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      N G N Ó R I S I S  EN L S N O V E L S  DE C E R V N T E S

      (D Q

     I, 42 )

    STEVEN HUTCHINSON

    Universidad de Wisconsin

    Pocas técnicas literarias pueden involucrar tanta participación emotiva de los lectores como

    una anagnórisis bien conseguida. Aunque la anagnórisis se distribuye de modo desigual en los

    distintos géneros literarios, países y épocas, en tiempos modernos parece que alcanza su apogeo

    en España, Francia e Inglaterra a finales del XVI y comienzos del XVII,

    1

      es decir, en plena época

    de Cervantes y Shakespeare. En el caso de Cervantes se encuentran espléndidas anagnórisis en

    las novelas largas y en buen número de las

      Novelas ejemplares.

    2

      Todo estud io sobre anagnórisis

    arranca necesariamente de la  Poética  de Aristóteles, donde el filósofo caracteriza ciertos momentos

    clave de la tragedia y la épica como actos de reconocimiento, como «un cambio de la ignorancia

    al conocimiento, que lleva consigo un cambio a amistad o a odio, entre las personas destinadas a

    la felicidad o a la desdicha» (sección II).

    3

     Junto con la peripecia y el pathos,  la anagnórisis figura

    como una de tres «partes» constitutivas de una trama compleja, a diferencia de una trama sencilla

    que se distingue precisamente por su falta de peripecia y anagnórisis. También indica Aristóteles

    que la tragedia debe su impacto sobre todo a la peripecia y a la anagnórisis (sección 6), y que

    la anagnórisis más eficaz es la que coincide con la peripecia, como en el caso de Edipo, cuyo

    reconocimiento de quién es él mismo -parricida e incestuoso- en efecto precipita un repentino

    cambio de fortuna.

    Si anagnórisis es reconocimiento, Aristóteles no deja demasiado claro qué es lo que se reconoce.

    Como observa Terence Cave, máximo estudioso moderno de la anagnórisis, el verbo   anagnórizein,

    reconocer, carece de objeto directo en la  Poética  excepto en un pasaje en el que Edipo reconoce

    sus verdaderas relaciones familiares.

    4

      Edipo y Odiseo son, en efecto, los ejemplos paradigmáticos que

    utiliza Aristóteles para ilustrar la anagnórisis en la tragedia y la epopeya, respectivamente, y de estos

    J

      Terence Cave, Recognitions:

     A Study in Poetics,

     Oxford, Oxford University P ress, 1988, pág . 83.

    2

      Son relativamente escasos los estudios moderno s sobre la anagnórisis. Entre ellos, es fundamental el ya citado

    libro de Terence Cave,  Recognitions (1988). Con resp ecto a la anagnórisis en la literatura del XVI y XVII, me han

    resultado útiles las obras siguientes: Barry Adams,  Coming-to-Know:

      Recognition and the Com plex Plot in Shakespeare,

    New York, Peter Lang, 2000; Patricia Garrido Camacho,  El tema del reco nocimiento en el teatro español del siglo XVI,

    Madrid, Támesis, 1999; R- M. Price, «Cervantes and the Topic of the "Lost Child Found" in the

      Novelas ejemplares',

    Anales Cervantinos

     27 (1989), págs. 203-14; y Eric Mayer, •Self-Consuming Narrative: The Problem of R eader Perspective

    in "La fuerza de la sangre"», Mester (en prensa). A Eric Mayer, qu e ha escrito su tesis doctoral sob re la anagnórisis en

    Cervantes, le quiero agradecer el haberme enviado su brillante ensayo.

    3

      Aristóteles,

      Poética,

     trad. y ed. Aníbal G onzález Pérez,

     Poéticas

     (Aristóteles, H oracio, Boileau), Madrid, Editora

    Nacional, 1984, págs. 57-120.

      Cave (1988), pág. 34; Adams (2000), pág. 47.

    Actas del VII Congreso de la ABO, 2006, 345-350

    ISO. Actas VII (2005). Steven HUTCHINSON. Anagnórisís en las novelas de Cervant...

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    34 6 STEVEN HUTCHINSON

    casos tan distintos se desprende que  cada género tendrá sus propias modalidades de anagnórisis.

    Podríamos lamentar una vez más la pérdida del tratado aristotélico sobre la comedia, pero algunos

    comentaristas renacentistas parecen haber suplido esta falta, entre ellos Lodovico Castelvetro, para

    quien -por ejemplo- el descubrimiento de un adulterio en el Decamerón  cuenta como anagnórisis.

    5

    ¿Qué tienen en común estos casos tan diversos? Todos los comentaristas de la

      Poética

      coinciden

    en que el reconocimiento de personas puede constituir anagnórisis: Edipo se reconoce a sí mismo,

    el disfrazado Odiseo es reconocido en distintos momentos por otros personajes, y por supuesto

    dos personas pueden reconocerse mutuamente, como señala el propio Aristóteles. Donde no hay

    consenso ya desde el Renacimiento es si la noción de anagnórisis puede ampliarse más allá de la

    categoría de personas para incluir cosas, actos, hechos, intenciones, etcétera.

    En cualquier caso, la anagnórisis de personas suele suponer un inesperado descubrimiento

    o reencuentro entre personajes estrechamente relacionados por parentesco, amistad o amor, y

    este re-conocimiento a su vez altera las relaciones entre ellos. Podríamos decir que la anagnórisis

    como fenómeno literario conlleva no un reconocimiento cualquiera sino uno vitalmente importante

    que de modo repentino transforme las relaciones más significativas que hay entre los personajes.

    Redefinida así la anagnórisis, se ve que no conviene generalizar desde un género literario como

    la tragedia ni desde un ejemplo tan atípico como el de Edipo, ya que cada género produce sus

    propios tipos de «reconocimiento». Tampoco sirve para mucho, creo, profundizar en la etimología

    del término o en la de sus equivalencias en lenguas modernas, ya que sabido es que Aristóteles,

    con su gusto por relacionar las cosas al saber, adapta una palabra con tales connotaciones a un

    conjunto de fenómenos que no le cuadran del todo: la anagnórisis literaria supone algo bastante

    más específico que el reconocimiento y a la vez algo que no se limite al acto de reconocer. Es

    un término de carácter provisional que no obstante ha permanecido, legándonos su inexactitud,

    parcialidad e insuficiencia.

    En efecto, anagnórisis no es un término más dentro de la

     Poética,

      Para Cave, puede ser «la figura

    de la

      Poética

      en su totalidad», o 4a marca o firma de una ficción», e incluso en un caso verídico

    como el de Martin Guerre el relato llega a asumir las características de la ficción precisamente por

    lo que tiene de anagnórisis.

    6

      Entre lo más literario de la literatura se encuentra seguramente la

    anagnórisis con todo lo que tiene de inverosimilitud, casualidad, admiración, sentido, emoción y

    felices o infelices consecu encias. A veces hasta los personajes que viven o atestiguan u na ana gnó -

    risis apenas pueden creérselo y la comparan a las leyendas, como en el conocido caso de un

    caballero que relata una anagnórisis en

      Un cuento de invierno

      de Shakespeare:

    Se ha cumplido el oráculo; se ha encontrado a la hija del rey; es tanta la admiración de este momento

    que los compositores de baladas no podrán expresarla [...]; esta noticia que llaman verdadera se parece

    tanto a una vieja fábula que está en duda su veracidad. (V, ii; traducción mía)

    Efectivamente, la anagnórisis cuenta como uno de los gestos más característicos de la ficción literaria

    y puede figurar como una sinécdoque de ella.

    Varios críticos, entre ellos el propio Cave, se han interesado poco en los aspectos emotivos

    de la anagnórisis. Para ellos el reconocimiento parece ser casi exclusivamente un acto intelectivo

    enfocado en descubrir mediante pistas la identidad de una persona. Desde luego, semejante

    acercamiento puede producir resultados fascinantes, pero creo que cae en la trampa de situar la

    anagnórisis únicamente en el campo del conocimiento sin tener en cuenta sus efectos en la vida

    de los personajes y su función para los espectadores o lectores. Otros críticos, sin embargo, se

    han mostrado más atentos al poder emocional de la anagnórisis. Gerald Else en sus comentarios

    sobre la  Poética  escribe: «Por expresarlo de alguna forma, el reconocimiento permite que el po-

    tencial emocional inherente a ciertas situaciones humanas pueda llegar a su voltaje más alto en

    el momento de descarga [...]; su razón de ser es su capacidad de concentrar una intensa carga

    Garrido Camacho (1999), pág. 23.

    Cave (1988), págs. 46 y 4.

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    Anagnórisis en las novelas de Cervantes  (DQ /,  42 )  347

    emocional en un solo acontecimiento, en un cambio de conciencia».

    7

      Esta afirmación concuerda

    con la teoría aristotélica del arte y de las emociones. Los comentaristas italianos del XVI, por su

    parte, solían relacionar la anagnórisis sobre todo con la admiración y la maravilla, pero también

    eran conscientes de otros efectos suyos como en esta afirmación de Baccio Neroni que hace eco

    de la

     Poética:

     «La peripe cia y la anagnórisis so n po dero sas p or encim a de to das las otras parte s [...]

    ya que son las que más mueven las pasiones y se apoderan de las almas de las personas, delei-

    tándolas o moviéndolas al desdén o a la compasión».

    8

    Si la literatura de ficción insiste tanto en crear escenas de anagnórisis, por algo será. Para los

    personajes que experimentan una anagnórisis de cierta intensidad, hay un antes, un durante y

    un después muy marcados donde el después refleja un cambio radical con respecto al antes. De

    repente queda alterada la configuración de relaciones entre personajes, y esto afectará también a

    los lectores o espectadores de la escena. Para que una anagnórisis literaria sea eficaz nos tiene que

    involucrar emocionalmente, lo que supone -entre otras cosas- que tengamos la sensación de ser

    «testigos» de lo que pasa, que seamos capaces de imaginar cómo se sienten los personajes, y que

    seamos capaces de sentir cierto grado de simpatía y hasta empatia con los personajes. Aristóteles

    nos da muy pocos indicios sobre cómo los sentimientos de los personajes pueden transmitirse a

    los espectadores, pero no hay duda de que esto es lo que tiene que ocurrir para que una obra

    realice su propósito.

    Pese a que la definición aristotélica de la anagnórisis se refiere a un «cambio desde la ignorancia

    hasta el conocimiento», resulta imprescindible

      desvincular la anagnórisis de la verdad

      ya que lo

    que se «reconoce» puede ser fruto del engaño o del autoengaño, y no por eso tiene menos im-

    portancia. La anagnórisis supone más bien la  sensación  de un cambio desde la ignorancia hasta el

    conocimiento, porque en realidad el cambio puede ir en sentido inverso, o desde la ignorancia al

    error. Don Quijote acaba reconociendo como Dulcinea a una tosca aldeana señalada por Sancho, y

    esto tendrá consecuencias enormes en toda la segunda parte de la novela. Se podría decir que en

    muchos momentos del

      Quijote

      se «reconoce» a otros personajes por quienes no son o por quienes

    parecen o fingen ser, y por lo tanto éstas también podrían considerarse situaciones de anagnórisis.

    También convendría distinguir entre distintos  grados  de anagnórisis porque algunas sin duda son

    más inesperadas, significativas o impactantes que otras.

    9

    Como nunca he visto ninguna lista de escenas de anagnórisis en el   Quijote  y sé que semejante

    lista, si existiera,  variaría según los criterios que se em plearan, voy a señalar algunas situaciones qu e

    yo considero anagnórisis. Me apresuro a añadir que no se trata de una cuestión ociosa porque el

    sentido de un pasaje puede depender de si se le caracteriza como anagnórisis o no. En   Mimesis,

    Erich Auerbach utiliza el ejemplo de la cicatriz de Odiseo como muestra de la representación de la

    realidad en la literatura griega sin señalar que se trata de una escena caracterizada en primer lugar

    7

      Gerald F. Else,  Aristotle's Poetics: The Argument,  Cambridge (Massachusetts), Harvard University Press, 1957,

    pág. 353 (traducción mía).

    8

      Citado en Adams (2000), pág. 42 (traducción m ía desde el inglés). Ver también Cave (1988), págs.

      55-83;

      y

    Garrido Camacho (1999), págs. 14-27, 107.

    9

      Así, con todo respeto hacia Aristóteles, me parece necesario flexibilizar el concepto de a nagnórisis. También

    creo que se ha exagerado la relación entre el (neo)aristotelismo y la creación literaria. Cave (1988, págs. 273-74) ad-

    mite que la obra d e Shakespeare ilustra la anagnórisis en toda su amplitud, y no obstan te m arginaliza al bardo : «No

    hay motivos para creer que conociera los  loci sobre anagnórisis y qu e intentara po nerlos en práctica o transformarlos

    de alguna manera. Sus escenas de reconocimiento se derivan demostrablemente del arsenal de la   Nueva Comedia,

    del  romance  tardío y de tradiciones narrativas relacionadas, v.g., el Decamerón  [...] Su lugar en este estudio -como

    el de Martin Guerre, y por motivos parecidos- sólo puede justificarse en un prólogo o en una alusión marginal ya

    que  los términos de referencia adoptados aquí exigen que haya por lo m enos una conexión entre textos literarios y los

    argumentos de la poética»  (traducción y énfasis son míos).

    Aristóteles tuvo el gran mérito de identificar y teorizar la anagnórisis, pero por supuesto no la inventó (¡como

    demuestran sus ejemplos ), y la literatura posterior no dependería de su   Poética para seguir produciendo escenas de

    anagnórisis. A diferencia de Shakespeare, Cervantes sí demuestra un conocimiento de la Poética, pero no por eso hace

    falta suponer que el tratado aristotélico influya en la realización de las anagnórisis cervantinas.

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    3 4 8 STEVEN HUTCHINSON

    como anagnórisis.

    10

      Para mí las anagnórisis de la primera parte del  Quijote  incluirían: la conciencia

    por parte de don Quijote de que él mismo se ha convertido en otra persona, y de que Aldonza

    ya es Dulcinea (I, 1); la conversación en la que Sancho se entera de quién es Dulcinea (I, 25);

    varios momentos de la historia de Cardenio, Luscinda, Dorotea y don Fernando, culminando en

    el dramático encuentro que tiene lugar en la venta (I, 36); también varios momentos del   Curioso

    impertinente,   entre ellos el desolado final (I, 33-35); el reconocimiento por parte de Agi Morato de

    que su hija Zoraida es cristiana y traidora (I, 41); el reencuentro del ex-cautivo con su hermano el

    oidor (I, 42); y el reconocimiento del disfrazado don Luis (I, 43 y 44). En la segunda parte cada

    vez que los lectores del primer  Quijote  se encuentran con don Quijote, desde Sansón Carrasco

    hasta Antonio Moreno, se produce una especie de anagnórisis asimétrica donde don Quijote no

    puede reconocer a sus ex-lectores pero sí es reconocido por ellos. A estos momentos habría que

    añadir los encuentros con Dulcinea, con el Caballero de los Espejos y de la Luna, con Maese

    Pedro, con Ricote y Ana Félix, con Roque Guinart, además del reencuentro de don Quijote con

    un Sancho vivo en la sima, el trágico final de la historia de Claudia Jerónima, y la conciencia por

    parte de Alonso Quijano de que ya no es don Quijote (y quizás nunca lo fue). Semejante lista

    tendría algo de arbitrario, pero también habría en ella anagnórisis indiscutibles. El hecho es que los

    caminos narrativos del  Quijote  van de anagnórisis en anagnórisis, siendo éstas de variable carácter

    e intensidad, pero imprescindibles en el itinerario textual. Algunas evocan gran risa, otras lágrimas

    de felicidad o tristeza, otras extrañamiento o admiración, algunas son más ligeras o profundas que

    otras, etc. En su conjunto figuran entre los momentos más climácticos de la novela.

    Voy a comentar brevemente una de estas anagnórisis, la que ocurre en el capítulo 42 de la

    primera parte cuando Ruy Pérez de Viedma se reencuentra con su hermano después de veinte

    años de ausencia sin que el cautivo haya dado señales de vida. El capítulo comienza con unos

    comentarios en los que don Fernando elogia efusivamente el  modo, en que el ex-cautivo ha con-

    tado su historia. Este relato ya ha asumido las características de la ficción literaria: todo en él es

    «peregrino y raro y lleno de accidentes que maravillan y suspenden a quien los oye».

    11

      Pero la

    historia del ex-cautivo no ha acabado, sino que está todavía  in medias res. Lo que falta es la rein-

    tegración en la vida por parte del capitán, algo que muchos ex-cautivos en efecto no consiguieron

    resolver satisfactoriamente en tiempos de Cervantes. Este ex-cautivo, además, se encuentra pobre,

    desarraigado, algo envejecido y acompañado de una mujer inmigrante, incapaz de hablar español,

    que al desembarcar en España se ha convertido

      ipso facto

      en morisca en un momento en el que

    se debate intensamente la cuestión de la expulsión de los moriscos. Ruy Pérez ha pasado la mitad

    de su vida en guerra y cautiverio, y poco se parece a ese folclórico joven de antaño que salió

    de las montañas de León. No sabe nada de esa familia suya que podría abrazar o rechazar a la

    recién llegada pareja. Los sinceros ofrecimientos de amistad y ayuda por parte de don Femando,

    Cardenio y otros auguran bien, pero lo que más importa es la aceptación de la familia.

    La llegada del hermano Juan con su bella hija contribuye aun más a convertir la venta en un

    espacio u-tópico

    12

      donde se resuelven las historias más enmarañadas, donde reina la belleza y están

    ya ampliamente representadas las armas y las letras. El que le da la bienvenida es el propio don

    Quijote, figura que extraña con su aspecto y su breve discurso que transforma la venta no sólo en

    castillo sino en paraíso con estrellas y soles. Esta venta tan sucia donde mantearon a Sancho ya

    se ha convertido en un espacio donde la literatura con todas sus caprichosas necesidades puede

    realizarse libremente y las anagnórisis pueden multiplicarse sin impedimentos.

    A lo largo del capítulo la narración se em peña en registrar los movim ientos anímicos de dos

    personajes: Ruy Pérez y Juan Pérez. Tal vez no haya otro capítulo del

      Quijote

      tan poblado de los

    10

      Ver Cave (1988), pág. 22.

    11

      Cito el

     Quijote

     por la edición de F rancisco Rico, Madrid, Real Academia Españo la, 2004. Este pasaje se en cuen tra

    en I, 42; 439.

    12

      Con el guión quiero evocar el conocido juego conceptual por parte de Tomás Moro:

      ou-topos,

     ninguna parte.

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      nagnórisis

     en las

     novelas

     de

     Cervantes

      13Q /, 42 349

    verbos  oír, ver,  escuchar  y  mirar. Todo  lo que se ve y se oye  causa multitud  de  reacciones, tales

    como

      la

      admiración,

      la

      confusión,

      la

      esperanza,

      la

      melancolía,

      y un

      regocijo

      sin

      límite,

      v.g.: «El

    cautivo,

      que

      desde

      el

      punto

      que vio al

      oidor,

      le dio

      saltos

      el

      corazón

      y

      barruntos

      de que

      aquél

    era

      su

      hermano

      [...]» I, 42; 441). Y

      desde

      su

      escondite mira

      y

      escucha:

    Todo lo que el  cura decía estaba escuchando algo de  allí desviado  el  capitán, y  notaba todos  los movi-

    mientos que su  hermano hacía; el  cual, viendo que ya el  cura había llegado al fin de su  cuento, dando

    un grande suspiro y llenándosele  los ojos  de  agua, dijo:

    —¡Oh, señor,  si  supiésedes  las  nuevas que me  habéis contado y  cómo  me  tocan  tan en  parte  que rae

    es forzoso  dar  muestras dello  con  estas lágrimas  que  contra toda  mi  discreción  y  recato  me  salen por

    los ojos I, 42; 443)

    No interesan

      los

      sentimientos

      de los

      personajes marginales

      a

      este tenso encuentro excepto

      en la

    medida

      en que

      captan

      y

      retransmiten

      las

      emociones

      de los dos

      hermanos.

      Al

      canalizar nuestra

    atención

      a

      través

      de los

      sentimientos

      de

      estos

      dos

      personajes

      se

      intensifica nuestra conciencia

      de

    la encrucijada vital  en que se  encuentran  los  hermanos.

    Esta anagnórisis pertenece

      a una

      importante subcategoría,

      la de las

      reuniones

      de

      familiares,

    esposos

      o

      amantes después

      de

      mucha separación

      e

      incertidumbre.

    13

      Aquí

     no hay

     engaños

     ni

      disfra-

    ces

     ni

      nada oculto.

     Más

     bien

      se

      trata

     de una

      ruptura

      en la

      familia ocasionada

      por

      causas externas;

    han pasado muchísimos años,

     y de

      repente

      se

      produce

      una

      reunión. También cabe notar

      que

      este

    reconocimiento

      del

      hermano

      por

      parte

      del

      ex-cautivo nada tiene

      de

      problemático

      ni

      misterioso

    ni dudoso:  Ruy  Pérez  ve a su  hermano  y,  mediante  un  intermediario, confirma  que es él por su

    nombre, procedencia  y  oficio. Claro, en  estas circunstancias  un  autor podría hacer que se  realizara

    la reunión cuanto antes,

     y en

      efecto, como indica

      el

      cura,

      no hace falta

      poner

      a

      prueba

      al

      oidor

    porque

      ya ha

      demostrado

      ser un

      hombre

      de

      buena disposición.

      Los

      tratadistas italianos

      del XVI

    arguyen,

      en

      cambio,

      que las

      anagnórisis prolongadas,

      tal

      como

      le

      ocurre

      a

      Odiseo

      en los

      últimos

    libros

     de la

      Odisea,  suelen

      ser más

     eficaces

     que las

      aceleradas.

     A

     través

     de su

      personaje

      el

      capitán

    que «querría

      no de

      improviso, sino

      por

      rodeos, dármele

      a

      conocer»

      I, 42; 442), y a

      través

      de la

    habilidad del cura, Cervantes en  efecto dilata magistralmente la segunda parte de  este reconocimiento

    mutuo, revelando

      los más

      profundos sentimientos

      del

      oidor

      y

      haciendo

      que

      todos

      los

      demás

     per-

    sonajes -¡sabedores

      del

      caso -

      le

      acompañen primero

      en sus

      lágrimas

      de

      tristeza antes

      de que se

    le presente

      a su

      hermano

      y

      futura cuñada.

     Es en

      este intercambio

      tan  innecesario

      entre

      el

      cura

      y

    el oidor donde,

      a mi

      juicio,

     se

      produce

     uno de los

     momentos

      más

      emotivamente sublimes

      de

      todo

    el  Quijote.

      El

      breve discurso

      del

      oidor acaba

      en una

      anagnórisis simulada mediante

      un

      apostrofe

    dirigido primero  al  hermano  y  luego  a  Zoraida,  y  enseguida  se  produce  la  anagnórisis real.

    Fijémonos

      en la

      actuación

      del

      cura

      en

      todo esto:

      es él

      quien prolonga

      el

      proceso

      de la

      anag-

    nórisis hasta

      tal

      punto

      que

      tiene

      al

      oidor «lleno

      de

      tanta compasión»

      por la

      historia

      del

      cautivo

      y

    Zoraida, y a los  demás personajes llorando  por  simpatía. Y dice el  texto: «Viendo, pues, el  cura que

    tan bien había salido

     con su

      intención

     y con lo que

      deseaba

      el

      capitán,

      no

      quiso tenerlos

      a

      todos

    más tiempo tristes

     y, así, se

      levantó

      de la

      mesa

      [...]».

      Como sabemos, vuelve tomando

      de la

      mano

    a Zoraida

      y al

      capitán

      y

      dice: «Cesen, señor oidor, vuestras lágrimas,

      y

      cólmese vuestro deseo

      de

    todo

      el

      bien

      que

      acertare

      a

      desearse

      [...]». Así,

      como bue n director musical

      el

      cura manipula

      los

    sentimientos

      en

      esta anagnórisis: dirige

      lo que

      sienten

      los

      otros,

     y con qué

      intensidad

      y

      duración,

    y luego, manteniendo  la  tensión, modula repentinamente desde  la  tristeza hasta  la  felicidad.

    Para

     el

     capitán,

     lo que se ha

      revelado obviamente

     no ha

      sido quién

     es el

      oidor sino cuáles

     son

    los verdaderos afectos

      y la

      predisposición

      de

      éste hacia

      él y

      también hacia Zoraida, porque

      eso

    es

      lo que

      promete determinar

      si la

      nueva pareja

      va a ser

      plenamente aceptada

      y

      apoyada desde

    13

      Adams (2000) observa

      con

     respecto

     a las

      reuniones: «Con

     un

     poco

     de

      reflexión

      se

     aclara

      la

      existencia

     de una

    diferencia fundamental entre  el reconocimiento y la  reunión, porque  aunque  es imposible pensar en una  reunión que

    no  sea también un  reconocimiento, es sin  duda posible pensar en un reconocimiento  que no sea una  reunión, como

    en

      el

      caso

     del

     Edipo

     de

     Sófocles»

      pág. 38;

     traducción

      y

      énfasis

      son

     míos).

    ISO. Actas VII (2005). Steven HUTCHINSON. Anagnórisís en las novelas de Cervant...

  • 8/17/2019 amagnorisis en quijote.pdf

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      STEVEN HUTCHINSON

    el núcleo de la familia. El oidor representa y coordina a su dispersa familia, y ahora se llevará al

    capitán y a Zoraida a Sevilla para celebrar el bautismo y la boda.

    En esta escena de anagnórisis las emociones tienen su propio lenguaje y sentido dentro de las

    palabras y al margen de ellas. Dice el narrador:

    Las

     palabras que

     entrambos hermanos

     se

     dijeron,

      los sentimientos que

     m ostraron,

      apenas creo que pueden

    pensarse, cuanto

     más escribirse.  Allí

     en

      breves razones

      se

      dieron cuenta

     de sus

      sucesos, allí mostraron

    puesta

     en su

     punto

      la

      buena amistad

     de dos

     hermanos, allí abrazó

     el

     oidor

      a

      Zoraida, allí

     la

     ofreció

     su

    hacienda, allí hizo

     que la

      abrazase

      su

      hija, allí

      la

      cristiana hermosa

      y la

      mora hermosísima renovaron

    las lágrimas

      de

     todos.

      I, 42; 445)

    ISO. Actas VII (2005). Steven HUTCHINSON. Anagnórisís en las novelas de Cervant...