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Mirian Núñez Raggiotto Licenciada en Psicología. Profesora Adjunta Instituto de Psicología Clínica. Facultad de Psicología. Universidad de la República. Uruguay. Gabriela Prieto Loureiro Magister en psicología y educación. Licenciada en Psicología. Profesora Adjunta Instituto de Psicología Clínica. Facultad de Psicología. Universidad de la República. Uruguay. “Los sentidos nos conectan íntimamente al pasado con una eficacia que no lograría nuestras ideas más elaboradas (…)” Diane Ackerman (1992) A partir de la novela El perfume de Patrick Süskind, el presente trabajo aborda algunos aspectos vinculados a la temática de la construcción de la subjetividad y las consecuencias que distintos tipos de fallas producen. Consideramos en el texto algunas concepciones de diferentes autores psicoanalíticos sobre la construcción de sujeto. El perfume, novela que se sitúa en la Francia del siglo XVIII, es considerada por los críticos como una de las novelas europeas fundamentales. En el contexto que esta obra nos presenta se puede observar que los habitantes franceses se hacinaban en sus ciudades, conviviendo con los olores de los cementerios y la presencia de enfermos en las calles. No existía el agua corriente, ni tampoco los muertos podían ser enterrados. Todo ello generaba un escenario nefasto. La falta de higiene de la realeza y de los habitantes, les obligaba a consumir abundantes perfumes durante sus frecuentes fiestas para esconder sus olores: en especial usaban algún agua de olor compuesta a medida. Es por esto, que los perfumistas empezaron a cobrar importancia poco a poco, y pasaron de ser artesanos mal pagos a convertirse en industriales respetados y poderosos. Nos aproximarnos a una novela con intensidad de contenidos tanáticos y que además integra una riqueza en la descripción de la naturaleza, de la vida cotidiana y pueblerina. El personaje de la novela, Grenuille (en adelante G.) nos es útil a efectos de acercarnos a un mundo interno, con la posibilidad de hipotetizar sobre la construcción del mismo.

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Mirian Núñez RaggiottoLicenciada en Psicología. Profesora Adjunta Instituto de Psicología Clínica. Facultad de Psicología. Universidad de la República. Uruguay.Gabriela Prieto LoureiroMagister en psicología y educación. Licenciada en Psicología. Profesora Adjunta Instituto de Psicología Clínica. Facultad de Psicología. Universidad de la República. Uruguay.

“Los sentidos nos conectan íntimamente al pasadocon una eficacia que no lograría nuestras ideas más elaboradas (…)”

Diane Ackerman (1992)

 

A partir de la novela El perfume de Patrick Süskind, el presente trabajo aborda algunos aspectos vinculados a la temática de la construcción de la subjetividad y las consecuencias que distintos tipos de fallas producen. Consideramos en el texto algunas concepciones de diferentes autores psicoanalíticos sobre la construcción de sujeto.

El perfume, novela que se sitúa en la Francia del siglo XVIII, es considerada por los críticos como una de las novelas europeas fundamentales.

En el contexto que esta obra nos presenta se puede observar que los habitantes franceses se hacinaban en sus ciudades, conviviendo con los olores de los cementerios y la presencia de enfermos en las calles. No existía el agua corriente, ni tampoco los muertos podían ser enterrados. Todo ello generaba un escenario nefasto.

La falta de higiene de la realeza y de los habitantes, les obligaba a consumir abundantes perfumes durante sus frecuentes fiestas para esconder sus olores: en especial usaban algún agua de olor compuesta a medida. Es por esto, que los perfumistas empezaron a cobrar importancia poco a poco, y pasaron de ser artesanos mal pagos a convertirse en industriales respetados y poderosos.

Nos aproximarnos a una novela con intensidad de contenidos tanáticos y que además integra una riqueza en la descripción de la naturaleza, de la vida cotidiana y pueblerina. El personaje de la novela, Grenuille (en adelante G.) nos es útil a efectos de acercarnos a un mundo interno, con la posibilidad de hipotetizar sobre la construcción del mismo.

La novela se transformará en una excusa para reflexionar teóricamente sobre los aportes de algunos referentes psicoanalíticos clásicos conjuntamente con algunos más recientes.

El concepto referente para este texto, el de subjetividad, nos interpela desde lo contextual, ya que denota el atravesamiento histórico-cultural-ideológico, de las representaciones sociales, de las cualidades esperadas o deseadas como presentes en los sujetos de su época. De allí que, en un sentido epistemológico, contiene la idea de sujeción y resulta limitante de la autonomía de cada sujeto.

Silvia Bleichmar (2004) enuncia que el concepto de subjetividad sería el centro de la práctica clínica y un componente indispensable en relación con la socialización. Según esta autora, las contradicciones ideológicas que se presentan en los diferentes momentos históricos permiten el surgimiento de nuevas subjetividades. Es por esto, que se hace necesario el pensar sobre la interrelación que acontece entre la singularidad del sujeto con su contexto.

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A continuación enumeraremos las concepciones sobre la subjetividad de los diferentes autores sobre los que basaremos nuestro análisis.

André Green (1996) rechaza la idea de fusionar el concepto de sujeto al de yo. Green plantea como concepción de sujeto similar a la de aparato psíquico, ya que es una sumatoria de los efectos mutuos de las distintas instancias que la integran. El aparato psíquico sería entonces para este autor, la expresión objetivante, en tanto que sujeto estaría asignado a la experiencia de la subjetividad.

Para Fonagy y Target (1996) la subjetividad quedaría anclada a la conciencia de la misma, a la autoobjetivación o desarrollo de lo que ahora se nominaría como función autorreflexiva delself.

Para Bollas (1987) las estructuras de interacción internalizadas, incorporan información relativa a la respuesta del cuidador hacia el niño. Estas serían: las respuestas afectivas, su percepción sobre el niño, entre otras.

En el fenómeno de la internalización, el niño se identificaría con las respuestas propuestas por el cuidador durante el transito por su experiencia subjetiva primera.

Continuando con los autores vinculados a la teoría del apego planteamos a continuación algunas ideas que consideramos importantes para el material a trabajar.

Bowlby (1954) establece que lo esperado es que en el infant exista una tendencia natural —de base biológica— a crear fuertes lazos afectivos con figuras que se conviertan en significativas.

La teoría del apego, apoyada en conceptos provenientes de otras disciplinas —etología, cibérnética, procesamiento de la información, psicología del desarrollo e incluso psicoanálisis— introduce un nuevo paradigma.

Este autor modifica la visión del infant dado que ya no se trata de pensarlo como un ser pasivo, impulsado únicamente por las mociones pulsionales. Bowlby, no integra este concepto como sería planteado por Freud en su obra, sino que considera al infant como un ser activo que busca la relación con la madre.

De acuerdo a este enfoque para el desarrollo del infant no es necesario jerarquizar la reducción de la tensión, ya que lo primero es el apego, como paradigma que conlleva la búsqueda y proximidad a otra persona.

En la misma línea, M. Ainsworth (1969) consideraba al apego como una necesidad humana universal de formar lazos afectivos desde el nacimiento, y que tal movimiento no está apuntalado en la experiencia de lo erógeno.

Los aportes de M. Mahler (1975) son considerados como antecedentes de la teoría del apego. Esta autora sostiene que en las primeras semana de vida, el bebe se encuentra en lo que ella denomina una fase autística normal. A partir del segundo mes, esta autora define una fase simbiótica, con una oscura consciencia del objeto que satisface sus necesidades. Coinciden estos planteos con los aportados por Freud en relación con la no diferenciación entre yo-no yo.

Continuando con los aportes de Bowly (1964), el proceso por el cual se activan las conductas de apego depende de la evaluación que hace el infant de las múltiples señales que le llegan desde el ambiente. Esta activación implica, según este autor, sistemas de comportamientos que son desencadenados con el objeto de mantener la proximidad con la

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madre y el conflicto que se establece, es el de separación y pérdida de la figura protectora. De las numerosas investigaciones de este autor se deriva que el bebé tiene capacidades cognitivas avanzadas, por lo que puede establecer reglas dentro del comportamiento social.

Las conductas tendientes a favorecer el apego pueden quedar incapacitadas temporal o permanentemente, ya que las mismas deben de ser activadas por el otro y todo lo que ello conlleva, o sea una amplia gama de sentimientos y deseos que lo acompañan el resto de su vida. De no darse, se corre el riesgo de que puedan quedar permanentemente incapacitadas para ser despertadas.

Retomando los aportes de S. Freud (1993/1890) en unos de sus primeros trabajos, concretamente Tratamiento psíquico (Tratamiento del alma), se puede reconocer que el autor introduce la coparticipación entre los afectos y el cuerpo, llamando la atención sobre la notoria interrelación. En unos de sus párrafos Freud señala: “Los afectos en sentido estricto se singularizan por una relación muy particular con los procesos corporales, pero, en rigor, todos los estados anímicos, aún los que solemos considerar “procesos de pensamientos”, son en cierta medida “afectivos”, y de ninguno están ausentes las exteriorizaciones corporales y la capacidad de alterar procesos físicos.” (p. 119).

Es importante introducir aquí los aportes de las neurociencias que plantean una posible relación entre la presencia de las “neuronas espejo”, el juego interactivo, el lenguaje, el aprendizaje y el proceso de humanización.

Los científicos de esta línea de trabajo ubican la presencia de las “neuronas espejo” en la corteza frontal inferior y parietal. Estos científicos coinciden en que están cerca de una región vinculada al lenguaje. Todo esto sugiere que las disfunciones del sistema espejo podrían ser uno de los responsable de algunos desórdenes cognitivos y del autismo.

En esta línea de trabajo, señala Ramachandran (2000) que el lenguaje humano evolucionó a partir de un sistema de comprensión y de gestos como funciones de estas neuronas. Estas tienen capacidad de otorgar comprensión a las acciones, así como aprender por imitación.

Lo tanático invade los sentidos

Leemos en El perfume:

(Nota: Todas las transcripciones textuales que introducimos es este trabajo son fragmentos literales de la novela citada publicada por Seix Barral Barcelona (1988) y cuyo autor es Patrick Süskind).

“En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata, las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre, las curtidurías, a lejías cáusticas, los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo, el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad

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corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor.

Y, como es natural, el hedor alcanzaba sus máximas proporciones en París. (…)

(…) Y dentro de París había un lugar donde el hedor se convertía en infernal, entre la Rue aux Fers y la Rue de la Ferronnerie, o sea, el Cimetiére des Innocents. Durante ochocientos años se había llevado allí a los muertos del hospital Hôtel-Dieu.

Hasta que llegó un día, en vísperas de la Revolución Francesa, cuando algunas fosas rebosantes de cadáveres se hundieron y el olor pútrido del atestado cementerio incitó a los habitantes no sólo a protestar, sino a organizar verdaderos tumultos, en que fue por fin cerrado y abandonado después de amontonar los millones de esqueletos y calaveras en las catacumbas de Montmartre. Una vez hecho esto, en el lugar del antiguo cementerio se erigió un mercado de víveres.

Fue aquí, en el lugar más maloliente de todo el reino, donde nació el 17 de julio.” (…)

En la novela se revela que en el quinto parto de su progenitora nace G., entre la confusión de los olores de cadáveres, pescados y otros elementos desagradables. La progenitora, ya sin olfato, sólo se encontraba preocupada por sus dolores, los cuales deseaba que culminara lo más rápidamente posible.

Las autoras de este trabajo hemos optado por denominarla progenitora en el entendido que los embarazos en esta mujer no tenían un sentido de hijo para la vida, ni promovían un deseo maternal, sino, por el contrario, un mero deseo de desembarazarse de un producto equiparable a las vísceras de los pescados.

Retomando los aportes de J. Bowlby (1964), en el bebé existe una tendencia natural —de base biológica— a crear fuertes lazos afectivos con figuras que se convierten en significativas por el hecho de estar disponibles para satisfacer las necesidades básicas del pequeño, así como en el origen de la psicopatología.

En el mismo sentido, M. Ainsworth (1963) ha planteado que las figuras de apego otorgan la seguridad y confianza básica para que el niño se atreva a explorar, y que la conducta exploratoria se interrumpe si el niño se da cuenta que el cuidador se halla temporalmente ausente.

Un sobreviviente de una inevitable condena de muerte

Refiriéndose a los partos de la progenitora de G., la novela señala:

“Todos los había tenido en el puesto de pescado y las cinco criaturas habían nacido muertas o medio muertas, porque su carne sanguinolenta se distinguía apenas de las tripas de pescado que cubrían el suelo y no sobrevivían mucho rato entre ellas y por la noche todo era recogido con una pala y llevado en carreta al cementerio o al río.

Lo más rápidamente posible con el repugnante parto. Era el quinto. Todos los había tenido en el puesto de pescado y las cinco criaturas habían nacido muertas o medio muertas, porque su carne sanguinolenta se distinguía apenas de las tripas de pescado que cubrían el suelo y no sobrevivían mucho rato entre ellas y por la noche todo era recogido con una pala y llevado en carreta al cementerio o al río.

Entonces, de modo inesperado, la criatura que yace bajo la mesa empieza a gritar.

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Todos se vuelven, descubren al recién nacido entre un enjambre de moscas, tripas y cabezas de pescado y lo levantan. Las autoridades lo entregan a una nodriza de oficio y apresan a la madre. Y como ésta confiesa sin ambages que lo habría dejado morir, como por otra parte ya hiciera con otros cuatro, la procesan, la condenan por infanticidio múltiple y dos semanas más tarde la decapitan en la Place de Gréve”. (…)

Lo que se describe de este contexto nos acerca a la predominancia de los olores desagradables, seguramente asociados a imágenes visuales siniestras, terroríficas y muy poco amigables.

En este contexto, los aspectos predominantes tienen que ver con el sentir, fundamentalmente con el olfato, las experiencias primitivas vinculadas a los sentidos y no se encuentra relacionado a los procesos de pensamiento.

G. es un nacido que es como un “no nacido”, no reconocido por su gestora, quien desde su no-sujeto, está impedida de reconocer. No es un hijo, por no existir ningún deseo de tenerlo.

Siguiendo los aportes de D. Winnicott (1958), quien contempla que desde el nacimiento una “madre suficientemente buena” le habla al bebe, lo nombra, le adjudica sentidos a sus percepciones, lo acaricia. Es necesario también que la madre lo represente. En este caso, la madre, no pensante —con su fin sin cabeza— no podía otra cosa que confundir —mezclar— a su hijo con los malolientes pescados podridos.

Es necesario introducir aquí el modelo teórico de Piera Aulagnier (1975), autora que privilegia el campo relacional, incluyendo también el lugar desempeñado por la cultura en relación con la subjetividad y los vínculos. Ella ha dado cuenta de la génesis del psiquismo a partir del encuentro inaugural, sustentado en el desamparo inaugural. Este último estará signado por la anticipación y por una asimetría fundante. El infans queda sumergido invariablemente en un universo que lo ha presignificado, preexistido y preinvestido y que le ofrece desde el comienzo un discurso que deberá incorporar y metabolizar.

A partir de la jerarquización de este encuentro del sujeto con el medio que lo rodea, Aulagnier ha descrito los tres procesos que delimitan al psiquismo (espacios con funciones): lo originario y la producción pictográfica, lo primario y la representación escénica y lo secundario vinculado a la representación ideica.

En este modelo está jerarquizada la actividad de representación. Cuando se instala un proceso se silencia el anterior. La madre es para Aulagnier la mediadora del discurso ambiental para el niño, este discurso se trasmite como modelo por su propia estructura psíquica. La madre es “el portavoz”, y en el intercambio se da el fenómeno de la violencia, discriminándose una “violencia primaria” que es la que se impone violando el espacio inicial, significando las percepciones, el mundo y sus sentidos. El deseo de la madre se apoya y reconoce en la necesidad del niño. La otra violencia, “la violencia secundaria” se ejerce contra un Yo, constituyéndose y se apoya en la primaria, es una violencia perjudicial no necesaria para el yo en tanto que desconoce la alteridad. Todo acto, toda experiencia, toda vivencia, da lugar a un pictograma, a una puesta en escena y a un sentido.

Señala la autora en cuestión: “La psiquis y el mundo se encuentran y nacen uno con otro, uno a través del otro; son el resultado de un estado de encuentro” (p. 30). Califica además este encuentro como “coextenso” en relación a la existencia.

Para Aulagnier, la primera representación de la psique se erige a sí misma como actividad representante que se relacionará con el doble encuentro en el proceso originario.

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La información que no se procesa en el proceso primario exigirá la puesta en marcha por el proceso secundario, mediante la cual podrá operar una “puesta en sentido” del mundo que representara un esquema relacional idéntico al esquema que constituye la estructura del representante con el yo.

Al hablar de producciones psíquicas de la madre, Aulagnier se refiere a los enunciados mediante los cuales “habla del niño y le habla al niño; de este modo el discurso materno es el agente y el responsable del efecto de anticipación impuesto a aquel de quien se espera una respuesta que no puede proporcionar” (p. 33).

Leemos en la novela:

Entonces el niño se despertó. Se despertó primero con la nariz. La naricilla se movió, se estiró hacia arriba y olfateó. Inspiró aire y lo expiró a pequeñas sacudidas, como en un estornudo incompleto. Luego se arrugó y el niño abrió los ojos. (…) La nariz, en cambio, era otra cosa. Así como los ojos mates del niño bizqueaban sin ver, la nariz parecía apuntar hacia un blanco fijo y Terrier tuvo la extraña sensación de que aquel blanco era él, su persona, el propio Terrier. Las diminutas ventanillas de la nariz y los diminutos orificios en el centro del rostro infantil se esponjaron como un capullo al abrirse. O más bien como las hojas de aquellas pequeñas plantas carnívoras que se cultivaban en el jardín botánico del rey. Y al igual que éstas, parecían segregar un misterioso líquido. A Terrier se le antojó que el niño le veía con la nariz, de un modo más agudo, inquisidor y penetrante de lo que puede verse con los ojos, como si a través de su nariz absorbiera algo que emanaba de él, Terrier, algo que no podía detener ni ocultar… ¡El niño inodoro le olía con el mayor descaro, eso era! Le husmeaba Y Terrier se imaginó de pronto a sí mismo apestando a sudor y a vinagre, a chucrut y a ropa sucia. Se vio desnudo y repugnante y se sintió escudriñado por alguien que no revelaba nada de sí mismo. Le pareció incluso que le olfateaba hasta atravesarle la piel para oler sus entrañas. Los sentimientos más tiernos y las ideas más sucias quedaban al descubierto ante aquella pequeña y vida nariz, que aún no era una nariz de verdad, sino sólo un botón, un órgano minúsculo y agujereado que no paraba de retorcerse, esponjarse y temblar. Terrier sintió terror y asco y arrugó la propia nariz como ante algo maloliente cuya proximidad le repugnase.

(…) Y entonces aquello empezó a gritar (…)

Señala P. Aulagnier que “a través del discurso que se dirige a y sobre el infans se forja una representación ideica de este último con la que identifica desde un comienzo al ser del infans definitivamente precluido de su conocimiento” (p. 34).

Se describe en la novela:

(…) En aquellos momentos el niño ya había cambiado tres veces de nodriza. Ninguna quería conservarlo más de dos días (…)

La selección de párrafos de la novela que hemos transcrito nos muestra la ausencia de continentación del infans y una representación de la existencia marcada como el “bastardo hijo de la infanticida nacido entre los pescados malolientes”.

Una voracidad anónima

Se describe en la novela:

(…) “En aquellos momentos el niño ya había cambiado tres veces de nodriza. Ninguna quería conservarlo más de dos días. Según decían, era demasiado voraz, mamaba por dos, robando así la leche a otros lactantes y el sustento a las nodrizas, ya que alimentar a

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un lactante único y como el niño Grenouille no estaba bautizado ni poseía tampoco un nombre que pudiera escribirse en la autorización” (…).

Introducimos aquí los aportes de Andre Green (1990) en su concepción de la “madre muerta”. Con este concepto Green refiere la situación que sufren los niños cuando tienen que convivir con una persona que ha perdido la posibilidad del contacto afectivo: sufren una intensa soledad aunque la madre este presente, en este caso, vemos como han aparecido varias nodrizas en la vida de G., pero nodrizas estas qu  le reafirmaban su condición de niño rechazado por su voracidad y por su falta de condición humana (un olor propio).

Veíamos en el párrafo de la novela previamente citado que G. no había sido nombrado, no tenía nombre ni quien lo nombrara.

Cuando el contexto de crecimiento de un niño posee las características mencionadas, condiciona al surgimiento de patologías severas, caracterizadas por la desconexión con el entorno y la desafectivización.

A. Green señala que existe una estructura narcisista negativa donde se valoriza el estado del no ser. El narcisismo de muerte se relaciona con una no búsqueda del estado de satisfacción. Esto para Green es un “estado de muerte psíquica”. Podríamos pensar la muerte psíquica y el narcisismo negativo como presentes y condicionantes de la futura conducta de G.

Ya en Freud, el término “negativo” es planteado siendo utilizado como sustantivo; puede ser encontrado en 1905 en Tres ensayos para una teoría sexual, cuando se refiere a la oposición entre neurosis y perversión.

En el mismo sentido, Missenard (1991) señala: “menciono aquí estas evidencias para precisar que el deseo inconsciente no remite sólo a lo reprimido (constituido por ejemplo por representaciones verbales antes conscientes), sino también a lo que nunca ha sido representado y que, en consecuencia, permanece no representable, al menos por medio de palabras. Esto reprimido por una parte y esto no representable por la otra se sitúan en el núcleo del funcionamiento psíquico inicial y constituyen la sustancia común de la madre y del infans” (p. 16).

Nos parece además importante señalar la siguiente afirmación de este autor: “Este movimiento dialéctico se verifica en el trabajo de lo negativo para todo pasaje o cambio, es la dinámica más fecunda” (p. 24).

Otro autor al que podemos hacer referencia es René Kaës (1987), quien llama “pacto de negación” a la formación intermediaria genérica que se repite en todo vínculo, cualquiera que sea (pareja, grupo, familia o institución), condenando a la represión, la negación y la renegación. Esta formación, mantiene lo irrepresentado y lo imperceptible, correlatos del contrato de renuncia, tanto de la comunidad de cumplimiento de deseo, como del contrato narcisista.

En G., evidentemente estas figuras no han estado disponibles; también esta imposibilidad generó que el no tuviera la condición para establecer lazos afectivos (era rechazable y temible).

Retomando los aportes de Bowly (1983), vemos que este autor estableció que la finalidad del sistema de apego es mantener al cuidador accesible y receptivo. Lo denominó como “disponibilidad”, la cual implica una expectativa de confianza lograda a través del tiempo luego de reiteradas experiencias en que la figura de apego ha estado accesible.

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Confirmamos en G. la ausencia del cuidador accesible receptivo, la no disponibilidad fue lo corriente en la vida de G.

En el mismo sentido, Fonagy (1999) plantea que el apego tiene una transmisión transgeneracional, y por lo tanto dependerá de que los antecesores hayan podido desarrollar un apego seguro, para que los futuros padres sean más sensibles a  las necesidades de sus hijos.

Se puede deducir que la progenitora de G. no contó tampoco con figuras que le hubieran posibilitado un apego seguro.

Por todo esto no se ha facilitado para G. la regulación de los afectos y no se ha desarrollado la función reflectiva en el hijo (G).

En G. el tema del olfato y el obtener conocimiento de los objetos a través del mismo puede entenderse como un tipo de conocimiento procedimental obtenido de la internalización de una primerísima experiencia de contacto con los olores.

Sobreviviendo

Dice la novela:

(…) “París producía anualmente más de diez mil niños abandonados, bastardos y huérfanos, así que las bajas apenas se notaban. Para el pequeño Grenouille, el establecimiento de madame Gaillard fue una bendición. Seguramente no habría podido sobrevivir en otro lugar. Aquí, en cambio, en casa de esta mujer pobre de espíritu, se crió bien. Era de constitución fuerte; quien sobrevive al propio nacimiento entre desperdicios, no se deja echar de este mundo así como así. Podía tomar día tras día sopas aguadas, nutrirse con la leche más diluida y digerir las verduras más podridas y la carne en mal estado. Durante su infancia sobrevivió al sarampión, la disentería, la varicela, el cólera, una caída de seis metros en un pozo y la escaldadura del pecho con agua hirviendo. Como consecuencia de todo ello le quedaron cicatrices, arañazos, costras y un pie algo estropeado que le hacía cojear, pero vivía. Era fuerte como una bacteria resistente, y frugal como la garrapata, que se inmoviliza en un árbol y vive de una minúscula gota de sangre que chupó años atrás. Una cantidad mínima de alimento y de ropa bastaba para su cuerpo. Para el alma no necesitaba nada. La seguridad del hogar, la entrega, la ternura, el amor —o como se llamaran las cosas, consideradas necesarias para un niño— eran totalmente superfluas para el niño Grenouille. Casi diríamos que él mismo las había convertido en superfluas desde el principio, a fin de poder sobrevivir (…)

Vemos que no existía por parte de G. una carga libidinal hacia el entorno (vínculos, objetos, personas), por esto, el contexto le resultaba a G. indiferente y además no era receptivo a las manifestaciones afectivas de los sujetos que lo rodeaban. Su cuerpo acompañaba esa resistencia, pudiendo entonces G., sobrevivir a padeceres extremos.

Se señala en la novela:

(…) En cambio, los otros niños intuyeron en seguida que Grenouille era distinto. En lugar de esto, le rehuían, corrían para apartarse de él y en todo momento evitaban cualquier contacto. No lo odiaban, ni tampoco estaban celosos de él o ávidos de su comida. En casa de madame Gaillard no existía el menor motivo para estos sentimientos. Les molestaba su presencia, simplemente. No podían percibir su olor. Le tenían miedo. (…)

El primer no rechazo en su infancia

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Las primeras cuidadoras toleraban muy poco a G. porque percibían algo diferente en él y definían algo del orden de lo no humano ya que no tenía olor a bebe.

Repetimos las ideas de P. Aulagnier (1975) citadas anteriormente. Cuando se instala un proceso se silencia el anterior. La madre es para Aulagnier mediador del discurso ambiental para el niño, este discurso se trasmite como modelo por su propia estructura psíquica. La madre es “el portavoz”, y en el intercambio se da el fenómeno de la violencia, discriminándose una “violencia primaria” que es la que se impone violando el espacio inicial, significando las percepciones, el mundo y sus sentidos. El deseo de la madre se apoya y reconoce en la necesidad del niño. La otra violencia, “la violencia secundaria” se ejerce contra un Yo, constituyéndose y apoyándose en la primaria. Es una violencia perjudicial no necesaria para el yo, en tanto que desconoce la alteridad. Todo acto, toda experiencia, toda vivencia, da lugar a un pictograma, a una puesta en escena y a un sentido.

Se entiende a partir de los elementos antes mencionados, que los permanentes rechazos que había padecido G. a través de varias nodrizas que lo devolvían al presbítero, contenían además del acto del rechazo, el representante lingüístico de ser reconocido como el bastardo hijo de la filicida. Encarnación esta de una cruda violencia difícil de metabolizar.

En G. se marca la falla en el proceso originario que es donde se produce una puesta en forma de la representación que precisamente se encuentra basada en el modelo sensorial. Posteriormente aparecerá la intención permanente de destruir al objeto tratando de desgarrar la zona sensorial. Aparecen entonces vivencias donde el mundo pasa a ser sólo aspectos de un cuerpo autodestruido y auto-rechazado, surgiendo entonces las formas catastróficas de la angustia. Quizás este aspecto sensorial y repetitivo es lo que se presenta sistemáticamente en la vida de G.

Una cuidadora sin olfato, denominada M. Gaillard no rechaza a G. Ha sido una mujer muy castigada, golpeada y se hacía cargo de muchos niños y en especial de G., un niño tan particular. Tal vez su ausencia de olfato no la llevaba a rechazarlo.

Encontramos en la novela:

(…) para ella necesitaba todo el margen del dinero del hospedaje. Era cierto que algunos inviernos se le morían tres o cuatro de las dos docenas de pequeños pupilos, pero aun así su porcentaje era mucho menor que el de la mayoría de otras madres adoptivas, para no hablar de las grandes inclusas estatales o religiosas, donde solían morir nueve de cada diez niños. Claro que era muy fácil reemplazarlos. París producía anualmente más de diez mil niños abandonados, bastardos y huérfanos, así que las bajas apenas se notaban.

Para el pequeño Grenouille, el establecimiento de madame Gaillard fue una bendición.

Era fuerte como una bacteria resistente, y frugal como la garrapata, que se inmoviliza en un árbol y vive de una minúscula gota de sangre que chupó años atrás. Una cantidad mínima de alimento y de ropa bastaba para su cuerpo. Para el alma no necesitaba nada. La seguridad del hogar, la entrega, la ternura, el amor —o como se llamaran las cosas consideradas necesarias para un niño— eran totalmente superfluas para él.

Por esta época, en invierno, Grenouille estuvo una vez a punto de morir congelado sin darse cuenta. Yació cinco días enteros en el salón de púrpura y cuando se despertó en la galería, no podía moverse porque el frío había aterido sus miembros. Cerró inmediatamente los ojos para morir dormido, pero entonces se produjo un cambio de tiempo que lo descongeló y salvó su vida.

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En una ocasión la nieve alcanzó tal altura, que ya no tenía fuerzas para excavar hasta los líquenes y se alimentó de murciélagos muertos por congelación.

Una vez encontró un cuervo muerto delante de la caverna y se lo comió. (…)

No hay duda que desde el texto se marca siempre el conflicto entre la Pulsión de vida y la Pulsión de muerte en el personaje (G).

El narcisismo resulta de la carga libidinal a las pulsiones del yo que hasta ese momento se encontraban intentando la autoconservación del sujeto. Evidentemente, en G. no existe una carga libidinal de las pulsiones yoicas, donde se alteran los devenires normales del narcisismo.

Se expresan en G. permanentemente las grandes necesidades para la vida: una de ellas, el olfato, que se asocia directamente con el proceso de la respiración, indispensable para la vida.

En G., debido al desborde del umbral que hemos mencionado, no se ha dado una inscripción psíquica de los procesos del olfato. No se han inscripto estos procesos porque no disponía aún de la posibilidad de los recursos introyectivos necesarios para ello. Por esto es que G. busca repetida y permanentemente una inscripción y un reconocimiento de estos procesos a través de la búsqueda de un olor exclusivo. —manifestación esta de la Pulsión de vida; evidentemente asociada a la Pulsión de muerte que no ha sido procesada adecuadamente en la fase oral—, por lo que permanentemente se muestran expresiones de voracidad en G.

Como el estímulo no está inscripto no hay registro en la memoria, por ello se buscará a través de los actos una inscripción en el psiquismo y su registro en el memoria.

G. grita en su nacimiento, lo que posibilita que el Otro se haga cargo de él. Así queda ubicado del lado de la vida, evitando la muerte, pero este proceso por las fallas del apego y libidinales primitivas a las que hemos referido, son las que marcan una vida plagada de situaciones conductuales anómalas.

Las concepciones de Green (1982) sostienen la existencia de un doble narcisismo: el de vida y el de muerte. Para este autor, las pulsiones, son el sostén económico de los narcisismos mencionados anteriormente. De la combinación de estas pulsiones surgen las conceptualizaciones de “objetalización” y “desobjetalización” (basadas en el concepto freudiano de investidura).

En G. se produce una desobjetalización en forma permanente y no se presenta un narcisismo trófico aliado de Eros sino que predomina el asociado a la pulsión de muerte: el narcisismo negativo.

G. escinde, decatectiza y expulsa violentamente a través del acto. En la escisión, lo que G. rechaza y expulsa —que es lo que no ha podido ni pensar ni elaborar—, regresa hostilmente en forma intrusiva y persecutoria a través de la identificación proyectiva.

Nos parece importante introducir las contribuciones de Freud (1929) en relación con la pulsión de muerte. Esta pulsión es la que Freud relaciona con los desbordes de energía en el aparto psíquico. Se encuentran afectadas las representaciones vinculadas a la libido de objeto. Se acumula energía en forma desorganizada y se intenta volver a un momento inorgánico originario.

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Esto se manifiesta en forma de aspectos destructivos. El aumento de la carga pulsional de muerte provoca la llamada desmezcla de pulsiones. Este proceso podría identificase en G. en aquellas situaciones ominosas que se reproducen en los asesinatos.

Freud (1993/1914), en su obra metapsicológica Pulsiones y destinos de pulsión, teoriza sobre el amor y el odio. Vincula el primero al placer, con el niño expulsando lo displacentero —el exterior produce displacer—. El odio lleva a la necesidad de destrucción, de eliminar al otro.

El amor y el odio participan en la conformación del yo. El odio está profundamente vinculado a las necesidades básicas y el amor más próximo a las pulsiones sexuales; por lo tanto, Freud propone que el odio es anterior al amor.

Lo que no esta reprimido refiere a lo que no ha podido representarse pero deja una huella en el inconsciente originario. Esto, según Bleichmar (2001) aparece como memoria procedimental.

Esto sería lo que C. Bollas (1987) denominaría  “lo sabido no pensado”.

Nombrando olores

El proceso de discriminación del yo-no yo sustenta la cultura y surge en el lenguaje. Este proceso marca la posibilidad de triangulación y la posterior introducción de un tercero.

Cuando una madre le habla a su hijo trasmite significados, comunica estados propios y tiene algo que comunicar a su hijo; así va introduciendo palabras y le va transmitiendo las leyes del lenguaje y su sintaxis.

Estas condiciones estarían ausentes en la historia de G.

El bebe captaría esta forma particular de “ausencia en presencia”, con un fondo libidinal, lo que le generaría una cierta tensión interna. Fain (1971) sostiene que esta tensión llevaría al bebe a un trabajo de fantasmatización que denomina “preludio a la vida fantasmática”.

Experiencia esta, la de estar en tres (triadificación), que se encuentra obturada en G.

Se señala en la novela:

(…) Tampoco su inteligencia parecía desmesurada. Hasta los tres años no se puso de pie y no dijo la primera palabra hasta los cuatro; fue la palabra “pescado”, que pronunció como un eco en un momento de repentina excitación cuando un vendedor de pescado pasó por la Rue de Charonne anunciando a gritos su mercancía. Sus siguientes palabras fueron “pelargonio”, “establo de cabras”, “berza” y “Jacques lorreur!, nombre este último de un ayudante de jardinero del contiguo convento de las Filles de la Croix, que de vez en cuando realizaba trabajos pesados para madame Gaillard y se distinguía por no haberse lavado ni una sola vez en su vida. Los verbos, adjetivos y preposiciones le resultaban más difíciles. Hasta el “sí” y el “no” —que, por otra parte, tardó mucho en pronunciar—, sólo dijo sustantivos o, mejor dicho, nombres propios de cosas concretas, plantas, animales y hombres, y sólo cuando estas cosas, plantas, animales u hombres, le sorprendían de improviso por su olor.

(…) Las palabras que no designaban un objeto oloroso, o sea, los conceptos abstractos, ante todo de índole ética y moral, le presentaban serias dificultades. No podía retenerlas, las confundía entre sí, las usaba, incluso de adulto, a la fuerza y muchas veces

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impropiamente: justicia, conciencia, Dios, alegría, responsabilidad; humildad, gratitud, etcétera, expresaban ideas enigmáticas para él.

Por el contrario, el lenguaje corriente habría resultado pronto escaso para designar todas aquellas cosas que había ido acumulando como conceptos olfativos. Pronto, no olió solamente a madera, sino a clases de madera, arce, roble, pino, olmo, peral, a madera vieja. (…)

La forma de simbolización y de metaforización del mundo externo se ve dificultada en G. por la dinámica histórica representacional, ya que no hubo una oferta maternal —sustituta— suficiente, la que se caracterizó por representaciones hostiles y abandónicas.

La falta de confianza en el encuentro con el mundo que ha padecido G. ha marcado su cuerpo en la ausencia de olor humano y su imposibilidad para el sufrimiento.

La modalidad de circulación energética no surge como placentera sino como hostil y abandónica, tendiendo a las descargas y a la inhibición de las investiduras objetales, lo que no le posibilitaba una organización temporal para poder establecer una proyección de futuro y de orden temporal.

Este niño, no deseado como hijo, sufrió desde lo simbólico un ataque hacia su existencia .Un nombre tardío no le permitió a G. hacerse dueño de su propia historia, no logrando en consecuencia una continuidad existencial y apareciendo una fractura que le impidió la libidinización de su existir.

En G. el lenguaje materno lo remite al horror y a la muerte, por lo tanto no ha podido apropiarse de la lengua materna, en tanto que amenazante. Los enunciados que recibía sobre su existir se caracterizaban por una carga tanática y hostil importante: bastardo, hostil, voraz. Por esto el lenguaje estaba transformado en un mundo casi inaccesible, por lo cual el habla aparece tardíamente en G. y con una connotación particular (la primera palabra pronunciada fue “pescado”).

No hay en G. un proceso de maduración psíquica que le haya posibilitado una autonomía psíquica, lo que afecta su actividad narrativa.

En quienes han rodeado a G. no hay complejidad psíquica suficiente para permitir una encuentro que le posibilite la confianza para generar una autonomía, por lo tanto G. ha quedado sujeto a una demanda de especularización que nunca fue recibida.

Primera vez ante el espejo: en su adultez

Al dirigirse G. hacia el espejo por primera vez, le ocurre algo semejante a la conducta que surge en los animales, que se comportan como si vieran la imagen de un par. Lo que vio fue otro extraño y no pudo en un principio percibir que era su propia imagen; no reconoció su rostro. Tal situación evoca a las fallas en el necesario “estadio del espejo”, señalado por J. Lacan.

Leemos en la novela:

(…) Era la primera vez que alguien llamaba “monsieur” a Grenouille.

Fue hacia el espejo y se miró. Hasta entonces no se había visto nunca en un espejo. Vio a un caballero vestido de elegante azul, con camisa y medias blancas y se inclinó instintivamente, como siempre se había inclinado ante semejantes caballeros. Éste, sin

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embargo, se inclinó a su vez y cuando Grenouille se irguió, él hizo lo propio, tras lo cual permanecieron ambos mirándose con fijeza (…)

Lacan (1975) plantea que, en la mirada de la madre, el niño se reconoce en una unidad desde temprana edad. Tal situación, se evidencia cuando por primera vez es llevado ante un espejo por ella, y se produce tal reconocimiento.

La presencia y aptitud de la madre lo hace presente, existente para otro que lo reconoce. En G. no se había producido tal situación ya que se enfrenta por primera vez ante un espejo en su adultez.

Retomando a P. Aulagnier (1975); las representaciones verbales son huellas mnémicas que en el pasado han sido percepciones y que pueden volver a ser conscientes. Sólo puede hacerse consciente lo que ya ha sido consciente y “fuera de los sentimientos, todo aquello que, originado en el interior pretende hacerse consciente, debe intentar transformarse en una percepción exterior, transformación que sólo es posible a través de las huellas mnémicas” (p. 90).

En G. percibimos que del infans al niño no se produjo la unión de la imagen cosa y de la imagen palabra como forma de evitar el proceso de concientizar su propia historia, de allí esta necesidad de dejar de lado sus sentimientos, los cuales aparecerán recién en el momento de su muerte.

El pictograma testimonia el primer momento, los puros sonidos y olores fuentes de displacer. Evidentemente, en G. los olores han traspasado el umbral de tolerancia por lo cual ese dolor sufrido ha sido la búsqueda permanente de su vida: buscar aromas nuevos y placenteros para aniquilar ese olor primero.

El sentido del olfato en G. es algo prodigioso. pero para poder fabricar una maravillosa sustancia mata a dieciocho doncellas. Ese era el perfume que le permitiría a G. ser percibido por el mundo como un Dios. No se podía oler a sí mismo y por lo tanto no sabía quién era él mismo y seguía buscando su identidad perdida en el repetitivo asesinato de las doncellas.

El olfato es un sentido que permite la lenta incorporación de la realidad y el contacto con el otro; por lo tanto se relaciona con la formación de la subjetividad y el acceso a lo simbólico. El olfato permite discriminar olores amigables o agresivos.

G. se permite asociar los olores a una experiencia o una imagen fuerte, pero demasiado primitiva aún como para poder representar un símbolo de sí mismo.

Una búsqueda de identidad humana: asesinando por un aroma

Encontramos en la novela:

(…) Hay en el perfume una fuerza de persuasión más fuerte que las palabras, el destello de las miradas, los sentimientos y la voluntad. La fuerza de persuasión del perfume no se puede contrarrestar, nos invade como el aire invade nuestros pulmones, nos llena, nos satura, no existe ningún remedio contra ella.

(…) Sabía que ahora ya dominaba la técnica de arrebatar la fragancia a un ser humano y no era necesario demostrárselo de nuevo a sí mismo.

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La fragancia humana en sí y de por sí le era indiferente. Se trataba de una fragancia que podía imitar bastante bien con sucedáneos. Lo que codiciaba era la fragancia de “ciertas” personas: aquellas, extremadamente raras, que inspiran amor.

(…) El perfume real se desvanece en el mundo; es volátil. Y cuando se gaste, desaparecerá el manantial de donde lo he capturado y yo estaré desnudo como antes y tendré que conformarme con mis sucedáneos.

No, ¡será peor que antes! Porque ahora entretanto habré conocido y poseído mi propia magnífica fragancia y jamás podré olvidarla, ya que jamás olvido un aroma, y durante toda la vida me consumirá su recuerdo como me consume ahora, en este mismo momento, la idea de que llegaré a poseerlo.

(…) cadáveres, como las flores arrancadas, se descomponían con rapidez. Grenouille hizo, pues, guardia junto a su víctima durante unas doce horas, hasta que notó los primeros efluvios del olor a cadáver, agradable, ciertamente, pero adulterador, emanado por el cuerpo del cachorro. Interrumpió el “enfleurage” en el acto, se deshizo del cadáver y puso la poca grasa conseguida y sutilmente perfumada dentro de una olla, donde la lavó con cuidado. Destiló el alcohol hasta que sólo quedó la cantidad para llenar un dedal y vertió este resto en una probeta minúscula. El perfume olía con claridad al aroma a sebo, húmedo y un poco fuerte del pelaje perruno; de hecho, sorprendía por su intensidad. Y cuando Grenouille lo dejó olfatear a la vieja perra del matadero, el animal estalló en un aullido de alegría y después gimoteó y no quería apartar el hocico de la probeta. Pero Grenouille la tapó bien, se la guardó y la llevó mucho tiempo encima como recuerdo de aquel día de triunfo en que había logrado por primera vez arrebatar el alma perfumada a un ser viviente.

Para Green (1993), el inconsciente, el principal concepto del psicoanálisis, se define por la negatividad. En el momento que un sujeto queda atrapado, la compulsión de repetición no logra el acceso a la ligadura, y su tiempo es “asesinado”, tal como describe Green (2000).

Ubicaríamos la compulsión de repetición en un paso anterior al placer, pero que sostiene en su núcleo una búsqueda incesante de ligadura.

Quizás en este sentido hemos de entender la repetición también como una posible demanda de un proceso de objetalización bloqueado. Esa repetición a la que recurre G. en los asesinatos podría pensarse como un intento de ligadura. Recurre a la demanda del proceso de objetalización que ha quedado bloqueado desde las primeras experiencias, que han desbordado el umbral de tolerancia.

Vemos en G. la necesidad de búsqueda de una identidad, una identidad que no se tiene y que se busca en los demás. Sólo puede percibir a través del olfato. No sabe qué identidad tiene porque no huele a nada. Primero busca un olor propio y luego un perfume para someter a toda la humanidad.

Cabe mencionar también que G. muere en el medio del hedor del Cementerio de Paris. Sigue buscando la repetición identitaria incluso en el momento de la muerte.

Siendo en la muerte: máscara prestada y odio

La ejecución de G., uno de “los criminales más aborrecibles” fue una fiesta, casi un “bacanal”, mientras todos estaban enardecidos, idolatrándolo bajo el influjo de su perfume, el verdugo estaba temeroso y G estaba tranquilo, casi disfrutando.

Se señala en la novela:

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(…) El hombre que estaba en el lugar de la ejecución era la inocencia en persona. En aquel momento lo supieron todos.

(…) También Papon lo supo. Y sus puños, que aferraban la barra de hierro, temblaron. De repente sintió debilidad en sus fuertes brazos, flojedad en las rodillas y una angustia infantil en el corazón. No podría levantar aquella barra, jamás en toda su vida sería capaz de descargarla contra un hombrecillo inocente ¡oh, temía el momento en que lo subieran al cadalso! Se estremeció.

(…) El aire estaba lleno del olor dulzón del sudor voluptuoso y resonaba con los gritos, gruñidos y gemidos de diez mil animales humanos. Era infernal. Grenouille permanecía inmóvil y sonreía.

Tuvo una horrible sensación porque no podía disfrutar ni un segundo de. En el instante en que se apeó del carruaje y puso los pies en la soleada plaza, llevando el perfume que inspira amor en los hombres, el perfume en cuya elaboración había trabajado dos años, el perfume por cuya posesión había suspirado toda su vida (…) en aquel instante en que vio y olió su irresistible efecto y la rapidez con que, al difundirse, atraía. (…)

Surgió el primer afecto del que G. tuvo noción. Este era el odio hacia todos quienes lo enaltecían por el aroma, el aura que desprendía y que los espectadores percibían. Pero G. los aborreció porque sabía que ese perfume oficiaba como su máscara, una máscara que le era ajena, robada, que reafirmaba la sentencia que le preexistía: lo no humano de su origen.

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