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ALEJANDRO I.- Habiéndonos propuesto escribir en este libro la vida de Alejandro y la de César, el que venció a Pompeyo, por la muchedumbre de hazañas de uno y otro, una sola cosa ad- vertimos y rogamos a los lectores, y es que si no las referi- mos todas, ni aun nos detenemos con demasiada prolijidad en cada una de las más celebradas, sino que cortamos y su- primimos una gran parte, no por esto nos censuren y re- prendan. Porque no escribimos historias, sino vidas; ni es en las acciones más ruidosas en las que se manifiestan la virtud o el vicio, sino que muchas veces un hecho de un momento, un dicho agudo y una niñería sirven más para pintar un ca- rácter que batallas en que mueren millares de hombres, nu- merosos ejércitos y sitios de ciudades. Por tanto, así como los pintores toman para retratar las semejanzas del rostro y aquellas facciones en que más se manifiesta la índole y el ca- rácter, cuidándose poco de todo lo demás, de la misma ma- nera debe a nosotros concedérsenos el que atendamos más a los indicios del ánimo, y que por ellos dibujemos la vida de cada uno, dejando a otros los hechos de grande aparato y los combates. II.- Que Alejandro era por parte de padre Heraclida, descendiente de Carano, y que era Eácida por parte de ma- dre, trayendo origen de Neoptólemo, son cosas en que gene- ralmente convienen todos. Dícese que iniciado Filipo en Samotracia juntamente con Olimpíade, siendo todavía joven- cito, se enamoró de ésta, que era niña huérfana de padre y madre, y que se concertó su matrimonio tratándolo con el hermano de ella, llamado Arimbas. Parecióle a la esposa que antes de la noche en que se reunieron en el tálamo nupcial, habiendo tronado, le cayó un rayo en el vientre, y que de golpe se encendió mucho fuego, el cual, dividiéndose des- pués en llamas, que se esparcieron por todas partes, se disi- pó. Filipo, algún tiempo después de celebrado el matrimonio, tuvo un sueño, en el que le pareció que sellaba el vientre de su mujer, y que el sello tenía grabada, la imagen de un león. Los demás adivinos no creían que aquella visión significase otra cosa sino que Filipo necesitaba una vigilancia más atenta en su matrimonio; pero Aristandro de Telmeso dijo que aquello significaba estar

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Biografía completa de Alejandro Magno

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ALEJANDRO

I.- Habindonos propuesto escribir en este libro la vida de Alejandro y la de Csar, el que venci a Pompeyo, por la muchedumbre de hazaas de uno y otro, una sola cosa ad- vertimos y rogamos a los lectores, y es que si no las referi- mos todas, ni aun nos detenemos con demasiada prolijidad en cada una de las ms celebradas, sino que cortamos y su- primimos una gran parte, no por esto nos censuren y re- prendan. Porque no escribimos historias, sino vidas; ni es en las acciones ms ruidosas en las que se manifiestan la virtud o el vicio, sino que muchas veces un hecho de un momento, un dicho agudo y una niera sirven ms para pintar un ca- rcter que batallas en que mueren millares de hombres, nu- merosos ejrcitos y sitios de ciudades. Por tanto, as como los pintores toman para retratar las semejanzas del rostro y aquellas facciones en que ms se manifiesta la ndole y el ca- rcter, cuidndose poco de todo lo dems, de la misma ma- nera debe a nosotros concedrsenos el que atendamos ms a los indicios del nimo, y que por ellos dibujemos la vida de cada uno, dejando a otros los hechos de grande aparato y los combates.

II.- Que Alejandro era por parte de padre Heraclida, descendiente de Carano, y que era Ecida por parte de ma- dre, trayendo origen de Neoptlemo, son cosas en que gene- ralmente convienen todos. Dcese que iniciado Filipo en Samotracia juntamente con Olimpade, siendo todava joven- cito, se enamor de sta, que era nia hurfana de padre y madre, y que se concert su matrimonio tratndolo con el hermano de ella, llamado Arimbas. Parecile a la esposa que antes de la noche en que se reunieron en el tlamo nupcial, habiendo tronado, le cay un rayo en el vientre, y que de golpe se encendi mucho fuego, el cual, dividindose des- pus en llamas, que se esparcieron por todas partes, se disi- p. Filipo, algn tiempo despus de celebrado el matrimonio, tuvo un sueo, en el que le pareci que sellaba el vientre de su mujer, y que el sello tena grabada, la imagen de un len. Los dems adivinos no crean que aquella visin significase otra cosa sino que Filipo necesitaba una vigilancia ms atenta en su matrimonio; pero Aristandro de Telmeso dijo que aquello significaba estar Olimpade encinta, pues lo que est vaco no se sella, y que lo estaba de un nio valeroso y pare- cido en su ndole a los leones. Vise tambin un dragn, que estando dormida Olimpade se le enred al cuerpo, de donde provino, dicen, que se amortiguase el amor y cario de Fili- po, que escaseaba el reposar con ella; bien fuera por temer que usara de algunos encantamientos y maleficios contra l, o bien porque tuviera reparo en dormir con una mujer que se haba ayuntado con un ser de naturaleza superior. Todava corre otra historia acerca de estas cosas, y es que todas las

mujeres de aquel pas, de tiempo muy antiguo, estaban ini- ciadas en los Misterios rficos y en las orgas de Baco; y siendo apellidadas Clodones y Mimalones, hacan cosas muy parecidas a las que ejecutan las Ednides y las Tracias, habi- tantes del monte Hemo; de donde haban provenido el que el verbo q x se aplicase a significar sacrificios abundantes y llevados al exceso. Pues ahora Olimpade, que imitaba ms que las otras este fanatismo y las exceda en el entusiasmo de tales fiestas, llevaba en las juntas bquicas unas serpientes grandes domesticadas por ella, las cuales, salindo- se muchas veces de la hiedra y de la zaranda mstica, y enros- cndose en los tirsos y en las coronas, asustaban a los concurrentes.

III.- Dcese, sin embargo, que, habiendo enviado Filipo a Quern el Megalopolitano a Delfos despus del ensueo, le trajo del dios un orculo, por el que le prescriba que sacrifi- cara a Amn y le venerara con especialidad entre los dioses; y es tambin fama que perdi un ojo por haber visto, aplicn- dose a una rendija de la puerta, que el dios se solazaba con su mujer en forma de dragn. De Olimpade refiere Eratstenes que al despedir a Alejandro, en ocasin de marchar al ejrci- to, le descubri a l slo el arcano de su nacimiento, y le en- carg que se portara de un modo digno de su origen; pero otros aseguran que siempre mir con horror semejante f- bula, diciendo: Ser posible que Alejandro no deje de ca- lumniarme ante Hera? Naci, pues, Alejandro en el mes Hecatomben, al que llamaban los Macedonios Loo, en el da sexto, el mismo en que se abras el templo de rtemis de

feso, lo que dio ocasin a Hegesias el Magnesio para usar de un chiste que hubiera podido por su frialdad apagar aquel incendio: porque dijo que no era extrao haberse quemado el templo estando rtemis ocupada en asistir el nacimiento de Alejandro. Todos cuantos magos se hallaron a la sazn en feso, teniendo el Suceso del templo por indicio de otro mal, corran lastimndose los rostros y diciendo a voces que aquel da haba producido otra gran desventura para el Asia. Acababa Filipo de tomar a Potidea, cuando a un tiempo re- cibi tres noticias: que haba vencido a los Ilirios en una gran batalla por medio de Parmenin, que en los Juegos Olmpi- cos haba vencido con caballo de montar, y que haba nacido Alejandro. Estaba regocijado con ellas, como era natural, y los adivinos acrecentaron todava ms su alegra manifestn- dole que aquel nio nacido entre tres victorias sera invenci- ble.

IV.- Las estatuas que con ms exactitud representan la imagen de su cuerpo son las de Lisipo, que era el nico por quien quera ser retratado; porque este artista figur con la mayor viveza aquella ligera inclinacin del cuello al lado iz- quierdo y aquella flexibilidad de ojos que con tanto cuidado procuraron imitar despus muchos de sus sucesores y de sus amigos. Apeles, al pintarle con el rayo, no imit bien el color, porque lo hizo ms moreno y encendido, siendo blanco, se- gn dicen, con una blancura sonrosada, principalmente en el pecho y en el rostro. Su cutis espiraba fragancia, y su boca y su carne toda despedan el mejor olor, el que penetraba su ropa, si hemos de creer lo que leemos en los Comentarios de

Aristxeno. La causa poda ser la complexin de su cuerpo, que era ardiente y fogosa, porque el buen olor nace de la coccin de los humores por medio del calor segn opinin de Teofrasto; por lo cual los lugares secos y ardientes de la tierra son los que producen en mayor cantidad los ms sua- ves aromas; y es que el sol disipa la humedad de la superficie de los cuerpos, que es la materia de toda corrupcin; y a Alejandro, lo ardiente de su complexin le hizo, segn pare- ce bebedor y de grandes alientos. Siendo todava muy joven se manifest ya su continencia: pues con ser para todo lo dems arrojado y vehemente, en cuanto a los placeres corpo- rales era poco sensible y los usaba con gran sobriedad, cuan- do su ambicin mostr desde luego una osada y una mag- nanimidad superiores a sus aos. Porque no toda gloria le agradaba, ni todos los principios de ella, como a Filipo, que, cual si fuera un sofista, haca gala de saber hablar elegante- mente, y que grababa en sus monedas las victorias que en Olimpia haba alcanzado en carro, sino que a los de su familia que le hicieron proposicin de si quera aspirar al premio en el estadio- porque era sumamente ligero para la carrera- les respondi que slo en el caso de haber de tener reyes por competidores. En general parece que era muy indiferente a toda especie de combates atlticos, pues que, costeando mu- chos certmenes de trgicos, de flautistas, de citaristas, y aun los de los rapsodistas o recitadores de las poesas de Home- ro, y dando simulacros de caceras de todo gnero y juegos de esgrima, jams de su voluntad propuso premio del pugi- lato o del pancracio.

V.- Tuvo que recibir y obsequiar, hallndose ausente Fi- lipo, a unos embajadores que vinieron de parte del rey de Persia, y se les hizo tan amigo con su buen trato, y con no hacerles ninguna pregunta infantil o que pudiera parecer fr- vola, sino sobre la distancia de unos lugares a otros, sobre el modo de viajar, sobre el rey mismo, y cul era su disposicin para con los enemigos y cul la fuerza y poder de los Persas, que se quedaron admirados, y no tuvieron en nada la cele- brada sagacidad de Filipo, comparada con los conatos y pen- samientos elevados del hijo. Cuantas veces vena noticia de que Filipo haba tomado alguna ciudad ilustre o haba venci- do en alguna memorable batalla, no se mostraba alegre al orla, sino que sola decir a los de su edad: Ser posible, amigos, que mi padre se anticipe a tomarlo todo y no nos deje a nosotros nada brillante y glorioso en que podamos acreditarnos? Pues que no codiciando placeres ni riquezas, sino slo mrito y gloria, le pareca que cuanto ms le dejara ganado el padre menos le quedarla a l que vencer: y creyen- do por lo mismo que en cuanto se aumentaba el Estado, en otro tanto decrecan sus futuras hazaas, lo que deseaba era, no riquezas, ni regalos, ni placeres, sino un imperio que le ofreciera combates, guerras y acrecentamientos de gloria. Eran muchos, como se deja conocer, los destinados a su asistencia, con los nombres de nutricios, ayos y maestros, a todos los cuales presida Lenidas, varn austero en sus costumbres y pariente de Olimpade; pero como no gustase de la denominacin de ayo, sin embargo de significar una ocupacin honesta y recomendable, era llamado por todos los dems, a causa de su dignidad y parentesco, nutricio y

director de Alejandro; y el que tena todo el aire y aparato de ayo era Lismaco, natural de Acarnania; el cual, a pesar de que consista toda su crianza en darse a s mismo el nombre de Fnix, a Alejandro el de Aquiles y a Filipo el de Peleo, agradaba mucho con esta simpleza, y tena el segundo lugar.

VI.- Trajo un Tsalo llamado Filonico el caballo Bu- cfalo para venderlo a Filipo en trece talentos, y, habiendo bajado a un descampado para probarlo, pareci spero y en- teramente indmito, sin admitir jinete ni sufrir la voz de nin- guno de los que acompaaban a Filipo, sino que a todos se les pona de manos. Desagradle a Filipo, y dio orden de que se lo llevaran por ser fiero e indcil; pero Alejandro, que se hallaba presente: Qu caballo pierden- dijo-, slo por no tener conocimiento ni resolucin para manejarle! Filipo al principio call; mas habindolo repetido, lastimndose de ello muchas veces: Increpas- le replic- a los que tienen ms aos que t, como si supieras o pudieras manejar mejor el caballo; a lo que contest: Este ya se ve que lo manejar mejor que nadie. Si no salieres con tu intento- continu el padre- cul ha de ser la pena de tu temeridad? Por Jpi- ter- dijo-, pagar el precio del caballo. Echronse a rer, y, convenidos en la cantidad, march al punto adonde estaba el caballo, tomle por las riendas y, volvindole, le puso frente al sol, pensando, segn parece, que el caballo, por ver su sombra, que caa y se mova junto a s, era por lo que se in- quietaba. Pasle despus la mano y le halag por un mo- mento, y viendo que tena fuego y bros, se quit poco a poco el manto, arrojndolo al suelo, y de un salto mont en

l sin dificultad. Tir un poco al principio del freno, y sin castigarle ni aun tocarle le hizo estarse quedo. Cuando ya vio que no ofreca riesgo, aunque herva por correr, le dio rienda y le agit usando de voz fuerte y aplicndole los talones. Fili- po y los que con l estaban tuvieron al principio mucho cui- dado y se quedaron en silencio; pero cuando le dio la vuelta con facilidad y soltura, mostrndose contento y alegre, todos los dems prorrumpieron en voces de aclamacin; mas del padre se refiere que llor de gozo, y que besndole en la ca- beza luego que se ape: Busca, hijo mo- le dijo-, un reino igual a ti, porque en la Macedonia no cabes.

VII.- Observando que era de carcter poco flexible y de los que no pueden ser llevados por la fuerza, pero que con la razn y el discurso se le conduca fcilmente a lo que era de- coroso y justo, por s mismo procur ms bien persuadirle que mandarle; y no teniendo bastante confianza en los maestros de msica y de las dems habilidades comunes para que pudieran instruirle y formarle, por exigir esto mayor in- teligencia y ser, segn aquella expresin de Sfocles,

Obra de mucho freno y mucha maa,

envi a llamar el filsofo de ms fama y ms extensos cono- cimientos, que era Aristteles, al que dio un honroso y con- veniente premio de su enseanza, porque reedific de nuevo la ciudad de Estagira, de donde era natural Aristteles, que el mismo Filipo haba asolado, y restituy a ella a los antiguos ciudadanos, fugitivos o esclavos. Concediles para escuela y

para sus ejercicios el lugar consagrado a las Ninfas, inmediato a Mieza, donde aun ahora muestran los asientos de piedra de Aristteles y sus paseos defendidos del sol. Parece que Ale- jandro no slo aprendi la tica y la poltica, sino que tom tambin conocimiento de aquellas enseanzas graves reser- vadas, a las que los filsofos llaman, con nombres tcnicos, acroamticas y eppticas, y que no comunican a la muchedum- bre. Porque habiendo entendido despus de haber pasado ya al Asia que Aristteles haba publicado en sus libros algunas de estas doctrinas, le escribi, hablndole con desenfado so- bre la materia, una carta de que es copia la siguiente. Ale- jandro a Aristteles, felicidad. No has hecho bien en publicar las doctrinas acroamticas; porque en qu nos diferencia- mos de los dems, si las ciencias en que nos has instruido han de ser comunes a todos? Pues yo ms quiero sobresalir en los conocimientos tiles y honestos que en el poder. Dios te guarde. Aristteles, para acallar esta noble ambi- cin, se defendi acerca de estas doctrinas diciendo que no deba tenerlas por divulgadas, aunque las haba publicado, pues en realidad sus tratados de Metafsica no eran tiles para aprender e instruirse, por haberlo escrito desde luego para servir como de ndice o recuerdo a los ya adoctrinados.

VIII.- Tengo por cierto haber sido tambin Aristteles quien principalmente inspir a Alejandro su aficin a la Me- dicina, pues no slo se dedic a la terica, sino que asista a sus amigos enfermos y les prescriba el rgimen y medicinas convenientes, como se puede inferir de sus cartas. En gene- ral, era naturalmente inclinado a las letras, a aprender y a leer;

y como tuviese a la Ilada por gua de la doctrina militar, y aun le diese este nombre, tom corregida de mano de Aris- tteles la copia que se llamaba La Ilada de la caja, la que, con la espada, pona siempre debajo de la cabecera, segn escribe Onescrito. No abundaban los libros en Macedonia, por lo que dio orden a Hrpalo para que los enviase; y le envi los libros de Filisto, muchas copias de las tragedias de Eurpides, de Sfocles y de Esquilo, y los ditirambos de Telestes y de Filxeno. Al principio admiraba a Aristteles y le tena, segn deca l mismo, no menos amor que a su padre, pues si del uno haba recibido el vivir, del otro el vivir bien; pero al cabo de tiempo tuvo ciertos recelos de l, no hasta el punto de ofenderle en nada, sino que el no tener ya sus obsequios el calor y la viveza que antes daba muestras de aquella indispo- sicin. Sin embargo, el amor y deseo de la filosofa que aquel le infundi ya no se borr nunca de su alma, como lo atesti- guan el honor que dispens a Anaxarco, los cincuenta ta- lentos enviados a Jencrates y el amparo que en l hallaron Dandamis y Calano.

IX.- Haca Filipo la guerra a los Bizantinos cuando Ale- jandro no tena ms que diez y seis aos, y habiendo queda- do en Macedonia con el gobierno y con el sello de l, someti a los Medos, que se haban rebelado; tomles la ca- pital, de la que arroj a los brbaros, y repoblndola con gentes de diferentes pases le dio el nombre de Alejandrpo- lis. En Queronea concurri a la batalla dada contra los Grie- gos, y se dice haber sido el primero que acometi a la cohorte sagrada de los Tebanos; todava en nuestro tiempo

se muestra a orillas del Cefiso una encina antigua llamada de Alejandro, junto a la cual tuvo su tienda, y all cerca est el cementerio de los Macedonios. Filipo, con estos hechos, amaba extraordinariamente al hijo, tanto, que se alegraba de que los Macedonios llamaran rey a Alejandro y general a Fili- po; pero las inquietudes que sobrevinieron en la casa con motivo de los amores y los matrimonios de ste, haciendo en cierta manera que enfermara el reino a la par de la unin conyugal, produjeron muchas quejas y grandes desavenen- cias, las que haca mayores el mal genio de Olimpade, mujer suspicaz y colrica, que procuraba acalorar a Alejandro. H- zolas subir de punto talo en las bodas de Cleopatra, donce- lla con quien se cas Filipo, enamorado de ella fuera de su edad. talo era to de sta, y, embriagado, en medio de los brindis exhortaba a los Macedonios a que pidieran a los dio- ses les concedieran de Filipo y Cleopatra un sucesor legtimo del reino. Irritado con esto Alejandro: Pues que- le dijo-, mala cabeza, te parece que yo soy bastardo?; y le tir con la taza. Levantse Filipo contra l, desenvainando la espada; pero, por fortuna de ambos, con la clera y el vino se le fue el pie y cay; y entonces Alejandro exclam con insulto: Este es Oh Macedonios! el hombre que se preparaba para pasar de la Europa al Asia, y pasando ahora de un escao a otro ha venido al suelo. De resulta de esta indecente reyerta, tomando consigo a Olimpade y establecindola en el Epiro, l se fue a habitar en Iliria. En esto, Demarato de Corinto, que era husped de la casa y hombre franco, pas a ver a Fi- lipo, y como despus de los abrazos y primeros obsequios le preguntase ste cmo en punto a concordia se hallaban los

Griegos unos con otros: Pues es cierto- le contest- que te est a ti bien oh Filipo! el mostrar ese cuidado por la Grecia, cuando has llenado tu propia casa de turbacin y de males. Vuelto en s Filipo con esta advertencia, envi a llamar a Alejandro y consigui atraerle por medio de las persuasiones de Demarato.

X.- Sucedi a poco que Pexodoro, strapa de Caria, con la mira de ganarse la alianza de Filipo contrayendo deudo con l, pens dar en matrimonio su hija mayor a Arrideo, hijo de Filipo, para lo que envi a Aristcrito a Macedonia; con este motivo intervinieron nuevas hablillas y nuevas ca- lumnias de los amigos y de la madre con Alejandro, achacan- do a Filipo que con estos brillantes enlaces y estos apoyos trataba de preparar para el trono a Arrideo. Incomodado Alejandro, enva a Caria por su parte a Tsalo, actor de tra- gedias, con el encargo de proponer a Pexodoro que, dejando a un lado el del bastardo y no muy avisado, traslade el enlace a l mismo, lo que acomod mucho ms a Pexodoro que el primer proyecto; pero habindolo entendido Filipo, se fue a la habitacin de Alejandro, y haciendo convocar a Filotas, hijo de Parmenin, uno de sus ms ntimos amigos, a pre- sencia de ste le increp violentamente y le reconvino con aspereza sobre que se mostraba hombre ruin e indigno de los bienes que su condicin le ofreca si tena por conveniencia ser yerno de un hombre de Caria, que, en suma, era un escla- vo. Escribi, adems, a los Corintios para que a Tsalo se lo remitiesen con prisiones, y de los dems amigos de Alejandro desterr de Macedonia a Hrpalo y a Nearco, a Frigio y a

Tolomeo, a los cuales restituy despus Alejandro y los tuvo en el mayor honor y aprecio. Luego, cuando Pausanias, afrentado por disposicin de talo y Cleopatra, no pudo obtener justicia, y con este motivo dio muerte a Filipo, la culpa se carg principalmente a Olimpade, atribuyndole que haba incitado y acalorado a aquel joven herido de su ofensa, y aun alcanz algo de esta acusacin a Alejandro: pues se dice que encontrndole Pausanias despus de la inju- ria, y lamentndose de ella, le recit aquel yambo de la Medea:

Al que la dio, al esposo y a la esposa.

Con todo, persiguiendo y buscando diligentemente a to- dos los socios de aquel crimen, los castig, y porque Olim- pade, en ausencia suya, trat cruelmente a Cleopatra, se mostr ofendido y lo llev muy a mal.

XI.- Tena veinte aos cuando se encarg del reino, combatido por todas partes de la envidia y de terribles odios y peligros, porque los brbaros de las naciones vecinas no podan sufrir la esclavitud y suspiraban por sus antiguos re- yes; y en cuanto a la Grecia, aunque Filipo la haba sojuzgado por las armas, apenas haba tenido tiempo para domarla y amansarla; pues no habiendo hecho ms que variar y alterar sus cosas, las haba dejado en gran inquietud y desorden por la novedad y falta de costumbre. Teman los Macedonios este estado de los negocios, y eran de opinin de que res- pecto de la Grecia deba levantarse enteramente la mano, sin tomar el menor empeo, y de que a los brbaros que se ha-

ban rebelado se les atrajese con blandura, aplicando remedio a los principios de aquel trastorno; pero Alejandro, pensando de un modo enteramente opuesto, se decidi a adquirir la seguridad y la salud con la osada y la entereza, pues que si se viese que decaa de nimo en lo ms mnimo todos vendran a cargar sobre l. Por tanto, a las rebeliones y guerras de los brbaros les puso prontamente trmino, corriendo con su ejrcito hasta el Istro, y en una gran batalla venci a Sirmo, rey de los Tribalos. Como hubiese sabido que se haban su- blevado los Tebanos y que estaban de acuerdo con los Ate- nienses, queriendo acreditarse de hombre, al punto march, con sus fuerzas por las Termpilas, diciendo que pues De- mstenes le haba llamado nio mientras estuvo entre los Ilirios y Tribalos, y muchacho despus en Tesalia, quera ha- cerle ver ante los muros de Atenas que ya era hombre. Situa- do, pues, delante de Tebas dndoles tiempo para arrepentirse de lo pasado, reclam a Fnix y Prtites, y mand echar pre- gn ofreciendo impunidad a los que mudaran de propsito; pero reclamando de l a su vez los Tebanos a Filotas y Ant- patro, y echando el pregn de que los que quisieran la liber- tad de la Grecia se unieran con ellos, dispuso sus Macedonios a la guerra. Pelearon los Tebanos con un valor y un arrojo superiores a sus fuerzas, pues venan a ser uno para muchos enemigos; pero habiendo desamparado la ciudadela llamada Cadmea las tropas macedonias que la guarnecan, cayeron sobre ellos por la espalda, y, envueltos, perecieron los ms en este ltimo punto de la batalla. Tom la ciudad, la entreg al saqueo y la asol, principalmente por esperar que, asombrados e intimidados los Griegos con semejante cala-

midad, no volvieran a rebullirse; pero tambin quiso dar a entender que en esto se haba prestado a las quejas de los aliados: porque los Focenses y Plateenses acusaban a los Te- banos. Hizo, pues, salir a los sacerdotes, a todos los huspe- des de los Macedonos, a los descendientes de Pndaro y a los que se haban opuesto a los que decretaron la subleva- cin: a todos los dems los puso en venta, que fueron como unos treinta mil hombres, siendo ms de seis mil los que mu- rieron en el combate.

XII.- En medio de los muchos y terribles males que afli- gieron a aquella desgraciada ciudad, algunos Tracios que- brantaron la casa de Timoclea, mujer principal y de ordenada conducta, y mientras los dems saqueaban los bienes, el jefe, despus de haber insultado y hecho violencia al ama, le pre- gunt si haba ocultado plata u oro en alguna parte. Confe- sle que s, y llevndole slo al huerto le mostr el pozo, diciendo que al tomarse la ciudad haba arrojado all lo ms precioso de su caudal. Acercse el Tracio, y cuando se puso a reconocer el pozo, habindosele aqulla puesto detrs, le arroj, y echndole encima muchas piedras acab con l. Llevronla los Tracios atada ante Alejandro, y desde luego que se present pareci una persona respetable y animosa, pues segua a los que la conducan sin dar la menor muestra de temor o sobresalto. Despus, preguntndole el Rey quin era, respondi ser hermana de Tegenes, el que haba pelea- do contra Filipo por la libertad de los Griegos y haba muerto de general en la batalla de Queronea. Admirado,

pues, Alejandro de su respuesta y de lo que haba ejecutado, la dej en libertad a ella y a sus hijos.

XIII.- A los Atenienses los admiti a reconciliacin, aun en medio de haber hecho grandes demostraciones de senti- miento por el infortunio de Tebas; pues teniendo entre ma- nos la fiesta de los Misterios, la dejaron por aquel duelo, y a los que se refugiaron en Atenas les prestaron todos los ofi- cios de humanidad; mas con todo, bien fuese por haber sa- ciado ya su clera, como los leones, o bien porque quisiese oponer un acto de clemencia a otro de suma crueldad y aspe- reza, no slo los indult de todo cargo, sino que los exhort a que atendiesen al buen orden de la ciudad, como que haba de tomar el imperio de la Grecia, si a l le sobrevena alguna desgracia, y de all en adelante se dice que le causaba sumo disgusto aquella calamidad de los Tebanos, por lo que se mostr muy benigno con los dems pueblos; y lo ocurrido con Clito entre los brindis de un festn, y la cobarda en la India de los Macedonios, por la que en cuanto estuvo de su parte dejaron incompleta su expedicin y su gloria, fueron cosas que las atribuy siempre a ira y venganza de Baco. Por fin, de los Tebanos que quedaron con vida, ninguno se le acerc a pedirle alguna cosa que no saliera bien despachado; y esto es lo que hay que referir sobre la toma de Tebas.

XIV.- Congregados los Griegos en el Istmo, decretaron marchar con Alejandro a la guerra contra la Persia, nom- brndole general; y como fuesen muchos los hombres de Estado y los filsofos que le visitaban y le daban el parabin,

esperaba que hara otro tanto Digenes el de Sinope, que resida en Corinto. Mas ste ninguna cuenta hizo de Alejan- dro, sino que pasaba tranquilamente su vida en el barrio lla- mado Craneo, y as, hubo de pasar Alejandro a verle. Hallbase casualmente tendido al sol, y habindose incorpo- rado un poco a la llegada de tantos personajes, fij la vista en Alejandro. Saludle ste, y preguntndole en seguida si se le ofreca alguna cosa, Muy poco- le respondi-; que te quites del sol. Dcese que Alejandro, con aquella especie de me- nosprecio, qued tan admirado de semejante elevacin y grandeza de nimo, que cuando retirados de all empezaron los que le acompaaban a rerse y burlarse, l les dijo: Pues yo, a no ser Alejandro, de buena gana fuera Digenes. Qui- so prepararse para la expedicin con la aprobacin de Apolo; y habiendo pasado a Delfos, casualmente los das en que lle- g eran nefastos, en los que no es permitido dar respuestas; con todo, lo primero que hizo fue llamar a la sacerdotisa; pero negndose sta, y objetando la disposicin de la ley, su- bi donde se hallaba y por fuerza la trajo al templo. Ella, entonces, mirndose como vencida por aquella determina- cin, Eres invencible oh joven!- expres; lo que odo por Alejandro, dijo que ya no necesitaba otro vaticinio, pues ha- ba escuchado de su boca el orculo que apeteca. Cuando ya estaba en marcha para la expedicin aparecieron diferentes prodigios y seales, y entre ellos el de que la estatua de Orfeo en Libetra, que era de ciprs, despidi copioso sudor por aquellos das. A muchos les inspiraba miedo este portento; pero Aristandro los exhort a la confianza Pues significa- dijo- que Alejandro ejecutar hazaas dignas de ser cantadas

y aplaudidas; las que, por tanto, darn mucho que trabajar y que sudar a los poetas y msicos que hayan de celebrarlas.

XV.- Componase su ejrcito, segn los que dicen me- nos, de treinta mil hombres de infantera y cinco mil de ca- ballera, y los que ms le dan hasta treinta y cuatro mil infantes y cuatro mil caballos; y para todo esto dice Aristo- bulo que no tena ms fondos que setenta talentos, y Duris, que slo contaba con vveres para treinta das; mas Ones- crito refiere que haba tomado a crdito doscientos talentos. Pues con todo de haber empezado con tan pequeos y esca- sos medios, antes de embarcarse se inform del estado que tenan las cosas de sus amigos, distribuyendo entre ellos a uno un campo, a otro un terreno y a otro la renta de un ca- sero o de un puerto.Cuando ya haba gastado y aplicado se puede decir todos los bienes y rentas de la corona, le pregunt Perdicas: Y para ti oh rey! qu es lo que dejas? Como le contestase que las esperanzas, Pues no participaremos tambin de ellas- repuso- los que hemos de acompaarte en la guerra? Y re- nunciando Perdicas la parte que le haba asignado, algunos de los dems amigos hicieron otro tanto; pero a los que toma- ron las suyas o las reclamaron se las entreg con largueza, y con este repartimiento concluy con casi todo lo que tena en Macedonia. Dispuesto y prevenido de esta manera, pas el Helesponto, y bajando a tierra en Ilin hizo sacrificio a Atena y libaciones a los hroes. Ungi largamente la columna erigida a Aquileo, y corriendo desnudo con sus amigos alre- dedor de ella, segn es costumbre, la coron, llamando a ste

bienaventurado porque en vida tuvo un amigo fiel y despus de su muerte un gran poeta. Cuando andaba recorriendo la ciudad y viendo lo que haba de notable en ella, le pregunt uno si quera ver la lira de Paris, y l le respondi que ste nada le importaba, y la que buscaba era la de Aquileo, con la que cantaba este hroe los grandes y gloriosos hechos de los varones esforzados.

XVI.- En esto, los generales de Daro haban reunido muchas fuerzas, y como las tuviese ordenadas para impedir el paso del Granico, deba tenerse por indispensable el dar una batalla para abrirse la puerta del Asia, si se haba de entrar y dominar en ella; pero los ms teman la profundidad del ro y la desigualdad y aspereza de la orilla opuesta, a la que se haba de subir peleando, y a algunos les detena tambin cierta su- persticin relativa al mes, por cuanto en el Desio era cos- tumbre de los reyes de Macedonia no obrar con el ejrcito; pero esto lo remedi Alejandro mandando que se contara otra vez el Artemisio. Oponase, de otro lado, Parmenin a que se trabara combate, por estar ya adelantada la tarde; pero diciendo Alejandro que se avergonzara el Helesponto si ha- bindolo pasado temieran al Granico, se arroj al agua con trece hileras de caballera, y marchando contra los dardos enemigos y contra sitios escarpados, defendidos con gente armada y con caballera, arrebatado y cubierto en cierta ma- nera de la corriente, pareca que ms era aquello arrojo de furor y locura que resolucin de buen caudillo. Mas l segua empeado en el paso, y llegando a hacer pie con trabajo y dificultad en lugares hmedos y resbaladizos por el barro, le

fue preciso pelear al punto en desorden y cada uno separado contra los que les cargaban antes que pudieran tomar forma- cin los que iban pasando, porque los acometan con grande algazara, oponiendo caballos a caballos y empleando las lan- zas y, cuando stas se rompan, las espadas. Dirigironse mu- chos contra l mismo, porque se haca notar por el escudo y el penacho del morrin, que caa por uno y otro lado, for- mando como dos alas maravillosas en su blancura y en su magnitud; y habindole arrojado un dardo que le acert en el remate de la coraza, no qued herido. Sobrevinieron a un tiempo los generales Resaces y Espitridates, y hurtando el cuerpo a ste, a Resaces, armado de coraza, le tir un bote de lanza, y rota sta meti mano a la espada. Batindose los dos, acerc por el flanco su caballo Espitridates, y ponindose a punto le alcanz con la azcona de que usaban aquellos brba- ros, con la cual le destroz el penacho, llevndose una de las alas; el morrin resisti con dificultad al golpe, tanto, que aun penetr la punta y lleg a tocarle en el cabello. Disponase Espitridates a repetir el golpe, pero lo previno Clito el negro, pasndole de medio a medio con la lanza; y al mismo tiempo cay muerto Resaces, herido de Alejandro. En este conflicto, y en lo ms recio del combate de la caballera, pas la falange de los Macedonios y vinieron a las manos una y otra infante- ra; pero los enemigos no se sostuvieron con valor ni largo rato, sino que se dispersaron y huyeron, a excepcin de los Griegos estipendiarios, los cuales, retirados a un collado, im- ploraban la fe de Alejandro; pero ste, acometindolos el primero, llevado ms de la clera que gobernado por la ra- zn, perdi el caballo, pasado de una estocada por los ijares-

era otro, no el Bucfalo-, y all cayeron tambin la mayor parte de los que perecieron en aquella batalla, peleando con hombres desesperados y aguerridos. Dcese que murieron de los brbaros veinte mil hombres de infantera y dos mil de caballera. Por parte de Alejandro dice Aristobulo que los muertos no fueron entre todos ms qu treinta y cuatro; de ellos, nueve infantes. A stos mand que se les erigiesen es- tatuas de bronce, que trabaj Lisipo. Dio parte a los Griegos de esta victoria, enviando en particular a los Atenienses tres- cientos escudos de los que cogieron, y haciendo un cmulo de los dems despojos, hizo poner sobre l esta ambiciosa inscripcin: ALEJANDRO, HIJO DE FILIPO, Y LOS GRIEGOS, A EXCEPCIN DE LOS LACEDEMONIOS, DE LOS BRBAROS QUE HABITAN EL ASIA. De los vasos preciosos, de las ropas de prpura y de cuantas preseas ricas tom de Persia, fuera de muy poco, todo lo dems lo remiti a la madre.

XVII.- Produjo este combate tan gran mudanza en los negocios, favorables a Alejandro, que con la ciudad de Sardes se le entreg en cierta manera el imperio martimo de los brbaros, ponindose a su disposicin los dems pueblos. Slo le hicieron resistencia Halicarnaso y Mileto, las que to- m por asalto, y, sujetando todo el pas vecino a una y otra, qued perplejo en su nimo sobre lo que despus emprende- ra: pensando unas veces que sera lo mejor ir desde luego en busca de Daro y ponerlo todo a la suerte de una batalla, y otras, que sera ms conveniente dar su atencin a los nego- cios e intereses del mar, como para ejercitarse y cobrar fuer-

zas y de este modo marchar contra aquel. Hay en la Licia, cerca de la ciudad de Janto, una fuente de la que se dice que entonces mud su curso y sali de sus mrgenes, arrojando, sin causa conocida, de su fondo una plancha de bronce, so- bre la cual estaba grabado en caracteres antiguos que cesara el imperio de los Persas destruido por los Griegos. Alentado con este prodigio, se apresur a poner de su parte todo el pas martimo hasta la Fenicia y la Cilicia. Su incursin en la Panfilia sirvi a muchos historiadores de materia pintoresca para excitar la admiracin y el asombro, diciendo que como por una disposicin divina aquel mar haba tomado el partido de Alejandro, cuando siempre sola ser inquieto y borras- coso, y rara vez dejaba al descubierto los escondidos y reso- nantes escollos situados al pie de sus escarpadas y pedregosas orillas; a lo que alude Menandro celebrando cmicamente lo extraordinario del mismo suceso:

Esto va a lo Alejandro, dicho y hecho:si a alguien busco, comparece luego sin que nadie le llame; si es preciso dirigirme por mar a cierto punto,el mar se allana y facilita el paso.

Mas el mismo Alejandro, en sus cartas, sin tener nada de esto a portento, dice, sencillamente, que anduvo a pie la montaa llamada Clmax, que la atraves partiendo de la ciu- dad de Fascelis, en la cual se detuvo muchos das, y que en ellos, habiendo visto en la plaza la estatua de Teodectes, que era natural de la misma ciudad y haba muerto poco antes,

fue a festejarla, bien bebido, despus de la cena, y derram sobre ella muchas coronas, tributando como por juego esta grata memoria al trato que con l haba tenido a causa de Aristteles y de la filosofa.

XVIII.- Despus de esto sujet a aquellos de los Pisidas que le hicieron oposicin, puso bajo su obediencia la Frigia, y tomando la ciudad de Gordio, que se dice haber sido corte del antiguo Midas, vio aquel celebrado carro atado con cor- teza de serbal, y oy la relacin all creda por aquellos brba- ros, segn la cual el hado ofreca al que desatase aquel nudo el ser rey de toda la tierra. Los ms refieren que este nudo tena ciegos los cabos, enredados unos con otros con mu- chas vueltas, y que desesperado Alejandro de desatarlo, lo cort con la espada por medio, apareciendo muchos cabos despus de cortado; pero Aristobulo dice que le fue muy fcil el desatarlo, porque quit del timn la clavija que une con ste el yugo, y despus fcilmente quit el yugo mismo. Des- de all pas a atraer a su dominacin a los Paflagonios y Ca- padocios, y habiendo tenido noticia de la muerte de Memnn, que, siendo el jefe ms acreditado de la armada naval de Daro, haba dado mucho en qu entender y puesto en repetidos apuros al mismo Alejandro, se anim mucho ms a llevar sus armas a las provincias superiores de la Persia. En esto ya Daro bajaba de Susa muy engredo con la mu- chedumbre de sus tropas, pues que traa seiscientos mil hombres, y confiado en un sueo que los magos explicaban ms bien segn lo que aqul deseaba que segn lo que l in- dicaba en realidad. Porque le pareci que discurra gran res-

plandor por la falange de los Macedonios, que le serva Ale- jandro, adornado con la estola que llevaba el mismo Daro cuando era astanda del Rey, y que despus, habiendo entrado Alejandro al bosque del templo de Belo, desapareci; en lo cual, a lo que parece, significaba el dios que brillaran y res- plandeceran las empresas de los Macedonios, y que Alejan- dro dominara en el Asia como haba dominado Daro, habiendo pasado de intendente a rey, pero que en breve ten- dran trmino su gloria y su vida.

XIX.- Dile todava a Daro ms confianza el graduar de tmido a Alejandro al ver que se detena mucho tiempo en la Cilicia; pero su detencin provena de enfermedad, que unos decan haba contrado con las grandes fatigas, y otros, que por haberse baado en las aguas heladas del Cidno. De todos los dems mdicos, ninguno confiaba en que podra curarse, sino que, reputando el mal por superior a todo remedio, te- man que, errada la cura, haban de ser calumniados por los Macedonios; pero Filipo de Acarnania, aunque se hizo cargo de lo penosa que era aquella situacin, llevado, sin embargo, de la amistad, y teniendo a afrenta el no peligrar con el que estaba de peligro, asistindole y cuidndole hasta no dejar nada por probar, se determin a emplear las medicinas, y le persuadi al mismo Alejandro que tuviera sufrimiento y las tomara, procurando ponerse bueno para la guerra. En esto, Parmenin le escribi desde el ejrcito previnindole que se guardara de Filipo, porque haba sido seducido por Daro con grandes dones y el matrimonio de su hija, para quitarle la vida. Ley Alejandro la carta, y sin mostrarla a ninguno de

los amigos la puso bajo la almohada. Llegada la hora, entr Filipo con los amigos, trayendo la medicina en una taza: dile Alejandro la carta, y al mismo tiempo tom la medicina con grande nimo y sin que mostrase ninguna sospecha; de ma- nera que era un espectculo verdaderamente teatral el ver a uno leer y al otro beber, y que despus se miraron uno a otro, aunque de muy diferente manera; porque Alejandro miraba a Filipo con semblante alegre y sereno, en el que es- taban pintadas la benevolencia y la confianza y ste, sorpren- dido con la calumnia, unas veces pona por testigos a los dioses y levantaba las manos al cielo, y otras se reclinaba so- bre el lecho, exhortando a Alejandro a que estuviera tran- quilo y confiara en l. Porque el remedio, al principio, pareca haber cortado el cuerpo, postrando y abatiendo las fuerzas hasta hacerle perder el habla y quedar muy apocados todos los sentidos, sobrevinindole luego una congoja; pero Filipo logr volverle pronto, y restituyndole las fuerzas hizo que se mostrase a los Macedonios, que se mantuvieron siempre muy desconfiados e inquietos mientras que no vieron a Alejandro.

XX.- Hallbase en el ejrcito de Daro un fugitivo de Macedonia y natural de ella, llamado Amintas, que no dejaba de tener conocimiento del carcter de Alejandro. ste, vien- do que Daro iba a encerrarse entre desfiladeros en busca de Alejandro, le propona que permaneciese donde se encon- traba, en lugares llanos y abiertos, habiendo de pelear contra pocos con tan inmenso nmero de tropas; y como le res- pondiese Daro que tema no se anticiparan a huir los enemi- gos y se le escapara Alejandro: Por eso oh rey!- le repuso-

no pases pena, porque l vendr contra ti, o quiz viene ya a estas horas. Mas no cedi por esto Daro, sino que, levan- tando el campo, march para la Cilicia, y al mismo tiempo Alejandro marchaba contra l a la Siria; pero habiendo en la noche apartndose por yerro unos de otros, retrocedieron: Alejandro, contento con que as le favoreciese la suerte para salirle a aqul al encuentro entre montaas, y Daro, para ver si podra recobrar su antiguo campamento y poner sus tro- pas fuera de gargantas; porque ya entonces reconoci que, contra lo que le convena, se haba metido en lugares que por el mar, por las montaas y por el ro Pnaro, que corre en medio, eran poco a propsito para la caballera y que le obli- gaban a tener divididas sus fuerzas: estando, por tanto, aque- lla posicin muy en favor de los enemigos, que eran en tan corto nmero. La fortuna, pues, le prepar este lugar a Ale- jandro; pero l, por su parte, procur tambin ayudar a la fortuna, disponiendo las cosas del modo mejor posible para el vencimiento; pues siendo muy inferior a tanto nmero de brbaros, no slo no se dej envolver, sino que, extendiendo su ala derecha sobre la izquierda de aquellos, lleg a formar semicrculo, y oblig a la fuga a los que tena al frente, pe- leando entre los primeros; tanto, que fue herido de una cu- chillada en un muslo, segn dice Cares, por Daro, habiendo venido ambos a las manos; pero el mismo Alejandro, escri- biendo a Antpatro acerca de esta batalla, no dijo quin hu- biese sido el que le hiri, sino que haba salido herido de una cuchillada en un muslo, sin que hubiese tenido la herida ma- las resultas. Habiendo conseguido una sealada victoria, con muerte de ms de ciento diez mil hombres, no acab con

Daro, que se le haba adelantado en la fuga cuatro o cinco estadios; por lo cual, habiendo tomado su carro y su arco, se volvi y hall a los Macedonios cargados de inmensa riqueza y botn que se llevaban del campo de los brbaros, sin em- bargo de que stos se haban aligerado para la batalla y ha- ban dejado en Damasco la mayor parte del bagaje. Haban reservado para el mismo Alejandro el pabelln de Daro, lle- no de muchedumbres de sirvientes, de ricos enseres y de co- pia de oro y plata. Desnudndose, pues, al punto, de las armas, se dirigi sin dilacin al bao, diciendo: Vamos a lavarnos el sudor de la batalla en el bao de Daro; sobre lo que uno de sus amigos repuso: No, a fe ma, sino de Ale- jandro, porque las cosas del vencido son y deben llamarse del vencedor. Cuando vio las cajas, los jarros, los enjugadores y los alabastros, todo guarnecido de oro y trabajado con pri- mor, percibi al mismo tiempo el olor fragante que de la mi- rra y los aromas despeda la casa; y habiendo pasado desde all a la tienda, que en su altura y capacidad y en todo el adorno de alfombras, de mesas y de aparadores era cierta- mente digna de admiracin, vuelto a los amigos: En esto consista- les dijo-, segn parece, el reinar.

XXI.- Al tiempo de ir a la cena se le anunci que entre los cautivos haban sido conducidas la madre y la mujer de Daro y dos hijas doncellas, las cuales, habiendo visto el carro y el arco de ste, haban empezado a herirse el rostro y a llo- rar tenindole por muerto. Parse por bastante rato Alejan- dro, y merecindole ms cuidado los afectos de estas desgraciadas que los propios, envi a Leonato con orden de

decirles que ni haba muerto Daro ni deban temer de Ale- jandro, porque con Darlo estaba en guerra por el imperio, pero a ellas nada les faltara de lo que reinando aquel se en- tenda corresponderles. Si este lenguaje pareci afable y ho- nesto a aquellas mujeres, todava en las obras se acredit ms de humano con unas cautivas, porque les concedi dar se- pultura a cuantos Persas quisieron, tomando las ropas y todo lo dems necesario para el ornato de los despojos de guerra; y de la asistencia y honores que disfrutaban, nada se les dis- minuy, y aun percibieron mayores rentas que antes; pero el obsequio ms loable y regio que de l recibieron unas muje- res ingenuas y honestas reducidas a la esclavitud fue el no or ni sospechar ni temer nada indecoroso, sino que les fue lcito llevar una vida apartada de todo trato y de la vista de los de- ms, como si estuvieran, no en un campamento de enemi- gos, sino guardadas en puros y santos templos de vrgenes; y eso que se dice que la mujer de Daro era la ms bien pareci- da de toda la familia real, as como el mismo Daro era el ms bello y gallardo de los hombres, y que las hijas se parecan a los padres. Pero Alejandro, teniendo, segn parece, por ms digno de un rey el dominarse a s mismo que vencer a los enemigos, ni toc a stas ni antes de casarse conoci a nin- guna otra mujer, fuera de Barsina, la cual, habiendo quedado viuda por la muerte de Memnn, haba sido cautivada en Damasco. Haba recibido una educacin griega, y siendo de ndole suave e hija de Artabazo, tenida en hija del rey, fue conocida por Alejandro a instigacin, segn dice Aristobulo, de Parmenin, que le propuso se acercase a una mujer bella que una a la belleza el ser de esclarecido linaje. Al ver Ale-

jandro a las dems cautivas, que todas eran aventajadas en hermosura y gallarda, dijo por chiste: Gran dolor de ojos son estas Persas! Con todo, oponiendo a la belleza de estas mujeres la honestidad de su moderacin y continencia, pasa- ba por delante de ellas como por delante de imgenes sin alma de unas estatuas.

XXII.- Escribile en una ocasin Filxeno, general de la armada naval, hallarse a sus rdenes un tarentino llamado Teodoro, que tena de venta dos mozuelos de una belleza sobresaliente, preguntndole si los comprara; y se ofendi tanto, que exclam muchas veces ante sus amigos en tono de pregunta: Qu puede haber visto en m Filxeno de inde- cente e inhonesto para hacerse corredor de semejante mer- cadera? Reprendi speramente a Filxeno en una carta, mandndole que enviara noramala a Teodoro con sus carga- mentos. Mostrse tambin enojado al joven Agnn, que le escribi tener intencin de comprar en Corinto a Crobilo, mozo all de grande nombrada, para presentrselo; y ha- biendo sabido que Damn y Timoteo, Macedonios de los que servan a las rdenes de Parmenin, haban hecho vio- lencia a las mujeres de unos estipendiarios, escribi a Parme- nin dndole orden de que si eran convictos los castigara de muerte, como fieras corruptoras de los hombres, hablando de s mismo en esta carta en las siguientes palabras: Porque no se hallar que yo haya visto a la mujer de Darlo ni que haya querido verla, ni dar siquiera odos a los que han venido a hablarme de su belleza. Deca que en dos cosas echaba de ver que era mortal: en el sueo y en el acceso a mujeres; pues

de la misma debilidad de la naturaleza provena el sentir el cansancio y las seducciones del placer. Era asimismo muy sobrio en cuanto al regalo del paladar; lo que manifest de muchas maneras, y tambin en las respuestas que dio a Ada, a quien adopt por madre y la declar reina de Caria: porque como sta, para agasajarle, le enviase diariamente muchos platos delicados y exquisitas pastas, y, finalmente, los ms hbiles cocineros y pasteleros que pudo encontrar, le dijo que para l todo aquello estaba de ms, porque tena otros mejores cocineros puestos por su ayo Lenidas, que eran para el desayuno salir al campo antes del alba, y para la cena, comer muy poco entre da. l mismo- deca- sola abrir mis cofres y mis guardarropas para ver si mi madre no me haba puesto cosas de regalo y de lujo.

XXIII.- Aun respecto del vino era menos desmandado de lo que comnmente se cree; y si pareca serlo, ms bien que por largo beber era por el mucho tiempo que con cada taza se llevaba hablando; y aun esto, cuando estaba muy de vagar, pues cuando haba qu hacer, ni vino, ni sueo, ni jue- go alguno, ni bodas, ni espectculo, nada haba que, como a otros capitanes, le detuviese, lo que pone de manifiesto su misma vida, pues que habiendo sido tan corta est llena de muchas y grandes hazaas. Cuando no tena qu hacer se levantaba, y lo primero era sacrificar a los dioses y tomar el desayuno sentado; despus pasaba el da en cazar, o en ejer- citar la tropa, o en despachar los juicios militares, o en leer. De viaje, si no haba de ser largo, sin detenerse se ejercitaba en tirar con el arco, o en subir y bajar a un carro que fuese

corriendo. Muchas veces se entretena en cazar zorras y aves, como se puede ver en sus diarios. En el bao, y mientras iba a l y a ungirse, examinaba a los encargados de las provisio- nes y de la cocina sobre si estaba en su punto todo lo relativo a la cena, yendo siempre a cenar tarde y despus de anoche- cido. Su cuidado y esmero en la mesa era extraordinario so- bre que a todos se les sirviese con igualdad y diligencia, La bebida se prolongaba, como hemos dicho, por la demasiada conversacin: porque siendo para el trato en todas las dems dotes el ms amable de los reyes, sin que hubiese gracia que le saltase, entonces se haca fastidioso con sus jactancias y de sobra militar, llegando a dar ya en fanfarrn y a ser en cierto modo presa de los aduladores, que echaban a perder aun a los ms modestos convidados: porque ni queran confundirse con los aduladores, ni quedarse ms cortos en las alabanzas; siendo lo primero bajo e indecoroso y no careciendo de ries- go lo segundo. Despus de haber bebido se lavaba y se iba a recoger, durmiendo muchas veces hasta el medioda, y aun alguna se llev el da entero durmiendo. En cuanto a manja- res, era muy templado: de manera que cuando por mar le traan frutas o pescados exquisitos, distribuyndolos entre sus amigos, era muy frecuente no dejar nada para s. Su cena, sin embargo, era siempre oppara; y habindose aumentado el gasto en proporcin de sus prsperos sucesos, lleg por fin a diez mil dracmas; pero aqu par, y sta era la suma pre- fijada para darse a los que hospedaban a Alejandro.

XXIV.- Despus de esta batalla de Iso envi tropas aDamasco y se apoder del caudal, de los equipajes y de los

hijos y de las mujeres de los Persas; de todo lo cual tomaron la mayor parte los soldados de la caballera tsala, porque como se hubiesen distinguido en la accin por su valor, de intento los envi con nimo de que tuvieran esta mayor utili- dad. Sin embargo, an pudo satisfacerse de botn y riqueza todo el resto del ejrcito; y habiendo empezado all los Ma- cedonios a tomar el gusto del oro, de la plata, de las mujeres y del modo de vivir asitico, se aficionaron, a la manera de los perros, a ir como por el rastro en busca y persecucin de la riqueza de los Persas. Parecile con todo a Alejandro que su primer cuidado deba ser asegurar toda la parte martima, y espontneamente vinieron los reyes a entregarle a Chipre y la Fenicia, a excepcin de Tiro. Al sptimo mes de tener sitiada a Tiro con trincheras, con mquinas y con doscientas naves, tuvo un sueo, en el que vio que Heracles le alargaba desde el muro la mano y le llamaba. A muchos de los Tirios les pa- reci asimismo entre sueos que Apolo les deca se pasaba a Alejandro, pues, no le era agradable lo que se haca en la ciu- dad; pero ellos, mirando al dios como a un hombre que a su antojo se pasase a los enemigos, echaron cadenas a su estatua y la clavaron al pedestal, llamndole alejandrista. Tuvo Ale- jandro otra visin entre sueos, y fue aparecrsele un stiro, que de lejos se puso como a juguetear con l, y, queriendo asirle, se le hua; pero al fin, a fuerza de ruegos y carreras, se le vino a la mano. Los adivinos, partiendo as el nombre sti- ros, le dijeron con cierta apariencia de verosimilitud: Tuya ser Tiro; y todava muestran la fuente junto a la cual pare- ci haber visto en sueos al stiro. En medio del sitio, ha- ciendo la guerra a los rabes que habitan el Antelbano, se

vio en gran peligro a causa de su segundo ayo, Lismaco, que se empe en seguirle, diciendo que no se tena en menos ni era ms viejo que Fnix. Acercronse a la montaa, y dejan- do los caballos caminaban a pie; los dems se adelantaron mucho, y l, no sufrindole el corazn abandonar a Lisma- co, cansado ya y que andaba con trabajo porque cargaba la noche y los enemigos se hallaban cerca, no ech de ver que estaba muy separado de sus tropas con slo unos pocos, y que iba a tener que pasar en un sitio muy expuesto aquella noche, que era sumamente oscura y fra. Vio, pues, a lo lejos encendidas con separacin muchas hogueras de los enemi- gos, y confiado en su agilidad y en estar hecho a continuas fatigas, para consolar en su incomodidad a los Macedonios corri a la hoguera ms prxima, y pasando con la espada a dos brbaros que se calentaban a ella cogi un tizn y volvi con l a los suyos. Encendieron tambin una gran lumbrada, con lo que asustaron a los enemigos; de manera que unos se entregaron a la fuga, y a otros que acudieron los rechazaron, y pasaron la noche sin peligro, as es como lo refiri Cares.

XXV.- El resultado que tuvo el sitio fue el siguiente: da- ba descanso Alejandro de los muchos combates anteriores a la mayor parte de sus tropas y aproximaba slo unos cuantos hombres a las murallas para no dejar del todo reposar a los enemigos. En una de estas ocasiones haca el agorero Aris- tandro un sacrificio y al observar las seales asegur con la mayor confianza ante los que se hallaban presentes que en aquel mes, sin falta, haba de tomarse la ciudad. Echronlo a burla y a risa, porque aquel era el ltimo da del mes; y vin-

dole perplejo Alejandro, que daba grande importancia a las profecas, mand que no se contara aquel por da treinta, sino por da tercero del trmino del mes, y haciendo seal con la trompeta acometi a los muros con ms ardor de lo que al principio haba pensado. Fue violento el ataque, y co- mo no se estuviesen quedos los del campamento, sino que acudiesen prontos a dar auxilios, desmayaron los Tirios y tom la ciudad en aquel mismo da. Sitiaba despus a Gaza, ciudad la ms populosa de la Siria, y le dio un yesn en el hombro, dejado caer desde lo alto por un ave, la cual, posn- dose sobre una de las mquinas, se enred, sin poderlo evi- tar, en una de las redes de nervios que servan de cabos para el manejo de las cuerdas; esta seal tuvo el trmino que pre- dijo Aristandro, pues fue herido Alejandro en un hombro y tomada la ciudad. Envi gran parte de los despojos a Olim- pade, a Cleopatra y a sus amigos, y remiti al mismo tiempo a su ayo Lenidas quinientos talentos de incienso y ciento de mirra en recuerdo de una esperanza que le hizo concebir en su puericia; porque, segn parece, como en un sacrificio hu- biese cogido Alejandro y echado en el ara una almorzada de perfumes, le dijo Lenidas: Cuando domines la tierra que lleva los aromas, entonces sahumars con profusin; ahora es menester conducirse con parsimonia. Escribile, pues, Alejandro: Te envo incienso y mirra en grande abundancia para que en adelante no andes escaso con los dioses.

XXVI.- Habindosele presentado una cajita que pareci la cosa ms preciosa y rara de todas a los que reciban las jo- yas y dems equipajes de Daro, pregunt a sus amigos qu

sera lo ms preciado y curioso que podra guardarse en ella. Respondieron unos una cosa y otros otra, y l dijo que en aquella caja iba a colocar y tener defendida La Ilada, de lo que dan testimonio muchos escritores fidedignos. Y si es verdad lo que dicen los de Alejandra sobre la fe de Heracli- des, no le fue Homero un consejero ocioso e intil en sus expediciones. pues refieren que, apoderado del Egipto, quiso edificar en l una ciudad griega, capaz y populosa, a la que impusiera su nombre, y que ya casi tena medido y circunva- lado el sitio, segn la idea de los arquitectos, cuando, que- dndose dormido a la noche siguiente, tuvo una visin maravillosa: parecile que un varn de cabello cano y vene- rable aspecto, puesto a su lado, le recit estos versos:

En el undoso y resonante Ponto hay una isla, a Egipto contrapuesta, de Faro con el nombre distinguida.

Levantndose, pues, march al punto a Faro, que en- tonces era isla, situada un poco ms arriba de la boca del Nilo llamada Canbica, y ahora por la calzada est unida al continente. Cuando vio aquel lugar tan ventajosamente situa- do- porque es una faja que a manera de istmo, con un terre- no llano, separa ligeramente, de una parte, el gran lago, y de otra, el mar que remata en el anchuroso puerto, no pudo menos de exclamar que Homero, tan admirable en todo lo dems, era al propio tiempo un habilsimo arquitecto, y mand que le disearan la forma de la ciudad acomodada al sitio. Carecan de tierra blanca; pero con harina, en el terre-

no, que era negro, describieron un seno, cuya circunferencia, en forma de manto guarnecido, comprendieron dentro de dos curvas que corran con igualdad, apoyadas en una base recta. Cuando el rey estaba sumamente complacido con este diseo, aves en inmenso nmero y de toda especie acudieron repentinamente a aquel sitio a manera de nube y no dejaron ni seal siquiera de la harina; de manera que Alejandro con- cibi pesadumbre con este agero; pero los adivinos le cal- maron dicindole que la ciudad que trataba de fundar abundara de todo y dara el sustento a hombres de diferen- tes naciones; con lo que dio orden a sus encargados para que pusieran mano a la obra, y l emprendi viaje al templo de Amn. Era este viaje largo, y adems de serle inseparables otras muchas incomodidades ofreca dos peligros: el uno, de la falta de agua en un terreno desierto de muchas jornadas, y el otro, de que estando de camino soplara un recio brego en unos arenales profundos e interminables, como se dice haber sucedido antes con el ejrcito de Cambises, pues levantando un gran montn de arena, y formando remolinos, fueron envueltos y perecieron cincuenta mil hombres. Todos discu- rran de esta manera; pero era muy difcil apartar a Alejandro de lo que una vez emprenda, porque favoreciendo la fortuna sus conatos le afirmaba en su propsito, y su grandeza de nimo llevaba su obstinacin nunca vencida a toda especie de negocios, atropellando en cierta manera no slo con los enemigos, sino con los lugares y aun con los temporales.

XXVII.- Los favores que en los apuros y dificultades de este viaje recibi del dios le ganaron a ste ms confianza que

los orculos dados despus; o, por mejor decir, por ellos se tuvo despus en cierta manera ms fe en los orculos. Por- que, en primer lugar, el roco del cielo y las abundantes llu- vias que entonces cayeron disiparon el miedo de la sed; y haciendo desaparecer la sequedad, porque con ellas se hume- deci la arena y qued apelmazada, dieron al aire las calidades de ms respirable y ms puro. En segundo lugar, como, con- fundidos los trminos por donde se gobernaban los guas, hubiesen empezado a andar perdidos y errantes por no saber el camino, unos cuervos que se les aparecieron fueron sus conductores volando delante, acelerando la marcha cuando los seguan y parndose y aguardando cuando se retrasaban. Pero lo maravilloso era, segn dice Calstenes, que con sus voces y graznidos llamaban a los que se perdan por la noche, trayndolos a las huellas del camino. Cuando pasado el de- sierto lleg a la ciudad, el profeta de Amn le anunci que le saludaba de parte del dios, como de su padre; a lo que l le pregunt si se haba quedado sin castigo alguno de los mata- dores de su padre. Repsole el profeta que mirara lo que de- ca, porque no haba tenido un padre mortal; y entonces l, mudando de lenguaje, pregunt si haba castigado a todos los matadores de Filipo, y en seguida, acerca del imperio, si le concedera el dominar a todos los hombres. Habindole tambin dado el dios favorable respuesta, y asegurndole que Filipo estaba completamente vengado, le hizo las ms magn- ficas ofrendas, y a los hombres all destinados, los ms ricos presentes. Esto es lo que en cuanto a los orculos refieren los ms de los historiadores, y se dice que el mismo Alejan- dro, en una carta a su madre, le signific haberle sido hechos

ciertos vaticinios arcanos, que a ella sola revelara a su vuelta. Algunos han escrito que, queriendo el profeta saludarle en griego con cierto cario, dicindole Hijo mo se equivoc por barbarismo en una letra, poniendo una s por una n, y que a Alejandro le fue muy grato este error, por cuanto se dio motivo a que pareciera le haba llamado hijo de Zeus, porque esto era lo que resultaba de la equivocacin. Dcese asimismo que, habiendo odo en el Egipto al filsofo Psa- mn, lo que principalmente coligi de sus discursos fue que todos los hombres son regidos por Dios, a causa de que la parte que en cada uno manda e impera es divina, y que l todava opinaba ms filosficamente acerca de estas cosas, diciendo que Dios es padre comn de todos los hombres, pero adopta especialmente por hijos suyos a los buenos.

XXVIII.- En general, con los brbaros se mostraba arrogante y como quien estaba muy persuadido de su genera- cin y origen divino, pero con los Griegos se iba con ms tiento en divinizarse: slo una vez, escribiendo a los Atenien- ses cerca de Samos, les dijo: No soy yo quien os entreg esta ciudad libre y gloriosa, sino que la tenis habindola re- cibido del que entonces se deca mi seor y padre, querien- do indicar a Filipo. En una ocasin, habiendo venido al suelo herido de un golpe de saeta, y sintiendo demasiado el dolor: Esto que corre, amigos- les dijo-, es sangre y no licor sutil,

como el que fluye de los almos dioses;

y otra vez, como, habiendo dado un gran trueno, se hubiesen asustado todos, el sofista Anaxarco, que se hallaba presente, le pregunt: Y t, hijo de Zeus, no haces algo de esto? Y l, rindose: No quiero- le dijo- infundir terror a mis ami- gos, como me lo propones t, el que desdeas mi cena por- que ves en las mesas pescados y no cabezas de strapas. Y era as la verdad: que Anaxarco, segn se cuenta, habiendo enviado el rey a Hefestin unos peces, prorrumpi en la fra- se que se deja expresada, como teniendo en poco y escarne- ciendo a los que con grandes trabajos y peligros van en pos de las cosas brillantes, sin que por eso en el goce de los pla- ceres y de las comodidades excedan a los dems ni en lo ms mnimo. Se ve, pues, por lo que dejamos dicho, que Alejan- dro, dentro de s mismo, no fue seducido ni se engri con la idea de su origen divino, sino que solamente quiso subyugar con la opinin de l a los dems.

XXIX.- Vuelto del Egipto a la Fenicia, hizo sacrificios y procesiones a los dioses, y certmenes de coros de msica y baile y de tragedias, que fueron brillantes no slo por la magnificencia con que se hicieron, sino tambin por el con- curso, porque condujeron estos coros los reyes de Chipre, al modo que en Atenas aquellos a quienes cabe la suerte en sus tribus, y contendieron con maravilloso empeo unos con otros: sin embargo, la contienda ms ardiente fue la de Nico- creonte, de Salamina, y Pascrates, de Solos: porque a stos les toc presidir a los actores ms clebres: Pascrates a Ate- nodoro, y Nicocreonte a Tsalo, por quien estaba el mismo Alejandro. Con todo, se abstuvo de manifestar su pasin

hasta que los votos declararon vencedor a Atenodoro; mas entonces, al retirarse, dijo, segn parece, que alababa la im- parcialidad de los jueces, pero que habra dado de buena gana parte de su reino por no haber visto vencido a Tsalo. Fue ms adelante multado Atenodoro por los Atenienses con motivo de no haberse presentado al combate de las Fiestas Bacanales; y como hubiese suplicado al rey escribiese en su favor, esto no tuvo a bien ejecutarlo, pero de su erario le pa- g la multa. Representaba en el teatro Licn, natural de Es- carfio, mereciendo aplauso; y habiendo intercalado con los de la comedia un verso que contena la peticin de diez ta- lentos, se ech a rer y se los dio. Envile Daro una carta y personajes de su corte que intercediesen con l para que, re- cibiendo diez mil talentos por los cautivos, conservando to- do el terreno de la parte ac del ufrates y tomando en matrimonio una de sus hijas, hubiese entre ambos amistad y alianza; lo que consult con sus amigos; y habindole dicho. Parmenin: Pues yo, si fuera Alejandro, admitira este parti- do, Yo tambin- le respondi- si fuera Parmenin; pero a Daro le escribi que sera tratado con la mayor humanidad si viniese a l; mas si no vena, que iba al momento a marchar en su busca.

XXX.- Mas a poco tuvo motivo de disgusto, por haber muerto de parto la mujer de Daro, y dio bien claras pruebas del sentimiento que le causaba el que se le quitase la ocasin de manifestar su buen corazn. Hizo, pues, que se le diera sepultura, sin excusar nada de lo que pudiera contribuir a la magnificencia y al decoro. En esto, uno de los eunucos de la

cmara, que haba sido cautivado con la Reina y dems muje- res, llamado Tireo, marcha corriendo, en posta, del campa- mento, y llegado ante Daro le refiere la muerte de su esposa. Despus de haberse lastimado la cabeza y desahogndose con el llanto: Estamos buenos- exclam- con el Genio de la Persia si la mujer y hermana del rey no slo ha vivido en la servidumbre, sino que ha sido tambin privada de un entie- rro regio! A lo que replicando el camarero. Por lo que hace al entierro- dijo- oh Rey! y a todo honor y respeto, no tienes en qu culpar al Genio malo de la Persia: porque mientras vivi mi amada Estatira, ni a ella misma, ni a tu madre, ni a tus hijos les falt nada de los bienes y honores que les eran debidos, a excepcin del de ver tu luz, que otra vez volver a hacer que resplandezca el supremo Oromasdes, ni despus de muerta aqulla ha dejado de participar de todo decoro, siendo honrada con las lgrimas de los enemigos, pues Ale- jandro es tan benigno en la victoria como terrible en el com- bate. Al or Daro esta relacin, la turbacin y el amor lo condujeron a infundadas sospechas; e introduciendo al eunu- co a lo ms retirado de su tienda: Si es que t- le dijo- no te has hecho tambin Macedonio con la fortuna de los Persas, y todava soy tu amo Daro, dime, reverenciando la resplande- ciente luz de Mitra y la diestra del rey, si acaso son ligeros los males que lloro de Estatira, en comparacin de otros ms terribles que me hayan acaecido mientras viva, por haber caldo en manos de un enemigo cruel e inhumano. Porquequ motivo decente puede haber para que un joven llegue hasta ese exceso de honor con la mujer de un enemigo? Todava no haba concluido, cuando, arrojndose a sus pies,

Tireo empez a rogarle que mirara bien lo que deca, y no calumniara a Alejandro, ni cubriera de ignominia a su herma- na y mujer muerta, quitndose a si mismo el mayor consuelo en sus grandes infortunios, que era el que pareciese haber sido vencido por un hombre superior a la humana naturale- za, sino que, ms bien, admirara en Alejandro el haber dado mayores muestras de continencia y moderacin con las mu- jeres de los Persas que de valor con sus maridos. Continuaba el camarero profiriendo terribles juramentos en confir- macin de lo que haba dicho y celebrando la moderacin y grandeza de nimo de Alejandro, cuando saliendo Daro adonde estaban sus amigos, y levantando las manos al cielo: Dioses patrios- exclam-, tutelares del reino, dadme ante todas las cosas el que vuelva a ver en pie la fortuna de los Persas, y que la deje fortalecida con los bienes que la recib, para que, vencedor, pueda retornar a Alejandro los favores que en tal adversidad ha dispensado a los objetos que me son ms caros; y si es que se acerca el tiempo que la venganza del cielo tiene prefijado para el trastorno de las cosas de Persia, que ningn otro hombre que Alejandro se siente en el trono de Ciro. Los ms de los historiadores convienen en que es- tas cosas sucedieron y se dijeron como aqu van referidas.

XXXI.- Alejandro, despus de haber puesto a su obe- diencia todo el pas de la parte ac del ufrates, movi con- tra Daro, que bajaba con un milln de combatientes. Refi- rile uno de sus amigos una ocurrencia digna de risa, y fue que los asistentes y bagajeros del ejrcito, por juego, se ha- ban dividido en dos bandos, cada uno de los cuales tena su

caudillo y general, al que los unos llamaban Alejandro, y los otros Daro. Empezaron a combatirse de lejos tirndose te- rrones unos a otros; vinieron despus a las puadas, y, acalo- rada la contienda, llegaron hasta las piedras y los palos, habiendo costado mucho trabajo el separarlos. Enterado de ello, mand que los caudillos se batieran en duelo, armando l por s mismo a Alejandro, y Filotas a Daro; y el ejrcito fue espectador de aquel desafo, tomando lo que en l suce- diese por agero del futuro xito de la guerra. Fue reida la pelea, en la que venci el que se llamaba Alejandro, y recibi por premio doce aldeas y poder usar de la estola persa; as es como Eratstenes nos lo ha dejado escrito; pero la grande batalla contra Daro no fue en Arbelas, como dicen muchos, sino en Gaugamelos, nombre que en dialecto persa dicen significa la casa del Camello, a causa de que en lo antiguo un rey, huyendo de los enemigos en un dromedario, le edific all casa, sealando algunas aldeas y ciertas rentas para su cui- dado. La luna del mes boedromin se eclips al principio de los misterios que se celebran en Atenas, y en la noche und- cima, despus del eclipse, estando ambos ejrcitos a la vista, Daro tuvo sus tropas sobre las armas, recorriendo con an- torchas las filas; pero Alejandro, mientras descansaban los Macedonios, pas la noche delante de su pabelln con el agorero Aristandro, haciendo ciertas ceremonias arcanas y sacrificando al Miedo. Los ms ancianos de sus amigos, y con especialidad Parmenin, viendo todo el pas que media entre el Nifates y los montes de Gordiena iluminado con las hachas de los brbaros, y que desde el campamento se di- funda y resonaba una voz confusa con turbacin y miedo,

como de un inmenso pilago, admirados de semejante mu- chedumbre, y dicindose unos a otros que haba de ser em- presa el acometer al descubierto y repeler tan furiosa tormenta, se dirigieron al rey, concluido que hubo los sacrifi- cios, y le propusieron que se acometiera de noche a los ene- migos y se ocultara entre las sombras lo terrible del combate en que iban a entrar. Pero, diciendo l aquella tan celebrada sentencia Yo no hurto la victoria, a unos les pareci que haba dado una respuesta pueril y vana, tratando de burlera tan grave peligro; pero otros creyeron que haba hecho bien en manifestar confianza en lo presente, y acertado para lo futuro en no dar ocasin a Daro, si fuere vencido, para que- rer todava hacer otra prueba, achacando esta derrota a la noche y a las tinieblas, como la primera a los montes, a los desfiladeros y al mar: porque Daro, con tan inmensas fuer- zas, no desistira de combatir por falta de armas o de hom- bres sino cuando perdiera el nimo y la esperanza, convencido de haber sido deshecho en batalla dada a vista de todo el mundo, de poder a poder.

XXXII.- Dcese que, encerrndose en su pabelln luego que stos se retiraron, durmi con un profundo sueo la parte que restaba de la noche, fuera de su costumbre, en trminos que se maravillaron los jefes, habiendo ido a ha- blarle de madrugada, y tuvieron que dar por s la primera or- den, que fue la de que los soldados comieran los ranchos. Despus, cuando ya el tiempo estrechaba, entr Parmenin, y ponindose al lado de la cama le fue preciso llamarle dos o tres veces por su nombre; despertse, y preguntndole ste

en qu consista que durmiese el sueo de un vencedor, cuando no faltaba nada para entrar en el ms reido de todos los combates, se aade haberle respondido sonrindose: Pues te parece que no hemos vencido ya, libres de tener que andar errantes en persecucin de Daro, que nos haca la guerra huyendo por un pas extenso y gastado? Y no slo antes de la batalla, sino en medio del peligro, se mostr grande e inalterable para tomar disposiciones y dar pruebas de confianza; porque aquella accin tuvo momentos de fla- queza y de algn desorden en el ala izquierda, mandada por Parmenin, por haber cargado la caballera bactriana con gran mpetu y violencia a los Macedonios y haber enviado Maceo otra divisin de caballera fuera de la lnea de batalla para acometer a los que guardaban los equipajes. As es que, turbado Parmenin con estos dos incidentes, envi ayudan- tes que informaran a Alejandro de que iban a perderse el campamento y el bagaje si sin dilacin alguna no enviaba desde vanguardia un considerable refuerzo a los de reserva; esto fue en el momento en que justamente estaba dando a los que por s mandaba la orden y seal de embestir. Luego que se enter del aviso de Parmenin, dijo que, sin duda es- taba lelo y fuera de su acuerdo, pues con la turbacin no re- paraba que si vencan seran dueos de cuanto tenan los enemigos, y si eran vencidos no estaran para pensar en cau- dales ni en esclavos, sino en morir peleando denodada y vale- rosamente; y esto mismo fue la respuesta que mand a Parmenin. Calse entonces el casco, porque ya antes haba tomado en su tienda el resto del armamento, que consista en una ropa a la Siciliana, ceida, y encima una sobrevesta de

lino doble, de los despojos tomados en Iso. El casco, obra de Tefilo, era de acero, pero resplandeca como la ms bru- ida plata. Guardaba conformidad con l un collar asimismo de acero guarnecido con piedras. La espada era admirada por el temple y la ligereza, ddiva que le haba hecho el rey de los Citienses, y se la haba ceido, porque ordinariamente usaba de la espada en las batallas. El broche de la cota era de un trabajo y de un primor muy superior al resto de la armadura, pues era obra de Helicn, el mayor y obsequio de la ciudad de Rodas, que le habla hecho aquel presente: sola tambin llevarlo en los combates. Mientras anduvo disponiendo la formacin, o dando rdenes, o comunicando instrucciones, o haciendo reconocimientos, tuvo otro caballo, no querien- do cansar a Bucfalo, que estaba viejo; pero cuando ya se iba a entrar en la accin le trajeron ste, y en el momento mismo de montarle haba principiado el combate.

XXXIII.- Entonces, habiendo hablado con alguna de- tencin a los Tsalos y a los dems Griegos, luego que stos le dieron nimo gritando que los llevara contra los brbaros, pas la lanza a la mano izquierda, y tendiendo la diestra invo- c a los dioses, pidindoles, segn dice Calstenes, que si ver- daderamente era hijo de Zeus defendieran y protegieran a los Griegos. El agorero Aristandro, que le acompaaba a caballo, llevando una especie de alba y una corona de oro, les mostr un guila que, puesta sobre la cabeza de Alejandro, se enca- minaba recta a los enemigos; lo que infundi grande aliento a los que la vieron, y con este motivo, exhortndose unos a otros, la falange aceler el paso para seguir a la caballera, que

de carrera marchaba al combate. Antes de trabarse ste entre los de la primera lnea replegronse los brbaros, y se les per- segua con ardor, procurando Alejandro impeler los vencidos hacia el centro, donde se hallaba Daro, porque le haba visto de lejos, hacindose observar por entre los de vanguardia colocado en el fondo de la tropa real, de bella presencia y estatura, conducido en un carro alto y defendido por nume- rosa y brillante caballera, muy bien distribuida alrededor del carro y dispuesta a recibir speramente a los enemigos; pero parecindoles Alejandro terrible de cerca, e impeliendo ste a los fugitivos sobre los que se mantenan en su puesto, llen de terror y dispers a la mayor parte. Los esforzados y va- lientes, muriendo al lado del rey, y cayendo unos sobre otros, eran estorbo para el alcance, aferrndose an en esta disposi- cin a los hombres y a los caballos. Daro, viendo ante sus ojos toda especie de peligros, y que venan sobre l todas las tropas que tena delante, como no le fuese fcil hacer cejar o salir por algn lado el carro, sino que las ruedas estaban atas- cadas con tantos cados, y los caballos detenidos y casi cu- biertos con tal muchedumbre de cadveres, tenan en agita- cin y despedan al que los gobernaba, abandon el carro y las armas, y montando, segn dicen, en una yegua recin pa- rida, dio a huir; es probable, sin embargo, que no habra es- capado a no haber venido otros ayudantes de parte de Parmenin implorando el auxilio de Alejandro, por mante- nerse all todava considerables fuerzas y no acabar de ceder los enemigos. Generalmente se tacha a Parmenin de haber andado desidioso e inactivo en esta batalla, bien fuera porque la edad le hubiese disminuido los bros, o bien porque, como

dice Calstenes, le causase disgusto y envidia el alto grado de violencia y entonamiento a que haba llegado el poder de Alejandro; el cual, aunque se incomod con aquella llamada, no manifest lo cierto a los soldados, sino que, como si se contuviera de la matanza por ser ya de noche, hizo la seal de retirada, y marchando adonde se deca que haba riesgo, recibi aviso en el camino de que enteramente haban sido vencidos y huan los enemigos.

XXXIV.- Habiendo tenido este xito aquella batalla, pa- reca estar del todo destruido el imperio de los Persas; y aclamado Alejandro rey del Asia, sacrific esplndidamente a los dioses y reparti a sus amigos haciendas, casas y gobier- nos. Escribi adems con cierta ambicin a los Griegos que se destruyeran todas las tiranas y se gobernara cada pueblo por sus propias leyes, y en particular dio orden a los Plateen- ses para que restablecieran su ciudad, pues que sus padres haban dado territorio a los Griegos en el que peleasen por la libertad comn. Envi asimismo a los de Crotona, en Italia, parte de los despojos para honrar con ellos la buena volun- tad y la virtud del atleta Falio, que en la Guerra Prsica, cuando todos los dems de Italia daban por perdidos a los Griegos, march a Salamina con una nave armada que tena, propia para tomar parte en aquellos peligros. Tan inclinado era a toda virtud y hasta tal punto conservaba la memoria de las acciones loables y las miraba como hechas en su bien!

XXXV.- Recorriendo la provincia de Babilonia, que ya toda le estaba sujeta, lo que ms le maravill fue la sima que

hay en Ecbtana de fuego perenne, como si fuera una fuente, y el raudal de nafta que viene a formar un estanque no lejos de la sima. Parcese la nafta en las ms de sus calidades al betn, y tiene tal atraccin con el fuego, que antes de tocarle la llama, con una mnima parte que le llegue del resplandor inflama muchas veces el aire contiguo. Para hacer, pues, los brbaros ver al rey su fuerza y su virtud, no derramaron ms que unas gotitas de esta materia por el corredor que con- duca, al bao, y despus, desde lejos, alargaron las hachas con que le alumbraban, porque ya era de noche, hacia los puntos que se haban rociado, e inflamados los primeros, la propagacin no tuvo tiempo sensible, sino que, como el pensamiento, pas el fuego de uno al otro extremo, quedan- do inflamado todo el corredor. Hallbase en el servicio de Alejandro un Ateniense llamado Atenfanes, destinado con otros al ministerio de ungirle y baarle, y tambin al de pro- curarle desahogo y diversin. ste, pues, como a la sazn estuviese en el bao un mozuelo del todo despreciable y rid- culo por su figura, pero que cantaba con gracia, llamado Es- tfano, Queris- le dijo- oh, rey! que hagamos en Estfano experiencia de este betn? porque si con tocarle no se apaga, es preciso confesar que su virtud es insuperable y terrible. Prestbase tambin el mozuelo de buena gana al experimento, y en el momento de untarle y tocarle levant su cuerpo tal llamarada, y se encendi todo de tal manera, que Alejandro se vio en el mayor conflicto y concibi temor, y a no ser que por fortuna se tuvieron a mano muchas vasijas de agua para el bao, un auxilio ms tardo no hubiera alcan- zado a que no se abrasase; aun as, se apag con mucha difi-

cultad el fuego, que ya se haba extendido por, todo el cuer- po, y de resultas qued bien maltratado. Con razn, pues, acomodando algunos la fbula a la verdad, dicen haber sido ste el ingrediente con que unt Medea la corona y la ropa de que se habla en las tragedias; porque no ardieron stas por s mismas, ni se incendi aquel fuego sin causa, sino que, ha- bindose puesto cerca alguna luz, tuvo lugar una atraccin e inflamacin repentina, imperceptible a los sentidos. Porque los rayos y emanaciones del fuego que parten de cierta dis- tancia sobre algunos cuerpos no derraman ms que luz y ca- lor; pero en otros que tienen una sequedad espirituosa, o una humedad grasienta y no disipable, amontonndose y acumu- lando fuego en ellos producen mudanza y destruccin en su materia. Ofreca, pues, dificultad el concebir la formacin de la nafta: si es slo un betn lquido que se considere como depositado all, o si es un humor encendido que mana de una tierra grasienta por s y como si dijsemos pirgena. Porque la de Babilonia es de suyo sumamente fogosa; tanto, que mu- chas veces levanta y hace saltar las pajas que hay por el suelo, como si aquel lugar, por demasiado ardor, tuviera pulsos; de modo que los naturales, en el tiempo del calor, duermen so- bre odres llenos de agua. Hrpalo, que qued por adminis- trador del pas, y que se propuso adornar las plazas del palacio y los paseos con rboles y plantas griegas, las ms hizo que se diesen en aquella regin, y slo no lo consigui con la hiedra, que siempre se sec por no poder llevar aque- lla temperatura, que es muy clida, cuando ella es planta de terrenos fros. Esperamos que estas digresiones no incurrirn

en la reprensin, aun de los ms delicados, siempre que guarden cierta medida.

XXXVI.- Hecho dueo Alejandro de Susa, ocup en el palacio cuarenta mil talentos en moneda acuada, y en lo dems, preciosidades y riquezas incalculables. Dcese que slo en prpura de Hermona se encontraron cinco mil ta- lentos, la cual, con estar all guardada desde haca ciento no- venta aos, se conservaba fresca y brillante, como si acabara de ponerse, atribuyndose esto a que el tinte del color pur- preo se daba con miel, y el color blanco con aceite blanco; pues se vean otros paos que teniendo el mismo tiempo conservaban todo su lustre y toda la viveza de colores. Refie- re Dinn que los reyes de Persia hacan llevar hasta agua del Nilo y del Istro, y depositarla en el tesoro con las dems co- sas que lo componan, para hacer as patente la grandeza de su imperio, y que dominaban la tierra.

XXXVII.- Como la entrada en Persia fuese difcil por la aspereza del terreno y estuviese defendida por los ms alen- tados y fieles de sus naturales, pues Daro se haba acogido a ella, tuvo por gua, para dar cierto rodeo, que no fue tampo- co muy largo, a un hombre instruido en ambas lenguas, por cuanto su padre era Licio y su madre Persa. Dcese que sien- do todava nio Alejandro, la Pitia profetiz que un Licio le servira de gua en su expedicin contra los Persas. Fue gran- de la mortandad que se dice haber tenido all lugar de los que cayeron cautivos, pues escribe l mismo que, creyendo hallar en esto ventaja, haba dado orden de que se diera muerte a

los enemigos; que en dinero encontr tanta cantidad como en Susa, y todos los dems efectos y riquezas fueron carga diez mil yuntas de mulas y de cinco mil camellos. Habiendo visto una estatua colosal de Jerjes derribada sin reparar al suelo por la multitud que haba penetrado al palacio, se par, y saludndola como si estuviese animada: A qu me deter- minar- le dijo-, a dejarte en tierra, por tu expedicin contra los Griegos, o a levantarte por tu grandeza de nimo y otras virtudes? Y al cabo, habiendo estado por un rato pensando entro s, pas de largo sin hablar ms palabra. Queriendo que el ejrcito se repusiese, pues era entonces la estacin de in- vierno, se detuvo all cuatro meses, y se dice que estando sentado por la primera vez en el trono regio bajo un dosel de oro, Demarato, de Corinto, hombre que le amaba, conti- nundole la amistad que haba tenido con su padre, se ech a llorar, como sucede a los ancianos, y exclam en esta forma: De qu placer tan grande se han privado aquellos Griegos que han muerto antes de haber visto a Alejandro sentado en el trono de Daro!

XXXVIII.- De all a poco, estando ya para mover con- tra Daro, sucedi que, condescendiendo con sus amigos en un banquete y francachela, lleg hasta el punto de permitir que concurriesen mujerzuelas a comer y beber con sus amantes. Sobresala entre stas Tais, amiga de Tolomeo, que ms adelante vino a ser rey, natural del tica; la cual, ya cele- brando cuidadosamente las dotes de Alejandro, y ya hacin- dole graciosas aagazas, con el calor de la bebida lleg a pronunciar una expresin que, si bien no desdeca de las

costumbres de su patria, pareca, sin embargo, que no poda provenir de ella. Porque dijo que en aquel da reciba la re- compensa de cuanto haba padecido en sus marchas y pere- grinaciones por el Asia, pudiendo tratar con el ltimo desprecio a la orgullosa corte de los Persas, y que su mayor gusto sera quemar en medio de aquel regocijo el palacio de Jerjes, que haba incendiado a Atenas, siendo ella quien le diera fuego en presencia del rey, para que corriera por todas partes la voz de que mayor venganza haban tomado de los Persas, en nombre de la Grecia, unas mujerzuelas que tantas tropas de mar y de tierra y tantos generales con el mismo Alejandro. Dicho esto, se levant al punto grande algazara y aplauso, exhortndola y acalorndola sus amigos, tanto, que inflamado el Rey se levant y echo a andar el primero, po- nindose una corona y tomando una antorcha. Siguironle todos los del festn con gritera y estruendo, distribuyndose alrededor del palacio; y los dems Macedonios que lo enten- dieron acudieron tambin con antorchas, sumamente con- tentos, porque echaban la cuenta de que el abrasar y destruir el palacio era de un hombre que volva los ojos hacia su do- micilio Y no tena pensamiento de habitar en aquel pas br- baro. Unos dicen que por este trmino se dispuso aquel incendio, y otros que muy de propsito e intento; mas en lo que convienen todos es en que se arrepinti muy en breve, y dio orden para que se apagase.

XXXIX.- Siendo por naturaleza dadivoso, creci en l la liberalidad a proporcin que creci su poder; y sta iba siem- pre acompaada de afabilidad y benevolencia, que es como

los beneficios inspiran una verdadera gratitud. Haremos memoria de algunas de sus ddivas. Aristn, general de los Peonios, haba dado muerte a un enemigo, y mostrndole la cabeza, Entre nosotros oh Rey!- le dijo-, este presente se recompensa con vaso de oro; Alejandro, sonrindose: Va- co- le contest-, y yo te lo doy lleno de buen vino, bebiendo antes a tu salud. Guiaba uno de tantos Macedonios una acmila cargada de oro del que se haba ocupado al rey; y como sta se cansase, tom l la carga y la llevaba a cuestas. Viole Alejandro sumamente fatigado, y enterado de lo que era, cuando iba a dejarla caer: No hagas tal- le dijo-, sino sigue tu camino y llvala hasta tu tienda para ti. En general, ms se incomodaba con los que no reciban sus beneficios que con los que le pedan, y a Focin le escribi una carta, en que le deca que no le tendra en adelante por amigo si dese- chaba sus favores. A Serapin, uno de los mozos que juga- ban con l a la pelota, no le dio nunca nada, porque no peda; y en una ocasin, puesto ste en el juego, alargaba la pelota a los dems; y dicindole el Rey: Y a m no me la alargas? Si no la pides- le respondi; con lo que se ech a rer, y le hizo un gran regalo. Pareci que se haba enojado con Proteas, uno de los decidores y bufones, que no careca de gracia: rogbanle por l los amigos, y el mismo Proteas se present llorando y les dijo que estaba aplacado; mas como ste repusiese: Y no empezars oh Rey! a darme de ello alguna prenda? mand que le dieran cinco talentos. Cunta hubiese sido su profusin en repartir dones y gracias a sus amigos y a los de su guardia, lo manifest Olimpade en una carta que le escribi. De otro modo- le deca- sera de pro-

bar que hicieses bien a tus amigos y que te portases con es- plendor; pero ahora, convirtindolos en otros tantos reyes, a ellos les proporcionas que tengan amigos y a ti el quedarte solo. Escribale frecuentemente Olimpade por este mismo trmino, y estas cartas tena cuidado de reservarlas; slo una vez, leyendo juntamente con l Hefestin, pues sola tener esta confianza, una de estas cartas que acababa de abrir, no se lo prohibi, sino que se quit el anillo y le puso a aqul el sello en la boca. Al hijo de Maceo, aquel que gozaba de la mayor privanza con Darlo, teniendo una satrapa, le dio con ella otra mayor; mas ste la rehus, diciendo: Antes oh rey! no haba ms de un Daro, pero t ahora has hecho muchos Alejandros. A Parmenin, pues, le dio la casa de Bagoas, cerca de Susa, en la que se dice haberse encontrado en mue- bles hasta mil talentos. Escribi a Antpatro que se rodeara de guardias, pues habla quien le armaba asechanzas. A la ma- dre le dio y envi muchos presentes; pero nunca le permiti mezclarse en el gobierno ni en las cosas del ejrcito; y siendo de ella reprendido, llev blandamente la dureza de su genio; y una vez, habiendo ledo una larga carta de Antpatro, en que trataba de ponerle mal con ella, No sabe Antpatro- dijo- que una sola lgrima de mi madre borra miles de cartas.

XL.- Habiendo visto que cuantos tena a su lado se ha- ban entregado enteramente al lujo y al regalo, haciendo ex- cesivos gastos en todo lo relativo a sus personas, tanto que Hagnn, de Teyo, llevaba clavos de plata en los zapatos, Leonato se haca traer del Egipto con camellos muchas car- gas de polvo para los gimnasios, Filotas haba hecho para la

caza toldos que se extendan hasta cien estadios, y que eran ms los que para ungirse y para el bao usaban de mirra que de aceite, llegando hasta el extremo de tener mozos nica- mente destinados a que los rascasen y conciliasen el sueo, los reprendi suave y filosficamente, diciendo maravillarse de que hombres que haban sostenido tantos y tan reidos combates se hubieran olvidado de que duermen con ms gusto los que trabajan que los que estn ociosos, y de que no vieran, comparando su mtodo de vida con el de los Persas, que el darse al regalo es lo ms servil y abatido, y el trabajar lo ms regio y ms propio de los que han de mandar: Fuera de que cmo cuidar por s un ca