de la lectura de la Imitación de Cristo, se designaba un grupo de Padres, Hermanos y Escolares para en­cargarse de modo especial del Culto Perpetuo al siguiente día. No había prácticas comunes ni obligatorias, fuera de las de la Comunidad. Cada uno había de hacer privadamente lo que su piedad le dictara (f. supra: P. Fun­dador: El culto perpetuo... pág. 25).

(21 Cf. Las Archicofradías, pág. 111 y siguientes.

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TRAS LA GUERRA DEL 14 (1)

Aún no se descubría esperanza alguna de final al comenzar el quinto año de la cruel guerra, que superó a todas las que cono­cieron los siglos pasados, llamando a las armas a todo género de personas, padres de familia, niños y ancianos, los mismos sacerdo­tes del Señor, ministros de la paz y que convirtió en causa de ruina y destrucción todas las ciencias y las artes del ingenio hu­mano y que se extendió por la tierra y por el aire, llevando la muerte y el destierro no sólo a los soldados, sino también a los tranquilos cuidad anos, incluso a los de los más apartados rin­cones de la tierra.

Sin embargo, el mes pasado corrió por el orbe la nueva feliz de que iban a suspenderse las hostilidades. Así fue, en efecto. No hay todavía paz, pero sí esperanza de que llegue. Si los hijos muertos no volverán a los brazos de sus afligidas madres, al me­nos no les serán quitados los que quedan; no se añadirán nuevas ruinas a las ya esparcidas por doquier y tenemos derecho a es­perar que en breve plazo se reintegren a sus hogares tantos miles de hombres retenidos en los campos de guerra y vuelvan nueva­mente a las tranquilas labores de los campos, de los negocios, del mismo sagrado ministerio. Es cierto que el fin de las calamida­des no representa la restauración del bien: Los males causados originan una serie incalculable de males futuros y no se rehace, lo destruido porque cese la causa de la destrucción. Sin embargo, debemos alegrarnos todos cuantos deseamos la vuelta a la nor­malidad de una vida ordenada.

A todos aquellos que contemplan los acontecimientos a la

(1) Escrita en latín: Analecta, 1916-18, pág. 487-492.

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luz de la fe como ordenados y dirigidos por la Providencia Di­vina, se les ofrece nuevo motivo de confianza y de gozo más pleno. Como hemos dejado expuesto en la carta escrita al prin­cipio de la contienda, consta por la Sagrada Escritura que Dios castiga los pecados de los hombres con este género de calamida­des públicas; no son, sin embargo, penas infligidas por la ira y venganza divinas a causa de la infinita justicia ofendida, sino, ante todo, penas medicinales para preparar los caminos de la divina misericordia: «El nos castigará por nuestras iniquidades y nos salvará por su misericordia» (Tob. 13, 5). ¿Quién, que aten­tamente considere la historia de los ocho o diez últimos lustros, en los que Dios concedió casi a toda Europa paz, viendo la apostasía ya pública ya privada de muchos, la disminución de la fe entre los mismos fieles, la perversión de los niños en las escue­las e institutos públicos, la persecución ya violenta, ya solapada contra la Iglesia y contra sus Pastores, la corrupción casi uni­versal de las costumbres, cual si hubieran tornado los tiempos antediluvianos cuando tanto «había crecido la maldad del hom­bre sobre la tierra y todos sus pensamientos y deseos sólo y siem­pre tendían al mal» (Gen. 6, 5), no adorará la justicia divina, que castiga nuestras iniquidades, y no se sentirá movido a exclamar con arrepentimiento sincero: «Justo eres, Señor, y recto tu juicio» (Ps. 118)? Nadie podrá hoy pronunciar en el templo la oración del fariseo: «No soy como los demás hombres» (Luc. 18, 11). Todos hemos pecado, todos hemos provocado la ira de Dios, todos debemos sufrir la pena.

Pero ahora «El nos salvará por su misericordia» (Ps. 50). Sabemos que «Dios no desprecia al corazón contrito y humillado» (Ps, 50). Por tirito, esperamos y deseamos una efusión mayor de las divinas gracias del Corazón de Jesús, una más firme restaura­ción de la Iglesia de Cristo, la vuelta al Padre de muchos pródigos, mayor celo de los sacerdotes en la búsqueda de las almas. El Sagrado Corazón nos aparece como nuevo arco iris sobre las nu­bes, para prenda de pacto entre Dios y los hombres, del cual el mismo Señor dice: «Lo veré para acordarme de mi pacto eterno entre Dios y toda alma viviente y toda carne que hay sobre la tierra» (Gen. 9, 16).

Pero si descendemos a la consideración de la especial Provi­dencia que Dios ejercitó hacia nuestra Congregación, durante la guerra, no acertaremos, llenos de estupor, a dar adecuadas

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gracias a Dios nuestro Señor y a la Sma. Virgen por tantos bene­ficios. Apenas si habrá en toda la Oglesia de Dios otra familia, Congregación, Institución, que haya sido señalada con tantas muestras de la protección y benevolencia divinas. Señalemos las principales: En todas las regiones han permanecido intactos e incólumes las Escuelas apostólicas, noviciados, escolasticados, Anales, etc. Los edificios materiales no recibieron daño alguno ni siquiera en aquellas regiones que la guerra sembró de ruinas. Ni los miembros de la Congregación, ni los alumnos de nuestras escuelas se vieron desprovistos del alimento cuotidiano, de suerte que ninguno se vio afligido por el hambre, la debilidad, la pe­nuria de cosa alguna necesaria para vivir. En tanto que en muchos institutos religiosos, descendió el número de miembros por efec­to de la guerra, en nuestra Congregación creció. Nuestras misiones entre infieles, que se vieron expuestas a los mayores peligros, ya por haberles sido arrebatados los misioneros forzados a las armas, ya por la imposibilidad de enviarles nuevos operarios y de su­ministrarles alimentos y otras cosas necesarias para la vida, logra­ron mantenerse de modo admirable: Los misioneros que queda­ron, suplieron a los ausentes, tomaron sobre sí el trabajo de otras estaciones y Dios duplicó sobre los fieles servidores su protec­ción. Dicho sea esto por cuanto se refiere a nuestras obras en general; si añadimos los beneficios y ayudas particulares, el im­pulso dado constantemente a cada uno de los individuos, expe­rimentado muy sensiblemente por cada uno de nosotros, estare­mos de acuerdo en proclamar ha traspasado con nosotros todos sus límites y que a los beneficios antiguos se juntaron de con­tinuo otros nuevos. Así pues, todos tenemos la obligación ine­ludible de dar gracias a Dios de todo corazón.

Por suerte dirá alguno: «¿Acaso nos ha perdonado la guerra? ¡Cuántos de los nuestros, sacerdotes, escolares, hermanos cuad-

jutores, novicios, alumnos de la Escuela Apostólica, perecieron en la batalla! ¡Cuántos jóvenes, esperanzas ubérrimes, fueron arran­cados como espigas sin granar, del campo del apostolado! Basta leer el necrologio de la Congregación en estos cinco años para entrever la magnitud de la catástrofe.» Nosotros lo confesamos de buen grado: Un luto inmenso se abatió sobre nuestra familia; muchos, y a menudo los mejores, no regresaron del campo de batalla; y no siempre pudimos encontrar sus despojos para que descansaran junto a sus hermanos. Mas, ¿qué significa todo ello?

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Creemos que la justicia de Dios, herida por tantos pecados de los hombres, debió ser aplacada con la sangre y el sacrificio de la vida. Bien dice S. Pablo: «Sin la efusión de sangre, no hay re­dención» (Hebr. 9, 22). Y ante nosotros marchó Cristo con su ejemplo, «que nos lavó de nuestros pecados con su sangre» (Apoc. 1, 5). ¿Qué tiene, pues, de particular que Dios que se escogió sus víctimas de todo estado y condición, tomando a las madres sus hijos queridos, a las esposas sus esposos, a los hijos sus padres, haya también elegido sus holocaustos más puros en el campo sacerdotal y religioso? ¿Quién podría soñar que en el inmenso holocausto de vidas humanas quedara nuestra Congregación como olvidada, de suerte que ni siquiera mezclase una gota de sangre en el inmenso río con el que la tierra fue purificada? Santa y paternalmente obró con nosotros el Señor, escogiendo para víc­timas suyas a muchos de nuestros hermanos. Nosotros ciertamente lloramos a nuestros hermanos y lamentamos su ausencia; pero, al mismo tiempo, nos gloriamos en su sangre, porque no sólo du­rante la vida, sino también muriendo, desempeñaron el minis­terio sacerdotal, ofreciendo a Dios su vida, en unión de Cristo en la cruz, en olor de suavidad. Sabemos que no perecieron para detrimento, sino para incremento de la Congregación, pues si «la sangre de los mártires es semilla de cristianos», la sangre de los misioneros será semilla de nuevos apóstoles. Es, pues, lícito concluir que las condiciones de la Congregación son ahora me­jores que antes de la guerra, mientras queramos darnos de todo corazón y con todas nuestras fuerzas a secundar la voluntad de Dios y a santificarnos.

Nada interesa más en el momento actual. Si, después de la guerra, ha de crecer y de extenderse la Iglesia, ha de aumentar el 'número de quienes entren por camino de salvación, han de flore­cer en el jardín de la vida religiosa las virtudes y los carismas divinos, ciertamente no se hará sin nuestra esforzada y eficaz colaboración. De nuestra piedad, santidad y celo esperan Dios su gloria, las almas su salvación, las naciones su prosperidad. Nadie permanezca ocioso, tibio, apegado a cosas mundanas. Vigilemos todos, peleemos todos con diligencia contra las insidias del de­monio, realicemos todos en la tierra la obra de Dios.

Nuestras primeras palabras se dirigen a los carísimos herma­nos que, como esperamos, regresarán en breve de los campos dé la guerra, y abandonarán la milicia terrena para militar en la

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de Dios. Os recibimos, carísimos hermanos, con gozo inmenso y caridad ardiente. Durante muchos años soportásteis el peso del día y del calor, peso como no lo hubo parecido, expuestos conti­nuamente al peligro de muerte, pero olvidados del riesgo propio, habéis consolado a los agonizantes y los heridos, disteis ejemplo a los otros soldados, juntásteis al deber de defender la patria un ministerio mayor, el de llevar los hombres a la fe y a la salvación eterna con vuestras palabras y vuestras obras. Ejerci- tásteis este ministerio rodeados de angustias de cuerpo y alma. Ahora volvéis a la vida del claustro más suave, pero también más austera. Habéis peleado con valentía contra los enemigos de vues­tros conciudadanos; pelead ahora contra el mundo, contra el diablo, contra vosotros mismos. Os mostrásteis fuertes en la de­fensa de vuestra patria terrena, sedlo ahora también en la conser­vación de la fe, piedad, caridad, humildad. Habéis conseguido en diferentes ocasiones honores militares, mereced ahora la gloria inmarcesible, que Dios reserva a quienes le aman. Fuisteis mu­chas veces consuelo y solaz para vuestros conmilitones, servid ahora de edificación a vuestros hermanos en la modestia, obe­diencia, estudio y todas las demás virtudes. A esto habéis sido ahora llamados y confío llenaréis con interés esta vuestra vocación.

A todos aquéllos que, por especial Providencia de Dios, no fueron llamados a filas, sino que pudieron disfrutar de la tranqui­lidad del claustro, les exhortamos y pedimos con ardor que, acordándose de tan inmenso beneficio, se renueven en el espíritu de su vocación y busquen con todo empeño la perfección de su estado religioso. Nos ha preservado el Señor no por nuestro provecho temporal, sino por su gloria. Si terminada la guerra, • descuidamos el cuidado de nuestra santificación, nos implicamos en negocios o afectos humanos, buscamos más nuestras cosas que las de Cristo, el exordio de la paz significaría un mal mayor y una desgracia más grave para el Instituto que todos los peligros de la guerra, y la Congregación, que pudo mantenerse en medio de la batalla, se derrumbará con la paz. No sólo a la Congrega­ción, también a la Iglesia y a las almas, acarrearíamos grave daño. Pues los sacerdotes y los religiosos, que se olvidan de las exi­gencias de su vocación y descuidan la santificación propia, se convierten en escándalo de los fieles y en ruina de las almas. Por el contrario, los ministros de Dios, que con todo interés cultivan.

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las virtudes y los deberes del propio estado, no sólo trabajan por su salvación, sino que reducen a una vida más santa a muchas al­mas con sus preces, ejemplos y buenas obras.

Confiamos, pues, amados hermanos, en que la fiesta de la Inmaculada, la primera que, cual estrella fulgente, aparece des­pués de las tinieblas bélicas, os ofrezca la mejor ocasión de dar sinceras gracias a la dulce Madre, Ntra. Sra. del Sdo. Corazón, que nos obtuvo de su Hijo especial ayuda y eficaz protección y que, al mismo tiempo, nos abrirá la perenne e inagotable fuente de gracias, que necesitamos para conseguir la perfección, ganar las almas para Cristo y promover en todas partes la gloria de Dios.

De todo corazón para vosotros c,omo para si pide estos dones vuestro affmo. en el Sdo. Corazón,

E. M e ye r , M . S. C. Sup. Gen.

Roma, 8 de diciembre de 1918.

RESTAURACION DE LAS OBRAS DE LA CONGREGACION (1)

Se ha pactado la paz. Cesaron las matanzas, las armas callaron, pero no volvió la concordia a los espíritus, ni se ha restablecido el orden en la sociedad civil. El odio latente entre pueblos, la •disensión interna entre ciudadanos de la misma región, el des­enfrenado deseo de ocio y de placeres, el desprecio de toda auto­ridad, comprometen el estado de las naciones, ya de suyo pre­cario y debilitado por la guerra, por las cargas de la usura, por la carencia de lo necesario para vivir y preparan males aun más graves que los mismos horrores de la guerra. La unión de fuerzas de todos los ciudadanos, el trabajo asiduo, el orden perfecto en las cosas apenas sí podrían suavizar los males terribles causados por la guerra, ¿qué podremos, pues, esperar ante la irrupción de tanto vicio y corrupción? Con razón temen los hombres pruden-. tes gravísimas perturbaciones y temibles disturbios en la sociedad.

Tampoco podemos esperar que la Iglesia en medio de tales perturbaciones pueda permanecer libre de peligro. Las desgra­cias del género humano la afectan siempre, como afectan a la madre las penas del hijo. Además, la historia atestigua que los •disturbios causados por hombres perversos, alteran por doquier las peores voluntades para degenerar muy pronto en abierta per­secución de los buenos. Estén preparados incluso para esto los buenos discípulos de Cristo, que saben juntar a la sencillez de la paloma, la prudencia de la serpiente.

Han desaparecido instituciones, que parecían firmísimas. Cae­rán también otras. La Iglesia permanece y permanecerá, pues

(1) Escrita en latín: Analecta, 1919, pág. 563-567

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tiene la promesa de perennidad que le ha hecho su Fundador. No prevalecerán contra ella, fundada sobre roca sólida, los pode­res del infierno. Aun más, contiene en sí semilla de vida para las instituciones humanas. Cualquiera que sea el nuevo orden que se establezca conviene que reciba de la Iglesia su firmeza y su eficacia. Por lo cual, a medida que aumentan las ruinas, de las: que han de surgir las nuevas instituciones, se pone más de relie­ve la misión perenne y el trabajo de la Iglesia y de sus ministros.

Abrigamos firme esperanza y de todo corazón deseamos que corresponda parte no pequeña a nuestra Congregación en esta futura actividad. ¿Por qué habría de rodearnos el Señor de soli­citud tan exquisita, por qué habría de hacernos crecer en medio de los peligros de la guerra, si no es porque esperaba nuestro fruto y nuestro trabajo para afianzar la fe y la vida cristiana en la nueva generación que surgiera de las convulsiones de la guerra? Preparémonos, pues, para realizar con ardor y eficacia la obra de Dios.

Si queremos transformar y santificar a los hombres, debemos, comenzar renovándonos y santificándonos a nosotros mismos. Tan­to los Superiores como los súbditos, cada uno en su puesto, deben concurrir a esta renovación con todas sus fuerzas.

Los Superiores de cualquier categoría deben, en primer tér­mino, instaurar y acrecentar aquellas obras con las que la Con­gregación se nutre y se propaga.

Que cada Provincia, Cuasi-Provincia o Sección Regional tenga su propia escuela apostólica, a la que alimenta y sostiene la Pequeña Obra (1). Recíbanse en ella tantos alumnos cuantos per­mitan las ofrendas de los fieles. La experiencia de los años pasa­dos demuestra que el medio ordinario escogido por Dios para suscitar y desarrollar las vocaciones para la Congregación es la escuela apostólica. Los experimentos de otro género nos han fallado desgraciadamente, mientras las escuelas apostólicas nos han ofrecido una cosecha de vocaciones ubérrima y digna de admira­ción. Es cierto que los sacerdotes y clérigos que nos han venido

(1) La Pequeña Obra, según la mente del P. Meyer, reflejo sin duda de la de sus Funaddores, no es la Escuela Apostólica, donde se agrupan, para su instrucción y formación un determinado número de muchachos as­pirantes a Misioneros del Sdo. Corazón. Es el Organismo encargado de la alta dirección para su adecuado desarrollo. Poco a poco, ya desde el principio, la denominación pasó a designar la misma ^«cuela Apostólica..

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del clero secular o de los seminarios han sido y son una ayuda preciosa para la Congregación, que los recibe complacida y les rodea de afecto maternal, sin hacer jamás acepción alguna entre hijos. Pero son pocos y casi la única esperanza de vocaciones está depositada en nuestras escuelas apostólicas. Como ha sucedido hasta el presente, sucederá también en los años venideros. Por lo cual en cada Provincia debe cuidarse con esmero tal escuela.

En primer lugar se requiere que se renueve y se conserve el fervor y espíritu primero infundido por los venerables fundadores. Que cada escuela apostólica esté separada de las otras obras de la Congregación, especialmente de las obras externas. Que él programa de estudios sea explicado por los nuestros en su totali­dad. Que la Congregación adopte verdaderamente e incorpore a si a los niños. Que los niños sean imbuidos desde su ingreso en el espíritu de la Congregación. Quienes sean señalados para edu­carlos tengan siempre presente que no les forman para ser buenos cristianos, sino para conducirlos específicamente hacia la vida religiosa y el sacerdocio. Este fin indicará los medios a elegir en su formación: Prescíndase con energía de todo cuanto lleve el sello de máximas y vanidades del mundo, foméntese con ardor cuanto conduzca a la piedad, al culto y amor de Dios, al celo por la salvación de las almas.

Si para los niños constituye esta educación un inmenso benefi­cio, calcúlese por ahí la dignidad del ministerio confiado a los educadores, que deben formarlos. Si con el concorde esfuerzo de todos se mantiene en nuestras escuelas esta pureza de espíritu, aumentará el número de los llamados y los candidatos firmemente enraizados en la virtud y seriamente instruidos en los estudios, ofrecerán garantías de perseverancia.

El noviciado acoge a los jóvenes que concluyeron sus estudios en las escuelas apostólicas. Ningún año tiene en su vida mayor importancia, puesto que deposita en su alma y cultiva en ellos la semilla de las virtudes religiosas. Toda la vida regular depende del Noviciado, que con exactitud ha sido definido como «escuela de la mente y del corazón», ofrece a la mente la doctrina espiri­tual e infunde en el corazón fortaleza y tenacidad en la práctica de las virtudes. Por lo cual los Superiores elijan para Maestro dé Novicios a un buen conocedor de la doctrina ascético-místicá, que sea al propio tiempo dechado de vida religiosa, que pueda ir delante de los novicios con la palabra y con el ejemplo. Guardé

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con esmerado cuidado las sabias disposiciones dej Derecho Canó­nico y las piadosas costumbres del noviciado recibidas de los mayores, nada innove, no permita excepciones a no ser por causa grave, para imprimir en perpetuidad en los novicios el hábito de la vida común y el espíritu religioso. A quienes encuentre inca­paces de asimilar este hábito y este espíritu, apártelos del novi­ciado.

Otro tanto debe decirse del noviciado de los Hermanos Cuad- jutores que, movidos por la gracia de Dios y el deseo de la perfección, abandonan el mundo para servir a Dios en los menes­teres humildes de la vida religiosa. Quizá el mundo tilde de bajos sus oficios; pero ante Dios no son inferiores a los demás religio­sos, incluso pueden ser fácilmente superiores por su humildad y por el amor de Dios y del prójimo. De donde se sigue que su formación ha de llevarse en el noviciado con idéntica diligencia, prudencia y caridad.

El escolasticado es la continuación y ampliación del noviciado. La semilla de santidad, caída en buena tierra, debe durante estos años, llegar a su madurez. No debe rechazarse nada del espíritu del noviciado, ni de las virtudes adquiridas, ni del prístino fervor. Los estudios de filosofía y teología lejos de ser una rémora en el progreso de las virtudes religiosas, pueden y deben constituir ayuda. Cultívense, pues, paralelamente ambas disciplinas, la teó­rica de las ciencias sagradas y la práctica de las virtudes sobrena­turales. Que los Directores sean custodios firmes de la regla, cultivadores preclaros de la vida espiritual, promotores diligentes de la ciencia. En las Provincias, cuyo número de Escolares sea elevado, ténganse las clases en casa y sean impartidas por los nuestros. Consta por experiencia que no sólo resulta favorecida la vida religiosa, sino también los estudios. Pero donde sean po­cos y asistan a Universidades públicas, vigilen los Superiores que el trato con los extraños no perjudique a la piedad, regularidad y disciplina. Finalmente, que nadie sea admitido a la profesión per­petua o a las órdenes sagradas si no da muestras ciertas y seguras de vocación y perseverancia. No hay que atender al número, sino a la virtud. Así formados e instruidos nuestros neosacerdotes, confiados sólo en la gracia de Dios, podrán pisar los umbrales del

. ministerio y apostolado.

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Tal debe ser la primera preocupación de los Superiores para reorganizar y aumentar la Congregación.

. Pero no ha de ser menor su esmero en la dirección de los miembros en el ministerio y en emprender obras adecuadas. ¿Qué aprovecharía formar nuevos religiosos y sacerdotes si no les ofre­cen medios adecuados para procurar Ja perfección propia y la salvación de las almas? Es cierto que nunca faltará trabajo en la Iglesia. No perderán actualidad las palabras de Cristo, «mucha es la mies y pocos los obreros». No es menos cierto que si cada uno de los nuestros está dispuesto de todo corazón a cualquier ministerio, para realizarlo sin preferencias de ocupación, sin ape­tito de vanagloria, apenas podrá dar abasto a las obras que le serán encomendadas.

Pertenece, sin embargo, a los Superiores la elección de aquellas obras que están más en consonancia con nuestra vocación y llevan más directamente a la gloria de Dios. Tengan, pues, siempre presente que no pueden abandonar a ninguno de los nuestros a su aire, sino que a todos deben coordinar a un idéntico fin, como miembros de un mismo cuerpo. La vida común es a un tiempo deber y derecho de cada uno de nosotros. Que nadie busque para sí una obra estrictamente personal, ni se la permitan los Superiores. Presten todos su concurso con gran entusiasmo a las obras de la Congregación. Aquí sale al paso la dificultad de coor­dinar la vida común con el ministerio apostólico. Que no se oponen mutuamente, sino que se ayudan entre sí, es evidente. La vida común confiere al ministerio gran eficacia y solidez. Por lo cual si algún ministerio o alguna forma de ministerio no se conjuga con la vida común, rechácesele. Es la vida religiosa la que sirve de ejemplar y modelo al clero secular, no al revés. Esta vida común, que al común bien atiende, es posible para todos los nuestros ya sea en el ministerio entre fieles, ya en las misiones entre infieles. Y sólo de ella podemos esperar copioso fruto para la propia santificación y la salvación de las almas. De ahí la necesidad de restaurarla y guardarla en todas partes.

Concluyamos pues: Desde los comienzos de la escuela apostó­lica fórmense los miembros de la Congregación con tesón perseve­rante en la firme disciplina e íntimo espíritu de la vida religiosa. Virtudes y hábitos que cada uno debe conservar y aumentar du­

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rante toda su vida, hasta la muerte, en el ministerio. Será así nuestra Congregación como «ejército bien disciplinado» para acometer las batallas de Dios.

Esto desea y pide para cada uno de los hermanos y para la Congregación entera vuestro affmo. en el Corazón de Jesús,

E. M e y e r , M . S. C. Sup. Gen.

Roma, 8 de diciembre de 1919, fiesta de la Inmaculada Con­cepción, sesenta y cinco aniversario de la Fundación de la Con­gregación.

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EL PADRE ADRIANO BROCKEN(18 agosto 1920-17 sept. 1932)

Zelus domus tuae comedit me.(Joan. 2, 17).

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SEMBLANZA

Ante una tumba abierta de un pequeño cementerio claustral en Tilburg (Holanda), se dejaban oír los siguientes conmovedoras palabras, que querían servir de Adiós postrero a un hombre ex­traordinario: “Con él han perdido las misiones un procurador lle­no de entusiasmo y un patrocinador celoso; la Congregación ha perdido un guía sabio, experto, incondicional; todos nosotros un hermano y amigo ejemplar. Pero todos tendremos, en cambio, en él un fiel y poderoso intercesor en el cielo, al que nos confiaremos- con tanta seguridad como cuando estaba entre nosotros.”

Así era, en efecto, Adriano Brochen, ante cuyos despojos es­tremecían al numeroso concurso de hermanos y de amigos las citadas palabras. Había sido un hombre bueno, abnegado, con ol­vido absoluto de sí mismo y total dedicación a las obras de la Congregación.

Nadie podría hablar mal de Adriano Brochen. Podría no agra­darle su temperamento reservado; pero jamás se atrevería a sus­tentar que en todas sus acciones no fuera guiado por amor sin­cero y delicadeza exquisita.

El Osservatore Romano destacó su gran modestia, su delica­deza, su amor a la virtud del silencio, su adhesión a la Congrega­ción, a la que sirvió —y en ella a la Iglesia— con dedicación plena y sin alharacas, más con el trabajo incesante que con palabras.

Los Misioneros del Sdo. Corazón alemanes recuerdan al Padre Brochen con simpatía, diré más, con veneración. Aprendieron a conocer su gran corazón durante los años de la primera guerra europea —tan terrible para ellos— y en los años postbélicos, en que tan gran penuria se abatió sobre Alemania. El P. Brochen es­tuvo siempre a su lado, ya desde Holanda, ya desde Roma, aten­diéndoles con solicitud en la medida de sus posibilidades.

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Hombre de una sencillez extraordinaria, no le gustaba hablar de sí mismo, ni de sus cosas personales. Era raro escucharle anécdotas en las que fuera protagonista. En uno de los viajes, durante su generalato, padeció un accidente de ferrocarril en los Pirineos. Siempre que se veía forzado a narralo, invariablemente le quitaba importancia: “No fue tanto”, decía. Alguien le recalcó exprofeso sobre sus pensamientos en tan críticos instantes, apri­sionado entre las tablas y hierros del vagón siniestrado: “Refle- xioné si estaba completamente en orden con el Señor y esperé tranquilamente.”

El P. Brocken estaba perfectamente en orden con el Señor. Podía ofrecer su obra impregnada de caridad y su vida inmacu­lada, exenta de cualquier tilde egoísta.

Los que le conocieron alaban su comprensión. Comprensión para todos. Cuando era necesario adoptaba resoluciones firmes; pero todos quedaban con la convicción de que señalaban el ca­mino recto.

Al observador menos perspicaz tío podía pasarle inadvertido un fenómeno curioso: El P. Brocken, de ordinario reservado, se tornaba elocuente y parecía transformarse en las fiestas de des­pedida de misioneros. Era su día. Los días de cosecha de siembras laboriosas. Las misiones constituyeron el amor de su vida. Visitó las del Brasil, Filipinas, Indonesia. Llegó hasta las últimas esta­ciones perdidas en la selva. Quería comprobar por sí mismo los trabajos y sacrificios de sus misioneros y estimularlos en su labor. Fomentó la idea misionera no sólo en el ámbito de la Provincia Holandesa y de la Congregación, sino también fuera, por medio de activa y eficaz propaganda.

La Congregación experimentó, bajo su gobierno, notable im­pulso, tanto en número de miembros como en sus obras. A él se debe la idea y el celo práctico por la construcción del actual Es- colasticado Internacional, que pudo ser inaugurado al año de fi­nalizado su mandato, en noviembre de 1933 (1).

El P. Brocken, General de la Congregación desde 1920 a 1932, dos veces Provincial de Holanda (1910-1920 y 1932-35) había na­cido en Tilburg (Holanda) el 18 de agosto de 1873. Estudió en la P.O. de Issoudun. Profesó en 1893 y recibió el sacerdocio el

(1) Hiltrupermonatshefte, juni, 1935, pág. 166.

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16 de julio de 1899. Fue primeramente nombrado Profesor de Derecho Canónico, luego Ecónomo Provincial hasta asumir el cargo de Superior Provincial.

Sus últimos años, además del trabajo excesivo, se vieron agobia­dos por enfermedad de estómago, que apenas le permitía ali­mentarse. Decidió someterse a una operación quirúrgica. Los re­sultados primeros, excelentes. Tanto que hicieron concebir a todos esperanzas de pronta recuperación. A todos, menos al mismo en­fermo, que presentía cercana su muerte y descansaba en su firme esperanza en Dios. No dejaba de ser sintomático que, al abando­nar la habitación del convento, para trasladarse a la clínica, dejara todo en perfecto orden y de tal manera dispuesto como si no hubiera de volver. Y no volvió. El 13 de abril de 1935 sellaba una vida santa con muerte envidiable.

Vale la pena transcribir la carta-despedida que, dos días antes de su muerte, dictó a su secretario para que la hiciera llegar a todos los religiosos de la Provincia. Hela aquí:

“Tilbourg, 11 de abril de 1935.Amado sea en todas partes el Sdo. Corazón de Jesús.Mis reverendos Padres y muy amados Hermanos: Durante los

largos años de mi gobierno sin duda he sido causa de disgusto en más de una ocasión. Os suplico de corazón que me perdonéis. Creo, sin embargo, que de mi parte nunca ha habido mala inten­ción. Perdono, a mi vez, con sumo gusto a todos aquellos que piensan haber sido injustos conmigo.

Durante mi prolongado gobierno, he cometido ciertamente muchas faltas por insuficiente dedicación al cumplimiento de mi deber y por no dar siempre buen ejemplo. Pido perdón a todos los que de este modo haya podido desedificar.

Debo también acusarme de no haber impulsado siempre bas­tante a mis hermanos al cumplimiento de las Constituciones. Rue­go, asimismo, que me perdonen.

En el trance de ser juzgado en el tribunal del Altísimo, ruego a todos que seáis fieles a todas vuestras obligaciones religiosas, no despreciéis ninguna, no hay obligación pequeña en la vida religiosa, todas tienen su lado trascendente.

Os quiero recordar muy particularmente la obligación del si­lencio tan severamente prescrito por las Constituciones.

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Fortalézcanse cada vez más en nuestra Provincia la devoción al Sdo. Corazón y la devoción a Ntra. Sra. del Sdo. Corazón. Es necesario para ser verdaderos Misioneros del Sdo. Corazón.

Mi adiós más cordial a todos.

A d r ia n o B r o c k e n , Prov. de los M. S. C.” (1)

Así sencillamente, se iba del mundo, dejando una estela de virtud callada y una invitación a mejores conquistas.

Las Circulares escritas por el P. Brocken son orientación y apremio. Le interesa la práctica, lo que debe hacerse sin demora para responder a nuestra vocación y a las esperanzas que Dios y la Iglesia tienen puestas en la Congregación y, consiguientemente, en cada uno de sus miembros.

(1) Analecta Soc. 1934, pág. 303-304. Está en francés, traducido del original holandés.

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LAS PRECES COTIDIANAS (1)

Carísimos Padres y Hermanos: Os enviamos hoy las preces señaladas por el Capítulo General, que mandamos sean recitadas diariamente por todos en comunidad, a partir de la recepción de esta carta, y deseamos vivamente se extiendan también a los alumnos de la Escuela Apostólica para que ya desde el principio se imbuyan del genuino espíritu de la Congregación.

Cualquiera que atentamente lea estas preces se percata de inmediato que la ley del orar muestra una ley del vivir en per­fecta consonancia con el fin de nuestro Instituto, que nos manda tributar un culto peculiar al Corazón Sacratísimo de Jesús, com­pensarle y repararle con obras y obsequios dignos por las injurias, que le infiere la ingratitud humana e imitar sus virtudes, tomán­dole por modelo.

Quien además las recite con devoción y procure reducirlas a la práctica ya demuestra que su vida está penetrada de la dedi­cación al Sdo. Corazón y que su amor le distingue con carácter peculiar.

Acercándonos, pues, a esta fuente de vida, santidad y consuelo, tomemos con piadosa avidez el agua que brota hasta la vida eterna para que, libres de toda ambición de cosas terrenas y del espíritu mundano, busquemos agradar sólo a Dios.

Que nadie en sus oraciones se limite a pensar en su propia per­fección; antes bien, mostrándose auténtico hermano de sus her­manos, encomiende al Señor las necesidades de cualquier orden,

(1) Omito los primeros párrafos, en que expresa el P. General su pena por no poder dar a conocer aún los Estatutos del Capítulo, pendientes de aprobación pontificia. Escrita en latín: Analecta, 1920-21, pág. 22-23.

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especialmente el progreso en la virtud, de cuantos Dios llamó al mismo género de vida más perfecta y desee inflamar a todos en el fuego, que procede del ardiente horno de caridad del Sagrado Corazón. Tenga un recuerdo especial para cuantos en lejanas tierras sostienen mayores trabajos por la gloria de Dios, no olvide tampoco a los que son objeto de su evangelización y socorra, finalmente, con sufragios diarios, a los difuntos de la Congrega­ción.

Como exhortación final sírvanos ésta del Apóstol: «Acordáos de vuestros Superiores, ellos vigilan como quienes tienen que rendir cuentas por vuestras almas.» No omitáis, pues, la oración por los Superiores para que, asistidos por el Señor en el desem­peño de su cargo, ayuden con su ejemplo y acertada dirección a quienes presiden.

Affmo. en el Corazón de Jesús,

A. B r o c k e n , M. S. C. Sup. Gen.

Roma, 7 de marzo de 1921.

LAS CONSTITUCIONES (1)

Muy amados Padres y Hermanos: El Capítulo General cele­brado en Roma durante el mes de agosto de 1920 estudió la refor­ma de las Constituciones a tenor del Código de Derecho Canóni­co y, aprovechando la ocasión, propuso algunos cambios. La Sagrada Congregación de Religiosos aprobó, con pocas excepcio­nes, las reformas y cambios, añadiendo algunos otros por su cuenta, y permitió publicar y promulgar esta nueva edición de las Constituciones.

Léanlas, pues, atentamente todos los miembros, medítenlas y, solícitos de su observancia, esfuércense en acomodar la vida ente­ra a sus prescripciones.

Sepan, además, que en tanto se harán dignos del título de Misioneros del Sdo. Corazón, en cuanto con toda diligencia cum­plan estas Constituciones. Si las dejan de lado, en modo alguno* podrán agradar al Sagrado Corazón. De esta fidelidad depende especialmente la santificación de los miembros, la solidez y el incremento de toda la Congregación.

Por lo cual con el máximo interés pedimos y suplicamos a todos que estimen más y más estas Constituciones y pongan todo su empeño en cumplir jUS preceptos.

Acuérdense los Superiores que su deber principal está en promover la observancia de estas Constituciones. Cuiden especial­mente que se cumpla con fidelidad el capítulo de culpas, pues consta que todas las familias religiosas lo consideran como uno de los medios más eficaces para la práctica de la virtud.

Por lo que hace a la profesión religiosa queremos subrayar que,

(1) Escrita en latín, Analecta, 1923, pág. 146-7.

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terminado el noviciado, no es lícito a los novicios hacer los votos por más de un trienio (n.° 43), terminado el cual, pueden, si es necesario, ser admitidos a la renovación de los mismos hasta que cumplan los ventiún años o sean llamados al servicio militar.

Que el Sdo. Corazón y Nuestra Señora se dignen confirmar nuestra voluntad y nos den fuerza para que podamos cumplir lo que con gusto hemos ofrecido al Señor, que se dignó alistamos ■entre sus escogidos.

Afectísimo en el Sdo. Corazón,

A. B r o c k e n , M. S. C. Sup. Gen

Roma, en la fiesta de la Epifanía de 1924.

N o ta : Escrita en Iatín-Analecta, 1923, pág. 146-7.

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PIO XI EN EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DEL P. FUNDADOR (1)

A nuestro querido Hijo Adriano Brocken, Superior General de los Misioneros del Sagrado Corazón.

Pío PP.XI

Dilecto Hijo: Salud y bendición apostólica.Entre los siervos de Dios que, en el pasado siglo, se preocupa­

ron de proveer a las necesidades del cristianismo, instituyendo los organismos adecuados, ocupa ciertamente un puesto de honor el fundador de vuestra Congregación. P. Julio Chevalier, de cuyo nacimiento celebraréis en breve el centenario.

Nos es grato recordar el propósito por él concebido al hallarse en la parroquia de Issoudun, a saber, buscar el retorno de los hombres a Dios, fomentando la devoción al Sdo. Corazón. Fue del agrado de Dios este propósito, pues no sólo trabajó esfor­zadamente para que todo el género humano fuera consagrado al Sacratísimo Corazón de Jesús, sino que, venciendo dificultades de todo género, reunió un ejército de valientes misioneros, que ardiendo en celo apostólico, bajo la protección de la Santísima Virgen, a la que él mismo llamó con título nuevo «Nuestra Señora del Sdo. Corazón», se empeñaran en la extensión del Reino de Cristo por el orbe entero. No fueron vanas las esperanzas del Fundador, pues sus hijos, esparcidos en breve por varias regiones de Europa y América, merecieron hasta el presente el aplauso de la Religión y de la Patria, especialmente por la formación de la juventud.

(1) Escrita en latín, Analecta, pág. 189-190.

— íé i

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Pero donde el ardor de su apostolado alcanzó metas más altas fué en las misiones de Oceanía y de las Islas Filipinas, donde no perdonaron trabajos, ni temieron peligros para llevar la luz del Evangelio a pueblos míseros, hundidos en tinieblas de muerte.

Así pues, como es justo que celebréis el centenario del naci­miento de vuestro Padre, aprovechad la oportunidad para, revis­tiéndoos de sus virtudes, continuar con nuevo ardor, las obras que habéis comenzado.

Nos con sumo gusto completamos vuestra alegría participando' en esta solemnidad y deseamos vivamente que el Escolasticado Romano, que acabáis de fundar para conmemorar este centena­rio, reciba cuanto antes vuestros alumnos procedentes de dife­rentes naciones. De ello habrá de seguirse que los jóvenes reli­giosos que aquí vengan a formarle aprendan en este centro de la unidad católica a sentir íntima y firmemente con la Sede Apos­tólica y a obedecerla y servirla humildemente, lo que fué desde el principio norma y divisa vuestra. Alegres con esta esperanza, como prenda de las bendiciones de lo alto y en signo de paternal benevolencia, a tí, amado Hijo, a cada uno de tus Hermanos y a cuantos, de cualquier manera que sea, pertenecen a esta Con­gregación o ayudan vuestras obras, impartimos de Corazón la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, en San Pedro, el 1 de marzo de 1924, tercero de Nuestro Pontificado.

Pío PP.XI

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CENTENARIO DEL NACIMIENTO DEL P. FUNDADOR (1)

Padres y Hermanos carísimos: Nos es dado celebrar con in­mensa alegría el Centenario del nacimiento de nuestro dilectísimo Padre, a quien Dios concedió la gracia de echar los fundamentos de nuestra pequeña Congregación, gobernarla con prudencia a lo largo de casi cincuenta años e incrementarla no poco. Conviene nos mostremos siempre agradecidos por tan gran beneficio, recor­dando cuanta solicitud y cuanto trabajo supuso para el Fundador esta obra.

Los principios se presentaban muy humildes y repletos de di­ficultades y, aunque no pocos opinaban que la obra no habría de durar, jamás él dudó del éxito. Se atrevió con ánimo esforzado a acometer empresas para las que el número de operarios era to­talmente insuficiente. Apenas comenzadas parecía que las circuns­tancias adversas iban a echarlo todo por tierra, pero el Padre, con voluntad indomable y admirable fortaleza venció cuantas difi­cultades se oponían y consiguió el fin que había prefijado.

¿De dónde provenía tanta virtud y firmeza? De su ardiente amor al Corazón de Jesús y del interés supremo por promover la gloria del mismo Sacratísimo Corazón. La explicación de su vida, según testimonio de su fiel compañero el P. Piperon, está con­tenida en la divisa que nos dejó: «Amado .sea en todas partes el Sdo. Corazón por siempre.» Se entregó por completo a lográr que las almas conocieran y amaran al Sdo. Corazón; estaba fir­memente persuadido de que el culto del Sdo. Corazón era el medio más eficaz para extirpar los males de nuestro tiempo y atraer nuevamente a los hombres a la práctica de la vida cris­tiana; más aún desde que oyó de labios de Pío IX, de feliz me­

(1) Escrita en latín, Analecta, 1924, pág. 197-200.

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moria, en la primera audiencia que le concedió, aquellas lumi­nosas palabras: «La Iglesia y la sociedad no tienen otra esperanza que el Corazón de Jesús; sólo en El podrán encontrar el premio de sus males».

Al damos el título de Misioneros del Sdo. Corazón el piadoso Fundador nos asignó a nosotros, sus discípulos, el fin que a sí mismo se había propuesto de glorificar al Sdo. Corazón de Jesús. Para que a todas horas tengamos presente este fin nos enseñó la piadosa costumbre de repetir con frecuencia la invocación «ama­do sea en todas partes el Sdo. Corazón» ya sea al comenzar las oraciones y ejercicios de piedad, ya al saludarse mutuamente.

Las innumerables obras fundadas por el venerable P. Cheva- lier le señalan como genuino apóstol del Corazón de Jesús. A El orientaba cuanto emprendía y a propagar su culto ordenaba todos sus trabajos. Construyó en Issoudun la basílica en honor del Sdo. Corazón y la adornó artísticamente, de suerte que logró que las mismas piedras proclamaran la gloria del Divino Corazón. Con la ayuda del piadosísimo P. Vandel formó la Escuela Apostólica, que adornó con el nombre de Pequeña Obra del Sdo. Corazon. De la fuente del mismo Sacratísimo Corazón sacó una devoción espe­cial hacia la Sma. Virgen, a la que engrandeció como con nueva corona honorífica con el título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Nadie ignora cuanto contribuyó la Archicofradía erigida bajo este título a propagar el culto al mismo Sacratísimo Corazón. El P. Chevalier enseñó incluso a los sacerdotes seculares, agru­pándoles en una pía unión y editando para ellos algunas publica­ciones, la manera práctica de promover eficazmente el culto al mismo Sagrado Corazón. Fundó también una asociación bajo el título de «adoradores del Corazón de Jesús» para los cristianos que en el mundo aspiraban a una vida más fervorosa. Conocido es también el interés con que el P. Chevalier impulsó al culto de amor y reparación al Sdo. Corazón primero a los fieles, que vivían vida de comunidad, y después a todo el pueblo cristiano, fundando una Archicofradía. Asimismo, propuso el culto de San José, esposo de la Sma. Virgen, como modelo y patrono de los amantes del Sagrado Corazón de Jesús.

En medio de tantas ocupaciones no deja de sorprender que nuestro Fundador tuviese aún tiempo para escribir libros en los que exponía con piedad y claridad la doctrina y el culto del Sagrado Corazón -y de Nuestra Señora del Sagrado Corazon.

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Cuánto fué su celo y trabajo por la causa del Sdo. Corazón no sólo entre los suyos, sino también entre los fieles del mundo entero, se puso claramente de manifiesto cuando, secundando el deseo de Pío IX, reunió en algunos volúmenes, en el espacio de pocos meses, 160 cartas de Cardenales, Arzobispos y Obispos y tres millones de firmas de los fieles pidiendo la consagración de la Iglesia al Sdo. Corazón.

De todo esto se desprende que si queremos mostrarnos dignos hijos de tan gran Padre, debemos ser genuinos adoradores del Corazón de Jesús y propagandistas entusiastas de su culto. Ya nos lo mandan nuestras Constituciones, al imponernos el honorífico deber de honrar al Sdo. Corazón, especialmente en el Smo. Sacra­mento de la Eucaristía, de reparar las injurias que le son inferidas y de imitar con todo interés sus virtudes. Sea, pues, nuestro cui­dado principal investigar con profundidad los secretos del Sagra­do Corazón, revestirnos con la meditación de sus sentimientos y manifestar en nuestra conducta sus ejemplos. El amor hacia el Corazón Divino impreso en nuestros corazones nos fuerza, siguien­do los deseos de nuestro piadosísimo Fundador e imitando sus ejemplos, a esforzarnos en conducir a todos los hombres hacia el conocimiento y amor del mismo Sacratísimo Corazón. Ensalcemos al Corazón de Jesús siempre y en todas partes ya por medio de la pluma, ya por medio de la palabra, ya por el ministerio y direc­ción de las almas. Nadie dejará de ver cuánto bien podemos hacer en la Iglesia de Dios con estas cosas, especialmente con los Anales y otros comentarios. Si toda nuestra actividad lleva esta caracterís­tica del Sdo. Corazón, según las promesas hechas a Santa Marga­rita, nuestro ministerio habrá de producir frutos copiosos. Guar­demos amorosamente la herencia preclara que nos legó nuestro Padre, para que, con el favor de Ntra. Sra. del Sdo. Corazón, que tantos beneficios nos dispensó, nos mostremos siempre genuinos Misioneros del Sdo. Corazón.

A. B r o c k e n , M. S. C. Sup. Gen.

Roma, 15 de marzo de 1924.

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CONCESION DE OFICIO CON MISA PROPIA EN LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZON (1)

Carísimos Padres y Hermanos: El nombre de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, que aprendimos de labios del venerable Fundador de nuestra Congregación es soberanamente grato a María: Lo prueban las casi increíbles gracias obtenidas con la invocación de este nombre. Ello nos invita a honrar a María pro­nunciando este título con asiduidad. El amor hacia el Padre bueno, el recuerdo agradecido de tantos beneficios, la belleza de la doctrina encerrada en este título nos lo han hecho especial­mente caro entre la multitud con que la piedad de los fieles ha coronado como con esplendente diadema a la Reina de cielos y tierra. Lo que fue patrimonio nuestro, pronto pasó a dominio pú­blico, pues, en virtud del celo y ardor de nuestro Padre, divulgado en tiempo brevísimo por el orbe entero el título de Nuestra Seño­ra del Sagrado Corazón, lo recibieron los fieles con interés por to­das partes y la aceptación unánime se vió confirmada por la aprobación de la Iglesia: Fueron muchos los Obispos que se hicieron pregoneros de este título y los mismos Romanos Pontí­fices declararon en más de una ocasión sus simpatías por el título y por la devoción.

Sería largo reseñar las albanzas recogidas por el título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. No resistimos la tentación de enumerar algunas: La Santa Sede aprobó y enriqueció con multitud de privilegios espirituales la asociación de preces o Ar- chicofradía de Nuestra Señora del Sdo. Corazón y concedió in­dulgencias a cuantos invocasen a la Sma. Virgen con este título.

(1) Escrita en latín: Analecta, 1925, pág. 268-271.

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La Congregación del Santo Oficio sometió a examen todo lo rela­tivo a la devoción y aprobó la oración del «Acordáos», previa­mente corregida. Pío nono mandó coronar en su nombre la Imagen venerada en la basílica de Issoudun y por mandato de León XIII se dedicó a Nuestra Señora el templo romano de Santiago de los españoles. Esta serie de documentos pontificios y otros muchos, que conocéis, muestran palmariamente a la nuestra como una devoción segura y libre de cualquier sombra de error. Nos faltaba solo la aprobación o consagración litúrgica, la más importante de las prerrogativas que la Santa Sede acostumbra a decretar, ya que cuando la Iglesia honra una devoción otorgándole culto público, por el mismo hecho hace suya la doctrina en que se apoya, dando de lado a todo género de dudas. Por lo cual el mismo Padre Fun­dador y los que le siguieron en el régimen de la Congregación, secundando los deseos de los Capítulos y de cada uno de los miembros de la Congregación e impulsados también por su ansia sincera, no ahorraron esfuerzo por hacer llegar a la Santa Sede, en cuantas oportunidades se ofrecieron, el ruego de que la devo­ción a Nuestra Señora del Sdo. Corazón fuera honrada con tan incomparable privilegio. Al celebrar el centenario del nacimiento de nuestro Padre Fundador, se compuso un oficio con Misa pro­pia y, apoyada la súplica por el Emmo. Cardenal Van Rossum, fue elevada a la Sagrada Congregación de Ritos para que nos fuera concedida la facultad de venerar con rito público bajo tan preciado título a la constante Protectora de nuestra Congrega­ción. Por el favor divino y por la intercesión de nuestro Fundador, como podemos piadosamente creer, se consiguió finalmente lo tan ardientemente deseado y por rescripto de 22 de julio de 1925S. S. Pío XI nos permitió celebrar la fiesta de Nuestra Señora del Sagrado Corazón con oficio y misa propios.

El anuncio de tan feliz evento fué motivo de gran entusiasmo en toda la Congregación, como con alegría hemos constatado por los testimonios que nos fueron llegando. La piedad que nos hace honrar con alegre entusiasmo a Nuestra Señora del Sdo. Corazón, nos obliga también a que, imbuyéndonos de la doctrina de esta devoción, consideremos asiduamente cuán buena Madre nos ha otorgado el Corazón amantísimo de Cristo y con cuánto gusto accede El a sus súplicas. Recurramos, pues, a Ella con plena confianza; corregidos con firmeza los defectos en que por la fra­gilidad humana caemos y despreciando los afectos terrenos, bus­

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quemos incesantemente lo más perfecto, como conviene a Ios- Religiosos, inflamémonos totalmente en la caridad divina y hagá­monos dignos de que la buena Madre derrame sobre nosotros; copiosamente las riquezas del Sdo. Corazón, que le fueron con­fiadas.

Pero no nos es lícito guardar en el seno de la familia el tesoro- de piedad y divina dulzura que nuestro P. Fundador, inspirado- por Dios, encontró y nos legó como preciosa herencia, mejor que ningún otro patrimonio. La aprobación amplísima de la Santa Sede es una invitación a hacer partícipes a todos los fieles de la devoción con que el P. Fundador enriqueció a la Congregación y a propagar con celo indeficiente el título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. De esta forma seguiremos los ejemplos de nuestro venerable Padre y nos mostraremos auténticos Misioneros del Sagrado Corazón. Ningún medio más apto para llenar el fin¡ primero de nuestra vocación, que consiste en impulsar a los hombres al conocimiento y amor del Corazón de Jesús. En con­secuencia, que todos nuestros Misioneros con interés y valiéndose de todos los medios a su alcance traten de propagar esta saludable devoción lo más posible. Hablen de ella en los Congresos Maria­nos, escriban en las revistas religiosas, prediquen, polaricen hacia, ella el fervor de los fieles en los retiros espirituales. Los Anales que editamos en diversas lenguas bajo el título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón pregonen sin cansancio su nombre y su devoción, explicando la doctrina y las ventajas de orden espi­ritual contenidas en la devoción. Contribuirá grandemente a este- fin la difusión de imágenes que por sí mismas explican con clari­dad meridiana el contenido de la devoción. Otro tanto puede de­cirse de las hojas en que vienen enumeradas las indulgencias con­cedidas a la Archicofradía de Nuestra Señora del Sdo. Corazón, que debe ser erigida canónicamente en todas nuestras iglesias públicas. Son especialmente aptos para estimular la piedad de los fieles los ejercicios públicos de piedad semanales o, al menos, mensuales, así como las novenas, cuyas intenciones se señala» para cada mes. Finalmente procuremos celebrar con el mayor fer­vor posible y con gran esplendor la fiesta de nuestra celestial Pa- trona y trabajemos por conseguir que se celebre en el mayor nú­mero posible de lugares. Todo es poco en orden a su gloria y nunca nos mostraremos suficientemente agradecidos por los innú­meros beneficios que a la Congregación y a cada uno de nosotros

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personalmente nos alcanzó. Cuando nuestro Fundador, despro­visto de todo apoyo humano, trataba de fundar la Congregación, imploró el auxilio de la Virgen, prometiendo honrarla con un tí­tulo nuevo. La Virgen escuchó su petición, bendijo su obra e hizo que sirvieran para pujante desarrollo los trabajos, las dificultades e incluso las mismas persecuciones promovidas para aplastarla.

Así pues, podemos tener por cierto que cuanto por Ella haga­mos redundará en provecho nuestro, ya que, llevada de su gene­rosidad compensa abundantemente los pequeños trabajos realiza­dos en su honor. Si amorosamente nos entregamos al servicio de Nuestra Señora del Sdo. Corazón, la Virgen Santísima nos alcan­zará del Corazón de Jesús las gracias necesarias para conseguir las virtudes propias de nuestro estado y no permitirá que nos falten los medios convenientes para la conservación y desarrollo de las obras de la Congregación.

Siervo vuestro devotísimo en el C. de J.

A. B r o c k e n , M. S. C. Sup. Gen.

Roma, 8 de diciembre de 1925.

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FORMACION DE LOS RELIGIOSOS (1)

Carísimos hermanos: Es de justicia que, llenos de alegría y de fervor, demos gracias al Corazón de Jesús al celebrar el setenta y cinco aniversario del día en que, con el favor de la Virgen Inmaculada, fue fundada nuestra Congregación, ya que tantos bienes se originaron ahí para cada uno de nosotros personalmente y para el mundo entero en orden a la gloria de Dios y la salva­ción de las almas.

Fueron ciertamente muchos los trabajos y las dificultades, que hubo de superar la Congregación en un principio y que hicieron lento su desarrollo. Apenas si contaba con cincuenta miembros cuando conmemoraba el 25 aniversario de la fundación. Pero cuando, acatando como Voluntad de Dios el deseo de la Santa Sede, tomó a su cargo las misiones entre infieles, se sintió forta­lecida con nuevo vigor y fue tal el incremento que, al celebrar el cincuentenario, contaba ya con cerca de setecientos miembros. Se acentuó la progresión y se incrementaron las obras, de suerte que son más de mil seiscientos los que en todas las partes de la tierra se disponen a celebrar el setenta y cinco aniversario. Justo es, pues, que de todo corazón demos gracias al Sdo. Corazón y a la Santísima Virgen, que se dignaron incrementar la pequeña Congregación y dirigirla con más eficacia al servicio de Dios y utilidad de las almas.

Estos sentimientos de gratitud deben impulsar a cada uno a cumplir más perfectamente los deseos de nuestro divino Salvador, no recibiendo en vano su gracia, sino cumpliendo más fielmente con el ministerio a cada uno encomendado, como exige nuestra vocación y los dones recibidos.

(1) Escrita en latín, Analecta, 1929, pág. 291-300.

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A fin de lograr de esta feliz conmemoración frutos más copio­sos y duraderos para la Congregación me ha parecido bien habla­ros de la formación de nuestros candidatos, sin pretender sentar plaza de originalidad, sino especialmente recopilando las pres­cripciones de las Constituciones, Código Canónico y disposiciones pontificias.

El incremento admirable de solicitudes de ingreso impone a los Superiores el grave deber de proceder con extremada prudencia en la admisión de postulantes. No conviene admitir a todos indis­criminadamente, sino sólo a quienes, pareciendo aptos para la vida religiosa, se muestran idóneos y aptos para los ministerios. Pero todos aquellos que por su índole, salud delicada, vida ante­rior propia o de sus padres poco digna, defecto de cualidades, falta de entereza, se muestran ineptos para la vida de comunidado para las obras de la Congregación sean rechazados sin dudar: «El progreso de la Congregación exige que sólo se acepten en ella los aptos y llamados por Dios» (Const. 22).

Pero no basta seleccionar con cuidado a los candidatos, es ne­cesario formar bien a los admitidos, es decir, enseñarles esmera­damente las obligaciones religiosas, ejercitarlos en las virtudes que deben practicar e iniciarles en los ministerios que han de desem­peñar.

Sin duda hay que considerar como disposición de la Divina Providencia el que los candidatos, que desean abrazar el sacer­docio en nuestra Congregación, se presenten generalmente en edad tan temprana que es posible que los nuestros atiendan a su instrucción primera en las Escuelas Apostólicas. Fue nuestro Padre Fundador, junto con el P. Vandel, quien primero creó este género de seminarios para los Institutos Religiosos, que mere­cieron la calurosa aprobación del Santo Padre en la Carta diri­gida a los Superiores Generales el 19 de marzo de 1924. Se echa fácilmente de ver cuán gran utilidad reporta a nuestra Congrega­ción el que pueda por sí misma formar a los miembros futuros desde los más tiernos años, cultivando su entendimiento y vo­luntad, familiarizándoles insensiblemente con la práctica de las virtudes religioso-sacerdotes. Para conseguir con perfección esta meta conviene que los Superiores y cuantos de algún modo estén al cuidado de nuestros alumnos vigilen atentamente para que las Escuelas Apostólicas no sean simplemente colegios cristianos o eclesiásticos, sino verdaderos seminarios de la Congregación, en

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los que se cultive con diligencia un modo de vivir propio de la nuestros, que ellos se sientan entre nosotros como miembros de Congregación y se forme a los futuros misioneros del Sdo. Cora­zón. De tal manera deben considerar y tratar a los alumnos como una misma familia. Por este motivo deben observarse estrictamen­te las prescripciones del Capítulo General y jamás permitan los Superiores que sean admitidos otros que aquellos «que aspiran al sacerdocio y a la vida religiosa en Nuestra Congregación». Por lo cual hay que apartar oportunamente a quienes o no tuvie­ron o abandonaron este propósito.

Nuestros alumnos deben formarse en la devoción al Sagrado Corazón, a Nuestra Señora del Sagrado Corazón y a San José, modelo y patrono de los amantes del Sdo. Corazón; deben ser iniciados en las obras de la Congregación, especialmente en lo que se refiere a las misiones entre infieles; deben finalmente ser impulsados amorosamente a la práctica de todas las virtudes, particularmente la caridad fraterna, la modestia, la sencillez, la generosidad y la abnegación. No haya para ellos la más mínima distinción entre ricos y pobres, todo cuanto reciban del exterior sea común y repártanlo entre sí fraternalmente.

Que el Director sea para ellos un verdadero padre, gobernán­dolos más con suavidad y amor que con temor y severidad; capte de tal forma su simpatía que en los asuntos de alguna importancia vayan a él confiadamente. Los cooperadores del Director tengan siempre presente el siguiente aviso de las Constituciones: «Los destinados a la enseñanza de la juventud, conscientes de la im­portancia de su cargo, empleen todo su ingenio y voluntad, no sólo en ilustrar las inteligencias, sino en fortalecer en la fe, la piedad y la virtud, los corazones de los jóvenes.» Procurarán, no obstante, con prudentes consejos que más que a sí mismos, se abran íntimamente los alumnos al Director. La costumbre exis­tente entre nosotros de que sólo el Director reciba a los alumnos en su habitación debe ser firmemente mantenida.

Para las confesiones de los alumnos señálense, en cuanto sea posible, sacerdotes no profesores. Por lo menos que los profesores no sean confesores de sus alumnos. El confesor extraordinario ha de venir tres o cuatro veces en el año y a él deben presentarse todos. Parece también muy conveniente llamarlo después de las vacaciones pasadas en familia. Las confesiones háganse en la Capilla, no en la habitación.

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Juzgamos que a nuestros alumnos hay que impartirles la ins­trucción científico-literaria que se de en los mejores colegios ecle­siásticos. Si en estos centros se acostumbra presentar a los alum­nos a los exámenes oficiales, hágase también con los nuestros para que disfruten de todas las ventajas de los externos. Conviene re­cordar aquí la advertencia de Pío XI en su carta a los Superiores Generales del 19 de marzo de 1924: «Procurad con todo interés que vuestros clérigos, que algún día habrán de desempeñar los ministerios eclesiásticos, aprendan y practiquen la lengua latina con todo empeño» (cf. Can. 1364, párrafo 2).

Terminados los estudios medios, los candidatos, que desean consagrarse a Dios en la Congregación y que han demostrado ser de buen carácter, inteligentes, piadosos y moralmente íntegros, serán admitidos al noviciado (Litt. Ap. 19 de marzo 1924). Enton­ces comienza más intensamente la formación religiosa bajo la dirección del Maestro de Novicios, que debe «sobresalir en amor a la Congregación, ciencia de los santos, celo por la salvación de las almas y gravedad de costumbres» (Const. 273). Las cosas que durante el noviciado han de tenerse especialmente en cuenta las señalan breve y conscientemente las Constituciones en el art. 35: «El año del Noviciado debe emplearse íntegramente, bajo la di­rección del Maestro de novicios, en frecuentar la oración, formar el espíritu, aprender, principalmente por el Evangelio, la doctrina y ejemplos de Nuestro Señor, estudiar las Constituciones, imbuirse de las obligaciones de los votos y virtudes, corregir los defectos, refrenar las pasiones y adquirir las virtudes, con preferencia, las más propias del Sdo. Corazón de Jesús.» Obsérvese esto con la máxima fidelidad y cúmplase íntegra y plenamente.

Expóngase también a los novicios el origen y desarrollo de la Congregación para que con amor filial se adhieran a ella más íntimamente como a madre espiritual. Imbúyales con especial cuidado del espíritu que debe distinguir a los Misioneros del Sagrado Corazón, es decir, del amor hacia Dios más que del temor, de la caridad fraterna, de la modestia y de la sencillez, «Cada dos meses informará el Maestro al Superior Provinqal sobre la conducta de los novicios y sobre las esperanzas que ofrecen. Manifieste lo que piensa de cada uno, sin acepción de personas, de modo que sólo se abran las puertas de la Congrega­ción a los que son dignos de verdad, y se cierren a los menos

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idóneos. En caso de duda, antepóngase el bien de la Congrega­ción» (Cons. 279). Pío XI, en la carta a los Superiores Generales (19 marzo 1924) dice lo siguiente: «No olviden los novicios que en el futuro serán lo que fueron en el noviciado y que es total­mente vana la esperanza de suplir después con la renovación de aquel fervor del noviciado lo que en un principio no fructi­ficó.»

Conviene que también los Superiores, a quienes incumbe la obligación de admitir a los novicios a la Profesión, recuerden estas cosas. No deben ser admitidos en la Congregación con la esperanza de cambio posterior quienes en el noviciado se mostra­ron remisos o negligentes. Tal esperanza resulta de ordinario com­pletamente vana. Importa, además, recordar lo señalado en el canon 2.411: «Castigúese proporcionalmente a la gravedad de la culpa, sin excluir la privación del oficio, a los Superiores reli­giosos que admiten a la profesión a un candidato no idóneo.»

La formación de los futuros sacerdotes no se termina con la emisión de la profesión. Hay que proseguirla con diligencia por todo el tiempo de los estudios de filosofía y de teología. Cúidese, pues, de no emplearles en las diversas obras de la Congregación, ni como profesores ni como vigilantes, ni como secretarios de la Archicofradía, ni en menesteres similares. Permanezcan en las casas de estudio, donde habrán de formarse «en las virtudes y ciencias que los capaciten para desempeñar en la Congregación los ministerios sacerdotales» (Const. 132 y cf. can. 588, párrafo 3). Obsérvese en esas casas con toda diligencia y por todos las Cons­tituciones, especialmente las prescripciones del capítulo noveno sobre la disciplina religiosa, sobre los ejercicios de piedad y el silencio, y, además, los estatutos generales y provinciales. Además se ruega a los Superiores en el canon 544, párrafo 3, que no des­tinen a tales centros más que a religiosos, que sirvan de modelo de la observancia regular. No se verán libres de culpa los Su­periores que permitan fácilmente excepciones en la Regla, cam­bien el tiempo establecido para los diferentes ejercicios o con- sintan mayor libertad a los religiosos.

«En las casas de estudios debe florecer la vida común perfec­ta; de lo contrario, no pueden los estudiantes ser promovidos a las órdenes» (Canon 587, párrafo 2). La vida común es el estilo de vida por el cual los religiosos no sólo cohabitan bajo el mismo

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techo, sino que también, salva las atenciones requeridas por al­guna enfermedad, se someten a un régimen uniforme, de suerte que sea prácticamente idéntico cuanto se refiera a la comida, vestido, utensilios, etc., que todos habrán de recibir de los Supe­riores o de la comunidad y no de los extraños. «Por vida común perfecta entendemos, dice Vromant (De bonis eccle. n.° 249), la que asegure mayor uniformidad entre los religiosos y no tolere excepciones frecuentes, de suerte que cualquier cosa proveniente de los extraños para uso privado se admita más raramente en las casas de estudio que en las comunidades donde sólo viven religiosos formados. Ni sería tampoco lícito... conceder a los estudiantes guardar habitualmente una módica cantidad de di­nero para viajes a la ciudad, como puede hoy permitirse alguna vez a otros religiosos empleados en ministerio activo.»

Esta vida común perfecta en las casas de estudio se salva­guarda en el Código con una fórmula de severidad extrema, por donde se pone de manifiesto su obligación grave. Así pues, cuan­tas cosas reciban nuestros religiosos estudiantes, ya sea de sus padres, ya de sus amigos, aunque por lo demás sean útiles o necesarias, v.g., libros, deben ser consideradas como pertenecien­tes a la comunidad y no es lícito permitir su uso a los religiosos si son más valiosas que aquéllas que suministra la comunidad.

«Atiéndase a la formación espiritual de los escolares, de ma­nera que la obra comenzada en el noviciado se lleve a feliz tér­mino, siguiendo un método parecido» (Const. 133). Durante todo el tiempo de los estudios se les confía al cuidado especial de un Director, que modelará sus voluntades en la vida religiosa con oportunos avisos, instrucciones y exhortaciones. Pertenece al Di­rector el cuidado total de los estudiantes. Por lo cual habrá de atender con verdadera solicitud a su salud espiritual y corporal y habrá de reprenderles y corregirles cuando se ofrezca la oca­sión. Visitará las habitaciones a fin de que reine en ellas la senci­llez y la pobreza. Regulará sabiamente la correspondencia episto­lar con los del mundo y las salidas del convento. De ordinario les dirigirá dos veces por semana una conferencia espiritual, expo­niéndoles la doctrina ascética y recordándoles las obligaciones que, como religiosos y Misioneros del Sdo. Corazón, contrajeron. Bábleles a menudo de las normas de la verdadera urbanidad cris-

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iiana y estimúleles a observarlas (can. 1369, párrafo 2). Procurará que todos espontáneamente y siempre reflejen en sus obras y en sus palabras dichas normas.

Los estudiantes tendrán siempre libre acceso a él; pero, casi cada mes habrá de recibirlos a cada uno en particular.

«Organícense sabiamente los estudios con profesorado selecto, método serio y programa amplio» (Cons. 134). «Los profesores <de Escolasticado sean elegidos entre los sacerdotes más señalados en doctrina y virtud, a fin de que, junto con la ciencia sagrada, den a los escolares ejemplo de vida sacerdotal y religiosa» (Cons. 146). De la prudente selección del profesorado depende, en gran parte, la instrucción de los escolares. Los profesores deben ser peritos en las disciplinas que enseñen. Procuren, pues, los Pro­vinciales con todo empeño disponer siempre de un grupo selecto ■de Padres, que puedan ofrecer a los Escolares doctrina sólida en cualquier género de ciencias.

No se imponga a los profesores obligaciones, que les aparten ■de los estudios o les impidan de algún modo las clases (Cf. can. 589, par. 2). Su deber primero es preparar a conciencia lo que cada día han de enseñar para exponerlo con absoluta claridad. Les está vedado toda otra ocupación o ministerio pastoral, si obs­taculiza su magisterio.

En las clases empléese el latín por lo menos en la filosofía, Ja teología fundamental, dogmática, moral y el derecho canónico.

Dispongan los alumnos de un libro de texto, que ha de ser aprobado para cada asignatura por la autoridad provincial. Su utilidad es obvia. Explique el Profesor esmeradamente este libro, ya que su cometido no consiste tanto en extenderse en la ma­teria propuesta, cuanto en hacerla fácilmente inteligible. Añada lo que crea conveniente añadir, pero de manera que forme cuerpo ■doctrinal con el libro de texto.

Permitan los profesores que hagan preguntas los alumnos, pero sepan atajar a los excesivamente inclinados a las rarezas, a la contradicción o a la jactancia.

Organicen entre los estudiantes disputas doctrinales en forma escolástica, con uso del silogismo; no hay mejor ejercicio para el entendimiento, ningún procedimiento más eficaz para aclarar nociones, determinar el sentido de las palabras y lograr un orden lógico.

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Tanto los estudios de filosofía como los de teología conviene sean amplios. Todo cuanto el Código prescribe sobre las ciencias eclesiásticas para los aspirantes al sacerdocio, expliqúese entre los nuestros con la mayor extensión posible.

Pertenece a la autoridad provincial determinar el programa y cuanto al curso académico se refiera.

Expliqúese con suficiente extensión en la teología dogmática lo relativo a la devoción al Sdo. Corazón. Dígase otro tanto en el derecho canónico lo concerniente al derecho de religiosos. Ha­biendo de dedicarse muchos de los nuestros a las misiones entre infieles esfuércense los profesores en la explicación suficiente de las cuestiones útiles a los misioneros. No pueden nuestros misio­neros ignorar la misionología, de ahí que convenga grandemente que en cada uno de los escolasticados haya peritos en esta ciencia. Recuerden, sin embargo, los escolares y ténganlo siempre muy presente que la mejor preparación e imprescindible para la vida apostólica consiste en una preparación sólida en filosofía y teología.

Las obligaciones de los escolares son correlativas de las del Director y profesores. Si el Director debe comportarse como un padre entre sus hijos, los estudiantes están obligados a un amor y confianza filiales hacia el Director. Y puesto que tiene él la obligación de formarlos, reciban con docilidad sus exhortaciones y avisos. Obedecerán siempre con sencillez y con amor, no por agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, para cumplir la Voluntad de Dios manifiesta por labios de los hombres.

Reverencien los escolares a sus profesores y reciban con dili­gencia y sencillez su enseñanza. Sepan también que los profesores tienen el derecho y la obligación de corregir a quienes se portan mal en las clases o no estudian.

El estudiante debe dar importancia al estudio. Lo exige su condición. También el Código de Derecho Canónico prescribe que los Escolares «se apliquen seriamente a los estudios» (Can. 587, párrafo 1). Esta obligación es grave en su género. Se desprende del grave daño que el abandono de los estudios suele acarrear al individuo y a las almas: «Quienes no dominen las ciencias sagra­das no podrán llenar cumplidamente las obligaciones de su vocación» (cf. la carta apost. citada). No está, pues, libre de culpa quien en la clase no atiende, quien no revuelve y completa

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por sí mismo la materia explicada, quien emplea en cosas ajenas el tiempo señalado para los estudios, por ejemplo, en la música, pintura, literatura o actividades similares.

A veces se leen las revistas más por curiosidad que por amor de la ciencia. Conviene proveer que no tengan de ordinario a mano nada más que aquellas que tratan los estudios señalados. Las de­más, no demasiado numerosas, cuidadosamente seleccionadas por el Director, estén a su disposición sólo en los tiempos libres.

Nunca nuestros estudiantes permanezcan ociosos, ni siquiera en días festivos o tiempo de vacaciones. Dividan el día racionalmente entre la honesta recreación, ejercicios de piedad más frecuentes y también el estudio.

Finalmente que nuestros jóvenes se propongan en sus estudios únicamente la gloria de Dios y el provecho espiritual propio y del prójimo. «Hay quienes desean saber, advierte S. Bernardo (InCant, sermo 36) solamente por saber, y es torpe curiosidad... Hay quienes desean saber para vender su ciencia, ya por dinero, ya por honores, y es mercado torpe; pero hay quienes desean saber para edificar, y esto es caridad; y también quienes desean saber para edificarse, y esto es prudencia.»

Nos falta hablar especialmente de aquellos que, aunque no hayan sido llamados al sacerdocio, como hacen los mismos votos que los sacerdotes, se hallan no menos obligados ante Dios y con el deber de tendencia a la perfección. Son los Hermanos Cuadjutores, cuya cooperación es de precio inestimable para la Congregación y para sus obras. La experiencia demuestra que no son inferiores a los otros en la piedad, en la observancia regular, en el interés por la realización de lo difícil, en el deseo de vivir con perfección la vida religiosa. Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que concilian sobre nuestras obras apostólicas la benevolencia especial de Dios por su vida de humildad y abne­gación. Cuiden, pues, los Superiores con gran interés por la conservación de estos sentimientos en nuestros Hermanos Coad­jutores; cosa que lograrán con mayor eficacia si usan de gran prudencia en la selección y formación religiosa de los candidato^.

No conviene que los candidatos sean ni demasiado jóvenes;, ni demasiado viejos. Si en nuestras escuelas apostólicas alguien es declarado inepto para el sacerdocio y desea ingresar cómo Hermano Coadjutor, no se le admita inmediatamente, sino des­pués de haber pasado algún tiempo con su familia ,si persevera

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en el propósito. Quienes sean de inteligencia tan cerrada que no puedan comprender el alcance y las obligaciones de la vida religiosa, no deben ser admitidos y, si por acaso lo fueron, nó deben retenerse.

Durante el período de formación de los novicios coadjutores esfuércese el Maestro de Novicios por fundamentarles sólida­mente en aquellas virtudes, que exige de modo especial su esta­do, a saber, la humildad, la obediencia, el espíritu de oración y Ja santificación del trabajo. «Cultiven la humildad como la virtud propia de su estado, en pensamientos y deseos, de palabra y de obra» (Const. 129). Procuren, pues, conseguir la humildad tanto externa como interna, ya que es el fundamento firmísimo de toda virtud. Brillará asimismo en ellos la obediencia. Sepan que con ella se excluye el peligro de pecar, con ella hay victoria segura, defensa inexpugnable, mérito abundante, paz completa,. Se funda en principios sobrenaturales: Nuestros superiores son para nosotros los representantes de Dios. Debemos obedecerles como a Dios mismo, no como a hombres, ya que no les estamos sometidos por ellos mismos, sino por Dios.

Hay que atender seriamente a su espíritu de oración. Instrú- yasales, atendiendo a su capacidad y comodidad, en las cosas espirituales, especialmente en la manera de hacer la oración mental. Séales habitual durante el día el uso de jaculatorias. Es una práctica sencilla y eficaz para conseguir la unión con Dios, aumentar los méritos, guardar la rectitud de intención, superar las tentaciones y sublimar todo con la santidad.

Aprendan asimismo a santificar el trabajo manual, que es la ocupación principal de los Coadjutores. Recuerden el consejo deS. Buenaventura (Memoriable, n.° 19): «Procura tener tu alma tan orientada hacia Dios que todas tus obras y ejercicios, tanto espirituales como corporales, sean oración, y todos los servicios, especialmente los más humildes, los realices con tan gran fervor de caridad como si los hicieras directamente a Cristo. Lo cual puedes creer en verdad, puesto que El mismo dijo en el Evan­gelio: «Lo que hicisteis a uno de mis pequeñuelos, a mí me lo hicisteis.»

Reverencien los Hermanos Coadjutores a los sacerdotes, de cuyo ministerio reciben tan preciosas gracias.

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Es provechosa para el Maestro de Novicios la lectura del Decreto de la Sagrada Congregación de Religiosos, dado el día primero de enero de 1911.

Para que los neo-profesos puedan completar la formación e instrucción comenzada, permanecerán en la casa noviciado todo el tiempo posible o, por lo menos, que sean destinados a las comunidades más observantes, nunca empero a comunidades pequeñas.

Finalmente, recuerden los Superiores estas palabras del Pon­tífice felizmente reinante (Litt. 19 marzo 1924): «No podemos menos de exhortaros, amados hijos, a que reflexionéis en la seria obligación que os incumbe de procurar a los Hermanos Coadju­tores, tanto en el período de formación, como en el resto de su vida, los auxilios espirituales precisos para su progreso y perse­verancia, que deben quizá ser tanto mayores cuanto más humilde es su condición y más sencillas sus ocupaciones. Por lo cual tengan en cuenta los Superiores, al designar a cada uno su resi­dencia y trabajo, cuales sean sus aptitudes y cuáles las dificulta­des con que quizá pueda tropezar... y, sobre todo, no dejen de formar a los Hermanos Coadjutores en las grandes y eternas verdades de la fe, que, conocidas y meditadas con frecuencia constituyen un continuo impulso hacia la virtud.»

Quiero poner fin a esta carta ofreciendo a la meditación de todos las palabras del mismo Sumo Pontífice: «Exhortamos a todos los religiosos a contemplar como ejemplo a su propio Padre Fundador, si quieren participar copiosamente de las gra­cias, que surgen de su propia vocación. ¿No consta acaso que fueron movidos por el Espíritu Divino cuando fundaron sus res­pectivos Institutos? No se apartarán del propósito primero aque­llos religiosos que ostenten en su vida la nota característica que cada Fundador quiso imprimir a su obra. Por lo cual, pro­curen los religiosos, como buenos hijos, defender el honor de su Padre Fundador, siguiendo sus preceptos y sus normas e imbu­yéndose de su espíritu; no fracasarán mientras sigan las huellas de su Fundador: «Por siempre habrán de permanecer sus hijos por amor de ellos» (Eccli. 44, 13).

A. B r o c k e n , M. S. C. Sup .Gen.Roma, 8 de diciembre de 1929.

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MISIONES ENTRE INFIELES (1)

Muy amados Padres y Hermanos: La invocación «Amado sea «n todas partes el Sdo. Corazón de Jesús» (2), que, por lo menos desde el año sesenta, está en uso entre nosotros, prueba suficien­temente que en la mente del Fundador ocupaban las misiones entre infieles un puesto como uno de los fines de la Congregación. Lo prueba asimismo el primer ejemplar de las Constituciones sometido a la aprobación de la Santa Sede el año 1869. Se citan en él las misiones entre infieles como obras primordiales de la Congregación.

El deseo primero pronto pudo el piadoso Fundador conver­tirlo en realidad. Pues León XIII, de feliz memoria, ofrecía a la Congregación el 25 de marzo de 1881, la evangelización del

(1) Esta carta constituye uno de los últimos actos del mandato del Padre Brocken. En los Analecta ya no firma como Superior General, aunque en esa fecha lo era, pues el Capítulo, comenzado tres días después, ño «ligio como Superior General al P. Janssen hasta el día 17 de septiembre.

(2) La invocación «amado sea en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús» parece haber sido usada desde el principio. L o indican las palabras con que el P. Chevalier la presentó a Pío IX, solicitando indulgencias, en & audiencia de 9 de septiembre de 1860: «Santo Padre, son sus palabras, nosotros tenemos una divisa... quizá demasiado ambiciosa, hela aquí: Dígnese S.S. aprobarla y enriquecer su invocación con 100 días de indul­gencia. será para nosotros prenda de bien y de prosperidad. El P- Santo leyó estas palabras: «Ámado sea en todas partes el Sdo. Corazón de Jesús.» Muy bien, muy bien. Concedo gustoso las indulgencias que deseáis. Tomó la pluma y firmó, anteponiendo las palabras «pro gratia».

Fue la primera invocación, en honor del Sdo. Corazón, enriquecida con indulgencias. Consta en el Catálogo «Preces et pía opera indulgenttis di-

(Cf. P. Vermin, pág 178-179.)

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Vicariato Apostólico de Melanesia y Micronesia, varias veces abandonado por otros misioneros a causa de las costumbres bár­baras de sus indígenas.

No habían transcurrido aún seis meses del cierre de nuestras casas en Francia y de la expulsión de sus moradores por obra- de] Gobierno impío.

La Congregación, con apenas veinticinco años de existencia* apenas contaba cincuenta miembros.

Sin tener en cuenta tales dificultades, nuestro piadoso Fun­dador, respondió sin vacilar a la invitación pontificia: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» y aceptó' el encargo de evangelizar estas dificilísimas regiones.' Eli agosto del mismo año enviaba hacia Oceanía los cinco primeros misioneros: los PP. Durin, Navarre y Cramaille y los HH. Durín y Fromm.

Por motivos de enfermedad se vieron en la precisión de re­gresar a Europa, antes de terminar el viaje, el P. Durín, Supe-

. ripr de la expedición y el H. Durin. Los demás continuaron, lle­gando a Nueva Bretaña el 29 de septiembre de 1882, después de trece meses de navegación.

Los comienzos fueron duros y penosos, pero, con la ayuda de Dios, en medio de mil dificultades, recibidos nuevos refuerzos,, la misión prosperó.|' r El año 1885 el P. Enrique Verius ocupó la Nueva Guinea. En 1888 los PP.' Bomtemps y L'eray llegaban a las Islas Gilbert y diez años después nuestros misioneros llegaban a las Islas Mar- shal, que hubieron de abandonar terminada la guerra del 14. Todas las otras misiones, en el transcurso del tiempo se fuero» convirtiendo en Vicariatos Apostólicos.

Cuando León XIII, de feliz memoria, ofreció a la Congre­gación la evangelización de aquellas misiones, mandó se escri- 'bieran al P. Fundador las siguientes palabras: «Tomad la obra de las Misiones y las vocaciones se multiplicarán.» El porvenir J,e dió, la razón. A partir de la primera expedición de Misioneros,

i junto con las obras comenzó a crecer el número de miembros 'de la Congregación, de suerte que la Santa Sede la hizo objeto1 de nuevas bendiciones y le confió más misiones. Fueron éstas: ,;En, 1902, el Vicariato de Nueva Guinea Holandesa. En 1906, la diócesis de Victoria y Palmerston entre los aborígenes del nor­te australiano. En 1919, la Prefectura Apostólica de las Islas Cé­

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lebes. En 1924, la Prefectura Apostólica de Tshuapa, hoy Vica­riato Apostólico de Coquilhaville, en el Congo. En 1926, la Misión de Shihtsien, separada del Vicariato de Kweijang, en China. En 1927, la Prefectura Apostólica de Poerwokerto. Ade­más, en 1908, la PProvincia de Surigao, en la diócesis de Zam- boanga, en Filipinas y, poco después, algunos distritos en el sur del Brasil.

En las misiones arrojaban las estadísticas en 30 de junio de 1931 un total de 157.730 católicos. Entre las obras organizadas merecen destacarse, además de las Congregaciones Religiosas para indígenas y de las escuelas de catequistas, cuatro semina­rios preparatorios con 65 alumnos.

Nuestra Congregación ha podido enviar para la dilatación del Reino de Cristo, durante estos cincuenta años, 710 operarios, a saber: 447 sacerdotes y 263 Hermanos Coadjutores. En misio­nes hay actualmente 438, de los cuales son sacerdotes 263 y Hermanos Coadjutores 152. Muchos de los misioneros enviados se vieron precisados a regresar a sus respectivas provincias a causa de la debilidad y diferentes enfermedades contraídas por la insalubridad de lasf regiones evangelizadas. Si pretendemos hallar el número de los que dejaron su vida en el empeño, en­contramos que una tercera parte de los enviados ya fueron llamados por Dios al premio de la gloria. Merecen destacarse aquellos que dieron su sangre por la fe, los PP« Rascher y Rutten, los Hermanos Schellekens y Plaschaert, el Hermano Bley, tra- pense y cinco Misioneras de Hiltrup, que fueron bárbaramente asesinados en Bainig (Nueva Bretaña). También el P. Winkel- mann, muerto en China por los bandidos. Debemos añadir, asi­mismo, dos catequistas, muertos en Nueva Bretaña por odio a la fe, en una revuelta levantada por los herejes, y tres católicos, en Onotoa, de las Islas Gilbert, que perecieron de modo parecido; por haberse negado a arrojar sus rosarios, que les delataban como católicos.. El día 29 de este mes se cumple el cincuenta aniversario de

la llegada de los nuestros a las misiones. Conviene dar gracias- ai Sagrado Corazón por el fruto conseguido y pedirle con asi­duidad que se digne desarrollar y perfeccionar lo comenzado.

Las misiones serán siempre nuestra obra preferida y deben ser obra de cada uno, tanto de los que van como de los que se

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■quedan en la patria. Todos deben cooperar con oraciones, sa­crificios y empeño en la virtud. Todos debemos ser apóstoles, ya sea al estilo de S. Francisco Javier, ya al de Santa Teresita, que mereció la gracia de la conversión a muchos infieles sin salir de su monasterio.

Conviene ayudar a los misioneros procurándoles las limosnas de los fieles. En estos tiempos difíciles conviene les ayudemos, aunque se resientan por la escasez de otras obras. Esta caridad, verdaderamente sobrenatural, no podrá menos de ser sumamente grata a Dios, que es suficientemente rico para atender a todas las necesidades.

Finalmente, ofrezcámonos nosotros mismos a los Superiores para que nos envíen a las misiones si les place. De esta suerte nuestra Congregación, al igual que antes atenderá con especial cuidado la obra emprendida a fin de que se realice más plena­mente el deseo del P. Fundador de que «sea amado en todas partes el Sdo. Corazón de Jesús».

Vuestro en el Corazón de Jesús,

A. B r o c e e n , M. S. C. Sup. Gen.Roma, 8 de septiembre de 1932,

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Nota final a los escritos del P. Brocken

Además de las circulares traducidas, dio el P. Brocken a la Congregación otros documentos de valor especialmente en el momento en que fueron redactados. Son los siguientes:

Introducción de la casa de beatificación de Mons. Verius y Mártires de Baining (Analecta, Series Quarta, 1925, pág. 256-258).

Pone de relieve la fama de santidad de Mons. Verius y la opinión de martirio por la fe de los Misioneros de Baining, pide se ofrezcan al postulador cuantos datos y detalles se encuentren y solicita oraciones por él éxito feliz de las gestiones.

Revistas de los Escolares

Habla de la finalidad de tales publicaciones y da normas para que sirvan de provecho y no de estorbo en la formación de los Escolares (Analecta, 1929, páginas 301-302).

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EL PADRE CHRTSTIAN JANSSEN(17 septiembre 1932-13 septiembre 1947)

De caetero, fratres, confortámini in Dómino, et in potentia virtu- tis ejus.

(Ephes. 6. 10)

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NOTAS BIOGRAFICAS

Los Misioneros del Sagrado Corazón españoles debemos al Padre Christian Janssen la plenitud canónica dentro de la Con­gregación. El fué quien en 1935 constituyó en Cuasi-Provincia la Sección Española para proclamarla finalmente Provincia en 1946, el año penúltimo de su generalato.

Hombre enamorado de la Congregación, consagró su vida en­tera a engrandecerla y propagarla. Sus campos de apostolado fueron, durante muchos años 24—, la P.O. y el Escolasticado, ya como profesor, ya como superior. También merecieron especial atención en su actividad las misiones, su fomento y propaganda, especialmente después de la primera guerra europea —tiempo de reorganización—, al formar parte de la junta directiva de la Asociación Alemana de Superiores Religiosos.

Provincial de Alemania durante dos períodos (10-14; 26-32) fue elegido Superior General de la Congregación el año 1932. Reelegido en el 38, hubo de prolongar su mandato, a causa de la segunda guerra mundial, hasta 1947, en que, todo normalizado, pudo ser convocado el Capítulo General.

Visitó la Congregación entera, sus casas y sus misiones. Todas y cada una de las obras encontraron en él apoyo y estímulo.

Christian Janssen había nacido en Waldfeucht (Aquisgrán- Alemania) el 22 de enero de 1871. Su hermano Amoldo, tres años superior en edad, fue también misionero del Sdo. Corazón. Per­tenecían a aquel grupo de muchachos alemanes, que el P. Fun­dador buscó para preparar con ellos la penetración del Instituía en territorio germánico. Christian Janssen estudió en la P.O. de Issoudun. De inteligencia preclara, fué enviado a Roma para los estudios teológicos. Allí recibió la ordenación sacerdotal el 28

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de octubre de 1898. En Roma trabó sincera amistad con un joven ■compañero, seminarista romano, llamado Eugenio Pacelli. Aque­lla amistad había de perdurar viva aún en los tiempos en que Eugenio Pacelli se llamará Pío XII.

El P. Janssen hubo de sufrir mucho a todo lo largo de su ge­neralato. Fueron tiempos difíciles, luctuosos. Primero agobió su corazón la persecución naci en su propia patria, después la per­secución comunista en España, con su secuela de destrucción y de martirio, finalmente la segunda guerra mundial, que tantas rui­nas materiales y tanta sangre costó a la Congregación. Su elevado temple moral, unido a una salud siempre robusta, le permitió so­portarlo con entereza, sin desfallecimientos y siempre en su puesto.

Una cruz sencilla encabezando una tumba en la tierra del cementerio de Hiltrup guarda imperecedera su memoria, al lado de tantos santos religiosos, que allí esperan la resurrección.

Cuando el 11 de noviembre de 1949 moría en Boppard del Rin le faltaban sólo dos meses para cumplir 78 años.

En las circulares del P. Janssen sobresale la preocupación por mantener a toda prueba el fervor del espíritu religioso en todas las casas y miembros de la Congregación, cualesquiera sean las circunstancias en que cada uno haya de desenvolver su actividad. La conservación y fomento del espíritu religioso son garantía deéxito.

LA SANTIFICACION PROPIA (1)

En la alocución dirigida por el Sto. Padre a los Cardenales en las pasadas Navidades trasmitida radiofónicamente al orbe entero se señalaba cuánto bien podía atraer sobre el género humano la santificación, por medio de un jubileo, del decimonono centenario de la Redención. El día seis del siguiente enero, por medio de la Bula «Quod nuper» exponía los términos y condiciones en que habría de celebrarse el jubileo, las indulgencias que podrían ob-> tenerse, al tiempo que determinaba su apertura oficial.

Transcurrido casi un año podemos admirar la resonancia alcan­zada por la invitación del Pontífice, que atrajo y atrae continua­mente multitudes ingentes a Roma, centro de la Cristiandad, o, como gusta de repetir el Papa «la casa del Padre». Llegan dia­riamente numerosísimas peregrinaciones desde todos los rincones de la cristiandad ya para agradecer al Señor el beneficio incompa­rable de la Redención, ya para obtener más copiosos frutos de salvación. Testigos somos del fervor y la piedad de los peregrinos en las diferentes basílicas romanas y del gozo inefable de que iban animados al marchar, más firmes en la fe y en la caridad de Cristo.

¿Quién nos descubrirá las lluvias de gracia que esta oración de fe habrá hecho descender sobre la tierra para vigorizar la vida cristiana y lograr que dé frutos copiosos? emos de confesar que este año santo ha constituido un solemne testimonio de amor y adhesión a Cristo, a su Iglesia, a su Vicario en la tierra, y, al mismo tiempo se ha convertido en un solemne «sursum corda»,

(1) Escrita en latín, Analecta, 1933, pág. 115-118.

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es decir, en potente elevación de mentes y corazones al cielo, a aquella gloria que Cristo prometió a todos cuantos se alistasen bajo sus banderas.

Espectáculo admirable y altamente consolador en este tiempo en que la miseria material y moral se dan la mano para convertir cada vez más verdaderamente en un valle de lágrimas nuestra tierra.

Para manifestar más eficazmente la belleza y excelencia de los frutos ofrecidos a los hombres por el árbol de la Cruz quiso Cristo nuestro Señor que el año santo, que con tan esperanzador entusiasmo abrió su Vicario, se viera adornado de la luz esplen­dente, que ofrecen a la Iglesia los nuevos Santos y Beatos. Con ello se pusieron de manifiesto ejemplos admirables de vida cris­tiana y de virtudes heroicas, junto con el premio incomparable que en el cielo se les reserva, a fin de que, recreados con los consuelos espirituales, corramos el camino de salvación que Cristo mismo nos abrió y en el que El será nuestro guía, nuestra defensa y fortaleza.

Si paramos nuestra consideración en los nuevos Santos y Bea­tos percibimos que casi todos pertenecen a Ordenes o Congrega- gaciones Religiosas. Es un hecho, que redunda en gloria de los Institutos, que dieron auténticos héroes a la Iglesia y al cielo y contribuye a inflamar los corazones de todos aquéllos, que abra­zaron la vida religiosa, puesto que es ella la que proporcionó a tantos santos el camino seguro para alcanzar la perfección. N6 es extraño: Aunque la vida religiosa no sea la santidad misma, es cierto que el camino de los consejos evangélicos lleva necesaria­mente a la perfección a todos cuantos con sinceridad y constancia le siguen. El Señor mismo lo certificó en el Evangelio al prometer el céntuplo y la vida eterna a los que amorosamente le siguieran (Mat. 19, 29). La multitud ingente de religiosos, que la Iglesia ha puesto en el número de los Santos, demuestra, por una parte, que Cristo mantiene sus promesas y, por otra, que la fiel obser­vancia de los consejos evangélicos es camino seguro para conse- iguir santidad eximia y gloria inmarcesible.

Alegrémonos de haber encontrado el tesoro de la vida religiosa y de poder disfrutar de él. Pidamos al Señor que nos dé ánimo y fortaleza suficiente para ser verdaderos religiosos y para seguir,

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por medio de la observancia regular, el ejemplo de aquellos que llegaron a la cumbre de la perfección y recibieron, en consecuen­cia, de la Iglesia la corona de la gloria.

Debemos confesar que nuestra Congregación no puede aún en esta parte competir con otras Ordenes y Congregaciones; pa­rece, sin embargo, útil recordar que también nosotros tenemos iniciadas algunas causas de beatificación por las que con todo empeño procuramos rezar y trabajar. Cada día se reza ya, en las preces vespertinas «por la glorificación de los mártires y confesores de la Congregación», pero en la oración nunca insistiremos bas­tante.

Debemos esperarlo todo del Señor. El hace y da los santos, glorificándoles con el don de milagros y concediendo a la Iglesia él llevar a feliz término el proceso de beatificación. Por lo cual, rogamos a todos que sean asiduos en la oración y fuercen, en cierta manera al cielo para que nuestra Congregación se vea tam­bién adornada de aquella gloria de que ya disfrutan muchas etras Congregaciones.

Junto con la oración quiero también exhortar a todos, Padres y Hermanos, para que imiten los ejemplos de aquellos que alcan­zaron en la Iglesia el honor de los Santos y Beatos. Debemos recordar diariamente que también nosotros caminamos por la vía que conduce a la perfección por medio de los votos de pobreza, castidad y obediencia y la observancia de las Constituciones. Como tampoco conviene olvidar que el fin primero de los Insti­tutos Religiosos, es decir, el fin general consiste en la santificación de sus miembros. Por lo cual sólo podremos considerarnos verda­deros religiosos en la medida que nos esforcemos por conseguir viril y perseverantemente la santidad. .

Gracias a Dios, ya nuestros Misioneros trabajan en casi todas las partes de la tierra con gran celo y abundante fruto por Ja gloria del Sdo. Corazón y la salvación de las almas, especialmente en las misiones entre infieles. El Santo Padre en más de una oca­sión ha alabado y bendecido estos trabajos. Si todas estas cosas deben servirnos de alegría y de estímulo por ofrecernos la con­fianza de estar realizando la obra de Dios y de la Iglesia y de llenar el fin de nuestra vocación, sin embargo, para que todo sea agradable a Dios y a nosotros provechoso, jamás debemos olvidar el cuidado por la propia santificación por medio del fiel cumpli­miento de las obligaciones de la vida religiosa.

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También a nosotros se refieren las palabras del Señor cuando dice: «¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?, o, ¿qué podrá dar el hombre a cambio de su alma?» (Mt. 16, 26). Pero la santificación y salvación de los religiosos de tal manera pende de la observancia de los votos y Constituciones, que no pudo decirse con mayor verdad: «pro religiosis extra re- gulam nulla salus». Quien remolonea y lo olvida se engaña a sí mismo, como enseñan tantos lamentables ejemplos. Si acometemos seriamente la obra de nuestra santificación, cuanto más adelante­mos más eficaz será nuestra labor por la gloria de Dios y la salva­ción de las almas.

Tampoco debemos olvidar que nuestra santificación consti­tuye, a tenor de las Constituciones (n.° 104), cierta obligación ánte la Congregación. Nada, en efecto, podemos hacer de mayor provecho para la Congregación que mostrarnos dechados de vida religiosa. Así pues, si amamos a la Congregación, si queremos enriquecerla con las bendiciones del cielo, esté nuestro principal cuidado en procurar la perfección con todas nuestras fuerzas por la observancia fiel de los votos y Constituciones. En este empeño colectivo se apoya la felicidad de la Congregación, el bien de los miembros e incluso la gloria del cielo.

Mientras, con ocasión de la Navidad, os deseamos toda suerte de bienes, pedimos a Jesús Niño que aumente en el corazón de cada uno el deseo ardiente de la santificación, que conduzca a todos a la santidad por el cuidado en la observancia de votos y Constituciones. Esto será el bien y la gloria de la Congregación, la alabanza y provecho de la Iglesia, la alegría del Sdo. Corazón, del cual imploramos toda suerte de venturas para cada uno de los miembros, para las casas y para las provincias en el año que entra.

C. Ja n s s e n , M. S. C. Sup. Gen.

Roma, 12 de diciembre de 1933.

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EL BIEN DE LA CONGREGACION (1)

Muy amados Padres y Hermanos: Nos es sumamente grato poder hablar nuevamente con vosotros sobre las cosas que se refieren al bien de nuestra amada Congregación.

Sabéis que durante los pasados años nos vimos precisados, en virtud de nuestro cargo, a realizar visita canónica en todas las Provincias de la Congregación y en cada una de las casas en Europa, en América y en Australia. Pudimos asimismo detenernos algún tiempo en las misiones de Pepuasia y Nueva Bretaña y en la Procura de Manila.

Por lo que se refiere a las otras misiones, aunque nos fue imposible visitarlas, pudimos hablar con casi todos los Vicarios Apostólicos y Superiores Eclesiásticos con motivo de su visita ad Iímina. Hablamos también con otros muchos misioneros, que lle­gaban a Europa o a Australia por motivos de salud o de descanso.

De ahí que hayamos podido conocer muchas cosas acerca de cada una de las obras de la Congregación y de sus miembros.

Fué, en primer lugar, motivo de gozo, poder recibir a tantos Misioneros del Sdo. Corazón y hablar con ellos personalmente. Hombres de lengua y región diferentes, pero «de una misma fa­milia y miembros de un mismo cuerpo en Jesucristo» (Cons. 118 sp.).

Junto con los Padres del Consejo General, que alternativa­mente nos acompañaron en estas visitas, pudimos Comprobar por doquier la buena voluntad que anima a todos los nuestros, el amor a la vocación con el propósito de vivir religiosamente y de servir con abnegación a la Congregación y sus obras.

(1) Escrita en latín: Analecta* 1937, pág. 519-525.

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Muchas son las obras de la Congregación, repartida ya por los cinco continentes, donde los Misioneros del Sdo. Corazón, fieles a su consigna «amado sea en todas partes el Sdo. Corazón de Jesús» trabajan con ardor por la gloria del Sdo. Corazón y el bien de las almas, consiguiendo halagüeños resultados. En los últimos cuatro años todas las Provincias, Quasi-Provincias y Re­giones abrieron al menos una casa y aumentaron sus miembros.

Desde comienzo del año 1932 hasta finalizar el año 1936 la Congregación se vió aumentada en 363 nuevos miembros, sin te­ner en cuenta novicios, postulantes, ni alumnos de la Escuela Apostólica. De ellos, 200 son sacerdotes, 94 escolares y 68 Her­manos Coadjutores. Las misiones, que constituyeron siempre nuestra obra primordial, crecen también continuamente. Al final de 1936 había cinco obispos, 321 sacerdotes y 147 hermanos, es decir, 473 Misioneros del Sdo. Corazón.

Con el incremento de operarios, se recoge mies más abun­dante.

Somos deudores al Sdo. Corazón y a Nuestra Señora por tantos y tan excelentes bienes con qué han favorecido nuestra Congre­gación y sus obras.

Es de notar que este incremento de la Congregación tiene lugar en un período de depresión material, que afecta a casi to­das las naciones y aun viéndose sumidas algunas de las Provincias en particulares dificultades, especialmente la Quasi-Provincia Es­pañola, que dispuesta a tomar una misión en China, para cuyo comienzo proyectaba enviar tres Padres, vió cruelmente quebran­tadas sus fuerzas. ¡Ojalá llegue pronto a su fin esta gran tribula­ción de los españoles y puedan nuestros hermanos reemprender con nuevo entusiasmo la obra abandonada!

Conviene que este progreso de la Congregación sea constante y vaya cada día in crescendo. Es cierto que son necesarias las bendiciones del cielo, pero éstas jamás faltarán si nos mostramos dignos de nuestra vocación.

Ninguna Congregación podrá prosperar si no se mantiene fiel a sus Constituciones, ya que son fundamento de estabilidad e impulso elevador. De ahí que «los Misioneros del Sdo. Corazón de Jesús deben tener en gran estima y observar fielmente estas Constituciones, tanto para la propia perfección como para la co­mún edificación» (Cr'r'‘'h 301). ;

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Por lo cual conviene conocerlas, y para conocerlas es necesario leerlas; leerlas públicamente «por lo menos, dos veces al año» (número 302) y privadamente muy a menudo. De donde «tengan todos —profesos y novicios— un ejemplar de las Constituciones, para que puedan leerlas y meditarlas en privado» (n.° 305).

Nadie se moleste porque recuerde estas cosas, pues es del do­minio público que por algunas negligencias en la observancia de estas reglas, sufrió detrimento la vida religiosa de algunos miem­bros y de la misma comunidad.

Como el fin primordial de la visita canónica consiste en cons­tatar si se observan fielmente las Constituciones, hicimos, junto con el P. Asistente, nuestro compañero, la averiguación pertinente y hallamos, como más arriba queda expresado, que todos nuestros hermanos están generalmente animados del mejor deseo de obrar religiosamente, conformando su vida a la Regla; sin embargo, aquí y allá hemos encontrado algunas cosas menos rectas, con pre­cisión de reforma. Por lo cual, en las exhortaciones que hacíamos al final de la visita a la Provincia o a las casas procurábamos lla­mar sobre ésto la atención de Superiores y súbditos. La buena acogida que estas exhortaciones han tenido, engendra en nosotros la firme convicción de que habrán sido puestas en práctica.

Séanos, sin embargo, permitido insistir en algunos puntos de las Constituciones, que considero de particular importancia:

1. Leemos en el núm. 22 de las Constituciones: «Es necesa­rio seleccionar con esmero los postulantes y reflexionar madura­mente sobre su admisión, pues el progreso de la Congregación ■exige sólo se acepten en ella los aptos y llamados por Dios.»

Lo dicho de los postulantes, cabe aplicarlo también a los no­vicios y a cuantos no llegaron a la profesión perpetua. El Sumo Pontífice Pío XI en la primera audiencia que nos concedió nos inculcó la idea del cuidado e incluso severidad en la admisión de candidatos, de suerte que nadie sea admitido a los votos y es­pecialmente a las sagradas Ordenes si no ofrece señales de ver­dadera vocación y esperanza cierta de que sabrá llenar las exi­gencias de esta sublime vocación. Le importa tanto al Santo Padre esta cuestión que no deja de inculcarla y recordarla en cuantas ■ocasiones se le presentan. Por lo cual también a nosotros nos preo­cupó y nos preocupa. Saben muy bien los Provinciales cuántas veces con oportunidad y sin ella les aconsejamos no admitir a

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aquellos de quienes se abrigan dudas; incluso, en ocasiones, he­mos negado nuestra aprobación a admisiones hechas por ellos,, en atención a nuestro deber frente a la Iglesia y frente a la Con­gregación misma.

Siendo esto así, no es fácil comprender lo que ha suce­dido alguna vez estos últimos años, a saber: Escolares y Herma­nos Coadjutores, que piden la dispensa de votos a poco de haber terminado el noviciado.

Aunque debemos atribuirlo en gran parte a la superficialidad, que afecta a la juventud actual, juzgamos, no obstante, que ni estos jóvenes examinaron en serio su vocación, ni los Superiores, y Directores espirituales llegaron a conocerlos, o, si los conocie­ron, fueron con ellos excesivamente indulgentes, lo que no acos­tumbra a ofrecer resultados halagüeños.

Conviene por tanto vigilar para que sólo los dignos sean admi­tidos a los votos y a las Ordenes Sagradas (Confer. Const. 136).

2. Podemos decir que los votos se guardan fielmente en la Congregación entera. Hemos llamado oportunamente la atención acerca de algunos usos, que podían echar por tierra esta fidelidad.

a) Comencemos por la pobreza. Todos saben que pide prin­cipalmente que nunca el religioso actúe sin permiso de sus supe­riores en el uso de los bienes temporales, que le son confiados. Con permiso puede en cierto modo el religioso hacerlo todo, sin él nada. «Sobre todo nadie guarde dinero para gastarlo a su an­tojo» (Const. 60). Los religiosos fieles observantes de la pobreza consiguen méritos copiosos; Dios, en cambio, castigará con gran severidad «a quienes derriben el baluarte de la disciplina regular y abran brecha por donde irrumpan en la Congregación toda clase de abusos y vicios» (Cons. 63).

b) Por el voto de castidad los religiosos se obligan a vivir vida evangélica, cosa imposible si, confiando en la gracia de Dios, no se mortifican las perversas inclinaciones de la naturaleza y no se abstienen de cuanto dañe a esta virtud. Muchos son los que lamentan amargamente su indolencia y temeridad en esta materia. Por lo cual «a todos y cada uno se ruega y suplica en el Señor, cuyo Sagrado Corazón resplandece con pureza divina, que eviten con todas sus fuerzas el incurrir no sólo en mancha alguna del vicio contrario, pero ni siquiera en la más leve sos­pecha de mancha» (Const. 70).

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c) Por el voto de obediencia, cuando lo cultivan y observan con sinceridad, se hacen las Congregaciones religiosas, especial­mente las que se dedican a misiones, como ejércitos bien orde­nados para la batalla para pelear, siempre vencedores, las batallas del Señor». La falta de obediencia redunda en perjuicio individual y colectivo, pues el religioso, que no sabe obedecer, acarrea a la comunidad molestias innumerables y se priva a sí mismo del ho­nor y del mérito de la vida religiosa. Penosa es con verdad para la naturaleza la obediencia, que obliga a someter la voluntad propia a las prescripciones de la Regla y a los mandatos de los Superiores; pero se le hará fácil al religioso que acostumbra a ver a su Superior revestido de autoridad divina y contempla los: ejemplos de Cristo, «que se humilló a sí mismo, haciéndose obe­diente hasta la muerte» (Phi], 2, 8). Es esta la obediencia agrada­ble a Dios, que proporciona paz al espíritu.

En nuestra Congregación hay auténtico espíritu de obediencia. Nadie lo pone en duda .Hemos podido comprobarlo en nuestras visitas; pero es siempre oportuno recordar esta admonición que- hallamos en las Constituciones: «Persuádanse todos de que no- puede llamarse verdadero obediente quien, esclavo de sus propias conveniencias, intenta atraer directa o indirectamente la voluntad del Superior a la suya, pues con este modo de obrar se altera por completo el orden y suele uno engañarse a sí mismo» (n.° 77).

Se oculta aquí un peligro del que es necesario precavernos. Con frecuencia hemos oído en nuestras visitas frases por este es­tilo: «Este padre o aquel hermano trabajan bien, mientras pue­dan dedicarse a lo que les agrada. Pero cuando se les confía alga que no es de su gusto o lo dejan o lo realizan con tanta desgana, que quitan a los Superiores el ánimo para acudir a ellos en otras ocasiones.»

Esta forma de obediencia es reprobable e indigna del religioso. ¿Cómo podremos alabar el eludir servir a la Congregación con aquellas dotes, con que a cada uno adornó el Señor?

Confesamos de buen grado que requiere buena dosis de ab­negación la obediencia perfecta; pero es el sacrificio que más agrada al Señor y que El bendice con profusión de gracias.

Amen, pues, los nuestros el estar siempre prestos para seguir lás indicaciones de los Superiores por el bien común. Sea su

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obediencia, como se describe en las Constituciones, «humilde y sencilla, pronta, alegre e íntegra en el cumplimiento de los man­datos» (n.° 76).

Esta es la verdadera obediencia del buen religioso. Es muy de desear que los Hermanos, que salen del Noviciado y los Sacerdo­tes, que acaban el Escolasticado, tengan el firme propósito de en­tregarse plenamente a la Congregación y sus obras y atender a todo con obediencia perfecta.

Los Superiores, a su vez, «tengan solicitud de padres, no domi­nando sobre sus hermanos, sino sirviendo de ejemplo al rebaño» {Const. 105).

Que nunca su autoridad sea gravosa para los súbditos y, si al­guna vez tienen que proceder autoritativamente, manténganse firmes en la substancia y suaves en la forma, según la palabra del Señor: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Math. 30). Pro­cedan con suma benevolencia y mansedumbre, mas sin pereza de ningún género.

Los súbditos, a su vez, huyan del espíritu de vituperación y censura, que es molesto para todos, hace la obediencia difícil y perturba la paz.

3. Con gran alegría hemos podido comprobar por doquier que Jos nuestros trabajan celosamente en el ministerio de las almas. Muchos, por necesidades ineludibles, están sobrecargados de tra­bajo. Hay que tener cuidado de que tanta actividad no dañe al espíritu. Prudentemente avisan las Constituciones, «Los religiosos desempeñaran los ministerios de la vida activa para con el pró­jimo, sin descuidar nunca la práctica de la vida interior» (n.° 87). Quien abandona la piedad, se ve privado del auxilio divino y sin fuerzas para llenar el fin de su vocación. Si la virtud es necesaria para todos los cristianos, mucho más la precisan los religiosos y sacerdotes, dados al apostolado, a los que convienen de manera especial las palabras del P. de la Colombière: «Para adquirir las virtudes apostólicas es necesario orar; es necesario orar para usar­las útilmente en el bien del prójimo; es necesario orar para que, trabajando por el bien del prójimo, no las perdamos.»

También nuestras Constituciones señalan esta necesidad, ya que con los ejercicios de piedad resguardan, en cierta manera, nuestra vida cotidiana, que así podremos vivir fiel y fervorosamen­te, pasaremos por encima de los obstáculos, que nacen a veces de

la multiplicidad de ocupaciones, y, lo que es mejor, nos encontra­remos espiritualmente fuertes y más preparados para toda obra buena.

Exige nuestro bien que cultivemos con cuidado, sin negligen­cia, la vida de oración. Pero, todo el mundo sabe, que en ésto pre­cisamente experimenta el hombre tantas dificultades que si no obramos con firmeza, difícil será que hagamos estos ejercicios y los hagamos bien. No es raro encontrar religiosos, y nosotros los hemos encontrados en nuestras visitas, que atienden remisamente a cuanto atañe a su vida interior.

Como acerca de esto ya hemos insistido repetidas veces tanto en público como en privado, bástenos aquí exhortar a nuestros religiosos a que den a la meditación todo el tiempo prescrito, cum­plan fielmente con el examen de conciencia, la lectura espiritual, la visita al Smo., el retiro mensual y principalmente los ejercicios espirituales anuales.

Los Superiores procuren, en virtud de su cargo, la observancia de dichas reglas, dirigiendo a la comunidad frecuentes exhorta­ciones en las conferencias, que los súbditos esperan de ellos y les agradecen (Const. 89).

4. Nuestra piedad se reviste del carácter que le da el culto peculiar que la Congregación de Misioneros del Sdo. Corazón tri­buta al Sdo. Corazón, a Nuestra Señora del Sagrado Corazón y a San José, modelo y patrono de los amantes del Sdo. Corazón. Es el testamento, que nos legó nuestro P. Fundador y que ha de ser escrupulosamente guardado por todos (Const. 5). Si, pues, queremos ser, no sólo por título, sino en verdad, Misioneros del Sagrado Corazón, debemos promover con todas nuestras fuerzas la gloria del Sdo. Corazón; pero, ante todo, debemos conformar nuestro corazón a imagen del suyo, imitando sus virtudes (Const. número 6).

5. Cuanto más nos unamos en el sentir y en el querer con «1 Sagrado Corazón más imbuidos nos encontraremos del espíritu de la Congregación (Const. 6). Siempre debemos recordar que la Congregación es nuestra madre espiritual y, en consecuencia, como hijos fieles debemos amarla y tratar de enriquecerla por to­dos los medios, en especial por la santidad y el celo de las al­mas (Const. 104).

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Si nos movemos en esta línea, tenemos derecho a confiar qué nuestra Congregación, a pesar de las incertidumbres de estos tiempos, con la ayuda del Sdo. Corazón y de Nuestra Señora, caminará prósperamente hasta el fin.

Afectísimo en el Sdo. Corazón de Jesús,

C. Ja n s s e n , M. S. C. Sup. Gen.Roma, en la Fiesta del Corpus Christi, 27 de mayo de 1937.

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Nota final a los escritos del P. Janssen

El P. Janssen tuvo por costumbre, desde el principio de su mandato, solicitar del Santo Padre cada año, una audiencia pri­vada, que le era concedida. A continuación de la misma, por carta escrita en francés, daba cuenta a toda la Congregación de lo en ella tratado y de su alegría por la favorable acogida del Pontífice. En tales audiencias entregaba al Papa el Obolo de San Pedro, le presentaba las intenciones de la Novena Mensual, le daba cuenta de las vicisitudes por las que atravesaba la Congre­gación y le pedía la Bendición Apostólica para la Congregación, sus obras, sus bienhechores. Los dos Papas con quienes trató, Pío XI y Pío XII tuvieron siempre palabras de gran com placencia

por la labor realizada por los M. S. C. y por el espíritu que les animaba. Cada año se puede encontrar una de estas cartas en los Analecta.

Además de las mencionadas, el P. Janssen escribió las siguien­tes cartas:■ • En el aniversario de la Archicofradía de Ntra. Sra. del Sagrado

Corazón: Debemos estar contentos por celebrar el jubileo de esta obra, tan íntimamente ligada a nosotros, preciosa herencia dé nuestro Fundador. El Santo Padre se ha dignado conceder algu­nas gracias extraordinarias. Debemos aprovechar la ocasión para enfervorizarnos más en la devoción a Ntra. Sra., cuyo patrocinio se nos hizo tan manifiesto en las calamitosas circunstancias de estos años y que si hasta el presente todo lo ha hecho en nuestra Congregación, lo hará también en el porvenir, si halla en nosotros la necesaria correspondencia.(Analecta, 1939, pag. 111-113).

En el 75 aniversario de la P.O.: La P.O. ha constituido a lo largo de nuestra historia casi la única fuente de nuestras vocacio­nes. Son muchos —más de 1500— los sacerdotes que deben su ascensión al altar a la P.O. Copioso es el fruto alcanzado por la Institución que alumbraron el 25 de marzo de 1866 los PP. Julio Chevalier y Juan M.a Vandel. Grande ha de ser nuestro reconoci­miento hacia el Sdo. Corazón y también hacia tantos bienhecho­res, que hicieron posible la vida de la obra.(Analecta, 1941-45, pág. 325-326).

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Carta a los Provinciales con motivo del 8 de diciembre de 1941: Vivimos en tiempos difíciles. La Congregación se resiente por los acontecimientos de la guerra. No son fáciles las comunicaciones. De ahí que deban los Provinciales procurar, aún con mayor ardor, el mantenimiento del fervor del espíritu religioso y suplir lo que el General se ve imposibilitado de hacer. Les concede algunas fa­cultades privativas del General, sobre todo en lo referente a ad­misión a votos y Ordenes, recomendándoles, al mismo tiempo; suma cautela y seriedad. Más que nunca es necesario buscar nues­tra pervivencia en la fidelidad a votos y Constituciones. Recemos los unos por los otros.(Analecta, id, pág. 326-829).

Fin de la Guerra. — La guerra ha terminado. Nuestras pérdi­das materiales han sido muy considerables en todas partes. Han sido también muchos los muertos y mucho lo que la mayor parte de los nuestros ha sufrido. En algunas partes se ha mostrado, con evidencia absoluta, la acción protectora del Sdo. Corazón sobre los bienes y sobre las personas. Sea sincero nuestro reconocimiento. Reanudemos nuestra labor con nuevo entusiasmo, tratemos seria- mente de santificarnos en medio de las circunstancias que nos ha tocado vivir y podremos, confiados en el Sagrado Corazón y en Nuestra Señora mirar esperanzados el porvenir.(Analecta, id, pág. 341-342).

EL PADRE PATRICIO McCABE(13 septiembre 1947-15 septiembre 1958)

Qui habet mandata mea et servai ea, ille est qui diligit me.

(Joan. 14, 21}

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DATOS BIOGRAFICOS

El P. Patricio McCabe nació en Yamba (Australia) el 6 de julio de 1898. Estudió en la P.O. de Douglas Park, fundada en 1912 por los Padres Treand y Vandel (Julio). Fue uno de sus pri­meros alumnos, aunque no del número de los fundadores. Hizo la profesión el 26 de febrero de 1920 y el mismo día, seis años más tarde, recibía la ordenación sacerdotal. Consigue en Roma el doc­torado en Derecho Canónico.

Terminados sus estudios, regresa a Australia en 1928, siendo destinado a la que había de constituir la ocupación fundamental de su vida, la enseñanza de la Teología Moral y del Derecho Canónico en el Escolasticado, que a la sazón se hallaba en Ken- sington, la casa central de la Provincia Australiana.

Desde el año 1930 al 34 ejerce las funciones de Director del Escolasticado. En el 33 es nombrado Consultor de Derecho Ca­nónico por el Delegado Apostólico en Australia, siendo designado Secretario del mismo en 1936, trabajando activamente en el

Jerreno canónico, con ocasión del Sínodo Plenario de Sidney, como Consultor del Delegado Apostólico, Presidente del Sínodo.

Nombrado Consejero Provincial en 1937, es designado Supe­rior Local de Kénsington en 1939, cargo que, con indulto, osten­tará hasta 1947, fecha de su elevación a la Magistratura Suprema d e la Congregación.

Durante su generalato visitó las diferentes Provincias de la Congregación y las Misiones, impulsando la reconstrucción post­bélica. Puso gran interés en la reapertura del Escolasticado Inter­nacional, clausurado durante los años de la segunda guerra

mundial.

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Muy delicado en su salud, hubo de pasar largas temporadas: en obligado reposo en su Australia natal. Fue lo que le movió a suplicar a la Santa Sede, un año antes de terminar su segundo pe­ríodo de General, aceptara su dimisión y le permitiera convocar el Capítulo General, que le nombrara un sucesor. Accedió la Santa Sede y en el Capítulo General de 1958 fue designado para suce~ derle él P. José Van Kerckhoven, retirándose él a descansar y re­cuperar las perdidas fuerzas a Kensington la comunidad en que ejercitó desde el principio su ministerio.

Cuando en 1960 se estableció en aquella comunidad el curso de Pastoral, el P. Mc.Cabe figuraba entre los Profesores encargados-

Pero su salud continúa precaria. Es un dato nada satisfactorio la petición de dispensa de asistir al Capítulo General de 1964 por consejo de los médicos. Quiera el Señor conservar sus fuerzas para que pueda trabajar muchos años por la gloria de Dios y el bien de las almas y de la Congregación.

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CAPITULO GENERAL DE 1947 (1)

Nota: En el mismo día, 27 de diciembre de 1947, el P. General, Padre McCabe, firmaba dos cartas, dirigida la primera a los Su­periores y la segunda a todos los religiosos de la Congregación. Era idéntico el fin de ambas: Anunciar y exhortar al cumplimiento de lo acordado en el reciente Capítulo General. La razón de la separación parece estar en querer subrayar especialmente la im­portancia de la labor de los Superiores en orden a la salvaguarda del fervor y observancia. Trascribo ambas a continuación:

A los Superiores Provinciales y Locales de la Congregación, con todo mi afecto en el Sdo. Corazón.

Cuando se trata de vigorizar la disciplina religiosa, a quienes en primer término conviene y se impone acudir es a vosotros, que, puestos al frente de las Provincias y de las casas, trabajáis en todo el mundo por el bien de vuestros religiosos. De vosotros depende principalmente su aprovechamiento, pues es proverbio común que «qualis rex, talis grex».

Por lo cual, deseando el Capítulo llamar la atención para que se observaran más estrictamente las prescripciones de los números 89, 101, 140, 141, 255, 256 y 257 de las Constituciones, determinó que se advirtiera de modo especial a los Superiores (2).

(1) Escrita en latín, Analecta, 1947, pág. 204-208.(2) Copio a continuación, para facilitar la consulta, Jos números citados

en el texto, tomándolos de la edición castellana de las Constituciones del año 1955:

89. — ■ Cada semana: Se acercarán por lo menos una vez al Sacramen­to de la Penitencia, y asistirán todos a la plática espiritual, que el Su­perior cuidará que se dé al menos una vez.

(Así rezaba el número 89, que sufrió una modificación en el Cap. del año 1964, en el sentido de hacer obligatoria la plática semanal sólo para Escolares y Hermanos Coadjutores, en tanto que para los Sacerdotes se restringe la obligación a una mensual.)

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Ruégoos, pues, y os suplico, Padres carísimos, que pongáis lodo interés en hacer observar esas leyes.

Ciertamente es grave la carga, que junto con el cargo, recibie­ron los Superiores, ya que tienen que dar cuenta a Dios de sus súbditos. No es pequeña la responsabilidad de quienes no edifican a los que gobiernan.

Por lo cual es necesario que los Superiores, para no apartarse de su obligación, lo cual Dios no permita, deben imbuirse ple­namente del espíritu de la Congregación para dar a sus hermanos ejemplo.

Será de gran provecho a este fin la conferencia semanal pres­crita en las Constituciones (n.° 89). Sin duda que estas exhorta­ciones llevarán a los súbditos a enfrentarse animosamente con cualquier dificultad antes que faltar a su deber.

El Señor, que se entregó plenamente a la gloria del Padre y a la salvación de los hombres, desea ardientemente que sus Mi­sioneros, animados por el amor de su Corazón Divino, sigan su ejemplo y guarden con diligencia las sublimes normas de vida, que espontáneamente abrazaron.

101. — Haya capítulo de culpas dos veces al mes. Los llamados por el Superior manifiesten humildemente sus transgresiones externas de las Constituciones. Después el Superior, según le dicte la prudencia, indique lo que de reprobable ocurra en la comunidad, y con sus advertencias, exhortaciones y hasta penitencias, si fueran necesarias, corte los abusos y llame al orden a los transgresores.

140. — En toda casa formada haya, como mínimo, una vez al mes so­lución de casos de Moral y Liturgia, pudiendo el Superior añadir, si le parece oportuno, algún tema de dogma o ciencias afines.

1 4 1 . — Además, después de terminar la carrera, los sacerdotes se exa­minarán anualmente, por lo menos durante un quinquenio, de diversas ciencias sagradas oportunamente designadas.

255. — El consejo de la casa está formado por el Superior Local y dos o tres Consejeros designados por el Consejo Provincial. El primer Consejero hace las veces del Superior ausente, conforme a sus normas.

256. — El Superior reunirá el Consejo dos veces al mes, y con mayor frecuencia aún, si es necesario, y les someterá los asuntos mas impor­tantes relativos a la disciplina regular, al ministerio de las almas, al bien de los religiosos y a la casa misma. Las deliberaciones de mayor im­portancia se consignarán por escrito, sin ofender a la caridad debida a los hermanos.

257. — Aunque el Superior sólo necesita el consentimiento de los Con­sejeros en los casos previstos en los números 156 y 162, consúltelos, sin embargo, de buen grado en todos los asuntos de alguna importancia.

212 —

En primer lugar deseo, carísimos Padres, que os empeñéis en conseguir que no parezca que nuestros religiosos nieguen con sus obras lo que continuamente tienen en los labios: «Amado sea en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús.»

Para terminar, no puedo menos de suplicar de todo corazón a la Tesorera del Corazón de Jesús que abra y derrame sobre vosotros y los que os han sido confiados, los tesoros de amor y de misericordia, de luz y de salvación que encierra el Sdo. Corazón.

Affmo. en el Corazón de Jesús,P. M c C abe , M . S. C. Sup. Gen.

Roma, Curia Generalicia, 27 de diciembre de 1947.

A todos los miembros de la Congregación con mi afecto en el Sagrado Corazón.

jAmado sea en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús!El Capítulo General celebrado en Roma en el mes de septiem­

bre fue convocado bajo este nuestro lema, transcurrió imbuido del mismo y con él se cerró. Animado yo con esta divisa quiero manifestaros a todos, carísimos hermanos, los estatutos, avisos y exhortaciones, que, para el bien de la Congregación, dieron los Padres Capitulares.

Juzgó el Capítulo que no era necesario corregir las Constitu­ciones, suma y compendio de nuestra perfección. Aprobó nueva­mente con algunas modificaciones y adiciones los Estatutos del Capítulo General de 1938. Una nueva edición de los mismos os dará a conocer los cambios y lo que fue añadido.

Los Padres Capitulares, haciéndose eco de los deseos expresa­dos por muchos, manifestaron el deseo de que para el Centenario de la Congregación se publicara una biografía del P. Fundador escrita con arte y según las exigencias de la crítica histórica. La Administración General asume con gusto el empeño de llenar el deseo.

Las causas de nuestros mártires y confesores para quienes de­seamos y pedimos el honor de la beatificación y canonización están adelantadas; pero, como advirtió oportunamente el solícito Postulador, P. Emilio Constanzi, para conseguirlo más rápida­mente es necesario que todos los miembros de la Congregación tomen la empresa como suya y pidan a Dios y a Nuestra Señora con insistencia y, según los medios a su alcance, traten de pro­pagarlo entre los fieles.

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Considerando los Padres los daños que la guerra y la perse­cución hicieron llover sobre nuestras comunidades, juzgaron na ser necesarios nuevos preceptos, sino nuevo fervor y observancia más estricta. De este modo no sólo resarciremos los daños, sino que nos santificaremos. Por lo cual conviene que todos nos apli­quemos a poner por obra lo que sigue:

a) Que penetremos más profundamente cada día en los mis­terios del Sdo. Corazón estudiando, meditando, amando y que con mayor piedad y afecto más sincero honremos a su Madre Santísima, Ntra. Sra. del Sdo. Corazón.

b) Que, teniendo en cuenta las exigencias de nuestro título, divulguemos por todos los medios a nuestro alcance, con hechos, de palabra o por escrito, el culto y la devoción al Sdo. Corazón y a Nuestra Señora del Sdo. Corazón.

c) Que nos imbuyamos profundamente del espíritu de la Congregación que tan pulcramente se describe y recomienda en el Capítulo segundo de las Constituciones.

d) Que sigamos con prontitud a la Santa Madre Iglesia, que nos manda que «todos y cada uno de los religiosos, lo mismo su­periores que súbditos, deben no sólo cumplir íntegra y fielmente los votos que han hecho, sino también ordenar su vida en confor­midad con las reglas y constituciones de la propia religión, y de esta manera tender a la perfección de su estado» (Can. 593).

Aunque el Capítulo pide a todos los miembros que observen religiosamente todas las prescripciones de las Constituciones y de los Estatutos, le parece oportuno inculcar particularmente los números 93 y 95 de las Constituciones y el 88, 89 y 225 de los Estatutos (1).

(1) He aquí los números citados en el texto:Constituciones: 93. — Para favorecer el recogimiento del espíritu y

velar por la disciplina regular, se les prescribe a los religiosos el silencio fuera de los recreos comunes. Si fuera preciso, háblese con brevedad y en voz baja.

95. — Desde la oración de la noche hasta el fin de la meditación del día siguiente se prescribe un silencio más riguroso, que no podrá que­brantar sin motivo grave.

Estatutos: De los números citados en el texto, el 88, que especificaba los diferentes actos de piedad obligatorios a lo largo del día, fué modi­ficado en el Cap. Gen. de 1964, para salvaguardar los gustos y peculiari­dades regionales de cada Provincia, señalando, no obstante, la línea que velase por la unidad y el espíritu «comunitario» de la Congregación.

214 —

La comunicación de cada Provincia hecha al Capítulo de­mostró sobradamente que los nuestros, tanto en la patria como en las misiones, en circunstancias las más adversas, supieron trabajar de modo insigne, por no decir heroico, la causa del Sdo. Corazón, soportando muchos todo género de trabajos y de injurias, hambre, horrores de la guerra, algunos incluso cárcel y la muerte misma.

Tampoco faltó entre los nuestros aquel otro distintivo preclaro de los discípulos de Cristo, a saber: la mutua y fraterna caridad entre los miembros y entre las Provincias, demostrando con no pocos hechos, ni de escaso valor que «todos los Misioneros del Sagrado Corazón son de una misma familia y miembros de un mismo cuerpo en Jesucristo, de manera que los bienes y males de cada miembro sean comunes a todo el cuerpo, y todos los Misioneros del Sdo. Corazón tengan un sólo corazón y una sola alma (Const. 118).

Estos son los motivos de nuestra alegría y de nuestro reconoci­miento al Señor; pero aún hay más: La Congregación ha experi­mentado notable incremento en estos años: En el año 1938 eran 85 las casas canónicamente erigidas, en 1947 son 101. Las Provin­cias son hoy 11, mientras en 1938 eran sólo 7.

En cambio el número de miembros no ha crecido, desgraciada­mente. De ello podemos ofrecer cuatro razones:

a) La guerra mundial, que tanto en las Provincias de Europa, como en las misiones, segó muchas vidas.

b) Cierre obligado de las casas de formación en varias Pro­vincias.

c) Disminución notable y, a lo que parece, continua, de vocaciones.

d) La inconstancia de muchos, que, después de la profesión,

abandonan la Congregación.El núm. 89, relativo a los confesores y a la obligación que Jos Supe­

riores tenían de proveer de un número suficiente de los mismos, fué su­primido en el Cap. Gen. citado.

El núm. 225 continúa, después del Cap. Gen. de 1964, en idéntica redacción, excepto en el apartado c), que concede ahora al Provincial la facultad de permitir viajes extraprovinciales, prerrogativa anteriormente vedada. Hablíi de los derechos del Provincial en orden a los ministerios en ia propia o en ajenas Provincias, de la estancia de los religiosos con la familia, de la adquisición de fondos con detrimento de los derechos de otras provincias.

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Estos dos últimos puntos hicieron temer seriamente/4 los' Padres Capitulares por el futuro de la Congregación y / con la aprobación de todos, se encargó a los Provinciales que investiga­ran cuidadosamente el origen y la causa de este mal, así como su posible remedio. ¡Ojalá que los estudios ya hechos y comuni­cados a los Provinciales pueda cada uno aplicarlos a su propia. Provincia!

Por lo demás es incierto lo que el futuro nos prepara. Pero, sea lo que sea, plenamente confiados en el Sdo. Corazón y en el maternal auxilio de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, em­prenderemos con ardor y sin miedo cualquier obra que nos depare la Divina Providencia, aunque sea difícil y erizada de trabajos. «Teniendo siempre presente al Divino Modelo de perfección Cristo nuestro Señor» nos mostraremos de palabra y de hecho ver­daderos Misioneros del Sdo. Corazón. Esto nos pide el título del que nos gloriamos; esto nos enseñan las Constituciones, cuando nos dicen: «El mismo fin especial de la Congregación indica cla­ramente que la vida entera de sus miembros debe modelarse, de manera que el carácter, que la distinga e informe, sea un amor sincero y siempre ferviente al Corazón del Verbo Encarnado, el cual sea el sello de su santidad y los estimule a revestirse con singular empeño de los sentimientos del mismo Sagrado Corazón» (Const. 6). Si así lo hacemos, nada debemos temer, nada debe temer la Congregación.

¡Ojalá conceda el Sdo. Corazón, por mediación de Nuestra. Señora, todas las gracias que la Congregación y sus obras, espe­cialmente las misiones, y todos los miembros, necesitan! ¡Ojalá nos conceda especialmente que todos amen más y más el sublime estado que han abrazado y procuren con todo empeño compor­tarse «con la dignidad que exige la vocación, que han recibido, con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, sabiéndose sobrellevar unos a otros con caridad, solícitos por mantener la unidad de espíritu en el vínculo de la paz» Cons. 118).

Es todo, carísimos Padres y Hermanos, cuánto tenía que- encomendaros. Ruégoos lo aceptéis para provecho vuestro, pros­peridad de la Congregación y gloria del Sdo. Corazón.

Vuestro en el mismo Sagrado Corazón,P. M cC abe, M . S. C. Sup. Gen.

Roma, Curia Generalicia, 27 de diciembre de 1947.

216 —

CENTENARIO DE LA CONGREGACION (1)

A todos los miembros de la Congregación con todo afecto.Hace cien años, como bien sabéis, tuvieron lugar en el mismo>

día la definición dogmática de la Inmaculada Concepción y el nacimiento de nuestra Congregación.

La doble conmemoración no es para nosotros sólo motivo de alegría, sino de seria reflexión y aviso.

1. En primer lugar debemos dar gracias a Dios por tantos y tan insignes favores recibidos a lo largo de este siglo. Gracias, porque de tan humildes comienzos nos hizo llegar a la prosperi­dad actual. Gracias por la solicitud con que siempre nos ha cui­dado. Gracias porque en medio de innúmeros peligros se hizo patente su presencia y su poder entre nosotros. Gracias porque a la Congregación entera, a sus Misiones, a las Provincias, a las Casas, a todos los Religiosos los distinguió con tantas y tan estu­pendas gracias, que no resulta ni mucho menos absurdo aplicar­nos las palabras del Profeta: «¿Qué más debí hácer por mi viña que no haya hecho?» Quien sobre todo esto reflexione, admitirá fácilmente que «verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias siempre y en todas partes, Señor Santo,, Padre Omnipotente, Dios eterno».

2. Conviene, en segundo lugar, recordar con agradecimiento a nuestro P. Fundador y a los que fueron sus compañeros y asis­tentes en la fundación de lá Congregación. Contribución digna a este propósito esperamos sea la biografía encargada a uno de' nuestros hermanos.

(.1) ¡Escrita en latín, Analecta, 1954, pág. 208-213.

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Dediquemos asimismo un recuerdo de gratitud y afecto a aquellos varones insignes e intrépidos, que abrieron nuevos ca­minos y ofrecieron remotas regiones a la actividad de Jos Misio­neros del Sdo. Corazón y ganaron para Cristo a gentes ignoradas hasta el momento.

Recordemos ante todo a los que por su santa vida o por la sangre derramada por Cristo sirven de ejemplo a los demás: «Ala- hemos a los varones gloriosos, nuestros padres, que vivieron en el curso de las edades» (Eccli. 44, 1).

Nos parece oportuno recordar aquí la conveniencia de que los Padres más antiguos en cada Provincia consignen cuidadosamente por escrito para que no se pierda su recuerdo, las cosas que de ■cualquier modo hagan referencia a la historia de la Congregación, ya sean hechos presenciados por ellos, ya referidas por los ante­pasados.

Tampoco debemos olvidar a quienes vivos aún o ya difuntos, impulsados por el amor de Dios y del prójimo, nos hicieron ob­jeto de sus bondades. Todos aquellos que de algún modo promo­vieron y ayudaron nuestras obras son dignos de recibir los frutos primeros de esta conmemoración centenaria.

3. Pero no ha terminado todo cuanto debemos hacer en este centenario con dar a Dios las debidas gracias, y a nuestros bienhe­chores el honor que les corresponde. Es necesario que reflexione­mos sobre lo que somos y sobre lo que hemos de ser y cómo debemos ordenar nuestra vida en conformidad con nuestra dig­nidad. Piense cada uno, en lo íntimo de su corazón, qué es lo que, atendida la propia condición, debe hacer ante Dios y ante los hombres a) para ser verdadero Misionero del Sagrado Corazón, su digno sacerdote, formador de los mismos, si las circunstancias lo piden, y b) para que la Casa, la Provincia, la Congregación misma a la que pertenece y con cuyo título se honra, sea cada día más digna.

La conmemoración pide sin duda de nosotros en primer lugar renovación de fervor, conformado al ejemplo del Fundador, y más solícito cuidado en la consecución de la perfección cristiana. Nos conviene seguir el consejo de quien se dijo que «el corazón de Pablo» era «el Corazón de Cristo», cuando escribe: «Renováos en vuestro espíritu y vestios del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas» (Epf. 4, 23).

218 —

4. Recordemos qué significan, qué llevan consigo, qué exi­gen aquellas tres letras M. S. C., que acostumbramos juntar a nuestro nombre.

Emitidos nuestros votos quedamos consagrados para siempre al Sdo. Corazón y convertidos en hostias propiciatorias. Sería pé­simo error, deserción de la sagrada milicia, a la que fuimos lla­mados y, quizá, preludio de ruina inminente olvidarlo por negli­gencia, abandonarlo intencionadamente o deshacer los vínculos que nos unen al Sdo. Corazón.

Ninguno de los nuestros puede olvidar nuestra divisa «amado sea en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús». A nosotros nos ha sido confiado con preferencia sobre los demás, el evangelio de su amor para que lo difundamos por el orbe entero y lo comuni­quemos a todas las gentes. Este es nuestro cometido, ésta nuestra vocación, éste nuestro timbre de gloria.

Por lo cual, nada mejor ni más seguro que:a) Estimar cada vez más nuestra vocación y, cumpliendo a

la perfección las Constituciones, reflejarlo con mayor diligencia en nuestra vida.

b) Conocer más profundamente por medio de la oración y el estudio a Cristo y su Corazón Sagrado y proponerlo al amor de los hombres del modo más acomodado a su índole.

Cristo y el amor de su Corazón permanecen «ayer y hoy y por siempre» (Hebr. 13,8), aunque los tiempos se cambien y cambien los hombres.

Por lo cual nos será sumamente necesaria gran habilidad, fa­cilidad de acomodación, mayor humanidad, benignidad, clemen­cia, indulgencia y, sobre todo, caridad ardiente para todos, que es el compendio de las demás virtudes. Nadie piense que llegará a esta perfección, si antes no aprende lo que el Apóstol dice ha­ber conseguido: «ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal. 2, 20). Nadie que no sea «alter Christus», que no esté «mo­vido por la caridad de Cristo» (II Cor. 5, 14) podrá inculcar a los hombres el amor de Cristo.

5. ¿Pero, quién con mayor facilidad nos hará penetrar en lo profundo del Corazón de Jesús, nos manifestará sus arcanos, pondrá a nuestra disposición sus riquezas, que Aquella en cuyo seno formó el Espíritu Santo ese divino Corazón? ¿No fué Ella la que, invocada durante una novena, dió a nuestro Fundador la seguridad en la fundación de la Congregación y le confirmó en

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su propósito? El, en retorno, como testimonio irrecusable y peren­ne de su gratitud y su piedad además de corresponder de la mejor manera que pudo al amor recibido la honró con un título nuevo y preclaro, el de «Nuestra Señora del Sdo. Corazón», que nos lo dejó a los suyos en herencia.

Vayamos, pues a Ella con confianza para con mayor seguridad llegar al Corazón de Jesús. No sin razón alguien dijo, profetizan­do, que la Santísima Virgen habría de hacerlo todo en nuestra Congregación (1). En efecto, quien considere los orígenes de nues­tro Instituto y perciba la confianza ilimitada puesta en la Virgen por el P. Fundador y advierta las pruebas de sus continuos favo­res, no podrá menos de admirar, contento y agradecido, tanta grandeza y de entregarse plenamente a Su servicio. Nunca la Santísima Virgen fallará en su papel de Protectora si nosotros sabemos cumplir aquel precepto de las Constituciones: «Rendi­rán culto especial a la Santísima Virgen bajo el título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús, y a San José, su castísimo Esposo, poniéndose por entero bajo su amparo y protección» (Const. 5).

Muchos y graves motivos tenemos para ofrecerle esta venera­ción, pero, dejando de lado todos los otros, hay uno que especial­mente nos conmueve y es que nadie entre nosotros puede decir que no deba a Nuestra Señora no sólo el principio y la perseve­rancia en su vocación religioso-sacerdotal, sino también la corona-

(1) Estas palabras las hemos visto muchas veces en artículos publicados por algunos de nuestros Padres e invariablemente se atribuyen al Santo Cura de Ars. El P. Lanctin (cf. supra pág. 69) cita la frase sin concretar pa­ternidad, mientras que el P. Meyer (pág. 111) la atribuye expresamente a S. J. M.a Vianney. En los relatos que el P. Fundador hace de su entrevista con el Santo Cura no aparece. Pone de manifiesto la intervención que en el desarrollo de la Congregación tendrá María, oponiéndose a la intervención diabólica; pero no aparece el sentido universal contenido en la frase de referencia. El P. Fundador se expresa así: «El (el Cura de Ars) me animó mucho diciéndome que tuviera confianza... que el infierno habría de sus­citar contra ella (la Congregación) tempestades tan tremendas que yo habría de creerlo todo perdido. Pero, añadió él, el Corazón de Jesús y la buena Madre intervendrán y la confusión será para vuestros enemigos.» Ignoró si aparecen en otros escritos del P. Fundador que no he podido consultar. En último término la cuestión para nosotros ya ha perdido importancia, pues, aunque no hubiera sido pronunciada la profecía, la historia nos per­mite afirmar que, en efecto, en nuestra Congregación lo ha hecho lodo la Virgen. Cf. la entrevista completa en el P. Vermin, pág. 174-175.

ción de la misma. Así pues, quien se esfuerce en ser y aparecer verdadero Misionero del Sdo. Corazón confíese a María como siervo, devoto, hijo.

Ningún día más apto para esta Consagración que el ocho de diciembre, en que, junto con nuestro Centenario, se celebra el de la Inmaculada Concepción. Celebrémoslo también nosotros par­ticipando en el gozo común de los cristianos. Que toda la Congre­gación, cada una de las Provincias y de las Casas, cada uno de los miembros, se consagren el 8 de diciembre a Nuestra Seño­ra del Sdo. Corazón y así confiados en su ayuda y patrocinio, sa­ludarán el siglo que comienza como «perfectos hombres de Dios, preparados para toda obra buena» (2 Tim. 3, 17).

6. El orbe entero, hermanos, se extiende ante nosotros, por­que todos han sido llamados al amor del Sdo. Corazón. «En nin­gún otro hay salvación, pues ningún otro nombre nos ha sido dado, bajo el cielo, a los hombres, por el cual podamos ser salvos» (Act 4, 12). Dios «quiere que todos los hombres se salven y ven­gan al conocimiento de la verdad» (I Tim. 2, 3). No debemos, pues, admirarnos de que la obra de las misiones se haya conver­tido en la principal entre nosotros. Aunque quizá al principio nuestro Fundador no pensó en las expediciones misioneras (1),

(1) Bien hace el P. Me Cabe en condicionar la frase con el dubitativo «quizá». Hay bastantes indicios que demuestran que el pensamiento de las misiones fue habitual en la Congregación desde el principio, como exigencia de su dedicación a procurar el reinado del Sdo. Corazón en el mundo. Citemos, entre otros, la misma invocación: «Amado sea en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús», que data de los comienzos, como anota el Padre Brocken (cf. supía, pág. 183, nota 2) y el cuadro puesto en el altar mayor de la primera capilla, conservado como una reliquia por el Padre Fundador a todo lo largo de su vida y, a instancias suyas, salvado de la subasta cuando en 1907 le fue incautado todo al arrojarle de su casa. Parece ser el exvoto de que habla el pacto con la Sma. Virgen (cf. supra, página 23). Actualmente se halla en el museo de Issoudun. Representa la manifestación del Sdo. Corazón al mundo por medio de María. El mundo está representado por cinco figuras humanas indígenas de las cinco partes del mundo. El P- Fundador dijo de él ser «el tesoro más precioso que posee la Congregación» (P. Vermin, pág. 137). Tiene sabor marcadamente misionero. Detalles muy significativos sobre la vocación misionera primitiva de la Con­gregación nos los ofrece la vida de Mons. Verius: Recién llegado a la P.O., en 1872, escribe al final de los ejercicios espirituales dados por el Padre Vandel: «Jesús mío, dadme gracia para enmendarme y llegar a ser Misionero y llevar vuestra devoción a los países salvajes.» Estos pensa­mientos no es fácil los escriba un niño de doce años sin sugestiones externas. Sin duda reflejan las reflexiones y exhortaciones que en aquellos ejercicios les hizo el P. Vandel. Recuérdese que la Congregación tiene a la sazón una

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pronto, por disposición divina, llegó a la conclusión volviendo su mirada hacia los infieles, de que, como al Apóstol, se le abría «una puerta grande y prometedora» (I Cor. 16, 9).

Por fuerza de los acontecimientos o, por mejor decir, por im­perativo de la ley divina, poderosa entre todas, los Misioneros del Sdo. Corazón comenzaron a ser Congregación misional. Y no ocupan precisamente el último lugar, ya por el número de miem­bros dedicados a este ministerio, ya por los territorios que nos han sido confiados.

Debemos confesar que el apostolado misionero, aunque rudo y penoso, alimentado no en pequeña escala con tributo de vidas y salpicado de sangre, fue para nosotros un beneficio inconmensu­rable, por el que desde los insignificantes comienzos llegamos al florecimiento, que hoy contemplamos (2.600 miembros en 12 Provincias).

Por lo cual, nuestra conmemoración centenaria debe, entre otras cosas, alimentar y fomentar en nosotros el espíritu y fervor "misioneros: «Alzad vuestros ojos y mirad los campos, que ya es­tán amarillos para la siega» (Juan 4, 35). Enciéndase en nosotros el mismo sentimiento, que brotó del Corazón de Jesús: «Viendo a la muchedumbre se enterneció de compasión por ella, porque estaban fatigados y decaídos como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Math. 9, 36-38) (1).

veintena de miembros y faltan aún nueve años para que se reciba la invitación pontificia hacia las misiones. En la asociación mariana, que Enrique Verius, alumno de la P.O., funda en 1876 entre sus compañeros, se «tenía puestas sus esperanzas en las Misiones, se hablaba de ellas, de las predicaciones futuras, de los trabajos, de los sacrificios para convertir a los infieles, por los que ya se dirigían al cielo frecuentes y fervorosas plegarias» (P. Salvador: Mitsinari, pág. 22). Este hecho revela un ambiente, que no pudo ser creado más que por los Directores y Profesores de la P.O. Y no cabría dudar de la ligereza de tal proceder, si no hubiera sido pensa­miento habitual y común el destino misionero de la Congregación. Podemos, pues, concluir con toda justicia que el pensamiento de las misiones entre infieles es en la Congregación muy anterior a la llamada por parte de León XIII el 25 de marzo de 1881.

(1) Propone el P. McCabe aquí la serie de actos de piedad o de pro­paganda que conviene realizar para solemnizar el Centenario. Su valor abarcaba sólo aquella circunstancia particular. Unicamente las prescrip­ciones colocadas en 6.° y 7.° lugar tienen actualidad permanente. Las pongo en el texto.

222 —

7. La celebración del Centenario nos ofrecerá más de una- ocasión de hablar a los fieles de nuestro Instituto y de nuestras obras y de orientar hacia nuestras filas nuevas vocaciones.

g) Los Superiores procurarán hablar a sus súbditos a menudo del Fundador de la Congregación, del origen, fin, espíritu, misio­nes, devociones peculiares, archicofradías, varones ilustres, hechos sobresalientes, etc.

Y así, Hermanos, con la mente y el corazón puestos en el Corazón de Jesús, que sostiene, cual tesorera, en sus manos Nues­tra Señora y lo presenta como fuente de todas las gracias, termi­nemos agradecidos el siglo primero de nuestra Congregación. Comencemos el segundo y los que quizá el Señor nos depare, animosos y alentados con idénticos auspicios, mostrándonos hijos dignos de nuestro Fundador y de nuestros antepasados y, a ejem­plo suyo, perfectos Misioneros del Sdo. Corazón, que trabajan y ponen todo su interés porque «sea amado en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús».

Vuestro affmo. en el mismo Corazón de Jesús,

Patricio M cCabe, M. S. C. Sup. Gen.

Roma, en la Vigilia de la Fiesta de Nuestra Señora del Sagrado- Corazón, 1954.

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CINCUENTA ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL PADREFUNDADOR (1)

Muy estimado y Rvdo. Padre: Al acercarse el 21 de octubre, ■cincuenta aniversario de la muerte de nuestro venerado P. Fun­dador, el P. General me pide les manifieste con qué espíritu desea él que sea celebrado este aniversario.

Debe cumplirse el número 116 de los Estatutos (2). Pero, más que una solemnidad externa, conviene sea un día de recogimiento y reflexión y de preces asiduas por todos los miembros dé 1.a Congregación vivos y difuntos. Que cada uno aproveche la ocasión para reflexionar sobre el ideal de la vocación del Misionero del Sagrado Corazón, según el Capítulo II de nuestras Constituciones, y para examinarse acerca del esfuerzo y los medios empleados para realizar, en cuanto posible Sea este ideal. No podremos en­contrar mejor testimonio de nuestro agradecimiento hacia nuestro Fundador y Legislador.

Es natural que nos acordemos en esta ocasión del «Testamen­to Espiritual» del P. Fundador. ¿Por qué no buscar en él la ins­piración y la materia para esta jomada? No necesito ponderarle, muy amado y Rvdo. Padre, la gran importancia de este documen­to para toda la Congregación. Es de primer orden, por ser el úl­timo que nos ha legado el Rvdo. P. Chevalier. Una parte de este

(1) Escritura en francés y dirigida a los Superiores Provinciales. Ana­lecta, .1957, páginas 2.16-217.

(2) El número 116 de los Estatutos prescribía para el 21 de octubre la celebración de una Misa de requiem por el P. Fundador, en primer lugar, y después por todos los difuntos de la Congregación. El Capítulo General de 1964 acordó que fuera sustituida por una Misa de acción de gracias, petición de auxilios y recuerdo del Fundador y demás difuntos de la Con­gregación.

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documento, la que se refiere a todos los miembros, se encuentra» como sabéis, en los Analecta, series II (nova series), pág. 259-262.

En los tiempos actuales, en que se manifiesta pujante un deseo' de cambio, de adaptación, de actividad siempre creciente, es de primera necesidad que cada uno tome conciencia de lo que cons­tituye el fondo intangible de nuestra Congregación, y recuerde que todo incremento en la acción exige superabundancia en la contemplación. Lo que hoy se precisa son directrices claras y pre­cisas : El Testamento Espiritual nos las ofrece.

El P. General confía en que usted encontrará la manera de atraer la atención de sus súbditos hacia este último escrito del P. Fundador: Defunctus adhuc loquitur.

Reciba, Rvdo. P. la expresión de mi afecto más sincero.Por el Rvdo. P. General in Corde Jesu,

P. I. V e r d o n k , M. S. C.

>226 —

«Nota final a los escritos del P. McCabe»

El P. McCabe escribió otras tres circulades. La primera para dar cuenta de una audiencia privada, que le concedió Pío XII en febrero de 1949 (Analecta, 1948, página 348). Pone de relieve el interés con que el Papa le recibió, la simpatía demostrada por todo lo nuestro y las mercedes acordadas. Fue la única audiencia privada obtenida a lo largo de su superiorato, de que hacen refe­rencia los Analecta.

La segunda firmada en Roma en 1 de noviembre de 1953 (Analecta, 1953, pág. 24-28) tiene por fin promulgar los acuerdos y estatutos del reciente Capítulo General.

Finalmente, escribió otra para disponer a los Misioneros del Sagrado Corazón para la digna y solemne celebración del Año Mariano de 1954, decretado por Pío XII para realzar el centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada (Analecta, 1953, página 28).

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EL PADRE JOSE VAN KERCKHOVEN(15 septiembre 1958)

Qui autem fecerit et docuerit, hic magnus vocabitur in regno coe- lorum.

(Mat. 5, 19)

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V,

DATOS BIOGRAFICOS

Nuestro actual Superior General fue elegido en 1958 y confir­mado en el cargo en el Capítulo General de 1964.

Ha recorrido las Provincias y las Misiones. Ha erigido canóni­camente nuevas casas. En este aspecto cabe señalar especialmente la fundación y erección canónica del Noviciado Interprovincial de Takuba, en Rabaul para los novicios indígenas m. s. c. de los Vicariatos apostólicos oceánicos y el Escolasticado de Bomana en Port Moresby para la formación filosófico-teológica de los mismos. La fundación de ambas casas se debe a su iniciativa y entusiasmo.

Nació el P. José Van Kerckhoven el 6 de febrero de 1909 en St. Amands (Bruselas-Bélgica). Profesa en la Congregación él 21 de septiembre de 1928 y es ordenado sacerdote en Roma, donde realizó sus estudios teológicos el 30 de julio de 1933.

Al año siguiente regresó de Roma y, durante once años, ense­ñará las ciencias eclesiásticas en el Escolasticado belga de Ger- dingen.

Nombrado Superior de Heverlee en 1945, es reelegido en 1948. Asiste al Capítulo General de 1947 como delegado de la provincia belga. Desde el 8 de marzo de ese mismo año ocupaba el puesto de Consejero Provincial.

En 1950 es enviado al Congo como Superior religioso de la misión belga. Regresa en 1953 por haber sido nombrado Superior local de Gerdingen el 15 de mayo. Sólo cinco meses y medio permaneció en esta casa, pues el día 1 de noviembre del mismo año era nombrado Superior Provincial, cargo que ocupará hasta su designación como Superior General.

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Representando a la Congregación se sienta como Padre en eí Concilio Vaticano II, donde dejó oír su voz con muy atinadas ob­servaciones sobre la necesidad de reforma de las Constituciones Religiosas para una mejor adaptación a las exigencias de los tiempos modernos.

¡Ojalá le conceda el Señor, para bien de todos, continuar ha­ciendo fecunda la historia que, con sus hechos, escribe al frente de la Congregación!

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CAPITULO GENERAL DE 1958 (1)

En los años postreros, según se colige de las relaciones provin­ciales, ha crecido la Congregación en número de miembros y de­obras, en acción apostólica y en intensidad de vida religiosa.

El número de miembros crece lenta, pero continuamente.En el último quinquenio se nos han confiado las misiones si­

guientes : La Prelatura Nullius de Caravelí en el Perú, los Vica­riatos Apostólicos de Samaray y Kavieng, la Prefectura Apostólica', de Kaolack. Además, en otras regiones, han comenzado misiones, que esperamos que muy pronto serán sui juris. El número de mi­sioneros se elevó en ciento cinco, de suerte que al presente son1 unos setecientos los que trabajan en las misiones entre infieles. En ciento veinte parroquias trabajan 289 miembros. En 28 colegios; dirigidos por la Congregación se instruyen y forman cristiana­mente 8814 alumnos.

Por estos datos y otros muchos, que paso por alto, se manifiesta la magnitud del trabajo apostólico llevado por los Misioneros del Sagrado Corazón en todo el mundo para que cada vez sea más conocido y amado el Sagrado Corazón de Jesús.

Además, movidos especialmente con ocasión del Centenario de la Congregación, hemos crecido «ad intra» contemplando más; atentamente y renovando con mayor diligencia el espíritu propio1 de nuestra Congregación.

La observancia regular, según testifican con claridad las rela­ciones mencionadas, es buena en muchas casas y comunidades, especialmente, como es de desear, en las de formación. En las casas destinadas a ministerio pastoral, como parroquias o estacio-

(1) El primer párrafo es introductorio y circunstancial. Lo omito. — •Escrita en latín, Analecta, 1958, pág. 406-414.

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mes misioneras, la observancia, acomodada al género de vida, es más difícil, pero no imposible, según confirman ejemplos señeros. Por lo cual en el noviciado y en el escolasticádo, y especialmente en el curso de pastoral recientemente instituido, hay que procu­rar enseñar y practicar la íntima unión entre la vida religiosa y la apostólica, la conjunción del fervor religioso con la acción ex­terna.

Mas como se han observado algunas negligencias nacidas de la humana fragilidad u olvidos imputables al exceso de trabajo y que afectan a la observancia regular, el Capítulo desea recordar e inculcar el cumplimiento de los números 88, 89, 90, 91, 140 y 141 de las Constituciones y el 123 y 140 de los Estatutos Gene­rales (1). La mayor parte de estos números se refieren a los ejerci-

(1) Para mayor facilidad copio a continuación los números de Consti­tuciones y Estatutos señalados por el P. General en el texto:

Constituciones: 88. — Cada día: Tanto los sacerdotes y aspirantes al sacerdocio como los Hermanos Coadjutores harán piadosa y devotamente la oración mental; los sacerdotes celebrarán la Santa Misa, a la que asistirán los demás comulgando con la mayor frecuencia, y aún cada día, como es muy de desear; examinarán cuidadosamente la conciencia; rezarán la ter­cera parte del Rosario; confortarán su espíritu con la visita al Sino. Sacra­mento y la lectura o plática espiritual; comenzarán y terminarán el día •con preces comunes. Si alguien, legítimamente impedido, no pudiera asistir a alguno de estos ejercicios, procurará realizarlo en otra ocasión.

89. — Cada semana: Se acercarán por lo menes una vez al Sacramento de la penitencia, y asistirán todos a la plática espiritual, que el Superior cuidará que se dé al menos una vez. Cf. supra, 211, nota 2.

90. — Cada mes: El primer viernes, o, si ese día no es posible, otro más oportuno, harán todos retiro espiritual, en el que, sin omitir las ocupa­ciones ordinarias, tratarán con todo interés de la enmienda de la vida. Descubrirán más a fondo su espíritu al Director espiritual y añadirán a los ejercicios habituales de piedad alguno más, v. g . : visitas al Smo., ejer­cicios de preparación a la muerte, Via-Crucis, etc.

91. — Cada año: Harán ejercicios espirituales en común (o en privado, :si así le parece al Superior) durante seis días completos, renovando al final por devoción los votos.

140. — En toda casa formada haya, como mínimo una vez al mes so­lución de casos de Moral y Liturgia, pudiendo el Superior añadir, si le parece oportuno, algún tema de dogma o ciencias afines.

141. — Además, después de terminar la carrera, los sacerdotes se exa­minarán anualmente, por lo menos durante un quinquenio, de diversas ciencias sagradas oportunamente designadas.

Estatutos: 123. — Están obligados a emitir la profesión de fe, según la fórmula aprobada por la Santa Sede (añadiendo también el juramento anti­modernista) a) Ante el Capítulo o ante el Superior, que les nombró o su delegado: Los Superiores General, Provincial, local, cuando asumen el

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cjos de piedad. Teóricamente todos estamos convencidos de que estos ejercicios son imprescindibles para fundamentar la vida es­piritual y para que la acción acción apostólica no se convierta en mera actividad natural, ineficaz en orden a procurar el bien sor brenatural de las almas. Prácticamente, en cambio, no sólo por fragilidad, sino a veces so capa de bien, el del mismo trabajo apostólico, postergamos los ejercicios piadosos, olvidando que el celo apostólico debe ser orientado por la prudencia. ¿No merece reflexión atenta el hecho de que Pío XII, de inmortal memoria, hablando a los Padres Capitulares, al exhortarles a trabajar con fervor en los diferentes trabajos apostólicos, haya comenzado por inculcar vivamente la necesidad de la oración?

Es preciso volver una y otra vez a la mente de nuestro Padre Fundador que, dotado de ese carisma, quiso que sus misioneros estuvieran íntimamente unidos con el Corazón de Jesús, imbuidos de su espíritu y fueran como dóciles instrumentos cooperadores de la misericordiosa voluntad de Dios. ¿Cómo podremos adquirir esta íntima unión con el Corazón de Cristo, especialmente en el obrar, si en determinados tiempos no tratamos de buscar su presencia por medio de la oración?

Hay costumbre entre nosotros de hacer en comunidad en la capilla muchos de los ejercicios de piedad para tributar al Sagra­do Corazón el culto peculiar, «especialmente en el Smo. Sacra­mento» (Const. 3) y al mismo tiempo con el ejemplo mutuo mu tuamente nos ayudemos en el desempeño de los oficios religiosos. Aunque los Padres Capitulares no ignoraban —es más, dedicaron al asunto madura reflexión— el inconveniente que para la medi­tación y demás ejercicios trae, a veces, el trabajo apostólico y el servicio de las comunidades religiosas, juzgaron que en el número

cargo; b) Ante el Ordinario del lugar o su delegado: Párrocos, predicadores, confesores, antes de recibir la facultad para tales ministerios; c) Ante el Superior local o su delegado los profesores de Teología, Derecho Canónico y filosofía, por lo menos al asumir el cargo.

Los religiosos encargados de una parroquia y sus vicarios cooperadores ejerzan sus derechos y cumplan sus obligaciones en conformidad con los Sagrados Cánones, Constituciones y Estatutos de la Congregación. Recuer­den especialmente los prescritos en los cánones 630 y 631.

140. — Se refiere a la ordenación de estudios para el quinquenio de exámenes de los neosacerdotes y el curso de pastoral. Por corresponder más bien a la atención del P. Provincial, no lo copio.

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88 de los Estatutos no había de modificarse nada, ni en lo refe­rente al tiempo, ni en el carácter «comunitario» (1). Nuestras Constituciones, escritas para Misioneros y hombres apostólicos, dejan margen suficiente al Superior para acomodar los ejercicios de piedad a las exigencias del ministerio. Algunos, dignos de enco­mio, han establecido en sus comunidades un horario perfectamen­te acomodado a las necesidades de la vida activa. Por lo demás, es más importante que se hagan los ejercicios que el tiempo en que se hacen y, si necesario fuera, los Superiores pueden usar de las facultades, que las Constituciones les conceden.

Lo prescrito en los números 140 y 141 de las Constituciones y en el 123, 140 y 141 de los Estatutos está, de suyo, claro. El Capítulo ha querido insistir sobre su observancia.

En cuanto llevamos dicho tiene gran importancia la acción de los Superiores, especialmente los Locales. Ellos, más que los Superiores mayores, son los custodios de la observancia regular. Los Superiores locales por el trato cotidiano con los Religiosos tienen mayor y más eficaz influjo en la formación del espíritu de la Congregación. De ellos depende especialmente el que nuestra fa­milia religiosa viva animada del fervor. Por lo cual, encarecida­mente les ruego que «imbuyan a sus súbditos del verdadero es­píritu del Señor... y ayudándoles por todos los medios, guíenlos con suavidad y fortaleza por el camino de.la perfección cristiana» (Const. 251). Relean a menudo y observen cuidadosamente lo en­comendado con verdadera solicitud paternal a los Superiores por Pío XII, de inmortal memoria, el 11 de febrero de 1958 (A.A.S. 1958, pág. 153) (2).

Votos del Capítulo, recomendaciones y otros asuntos tratados:

(1) Como dejamos anotado más arriba (pág. 214, nota 1), el número 88 de ios Estatutos fué modificado en el Cap. Gen. de 1964, en la línea que posiblemente ya se había señalado en 1958. Sé encomienda a las Provin­cias el establecer la forma peculiar para cada una de ellas, atendiendo a la idiosincrasia y circunstancias regionales. A1 fin de salvaguardar la uni­dad, se prescriben unas cuantas preces comunes, muy propias del espíritu de la Congregación.- j (.2) A continuación dedica el P. General un largo párrafo a la explica­ción de algunas adiciones y algunos cambios introducidos en los Estatutos. Como ya constan en edición especial posterior no vale la pena ponerlos aquí-

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Se recomienda el piadoso ejercicio de la hora santa el jueves víspera del primer viernes de cada mes. Es muy propio de nues­tra vocación de Misioneros del Sdo. Corazón. Fue un ejercicio encomendado por el mismo Sagrado Corazón a Santa Margarita y cada vez más en uso, sobre todo en los últimos años, entre los de­votos del Sdo. Corazón.

Es deseo del Capítulo que se divulgue entre el pueblo, la vida y la obra del P. Chevalier, nuestro Fundador, por medio de libros y de opúsculos, la magna obra del P. Vermin recibió los aplausos del Capítulo. Ciertamente que por esta primera parte de la vida del P. Fundador se ha hecho acreedor a la gratitud de todos, pues el conocimiento de la persona, del espíritu y de las obras del P. Chevalier es para cada uno de los Misioneros del Sagrado Corazón una gracia y beneficio grande. Estamos persua­didos de que él fue instrumento manejado por Dios para fundar nuestra Congregación, es decir, que recibió el carisma llamado de «fundador». Esta gracia, concedida en orden a nosotros, mani­festándose en su persona y en su obra, se ordena a hacernos ver­daderos Misioneros del Sdo. Corazón y a ponernos de relieve el camino y espíritu, que debe impulsamos hacia la perfección.

¡Ojalá este benemérito escritor pueda tener pronto terminadá la segunda parte, que esperamos con afán!

Como las Ordenes Sagradas constituyen un paso considerable y ocupan puesto de privilegio en la formación de los Escolares, sé aconseja que los ordenados sean convenientemente instruidos en los deberes y responsabilidades de la Orden, que van a recibir y que los ejercicios espirituales preparatorios se den con gran esmero para que les dispongan adecuadamente.

El Capítulo General desea que novicios y escolares se formen e imbuyan del espíritu de la Sagrada Liturgia, según las normas dadas estos últimos tiempos por la autoridad eclesiástica. Con lo que se conseguirá en primer lugar lugar que la Misa, acción litúr­gica de la Comunidad, se. comprenderá mejor y se participará más íátensamente. Pero, como el movimiento litúrgico no ha recorrido aún en todas partes idénticas etapas, el Capítulo no ha eslable-

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cido nada definitivo, se limita a recomendar a los Superiores que, según las costumbres del lugar, presten al movimiento litúrgico sh'i atención y su favor (1).

Los Misioneros del Sagrado Corazón son operarios apostóli­cos que buscan con tesón difundir por todas partes el culto al Sagrado Corazón; que ejercen su apostolado revestidos de lbs sentimiento del mismo Sdo. Corazón; que se abrazan con todo gé­nero de apostolados, reclamados por las necesidades de las almas, en servicio del Sdo. Corazón. Hoy que con tanto empeño exhortan los Romanos Pontífices y solicitan ansiosos que todos los Religioso? se den más de lleno a procurar la salvación de las almas, nosotros, Misioneros del Sagrado Corazón, conscientes de nuestra vocación apostólica, debemos ocupar los primeros puestos entre las aguerri­das legiones de la Iglesia. Es más, cuanto más arduo sea el tra­bajo que se nos confíe, cuanto mayores sean las dificultades de que se vea rodeado, mayor debe ser el ardor con que lo empreña damos, pues, si nos acercamos confiadamente al trono de la gra­cia encontraremos dispuestos inmensos tesoros, contenidos en él Sagrado Corazón, que nos distribuye con profusión la provident'é mano materna de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Nada tiene de particular que el Capítulo haya querido tratar de asuntó tan importante, dando lugar preferente a las obras de mayor relieve, como son las misiones, la educación de la juventud y el ministerio parroquial, que fueron las materias tocadas por Pío XII, de feliz memoria, ante los Padres Capitulares. Por lo mismo se es­tablecieron en el Capítulo tres comisiones para tratar cada uno de estos asuntos, enfocándolos bajo el punto de vista de la vida espiritual de los miembros, ya que es evidente que el apostolado, relevante ejercicio de caridad, no sólo vale para santificar al apóstol, sino que es tanto más eficaz en la .santificación de Jos demás, cuanto más haya ascendido el apóstol en su propia perfec­ción espiritual. ;

(1) Omito dos párrafos, el primero sobre la elaboración de nuevos está- tutos para las Misiones, por haber quedado anticuados los de 1925, y ¡el segundo sobre las misiones de Indonesia, que quedan desamparadas al no permitir el Gobierno l;i entrada de nuevos misioneros holandeses. Habran de ir otras Provincias, previo acuerdo de los respectivos Provinciales. ■

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Las comisiones pretendían exponer el estado actual y formular votos y deseos para el futuro, teniendo en cuenta las circunstan­cias de lugar y tiempo. Las relaciones leídas posteriormente en sesión pública, fueron muy favorablemente acogidas por el Supe­rior General y habrán de serle útilísimas a él y a su Consejo para promover el bien de la Congregación. Alguien insinuaba que oportunamente podría convocarse una conferencia interprovincial para tratar de estas cuestiones con mayor intensidad.

Como dejamos anotado, el Capítulo se distinguió por la gran compenetración entre las diferentes provincias y la mutua estima de los miembros. Es signo de esta íntima compenetración el deseo repetidamente formulado por los Capitulares de que se dieran a conocer a las otras provincias los hechos principales de cada una. Si el deseo de conocer el trabajo y actividad apostólica de los miembros tan distantes entre sí es signo inequívoco de unión y caridad, sin duda ninguna que por esta comunicación mutua habrán de estrecharse más los vínculos espirituales. Se ex­presó el deseo de que en la Curia General se estableciese una oficina de prensa para divulgar en toda la Congregación cuanto fuera de utilidad conocer. Montada esta oficina, los «Analecta Societatis» publicados cada año se limitarán a la inserción de los «Acta pública», los Documentos históricos y breves efemérides de las provincias, que no habrán de pasar de una página. Los co­municados de la Oficina de prensa habrán de ser útiles a los re­dactores de Anales y otras publicaciones de la Congregación, aunque, naturalmente, no deba sacarse a luz pública todo indis­criminadamente. La creación de la Oficina de prensa, fácil en teoría, se ve en la práctica erizada de dificultades. La primera consiste en la obtención de noticias. ¡Cuántas veces se han espe­rado vanamente en la Curia General! No obstante, bueno es el esfuerzo renovador.

Se recomienda también a los Superiores Provinciales que en­víen los propios Boletines Provinciales al General y a los otros Provinciales para que con el conocimiento crezca la estima.

Finalmente, es deseo del Capítulo que se envíen a las casas centrales de todas las Provincias los libros, opúsculos, hojas edi­tados por cada una de ellas.

Es todo cuanto debíamos comunicaros de lo tratado en Capí­tulo.

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Rogamos al Sagrado Corazón, por medio de Nuestra Señora ■del Sagrado Corazón, en estos días que preceden a la fiesta de la Inmaculada, aniversario de la fundación de nuestra amada Con­gregación, que os haga crecer en el espíritu de vuestra vocacion y fecunde vuestros trabajos con su bendición.

Sea siempre con vosotros, Hermanos, la caridad de Cristo y la materna protección de María.

Affmo. en el Corazón de Jesús,

J. V a n K e r c k h o v e n , M. S. C. Sup. Gen.

Roma, en la fiesta de S. Francisco Javier, 3 de diciembre de 1958.

CENTENARIO DE MONS. VERIUS

Carísimos Hermanos en el Corazón de ejsús: Hace cien años que nació el siervo de Dios Enrique Bautista Estanislao Ve- rius, gloria de nuestra Congregación por su trabajo y su santi­dad. Aprovechamos gustosos la ocasión para dirigirnos a vosotros.

Es digno y justo celebrar solemnemente este centenario para fomentar entre los nuestros el amor hacia la vocación y el in­terés por la causa de beatificación, divulgar entre los fieles su vida y su fama y proponer a todos, especialmente a los Misio­neros, la imitación de sus virtudes.

Es cosa extraña que incluso entre nosotros se desconoce, a veces, más de lo conveniente la figura eminente y la vida admi­rables del Siervo de Dios. Sin embargo, es ejemplar preclarísimo del Misionero del Sdo. Corazón y eximio misionero entre pa­ganos.

Para obtener la gracia de la Beatificación es ante todo nece­sario preocuparse de que los hombres conozcan mejor y amen más a este varón, prez y gloria de nuestro Instituto. Conocidas mejor su dignidad y sus virtudes habrá en los fieles confianza mayor y le invocarán más asiduamente para que por su interce­sión conceda el Señor favores especiales y los milagros, que pide la Iglesia para beatificar a uno de sus hijos. Es ardiente deseo nuestro que en este año progrese un poco la causa de beatifi­cación.

Por esta razón, desde el mes de mayo de 1960 (el siervo de Dios nació el 26 de mayo de 1860) hasta el mismo mes del año 61 lo emplearemos en la exaltación de las virtudes y las obras del Siervo de Dios. Deseamos que en toda la Congregación se celebre con solemnidad este «Año Verius».

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La elevación a los altares de este insigne misionero sería, sin duda, en esta era de las misiones, para gloria y esplendor de la Iglesia. En todos los tiempos ha engendrado santos la Iglesia y, ciertamente, los inscritos en el catálogo de los santos, reflejan, en la mayor parte de los casos, la imagen de los tiempos que les tocó vivir. Su personalidad humana e incluso su espiritualidad están como acuñadas y selladas por las características de su tiem­po. Consiguieron la santidad realizando un trabajo acomodado a su tiempo y luchando contra las circunstancias adversas. De ahí la peculiaridad de su espíritu. Ahora bien, los últimos cien años de la historia eclesiástica son los años de las misiones; entre infieles. ¡Cuántas Congregaciones fundadas con este fin! ¡Cuánta generosidad derrochada por miles y miles, que se en­tregaron en cuerpo y alma a esta empresa! No pueden por me­nos de brillar algunos en el firmamento de la Iglesia a manera de estrellas que llegaron a la santidad en la empresa misionera y se hicieron dignos del honor de los altares. Uno de ellos, no lo dudamos, es nuestro Mons. Verius. Es gloria de nuestra Con­gregación, que aunque abarca toda la viña del Señor y envía sus obreros a implantar por el mundo entero el Reino de Cris­to, por especial providencia divina, se dirige especialmente a las misiones entre infieles y considera esta empresa como su obra más preclara. Siendo así, consideramos muy oportuna la beatifi­cación de este Siervo de Dios, seguros de que habrá de pro­porcionarnos un gozo grande.

La exaltación por parte de la Iglesia de este coloso del apos­tolado y de la abnegación propia, contribuiría poderosamente, a no dudarlo, a imbuir a los fieles del espíritu de piedad y a santificarlos. Sabemos muy bien que muchos fieles, religiosos es­pecialmente, consiguieron gracias saludables para la propia san­tificación en estos últimos decenios, por la lectura humilde de su biografía. Cuando su santidad .sea autoritativamente recono­cida por la Iglesia, iluminará más vivamente a las almas y las; atraerá con más fuerza.

La santidad de nuestro hermano, sancionada por la Iglesia* será principalmente para nosotros, sus hermanos en la vocación, impulso eficaz en la observancia de la Regla, por la que Mon­señor Verius alcanzó la perfección, y estímulo para llenar con fervor mayor el fin de nuestra Congregación.

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«No ignoramos cuántos bienes habría de reportar a la Con­gregación la elevación a los altares de uno que pudiéramos lla­mar verdaderamente nuestro. Sería para todos eficaz ayuda en la estima de la vocación, en el amor a la Congregación y en el cumplimiento de cada una de nuestras obligaciones. Daría con­suelo especial en medio de los trabajos sin cuento y de las difi-, cultades a los misioneros entre infieles. Le invocarían confiados, encomendándole las mil causas difíciles, que sobrevienen, sabien­do que desde el cielo les asistiría amorosamente y les llenaría de gracias, puesto que antes fué partícipe de sus trabajos.» (P. Brocken, Sup. Gen.: Anal. Soc. ser. IV, 266-267.) (1).

Nos parece que la Divina Providencia dió, como gracia sin­gular, a nuestra Congregación, apenas nacida y en los primeros conatos de desarrollo, a Monseñor Verius, modelo de vida reli­giosa del Misionero del Sagrado Corazón, y propuso a la imita­ción su celo apostólico por la dilatación del Reino de Cristo. Asistió a los comienzos de la obra de las misiones, que habría de convertirse en la más importante entre las nuestras, siendo ejemplo luminoso para todos los miembros, especialmente para los jóvenes y para los misioneros.

Su camino de perfección fueron nuestras Constituciones. Vi­vía, oraba, trabajaba y padecía como conviene al verdadero mi­sionero del S. C. Conocemos su amor ardiente al Sdo. Corazón, honrado especialmente en la Eucaristía. Dijo en cierta ocasión: «Aprended a sufrir y a dirigir toda vuestra vida hacia el Cora­zón Eucarístico y vuestras fuerzas se multiplicarán por diez» (Po- sitio super Introd. Causae, pág. 324). Además estuvo imbuido de vocación ferviente y extraordinaria hacia Ntra. Sra. del Sdo. Co­razón. De todos es conocido su espíritu de reparación, que le impulsaba a mortificaciones inusitadas y singulares penitencias; su humildad y su pobreza, que brillaban incluso en su consa­gración episcopal, a nadie se ocultan; su mansedumbre y su bon­dad, especialmente en el trato con los indígenas de Papua, fue­ron admirables hasta el punto de inspirarle estas palabras: «Si puedes decir en el examen de conciencia por la noche: Dios mío,

(1) Omito un largo párrafo en que se señala cómo debe celebrarse el Centenario: Oraciones, actos públicos de exaltación de la figura del Siervo de Dios, difusión de su vida, ahondar nosotros en su conocimiento.

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trátame mañana como he tratado yo hoy a los indígenas: si esta súplica no te infunde temor, ¡feliz tú!, hoy has obrado bien» (ibíd.). Conocemos su celo apostólico y su amor por las almas, nunca desmentido, que le llevaba a orar asiduamente y espon­táneamente trabajar y sacrificarse por su salvación. Sin tener nunca en cuenta sus conveniencias, hecho todo a todos, se es­forzó por asentar sobre firmes bases el edificio misionero para que mejor se salvaran las almas; trabajó como labrador, cate­quista, arquitecto, carpintero, enfermero, pacificador y explora­dor. Deseaba con vehemencia el martirio para demostrar a Cris­to su amor. El celo de las almas le llevó a ofrecerse como Víc­tima al Sdo. Corazón por la salvación de Nueva Guinea.

Al meditar la vida de Mons. Verius se impone a nuestra con­sideración, entre sus virtudes y peculiaridades, esta característi­ca. Fue ante todo Misionero. Vivía en la misión entre infieles, se santificaba por y para la misión, y por la misión murió.

Quiero dirigirme ahora especialmente a nuestros jóvenes. Es digno de anotarse que el deseo de marchar a misiones, durante el tiempo de sus estudios, impulsó al futuro obispo a perfec­cionarse más en la vía de la santidad. Le hizo más generoso y más solícito de la perfección. Puede afirmarse que la misión le santificó aun antes de trabajar entre los infieles. La vehemencia del deseo suplía la deficiencia de edad. Dispuesto para las mi­siones, durante los años de sus estudios, brillaba en él aquella inmolación de sí mismo, que consumía después su vida entre los infieles. Impulsado por el temor de las misiones y por el de­seo del trabajo apostólico, nada omitía para una mejor prepa­ración y continuamente se esmeraba en progresar en la virtud. Es increíble el ardor de su preparación a misiones durante el tiempo de sus estudios y los ejercicios de generosidad que bro­taron de este deseo. Había madurado en él la caridad opero­sa, esa virtud apostólica de su alma, que se manifestó, antes que en las misiones, en la constancia en sus trabajos y en la fortaleza frente a los sacrificios. La propia experiencia y el trato con las almas nos ha demostrado la importancia que tiene esta gracia del deseo, incluido en nuestra vocación. La vida y el ejejmplo del siervo de Dios es un claro exponente.

¡Ojalá nuestros jóvenes se esfuercen con todo empeño y fer­vor en santificarse y, movidos por el ejemplo de Mons Verius,

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les ayude el deseo de la salvación de las almas a progresar en la virtud! Están llamados a continuar la misión del Divino Maes­tro: «Evangelizare pauperibus misit me» (Luc. IV, 18).

Pobres, los más pobres entre los pobres son los que no co­nocen a Cristo, ni pueden conocerle porque nadie les habla de El, nadie les predica. Son los paganos. Los que se dedican a las misiones realizan, por tanto, un muy subido acto de caridad fraterna. Escuchen nuestros jóvenes la voz de hombres innúme­ros, «vocem multitudinis», que, consciente o inconscientemente» suspiran por Cristo. Hasta nosotros, apóstoles de Cristo, llega, remontando los siglos, aquella voz dirigida, en cierta ocasión, a Felipe: «Queremos ver a Jesús» (Jo. 12, 21). Sea testimonio de nuestro amor al Sdo. Corazón, «amor sincero y siempre fer­viente», la ofrenda de muchas almas.

Queremos ahora dirigirnos de manera especial a nuestros Mi­sioneros. Vayan por delante estas palabras que Mons. Navarre, Vicario Apostólico de Nueva Guinea, escribía a sus misioneros al enterarse de la muerte de Mons. Verius: «Mientras Mons. Ve­rius, desde el cielo, ama y cuida más que antes su misión y —bien podemos decirlo— todas las misiones de nuestra Con­gregación, procuremos nosotros imbuimos de su espíritu, para que no se malogren los ejemplos que nos dió, puesto que nos invitan a seguir sus pasos.» (Ann. N.D.d.S.C. Issoudun, juillet 1893.)

Como dejamos brevemente indicado, resalta con trazos vivos en la vida de este gran Misionero la dedicación plena a la gloria del Sagrado Corazón y la salvación de las almas; la consecución de la gracia de Dios, en la que únicamenet confiaba para conver­tir los corazones, por medio de la oración, la penitencia y los sacrificios espontáneos; el derroche de sus fuerzas corporales y la aniquilación de sí mismo por medio de la continencia y Ja templanza en favor de las almas: Se hizo todo a todos. Para los Misioneros es un ejemplo incomparable de eelo apostólico.

No podemos resaltar clara y dignamente en las breves líneas, que nos impone esta carta la prestancia misionera de Mons. Ve­rius. Premítaseme, sin embargo, insistir en dos:

Primero, su caridad y humanidad para los indígenas papúes. Imitando a Cristo, nuestro Señor, que por amor vino a nosotros, «habitu inventus ut homo» (Phil. 2, 7) y, se convirtió en uno de

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los nuestros —en esto consiste el verdadero amor—, Mon. Verius se sentía como un hermano entre los hermanos papúes. El amor fraterno le llevó a vincularse a ellos de tal manera que, vencidos ellos por tanto afecto, le llamaran «suyo», considerándole «el mayor de los misioneros», «su misionero», al que estaba permitido decirles todas las cosas y reprenderlos, como nadie más podría hacerlo, y ésto porque él era uno de los suyos. Esta familiaridad brilló esplendorosa en las muestras de dolor y ardientes súplicas de pronto retorno, que recibió Mons. Verius cuando abandonaba Nueva Guinea para ¡ay! ya no volver.

En nuestros tiempos, en que se forman las jóvenes naciones, superada la etapa del colonialismo, que nuestros Misioneros, si­guiendo el ejemplo de Mons. Verius, se sientan vinculados a sus fieles y a aquellos en cuya conversión trabajan. Afincados en la nueva patria hagan suyas las palabras de S. Pablo: «Me hago judío con los judíos para ganar a los judíos. Con los que viven bajo la ley hago como si yo estuviera sometido a ella, no están­dolo, para ganar a los que bajo ella están... Me hago con los flacos, flaco, para ganar a los flacos. Me hago todo para todos, para salvarlos a todos» (I Cor. 9, 20-23). Somos Misioneros, enviados por Cristo y por la Iglesia, no somos delegados civiles. Aunque nos dediquemos a nuestra función sacerdotal, en nombre de Cristo, y por ello mismo vivamos en un plano superior a los aconteceres políticos, sin embargo, satisfacemos de manera mejor las necesidades de los hombres y nos unimos íntimamente con ellos. En el orden natural, es decir, en el campo humano y social, en la convivencia cotidiana con los hombres no nos es lícito colo­carnos ni por encima, ni al margen de la sociedad. Fuera todo sentimiento de superioridad, que pugna por infiltrarse incluso en corazones sacerdotales, corroyendo insensiblemente toda su labor apostólica. El deseo del pueblo de la independencia y de gober­narse según sus propias leyes es legítimo y debemos congratular­nos con él. Si en virtud de la divina gracia logramos superar el llamado «espíritu de superioridad europeo», asimilándonos al pueblo, que hemos adoptado como propio, brillara con nuevo fulgor nuestro amor a las almas para mayor provecho de la fe y de la Iglesia. Ejemplo preclaro han dado en esto muchos de nuestros misioneros al adoptar la nacionalidad del pueblo en que viven y considerar como su nueva patria la tierra de sus desvelos.

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En segundo lugar nos interesa resaltar entre sus egi 2gias cualidades la fortaleza apostólica de que dio muestras, fundada en la fe en el mandato divino y en la confianza en la protección y providencia divinas. Peleó impávido y con absoluto desprecio del peligro contra las sectas enemigas, contra las leyes civiles in­justas y costumbres demoníacas, que le impedían ejercer libre­mente su misión. «¡Sed animosos y tened confianza!» Sea esta nuestra exhortación a los Misioneros. No ignoramos, más bien lo confesamos con profunda pena, que en muchas regiones se ve impedida la obra misionera por fuerzas contrarias y por los poderes públicos.

Hay Misiones, China, por ejemplo, de las que nuestros Mi­sioneros fueron expulsados; digamos con mayor propiedad, en Jas que se les prohíbe temporalmente realizar el divino mandato, pues, ni la Iglesia, ni la Congregación han pensado jamás en abandonar el campo. Roguemos al Dueño de la mies que permita volver cuanto antes a su campo a nuestros Misioneros, que espe­ran contra toda esperanza. La historia demuestra que el tiempo de prueba no dura eternamente, a veces se cambia de impro­viso.

Tenemos también presentes aquellas otras Misiones, en las que el Gobierno siembra de dificultades el camino, recortando la libertad de acción, obstaculizando e incluso prohibiendo la en­trada a nuevos Misioneros.

También llenan de ansiedad nuestro ánimo aquellas otras misiones en las que, alteradas las circunstancias políticas, se pre­senta incierto el futuro de la Iglesia y nos preguntamos con temor cuál será la suerte de tantos años de trabajo. Nos dirigimos afec­tuosamente a todos aquéllos que viviendo durante años y años ■en aquellas regiones consumieron lo mejor de sus fuerzas en la conversión de los paganos y les rogamos encarecidamente que continúen trabajando en medio de las dificultades, sin dar en­trada a las tentaciones de tristeza, temor o defección.

A todos estos Misioneros, soldados de primera línea, al tiempo que les expreso nuestro afecto, nuestro sentimiento y comunión en la adversidad, queremos exhortarles a no dar cabida al des­aliento por causa de las dificultades o por la incertidumbre del futuro; acuérdense, por el contrario, de que no están solos, de que forman parte del mismo cuerpo, del mismo ejército, de la misma Congregación, que no dejará perderse en vano sus esfuerzos, sino

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que, con el favor divino, logrará hacerlos florecer de nuevo. Sí nos echan por una puerta, entraremos por la otra. No olviden sunca el poder y la gracia, el auxilio y protección de quien dijo: «En el mundo habréis de tener tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Joan. 16, 33). La victoria final será de Cristo Rey. Es más, por muchas que sean las dificultades, acordémonos de los bienes recibidos y alegrémonos con las bendiciones, que ya comienzan a llover sobre nosotros, pues, en realidad, aunque se opongan las dificultades, las persecuciones, las leyes civiles, en muchas regiones y, de ordinario, donde los males son mayo­res, vemos a la Iglesia aumentar, arraigar más profundamente en los corazones, ofrecer frutos más abundantes de vida espiritual, de suerte que comienzan a germinar y a desarrollarse las vocacio­nes sacerdotales y religiosas, flores las más exquisitas de la religión. En algunas Misiones ha surgido una nueva generación en la Congregación, que pronto podrá asumir los trabajos de aquellos que laboraron en las horas primeras. Manifestamos nues­tro afecto y dilección sincera a todos aquellos Misioneros de los primeros tiempos y de los duros comienzos, deseando que el pueblo por ellos cultivado continúe progresando en el futuro.

No queremos poner fin a esta carta, sin antes encomendar a los que trabajan en la patria, que no dejen solos a los que luchan en las misiones y procuren ayudarles por todos los medios a su alcance. Que la vida y ejemplos de Mons. Verius muevan también a cuantos no han tenido la suerte de marcharse a misiones a unirse íntimamente con los misioneros en oración, trabajo y sa­crificio y a ayudarles también económicamente con ayudas reca­badas en la patria.

Sean nuestros intercesores ante Dios Mons Verius y todos los Misioneros difuntos de nuestras Misiones.

Deseándoos toda suerte de bien, imploramos sobre todos las. bendiciones del Sdo. Corazón por intercesión de su Inmaculada Madre, la Virgen María.

Vuestro affmo. en el Corazón de Jesús,

J. V a n K e k c k h o v e n , M. S. C. Sup. Gen.

Roma, fiesta de la Conversión de S. Pablo, 25 de enero de 1960.

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¿SCUELAS APOSTOLICAS (1)

Rvdo. P. Superior: Cuantos se dedican a la formación de nuestros aspirantes y cuantos, por oficio, deben admitirlos en las filas de la Congregación, comprenden sobradamente la importan­cia de la reciente Instrucción de la Sda. Congregación de Reli­giosos «Religiosorum institutio» sobre la selección y formación de candidatos al estado religioso y sacerdotal, ya que es una reorde­nación de lo tratado en la Instrucción anterior «Quantum Reli­giones» del 1 de diciembre de 1931, habida cuenta de la evo­lución actual y de los documentos que sobre este asunto han ema­nado de la Santa Sede en los últimos tiempos (cf. Religiosorum Institutio, 1-3).

Es un hecho conocido que, en contra de lo que primariamente pretendía aquella instrucción, el número de defecciones del esta­do religioso e incluso del sacerdotal, no ha disminuido. Por el contrario, especialmente después de la última guerra, ha aumen­tado no poco, por desgracia. También entre nosotros es bastante elevado el número de los que abandonan la Congregación.

La Sagrada Congregación de Religiosos con el propósito de poner un dique a esta situación tan dañosa para la religión y para las almas ofrece normas nuevas y eficaces especialmente en orden a la selección y formación de los jóvenes llamados a la vida reli­giosa y al sublime estado sacerdotal. Todos cuantos en nuestra Congregación han sido destinados a la educación de la juventud reciban estas normas con la gratitud, que su obediencia a la Santa Sede y la importancia del tema habrán de dictarles, estú- dienlas amorosamente y, sobre todo, practíquenlas. Sería para ello conveniente que en cada Provincia se organizasen asambleas

(1) Escrita en latín, Analecta, 1962, pág. 284-294.

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■de estudio, integradas por peritos en la materia y por quienes, por oficio, están en ello implicados, para estudiar con profundidad la doctrina de la Instrucción y compulsarla con la experiencia.

En esta carta, para ilustrar el tema de la nueva Instrucción, queremos tocar brevemente algunos puntos relativos a nuestra Escuela Apostólica, que puedan ayudar al cultivo de la recta intención y de la libertad absoluta en la vocación a nuestros can­didatos provenientes de la Escuela Apostólica.

«Tenga cada provincia su Escuela Apostólica dedicada al Sagrado Corazón, en la cual sean admitidos únicamente los niños que aspiran al sacerdocio y vida religiosa en nuestra Congrega­ción y sean formados con todo empeño para este doble fin según las prescripciones de los Sagrados Cánones y Estatutos de la Con­gregación.» Así rezan los Estatutos del Capítulo General de 1958, número 228. Esta venerable institución, llamada «Pequeña Obra del Sdo. Corazón», que el Rmo. P. Fundador, con la ayuda del «buen» P. Vandel, fué el primero, como se sabe, en introducir en la Iglesia, ha producido frutos tan copiosos y excelentes, que es difícil imaginar el puesto que hoy tendría sin ella nuestra Congre­gación entre las demás familias religiosas, ya que casi todos sus miembros proceden de ella. Son muchos los que entre los nues­tros la recuerdan con gratitud, por haber sido en ella educados, instruidos en artes y ciencias y porque, sobre todo, confiesan de buen grado deberle los bienes máximos que poseen, la vida re­ligiosa y el sacerdocio. La Escuela Apostólica ofrece a sus alum­nos utilidad muy considerable en la formación humanística y espiritual. Su espíritu y talante fácilmente se adivinan por su fin y concepción. Los primeros tiernos brotes de vocación divina, tal como desea el Concilio Tridentino para los seminaristas, crecen y se desarrollan paulatinamente, se cultivan y llegan a la madu­rez en aquel ambiente. Y lo que es mejor, estos aspirantes por designarlos de algún modo, ya pertenecen a la amplia familia de los Misioneros del Sdo. Corazón. Es más, son, en cierta manera, miembros de la Congregación. De todo ello nace el espíritu pro­pio de estas instituciones, en las que, al tiempo que se evita el distanciamiento entre educadores y educandos —demasiado pa­tente por desgracia en otros colegios—, se guarda la debida reve­rencia al sacerdote. De ahí nace también como demuestra la ex­periencia, de una parte, la confianza, la ingenuidad, la sencilla

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y espontánea docilidad, la obediencia pronta y alegre y, final­mente, la piedad filial; de otra parte, la solicitud verdaderamente paternal, de suerte que los aspirantes encuentran en la escuela apostólica vida familiar para suplir la que hubieron de dejar. Además, los alumnos se forman ya desde niños en la vida espiri­tual y paulatinamente aprenden la historia de la Congregación. Se inician en las obras de ésta, principalmente en las misiones entre infieles. Aprenden la devoción al Sdo. Corazón, a Nuestra Señora del Sagrado Corazón y a S. José, nuestro Patrono y, ayudados por la gracia divina, practican las virtudes de su voca­ción. Todo lo cual favorece el incremento tanto natural como sobrenatural de la vocación recibida de Dios.

Con gusto citamos aquí las hermosas instrucciones del Padre Brocken «De Tironum institutione» (Anal. Soc., 1929, pág. 291 sg. vide supra, pág. 171 y ss.). Conservan aún toda su actualidad. Expone con claridad la tradición de la Congregación en la forma­ción de sus candidatos y ofrece consejos eminentemente prácticos.

Por lo que se refiere al objeto de la presente, el comentario a la nueva Instrucción de la Sda. Congregación de Religiosos, quie­ro exponer algunos peligros, a que está expuesto nuestro sistema educativo y, sobre todo, ofrecer los consejos y remedios opor­tunos.

Entre las causas de deserción enumeradas en el referido docu­mento, se cuentan las siguientes: Influjo indebido de la familia, directores y superiores; ignorancia de las cargas y defecto de libertad; temor ante un futuro incierto, dificultad en la guarda de la castidad y, finalmente, pérdida del espíritu religioso. Aun­que, como allí se dice, los sacerdotes religiosos que solicitan de la Sagrada Congregación la secularización o incluso la reducción al estado laical «refieren a menudo, insconscientemente, al tiempo de su profesión y ordenación, no fijándose en el íntimo cambio en ellos operado, la costumbre actual y la crisis psíquica desarro­llada paulatinamente en el curso de los años... el bien de la reli­gión y el provecho de las almas exige de los educadores suma diligencia y esfuerzo indeficiente para no dar a los sacerdotes quejosos ni siquiera apariencia de fundamento (Religiosorum Institutio, 12-13).

Por buena y excelente que sea la instrucción y formación en la Escuela Apostólica, no podemos negar que ofrece a veces oca­sión a elementos y circunstancias, que pueden viciar la recta

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intención y la debida libertad. Puede suceder, por ejemplo, que algunos candidatos, oriundos de estratos muy humildes, no pue­den abrigar ninguna esperanza de .encontrar en la vida ninguna solución adaptada a la formación recibida en la Escuela Apos­tólica, muy superior a la de su medio ambiente familiar. En al­gunas regiones familias muy pobres pueden ofrecer sus hijos, con verdadera vocación, para ser admitidos en la Escuela Apostólica. Puede suceder también que familias pudientes, sin tener en cuenta si los hijos son o no llamados por Dios, busquen por avaricia para ellos una educación execelente .a poco precio; con lo que se consigue que éstos últimos, dejándose llevar de la fa­cilidad y de la inercia, continúan en el camino emprendido sin verdadera y firme voluntad. Se encuentran quizá otros, admitidos en la Escuela Apostólica que, si no comienzan a manifestar es­pontáneamente su índole y condición, fácilmente llegan gregaria­mente al comienzo del noviciado, como si pasasen de uno a otro curso dentro del ciclo escolar, obrando inconsideradamente, sin reflexión y sin la voluntad firme requerida para la elección. La elección de la vida religiosa y sacerdotal hecha desde los años de la infancia, si la vocación no se va desarrollando y consolidan­do en el transcurso de los años, puede ser un impedimento. Hay algunos candidatos, originarios especialmente de medios rurales, que, sin verdadera vocación divina, se ven forzados a seguir el camino emprendido, ya sea por vergüenza, ya por respeto huma­no. Hay también algunos jóvenes generosos, que por su gratitud al Instituto que les formó en las letras y en las artes, pero sin la debida rectitud, fácilmente pueden verse forzados a ingresar en el noviciado, aunque su vocación no se apoye suficientemente en motivos sobrenaturales. Atiendan a todos estos elementos, que pueden viciar con frecuencia la recta intención y la libertad, los Superiores y todos los educadores, a quienes ha sido confiada la misión de seleccionar y formar.

En primer lugar, en la selección de candidatos, además de las cualidades físicas, psíquicas, intelectuales, morales y espirituales del individuo, hay que cuidar que proceda de una familia im­buida de auténtico espíritu cristiano. La primera educación y formación en el seno de una familia verdaderamente cristiana apenas si puede suplirse. El espíritu sopla donde quiere y es. cierto que también de otros medios salen óptimas vocaciones;

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pero para los niños que se admiten en nuestras Escuelas Apostó­licas conviene urgir esta medida. Puestas estas condiciones, hay confianza de vocación seria y a salvo de miras excesivamente humanas por parte de la familia; por otra parte, estas familias, alimentarán de ordinario estas vocaciones nacidas en su seno, las cuidarán asiduamente, lo que habrá de contribuir poderosamente a la perseverancia de los candidatos. Ténganse también en cuenta las prescripciones del Derecho Canónico en cuanto a los ilegíti­mos (Can. 1363, p. 1-Const. 25), a no ser que por razones pecu­liares haya que derogar esta norma y solicitar de la Santa Sede la dispensa. En la admisión y selección de candidatos hay que tener también en cuenta la salud de la familia, especialmente en lo que a taras mentales se refiere, para no correr el riesgo de admitir a alguno afectado de enfermedades hereditarias, pues consta por la experiencia que muchos de los que son después infieles a su vocación estaban marcados con alguna enfermedad psíquica.

La vocación debe cultivarse, de tal forma en la Escuela Apos­tólica que clara y abiertamente aparezca enderezada a su fin, y se imbuya a los alumnos, desde el principio, habida cuenta de su ingenio, su edad y su capacidad en la estima y el espíritu de una vida más alta. Cierto que la Escuela Apostólica no es un noviciado, pero todos saben que su fin es formar a los jóvenes para la vida religiosa y para el sacerdocio. Toda la vida ha de estar profundamente signada con este matiz y, aunque no se les hable continuamente de ello, conviene que indirecta y como connaturalmente flote en el ambiente. Sería muy poco recomen­dable la institución y sería presagio infeliz, si los Superiores no se atrevieran a hablar con claridad de su fin. Expóngase, por el contrario, a los aspirantes, de modo continuo la belleza de su vocación para que Ies estimule a coronar con gozo la escalada. Sólo entonces podrá calificarse de sano e íntegro el espíritu de la Escuela Apostólica.

Es característico de la época actual que muchos hombres, lla­mados a una perfección más alta, se asusten, llegada la hora, de tomar una decisión firme y definitiva, sea imposible reducirlos a formular un propósito decisivo, tiemblen ante la idea de obligarse para toda la vida. Son signos peculiares de nuestro tiempo, que se manifiestan especialmente en los jóvenes. Nacen, a no du­darlo, de la inestabilidad y continua perturbación de todo, de la

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inquietud e incertidumbre, en ellos originadas, de las que se resienten el orden físico y principalmente la misma sociedad humana. De donde procede que algunos muchachos, con decisión poco firme y con mil temores y ansiedades, insuficientemente pre­parados e instruidos, penetran por el camino de los votos y del sacerdocio, del que fácil es comprender que después habrán de desertar. La elección del sublime estado religioso y sacerdotal pide que el hombre ponga a contribución todas sus fuerzas y se apoye siempre en un ardor constante y en una voluntad firme. Tal voluntad hay que educarla esmeradamente, afianzarla y robuste­cerla. Para lograrlo es necesario proponerle con claridad el fin a conseguir, puesto que la voluntad, apetito racional, sólo se mueve por el bien aprehendido y propuesto por el entendimiento. Propóngase, pues, el fin al que se ordena la vocación como ape­tecible en grado sumo, como algo sublime, digno de sacrificarle la vida. La voluntad, arrebatada así a lo más alto, se templa para el sacrificio, deseando vencer las dificultades que se inter­ponen en el camino hacia la meta, se hace con el ejercicio diario más fuerte, más firme, verdaderamente magnánima. Así pues, conviene y debe proponerse a los jóvenes la altura y la belleza de la vida religiosa y del sacerdocio en todo su esplendor —aco­modándose naturalmente a su inteligencia y a su edad—, pero, al mismo tiempo, los tremendos sacrificios y las arduas dificul­tades que le caracterizan, pues los jóvenes no temen las dificulta­des ni los peligros. La generosidad es distintivo de la juventud, también de la juventud actual. Pero el joven de hoy juzga de la cosa en sí, no se mueve por ideas preconcebidas y quiere conocer clara y distintamente qué es lo que se le exige y qué es lo que debe hacer. De las dificultades inherentes a la vocación bien co­nocidas surge una voluntad más firme; tal conocimiento es ga­rantía de perseverancia. Sepan, no obstante, los educadores que la estima de la vocación y la persuasión firme no puede imponerse desde fuera, ha de brotar de lo íntimo del corazón; habrá de nacer de una acción espontánea y vital, fecundada por la gra­cia, corroborada por el juicio y la deliberación. Así aparecerá toda la vida de tal modo iluminada por la fe que el joven, sin prescindir temerariamente de la consideración de los bienes na­turales, se atreverá a defenderse con más ardor del naturalismo, que inficiona nuestro tiempo. No es malo que el alumno se vea inmerso en crisis de vocación, que la pongan en duda, pues estas

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dudas ofrecen la ocasión de confirmarla y fortalecerla de suerte que después está el joven dispuesto a lanzarse con mayor brío a la consecución de tanta belleza. El amor de mayor perfección, de antemano conocida y el esmero en procurarla pueden consi­derarse como condiciones primarias para hacer bien el noviciado y como prenda de ulterior perseverancia.

Conociendo la altura del estado religioso y sacerdotal, es, sin duda, la educación de la voluntad, nutrida continuamente y sostenida, lo que más necesitan los jóvenes de hoy en la Escuela Apostólica. Es más, tenemos por seguro que constituye el antídoto adecuado a la inconstancia y falta de perseverancia, de que se ven afectados algunos alumnos. Difícil es comprender que un joven, que pasa de la Escuela Apostólica al Noviciado, que ya desde niño, a partir de su ingreso en la Pequeña Obra tenía pre­sente la perfección de la vocación, que al menos naturalmente crecerá y será gradualmente llevada sabia y prudentemente a su madurez, pueda entrar por tal camino con una voluntad débil y anegada en dudas ;muy al contrario, tratará por todos los me­dios de corresponder a su vocación y se someterá generoso a la prueba del noviciado a fin de hacerse apto para este género de vida.

Además de la educación de la voluntad, orientada a conseguir con esfuerzo generoso el fin de la vocación, tiene gran importan­cia en la defensa de la libertad del candidato la formación inte­lectual y la altura de los estudios que en la Escuela Apostólica se ofrezcan. Se favorece grandemente con ello la bondad y la firmeza de la vocación. Por lo cual, las disciplinas enseñadas en la Pequeña Obra han de poder equipararse plenamente a las que se estilan en instituciones semejantes y, si es posible, supe­rarlas para que nuestras Escuelas gocen entre todas de merecido prestigio. Los estudios han de ser no inferiores, al menos, a los- cursados por otros jóvenes, que estudian el bachillerato en cole­gios públicos e institutos civiles. Además, es muy de desear que nuestros alumnos consigan, mediante las pruebas requeridas, el diploma de validez de sus estudios ante las leyes civiles. Quienes, por defecto de vocación o por otros motivos, desean abandonar la Escuela Apostólica pueden continuar en una escuela pública e incluso tiene abierto el camino para los estudios universitarios. Estas facultades y facilidades habrán de favorecer grandemente' la libertad y la recta intención de quienes deseen ingresar en

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.el noviciado. Si alguno ingresara en el noviciado porque, no pose­yendo estudios autorizados ante las leyes civiles, no tendría suficiente facilidad para dedicarse a una profesión en el mundo, mucho mejor sería que no entrara, ya que su vocación no parece cimentada en motivos sobrenaturales. No teman los Superiores las defecciones de alumnos o los cálculos fraudulentos de algunos padres, que envían a sus hijos a la Escuela Apostólica buscando una excelente aducación a bajo costo. La defensa de la vocación bien merece este riesgo. Podemos añadir que la autoridad y prestigio de nuestra Escuela Apostólica crece de punto cuando los estudios de sus alumnos son oficiales. Es conocido el hecho de que en algunas regiones no gozan las Escuelas Apostólicas de mucho prestigio debido a no haber sido demasiado exigentes en materia de estudios. Incluso trata de soslayarse el empleo del nombre «Escuela Apostólica». Por otra parte, los estudios, sujetos a un programa oficial exigido por las autoridades académicas ci­viles, tutelan el prestigio y la altura de la institución, dándole notable estabilidad, que peligraría de otro modo por los caprichos •de algunos rectores. Además este sistema de estudios oficiales quitaría a algunos alumnos el complejo de «inferioridad» inte­lectual. Finalmente el reconocimiento oficial de nuestros estudios por parte de las autoridades académicas civiles no podrá menos de favorecer considerablemente las obras de la Congregación, pues en el futuro habrá de ser confiada a muchos de los nuestros la enseñanza en centros similares y para desarrollar esa función se requiere haber conseguido los diplomas correspondientes.

Procuren los Superiores que la enseñanza impartida en la Escuela Apostólica esté abierta a cuantos elementos externos puedan contribuir a una formación más humana, de suerte que -se elimine cuidadosamente cuanto pueda significar ambiente de invernadero. Haya, pues, contacto con el mundo externo, siempre, sin embargo, moderado y sabiamente dispuesto. Lo cual puede lograrse, de modo indirecto, familiarizándose con los medios de difusión modernos, como libros y revistas, cine, radio y televisión y de manera directa por medio de las vacaciones en familia, se- según las costumbres de las diferentes regiones. Todo ello se reco­mienda encarecidamente en las instrucciones de Pío XII y en las que sobre esta cuestión fueron poco ha dadas por la Sagrada Congregación de Religiosos: «No se aparte enteramente del mundo a los alumnos, ni se les prohíba pasar, al menos, parte de

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las vacaciones en familia, a no ser que circunstancias especiales locales o personales aconsejen otra cosa, a juicio de los Superio­res (Sedes Sapientiae, Stat. Gen. a. 35, p. 3). Sin duda que la vocación religiosa y sacerdotal requiere especial tutela y lugar adecuado, en el que pueda desarrollarse seguro el germen divino de la vocación y ser llevado gradualmente a su sazón plena. Exige una educación adecuada que, en cuanto al espíritu y al fin pretendido, dista mucho de la impartida en un colegio público. La tradición de seminarios arranca en la Iglesia del Concilio Tridentino. Recordemos, sin embargo, que cierta apertura y con­tacto con el mundo aseguran la libertad y la sincera elección en la vocación; es más, si se hace moderadamente, sirve de prueba de la firmeza en la elección. El alumno que se prepara a ingresar en el noviciado debe conocer los peligros comunes de la vida y ofrecer garantías de saber oponerse normalmente a tales peligros. Las vacaciones en familia durante algún tiempo, amén de otras ventajas, pueden ofrecer dichas garantías. Nuestros alumnos pro­vienen, en su inmensa mayoría, de familias verdaderamente cris­tianas. De ahí que los contactos repetidos con su familia favore-. cerán, de ordinario, pues el espíritu y ambiente familiar habrán de ejercer saludable influjo, mientras que, conociendo con clari­dad las miserias, que acostumbran a afectar a todas las familias, desaparece la temeridad de las falsas opiniones e ilusiones que el candidato pueda formarse acerca de la vida en el mundo, lo que en adelante garantizará la perseverancia. Añádase que, según las comprobaciones de la psicología, el contacto familiar y cierta educación en el seno de la familia son necesarios para el desarrollo de la personalidad y para la vida afectiva del adolescente. Es cierto que, como algunas de nuestras Escuelas, reconocidas por la ley civil, deben someterse a determinadas leyes, las vacaciones se prolongan de ordinario más de lo conveniente, de suerte que constituyen serio peligro para las vocaciones, pues son muchos los jóvenes que en esas circunstancias emprenden largos viajes durante varias semanas, estando así fuera de la casa paterna, le­jos, de ordinario sin ningún guía y, en la mayor parte de los casos, desprovistos de preparación, se encuentran con personas y cir­cunstancias, que alguna vez constituyen peligro inmediato de pe­cado e incluso de pérdida de vocación. Son, por tanto, muy dignos de loa los Directores y Profesores de nuestras Escuelas, que asu­men la tarea de no dejar solos durante un tiempo demasiado pro­

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longado de vacaciones a sus alumnos, sino que los agrupan du­rante cierto tiempo en campamentos o instalaciones similares, los acompañan en sus expediciones excursionistas, les enseñan en ge­neral cómo puede pasarse útilmente el tiempo de vacaciones, dándoles, por ejemplo, una ocupación en las obras de la Acción Católica.

Puede quizá preguntarse si los educadores, especialmente los Directores (Magistri spiritus) y los Padres Espirituales (Patres spi- rituales) que tanto esmero ponen en el desempeño de su función, estarán siempre suficientemente preparados para llenar conve­nientemente su cometido, y si una más sólida preparación y más vasta erudición de los maestros y profesores no cerraría el camino hacia las Ordenes Sagradas a ciertos candidatos, que después se advirtió hubiera sido mejor que desistieran, mientras que otros hubieran encontrado una ayuda más eficaz, con la que hubieran salvado su vocación, llevándola a plena madurez. Si el arte de educar se designa comúnmente y no sin razón como «el arte de las artes», aparece con claridad cuánto debe exigirse a quienes, como cooperadores de Dios, les ha sido confiada la misión más alta, la de cultivar en el alma de los jóvenes el germen de voca­ción divina hasta su plena floración. Todos estos educadores de­ben caracterizarse por su amplitud. Por la excelencia del fin que hay que conseguir, por las arduas cuestiones, difíciles y obscuros problemas, que los educandos para la vida religiosa y sacerdotal plantean, se requieren en los educadores cualidades insignes, no sólo naturales, sino también estrictamente sobrenaturales. Existe comúnmente entre nosotros la opinión de que las cualidades sobrenaturales son absolutamente necesarias, mientras que nos contentamos fácilmente con un mínimo de cualidades naturales. Mientras que para las enseñanzas profanas se designan sujetos magníficamente preparados, con los correspondientes títulos aca­démicos, quizá se piensa con demasiada ligereza que para la formación de los candidatos al sacerdocio basta una instrucción general en Sagrada Teología y cierta práctica del ministerio pas­toral. Sin embargo, el conocimiento teórico y exacto de la voca­ción divina y su aplicación concreta a los jóvenes, a quienes debe proponérseles, teniendo en cuenta el modo y circunstancias más apropiados, y la edad en que se hallen, requiere el conocimiento teórico de la teología espiritual y más aún de la teología de las vocaciones, junto con profundos conocimientos de la psicología

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teórica, práctica y aplicada al caso que nos ocupa. Los Superiores y Diretores aptos para señalar y distinguir las vocaciones, para descubrir las enfermedades del espíritu, para dar una formación adecuada y perfecta, en una palabra, para ser capitanes y rectores en tan sublime empresa necesitan ciencia poco común. Se trata del primer y más importante cometido de la Congregación. Es obligado asistir a los cursos en que se enseñan estas doctrinas en algunas universidades católicas, especialmente en Roma. Con­viene que asistan a estos centros el mayor número posible de los nuestros, no sólo para formar Maestros de Novicios y Padres Espirituales de los Escolares, sino también para todos aquéllos sobre quienes habrá de pesar en las Escuelas Apostólicas la tarea educativa. El problema vocacional está hoy de actualidad, y no sin razón, ya que es tan acuciante la falta de vocaciones en al­gunas regiones. Cuiden, pues, los Superiores de la Congregación de la formación de educadores y preceptores que, con la ayuda de Dios y los medios que la ciencia ofrece, puedan distinguir las auténticas vocaciones y encauzarlas y llevarlas a la plena ma­durez para bien de la Iglesia y salvación de las almas.

El argumento de esta carta por su índole, es enteramente par­ticular y se limita a señalar algunas medidas humanas para fo­mentar las vocaciones y precaver posibles defecciones para que la Escuela Apostólica, institución venerable, de la que pueden pregonarse cosas muy bellas y muy altas, crezca siempre más y produzca frutos más copiosos. Es, sin embargo, evidente que la vocación, como obra de la gracia divina, hay que cultivarla es­pecialmente con medios sobrenaturales y con ellos defenderla frente a los peligros. Así pues, creemos que lo más eficaz en este aspecto es el espíritu de fe y de piedad sincera, que distin­guió desde la cuna a Nuestra Escuela Apostólica. Cuanto más conserve, adaptado a nuestro tiempo, el espíritu que le infundiera el P. Vandel, mejor se acomodará a nuestro fin y, al igual que en los tiempos pasados, continuará dando a la Congregación nu­merosos y escogidos religiosos.

Hágalo así el Señor, puesto que nuestras Escuelas se glorían ;-cn el nombre y el patrocinio de su Sagrado Corazón.

Todo vuestro en el Corazón de Jesús,

J. V a n K e r c k h o v e n , M. S. C. Sup. Gen.

Homa, 15 de enero de 1962.

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Nota final a los escritos del P. Van Kerckhoven

Además de las aquí transcritas, dirigió el P. Van Kerckhoven, hasta el momento presente, otras tres circulares a toda la Con­gregación. La primera, sobre el Concilio Ecuménico, señala la necesidad de sentir con la Iglesia, apoyarla con cuantos medios estén a nuestro alcance y hacer lo posible por conseguir frutos copiosos del Concilio, principalmente implorando del Sdo. Co­razón sus bendiciones. Expone los fines que se propone el Conci­lio e invita a todos, especialmente a los Superiores y rectores de nuestras obras, a ilustrar con alocuciones el fin, objeto y deseos del Concilio (Analecta, 1961, pág. 186-191).

La segunda, en el centenario de la Archicofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. ES UNA MAGNIFICA exp.osición de la importancia de la Archicofradía, de su íntima conexión con la Congregación, de su eficacia en orden a la consecución de nuestros fines, de la simpatía que por ella abrigó el P. Fundador, de la plena actualidad que aun conserva en orden al apostolado y al fomento de la piedad cristiana. Es de lectura muy provechosa. Está firmada y fechada en Roma, el 19 de marzo de 1964.

La tercera, con fecha de 3 de noviembre de 1964, anuncia los cambios introducidos en las Constituciones y Estatutos Generales en el Capítulo de 1964. No han sido muchos porque se espera que el Concilio traerá consigo reformas, que se impondrán, siendo consecuentemente preferible esperar. Se anota el encargo de nom­brar una comisión postcapitular para reformar, en tiempo oportu­no, las Constituciones. Se señala la mentalidad del Capítulo de acomodación a las necesidades de la Iglesia hoy.

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IDEARIO MAS NOTABLE

El título de cada uno de los documentos trascritos da una idea bas­tante com pleta de su contenido, lo que hace innecesario un índice sistemático de materias. H e preferido espigar, sin pretensiones exhaus­tivas, unas cuantas ideas fundamentales y disponerlas alfabéticamente. Quizá pueda interesar al lector apresurado o al conferenciante ocu ­pado, hambriento de minutos.A D M ISIO N . — La selección de candidatos ha de ser cuidada y su

admisión severa, 199; causas de deserción, 251; para la selección téngase en cuenta la familia de que procede el candidato, 252; v.a.: Congregación, Votos, Escuela Apostólica, Noviciado.

A R C H IC O F R A D IA S .— El P. M eyer les dedica una circular, 111; privilegios concedidos a la Congregación en relación con las mis­mas, 111; en el 75 aniversario de la de Ntra. Sra., 205; centenario de la misma, 260; v.a.: Ntra. Sra. del Sdo. Corazón.

B A IN IN G , M A R T IR E S D E . — Introducción de su causa de beatifi­cación, 187.

B IE N CO M U N .-— El P. M eyer le dedica una circular: D ebe ser as­piración de todos, necesidad de buscarlo para hacer eficaces los esfuerzos de cada uno, normas que deben regir la acción indivi­dual, 121; el P. Janssen habla de “ el bien de la Congregación” , 197.

B IE N E S T E M P O R A L E S . — Circular del P. M eyer sobre su admi­nistración, 117; su papel en la vida religiosa, 117; normas para su administración, 117.

B R O C K E N , A D R IA N O ----- Semblanza, 153; su testamento espiritual,155.

C A N D ID A T O S . — Esmerada selección, incluso severidad en la admi­sión, 199; tener en cuenta la familia de que proceden a la hora de la selección, 252; v.a. Admisión, Congregación.

C A ST ID A D . — v. a. Votos.C E LO A P O ST O L IC O . — Circular del P. M eyer sobre el celo apos­

tólico, 91; debemos estar siempre animados de él, 91, 238, v.a. Misiones.

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O H B V A L ÍE R , P. JULIO . — Semblanza, 11; carta de Pío X I en el centenario de su nacimiento, 161; enamorado del Corazón de Cristo, 163; sus obras, 164; cóm o mostrarnos dignos de él, 165; necesidad de imbuirnos de su espíritu, 181; m erece nuestra grati­tud, 217; cincuentenario de su muerte, 225; difúndase entre los fieles el conocim iento de su vida, 237; escribió sobre: Pacto con la Virgen, 21-24; culto perpetuo, 25-28; espíritu religioso, 29-35; testamento espiritual, 37-40; v.a.: Congregación, Constituciones.

C O N G RE G A CIO N . — Pacto de fundación, 21; características, 49; his­toria, 57; cincuentenario, 57; día del cincuentenario, 73; com ien­zos, 57; desarrollo, 62; misiones, 65; devoción a Ntra. Sra. del Sdo. Corazón, 69; sufrimientos a causa de la guerra, 129; Dios la ha bendecido en ¡a adversidad, 133, 139; muchos de sus miem­bros murieron en la guerra, 141; reorganización después de la gue­rra, 142, 145; el fin de la Congregación consiste en glorificar al Sdo. Corazón, 164; su fundación fue un bien para nosotros y para el m undo, 171; nuevos progresos, 198; la fidelidad a las Constitu­ciones garantía de progreso, 198; amor a la Congregación, 203; cóm o conseguir su bien, 197; los miembros supieron estar a la altura en circunstancias difíciles, 215; su centenario, 217; la his­toria de estos cien años es cadena ininterrumpida de favores, 217; conviene que los antiguos escriban cuanto recuerden de su histo­ria, 218; conm emoración del centenario, 217; se fundó por María, 219; las misiones contribuyen especialísimamente a su florecim ien­to y desarrollo, 222; crece v se fortalece en los últimos años, 233; estamos llamados a una vida apostólica de propagación por todos los medios de la devoción al Sdo. Corazón, 238; v.a. Celo A pos­tólico, Misiones, Candidatos, Sdo. Corazón.

C O N STITU C IO N E S. — Circular del P. Brocken sobre las mismas: Importancia para la santidad, necesidad de su cumplimiento, obli­gación de velar por su observancia, 159; su cumplimiento es ga­rantía de progreso, 198; v.a.: Espíritu Religioso, Espíritu M SC, Votos, Congregación, Observancia de la Regla. Santidad, Superiores.

CUIiTO P E R P E T U O . — Una circular del P. Fundador sobre el mis­mo, 25; idea del P. M iniot; lo establece el P. Fundador. 26; m odo de realizarlo, 26: fin, 27; recom endado por el P. Lanctín, 52; otra circular del P. M eyer sobre el mismo, 133; muy apropiado para expiar v reparar los pecados del mundo, 137; más sobre el m odo de realizar lo, 138 nota.

D IS C IP L IN A R E L IG IO S A . — A los Superiores com pete, en primer término, impulsarla, 211; observarla siempre, de m odo especial en las casas de formación, 233; v.a.: Constituciones, Santidad.

E SC O L A S T IC A D O ----- Es continuación del noviciado, 148; normas aseguir, 148; cóm o debe formarse a los Escolares en la piedad, san-

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tidad, ciencia, 175; organización de los estudios, 177; necesidad de la vida común, 175; revistas de los Escolares, 187; ¿por qué las deserciones a poco de terminar el noviciado?, 200; debe en­señarse la conjunción del apostolado con la observancia, 233; los Escolares deben disponerse con esmero para la recepción de órde­nes sagradas, 237; deben formarse en la liturgia, 237; v .a .: C on ­gregación, Vida Común, Constituciones, Observancia de la Regla, Espíritu Religioso, Espíritu M. S. C.

E S C U E L A A P O S T O L IC A . — Cada Provincia debe tener la suya, 146; debe imbuirse a los niños en el espíritu de la Congregación desde el principio, 147; el P. Fundador y el P. Vandel fueron los primeros en crearlas para los Institutos Religiosos, 172; cóm o d e ­ben formarse en ellas los niños, 172; en el 75 aniversario de la P. O., 205; tratado com pleto sobre la educación y formación en las escuelas apostólicas, 249; causas de deserción, 251; para la selec­ción tener en cuenta la familia, 252; que la formación intelectual no esté nunca por debajo de la impartida por los centros oficiales o privados de parecida categoría y que los estudios se ordenen según los programas oficiales, 255; haya contacto con el mundo ex­terno, 256; vacaciones en familia, 256; se requieren educadores con exquisitas cualidades sobrenaturales y naturales, 258.

E S P IR IT U M . S. C. — Algunas notas distintivas, 5 ; la devoción al Sdo. Corazón elemento primordial, 23, 49, 105, 203; necesidad de imbuirnos del mismo, 214; se refleja en el Cap. 2 .° de las Cons­tituciones, 214; exigencias de nuestro espíritu, 219; volver siem­pre a la mente del Fundador, 235; v.a.: Congregación, Constitu­ciones, Observancia de la Regla, Chevalier, Espíritu Religioso,

E S P IR IT U R E L IG IO S O ----- Circular sobre el mismo, 29; importan­cia, 29 ; debilitamiento, 32 ; necesidad d e mantenerlo, 33; v.a. Constituciones, Congregación, Observancia de la Regla, Espíritu M. S. C.

JFIN E S P E C IA L ----- El P. M eyer dedica una circular al primer finespecial, 105; distintivo de los Institutos Religiosos, 105; el nues­tro consiste en tributar culto especial al Sdo. Corazón, 106; tal culto consiste en conocerle, aceptarle, amarle, imitarle, repararle, sufrir con El, 106; v .a .: Sdo. Corazón, Congregación, Visiones, Celo Apostólico.

F U N D A D O R . — v. Chevalier, P. ju lio ; P ío X I escribió una carta en el centenario de su nacimiento, 161; otra el P. Broken, 163; el P. Verdonk, por encargo del P. M cCabe, en el cincuentenario Je la muerte, 225.

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Page 133: Angel Gonzales, Espiritu y Vida Msc

G U E R R A ----- Ante la guerra del catorce, 127; su significado en Ios-planes divinos, 127; sus consecuencias en la Congregación, 129; nuestra postura: Confianza en el Sdo. Corazón, mayor amor a la Congregación y a sus miembros, 129; preocupación especial de los Superiores por los ausentes, 130; aceptar la pobreza, 130; re­doblar el trabajo, 130; contratiempos que ofrece, 133; protección de Dios, 133; necesidad de reparación, 134; de penitencia, 136; la providencia de Dios sobre la Congregación ha brillado esplen­dorosa, 139; los daños de la del 39 fueron muy considerables, 206.

H E R M A N O S C O AD JU TO R ES. — Su formación, 179; por qué deser­tan algunos a p oco de terminar el noviciado, 200.

IG L E S IA . — v. Romano Pontífice.JA N SS E N , P. C H R IS T IA N . — Notas biográficas, 189; escribió sobre:

la santificación propia, 193-196; el bien de la Congregación, 197- 204; nota final a sus escritos, 205.

K E R C K H O V E N , P. JOSE V A N . — Datos biográficos, 229; escribió* sobre: Capítulo General de 1958, 233-240; centenario de Mons. Verius, 241-248; Escuelas Apostólicas, 249-259; nota final a sus escritos, 260.

L A N C T IN , P. A R T U R O . — Semblanza, 43; Superior General, 47; escribió sobre: Nuestra vocación de M. del S. C., 49-56; a los cincuenta años de la fundación, 57-71; el día del cincuentenario,. 73-75.

L IT U R G IA . — D eben formarse en ella novicios y escolares, 237.M cC A B E , P. P A T R IC IO . — Datos biográficos, 207; escribió sobre:

Capítulo General de 1947, 211-216; centenario de la Congrega­ción, 217-223; nota final a sus escritos, 227.

M E Y E R , P. EU G E N IO . — Semblanza, 77; escribió sobre: O bolo deS. Pedro, 83-85; la pobreza religiosa, 87-89; celo apostólico, 91- 93; la perfección de nuestro estado, 95-98; la vida común, 99-103; primer fin especial de nuestra Congregación, 105-109; las archico- fradías, 111-115; administración de los bienes temporales, 117-119; solicitud por el bien común, 121-126; ante la guerra del catorce,. 127-131; culto perpetuo, 133-138; tras la guerra del catorce, 139- 144; restauración de las obras de la Congregación, 145-150.

M ISIO N E S. — Obra principal de la Congregación, 65, 162, 183, 221; se mantuvieron en la guerra gracias al esfuerzo titánico de los mi­sioneros, 141; dieron vigor e incremento a la Congregación, 171; breve resumen histórico, 65, 183; obra de todos, también de los que se quedan en la patria, 185; pensamiento habitual en la C on­gregación desde el principio, 221 nota; beneficio inmenso causa del florecer de la Congregación, 222; Mons. Verius m odelo acabado de misioneros, 245; no desfallezcan los misioneros ante las dificul­

264 —

tades: no están solos, la Congregación entera está a su lado, 245, el P. Brocken dedica a las misiones entre infieles la última de sus Circulares, 183.

N O V IC IA D O . — Importancia, normas a seguir, 147; a quienes debo admitirse, en qué y com o deben ser formados los novicios, 199; debe enseñarse la conjunción de la observancia con la vida apos­tólica, 233; los novicios deben formarse en liturgia, 237; v.a.: Vida Común.

N T R A . S E Ñ O R A D E L SDO. C O RA ZO N . — Título nuevo dado por el P. Fundador, 161, 167, 219; su rápida difusión, 167; favor en­contrado en la Santa Sede, 167; necesidad de propagarlo por bien de los fieles, 169; debe informar nuestra piedad, 203; necesidad do imbuirnos de la devoción y de propagarla, 214; nos hará penetrar en el Corazón de Cristo, 219; le debem os el comienzo, la perse­verancia y la coronación de nuestra vocación, 220.

O B E D IE N C IA ----- v. Votos, Espíritu Religioso, Espíritu M SC., Vidacomún.

OBOLO D E S. P E D R O . — Institución, finalidad y procedim iento, 83.O B S E R V A N C IA D E L A R E G L A . — Los Superiores deben velar por­

que se cumpla, 159, 236; v.a.: Constituciones, Congregación, Es­píritu Religioso, Espíritu M SC, Testamento Espiritual.

P A C T O ----- Los PP. Chevalier y Maugenest pactan con la Sma. V ir­gen para fundar la Congregación, 21.

P E Q U E Ñ A O B R A . — v. Escuela Apostólica.P E R F E C C IO N . — v. Santidad y Vida interior. E l P. M eyer tiene una

circular con el título “ La perfección de nuestro estado” , 95.P IE D A D , E JE R C IC IO S D E . — v. Preces cotidianas y Vida Interior.P O B R E Z A . — Circular sobre la pobreza religiosa, 87; aceptar y cul­

tivar la pobreza efectiva, 130; v.a.: Votos, Espíritu Religioso, Vida Común.

P R E C E S C O T ID IA N A S . — Una circular sobre las mismas, 157; ejer­cicios de piedad en la capilla, 235.

P R E N S A , O F IC IN A D E . — Se acuerda su fundación en el Cap. Gen. de 1958, 239.

P R O F E S O R E S . — D e la P.O., 173; del Escolasticado, 177.R E L IG IO S O S . — Circular del P. Brocken sobre formación de los re­

ligiosos, 171.R E V IS T A D E LOS E S C O L A R E S. — Sus características, 187.R O M A N O P O N T IF IC E . — Sentir con la Iglesia, 260; O bolo de S.

Pedro, 83; siempre al lado del Papa, 39; carta de Pío X I en el

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Page 134: Angel Gonzales, Espiritu y Vida Msc

centenario del nacimiento del P. Fundador, 161; concesión de oficio con misa propia en la fiesta de Ntra. Sra. del Sagrado C o­razón, 167.

"SAN TA SE D E . — v. Romano Pontífice.S A N T ID A D . — E l P. Janssen dedica una circular a la santificación,

193; fin de la Congregación, obligación de sus miembros, 95; as piración del religioso, 193; la fiel observancia de los consejos evangélicos camino seguro de santidad, 194; obligación ante la Congregación, 196; v. a. V ida Interior, Espíritu Religioso, Espí­ritu M SC, Votos, Vida Común, Congregación.

SDO. C O RA ZO N . — Su devoción es la razón de nuestra vocación, 23, 49; tomarlo por modelo, 52; tributarle culto peculiar es nuestro fin especial, 106; necesidad de imbuirnos de su espíritu y de propagar su devoción, 214; v.a.: Congregación, Espíritu MSC, Espíritu R e­ligioso.

S U P E R IO R E S . — Los com pete la vigilancia y el hacer observar la regla, 159, 198; v.a.: Congregación, Espíritu M SC, Espíritu Reli­gioso, Votos, Observancia de la Regla, Constituciones.

T E S T A M E N T O E S P IR IT U A L . — Fecha y circunstancias, 37; con­sejos, 38; humildad del Fundador, 38-39; las Hijas de Ntra. Sra. 40; necesidad de tenerlo presente: O frece las directrices adecuadas para la Congregación hoy, 225.

V E R D O N K , P . JU A N . — Escribe en nombre del P. M cCabe la circu­lar con m otivo del cincuentenario de la muerte del P. Fundador, 220.

V E R IU S , M ON S. — Introducción de su causa de beatificación, 187; centenario de su nacimiento, 241; m odelo para todos, 244; se san­tificó con la observancia de las Constituciones, 243; fue, ante todo, Misionero, 244.

V ID A COM UN. — Circular del P. M eyer sobre la vida común, 99; es exigencia de nuestra vocación, 99; necesaria para la pobreza y obediencia, 99; para la perseverancia, 99; ventajas, 100; signo de vocación, 100; recom endaciones para conseguirla y practicarla, 101; en cuanto a las obras, 149; necesidad ineludible de la vida común en las casas de formación, 175.

V ID A IN T E R IO R . — E l apostolado no debe dañarla, necesidad de la oración, 202; alimentada con los ejercicios de piedad, 234; v.a.: Santidad, Espíritu Religioso, Espíritu M SC, Sdo. Corazón, Cons­tituciones.

VO C A C IO N . — Circular del P. Lanctin sobre nuestra vocación de MSC, 49.

VO TO S. — Su guarda, su necesidad, 38, 200; v.a.: Santidad, Vida In­terior, Vida Común, Constituciones, Congregación, Superiores

266 —

I N D I C E

INTRODUCCIONNotas para una espiritualidad M. S. C ................... . ......... 5

E L P. JULIO C H E V A LIE RSem blanza.......................................................................................... 13Pacto entre la Sma. Virgen y dos sacerdotes del Sagrado

Corazón:Aclaración introductoria................................................................. 21Texto del p a c t o ............................................................................... 23El culto perpetuo de honor, reparación y oración al Sa­

grado Corazón:Aclaración introductoria................................................................. 25T e x to .................................................................................................... 26El espíritu relig ioso......................................................................... 29Testamento espiritual:Aclaración itroductonria................................................................. 37Texto del testamento espiritual.................................................. 38

E L P . ARTURO LANCTINSem blanza................................................................................... 43El P. Lanctin, Superior G en era l.............................................. 47Nuestra vocación de M. S. C ............................................ . ... 49A los cincuenta años de la fu n dación ..................................... 57El día de nuestro cincuentenario............................................. 73

E L P . EUGENIO M EYERSem blanza.......................................................................................... 79Obolo de S. P e d r o ......................................................................... 83La pobreza relig iosa ....................................................................... 87Celo apostólico ................................................................................. 91La perfección de nuestro estado .............................................. 95Vida c o m ú n ....................................................................................... 99Primer fin especial de la Congregación ................................ 105Las Archicofradías .......................................................................... 111Administración de los bienes tem porales............................... 117Solicitud por el bien c o m ú n .......... ................ .................. 121

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Page 135: Angel Gonzales, Espiritu y Vida Msc

Ante la guerra del catorce ..............................................................Culto perpetuo ......................................................................................Tras la guerra del catorce ..............................................................Restauración de las obras de la Congregación ...................

E L P . A D R IA N O B R O C K E NSemblanza ................................................................................................Las preces cotidianas ........................................................................Las Constituciones ................................................................................Pío X I en el centenario del nacimiento del P. FundadorCentenario del nacimiento del P. Fundador ..........................Concesión de oficio con misa propia en la fiesta de Ntra.

Sra. del Sdo. C o r a z ó n ....................................................................Formación de los Religiosos ..........................................................Misiones entre infieles .......................................................................Nota final a los escritos del P. Brocken .................................

E L P. C H R IS T IA N JA N SS E NNotas biográficas ..................................................................................La santificación propia .......................................................................E l bien de la Congregación ..........................................................Nota final a los escritos del P. Janssen ..................................

E L P. P A T R IC IO M e C A B EDatos biográficos ...................................................................................Capítulo General de 1947 ...........................................................Centenario de la Congregación ...................................................Cincuenta aniversario de la muerte del P. Fundador ...Nota final a los escritos del P. M cCabe .................................

E L P. JO SE V A N K E R C IÍH O V E NDatos b io g r á fic o s ...................................................................................Capítulo General de 1958 ...........................................................Centenario de Mons. Verius ..........................................................Escuelas A p o stó lica s .............................................................................Nota final a los escritos del P. Van Kerckhoven ...........

.*deario más notable................................................... .............

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