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Acontecimientos políticos, sociales, económicos y culturales entre 1890 y 1929 Antes de 1890 En la segunda mitad del siglo XIX Europa se encamina hacia la modernidad. El avance de la industrialización puebla el continente de chimeneas, y los avances científicos, aplicados a la producción, se convierten en grandes innovaciones técnicas que impulsan el comercio y las comunicaciones, con una dimensión internacional nunca conocida hasta entonces. Como correlato de esta situación, la fe en el progreso prometía un bienestar sin límites. Los paises industrializados, necesitados de materias primas y mercados, se convirtieron en rectores de la política mundial. Consecuentemente, el desarrollo de la industria trajo consigo el crecimiento de la clase obrera, cuyas demandas y reivindicaciones inquietaron a la burguesía. Al calor de estos signos, surgen corrientes ideológicas que rechazan el capitalismo y trazan un horizonte de utopías. En 1871, la represión de la Comuna de París marca el momento en que las nuevas ideas se hicieron realidad y se encontraron, a la vez, con una sangrienta represión. Sin embargo, la población se multiplicó, la esperanza de vida al nacer se prolongó, la mujer se incorporó al sistema productivo, y el cambio amenazó los privilegios masculinos, afectó a la familia tradicional, varió las pautas educacionales y, en aras de una mayor democracia, modificó incluso la misma vida política. También el arte se rebeló, reivindicando la especificidad de sus propios lenguajes: la música registró sonidos hasta entonces considerados disonantes; la pintura descompuso la luz en tonalidades nunca vistas y confió al ojo del espectador la tarea de componer las formas y los colores; y la literatura, entre humo de hachís y añoranza, pobló el paisaje de “poetas malditos” y se lanzó En busca del tiempo perdido. Arte:

Acontecimientos 1890-1929

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Acontecimientos políticos, sociales, económicos y culturales entre 1890 y 1929

Antes de 1890

En la segunda mitad del siglo XIX Europa se encamina hacia la modernidad. El avance de la industrialización puebla el continente de chimeneas, y los avances científicos, aplicados a la producción, se convierten en grandes innovaciones técnicas que impulsan el comercio y las comunicaciones, con una dimensión internacional nunca conocida hasta entonces. Como correlato de esta situación, la fe en el progreso prometía un bienestar sin límites.Los paises industrializados, necesitados de materias primas y mercados, se convirtieron en rectores de la política mundial.Consecuentemente, el desarrollo de la industria trajo consigo el crecimiento de la clase obrera, cuyas demandas y reivindicaciones inquietaron a la burguesía. Al calor de estos signos, surgen corrientes ideológicas que rechazan el capitalismo y trazan un horizonte de utopías. En 1871, la represión de la Comuna de París marca el momento en que las nuevas ideas se hicieron realidad y se encontraron, a la vez, con una sangrienta represión.Sin embargo, la población se multiplicó, la esperanza de vida al nacer se prolongó, la mujer se incorporó al sistema productivo, y el cambio amenazó los privilegios masculinos, afectó a la familia tradicional, varió las pautas educacionales y, en aras de una mayor democracia, modificó incluso la misma vida política.También el arte se rebeló, reivindicando la especificidad de sus propios lenguajes: la música registró sonidos hasta entonces considerados disonantes; la pintura descompuso la luz en tonalidades nunca vistas y confió al ojo del espectador la tarea de componer las formas y los colores; y la literatura, entre humo de hachís y añoranza, pobló el paisaje de “poetas malditos” y se lanzó En busca del tiempo perdido.

Arte:Desarrollo de la fotografía y el cine. Las corrientes artísticas importantes serán el impresionismo (cuyo origen data de 1874) y el modernismo (a partir de 1880).

Desarrollo

Las últimas décadas del siglo XIX y los primeros años del XX marcaron un dinámico periodo de transición en EEUU y Europa. La cascada de acontecimientos impuso acelerados cambios que fueron también los cimientos de una nueva etapa histórica.En EEUU, sustentado por una poderosa banca que financiaba las actividades económicas, el capitalismo se perfeccionó y desarrolló –hasta límites desconocidos- la industria pesada, el uso de nuevas fuentes de energía (petróleo, carbón, vapor, energía hidráulica, electricidad), la mecanización agrícola y las ciencias aplicadas. Las claves del desarrollo norteamericano se encuentran indudablemente en el control de un inmenso territorio, el dinamismo de la clase empresarial, la acumulación de capital y el desarrollo tecnológico. Cabe destacar que Henry Ford, en la industria automotriz, concibió la estandarización de las piezas y la cadena de montaje para aumentar y simplificar la producción.Como expresión de este crecimiento, puede observarse que los arquitectos más innovadores de Chicago inician la construcción de rascacielos. Sede de oficinas o grandes almacenes, el nuevo tipo de edificio se convertiría en el principal aporte estadounidense a la arquitectura moderna.

En Europa, por su parte, se vive una etapa signada por la consolidación del parlamentarismo y el surgimiento del movimiento obrero y los diversos nacionalismos.Prusia selló la unificación germana y se transformó en una gran potencia, mientras la decadencia otomana convertía los Balcanes en un polvorín, y el pueblo ruso se rebelaba contra el zarismo a causa del despotismo y del considerable atraso respecto a los cambios políticos y económicos que se registraban en el resto de Europa. Otto von Bismarck, el “canciller de hierro” alemán, actuaba con suma habilidad, tejiendo y deshaciendo alianzas, procurando preservar una paz que, mientas imperase, permitía el engrandecimiento de Alemania (cuya punta de lanza era la industria siderúrgica). Poco a poco, se delinearon grandes acuerdos en el Viejo Continente: Franca-Rusia, Gran Bretaña-Turquía, Alemania-Austria. Sin embargo, no todo fue blanco y negro ni tan simple. Al cabo, los intereses particulares de cada estado derivaron en nuevos alineamientos en vísperas de la Primera Guerra Mundial: Francia, Gran Bretaña, Rusia e Italia por un lado, y, enfrente, Alemania, Austria y Turquía.Al otro lado del Atlántico, la superproducción industrial y agrícola de EEUU exigía nuevos mercados, y la joven nación salió de su aislamiento con la vitalidad propia de una nueva potencia imperial.

La industrialización de los estados europeos más importantes, con Gran Bretaña y Alemania en primer lugar, hizo que las naciones rivalizaran entre sí por dominar los mercados mundiales (dadas las nuevos requisitos para la acumulación del capital en la nueva fase del capitalismo), al tiempo que estimulaba la movilización de los capitales por encima de las fronteras y las concentraciones de capital monopolista.Las rivalidades y la necesidad de nuevos mercados fueron vectores que convergieron en una política expansionista, conocida como imperialismo, que puso a gran parte del área afroasiática en manos de Occidente. Amparados en la coartada de una supuesta misión civilizadora, las potencias coloniales arrasaron con su poder militar las estructuras sociales, económicas y culturales de los nuevos territorios, para convertirlas en sociedades periféricas al servicio de sus intereses políticos y económicos.Cabe destacar que las potencias europeas se cobraron un sustancioso botín en el norte de África y en Egipto a costa del debilitado Imperio Otomano. Francia y Gran Bretaña fueron los grandes beneficiarios del nuevo orden imperialista en esta franja mediterránea.La colonia y el protectorado fueron los dos grandes sistemas de dominación. En el primero, la potencia ocupante ejercía un control absoluto sobre el territorio; en el segundo, la metrópoli tutelaba un gobierno nacional y autónomo en apariencia. Gran Bretaña también ensayó la fórmula de los dominios (Australia, Canadá, Nueva Zelanda), que gozaron de una amplia autonomía jurídica respecto de Londres y preludiaron lo que sería la Commonwealth británica.Pese a los intentos de fijar un cierto orden en esta tarea de depredación planetaria –por ejemplo, el reparto de África en la conferencia de Berlín en 1885-, la competencia colonial originó fricciones entre las potencias. La exportación de esas tensiones a las selvas africanas o las montañas afganas procuraron un inédito periodo de paz en Europa, pero el espejismo se rompió cuando aquellos polvos coloniales cuajaron en el lodazal causante de la Primera Guerra Mundial.

La irrupción del imperialismo occidental alteró significativamente la situación internacional en el Extremo Oriente. Aquejado por tensiones secesionistas desde fines del siglo XVIII (desmoronamiento de la dinastía manchú, levantamientos populares), el

inmenso imperio chino apenas se ocupaba de los asentamientos comerciales británicos de Cantón, a pesar de que se dedicaran al tráfico prohibido de opio. Tan sólo cuando intentó imponer su autoridad a los recalcitrantes traficantes británicos, Gran Bretaña demostró al orgulloso imperio chino que el mayor y más poblado país del mundo era un enano militar. A partir de entonces, China, impotente, fue pasto de las ambiciones de las potencias occidentales, ansiosas por entrar en el reparto de este inmenso botín colonial.Veinte años después de la primera guerra del Opio en China (1839-1843), el Japón de los shogun (comandante del ejército y gobernador de facto), aislado y anquilosado, también sufrió la presión de los imperialistas occidentales. Sin embargo, el país del Sol Naciente, que conocía lo ocurrido en China, protagonizó una revolución “desde arriba” que liquidó el estado precapitalista, restauró el poder del emperador y modernizó la nación de acuerdo con los cánones europeos, definiendo al país como una monarquía constitucional, hereditaria y parlamentaria. Los dirigentes de la era Meijí impulsaron el proceso de industrialización más rápido de la Edad Moderna. En menos de 50 años, Japón se convirtió en la primera potencia imperialista asiática, capaz de competir con sus modelos europeos y vencer a la Rusia zarista en el campo de batalla (1905).A inicios del siglo XX, Japón arrebataba el liderazgo en Asia a China, su milenario mentor, y se convertía en el modelo a seguir por los países asiáticos sometidos a la tutela europea. Sin embargo, su imperialismo –cimentado a costa de China y Corea- era equiparable al occidental.

El liderazgo de las potencias europeas en el mundo se basaba en una creciente industrialización y en fructíferos intercambios comerciales con las colonias. Fue precisamente en el marco colonial donde se produjeron las primeras tensiones entre las potencias, entre las que Alemania reclamaba la posición que creía merecer por su creciente poder económico. Pero sería en los Balcanes, en los territorios olvidados por el Imperio Otomano, donde prendió la pólvora (bastó un atentado en las calles de Sarajevo, donde fue asesinado el archiduque austriaco a manos de un joven nacionalista servio, para que el frágil equilibrio se quebrase). Años de recelos mutuos, de alianzas públicas y secretas, de ejércitos fortalecidos con innovador armamento ante la previsión del conflicto, se desbocaron en la larga tragedia de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), con casi el entero continente europeo implicado.Durante la guerra, las tensiones internas por las pérdidas humanas y por el desgaste económico tuvieron una especial relevancia histórica en Rusia. Las fuerzas revolucionarias, conducidas por hombres como Lenin, encauzaron el descontento popular primero al derrocamiento del zar y luego al establecimiento de un gobierno comunista, una de cuyas primeras decisiones fue abandonar la guerra antes de su finalización. La Revolución Bolchevique (1917) entregó tierras a los campesinos y las fábricas a los obreros. El “fantasma del comunismo” que, según Marx, rondaba por Europa, amenazó con hacerse realidad.Con respecto a la guerra, nadie previó una contienda tan larga y tan costosa en todos los sentidos. Se movilizaron casi 20 millones de hombres de 16 naciones, con un balance de 10 millones de muertos. La victoria fue para los aliados de la Entente (Gran Bretaña, Francia, Rusia), con la ayuda final y decisiva de EEUU. Los dominios del Imperio Otomano, ya vencido, fue repartido por las potencias vencedoras, aunque los numerosos pueblos que en ellos habitaban no se avinieron a cambiar de amo. Alemania y Austria-Hungría, derrotadas, tuvieron que aceptar unas duras condiciones económicas y territoriales, acordadas en el Tratado de Versalles de 1919. Pero en definitiva, perdió toda Europa, ya que, arrasada, tuvo que ceder el liderazgo mundial a EEUU.

Precisamente, a instancias de Wilson, presidente norteamericano, se impulsa la creación de la Sociedad de las Naciones, una organización supranacional que tenía como fin asegurar la paz mundial y mediar en los conflictos entre las naciones.

Pero también el pensamiento científico se tambaleó. Al acercarse el siglo XX, la lógica de Aristóteles, la geometría de Euclides y la física de Newton no eran tan ciertas como parecían. Entre 1895 y 1905, tan sólo diez años, el edificio de la ciencia se desmoronó. En 1986, Becquerel definió el poder radioactivo del uranio, el más pesado de todos los átomos. Dos años después, los esposos Marie y Pierre Curie aislaron el radio de un mineral de extraño comportamiento. En 1899 Hilbert cuestionó la geometría euclideana. En 1900, Max Planck postuló su hipótesis de que la energía no era continua. Pero la verdadera revolución la produjo el alemán Albert Einstein, quien en 1905 enseñó al mundo la teoría de la relatividad.Freud en 1900 publica su obra más importante, La interpretación de los sueños, donde afirma que todas las patologías psicológicas provienen de la represión de una parte de la mente que denominó “inconsciente”.En cuanto al arte, fue el momento de las vanguardias plásticas, musicales y arquitectónicas. Fauvistas y futuristas, expresionistas y cubistas, Le Corbusier y el funcionalismo, Stravinsky y Schönberg, van a busca de una nueva estética.

Periodo de Entreguerras

Los veinte años que transcurrieron entre las dos guerras mundiales fueron un largo armisticio, en el que germinaron el fascismo y el nazismo, los sistemas políticos más belicosos del siglo XX.La victoria de los aliados en la Primera Guerra Mundial fue saludada como el triunfo de la democracia sobre los imperios autocráticos. Sin embargo, en 1939 la situación había variado profundamente, y sólo las viejas democracias y Checoslovaquia mantenían el sistema parlamentario. La paz mal resuelta de Versalles, junto a la crisis de 1929, sumieron a Europa en una etapa de paroxismo en la que el capitalismo y la democracia occidental se vieron amenazados por dos nuevas fuerzas políticas emergentes: el comunismo y el nazismo.Hasta 1928, Europa contuvo en Rusia el triunfo del comunismo bolchevique, que aspiraba a exportar la revolución obrera; capeó el aislacionismo de EEUU –convertida en la mayor potencia acreedora del momento-; condescendió con el antiliberal y anticomunista fascismo italiano –cuyo nuevo estilo político encontró numerosos admiradores en Latinoamérica- e incluso creyó reconducir el revanchismo alemán, alimentado por el tratado de Versalles y la ocupación francesa del Ruhr (la más importante cuenca industrial).Pero la crisis de 1929 modificó por completo estas expectativas. La euforia económica de los años ´20, apoyada en el crecimiento de EEUU y en la rápida reconstrucción de Europa, creó una burbuja financiera que explotó en octubre de 1929 y sumió en una profunda crisis al mundo industrializado.Amenazada de nuevo por la ruina económica y el desempleo, la radicalización interna y la política internacional de las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial, Alemania experimentó la rápida ascensión del brutal nacionalsocialismo de Adolf Hitler que, ante la pasividad de Gran Bretaña y de la otrora intransigente Francia, puso fin a la República de Weimar, se alió con la Italia fascista y pactó incluso con la URSS de Stalin (después de deshacerse de Trotsky, Stalin impuso su voluntad en la gestión

política y económica) para comenzar a modificar el mapa de la Europa surgida de Versalles y desatar el más destructivo de los conflictos de la historia de la humanidad.

Situación en Italia

Entre 1870 y 1914, la historia italiana se caracteriza por fuertes contrastes: crecieron la población, la producción industrial, la renta nacional, pero también el desempleo, la emigración y el empobrecimiento de amplios sectores sociales y regiones enteras.El norte se industrializó y se enriqueció. Ciudades como Turín, Génova y Milán capitanearon el desarrollo industrial. En cambio, se empobrecieron el centro y el sur, zonas basadas en una agricultura extensiva atrasada, que, además, padecían continuos escándalos financieros, una gran corrupción y un fuerte caciquismo electoral.La recién conquistada independencia nacional y el proceso de unificación territorial no significaron una real unificación económica y social. El naciente movimiento obrero fue duramente reprimido, lo que alentó la difusión del anarquismo y las insurrecciones de 1874 y 1877.El gobierno liberal de Agostino Depetris (1876-1887) impulsó notablemente la industria y fortaleció las fuerzas armadas, pero a costa de fuertes desequilibrios presupuestarios. En política exterior, Italia estableció alianzas con distintas potencias europeas (primero con Gran Bretaña, luego con la Triple Alianza, junto a Austria-Hungría y Alemania, y más tarde con Francia), que le permitieron desarrollar una agresiva política colonial en el este y el norte de África.En el último decenio del siglo XIX (gobiernos de Franceso Crispi, 1887-1891 y 1893-1896), la crisis política y económica hizo que se sucedieran numerosas luchas sociales. En 1894, fueron ilegalizadas 271 organizaciones obreras. En 1898, el aumento del precio del pan provocó la revuelta en Milán, Parma, Florencia y el sur. La terrible represión se saldó con cientos de muertos.Entre 1903 y 1915, el gobierno del liberal Giovanni Giolitti emprendió un amplio programa de reformas: nacionalización de los trenes, seguridad social, legalización de los sindicatos y extensión del sufragio electoral (cabe añadir que el socialismo italiano se integra en el sistema político liberal, ofreciendo paz social a cambio de mejoras sociales), aunque entró en guerra con Turquía por el control de Libia.

Al término de la Primera Guerra Mundial, Italia estuvo al borde de la revolución social. Las clases dirigentes, temerosas, dieron su apoyo al caudillo fascista Benito Mussolini, quien estableció una violenta dictadura antimarxista y antiliberal.Italia salió de la Gran Guerra con un saldo de 700 mil muertos y 500 mil heridos, y una deuda de 4.000 millones de dólares contraída con los aliados. Este elevado precio no se correspondía con los escasos beneficios territoriales obtenidos en los tratados de paz, lo que llevó a la burguesía nacionalista a hablar de “victoria mutilada”.Esta situación originó una profunda crisis general, marcada por la disminución de la producción industrial y el crecimiento de la inflación y el desempleo, que abrió un periodo de grandes luchas sociales, al calor de las expectativas abiertas por la Revolución Rusa, con la que obreros y campesinos paralizaron el país y ocuparon fábricas y fincas.El fuerte movimiento de huelgas y ocupaciones de agosto y septiembre de 1920, la incapacidad para conducir este movimiento de los ya divididos socialistas –lo que condujo a su escisión y a la creación del Partido Comunista Italiano (fundado por Tasca, Bordiga y Gramsci) en enero de 1921-, además de la incapacidad de los gobiernos de

Víctor Manuel III para hacer frente a los conflictos sociales, favorecieron la radicalización de la política italiana.En marzo de 1919, Mussolini funda en Milán los fascios de combate, con un programa nacionalista e imperialista, aunque suavizado por las exigencias democráticas. Este movimiento, que amalgamaba el resentimiento de excombatientes, nacionalistas y miembros de la clase media empobrecidos por la inflación que sucedió a la Gran Guerra, se dio a conocer durante las agitaciones sociales del verano y otoño de 1920, organizando agresiones contra líderes, sedes y publicaciones sindicales y socialistas. Proclamándose defensores de la patria y del orden establecido, los fascistas contaron con el respaldo económico de la alta burguesía industrial y los terratenientes, que temían una posible revolución socialista.Las elecciones de 1921, mediante sufragio universal masculino y recuento proporcional, dieron el éxito a socialistas y populares. Entre los años 1919-1920, Francesco Saverio Nitti ocupó la presidencia del gobierno, y el oportunista Giolitti lo sucedió durante el bienio siguiente. Éste afrontó y resolvió las ocupaciones de las fábricas del otoño de 1920. El gobierno de Bononi, que le siguió, vio crecer la fuerza de los fascistas, que se constituyeron en Partido Nacional Fascista en noviembre de 1921.Los fascistas ganan legitimidad y Mussolini amenaza con que si el gobierno no actúa, los fascistas “restablecerán el orden”. El último gobierno liberal de Luigi Facta no pudo impedir el asalto fascista al estado. El 28 de octubre de 1922, al día siguiente de que ordenase la marcha fascista sobre Roma, Mussolini recibió del rey Víctor Manuel III el encargo de formar gobierno. Las elecciones de abril de 1924, marcadas por la violencia fascista, les atribuyeron a sus promotores el 65% de los votos.El fascismo rechazó los ideales de la Ilustración francesa y defendió la insuficiencia de la razón y la superioridad del instinto y de la voluntad. Contrario al marxismo, a la revolución social y a las instituciones políticas liberales, movilizó a las masas de la clase media y concibió la violencia callejera como una práctica política. Empleó el nacionalismo como una herramienta legitimadora y estableció la primacía absoluta del estado frente al individuo.En apenas tres años, Mussolini transformó el parlamentarismo italiano en una dictadura.