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Amadis
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Caminando, como oís, parando en el campo, les ocurrió a Amadís y a su compañero G. que vieron dos
caballeros armados. Se pusieron ante ellos en el camino y uno de ellos dijo al otro:
—¿Cuál de estas doncellas quieres, y tomaré yo la otra?.
—Yo quiero esta doncella, dijo el caballero.
—Pues yo esta otra, - y tomó cada uno la suya.
Amadís les dijo: —¿Qué es esto, señores, qué quieren de las doncellas?
. Dijeron ellos: —Hacer como de nuestras amigas.
—¿Tan ligeramente las quieren llevar —dijo él—, sin que ellas lo deseen?.
—¿Pues quién nos las tirará?, dijeron ellos.
—Yo —dijo Amadís—, si puedo.
Entonces tomó su yelmo y escudo y lanza y dijo:
—Ahora conviene que dejen las doncellas.
—Antes verás —dijo uno— cómo sé pelear.
Y ambos avanzaron con los caballos y se hirieron con sus lanzas bravamente. El caballero quebró su lanza
y Amadís lo hirió tan duramente que lo derribó del caballo, quebrándole los brazos, y el yelmomle salió
de la cabeza. El otro caballero se acercó violentamente y lo hirió de modo que le hizo una herida. Amadís
erró el cruce y se juntaron uno con otro así los caballos como los escudos, y Amadís se trabó con él y
sacándolo de la silla lo batió en tierra y así quedaron los caballeros a pie y los caballos sueltos. Amadís
tomó delante sí las doncellas y fueron por su camino hasta que llegaron a una ribera donde les darían de
comer, pero antes que él descendiese llegaron los caballeros con quien habían peleado, y le dijeron:
—Conviene que defiendas a las doncellas con la espada y con la lanza, si no vamos a llevarlas.
—No las llevarán—dijo él—, mientras las pueda defender.
—Pues toma la lanza —dijeron ellos— y tengamos la batalla.
—Eso haré yo —dijo él— si vienen uno a uno.
Y dando su lanza a Gandalín echó mano a su espada y fue a uno de ellos, al que más quería herir, y
comenzaron su batalla. Como uno de los caballeros era valiente hirió a Amadís de grandes golpes. Pero
él, que con ambos en la batalla se veía, hirió a aquél que llegaba y le cortó la carne y huesos del brazo,
por lo que se le cayó la espada de la mano. Ese caballero pensó que Amadís iba a matarlo, y gimió:
—¡Ay, señor, muerto soy!,
Entonces dejó caer la espada de la mano y el escudo del cuello, y Amadís le dijo:
—No es necesario, si juras que nunca tomarás dueña ni doncella contra su voluntad. El caballero lo juró
luego, y él le hizo meter la espada en la vaina y echar el escudo al cuello y lo dejó ir.