Ambrose Bierce - Un Habitante de Carcosa Y Otros Relatos de Terror

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UN HABITANTE DE CARCOSA Y OTROS RELATOS DE TERROR Ambrose Bierce

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce Un Habitante De Carcosa Existen diversas clases de muerte. En algunas, el cuerpo perdura, en otras se des vanece por completo con el espritu. Esto solamente sucede, por lo general, en la soledad (tal es la voluntad de Dios), y, no habiendo visto nadie ese final, deci mos que el hombre se ha perdido para siempre o que ha partido para un largo viaj e, lo que es de hecho verdad. Pero, a veces, este hecho se produce en presencia de muchos, cuyo testimonio es la prueba. En una clase de muerte el espritu muere tambin, y se ha comprobado que puede suceder que el cuerpo contine vigoroso durant e muchos aos. Y a veces, como se ha testificado de forma irrefutable, el espritu m uere al mismo tiempo que el cuerpo, pero, segn algunos, resucita en el mismo luga r en que el cuerpo se corrompi. Meditando estas palabras de Hali (Dios le conceda la paz eterna), y preguntndome cul sera su sentido pleno, como aquel que posee ciertos indicios, pero duda si no habr algo ms detrs de lo que l ha discernido, no prest atencin al lugar donde me haba xtraviado, hasta que sent en la cara un viento helado que revivi en m la conciencia del paraje en que me hallaba. Observ con asombro que todo me resultaba ajeno. A mi alrededor se extenda una desolada y yerma llanura, cubierta de yerbas altas y marchitas que se agitaban y silbaban bajo la brisa del otoo, portadora de Dios sa be qu misterios e inquietudes. A largos intervalos, se erigan unas rocas de formas extraas y sombros colores que parecan tener un mutuo entendimiento e intercambiar miradas significativas, como si hubieran asomado la cabeza para observar la real izacin de un acontecimiento previsto. Aqu y all, algunos rboles secos parecan ser los jefes de esta malvola conspiracin de silenciosa expectativa. A pesar de la ausenc ia del sol, me pareci que el da deba estar muy avanzado, y aunque me di cuenta de q ue el aire era fro y hmedo, mi conciencia del hecho era ms mental que fsica; no expe rimentaba ninguna sensacin de molestia. Por encima del lgubre paisaje se cerna una bveda de nubes bajas y plomizas, suspendidas como una maldicin visible. En todo ha ba una amenaza y un presagio, un destello de maldad, un indicio de fatalidad. No haba ni un pjaro, ni un animal, ni un insecto. El viento suspiraba en las ramas de snudas de los rboles muertos, y la yerba gris se curvaba para susurrar a la tierr a secretos espantosos. Pero ningn otro ruido, ningn otro movimiento rompa la calma terrible de aquel funesto lugar. Observ en la yerba cierto nmero de piedras gastad as por la intemperie y evidentemente trabajadas con herramientas. Estaban rotas, cubiertas de musgo, y medio hundidas en la tierra. Algunas estaban derribadas, otras se inclinaban en ngulos diversos, pero ninguna estaba vertical. Sin duda al guna eran lpidas funerarias, aunque las tumbas propiamente dichas no existan ya en forma de tmulos ni depresiones en el suelo. Los aos lo haban nivelado todo. Disemi nados aqu y all, los bloques ms grandes marcaban

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el sitio donde algn sepulcro pomposo o soberbio haba lanzado su frgil desafo al olvi do. Estas reliquias, estos vestigios de la vanidad humana, estos monumentos de p iedad y afecto me parecan tan antiguos, tan deteriorados, tan gastados, tan manch ados, y el lugar tan descuidado y abandonado, que no pude ms que creerme el descu bridor del cementerio de una raza prehistrica de hombres cuyo nombre se haba extin guido haca muchsimos siglos. Sumido en estas reflexiones, permanec un tiempo sin pr estar atencin al encadenamiento de mis propias experiencias, pero despus de poco p ens: "Cmo llegu aqu?". Un momento de reflexin pareci proporcionarme la respuesta y exp icarme, aunque de forma inquietante, el extraordinario carcter con que mi imagina cin haba revertido todo cuanto vea y oa. Estaba enfermo. Recordaba ahora que un ataq ue de fiebre repentina me haba postrado en cama, que mi familia me haba contado cmo , en mis crisis de delirio, haba pedido aire y libertad, y cmo me haban mantenido a la fuerza en la cama para impedir que huyese. Elud vigilancia de mis cuidadores, y vagu hasta aqu para ir... adnde? No tena idea. Sin duda me encontraba a una distan cia considerable de la ciudad donde viva, la antigua y clebre ciudad de Carcosa. E n ninguna parte se oa ni se vea signo alguno de vida humana. No se vea ascender nin guna columna de humo, ni se escuchaba el ladrido de ningn perro guardin, ni el mug ido de ningn ganado, ni gritos de nios jugando; nada ms que ese cementerio lgubre, c on su atmsfera de misterio y de terror debida a mi cerebro trastornado. No estara a caso delirando nuevamente, aqu, lejos de todo auxilio humano? No sera todo eso una ilusin engendrada por mi locura? Llam a mis mujeres y a mis hijos, tend mis manos e n busca de las suyas, incluso camin entre las piedras ruinosas y la yerba marchit a. Un ruido detrs de m me hizo volver la cabeza. Un animal salvaje un lince se acerc aba. Me vino un pensamiento: "Si caigo aqu, en el desierto, si vuelve la fiebre y desfallezco, esta bestia me destrozar la garganta." Salt hacia l, gritando. Pas a u n palmo de m, trotando tranquilamente, y desapareci tras una roca. Un instante des pus, la cabeza de un hombre pareci brotar de la tierra un poco ms lejos. Ascenda por la pendiente ms lejana de una colina baja, cuya cresta apenas se distingua de la llanura. Pronto vi toda su silueta recortada sobre el fondo de nubes grises. Est aba medio desnudo, medio vestido con pieles de animales; tena los cabellos en des orden y una larga y andrajosa barba. En una mano llevaba un arco y flechas; en l a otra, una antorcha llameante con un largo rastro de humo. Caminaba lentamente y con precaucin, como si temiera caer en un sepulcro abierto, oculto por la alta yerba. Esta extraa aparicin me sorprendi, pero no me caus alarma. Me dirig hacia l par a interceptarlo hasta que lo tuve de frente; lo abord con el familiar saludo: Que D ios te guarde! No me prest la menor atencin, ni disminuy su ritmo. Buen extranjero pr osegu, estoy enfermo y perdido. Te ruego me indiques el camino a Carcosa. El hombr e enton un brbaro canto en una lengua desconocida, sigui caminando y desapareci.

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce Sobre la rama de un rbol seco un bho lanz un siniestro aullido y otro le contest a l o lejos. Al levantar los ojos vi a travs de una brusca fisura en las nubes a Alde barn y las Hadas. Todo sugera la noche: el lince, el hombre portando la antorcha, e l bho. Y, sin embargo, yo vea... vea incluso las estrellas en ausencia de la oscuri dad. Vea, pero evidentemente no poda ser visto ni escuchado. Qu espantoso sortilegio dominaba mi existencia? Me sent al pie de un gran rbol para reflexionar seriament e sobre lo que ms convendra hacer. Ya no tuve dudas de mi locura, pero an guardaba cierto resquemor acerca de esta conviccin. No tena ya rastro alguno de fiebre. Ms an , experimentaba una sensacin de alegra y de fuerza que me eran totalmente desconoc idas, una especie de exaltacin fsica y mental. Todos mis sentidos estaban alerta: el aire me pareca una sustancia pesada, y poda or el silencio. La gruesa raz del rbol gigante (contra el cual yo me apoyaba) abrazaba y oprima una losa de piedra que emerga parcialmente por el hueco que dejaba otra raz. As, la piedra se encontraba a l abrigo de las inclemencias del tiempo, aunque estaba muy deteriorada. Sus aris tas estaban desgastadas; sus ngulos, rodos; su superficie, completamente desconcha da. En la tierra brillaban partculas de mica, vestigios de su desintegracin. Indud ablemente, esta piedra sealaba una sepultura de la cual el rbol haba brotado varios siglos antes. Las races hambrientas haban saqueado la tumba y aprisionado su lpida . Un brusco soplo de viento barri las hojas secas y las ramas acumuladas sobre la lpida. Distingu entonces las letras del bajorrelieve de su inscripcin, y me inclin a leerlas. Dios del cielo! Mi propio nombre...! La fecha de mi nacimiento...! y la f echa de mi muerte! Un rayo de sol ilumin completamente el costado del rbol, mientr as me pona en pie de un salto, lleno de terror. El sol naca en el rosado oriente. Yo estaba en pie, entre su enorme disco rojo y el rbol, pero no proyectaba sombra alguna sobre el tronco! Un coro de lobos aulladores salud al alba. Los vi sentado s sobre sus cuartos traseros, solos y en grupos, en la cima de los montculos y de los tmulos irregulares que llenaban a medias el desierto panorama que se prolong aba hasta el horizonte. Entonces me di cuenta de que eran las ruinas de la antig ua y clebre ciudad de Carcosa. * * * Tales son los hechos que comunic el espritu de Hoseib Alar Robardin al mdium Bayrolles.

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce La Ventana Entablada En 1830, hasta slo unos kilmetros de lo que es ahora la importante ciudad de Cinci nnati, haba un bosque inmenso y casi continuo. Toda la regin estaba poblada, escas amente, por gentes de la frontera: almas inquietas que tan pronto haban levantado con leos del bosque casas bastante habitables y alcanzado ese grado de prosperid ad que hoy llamaramos indigencia, impelidas por algn impulso misterioso de su natu raleza lo abandonaban todo y seguan avanzando hacia el oeste para enfrentarse a n uevos peligros y privaciones en el intento de recuperar las escasas comodidades a las que haban renunciado voluntariamente. Muchos de ellos haban abandonado ya es a regin buscando asentamientos mas remotos, pero entre los que quedaban estaba un o de los que fueron primeros en llegar. Viva solo en una cabaa de leos rodeado por todas partes por el gran bosque, de cuyo silencio y tinieblas pareca formar parte , pues nadie saba que hubiera sonredo nunca ni hubiera pronunciado una palabra inn ecesaria. Sus necesidades simples las obtena mediante la venta o trueque de piele s de animales salvajes en la ciudad del ro, pues no creca nada en aquella tierra q ue, si hubiera sido necesario, habra reivindicado por un derecho de propiedad ind isputable. S haba algunas pruebas de mejoras: unos cuantos acres de tierra situados inmediatamente al lado de la casa haban sido talados en otro tiempo, y los tocone s podridos se encontraban medio ocultos por los rboles nuevos a los que se les ha ba permitido reparar la desolacin producida con el hacha. Evidentemente, el deseo agrcola de aquel hombre haba ardido con una llama vacilante y expir entre cenizas p enitenciales. La pequea cabaa de leos, con la chimenea de palos, el techo de tabler os combados que se mantenan en su sitio gracias a unos palos atravesados, con las grietas tapadas con arcilla, slo tena una puerta y, directamente en la pared de e nfrente, una ventana. Sin embargo esta ltima estaba tapada con tablones, sin que nadie se acordara del tiempo en que no fue as. Nadie saba tampoco por qu estaba tan cerrada; ciertamente no porque a su ocupante le desagradara la luz y el aire, p ues en las raras ocasiones en que un cazador haba pasado por aquel solitario luga r, normalmente haba visto al propietario tomando el sol en los escalones de entra da, si el cielo haba tenido a bien satisfacer sus necesidades de luz solar. Creo que hoy viven pocas personas que hayan conocido el secreto de esa ventana, pero como ver el lector, yo soy una de ellas. Se deca que aquel hombre se llamaba Murlo ck. Pareca tener unos setenta aos, aunque en realidad slo eran cincuenta. Algo ms qu e el paso del tiempo haba colaborado en su envejecimiento. Su cabello y su barba larga y tupida eran blancos; los ojos, grises y carentes de brillo, estaban hund idos; el rostro pareca singularmente cosido por arrugas que daban la impresin de p ertenecer a dos sistemas en interseccin. Su figura era alta y enjuta, con cierta inclinacin de hombros: la de un porteador de cargas. Nunca le vi; estas noticias las supe por mi abuelo, a quien debo tambin la historia de aquel hombre, que me c ont cuando yo era un muchacho. Le haba conocido en aquellos tiempos lejanos porque

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce viva cerca de l. Un da encontraron muerto a Murlock en su cabaa. No eran tiempos ni lugares para jueces y peridicos, por lo que supongo que se acord que haba muerto po r causa natural, pues si no hubiera sido as se habra comentado y yo lo recordara. Sl o s que con cierto sentimiento de lo que es apropiado enterraron el cadver cerca d e la cabaa, junto a la tumba de su esposa, que le haba precedido haca ya tantos aos que en la tradicin local apenas se haba conservado algn indicio de su existencia. C on eso se cierra el ltimo captulo de esta historia autntica: salvo, ciertamente, la circunstancia de que muchos aos despus, en compaa de otro espritu igualmente intrpido , penetr en la regin y llegu a aventurarme lo bastante cerca de la cabaa en ruinas p ara arrojar una piedra contra ella y escapar corriendo para evitar al fantasma q ue, como saban todos los muchachos bien informados de los alrededores, habitaba e n aquel lugar. Pero hay un captulo anterior que me proporcion mi abuelo. Cuando Mu rlock construy la cabaa y empez a trabajar con el hacha para crear una granja entre tanto el rifle era su medio de apoyo, era joven, fuerte y lleno de esperanzas. En el condado ms oriental de donde proceda se haba casado, tal como era habitual, con una mujer joven que en todos los aspectos era merecedora de su honesta devocin, pues comparti los peligros y las privaciones del destino de Murlock con voluntari oso espritu y corazn alegre. En ninguna parte est anotado el nombre de ella; de los encantos de su mente y su persona la tradicin guarda silencio, y el que dude est en libertad para mantener sus dudas, pero Dios me prohibira que yo las compartiera ! Cada da que vivi como viudo sirve de prueba del afecto y la felicidad que les una , pues qu otra cosa, sino el magnetismo de un recuerdo bendito, podra haber encaden ado a un destino semejante a un espritu aventurero como aqul? Un da, cuando Murlock regresaba de cazar en una zona distante del bosque, encontr a su esposa postrada por la fiebre y delirando. No haba mdico a muchos kilmetros, ni vecino alguno; tam poco se encontraba ella en unas condiciones que permitieran dejarla sola para ir a buscar ayuda. As que se dispuso a alimentarla para que recuperara la salud, pe ro al final del tercer da ella qued inconsciente y despus muri, sin que por lo visto volviera a recuperar la razn. Por lo que sabemos de una naturaleza como la de Mu rlock, podemos atrevernos a esbozar algunos detalles del cuadro perfilado por mi abuelo. Cuando se convenci de que estaba muerta, Murlock tena todava el suficiente sentido como para recordar que a los muertos hay que prepararlos para el enterr amiento. En la ejecucin de ese deber sagrado tropez de vez en cuando, realiz alguna s cosas incorrectamente, y otras, que hizo correctamente, las repiti una y otra v ez. Sus ocasionales fracasos en el intento de ejecutar un acto simple y ordinari o le llenaron de asombro, como el de un hombre embriagado que se sorprende de la suspensin de las leyes naturales familiares. Tambin l se sorprendi de no llorar: se sinti sorprendido y un poco avergonzado; seguramente es poco amable no llorar po r los muertos. Maana tendr que hacer el atad y cavar la tumba dijo en voz alta. Entonc es la echar de menos, cuando ya no pueda verla nunca, pero ahora... est muerta, cl aro que s, pero todo est bien... Debe estar todo bien, de alguna manera. Las cosas no pueden ser

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce tan malas como parecen. Permaneci en pie junto al cadver bajo la luz menguante, ar reglndole el pelo y dando los ltimos toques a ese simple aseo, hacindolo todo mecnic amente, sin poner el alma en ello. Pero por su conciencia transitaba una corrien te subterrnea de conviccin de que todo estaba bien; de que volvera a tenerla como a ntes, y todo quedara explicado. No tena experiencia en la pena; el uso no haba hech o crecer su capacidad a ese respecto. Su corazn no poda contenerlo todo, ni su ima ginacin concebirlo correctamente. No saba que haba sido golpeado duramente; ese con ocimiento vendra ms tarde, para no irse nunca. La pena es una artista de facultade s tan variadas como los instrumentos con los que toca sus endechas funerarias, e vocando en algunos las notas ms agudas, en otros los acordes bajos y graves que p alpitan recurrentemente, como el batir lento de un tambor distante. Sobresalta a algunas naturalezas; adormece a otras. Para algunos es como el golpe de una fle cha que abre la sensibilidad a lo fnebre de la vida; para otros como un mazazo qu e al golpear adormece. Podemos entender que Murlock se hubiera visto afectado de esa manera, pues en cuanto hubo terminado su piadoso trabajo (y aqu nos movemos en campos ms seguros que el de la simple conjetura), dejndose caer en una silla al lado de la mesa sobre la que estaba el cuerpo, y observando lo blanco que era e l perfil del cadver en la creciente oscuridad, apoy los brazos en el borde de la m esa y dej caer el rostro sobre ellos, todava sin lgrimas, pero indeciblemente fatig ado. En ese momento entr por la ventana abierta un sonido prolongado y gimiente, c omo el llanto de un nio perdido en las profundidades de un bosque oscuro! Pero no se movi. Otra vez, aunque ms cerca que antes, son en sus sentidos ese grito ultrat erreno. Quizs fuera un animal salvaje; o quizs un sueo: pues Murlock estaba dormido . Unas horas ms tarde, como se supo despus, aquel vigilante poco cumplidor despert, levant la cabeza que tena apoyada en los brazos y escuch atentamente, aunque no sa ba qu. En la negra oscuridad, al lado del cadver, recordndolo todo sin sobresaltarse , forz sus ojos para ver, pero no saba qu. Todos sus sentidos estaban alerta, la re spiracin suspendida, la sangre haba aquietado su movimiento como para ayudar al si lencio. Quin, qu le haba despertado, y dnde estaba? De pronto la mesa se agit bajo sus brazos, y en ese momento oy, o crey or, un paso ligero y suave... y otro ms... sonab a como si unos pies descalzos caminaran sobre el suelo! Estaba tan aterrado que no poda gritar ni moverse. Se vio obligado a esperar, a esperar all en la oscurida d durante lo que le parecieron siglos, conociendo el mximo terror que un hombre p uede conocer, y vivir para contarlo. Intent vanamente pronunciar el nombre de su esposa muerta, estirar vanamente su mano a travs de la mesa para saber si ella es taba all. Pero su garganta se haba quedado impotente y sus brazos y manos le pesab an como si fueran de plomo. Sucedi entonces algo aterrador. Un cuerpo pesado debi lanzarse contra la mesa con tal impulso que la levant contra el pecho del hombre y lleg casi a derribarle, y en ese mismo instante oy y sinti la cada de algo en el s uelo con un golpetazo tan violento que el impacto sacudi la casa entera. Se produ jo despus una refriega y una confusin de sonidos imposible de describir. Murlock s e haba puesto en pie. Por el exceso de miedo, haba perdido el control de sus facul tades. Lanz las manos

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce sobre la mesa y no encontr nada all. Hay un punto en el que el terror puede conver tirse en locura; y la locura incita a la accin. Sin ninguna intencin definida, sin ms motivo que el impulso inexplicable de un loco, Murlock salt hacia la pared, ta nteando un poco cogi el rifle cargado y dispar sin apuntar. Cuando el destello ilu min vivamente la habitacin, vio una pantera enorme que arrastraba a la mujer muert a hacia la ventana, con los colmillos clavados en su garganta. Se produjo entonc es una oscuridad mayor todava que la anterior, y silencio; cuando recuper la conci encia el sol estaba alto y en el bosque se escuchaba el canto de los pjaros. El c adver yaca cerca de la ventana, donde lo haba dejado la pantera cuando se asust por el destello y el sonido del rifle. Tena las ropas arrancadas, los largos cabellos en desorden, los miembros extendidos de cualquier manera. De la garganta, terri blemente herida, haba brotado un chorro de sangre que form un charco que todava no haba terminado de coagularse. La cinta con la que l le haba atado las muecas estaba rota; las manos, apretadas. Entre los dientes tena un fragmento de la oreja del a nimal.

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce El Secreto Del Barranco De Macarger Al noroeste de Indian Hill, a unas nueve millas en lnea recta, se encuentra el ba rranco de Macarger. No tiene mucho de barranco, pues se trata de una mera depres in entre dos sierras boscosas de una altura considerable. Desde la boca hasta la cabecera, porque los barrancos, como los ros, tienen una anatoma propia, la distan cia no es superior a las dos millas, y la anchura en el fondo slo rebasa en un pu nto las doce yardas; durante la mayor parte del recorrido, a ambos lados del peq ueo arroyo que fluye por l en invierno y se seca al llegar la primavera, no hay te rreno llano. Las escarpadas laderas de las colinas, cubiertas por una vegetacin c asi impenetrable de manzanita y chamiso, no tienen otra separacin que la de la an chura del curso del ro. Nadie, a no ser un ocasional cazador intrpido de los conto rnos, se aventura a meterse en el barranco de Macarger que, cinco millas ms adela nte, no se sabe ni qu nombre tiene. En esa zona, y en cualquier direccin, hay much os ms accidentes topogrficos notables que no tienen nombre y resultara vano intenta r descubrir, preguntando a los lugareos, el origen del nombre de ste. A medio cami no entre la cabecera y la desembocadura del barranco de Macarger, la colina de l a derecha segn se asciende est surcada por otro barranco, corto y seco, y donde am bos se unen hay un espacio llano de unos dos o tres acres, en el que hace unos c uantos aos haba un viejo albergue con una sola habitacin. Cmo haban sido reunidos los materiales de aquella casa, pocos y simples como eran, en aquel lugar casi inac cesible, es un enigma en cuya solucin habra ms de satisfaccin que de beneficio. Posi blemente el lecho del arroyo sea un camino en desuso. Es seguro que el barranco fue explorado en otra poca con bastante minuciosidad por mineros, que debieron de conocer algn medio de entrar, al menos, con animales de carga para transportar l as herramientas y los vveres. Al parecer, sus beneficios no fueron suficientes pa ra justificar una inversin considerable y enlazar el barranco de Macarger con cua lquier centro civilizado que disfrutara del honor de tener un aserradero. La cas a, sin embargo, estaba all; la mayor parte de ella. Le faltaba la puerta y el mar co de una ventana, y la chimenea de barro y piedras se haba convertido en un rime ro desagradable sobre el que creca una espesa maleza. El humilde mobiliario que p udiera haber habido y la mayor parte de la baja techumbre de madera haba servido como combustible en los fuegos de campamento de los cazadores; cosa que tambin de bi de ocurrirle a la cubierta del viejo pozo que, en la poca de la que escribo, se abra all bajo la forma de un hoyo cercano, no muy profundo pero bastante ancho. U na tarde de verano, en 1874, siguiendo el lecho seco del arroyo, llegu al barranc o de Macarger a travs del estrecho valle en el que desemboca. Iba cazando codorni ces y llevaba ya unas doce en la bolsa cuando me top con la casa descrita, cuya e xistencia ignoraba hasta entonces. Despus de inspeccionar las ruinas con bastante atencin, reanud mi actividad cinegtica y, como quiera que tuve un gran xito, la pro longu hasta casi el anochecer, momento en que me di cuenta de que me encontraba m uy lejos de

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cualquier lugar habitado, y demasiado lejos como para llegar a uno antes de que cayera la noche. Pero en el zurrn llevaba comida y la casa podra proporcionarme re fugio, si es que era eso lo que necesitaba en una noche clida y seca en las estri baciones de Sierra Nevada, donde se puede dormir cmodamente al raso sobre un lech o de agujas de pino. Tengo tendencia a la soledad y me encanta la noche; por eso mi proposicin de dormir al aire libre fue pronto aceptada, y cuando la noche se ech encima yo ya tena mi cama hecha con ramas y briznas de hierba en una esquina d e la habitacin y asaba una codorniz en el fuego que haba encendido en el hogar. El humo sala por la ruinosa chimenea, la luz iluminaba la habitacin con su agradable resplandor y, mientras consuma mi sencilla comida a base de ave sin mas aderezos y beba lo que quedaba de una botella de vino tinto que durante toda la tarde haba sustituido al agua de la que careca la regin, experiment una sensacin de bienestar que alojamientos y comidas mejores no siempre producen. Sin embargo, faltaba alg o. Tena sensacin de bienestar, pero no de seguridad. Me descubr a m mismo mirando a la entrada abierta y a la ventana sin marco con ms frecuencia de lo que sera justi ficable. Fuera de estas aberturas todo estaba oscuro, por lo que fui incapaz de reprimir un cierto sentimiento de aprensin mientras mi fantasa se haca una imagen d el mundo exterior y la llenaba de entidades poco amistosas, naturales y sobrenat urales, entre las cuales destacaban, en los apartados respectivos, el oso pardo, del que yo saba que todava se vea de vez en cuando por la regin, y el fantasma, del que tena razones para pensar que no era as. Desgraciadamente, nuestros sentimient os no siempre respetan la ley de las probabilidades, y aquella noche lo posible y lo imposible resultaban para m igualmente inquietantes. Todo aquel que haya ten ido experiencias similares debe de haber observado que uno se enfrenta a los pel igros reales e imaginarios de la noche con mucho menos reparo al aire libre que en una casa sin puerta. Eso fue lo que sent mientras yaca sobre mi frondoso canap e n una esquina de la habitacin, junto a la chimenea, en la que el fuego se iba ext inguiendo. Tan fuerte lleg a ser la sensacin de la presencia de algo maligno y ame nazador en aquel lugar que me di cuenta de que era incapaz de apartar la vista d e la entrada, que en aquella profunda oscuridad era cada vez menos visible. Cuan do la ltima llama produjo un chispazo y se apag, agarr la escopeta que haba dejado a mi lado y dirig el can hacia la entrada ya imperceptible, con el pulgar en uno de los percutores, dispuesto a cargar el arma, la respiracin contenida y los msculos tensos y rgidos. Pero al cabo de un rato dej el arma con un sentimiento de vergenza y mortificacin. De qu tena miedo? Y por qu? Yo, para quien la noche haba sido un rost o ms familiar que el de ningn hombre... Yo, en quien aquel elemento de supersticin h ereditaria del que nadie est completamente libre haba conferido a la soledad, a la oscuridad y al silencio un inters y un encanto de lo ms seductor! No poda comprend er mi desvaro y, olvidndome en mis conjeturas de la cosa conjeturada, me qued dormi do. Y entonces so. Me encontraba en una gran ciudad de un pas extranjero; una ciuda d cuyos

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce habitantes pertenecan a mi misma raza, con pequeas diferencias en el habla y en el vestir. En qu consistan exactamente esas diferencias era algo que no poda precisar ; mi sensacin de ellas no era clara. La ciudad estaba dominada por un castillo en orme sobre un promontorio elevado cuyo nombre saba, pero era incapaz de pronuncia r. Recorr muchas calles, unas anchas y rectas, con construcciones altas y moderna s; otras estrechas, oscuras y tortuosas, con viejas casas pintorescas de tejados a dos aguas, cuyas plantas superiores, decoradas profusamente con grabados en m adera y piedra, sobresalan hasta casi encontrarse por encima de mi cabeza. Buscab a a alguien a quien nunca haba visto, aunque saba que cuando le encontrara le reco nocera. Mi bsqueda no era casual y sin objeto. Tena un mtodo. Iba de una calle a otr a sin dudarlo y consegua abrirme paso por un laberinto de intrincados callejones, sin temor a perderme. De repente me detuve ante una puerta baja de una sencilla casa de piedra que podra haber sido la vivienda de un artesano de los mejores y entr sin anunciarme. En la estancia, amueblada de un modo bastante modesto e ilum inada por una sola ventana con pequeos cristales en forma de diamante, no haba ms q ue dos personas: un hombre y una mujer. No se dieron cuenta de mi presencia, cir cunstancia que, como suele ocurrir en los sueos, pareca completamente natural. No conversaban; estaban sentados lejos el uno del otro, con aire taciturno y sin ha cer nada. La mujer era joven y muy corpulenta, con hermosos ojos grandes y una c ierta belleza solemne. El recuerdo de su expresin permanece extraordinariamente v ivo en m, pero en los sueos uno no observa los detalles de los rostros. Sobre los hombros llevaba un chal a cuadros. El hombre era mayor, moreno, con un rostro de maldad que resultaba an ms lgubre debido a una gran cicatriz que se extenda diagona lmente desde la sien izquierda hasta el bigote negro. Aunque en mi sueo daba la i mpresin de que, ms que pertenecer a la cara, la rondaba como algo independiente (n o s expresarlo de otra manera). En el momento que vi a aquel hombre y a aquella m ujer supe que eran marido y mujer. No recuerdo con claridad lo que ocurri despus; todo resultaba confuso e inconsistente, debido, creo, a un atisbo de consciencia . Era como si dos imgenes, la escena del sueo y mi verdadero entorno, se hubieran mezclado, una incrustada en el otro, hasta que la primera fue desdibujndose, desa pareci, y me encontr completamente despierto en la habitacin vaca, tranquilo y absol utamente consciente de mi situacin. Mi estpido miedo haba desaparecido y, cuando ab r los ojos, vi que el fuego, que no estaba apagado del todo, se haba reavivado al caer una rama e iluminaba de nuevo la habitacin. Deba de haber dormido slo unos min utos, pero aquella pesadilla sin importancia me haba impresionado tan vivamente q ue ya no tena sueo. Al cabo de un rato, me levant, aviv el fuego y, tras encender un a pipa, proced a meditar sobre mi visin de un modo tremendamente metdico y absurdo. Me habra dejado entonces perplejo tener que explicar en qu sentido era digna de a tencin. En el primer momento de anlisis serio que dediqu al asunto, reconoc en Edimb urgo la ciudad de mi sueo, ciudad en la que nunca haba estado; por tanto, si el su eo era un recuerdo, lo era de imgenes y descripciones. Tal reconocimiento me impre sion bastante; era como si hubiera algo en mi mente que insistiera de un modo

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce rebelde, contra la razn y la voluntad, en la importancia de todo esto. Y aquella facultad, fuera la que fuese, aseguraba adems un control de mi discurso. Claro dije en voz alta, de modo involuntario, los MacGregor deben de proceder de Edimburgo. En aquel momento, ni la esencia de aquel comentario, ni el hecho de haberlo hec ho, me sorprendi lo ms mnimo. Me pareci completamente normal que yo conociera el nom bre de mis compaeros de sueo y algo de su historia. Pero pronto comprend el absurdo de todo aquello. Empec a rerme a carcajadas, vaci las cenizas de la pipa y me tumb de nuevo sobre el lecho de ramas y hierba, donde me qued absorto contemplando el dbil fuego, sin volver a pensar ni en el sueo ni en el entorno. De pronto, la nica llama que an quedaba se redujo por un momento y, elevndose de nuevo, se separ de la s ascuas y se extingui en el aire. La oscuridad se hizo absoluta. En ese instante , al menos eso me pareci antes de que el resplandor de la llama hubiera desaparec ido de mi vista, se produjo un sonido sordo y seco, como el de un cuerpo pesado al caer, que hizo temblar el suelo sobre el que descansaba. Me incorpor de golpe y tante en la oscuridad en busca de la escopeta; pens que alguna bestia salvaje ha bra entrado de un salto a travs de la ventana abierta. Mientras la endeble estruct ura segua temblando por el impacto, o un ruido de golpes, de pies que se arrastrab an por el suelo y, despus, como si lo tuviera ah al lado, el estremecedor grito de una mujer en agona mortal. Nunca haba odo ni concebido un grito tan espantoso. Me asust profundamente. Por un momento no fui consciente de otra cosa que de mi prop io terror. Por fortuna, mi mano haba encontrado el arma que estaba buscando y aqu el tacto familiar hizo que me restableciera. Me puse en pie de un.salto, entorna ndo los ojos para ver algo a travs de la oscuridad. Los violentos sonidos haban ce sado pero, lo que era an ms terrible, se oa, a intervalos ms o menos largos, el dbil jadeo intermitente de una criatura viva que agonizaba. Cuando mis ojos se acostu mbraron a la lnguida luz de los rescoldos, pude distinguir las formas de la puert a y de la ventana, ms negras que el negro de las paredes. Luego, la distincin entr e la pared y el suelo se hizo apreciable y por fin consegu captar los contornos y toda la extensin del suelo, de un extremo al otro de la habitacin. No se vea nada y el silencio era absoluto. Con una mano un tanto temblorosa y la otra agarrando todava la escopeta, aviv el fuego e hice un examen crtico de la situacin. No haba ra stro alguno de que la habitacin hubiera sido visitada. Sobre el polvo que cubra el suelo se podan ver mis propias huellas, pero ninguna otra. Encend de nuevo la pip a, me abastec de combustible partiendo un par de tablones delgados del interior d e la casa (no me atreva a salir a la oscuridad exterior) y pas el resto de la noch e fumando, pensando, y alimentando el fuego. Aunque me hubieran regalado aos de v ida, no habra permitido que aquel pequeo fuego se apagara de nuevo. Algunos aos ms t arde conoc en Sacramento a un hombre llamado Morgan, para quien llevaba una carta de presentacin de un amigo suyo de San Francisco. Una noche, mientras cenaba con l en su casa, observ varios trofeos en la pared que indicaban que era aficionado a la caza. Result que as era y, al relatar algunas de sus proezas, mencion

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haber estado en la regin donde haba tenido lugar mi aventura. Mr. Morgan le pregunt b ruscamente, conoce usted un lugar all arriba llamado el barranco de Macarger? S, y te ngo buenas razones para ello contest. Fui yo quien inform a la prensa, el ao pasado, del descubrimiento de un esqueleto all. No tena conocimiento de ello. La informacin , al parecer, haba sido publicada mientras yo estaba fuera, en el Este. Por cierto dijo Morgan, el nombre del barranco es una corrupcin; debera llamarse de MacGregor. Q uerida aadi dirigindose a su esposa, Mr. Elderson ha derramado su vino. Lo que no era del todo exacto. Sencillamente se me haba cado, con copa y todo. En otro tiempo hu bo una vieja choza en el barranco prosigui Morgan cuando el desastre acarreado por mi torpeza haba sido subsanado, pero precisamente antes de mi visita fue derribad a, o mejor dicho, desparramada, porque los escombros fueron diseminados por todo su alrededor; hasta las planchas del suelo estaban separadas. Entre dos travies as que todava quedaban en pie, mi compaero y yo encontramos los restos de un chal a cuadros y, al examinarlo, descubrimos que rodeaba los hombros de un cuerpo de mujer de la que apenas quedaban los huesos, cubiertos en parte por restos de rop a, y por la piel, seca y marrn. Pero le ahorraremos las descripciones a Mrs. Morg an aadi sonriendo. En verdad, la dama haba mostrado un gesto que era ms de repugnanci a que de compasin. Sin embargo continu, es necesario decir que el crneo apareci fractu ado por varios lugares, como si hubiera sido golpeado con un instrumento no muy afilado; y que el propio instrumento, una pequea piqueta con manchas de sangre, y aca bajo unos tablones cercanos. Mr. Morgan se volvi hacia su esposa. Perdona, quer ida dijo con afectacin solemne, por mencionar estos desagradables detalles, inciden tes naturales, aunque lamentables, de una discusin conyugal, consecuencia, sin du da, de una desafortunada insubordinacin de la esposa. Tendra que ser capaz de hacer lo repuso la dama con serenidad; me lo has pedido tantas veces y con esas mismas p alabras... Me dio la impresin de que estaba muy contento de continuar con su rela to. A raz de stas y de otras circunstancias seal, el juez dedujo que la difunta, Janet MacGregor, haba encontrado la muerte a causa de los golpes infligidos por alguna persona desconocida para el jurado; pero aadi que las pruebas apuntaban hacia la c ulpabilidad de su marido, Thomas MacGregor. Pero de l no se ha vuelto a saber ni a or nada. Se supo que la pareja proceda de Edimburgo, aunque no... Pero, querida, no te das cuenta de que hay agua en el plato de los huesos de Mr. Elderson? Yo h aba dejado un hueso de pollo en mi lavamanos. En un pequeo armario encontr una fotog rafa de MacGregor, pero ello no condujo a su captura. Me permite verla? pregunt. La f otografa mostraba a un hombre moreno con un rostro de maldad que resultaba an ms lgu bre debido a una gran cicatriz que se extenda, diagonalmente, desde la sien

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce izquierda hasta el bigote negro. A propsito, Mr. Elderson dijo mi amable anfitrin, pue do saber por qu me pregunt usted por el barranco de Macarger? Perd una mula cerca de all una vez contest, y ese infortunio me ha... me ha trastornado bastante. Querida di jo Mr. Morgan con la entonacin mecnica de un intrprete que traduce, la prdida de la m ula de Mr. Elderson le ha hecho servirse pimienta en el caf.

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce El Famoso Legado Gilson Lo de Gilson iba mal: tal era el juicio lacnico y fro, si bien no carente de simpa ta, de la mejor opinin pblica de Mammon Hill: el dictamen de la sociedad respetable . El veredicto del elemento opuesto, o mejor sera decir oponente el elemento que a cechaba con ojos enrojecidos e inquietos la ruina de Moll Gurney, mientras la resp etabilidad se tomaba el asunto ms dulcemente en el magnfico saln del seor Jo. Bentley ena a tener prcticamente los mismos efectos generales, aunque expresados con mayor adorno mediante la utilizacin de pintorescas palabrotas que es innecesario citar . Por lo que respecta a la cuestin Gilson, Mammon Hill era prcticamente una pia. Y debe confesarse que en un sentido meramente temporal no le iba todo bien al seor Gilson. Aquella misma maana haba sido conducido a la ciudad por el seor Brentshaw y acusado pblicamente de robar caballos; entretanto el sheriff estaba ocupado en E l rbol probando una nueva cuerda de camo mientras el carpintero Pete se afanaba act ivamente, entre trago y trago, en fabricar una caja de pino de la longitud y la anchura del seor Gilson. Una vez que la sociedad haba pronunciado su veredicto, en tre Gilson y la eternidad slo restaba la formalidad decente de un juicio. stos son , de manera breve y simple, los anales del prisionero: recientemente haba residid o en New Jerusalem, en la horquilla septentrional de Little Stony, pero haba acud ido a los recin descubiertos depsitos minerales de Mammon Hill inmediatamente ante s de la fiebre del oro que haba despoblado la poblacin anterior. El descubrimiento d e las nuevas excavaciones haba sido oportuno para el seor Gilson, pues muy poco an tes un comit de vigilancia de New Jerusalem le haba dado a entender que sera mejor que cambiara de vida y se fuera, para siempre, a algn otro lugar; y la lista de l os lugares a los que poda acudir sintindose a salvo no inclua muchos de los campame ntos anteriores, por lo que lgicamente se estableci en Mammon Hill. Como acab por s er seguido hasta all por sus jueces, orden su conducta con considerable circunspec cin, pero como no se saba que hubiera trabajado decentemente ni un solo da en algun a labor aprobada por el rgido cdigo moral local, aparte de jugar al pker, segua sien do objeto de la sospecha general. A decir verdad, se conjeturaba que haba sido el autor de las numerosas depredaciones osadas que se haban cometido recientemente en los diques de contencin utilizando una batea y un cepillo. El seor Brentshaw oc upaba un lugar destacado entre aquellos que haban cambiado las sospechas por una conviccin firme. En cualquier momento, resultara o no oportuno, el seor Brentshaw expresaba su creencia de que el seor Gilson estaba relacionado con aquellas impas aventuras de medianoche, aadiendo su voluntad de abrir caminos a los rayos del so l a travs del cuerpo de cualquiera que considerara adecuado expresar una opinin di ferente, lo que en su presencia procuraba no hacer ni siquiera la pacfica persona ms implicada en el tema. Pero con independencia de cul fuera la verdad del asunto , lo

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce cierto es que con frecuencia Gilson perda ms polvo de oro puro en la mesa de faro 1 de Jo. Bentley de lo que estaba registrado en la historia local que hubiera gana do nunca honestamente al pker durante toda la existencia del campamento. Pero fin almente el seor Bentley posiblemente porque tema perder el patronazgo ms provechoso del seor Brentshaw se neg en redondo a que Gilson cubriera con monedas la apuesta d e la reina, dando a entender al mismo tiempo, a su manera sincera y directa, que el privilegio de perder dinero en aquel banco era una bendicin que deba ir aparejad a a la condicin de una correccin comercial notoria y una buena fama social. Los ha bitantes de Hill consideraron que ya era el momento de ocuparse de una persona a la que el ciudadano ms honorable del lugar se haba visto obligado a rechazar aun a costa de un considerable sacrificio personal. Particularmente el contingente q ue proceda de New Jerusalem empez a mitigar su tolerancia, surgida por la diversin que les produca la metedura de pata que haban cometido al exiliar a un vecino de d udosa reputacin envindolo precisamente al mismo lugar al que ellos haban acabado po r llegar. Finalmente, todos los habitantes de Mammon Hill eran de la misma opinin . Tampoco es que se expresara as, pero el hecho de que Gilson deba ser ahorcado es taba en el ambiente. Pero en este momento decisivo de su historia, dio signos de h aber cambiado de vida, aunque no fuera de corazn. Quizs se debiera tan slo a que co mo el banco se haba cerrado para l, de nada le serva ya el polvo de oro. En cualquier caso, lo cierto es que los diques de contencin no volvieron a ser molestados. Pe ro era imposible reprimir la abundante energa de una naturaleza como la suya, por lo que prosigui, posiblemente por el hbito, los caminos tortuosos que ya haba reco rrido para beneficio del seor Bentley. Tras algunos intentos intiles de dedicarse al robo en los caminos si es posible utilizar un nombre tan duro para ese trabajo de carretera, hizo uno o dos modestos intentos en la conduccin de manadas de caba llos, y fue en mitad de una prometedora accin de este tipo, y precisamente cuando mejor le iban las cosas, cuando naufrag. Pues una neblinosa noche iluminada por la luna el seor Brentshaw se top con una persona que evidentemente tena intenciones de abandonar aquella parte del pas, sujet el ronzal que relacionaba la mueca del s eor Gilson con la yegua baya del seor Harper, le palme familiarmente la mejilla con el can de un revlver y le solicit el placer de que le acompaara en la direccin contra ria a la que iba viajando. Ciertamente, Gilson lo tena bastante mal. La maana post erior a su detencin fue juzgado, considerado culpable y sentenciado. Por lo que c oncierne a su vida en la tierra, slo restaba ahorcarle, reservando para una mencin ms particular su ltima voluntad y testamento, que con gran esfuerzo redact en la p risin, y en el que probablemente por alguna idea confusa e imperfecta acerca del derecho de sus captores, legaba todas sus posesiones a su ejecutor legal, el seor B rentshaw. Sin embargo, el legado inclua la condicin de que el heredero bajara de E l rbol el cuerpo del testatario y lo plantara en tierra. De manera que el seor Gilso n fue... iba a decir que fue abandonado a su balanceo, 1 El faro es un juego en el que los jugadores apostaban acerca de qu cartas levantara el crupier. (N. del T.)

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce pero me temo que ya he utilizado demasiados giros provincianos en esta relacin di recta de los hechos; adems, la forma en que la ley sigui su curso se describe con mayor precisin con los trminos que emple el juez al leer la sentencia: el seor Gilso n fue ahorcado. A su debido momento, el seor Brentshaw, algo conmovido quizs por el cumplido de la herencia, fue a El rbol para recoger el fruto. Cuando baj el cuerpo se encontr en el bolsillo del chaleco un codicilo debidamente firmado del testam ento que ya hemos citado. La naturaleza de sus provisiones explicaba el hecho de que as se hubiera ocultado, pues si el seor Brentshaw hubiera conocido previament e las condiciones por las que se hara cargo del legado Gilson, sin la menor duda habra rechazado la responsabilidad. De manera breve, el codicilo vena a decir lo s iguiente: Puesto que en diversos momentos y lugares determinadas personas afirma ron que durante su vida el testador les haba robado en sus diques de contencin; po r tanto, si durante los cinco aos siguientes a la fecha de este instrumento legal alguien presentara pruebas de tal afirmacin ante un tribunal, dicha persona reci bira como reparacin toda la herencia personal y real que el testador muerto se apr opi y posey, menos los gastos del tribunal y una compensacin establecida al ejecuto r legal, Henry Clay Brentshaw; proveyendo que, si ms de una persona presentaba es a prueba, la herencia se dividira a partes iguales entre ellos o con ellos. Pero en caso de que ninguno consiguiera stablecer as la culpa del testador, entonces la propiedad entera, menos los gastos de tribunal, tal como se mencionaron, ira a p arar al mencionado Henry Clay Brentshaw para su propio uso, tal como se estableca en el testamento. Quizs la sintaxis de este notable documento pueda ser objeto d e la crtica, pero el significado resultaba bastante claro. La ortografa no se conf ormaba a ningn sistema reconocido, pero por ser sobre todo fontica, no resultaba a mbigua. Tal como coment exactamente el juez testamentario, para ganar aquella apu esta se necesitaran cinco ases. El seor Brentshaw sonri de buen humor, y tras ejecu tar los ltimos y tristes ritos con divertida ostentacin, jur debidamente como ejecu tor y heredero condicional segn las provisiones de una ley apresuradamente aproba da (a instancias del miembro del distrito de Mammon Hill) por un cuerpo legislat ivo chistoso; la misma ley que, tal como se descubri ms tarde, haba creado tambin tr es o cuatro empleos lucrativos y autorizado los gastos de una considerable suma dinero pblico para construir un puente sobre la lnea frrea que quizs habra resultado ms ventajoso de haberse construido sobre alguna va real y existente. Evidentemente el seor Brentshaw no esperaba beneficiarse ni del testamento ni del litigio, com o consecuencia de sus inusuales provisiones; aunque Gilson haba tenido dinero en abundancia con frecuencia, los asesores y recaudadores fiscales haban procurado n o perder dinero con l. Pero una bsqueda descuidada y formal entre sus papeles puso al descubierto ttulos de propiedad de valiosas fincas en el este, y certificados de depsito de sumas increbles en bancos bastante menos escrupulosos que el del seo r Jo. Bentley. Estas sorprendentes noticias se conocieron inmediatamente, produc iendo gran excitacin en la zona. El Patriot de Mammon Hill, cuyo editor haba sido uno de los

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce principales instigadores del movimiento que oblig a Gilson a abandonar New Jerusa lem, public una nota necrolgica llena de cumplidos hacia el fallecido en la que ll amaba la atencin sobre el hecho de que su vil competidor, el Clarion de Squaw Gul ch, estaba convirtiendo la virtud en desprecio al ensuciar con lisonjas la memor ia de aquel al que en vida haba considerado como alguien molesto y vil. Sin embar go, el hecho es que sin dejarse intimidar por la prensa, los reclamantes del tes tamento no tardaron en presentarse con sus pruebas; y por grande que fuera el le gado Gilson, lleg a parecer claramente insignificante teniendo en cuenta el gran nmero de diques de contencin del que se aseguraba haba obtenido las riquezas. El pas entero se levant como un solo hombre! El seor Brentshaw estuvo a la altura de la s ituacin de emergencia. Con una astuta aplicacin de humildes dispositivos auxiliare s, levant enseguida sobre los huesos de su benefactor un monumento costoso que so bresala en altura sobre todos los otros del cementerio, y sobre l hizo juiciosamen te que se inscribiera un epitafio que l mismo haba compuesto y en el que elogiaba la honestidad, el espritu pblico y las virtudes afines de aquel que dorma debajo, vct ima de las injustas calumnias de la camada de vboras del Calumniador. Emple adems a los mejores talentos legales de la zona para defender la memoria de su desaparec ido amigo, por lo que durante cinco largos aos los tribunales territoriales se oc uparon de todos los litigios abundantes que se relacionaban con el legado Gilson . A los mejores hombres de leyes el seor Brentshaw opuso la capacidad de leguleyo s mejores todava; en la licitacin por los favores que podan comprarse, ofreca precio s que desorganizaron totalmente el mercado; los jueces encontraron en su mesa ho spitalaria entretenimiento para el hombre y el animal, como nunca antes lo haba h abido en el territorio; a los testigos falsos les enfrent con testigos de falseda d superior. Pero la batalla no se limit al templo de la ciega diosa, sino que inv adi la prensa, el plpito y las salas de estar. Produca furor en el mercado, en la b olsa y en la escuela; en los barrancos y en las esquinas de la ciudad. Y en el lt imo da del memorable perodo que limitaba la accin legal del testamento Gilson, el s ol se puso en una regin en la que el sentido moral haba muerto, la conciencia soci al se haba vuelto cruel, y la capacidad intelectual haba menguado y se haba debilit ado y confundido. Pero el seor Brentshaw gan en toda la lnea. Sucedi aquella noche q ue el cementerio en el que, en una de sus esquinas, yacan las cenizas ahora honra das del fallecido caballero Milton Gilson, qued parcialmente cubierto por el agua . Con la crecida provocada por las lluvias incesantes, el torrente Cat haba derra mado por encima de sus orillas una colrica inundacin que, tras socavar el suelo en mltiples lugares, haba remitido en parte, como por vergenza del sacrilegio, dejand o al descubierto mucho de lo que se haba ocultado piadosamente. Incluso el famoso monumento Gilson, orgullo y gloria de Mammon Hill, haba dejado de ser un vigoros o y erguido rechazo de la camada de vboras, haba sucumbido a la corriente que lo soc av y haba sido derribado. La macabra inundacin haba exhumado el pobre y podrido atad de pino, que yaca ahora expuesto a la luz en piadoso contraste con el pomposo mon olito que, como un signo gigantesco de admiracin, pona de relieve la revelacin. A e se deprimente lugar, atrado por una influencia sutil que no pretendi analizar ni

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce tampoco resistirse a ella, lleg el seor Brentshaw. Un seor Brentshaw ya cambiado. C inco aos de esfuerzo, ansiedad y vigilancia haban cubierto de parches grises sus c abellos negros, encorvado su hermosa figura, afilado su rostro, y convertido su g il modo de andar en un arrastrarse chocheante. Ese lustro de fiera lucha no haba afectado menos a su corazn e intelecto. El buen humor despreocupado que le haba im pulsado a aceptar el legado del muerto haba cedido ante un hbito de melancola const ante. Su intelecto firme y vigoroso haba madurado dando paso a la blandura mental de una segunda infancia. Su entendimiento amplio se haba estrechado hasta acomod arse a una sola idea; y en lugar de la incredulidad tranquila y cnica de tiempos anteriores, haba en l una fe obsesiva en lo sobrenatural que aleteaba en su alma s ombra como un murcilago que presagiara la locura. Confuso en todo lo dems, su enten dimiento se aferraba a una sola conviccin con la tenacidad de un intelecto hundid o. Esa conviccin era la creencia inquebrantable en la inocencia absoluta del fall ecido Gilson. Tantas veces lo haba jurado as en el tribunal y afirmado en conversa ciones privadas con tanta frecuencia haba sido tan triunfalmente establecido as por testimonios que su buen dinero le haban costado (pues ese mismo da haba pagado el l timo dlar del legado Gilson al seor Jo. Bentley, ltimo testigo del buen carcter de G ilson) que esa conviccin se haba convertido para l en una especie de fe religiosa. L e pareca la nica verdad bsica y decisiva de la vida: la nica verdad serena en un mun do de mentiras. Aquella noche, mientras estaba sentado y pensativo sobre el monu mento cado, tratando de descifrar bajo la dbil luz de la luna el epitafio que cinc o aos antes haba compuesto con una sonrisa que la memoria no haba registrado, las lg rimas del remordimiento brotaron de sus ojos al recordar que l haba sido el princi pal instrumento que provoc, mediante una falsa acusacin, la muerte de aquel buen h ombre; pues durante parte de los procedimientos legales, el seor Harper, por una consideracin (olvidada) haba jurado que en la pequea transaccin con su yegua baya el fallecido haba actuado en acuerdo estricto con sus deseos, que l mismo le haba com unicado confidencialmente al fallecido, el cual los haba ocultado fielmente a cos ta de su vida. Todo lo que el seor Brentshaw haba hecho desde entonces en favor de la memoria del muerto le pareca dolorosamente inadecuado: en su mayor parte medio cre, insignificante y degradado por el egosmo! Mientras estaba sentado all torturnd ose con esos lamentos intiles, una dbil sombra cruz por delante de sus ojos. Al lev antar la vista hacia la luna, que estaba a baja altura por el oeste, vio que la oscureca una especie de nube vaga y acuosa; pero al moverse los haces de luz ilum inaron uno de sus lados y percibi el perfil claro de una figura humana. La aparic in fue hacindose poco a poco ms visible; estaba muy cerca de l. Por sorprendidos que estuvieran sus sentidos, casi trabados por el terror y confundidos por terrible s imgenes, el seor Brentshaw no pudo evitar percibir, o pensar que perciba, que aqu ella forma ultraterrena tena una extraa similitud con la parte mortal del finado M ilton Gilson, con el aspecto que tena esa persona cuando fue bajada de El rbol cin co aos antes. La semejanza era en verdad completa, incluso para sus ojos fros, y e n el cuello tena una especie de crculo sombreado. No llevaba abrigo ni sombrero, e staba exactamente igual que Gilson cuando haba sido colocado en su pobre y barato atad por

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce las manos poco cuidadosas del carpintero Pete... por el que haca ya bastante tiem po que alguien haba realizado el mismo y amistoso oficio. El espectro, si era tal cosa, pareca llevar en las manos algo que el seor Brentshaw no poda descifrar clar amente. Se acerc ms, hasta que finalmente se detuvo al lado del atad que contena las cenizas del fallecido seor Gilson, cuya tapa estaba torcida y revelaba a medias su incierto interior. Inclinndose sobre l, el fantasma pareci lanzar en l una sustan cia oscura de dudosa consistencia que llevaba en un cuenco, para despus deslizars e furtivamente hacia la parte inferior del cementerio. All la inundacin haba trasla dado, al retirarse, varios atades abiertos, entre los que empez a emitir gorgoteos junto con sollozos y susurros. Inclinndose sobre uno de ellos, la aparicin cepill cuidadosamente su contenido sobre el cuenco, regres luego a su propio atad y vaci e n l el cuenco, lo mismo que antes. Repiti la misteriosa operacin en todos los atades que haban quedado abiertos, y a veces el fantasma meta el cuenco en el agua corri ente y lo agitaba suavemente para limpiarlo de la arcilla ms run, amontonando siem pre los residuos en su caja privada. En resumen, la parte inmortal del fallecido Milton Gilson estaba limpiando el polvo de sus vecinos y aadindolo previsoramente al suyo. Quizs fuera el fantasma de una mente trastornada en un cuerpo enfebreci do. Quizs fuera una farsa solemne representada por los espritus burlones que puebl an las sombras que estn a la orilla del otro mundo. Dios lo sabr; a nosotros slo no s queda el conocimiento de que cuando el sol del siguiente da toc con su luz dorad a el cementerio en ruinas de Mammon Hill, el ms amable de sus rayos ilumin el rost ro inmvil y blanco de Henry Brentshaw, muerto entre los muertos.

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce El Amo De Moxon Lo dices en serio?... Realmente crees que una mquina puede pensar? No obtuve respues ta inmediata. Moxon estaba ocupado aparentemente con el fuego del hogar, revolvi endo con habilidad aqu y all con el atizador, como si toda su atencin estuviera cen trada en las brillantes llamas. Haca semanas que observaba en l un hbito creciente de demorar su respuesta, aun a las ms triviales y comunes preguntas. Su aire era, no obstante, ms de preocupacin que de deliberacin: se poda haber dicho que "tena alg o que le daba vueltas en la cabeza". Qu es una "mquina"? La palabra ha sido definida de muchas maneras. Aqu tienes la definicin de un diccionario popular: "Cualquier instrumento u organizacin por medio del cual se aplica y se hace efectiva la fuer za, o se produce un efecto deseado". Bien, entonces un hombre no es una mquina? Y debes admitir que l piensa... o piensa que piensa. Si no quieres responder mi preg unta dije irritado por qu no lo dices?... eso no es ms que eludir el tema. Sabes muy bien que cuando digo "mquina" no me refiero a un hombre, sino a algo que el hombr e fabrica y controla. Cuando no lo controla a l dijo, levantndose abruptamente y mir ando hacia afuera por la ventana, donde nada era visible en la oscura noche torm entosa. Un momento ms tarde se dio vuelta y agreg con una sonrisa. Disclpame, no des eaba evadir la pregunta. Considero al diccionario humano como un testimonio inco nsciente y sugestivo que aporta algo a la discusin. No puedo dar una respuesta di recta tan fcilmente; creo que una mquina piensa en el trabajo que est realizando. E sa era una respuesta suficientemente directa, por cierto. No completamente place ntera, pues tenda a confirmar la triste suposicin de que la devocin de Moxon al est udio y al trabajo en su taller mecnico no le haba sido beneficiosa. Saba, por otra fuente, que sufra de insomnio, y ese no es un mal agradable. Habra afectado su ment e? La respuesta a mi pregunta pareca evidenciar eso; quiz hoy yo hubiera pensado e n forma diferente. Pero entonces era joven, y entre los dones otorgados a la juv entud no est excluida la ignorancia. Excitado por el gran estmulo de la discusin, d ije: Y con qu discurre y piensa, en ausencia de cerebro? Su respuesta, que lleg ms o menos con la demora acostumbrada, utiliz una de sus tcnicas favoritas, ya que a su vez me pregunt: Con qu piensa una planta... en ausencia de cerebro? Ah, las plantas p ertenecen a la categora de los filsofos! Me gustara conocer algunas de sus conclusi ones; puedes omitir las premisas. Quiz contest, aparentemente poco afectado por mi i rona puedas inferir sus convicciones de sus actos. Usar el ejemplo familiar de la m imosa sensitiva, las muchas flores insectvoras y aquellas cuyo estambre se inclin a sacudiendo el polen sobre la abeja

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce que ha penetrado en ella, para que sta pueda fertilizar a sus consortes distantes . Pero observa esto. En un lugar despejado plant una enredadera. Cuando asomaba m uy poco a la superficie plant una estaca a un metro de distancia. La enredadera f ue en su busca de inmediato, pero cuando estaba por alcanzarla la saqu y la coloq u a unos treinta centmetros. La enredadera alter inmediatamente su curso, hizo un ng ulo agudo, y otra vez fue por la estaca. Repet esta maniobra varias veces, pero f inalmente, como descorazonada, abandon su bsqueda, ignor mis posteriores intentos d e distraccin y se dirigi a un rbol pequeo, bastante lejos, donde trep. Las races del e ucalipto se prolongan increblemente en busca de humedad. Un horticultor muy conoc ido cuenta que una de ellas penetr en un antiguo cao de desage y sigui por l hasta en contrar una rotura, donde la seccin del cao haba sido quitada para dejar lugar a un a pared de piedra construida a travs de su curso. La raz dej el desage y sigui la par ed hasta encontrar una abertura donde una piedra se haba desprendido. Rept a travs de ella y sigui por el otro lado de la pared retornando al desage, penetrando en l a parte inexplorada y reanudando su viaje. Y a qu viene todo esto? No comprendes su s ignificado? Muestra la conciencia de las plantas. Prueba que piensan. Aun as... qu e ntonces? Estamos hablando, no de plantas, sino de mquinas. Suelen estar compuesta s en parte de madera madera que no tiene ya vitalidad o slo de metal. Pensar es tamb in un atributo del reino mineral? Cmo puedes entonces explicar el fenmeno, por ejempl o, de la cristalizacin? No lo explico. Porque no puedes hacerlo sin afirmar lo que deseas negar, sobre todo la cooperacin inteligente entre los elementos constituti vos de los cristales. Cuando los soldados forman fila o hacen pozos cuadrados, l lamas a esto razn. Cuando los patos salvajes en vuelo forman la letra V lo llamas instinto. Cuando los tomos homogneos de un mineral, movindose libremente en una so lucin, se ordenan en formas matemticamente perfectas, o las partculas de humedad en las formas simtricas y hermosas del copo de nieve, no tienes nada que decir. Tod ava no has inventado un nombre que disimule tu heroica irracionalidad. Moxon esta ba hablando con una animacin inusual y gran seriedad. Al hacer una pausa escuch en el cuarto adyacente que conoca como su "taller mecnico", al que nadie salvo l entr aba, un singular ruido sordo, como si alguien aporreara una mesa con la mano abi erta. Moxon lo oy al mismo tiempo y, visiblemente agitado, se levant corriendo hac ia donde provena el ruido. Pens que era raro que alguien ms estuviera all, y el inte rs en mi amigo duplicado por un toque de curiosidad injustificada me hizo escuchar atentamente, y creo, soy feliz de decirlo, no por el ojo de la cerradura. Hubo r uidos confusos como de lucha o forcejeos; el piso se sacudi. O claramente un respi rar pesado y un susurro ronco que exclam: Maldito seas! Luego todo volvi al silencio , y al momento Moxon reapareci y dijo, con una semisonrisa de disculpa:

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Perdname por dejarte solo tan abruptamente. Tengo all una mquina que haba perdido la calma y rompa cosas. Fij los ojos sobre su mejilla izquierda que mostraba cuatro e xcoriaciones paralelas con rastros de sangre y dije: Cmo hace para cortarse las uas? Poda haberme guardado la broma; no pareci prestarle atencin, pero se sent en la sil la que haba abandonado y retom el monlogo interrumpido como si nada hubiera sucedid o. Sin duda no tienes que estar de acuerdo con los que (no necesito nombrrselos a un hombre de tu cultura) afirman que toda la materia es conciencia, que todo tomo es vida, sentimiento, ser consciente. Yo lo estoy. No existe nada muerto, mater ia inerte; todo est vivo; todo est imbuido de fuerza, en acto y potencia; todo lo sensible a las mismas fuerzas de su entorno y susceptible de contagiar a lo supe rior y a lo inferior reside en organismos tan superiores como puedan ser inducid os a entrar en relacin, como los de un hombre cuando est modelado por un instrumen to de voluntad. Absorbe algo de su inteligencia y propsitos... en proporcin a la c omplejidad de la mquina resultante y de como sta trabaje. "Recuerdas la definicin de "vida" de Herbert Spencer? La le hace treinta aos. Debe de haberla modificado ms t arde, eso creo, pero en todo este tiempo he sido incapaz de pensar una sola pala bra que pueda ser cambiada, agregada o sacada. Me parece no slo la mejor definicin sino la nica posible. "Vida dijo es una definitiva combinacin de cambios heterogneos , simultneos y sucesivos, en correspondencia con las coexistencias y sucesiones e xternas". Eso define al fenmeno dije pero no indica su causa. Eso replic es todo lo q cualquier definicin puede hacer. Tal como Mills seala, no sabemos nada de la causa excepto como antecedente... nada, en efecto, salvo un consecuente. Ciertos fenme nos nunca ocurren sin otros, de los que son dismiles: al primero, para abreviar, lo llamamos causa, al segundo, efecto. Quien haya visto a un conejo perseguido p or un perro y no haya visto jams conejos y perros por separado, puede llegar a cr eer que el conejo es la causa del perro. "Ah, creo que me desvo de la cuestin prin cipal prosigui Moxon con tono doctoral. Lo que deseo destacar es que en la definicin de la vida formulada por Spencer est incluida la actividad de una mquina; as, en e sa definicin todo puede aplicarse a la maquinaria. Segn aquel filsofo, si un hombre est vivo durante su perodo activo, tambin lo est una mquina mientras funciona. En mi calidad de inventor y fabricante de mquinas, afirmo que esto es absolutamente ci erto". Moxon qued silencioso y la pausa se prolong algn rato, en tanto l contemplaba el fuego de la chimenea de manera absorta. Se hizo tarde y quise marcharme, per o no me sedujo la idea de dejar a Moxon en aquella mansin aislada, totalmente sol o, excepto la presencia de alguien que yo no poda imaginar ni siquiera quin era, a unque a juzgar por el modo cmo trat a mi amigo en el taller, tena que ser un indivi duo altamente peligroso y animado de malas intenciones.

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Me inclin hacia Moxon y lo mir fijamente, al tiempo que indicaba la puerta del tal ler. Moxon indagu quin est ah dentro? Al ver que se echaba a rer, me sorprend lo i e. Nadie repuso, serenndose. El incidente que te inquieta fue provocado por mi descu ido al dejar en funcionamiento una mquina que no tena en qu ocuparse, mientras yo m e entregaba a la imposible labor de iluminarte sobre algunas verdades. Sabes, por ejemplo, que la Conciencia es hija del Ritmo? Oh, ya vuelve a salirse por la tan gente le reproch, levantndome y ponindome el abrigo. Buenas noches, Moxon. Espero que la mquina que dejaste funcionando por equivocacin lleve guantes la prxima vez que intentes pararla. Sin querer observar el efecto de mi indirecta, me march de la c asa. Llova an, y las tinieblas eran muy densas. Lejos, brillaban las luces de la c iudad. A mis espaldas, la nica claridad visible era la que surga de una ventana de la mansin de Moxon, que corresponda precisamente a su taller. Pens que mi amigo ha bra reanudado los estudios interrumpidos por mi visita. Por extraas que me parecie ran en aquella poca sus ideas, incluso cmicas, experimentaba la sensacin que se hal laban relacionadas de forma trgica con su vida y su carcter, y tal vez con su dest ino. S, casi me convenc de que sus ideas no eran las lucubraciones de una mente en fermiza, puesto que las expuso con lgica claridad. Record una y otra vez su ltima o bservacin: "La Conciencia es hija del Ritmo". Y cada vez hallaba en ella un signi ficado ms profundo y una nueva sugerencia. Sin duda alguna, constituan una base so bre la cual asentar una filosofa. Si la conciencia es producto del ritmo, todas l as cosas son conscientes puesto que todas tienen movimiento, y el movimiento sie mpre es rtmico. Me pregunt si Moxon comprenda el significado, el alcance de esta id ea, si se daba cuenta de la tremenda fuerza de aquella trascendental generalizac in. Habra llegado Moxon a su fe filosfica por la tortuosa senda de la observacin prcti ca? Aquella fe era nueva para m, y las afirmaciones de Moxon no lograron converti rme a su causa; mas de pronto tuve la impresin de que brillaba una luz muy intens a a mi alrededor, como la que se abati sobre Saulo de Tarso, y en medio de la sol edad y la tormenta, en medio de las tinieblas, experiment lo que Lewes denomina " la infinita variedad y excitacin del pensamiento filosfico". Aquel conocimiento ad quira para m nuevos sentidos, nuevas dimensiones. Me pareci que echaba a volar, com o si unas alas invisibles me levantaran del suelo y me impulsasen a travs del air e. Cediendo al impulso de conseguir ms informacin de aqul a quien reconoca como maes tro y gua, retroced y poco despus volv a estar frente a la puerta de la residencia d e Moxon. Estaba empapado por la lluvia pero no me senta incmodo. Mi excitacin me im peda encontrar el llamador e instintivamente prob la manija. sta gir y, entrando, su b las escaleras que llevaban a la habitacin que tan recientemente haba dejado. Todo

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estaba oscuro y silencioso; Moxon, tal como lo haba supuesto, estaba en el cuarto contiguo... el "taller mecnico". Me deslic a lo largo de la pared hasta encontrar la puerta de comunicacin y la golpe con fuerza varias veces, pero no obtuve respu esta, lo que atribu al ruido exterior, pues el viento estaba soplando muy fuerte y arrojaba cortinas de lluvia contra las delgadas paredes. El tamborileo sobre e l nico techo que cubra el cuarto sin revestimiento era intenso e incesante. Nunca haba sido invitado al taller mecnico... en realidad se me haba negado la entrada co mo a todos los dems, excepto una persona, un diestro operario en metales de quien no saba nada, excepto que su nombre era Haley y su hbito el silencio. Pero en mi exaltacin espiritual olvid la discrecin y los buenos modales y abr la puerta. Lo que vi expuls con rapidez todas las especulaciones filosficas. Moxon estaba sentado d e cara a m sobre el lado opuesto de una mesita con un candelero, que era toda la luz que haba en la habitacin. Frente a l, de espaldas a m, estaba sentada otra perso na. Sobre la mesa, entre los dos, haba un tablero de ajedrez; los hombres estaban jugando. Saba muy poco de ajedrez pero por las pocas piezas que permanecan sobre el tablero era obvio que el juego estaba por concluir. Moxon estaba totalmente i nteresado... no tanto, eso me pareci, en el juego sino en su antagonista, sobre e l cual haba fijado de tal manera la vista que, parado donde estaba, en la lnea dir ecta de su visin, permaneca sin embargo inobservado. Su cara tena un blanco fantasm al y sus ojos brillaban como diamantes. A su antagonista slo lo vea de atrs, pero e ra suficiente, no tuve inters en ver su cara. Aparentemente no tena ms de un metro y medio de estatura, con proporciones que recordaban al gorila... ancho de hombr os, grueso y corto cuello y una gran cabeza cuadrada con una maraa de pelo negro que coronaba un fez carmes. Una tnica del mismo color, ligeramente sujeta a la cin tura, caa hasta el asiento aparentemente un cajn sobre el cual se sentaba; no se le vean las piernas ni los pies. El brazo izquierdo pareca descansar sobre la falda; mova las piezas con la mano derecha, que pareca desproporcionadamente grande. Yo h aba retrocedido un poco y ahora estaba parado a un lado y junto a la puerta, en l as sombras. Si Moxon hubiera observado algo ms que la cara de su oponente no hubi era visto otra cosa que la puerta abierta. Algo me impidi entrar o retirarme, la sensacin no s cmo lleg a m de que estaba presenciando una tragedia inminente y que pod ayudar a mi amigo permaneciendo donde estaba. Apenas tuve una rebelin consciente contra la poca delicadeza de lo que estaba haciendo. El juego fue rpido. Moxon ap enas miraba el tablero al hacer sus movimientos y, para mi ojo inexperto, pareca mover las piezas ms cercanas a su mano. Su movimiento al hacerlo era rpido, nervio so y falto de precisin. La respuesta de su antagonista, igualmente pronta en la i niciacin, continuaba con un lento, uniforme, mecnico y, pens, casi teatral movimien to del brazo, que era una dolorosa prueba para mi paciencia. Haba algo aterrador en todo eso, y comenc a temblar. Pero lo cierto es que estaba mojado y aterido. D os o tres veces despus de mover una pieza, el extrao inclinaba ligeramente la cabe za, y cada vez que lo haca observ que Moxon desviaba su rey. Al momento tuve la

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce idea de que el hombre era mudo. Entonces era una mquina... un jugador de ajedrez a utmata! Record que una vez Moxon me haba contado que haba inventado un mecanismo de ese tipo, pero yo no haba comprendido que ya lo haba construido. As que toda su char la sobre la conciencia y la inteligencia de las mquinas era slo un mero preludio p ara la exhibicin eventual de este artefacto... un truco para intensificar el efec to de su accin mecnica sobre mi ignorancia de su existencia? Buen fin ste para mis transportes intelectuales... la infinita variedad y excitacin del pensamiento filo sfico! Estaba a punto de retirarme con disgusto cuando ocurri algo que atrap mi ate ncin. Observ un encogimiento en los grandes hombros de la criatura, como si estuvi era irritada: tan natural era tan enteramente humano que mi nueva visin del asunto me hizo sobresaltar. No fue solamente esto, un momento ms tarde golpe la mesa abru ptamente con su puo. Este gesto pareci sobresaltar a Moxon ms que a m: empuj la silla un poco hacia atrs, como alarmado. En ese momento Moxon, que deba jugar, levant la mano sobre el tablero y la lanz sobre una de sus piezas, como un gaviln sobre su presa, exclamando "jaque mate". Se puso de pie con rapidez y se par detrs de la si lla. El autmata permaneci inmvil en su lugar. El viento haba cesado, pero escuchaba, a intervalos decrecientes, la vibracin y el retumbar cada vez ms fuerte de la tor menta. En una de esas pausas comenc a or un dbil zumbido o susurro que, tal como la tormenta, se haca por momentos ms fuerte y ntido. Pareca provenir del cuerpo del au tmata, y era un inequvoco rumor de ruedas girando. Me dio la impresin de un mecanis mo desordenado que haba escapado a la accin represiva y reguladora de su mecanismo de control... como si un retn se hubiera zafado de su engranaje. Pero antes de q ue hubiera tenido tiempo para esbozar otras conjeturas sobre su origen mi atencin se vio atrapada por un movimiento extrao del autmata. Una convulsin dbil pero conti nua pareci haberse posesionado de l. El cuerpo y la cabeza se sacudan como si fuera un hombre con perlesa o fro intenso y el movimiento fue aumentando a cada instant e hasta que la figura entera se agit con violencia. Salt sbitamente sobre los pies y con un movimiento tan rpido que fue difcil seguir con los ojos se lanz sobre la m esa y la silla, con los dos brazos extendidos por completo... la postura de un n adador antes de zambullirse. Moxon trat de retroceder fuera de su alcance pero lo hizo con demasiada lentitud: vi las horribles manos de la criatura cerrarse sob re su garganta, y sus manos aferradas a las muecas metlicas. Cuando la mesa se dio vuelta la vela cay al piso y se apag, y todo fue oscuridad. Pero el ruido de luch a era espantosamente ntido, y lo ms terrible de todo eran los roncos, chirriantes sonidos emitidos por un hombre estrangulado que intentaba respirar. Guiado por e l infernal alboroto me lanc al rescate de mi amigo, pero es muy difcil avanzar rpid amente en la oscuridad; de golpe todo el cuarto se ilumin con un enceguecedor res plandor blanco que fij en mi cerebro y mi corazn la vvida imagen de los combatiente s en el piso, Moxon abajo, su garganta an bajo las garras de esas manos de hierro , con la cabeza forzada hacia atrs, los ojos desorbitados, la boca totalmente abi erta y la lengua afuera; mientras que horrible contraste! una expresin de tranquilid ad y profunda meditacin apareca en la cara pintada de su asesino, como si estuviera

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solucionando un problema de ajedrez! Eso fue lo que vi, luego todo fue oscuridad y silencio. Tres das ms tarde recobr la conciencia en un hospital. Mientras el rec uerdo de la trgica noche volva a mi dolida cabeza reconoc en mi cuidador al operari o confidencial de Moxon, ese tal Haley. Respondiendo a mi mirada se aproxim, sonr iendo. Cuntemelo todo logr decir con voz dbil, todo lo que ocurri. En realidad dijo ado inconsciente desde el incendio de la casa... de Moxon. Nadie sabe qu haca uste d all. Tendr que dar algunas explicaciones. El origen del fuego tambin es misterios o. Mi idea es que la casa fue golpeada por un rayo. Y Moxon? Ayer lo enterraron... lo que quedaba de l. Aparentemente esta persona reticente poda abrirse en ocasione s; mientras transmita estas horrendas informaciones a un enfermo se le vea muy ama ble. Despus de un momento de punzante sufrimiento mental aventur otra pregunta: Quin me rescat? Bueno, si eso le interesa... yo lo hice. Muchas gracias, seor Haley, y Di os lo bendiga por eso. Ha usted rescatado tambin al encantador producto de su habi lidad, el jugador de ajedrez autmata que asesin a su inventor? El hombre permaneci en silencio un largo tiempo, sin mirarme. Luego gir la cabeza y dijo gravemente: Us ted lo sabe todo? S repliqu, vi cmo estrangulaba a Moxon. Eso fue hace muchos aos. Si uviera que responder hoy a la misma pregunta estara mucho menos seguro.

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La Alucinacin De Stanley Fleming De los dos hombres que estaban hablando, uno era mdico. Le ped que viniera, doctor, aunque no creo que pueda hacer nada. Quizs pueda recomendarme un especialista en psicopata, porque creo que estoy un poco loco. Pues parece usted perfectamente con test el mdico. Juzgue usted mismo: tengo alucinaciones. Todas las noches me despier to y veo en la habitacin, mirndome fijamente, un enorme perro negro de Terranova c on una pata delantera de color blanco. Dice usted que despierta; pero est seguro de eso? A veces, las alucinaciones tan slo son sueos. Oh, despierto, de eso estoy seg uro. A veces me quedo acostado mucho tiempo mirando al perro tan fijamente como l a m... siempre dejo la luz encendida. Cuando no puedo soportarlo ms, me siento en la cama: y no hay nada en la habitacin! Mmmm... qu expresin tiene el animal? A m me ece siniestra. Evidentemente s que, salvo en el arte, el rostro de un animal en r eposo tiene siempre la misma expresin. Pero este animal no es real. Los perros de Terranova tienen un aspecto muy amable, como usted sabr; qu le pasar a ste? Realmente mi diagnosis no tendra valor alguno: no voy a tratar al perro. El mdico se ri de s u propia broma, pero sin dejar de observar al paciente con el rabillo del ojo. D espus, dijo: Fleming, la descripcin que me ha dado del animal concuerda con la del perro del fallecido Atwell Barton. Fleming se incorpor a medias en su asiento, pe ro volvi a sentarse e hizo un visible intento de mostrarse indiferente. Me acuerdo de Barton dijo. Creo que era... se inform que... no hubo algo sospechoso en su muer te? Mirando ahora directamente a los ojos de su paciente, el mdico respondi: Hace t res aos, el cuerpo de su viejo enemigo, Atwell Barton, se encontr en el bosque, ce rca de su casa y tambin de la de usted. Haba muerto acuchillado. No hubo detencion es porque no se encontr ninguna pista. Algunos tenamos nuestra teora. Yo tena la ma. s usted algo? Yo? Por su alma bendita, qu poda saber yo al respecto? Recordar que marc a Europa casi inmediatamente despus, y volv mucho ms tarde. No puede pensar que en las escasas semanas que han transcurrido desde mi regreso pudiera construir una t eora. En realidad, ni siquiera haba pensado en el asunto. Pero qu pasa con su perro? F ue el primero en encontrar el cuerpo. Muri de hambre sobre su tumba. Desconocemos la ley inexorable que subyace bajo las coincidencias. Staley Fleming no, o quizs no se habra puesto en pie de un salto cuando el viento de la noche trajo por la ventana abierta el aullido prolongado y lastimero de un perro distante. Recorri v arias

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce veces la habitacin bajo la mirada fija del mdico, hasta que, parndose abruptamente delante de l, casi le grit: Qu tiene que ver todo esto con mi problema, doctor Halder man? Se ha olvidado del motivo de que le hiciera venir. El mdico se levant, puso u na mano sobre el brazo del paciente y le dijo con amabilidad: Perdneme. As, de impr oviso, no puedo diagnosticar su trastorno... quizs maana. Hgame el favor de acostar se dejando la puerta sin cerrar; yo pasar la noche aqu, con sus libros. Podr llamarm e sin levantarse de la cama? S, hay un timbre elctrico. Perfectamente. Si algo le in quieta, pulse el botn, pero sin erguirse. Buenas noches. Instalado cmodamente en u n silln, el mdico se qued mirando fijamente los carbones ardientes de la chimenea y meditando en profundidad, aunque aparentemente sin propsito, pues frecuentemente se levantaba y abra la puerta que daba a la escalera, escuchaba atentamente y de spus volva a sentarse. Sin embargo, acab por quedarse dormido y al despertar haba pa sado ya la medianoche. Removi el fuego, cogi un libro de la mesa que tena a su lado y mir el ttulo. Eran las Meditaciones de Denneker. Lo abri al azar y empez a leer. L o mismo que ha sido ordenado por Dios que toda carne tenga espritu y adopte por t anto las facultades espirituales, tambin el espritu tiene los poderes de la carne, aunque se salga de sta y viva como algo aparte, como atestiguan muchas violencia s realizadas por fantasmas y espritus de los muertos. Y hay quien dice que el hom bre no es el nico en esto, pues tambin los animales tienen la misma induccin malign a, y... Interrumpi su lectura una conmocin en la casa, como si hubiera cado un objet o pesado. El lector solt el libro, sali corriendo de la habitacin y subi velozmente las escaleras que conducan al dormitorio de Fleming. Intent abrirla puerta pero, c ontrariando sus instrucciones, estaba cerrada. Empuj con el hombro con tal fuerza que sta cedi. En el suelo, junto a la cama en desorden, vestido con su camisn, yaca Fleming moribundo. El mdico levant la cabeza de ste del suelo y observ una herida e n la garganta. Debera haber pensado en esto dijo, suponiendo que se haba suicidado. Cuando el hombre muri, el examen detallado revel las seales inequvocas de unos colmi llos de animal profundamente hundidos en la vena yugular. Pero all no haba habido animal alguno.

Un Habitante De Carcosa Y Otros Relatos De Terror Ambrose Bierce Un Suceso En El Puente Sobre El Ro Owl I Un hombre estaba sobre un puente ferroviario en Alabama del Norte viendo el agua que corra rpidamente unos veinte pies ms abajo. Tena las manos atadas con una cuerd a por detrs de la espalda. Una soga, sujeta a un macizo travesao que haba sobre su cabeza, le rodeaba el cuello y caa libremente hasta la altura de sus rodillas. Al gunos tablones sueltos sobre las traviesas de los rales servan de base a l y a sus verdugos: dos soldados rasos del ejrcito federal, al mando de un sargento que en la vida civil podra muy bien haber sido un ayudante de sheriff. A corta distancia y sobre la misma plataforma provisional haba un oficial armado que vesta el unifo rme de su rango. Era un capitn. A cada extremo del puente se encontraba un centin ela con su rifle en posicin vertical delante del hombro izquierdo y el cerrojo de scansando sobre el antebrazo que cruzaba por delante del pecho: una postura form al y nada natural que obliga a mantener el cuerpo rgido. No pareca misin de estos d os hombres saber lo que estaba ocurriendo en medio del puente; sencillamente blo queaban los extremos de la pasarela que lo atravesaba. Ms all de los centinelas no se vea a nadie; la va corra durante unas cien yardas hasta un puesto de avanzada q ue haba ms adelante. La otra orilla del ro era campo abierto y una suave colina se elevaba hasta una empalizada de troncos verticales, con troneras para los rifles y una abertura por la que asomaba la boca de un can de bronce que cubra el puente. A medio camino entre ste y el fuerte se encontraban los espectadores una compaa de infantera formada, en posicin de descanso, con las culatas de los rifles en el su elo, los caones ligeramente inclinados hacia atrs, sobre el hombro derecho, y las manos cruzadas sobre la caa. Junto a la columna haba un teniente, con la punta de su sable en el suelo y la mano izquierda descansando sobre la derecha. Salvo los cuatro hombres en el centro del puente, nadie se mova. La compaa permaneca inmvil mi rando en direccin al puente. Los centinelas, de cara a las orillas, parecan estatu as que adornaban el viaducto. El capitn, en silencio y con los brazos cruzados, o bservaba el trabajo de sus subordinados sin hacer un solo gesto. La muerte es un dignatario que cuando se anuncia ha de ser recibido con formales manifestacione s de respeto, incluso por parte de los que estn ms familiarizados con ella. En el cdigo de etiqueta militar, el silencio y la inmovilidad son formas de deferencia. El hombre que iban a ahorcar tena unos treinta y cinco aos. A juzgar por su ropa, propia de un colono, era civil. Sus rasgos eran nobles: nariz recta, boca firme , frente amplia y cabello largo y oscuro, peinado hacia atrs, que le caa por encim a de las orejas hasta el cuello de una levita de buena hechura. Llevaba bigote y perilla, sin patillas; sus ojos eran grandes, de un gris oscuro, y mostraban un a expresin afable que nadie habra esperado en una persona a punto de morir. Eviden temente no era un vulgar asesino. Pero el cdigo militar prev la horca para muchas clases de personas, y los caballeros no estn excluidos. Una vez terminados los pr eparativos, los dos soldados se hicieron a un lado y

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retiraron la plancha sobre la que haban permanecido. El sargento se volvi hacia su superior, salud y se situ inmediatamente detrs de l, que a su vez dio un paso. Esto s movimientos dejaron al condenado y al sargento sobre los dos bordes de la plan cha que cubra tres de las traviesas del puente. El extremo sobre el que se encont raba el civil llegaba casi hasta la cuarta traviesa, pero sin alcanzarla. La pla ncha se haba mantenido horizontal gracias al peso del capitn; ahora era el del sar gento el que cumpla esa misin. A una seal de su superior, el sargento dara un paso, la tabla basculara y el condenado quedara colgado entre dos travesaos. El sistema r esultaba, a juicio de ste, simple y efectivo. No le haban cubierto la cara ni vend ado los ojos. Por un momento consider su inestable posicin; luego dej que su vista vagara hacia las arremolinadas aguas de la corriente, que fluan enloquecidas bajo sus pies. Un trozo de madera a la deriva llam su atencin y sus ojos la siguieron ro abajo. Con qu lentitud pareca moverse! Qu aguas tan perezosas! Cerr los ojos para d dicar sus ltimos pensamientos a su mujer y a sus hijos. El agua dorada por el sol del amanecer, las melanclicas brumas de las orillas ro abajo, el puente, los sold ados, el pedazo de madera a la deriva: todo le haba distrado. Y ahora era conscien te de una nueva distraccin. A travs del recuerdo de sus seres queridos llegaba un sonido que no poda ignorar ni comprender, un golpeteo seco, ntido como el martille o de un herrero sobre un yunque; tena esa misma resonancia. Se pregunt qu era, y no saba si estaba muy distante o muy cercano, pues pareca ambas cosas. Se repeta regu larmente, pero con tanta lentitud como el taido de un toque de difuntos. Esperaba cada golpe con impaciencia y no saba por qu con aprensin. Los intervalos de silencio se hicieron cada vez ms largos; la espera, enloquecedora. A medida que su frecue ncia disminua, los sonidos aumentaban en fuerza y nitidez. Punzaban sus odos como una cuchillada; temi gritar. Lo que oa era el tic-tac de su reloj. Abri los ojos y vio una vez ms el agua. Si me pudiera desatar las manos pens podra quitarme la ropa y lanzarme al ro. Al zambullirme evitara las balas y, nadando con energa, alcanzara l a orilla, me metera en el bosque y llegara a casa. Gracias a Dios, est todava fuera de sus lneas; mi mujer y mis hijos estn an a salvo del invasor. Mientras estos pensa mientos, que aqu tienen que ser puestos en palabras, ms que producirse, relampague aban en la mente del condenado, el capitn hizo una sea al sargento. ste dio un paso . II Peyton Farquhar era un colono acomodado, miembro de una familia conocida y respe tada en Alabama. Propietario de esclavos y, como todos ellos, poltico, era un sec esionista ardientemente entregado a la causa sudista. Circunstancias imperiosas, que no viene al caso relatar aqu, le haban impedido unirse a las filas del valero so ejrcito que combati en las desastrosas campaas que culminaron con la cada de Cori nth; irritado por aquella limitacin ignominiosa, anhelaba dar rienda suelta a sus energas y soaba con

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la vida de soldado y la oportunidad de destacarse. Dicha oportunidad, pensaba, l legara, como les llega a todos en poca de guerra. Entretanto, haca lo que poda. Ningn servicio era demasiado humilde si con l ayudaba al Sur; ninguna aventura demasia do peligrosa si se adaptaba al carcter de un civil con alma de soldado que, de bu ena fe y sin muchas reservas, aceptaba al menos una parte del dicho, francamente infame, de que en la guerra y en el amor todo vale. Una tarde, mientras Farquha r y su mujer estaban descansando en un rstico banco a la entrada de su propiedad, un soldado a caballo, con uniforme gris, lleg hasta el portn y pidi un trago de ag ua. La seora Farquhar se alegr de poder servrsela con sus propias y delicadas manos . Mientras iba a