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ÉTICA Y POLITICN EL HISTORIADOR DEL TIEMPO PRESENTE
Eugenia Af fierMontano
UNIVERSIDADACIONALUTONOMA
E
MÉXICO
INSTITUTO
E
INVESTIG CIONES
OCIALES
En el siglo
XIX
a historia fue considerada
magistra vitae
Se otorgaba a la
disciplina naciente una función educativa, mientras el historiador era visto
como maestro paradoxal de civismo. La política y la ciencia estaban sepa-
radas: el historiador podía comprometerse como hombre, pero no como
historiador. La objetividad debía estar por delante de todo. Esta posición
casi epistemológica se mantuvo hasta después de la Segunda Guerra Mun-
dial, con la creencia de que el compromiso y la acción militante no podían
ser ostentados públicamente, ya que el imperativo para acreditar la verdad
científica debía ser la distancia.' No obstante, luego de la guerra inició el
triunfo de la historiografía militante en las universidades, especialmente a
través del marxismo.
Pese a que el historiador buscaba mantener su asepsia política, la de-
manda social se hacía presente desde los orígenes de esta disciplina: exigencia
de apaciguamiento de versiones partidistas y partidarias de la historia, crea-
ción de historias nacionales para coadyuvar en la construcción del imaginario
de la na ~i ón .~partir de los anos sesenta, la historia se vería confrontada con
nuevas demandas, cuando diversos grupos sociales (obreros, regionalistas, y
ciertas minorías como las mujeres, los homosexuales) comenzaron a exigir ser
Este artículo es resultado de los proyectos Conmemorac iones de pasados recientes
violentos; memor ia e identidad. Una comparación México-Uruguay
(IISUNAM)
y Memoria
y política: de la discusión teórica a una aproximación al estudio de la memoria política en
México (Conacyt CB-200 -0
4929
Olivier Dumoulin,
Le rbk social de l bistorien. De
la
chaire au prétoire,
París, Albin
Michel, 2003.
Benedict Anderson,
Comunidades imaginadas. Refexiones sobre el origen
y la
drfirsión de l
nacionalismo,
México, FCE,1993.
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EUGENI LLIER MONT NO
escucharlos por las historias nacionales que, hasta entonces, los habían exclui-
do. Muchos historiadores en diversos países del mundo parecieron hacerse
cargo del reclamo social, emprendiendo nuevas formas de hacer historia (oral,
desde abajo , de las m~ je re s) .~asi al mismo t iempo, la memoria de testigos
comenzó a volverse central en los debates públicos de algunos países europeos
(en especial en los años setenta con los sobrevivientes de la
Shoah ,
frente a
lo cual los historiadores empezaron a debatir las relaciones entre historia y
memoria. Así, la descolonización, la irrupción de los nuevos grupos sociales
y del testigo como nuevos sujetos históricos, impulsaron el surgimiento de
dos nuevas formas de hacer historia que serían centrales en esta coyuntura:
la historia de la memo ria' y la historia del tiempo presente . Aunque am-
bas surgieron de la mano, atendiendo el mismo objeto de investigación (la
historización de las memorias en el presente), pronto la historia del presente
se demarcó de la primera.
Si bien muchos historiadores consideran que, aún hoy, los diversos
proyectos de historia del tiempo presente no tienen sus líneas fijadas, y que
ella sigue siendo objeto de dudas y de reacomodos, es indiscutible que ya se
puede asegurar que se trata de una historia particular, con un objeto definido
(el tiempo presente) y con metodologías propias (como el uso del testimo-
nio o ral).4 Es una historia de lo inacabado, de lo que carece de perspectiva
temporal (de una historia de procesos aún en desarrollo), y definitivamente
ligada con la coetaneidad; es decir, sería aquella que toma como objeto un
acontecimiento histórico del cual todavía está viva, al menos, una de
las
tres
generaciones que lo experimentaron. No es, pues, como se pensó en un p rimer
momento, la historia de u n determinado periodo histórico, sino una historia
que va moviendo sus márgenes con el devenir mismo del tiempo
hi ~ t ó r i co .~
El historiador del tiempo presente se enfrenta a pasados recientes,
calientes y vivos, por lo que se ha visto conf ront ado con posicionamientos
éticos y políticos antes no conocidos. La historia reciente ha sido enfrentada,
progresivamente, a un problema nuevo que toma proporciones considerables:
el de la demanda social de peritaje sobre el pasado.ó En ese sentido, en este
Kd. Philippe Joutard, Esas voces que nos llegan delpajado, México, FCE, 1999; Perer
Burke, Formas de hacer historia, Madrid, Alianza, 2003.
Julio Arósregui,
La historia vivida. Sobre
l
historia delpresente,
Madrid, Alianza Editorial,
2004.
Vid. Écrire l histoiredu tempsprésent,París, LNRS 1993; Josefina Cuesta Bustillo, Historia
del presente, Salamanca, Ediciones de la Universidad Complutense, 1993; Marina Franco,
Florencia Levín (comps.),
Historia reciente. Perspectivary desafispara un campo en construcción,
Buenos Aires, Paidós, 2007.
Gérard Noiriel, Qu est-ce que l histoire contemporaine?,París, Hachette, 1998.
texto deseamos revisar la posición ética y política de este nuevo historiador
en dos ámbitos diferentes, aunque de alguna manera ligados: el de la justicia
(al ser llamado a declarar como testigo experto ) y el de su intervención
en comu nidad sin una demanda social expresa (enfrentándose a memorias
sociales vivas)
EL HISTORI DOR DEL TIEMP O PRESENTE L JUSTICI
Co n el inicio de la escritura de la historia del tiempo presente, los historiadores
comenzaron a ser solicitados como testigos en juicios por crímenes contra la
humanidad. Deben ser retenidos tres momentos de este proceso. Primero, el
juicio contra Adolf Eichmann (acusado de ser uno de los principales orques-
tadores de la exterminación de los judíos en Alemania durante la Segunda
Guerra Mundial) en
1961,
que constituyó la primera aparición pública de
la memoria del Holocausto, y que hoy se ve como m oment o fundado r: por
primera vez, un juicio se fijó como objetivo explícito dar una lección de
historia ; por p rimera vez, apareció el tema de la pedagogía y la transmisión;
por primera vez, un historiador (Salo Baron, profesor de la Universidad de
Columbia) fue citado al estrado para fijar el marco histórico del proceso y,
sobre todo, marcó el advenimiento del testigo.9 El segundo momento se ubi-
ca en 984, cuan do por pr imera vez en Francia se recurrió a los historiadores
en una corte, con el fin de testimoniar sobre su conocimiento; al mismo
tiempo, en esta década se conocería el inicio de la progresiva ascensión del
testigo.10 El tercero también tuvo lugar en Francia, en los años noventa, y se
relacionó con el caso Maurice Papon (prefecto de París durante el gobierno
de Vichy), que marcó un doble pasaje del testigo: pasaje a una nueva gene-
ración (aquella de los niños que crecieron dura nte la guerra) y, para lo que
Com o lo señala Noiriel (Qu est-re.. op. cit.), estas nuevas funciones del historia dor
ponen en primera línea las tensas relaciones entre historia y memoria, tema qu e daría para un
artículo en si. El lector interesado puede ver, entre otros: Maurice Halbwachs,
La memoria
cokctiva,Zaragoza, Ediciones Universitarias de Zaragoza, 2005; Joutard, Esas voces.. op. cit.;
Jacques Le Goff, Elorden de
la
memoria: el tiempo como imaginario,Barcelona, México, I'aidós,
1991; Pierre Nora, Entre mémoire et histoire , en Pierre Nora (ed.), Les lieux de mémoire,t.
I , La République, París, Gallimard, 2001, pp. 23-43; Paul Riceur , La memoria, la historia, el
olvido,Buenos Aires, FCE,2004.
Hannah Arendt, Eichman ajérusakm. Rapportsur l banalitédu mal,París, Gallimard, 997.
'Annete Wieviorka, L 1.r~ u témoin, París, Plon, 1778.
O Franqois Hartog sugiere que si bien el juicio a Eichmann fue el primer reconocimiento
del testigo en la escena pública internac ional, fue en Estado Unidos, a partir de los años novena,
que aquél se impuso (Evidencede l histoire. Ce que voient ks historiens,París, École des Hautes
Études en Sciences Sociales, 2005).
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nos interesa, pasaje de los historiadores a testigos del ministerio público, la
defensa o la acusación. l
Con el correr de los aíios, esta demanda social fue en aumento.12
Los pasados que no pasan '3 se van haciendo presentes en otras partes del
mundo: Alemania, Suiza, Italia, Israel, Japón. Si bien América Latina ha
conocido, en las últimas décadas, innumerables juicios por crímenes contra
la humanidad,14 los historiadores n o han sido solicitados para contextualizar
las circunstancias en las cuales tuvieron lugar los hechos o para educar a los
jueces . Sin embargo, sí han sido llamados en otra de las modalidades con-
temporáneas relacionadas con crímenes de lesa humanidad: las Comisiones
de Verdad, organismos públicos de carácter no jurisdiccional, cuya función ha
sido investigar un periodo en el que ocurrieron graves violaciones de derechos
humanos. Sólo por citar algunos ejemplos, mencionemos la Comisión para
la Paz en Uruguay (2000-2003), la Comisión Nacional de Reparación y Re-
conciliación en Colombia (2005-hasta la fecha),I5
y
la Mesa de Diálogo en
Chile (1999-2001). En nuestra región, tanto los juicios, como las comisiones
de verdad han sido considerados como mecanismos de la justicia transicional,
es decir, como elementos que podr ían coadyuvar a restaurar la paz común
y
completar la transición a la democracia.
Por ello, es importante situar, históricamente, esta demanda social
que se ha venido haciendo al historiador. Sería difícil entender los procesos
Wieviorka, LPre... op. cit .
I La participación de historiadores en juicios come nzó antes, en Estados Unidos y Canadá.
Pero en ellos no se enjuiciaban acontecimientos recientes, ni acusados de crímenes contra
la humanida d, sino hechos históricos más lejanos en el tiempo que tenían influencia en el
presente. Vid. Dumoulin, L e r de .. op. cit . En Francia, el primer antecedente se ubica a fines
del siglo XX con el caso Dreyhis. Hartog menciona que, desde entonces, se mantiene una
matriz dreyfusiana del papel de los historiadores en ese país: su compromiso en los asuntos
de su presente (Evidence. . op. c i t . ) , aunqu e para nosotros, de Dreyfus a Papon hay un largo
trecho de historia y de modificaciones en las formas de hacer historia y en el compromiso de
los historiadores.
l
En alusión a la célebre expresión de Éric Co nan, Henr y Rousso,
Vichy, un passé q ui ne
passe pas,
París, Gallimard, I 996.
l4
Sólo por citar algun os de los más import ante s habría que sehalar el de las juntas m ilitares
en Argentina (198 y); los de Pinochet y algunos de sus colaboradores en C hile a partir d e los
anos noventa; el de Juan María Bordaberry (presidente de la República, 1 972-1976)
y
Juan
Carlos Blanco (ministro de Relaciones Exteriores dura nte la dictadura) en 2006 en Uruguay;
el de Luis Echeverría Álvarez en México. V i d . Kathryn Sikkink y Carrie Booth Walling, La
cascada de justicia y el impacto de los juicios de derechos human os en América Latina , en
Cuadernos del
CLAEH
Uruguay, núms. 96-97, PP. 5-40.
l Agradezco el dato a Jefferson Jaramillo.
en contra de Klaus Barbie, Paul Touvier y Papon en Francia,'' el de Erich
Priebke en Italia, e incluso las tentativas de juicio en contra d e Pinochet ( tanto
en Europa como en Chile), sin ponerlos en relación con la emergencia, en
el seno de la sociedad civil de esos países y de la opinión pública mundial,
de una memoria colectiva del fascismo, d e las dictaduras y de la Shoah Esos
juicios se transformaron en mom entos de rememoración pública de la historia,
donde el pasado ha sido reconstituido y juzgado en una sala de tribunal.
De esa manera, en el mom ento en que la memoria iba imponiéndose
en diversos espacios públicos nacionales, el historiador parecía el especialista
necesario por dos causas. Primero, porque se le supone el experto en el pasado
(lejano
O
reciente), qu e puede exponer la verdad histórica ante la sociedad
y
el
sistema judicial. Segundo, porque en un momento en que otras disciplinas no
parecían otorgar respuestas válidas para las decisiones estratégicas que había
que tomar, la historia aparentaba poder proveer un discurso explicativo que
ayudara a encontrar soluciones ante problemas heredados de periodos vio-
lentos.'' Ant e la emergencia del testigo y la memoria, se exigió de la historia
una respuesta sobre la identidad, intrínsicamente unida a la memoria de los
sujetos, las colectividades y las naciones; es decir, los historiadores eran
llamados a decir lo que es verdadero sobre el ayer, para beneficio del hoy
y del maíiana.
Por todo ello, Henry Rousso considera que estos juicios contemporá-
neos han conllevado una mezcla de géneros entre justicia, memoria e historia.
Advierte que la justicia (que se cuestiona si un individuo es culpable o inocen-
te), la memoria nacional (resultado de una tensión existente entre recuerdos
memorables y conmemorables y olvidos que permiten la supervivencia de la
comunidad y su proyección en el futuro) y la historia (una empresa de cono-
cimiento y elucidación) son tres registros que, aunque claramente diferentes,
se han superpuesto en los juicios por crímenes contra la humanidad.20
l6 Michel Zaoui, Noelle Herrenschmidt y Antoine Garapon, Mémoires dejustice . LesprocPs
Barbie, Touvier, Papon, París, Le Seuil, 2009.
nzo Traverso, Le passé, modes d'emploi. Histoire, mémoire, politique, París, La Fabrique,
2 5
l8 Pero si la historia ha estado presente en la justicia, el derecho tam bién h a termina do
por influir a la historia. La visión del siglo
xx
como el siglo de la violencia ha con ducido, en
muchas ocasiones, a la historiografía a trabajar con categorías analíticas prestadas del der echo
penal. 1.0s actores de la historia son llevados al papel de ejecutores , víctimas o testigos .
Traverso, L e pas s é . .
.
p. cit .
l 9 Zbi m.
2
Henry Rousso, La Hantise d u passé, París, Textuel, 998.
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EUGENI LLIER MONT NO
En el fondo, la vinculación entre justicia e historia es vieja, pues hay una
serie de elementos comunes ent re ellas: índices, pruebas, testimonios. Co mo
lo senala Carlo Ginzburg, han existido al menos tres momentos importantes al
respecto. El primero se dio en el siglo xix cuando se entendía la historia como
juicio: se imponía al historiador enjuiciar a personajes y acontecimientos en
función de un principio -los intereses superiores del Estado-. La posición de
Marc Bloch definió el segundo momento en este vínculo, cuando frente al
dilema juzgar o comprender , optó por la segunda al te rn at i~ a. ~~l tercero
sería el contemporáneo , cuando fue actualizada la relación ent re derecho e
historia, al ser convocados los historiadores en calidad d e testigos en procesos
penales por delitos de lesa humanidad.12
A partir de este tercer mom ento surgieron acaloradas discusiones, en
especial dentro d e la comunidad académica, y se demarcaron principalmente
cuatro problemáticas: las formas de inscripción del histor iador en los juicios,
las relaciones que establecen la historia y el derecho con la verdad, los campos
de discusión del saber histórico y el papel social del historiador.
Veamos la primera. Frente a la corte, el histor iador presta juramento
declarando, como todo testigo, juro decir la verdad, nada más que la verdad,
toda la verdad . Pero, ;qué tipo de testigo es? No puede ser testigo moral
(pues no conoce al acusado), no puede ser testigo material (pues no tuvo un
contacto efectivo con la realidad sensible de los hechos y d e los actos
incri-
minados: no es su memoria visual ni audit iva lo que lo lleva a ser testigo).
Es testigo experton: alguien cuyo conocimiento del pasado (de hecho, sólo
conoce aquello de lo que es testigo por huellas) sobrepasa al de los individuos
ordinarios, y por ello puede ayudar a una corte o un jurado a comprender
su tema de inve~t i~aci ón. '~n el curso de las audiencias, cuando los histo-
riadores testimonian , esclarecen gracias a sus competencias profesionales
el contexto histórico de los hechos concernidos. Así, la actividad de experto
21 Marc Bloch, Apologíapara la historia, México, INAH-FCE, 996.
22
Ginzburg entró en el debate social sobre el papel del historiador en los juicios
contemporáneos, no como testigo sino por medio del análisis hi~torio~ráficoteórico de los
procesos verbales del caso Sofri, a quien considera inocente: su preocupación central no es la
del juicio histórico, sino la prueba. Adriano Sofri, Ovidio Bompressi y Giorgio Pietrostefani,
inculpados del asesinato del comisario Calabresi (sospechoso de la muerte de un anarquista
en 1969 , cometido en Milán en 1972, fueron condenados en 1988 sin más prueba que las
confesiones de un arrepent ido . Gracias a su trabajo como histori ador de procesos de brujería,
especialmente de la Inquisición en los siglos xvr y WII, Ginzburg analiza las relaciones entre
prueba, testimonio y verdad, historiador y juez. Se trata de un o de los aporces más lúcidos
sobre el tema. Carlo Ginzburg, Le uge et l historien, París, Verdier, I 998.
23
Dumoulin,
Le r61e
...
op. cit.
aparece como prolongación de la actividad profesional. Surge entonces la
figura del especialista que busca desacreditar el sentido comú n
y
afirmar la ver-
dad de la profesión frente a los ar na t eu r ~. ~~
Para Thomas, la irnprescriptibilidad de los crímenes contra la hum ani-
dad significa, en realidad, que ellos serán prescritos cuando el último testigo
de la época (víctima o victimario) haya muerto. En ese sentido, la imprescrip-
tibilidad mantiene el pasado en el presente; es decir, lo vuelve contemporáneo
a todos mientras quede un testigo vivo. Por todo ello, el historiador puede
ser testigo en este tipo de juicios, porque lo imprescriptible lo convierte en
contemporáneo de los hechos, un testigo mejor informado que los otros.25
Este testimonio sui géneris ha conllevado, obviamente, cuestiones
de orden ético, pero también ha renovado las interrogaciones más viejas de
orden epistem~ló~ico,l poner en cuestionam iento la relación de la justicia
con la memoria d e un país y también la del juez con el historiador, con sus
modalidades respectivas de tratamiento d e pruebas y el estatuto dife rente de
la verdad según sea producida por la investigación histórica o enunciada por
el veredicto de un tribunal.26 De hecho, no pocos han considerado que, en
estos juicios, el historiador es solicitado e instrumental izado con fines que casi
no tienen que ver con los procedimientos de la hi~ to ri a,~ 'ransformándose
de narrador y divulgador de la verdad histórica, en juez de la historia y de
los partícipes de la historia.
Y es ahí dond e aparece la segunda problemática, centrada en los lazos
que la historia y el derecho establecen con la verdad, y en las tensas relaciones
entre el juez y el historiador. Por ello, es imprescindible recordar las tres fases
que componen el trabajo del historiador, y a través de las cuales se acerca a
la verdad histórica: I la documental,
2
la explicativa/comprensiva y 3 la
representa t i~a .~~unado a esto, los tres elementos que conforman esta dis-
ciplina (crítica documental, problematización y validación colectiva) deben
siempre estar
articulado^.^^
24 ROUSSO enciona que el experto convocado po r la jusricia p uede encontrarse en dos
situaciones: para dar cuenta d e fenóme nos generales, escablecidos formalmence por leyes
científicas, o porque ciene conocimiento del dossier o del acusado. Y para él, los historiadores
en juicios por crímenes contra la humanidad no han estado ni en la primera ni en la segunda
situación.
25YanThomas, La vérité, le temps, le juge et l'historien , Le Debut, núm. Ior, 1998,
PP. 17-36.
raverso, Le passé. op. rit.
2 ROUSSO,a Hantise. op. cit.
28
Ricarur, La memoria.. op. cit.;Bloch. Apología.. op. cit.
Le Goff, El orden.. op.
nt
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Sin embargo, los tribunales contemporáneos se ubican como si el
veredicto pronunciado fuera a sustituir al tribunal de la historia (ese antiguo
aforismo de Hegel). Pero como ha señalado Ginzburg, el historiador no debe
erigirse en juez, n o puede emitir sentencias. Su verdad -resultado de su in-
vestigación- no tiene un carácter normat ivo, pues ella es relativa y provisoria,
jamás definitiva. Sólo los regímenes autoritarios, donde los historiadores son
reducidos al rango de ideólogos y propagandistas, poseen una verdad oficial.
La historiografía no está jamás fijada, porque en cada época nuestra mirada
sobre el pasado -interrogado a partir de nuevos cuestionamientos, sondea do
con ayuda de categorías de análisis diferentes- se modifica. N o obstante, el
historiador y el juez compart en u n mismo objetivo: la búsqueda de la verdad
y esta búsqueda necesita pruebas. La verdad y la prueba son las dos nociones
que se encuentran en el centro del trabajo, tanto del historiador como del
juez. La escritura de la historia implica un procedimiento argumentativo
-una selección de hechos y una organización de la narración-, cuyo para-
digma sigue siendo la retórica de sepa judicial. La retórica es un arte de la
persuasión nacida frente a los tribunales , dice Ginzburg; ahí, delante de un
público, se ha codificado la reconstrucción de un hecho por palabras. Y aun-
que todo ello no es despreciable, ahí se detienen las afinidades. La verdad de
la justicia es normativa, definitiva y apremiante. Ella no busca comprender,
sino establecer responsabilidades, absolver a los inocentes y castigar a los
culpables. Comp arada con la verdad judicial, la del historiador no es sólo
provisoria y precaria, también es problemática. Resultado de una operación
intelectual, la historia es analítica y reflexiva, busca echar luz sobre las estruc-
turas subyacentes a los acontecimientos, las relaciones sociales en las cuales
están implicados los hombres y las motivaciones de sus actos. En resumen,
se trata de otra verdad, indisociable de la interpretación. N o se limita, exclu-
sivamente, a establecer los hechos, busca ponerlos en contexto, explicarlos
formulando hipótesis y buscando las causas. Si es el historiador adopta el
paradigma judicial , su interpretación no posee la racionalidad implacable,
mesurada e incontestable ne~esaria,~'unque sería iluso considerar que los
trabajos históricos no vehiculan también, implícitamente, un juicio sobre
el pasado.3' De cualquier manera, los mismos hechos engend ran verdades
diferentes: ahí donde la justicia cumple su misión
desi pand o y condenando
al culpable de un crimen, la historia comienza su trabajo de investigación
y de interpretación, tratando de explicar cómo se convirtió en criminal, su
relación con la víctima, el contexto e n el cual actuó, así como la actitud de los
i
testigos que vieron el crimen, que reaccionaron, que no pud ieron impedirlo,
que lo toleraron o lo aprobaron.32
Muchos historiadores han señalado, acertadamente, que en algunos
juicios, amén de que no se sigue el método histórico, no se realizan estos
procedimientos. En ese sentido, Rousso evidencia tres periodos en la relación
historia-juicios por crímenes contra la humanidad. El primero, luego de
la Segunda Guerra Mundial, cuando por primera vez se instituyó un gran
núme ro de tribunales -internacionales o nacionales-, en los cuales se exhu-
maron documentos y se reflexionó sobre los acontecimientos; en ellos, los
historiadores estuvieron asociados a los procesos de instrucción, colaborando
en reunir las piezas, y utilizándolas posteriormente para estudios históricos
originales. Es decir, los juicios ayudaron a escribir la historia reciente, que aún
no había sido abordada por los historiadores. Por ello, las primeras historias
del Genocidio estuvieron permeadas por la lógica judicial de Nuremberg En
un segundo momento, en los años sesenta y setenta, muchos historiadores
trataron de separarse de esta lógica judicial, buscando comprender el acon-
tecimiento de otra manera. El tercer tiempo intervino con lo que Rousso
llama la segunda depuración (los años cincuenta en Alemania, y a partir de
la década de los ochenta en Francia). En este momento, los historiadores ya
no participaron en la fase de instrucción (cuando se reúnen, seleccionan y
critican las pruebas; es decir, un procedimiento que presenta analogías con
la investigación histórica), sino que se limitaron a narrar una historia ya de-
sarrollada por la historiografía, conocida por amplias capas de la sociedad,
y en la cual los magistrados utilizaron un conocimiento histórico en parte
establecido,y no ayudaron a generarlo.33
Por lo anterior, la tercera problemática tiene que ver con la diferencia
de los campos en los cuales se discute el saber histórico. Ya se vio que el cam-
po de la historia no es el mismo que el de la justicia: en la comunidad de
historiadores se cree en el saber acumulativo, en la discusión con otros es-
pecialistas, en la no existencia de una verdad única e i nmutable. Cua ndo el
historiador va al tribunal, da una única versión del pasado, no hay discusión
con otros historiadores, y el juez se queda con la idea de que sólo existe una
verdad del pasado.34 Por ejemplo, en Estados Unidos y Canadá, la confiden-
cialidad del abogado pasa al historiador, éste no puede discutir su testimonio
con otros (se limita una de las características propias de la historia, que la
l
discusión en comunidad), ni siquiera en sus cursos. El compromiso con el
l
btdem.
3
Rousso La Hantise.. op. cit.
4
Durnoulin Le r6le...,op. cit.
inzburg Le juge op. cit.
Traverso
Le passé.. op. cit.
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La posición de cada historiador dependerá, en última instancia, de las
relaciones que establezca entre función crítica, función cívica
y
función ética.
Finalmente, sería esta última la que dicte la decisión, ya que como señala
Foucault, la ética es una práctica reflexiva de la libertad a través del ejercicio
de uno sobre sí mismo, mediante el cual intenta elaborarse, transformarse y
acceder a cierto modo de ser [. ] El cuidado de sí es el conocimiento de sí [...]
pero también es el conocimiento de ciertas reglas de conducta o de principios
que son, a la par, verdades y prescripciones. Cuidarse de sí es pertrecharse
de estas verdades y
ahí
es donde la ética está ligada al juego de la verdad.42
La ética sería, entonces, el ejercicio sobre uno mismo, y la pregunta de si
uno está viviendo según sus principios. Por ello, el cuestionamiento estará
siempre abierto: imposible clausurar la pregunta por uno mismo, por las
reglas de conducta que nos guían, por el acercamiento epistemológico que
se tiene frente al mundo y los saberes que se están produciendo. La ética es
una cuestión personal y, por ello, cada uno reacciona con su conciencia, sus
capacidades personales, sus opciones ideológicas
y
sus límites.43
En ese sentido, no debe despreciarse que en el origen de estos juicios
puede localizarse la búsqueda de moralizar la historia . Las víctimas y sus
descendientes lo han vivido como actos simbólicos de reparación. No se
trataría de identificar justicia y memoria, pero muchas veces hacer justicia
significa hacer justicia a la memoria . La justicia ha sido, a lo largo de la
segunda mitad del siglo y lo que va del XX I, n momento importante en
la formación de una conciencia histórica colectiva. La imbricación de la
historia, la memoria y la justicia está en el centro de la vida colectiva. El his-
toriador puede operar las disrinciones necesarias, pero no puede negar esta
imbricación, debe asumirla con las contradicciones re s~ lt a nt es ,~ ~a partir
de ello tomar una posición ética.
como objetivo echar luz sobre toda u na época y una política. Fueron una forma de reparación
tardía, una especie de catarsis a escala nacional, una manera de proclamar q ue Francia es capaz
de afrontar su pasado. En ese sentido, rechazaba que el concexto general hiscórico pudiera
incriminar a un individuo en particular. Rousso, La Hantise.. op. cit.
42 Michel Foucault, La ética del cuidado de sí como práctica de la libertad , en Obras
esenciales vol. 3, Estética ética y hermenéutica. Barcelona, Paidós, 1999,
PP
393-41 5 PP
394, 397-398.
43
Rousso, La Hantise.. op. cit.
44~raverso,epassé.. op. cit.
Pero el trabajo del historiador del tiempo presente no se ve comprometido,
ética
y
políticamente, sólo cuando se desarrolla a partir de una demanda
social. La simple intervención en el terreno, la propia escritura de la historia,
conllevan ya transformaciones en el colectivo social estudiado. Aparecerse
en una comunidad para analizar su historia significa ya una modificación, en
ocasiones violenta, de lo que se va a investigar. Veamos un breve, pero signifi-
cativo, ejemplo de ello. El ro de julio de 1941 el ejército de ocupación alemán
en Polonia ordenó asesinar a todos los judíos de la población de Jedwabne
(unas 1600 personas, la mitad de la comunidad). La orden fue cumplida
por una veintena de los propios vecinos polacos. No obstante, durante afios
nadie parecía recordar la historia de esa manera: la memoria de los pobladores
sostenía que habían sido los alemanes quienes habían asesinado a los judíos. A
finales del siglo XX,l historiador estadounidense, de origen polaco, Jan Gross,
comenzó a estudiar el acontecimiento
y
descubrió la divergencia entre la
memoria local
y
la histor ia, transformándose en el develador de la verdad
histórica frente a las manipulaciones de la memoria . En
2 1
publicó el
resultado de sus in ~e st i~ ac io ne s~ ~los debates no se hicieron esperar.
Efectivamente, tras la publicación de su libro, Gross se volvió centro
de la atención pública: la nueva narración del acontecimiento por él realizada
conllevó tanto una reevaluación sin precedentes de las relaciones entre judíos
y
polacos durante la Segunda Guerra Mundial, como un apasionante debate.
En 2004, muchas de las voces polacas de esta discusión fueron publicadas en
una traducción al inglés, donde pueden leerse las refutaciones que se hicieron
al h i s t o r i ad~r . ~~or otra parte, una investigación posterior, conducida por el
Polish Institute of National Remebrance, apoyó de manera parcial las con-
clusiones de Gross sobre la masacre, pero difirió en el número de víctimas,
la extensión de la participación alemana y el hecho de que oficiales alemanes
hubieran o no estado presentes en la masacre.
45
Jan T. Gross, Vecinos Madrid, Crítica, 2002.
46
Polonsky y Michlic introducen el debate, concentrándose en cómo Vecinos incomoda
las viejas y nuevas controversias de la memor ia social polaca y de la ident ida d nacional. Los
editores presentan u na variedad de voces polacas relacionadas con el papel de la masacre
y
de
las relaciones entre polacos
y
judíos en la historia de Polonia. Incluyen muescras de las discintas
estrategias usadas por intelectuales y élites políticas al enfrentarse con el oscuro pasado del
país, para sobreponerse al legado del Holocausto y para responder al libro de Gross. Antony
Polonsky y Joanna B. Michlic (eds.), ZSe Neighbors Respond: Zhe Controversy over theJedwabne
Massacre in Pokznd Princeton, Princeton University Press, 2003.
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~ I C POL~ TIC N EL HISTORI DOR DEL TIEMPO PRESENTE
Muchas preguntas debieron pasar por la mente de Gross antes de
escribir su libro, que cuestionaría las visiones del pasado hegemonizadas pú-
blicamente: por un lado, debió sentirse responsable de su descubrimiento y,
por otro, sabía que la revelación tendría implicaciones políticas y éticas muy
importantes en Polonia, en especial en el pueblo de Jedwabne. Su decisión,
podemos pensar, partió justamente de la responsabilidad: frente a la verdad
histórica, frente a los judíos asesinados, frente a las posturas éticas y políticas
de los vecinos del pueblo. Asumir los debates que vendrían, el malestar que se
generaría entre los pobladores de Jedwabne, las transformaciones memoriales
y sociales que advendrían con la revelación, implicaba asumir también una
responsabil idad frente a la cuestión. Es un ejemplo claro de que la labor del
historiador tiene implicaciones éticas y políticas en su propio terreno.
Si el historiador puede, simplemente, realizar su labor y ésta tiene
consecuencias políticas y sociales, también ocurre que decida asumir un
compromiso frente a la historia, que es también suya.47Así, por ejemplo,
algunos han decidido iniciar juicios civiles. Es el caso de Serge Klarsfeld,
quien entabló una demanda en Alemania para juzgar a los responsables de
la puesta en marcha de la solución final en Francia durante la Segunda
Guerra Mundial: Decidimos recurrir a la justicia para dar a conocer la
verdad histórica y, deliberadamente, con toda lucidez, desencadenamos una
serie de casos j~ di ci al es ;~ ~artía de la idea de que, al interponer los casos, y
con el efecto mediático correspondiente, se podría ar rojar luz sobre hechos
históricos soterrados. En otras ocasiones, los historiadores han decidido
retomar juicios civiles que habían tenido una sentencia incorrecta desde el
punto de vista históric0.~9
Si bien la posición central que han tenido los historiadores, desde hace
algunas décadas, en los debates públicos sobre el pasado reciente en Europa5'
7 De hecho, la toma de posición del historiador frente al mundo qu e vive no es novedosa.
Ya en 1940, en medio de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial , Bloch redactó unas
hojas, que no sabía si verían la luz, acerca de la guerra que estaba viviendo: se trata de un
testimonio personal, mezclado con las reflexiones teóricas del historiador como protagonista
de un aconte cimiento histórico, en el que mostraba no sólo que la historia del tiempo presente
era posible, sino que la fri aldad del historiador no era irreconciliable con ciertos valores.
Marc Bloch,
La extraña derrota,
Barcelona, Crítica,
2002
8
Serge Klarsfeld, La justice et le temps présent , en
Écrire l histoire du tempsprésent, op.
cit.,
París, pp. 381-383, p. 382.
9
Sobre el caso Audin
vid. ,
por ejemplo, el trabajo de Pierre Vidal-Naque t,
LAffaireAudin,
1757-1978
París, Éditions de Minuit, 1989 y el yacomentado de Ginzburg,
Lejuge.. op. cit.
Sobre Vidal-Naquet, historiador y memorialista,
vid.
Franqois Hartog, Memorias e historia.
Pierre Vidal-Naquet , en
Historia y Grafia,
núm.
2 9 ,
2007, pp.
I
9
5-204.
5 Ejemplo de ello fue la querella de los historiadores en Alemania, en los años noventa.
no se conoce aún en América Latina, vale la pena retomar un ejemplo de la
región.51A fines de
1998,
Pinochet daba a conocer, desde Londres, la carta
a los chilenos (donde aseguraba que la crisis que había conducido al golpe
de Estado se constrenía al periodo
I
964
I
9 7 3 , adjudicando toda la respon-
sabilidad a la Unidad Popular de Salvador Allende), a la que se sumaron las
controvertidas interpretaciones de la historia nacional realizadas por sus par-
tidarios políticos e intelectuales. Frente a las dos iniciativas,
1 1
historiadores
hicieron público el Manifiesto de historiadores a través del cual contestaban
las afirmaciones históricas esgrimidas por la derecha chilena. Sergio Grez,
uno de los especialistas firmantes , sostendría que el combate por la historia es
político, ya que si la memoria de una nación no está constituida, en lo fun-
damental , por el saber histórico científico producido por los historiadores,
sin lugar a dudas éste influye en la formación de identidades y tradiciones:
Era necesario, porque así lo exigía nuestro rol social y nuestro compromiso
ético, refutar con todo el peso de nuestro saber y quehacer profesional las
manipulaciones y tergiversaciones de la historia de las últimas décadas de la
vida de la nación expresadas en esos documentos y por otros medios ligados
al poder hegemónico en Chile .52
Todos estos ejemplos resaltan algunos puntos relevantes sobre las di-
mensiones ética y política en la intervención y en la labor del historiador del
tiempo presente, que conviene analizar. En particular dos problemáticas: la
relación con las fuentes (las memorias de los testigos) y las formas de escritura
de la historia.
Traverso,
Lepassé.
..
op. cit.
5 No está de más señalar que, en México, el peso de los historiadores en las discusiones
sobre el pasado reciente es prácticamente nulo. Por ejemplo, durante los debates sobre la
idoneidad del término genocidio, resultantes del proceso judicial que entabl ó la Fiscalía Especial
para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado en contra de Luis Echeverría ÁIvarez y otros
presuntos responsables de lo ocurrido el
2
de octubre de 1968 en Tlatelolco, las voces de los
historiadores casi fueron inexistentes.
Vid.
Eugenia Allier Montaño , Presentes-pasados del 68
mexicano. Una historización de las memorias públicas del movimiento estudiantil, 196 8-ZOO ~ ,
en
Revista Mexicana de Sociología,
71, núm. 2, 2009, pp. 287-317. Es muy posible que ello
se deba a la débil posición de la historia del ti empo presente en México. En otros países de la
región, donde el peso de esta historia es más evidente, muchos historiadores han comenzado
un cuestionamiento importante de su posición ética y política, como por ejemplo, Federico
Guillermo Lorenz, La memoria de los historiadores , en
Lucha Armada en la Argentina,
núm. 1, 2004, pp. 64-70.
52 Sergio GrezToso, Historiografía y memoria en Chile. Algunas consideraciones a partir
del manifiesto de historiadores , en Bruno Groppo y Patricia Flier (eds.),
La imposibilidad
del olvido. Recorridos
e
a memoria en Argentina, Chile y Uruguay,
Buenos Aires, Ediciones Al
M a r g e n l ~ ~ ~ c ,001, pp. 209-228, p. 213.
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En la realización de la historia presente, las fuentes escritas pueden ser
poco accesibles, por estar dispersas y porque una gran cant idad de archivos
aún están cerrados. Pero existe un contrapeso esencial: la existencia de fuentes
orales, los testimonios de protagonistas y testigos de la historia. Si bien estas
fuentes pueden presentar dificultades técnicas y m e t ~ d o l ó ~ i c a s , ~ ~ara lo que
aquí nos interesa existe una problemática, no sólo técnica, conectada con las
tensas relaciones entre historia y memoria: los vínculos entre historiadores y
testigos. Por un lado se encuentran las correlaciones de poder que se estable-
cen entre ambos sujetos ("yo soy el que conoce", asegura el historiador; "yo
soy quien lo vivió", afirma el actor). No ha sido extrano observar, en algunos
países, ríspidos y acalorados debates públicos. En más de un coloquio sobre
la Segunda Guerra Mundia l, especialistas y partícipes de la historia se han
descalificado mutuamente al asegurar que la verdad está de su lado: el histo-
riador "no sabe" porque no estuvo ahí, el testigo "no comprende" la situación
global porque no cuenta con todas las fuentes necesarias para poder hacer un
análisis general.j4
Si, como se mencionó, el histor iador siempre es criticado por sus pares,
en el caso de los del tiempo presente se agrega la crítica de los protagonistas.
Al tratarse de una historia que justamente parte de la existencia de testigos
vivos (por algo hay quienes la llaman "historia vivida"), éstos pueden cues-
tionar los resultados del historiador. De hecho, en ocasiones, la historia ha
.ido considerada, por los protagonistas, como instrumento de la "traición".
Primero, porque el historiador es incapaz de relatar con exactitud y de re-
constituir en su plenitud fenómenos complejos; segundo, por la dificultad
para dar un lugar justo, en una visión de conjunto, a los aspectos multiformes
de las experiencias individuales; tercero, las distintas etapas de la memoria
complican la reconstitución del pasado, pues un testigo puede recordar sus
vivencias de maneras diferentes según el momento , ya que en buena medida
la memoria está determinada por el presente; finalmente, se encuentran las
diferencias entre los saberes y los objetivos de testigos (la confiscación y la
5 Imposible discutir este punto en este texto, pues además de ser amplio, no es el tema
que nos convoca. Sin embargo, el lector puede encontrar un desarrollo de la cuestión en
Joutard, Esas voces... op. cit.; Pierre Laborie, Histoire et résistance: des historiens trouble-
mémoire , en Écrire I'histoire du tempsprésent, op. cit., pp. 33-141; Nathan Wachtel, Memoria
e historia , Revista Colombian a de Antropología, núm. 3 5 1999, PP. 70-90; Robert Perks
y
Alistair Thompson (eds.), 7he Ora l History Reader, LondresINueva York, Routledge, 1998;
Dan id e Voldman, La place des mots, le poids des témoins , en Écrire l'biítoire d u temps
présent, París, CNRS 1993, pp. 123-1 32.
5
Algunos ejemplos de ello pueden verse en Simone Veil, Réflexions d'un témoin , en
Annales 48, núm. 3, 1993, PP 691-702.
sacralización de una herencia portadora de sentido y que por lo mismo se juzga
indiscut ible) e historiadores (las exigencias debidas a la imperiosa búsqueda
de la verdad).55
Entre el historiador y el protagonista de la historia se da, entonces, una
relación asimétrica del vínculo: el poder de las fuentes y la fuente del poder,
según L a b ~ r i e . ~ ~e trata de distancias que, en ocasiones, son difícilmente
salvables: entre la convicción de la experiencia vivida y las interrogaciones
críticas realizadas de lejos sobre el desarrollo del pasado; entre las virtudes
de la conmemoración y el rigor del método histórico; entre las amnesias
puntuales o los arreglos del tiempo remodelado y las duras realidades de la
cronología minuciosamente reconstituida; entre una "memoria-identidad"
y las memorias fuertemente autopsiadas y recortadas por las necesidades de
la verdad.j7
Como refiere Traverso, el conjunto de los recuerdos de los testigos
forma una parte de la memoria social, una memoria que el historiador no
puede ignorar y que debe respetar, explorar y comprender, pero a la cual
no se debe someter. No tiene el derecho de transformar la singularidad de
esta memoria en un prisma normativo de escritura de la historia. Su tarea
Laborie, Histoire et résistance... , op. cit. Sin embargo, en ocasiones se rozan los in-
tereses de ambos. Ejemplo d e ello son los cientos de miles de desaparecidos (quizás una d e los
más graves herencias del siglo
xx ,
consecuencia de guerras
y
represiones militares. Si bien
los objetivos de unos y otros pueden ser diferent es (los familiares de desaparecidos, transfor-
mados en actores políticos, buscan localizar a sus seres queridos; los historiadores tratan de
restablecer la verdad histórica), un lazo los une: conocer qué fue de aquellos que aún no tienen
una sepultura.Y es que, para los familiares, una de las mejores maneras de rendir homenaje
a sus seres queridos es contribui r al establecimiento de la verdad sobre su destino final. Sobre
los objetivos e intereses en la reconstrucción del pasado para familiares de desaparecidos e
historiadores, vid. Eugenia Allier Montar ío, Sara y Simón o la reconstrucción del pasado: el
problema de la verdad en la escritura de la historia del tiempo presente , en Cuicuilco. Revista
de la Escuela Nacional d e Antropología e Historia 1, núm. 30, 2004, pp. 9-4 5
6 Por asimetría no debería pensarse exclusivamente en una posición de superio ridad
del historiador frente al testigo, pues las fuentes son también lugares de poder. Abiertamente
reivindicado o discretamente ejercido, este poder permite, por diversos medios, ejercer un
derecho de control sobre el utilizador. No es sólo el historiador quie n tiene el poder, también el
protagonist a de la historia que detenta un testimonio (oral o escrito) sobre el pasado. Laborie,
Histoire et résistance.. . , op. cit.
7
Idem. Frente a todo ello, una de las opciones es realizar más encuentros entr e historiadores
y
protagonistas, que favorezcan el diálogo tan to sobre sus labores
y
objetivos respectivos, como
acerca de los acontecimientos en cuestión. Ejemplo de este diálogo, no forzosamente bien
logrado, fue la mesa redonda organizada por el periódico
Libération
en 1997, para aclarar la
acusación de traición que pesaba sobre Luciey Raymond Aubrac, integran tes de la Resistencia
durante la Segunda Guerra Mundial. Vid. Rousso, La Hantise.. op.
cit
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públicos. Y es que en toda narrativa del pasado, ya sea memorial o histórica,
siempre deberían estar presentes el compromiso ético y la pluralidad de in-
terpretaciones.65 Si la historia reciente sólo es narrada por los actores o sus
simpatizantes es necesariamente más caliente que fría . Es imprescindible
que la historia sea enfriada por los especialistas.'6 Desde ahí que no pocos
investigadores hayan sugerido que la historia podría ser una especie de psi-
coanálisis nacional, cuando se trata de historias violentas y convulsa^. ^
No obstante, donde las luchas memoriales por el pasado reciente
violento son aún muy fuertes y las memorias de los victimarios poderosas,
el historiador se transforma en guardián de memoria .'* Por eso, Cont ra
los militantes del olvido, los traficantes de documentos, los asesinos de la
memoria, contra los revisores de enciclopedias y los conspiradores del silencio
[...] el historiador solo, animado por la austera pasión de los hechos, de las
pruebas, de los testimonios, que son los alimentos de su oficio, puede velar
y
montar guardia .69
EL
CUIDADO
DE Sí
Y
DE LOS OTROS ¿UNA CUESTIÓN PERSONAL?
Difícil labor la del historiador del tiempo presente cuando se confronta con
posturas éticas y políticas frente al trabajo realizado. ;Debe mantenerse al
margen de los juicios civiles y políticos de su tiempo?, jdebe conformarse
como el garante de la verdad histórica, incluso frente a los reclamos de los
testigos que vivieron los hechos?, jtiene el derecho de modificar las versiones
de la historia y de la memoria que han sido hegemonizadas en el espacio pú-
blico de una nación o un grupo? Es evidente que cada historiador responde
de manera diferente a estas interrogantes. Quizá por ello es más sencillo
abstenerse de estudiar historias aún calientes , que cuentan con testigos
vivos que pueden no sólo confrontar lo dicho por el historiador, sino que se
verán tocados por la intervención y las aseveraciones formuladas por él. Quizá
la única respuesta posible es que debe estar del lado de la responsabilidad:
con la verdad histórica, pero también con el colectivo social, asumiendo las
dimensiones ética y política de su labor.
65
Nora Rabotnikof, Memoria
y
política: compromiso ético
y
pluralismo de interpreta-
ciones , en Revista Uruguaya de Ciencia Política, núm. 9, 1996, pp. 143-1
50 .
rancois Bloch-Lainé, La décision , en Écrire l hirtoire du temps présent, op. cit., pp.
365-368.
67 Paul Ricoeur, La memoria.. . op. cit.; Dominick LaCapra, Escribir la historia, escribir el
trauma, Buenos Aires, Nueva Visión,
zoo
5.
68 Lorenz, La memori a..
. -
rt cit.
69
Joseph Yerushalmi,
llsos del olvido,
Buenos Aires, Nueva Visión, 1989, p.
zy.
Porque, como se ha dicho, al intervenir en una comunidad , se enfrenta
con elementos éticos y políticos que, aunque de alguna manera le son ajenos,
también lo tocan, pues es él quien los genera a través de su propia intervención
en el colectivo social; es decir, lo que la intervención (en cuanto inclusión
violenta o no, demandada o no) genera en el terreno donde se efectúa. Cabe
entonces suponer que el historiador, al realizar una intervención, debería
cuestionarse la propia labor que está realizando, lo que su intervención
significará, los aspectos éticos y políticos movilizados por el simple hecho
de presentarse en una colectividad en la que será
alguien ajeno; lo que todo
ello tendrá como consecuencias en el momento mismo de la intervención y
posteriormente. ¿Qué mplicará la publicación de su trabajo o la entrega de
resultados a la comunidad? , jcómo debe realizarse?, ¿cuáles son las mejores
formas para transmitir el conocim iento?
Co mo se ha visto, la labor del historiador del tiempo presente difícil-
mente puede ser separada de las acuciantes problemáticas del mundo contem-
poráneo. Co mo se ha ido seiíalando, la justicia, la memoria, la identidad y la
localización de la verdad histórica son cuestiones fundamentales para muchas
sociedades contemporáneas, para seres humanos que se ven tocados por una
historia social, política
y
mundial que los ha afectado de diversas maneras.
Y
el historiador, al escribir la historia, toma una posición ética y política, como
lo hace al intervenir en el colectivo social del cual quiere escribir parte de la
historia, cuando cuestiona verdades jurídicas o inicia acciones en la justicia
civil; y como se ha analizado, cuando se ve comprometido con el mundo
actual al aparecer la solicitud social de su experiencia científica. Pero el com-
promiso ético y político del historiador no puede ser sino el compromiso de
un hi~toriador.~'
¿Qué ética puede resaltarse ante estas disyuntivas? Quizá saber que
el pasado debe responder a las interrogaciones del hoy: no sustraerse a las
interrogantes del tiempo presente es quizás el único modo de resistir a la
mecánica implacable del olvido,71 pues son preguntas q ue n o tienen una
respuesta unívoca, a las que sólo pueden darse esbozos de la responsabilidad
social frente a la alteridad.
70
Pierre Vidal-Naquet, L'engagement de I'historien , en Écrire l histoire du tempsprésent,
op. cit., pp. 383-388.
71
Laborie, Histoire et résistance..
. ,
op. cit.