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por mariana carrascoza // fotos de diego berruecos welcome to the jungle AMAZONIA PERUANA un pisco sour es el recibimiento al abordar el crucero delfín ii. anterior: vista de la selva amazónica.

Amazonía Peruana - welcome to the jungle

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Crónica de un viaje por el río Amazonas, descubriendo la magia de la amazonía peruana.

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por mariana carrascoza // fotos de diego berruecos

welcome to the jungle

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un pisco sour es el recibimiento al abordar el crucero delfín ii. anterior: vista de la selva amazónica.

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A más de cuAtro mil kilómetros

de distancia, y de vuelta a la ciudad, recuerdo con asombro el

viaje que me hizo zambullir en medio de un lago, a la mitad

de la nada, perdido en algún punto de la selva del amazonas,

donde delfines de color rosa —algo feos y que parecen haberse

quedado atrapados en la prehistoria— son los únicos compañeros

de nado, donde las noches se iluminan por brillantísimas estrellas

y donde miles de sonidos de aves e insectos, indescifrables, forman

parte del soundtrack del acontecer de un día normal y a la vez

extraordinario.

bar y lobby del delfín ii.

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l amazonas es uno de esos lugares de los que se escucha mucho, pero de los que uno sabe poco en realidad (por lo menos para quien no es am-bientalista, aventurero crónico o habitante). sabemos que alguna vez fue nominada para ser maravilla del mundo y que tiene la difícil tarea de ser el mayor pulmón del planeta. lo cierto es

que el amazonas es probablemente todo lo que se ha dicho y escri-to, y a la vez no. y es difícil darse cuenta de cuál es la profundidad de la selva (en términos territoriales, pero también en importan-cia), hasta que uno la conoce. apenas con un recorrido como éste se empieza a entender su verdadera dimensión.

perú es el segundo país con mayor extensión de selva ama-zónica y bosque húmedo en sudamérica, pisándole los talones a brasil. es aquí donde nace el río más caudaloso, profundo y ancho del mundo (hasta seis kilómetros en sus puntos más anchos y 30 metros en los más profundos). esto puede causar sorpresa, ya que al pensar en el amazonas (río y selva), el primer país que nos vie-ne a la mente es brasil. no obstante, perú tiene en su territorio un total de 782 880 kilómetros cuadrados de selva amazónica (casi 60% del total de su territorio), y la reserva con mayor diversidad de flora y fauna del mundo se encuentra aquí. Es en esta reserva, pacaya-samiria, que se extiende por 2 008 000 hectáreas, donde se juntan dos ríos que ya por sí mismos son grandes: el río uca-yali y el río marañón. donde ambos convergen nace la fuente de tantos mitos y tantas verdades: el río amazonas, que recorre 700 kilómetros en perú y cuatro mil kilómetros en total, hasta llegar al mar, en brasil, donde desemboca en el atlántico.

para comenzar mi viaje por la amazonia peruana, primero tenía que llegar a lima. de ahí, tomar un avión a iquitos, una pequeña ciudad a la que sólo se puede acceder por agua o por aire. la vista desde la ventana del avión mientras recorría el camino entre lima e iquitos es inmejorable: una vez que uno se aleja de la capital se empieza a ver la cordillera de los andes, tan abajo, tan lejos, y al mismo tiempo tan cerca: así de imponentes son estas montañas. cuando se acaban los andes, el panorama cambia por completo. la tierra árida se vuelve verde; un verde intermina-ble, casi como un océano, del cual sólo se alcanzan a ver copas y copas de árboles pegados unos con otros, y que impiden ver qué hay debajo. si alguna vez se ha aterrizado en una ciudad grande de noche, se conoce la sensación de que las luces de la ciudad no empiezan ni terminan en ningún lado, de que la ciudad sigue eternamente. con el amazonas sucede igual, sólo que a la vista el verde nunca termina, es esta continuidad de selva que se extiende y se expande a nueve países diferentes. lo único que se ve en me-dio, dividiendo la selva en dos, es el río. como una supercarretera. todavía no la pisaba, y la selva ya había dejado su primera gran marca en mí.

a pesar de su reputación, este enorme pedazo de tierra sólo recibe alrededor de seis mil visitantes al año. y es que venir no es tan sencillo, probablemente ahí se encuentra la razón de su poco turismo. la selva es tupida y, si bien no es hostil, tampoco provee ningún tipo de facilidad a quien no la conoce. la manera más común de adentrarse en la amazonia es mediante refugios que se encuentran en sitios selectos. sin embargo, por mucho que este tipo de alojamiento brinde una experiencia “selvática” completa,

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tiene una limitante tremenda en cuanto al terreno que es impo-sible conocer porque, sencillamente, el espacio es enorme. otra manera de conocer este monstruo verde y con la que probable-mente se abarque más territorio, es como me tocó a mí, a través del Delfín II (www.delfinamazoncruises.com), un pequeño cruce-ro de lujo que puede hospedar un máximo de 28 pasajeros (más los 12 que conforman la tripulación), y una de las pocas líneas de cruceros que recorren el río. si bien a la hora de estar navegando es posible encontrarse con otro bote (quizás uno en tres días) o pequeñas embarcaciones que sirven de “taxis” acuáticos entre co-munidades, la mayor parte del tiempo la visita es exclusiva. para tomar el delfín II tuvimos que llegar de iquitos a nauta, a una

hora y media por tierra. una vez ahí, en medio de mosquitos y mucho calor (aunque bien refugiados en el lounge de embarque del crucero), emprendi-mos el viaje por la amazonia peruana. desde que empezamos el recorrido, me sentí en el fin —¿o de-bería decir el inicio?— del mundo.

el delfín II es un pequeño crucero de madera que ha encontrado el balance perfecto entre lo lujoso y lo rústico. con tan sólo tres pisos y unos 40 metros de largo, el barco tiene un restaurante, un bar, zonas de descanso y unas espectaculares cabinas que ofrecen una vista increíble todo el tiempo. la tripula-ción, conformada por gente local, conoce a la perfección la zona, los ríos y riachuelos, los árboles y los animales, y los aman profun-damente. ese amor es indispensable a la hora de transmitirnos la misma emoción que ellos sienten al ver un ave, un insecto o un animal que ya han visto mil veces. durante los cinco días y cuatro noches que duró el trayecto a bordo, realizábamos una excursión cada mañana y cada tarde para adentrarnos en la selva y echar un vistazo a toda la vida silvestre que se gesta dentro de ésta. algunas

A pesar de su reputación, el Amazonas sólo recibe alrededor de seis mil visitantes al año. Y es que llegar hasta aquí no es tan sencillo.

vista de lado del crucero delfín ii. siguiente: capitán del crucero, expertos navegantes del río. abajo: atardecer sobre el amazonas.

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veces a pie y otras en pequeñas lanchas que llegan a lugarcitos donde ni siquiera el pequeño crucero puede llegar. y fueron nues-tros guías quienes, en parte, nos enseñaron a querer de la misma manera a “su selva”.

La sELvade la selva uno recuerda muchas cosas. en las noches, pude dis-frutar de las estrellas más impresionantes que se han visto jamás. así, de plano, sin miedo a equivocarme. nunca veré estrellas como las que vi en el amazonas. en el amanecer, que llega temprano —alrededor de las seis de la mañana está todo completamente iluminado—, disfruté de un espectáculo igual de hermoso que el

cielo nocturno. Y todavía me faltaba bajar a tierra firme.el primer encuentro frente a frente con el bosque húmedo,

que integra esta parte de la selva, fue a pie y de mañana, justo después del desayuno. íbamos valientemente armados con botas de caucho. después de un rápido recorrido en lancha, nos bajamos en una orilla para entrar a la selva. y entonces, de la mano de juan luis, un hombre con los ojos comparables a los de un águila, empezamos a descubrir la selva amazónica.

lo primero que vimos fue el mono nocturno, un animalito de piel café grisácea con unos enormes ojos redondos. salta, nos mira y se esconde. esta reserva es hogar de ocho tipos diferentes de primates y de 400 variedades de mamíferos. al caminar por la

selva, intentando no hacer ruido, empezamos a escuchar miles de ruiditos: las aves, los insectos, los arbustos que se mueven y que nos dan la pista de que ahí se esconde algo. para la mayoría de nosotros, que lo único que escuchamos diariamente son cláxones de coches, ruidos de una selva de concreto, éste fue un cambio más que agradable.

en la copa de un árbol logramos ver un oso perezoso, inmóvil y camuflado entre las ramas, pareciera que no se hubiera movido en tres días. caminamos entre las sombras que se forman debajo de los árboles, aquí las gigantescas raíces tienen más de 300 años y los insectos son rarísimos (hay mariposas con alas de un color azul brillante y polillas enormes), vemos muchos monos ardilla

(simpatiquísimos changuitos que por lo general van en grupos de más de 20 y que probablemente sean los seres más tiernos que habitan la selva) y algunas de las aves que se dejan ver volando bajo. arriba, en las copas de los árboles, donde sí llega la luz del sol, habita otro tipo de fauna. ahí viven águilas, gavilanes (acá conocidas como “mamá vieja”), halcones y buitres. en las copas de los árboles también viven las iguanas —que tardamos como 10 minutos en ubicar porque se nos perdían entre el follaje—, y una variedad de mono, con una cola peluda, al que llaman “mono guapo”. cerca del río encontramos a las garzas, blancas y elegan-tes, que esperan pacientes a que un pez pase cerca de la superfi-cie. las guacamayas y los loros tienen unos colores tan brillantes

De la selva uno recuerda muchas cosas. En las noches, pude disfrutar de las estrellas más impresionantes que se han visto jamás. Así, de plano, sin miedo a equivocarme.

derecha: búsqueda de aves y animales sobre el río ucayalli.

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que contrastan con el verde oscuro de los árboles, todavía más cuando abren las alas para emprender el vuelo y presumen toda una gama de colores en sus plumas. tuvimos la suerte de ver un catalán grande, el ave más grande de sudamérica, y también una pequeñita de panza amarilla, que casualmente es el único pájaro al que los habitantes han puesto nombre propio: Víctor Díaz. al caminar por la selva, el ecosistema va cambiando con sutileza. de enormes árboles con gruesas ramas y raíces, a delgados y chapa-rros, que permiten un mejor paso de la luz, hasta pequeños ar-bolitos con la copa entera atrapada en telarañas, como una bolsa de hilo de algodón, creadas por pequeñas arañas que se juntan por miles.

los lugareños han conseguido moldear la selva alrededor suyo, ¿o deberíamos decir amoldarse a ella? Han aprendido a aprovechar cada árbol y cada planta que crece en la tupida selva. del capirona, árbol altísimo que se pela a sí mismo dos veces al año, utilizan la corteza para arreglar y adornar las casas, y tam-bién para hacer canoas; además emplean las ramas como lanzas para pescar. pero esto lo hacen los que saben, con el conocimiento

de generaciones encima. por ejemplo, si uno no sabe, puede mo-lestar a la hormiga equivocada y terminar con el piquete más do-loroso del mundo (literalmente), o pisar una serpiente o caer en un enorme charco de lodo. Y si no ponemos la suficiente atención, y si no fuera por los guías, uno se perdería de momentos imposibles de ver en cualquier otro rincón del mundo.

EL ríoaquí las temporadas se dividen en lluvias y secas, pero “secas” es tan sólo un decir porque aquí nunca deja de llover. durante los meses de “aguas altas”, el agua de lluvia desciende desde los andes hasta los ríos marañón y ucayali, elevando el nivel de los ríos por varios metros y trayendo consigo distintas especies de aves y mamíferos. en la temporada seca, los animales que migran son otros, por lo que, dependiendo de en qué época se visite, el paisaje de la flora y la fauna es completamente diferente.

por otra parte, uno puede saber hasta dónde alcanza a llegar el nivel del agua por las marcas que deja en los ficus, delgados y altísi-mos. como si estuvieran pintados, una parte negra que va desde la

raíz hasta cerca de unos tres metros de altura, muestra todo lo que ha estado cubierto por el agua.

Este río es hogar de anfibios, como caimanes; mamífe-ros, como manatíes, delfines grises y rosas, y más de 2 500 especies de peces. uno de éstos es la piraña. por lo que nos cuentan, su reputación se la tiene bien ganada, y mejor no meter la mano en estas aguas. una tarde nos dispusimos a buscarla y, con algo de suerte, pescarla. tras horas de no cachar ni una sardina, yo me declaré completamente in-competente en esta tarea, pero uno de mis compañeros sí lo logró: un gran pez de unos 15 centímetros de largo, que 10 minutos después de estar fuera del agua seguía intentando morder a su cazador. en el río hay otro tipo de pirañas, más chicas, y que si no supiéramos qué son podrían pasar por

inofensivos pececitos, simpáticos y naranjas (simpáticos hasta que pasa por enfrente un pedazo de carne). el destino de la piraña que el compañero logró pescar fue el de ser la cena. aun frito, el pez sigue viéndose malvado, como si su destino no le hubiera hecho ninguna gracia.

recorrer el río de noche resultó completamente distinto a re-correrlo de día. la vida que despierta después de que las aves se refugian en las copas de los árboles es otra. en la noche, en medio del río, la oscuridad sería absoluta si no fuera por las estrellas. es casi imposible ver más allá de medio metro. la fauna que sale a esta hora suele ser aquella que más de una vez ha alimentado la literatu-ra infantil: enormes murciélagos rojos que se pasean a montones, como si fueran pajaritos inocentes, y que no le temen a la gente pues están en su territorio (se llaman murciélagos pescadores). buitres, caimanes, pequeños y grandes, negros y blancos. juan luis, el guía, logró divisar uno blanco a unos 10 metros de distancia. “mírenlo, ahí está”, nos decía. bichos de ciudad, acostumbrados a que nuestra oscuridad esté iluminada por miles de focos, no podíamos ver más allá de la silueta de algunos árboles. de repente, el bote se detuvo. juan luis metió la mano al agua, cual gavilán, y rápidamente la volvió a sacar. en su mano, mansito como si se tratara de un perri-to, había un pequeño caimán de unos 30 centímetros. “es un bebé, pero crecerá hasta tres metros.” además de los animales, los únicos que rondaban en la oscuridad, como si nada, eran unos cuantos pescadores que pernoctaban alrededor del río. bueno, ellos y miles de mosquitos. pasan unos cuantos días juntando la pesca que luego llevarán a vender, probablemente, a iquitos.

aguas nEgrasdel río ucayali se desprende un brazo más chico llamado río pa-caya. salimos a recorrerlo a las seis de la mañana. a esta hora, la niebla está muy baja, casi al nivel del agua. es esta niebla tan ca-racterística de la zona a la que los españoles temían tanto cuando recién habían llegado a colonizar perú. creían que si se adentraban en ella durante mucho tiempo, morirían. le llamaron el “mal aire”. en realidad, no era la niebla lo que mataba a los españoles, sino un

lago donde crecen las victorias regias, de las que se alimenta el manatí. anterior: viaje en lancha con los guías.

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por mariana carrascoza hickman // fotos de diego berruecos

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mosquito cuya picadura transmite una enfermedad letal: el palu-dismo o malaria (por aquello del mal aire). a nosotros nos dijeron que mientras nos mantuviéramos en una zona con monos ardillas, estaríamos en una zona libre de mosquito de malaria, ya que los monos también son víctimas de esta enfermedad (yo igual me bañé en repelente, por si las dudas).

después de desayunar en medio del río y ver unas cuantas aves y monos ardilla despertar, llegamos al destino que perseguíamos inicialmente: el lago Yanayacu (que significa “aguas negras”), pero no tiene nada que ver con el estado de suciedad o pureza del agua. el color oscuro de sus aguas se debe al ácido tánico (el mismo que contiene el té) que desprenden los troncos de los árboles. es impo-sible ver lo que hay debajo de la superficie, y alrededor de nosotros no hay nada más que selva, por donde se mire. aquí no hay nadie, más que una lanchita y un calor infernal, y eso que apenas son las nueve de la mañana. Hay delfines, eso sí. A 10 metros de donde nos encontramos hay delfines grises y también rosas, nadando y jugueteando, sin prestarnos la menor atención. cuando el calor se vuelve insoportable y el sol empieza a quemar, llega el momento de zambullirse en las aguas negras, aunque uno no sepa qué hay debajo. el agua está tibia, deliciosa. no se escucha nada más que el chapo-teo. Agua, selva, aves en el cielo, verde alrededor, los delfines y un mundo entero debajo nuestro del que nunca sabremos nada. pa-rece casi como un acto de fe adentrarse en estas aguas. y toda esta visión me recuerda a algo que podría ser el paraíso. podrían haber pasado sólo 20 minutos, aunque a lo mejor fueron dos horas. qué más da el tiempo en un lugar donde éste sólo se mide por el mo-vimiento del sol y las funciones regidas por el instinto: despertar, alimentarse, dormir. pero eventualmente llegó la hora de irse. subir a la lancha, echar una última mirada y dirigirse de vuelta al barco. en el camino de regreso nos encontramos con otro recordatorio de dónde estábamos: una anaconda. esta serpiente, enorme, impo-nente y bella, medía casi cuatro metros de largo y parecía odiarnos. estresada por el movimiento a su alrededor, abre la boca y ataca, pero nuestros guías la habían visto ya mil veces y saben manejarla. Ésta era una pequeña: las más grandes llegan a medir hasta ocho metros. ¡Ocho metros de serpiente! Definitivamente ya no estába-mos en la ciudad.

EL hombrElo que me resultó más impresionante del amazonas fueron las re-laciones que se gestan en ella, que van más allá de las especies y de los modelos de comunicación básicos de los que hablaba mcluhan. aquí no hay mensaje, ni emisor ni receptor, sólo hay relaciones.

El árbol, el insecto, el ave, el mamífero, el anfibio, el humano. Es biología en su más pura y más básica expresión. saberse la teo-ría es una cosa, pero el conocimiento empírico, verlo en acción es de lo más impresionante. de toda esta cadena, el único elemento prescindible para las demás especies es el humano. e irónicamente es el humano el que depende de todos los demás, y el único capaz de romper esta cadena. es por esto que no sólo los ambientalistas, sino también algunos grupos de lugareños preocupados y activos, intentan educar a las más de 200 comunidades que viven en el territorio peruano del amazonas. pero transmitir un conocimiento relativamente nuevo (“no te metas con la naturaleza”, “toma sólo lo necesario”, “no mates por el simple hecho de hacerlo”, “no vendas lo que no es tuyo”) es un trabajo que toma tiempo. y tiempo es justo lo que no hay.

aun cuando varias especies que habían empezado a desapare-cer se están recuperando, hay muchas en peligro real de extinguirse, por ejemplo, el manatí. visitamos un pequeño laguito lleno de li-rios y victorias regias (unas hojas enormes en forma de bandeja que se conectan con otras iguales, como un árbol subacuático), el lugar perfecto para buscar a los manatíes, pero no los había. y es que estos animales, hiperamigables e inteligentes, son cazados para los centros acuáticos que los usan como mascotas (también hay quien los caza sólo para comerlos). el manatí, una vez en su etapa adulta, no tiene ningún tipo de depredador natural, salvo el ser humano. pero, además de las consecuencias para su especie, la desaparición del manatí afecta también a otros seres vivos: el manatí se alimenta de lirios y de la victoria regia. los lirios son una plaga, y si no está el manatí para que se alimente de ellos y los controle, se expanden y cubren la superficie de los lagos en los que crecen, impidiendo el paso del sol y la fotosíntesis debajo del agua, lo que llevaría a la desaparición de otros animales y plantas de agua.

como hay poco tiempo para prevenir la desaparición del ma-natí —y otras plantas y animales—, los guías y los ambientalistas locales han creado rumores para evitar la caza y la tala de especies en peligro: si se come carne de delfín, da impotencia sexual; si se mata a un delfín, el hijo del cazador nace muerto. entre divertido y preocupado, juan luis me cuenta del caso del aguaje, una palma muy popular que estaba en vías de extinción, pues se talaba mucho y tarda cinco años en crecer y otros cinco en dar fruto. los habitantes comenzaron a esparcir el rumor, incluso en medios de comunicación, de que el fruto de la palma tenía muchas hormonas femeninas, y el que la consumiera podría volverse homosexual. increíble como sue-na, el consumo y la tala del aguaje disminuyó 25 por ciento aproxi-madamente, y la palma se está recuperando.

pero tampoco hay que ser pesimistas. a pesar de los cambios en el ecosistema de la selva que han ocurrido durante los últimos años, cuando la recorro, descubro un lugar que aunque no escapa del ser humano, tampoco ha sido completamente transformado por él. en el amazonas, tanto darwinistas como teólogos pueden estar tran-quilos: aquí hay suficiente vida como para satisfacer todas las teorías. desde los monos que se ven al amanecer, hasta las aves que anuncian el atardecer, las impresionantes estrellas que aparecen cada noche e incluso los pescadores. para mí, que he vivido en una ciudad toda mi vida, la visita al amazonas fue como conocer un mundo del que había escuchado pero no comprendía realmente, ni de qué se trataba ni mucho menos cómo funcionaba. y lo encontré maravilloso.