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    AL FINAL, DIOS SOLO

    I

    El Dios Solitario subió las escaleras que conducían al balcón del antiguo edificio deRenacimiento S.L. El cemento de los escalones estaba agrietado. Entre algunas de lasgrietas asomaban pálidas briznas de hierba. Casi en el último escalón, el mecanismohidráulico de la articulación de la rodilla derecha volvió a atascarse. La pierna quedóenvarada y tiesa, incapaz de doblarse a pesar de sus esfuerzos. Maldijo por lo bajo. Seapoyó con la espalda contra la pared, llena de mohos y telarañas, y golpeó con fuerza la pantorrilla derecha, para forzar a la articulación a doblarse. El ruido de metal contra metalsonó como un gong en el estrecho pasillo.

    La maldita rodilla llevaba dándole problemas por lo menos… tuvo que pararse a

     pensarlo. Sí, por lo menos veinte años. Pronto dejaría de funcionar por completo y no habíamanera de doblar la pierna. No era el único deterioro. Las articulaciones de la espalda cadavez chirriaban más. Apenas podía girar la cabeza hacia la izquierda, y tres de sus diez dedoseran apéndices tiesos y casi inútiles. Las articulaciones de las falanges eran las primerasque se estropeaban. La imagen de uno de sus ojos se pixelaba de vez en cuando. La del otrohabía perdido definición de color. No tardaría en ver en blanco y negro. En varias partes desu cuerpo se apreciaban manchas oscuras, corrosiones y abolladuras. La mayoría las tapabalo mejor que podía con el simulacro de ropa, pieles mal curtidas de animales, que le proporcionaban los fieles en sus ofrendas. Pero no iba a durar mucho.

    Volvió a hacer un rápido cálculo mental. La parte de su cerebro positrónico concapacidad de procesamiento informático le ayudó, como siempre. Llevaba ya varios sigloscon ese cuerpo. Conjeturó que le quedarían entre cincuenta y cien años antes de cambiarlootra vez. No tanto por la acumulación de desperfectos como por el agotamiento de la pilaatómica de su interior. Luego tendría que transferirse de nuevo. Pero ya sólo le quedabandos recambios más.

    Por enés ima vez, el pensamiento le hizo estremecer.

    Su inmortalidad no tardaría en llegar a su fin.

    Bueno, se dijo, a trescientos o cuatrocientos años por cuerpo… si soy cuidadoso…me pueden quedar unos ochocientos o novecientos años. Mil incluso, si tengo suerte.

    ¿Y después qué?

    Sacudió la cabeza. Prefería no pensar en ello. Ya buscaría una solución cuandollegase el momento. Aunque en el fondo de su conciencia sabía cuál era la respuesta. Nohabía solución posible. Hacía ya casi tres mil años que se había quedado sin opciones.

    Tratando de disimular en lo posible la cojera causada por su anquilosada rodilla, elDios Solitario se asomó al balcón. El gentío abajo levantó los brazos y rompió en vítores.

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    En realidad, el balcón era el único fragmento que quedaba de la escalera deincendios que hacía siglos cubría la fachada lateral del edificio de Renacimiento S.L. El balcón había sido apuntalado y reparado mil veces por sus fieles adoradores, usandotroncos de árboles cortados con hachas de piedra y cuerdas de fibras vegetales trenzadas. No quedaba mucho más del edificio, reducido a ruinas y pedazos oxidados del armazónmetálico. Apenas se mantenía el trozo de la fachada sobre la que se abría el balcón, cubierto por enredaderas y lianas, y algunas de las dependencias de la planta baja, invadidas por lavegetación y la fauna del lugar. Y los sótanos, desde luego. Era la única parte de laedificación que permanecía de forma similar al día en que se construyó. Era el sanctasanctorum del Dios Solitario. Allí era donde guardaba su gran secreto. Allí reposaban suscuerpos de recambio y la energía que los alimentaba.

    Los recambios que aún le quedaban.

    Levantó los brazos y saludó a la muchedumbre.

     — Adoradores del Dios Solitario — dijo.

    El gentío incrementó el volumen de los vítores. Las mujeres aullaron, los guerreros

    golpearon sus escudos de cuero con sus lanzas de madera, los sacerdotes sonrieron y semantuvieron hieráticos, los niños miraron con ojos de asombro hacia el balcón y seagarraron con fuerza a las ropas de sus madres. A pesar de la herrumbre y la falta de lustre,la cabeza metálica del dios aún resultaba impresionante. Al menos para aquella gente.

    Con la usual mezcla de desilusión, añoranza y lástima, el Dios Solitario miró a susadoradores. Vestían pieles de animales y piezas vegetales trenzadas, iban descalzos, portaban armas de sílex, tenían los dientes podridos y ninguno superaba los cincuenta años.

    A aquello se había visto reducida la humanidad. Toda la tecnología y la ciencia,olvidadas en la noche de los tiempos. Habían retrocedido a la edad de piedra. Habían vueltoa ser cazadores y recolectores. Una antorcha o una punta de lanza de piedra eran las

    técnicas más sofisticadas de las que eran capaces. Pocas veces había visto a alguno de los primitivos con arcos y flechas. Incluso habían olvidado la rueda. En aquello había quedadola otrora flamante y orgullosa humanidad. Él era el único que recordaba aquellos tiemposremotos en los que el hombre dominaba el planeta con su tecnología. Él era el único quehabía vivido en aquel tiempo. Hacía ya más de tres mil años.

    El sumo sacerdote levantó la vara de mando y la multitud calló casi de inmediato.La vara era larga y gruesa, un cayado de madera de roble, tallado con esmero y adornadacon profusión de amuletos, desde garras momificadas de águila a conchas marinas.

     — Una nueva estación comienza, un nuevo año nos sale al encuentro  — dijo el DiosSolitario con voz tonante — . La fruta madurará en sus ramas y las abundantes manadas

    cruzarán la pradera.Un suspiro de alivio se extendió como una ola por la muchedumbre. Los más viejos

    asintieron. Los más jóvenes c lavaron sus ojos llenos de anhelo en su dios.

    Con el rabillo del ojo, el Dios Solitario vio como el sumo sacerdote lo miraba yasentía con aquiescencia de forma casi imperceptible.

    Aquel día era una ocasión especial. El equinoccio de primavera. Un nuevo añocomenzaba, se acababa el duro invierno y la llegada de una nueva estación de abundancia

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     proporcionaba nuevas esperanzas. Habían acudido representantes de varias tribus, algunasde las cuales vivían a muchos días de viaje. Cada tribu había enviado una pequeñacomitiva, que siempre incluía a un sacerdote, claramente identificado por sus símbolos derango y poder: una capa de piel de bisonte, un tocado de plumas, una vara de mando. Peroel sumo sacerdote era el que tenía el rango mayor, pues él era el chamán de la tribu local,los elegidos que vivían todo el año junto a su dios. Su tocado de plumas era el más grande yaparatoso. La jerarquía era importante, por supuesto, se dijo el Dios Solitario. Siempre lohabía sido, no importa los desastres que se sufran.

    En esas ocasiones especiales del año, miembros de todas las tribus venían a adorar yser bendecidos por el Dios Solitario. El dios salía al balcón del ruinoso edificio y pronunciaba las frases que dictaba la liturgia.

    La liturgia había sido desarrollada por los sacerdotes. El Dios Solitar io la aceptó conanuencia sin más. Él pronunciaba las palabras que tenía que pronunciar en las ceremonias.Tocaba las armas de los cazadores para traerles suerte en la caza. Acariciaba los vientres delas mujeres que deseaban quedar encintas y los de las mujeres encintas para que pariesenniños sanos. Bendecía las fuentes para que el suministro de agua no se agotase y tocaba lafrente de los enfermos para que sanasen o muriesen sin dolor. Por supuesto, él no tenía lamás mínima influencia sobre todos esos sucesos. Si salían bien, los primitivos le daban lasgracias al dios. Si salían mal, solicitaban de nuevo sus bendiciones.

    Todos parecían satisfechos. Sobre todo los sacerdotes. Casi siempre eran losmiembros más rollizos y saludables del grupo. Vestían las mejores pieles, no arriesgaban lavida en las cacerías ni en las luchas con las tribus enemigas, y disfrutaban de las mujeresmás jóvenes y hermosas.

    El Dios Solitario llegó a la conclusión de que las religiones anteriores tambiénhabían sido así. Pero ahora él era el único que podía recordarlas.

    Como ordenaba el ritual, el Dios Solitario bajó del balcón por las viejas escaleras decemento manchado por el tiempo de siglos hasta la explanada donde le esperaban los fieles.La articulación de la rodilla se le volvió a atascar en el último escalón. Estiró la pierna conun fuerte tirón y la articulación se desencasquilló.

    Maldita sea, se dijo. Quizás este maldito cuerpo dure menos de lo que pensaba. Yasólo me quedan dos.

    La explanada frente a las ruinas del edificio de Renacimiento S.L. era un espacioganado al bosque que los miembros de la tribu local se preocupaban de mantener limpio demaleza. Estaba rodeado por troncos tallados, menhires y rocas decoradas con símbolos enocres y amarillos. Incluso, al otro lado de la tierra pisoteada, habían erigido una burdaestatua de piedra arenisca del propio dios. A un lado de la explanada se colocaron lossacerdotes de las distintas tribus, con el sumo sacerdote a la cabeza. El Dios Solitario pasó junto a ellos y posó la mano en el hombro de cada uno, en señal de confirmación de susagrado ministerio. Al otro lado se agrupaban el resto de los fieles. Aquellos que acudían por primera vez a contemplar a su venerada deidad, sobro todo los niños, no podían apartarla mirada y contemplaban la escena con los ojos abiertos de par en par, los rostrosencendidos de arrobamiento. Un silencio temeroso se extendía entre las ruinas y el bosque,roto tan sólo por el leve zumbido del cuerpo robótico del dios al moverse.

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    Entonces ocurrió lo impensable.

    El Dios Solitario levantó la mirada al cielo. Tardó un par de segundos encomprender lo que estaba oyendo. Pero sí, no cabía duda. Aunque hacía más de tres milaños que no oía un sonido semejante.

    Era el ruido de una aeronave surcando el aire no lejos de allí.

    Los primitivos se arrodillaron y contemplaron el cielo con temor y aprensión. Lossacerdotes tocaron sin cesar sus amuletos y empezaron a salmodiar por lo bajo. El sumosacerdote se acercó al robot. Con tono implorante le habló:

     — ¿Qué es esto, mi venerado Dios Solitario? ¿Qué se nos viene encima?

     — Espera — replicó el d ios.

    Los circuitos positrónicos de su cerebro se agitaron con la emoción. ¿Sería posible?Se dijo. ¿Habría sobrevivido la civilización tecnológica en algún lugar, después de todo?Tras tantos siglos de espera, de vivir entre cavernícolas, entre gentes que habían retrocedidoa la prehistoria… ¿Por fin le habían encontrado? ¿Volvería a vivir en un mundo que lo

    comprendiese, sin absurdas supersticiones sobre deidades y bendiciones?Una nueva luz de esperanza se empezó a abrir en su mente. Sintió una alegría que

    no sentía desde hacía milenios.

    Con un cierto bamboleo, la nave aterrizó en un extremo de la explanada. Patasarticuladas surgieron de su parte inferior y levantaron nubecillas de polvo al posarse con uncrujido en el suelo. En la maniobra, derribó un par de menhires tallados y rompió en pedazos la tosca estatua del Dios Solitario. Las toberas de aterrizaje incendiaron algunosárboles de la linde del bosque. Los fieles huyeron en desbandada, con el pánico gritando ensus gargantas, y se perdieron colina abajo. En la explanada sólo quedaron el sumosacerdote, algunos de los sacerdotes de las otras tribus, y un puñado de guerreros locales,

    que sujetaban sus lanzas de punta de sílex y sus escudos de piel con el miedo petrificado enlos rostros. Todos se apelotonaban tras el cuerpo metálico del Dios Solitario.

     — ¿Son esos tus hermanos que vuelven, Dios Solitario?  —  preguntó en voz baja elsumo sacerdote.

     — Es posible — respondió el robot.

    Caminó con lentitud a través de la explanada y se acercó a la nave. El sumosacerdote y los guerreros lo siguieron con reticencia y a distancia. Observó la nave condetenimiento. Era más o menos ovoide, sin nada que se pareciese a una cola o a unas alas.Tampoco aparentaba tener nada semejante a hélices o reactores. No se parecía a ningúnavión o helicóptero que él recordase. Se dijo que debía ser un modelo nuevo, desarrollado

    tras la caída de la civilización mundial. No era demasiado grande, de todas formas. Imaginóque sería una nave de exploración, lo que indicaría que la base, o la nave nodriza, noestarían muy lejos. ¿De dónde vendría? ¿Dónde habría sobrevivido la tecnología? Sihubiese tenido un corazón orgánico en su pecho, estaría latiendo desbocado. No habíacorazón en su cuerpo robótico, desde luego, pero el sentimiento era el mismo. Unmaravilloso estremecimiento de miedo y expectación.

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    Con un zumbido mecánico y el siseo de presiones atmosféricas igualándose, unaabertura redondeada apareció en la parte inferior de la nave. De ella surgió una rampaextensible que se alargó hasta tocar el suelo.

    Por la rampa bajó alguien. El Dios Solitario se paró en seco y miró con avidez a lafigura. Era obvio que tenía dos piernas, dos brazos, un tronco y una cabeza. Pero también

    era obvia otra cosa: no era humano.Su cuerpo, delgado y de más de dos metros de altura, estaba cubierto por una

    miríada de pequeñas placas córneas de color marrón verdoso. En la cabeza, los hombros ylas articulaciones de brazos y piernas las placas formaban pequeñas protuberancias, comodiminutos cuernos ramificados, que parecían tener una función más que nada estética. Los pies eran una mezcla entre el casco de un caballo y la pezuña de un camello. Tanto brazoscomo piernas tenían coyunturas dobles. En las manos se podían observar dedos articulados.Siete. Dos de ellos cumplían la función de pulgares oponibles. Este es capaz de atarse loscordones de los zapatos con una sola mano, fue el pensamiento que cruzó la mente del DiosSolitar io. Lástima que no use zapatos, se dijo.

    Pero lo que resultaba más estremecedor era el rostro. Allí las placas córneas eranmás anchas y planas, con diminutas manchas rojizas que parecían formar un intrincadomosaico de figuras geométricas. Tenía una mandíbula móvil y una boca en la parte inferior. No había dientes, pero al abrir la boca se podían ver dos estructuras horizontales querodeaban la apertura por dentro, una arriba y otra abajo, de color rosado y aspecto húmedo.Tenía tres ojos. El del centro algo más elevado que los otros dos.

    Parece un jodido lagarto, pensó el Dios Solitario. Un jodido lagarto gigante de tresojos.

    La criatura no parecía vestir ropas algunas, pero sobre la parte que en un humanosería el vientre, portaba un ancho cinturón con muescas y hendiduras y varios símbolos

    indescifrables grabados.Una de sus manos tocó el cinturón. Abrió la boca y emitió una serie de sonidos y

    chasquidos, mezclados con algún que otro silbido suave. Al Dios Solitario le pareció deltodo ininteligible.

    Los primitivos arrojaron sus armas al suelo, se arrodillaron y se postraron en señalde adoración a la criatura. Tres o cuatro no pudieron soportarlo más y huyeron hacia el bosque.

     — ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? —  preguntó el Dios Solitario.

    La criatura volvió a emitir una serie de sonidos. Volvió a tocarse el cinturón y hablóde nuevo. Hizo una serie de gestos con las manos. Con dos de sus dedos se señaló a sí

    misma, señaló a la nave y luego al Dios Solitario. Volvió a hablar y repitió los gestos.

    El Dios Solitario enfocó sus ojos robóticos y clavó la mirada en el alienígena. Tardóun par de segundos en comprender. ¡Claro!, la criatura quería que hablase más.

    Se señaló también a sí mismo y le dio su nombre, su nombre original, de cuando élera humano, hecho de carne y sangre. Luego señaló a los fieles arrodillados en el suelo, alas ruinas del edificio, a la nave, a los árboles, a las p iedras talladas. Repitió varias veces las

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    mismas preguntas y formuló tres o cuatro veces varias maneras de saludo. La criatura pareció escuchar con atención y manipuló los mandos de su cinturón.

    Sintió un tirón en su brazo robótico. Se giró con sorpresa. Era el sumo sacerdote,que se había incorporado y, medio encorvado, requería su atención.

     — ¿Qué quieres? —  preguntó el Dios Solitar io.

     — ¿Es uno de tus hermanos, mi dios? — susurró el hombre.

    El Dios guardó silencio unos segundos. Miró al alienígena y luego al sacerdote.

     — Sí. Sí lo es — respondió al fin.

    Se sorprendió al percatarse que la cara del sumo sacerdote revelaba más preocupación que miedo.

     — Pero no es como tú — dijo el sacerdote.

     — En cierto aspecto, sí que lo es. Más de lo que tú piensas.

     —  Necesitamos tus bendiciones, venerado Dios Solitar io.

     —  No te preocupes por ello, sacerdote.

     — ¿Qué significará la llegada de tu hermano para nosotros, mi dios?

     — Eso está aún por ver. Pero no te alarmes. Si esto supone algún cambio paravosotros, será para mejor. Créeme.

     — Lo que tú digas, mi dios — el sacerdote asintió, dio un paso hacia atrás y volvió aarrodillarse.

    El alienígena parecía haber seguido la conversación con todo detalle. Hizo un par degestos con los brazos de dos articulaciones y agitó los dedos ante su rostro de tres ojos.

     — ¡Hola! Vengo aquí yo, a mundo vuestro.La voz sonaba sintética y era sin duda artificial. No salió de la boca del alienígena,

    sino de su cinturón. Los primitivos dejaron escapar una exc lamación de asombro.

    El Dios Solitario asintió con satisfacción. ¡Claro! El cinturón del alienígena debíatener algún tipo de procesador del lenguaje. Probablemente no era tanto un cinturón comoalgún tipo de computador portátil. El programa del procesador había escuchado losuficiente del lenguaje humano para aventurar un primer saludo. No le había salido del todomal, se dijo.

     — Bienvenido a la Tierra — dijo el Dios Solitario.

     — Afortunado soy de ser aquí — dijo el cinturón del alienígena.Si el rostro metálico del Dios Solitario hubiese podido expresar alguna emoción,

    esta hubiese sido una profunda pena.

    ¡Maldita sea!, pensó. Por fin se produce el ansiado primer contacto y tiene que seren estas circunstancias. Ya podía haber venido tres mil años antes.

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    II

     — La bipedación es bastante común entre las razas tecnológicamente avanzadas dela galaxia — dijo Alis a través del traductor de su cinturón.

     — Resulta asombroso — replicó Jonás con cierta alegría en la voz, aunque su rostrometálico no expresó emoción alguna.

     — Es lo más lógico. Dos extremidades para desplazarse y dos para manejar objetos.Aunque a veces son más de dos. Conozco a una raza que sólo tiene un apéndicemanipulador que le sale de la parte superior de la cabeza. Si se lo cortas, le crece unonuevo.

     — Fascinante. Absolutamente fascinante. Es una lástima que hayas llegado tarde a

    nuestro planeta. — Vuestro planeta está bastante lejos de las zonas más habitadas de la galaxia.

    Llegué aquí por pura casualidad.

     — ¿Nunca detectasteis alguna de nuestras transmisiones?

     — Si no fueron transmisiones supralumínicas, difícilmente. Demasiada distancia.

     —  No llegamos a desarrollar nada a velocidades superiores a las de la luz.

     —  No muy lejos llegasteis, entonces  — dijo Alis con un característico gesto queJonás había empezado a interpretar como el equivalente al encogimiento de hombroshumano. Cuando lo hacía, las diminutas manchas rojizas de las placas córneas de su rostro

    disminuían la intensidad de su color y se volvían más pálidas.Se encontraban en los sótanos del edificio de Renacimiento S.L., el sancta

    sanctorum del Dios Solitario. Las pilas atómicas de estroncio90, similares a las quealimentaban el cuerpo robótico del dios, aunque de mayor tamaño, proporcionaban laenergía eléctrica necesaria. Era, casi con total seguridad, el último reducto tecnológico del planeta.

    Jonás aún se sentía un poco extraño al oír los chasquidos y silbidos que salían de la boca de Alis y, apenas un segundo más tarde, las palabras comprensibles a través deltraductor del cinturón. Pero había que reconocer que el programa era una maravilla. Enunas pocas horas de charla, había adquirido el suficiente vocabulario para llevar unaconversación, con casi total fluidez, en la lengua de los hombres.

    Uno de los momentos en los que el traductor se atascó sin remedio fue cuando Jonásle preguntó al alienígena por su nombre. El galimatías silábico que surgió del cinturón eraincomprensible, pero parecía todo lo que el traductor era capaz de proporcionar en eseaspecto. Así que Jonás decidió llamarlo Alis. El alienígena no puso ninguna objec ión.

    Alis le contó que precedía de una región distante de la galaxia, más cercana alnúcleo, donde la densidad de estrellas era mucho mayor. Y también el número de planetashabitados y habitables. No había nave nodriza en ninguna parte. A pesar de su pequeño

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    tamaño, pues se trataba de un modelo individual, la nave de Alis estaba perfectamentedotada para el viaje supralumínico intragaláctico. El alienígena viajaba solo. Le explicó aJonás que los de su especie no solían agruparse en grandes números. Incluso para loscánones de su raza, Alis era un ser algo solitario e introvertido, aunque aquí el traductortuvo algunos problemas para encontrar las palabras adecuadas. De vez en cuando, Alissentía una cierta inquietud, un ansia que sólo podía satisfacer de una manera. Tomaba unanave equipada con todos los pertrechos que pudiese necesitar, y se aventuraba por losconfines de la galaxia en busca de nuevos mundos y nuevas criaturas a las que estudiar yclasificar.

    Jonás pensó que debía tratarse de una especie de académico o intelectual entre losde su especie.

     —  No detecté signos de civilización tecnológica, pero sí de la presencia de vidaorgánica y pigmentos fotosintéticos. Así que decidí aterrizar en tu planeta — explicó Alis — .Entonces detecté las radiaciones de tus pilas atómicas de…. ¿cómo se llama el elemento?  

     — Estroncio90.

     — Así es. Estroncio90. Me resultó cuando menos peculiar, lo cual es del todo lógico,así que decidí acercarme a la fuente de las radiaciones.

    Jonás asintió.

    Hablaron durante un buen rato. La curiosidad del alienígena parecía genuina,insaciable y hasta un poco infantil. Casi, casi humana. Ante la insistencia de Alis, Jonás lehizo un somero resumen de la historia del planeta y de los avatares y vicisitudes por los quehabía pasado la humanidad. Alis se mostró particularmente interesado en el hecho de que, alo largo de toda su historia, los humanos estuviesen divididos en naciones, cada una con susgobernantes particulares, que podían entrar en conflicto unas con otras. La existencia deuna minoría de individuos que dictase los comportamientos del resto le resultó una idea

    exótica y extraña. Le hizo a Jonás varias e incisivas preguntas al respecto. — ¿No hay gobiernos, ni reyes, ni guerras en tu planeta, Alis? —  preguntó Jonás.

     — La resolución de un conflicto se realiza entre los implicados en dicho conflicto,con la ayuda, si es necesaria, de otros cercanos al mismo. La extensión general de dichoconflicto a individuos que nada tienen que ver con él me parece una idea bastante peculiar,Jonás. Cualquier miembro de mi especie te diría que es un gasto innecesario de recursos.

     — ¡Hum! No dejas de tener razón, Alis. Al menos en cierto sentido.

     —Resulta fascinante la existencia de esas… élites que gobiernan, capaces de

    acumular la capacidad de distribución de recursos y de… de toma de decisiones… 

     — De poder. Acumulaban poder — aclaró Jonás.Alis hizo un gesto que Jonás interpretó como asentimiento.

     — ¿No hay gobernantes en tu mundo? —  preguntó el Dios Solitario.

     —  No creo que muchos miembros de mi especie viesen necesidad alguna de algoasí, verdad sea pensada con lógica — replicó el alienígena.

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    Jonás se encogió de hombros y abrió la boca en un amago de sonrisa en su rostro demetal y plástico.

     — Si alguno de mis contemporáneos te oyese, se llevaría las manos a la cabeza  — dijo.

    Tardó un buen rato en explicarle al alienígena, con la inestimable ayuda del programa traductor, el sentido de su última frase.

    También hablaron largo y tendido sobre las similitudes y diferencias de susrespectivos mundos. Tras largos siglos de soledad intelectual, Jonás estaba realmentedisfrutando de la conversación con alguien que empezaba ya a considerar su igual más quelos primitivos seres humanos que le adoraban en la explanada. Alis parecía sentir al menosla suficiente curiosidad, sobre todo en algunos temas, para charlar con el robot.

     — Resulta sorprendente que puedas respirar la atmósfera de la Tierra — dijo Jonás.

     — En realidad la composición de gases no es la más adecuada para mi sistema…de… ¿intercambio gaseoso? 

     — Respiratorio. Sistema respiratorio. — Así es. Mi sistema respiratorio. Tengo un dispositivo de modificación de gases en

    la entrada de mis vías respiratorias. Y por supuesto tengo otros dispositivos en diversoslugares de mi anatomía que me protegen y previenen de la entrada de cualquier organismo patógeno. También me permiten adaptarme a la gravedad de tu planeta.

     — Claro, claro. Es evidente que vosotros estáis mucho más avanzadostecnológicamente que nosotros. Que lo que nosotros nunca estuvimos  — dijo Jonás con ungesto que, de haber tenido un cuerpo de piel y músculos, hubiese ido acompañado de unsuspiro.

     — Pero tu cuerpo no es orgánico. Es evidentemente artificial y tecnológico  —  puntualizó Alis. La membrana transparente de su ojo central parpadeó con rapidez.

     — Yo soy el último que queda. El único que nunca fue.

    El Dios Solitario, cuyo nombre humano fue Jonás, le narró al alienígena el porquéde su cuerpo robótico y de la situación en la que se encontraba.

    Jonás nació de carne humana hacía ya más de tres milenios, un periodo que, vistodesde la distancia del futuro, fue el pico de la civilización tecnológica humana en la Tierra.A los veinte y pocos años le diagnosticaron una variedad especialmente agresiva deesclerosis múltiple. Había algunos tratamientos paliativos que podían frenar algo eldesarrollo de la enfermedad. Pero la cura completa era del todo imposible. En su caso, el

    camino quedaba claramente determinado. Poco a poco, las fibras nerviosas de su organismose irían desmielinizando. Empezaría necesitando una silla de ruedas. Luego iría perdiendocada vez más el control de sus funciones motoras. La visión se deterioraría progresivamente. Después vendrían los problemas gastrointestinales, el estreñimiento, lainsuficiencia respiratoria, los calambres musculares, la incapacidad de tragar y de hablar,los problemas cognoscitivos. Los médicos fueron brutalmente honestos con él. Moriríaatrapado dentro de un cuerpo inútil en menos de tres años. Intentarían reducir el dolor en lo posible. Era lo único que podían hacer.

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    Entonces el milagro ocurrió. O al menos la rendija que le permitió vislumbrar unasalida a su dramática situación.

    Renacimiento S.L. era una nueva y revolucionaria compañía especializada en eldesarrollo de componentes robóticos y software informático. Desarrollaron un nuevo prototipo de robot que era una copia, indist inguible a simple vista, de un ser humano.

    Construido en titanio, con malla de nanotubos de carbono y otras aleaciones metálicas, el prototipo estaba cubierto con una capa de plástico o rgánico que imitaba a la perfección la piel humana. Incluso estaba caliente al tacto. El robot podía hablar, caminar e inclusocomer, aunque los alimentos eran simplemente almacenados en un depósito de su vientre.También podía eructar y soltar pedos, siempre que se le suministrase la mezcla adecuada delíquidos a los pequeños depósitos de su interior. No necesitaba, sin embargo, consumirningún alimento sólido o líquido. Tampoco respirar. Sus necesidades energéticas se suplíancon una pila atómica que podía durar varios siglos.

    Pero lo más asombroso del nuevo modelo de robot era su cerebro positrónico.Dicho cerebro permitía transferir, en su totalidad, la mente sin alterar de un ser humano.Dentro del cerebro positrónico, y dentro del cuerpo robótico, la persona transferida no seríacapaz de realizar complejos y rapidísimos cálculos matemáticos como si fuese unacomputadora de última generación, pero tendría a su disposición, guardadas en su inmensamemoria interna, una copia de la mayoría de los escritos alguna vez creados por la razahumana. Sería como tener la mayor biblioteca del mundo dentro de la cabeza. Además delas capacidades de su cerebro positrónico, el cuerpo robótico era inmune al frío o al calor, alas enfermedades, a los compuestos contaminantes y a la paulatina degradación de la vejez.Alimentado con su pila atómica, podía vivir durante siglos. Con las oportunas reparaciones,quizás eternamente.

    Era la inmortalidad individual, por fin, al alcance de la mano.

    Renacimiento S.L. clamaba que las pruebas realizadas con ratas, perros y monos

    habían funcionado a la perfección. Sólo faltaba una cosa: probarlo en humanos. Necesitaban voluntarios.

    La polémica y las cr íticas no tardaron en estallar.

    Antes de que los legisladores votaran en contra, Jonás se agarró con uñas y dientes ala única oportunidad que vio de escapar de su cuerpo tullido. Se presentó como voluntario para la primera transferencia de una mente humana a un cuerpo artificial.

    Funcionó a las mil maravillas.

    El nuevo Jonás robótico, que no necesitaba comer ni beber, ni dormir ni respirar, se paseó por congresos internacionales y platós de televisión.

    La violencia que se desató sorprendió a casi todos por su contundencia.

    Grupos religiosos y de ideologías conservadoras se manifestaron con toda la energíaque las leyes de los distintos países les permitieron. Hubo tumultos, luchas, heridos y algúnmuerto. La sede central de Renacimiento S.L. fue atacada e incendiada. Los gobiernos seapresuraron a proclamar leyes prohibiendo la transferencia de una mente humana a uncuerpo robótico. Renacimiento S.L. se declaró en quiebra, sus directivos se escondieron en

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    el anonimato, y la empresa desapareció como tal. Las patentes se vendieron, pero nadie seatrevió a repetir el proceso.

    Jonás fue el primero y el último. Fue el único.

    El único ser humano dentro de una envoltura artificial. Rechazado y odiado por casitodos los miembros de su especie. Intentaron acabar con él en varias ocasiones. Se salvógracias a la dureza de las aleaciones metaloplásticas de su cuerpo robótico. No le quedómás remedio que huir.

    Se refugió en secreto en una perdida cabaña de las altas montañas. No necesitabasuministros ni medicinas, y las bajas temperaturas no eran ningún problema para él.Durante un tiempo, recibió en secreto la visita ocasional de alguno de los pocos amigos ofamiliares que lo apoyaron. De vez en cuando conseguía sintonizar alguna transmisiónradiofónica.

    Estuvo escondido en las montañas durante décadas. Llegó un momento en que lasvisitas se interrumpieron. Jonás pensó que sus amigos habían muerto o simplemente lehabían abandonado de una manera definitiva. Las transmisiones radiofónicas también

    dejaron de llegar.Una inmensa soledad fue su única compañera durante mucho, muchos años.

    A pesar de la magnífica biblioteca que guardaba en su memoria positrónica, lasoledad se hizo demasiado insoportable.

    Decidió volver al mundo. Quizás, se dijo, con el tiempo la cuestión de latransferencia a cuerpos robóticos había sido finalmente aceptada.

    Descendió de las montañas.

    Con horror, se encontró que el mundo que él conocía había dejado de existir.

    Las ciudades eran ruinas abandonadas. La tecnología había desaparecido. La pocagente que encontró había retrocedido al paleolítico. La civilización humana se había ido algarete. Le sorprendió la facilidad con que la gente parecía haber olvidado todo elconocimiento acumulado durante milenios.

     Nunca supo exactamente qué pasó. Los registros e lectrónicos eran ya inservibles, ylo poco que encontró en letra impresa no acabó de aclararle las dudas. Encontró referenciasal agotamiento de los recursos fósiles, a cambios climáticos y largas sequías, al incrementodel fanatismo religioso y político, a guerras por los recursos naturales, a crisis económicas ysociales. Incluso leyó algo sobre el aumento de la actividad solar. Al final concluyó que probablemente fue un cúmulo de diversos factores lo que acabó con la civilización humana.

    Intentó adaptarse a la nueva humanidad, pero el rechazo fue incluso peor que antes.Un hombre que nunca dormía, nunca comía, nunca bebía y nunca envejecía no tardó en sermirado con suspicac ia y recelo primero, después con miedo, y finalmente con odio.

    Muchos lo consideraron un dios. Otros, un demonio. Lo atacaron infinidad deveces. Los ataques y el tiempo hicieron que la cubierta de imitación piel se fuesedeteriorando, hasta que asomó el cuerpo metálico subyacente.

    Luego llegaron los problemas técnicos. Con el paso de las décadas, lasarticulaciones empezaron a atascarse. Perdió la visión en uno de sus ojos. La cubierta

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    exterior de titanio estaba abollada y corroída en a lgunos puntos. Tarde o temprano la pila deestroncio90 se agotaría.

     Necesitaba un repuesto.

    Tardó años en llegar caminando hasta la antigua sede de Renacimiento S.L. Paracuando alcanzó su destino, el grupo de devotos primitivos que le seguían había desarrolladotoda una religión a su alrededor. Sus referencias al pasado tecnológico de la humanidadfacilitaron las cosas. En el pasado, decían los sacerdotes de la nueva fe, el mundo estabahabitado por seres inmortales rodeados de maravillas. Pero los dioses se habían marchado yahora sólo quedaba uno. Uno que los protegería con sus bendiciones mientras los fielesesperaban el regreso de los otros dioses.

    La mitología del Dios Solitario estaba en marcha.

    Desde entonces vivía allí, hacía ya casi más de veinte siglos, en las por fortunaautosuficientes ruinas de Renacimiento S.L., rodeado y venerado por su tribu de elegidos.Allí había conseguido los repuestos que necesitaba. Pero ya sólo quedaban dos. Sólo doscuerpos robóticos descansaban en sus urnas del sótano, esperando la transferencia de la

    mente de Jonás a sus cerebros positrónicos. — Pero tú guardas todo el conocimiento tecnológico de tu raza  — dijo Alis — . ¿Por

    qué no lo compartes con tus congéneres orgánicos?

    El Dios Solitario se encogió de hombros.

     —  Nunca confiaron en mí. Nunca me aceptaron — respondió tras un par de segundosde silencio.

    El alienígena hizo un gesto que Jonás no entendió.

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    III

    Jonás accionó el interruptor. Las luces del techo, alimentadas por las pilas atómicasdel sótano, iluminaron la estancia. Era una habitación amplia y con aspecto aséptico. Sinembargo, a pesar de su estanqueidad, los milenios lo habían recubierto todo de una gruesacapa de polvo. A un lado se encontraban una docena de urnas transparentes puestas de pie,alineadas a lo largo de la pared. Todas estaban vacías excepto dos, en cuyo interior se podían ver sendas copias del cuerpo metálico del Dios Solitario. Sólo que esas copias seveían nuevas, sin abolladuras, raspones ni manchas. Como todos sus recambios anteriores,eran copias básicas, de metal y plástico, sin la cubierta que imitaba la piel humana y le dabarasgos faciales. En el otro lado de la estancia, un grupo de consolas de aspecto ominoso: elsistema de transferencia mental a los cerebros positrónicos.

    Alis lo observó todo con sus tres ojos y con sumo interés. — Aquí están. Sólo me quedan estos dos — dijo Jonás.

     — Así es — dijo el cinturón del alienígena.

     — ¿Podrías fabricar nuevas unidades? —  preguntó Jonás.

     — El nombre de las aleaciones de tu cuerpo artificial no significan mucho para mí,Jonás. Tendría que hacer un exhaustivo análisis espectrográfico de los materiales. Y de tussistemas positrónicos, claro. Creo que tengo todos los instrumentos necesarios en mi nave.

     —Pero… ¿podrías replicarlos? 

     — Si cuento con los materiales adecuados, lo más probable.

    El rostro metálico de Jonás no reflejó ninguna emoción, pero el sentimiento dealivio fue tan intenso que casi le hizo temblar. Quizás hubiese alguna esperanza, se dijo.Quizás todavía podía conseguir un aplazamiento a su fecha de caducidad. El alienígena parecía mostrarse amistoso y colaborador. De hecho, parecía que su motivación principalera la curiosidad por el nuevo planeta recién descubierto. Bien. Jonás satisfaría toda sucuriosidad. Sobre todo si eso iba acompañado de una recompensa.

    Abandonaron la sala de transferencia y subieron a las partes más superficiales delsótano. Se sentaron en el suelo de lo que otrora fue una estancia dedicada a despachos. Elmobiliario hacía mucho tiempo que se había convertido en polvo. Alis manifestó su deseode volver en breve a su nave. Jonás asintió. Comprendió que para un ser orgánico, que

    necesita alimento, luz y aire, los sótanos del ruinoso edificio no debían resultar muyacogedores.

     — Quizás mejor que me acompañes  — dijo Alis — . Así podría hacer un examen preliminar de tu cuerpo robótico.

     — Desde luego — replicó Jonás — . Cuanto antes empecemos mejor, ¿no crees?

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     — Así es. Lo que todavía me sorprende es esa adoración que te profesan tuscongéneres orgánicos. No acabo de comprender por qué te consideran un… ¿Cuál es la palabra?... Un dios. Un ser con propiedades y capac idades que no son reales.

    El concepto de deidad fue quizás lo más difícil de hacerle entender al alienígena.Aparentemente, su raza no tenía nada semejante, ni parecía ser algo común en otras razas

    sentientes. Alis mostró cierta dificultad en concebir el pensamiento mágico. Fue una arduatarea hasta que el traductor del cinturón encontró las palabras adecuadas y la idea por fin penetró en la mente del alienígena. Jonás no podía leer mucho del lenguaje corporal de lacriatura, pero comprendió que la idea resultó para Alis toda una revelación. Casi unaepifanía. Las manchas rojizas se las placas córneas de su cara se tornaron de un carmesíencendido.

     — ¿Nunca han existido los dioses en tu mundo?

     —  No. Al menos que yo sepa.

     — Pues en la Tierra los ha habido siempre. En todas las culturas. Los cerebroshumanos funcionan así.

    Alis entrecerró los ojos y levantó las manos, un gesto que Jonás empezaba aaprender que expresaba sorpresa.

     — ¿Tenéis varios cerebros?

     —  No, no. Sólo tenemos uno. Bueno, en realidad está dividido en dos hemisferioscerebrales, unidos por el cuerpo calloso, un grueso haz de fibras nerviosas que los conecta.

     — Curioso y peculiar.

     —De hecho… — dijo Jonás —. Déjame buscarlo un momento… 

    Revisó con rapidez los archivos de su memoria positrónica.

     — ¡Ah, sí! Aquí está  — dijo al cabo de unos segundos — . Antes del colapso de latecnología, hubo un autor que escribió un libro titulado  El origen de la conciencia en elcolapso de la mente bicameral . El autor, un tal Julian Jaynes, sostenía que los doshemisferios eran, o fueron en los inicios de la humanidad, dos inteligencias separadas. Ensituaciones de estrés, el hemisferio izquierdo, más racional y normalmente dominante, seveía bombardeado por alucinaciones auditivas y visuales procedentes del hemisferioderecho, más emocional. La gente interpretaba esas alucinaciones como mensajes de diosesy demonios, lo que dio lugar al nacimiento de las religiones. Según Jaynes, la culturahumana se construyó en torno a ese modo de pensar religioso y alucinatorio. El hombremoderno, el tecnológico me refiero, pudo librarse de esta forma de pensar y desarrolló lacapacidad de introspección, pero las religiones nunca desaparecieron.

     — Peculiar idea.

     — Imagino, si las teorías de Jaynes eran ciertas, que con la caída de la civilización,el hombre volvió a formas de pensar más primitivas. Por eso no les resultó demasiadodifícil adoptarme como un dios. Era la manera más fácil para ellos de explicar miexistencia.

     — Sois unos seres bastante peculiares, tengo que admitir  — dijo Alis abriendomucho sus tres ojos — . No conozco a ninguna otra raza cuyo órgano pensante tenga una

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    estructura similar. Claro que tampoco conozco a ninguna raza que virtualmente hayacometido suicidio tecnológico a nivel global.

    Jonás clavó la mirada en el alienígena. El último comentario no le había resultadodemasiado halagador. Pero no dijo nada. Su existencia dependía de la tecnología que esacriatura de otro mundo pudiera proporcionarle.

    Abandonaron los sótanos del edificio y salieron al exterior.

    La explanada estaba abarrotada de gente. Muchos miraban con asombro la naveespacial, aunque ninguno parecía haberse atrevido todavía a acercarse demasiado a ella. Ala vista del Dios Solitario y el alienígena, la multitud de arrodilló y empezó a entonar elhabitual mantra que repetían una y otra vez en las ceremonias religiosas. Sólo el sumosacerdote y sus acólitos se mantuvieron en pie. Se acercaron con recelo.

     — Dios Solitario — dijo el sumo sacerdote — . Tus fieles aguardan las nuevas.

     —Sí, claro, claro. Eh… Bien… — dijo Jonás.

     — Será mejor que te deje para hablar con tus devotos  — dijo Alis — . Te espero

    abajo, en el sótano. Diles que no se acerquen a la nave. Podría ser peligroso para ellos. — ¿No querías ir a tu nave?

     — Así es. Pero no tengo prisa. Puedo esperar mientras atiendes a tus congéneresorgánicos.

     — Sí, sí. Claro, claro. No te preocupes.

    Tras la marcha del alienígena, el sumo sacerdote preguntó a Jonás sobre elsignificado de la venida del nuevo dios, y como ello iba a afectar a la tribu. Qué cambios enla liturgia serían necesarios para adaptarla a la nueva deidad, un dios que no era como suDios Solitario, pero tampoco como los hombres del mundo. Jonás tuvo que usar una buena

    dosis de paciencia para tranquilizar al sacerdote. Le aseguró que nada cambiaría en susvidas. Ellos seguirían siendo la tribu elegida que vivía junto al Dios Solitario. De hecho, sitodo salía bien, gozarían de las bendiciones del dios mucho más tiempo del esperado. Elsumo sacerdote no acabó de entenderlo por completo, pero aceptó las palabras de su dios.

     — Ahora podéis marchar a vuestras casas  — dijo el Dios Solitario tras la largaconversación.

     — Los fieles nos quedaremos aquí, junto a las rocas sagradas, para orarte a ti y alnuevo dios — dijo el sumo sacerdote.

    Jonás se encogió de hombros.

     — Está bien. Como quieras.

    Se despidió del sumo sacerdote y volvió a los sótanos del edificio.

    Alis no aparecía por ninguna parte. Lo buscó por las distintas dependencias. Cuandoencendió la luz en la sala de transferencia, lo que vio le hizo sentir el mayor terror quehabía sentido en su milenaria vida.

    Las dos urnas con los reemplazas estaban abiertas. Los cuerpos robóticos habíansido reducidos a un amasijo medio carbonizado de plástico y metal.

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    Alis surgió de un rincón tras las consolas de transferencia. Empuñaba algo, un pequeño cilindro brillante, en una de sus manos de siete dedos. A todas luces, un arma.

     — Cañón disruptivo — explicó levantando el artilugio — . Proyecta un haz de energíaque altera la composición molecular del objetivo. Es muy efectivo a la hora de destruirobjetos sólidos, como puedes apreciar.

     —Pero… pero… ¿por qué? —  preguntó Jonás en tono lastimero. Si hubiese pod idollorar, las lágrimas correrían por su rostro de metal.

     — Estás acabado, Jonás. Te mentí. No tengo la menor posibilidad de replicar tuscuerpos robóticos.

    Jonás sintió como la ira y la rabia hacían hervir sus circuitos positrónicos. Alzó lasmanos y avanzó un par de pasos hacia el alienígena.

     —Aún así no tenías que… 

    Alis volvió a disparar. Jonás cayó al suelo reducido a otro montón informe deescombros metaloplásticos.

    El alienígena disparó varias veces más sobre el cuerpo del robot, luego guardó elarma en su cinturón y miró a los restos durante unos segundos.

     — Tampoco soy un explorador, ni busco el conocimiento  — dijo en su lenguajenatal, sin activar el traductor  — . Me expulsaron del seno de mi propia raza por hacer lo quehacían los gobernantes de tu mundo. Manipulé las redes de comunicación de mi planeta para acumular poder en mis manos. Me descubrieron demasiado pronto, por desgrac ia. Uncrimen inaceptable para mi pueblo que se castiga con el destierro perpetuo. Por eso acabéaquí, en el borde de la galaxia.

    Abandonó la estancia y se encaminó hacia el exterior.

     — Creo que me van a gustar los seres de este planeta — dijo en voz alta.Subió las viejas escaleras hasta asomarse al antiquísimo balcón. Será necesario

    construir algo nuevo, se dijo. Un edificio digno de un dios, desde luego. Algo grande,majestuoso, en piedra tallada, con muchos niveles escalonados. Probablemente no sabráncómo hacerlo. Tendré que enseñarles.

    Los primitivos en la explanada lo contemplaron expectantes.

    Activó el traductor del cinturón y levantó los brazos.

     — Adoradores del Dios Solitario — gritó — . Vuestro nuevo dios ha llegado.

     __________________________________________________________________________

    © Juan Nadie, Planeta Tierra, 2016

    Obra inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org)

    con el número 1409292214611, con fecha de 29 de septiembre de 2014.

    Todos los derechos reservados. All rights reserved.

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    Ilustración de la portada: fotomontaje del autor.

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